ESQUEMA DEL DESARROLLO DE LA ECONOMÍA MEXICANA DESDE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

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ESQUEMA DEL DESARROLLO DE LA ECONOMÍA MEXICANA DESDE LA CONQUISTA ESPAÑOLA


CUADERNOS DE MATERIALISMO HISTÓRICO


Esquema del desarrollo de la economĂ­a mexicana desde la conquista espaĂąola Gabriel Robledo Esparza

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Primera edición, 2009

D.R. © Gabriel Robledo Esparza, Centro de Estudios del Socialismo Científico D.R. © Sísifo Ediciones

www.bibliotecamarxista.blogspot.com cescedit@prodigy.net.mx

ISBN: 978-607-00-0853-5

Hecho en México, 2009


ÍNDICE

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 I. Conquista de México (1521). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11   Naturaleza de los pueblos en conflicto . . . . . . . . . . . . . . . . . 11   El proceso de conquista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 II. Época de la Colonia (1521-1810). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16   Constitución de la colonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16   El régimen feudal en la Colonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 III. La guera de independencia (1810-1821) . . . . . . . . . . . . . . . 35 IV. México Independiente. De 1821 a 1850. . . . . . . . . . . . . . . .   Fuerzas productivas. Ramas de producción. . . . . . . . . . . . .   Relaciones de producción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   Clases sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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V. La guera de reforma y la intervención   francesa 1850-1867. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 VI. La República Restaurada. 1867-1880. . . . . . . . . . . . . . . . . 49   Fuerzas productivas. Ramas de producción. . . . . . . . . . . . . 50   Clases sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 VII. El Porfiriato. 1880-1910. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54   Fuerzas Productivas. Ramas de Producción. . . . . . . . . . . . . 56   Clases sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61


VIII. La revolución de 1910. La dialéctica    de la lucha de clases. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 IX. El capitalismo mexicano contemporáneo: 1940-1990 . . . . . 73   El nuevo modelo de intercambio de materias primas    por bienes de capital. La sustitución    de importaciones. 1940-1982.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73   Naturaleza del régimen económico que existe    en nuestro país. (Resumen) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87   El agotamiento del modelo de intercambio    de materias primas por bienes de capital y de    sustitución de importaciones. La crisis del    capitalismo mexicano. 1982-1991 . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100 Apéndices I. El establecimiento del modelo exportador . . . . . . . . . . . .   La primera crisis del modelo exportador . . . . . . . . . . . . . .   El proteccionismo global rescata al librecambio. . . . . . . . .   Los resultados de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   El sistema bancario: el eslabón más débil del sistema. . . .   El Fobaproa, instrumento de salvación de la Banca . . . . .   La superación de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   Las crisis sexenales se transforman    en crisis endémicas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   La crisis de los países asiáticos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   La crisis endémica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   Una reedición de la crisis petrolera. . . . . . . . . . . . . . . . . . .   La crisis petrolera aviva la crisis interna. . . . . . . . . . . . . .   Los alfileres que sostenían al sistema bancario    se desclavan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   La crisis sin solución de continuidad. . . . . . . . . . . . . . . . . .   La crisis: una política económica de Estado. . . . . . . . . . . .

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II. La “alternancia” política en México   Las elecciones de julio de 2000 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130   El 1º. de diciembre de Vicente Fox . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139 III. Naturaleza del régimen económico que existe    en nuestro país . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142


Introducción

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El desarrollo del capitalismo mexicano,1 de la cual se ha publicado recientemente la segunda edición, realizamos un estudio del origen, desarrollo y perspectivas del capitalismo mexicano. En dicho trabajo hemos aplicado rigurosamente la estructura metodológica de El Capital, la obra cumbre de Carlos Marx, por lo que en él utilizamos los conceptos de mercancía, valor, trabajo asalariado, plusvalía relativa, plusvalía absoluta, acumulación de capital, acumulación originaria, etcétera. Al final llegamos a la conclusión de que el desarrollo del capitalismo mexicano corresponde en todo con lo que el modelo teórico de Marx establece. El análisis del capitalismo mexicano desde la perspectiva marxista nos llevó a encontrar el hilo conductor para determinar una periodificación racional de la historia de México. Obtuvimos la evidencia de que, aunque por un lapso de tiempo muy corto, inmediatamente después de la conquista se estableció en nuestro país un régimen típicamente esclavista. También descubrimos que el esclavismo se transformó en un régimen de servidumbre y de organización gremial que se extendió hasta los últimos años del siglo xviii. De la disolución del régimen de servidumbre y gremial brotaron los elementos del régimen capitalista de producción. Desde finales del siglo xviii se inició la formación de un régimen de pequeños productores de mercancías agrícolas e industriales y de pequeños comerciantes, el cual se prolongó hasta las primeras dos décadas del siglo xix. n la obra

Gabriel Robledo Esparza, El desarrollo del capitalismo mexicano, Segunda Edición, Biblioteca Marxista de Sísisfo Ediciones, 2007.

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A partir de la tercera década del siglo xix los terratenientes feudales se transforman en arrendadores de tierras y los pequeños productores y comerciantes evolucionan hasta llegar a ser pequeños y medianos capitalistas que emplean el trabajo asalariado en sus empresas; la producción se realiza ahora en las formas típicas de la cooperación simple y la manufactura e incluso se inicia una incipiente maquinización. De la clase de los pequeños productores de mercancías, por efecto del simple movimiento económico, se desprenden dos clases sociales específicas: los pequeños y medianos capitalistas que concentran la propiedad o el usufructo de los medios e instrumentos de producción y la inmensa masa del pueblo que han sido desposeídos de sus medios de trabajo y de vida y son la cantera, junto con los jornaleros heredados del régimen anterior, de donde extraen los capitalistas los trabajadores asalariados para sus establecimientos. Al mismo tiempo, se forma una clase de medianos comerciantes capitalistas. Este período tiene su fin a mediados del siglo xix. En la década del 60 del siglo xix da comienzo en nuestro país un proceso económico característico: los terratenientes arrendadores de tierras, los grandes mineros y los grandes comerciantes, que han tenido un imponente desarrollo en el período previo, vuelcan toda su riqueza en el establecimiento de empresas industriales, maquinizadas conforme a los adelantos de la época. Se constituyen entonces una serie de grupos económicos regionales que tienen como núcleo la hacienda y que incluyen también empresas mineras, comerciales, industriales y bancarias. Se integra así la oligarquía capitalista. Paralelamente, la pequeña y mediana burguesía avanzan en el camino de su desarrollo ascendente. Nace la burguesía nacionalista. En este régimen así compuesto por dos sectores principales se generaliza la relación trabajo asalariado-capital, crece a pasos agigantados la clase de los trabajadores, el capital ejerce su acción destructiva sobre el trabajo, la clase obrera se une y se organiza e inicia la lucha contra el capital para lograr mejores condiciones de trabajo y de vida. En los últimos años del siglo xix y los primeros del xx se produce una enconada lucha entre estos dos sectores de la economía capitalista que tiene su fase álgida en el movimiento revolucionario de 1910.


Introducción

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Al terminar la revolución, en 1921, la oligarquía es finalmente despojada del poder y éste es conquistado por la pequeña y la mediana burguesía. De 1921 a 1945 se dirimen las contradicciones entre la pequeña y la mediana burguesía nacionalistas y en última instancia se queda con el poder la pequeña burguesía urbana, que es la clase social que lleva hasta sus últimas consecuencias las reivindicaciones de la burguesía nacionalista en contra de la oligarquía capitalista. Es aquí, a mediados del siglo xx, cuando se completa el proceso de estructuración del régimen capitalista mexicano. De la misma manera que en el interior del régimen feudal mexicano se produjeron los elementos de su negación que al mismo tiempo eran los de la constitución de un nuevo régimen económico-social, el capitalismo, en éste el proceso de su desarrollo es igualmente el de la creación de los elementos de su negación que son también los de la formación del nuevo régimen que ha de sucederlo, el socialismo. La concentración incesante de la propiedad de los medios e instrumentos de producción en manos de una clase social minoritaria y la socialización de la producción (su maquinización creciente) preparan los elementos del nuevo régimen, esto es, el medio, el instrumento y el obrero colectivos y producen el motivo fundamental para la transformación revolucionaria: una acumulación monstruosa de capital que implica la depauperación sin medida de la clase de los trabajadores, empobrecimiento que en la última fase de ese régimen lleva a la completa anulación de su naturaleza humana, a la aniquilación de sus características biológicas humanas. Cada paso que da hacia delante el régimen capitalista mexicano lo acerca inexorablemente a su transformación revolucionaria por el proletariado nacional. Con base en las líneas fundamentales del origen y primeras fases del desarrollo del capitalismo mexicano encontradas en nuestro estudio continuamos el Esquema del desarrollo de la economía mexicana hasta el punto en que se establece en nuestro país el llamado “neoliberalismo”, el cual no es sino una fase específica del régimen capitalista mexicano, y se dan los primeros pasos para convertir a México en un país exportador de manufacturas.


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Hemos incluido en este trabajo dos fases de la evolución histórica de México, la comunidad primitiva y la comunidad asiática,2 que nos dan una línea de desarrollo completa de nuestra historia, de acuerdo con la periodificación clásica del materialismo histórico. El modelo clásico de la comunidad primitiva fue desarrollado por Marx y Engels tomando en cuenta los trabajos de Lewis H. Morgan sobre las sociedades primitivas. En ese estadio del progreso social se encontraban las tribus del norte de México al momento de la conquista. La forma de organización social de las tribus mexicas, mayas, etcétera, corresponde al prototipo de la comunidad asiática, concepto éste esbozado por Carlos Marx en los trabajos preparatorios de El Capital. Este modo de producción es, en todos los pueblos del mundo, el punto de transición entre la comunidad primitiva y los regímenes de la propiedad privada.

2 Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, (borrador) 1857-1858, volumen I, Siglo veintiuno editores, SA, México, 1971, pp. 433-479.


I. Conquista de México (1521)

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a conquista de México fue el sometimiento, por la vía de las armas, de las tribus indígenas asentadas en lo que hoy es la República Mexicana a la dominación militar de la nación española.

Naturaleza de los pueblos en conflicto Las fuerzas que se enfrentaron durante la conquista fueron las tribus indígenas y los soldados españoles. 1. Tribus indígenas integrantes del imperio azteca La forma de organización económico-política de estos pueblos indígenas era la comunidad asiática, la cual tenía las características siguientes: 1. Fuerzas productivas. (Fuerza de trabajo y medios e instrumentos de producción) Las actividades productivas de la comunidad eran las siguientes: a) cultivo de la tierra por grupos familiares independientes, b) trabajos en los que interviene toda la colectividad: realización de obras de riego, construcción de templos, palacios y casas comunales y c) administración y dirección de la comunidad que comprende: • repartición de las tierras comunales y del agua entre las familias, • dirección de los trabajos colectivos, • administración de los bienes comunales, 11


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• determinación de los ciclos agrícolas, • cuidado del culto a los dioses, • defensa de la comunidad de los ataques de otras comunidades y • organización de la guerra. 2. Relaciones de producción a) Relaciones de propiedad La propiedad sobre los medios e instrumentos de producción era colectiva y estaba administrada por un grupo social específico. b) Relaciones de trabajo Las familias campesinas cultivaban independientemente una parcela de tierra que les había sido concedida en usufructo por la comunidad; con el producto de su trabajo ellas subvenían a sus necesidades y obtenían además un excedente que entregaban (bajo la forma de tributo) al grupo social representante de la colectividad. Las familias campesinas proporcionaban servicios personales al grupo social dirigente. Las familias campesinas además participaban en el trabajo colectivo de construcción de obras de riego, templos, palacios, casas comunales, etc. Los sacerdotes y escribas formaban un grupo social que representaba los intereses de la comunidad y los administraba y dirigía. Su trabajo era exclusivamente de dirección y administración. Los guerreros tenían a su cargo el trabajo de la defensa de la comunidad y el ataque a las comunidades vecinas. Los artesanos producían los pocos artículos manufacturados que requerían las familias campesinas y los demás grupos sociales y efectuaban la parte artística del trabajo colectivo. Los mercaderes se dedicaban a la compra y venta de los pocos artículos que excedían el consumo de las familias campesinas y de los que producían los artesanos cuando no eran comercializados por ellos mismos.


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c) Relaciones sociales La comunidad se había escindido en dos grupos sociales principales: uno de ellos, que estaba constituido por la mayoría de los miembros de la tribu, formado por familias campesinas independientes, cada una de las cuales cultivaba la parcela que la comunidad le había asignado y el otro integrado por quienes realizan las tares de la defensa, la administración y la dirección de la comunidad. Las familias campesinas trabajan independientemente unas de otras y sólo se relacionan entre sí en el trabajo que rinden a la comunidad y en los fastos religiosos de la tribu. Las familias campesinas producen, además de sus medios de vida, un excedente que como tributo entregan al grupo social dirigente; igualmente le proporcionan trabajo excedente bajo la forma de servicios personales de distinta índole. De esta manera, con su trabajo excedente las familias campesinas mantienen con vida al grupo social dirigente y en esta forma reproducen una condición de vida de la comunidad. El grupo social que administra y dirige a la comunidad se apropia del trabajo excedente de las familias campesinas para su propia subsistencia, pero ésta es un presupuesto de la existencia de la comunidad, es decir, de la propiedad colectiva y el usufructo familiar de las parcelas. Las familias campesinas realizan, bajo la dirección del otro grupo social, el trabajo colectivo; con esta actividad producen y reproducen las condiciones generales de existencia de la comunidad y con ello se generan a sí mismos como productores privados independientes que usufructúan la propiedad de la colectividad. El tiempo de trabajo de las familias campesinas se dividía así en dos partes: una en la que producía los bienes necesarios para su sustento y otra en la que producía lo que entregaba como tributo, realizaban servicios personales o trabajaban directamente en obras comunales. Los sacerdotes, guerreros, etcétera, estaban excluidos del trabajo agrícola. Sus funciones consistían en administrar y proteger la propiedad común y dirigir el trabajo colectivo. Recibían los medios de vida necesarios de las familias campesinas por medio del tributo. Estos cargos se transmitían de padres a hijos, por lo que se for-


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maban, a través del tiempo, familias que por generaciones estaban integradas por guerreros, sacerdotes, escribas, etcétera. Se constituye así en la comunidad o en la tribu una aristocracia que remata en una familia que es la de mayor linaje y se alza sobre las demás. En la comunidad indígena no había clases sociales propiamente dichas, ni un Estado verdadero; sin embargo, en el usufructo familiar de las parcelas y en el grupo social dirigente se encontraban ya los gérmenes de la propiedad privada, la división de la sociedad en clases sociales y el Estado. En su desarrollo, el régimen de la comunidad asiática produce los elementos de su negación, esto es, el fortalecimiento de los rasgos que lo acercan a la plena propiedad privada y la dilución y debilitamiento de los aspectos que conserva de la comunidad primitiva. Desde sus primeros pasos, la disolución de la comunidad que se presenta en la comunidad asiática se caracteriza necesariamente por la conversión de una cantidad creciente de los integrantes de la tribu en esclavos, es decir, en propiedad privada de los paterfamilias; la función económica y social de los esclavos evoluciona hasta el punto en el que, en la fase superior del régimen de la comunidad asiática, una gran parte de los servicios personales, una notable proporción de los trabajos productivos, agrícolas y manufactureros y la casi totalidad de los antiguos trabajos comunales (construcción de templos, etcétera), son realizados por estos “instrumentos que hablan”, quienes constituyen ya aquí la mayor parte de la población. Esta situación anuncia el régimen plenamente esclavista que se estableció en Grecia primero y después, en su forma superior, en Roma, en el cual la casi totalidad de los servicios personales y de las actividades productivas y comunales están a cargo de una verdadera masa de esclavos que son propiedad de los propietarios privados. El usufructo privado y después la plena propiedad privada convierten en esclavos a la inmensa mayoría de los miembros de la tribu. Al tiempo de la llegada de los españoles se había iniciado en las tribus aztecas un débil desarrollo de la propiedad privada. Las parcelas podían ser transmitidas por herencia, con lo que


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sustraían al dominio de la colectividad y entraban en la potestad de las familias. 2. Pueblos indígenas chichimecas Mientras que los pueblos del centro del país se encontraban en una fase de transición de la comunidad primitiva hacia una sociedad clasista, los que habitaban en el norte de México vivían apenas en las primeras etapas de la comunidad primitiva, en aquella en que las tribus son todavía cazadoras y recolectoras, no practican aún la agricultura ni la ganadería y se encuentran en un estado de nomadismo o semi-nomadismo. 3. Conquistadores españoles Representaban a un régimen (España) que se encontraba en la última fase del feudalismo y que proveía de oro y plata al mercado mundial. El proceso de conquista Los españoles derrotaron militarmente a las tribus indígenas, ocuparon el territorio en que estaban asentadas, establecieron la propiedad originaria del rey de España sobre el mismo, destruyeron el poder político de los gobernantes nativos e impusieron su propio gobierno; como primer acto económico de la nueva forma de organización, despojaron a los pueblos autóctonos de los tesoros en metales preciosos que habían acumulado desde tiempos inmemoriales.


II. Época de la Colonia (1521-1810)

Constitución de la colonia Primera etapa Fuerzas productivas. Ramas de producción a) Encomienda La primera relación económica que se estableció entre los conquistadores y los indios fue la Encomienda. Esta consistía en el encargo por la corona española de los pueblos de indios a los conquistadores para su evangelización, el cobro del tributo que se reparte entre el encomendero y la Corona, y la utilización de la fuerza de trabajo indígena en servicios personales. b) Mercedes de tierras y solares Base del régimen económico que se formó en la Nueva España lo fueron las mercedes de tierra y solares que se concedieron a los conquistadores por la Corona en proporción a sus méritos y a sus relaciones políticas con la metrópoli. c) Comunidades indígenas Se mantiene la misma forma de producción existente en las comunidades indígenas; el conquistador se sobrepone a la capa superior de la sociedad indígena. Los conquistadores se alimentan de lo que los indios tributan; con trabajo indígena construyen sus palacios, cultivan sus tierras y mantienen el servicio de sus casas. Con trabajo indígena se derruye la vieja capital del Imperio Azteca y las demás ciudades que en él existían y se levantan las ciudades de los conquistadores. 16


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d) Pequeña producción agrícola, ganadera y minera Realizada por pequeños productores provenientes de los soldados de las tropas de conquista que habían recibido mercedes de tierra de la Corona Española, e) Pequeña producción artesanal Realizada por pequeños productores de origen español. f) Pequeño comercio Realizado también por españoles. Relaciones de producción a) Por el derecho de conquista, el rey de España se convierte en el propietario originario de las tierras de los vencidos; el rey transmite a los conquistadores y a las comunidades y pueblos de indios la propiedad, en un caso privada y en el otro comunal de las tierras. Se produce una total recomposición de los asentamientos indígenas que por principio de cuentas son reducidos a la más pequeña extensión territorial posible y además despojados de las tierras más feraces, ambas cosas en favor de la propiedad privada de los españoles. b) Los indígenas conservan su antigua forma de organización tribal y el mismo modo de producción primitivo (asiático). La propiedad de la tierra ya no es como antaño, originaria, sino derivada de la potestad del rey de los conquistadores. Por el derecho de conquista, los españoles se apropian del trabajo excedente de las comunidades indias bajo la forma de tributo en especie que sirve para alimentar a los españoles, de trabajo indígena para el cultivo de las heredades de los conquistadores, la explotación de sus primeras minas y talleres, la construcción de sus fincas y sus palacios citadinos, la destrucción de las ciudades indígenas y el levantamiento de nuevas ciudades. El trabajo excedente que representan los guerreros indígenas también es utilizado para extender la conquista hacia el interior del país. c) La exacción de trabajo excedente de los indios se asemeja al sistema esclavista, pero aún no lo es en toda su extensión; sin embargo, existen ya muchos elementos que apuntan hacia él


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y a él conducirán ineluctablemente: en primer lugar, en la sociedad azteca había con anterioridad a la conquista una gran cantidad de esclavos; el conquistador, al sustituirse al grupo dominante autóctono, adquiere por eso el derecho de propiedad sobre los esclavos ya existentes; por otro lado, el derecho de conquista engendra una tendencia muy poderosa de los conquistadores a reducir a la esclavitud a la mayor cantidad posible de indígenas utilizando como pretexto principal su condición de prisioneros de guerra en los casos en que las tribus no se han sometido dócilmente a los españoles. Desde los primeros tiempos de la conquista existió el esclavismo en la Nueva España y el trabajo que así se apropiaban los españoles era una gran parte del total de trabajo extraído a los naturales del país. Clases sociales Las clases sociales que se formaron en la primera etapa de la Colonia fueron las siguientes: a) Grandes propietarios de los tesoros en metales preciosos y joyas que habían sido expropiados a los indígenas, de dilatadas extensiones de tierras y solares urbanos, de encomiendas de miles de indios, etcétera. b) Medianos y pequeños propietarios de metales preciosos y joyas, de tierras de cultivo y solares en la ciudad y en algunos casos de encomiendas con unas cuantas decenas de indios; de entre ellos surgen los primeros pequeños productores agrícolas, ganaderos y mineros, los dueños de los primeros talleres artesanales y los primeros comerciantes. c) Comunidades indígenas con su estructura interna de grupos sociales ya profundamente alterada por la intervención de los conquistadores, quienes al desplazar a la antigua nobleza e imponer una nueva casta superior completamente entregada a los españoles trastocaron todo el orden y la jerarquía existentes. d) Una masa creciente de indígenas que, al ser lanzados fuera de la comunidad por el cataclísmico movimiento de reacomodo de los grupos sociales de la sociedad indígena o privados de la comunidad por la violencia destructora de la conquista que


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barrió con la comunidad misma, son convertidos inmediatamente al esclavismo por los conquistadores. e) Esclavos indios, ya sean aquellos que pertenecen a los mismos indígenas dentro de la comunidad o los que teniendo esa cualidad anteriormente se los apropian los conquistadores por cualquier título, principalmente por el derecho de conquista. b) Grupo social resultante de la mezcla de sangre de los españoles con los indígenas, los mestizos, que en esta época no tienen todavía un lugar específico en la estructura de clases de la sociedad novo-hispana. Segunda etapa Fuerzas productivas. Ramas de producción a) Encomienda Continúa siendo la forma principal de dominación sobre los indígenas. De la encomienda el conquistador obtiene la mano de obra necesaria para su servicio privado, el cultivo de sus tierras, la explotación de sus minas y sus talleres, la construcción de sus casas, etcétera. Debido a que en esta etapa se inicia la explotación en gran escala de la minería, con lo cual crece la demanda de alimentos y vestido, también se inician el cultivo, la ganadería y la producción artesanal en grandes unidades; la necesidad de mano de obra aumenta vertiginosamente y en consecuencia se acentúa la tendencia a convertir al esclavismo a los indígenas encomendados para dedicarlos de tiempo completo al trabajo en minas, haciendas, obrajes, etcétera. Una gran parte de los indios encomendados son convertidos en esclavos. b) Minería La minería se convierte en la principal actividad económica de la colonia. Al desarrollarse se funda uno de los dos aspectos de la relación de intercambio con la metrópoli: la exportación de metales preciosos; esta actividad será la que determine de ahí en adelante la supeditación colonial de la Nueva España a España. En este período se establecen grandes explotaciones mineras por españoles que se enriquecieron en la pequeña producción


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minera del período anterior, en la encomienda, con las mercedes de tierra, etcétera, y que invirtieron esa riqueza en la minería. c) Agricultura y Ganadería A causa del auge de la minería se genera un incremento en la demanda de alimentos y otros productos del campo. Surge entonces la necesidad de poner grandes haciendas agrícolas y ganaderas y quienes lo hacen son todos aquellos que se habían enriquecido en el período anterior: algunos pequeños productores, encomenderos, españoles beneficiados con mercedes reales de grandes extensiones de tierras, etcétera. La propiedad se acumula en unas pocas manos y surgen los grandes latifundios. d) Industria El esplendor de la minería, de la agricultura y de la ganadería ocasiona un aumento en la demanda de artículos artesanales; se forman grandes explotaciones que reciben el nombre de obrajes en donde se producen grandes cantidades de esos productos, principalmente de tejidos, con base en el trabajo manual. Los obrajes son instalados por algunos pequeños productores que habían hecho fortuna en el período anterior y por ricos encomenderos y propietarios de haciendas. e) Comercio El auge de todas las ramas de la producción da lugar a la formación de los grandes comerciantes que se dedican al comercio externo e interno en una escala mayúscula. Ellos tienen su origen en todos los elementos que en el período previo amasaron fortunas en la primera forma de organización económica de la colonia. f) Pequeña y mediana producción minera, agrícola, ganadera, artesanal y pequeño y mediano comercio dedicado principalmente al tráfico interno Relaciones de producción a) Los conquistadores son propietarios privados de los medios e instrumentos de producción (minas, tierras, obrajes, talleres, etcétera) y de los propios trabajadores (esclavos indios).


