Cuentos ironicos 2017 capítulo 2

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El Perro que Hablaba

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EL PERRO QUE HABLABA Aquella calurosa tarde, un hombre cualquiera, como tú o yo, caminaba sin rumbo por una solitaria avenida. En una esquina, otro hombre, oportunista y vivaz, esperaba a la víctima de un plan maquinado maliciosamente, con el que pensaba ganar bastante dinero con poco trabajo. Para distraerse del vapor, que se levantaba del piso con una danza en el aire, el estafador soñaba cómo iba a gastar su próximo botín: cervezas, caballos, algunas fritangas y, si le quedaba algo… mujeres. Lo acompañaban sus fieles cómplices: un perro callejero y un ratoncito gris, este último, tenía la insólita cualidad de hablar, gracias a una fortuita ironía de la naturaleza. En muchas ocasiones, su “amigo” humano le propuso, al ratón, hacer un espectáculo, pero el pequeñín no aceptaba nada sin un contrato justo de por medio, a partes iguales y que le asegurara vivir dignamente durante el resto de su roedora vida; pero días antes, en la tenebrosa mente de aquel estafador se encendió una chispa de maldad: —Venderé al perro insinuando que habla, pero será el ratón quien estará escondido en un pequeño sombrero, le ofreceré la mitad de las ganancias al ratón y para convencerlo firmaremos un papel, diciendo que es un contrato. Tan pronto como pudo le presentó la idea al ratoncito pero, éste dudaba del hombre por su ampliamente conocida fama de mentiroso, egoísta, ladrón y estafador, además de... en fin, la lista es muy larga, sin embargo, día a día era presionado, continuamente, hasta que logró convencerlo. Según el estafador, el plan era sencillo: el ratón se alojaría en un sombrero que llevaría el perro, le mostrarían al comprador que el perro podía hablar, éste quedaría tan fascinado que lo compra, se lleva al perro con el ratón escondido, el estafador los seguiría hasta su casa y en la noche, a la primera oportunidad, el ratón escaparía y se encontraría afuera con el estafador, repartiéndose el botín por la mitad y todos contentos. Para el ratón era muy simple para ser cierto, el estafador jugó su última carta: —Y para que veas que voy en serio, aquí tengo un contrato. —Al ratoncito le brillaron sus ojitos como dos perlitas oscuras, movió sus bigotes de un lado a otro y le dijo al estafador con dudas: —Déjame verlo—, el hombre sonrió para sus adentros, porque el ratón ya había mordido el anzuelo, sólo faltaba recoger el hilo con cuidado para que no escapara la pesca. —¡Cómo no! Aquí lo tienes —. Colocó el papel arrugado y toscamente escrito en el suelo, el ratón se acercó, lo leyó pero, no entendía mucho los detalles legales del David Alexander Garrido Michalczuk


