En torno al aparato que es el libro se reúnen voces, como conspirando destinos. Nos hablan sobre su trascendencia, su naturaleza, sus mejores y peores usos, sus ideales recintos. Tanto más se debiera hablar de este, pequeño y crucial aparatico,
que altera de manera menos evidente, pero definitivamente mucho más profunda, nuestra vida, nuestros destinos, nuestro mundo.
Cuando pude volver a pasear por el centro dejé que el aroma a salsa de ostras y a orina concentrada me guiara por los callejones de las ventas de libros. A la izquierda la planta baja de un edificio de Chicago es una sucesión de pescaderías de líneas azules, compraventas ruinosas, rincones oscuros cubiertos de grasa, tiendas de azar, líchigos florecidos de racimos de plátano, panaderías fosforescentes, pollerías asépticas, restaurantes de comida china con asientos y rejas escarlatas. A un lado de su ámbito particular varias casas de ascendencia francesa reposan a la manera de los libros cansados. Sus molduras neoclásicas figuran las notas ininteligibles de un antiguo lector. Los ventanales son amplios y funcionan como puertas de dos hojas. Podría decirse que en este barrio el viento nunca abre un libro completamente sin dejar una ventana de par en par. Los balconcillos españoles son los dobleces de las páginas en las puntas. Las barandas de hierro forjado los exlibris heráldicos. Casas apolilladas del centro que no pudo salvar la naftalina. Esa tarde no había sentido nada en especial, ningún presagio, pero los ojos del librero me escrutaron de una forma diferente. Todavía desempacaba las últimas revistas junto a una serie de análisis amarillos de las principales obras de la literatura universal-escolar. No me gusta ser observado ni que me digan “a la orden”, porque pierdo la serenidad necesaria para la práctica del credo de los compradores profesionales. Ya no sentía culpa cuando un libro muy deseado me caía del cielo. Del otro lado de la compra había un hombre libre y en pleno uso de sus facultades que decidía hacer un pequeño descuento en el precio de sus productos. De no haber sido porque en una de mis primeras ojeadas asomó El Gatopardo en aceptable pasta dura y una simpática María en las antiguas ediciones de Losada, me hubiera evadido hacia otro
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tenderete. Levanté cada libro con estudiada indiferencia desdiciendo de mi viejo método de compra, menos inexpresivo y tal vez más expedito. “A la orden, a la orden”, dijo el vendedor con voz cadenciosa de pregonero. Todo era a cinco mil. Volví a dejarlos en su lugar sin ninguna intención de llevármelos. No obstante, cuando regresaba del suelo tuve la sensación de haber leído un título prometedor. “Diario de Bucaramanga, de Perú de Lacroix”, el famoso libro del edecán de Bolívar, el incisivo diario sobre los episodios frívolos del hombre-dios. “Estudio crítico y reproducción literalísima del manuscrito original de Luis Perú de Lacroix, con toda clase de aclaraciones para discernir su valor histórico, por Monseñor Nicolás E. Navarro. 1935”. Cuánto podría llegar a valer ese libro. Lo tomé de un conjunto de volúmenes apoyados sobre el corte de las hojas. El lomo de cuero conservaba las letras repujadas con lezna de oro. A pesar de mi entusiasmo, recordé las indicaciones que Juan Esteban Constaín había mencionado en una vieja columna sobre un volumen que obtuvo en circunstancias similares. “Cuando uno compra libros viejos no puede jamás demostrar el menor interés por la joya que se le atraviesa entre la basura”, dijo la voz mefistofélica y de sílabas alargadas de Constaín. “Hay que mirar con desprecio, hojear apenas, y luego poner el libro otra vez en su lugar”. Así lo hice, con estoicismo, y después estuve de paso por otros ejemplares para despistar al vendedor sobre mis verdaderas intenciones. Aunque no estaba seguro de querer El Gatopardo o la María, y a pesar de que el capricho por unos Colcultura no era demasiado intenso, pensaba seguir a rajatabla las recomendaciones que me llegaban desde la memoria. Debía reunirlo todo y al final también el Diario. Preguntar “cuánto lo deja, vecino”, con la voz recia para evitar las confusiones: “que no nos tiemble la mano al pagar los dos mil pesos, que no se nos vea el corazón en la garganta”.