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b) Los indios tienen la propiedad común sobre sus tierras y conservan aún la forma de producción asiática; sin embargo, las comunidades son sistemáticamente asediadas por los productores españoles y en muchos casos son despojadas de sus tierras y además sus miembros van siendo convertidos en esclavos por un proceso implacable. El desarrollo de las empresas de los conquistadores somete a la comunidad indígena a un proceso de disolución. c) Las grandes explotaciones mineras, agrícolas, ganaderas y obrajes y una gran parte de los pequeños y medianos establecimientos emplean fundamentalmente como mano de obra a los indígenas que han sido y siguen siendo sometidos a la esclavitud. El esclavismo toma carta de naturaleza en la Nueva España y es la base de sustentación del naciente régimen económico. d) Los grandes, medianos y pequeños propietarios valorizan sus medios e instrumentos de producción a través de la obtención de trabajo excedente de sus trabajadores esclavos. Clases sociales a) Esclavistas 1. Encomenderos, ricos mineros, hacendados y obrajeros. Son propietarios privados de los medios e instrumentos de producción y de los mismos trabajadores indios; ellos concentran la riqueza en grandes minas, grandes haciendas de beneficio minero, grandes haciendas agrícolas y ganaderas y grandes obrajes. 2. Medianos y pequeños productores que también son propietarios de esclavos indios. b) Grandes comerciantes Que monopolizan el mercado externo e interno. c) Medianos y pequeños comerciantes Que atienden principalmente al mercado interior.


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d) Esclavos La principal fuerza de trabajo de los establecimientos de los conquistadores son los esclavos indios, los cuales son propiedad privada de aquellos. e) Comunidad indígena La forma de organización autóctona de los indios se ve, como ya dijimos, sometida a muchos embates de parte de los conquistadores, de tal suerte que la llevan a una acelerada disolución, aunque sin llegar a su total extinción. La conversión de los indios en esclavos es, en esta época, el factor principal de disolución de la comunidad indígena. La mezcla de las razas continúa en este período, y da lugar a un nuevo grupo étnico-social que son los mestizos; éstos, liberados definitivamente del lazo con la comunidad, son personas libres que pasan a ser trabajadores de los españoles y los criollos, aunque sin constituir todavía la fuerza principal de trabajo, en formas más libres como el acasillamiento (peón acasillado); además, muchos de sus miembros se convierten en medianos y pequeños productores y comerciantes. Tercera etapa El esclavismo fue la forma que adoptó el régimen económico de la Nueva España inmediatamente después de la conquista. El hambre insaciable de riqueza de los conquistadores, único móvil de sus acciones, los llevó a ejercer la más despiadada explotación sobre los indígenas para extraerles cantidades inconmensurables de trabajo excedente. De esta manera, la sobreexplotación de los esclavos indígenas y su separación de la comunidad que constituía la base de su existencia produjeron entre ellos terribles enfermedades y una enorme mortandad que hizo descender radicalmente la población indígena. Desde luego que esto era, para los conquistadores, un hecho catastrófico porque iba en camino de extinción la única fuente de fuerza de trabajo para la explotación de sus establecimientos. Una parte de los conquistadores, encabezada por sacerdotes “humanistas”, ante el temor de que se acabe la materia prima de la explotación colonial que son los indios, inician una cruza-


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da, con apoyo de la corona, con el fin de reducir los excesos de la esclavitud y buscar otras formas de explotación que no atenten contra la vida de los indígenas. En esta etapa, de alguna manera se aminoran los abusos más flagrantes de la esclavitud, aunque sin terminar con ella; ésta continúa siendo el más importante medio de extracción de trabajo indígena excedente. Además, se instituye una nueva forma de trabajo que coexiste con la esclavitud y que consiste en la repartición de los indios entre los establecimientos de los españoles (minas, haciendas y obrajes) para que trabajen en ellos por un número determinado de días al año por una retribución estipulada y después retornen a sus comunidades de donde no volverán a salir sino hasta el siguiente año. También se empleó el sistema de la congrega, que era la reunión en un sitio (pueblo de indios) de todos los nativos que los anteriores embates de los españoles habían despojado de tierras o aquellos que, como en el norte, formaban tribus nómadas sin un asiento territorial específico. Ni que decir tenemos que los repartimientos de indios de las encomiendas y congregas adquirieron inmediatamente rasgos y características que a fin de cuentas los convirtieron en una forma embozada de esclavismo de los indios. Fuerzas productivas. Relaciones de producción Las formas de producción continúan siendo en lo fundamental las mismas que en la etapa anterior. La minería es la rama de producción principal y la impulsora del desarrollo vertiginoso de todas las demás. Relaciones de producción También son, en lo fundamental, las mismas que en la etapa previa. Tan solo habría que considerar como el germen de una nueva forma de producción al peonaje acasillado que va adquiriendo cada vez más importancia en la sociedad colonial como forma de asegurar la mano de obra para los hacendados e incluso los medianos y pequeños agricultores y ganaderos. En esta relación, el hacendado concede parcelas de tierra en usufructo a cambio de prestaciones en trabajo apenas sí ocultas bajo el disfraz del pago de un salario. Los mestizos son los que están en


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mejores condiciones, por la libertad en que se encuentran respecto de las ataduras con la comunidad indígena, para acogerse a estas nuevas relaciones de producción. Clases sociales En lo fundamental son las mismas que las del período anterior. A ellas habría que agregar los elementos de las nuevas clases sociales que sólo tomarán cuerpo en la etapa posterior: los señores feudales y los campesinos siervos que empiezan a gestarse en la relación de peonaje que se establece entre los mestizos sin tierras y los hacendados. La iglesia Con los conquistadores vinieron los primeros misioneros que hubo en Nueva España. Su labor principal fue inculcar a los indios los principios de la religión cristiana, es decir, la explicación, justificación y sanción ideológica de la propiedad privada y de la explotación del hombre por el hombre. El adoctrinamiento de los indios por los sacerdotes católicos tuvo en Nueva España, y no podía ser de otro modo, como propósito fundamental dotarlos de una ideología apropiada (en sustitución de su antigua religión) que los hace aptos para entrar sumisamente en las nuevas relaciones de producción basadas en la propiedad privada y la explotación que los españoles iban implantando en los lugares que conquistaban. Los excesos de la conquista y de la primera forma de producción establecida en Nueva España, esto es, de la esclavitud más despiadada y sangrienta, dieron pie para que los misioneros sacaran a la luz sus más nobles sentimientos “humanistas” y se opusieron a tales demasías en nombre de la conservación de la vida y salud de los naturales, todo esto, desde luego, con el cristiano fin de que no se extinguiera la mano de obra que era utilizada por los españoles para su sustento y enriquecimiento. Sin embargo, aún esta interesada defensa era realizada en forma mezquina y claudicante: muchas veces que ante sus súplicas lloriqueantes la corona decretó la abolición de la esclavitud, de las encomiendas o de los repartimientos, asustados ante la enormidad de lo que habían logrado, corrieron a aliarse con los encomenderos, los mineros y los hacendados para oponerse a aquellas medidas que


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amenazaban con llevar a la ruina la economía de la Colonia. Es curioso el caso, por ejemplo, de notable defensor de los indios que hizo una ardiente denuncia de la feroz explotación a la que éstos eran sometidos por los conquistadores, lo que le permitió brillar intensamente en la corte; cuando otro también ilustre defensor, siguiendo el mismo camino, se convirtió en un astro de primera magnitud, el primero, viendo amenazada su preeminencia, acusó al segundo de ¡exagerar en sus denuncias la explotación de los indios por los conquistadores con el único propósito de hacer llamear su nombre en la corte! En suma, en esta primera etapa de la colonia la Iglesia tuvo como tarea principal someter ideológicamente a los indios que anteriormente habían sido sojuzgados por las armas. La iglesia actuó como el brazo espiritual de los conquistadores. Cuando la colonización avanzó hacia el norte en donde los indios vivían en estado de nomadismo y cuando en los lugares ya conquistados la violencia de los conquistadores al despojarlos de sus tierras y someterlos a una esclavitud ignominiosa habían obligado a los indios a refugiarse en cerros y montañas, los sacerdotes católicos, guiados por el amoroso propósito de proporcionar mano de obra a los españoles, se dieron a la tarea de fundar misiones, pueblos, etcétera, en donde congregaban a los indios dispersos; ahí les enseñaban la doctrina cristiana, o lo que es lo mismo, los principios de la propiedad privada y de la sumisión a la explotación y los conservaban a disposición de los hacendados, mineros, obrajeros, etcétera, que por mera casualidad tenían sus establecimientos en las cercanías de esos poblados o posteriormente los asentaban precisamente en su vecindad. Ya sea abriendo camino a los conquistadores o ya completando su obra en los lugares en que iban estableciéndose, los sacerdotes católicos, al fundar misiones, villas o pueblos cumplieron con sus funciones terrenales más preciosas: reunir a los indios en forma organizada, mantenerlos a la disposición de los españoles para llenar sus necesidades de mano de obra y someterlos ideológicamente a través de la religión al nuevo modo de producción. Una vez que en determinado territorio las nuevas relaciones de producción se consolidaban, entonces la Iglesia pasaba a realizar tareas más elevadas. La educación de los hijos de los españoles y de las capas superiores de los mestizos, la prestación


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regular de los servicios religiosos a la población española y mestiza y a los indios conversos, etcétera, fueron los trabajos primordiales de los sacerdotes después de la conquista y pacificación. Las nuevas ocupaciones exigían cantidades muy grandes de sacerdotes, lo necesario para su vestido y alimentación, casas habitación, templos, catedrales, conventos, colegios y en fin todo lo que la vida espiritual de la Colonia demandaba. Para obtener los voluminosos recursos necesarios para sus crecientes necesidades, las diversas órdenes, además de las donaciones, dádivas, limosnas, diezmos, etcétera, que percibían, tuvieron que participar directamente en el régimen de producción existente mediante la adquisición principalmente de fincas rústicas. Si recordamos que la primera forma de producción que se estableció en la Colonia fue el esclavismo y que éste empezó a evolucionar hacia un feudalismo específico, entonces la Iglesia fue también una institución esclavista o propietaria feudal; en cualquier caso una gran parte de sus ingresos tuvo que ser cubierta por la explotación del trabajo ya sea esclavo o servil que realizaban directamente en sus propiedades agrícolas. El régimen feudal en la Colonia El repartimiento de los indios entre los españoles para utilizarlos en sus establecimientos mostró pronto sus grandes desventajas. El hacendado, minero u obrajero no podía contar con la mano de obra necesaria en el momento preciso y en la cantidad exigida por la explotación; la fuerza de trabajo estaba controlada por los oficiales de la corona y era la voluntad de éstos la que determinaba a dónde, en qué cantidad y por cuánto tiempo los indios iban a trabajar con los españoles. Este sistema no podía ser la base de una organización económica estable y segura como a la que aspiraban los dueños de la riqueza en la Nueva España. El esclavismo agotó la fuerza de trabajo de los indígenas; el repartimiento, en aquel aspecto en que se alejaba un poco del esclavismo, aunque tendía a conservar la comunidad que es la base de la salud y productividad de los indios, tornaba el aprovechamiento de esa capacidad productiva por los españoles en algo completamente fortuito. Era apremiante en aquellas circunstancias encontrar una forma de asegurar la provisión sin interrupciones de mano de obra suficiente y en tiempo oportuno.


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Por otro lado, el mestizaje había crecido en forma impresionante; las repetidas mezclas entre españoles, indios y negros habían dado lugar a un grupo social específico que ya no tenía las ataduras a la comunidad, como sus antecesores indígenas. Con todos estos elementos en su punto óptimo empieza a desarrollarse un movimiento de enfeudamiento o adscripción de los mestizos, que por definición ya no tenían lazos con la comunidad, y de los indígenas que por alguna razón los habían roto, a la tierra perteneciente a los hacendados y a las unidades productivas de los mineros y los obrajeros; los peones acasillados (que así se les llamaba) estaban obligados a prestar servicios a los propietarios a cambio del derecho de vivir en sus dominios y explotar una pequeña parcela para satisfacer sus necesidades. Esta relación aparece oculta porque formalmente el peón recibe un salario por su trabajo; sin embargo, la verdad surge de una manera brutal en la esclavitud por deudas en que a fin de cuentas caían todos los jornaleros. El régimen esclavista que se estableció en la Nueva España se transformó a ojos vistas en un régimen típicamente feudal. El núcleo de esta nueva forma de organización social lo es la hacienda casi autosuficiente. Formas de producción a) Producción agrícola y ganadera La Colonia llega al punto más alto en la producción de metales preciosos; la minería se estabiliza y su producto se reparte en forma proporcional entre el mercado interno y el mercado metropolitano. La rama de la producción minera pasa entonces a un segundo plano en importancia; la demanda de mercancías generada por esta rama industrial deja de crecer desmesuradamente y toma un nivel estable. La hacienda agrícola y ganadera queda como la base de la economía de la Nueva España y en ella se establece la nueva forma de trabajo ya estudiada que consiste en la concesión en usufructo de una parcela de tierra a los trabajadores (mestizos, indios, etcétera) a cambio de prestaciones en trabajo para el cultivo de la finca cuyo producto en esta fase se utiliza principalmente para cubrir las necesidades del propietario y sólo en un segundo plano para colocarlo en el mercado y obtener un ingreso para gastar como renta. La hacienda se con-


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vierte en una unidad casi completamente autosuficiente. Se produce el enfeudamiento (adscripción a la tierra del hacendado) de los mestizos e indios. Paralelas a la hacienda feudal existen la mediana y pequeña producción agrícola, las cuales, en la medida en que utilizan trabajo ajeno, lo hacen bajo el mismo sistema que los hacendados. b) Producción minera Se coloca en un lugar secundario en la economía novohispana por las razones expresadas en el anterior parágrafo. La producción minera de la colonia es realizada por unos cuantos propietarios de grandes minas y haciendas de beneficio que adoptan también la nueva forma del trabajo servil (peones acasillados) y por una multitud de medianos y pequeños mineros que se valen del mismo sistema para obtener fuerza de trabajo. c) Producción de manufacturas Al dejar de crecer desorbitadamente la demanda de artículos manufacturados, los obrajes detienen su acelerada expansión y se estabiliza su producción. También en ellos se generaliza el nuevo modo de garantizar la mano de obra, es decir, el acasillamiento de los jornaleros en los propios terrenos del obraje. Hay también una mediana y pequeña producción de manufacturas que se basa en el mismo método de proveerse de fuerza de trabajo. En las ciudades y poblaciones más importantes se establece un verdadero sistema de gremios de productores artesanales que cubren con su producción la demanda existente. Relaciones de producción a) Propiedad privada, bajo la forma feudal, de la tierra, las minas y los obrajes de grandes propietarios españoles y criollos fundamentalmente. b) Propiedad privada de los medianos y pequeños productores, quienes son mestizos principalmente, aún cuando hay entre ellos también españoles y criollos. c) Ausencia de propiedad de los mestizos e indios. d) Propiedad comunal de los indios que aún viven dentro de la organización tribal.


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e) La relación fundamental se establece entre los propietarios privados y los mestizos e indios no propietarios; el propietario privado concede en usufructo un pedazo de tierra a quienes carecen de propiedad (los acasilla) y éstos a cambio tienen que realizar ciertas prestaciones (cultivo de la finca señorial, trabajo en la mina o en el obraje, etcétera) en favor del propietario. f ) Una relación secundaria pero definitoria de esta fase del desarrollo de la economía novohispana, es la que se establece entre el propietario privado de los talleres artesanales y sus oficiales y ayudantes. El propietario del taller acoge en su hogar a los trabajadores, les da techo y sustento y les enseña el oficio a cambio de su trabajo; los oficiales y ayudantes viven en una situación de servidumbre personal bajo la tutela del maestro artesano. g) La organización tribal de los indios es aún, al principiar esta fase, proveedora directa de fuerza de trabajo y fuente del mestizaje que enriquece los depósitos de mano de obra de donde se nutren los propietarios privados para “acasillarlos” en sus establecimientos. Sin embargo, la comunidad indígena va perdiendo inexorablemente estas dos funciones porque los mestizos se reproducen ahora fuera de ella y su multiplicación está sujeta a una dinámica propia en los lugares en que residen como peones acasillados. La comunidad va entrando en un estado de estancamiento absoluto, hasta que se convierte, al final de este período, en un cuerpo extraño dentro de la organización económica y social de la colonia. h) La relación fundamental existente en la colonia en la época que nos ocupa es la explotación de los trabajadores acasillados (incluidos en este concepto los oficiales y ayudantes del maestro artesano) por los propietarios privados a través de la exacción de trabajo excedente; el peón acasillado trabaja una parte de la jornada para sí en la tierra que le han concedido en usufructo y la parte restante trabaja en las tierras señoriales (o en cualquier otro tipo de establecimiento del señor) para beneficio del propietario.


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Clases sociales a) Propietarios feudales l. Ricos hacendados, mineros y obrajeros que son propietarios privados de la mayor parte de los medios e instrumentos de producción existentes en la colonia. La Iglesia es uno de los más grandes propietarios privados y posee fundamentalmente grandes haciendas y una gran parte del capital líquido de la Nueva España. “…A mediados del siglo xvii las mejores y más eficientes haciendas azucareras y muchas de las cerealeras y ganaderas eran propiedad de diversas órdenes religiosas, en especial de los jesuitas. La iglesia recibía el diezmo y también donaciones piadosas, legados testamentarios y diversos bienes de toda la población pero especialmente de ricos mineros, comerciantes y agricultores que la convirtieron en la mayor propietaria de bienes raíces urbanos y rurales y en la institución con mayor disponibilidad de capital líquido. Este capital lo recibía para, con los réditos, pagar capellanías, dotes y obras piadosas que establecía el donante; tenía por fuerza que invertirlo y lo hacía en las propiedades rústicas y en préstamos a los agricultores.” 2. Medianos y pequeños productores que son también propietarios privados de medios e instrumentos de producción. Entre los pequeños productores quedan incluidos los maestros artesanos de los gremios. b) Grandes comerciantes monopolizadores del mercado externo e interno. c) Medianos y pequeños comerciantes que actúan en el mercado interno. d) Peones acasillados, por definición no-propietarios, que forman el grueso de la población del país y que constituyen la mayor parte de la fuerza de trabajo de la nación a disposición de los propietarios privados. Su naturaleza es, toda proporción guardada, la misma que la de los campesinos-siervos del clásico régimen feudal europeo. e) Oficiales y ayudantes de los talleres artesanales, también nopropietarios, que en lo fundamental se identifican con los peones acasillados.


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f ) Comunidad indígena. La organización tribal va dejando de participar en la organización económica pues ésta tiene ya su propia fuente de mano de obra en una masa en constante aumento de mestizos quienes, por definición, ya no mantienen ningún lazo con la comunidad. Las comunidades de indios quedan al margen del proceso económico y se mantienen como un anacronismo en el seno del nuevo régimen económico. La declinación del régimen feudal colonial (1750-1810) La principal forma de organización del trabajo que estuvo vigente durante el período inmediato anterior a la guerra de Independencia (régimen feudal colonial) fue la dependencia personal. Hacendados, mineros, obrajeros y medianos y pequeños propietarios se proveían de mano de obra concediendo a quienes accedían a trabajar para ellos una miserable e insalubre habitación (individual o colectiva), situada en la hacienda o lugar de trabajo, y un pedazo de tierra en usufructo que únicamente con ímprobos esfuerzos era posible hacerlo producir. Este sistema se aplicó en los talleres artesanales con las diferencias que su propia naturaleza le imponían. La relación entre el propietario privado y el peón dependiente (campesino-siervo) fue evolucionando: primero el peón tenía la obligación de trabajar en las tierras del patrón y sólo después de ello lo hacia en la suya para complementar un salario que era meramente simbólico; después logró que le permitieran trabajar todo el tiempo en el pequeño pedazo de tierra que le habían asignado y pagar como contraprestación una renta en especie; por último, al avanzar un grado más en su libertad respecto del dueño de las tierras, consiguió que la renta en especie se transformara en renta en dinero. Sin embargo, la propiedad de la tierra continuaba siendo del terrateniente, del minero o del obrajero. En el proceso de transformación de la relación entre propietario y peón dependiente, éste va obteniendo más libertad para trabajar la tierra que tiene en usufructo y por tanto la hace producir en una escala cada vez mayor. El paso de una a otra forma de renta significa un incremento en la producción que al exceder los límites del consumo familiar tiene que lanzarse al mercado.


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De la masa de peones dependientes van surgiendo una multitud de pequeños productores de mercancías que hacen crecer el mercado en una gran medida y dan a éste un nuevo carácter, un mayor dinamismo. Igual cosa sucede con los oficiales y ayudantes del maestro artesano, quienes al calor de la transformación económica general se convierten también en pequeños productores de mercancías. De entre los nuevos pequeños productores de mercancías surge una nueva clase de pequeños comerciantes muy activos que son el fermento de un nuevo régimen social. Formas de producción Son esencialmente las mismas que en el período anterior, con la salvedad de que en cada una de ellas aparece la pequeña producción de mercancías entre los peones dependientes y los oficiales y ayudantes del maestro artesano, la cual crece impetuosamente; y, además, el propietario de la tierra inicia su conversión en comerciante en tierras, es decir, que empieza a hacer del arrendamiento de sus tierras una ocupación más junto a las otras. Relaciones de producción a) Propiedad privada de la tierra, de las minas, de los obrajes y de los talleres artesanales por grandes, medianos y pequeños productores. b) Propiedad privada sobre los productos de su trabajo por el peón dependiente que ahora se ha convertido en pequeño productor. c) Propiedad privada del oficial del taller artesanal sobre sus instrumentos de producción y los productos de su trabajo. d) Ausencia de propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción, tanto de los peones que aún conservan su carácter de fuerza de trabajo a disposición del patrón, como de aquellos que se han iniciado en la pequeña producción de mercancías (el principal medio de producción, la tierra, permanece bajo el dominio del propietario privado). e) Ausencia de propiedad de los oficiales y ayudantes del taller artesanal. f ) Ausencia de propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción de los jornaleros que no han establecido relación de dependencia con los propietarios.


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g) Propiedad comunal de los indígenas que aún conservan su organización tribal. h) La relación entre los propietarios privados y quienes carecen de propiedad son mixtas: una parte de los peones acasillados presta sus servicios al propietario privado; otra parte le entrega una renta en especie o en dinero. La nueva forma de relación entre el peón acasillado y el propietario privado da una nueva fisonomía a ambos. A uno lo convierte en pequeño productor de mercancías y al otro en arrendador de tierras; estas nuevas personalidades sólo tomarán sus verdaderas dimensiones en la etapa siguiente, pero ya ahora son elementos disolventes de la forma de organización social existente. La explotación se realiza directamente en el caso de los peones que prestan sus servicios al propietario; indirectamente cuando le entrega una renta en especie o en dinero; en ambos casos el propietario privado se apropia del trabajo excedente de los peones, ya sea como tal trabajo, como el producto del mismo o como la forma transfigurada del producto, como dinero. El oficial que ha puesto su propio taller artesanal es el típico productor independiente; no es explotado directamente por su antiguo maestro pero se enfrenta a él en la organización gremial que impide el libre desarrollo de la pequeña producción de mercancías. i) La organización tribal sigue en su camino de decadencia quedando estancada en su desarrollo, constituyendo un verdadero anacronismo. Clases sociales En lo fundamental son las mismas que en el período anterior; a ellas hay que agregar un nuevo tipo de pequeño productor de mercancías y de pequeño comerciante de él salido que tiende ardorosamente hacia la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y que es el elemento disolvente dentro del régimen feudal. Ellos provienen de los antiguos peones dependientes y de los oficiales y ayudantes de los talleres artesanales. Los nuevos pequeños productores de mercancías, de los que forman el núcleo fundamental los antiguos peones dependientes, son el fermento revolucionario de la sociedad feudal-colo-


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nial. En su proceso de desarrollo han avanzado, ampliando su grado de libertad económica, hasta llegar a la transformación de la dependencia personal respecto del propietario en una relación pecuniaria, en la renta en dinero; sin embargo, la propiedad de la tierra continúa en manos del antiguo propietario y esto constituye un obstáculo insalvable para el progreso económico del pequeño productor de mercancías. Se empieza a gestar, en lo más recóndito de la organización social, la consigna revolucionaria: el fraccionamiento de los latifundios y la propiedad de la tierra para los campesinos. El nuevo pequeño productor de mercancías artesanales choca inevitablemente con la organización gremial. Igualmente se va incubando la reivindicación revolucionaria: abolición de los gremios. Para la primera decena del siglo xix, todas estas condiciones han madurado lo suficiente como para provocar un movimiento revolucionario: la guerra de independencia de 1810.