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contrato, que apenas era una lista de los pasos del plan; no podíamos esperar mucho de la criaturita: nunca tuvo educación formal, aprendió a leer porque creció en un colegio de primaria, pero de allí a tener estudios universitarios de leyes, ¡vaya!, ya le estamos exigiendo demasiado. El ratón se conformó con el documento y aceptó, el estafador apenas pudo controlar la alegría y con un apretón de mano y pata, según convenga el caso, una firma chueca y unas pisadas de ratón hechas con aceite de motor sobre el “contrato”, dieron por cerrado el acuerdo. El estafador al fin podía sacar provecho del ratoncito, solo faltaba esperar que un tonto con dinero pasara por allí, en esa tarde calurosa. —Al primer estúpido que pase le ofrezco el perro—. Dijo en voz alta el estafador mientras esperaban en la entrada de un callejón, el ratón le preguntó desde el sombrero, perfectamente instalado sobre la cabeza del perro: —Y ¿Cómo sabrás cuál es el tonto correcto? —Tranquilo, yo los huelo a kilómetros de distancia, tengo un excelente olfato para eso—. Dijo sonriendo para sus adentros mientras recordaba cómo había engañado al ratón. —Sin embargo, ¡parece que se te pierde después que comes caraotas con chicharrón! —el estafador gruñó: —¡Ah, ya cállate! ¡Allá viene uno! —dijo emocionado—. Haz silencio hasta que te diga. Aquella víctima inocente venía caminando por la avenida, inoportunamente solitaria, en plena tarde y con un calor asfixiante, agudizando el congestionamiento de las neuronas, era esa hora cuando un ser humano normal se vuelve tarado y somnoliento, definitivamente, el momento perfecto para el estafador. Salió a su encuentro, y como es de esperar, nuestro personaje cayó en la trampa: quedó fascinado con el discurso elocuente, aunque aún escéptico, el estafador lo dejó a solas con el perro para que se diera cuenta que “no era ningún truco de ventriloquia”, el hombre sorprendido por las facultades del perro, decidió comprarlo: —Hablemos de precio ¿Cuánto pide? —Ahhh, usted quiere ser más vivo y negociar ¿Cuánto puede ofrecer? ¡y sin regateos! Mire que este perro vale más que su peso en oro. El hombre acaba de cobrar el sueldo y unos bonos, metió la mano en el bolsillo y sacó el paquete de billetes: —Bueno, lo que tengo es est... —¡Eso mismo es! —dijo el estafador arrebatándole el dinero de las manos. —¡Pero no puedo dártelo todo! ¿Cómo sostendré a mi familia? —¡Hay que ver que si eres atrevido, hombre! Te estás llevando a este perro que habla, con las ganancias que te produzca vivirás como un rey por un rato David Alexander Garrido Michalczuk


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laaaaargo. —El estafador empujó con el pie al perro, el ratón entendió la seña e hizo que el perro mirara al comprador y le dijo melancólico: —Ande señor, cómpreme, ande. El pobre tonto al ver los ojos tristes del perro, entrenado para tales artimañas, terminó de convencerse y le dejó todo su dinero al estafador; quien contó cada billete, comprobada la cantidad se despidió de su amigo canino, pero cuando estaba completamente emocionado porque al fin se libraría del ratón y obtendría dinero a cambio, alguna conjunción planetaria o un fenómeno electromagnético provocó que el cerebro del hombre vilmente engañado produjera una sinapsis en algunas de sus pocas neuronas y le dijo: —¿Puedo preguntarle por qué está vendiendo al perro si puede hacer fortuna en espectáculos y giras, ganando cientos de veces la cantidad que yo le di? El estafador abrió los ojos como dos huevos fritos, no contaba con que le hicieran esa pregunta, pero respondió estrictamente lo que le preguntaban: —No, no puede preguntarme. Para la suerte del estafador, el fenómeno astral que provocó la iluminación mental del comprador pasó tan rápido como vino: —Ok. —Le aseguro que no se arrepentirá, chao —El estafador se despidió cerrando su ojo derecho, señalando con su dedo índice y pulgar como una pistola y haciendo un chasquido con la boca, luego se perdió en la oscuridad del callejón y el hombre se llevó al perro y a su acompañante, sin saberlo, que confiaba salir de aquello esa misma noche. Es inevitable el momento siguiente en esta historia: cuando el tonto comprador llegó a su casa, le presentó el perro a su mujer, le contó la fabulosa historia de su compra; es totalmente predecible pensar que su mujer lo insultó, pateó, y figurativamente, se lo comió y vomitó, lo volvió a insultar y faltó poco para que agarrara un bate de aluminio y le diera unos batazos, sin embargo, también no nos escapa de la imaginación, verla perder la razón cuando el perro le gritó hastiado: —¡Ya está bueno peazoe’loca! ¡Deja a ese hombre tranquilo! Abrió tanto los ojos que casi se le salen de las órbitas, la boca permaneció abierta como un túnel y, luego, un golpe seco cuando se desmayó, el perro se acercó a lamerla para despertarla, cuando volvió otra vez en sí, el perro le preguntó: —¿Está bien? Los ojos de la mujer se pusieron bizcos y otra vez se desmayó, el hombre iba a llevarla al cuarto, pero cuando midió la majestuosa obesidad de su esposa decidió dejarla tirada en el piso, llevó al perro al patio y se dedicó a reanimar a su cónyuge. Cuando estaba lo suficientemente oscuro afuera, el ratón aprovechó la oportunidad para intentar escapar; miró, por unos huequitos estratégicos que había David Alexander Garrido Michalczuk