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Por: David Sánchez Fotos: Sebastian Pita
«Preguntar con voz recia cuánto lo deja el vecino.»
coordinación de llevar tu manuscrito al formato de libro impreso, ahí ya trabajas bajo contrato. — ¡Uy no, papeleo! — Más bien presta atención si no quieres que te tumben luego. — ¡Señora, sí, señora! — Los derechos de autor se dividen en dos: derechos morales y derechos patrimoniales. Los primeros garantizan la mención de tu nombre en cada ejemplar publicado, y los segundos te asignan un porcentaje de ganancia por cada venta. —Me llega la platica. — Sí, pero los acuerdos son algo kafkianos: los patrimoniales pueden ser compra dos por el editor a cambio de una suma de dinero, que le garantiza todas las ganancias del primer tiraje y próximas reediciones si las hay. —Ahí le regalo mi obra — ¡Exacto¡ si aceptas cinco millones por los patrimoniales, y tu libro resulta ser un éxito con ganancias que duplican esa suma, ya no recibes nada. —No jodás ¿y si no los vendo? — Te dan menos plata, pero mantienes tus derechos— con esa frase terminamos la comida y tomándonos un par de tintos, salimos a la FILBO.—El editor profesional, al trabajar con una editorial, le encarga a su equipo el diseño del libro físico. Luego se negocia con una imprenta el tiraje, unos quinientos aproximadamente, teniendo en cuenta que eres escritor desconocido y los costos se reducen siempre que se produce en gran cantidad —sonrío estúpidamente imaginando tener mi primer libro publicado entre las manos.—Ahora llegamos a lo importante, el cálculo del precio: en el país los costos de producción son baratos, cada ejemplar cuesta poco más de quince mil pesos siendo una impresión menor a mil números. Pero un García Márquez sube el tiraje, reduciendo el costo a ocho mil pesos o menos por libro— el bolsillo empieza hacerme cosquillas. —Dependiendo de la editorial, el valor de
« Uno se imagina que en una feria todo es bueno, bonito y barato, pero allá eso no existe ¿qué hace que los libros sean tan caros?» Logos
Por: Daniel Mauricio Vanegas Ilustración: Pablo Benavides
El año pasado logré ahorrar cincuenta mil pesos que al final me alcanzaron para comprar dos libros en la FILBO. Cada uno costo más de veinte mil pesos, dejándome con menos de diez para un almuerzo tan común como mediocre: empanada con gaseosa. Si los libros son caros, los almuerzos, ni le digo. Y se acabó la plata. Uno se imagina que en una feria todo es bueno, bonito y barato, pero allá eso no existe. Me sentí robado y pensé ¿qué hace que los libros sean tan caros?, el papel no siempre es el mejor y ni siquiera me compré los de tapa dura. Y sé que usted se ha preguntado lo mismo alguna vez. Por eso este año decidí averiguar, para dar más calma a mi bolsillo que a mi mente, cómo se calcula el precio de los libros. Antes de ir esta tarde a la FILBO almuerzo con mi tía Diana Restrepo, directora técnica de la Biblioteca Luis Ángel Arango (persona perfecta para resolver mis dudas). Mientras comemos le suelto mis preguntas; ella apenas se ríe y responde —Me diste cuerda para hablar— sabiendo que cuenta con toda mi atención, comienza a explicarme lo que se conoce como la cadena del libro. El proceso nace cuando el autor decide publicar un manuscrito: Digamos que tú eres el autor— me propone —tienes la opción de publicarlo por tus propios medios trabajando con un equipo de corrección de estilo y diseñadores gráficos, dándolo a conocer mediante medios gratuitos como internet o negociando con una librería bajo el método más popular, conocido como en consignación: la librería expone tu libro y solo al haber una compra, cada parte gana dinero. —Listo ¿y cuánto gano yo? — La repartición se acuerda en una reunión entre el autor y un representante que se conoce como el librero, por ley gana entre el 30% y 55% porque era una persona que conocía cada libro del local y lo manejaba por años. Ahora casi han desaparecido. — Muy mal, pero bueno, ¿y si quiero trabajar con una editorial? — En ese caso hablas con un editor profesional, que asume la
Mi tía termina su explicación justo cuando llegamos a la entrada, saca del bolsillo un Jorge Isaacs nuevecito que me ofrece con un “para que lo disfrutes”. Casi no logro hacer la sinapsis correcta para tomar el billete y agradecerle con un abrazo, ella se despide para cruzar la calle, voy hacia la taquilla y esperando en la fila, empiezo hacer cuentas para los billeticos morados de mi billetera.
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Mi billetico morado
producción se multiplica por dos o por tres, ya que a la ganancia por venta, aunque sea la mitad, hay que restarle los costos de distribución: como desplazamiento de ejemplares a los puntos de venta. —Si entiendo, un libro que costó quince mil pesos producirlo, para que sea rentable, termina costando cincuenta mil. —Exacto. Veo cómo mis ahorros son insignificantes y me da rabia. Pero ella me recuerda que en la FILBO el asunto cambia. Siento como el billete en mi bolsillo, antes diminuto, parece que gana peso y ocupa más espacio en la billetera. Le cuento al lector dos razones por las que bajan los precios: al tener ejemplares represados en bodegas sin demanda, se venden a precios muy bajos para evitar el costo de tenerlos ocupando espacio útil. Así que piense en ese libro a cinco mil pesos que se felicitó por comprar, lo único que hizo fue llevarse un título rechazado por años. Nos ven la cara. Otra razón, que es la de más peso a fin cuentas, es que se elimina el papel de un intermediario entre el cliente y la editorial. El público compra directamente, bajando los precios de venta. Llegando a la FILBO con mis dudas (y las del lector, espero) ya casi satisfechas, recuerdo una más —¿la cadena del libro que me explicaste la puedo aplicar a cualquier libro? es decir, siempre están esas ediciones tentadoras, de tapa dura, papel fino, que pierden todo el encanto al verles el precio— —Lo que pasa con esos ejemplares, es que generalmente son de editoriales extranjeras, y todos los costos de envío, siendo por barco (el más económico pero más demorado) o por DHL (envío aéreo pero más costoso) son asumidos por el comprador. Así de simple. El precio total del libro aumenta fácilmente en un 150%— me duele el bolsillo.