III. La guerra de independencia (1810-1821). La dialéctica de la lucha de clases en la revolución de Independencia

Los españoles detentaban los más altos cargos de la administración pública y de la Iglesia en Nueva España; eran, además, ricos arrendadores de impuestos, grandes comerciantes y propietarios de enormes latifundios; constituían, por tanto, la capa más poderosa de la aristocracia feudal novohispana. Al producirse la invasión de España por las tropas napoleónicas y ser despojado de su trono Fernando Séptimo, los españoles de la península aumentaron las cargas económicas sobre las colonias, para de esta manera obtener los ingentes recursos que la lucha contra el invasor extranjero requería; los españoles novohispanos consideraron como una verdadera exacción las exigencias de la madre patria y se rebelaron en contra del poder de la misma, representado por el virrey Iturrigaray. La acción de los dominadores españoles puso en marcha un poderoso movimiento de clases sociales en la colonia que estaban muy lejos de prever. Al calor de la lucha se pusieron en pie de guerra las clases sociales que hasta ahí aparentemente dormitaban en el seno de la sociedad feudal colonial. Los hacendados feudales, clase social formada principalmente por criollos, encuentran propicia la ocasión en que sus enemigos los españoles de la colonia han perdido el apoyo de los españoles peninsulares para alzarse en contra de ellos, liberarse de su nefasta dominación y quedar como amos y señores de la Nueva España. Miguel Hidalgo es el encargado de encabezar la lucha de los hacendados feudales criollos en contra de los representantes de la dominación española en la colonia. Los hacendados feudales se levantan en armas, bajo su dirección, a la masa indiferencia35


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da del pueblo, la que constituye la base social del movimiento revolucionario. Esta necesaria participación del “pueblo” como peones de brega de los hacendados es la que hace aparecer al movimiento encabezado por Hidalgo como una lucha popular y a él al mismo tiempo como un líder del pueblo que debe guiarlo para lograr la satisfacción de sus ancestrales carencias. Hacendados criollos, medianos y pequeños productores criollos y mestizos, campesinos siervos, semi-libres y libres (antiguos peones acasillados) de origen mestizo e indio, etcétera, integran la fuerza que como un todo se enfrenta a los españoles que han quedado aislados de su metrópoli. El interés general, en el que coinciden todas estas clases sociales, es el de una sola de ellas: la necesidad de los hacendados feudales de deshacerse de la tutela económica y política de la fracción de la aristocracia feudal formada por los españoles para tomar el espacio económico y político que su aniquilación deje. Este interés particular es presentado como el interés general de toda la población de la Nueva España al señalar a la dominación española como la causa de todos los males de los habitantes del país. Detrás del interés general se encontraban latentes los intereses particulares de cada clase, los cuales, al calor de la lucha, debían de salir a luz en forma violenta. Los campesinos fueron dando forma a las consignas revolucionarias que los colocaba necesariamente en oposición directa con sus aliados en la guerra anti-española, los hacendados feudales; sus reivindicaciones principales eran la liberación de la servidumbre y el fraccionamiento de los latifundios para adquirir la propiedad plena de las parcelas que por ahora sólo ocupaban como usufructuarios o arrendatarios. Después de Hidalgo venía Morelos, el gran estratega representante de los antiguos campesinos-siervos, que ahora se estaban convirtiendo en pequeños productores de mercancías. La aristocracia feudal criolla ve con aprensión la enorme fuerza que los campesinos inyectan a la revolución de independencia; su temor le hace comprender lo fácil que es para el “pueblo”, al que ella ha soliviantado en contra de la administración española, cambiar de hombro el fusil y dirigirlo contra su propia aliada. El miedo se trueca en pánico y los criollos abandonan el movimiento revolucionario para echarse en brazos de quienes un momento antes eran sus enemigos mortales —pero que sin


La guerra de independencia (1810-1821)

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embargo nunca dejaron de ser sus hermanos de clase— y juntos enfrentan la insurgencia de los campesinos. La aristocracia criolla abandona a sus antiguos representantes y después los traiciona, pues los entrega a las fuerzas españolas. Hidalgo y los principales jefes insurgentes son sacrificados, con lo que termina la primera fase de la revolución de independencia. En el sur se mantiene Morelos como jefe del ejército de la insurgencia. Este genial luchador encabeza a la gran masa de campesinos que han avanzado en la clarificación de sus reivindicaciones, las que ahora unen indisolublemente la independencia a la abolición de la servidumbre y el fraccionamiento de los latifundios. Sus enemigos lo son tanto los españoles como la aristocracia criolla, sus antiguos aliados. Ésta, después de agotar su papel en la revolución y al sentir afectados sus intereses por la radicalización de la lucha campesina, se une a la aristocracia española de la colonia y juntos se lanzan a sofocar el movimiento revolucionario. Los campesinos son derrotados por las fuerzas coligadas de la aristocracia feudal novohispana. Una vez que esto ha sucedido, la aristocracia criolla ajusta cuentas con su hermana mayor, la aristocracia española colonial, y la expulsa definitivamente del país, por lo que ella queda como ama y señora de este extenso territorio. La independencia es decretada por la aristocracia criolla que lleva como testigo de honor a las derrotadas huestes de los campesinos. Agustín de Iturbide, primer gobernante de México Independiente, era el representante de la aristocracia criolla, dentro de la cual tenían el peso principal los hacendados feudales. Al asumir el poder, llevó al primer plano los intereses de esta clase, el principal de los cuales era la abolición de las conquistas de los campesinos en la lucha previa. Se trataba de llevarlos a la situación existente con anterioridad a la guerra de independencia y borrar hasta el último vestigio de su pretensión de fraccionar los latifundios. Los campesinos, sometidos ya a la exigencia fundamental de los hacendados de no pretender el fraccionamiento de los latifundios, vuelven a la lucha para evitar ser despojados de todo lo que habían logrado en el proceso revolucionario. Primero, obli-


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gan a la sustitución de Iturbide por Guadalupe Victoria, un hacendado criollo representante de la fracción más liberal de esta clase social; por último, imponen en la Presidencia de la República al mestizo que había sido derrotado durante la segunda fase de la revolución, a Vicente Guerrero. Este es el representante de los campesinos ya despojados de sus ilusiones revolucionarias pero que han conquistado una serie de derechos económicos y sociales superiores a los que tenían con anterioridad a la revolución, de los cuales se les pretende desposeer. En primer lugar, la relación de servidumbre ha desaparecido definitivamente: el campesino es una persona libre con igualdad de derechos frente al hacendado feudal. En segundo lugar, el usufructo de la tierra por títulos inmemoriales es sustituido por el arrendamiento moderno que se paga en dinero contante y sonante. Al promover el desarrollo del nuevo campesino, arrendatario de tierras y pequeño productor de mercancías, y al defender su existencia frente a la acometida de los hacendados, el gobierno de Vicente Guerrero impulsa por ese medio la conversión de todos los hacendados en comerciantes en tierras, en arrendadores del medio principal de producción. Los pequeños productores de mercancías llegan a una transacción política con los hacendados por la cual aquellos se comprometen a reconocer el nuevo “status” de los campesinos y éstos a su vez a abandonar sus pretensiones radicales. Este acuerdo es la máxima conquista de la revolución de independencia y determina ineluctablemente que el paso al capitalismo se realice en nuestro país por la vía Junker, es decir, con base en el gran propietario de tierras y no por la vía “farmer”, esto es, por medio del desarrollo de los pequeños granjeros, lo que supondría el fraccionamiento de los latifundios.


IV. México Independiente. De 1821 a 1850

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l resultado principal de la revolución de independencia fue un arreglo entre los hacendados y los pequeños productores de mercancías. En las nuevas condiciones alcanzadas floreció la pequeña producción de mercancías, a la vez que los hacendados aceleraron la conversión de sus tierras en tierras para arriendos. El aumento de la masa de mercancías producidas dio lugar a un notable crecimiento del mercado y, como consecuencia de ello, al surgimiento de un nuevo tipo de comerciantes cuyo único móvil era el incremento incesante de su riqueza pecuniaria a través del intercambio de mercancías. Estos pequeños comerciantes son los verdaderos elementos catalizadores del proceso de nacimiento del régimen capitalista en nuestro país; originado en el campo, el movimiento de mercantilización de la economía se traslada a la ciudad, en donde también, de entre los pequeños productores de mercancías, surgen los primeros pequeños comerciantes en artículos manufacturados. El nuevo comerciante que ha surgido de la proliferación de los pequeños productores de mercancías es propietario de un pequeño capital-dinero del que se ha hecho directamente en la venta de las mercancías que produce; como lanza al mercado lo que excede de su consumo, lo que resta después de comprar algunos insumos que él no produce es ganancia neta. Esta ganancia no es sino su misma fuerza de trabajo y la de sus familiares que ahora adopta la forma del equivalente general, el dinero; después de una serie de actos de venta cuyas ganancias se van acumulando, el pequeño productor es poseedor de un modesto capital que pugna por valorizarse. Con este capital, el pequeño productor compra a algunos de sus compañeros pequeños productores sus mercancías por un valor inferior al del mercado y

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las vende junto con las suyas a su valor total; se apropia así de una parte del trabajo excedente de los demás productores materializado en sus mercancías, es decir, de trabajo ajeno que ahora constituye la mayor parte de las ganancias que se incorporan a su antiguo capital. Conforme mayor es un capital (formado ya exclusivamente con trabajo ajeno) más grande es la cantidad de mercancías ajenas que concentra en sus manos para lanzarlas a la circulación mercantil y más voluminosa la ganancia que obtiene formada exclusivamente con trabajo ajeno; se transforma definitivamente de pequeño productor independiente en comerciante que posee un capital que crece incesantemente. El comerciante, ávido de ganancias, llega al punto en el cual se ve obligado a reducir todo lo posible sus costos para tener más utilidades en la venta de las mercancías; la única manera de hacerlo es poniendo un establecimiento en el cual se reúna a los productores directos para que bajo la dirección de aquel realicen el proceso productivo con materias primas que les proporciona, pagándoles como contraprestación por el alquiler de su fuerza de trabajo un salario que es muy inferior al valor que antes recibían por la venta de sus productos. El comerciante paga a los productores directos el valor de sus medios de vida y ellos producen cada día dicho valor y un excedente sobre el mismo que aquel se apropia sin retribución, materializado en los productos; al venderlos transforma los productos en dinero, una parte del cual sirve para comprar de nuevo la fuerza de trabajo y realizar otra vez el proceso productivo y otra es la ganancia que se acumula como capital. El capital es aquí ya pura y simplemente trabajo ajeno acumulado y la producción es producción de trabajo excedente. El comerciante se ha transformado en un pequeño productor capitalista de mercancías y el productor directo en obrero. El arriendo que el pequeño productor capitalista de mercancías paga al terrateniente proviene del trabajo excedente que extrae a los productores directos; la riqueza pecuniaria del terrateniente está formada exclusivamente de trabajo ajeno. Es evidente que la cantidad de tierras que posee en arriendo el comerciante del campo que se convierte en capitalista es en un principio muy reducida; esto lo obliga a pugnar por obtener una mayor extensión de tierras en arriendo para lo cual ofrece al terrateniente rentas elevadas por otras partes de las tierras


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señoriales; el terrateniente se ve así acuciado a desalojar de sus tierras a todos los antiguos usufructuarios de las mismas y a dejar en ellas sólo a los nuevos arrendatarios capitalistas. Esto que se dice tan fácil y rápidamente es un proceso violento, lleno de sangre, en el cual participan por igual el terrateniente y el moderno arrendatario, quienes por la fuerza, usada con una crueldad inaudita, desalojan de las grandes fincas a la masa de los antiguos campesinos-siervos y destruyen los precarios asentamientos que ahí habían construido a través de muchas generaciones. Los campesinos-siervos son convertidos en proletarios. El terrateniente se apropia de esta manera de todas las mejoras que los campesinos habían hecho a través de varias generaciones a las tierras que poseían en usufructo. Las fincas quedan libres de campesinos y son alquiladas a los pequeños capitalistas agrícolas, quienes las cultivan utilizando el trabajo asalariado de los antiguos campesinos, ahora convertidos en jornaleros agrícolas. La producción capitalista de mercancías obtiene así un impulso gigantesco en el campo mexicano. La transformación de la producción agrícola para desarrollarse sobre bases capitalistas provoca la conversión de la producción artesanal en una pequeña producción capitalista de mercancías. El sistema gremial es desintegrado por la fuerza del mercado y, al igual que en el campo, de los pequeños productores artesanos surge una clase de comerciantes que posteriormente evolucionan, por medio de un proceso similar al que se suscitó entre los campesinos, hacia una clase de pequeños productores capitalistas de manufacturas. La gran mayoría de los productores artesanales son desposeídos por el movimiento económico de sus precarios instrumentos de producción y metamorfoseados en proletarios. Este proceso que reseñamos se inicia en nuestro país, a partir de la consumación de la revolución de independencia, bajo una forma específica del régimen capitalista de producción, la cooperación simple. El régimen capitalista se inicia en nuestro país con la reunión, bajo el mando y la dirección de un pequeño o mediano poseedor de riqueza pecuniaria obtenida en el comercio, de un grupo de antiguos productores independientes que han sido despojados de sus medios e instrumentos de producción y que ahora son proletarios que alquilan su fuerza de trabajo. El régimen de


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producción sigue siendo el mismo pero ahora los productores en lugar de trabajar por su cuenta lo hacen para su patrón. El hambre insaciable de riqueza, que es también el móvil del capitalista mexicano, lleva a los pequeños capitalistas del campo y de la ciudad a acumular incesantemente las ganancias que obtienen de la producción ampliando el tamaño de sus explotaciones; también se ven impelidos, por ese instinto suyo y por la aguda competencia que entre ellos se establece, a buscar los medios de incrementar la productividad, camino por el que llegan necesariamente a la división del trabajo en las fincas y en las manufacturas. Aparece en nuestro país, como resultado necesario de la cooperación simple, la manufactura capitalista. En ella la mayor producción se obtiene mediante la reducción del tiempo durante el cual el obrero reproduce el valor de sus medios de vida y por la ampliación proporcional de la parte de la jornada durante la cual produce una plusvalía que se apropia el capitalista sin retribución; la riqueza del capitalista, de la cual transmite una parte al propietario de la tierra, es única y exclusivamente trabajo ajeno no retribuido. Entre 1821 y 1850 se desarrolla en nuestro país, de una manera acelerada, el naciente régimen capitalista, de lo que resulta la constitución de una poderosa y rica clase social, la burguesía mexicana, que por el momento tiene que compartir los productos de la explotación de los trabajadores mexicanos con los terratenientes. Este florecimiento del capitalismo engendra necesariamente una fuerte reacción de parte de los terratenientes, la Iglesia entre ellos, que no habían querido o no habían podido adaptarse a los nuevos tiempos y quienes por lo tanto no ingresaron al comercio de tierras y mantuvieron en sus propiedades el antiguo régimen de concesión de las parcelas en usufructo a los campesinos. Esta fracción de los terratenientes (de quienes era una parte importantísima la Iglesia) combatió duramente el cambio que se estaba dando en el resto de los integrantes de su clase y se negó rotundamente a la comercialización de las tierras. El pequeño productor capitalista y su sucesor, el capitalista manufacturero, se toparon con un muro infranqueable para la satisfacción de sus necesidades de más tierras de arriendo con las cuales extender sus explotaciones capitalistas. La lucha entre estas clases estaba en estado germinal en la misma situación


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opuesta en que se encontraban en la producción y en la contradicción que existía entre sus intereses económicos. La pequeña y mediana burguesía existente en México en el punto medio del siglo xix inicia una lucha a muerte contra los terratenientes que mantenían en sus fincas relaciones feudales o semi-feudales y contra uno de sus más conspicuos miembros, que además constituía su fuerza espiritual, la Iglesia terrateniente, para obligarlos a llevar sus tierras al torrente del comercio capitalista. Esta lucha se extiende, por necesidad, en contra de las comunidades de indios, las cuales también mantenían grandes extensiones de tierra sustraídas a la circulación. La bandera de la burguesía mexicana tenía un sólo lema: desamortización de los bienes del clero y de las comunidades. En este movimiento lleva tras de sí a los terratenientes, que han entrado al régimen capitalista por la vía del arriendo de tierras y que también sienten la necesidad de ampliar sus posesiones para valorizarlas en el comercio. Fuerzas productivas. Ramas de producción Producción agrícola y ganadera La producción agrícola y ganadera continúa siendo el núcleo de la economía mexicana, tal y como lo fue durante la época feudal, pero ahora en una forma cualitativa más alta pues se constituye en la cuna del naciente régimen capitalista de producción en nuestro país. Lo característico es que de ahí brotan los pequeños productores de mercancías, los pequeños comerciantes, los pequeños productores capitalistas y empiezan a surgir los medianos productores capitalistas agrícolas y ganaderos. Esta transformación de la agricultura y la ganadería es el punto de partida para el cambio general en el régimen capitalista hacia la nueva forma de producción; de ser el centro de la inmóvil y encerrada en sí misma economía feudal se convierte en el motor de una metamorfosis general del régimen económico por la cual se establece la primera forma del capitalismo en nuestro país. Producción minera No presenta ninguna característica específica; su evolución se somete a las transformaciones que se dan en la economía en general.


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Producción manufacturera Bajo la influencia de las mutaciones habidas en la producción agrícola y ganadera, la producción manufacturera entra también de lleno a las innovaciones que la colocan en la vía del desarrollo capitalista: proliferan los pequeños productores de mercancías, de ahí surgen los pequeños comerciantes en esos efectos, se rompe la estructura gremial, aparecen los pequeños productores capitalistas de mercancías y de sus talleres brotan las manufacturas capitalistas típicas, que son grandes talleres en los que se aplica la división del trabajo. Comercio El comercio tiene un nuevo papel de gran importancia en el régimen naciente. La actividad comercial sufre un verdadero trastrocamiento en sus características principales: en el régimen feudal era una función secundaria contenida dentro de límites muy estrechos y que si bien llevaba a la acumulación de riqueza dineraria entre quienes la practicaban, ésta (la acumulación) no era una pasión incurable. El comerciante proveniente de la pequeña producción de mercancías, que se desarrolla con posterioridad a la guerra de independencia, tiene como característica principal que posee un hambre insaciable de riqueza; cada ganancia que obtiene con los actos de comercio es un acicate para lanzar más mercancías a la circulación y obtener más ganancias con las cuales incrementar su capital, y así sucesivamente, sin solución de continuidad. El hambre progresiva e insaciable de riqueza en forma de dinero es la pasión específica del nuevo comerciante capitalista. Este instinto suyo es el motor del cambio del feudalismo al capitalismo y del desarrollo de las primeras etapas de este último. Relaciones de producción a) Propiedad privada feudal sobre la tierra, las minas y los obrajes por grandes propietarios que políticamente constituyen la oposición a la transformación del régimen económico hacia el capitalismo. b) Propiedad privada sobre el dinero por los grandes comerciantes que sirven a lo que queda de la estructura feudal.


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c) Propiedad privada capitalista (fase mercantil de este régimen económico) de la tierra por grandes propietarios que arriendan sus tierras a los productores capitalistas del campo. d) Propiedad privada capitalista de la tierra por medianos propietarios (tradicionalmente llamados rancheros) que explotan sus establecimientos con trabajo asalariado; son en parte propietarios y en parte arrendatarios de tierras. e) Propiedad privada capitalista sobre las mercancías y el dinero por pequeños y medianos productores capitalistas agrícolas que arriendan las tierras de los terratenientes y emplean trabajo asalariado en la producción. f ) Propiedad privada capitalista sobre los medios e instrumentos de producción, las mercancías y el dinero por los pequeños y medianos productores capitalistas de manufacturas. g) Pequeña propiedad privada de los productores directos de mercancías agrícolas y artesanales. h) Propiedad colectiva de los indios. i) Ausencia de propiedad de los antiguos campesinos-siervos y de los primeros pequeños productores agrícolas que han sido desalojados de las fincas señoriales por la acción conjunta de los arrendatarios capitalistas, los medianos productores capitalistas independientes y los terratenientes que han mercantilizado sus tierras. Se produce una gran masa de proletarios agrícolas. j) Ausencia de propiedad de los antiguos pequeños productores artesanales y de los primeros pequeños productores de mercancías que surgieron después de la guerra de independencia, los cuales fueron convertidos en proletarios citadinos por el arrasador movimiento económico que concentra la riqueza en unos cuantos productores capitalistas de artículos industriales bajo la forma de la cooperación simple y, posteriormente, de la manufactura capitalista. k) La forma principal de relacionarse entre los que tienen propiedad y los que no la tienen es la del trabajo asalariado. El proletario producido por el movimiento económico anterior se ve obligado, al perder sus medios de producción y de vida, a vender su fuerza de trabajo al capitalista a cambio de un salario. El dueño del capital lo hace trabajar más allá del límite dentro del cual reproduce el valor de su fuerza de trabajo, y el


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valor excedente que produce en el resto de la jornada se lo apropia sin retribución alguna. En esta fase, el capital ejerce una enorme violencia sobre los proletarios para someterlos a la esclavitud del trabajo asalariado y conseguir una primera extensión de la jornada de trabajo y una reducción del salario. La forma de la producción de plusvalía que predomina es la producción de plusvalía absoluta; la producción de plusvalía relativa sólo ha avanzado desde la cooperación simple hasta una incipiente división del trabajo. Clases sociales a) Propietarios feudales de las tierras, de las minas y de los obrajes. l. Grandes propietarios laicos que conservan la forma feudal de organización de la producción. 2. La Iglesia, gran propietario feudal de la tierra. b) Propietarios capitalistas de la tierra, las minas y las explotaciones industriales. 1. Grandes terratenientes que alquilan sus tierras a los capitalistas del campo. 2. Pequeños y medianos productores capitalistas agrícolas, ganaderos, mineros e industriales. c) Campesinos-siervos que viven en las haciendas feudales de los terratenientes y de la Iglesia. d) Pequeños productores de mercancías que fueron el antecedente de los productores capitalistas y que ahora están en proceso de extinción. e) Grandes comerciantes que monopolizan el mercado externo e interno. Son aliados de los terratenientes que mantienen la forma feudal de producción. f ) Pequeños y medianos comerciantes capitalistas del campo y la ciudad que son el fermento del nuevo régimen económico. g) Proletarios del campo y de la ciudad que crecen vertiginosamente en número y que están a punto de convertirse en la clase mayoritaria de la sociedad mexicana.


V. La guerra de reforma y la intervención francesa 1850-1867. La dialéctica de la lucha de clases en la guerra de reforma

Los arrendatarios capitalistas y los medianos capitalistas agrícolas (rancheros) por un lado, y los terratenientes arrendadores de tierras por el otro, se encuentran muy pronto con una gran escasez de tierras para tomar y dar en arriendo; esto constituye un poderoso freno al crecimiento de la producción capitalista naciente y al hambre insaciable de ganancias que la acompaña. Sin embargo, en el país aún quedan grandes extensiones de tierra que no han entrado al tráfago mercantil: las haciendas de los terratenientes feudales y de la Iglesia y las tierras de las comunidades de indios. Se entabla una lucha en la que unos pugnan por obligar a los otros a la comercialización de sus tierras y éstos se resisten a ello desesperadamente e incluso pretenden volver atrás la rueda de la historia con una restauración del feudalismo. Los productores capitalistas de la ciudad encuentran un obstáculo a su desarrollo en las supervivencias de la organización gremial y en el monopolio de los grandes comerciantes. También surge entre ellos una lucha encarnizada que se inscribe en la contienda general entre el capitalismo naciente y los remanentes del régimen feudal que se resiste a morir y que incluso busca afanosamente su restauración. Los liberales del siglo pasado fueron la avanzada, en el terreno político, de los arrendatarios capitalistas, los medianos productores capitalistas agrícolas, los terratenientes arrendadores de tierras y los productores capitalistas de la ciudad en contra de todos los elementos del feudalismo que se habían organizado en torno a los terratenientes feudales y la Iglesia. Los liberales, con Benito Juárez a la cabeza, decretan la desamortización de los bienes del clero y de las diversas comunida47


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des, entre ellas las de los indios; un inmenso territorio entra de golpe a la circulación mercantil y se reparte entre las clases que sostienen al capitalismo naciente: arrendatarios capitalistas, rancheros, terratenientes arrendadores de tierras, pequeños y medianos capitalistas manufactureros, comerciantes capitalistas y alcanza, como las migajas de un festín, para los artesanos que han sido empobrecidos por el desarrollo de la producción capitalista manufacturera, quienes reciben del gobierno graciosas dádivas de tierras inservibles que en el mejor de los casos las utilizarán para completar el salario que reciben en las manufacturas. Esta acción de los liberales provoca la airada reacción de los elementos feudales organizados en torno al clero. Los terratenientes feudales laicos, la Iglesia, los grandes comerciantes, las mesnadas de los señores feudales, formadas por sus servidores, terrazgueros, aparceros, medieros y todo tipo de usufructuarios de sus tierras se ponen en pie de guerra y atacan decididamente a los liberales, representantes del capitalismo naciente. En su impotencia —pues se trata de una forma de organización condenada por la historia a desaparecer— llama en su auxilio al extranjero y juntos imponen una risible corte imperial al estilo de las decadentes cortes reales europeas. Tras varios años de lucha, el invasor extranjero es derrotado y expulsado del país y los terratenientes feudales sometidos ignominiosamente. Con esto se deja vía libre al desarrollo del capitalismo en nuestro país.