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hecho en el sombrero, para cerciorarse que estaban solos y luego levantó el sombrero lentamente, volvió a mirar a los lados, y cuando se sintió seguro ¡ZOOOM! Se dio a la fuga. Bajó rápido del perro y corrió hacia los linderos de la casa, subió una pared, caminó por el borde del techo y comenzó a buscar a su socio en la calle, no lo veía por ningún lado, lo llamó con cautela para ver si salía de algún escondite, pero nadie respondió, el ratón esperó un rato, le parecía verlo en cada sombra moviéndose en la calle, sin embargo, nadie llegó; cuando la frustración lo sobrepasó, apretó los dedos de las patitas y se le oyó decir algo sobre la madre de su socio, lo cual es curioso porque no la conocía. Desahogado, respiró profundo y suspiró, ya se sabía abandonado, pudo imaginarse a su ex socio sentado en un bar consumiendo el dinero en bebidas, ese dinero con el que pensaba llegar a la vejez, en los próximos dos o tres años. Lamentando su suerte, abandonado, sentado en el borde del techo de la casa, en la oscuridad de una noche nublada, el reflejo de dos luceros brillantes se fueron aproximando por detrás, lentamente, cada vez más cerca, pero con cautela, silenciosos, con sigilo; no pasaron décimas de segundo cuando el instinto del ratón sintió algo. Los luceros se acercaban más y pronto surgió, de entre las sombras, una figura borrosa emitiendo un sonido, gutural y agudo; un ronroneo ancestral conocido por cualquier roedor. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la cola hasta la cabeza como un latigazo, un frío mortal le penetró hasta los tuétanos. Las nubes que cubrían la luna llena se retiraron y dejaron pasar su luz a la tierra, sin embargo, la luz no llegó directamente a él, por el contrario observó la siniestra sombra alrededor de él, con una de las formas del más terrible enemigo del animalito. No le dio tiempo de voltear para confirmar qué era, el rugido que salió de la figura era indicio claro que su vida corría peligro, apenas tuvo chance de saltar hacia el patio antes de que el gato le cayera encima rozándole la colita con las garras: —¡Ay, ay, ayayay! ¡Me amputó mi colita! —gritaba desesperado el ratón creyendo que le había cortado la cola, el gato comenzó la persecución y no dejaría escapar tan fácilmente a su presa; corrieron por todo el patio, brincaron, se frenaban, cruzaban obstáculos, tropezaban cosas que caían por todos lados, hacían cualquier cantidad de peripecias, uno para salvar su vida y el otro también, ya que si no comía moriría de hambre. El gato lo persiguió sin detenerse un momento, el ratón ya se estaba cansando, nada acostumbrado a escapar por su vida, el gato era más rápido, cada vez que el ratón conseguía un hueco donde esconderse, el gato le obstruía el paso, solo se

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salvaba por su agilidad, pero ya la suerte se le estaba agotando así como su energía… lástima que el conejito de las pilas no estaba por allí. Un giro equivocado lo hizo terminar acorralado en una esquina, el felino amenazante se acercaba saboreando victoria... haciéndose agua la boca por su víctima. —¡No me mates! ¡no me mates! ¡no me mates! —rogaba con los ojos cerrados y las patitas de adelante juntas como si estuviera rezando—… bueno, por lo menos que no duela. El gato sacó su lengua y la pasó por sus bigotes, saboreándose el plato aún no comido, ya todo parecía consumado, la mirada maliciosa del gato dejó clara sus intenciones, el ratoncito solo tapo sus ojos con las paticas delanteras y cuando el gato se iba a abalanzar sobre el pequeño...