Por: Andrés Gulla-Ván Fotos: Angelica Gonzales
Esa biblioteca que idolatré cuando era niño ahora me pertenece, está en mis manos; libre de tomar decisiones sobre ella. Cuando dejó de ser un decorado y se convirtió en un portal erótico tuve que tomar medidas. Algunos títulos los he desechado y otros se incorporaron: rústicos, con hojas manchadas o libros que padecen de alopecia. Esa literatura de sagas, de chismes políticos o espirituales, de autores mediocres y de temas banales fue la primera en desaparecer. Pero la búsqueda de buenos libros es una lucha muy sufrida, hay que recorrer todos los espacios; desde el mundo donde se venden libros robados, hasta librerías tradicionales y las grandes cadenas donde se percibe que es Un mundo feliz, pero tras esa imagen se oculta una cara del capitalismo mordaz. Mi búsqueda fue un fracaso con tanta narcopolítica y revelaciones tántricas de calvos brasileros que no pudieron con el fútbol.
«Aunque el espíritu independiente sea grande, al igual que las editoriales industriales, estas se ven bajo las mismas reglas del capitalismo salvaje.»
Es curioso que con la capacidad de adquirir autores y títulos para abarcar un mercado completo las editoriales grandes no logren satisfacer a todos los lectores, con ello surge una inquietud: ¿qué pasa cuando las grandes editoriales, las cuales parece que dominan el mercado, se quedan cortos en cuanto a la variedad y calidad de sus catálogos? La respuesta a esa pregunta llegó cuando encontré entre mi biblioteca un libro que parecía huérfano, un libro sin hermanos ni pares. Un libro de una editorial independiente. Estas establecen sus deferencias con respecto a los peces gordos industriales en que los independientes tienen ese nicho donde no hay libros para lectores cualesquiera. Como una epifanía aparece en mi mente la silueta de un gato que reposa en el lomo de un libro:Opio en las nubes de Rafael Chaparro Madiedo, obra estandarte del espíritu underground, urbano, con lenguaje ágil y un tanto contestatario, sello en la colección narrativa. Este fue el libro que catapultó a la Editorial Babilonia, encabezada por Esteban Hincapié quien es fundador y editor de la misma. Así que decidí buscar a Esteban con el objetivo de hallar una perspectiva sobre el negocio editorial en el país, visto desde el lado independiente y su experiencia adquirida. Editorial Babilonia nace en 1999. La mayoría de sus títulos están en su colección de narrativa, entre los que se destacan: El siguiente por favor, de Íos Fernández; El rumor del astracán, de Azriel Bibliowicz; Un beso de Dick, de Fernando Molano Vargas, De música ligera de Octavio Escobar y Opio en las nubes. En su mayoría, estos títulos tienen en común una fina hebra que les une: el amor. Sí, ese amor visceral, crudo y supurante que muchos hemos sentido y que incluso yo mismo sentiría unas horas después ese mismo día cuando encontré a mi Amarilla,mi A, en compañía de otro (pela)gato. Al hablar de los títulos que le componen, se indagó en el negocio editorial que es calificado de azaroso por Esteban debido a que el costo invertido en la producción no se ve retornado en la misma medida.
lo anterior, estos se han visto arrojados a tiempos muy duros en donde las grandes cadenas tienen sus propias librerías, marginando de a poco el espacio de las librerías tradicionales. Y si los editores rebeldes no adoptan una posición al respecto de respaldo, el decaimiento del negocio editorial es inevitable. Lo mismo ocurre en cuanto al tiraje de libros que estas editoriales producen, según Esteban, «si yo como editor solo me preocupo por poner 200 libros para 200 lectores, debería revisar muy bien cuál es mi papel como editor». Respecto al crecimiento del gigante de la industria, Penguin Random House, Esteban ve con buenos ojos la adquisición de Alfaguara, dado que considera que Random ha sido una empresa que ha sabido manejar bien sus procesos, y “creo que puede darle el peso a lo que es políticamente Alfaguara, es decir, tiene una serie de escritores que conducen la opinión de Latinoamérica, y eso hay que saberlo manejar. Mejor Random siempre que Planeta”. Le pregunté a Esteban su opinión sobre el precio de los libros en Colombia. El precio de venta al público de libros hechos en Colombia no le parece alto, lo que pasa es que hay una situación triste; los importadores que traen libros de España ponen títulos a $120.00 dados los impuestos, el cambio de moneda, fletes, etc. Lo que hay que revisar es qué función están teniendo los editores en Colombia al no tener la capacidad de negociar los derechos de esos libros para producirlos acá y así reducir costos. «Yo creo que los editores colombianos, me incluyo, no nos hemos arriesgado a nego-
ciar en el exterior los derechos». En las palabras de Esteban, embarcarse en este proyecto editorial no ha sido ni sencillo ni de génesis exclusivamente de él, desde el principio ha tenido el apoyo de Luz Mary Giraldo, de Héctor Abad Faciolince, Rafael Chivatá, entre otros. Lo nuevo que viene para esta editorial es: una antología de poemas de Jim Morrison en nuevas versiones, hechas por Pablo Estrada y Phil Stoneman; así como canciones de Carlos Gardel presentadas como poemas y una versión
El taxidermista había hecho un buen trabajo, pero Limón se percató de la ausencia de su mejor amigo cuando este no miró al sol salir de su escondite.