VI. La República Restaurada. 1867-1880

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l restaurarse la república tras la expulsión de los invasores extranjeros y la derrota de la reacción feudal, el capitalismo se desarrolla libre de trabas en nuestro país. El nuevo régimen económico avanza impetuosamente y se consolidan la forma manufacturera en la incipiente industria y la división del trabajo cada vez más racional en la agricultura y la ganadería. La producción manufacturera capitalista se transforma espontáneamente en producción maquinizada, aunque de una manera muy lenta. Para 1880, muchos de los agricultores y de los manufactureros capitalistas han introducido en sus explotaciones algún tipo de maquinaria y los demás empresarios se disponen a hacerlo. Entre tanto, los terratenientes continúan en este período con el incremento de sus ingresos por concepto de arriendo de tierras y los grandes comerciantes heredados del régimen feudal, quienes se han integrado definitivamente al nuevo modo de producción, aumentan sus fortunas a través del financiamiento de la producción capitalista. El hambre insaciable de ganancias ha obligado a los capitalistas a buscar la forma de obtener mayores cantidades de trabajo excedente de sus trabajadores; dados una extensión de la jornada y un nivel salarial, un volumen más grande de trabajo excedente sólo puede obtenerse por la vía de la reducción de la parte de la jornada durante la cual el trabajador reproduce el valor de sus medios de vida y mediante el alargamiento, en la misma medida, de la parte durante la cual trabaja sin retribución para el capitalista. El medio para reducir el tiempo de trabajo necesario es el incremento de la productividad del trabajo, el cual se logra a través del desarrollo de las formas de plusvalía relativa:

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cooperación simple, manufactura o división del trabajo en el taller y maquinización de la producción. En cada una de estas fases se produce un incremento sustancial en la productividad del trabajo y, por consecuencia, un aumento considerable de las ganancias de los capitalistas. La maquinización de la producción es la forma superior de producción de plusvalía relativa; la máquina es la concentración de todas las facultades físicas y mentales del obrero, de las cuáles ha sido previamente despojado, y a través de ella se continúa con la desposesión de todas las potencias humanas del trabajador. La maquinización de la producción sirve de punto de apoyo a las formas de producción de plusvalía absoluta que comprenden: sometimiento violento del trabajador a la esclavitud del trabajo asalariado, extensión de la jornada, reducción del salario, despotismo fabril, etcétera, y que adquieren una potencia mayúscula bajo la égida de la producción maquinizada. La maquinización de la producción se inicia en nuestro país, en pequeña escala y con lentitud, en las manufacturas, las minas y las explotaciones agrícolas. Detrás de esta avanzada del capitalismo subsiste aún una vasta red de artesanado urbano y de producción doméstico rural que en cierta manera constituye una fuente de todos los elementos del capitalismo en ascenso a la vez que un complemento del mismo. A fines de la década de los 80 los terratenientes arrendadores de tierras y los grandes comerciantes capitalistas, inmersos ya en ese torbellino de la acumulación sin descanso de riqueza que es la economía nacional, se ven obligados a tomar en sus propias manos la fuente misma de donde ella brota; de meros intermediarios se transforman en grandes productores capitalistas que invierten su capital-dinero acumulado en el comercio de la tierra y de los bienes en el establecimiento de enormes explotaciones agrícolas e industriales en las que introducen en una escala relativamente grande las máquinas en la producción. Fuerzas productivas. Ramas de producción Producción agrícola y ganadera Continúa siendo el eje de la economía nacional aunque ahora en una forma cualitativa más alta pues el grueso de ella se realiza en explotaciones típicamente capitalistas que ya empiezan a


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utilizar la maquinaria en las labores agrícolas; además, es la causa de una transformación más decisiva aún que se inicia a fines de la década del 70 y principios de la del 80 en el siglo xix por la cual los terratenientes se convierten, de meros intermediarios, en productores capitalistas directos que implantan el cultivo en gran escala, con la utilización masiva de la maquinaria y la aplicación de los adelantos de la ciencia y de la técnica. Producción Minera Continúa siendo llevada por la inercia de la evolución de las otras ramas de la economía nacional. Producción Manufacturera La realizan en lo fundamental los productores capitalistas que provienen de la pequeña producción capitalista de mercancías. Se encuentra en plena madurez la división del trabajo en el taller y lenta pero seguramente se incorpora la maquinaria a los establecimientos manufactureros. También en esta rama se presentan los primeros avances de una forma superior del régimen capitalista: los terratenientes y los comerciantes súper enriquecidos en la fase mercantil del desarrollo capitalista de nuestro país comienzan a invertir sus prodigiosas fortunas en la instalación de grandes establecimientos fabriles, a los que dotan con maquinaria relativamente moderna. Comercio En su parte sustancial es realizado por los pequeños y medianos comerciantes capitalistas que descienden de los pequeños productores de mercancías y por los grandes comerciantes que prolongaron su existencia desde la época del régimen feudal y se asimilaron a las nuevas condiciones económicas. Aquí también surgen los primeros brotes de una forma más elevada del capitalismo mexicano: por un lado, los grandes comerciantes invierten sus ganancias en la instalación de verdaderas fábricas y, por el otro, toman en sus manos el comercio internacional, lo adecúan a las nuevas circunstancias económicas y se convierten en exportadores de bienes primarios e importadores de bienes de capital.


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Relaciones de producción a) Propiedad privada capitalista de la tierra por grandes propietarios que arriendan sus tierras a los productores capitalistas del campo. Al final del período se inicia la transformación de los terratenientes en productores capitalistas directos que además de sus explotaciones agrícolas instalan fábricas y fundan empresas comerciales y bancarias. Su propiedad privada capitalista se hace más amplia pues comprende en general los medios e instrumentos de producción y de consumo y los medios de circulación. b) Propiedad privada capitalista del dinero por los grandes comerciantes y los primeros banqueros. c) Propiedad privada capitalista de la tierra por medianos propietarios (rancheros). d) Propiedad capitalista sobre las mercancías y el dinero por pequeños y medianos productores capitalistas que son arrendatarios de las tierras de los latifundistas. e) Propiedad privada capitalista sobre los medios e instrumentos de producción, las mercancías y el dinero por los productores de manufacturas. f ) Pequeña propiedad privada de los productores de mercancías agrícolas y artesanales. g) Propiedad colectiva de las comunidades de indios. h) Ausencia de propiedad de los proletarios del campo. i) Ausencia de propiedad de los proletarios de las ciudades. j) La forma de relacionarse entre quienes tienen propiedad y quienes carecen de ella es la del trabajo asalariado. Las formas de producción de plusvalía absoluta (sometimiento por la violencia económica y extraeconómica a la esclavitud del trabajo asalariado, extensión de la jornada, reducción del salario) y las de producción de plusvalía relativa (que en la industria ha llegado a la maquinización de la producción en las manufacturas y al establecimiento de verdaderas fábricas por los terratenientes y la aristocracia financiera) reciben un fuerte impulso en este período. Sin embargo, todavía no producen sus efectos en toda su extensión pues aún existe una amplia base de producción doméstico-rural y artesanal urbana. La explotación de los trabajadores por los capitalistas se presenta como el despojo de sus medios e instrumentos de


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producción y su conversión en capital, la absorción de trabajo excedente y la continuación del proceso de anulación de sus facultades humanas, ahora por el capital. Clases sociales a) Propietarios capitalistas de las tierras, las minas, las explotaciones industriales, las mercancías y el dinero. 1. Grandes terratenientes que alquilan sus tierras a los capitalistas del campo. 2. Grandes comerciantes que monopolizan el mercado interno y externo. Estos dos grupos inician su conversión en verdaderos empresarios capitalistas dejando de ser meros intermediarios en el proceso productivo. 3. Medianos y pequeños productores capitalistas agrícolas, ganaderos, mineros e industriales. 4. Medianos y pequeños comerciantes. b) Pequeños productores de mercancías (industria domésticorural y artesanal urbana) que ahora son el complemento necesario del capitalismo en desarrollo. c) Proletarios del campo y de la ciudad que continúan engrosando su número conforme el capitalismo avanza. La proletarización de grandes masas de la población mediante el despojo de sus condiciones de trabajo y de vida y su incorporación al sistema de explotación del trabajo asalariado es el signo distintivo de esta etapa.


VII. El Porfiriato. 1880-1910

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a mayoría de los terratenientes y los grandes comerciantes que se habían enriquecido en el período anterior se convierten definitivamente en productores capitalistas que introducen en sus haciendas la agricultura en gran escala, racional y mecanizada, y que ponen grandes explotaciones fabriles. En torno a la hacienda capitalista se integra toda una organización vertical que incluye además fábricas de diversa índole, empresas comerciales de gran envergadura y bancos que cubren sus necesidades crediticias y de medios de circulación. Este complejo agrícola-industrial-comercial-bancario nace del latifundio y lo conserva como su centro de gravitación; en derredor de cada unidad de este tipo se forma toda una estructura económica regional y varias de éstas se unen en un complejo económico de alcance nacional. El sector económico de los grandes capitalistas procedentes de los terratenientes y de la aristocracia comercial y financiera requiere dos puntos de apoyo importantísimos: a) capital extranjero que complemente al capital nacional, lo haga crecer y le permita incorporar una tecnología moderna a la producción; b) una relación de intercambio con los países desarrollados de aquella época por la cual se vendan materias primas y alimentos en el mercado metropolitano y con el producto de la misma se compren en él la maquinaria y el equipo necesarios para las empresas agrícolas e industriales de la aristocracia terrateniente-industrial-comercial y financiera.

El capitalismo mexicano se inserta así en el capitalismo internacional: recibe con los brazos abiertos al capital extranjero, 54


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produce materias primas y alimentos para los países de mayor desarrollo e importa principalmente maquinaria y equipo para su incipiente industria. Al iniciar la aristocracia terrateniente-industrial su portentoso desarrollo económico, entra en oposición con todos los elementos capitalistas del sector que tiene como su centro de gravitación a los industriales manufactureros, medianos productores capitalistas agrícolas y medianos comerciantes y que lleva tras de sí a los pequeños productores rurales y urbanos. Los terratenientes consuman el proceso de desalojo de los usufructuarios de sus tierras al expulsar de ellas a los que habían quedado como sedimento durante todos los anteriores movimientos de expulsión de los campesinos de las tierras señoriales; pero no sólo eso, sino que ahora destierra con todo lujo de violencia a los mismos arrendatarios capitalistas que habían sido sus aliados en las anteriores depredaciones contra los campesinos. Las tierras señoriales y las que son arrebatadas a los arrendatarios capitalistas cambian inmediatamente de destino: ahora son utilizadas para producir los productos agrícolas que demanda el mercado mundial y en la misma medida se abandona el cultivo de los productos necesarios para el mercado interno, principalmente el de alimentos. El hambre de trabajo excedente conduce a los terratenientes a enfrentarse con los capitalistas agrarios independientes (es decir, con los rancheros, que son propietarios de las tierras que explotan capitalistamente) y a despojarlos por la violencia de sus tierras, aguas, etcétera. De la misma manera, las tierras que pertenecen a los ejidos de los pueblos y aquellas que son propiedad de las comunidades de indios y mestizos son presa de la voracidad de los terratenientes, quienes desposeen de ellas a sus ancestrales ocupantes. El desarrollo desorbitado de la industria fabril propiedad de la aristocracia terrateniente-comercial-industrial, la cual tiene su base de sustentación en el capital extranjero y en la nueva relación de intercambio con el exterior, provoca la ruina de los capitalistas industriales provenientes de los antiguos manufactureros, la de los pequeños productores de artículos industriales y la de los restos de la red de artesanado urbano que existió en la época de las manufacturas.


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La aristocracia porfirista dio rienda suelta a las tendencias del régimen capitalista que la persistencia del artesanado y de la industria doméstico-rural no habían dejado florecer en todo su esplendor. La violencia más inaudita es utilizada entonces para despojar a los últimos productores directos de sus medios e instrumentos de producción y someterlos a la esclavitud del trabajo asalariado para extender la jornada, reducir el salario e intensificar el trabajo de los obreros agrícolas y urbanos. Ejemplos extremos de esta violencia son la esclavitud implantada en las haciendas del Valle Nacional, el tráfico de indios mayos y yaquis quienes, después de ser expoliados de sus tierras, eran enviados a trabajar en aquellas plantaciones y la explotación despiadada a que eran sometidos los obreros en Cananea y Río Blanco. Fuerzas Productivas. Ramas de Producción Producción agrícola y ganadera Una parte sustancial y creciente de la producción agrícola y ganadera se realiza en las grandes haciendas utilizando trabajo asalariado y máquinas de diversa índole; lo característico es que estas haciendas son el núcleo de una estructura productiva que comprende además industrias fabriles y empresas comerciales y bancarias. La producción de los latifundios está orientada en una gran medida hacia el mercado mundial y el resto de su producción es destinada a sus propias industrias y a sus trabajadores. Los capitalistas extranjeros invierten capital en grandes explotaciones agrícolas introduciendo así nuevas técnicas y maquinaria moderna que después serán adoptadas por los terratenientes nacionales; además, complementan al capital nacional pues producen para el mercado internacional con lo que acrecientan las divisas que sirven para importar maquinaria y equipo. Cuando asocian a sus empresas al capital nacional lo hacen crecer directamente, cuantitativa y cualitativamente. Otra parte de la producción agrícola y ganadera es obtenida por los medianos y pequeños productores capitalistas del campo que también han mecanizado y racionalizado en cierta medida sus cultivos; su producción es principalmente de alimentos y materias primas para el mercado interno y el volumen de la misma va en franco descenso ante la acometida de los latifun-


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distas, que por una parte los despojan de tierras y aguas y por otra los arruinan a través de una competencia feroz. Producción minera Es también campo de acción de los grandes capitalistas provenientes de la aristocracia terrateniente y comercial. Su desarrollo en manos de este sector capitalista la lleva rápidamente a la mecanización y modernización y la orienta definitivamente hacia el mercado internacional. El capital extranjero penetra también en este ámbito y produce los mismos efectos que en la producción agrícola y ganadera. En este rubro podemos considerar a la extracción del petróleo por compañías extranjeras. Por contrapartida, los medianos y pequeños capitalistas de la minería, que atienden preferentemente el mercado interno y que también han llegado a la maquinización de sus explotaciones, ven reducido su campo de acción y son conducidos a la ruina por el desarrollo avasallador del otro sector económico. Producción industrial En una proporción cada vez más grande se realiza en verdaderas fábricas, con maquinaria relativamente moderna, propiedad de la aristocracia terrateniente-comercial-industrial-bancaria. Estas explotaciones fabriles forman por lo general parte de una estructura económica que partiendo de la hacienda integra también, además de la industria, al comercio y a la banca. El capital extranjero tiene aquí uno de sus principales campos de acción; al participar en la producción industrial introduce maquinaria y técnicas modernas, complementa al capital nacional pues produce artículos que son indispensables para el resto de las industrias o que crean patrones de consumo que después podrán ser satisfechos por las industrias nacionales, estimulan el mercado interno al utilizar mano de obra nativa y en algún grado materias primas nacionales, proveen divisas con su inversión monetaria que son empleadas para importar maquinaria y equipo para las empresas nacionales y hacen crecer directamente (cuando se asocian con él) e indirectamente al capital industrial nacional. Una parte del capital extranjero se invierte en el establecimiento de una red ferroviaria y en servicios públicos como teléfonos, telégrafos, agua y electricidad; esta infraestructura


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permite o acelera la circulación de mercancías en el país o incrementar la producción de las mismas con lo cual el capital nacional se desarrolla ascendentemente; además, puesto que un significativo monto de esa inversión se utiliza para la adquisición de insumos y mano de obra nacionales, se induce el desarrollo del capital nacional y, al mismo tiempo, crecen las reservas de divisas en la economía mexicana. Pero esta relación de mutuo engendramiento se da solamente entre el capital extranjero y el sector capitalista de la aristocracia terrateniente-industrial-comercial. En el otro extremo de la estructura industrial se encuentran los productores capitalistas que, habiendo llegado después de un penoso caminar hasta el establecimiento de las manufacturas y a la maquinización de las mismas, se ven literalmente arrollados y lanzados a la ruina por el desenvolvimiento desorbitado del otro sector económico que ha encontrado un potente aliado en el capital extranjero. Comercio El comercio tiene en esta etapa dos cambios fundamentales. Una buena parte de los grandes comerciantes se convierten en exportadores de materias primas y alimentos y en importadores de maquinaria, equipo y materias primas industriales. Por otro lado, muchos de ellos también ingresan al negocio de la producción y con sus excedentes de numerario fundan fábricas. El capital extranjero también se invierte en esta rama, ya sea solo o en asociación con el capital nacional; en ambos casos, ya directa, ya indirectamente, el capital nacional crece y se perfecciona con base en el capital extranjero. Mientras tanto, los medianos y pequeños comerciantes que operan casi exclusivamente en el mercado interno se ven orillados a la ruina por la competencia de los grandes comerciantes. Banca En esta etapa surge esta nueva rama de la actividad económica. Su finalidad es crear un sistema de crédito que acelere la circulación de mercancías, dinero y capital para de esta manera acelerar la producción de plusvalía. En este campo el capital extranjero tiene un lugar preponderante; algunos bancos se establecen sólo con capital extranjero y nacional combinada en


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diversas proporciones y otros (los menos) con capital nacional exclusivamente. De más está decir que los capitalistas manufactureros no establecieron ningún banco y que, o quedaron fuera de los beneficios de los que se establecieron o, lo que era peor, se convirtieron en sus clientes siempre insolventes y al borde de la quiebra. Relaciones de producción a) Propiedad privada sobre la tierra, las minas, los bosques, las fábricas, las mercancías y el dinero por los grandes capitalistas que se han organizado en torno al latifundio. b) Propiedad privada capitalista de los medios e instrumentos de producción, las mercancías y el dinero por medianos y pequeños capitalistas agrícolas (rancheros) e industriales (manufactureros) y medianos y pequeños comerciantes a ellos asociados. Este tipo de propiedad es seriamente quebrantada por la agresión violenta de los grandes capitalistas. c) Pequeña propiedad privada sobre medios e instrumentos de producción de los productores doméstico-rurales y artesanalurbanos; al final del período se encuentra en completa declinación ante el embate violento de los grandes capitalistas, y sus antiguos titulares han pasado a engrosar las filas del proletariado. d) Propiedad colectiva de las comunidades de indios. Es objeto de una embestida violenta por parte de los grandes capitalistas, quedando sensiblemente reducida. e) Ausencia de propiedad de los proletarios del campo. Los nopropietarios del campo aumentan en una enorme proporción debido al despojo de que son objeto los diversos tipos de campesinos por los grandes capitalistas. Una gran parte del campesinado estaba formada, de hecho, al iniciarse el Porfiriato, por verdaderos jornaleros o proletarios del campo; sólo que éstos conservaban fervorosamente, con el fanatismo del pequeño propietario, como se verá después en el proceso revolucionario en donde la reivindicación de la tierra aparece en un plano primordial, antes de las reivindicaciones que como vendedores de su fuerza de trabajo les corresponden, una pequeña e improductiva parcela que poseían por distintos títulos jurídicos e ilusoriamente utiliza-


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ban como un complemento de su reducido salario. Esta evanescente propiedad fue inmisericordemente arrebatada a los trabajadores del campo por los grandes propietarios rurales. f ) Ausencia de propiedad de los proletarios de las ciudades; el número de éstos se incrementa en proporción geométrica. g) La relación fundamental entre los propietarios y no propietarios es la del trabajo asalariado. Bajo la dirección de los grandes capitalistas se da cima, con todo lujo de violencia, al proceso de desposesión a todas las distintas variedades de campesinos de las tierras de los hacendados que usufructuaban por diversos títulos; literalmente son echados de ellas por la fuerza; igualmente, los grandes propietarios se apropian de las tierras de los campesinos independientes e incluso se aventuran a disputarles sus propiedades a los medianos y pequeños capitalistas del campo. El predominio absoluto de los grandes propietarios, tanto en el terreno económico como político, da un impulso muy grande y llena de violencia a las formas de producción de plusvalía absoluta: los proletarios son obligados por la fuerza a trabajar para los capitalistas y a mantenerse aherrojados a los centros de trabajo (esclavitud por deudas en las haciendas, etcétera); el despotismo de los empresarios en los lugares de trabajo alcanza niveles inconcebibles; la reducción del salario, la extensión de la jornada y la intensificación del trabajo, libres ya del freno que significaba la subsistencia de la producción doméstico-rural y artesanal-urbana, rompen todos los límites imaginables y condenan a los proletarios a una situación de desgaste acelerado de su fuerza de trabajo que los lleva necesariamente al hambre, las enfermedades y la muerte prematura. La aniquilación física y mental de los trabajadores por su desgaste excesivo es el primer resultado de la explotación capitalista al avecindarse ésta en nuestro país. Las formas de producción de plusvalía relativa siguen avanzando y llegan a un punto superior de su existencia al generalizarse la producción maquinizada, la cual desemboca en el establecimiento de verdaderos sistemas de maquinaria (fábricas). El despojo de las condiciones de vida y de trabajo que por estos métodos se hace a los trabajadores mexicanos avanza inexorablemente: al obrero le es sustraído su instrumento que ahora forma parte de una máquina; todas las facultades físicas y mentales del traba-


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jador, las cuales estaban unidas a los instrumentos manuales, pierden su base de sustentación y entran en una pronunciada pendiente de descomposición y anulación; la corporeidad del obrero, sus facultades físicas y mentales, se convierten en una extensión de la máquina, en la parte viviente de la misma y por ello el funcionamiento del organismo de los obreros no es autónomo sino heterónomo, es decir, que está determinado absolutamente por el movimiento de la máquina, lo que determina aquellas descomposición y aniquilación de las facultades humanas; la intensificación del trabajo, inherente al régimen capitalista, supone una mayor adaptación del trabajador a la máquina con lo que se produce una descomposición más decisiva de sus procesos orgánicos y de sus órganos fundamentales y en consecuencia una degeneración más acentuada de su naturaleza humana; las máquinas son las mismas primitivas facultades físicas de los trabajadores, ahora separadas de ellos, mantenidas e incrementadas como tal propiedad ajena por el propio trabajo de los productores, y que existen sólo a condición de provocar la aniquilación de las facultades humanas del obrero individual; el trabajo cooperativo de los obreros, que se impone como una necesidad ineludible cuando se introducen máquinas en los talleres, es una facultad de los trabajadores que se apropia el capital y que también es un medio de producir la negación de la naturaleza humana del obrero. Clases sociales a) Propietarios capitalistas de las tierras, las minas, las explotaciones industriales, las mercancías y el dinero. 1. Hacendados capitalistas que valorizan sus tierras a través de la explotación del trabajo asalariado y que poseen también explotaciones industriales y empresas comerciales y bancarias. 2. Grandes capitalistas industriales que valorizan sus medios e instrumentos de producción a través del trabajo asalariado y que poseen también haciendas, comercios y bancos. 3. Grandes comerciantes que monopolizan el mercado externo e interno y que también invierten en haciendas, fábricas y bancos.


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4. Mediano productores capitalistas y comerciantes del campo y de la ciudad. 5. Pequeños productores capitalistas y comerciantes del campo y de la ciudad. b) Pequeños productores doméstico-rurales y artesanal-urbanos. c) Proletarios del campo y de la ciudad.