¡ZAAASSS! El perro brincó sobre el gato, todo fue rápido, unos ladridos, unas mordidas, chillidos del gato, la huida del felino sorprendido sin entender que había pasado y el ratón corrió lleno de emoción hacia el perro: —¡Gracias amigo! ¡Gracias! —El perro lo lamió, realmente lo bañó en saliva, con alegría de que el ratón siguiera vivo, apenas le dio tiempo de sacudirse la saliva cuando el hombre salió para ver lo que pasaba, rápidamente, el ratón se subió a su amigo y volvió a esconderse en el sombrero. —Aquí estas perrito —dijo el hombre —, es hora de darte un baño. Lo llevó adentro de la casa, donde la esposa, otra vez consciente, lo recibió como un rey; fue durante el baño que el hombre se dio cuenta del sombrero: —Ey amigo, vamos a quitarte este estúpido sombrero. —¡No! —gritó el ratón y el perro ladró, el hombre se echó para atrás: —¿Qué pasa?¿No te incómoda? —No, por el contrario, es mi amuleto de la suerte, sin él me da pena hablar. —Caramba, nunca escuché algo así, jejeje, pero bueno, nunca había escuchado un perro hablar, así que no me sorprendería nada. El ratón respiró tranquilo y el baño terminó sin problemas. Pronto organizaron el espectáculo, el hombre renunció a su trabajo para convertirse en el promotor del famoso perro y amasaba grandes cantidades de dinero diariamente con el perro que hablaba, no obstante, todo el dinero que recibía lo malgastaba sin consideración alguna: comida estrafalarias, bebidas, trajes, carros, joyas, muebles y todo lo que a él y su esposa le pasara frente a los ojos. Nunca habían tenido la mesa tan llena ¡y tres veces al día! La

buena fortuna parecía haberle

sonreído, hasta unos productores de cine llegaron con una propuesta con el perro, el hombre estaba extremadamente contento, nunca había estado mejor. David Alexander Garrido Michalczuk


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Así pasaron los días y la fama del perro que hablaba crecía, pero las cosas buenas no son para toda la vida: una tarde el ratón, como tenía por costumbre, bajó del sombrero a comer con el perro evitando ser visto, pero algo distrajo al perro y lo alejó de él, en ese momento el hombre entró a la cocina viendo al ratón comiendo: —¡Un ratón! —¡Dónde! ¡dónde! —gritó el ratón, abrió los ojos y se dio cuenta que había sido descubierto—. ¡A broma soy yo! El hombre agarró una escoba para golpearle, pero el ratón alzó las dos patitas delanteras y gritó: —¡NO LO HAGAS!¡NO LO HAGAS!¡TEN PIEDAD! El hombre se paralizó con la escoba en algo, lo primero que dijo luego de salir del asombro fue: —Cielos, tú también hablas. —No amigo —respondió el ratón aún en posición defensiva—, YO SOY EL QUE HABLA, déjame explicarte, pero… ¿puedes alejar esa escoba de mí? —agregó haciendo con las patitas delanteras hacia un lado. El hombre bajó la escoba y se sentó a escuchar al roedor, quien le explicó toda el plan que había urdido el estafador, como él lo abandonó, en fin, de todo lo que el hombre no sabía qué había pasado, sin embargo, a pesar de haber sido víctima de un engaño, todo ha salido bien hasta ahora. El hombre se quedó boquiabierto, buscó conversación con el perro para comprobar la historia del ratón, le puso el sombrero, se lo quitó y el perro nada que hablaba, lo único que salía de su hocico eran ladridos y más ladridos; el hombre se tiró a llorar en el piso: —¡Ay Dios mío! ¡estoy acabado, todo se terminó! —gritaba mientras se llevaba las manos a la cabeza y se doblaba sobre sí mismo— ¡y no guardé ni un centavo! ¡todo lo he malgastado pensando que era eterno! El ratón movió de un lado a otro su bigote y puso cara de no entender: —Ehhh, amigo, no entiendo la razón de tu sufrimiento ya que todavía no estás acabado, el perro no podrá hablar, pero aún quedo yo, imagínate ¡un ratón que habla! El hombre miró al ratoncito y con una sonrisa compasiva le dijo: —Querido amiguito, ¿a quién le va a interesar un ratón que habla?¿acaso harían una película con uno? Definitivamente, el hombre era estúpido en todos los aspectos.

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