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El caso de la Editorial Babilonia
La diferencia fundamental entre una editorial pequeña y una industrial, es el volumen: de títulos, de ventas, de tiraje, etc. Él dice que un catálogo no se puede sostener con la venta de uno o tres libros. Lo mínimo, para que una editorial pequeña se sostenga, es que en su catálogo haya más o menos 15 títulos, dado que las ventas son bastante irregulares, ya sea por cosas mediáticas, por momentos coyunturales. Sin embargo, Esteban también hace la salvedad que no se puede medir el éxito de una editorial por la cantidad de ventas que se haga por mes. Puede que alguno de sus títulos solamente venda 2 o 3 ejemplares al mes pero, para él, el éxito recae en que esos títulos no se han dejado de vender en 10 años, lo que logra a fin de cuentas un reconocimiento de marca y devuelve el aliento al saber que sigue habiendo lectores para esos títulos. Es necesario tener conocimientos de cálculo editorial, de microeconomía editorial,porque aunque el espíritu independiente sea grande, al igual que las editoriales industriales, estas se ven bajo las mismas reglas del capitalismo salvaje. Mientras más costos fijos se puedan reducir, mejor. Es por eso que Esteban no tiene sueldo, y por lo que el diseño editorial y la corrección de estilo se terceriza en freelance. Sin embargo, hay un grupo de colaboradores que se ha mantenido desde el principio; ya sea como lectores o distribuidores. Pero que sea pequeña no quita la valentía de imprimir por lo menos 1000 ejemplares de cada título. Y es que a pesar de que en el mercado hay la impresión bajo demanda, en palabras de Esteban, existe una especie de ficción alrededor de esta, pues la calidad se disminuye y el precio unitario se dispara. En cuanto a los libreros y la relación particular que Babilonia tiene con ellos, se aprecia el trabajo de un buen librero dado el importantísimo papel que juega en la cadena de producción, distribución y mercadeo de los libros; a pesar de
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Editoriales independientes:
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¿Se es un escritor que lee, o un lector que escribe?
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«Nosotros no tuvimos que matar a García Márquez»
Entrevista a Juan Esteban Costaín
Por: Javier Vargas Fotos: Ángelica Conde
Javier Vargas Quería empezar preguntándole por su juventud. Por lo que hizo que decidiera inclinarse por la historia y por la literatura.
Juan Esteban Constaín Mi familia ha tenido, o tuvo, siempre un vínculo muy profundo con el arte, con las humanidades. Al punto de que, y esto ya lo he dicho antes, si uno en mi casa se atrevía a decir que iba estudiar medicina o administración o derecho, ponían el grito en el cielo, que es lo contrario de lo que siempre pasa. Allá lo obligatorio era estudiar arte y ser teatrero o ser poeta. También, por cuenta de mi pasión musical, cuando me enloquecí con el rock británico de los 60 y 70 y que empecé a tocar guitarra, a los dieciséis me fui al Reino Unido pensando buscar un destino así. Pero allá terminé dedicándome a la historia porque siempre me había apasionado, aunque era vago y no fuera un gran lector. Y cuando empecé a trabajar me interesaba mucho la investigación y la historia como una disciplina intelectual, como lo que es o debería ser, pero también consciente que al final lo que más me estaba gustando
Claro, fue por esa novela que yo lo conocí a usted. La leí hace unos dos años. Quedé tragado de Momigliano.
¿Pero fue una decisión o algo más bien gradual?