VIII. La revolución de 1910. La dialéctica de la lucha de clases en la revolución

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a clase de los Hacendados porfiristas se había escindido en dos grupos: uno de ellos, el más antiguo, asentado en el centro y el sur del país, y el otro, de origen más moderno, que dominaba en el territorio del norte de México. El primero, aliado con el capital europeo (francés e inglés), era el que monopolizaba el poder político y lo había usufructuado por más de treinta años; el segundo, firmemente unido con el capital norteamericano, representaba una forma más moderna y dinámica del capitalismo y exigía su participación en el ejercicio del poder. La dominación del primer grupo llegó a un punto tal en que se hizo insoportable y oprobiosa para el otro sector de los terratenientes; éstos, encabezados por Madero, y erigiéndose en los representantes de todas las demás clases sociales a las cuales arrastraron tras de sí, se levantaron en armas para exigir que se les permitiera participar en el gobierno del país; sus reivindicaciones: sufragio efectivo, no reelección.1 No bien había empe-

Aquí nos permitiremos hacer una precisión. El prejuicio histórico al uso nos dice que hay una sorprendente paradoja en el hecho de que Francisco I. Madero, siendo miembro de una familia de terratenientes, gran propietario territorial él mismo, haya renunciado a su situación privilegiada poniéndose a la cabeza de un movimiento reivindicatorio de las clases populares, incluidos entre ellas los campesinos que constituían la fuente de cantidades ingentes de trabajo excedente para la familia Madero. Mucha tinta se ha gastado tratando de explicar el porqué de la participación de Madero en la revolución mexicana; se ha apelado a una supuesta bondad natural del héroe, a una presunta influencia de doctrinas esotéricas, a una asimilación personal de teorías filosóficas y políticas de tal o cual índole, etcétera. La Dra. María Vargas-Losinberg, en su libro La Comarca Lagunera: de la revolución a la expropiación de las Haciendas. 1910-1940., nos da la clave

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zado la lucha cuando los terratenientes representados por Madero llegaron a una transacción con los terratenientes porfiristas; se pactó la renuncia de Porfirio Díaz, el establecimiento de un gobierno provisional formado en su mayoría por elementos porfiristas y la convocatoria a elecciones para Presidente de la República. El ejército revolucionario fue licenciado y quedó como dueño de la situación el ejército federal. Madero llegó a la titularidad del ejecutivo y desde un principio compartió el poder con la fracción terrateniente porfirista; juntos realizaron la tarea de pacificar los ánimos soliviantados de las demás clases sociales para la solución de este enigma: el móvil de Madero era un prosaico interés económico. Al final de la época porfirista, del tronco común de los terratenientes capitalistas se empezó a separar una rama de grandes propietarios de nuevo cuño. En la Laguna existía una estructura económica que tenía como núcleo a los grandes terratenientes extranjeros y nacionales pertenecientes al grupo porfirista tradicional; ellos monopolizaban los elementos materiales y humanos de la región y los aplicaban a la producción agrícola, principalmente de algodón; era notable su acaparamiento de las mejores tierras, del agua proveniente del Río Nazas, de los peones acasillados en las propiedades rurales y de los bonanceros, que así se llamaba a los braceros que por cientos de miles se trasladaban a la región en las épocas del cultivo y la cosecha del algodón. En un lugar más al norte y al oriente del país, en el Estado de Nuevo León, se había estructurado otra forma de la economía terrateniente, distinta y opuesta a la anterior, aunque de ella proveniente, cuyas características fundamentales eran un grado más alto de modernización y su vinculación con el capital norteamericano. Este modelo capitalista-terrateniente moderno, como diáspora, lanzó sus semillas hacia el sur y el occidente; la familia Madero emigró en masa —nadie, hasta hoy, ha siquiera intentado descubrir las causas de esta virtual expulsión de los Madero de la comunidad económica neoleonesa— y se estableció en Parras, Coahuila; desde ahí, una parte de ella se lanzó a la conquista de la Comarca Lagunera. Un obstáculo insalvable para sus propósitos económicos lo constituía la estructura económica porfirista del viejo tipo, ahí firmemente arraigada: ni tierras, ni agua, ni peones, ni braceros en cantidades suficientes pudieron obtener bajo ninguna circunstancia. Precisamente la rama de la familia Madero a la que pertenecía Francisco I. fue la que incursionó en la región lagunera con resultados desastrosos. Las imperiosas necesidades económicas (tierras, aguas y braceros a quienes explotar), se decantaron y se convirtieron, en Francisco Ignacio, primero en exigencias políticas (sufragio efectivo y no reeleción), y después en una ideología “democrática” de “emancipación social”.


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para evitar que llevaran hacia adelante sus reivindicaciones específicas, las cuales se iban clarificando y apuntaban precisamente contra el corazón del mismo régimen de los terratenientes del cual formaba parte la propia familia Madero. En la misma medida en que las clases beligerantes iban siendo sometidas al orden por Madero y sus aliados porfiristas, éste era desplazado del poder hasta ser eliminado definitivamente; al hacerlo prisionero y privarlo de la vida la fracción porfirista de los terratenientes quedaron dueños de la situación y restauraron plenamente el antiguo régimen. La bandera de la revolución pasó a la clase de los medianos productores y comerciantes capitalistas del período manufacturero, quienes incluso habían ya empezado a maquinizar su producción cuando fueron barridos por la fuerza económica de los terratenientes capitalistas. Detrás de ellos marcharon a la contienda los pequeños productores capitalistas del campo y de la ciudad y, constituyendo la base de sustentación de todo el movimiento, los campesinos y los jornaleros del campo. En la lucha contra la restauración terrateniente la fuerza militar de los campesinos y de los proletarios del campo se consolidó y su conciencia de clase se hizo más clara enfilando sus demandas hacia la restitución y dotación de tierras y aguas a los pueblos y a las comunidades a través de la reivindicación de la propiedad de lo que los terratenientes les habían despojado y del fraccionamiento de los latifundios en lo que excedieran a una mediana propiedad racionalmente explotable. El movimiento de los campesinos y de los jornaleros del campo cobró tanto vigor que pronto sobrepasó la conducción de la mediana burguesía y se enfrentó a esta clase, a la cual le disputó el poder político y militar. La mediana burguesía desplegó todo el poderío que su situación económica le aseguraba y derrotó a los ejércitos de Villa y de Zapata estableciendo su dominación indiscutible. Una vez que las cuentas con las clases más radicales de la sociedad mexicana quedaron saldadas la alianza de la mediana y pequeña burguesía se interno en sí misma para resolver sus contradicciones. La mediana burguesía detuvo el movimiento en el punto al que había llegado y se convirtió así en la reacción dentro del proceso revolucionario; la pequeña burguesía enarboló entonces


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la bandera de la revolución: derrotó militarmente a Carranza y dio inicio a las transformaciones económicas y políticas que la misma mediana burguesía había demandado pero que fue incapaz de llevar a cabo; estas reivindicaciones, por un lado constituían una vulneración de los intereses de los terratenientes (tanto porfiristas como maderistas) y de su nueva aliada, la mediana burguesía, y por el otro, la conquista de las condiciones para el propio desarrollo ascendente de la pequeña burguesía. Esta radicalización del movimiento engendró la reacción de la alianza que se formó entre las clases que habiendo encabezado las primeras fases de la revolución fueron desplazadas del escenario por otras más avanzadas y la fracción porfirista de los terratenientes. Cuando la acción revolucionaria de la pequeña burguesía se enfiló contra el complemento espiritual del régimen de los terratenientes capitalistas, es decir, contra la iglesia católica, provocó la airada respuesta de esa amalgama de clases dando lugar a la famosa rebelión cristera. Una vez dominado el intento de restauración que se escondía tras de la insurrección religiosa, la pequeña burguesía se detiene en su camino revolucionario y dedica entonces sus esfuerzos a la consolidación de sus conquistas y al desarrollo de las condiciones económicas de su dominación de clase. Un obstáculo para su desenvolvimiento venturoso lo era la supervivencia de la gran propiedad territorial que constituía la base del poder económico y político de los terratenientes y de las clases que junto a ellos se habían aglutinado y, por tanto, eran el fundamento de la amenaza constante de restauración que pesaba sobre la revolución. Un sector de la pequeña burguesía —que en el ínterin había avanzado para constituirse en mediana burguesía— frena su ímpetu ante estos obstáculos señalados; por contrapartida, otro sector de esa misma clase social se radicaliza y saca adelante las reivindicaciones más avanzadas del movimiento revolucionario aún en contra de la voluntad de sus principales beneficiarios. Lázaro Cárdenas es el conductor de aquella fracción de la pequeña burguesía que hace ir al movimiento revolucionario hasta sus últimas consecuencias. Durante su período de gobierno se da un gran impulso al fraccionamiento de los latifundios y al reparto de las tierras así obtenidas. Igualmente se nacionaliza la industria petrolera que-


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dando de esta manera constituido el núcleo de un poderoso sector estatal de la economía que sirve de base de sustentación de la economía de los pequeños y medianos capitalistas surgidos del movimiento revolucionario. En suma, se producen cambios profundos en la base económica y en la superestructura política e ideológica del capitalismo mexicano. La fracción más combativa de la pequeña burguesía se apoya en el movimiento por ella misma propiciado de los jornaleros del campo y de los proletarios de la ciudad para lograr la realización de los postulados de la revolución. Este radicalismo, férreamente controlado por el grupo dirigente, es calificado por ellos mismos como un socialismo sui generis (la educación oficial es llamada abiertamente “educación socialista”), pero de lo que en realidad se trata es de, por un lado la destrucción de la base económica, política e ideológica del antiguo régimen (el cual no era otra cosa que una forma específica del régimen capitalista), y por el otro la creación de las condiciones económicas, políticas e ideológicas para el desarrollo de otro sector de la clase capitalista, la mediana burguesía en que habían devenido a través del conflicto los pequeños capitalistas de la época porfirista. El fraccionamiento de los latifundios se detuvo necesariamente ante la parte de la hacienda que el propietario podía explotar racionalmente, por lo que se conservaba en gran medida al gran capitalista del campo aunque ahora en una propiedad reducida; las tierras y aguas con que se dotaba a los jornaleros del campo eran, simple y sencillamente, un complemento del salario que permitía que se mantuvieran con vida durante los períodos en que sus brazos no se necesitaban en los predios de los rancheros capitalistas y de los antiguos hacendados (los de éstos reducidos a su mínima expresión); los rancheros capitalistas veían disminuir, junto con el tamaño de sus predios, el poder económico y político de los antiguos hacendados e incrementarse el suyo; una nueva pequeña burguesía brotaba tanto de entre los campesinos propietarios de pequeñas parcelas como de entre los ejidatarios que de inmediato se dividieron en campesinos ricos y jornaleros agrícolas. El Estado, además de repartir las tierras y aguas entre los campesinos pobres (jornaleros agrícolas) organizó la producción ejidal y le proporcionó créditos, insumos baratos, canales de co-


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mercialización y en última instancia se convirtió en un verdadero empresario en los ejidos organizados colectivamente en los cuales los ejidatarios quedaron reducidos al papel de meros trabajadores agrícolas al servicio del capital estatal. El estado mexicano en poder de la mediana y pequeña burguesía radical también dirigió la producción ejidal individual y colectiva hacia las áreas que necesitaba el régimen capitalista en esa fase específica de su desarrollo: la producción de alimentos destinada a la reproducción simple y ampliada de la fuerza de trabajo nacional y de materias primas para la industria. Con el fraccionamiento de los latifundios propiedad de compañías extranjeras que se dedicaban a la producción de alimentos y materias primas agrícolas para el mercado internacional se logró llevar una buena parte de las tierras hacia la producción por ejidatarios y pequeños propietarios de alimentos y materias primas para el mercado nacional, lo que se tradujo en un gran impulso al capitalismo mexicano. El régimen pretendidamente socialista que la pequeña burguesía extremista estableció durante la época cardenista en el campo no era sino una forma determinada del régimen capitalista basado en la explotación del trabajo asalariado y en la acumulación de capital. La industria petrolera, una vez sustraída del dominio extranjero, se estableció como empresa de capital estatal (fuerza de trabajo de los obreros acumulada en manos del Estado) basada en la explotación del trabajo asalariado; su producción se utilizó entonces principalmente para llenar las necesidades del mercado interno con lo cual se cubría la demanda de combustibles y materias primas de las empresas privadas capitalistas asentadas también en la explotación del trabajo asalariado. El Estado inicia su transformación en un ente que adquiere cada vez más funciones productivas, de regulación de la actividad económica, de prestación de servicios sociales, etcétera, las cuales son sin excepción medios de apoyo y complemento de la actividad de las empresas capitalistas. La pequeña y mediana burguesía industrial tuvo también avances en la época del gobierno cardenista. Utilizando al movimiento obrero como ariete poderoso logró destruir el poder económico de los grandes industriales heredados del porfirismo y el de los empresarios extranjeros y allanó así el camino para


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su propio desarrollo ascendente. Mediante la lucha de clases impuso un salario real más elevado y mejores condiciones de vida de los obreros; de esta manera, a la par que aumentaba la demanda de sus productos más característicos, es decir, de los bienes de consumo necesario, hacía posible el incremento de la plusvalía extraída a los obreros cuando prácticamente los cebaba para así aumentar en gran medida su productividad. La pequeña y mediana burguesía industrial conservó y desarrolló en esta época su base de sustentación: la explotación del trabajo asalariado. Esta clase social produjo también una ideología acorde con las condiciones materiales de vida dentro de las cuales se desenvolvía; tal superestructura comprendía la justificación del nacionalismo, es decir, del desarrollo hacia adentro del capitalismo mexicano y de la exclusión del capital extranjero de la mayor parte de las ramas de la economía nacional, la legitimación de la necesidad de la existencia y del carácter no explotador de la pequeña y mediana empresa capitalista, la sanción de la exigencia de producir prioritariamente alimentos y otros bienes de consumo para conservar con vida y en inmejorables condiciones de explotación a los trabajadores mexicanos, la consideración de la empresa estatal como no-capitalista, ajena por completo a la explotación del trabajo asalariado, y la elevación a dogma de la identidad de intereses entre pequeños y medianos empresarios y trabajadores agrícolas e industriales. En sus momentos de euforia esta ideología se concebía a sí misma como socialista; pero ya hemos visto que no eran sino los intereses capitalistas de ciertas clases poseedoras los que existían tras esa imagen que de sí mismos proyectaban. En esta fase del capitalismo mexicano el desarrollo hacia adentro echó por tierra aquel mecanismo de intercambio con el exterior que se había formado durante el Porfiriato. Con la actuación de la pequeña y mediana burguesía concluye el ciclo de la lucha de clases que da contenido a la revolución burguesa mexicana de 1910. La satisfacción de las necesidades de esta clase social es, al mismo tiempo, la realización de las demandas fundamentales de las demás clases sociales que se habían lanzado al fragor de la lucha pero que la abandonaron para agruparse en torno a la aristocracia porfirista, junto a la que permanecieron expectantes.


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En la dialéctica de la lucha de clases de la revolución mexicana —que a grandes rasgos corresponde a aquella bajo la cual se desarrolló la revolución de independencia— encontramos manifiesta la ley que preside la lucha de clases en el régimen capitalista, descubierta y analizada concienzudamente por Carlos Marx. Las ideas fundamentales de este autor sobre esa materia son las siguientes: En la sociedad capitalista las diversas clases sociales se integran, surgen a la lucha política, conquistan y pierden el poder en un orden que está determinado por el desenvolvimiento de la base económica. Los procesos de lucha de clases constan de dos fases que se suponen y se engendran mutuamente. La primera de ellas, a la que podemos llamar fase ascendente, parte de la etapa de dominación de los grandes propietarios: el desarrollo de esta clase social, que se asienta en el crecimiento del sector económico correspondiente, genera el de los restantes sectores económicos de la sociedad y con ello el de las clases sociales respectivas. Al llegar a cierto punto, el dominio económico y político de la clase de los grandes propietarios se convierte en una traba insuperable para las demás clases sociales al tiempo que se hace impracticable por haber agotado las posibilidades de expansión del sector económico que la sustenta. Los intereses de las otras clases sociales cristalizan en oposición a los de los grandes propietarios; este fenómeno se da en primer lugar en la clase enemiga más cercana económica y socialmente a la que ejerce el poder, la cual se erige en representante de las restantes clases opositoras al hacer aparecer su interés particular como el de todas ellas. Las clases sociales reclamantes se lanzan a la lucha bajo la dirección de la que se ha constituido en su portavoz; en esta contienda eventualmente llegan a derrotar a su adversario, con lo que la clase que ha acaudillado el movimiento conquista el poder. La nueva clase imperante, por un lado realiza tímidas transformaciones que no afectan en gran medida los intereses de su antecesora pero que sin embargo provocan su reacción violenta que tiene como objetivo la reconquista del poder y por el otro, después de una corta etapa de pequeñas concesiones a sus aliados en el combate, los somete dictatorialmente a su autoridad y les impide que saquen adelante sus reivindicaciones fundamentales. Las restantes clases de la alianza primi-


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genia ocupan de nuevo su lugar en la oposición y son ahora guiadas por una clase con demandas más avanzadas que las de la actual clase gobernante; ésta, que se encuentra sometida a dos fuegos, se echa por último en brazos de su antigua rival con la cual forma una Santa Alianza que tiene la finalidad de aplastar a sus nuevos contendientes. La clase que encabeza la oposición recorre a su vez el mismo camino que su predecesora hasta lograr alcanzar el poder político y, posteriormente, integrarse a las antiguas clases dirigentes, con las que presenta un frente común a la nueva oposición generada. Por fin, la clase más radical de la sociedad sube al poder y realiza, a través de drásticas medidas (en algunos casos por medio de la violencia revolucionaria), las transformaciones económicas y sociales contenidas tanto en las reivindicaciones de las clases anteriormente contradictoras como en las suyas propias. Principia entonces una etapa en la cual se despliega impetuosamente el sector económico que es el basamento de esa clase radical. Pero a su debido tiempo tal auge induce la expansión del cimiento económico de las clases sojuzgadas y con ello la de ellas mismas, de tal suerte que en un momento determinado la clase en el poder se transforma en un obstáculo para la ascensión de las clases dominadas. El sector económico en que se apoya la clase dominante agota sus posibilidades de crecimiento y se termina así el fundamento de su predominio político. Se inicia entonces la fase descendente del ciclo que culmina con la vuelta al poder de la clase de los grandes propietarios, aunque sobre una nueva base económica y política superior a aquella que fue su punto de partida. En el proceso han evolucionado los dos sectores fundamentales y en su movimiento llevan al régimen económico ya sea a su nacimiento del seno del feudalismo o a su adelanto dentro de los limites de la misma forma de producción capitalista; el movimiento oscilatorio entre esos dos sectores, por el cual se dan un mutuo impulso hacia arriba que determina la adecuación entre sí de los mismos, conduce al régimen económico de que se trata a estadios superiores de su existencia. Inicialmente el ciclo de la lucha de clases tiene como protagonistas a los grandes, medianos y pequeños propietarios y luego se extiende hasta la nueva clase de la sociedad, el proletariado. Esta clase social se incorpora a la lucha de clases como un apéndice primero de la burguesía en general en su lucha contra la


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aristocracia feudal y después de la fracción liberal de la burguesía o de la pequeña burguesía en su disputa con el gran capital; posteriormente, conquista su independencia y se enfrenta a todas las clases de la sociedad burguesa, contra las que sostiene las reivindicaciones más radicales de las mismas. La sublevación obrera provoca la reacción de las clases burguesas, las cuales reprimen a sangre y fuego a los trabajadores y así consolidan su poder; se inicia así una nueva etapa de la lucha de clases. Después de recorrer el mismo camino, la lucha de clases desemboca de nuevo en la insurrección proletaria, pero ahora sí como un movimiento que pretende la subversión de la sociedad burguesa y que para ello ha llegado hasta el derrocamiento de la burguesía y la conquista del poder político por los insurrectos. Tal revolución proletaria da lugar a un nuevo fortalecimiento de la burguesía; esta clase social reconquista el poder y somete a su dominación a la clase obrera, la cual se constituye de nuevo en un apéndice suyo. Esta dialéctica de la lucha de clases es la que se produce en su forma pura en las tres revoluciones clásicas de Francia: la de 1789, la de 1848 y la de 1871. En la primera, la lucha de clases se resuelve en el derrocamiento revolucionario del régimen feudal y la instauración del capitalismo y en la segunda y la tercera en el perfeccionamiento del recién nacido régimen burgués.


IX. El capitalismo mexicano contemporáneo: 1940-1990

El nuevo modelo de intercambio de materias primas por bienes de capital. La sustitución de importaciones. 1940-1982 La pequeña y mediana burguesía que habían devenido como tales a través del proceso revolucionario y que procedían de la pequeña burguesía del régimen porfirista fueron las clases sociales que concluyeron la revolución de 1910. Al terminar este período, todas las clases que el proceso revolucionario había desplazado y que se aglutinaron en torno a la antigua aristocracia terrateniente (porfirista y maderista) mantenían sus enormes riquezas al acecho, a la espera del momento de lanzarlas de nuevo a la circulación. La pequeña y la mediana burguesía llevaron su desarrollo hasta las últimas consecuencias, lo cual creó una enorme demanda de maquinaria, equipo, materias primas agrícolas e industriales, infraestructura básica, capital-dinero, etcétera. La plutocracia, formada por todas las clases poseedoras desalojadas del ámbito económico por la revolución, volvió a él y volcó todas sus riquezas en la satisfacción de esas ingentes necesidades que se habían generado en la economía mexicana. Así, establecieron grandes explotaciones agrícolas y mineras en las cuales se producían materias primas y alimentos para la exportación; de esta manera se obtenían las divisas necesarias para la importación de maquinaria y equipo. También se constituyeron enormes empresas para la realización de obras de infraestructura, el financiamiento, la producción o importación de maquinaria y equipo, materias primas industriales, bienes de consumo duradero y no duradero, etcétera; en algunas ramas, sobre todo en las de bienes de consumo, se inició un proceso de sustitución de importaciones que dio nacimiento a una industria nacional más 73


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moderna que la que existió durante el porfiriato. Estos empresarios llamaron en su auxilio al capital extranjero para que los apoyara en el desarrollo de sus industrias. Se constituyó así, durante los sexenios de Ávila Camacho y Miguel Alemán, el sector I de la economía capitalista nacional, integrado por las grandes empresas agrícolas, industriales, comerciales y bancarias, todas ellas íntimamente ligadas con el capital extranjero y sujetas a la propiedad de la plutocracia mexicana que tenía como núcleo a los descendientes de la antigua plutocracia porfirista y que incorporaba a todos los capitalistas que se habían súper enriquecido durante el movimiento revolucionario. Este sector I se vio de inmediato enfrentado al sector II de la economía nacional que se había formado durante el período de dominación de la pequeña y mediana burguesía; en este sector estaban comprendidas las medianas y pequeñas empresas agrícolas, industriales y comerciales dedicadas fundamentalmente a la producción y comercialización de bienes de consumo necesario y el sector industrial propiedad del Estado que se empezó a integrar con la nacionalización de la industria petrolera. Quedó así plenamente conformado el sistema capitalista mexicano moderno: 1. E1 núcleo de su relación con el exterior lo era la exportación de alimentos, materias primas y energéticos a cambio de la importación de maquinaria, equipo y bienes de consumo. 2. Su dinámica interna estaba determinada por el desarrollo de la industria manufacturera, una parte de la cual basaba su desenvolvimiento en la sustitución de importaciones de bienes de consumo duradero principalmente y otra en la producción interna de bienes de consumo necesario. 3. Su estructura estaba integrada por dos sectores fundamentales: • el sector I, al que pertenecían las grandes empresas agrícolas, industriales y comerciales que producían, importaban o exportaban materias primas agrícolas e industriales, maquinaria y equipo, bienes de consumo de lujo, bienes de consumo duradero y las empresas bancarias que financiaban todas estas actividades; este sector fincaba su desarrollo en el apoyo del capital extranjero; • el sector II del que formaban parte las medianas y pequeñas empresas agrícolas, industriales y comerciales que pro-


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ducían y comercializaban bienes de consumo necesario principalmente y los modestos bancos que apoyaban sus actividades. 4. El Estado había adquirido, además de sus funciones tradicionales, una función específica de participación en la actividad económica que con el paso del tiempo se extendería hasta comprender la producción de bienes y servicios, el subsidio a la producción y al consumo, la regulación de la producción y el consumo, etcétera, ya sea a través de empresas capitalistas típicas que utilizan los ingresos públicos como capital inicial y que lo valorizan a través de la explotación del trabajo asalariado, de dependencias gubernamentales que forman sus activos con capital estatal, cubren sus costos con los ingresos públicos y utilizan el trabajo asalariado para la prestación de un servicio (educación, vgr.), de organismos públicos productores de bienes y servicios que se constituyen con capital estatal, cubren sus costos y acumulan una parte de capital mediante el cobro de cuotas y se basan en la utilización de trabajo asalariado (imss, isssste, infonavit, cfe), y de dependencias gubernamentales que con capital estatal y mediante el empleo de trabajo asalariado proveen servicios generales de regulación de la actividad económica (Comisión de Salarios Mínimos, Procuraduría de la defensa del consumidor, etcétera). Las empresas y entidades estatales que producen bienes y servicios, además de basarse en la explotación del trabajo asalariado y en la acumulación de capital, complementan la planta productiva del capital privado a la que proporcionan combustibles, energía, materias primas, artículos intermedios, etcétera, para su desarrollo venturoso; se acelera en las empresas privadas la producción y acumulación de plusvalía. Los servicios educativos, de salud y de vivienda que el Estado proporciona a los trabajadores elevan su capacidad productiva y por tanto la masa de la plusvalía que las empresas estatales y privadas se apropian y acumulan; estos servicios se prestan por medio del empleo (explotación) del trabajo asalariado. Los bienes de consumo que el Estado produce o cuya producción o consumo subsidia ponen a disposición de los obreros los alimentos necesarios para mantener


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con vida y en capacidad de producir con estándares crecientes, lo que se traduce en una mayor acumulación de capital. La dialéctica de las relaciones entre los dos sectores de la economía nacional fue, desde entonces, la siguiente: l. el movimiento entre los dos extremos de la contradicción constituye la condición indispensable para la ascensión constante del régimen capitalista mexicano; 2. cada sector, a su tiempo, conquista el poder político e inicia así un ciclo de su existencia en el cual: a) genera los elementos constitutivos de sí mismo y de su opuesto, los cuales son también, directamente, elementos negatorios de la anterior forma de ambos; b) bajo su dominación económica y política esos elementos constitutivos se desarrollan ascendentemente pero produciendo al mismo tiempo el germen de su negación tanto en el sector opuesto como en sí mismo; c) el sector considerado llega al punto superior desde el cual se inicia su fase recesiva o de declinación que se caracteriza por el desenvolvimiento explícito de los elementos negatorios contenidos en su otro y en sí mismo; d) el sector opuesto es reducido a la “ruina económica” a la vez que se socavan las bases de la dominación económicopolítica del sector gobernante; e) se gestan así las premisas que hacen necesario el acceso al poder del sector sujeto a la dominación de su otro; f ) se reinicia un ciclo más pero ahora conducido por el sector que ha desplazado al otro del poder; g) después de cada ciclo el régimen capitalista y por supuesto las partes que lo comprenden han dado un salto cualitativo hacia niveles superiores de su existencia; 3. hasta antes de 1968 las capas medias y el proletariado fueron arrastrados como peones de los grupos burgueses en disputa; de este año en adelante la pequeña burguesía urbana comparece en el teatro de la lucha con reivindicaciones propias independientes que pretende hacer valer frente a los sectores burgueses; éstos reducen el movimiento político de las clases medias a la impotencia;


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4. en 1971, conquistado el poder por el sector II, éste incorpora a sus reivindicaciones en contra de I las provenientes de la pequeña burguesía; 5. el proletariado mexicano ha permanecido a lo largo de este proceso dominado por los grupos burgueses que en violenta pugna se disputan su control. Hasta aquí hemos visto a las formas y relaciones de producción y a las clases sociales, que de ellas brotan existentes durante el Porfiriato, desarrollarse y transformarse a lo largo del período revolucionario. Al término de éste tales formas, relaciones y clases cristalizaron en una estructura que enseguida pasamos a detallar. Fuerzas productivas. Ramas de producción Producción industrial Ha quedado constituida como el núcleo fundamental del régimen económico mexicano. Comprende, entre otras, las divisiones de: l. productos alimenticios, bebidas y tabacos, 2. textiles, prendas de vestir e industria del cuero, 3. industria de la madera y productos de la madera, 4. papel, productos de papel, imprenta y editoriales, 5. substancias químicas derivadas del petróleo, productos de caucho y plásticos, 6. productos de minerales no metálicos excepto derivados del petróleo y carbón, 7. industrias metálicas básicas y 8. productos metálicos, maquinaria y equipo. En todas ellas el grueso de la producción se realiza en grandes fábricas que son sistemas complejos de maquinaria, una parte menor en medianas fábricas maquinizadas y una pequeña porción de las mismas en una multitud de pequeños talleres mecanizados; la producción manual y artesanal es meramente marginal. Algunas de las divisiones tienen su origen en la evolución de las manufacturas que producían artículos autóctonos, muchas otras provienen de la sustitución de importaciones y


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otras más de la introducción al mercado mexicano de nuevos productos; la mayor parte de ellos emplean maquinaria que se importa de los países industrialmente desarrollados. En el interior del sector industrial existe una separación entre las empresas que producen bienes de capital y bienes de consumo duradero y de lujo; las relaciones entre los dos grupos son de mutua complementación y oposición. La estructura industrial se moderniza constantemente por medio de la importación directa de maquinaria más adelantada para sustituir la que se hace obsoleta y de la nueva maquinaria que se introduce al país para las industrias sustitutivas de importaciones o que producen artículos que no existían en el mercado nacional; las inversiones extranjeras son un importante vehículo para introducir a la industria nacional maquinaria y tecnología más modernas. La modernización de la planta industrial es un proceso constante que se inicia primero en las divisiones que producen bienes de capital y bienes de consumo duradero y de lujo; después se difunde, a través de un proceso contradictorio en el cual se enfrentan ambos sectores, a las restantes divisiones industriales. El Estado alienta y apoya el desarrollo industrial por medio de exención de impuestos, la protección arancelaria, la demanda del sector público, la provisión de créditos, la asimilación de las pérdidas de las empresas en bancarrota mediante su compra al sector privado, etcétera; su acción se dirige ya a uno ya a otro de los sectores industriales según las circunstancias económicas y políticas lo requieran. El Estado participa directamente como industrial administrando las empresas que compra al sector privado cuando están en bancarrota o estableciendo por sí mismo empresas industriales que satisfacen alguna demanda que por alguna razón el capital privado no está dispuesto a cubrir. La industria mexicana atiende principalmente el mercado nacional; sus exportaciones son muy exiguas, tienen un bajo contenido de mano de obra y son producidas con tecnología muy anticuada. Producción Agrícola y Ganadera En esta rama de la producción se encuentran principalmente los cultivos de ajonjolí, alfalfa, algodón, arroz, caña de azúcar,


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cártamo, chile, frijol, maíz, papa, sorgo, soya, tabaco, tomate, trigo, aguacate, cacao, café, copra, mango, naranja, plátano y uva y la explotación de las especies de ganado vacuno, caballar, lanar, porcino y caprino y de aves como gallinas y pollos. La producción agrícola y ganadera se realiza en grandes haciendas y ranchos, ranchos medianos, ejidos colectivos, pequeñas propiedades individuales y ejidos individuales. Las grandes y medianas propiedades utilizan maquinaria y tecnología moderna, semillas mejoradas, ganado de alto registro, fertilizantes, insecticidas y pesticidas, tienen agua en abundancia y concentran la mayor parte del crédito disponible; los ejidos colectivos, los pequeños propietarios y los ejidos individuales utilizan la maquinaria en mucho menor medida que los productores del grupo anteriormente citado, tienen poco acceso a las nuevas tecnologías, hacen menos uso de las variedades mejoradas de plantas y animales, se abastecen casi exclusivamente del agua de lluvia y tienen un acceso reducido al crédito. En el interior del sector agrícola y ganadero existe una división entre las empresas que producen materias primas y bienes de consumo para la exportación y para las grandes industrias nacionales y el consumo de lujo doméstico y las que producen principalmente bienes de consumo necesario para el mercado interno. En el primer grupo se encuentran las grandes y medianas empresas agrícolas y ganaderas y en el segundo los ejidos colectivos individuales y la pequeña propiedad privada. Estos dos grupos tienen una relación de mutua complementación y oposición. La tecnología moderna penetra a esta rama de la producción a través de la importación de maquinaria y equipo que hace el sector exportador y por medio de la inversión extranjera que complementa a la nacional en este rubro. El Estado promueve por diversos medios la producción agrícola y ganadera; dirige su apoyo ya a uno ya a otro de los sectores que forman esta rama productiva. La producción agrícola y ganadera es, cono sus exportaciones, uno de los pilares más fuertes del mecanismo de comercio exterior característico del capitalismo mexicano, en esta fase de su existencia, de intercambio de materias primas y alimentos por bienes de capital.


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Producción de la industria extractiva La producción de la industria extractiva comprende la de metales preciosos, metales industriales no ferrosos, metales y minerales siderúrgicos, minerales no metálicos, petróleo crudo y gas natural. En la minería se registra también la división entre las grandes y medianas empresas que producen principalmente para el mercado externo y para las grandes empresas industriales nativas y lo hacen empleando maquinaria y tecnología relativamente moderna y las pequeñas empresas que surten principalmente el mercado interno y utilizan en menor escala maquinaria y equipo de una tecnología atrasada. La minería contribuye también, aunque en una menor medida, a la exportación de bienes primarios como medio de obtener las divisas necesarias para importar los bienes de capital que necesita la economía mexicana. La extracción de Petróleo y gas natural es realizada por una empresa estatal que tiene el monopolio de esa actividad productiva; desde luego se trata de una empresa enorme cuyo capital es trabajo obrero acumulado y que funciona con base en la explotación del trabajo asalariado; sus actividades están en gran medida mecanizadas y, en movimientos cíclicos, va asimilando la tecnología moderna de prospección, perforación y comercialización a través de la importación de maquinaria y equipo de los países industrializados. La producción de esta rama tiene dos destinos: el mercado interno en donde proporciona combustibles y lubricantes a la industria y al transporte (apoyando ya a uno, ya a otro o a ambos sectores) y al mercado exterior de donde se obtienen divisas para las importaciones que necesita la economía nacional. La industria petrolera es también un amplio mercado para las industrias nacionales que demanda de ellas bienes de capital, servicios, etcétera; con su demanda la industria petrolera impulsa a uno u otro sector industrial o a ambos a la vez. Comercio Las empresas comerciales se escinden también en dos grupos. Uno de ellos, formado por grandes y medianas empresas que atienden a las importaciones y exportaciones que necesita la economía nacional y al mercado interno en gran escala de los


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bienes producidos en el país; y otro, al que pertenecen las pequeñas empresas que realizan operaciones mercantiles de menor volumen casi exclusivamente en el mercado nacional. El comercio igualmente mecaniza en gran medida sus actividades e introduce métodos modernos de mercadeo en gran escala importados de los países industriales; desde luego que estos avances se concentran en el sector comercial que está integrado por las grandes y medianas empresas. El Estado mexicano posee una gran empresa comercial que compra y vende por todo el país artículos básicos; de esta manera tiene la posibilidad de regular el mercado de esos productos. Su participación en el mercado hace posible que haya suficientes bienes de consumo para la circulación del capital variable (salarios) lanzado a la circulación por los capitalistas y que su precio no suba desproporcionadamente con lo cual propicia la reproducción fluida de la fuerza de trabajo. Por otro lado, al comprar con precios de garantía los bienes de los productores agrícolas hace posible que éstos obtengan los ingresos necesarios para la reproducción moderadamente ampliada de su capital y puedan seguir cubriendo la demanda de sus productos. El capital de las empresas comerciales estatales y privadas es plusvalía capitalizada, es decir, fuerza de trabajo sin retribución que se acumula en manos del Estado o de los capitalistas privados; la función del capital comercial es efectuar las compraventas de las mercancías para, a través de ellas: (l) llevar los bienes producidos a la órbita del consumo productivo (como medios e instrumentos de producción) y del consumo improductivo (gasto de los salarios y la renta) y (2) realizar la plusvalía contenida en las mercancías haciéndola adoptar la forma dinero bajo la cual puede ser usada como capital adicional; esas dos funciones del capital comercial lo son también del capital productivo porque ellas proveen los elementos materiales del capital constante (medios e instrumentos de producción) y del capital variable (salarios de la fuerza de trabajo) necesarios para su reproducción simple y ampliada y permiten que cumpla con su imperativo categórico: incrementar sus ganancias sin descanso; puesto que el ciclo del capital productivo es el proceso por el cual se extrae trabajo excedente de los obreros y se les somete a una implacable depauperación, las funciones del capital comercial lo son también de explotación del proletariado.


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Banca Los servicios bancarios son prestados por el Estado y los particulares. Ambos tienen en propiedad bancos comerciales y de fomento que utilizan para apoyar determinadas ramas, sectores y empresas productivas, el Estado de acuerdo con las necesidades de su política económica, y los particulares en función de los intereses del grupo al que pertenecen; el Estado, además, es el propietario del banco de bancos, el banco central. El capital de los bancos estatales y privados es fuerza de trabajo de los obreros concentrada en manos del Estado a través de los impuestos o por otras vías y en las arcas de los particulares a través de la capitalización de la plusvalía extraída a los obreros mexicanos; el funcionamiento de estas instituciones tiene como fundamento la exacción de trabajo excedente de sus empleados. Los intereses que la banca cobra por sus servicios son una deducción de las ganancias de los capitalistas industriales y comerciales o de las de las empresas del sector estatal que a su vez son trabajo excedente de los obreros mexicanos que los empresarios se apropian sin retribución por medio de la relación trabajo-asalariado capital. La banca está separada en dos sectores: el que comprende los grandes y medianos bancos de cobertura nacional y aquel que está formado por los pequeños bancos regionales; el primer sector está íntimamente unido con las grandes empresas industriales, agrícolas, mineras, comerciales, etcétera y el segundo con la pequeña empresa de las distintas ramas productivas. La banca nacional (estatal y privada) ha mecanizado sus funciones importando maquinaria, equipo y tecnología de los países altamente industrializados. Las funciones del capital bancario son las siguientes: depósito del dinero de los capitalistas, compra-venta del uso del dinero y compra-venta del uso del capital; todas estas funciones lo son también del capital productivo porque permiten la libre y acelerada transformación de las mercancías en dinero y viceversa, proveyendo de esta manera todos los elementos necesarios para su reproducción simple y ampliada y porque hace posible que los capitales excedentes que no pueden ser utilizados por sus propietarios para la acumulación sean empleados por otros capita-


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listas mediante el pago de un interés; esto, desde luego, da al régimen capitalista una capacidad de expansión inconmensurable. El ciclo del capital productivo es aquel en el que se realiza la explotación del trabajo asalariado para obtener un plusvalor (trabajo obrero excedente); es por eso que las funciones del capital bancario lo son también de la explotación y depauperación de los obreros. La banca pública y privada está complementada por otras instituciones como las casas de bolsa que se dedican a la compra-venta de acciones de las empresas, las casas de cambio que realizan transacciones en monedas extranjeras, las arrendadoras, las aseguradoras, las empresas de factoraje, etcétera. Todas las funciones de estos organismos sirven al ciclo del capital productivo, por lo que también, irremisiblemente, son instrumentos de la explotación y depauperación del proletariado mexicano. Otros servicios (salud, educación y vivienda) El servicio de salud es prestado principalmente por dos grandes institutos estatales y una dependencia gubernamental. Ellos funcionan por medio de la utilización del trabajo asalariado y su objetivo es garantizar un mínimo de condiciones de salud a los trabajadores para que sostengan e incrementen su capacidad de producir plusvalía; sus actividades están mecanizadas en una gran medida y emplean tecnologías modernas importadas de los países desarrollados. La burguesía y la pequeña burguesía cuidan su salud en grandes, medianos y pequeños establecimientos hospitalarios privados que también importan maquinaria, equipo y tecnología de los países industriales. Las instituciones de salud privadas son empresas capitalistas basadas en la explotación del trabajo asalariado y que al igual que las empresas de otras ramas, se dividen en dos sectores: uno, formado por las grandes y medianas y otro por las pequeñas empresas hospitalarias. La educación es un servicio que el Estado presta a través de una de sus dependencias o de organismos más o menos descentralizados. En esas dependencias y organismos se emplea el trabajo asalariado para producir el servicio educativo y el objetivo primordial de éste es proveer a los escolares de los conocimientos necesarios para desarrollar el trabajo productivo, es decir, el


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trabajo asalariado al servicio del capital. Otra de sus funciones consiste en producir técnicos y científicos que, también como asalariados del capital o, en muy pocos casos, como verdaderos pequeños propietarios privados, desarrollen la técnica y la ciencia como una potencia al servicio del capital, como uno más de sus elementos, el cual por tanto es un factor de la explotación del trabajo asalariado. El estado introduce nuevas técnicas y maquinaria específica sobre todo en los principales centros de educación superior. La pequeña, mediana y gran burguesía educan a sus hijos en instituciones privadas de enseñanza; con el empleo de trabajo asalariado se producen ahí los cuadros superiores de la dirección del proceso productivo, ya sea que ingresen a él como la élite de los empleados de la administración de las empresas o como los pequeños, medianos y grandes propietarios capitalistas. Tales instituciones de enseñanza introducen constantemente nuevas tecnologías educativas y mecanizan muchos de los procesos educativos; las empresas educativas privadas se dividen en dos sectores, uno de los cuales está integrado por las grandes y medianas empresas y otro por las pequeñas instituciones educativas privadas. La vivienda es proporcionada por dos instituciones estatales a los obreros y burócratas; esas dos instituciones emplean trabajo asalariado en sus tareas de administración de las cuotas de los trabajadores para contratar la construcción de viviendas; además, éstas con construidas por empresas capitalistas privadas que son contratadas por dichas instituciones y que, como es lógico, emplean trabajo asalariado para realizar sus actividades. La vivienda que proporciona el estado a los trabajadores a precios muy reducidos tiene como finalidad elevar las condiciones de existencia de los trabajadores y sus familias para que de esa manera su productividad se incremente sustancialmente y puedan proporcionar una masa mayor de plusvalía a la burguesía y al estado mexicanos. La pequeña, la mediana y la gran burguesía obtienen la satisfacción de su demanda de vivienda, ya sea empleando sus propios recursos o con financiamiento de la banca comercial, de empresas de construcción privadas.


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Construcción La infraestructura de las ciudades y puertos, los caminos que los comunican, las presas, los edificios públicos y privados, las naves industriales y comerciales, las casas habitación, etcétera, son construidos por empresas privadas que utilizan trabajo asalariado y cuyo objetivo principal es la acumulación de capital. Estas empresas constructoras se dividen en dos sectores. Las de uno de ellos son pequeñas y medianas empresas que realizan modestas construcciones para la pequeña y mediana burguesía y para el estado y las del otro son las grandes empresas de la construcción que ejecutan las magnas obras de los consorcios empresariales más poderosos y del estado. El trabajo de las empresas constructoras está cada vez más mecanizado y se emplean en él tecnologías de creciente modernidad; evidentemente, la mayor mecanización y adelanto tecnológico se da en el sector de las grandes empresas constructoras. La moderna maquinaria y la tecnología actual son importadas de los países altamente desarrollados. Comunicaciones y transportes Las comunicaciones (correos, telégrafos, teléfonos, radio y televisión) son servicios prestados por dependencias oficiales (correos y telégrafos), por empresas paraestatales o por empresas privadas y del estado (teléfonos, radio y televisión); en dependencias y empresas se hace uso del trabajo asalariado para la producción de los distintos servicios de comunicación y en las empresas privadas o estatales el trabajo excedente absorbido a los obreros se acumula como capital. Los servicios de comunicación que producen dependencias y empresas tienen como finalidad principal servir de vehículos a la circulación de personas, mercancías y capital con lo que se permite el libre paso del capital dinero a la forma de capital productivo y del capital mercancías a la forma del capital dinero. Las actividades de la rama de comunicaciones están mecanizadas en un alto grado e incrementan constantemente su mecanización, para lo cual importan la maquinaria y la tecnología relativamente moderna de los países industrializados. Las empresas de la comunicación se dividen en los clásicos dos sectores: aquel que comprende a las grandes empresas que


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concentran el mayor volumen de producción y de capital y que son las que introducen masivamente la nueva tecnología y aquel que está constituido por las medianas y pequeñas empresas. El transporte es un servicio prestado por empresas estatales y privadas; su funcionamiento tiene como base de sustentación a la explotación del trabajo asalariado. Su actividad fundamental consiste en la movilización de las personas, las mercancías y el capital hacia los lugares en donde van a realizar su función económica específica como elementos del régimen capitalista, desplazar a las personas a su lugar de trabajo y de ahí a sus hogares, llevar las mercancías a donde van a ser consumidas ya sea productiva o improductivamente, enviar el capital a donde es requerido, etcétera. El Estado monopoliza el transporte ferroviario a través de una empresa nacional, las empresas privadas tienen a su cargo el resto del sector transportes (aéreo, marítimo y terrestre) y están divididas en los dos sectores tradicionales. El transporte está altamente mecanizado e incorpora las tecnologías modernas al importar maquinaria y equipo de los países altamente desarrollados; la modernidad se encuentra en el sector de las grandes empresas. Relaciones de producción a) Propiedad privada sobre las tierras, las minas, los bosques, las fábricas, las mercancías y el dinero por los grandes empresarios capitalistas. b) Propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción y las mercancías y el dinero por los medianos y pequeños empresarios capitalistas. c) Propiedad estatal sobre los medios e instrumentos de producción, las mercancías y el dinero, (que son capital, es decir, fuerza de trabajo de los obreros, y funcionan como tal, esto es, absorbiendo trabajo obrero excedente). Las empresas estatales y privadas conforman dos sectores (I y II) cuya composición y relaciones ya hemos estudiado detenidamente. d) Ausencia de propiedad de los proletarios del campo y la ciudad. e) La relación primordial entre propietarios y no propietarios es la del trabajo asalariado. En el período que analizamos, las


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formas de explotación del trabajo asalariado, esto es, la producción de plusvalía absoluta y relativa quedan perfecta y firmemente asentadas en el capitalismo mexicano; la producción maquinizada es ya la forma fundamental de producción. Clases sociales Las clases sociales que se formaron durante el período moderno del capitalismo mexicano fueron las siguientes: a) Propietarios privados capitalistas de los medios e instrumentos de producción, de las mercancías y el dinero; al mismo tiempo son propietarios colectivos de los medios e instrumentos de producción, las mercancías y el dinero que posee el estado mexicano. Los propietarios privados se dividen en dos sectores que ya hemos señalado reiteradamente a lo largo de este trabajo: la plutocracia o gran burguesía mexicana por un lado y la burguesía liberal y pequeña burguesía por el otro. b) Proletarios del campo y de la ciudad. Naturaleza del régimen económico que existe en nuestro país. (Resumen) El régimen económico-político que existe en nuestro país es el capitalismo; el capitalismo mexicano posee todas las características esenciales que en el tipo general de esta formación económica descubrieron los clásicos del marxismo: la división —cada vez más acentuada— de la sociedad mexicana en dos clases sociales fundamentales —burguesía y proletariado—, la primera de las cuales detenta la propiedad privada sobre la riqueza social (medios e instrumentos de producción y de vida) mientras que la segunda sólo tiene la propiedad sobre su fuerza de trabajo—; la explotación del proletariado por la burguesía a través de la exacción de trabajo obrero excedente; la creciente acumulación de este plusvalor en manos de la burguesía bajo la forma de capital; y la depauperación acrecentada en proporción geométrica de la clase obrera causada por la explotación a que la somete la clase capitalista. El trabajo excedente que se extrae a los obreros, la plusvalía, se obtiene de la segunda de las dos partes en que se divide su


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jornada de trabajo: una en la que el obrero trabaja para sí (tiempo de trabajo necesario) y reproduce el valor de sus medios de vida y la otra durante la cual trabaja para el capitalista (tiempo de trabajo excedente) y produce un plusvalor que éste se apropia sin retribución. Esta división de la jornada de trabajo es la base fundamental del régimen de producción capitalista, es la condición indispensable para que se produzca trabajo excedente que es el alimento de que se nutre el capital. Para que el obrero mexicano reciba sus medios de vida de parte de la burguesía es indispensable que proporcione a cambio una cantidad de trabajo excedente. Dicho de otro modo: su mera supervivencia física está condicionada fatalmente a la producción de plusvalía, al engrandecimiento del capital, el que a su vez existe únicamente a condición de extraer constantemente trabajo excedente a la clase obrera. La sociedad capitalista mexicana tiene como su cimiento la esclavitud del trabajo asalariado. Dados una división de la jornada de trabajo en tiempo de trabajo necesario y tiempo de trabajo excedente y una extensión de la misma, un nivel tecnológico de la producción, un tamaño de la planta productiva y un volumen de obreros ocupados, un incremento en la cantidad de trabajo excedente que proporcionan los obreros a los capitalistas sólo puede obtenerse por el desarrollo de los métodos de producción de plusvalía absoluta y relativa. La plusvalía absoluta se logra extendiendo la jornada de trabajo y/o reduciendo el salario de los obreros para de esta manera alargar la parte de la jornada dedicada a la producción de trabajo excedente. La producción de plusvalía absoluta se logra también incorporando a las mujeres y los niños al trabajo fabril con lo que se extiende la jornada total de la clase obrera. Los métodos de producción de plusvalía absoluta son característicos de la época infantil del capitalismo, pero son utilizados también sistemáticamente por el capital en su madurez; en esta época igualmente alarga por cualquier medio la jornada más allá de los límites que le han fijado la ley o la costumbre y reduce el salario, al que hace objeto de incontables deducciones. La extensión de la jornada de trabajo, el descenso del salario que reduce los medios de vida de los obreros muy por debajo del mínimo necesario para subsistir y la cada vez más amplia incor-


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poración de las mujeres y los niños al trabajo asalariado con la consiguiente destrucción del hogar obrero producen necesariamente la miseria, insalubridad, falta de vivienda, desgaste inmoderado, extenuación y muerte prematura de amplias capas del proletariado mexicano. La producción de plusvalía relativa se logra, dentro de los límites de una jornada fija, mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario, y con ello del valor de la fuerza de trabajo, a través del aumento de la fuerza productiva del trabajo. El proceso de incremento de la capacidad productiva del trabajo se extiende hasta las ramas que producen bienes de consumo necesarios con lo que se provoca un descenso del valor de la fuerza de trabajo y un acortamiento del tiempo de trabajo necesario de toda la clase obrera y se alarga, en consecuencia, la magnitud total del trabajo excedente. La producción de plusvalía relativa la realizan los capitalistas mexicanos a través de la producción maquinizada. La maquinaria es el instrumento fundamental de que se vale la burguesía para extraer trabajo excedente a los obreros mexicanos. La producción maquinizada priva al trabajo de todo contenido; esto significa que el obrero no ejerce ninguna facultad física ni mental específica sino solamente la facultad abstracta de trabajar que se resuelve en el cuidado y alimentación de las maquinas; esta anulación de las facultades de los trabajadores es la causa del proceso de degeneración del organismo humano que se caracteriza por la descomposición de sus funciones principales y la atrofia de sus órganos fundamentales. La maquinaria es materialización del trabajo de los obreros que extrajeron la materia prima de que está formada, del de los técnicos, ingenieros, etcétera que la diseñaron y del de los trabajadores que la construyeron; la ciencia y la técnica, que son la palanca más poderosa para el funcionamiento y modernización de la maquinaria, son también materializaciones de la fuerza de trabajo de los trabajadores intelectuales que las producen; la maquinaria es una concentración de las facultades productivas de los obreros mexicanos de las que han sido y siguen siendo despojados por el capital en un largo proceso histórico (en su origen la maquinaria se formó con la incorporación de las herramientas del trabajador, que constituían una extensión de su corporeidad, a un mecanismo que ahora realiza las funciones


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productivas anteriormente efectuadas por el obrero; en la actualidad todo progreso de la maquinaria significa la anulación de la correspondiente facultad productiva en el trabajador quien va quedando reducido a la calidad de simple fuerza abstracta de trabajo); el proceso de producción a base de grandes sistemas de maquinaria, la enorme capacidad productiva de la maquinaria, la aplicación de la técnica y de la ciencia al perfeccionamiento de la producción maquinizada, la organización y dirección del trabajo social no son posibles sino con el trabajo cooperativo de los obreros, o dicho de otro modo, son atributos del trabajo directamente socializado de los que se apropia el capital. De esta suerte, la maquinaria es una acumulación de trabajo obrero exclusivamente y la productividad que surge del sistema de maquinaria y de su constante modernización es una facultad del trabajo social (del trabajo colectivo); el capital se apropia de ambos y despoja de ellos a los trabajadores mexicanos. El desarrollo de la industria maquinizada mexicana, es decir, la aplicación del trabajo excedente de los obreros para ampliar y perfeccionar la planta industrial propiedad de los capitalistas nacionales, potencia todos los fenómenos mencionados anteriormente por lo que refuerza el proceso de despojo y anulación de las facultades físicas y mentales del obrero y de su acumulación bajo la propiedad del capital. El incremento de la productividad del trabajo se logra por medio de la introducción de maquinaria más moderna y de los sucesivos acomodamientos de los obreros a la máquina para desarrollar un trabajo más intensivo. La maquinización de la producción determina necesariamente la degeneración y atrofia del organismo de los trabajadores; la intensificación del trabajo, fruto imprescindible del empleo capitalista de las máquinas, remata aquel proceso de descomposición al organizar todas las funciones del organismo de los obreros como accesorias y complementarias de las funciones de los mecanismos; todos los órganos del ser humano, todos sus procesos fundamentales son cambiados de su destino naturalhumano hacia la función de apéndices de las máquinas; de esta suerte, bajo la caricaturesca apariencia exterior de un ser humano, el organismo de los trabajadores se encuentra en un estado en el que todos sus órganos y procesos fisiológicos fundamentales han perdido las funciones naturales adquiridas a través de


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cientos de miles de años de labor paciente de la naturaleza y están por tanto en franca descomposición; las funciones de los órganos y procesos fundamentales del organismo humano han sido transformadas por el capital, a través de la maquinización de la producción y de la intensificación del trabajo, de funciones naturales del ser humano en medios para obtener cantidades crecientes de plusvalía, de ganancia, con lo que provocan la degeneración y atrofia progresivas e irreversibles (dentro del régimen capitalista) de los mismos en relación con su destino natural y su desgaste acelerado por el ritmo impetuoso de funcionamiento que les impone el capital en su nuevo carácter. La intensificación del trabajo termina a conciencia el proceso de conversión del obrero en apéndice de la máquina, es decir, consuma definitivamente la supeditación real de éste al capital y da el impulso decisivo a la degeneración, atrofia y descomposición del organismo de los trabajadores. En su apetito desmedido de ganancia, los capitalistas mexicanos procuran economizar lo más posible los gastos que hacen en la adquisición, instalación y mantenimiento de los medios e instrumentos que emplean en la producción (edificios, maquinaria, instalaciones, etcétera); en este afán realizan “un robo sistemático en perjuicio de las condiciones vitales del obrero durante el trabajo, robo de espacio, aire, luz y medios personales de protección contra las circunstancias del proceso de producción peligrosas para la vida o insalubres.” (Carlos Marx, El Capital, t. I).