Pues me encantaba la literatura y leía tanta literatura como historia. Mi pasión era leer. Y oscilaba siempre entre libros de historia y grandes escritores que me gustaban mucho. En esas lecturas encontré a una cantidad de autores, desde Álvaro Mutis y Enrique Serrano, por decir los colombianos, hasta Marguerite Yourcenar y Zoé Oldenbourg, para hablar de escritores de afuera, que combinaban la historia con la ficción. Entonces leyendo ese tipo de autores me di cuenta de que eso se podía. Leyendo Marzo de Mujica Láinez, leyendo a Borges, por supuesto. Y empecé a escribir, sin muchas pretensiones y sin otra idea que hacerles un homenaje a mis maestros y a los temas que me gustaban, unos cuentos. Pero, como le digo, no buscaba ni aspiraba a ser en ese momento una apuesta literaria. Empecé a escribir como unos cuentos que son unos relatos históricos sobre escritores y un amigo mío, Gabriel Iriarte, que hoy es mi editor en Random House y que en ese entonces era el director editorial de Planeta, me preguntó un día si yo no escribía ficción. Yo le dije que sí, le pasé unos cuentos, a él le gustaron, me dijo que si hacíamos un libro, me preguntó si tenía más, yo le dije que sí —yo no tenía más— me tocó sentarme y escribir los demás rapidísimo, lo confieso, una semana santa del año 2003, escribí como diez relatos en ocho días. El libro salió y lo publicó planeta y tuvo buenas reseñas, pues yo dije “de pronto ahí hay otra puerta que no es solo para mamar gallo sino de pronto puede ser chévere” Y me metí a escribir mi pri-
Es que es divino ese personaje. Tenía la idea de escribir la novela y había hecho toda la investigación sobre el calcio florentino, y un día antes de sentarme a escribir, soñé con Momigliano. Yo tengo por ahí una biografía de él y cuando me desperté, abrí la biografía y donde puse el dedo, era una escena en la que el tipo se iba a zoológico con sus amigos a emborracharse y a hablar de Homero, y yo me cogí de eso para empezar a escribir y se volvió una novela sobre él, y claro, sobre el fútbol.
Precisamente le quería hacer una pregunta sobre ese pasaje, porque no hace mucho leí Todas las almas, de Marías, y leerla me hizo acordarme mucho de ¡Calcio!, esta escena de académicos emborrachándose. Y usted en varias ocasiones ha, digamos, profesado su amor por Marías, entonces quería preguntarle si ese leve parecido fue premeditado o si simplemente se dio así. Pues le digo que en efecto admiro muchísimo a Javier Marías, es uno de mis autores favoritos, y obviamente sí creo que habrá de ejercer una gran influencia sobre mí, al punto de que la novela que viene, con toda claridad lo digo, sí. Pero cuando escribí ¡Calcio!, todavía no había leído el ciclo de Oxford, había leído otras cosas. Vidas escritas, que es una obra maestra. Un libro de ensayos sobre escritores, pequeñas biografías de escritores y es una obra maestra. Eso era lo único que había leído de Javier antes de hacer ¡Calcio! Entonces después de leer el ciclo de Oxford, después de haber leído Todas las almas y la que más me gusta que es negra espalda del tiempo vi que claro, hay una cantidad de cosas que coinciden y que pertenecen al mismo mundo.
¿Y qué otros escritores contemporáneos le gustan?
Muy pocos. No soy un buen conocedor ni un buen lector de literatura contemporánea. Hay un inglés que se llama Nick Hornby que me gusta. De España he leído a Millás, a Eduardo Mendoza, a Muñoz Molina, pero los que más me gustan son Pérez Reverte y Marías, siendo muy distintos, siendo muy amigos también. Pero es que todavía estoy muy retrasado en mis lecturas y no he leído casi nada. Bolaño no me gusta para nada: lo he empezado a leer y no me interesa para nada. De Vila-Matas me
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era la dimensión narrativa de la historia. Igual siempre oscilé entre el amor por la historia y el amor por la literatura y así fue como, siendo profesor, me fui deslizando de la academia y la historia hacia la narrativa y la literatura, ahí empecé; y digamos que en eso influyó mucho el azar y la suerte porque en momentos fundamentales conocí a quienes me ayudaron a dar ese paso definitivo y lento.
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En realidad no me sorprende que su casa esté atestada de libros. Pero al estar en presencia de ellos de repente tengo la sensación de que no importa cuánto me gusten: hay un abismo entre la relación que yo tengo con los libros y la que tienen ellos con Juan Esteban Constaín. Algo que va más allá del hecho de que él haya leído más libros que yo o que mi biblioteca esté compuesta de tan solo dos modestas repisas. Algo que raya en la pura camaradería, como si le estuviese conociendo a un amigo de la infancia. Quizá sea que los estantes son más altos que yo y me siento intimidado, al punto de que escucho a los libros susurrar cosas que tienen que ver con que no soy nada y que no valgo nada bajo la mirada acostumbrada y divertida de Constaín, que quizá disfruta cuando sus libros reciben con ese tipo de chanzas a las personas que lo visitan. Y así me esfuerce por convencerme de que es una estupidez producto de una insolación al correr, me como el cuento. Me siento y mientras me tomo la CocaCola con hielo que me ofrece, me ataca otra sospecha: que Constaín es feliz, que en este rincón tranquilo y abastecido de libros y sofás cómodos quizá no necesite de más, que acá tiene todo lo que quiere. No sé, puede que en el momento en que me vaya se disipe esa neblina amable y tanto él como yo volvamos a la dura realidad, pero no creo. Incluso ahora yo también soy feliz; y sin ninguna clase de vergüenza se lo hago saber. Sonrío estúpidamente hasta que comprendo que estoy ahí para hacerle una entrevista, y entonces comienzo.