Es por eso que año con año aumenta en nuestro país el número de accidentes fabriles y la incidencia de las enfermedades industriales, lo que se refleja en penosas enfermedades, graves lesiones, incapacidad o muerte que sufren una cantidad enorme de trabajadores anualmente; estos efectos son reforzados por la intensificación del trabajo que al agobiar de esfuerzos al obrero y al incrementar el ritmo de trabajo provoca, con el agotamiento excesivo, el cansancio y el embotamiento de las facultades de los obreros, el incremento de los accidentes laborales. La producción maquinizada y la intensificación del trabajo obran sobre las formas de producción de plusvalía absoluta y les dan un nuevo impulso. La tendencia intrínseca del régimen capitalista a extender la jornada de trabajo más allá de cualquier límite natural cobra una fuerza superior en esas circunstancias.


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Por otro lado, la producción maquinizada hace posible una mayor concurrencia del trabajo femenil e infantil, con lo que aumenta la oferta de trabajo y se refuerza la cadena opresiva sobre el trabajador ocupado. La industria maquinizada mexicana, de acuerdo con sus necesidades, atrae o repele a los trabajadores proporcionándoles o quitándoles las bases de trabajo y de vida (una vida muy precaria, desde luego, como ya hemos visto) conforme a las alternativas de su desenvolvimiento, las que obedecen exclusivamente al hambre insaciable de los empresarios mexicanos de trabajo excedente y a la concurrencia entre ellos. La atracción y repulsión de obreros por la fábrica, característica esencial e inseparable del régimen capitalista de producción, no sólo envilece y degrada al obrero al someter incondicionalmente su voluntad y su vida al capital, no sólo crea la inseguridad constante en el trabajador acerca de la continuación de su existencia, puesto que ésta depende de las necesidades y por tanto de la voluntad del capital, sino que también, con los cambios súbitos en la ocupación, se somete la salud física y mental del obrero a las torturas más aterradoras al lanzarlo alternativamente de la inactividad absoluta y del hambre y las enfermedades ocasionados por la falta de alimento, vestido y techo que trae consigo el no trabajar para el capital, a la actividad exhaustiva que lleva al déficit constante de la fuerza de trabajo y que también produce hambre y enfermedades para el trabajador cuando trabaja para el capital. Las formas que emplean los capitalistas para absorber cantidades crecientes de plusvalía a los obreros mexicanos, además de basarse en y condicionar la esclavitud del trabajo asalariado, ocasionan la extenuación, enfermedad y muerte prematura de los obreros así como la atrofia, degeneración y descomposición de su naturaleza humana (física y mental) mientras que en el otro polo generan la acumulación de riqueza —formada en realidad por todas las condiciones de trabajo y de vida de los obreros que les ha quitado el capital— en manos de los capitalistas. Estas formas de producción de plusvalía sumen a los obreros en un abismo insondable de sufrimientos, penurias y enfermedades que los convierten en la negación absoluta de la naturaleza humana. La burguesía mexicana emplea concienzudamente la violencia física y moral para mantener sometido al proletariado a la esclavitud del trabajo asalariado.


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De todo lo anterior se desprende que el capital mexicano sólo puede vivir a costa de despojar de sus medios e instrumentos de producción al productor directo, de someterlo formal y realmente a su poder, de oprimirlo y tiranizarlo y esclavizarlo a través de la violencia física y moral más espantosa, de socavar sus condiciones de trabajo, reprimir y aniquilar sus facultades naturales (físicas y mentales), de provocar la descomposición y degeneración progresivas de su organismo y la conversión de sus órganos fundamentales, de medios para realizar sus funciones naturales, en instrumentos para arrancarle más plusvalía, con lo que trastoca todos los procesos fundamentales de su organismo, de envilecerlo y degradarlo anulando su voluntad y de postrarlo en una situación interminable de miseria, hambre, enfermedades y muerte. El capitalismo mexicano, movido por la codicia de obtener cantidades cada vez mayores de trabajo excedente de la clase obrera, se ve obligado a ampliar constantemente la producción para lo que tiene que invertir en cantidades adicionales de medios e instrumentos de producción, es decir, debe agregar capital al que ya existe en funcionamiento. La creciente acumulación de capital en la economía mexicana (que eufemísticamente se denomina “crecimiento industrial”) exige la producción de cantidades masivas de plusvalía —que es su materia prima— lo que únicamente se logra cuando se ponen en tensión los métodos convencionales de producción de plusvalía y se forjan nuevas formas que se basan en ellos, de lo que resulta la centuplicación de la opresión, esclavizamiento y explotación de la clase obrera. En su afán de obtener mayores recursos para acumular (invertir), el capitalismo mexicano reduce de una manera sistemática y general el salario de los obreros por debajo de su valor, por lo que convierte el fondo de consumo del obrero en fondo de acumulación del capital. Pero en este caso no se trata de la actitud cotidiana del capitalista individual que roba un poco del salario del obrero aquí y otro más allá, actitud que como hemos dicho constituye una tendencia intrínseca del capital, sino de una política general de los capitalistas impuesta también globalmente a toda la clase obrera mexicana, apoyada en la violencia física y moral del estado burgués, que se logra deteniendo los salarios en un nivel determinado mientras se elevan los precios de los


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artículos de consumo obrero. De esta manera, la clase obrera en su conjunto es sometida, sistemática y concientemente, a través de una política deliberada del régimen capitalista, a un proceso adicional de desgaste acelerado de su fuerza de trabajo que agrega sus efectos a los que resultan de la acción cotidiana del capital. La necesidad de acumular cantidades cada vez más grandes de capital, para lo cual tienen que producirse masas más voluminosas de plusvalía, lleva al régimen capitalista mexicano a organizar sistemáticamente la extensión de la jornada de trabajo de la clase obrera a través del desarrollo de los métodos de trabajo extraordinario. Al igual que en el caso anterior, no se trata de las pequeñas acciones cotidianas del capitalista para extender la jornada de sus obreros, sino de la política general que se aplica a toda la clase obrera, lo cual deviene en un incremento adicional del desgaste de la fuerza de trabajo nacional que provoca el agudizamiento de las consecuencias ya señaladas para la salud y las condiciones de vida en general de los trabajadores. La acumulación acelerada de capital en el régimen capitalista mexicano reclama que la maquinización de la producción sea también un proceso sistemático, dirigido por el Estado, a través de una serie de políticas específicas de “industrialización” o “modernización”; en este caso, al igual que en los anteriores, no se trata de la acción de los capitalistas individuales que amplían sus instalaciones o introducen por si mismos maquinaria más moderna en sus plantas, sino de una actividad concentrada, dirigida por el Estado burgués, que pone a disposición de todos los capitalistas todos los recursos de la naturaleza, la ciencia, la técnica, la economía, etcétera, con la finalidad de que la maquinización de la producción se desarrolle en gran escala. El crecimiento incontenible de la producción maquinizada bajo la dirección del Estado burgués hace más intenso el proceso de explotación de la clase obrera mexicana. Bajo el imperativo de acumular cantidades masivas de capital y acuciado por el acelerado desarrollo de la producción maquinizada, el régimen capitalista mexicano organiza en gran escala la intensificación del trabajo por medio de la aplicación de la ciencia y la técnica al análisis de los procesos productivos y de los tiempos y movimientos del trabajo humano con la fina-


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lidad de establecer los métodos más adecuados de incrementar su productividad. Aquí tampoco se trata de la acción de un capitalista individual sino de la función del Estado burgués que diseña planes de productividad y adiestramiento de la mano de obra que benefician a todas las empresas capitalistas en general. Esta metódica y masiva intensificación del trabajo de toda la clase obrera mexicana da un impulso adicional al proceso de desgaste inmoderado de la fuerza de trabajo y de atrofia, degeneración y descomposición de todas las facultades humanas de los trabajadores. La acumulación estimula la necesidad del capital de hacer economías en el capital constante con el propósito de obtener así mayores fondos para acumular; se impulsa con más bríos el proceso por el cual se despoja al obrero de condiciones seguras y saludables de trabajo, por lo que se eleva el número de accidentes y la incidencia de enfermedades fabriles. En algunos períodos del régimen capitalista mexicano la acumulación de capital se realiza teniendo como base un determinado nivel técnico conforme al cual se emplean medios e instrumentos de producción y trabajo vivo combinados en una proporción dada (composición técnica del capital) lo que se refleja en una cierta proporción entre el capital constante y el capital variable (composición orgánica del capital); con la acumulación de capital aumenta el número de obreros ocupados y con ellos la cantidad de trabajo no retribuido que el capitalista se apropia. Los nuevos obreros son sometidos a las torturas de la producción maquinizada que hemos resumido como la extenuación y muerte prematura de los trabajadores y la degeneración de sus cuerpos y de sus mentes, es decir, como su depauperación creciente. En algunas ocasiones el aumento de la acumulación ha traído aparejado, además del aumento de la demanda de obreros, un incremento en el salario real; un mayor salario, además de dejar intacta la esencia del régimen de explotación capitalista, tiene como antecedente y sirve de punto de apoyo a una elevación de la extensión, maquinización e intensificación del trabajo de tal magnitud que el desgaste de la fuerza de trabajo se vuelve inconmensurable con cualquier aumento del salario, por alto que pueda ser. Con el aumento de la demanda de trabajo y el alza de salarios que en algunas fases del desarrollo capitalista mexicano se presentan cuando se da la acumulación de capital


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sobre una base técnica determinada, la esencia de la explotación capitalista continúa existiendo y desarrollándose, reforzada por la acumulación de capital. Tras una fase de acumulación de capital sin cambios en la composición orgánica viene necesariamente un período de acumulación que se caracteriza por la introducción de maquinaria más moderna en la producción; los nuevos capitales que se invierten en estas circunstancias emplean una cantidad cada vez menor de obreros en relación con un mismo volumen de capital constante y los viejos capitales, que al renovarse introducen los inventos y descubrimientos más modernos, desplazan cantidades acrecentadas de obreros al descender en ellos vertiginosamente la proporción entre capital constante y capital variable. De igual forma, el incremento de la extensión e intensificación del trabajo que este tipo de acumulación trae consigo determina que a una misma cantidad de obreros y, por tanto, a un mismo capital variable se le extraigan cantidades cada vez mayores de trabajo, con lo que la demanda de trabajo se hace independiente por completo de la demanda de obreros. Todas estas circunstancias, es decir, una demanda de obreros proveniente de las nuevas inversiones que desciende con una gran velocidad, una repulsión masiva de obreros por parte de los viejos capitales y una demanda de trabajo que se llena con cantidades constantemente decrecientes de obreros, dan como resultado que en el capitalismo mexicano se haya formado y continúe en aumento una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva con independencia del crecimiento natural de la población. Esa población sobrante vive en condiciones miserables y es la pesada loza que mantiene el salario de los obreros ocupados en un nivel constantemente bajo y a ellos esclavizados por completo al capital; es, también, condición de existencia del régimen capitalista, que en las súbitas expansiones y contracciones que le son consustanciales necesita obreros “disponibles” al momento. Sobre esta base, el régimen de producción capitalista somete el crecimiento natural de la población a sus necesidades prepotentes; en ciertas épocas de su existencia, cuando necesita crear una provisión de mano de obra prácticamente inagotable, promueve por todos los medios la multiplicación vertiginosa de la población; cuando ha creado una enorme masa de población adicional que le garantiza fuerza de trabajo suficiente por varias


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generaciones y cuando, en virtud de ese desmesurado crecimiento, la población excesiva se convierte en un pesado fardo económico para el capital, pues a fin de cuentas, de una manera u otra, deberá mantenerla con vida, establece políticas tendientes a reducir las tasas de crecimiento “natural” de la población. La explosión demográfica, provocada única y exclusivamente por el propio desenvolvimiento del régimen capitalista de producción, viene a sumar sus efectos a los de la superpoblación relativa que nace del proceso de acumulación de capital y hace más intensa la explotación que ejerce sobre la clase obrera mexicana. El régimen capitalista mexicano desarrolla desigualmente sus distintas ramas y sectores productivos. Primero crece una parte de la economía mexicana y en ella se concentran cantidades enormes de capital; posteriormente, la parte que ha quedado rezagada reclama para sí una porción de la riqueza acumulada y una mayor participación en la absorción de plusvalía. Este movimiento contradictorio entre las partes esenciales del capitalismo mexicano tiene lugar única y exclusivamente a costa de la clase obrera mexicana; en efecto, el progreso de uno u otro sector significa el aumento sin medida de todas las formas de explotación de la fuerza de trabajo, pues aquel se basa ineluctablemente en el perfeccionamiento de las formas de producción y acumulación de plusvalía, las cuales ya vimos que tienen resultados nefastos para las condiciones de vida de la clase obrera. Si son las ramas que producen medios e instrumentos de producción las que crecen más que el resto de la economía, en este caso, además de que se crean en exceso los medios para la acumulación masiva de capital, cuyos efectos sobre la clase obrera ya conocemos suficientemente, se presenta necesariamente un descenso en la producción de las ramas que producen alimentos (agricultura, transformación de alimentos, etcétera) y otros bienes de consumo, por lo que se da un déficit de los medios de vida necesarios para cubrir el capital variable desembolsado por los capitalistas, no se diga para llenar las necesidades de toda la población trabajadora. Este déficit añade sus efectos a la tendencia esencial del régimen capitalista a reducir constante y radicalmente el salario de los obreros y hace más decisivo el proceso de desgaste inmoderado de su fuerza de trabajo. En algunas épocas del capitalismo mexicano crecen relativamente más las ramas que producen alimentos y otros bienes de


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consumo necesarios (aunque conservando la desproporción intrínseca del régimen de producción capitalista conforme a la cual siempre es mayor el volumen de capital concentrado en la producción de medios de producción que el que existe en la órbita de la producción de bienes de consumo) y se producen así los medios de vida necesarios para cubrir el capital variable que los capitalistas han lanzado a la circulación y con los cuales dilatar en una enorme medida la producción, es decir, para acumular capital en grandes volúmenes, acumulación que tiene los efectos consabidos en las condiciones de vida de la clase obrera mexicana. Esta expansión de las ramas que producen alimentos permite reconstituir, en cierta medida, la fuerza de trabajo de los obreros mexicanos por lo que con ello se presentan las condiciones para que se extremen las formas de producción de plusvalía (extensión, maquinización e intensificación del trabajo) y se obtengan de este modo volúmenes cuantiosos de plusvalía adicional. Para que, tras un crecimiento desmedido de su contrario, cada sector de la economía mexicana se desarrolle ascendentemente, es necesario que obtenga con rapidez recursos para acumular; cuando esta situación se presenta, el sector que quiere impulsar su desenvolvimiento despoja al otro de una parte de su capital y entra sin miramientos a saco en el fondo de consumo de la clase obrera, de donde obtiene una buena cuota de los medios necesarios para la acumulación. Ambos sectores, uno porque ha sido desposeído bruscamente de una porción de su capital y otro porque está resarciéndose desesperadamente de un período de baja acumulación, agudizan la explotación de los trabajadores a través de un gran incremento en la extensión y en la intensificación del trabajo. Este movimiento de mutuo ajuste entre las dos partes del capitalismo mexicano se resuelve en una mayor vulneración de las condiciones de vida de los trabajadores. En épocas de crisis, es decir, cuando tras el crecimiento desorbitado de uno de los sectores de la economía mexicana se impone la violenta reunificación con su contrario para restaurar la mutua complementación, se presenta entonces una desacumulación de capital en todas las ramas productivas. Si normalmente los capitalistas mexicanos tienen una hambre insaciable de trabajo excedente que los obliga a aplicar sin contemplaciones los métodos de producción de plusvalía y a acu-


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mular compulsivamente mediante la sumisión de la clase obrera a una sobreexplotación continua, imaginemos lo que harán cuando no solo no hay acumulación sino que su capital se desvanece ante sus propios ojos. La angustia, el pánico que en estas circunstancias invaden a los capitalistas y a su Estado se traducen necesariamente en un incremento inconmensurable de la extensión e intensificación del trabajo y de la violencia física y moral ejercida sobre los trabajadores para obligarlos a desplegar más trabajo, en un saqueo descarado del fondo de consumo del obrero al que reducen muy por debajo del nivel de reproducción de la fuerza de trabajo y en una repulsión masiva de obreros de la órbita productiva. Por otra parte, los grandes capitalistas literalmente despojan de su capital a los pequeños y medianos capitalistas. Los dos sectores que forman la economía mexicana son: el sector I, que está integrado fundamentalmente por grandes empresas industriales y agrícolas que producen medios de producción y bienes de consumo de lujo, por el gran comercio interno y externo y por los grandes consorcios financieros; el sector II, que está formado principalmente por las empresas industriales y agrícolas que producen medios de producción y bienes de consumo necesarios, por el mediano comercio, por grupos bancarios modestos y por la mediana y pequeña producción agrícola e industrial. La producción estatal se inscribe, según su naturaleza, en uno u otro sector. El desarrollo de cada uno de los dos sectores crea necesariamente los elementos de su propia negación y para el desarrollo del otro. Y el predominio de uno u otro sector económico determina el imperio de uno u otro grupo burgués en la esfera política. El proletariado mexicano ha llegado a constituir la clase mayoritaria de la sociedad y en sus condiciones de trabajo y de vida se expresan la explotación y depauperación geométricamente crecientes a que se ve sometido por el régimen capitalista nacional. El proletariado mexicano se encuentra bajo la completa dominación de la burguesía mexicana y ha sido dotado por ella de una ideología y una organización burguesas; la actividad política del proletariado es férreamente dirigida y controlada por la propia burguesía mexicana. Los dos sectores de la economía mexicana se alternan en el ejercicio del poder económico y político; cada uno de ellos en su


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oportunidad y en contra del otro, llevan adelante sus reivindicaciones especiales; una lucha encarnizada se produce entre ellos a la cual arrastran a la pequeña burguesía y al proletariado como sus peones. El proletariado se mueve entre uno y otro sector de la burguesía adoptando la ideología y la organización que cada uno de ellos le tiene destinada. El agotamiento del modelo de intercambio de materias primas por bienes de capital y de sustitución de importaciones. La crisis del capitalismo mexicano. 1982-1991 El modelo tradicional de intercambio con el exterior (materias primas por capital) y de industrialización (sustitución de importaciones) de la economía mexicana, agotó por completo sus posibilidades de desarrollo desde principios de la década de los ochenta del siglo xx. La capacidad de financiar las importaciones de maquinaria y equipo con las exportaciones de siempre se redujo sensiblemente, lo que primero constituyó una traba para la acumulación ampliada del capital mexicano y después llevó a la economía mexicana a una profunda crisis de desacumulación. Los problemas de la economía mexicana provenían de que el capitalismo internacional, cubiertas por un largo tiempo sus necesidades de materias primas a bajo precio por la concurrencia a ese mercado de una multitud de productores (recuérdese la crisis del petróleo), había entrado en una nueva fase de su desarrollo en la cual requería concentrarse en la producción de tecnología, maquinaria, equipo y bienes de consumo de una gran sofisticación y por ello le era imperioso dejar la producción de otros bienes menos complejos (de consumo y de capital) a las economías de los países de menor desarrollo económico. Nuestro país había organizado su economía exclusivamente en torno a la exportación de bienes primarios y la sustitución de importaciones y toda su planta productiva estaba adecuada a esta función principal. Ante la demanda del capital internacional, dirigida hacia los países menos desarrollados, de bienes de consumo y de capital para su economía, la planta industrial y en general la estructura económica del país (también, desde luego, el modelo político) resultaron obsoletos en grado extremo.