mera novela, El naufragio del imperio, que fue de puro aprendizaje, porque no sabía nada de escribir una novela, había leído a mis maestros y tenía una anécdota, nada más. Ahora, yo no la he vuelto a leer pero me gustó mucho escribirla, me divertí y aprendí un resto. Luego me fui a Italia a hacer una maestría, todavía en la academia pero cada vez más desencantado; o sea, era un pretexto para estar en Italia. La hice, la terminé. Y estando allá se me ocurrió la idea de mi segunda novela que es ¡Calcio! Le fue muy bien en todo el tema de las críticas, de las reseñas, incluso comercialmente.
gustan sus ensayos, pero no me gusta su narrativa. De América Latina ni siquiera tengo clara cómo es la vaina ahí. Quizá Andrés Neuman, que escribe bien y me parece chévere o Margaret Atwood, Noteboon me encanta, me parece un monstruo. No me gusta Murakami, por ejemplo. No he leído casi nada de Philip Roth; me gusta Joseph Roth. A McEwan tampoco lo he leído mucho. Y uno que ya se murió pero que era maravilloso, Sebald, me parece un maestro.
¿Y colombianos?
Pues los he leído a todos y la verdad es que tengo una visión muy positiva de la literatura colombiana reciente. Me encanta Enrique Serrano, que me parece un maestro y lo es. Un gran escritor, un gran prosista y sus ficciones históricas me parecen magistrales. Me encanta Ricardo Silva Romero. Lo que pasa es que en esos dos casos hay un sesgo personal muy grande y es que ambos son amigos míos, amiguísimos. Los quiero mucho pero por suerte ambos son muy buenos escritores. Sería terrible que no lo fueran, entonces igual me tocaría leerlos y me gustarían. Ricardo es un escritor que tiene una cosa muy difícil de lograr en literatura que es una voz propia
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Decenas de universos incorruptibles a espaldas de un curioso y mortal explorador.
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y un universo propio. Él tejió un universo que fue suyo desde el principio. Y muy particular, ese universo es como él, como sus columnas, como sus opiniones. Me gusta muchísimo Juan Gabriel Vázquez, un gran escritor. Tipo disciplinado, talentoso, con unos temas serios y escribe muy bien. De los que son un poco más grandes como Abad, Gamboa, Mendoza, los he leído y me agradan. También Antonio García. Juan Cárdenas, que acaba de aparecer y publica más en España que acá, es excelente. Carolina Sanín me gusta mucho, me parece que tiene una prosa y un estilo únicos. Luis Fernando Charry… Sí, me gustan.
Entonces no hay un escritor de su generación, por ejemplo, que a usted lo haga decir “no, éste no”.
Eso lo hemos hablado mucho con Ricardo y con muchos de los demás también —sin que haya ninguna estructura generacional que nos agrupe, en absoluto—: nosotros tuvimos la enorme ventaja de que ya no teníamos que matar a García Márquez. Ya la sombra de García Márquez no era la de él como un autor colombiano, sino la de él como una estatua venerable, como un clásico de la literatura universal. Eso fue lo que mató a la generación de contemporáneos a él y a los que vinieron inmediatamente después, que vivieron muy amargados y muy resentidos porque eran unos genios o creían serlo—peor que ser un genio es creer que se es uno— Y les fue muy mal porque nadie iba a leerlos con García Márquez allí. Germán Espinoza y todos ellos vivieron muy amargados y creyendo que García Márquez les había robado una gloria que ellos se merecían. Pero a noso-
tros no nos tocó eso; y también nacimos en una época en la que todo es muy fácil. O sea, si uno quiere publicar, publica, y lo hace en editoriales grandes y buenas. Entonces cada quien encontró su espacio sin rencillas y sin mayores problemas. Por eso yo tengo esa visión favorable que le digo sobre la literatura colombiana y es que hay unos que me interesan más y otros que me interesan menos, como lo mío les interesará a unos y a otros no; pero me parece que todos lo han hecho bien. No puedo decir que en ninguno de esos casos hay un fracaso, o una equivocación, o ausencia de talento. En todos esos casos yo creo que hay talento.
Por ahí me enteré que presentó su nuevo libro, El hombre que no fue jueves.
Es una novela sobre un escritor al que adoro, Gilberth Keith Chesterton, que era un gran humorista, gran prosista, poeta, autor de relatos policíacos, ensayista como no hay otro y católico; muy beligerante y mordaz, con una lucidez implacable. Y resulta que desde el 96 hay un intento disparatado de unos
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«Escribo porque me gusta, porque me hace feliz, porque me entretiene. Con la esperanza de resultar lo más entretenido y amable posible para mis lectores, muchos o pocos.»
seguidores suyos en todo el mundo, que incluyen una cantidad de curitas, que quieren que la iglesia católica lo vuelva santo. Entonces la novela es sobre el proceso de santidad de Chesterton. Un divertimento en la misma senda de ¡Calcio! Jugando con la realidad y la ficción. Hablo sobre un presunto proceso de santidad de Chesterton, anterior a éste que le cuento, en el año 58, porque el tipo supuestamente le había prestado unos servicios a la iglesia haciendo espiritismo. Él en su juventud fue espiritista. Tiene ese nombre por la novela de él El hombre que fue jueves.
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Perla Suez
Por: Michelle Páez-G Ilustración: Jonathan Arevalo
Y hay muertos que prefieren taparse con silencios. La vida y la muerte guardan relaciones tan remotas y complejas, que jamás la idea del vigor o el “sueño eterno” de un cuerpo podrá simplificarlas. Hay muertes en vida, letargos. Acerca de esos súbitos adormecimientos y el relato de dos vidas que no pueden prolongarse sin recurrir a palabras. Escriben una cordobesa y una antioqueña; cada una un fragmento autobiográfico. Declaran, como lo hicieron miles de mujeres en medio oriente durante la Partición, cierta experiencia del dolor y la incapacidad para nombrarla. Develan unas imágenes hirientes que rehúyen al lenguaje. A esas autoras antecede en tiempo la historia de Hassan Manto sobre Sakina, una de las más de cincuenta mil mujeres que –entre hindúes y musulmanas– vivieron el enfrentamiento de la India y Pakistán durante la Partición, en 1949. Aquella niña viaja con su padre, Allende la frontera. Se separan. La escena del reencuentro es la de un hombre añoso y otro cuerpo que no articula palabras pero proclama a gritos su brutal violación. El anciano se contenta: está viva. Sólo la niña guarda luto por sí misma; calla. Su duelo no se entierra como se entierran los muertos1 . El suyo es un dolor que no consigue decirse y que sólo a fuerza de evadir detalles y anestesiar recuerdos logra mostrarse en un lenguaje metafórico: es como un veneno o como un hijo que se rehúsa a nacer y cuyo parto impedido redobla el sufrimiento. Recuerda la extrañeza del cuerpo que ya no se reconoce como antes y se rebulle en un letargo. Esa insuficiencia de la lengua para expresar una experiencia de abducción y violación es tanto como la dolorosa paciencia de Piedad Bonnett para reconstruir a Daniel, su hijo muerto; tanto como los espaciados párrafos que recrean la voz amortiguada de la joven
De este dolor, las metáforas y la experiencia de silencio de las mujeres durante la Partición se encarga Veena Das.
que fue Perla Suez en presencia de la muerte y la locura. No es la demencia, el suicidio o la maternidad, sino el silencio. Ese las vincula. Ambas son como esas lejanas mujeres con dupatta (velo) y esas niñas. Embargadas las dos por el dolor en un espacio mudo. Piedad teme porque intuye que por momentos su duelo la acerca a la locura. La mente se abisma a «un mar negro, infinito, sin orillas» y en esas aguas el cuerpo tiende a entregarse dócilmente a la muerte. Perla mientras tanto es una niña y «siempre es la niña la que debe callar». Y Piedad, ya madura, esconde las lágrimas porque no quiere traspasar sus raptos de pena; no habla «porque ninguna palabra expresaría verdaderamente el sentimiento». De un lado la locura y de otro el fracaso en la expresión, así es que la experiencia de pérdida las proscribe a ambas al umbral de una muerte en vida. Y si es verdad que los hechos acorralan siempre a las palabras, Piedad y Perla están a su vez dolorosamente acorraladas por éstas. Un sinfín de imágenes concurren en la mente envenenándola, embarazándola de dolor y conjurando el letargo. Cada sabor, cada sensación táctil, cada recuerdo incrustado en la carne se repite mil veces, antes y después; todavía, eternamente. Puede «nacer de improvisto, en forma de un repentino desaliento, de un aleteo en el estómago, de náusea», dice Piedad. ¿Y cómo hacer la pérdida inteligible si la existencia entera se muestra profundamente indiferente en su orden; tan inútil, cruel y sin sentido? Piedad se dirige a buscar fotografías y a repasar sus álbumes. Perla se esconde del mundo «bajo la luz del foquito rojo», en el revelado de retratos. La una quiere «hurtarle su ausencia a la muerte» hurgando entre papeles brillantes; la otra se complace en disparar a mansalva, apoderándose de bocas y ojos y manos con una Pentax. Pero al cabo de un tiempo las dos se alzan en contra de esas imágenes que con�nan a una realidad estática de e�gies petri�cadas y monumentos. ¡La fotografía!, dice Piedad, «recupera y mata». Un día esas imágenes serán la respuesta plana y férrea al
interrogante por lo que fue y ya no es. Serán incapaces de mostrar el movimiento de los vivos y el dolor de otros, los medio muertos. «Ahora necesito ver las imágenes en movimiento», suplica Perla. Y entonces escribe. «Escribe una historia que no acaba nunca». Y Piedad Bonnett también escribe, pues «narrar equivale a dis-tanciar, a dar perspectiva y sentido... Porque, como dice Millás, la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas». Pero cada una, como Sakina, se duele de las palabras que no alcanzan, los puntos suspensivos, los espacios. Y es que «hay algo en la memoria que llega con la rapidez de la luz» y que no sólo no puede apresarse en estampas, sino que es también innombrable. Sus búsquedas son testimonios del terco intento de lidiar con las palabras para parir el dolor ahí, entre puntos, paréntesis, metáforas. Con palabras, dice Piedad, «porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba»; con ellas que son las únicas capaces de hacer volver a un cuerpo de su hondo letargo. Leer a Piedad y a Perla me descubrió que hay una secreta comunión en ese silencio femenino. Que hace falta bravura para exhumar el propio dolor, devolverlo al lugar del lenguaje. Este recuento es para mí, para ellas; todas. Muertas en vida. Calladas. Ambos libros son mis recomendados.
«Sus búsquedas son testimonios del terco intento de lidiar con las palabras para parir el dolor ahí, entre puntos, paréntesis, metáforas»
23 ex-libris / libro
«Las palabras no son como los muertos que con tierra se pueden tapar.»
Logos
Dos escritoras del silencio
«Al punto que la Biblioteca se parece en su interior a un cuarto de San Alejo, a un vientre de un buque sobrecargado que puede naufragar»
…El San Alejo del Saber
25 ex-libris / libro
Biblioteca Nacional
Logos
Por: Antonio Morales Riveira Ilustración: Rocío Mikulic
Si la nación es un todo, en la Biblioteca Nacional está todo lo que hemos vivido, pensado, sufrido, amado, soñado, creado. Toda la memoria de lo dicho, de lo escrito, de lo contado, de lo cantado, expuesta en anaqueles o apilada en cartones. A la mano y a la vista de quien quiera refundirse en los laberintos físicos de sus salas, corredores y pisos o en los espacios mentales y emocionales del conocimiento que espera latente en libros, periódicos, revistas y grabaciones. La Biblioteca recibe día a día todo lo que se publica y edita en Colombia en materia de impresos y de grabaciones. Desde el libro más vendido hasta el último folleto publicado en un apartado municipio. Es el llamado Depósito Legal. Corredores, cuarticos, escondrijos y hasta baños, son hoy en día utilizados para almacenar los impresos y audiovisuales con el fin de incrementar la memoria cultural y garantizar su conservación. Todo se está llenando. Y, aunque debidamente preservados, los arrumes de textos invaden los espacios menos previstos. Al punto que la Biblioteca se parece en su interior a un cuarto de San Alejo, a una especie de vientre de un buque sobrecargado que puede naufragar. En materia de Depósito Legal de revistas y periódicos, la Biblioteca tiene aún “espacio” si se le puede llamar a eso hasta el último recoveco, para tan solo los próximos cinco meses. Después, literalmente, no cabrá un impreso más. Y en materia de libros, tan solo quedan disponibles seis anaqueles. El tiempo se agota y el edificio necesita ampliación o trabajos inminentes,además de bodegas con temperatura adecuada y medidas de seguridad contra eventos catastróficos, como terremotos o incendios. En el mismo edificio está la reserva de copias de las ediciones, es decir el ”backup” físico. De cada libro consultable por el público, hay una copia en reserva. ¡En el mismo lugar! Tanto como hacer un “backup” de computador de los “documentos” en los propios “documentos”. ¿Qué pasaría en caso de un terremoto en un edificio que no es sismo resistente? ¿La nación y su memoria despanzurradas entre las calles 26 y 24? Al recorrer los pisos y las estancias de la Biblioteca, sobrevienen dos sentimientos. La admiración profunda por el legado de eso que llaman la patria, por los miles de días y noches de nuestros autores escribiendo realidades y ficciones, poetizando la existencia o contándonos de nosotros mismos, de nuestra flora, de nuestro imaginario colectivo. Esa admiración que nace desde la vista de repisas y anaqueles, desde el olor a páginas, tintas y cartones. Y, de otro lado, el temor que produce saber que la Biblioteca está al filo de la navaja, no solo porque no le cabe ni un tinto, sino porque todo se puede perder en el mismo sitio… el mismo día. Allí, en los 120.000 metros cuadrados de metáforas y parábolas donde inclusive el fallecido ex director Eddy Torres se asoma vestido de fantasma para darle más realce al tiempo transcurrido. Y todo cada vez más apiñado y acumulado con cariño en cada piso. Como si el país ¿indolente? no quisiera ocuparse de un sí mismo que sabe a página. Hasta que el vaso se rebase y la memoria de una nación esté en peligro de extinción.