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Acuciada por la necesidad de acumulación creciente, que es su razón de existir, la burguesía mexicana se vio obligada a tomar la decisión de insertarse en ese nuevo esquema de la economía internacional. Para ello era necesario dar un giro sustancial a sus relaciones con el exterior; era imperioso convertirse en exportador de las mercancías manufacturadas que reclamaba el mercado metropolitano y de esa manera obtener los ingresos para las compras en el extranjero. Todo ello exigía una transformación radical de la planta industrial y de la estructura económica y hasta política del país para modernizarlas y poder producir con tecnología de punta los bienes reclamados por los países altamente desarrollados. Desde el sexenio de De la Madrid se inició la preparación de las bases en que deberían asentarse esas metamorfosis necesarias con, entre otras cosas, el plan económico de choque que aún tiene vigencia en su núcleo central que es la contención salarial, la negociación de la deuda externa (que se inició en ese sexenio), la desincorporación y privatización de empresas públicas, la modernización de las empresas públicas, etcétera. En el gobierno de Salinas de Gortari, la columna vertebral de la política económica fue la modernización del aparato productivo, es decir, el proceso de sustitución de la antigua planta industrial por otra con una tecnología más cercana a la que en ese tiempo existía en la industria de los países altamente desarrollados. Dicha modernización era una necesidad acuciante de la economía mexicana que tenía su origen en la grave desacumulación (crecimiento económico negativo) que ésta había padecido en el pasado reciente y que por varios años redujo sensiblemente la masa de ganancia que los capitalistas nacionales debían repartirse entre ellos. Consecuencias características de la desacumulación fueron la concentración del ingreso en las arcas de la oligarquía, la ruina de la mediana y la pequeña industria, la conversión del fondo del salario obrero en fondo de acumulación de capital y la centuplicación de la explotación a que está sometida la clase obrera mexicana. La desacumulación del período inmediato anterior tuvo su causa en el agotamiento de la relación de intercambio de la eco-


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nomía mexicana con el exterior, como ya tuvimos oportunidad de ver en párrafos anteriores. Todavía asentado firmemente en esta vieja relación de intercambio con el exterior, el régimen capitalista mexicano, respondiendo a una alta demanda del mercado mundial del petróleo, contrató con el capitalismo internacional un enorme volumen de créditos con el propósito de desarrollar la industria petrolera; la cesión de la propiedad de capital-dinero (trabajo obrero excedente bajo su forma abstracta) a cambio del pago de un interés (parte del trabajo excedente que el deudor succiona a sus obreros) y de la obligación de reintegrar el principal al acreedor es una operación normal entre capitalistas, ya sean individuales o colectivos, que se utiliza para que el deudor, con esos recursos, establezca o expanda una industria o una rama industrial y de esa manera con el trabajo excedente que exprime a sus obreros haga suya la propiedad del capital productivo; en el caso que nos ocupa se calculó, con base en un precio en ascenso, que con los ingresos de la venta de una cantidad creciente de petróleo, ingresos que no son otra cosa que trabajo obrero excedente, ya sea preexistente y materializado en el capital productivo y que sólo se transmite al producto o se reproduce por los obreros o ya sea producido en el proceso mismo de producción, se podrían pagar los intereses y el principal de la deuda y tener todavía un excedente cuantioso para ser utilizado en la modernización y el crecimiento de la economía nacional. Mientras el precio del petróleo fue en ascenso los planes del capitalismo mexicano se cumplieron cabalmente y el auge económico permitió elevar en cierta medida los salarios y proporcionar empleo a una mayor cantidad de obreros que provenían del ejército industrial de reserva; de igual manera, fue posible que el Estado mexicano tuviera mayores ingresos y pudiera así hacer más desembolsos en gasto social. Los empresarios privados y el Estado destinaron el excedente que provino del mercado mundial a la expansión de sus industrias, las cuales volcaron su producción exclusivamente al mercado interno. El éxito obtenido en sus planes económicos llevó al Estado mexicano a contratar más créditos (en realidad se estableció un flujo ininterrumpido de recursos externos) para hacer crecer aún más a la industria petrolera y a las demás industrias de su propiedad; los capitalistas nacionales, embriagados por tanta


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riqueza, contrataron también sin medida créditos que la banca internacional les concedió liberalmente, los cuales aplicaron al crecimiento desbordado de sus industrias. Con la concurrencia de cientos de productores que hicieron crecer la oferta desmedidamente, el mercado petrolero vio cubiertas sus necesidades presentes y futuras; como ineluctablemente sucede en el mundo capitalista, el precio de una mercancía, después de haber alentado su producción ilimitada y de saturar el mercado por un largo tiempo, se desploma irremisiblemente; así pasó con el precio del petróleo que tras de llegar a la cima cayó estrepitosamente. En el interior de la economía mexicana, después de cierto crecimiento propiciado por el excedente del comercio internacional y por los voluminosos créditos externos, se presenta un proceso especulativo por el cual todos los nuevos recursos que entran a la economía no van ya a la producción sino que alimentan a un sistema financiero basado exclusivamente en la especulación y por último salen del aparato financiero nacional hacia el exterior. Al caer el precio del petróleo se redujeron drásticamente los ingresos del capitalismo mexicano; un extremado endeudamiento que todavía conservaba la inercia que le había dado su anterior crecimiento desorbitado, unos intereses cada vez más abultados y unas entradas en picada dieron al traste con los planes de la burguesía mexicana y su gobierno. El capitalismo mexicano había “planificado” todo bajo el irreal supuesto de que el precio del petróleo se iba a mantener en la cumbre por un largo tiempo; por ello, el excedente ganado en el mercado internacional fue utilizado para impulsar el crecimiento y la modernización de la producción interna exclusivamente y de ésta en una gran proporción aquella ligada de una manera más o menos directa con la industria petrolera; al despeñarse el precio del petróleo y mermar significativamente los ingresos por este concepto no había en el país ningún tipo de producción que pudiera sustituir ni en el corto ni en el mediano plazos a la de aquel energético en el mercado internacional. Las entradas por concepto de exportaciones petroleras se contrajeron de tal modo que fueron insuficientes, primero para continuar financiando la expansión de la industria nacional, segundo para cubrir los pagos e intereses y principal de la deuda externa


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de los capitalistas privados, tercero para hacer los pagos de interés y principal de la deuda externa de la industria estatal y cuarto para liquidar los intereses y el principal de la deuda de la industria petrolera; el total del débito exterior del capitalismo mexicano llegó a ser tan descomunal y la restricción de ingresos de la industria petrolera tan considerable que para seguir retribuyendo puntualmente a los acreedores fue necesario detraer recursos de la acumulación normal, con lo que el crecimiento económico se abatió a cero, e incluso, deducir medios a la reproducción simple, lo que significó una desacumulación real o crecimiento negativo (cierre de empresas o reducción de su volumen de producción). La pérdida de las ganancias extraordinarias, la tajante mengua de las ganancias normales y la desacumulación real obligaron a la burguesía y al Estado mexicano a resarcirse mediante el desfalco del fondo de consumo del obrero por medio de la baja del salario real y al despido de muchos trabajadores; el Estado vio necesariamente menguados los recursos para el gasto social lo que resultó en el desmejoramiento de la situación (alimento, salud, educación, vivienda) de los trabajadores mexicanos. Como vemos, se trata de las relaciones entre un país capitalista y otros países capitalistas cuya existencia descansa totalmente en la acumulación de capital y en la explotación del trabajo asalariado; movidos por la fuerza ingobernable del mercado unos capitalistas prestan a otros capital (trabajo excedente de sus obreros o de los obreros de otros países adquirido por vía del intercambio desigual) para que fomenten una rama específica de la industria, desde luego sobre el soporte del trabajo asalariado; la acumulación se amplía en el país que recibe el capital de préstamo, se acrecienta el trabajo excedente que arranca a sus obreros, de tal suerte que de ahí cubre los intereses causados y va reintegrando parcialmente el capital recibido hasta que lo solventa totalmente y queda bajo su propiedad la forma transfigurada del mismo, es decir, los medios e instrumentos de producción con él adquiridos. Fijemos nuestra atención en el hecho de que todo lo que está en juego es trabajo obrero excedente: el capital de préstamo, el valor reintegrado, los intereses causados, el capital físico que queda en manos del receptor del crédito, todo ello es trabajo excedente que proviene de la explotación del trabajo asalariado,


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el cual después se acumula para obtener más trabajo obrero excedente; el trabajo obrero excedente acumulado bajo la forma de capital-dinero en un país se emplea para acrecer la acumulación en otro. La acumulación de capital en nuestro país suscitada por el desarrollo con crédito externo de la industria petrolera revistió todas las características que distinguimos en el modelo teórico previamente estudiado y sus efectos sobre la clase obrera mexicana fueron los mismos que en él descubrimos: un avance largo en el camino de su depauperación. La irresistible fuerza del mercado condujo el proceso de acumulación con base en deuda externa mucho más allá del linde que imponía la demanda de petróleo no en el mediano sino en el largo plazo y tal cosa sucedió no únicamente en México sino en todos los países productores; esto dio como resultado, según ya vimos, el desplome del precio del petróleo y la aminoración de los ingresos por este concepto. Se presentó entonces en nuestro país lo siguiente: primero, se detuvo la acumulación apoyada en el crédito externo, pero como éste seguía llegando impetuosamente, al ya no poderse destinar al aparato productivo se convirtió en la materia prima de la especulación que desembocó en el gasto como renta de los créditos exteriores; segundo, después de que el capitalismo mexicano, literalmente enloquecido por la “riqueza petrolera”, gastó el último dólar del último préstamo fue rudamente devuelto a la realidad por las exigencias de los acreedores, quienes empezaron a solicitar el pago de sus créditos; nuestros capitalistas despertaron a la prosaica existencia y se encontraron con que los ingresos del petróleo eran insuficientes para saldar las obligaciones de la deuda externa, por lo que tuvieron que echar mano de todos los recursos a su alcance y se vieron en la imperiosa necesidad de dejar de acumular (crecimiento cero) e incluso de robar medios a la reproducción simple, con lo que la economía mexicana entró en una franca pendiente de desacumulación (crecimiento negativo, decrecimiento). La desacumulación así originada se hizo crónica porque era retroalimentada por la obsolescencia de la planta productiva que a su vez tenía su causa en la persistencia de la antigua relación de intercambio del capitalismo mexicano con el exterior. La desacumulación tiene efectos específicos sobre la suerte de la clase obrera que se suman a aquellos que derivan de la esen-


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cia de la explotación capitalista. En primer lugar, puesto que la acumulación ha originado la extensión excesiva de la planta industrial y de la producción, la desacumulación implica la ociosidad de una parte de la planta productiva, el despido masivo de obreros, la destrucción de una porción del capital físico y de la producción; en segundo lugar, la desacumulación significa la pérdida de las ganancias extraordinarias, la disipación de las ganancias normales y hasta la evanescencia de una parte del capital, lo que constriñe a los capitalistas a compensarse entrando a saco al fondo de consumo de la clase obrera por medio de la elevación de los precios de los bienes de consumo necesario, la intensificación del trabajo y el despido de una legión de trabajadores. La desacumulación, al morder el nervio vital del régimen capitalista que es la exacción de trabajo obrero excedente la hace descender hasta extremos peligrosos; la producción y acumulación cada vez mayores de plusvalía, que son la razón de existir del régimen capitalista, han sido lanzados a un abismo; el ánimo de los capitalistas mexicanos y de su gobierno es sobrecogido por la angustia y surge poderoso el reclamo: ¡debemos volver a crecer!; el capitalismo mexicano brama por trabajo obrero excedente. La desacumulación crónica en que se encontraba inmersa la economía mexicana y la aguda obsolescencia de su planta industrial en relación con el nivel tecnológico del capitalismo internacional, hicieron necesaria una acumulación del segundo tipo de las estudiadas en la parte teórica de este trabajo; el capitalismo mexicano necesitaba una acumulación monstruosa de capital que le permitiese transformar de raíz su estructura productiva para modernizarla y que hiciese posible que la economía recuperase el nivel de la reproducción simple y lo remontase para lanzarse a la reconquista de sus “niveles históricos de crecimiento”. Las cantidades descomunales de capital que el capitalismo mexicano demandaba sólo podían provenir de los capitalistas extranjeros y de la oligarquía mexicana. La colosal acumulación de capital que se produjo en nuestro país al cumplirse los propósitos del gobierno de Salinas de Gortari tuvo los consabidos efectos sobre la suerte de los trabajadores mexicanos: la rápida y global modernización de la maquinaria y la tecnología hicieron avanzar velozmente el despojo por el capital de las capacidades productivas de los obreros mexicanos,


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la extensión y la intensificación de su trabajo, la amalgama de los órganos y funciones orgánicas de los trabajadores con la máquina y la violenta atracción y repulsión de los trabajadores por la órbita de la producción; la mayor acumulación hizo cambiar en gran medida la composición orgánica y técnica del capital, dando lugar a una repulsión masiva de obreros que a la larga superó con creces la decreciente demanda y permitió producir una mayor cantidad de plusvalía para una nueva acumulación que hizo aumentar la explotación de los trabajadores ocupados y que incrementó necesariamente el ejército industrial de reserva que el capitalismo mexicano conserva como uno de los resultados y presupuestos de su existencia desde el siglo xix; a su vez, la expansión del ejército industrial de reserva, por su parte, hizo crecer el pauperismo entre las filas de la clase obrera mexicana. La monstruosa acumulación de capital resultó en una monstruosa explotación y depauperación de los trabajadores asalariados del país. Otra de las líneas estratégicas de la política de gobierno de Salinas de Gortari fue el llamado Programa Nacional de Solidaridad dirigido hacia los grupos “marginados” de la sociedad, es decir, en lenguaje más crudo, hacia los receptáculos y las fuentes de la población sobrante. La descomunal acumulación puesta en marcha por Salinas de Gortari hizo necesario que la elevada demanda de obreros que ella suscitó fuera cubierta con trabajadores bien cebados y que tuvieran cierta calificación y que las cantidades masivas de trabajadores que en esas circunstancias eran repelidos por la industria mexicana encontraran en las órbitas hacia las que eran lanzados condiciones que les permitiesen cuando menos mantenerse con vida, y en el mejor de los casos en óptimas condiciones para cuando fueran llamados por el capital. Es por eso que el gobierno de Salinas de Gortari diseñó un ambicioso plan de obras y acciones destinado a conservar con vida a la población sobrante y eventualmente elevar en alguna medida sus condiciones de vida y su capacitación, al que destinó grandes recursos provenientes de la negociación de la deuda y de la venta de paraestatales. Esta especie de Beneficencia Pública ejercida por el gobierno con la interesada mira de satisfacer las apremiantes necesidades del capital al permitir que éste pueda libremente contratar y despedir obreros conforme a sus prepotentes intereses apenas sí pudo ser un paliativo momentáneo para la


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terrible miseria en que se vio sumida una sobrepoblación obrera incrementada inconmensurablemente por la magna acumulación de capital que se puso en marcha. La desacumulación, la acumulación sin cambios en la composición orgánica y la acumulación con cambios en la composición orgánica son fases que se suceden unas a otras en un movimiento circular cuyo resultado es la creciente depauperación de los trabajadores mexicanos, ya sea bajo la forma de un desgaste acelerado de su organismo, bajos salarios, falta de vivienda, insalubridad, desnutrición, despotismo fabril, etcétera, de inseguridad laboral porque las imperiosas necesidades del capital tan pronto atraen como repelen cantidades masivas de obreros, de desocupación crónica porque el capital necesita y produce una población obrera sobrante, ya sea como ocupación, salarios más altos, vivienda, determinado nivel de salud, educación, diversión, cultura, etcétera, que presuponen un progreso en la maquinización de la producción con su secuela de desposesión de facultades productivas y de extensión e intensificación del trabajo, lo que a su vez redunda en la más estrecha integración del trabajador a la máquina, la descomposición más aguda de todos sus procesos orgánicos físicos y mentales y el desgaste y la degeneración acelerados de sus organismos, o como un consumo desmedido que tiene su origen en un aumento de la productividad del trabajo y que radicaliza el proceso de descomposición y degeneración ya señalado. En el largo período de desacumulación que vivió la economía mexicana se produjo necesariamente un grave deterioro de la pequeña y la mediana industria y un descenso en el nivel de vida de los trabajadores. Esto dio como resultado un reavivamiento del rencor de la burguesía liberal y la pequeña burguesía contra la oligarquía mexicana; de estas condiciones brotó en el país una nueva corriente política dotada de una gran fuerza, el cardenismo, que de inmediato se propuso disputarle el poder a la oligarquía. Los trabajadores mexicanos siguieron sujetos durante este período a la dominación ideológica de la burguesía a través del aparato sindical oficial y sólo en algunos de sus sectores realizaron movimientos independientes que, a fin de cuentas, confluyeron en el gran movimiento principal: la oposición cardenista, o fueron reasimilados por el sindicalismo oficial.


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La preparación y la realización de la política modernizadora, que en nombre de la oligarquía mexicana instrumentó Salinas de Gortari, al mantener los antiguos motivos de resentimiento y agregar muchos otros, dio lugar a un desarrollo más profundo de la oposición cardenista… Por lo que respecta al proletariado nacional, él también fue seriamente dañado por la política económica de la oligarquía mexicana. De cualquier manera, el proletariado nacional continuó sometido a la explotación de la burguesía mexicana y sujeto a la dominación ideológica, política y organizativa de esta clase social. El socialismo es la etapa siguiente en la evolución de la sociedad mexicana. Pero la clase obrera no puede llegar a ella por sí sola aunque su lucha sea independiente y poderosa. Como hemos explicado anteriormente, el proletariado mexicano está firmemente sujeto a la dominación ideológica de la burguesía, de tal manera que posee una conciencia exclusivamente burguesa; es por eso que cualquier lucha que emprenda en estas condiciones, por radical que sea, tiene necesariamente un contenido burgués y produce como resultado la realización de las reivindicaciones de un sector de la burguesía (burguesía liberal y pequeña burguesía). Y sin embargo, la clase obrera mexicana está fatalmente destinada a hacer la revolución socialista en nuestro país. El proletariado mexicano se encuentra, conforme lo hemos visto, en una desesperada situación sin solución de continuidad de esclavitud v explotación inmoderada. La existencia y desarrollo del capital son la causa única de la creciente miseria y esclavizamiento de la clase obrera mexicana. Toda la riqueza social detentada por la burguesía mexicana es fuerza de trabajo de la clase obrera que aquella se apropia sin retribución; la fuerza productiva del trabajo social, de la maquinaria, de la ciencia y de la técnica le ha sido detraída al obrero mexicano por el capital, con lo que lo despoja de sus facultades físicas y mentales, es decir, de su naturaleza humana. El capital, por un lado desposee al proletariado de sus fuerzas esenciales y las concentra en manos de la burguesía y, por el otro, con esas mismas fuerzas lo somete a un proceso de aniquilación de su naturaleza.


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De aquí entonces que el proletariado mexicano se vea, con la finalidad de recuperar su naturaleza humana y para impedir su completo anonadamiento, en la ineludible necesidad de reivindicar la propiedad de lo que le ha sido despojado a lo largo de múltiples generaciones por la burguesía: los medios e instrumentos de producción y de vida, la riqueza social. El proletariado está obligado a expropiar a la burguesía la riqueza que detenta y convertirla en su propiedad, a destruir, a través de una revolución violenta, el poder político de la burguesía y a conquistar el poder político e instaurar la dictadura del proletariado. Conclusión Después de este rápido viaje a través de la historia de México podemos concluir que toda la riqueza que existe en nuestro país, ya sea en manos de particulares (empresarios), del Estado o de la comunidad y la que han disfrutado como renta todas las generaciones de propietarios privados existentes a partir de la conquista, es trabajo excedente de múltiples generaciones de productores directos (comunidades indias, esclavos indios, siervos —peones— indios, mestizos y españoles y proletarios del campo y la ciudad) que les fue extraído a través de la explotación esclavista, servil o capitalista y que se ha ido acumulando insensiblemente a través de casi 500 años. La absorción por los propietarios de los medios e instrumentos de producción del trabajo excedente de los productores directos ha sido realizada a lo largo de la historia de México a través de los métodos más viles, de la más implacable y cruel violencia física y moral, de la esclavitud más férrea y despótica y ha tenido como resultado un largo y concienzudo proceso de anulación y degeneración de las facultades naturales (físicas y mentales) de los trabajadores que remata hoy día con la más absoluta deshumanización que el capital produce en los obreros mexicanos, la cual se caracteriza por la desposesión que sufren de todas sus capacidades humanas, por el desgaste, descomposición y atrofia de todos sus órganos y procesos y funciones orgánicas que dan lugar a la devastación incontenible de sus características biológicas.


APÉNDICES



I. El establecimiento del modelo exportador

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uestro país inició su constitución como país exportador del tipo de las economías asiáticas durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari; en ese período se realizaron, bajo la bandera del libre comercio, todas las transformaciones internas y las inserciones en la economía internacional fundamentales para el establecimiento y desarrollo del modelo exportador. El desenvolvimiento venturoso de la economía mexicana como entidad exportadora de mercancías para el mercado global, que se presentaba como un indiscutible triunfo del librecambio, engendró inmediatamente los elementos de su negación, tal y como lo vimos para el modelo general analizado a propósito de la crisis financiera internacional1 (es decir, un creciente déficit estructural de la cuenta corriente y el propio incremento de las exportaciones mexicanas hacia el mercado global).

La primera crisis del modelo exportador La constitución de grandes empresas exportadoras asociadas al capital extranjero, con la capacidad suficiente para competir en el mercado global, fue el propósito expreso de la plutocracia mexicana y su gobierno durante el período considerado. Este proceso atrajo enormes cantidades de capital nacional y, sobre todo, de capital extranjero. El capital extranjero de mediano y largo plazo fue utilizado para ampliar en una medida extraordinaria la planta productiva; el crecimiento económico que entonces se presentó fue un Gabriel, Robledo Esparza, Capitalismo moderno y revolución, t. III, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, cesc, México, 2007, capítulo III.

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incentivo para atraer también al capital extranjero de corto plazo. Este se utilizó para financiar en parte un incremento mayor de la planta industrial y en parte las cuantiosas importaciones de bienes de consumo que la incorporación al mercado global imponía. Mientras tanto, las exportaciones apenas sí empezaban a abrirse paso trabajosamente en un mercado internacional sumamente competido. Se presentó entonces, necesariamente, una desproporción entre las importaciones y las exportaciones que produjo un enorme déficit en la balanza comercial del país. El clímax de esta primera fase de existencia de México como país exportador lo fue la severísima crisis financiera y productiva que se presentó en la economía nacional a fines de 1994. El retiro del capital financiero internacional de corto plazo ocasionado por el enorme déficit estructural de la balanza comercial, provocó el derrumbe incontenible de todo el sistema económico mexicano y puso en peligro de quiebra a todas las economías latinoamericanas y a la propia economía de los Estados Unidos. El proteccionismo global rescata al librecambio La viabilidad de la economía de mercado en México y a escala internacional tuvo que ser garantizada por la protección de los organismos financieros internacionales, de varios países desarrollados europeos y del propio gobierno de los Estados Unidos, quienes juntos aportaron los voluminosos recursos que se necesitaban para detener la caída libre de la economía mexicana y volverla al cauce del crecimiento sostenido; el librecambio, el más caro principio del neoliberalismo global, fue restaurado y se le dotó de un nuevo impulso por medio de acciones típicamente proteccionistas, estatistas y populistas del gobierno mundial de la economía internacional. El gobierno mexicano transformó así la encarecida deuda a corto plazo que tenía con los tenedores de Tesobonos en una deuda a largo plazo menos onerosa con los países y las instituciones que habían venido en su auxilio a raíz de la debacle económica y financiera de 1994. De esta manera, se evitaba tener que utilizar en saldar el déficit de la balanza comercial los re-


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cursos internos que la economía necesitaba desesperadamente, pues aquel fue liquidado con los recursos internacionales que se le facilitaron al país; por medio de este mecanismo se eludió una caída más drástica de la economía mexicana y se puso un punto de apoyo para su posterior recuperación. Los resultados de la crisis Los resultados más relevantes de la crisis fueron: (a) el encarecimiento de las importaciones, que aunque redujo de golpe el déficit comercial, también elevó el precio de la maquinaria y los insumos importados, lo que afectó en mayor medida a las empresas no exportadoras; (b) el precio más alto de la moneda extranjera, que perjudicó en gran medida a las empresas endeudadas en dólares, principalmente a las no exportadoras; (c) el crecimiento explosivo de la inflación, que redujo violentamente la demanda de los productos de la industria doméstica y disminuyó tajantemente el salario real de los trabajadores; (d) el alza desmedida de la tasa de interés, determinada con el fin de evitar que los inversionistas extranjeros retiraran sus capitales, que provocó la elevación del costo de los créditos concedidos a los pequeños y medianos productores por la banca nacional y el monstruoso incremento del principal por la vía de la capitalización de los intereses; (e) la quiebra de una buena parte de las pequeñas y medianas empresas; (f) la insolvencia de la mayor parte de los deudores, quienes se vieron imposibilitados de pagar los créditos contraídos; (g) el crecimiento inconmensurable de la cartera vencida de los bancos. El sistema bancario: el eslabón más débil del sistema Las deudas que la crisis volvió enormes eran incobrables porque la capacidad de pago de los deudores era nula y las garantías que las respaldaban no podían ser realizadas en una economía deprimida, amén de que, en el período de auge, los banqueros habían aceptado garantías notoriamente insuficientes para cubrir el monto de la deuda. Dos opciones se abrieron para la economía mexicana en lo referente al problema de la cartera vencida de los bancos. Por un lado, se podía dejar a su suerte al sistema bancario nacional, con lo que la mayoría de los bancos habrían quebrado irremisi-


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blemente al no poder recobrar los créditos concedidos ni, por tanto, reintegrar su capital a los ahorradores; esto se traduciría en la suspensión del ciclo del capital, pues no habría capital-dinero para la reanudación del proceso productivo y la economía entraría en una fase depresiva de crecimiento negativo por varios años. Por otro lado, era posible que el gobierno proporcionase a la banca dinero fresco a cambio de los créditos por el momento incobrables; de esta manera no se detendría el ciclo de circulación del capital, se podría reanudar lo más pronto posible el proceso productivo y en un tiempo breve la economía volvería a la senda del crecimiento. El nuevo auge económico que los oráculos harvardianos preveían propiciaría las condiciones para que se reiniciara el pago de los créditos o, en los casos más difíciles, se pudieran realizar en los mejores términos las garantías de los créditos incobrables. El Fobaproa, instrumento de salvación de la Banca Como el peligro más inminente lo constituía el retiro masivo del dinero de los ahorradores del sistema bancario mexicano, entonces se diseñó un mecanismo para evitar esa catastrófica posibilidad; el Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro, que es un organismo que tiene como finalidad proporcionar recursos a los Bancos en problemas y cuyos fondos se constituyen con aportaciones de todas las Instituciones Financieras) compró a los bancos su cartera vencida y a cambio les dio pagarés a diez años avalados por el gobierno federal. Estos pagarés fueron contabilizados como activos por los Bancos, por lo que los ahorradores consideraron que sus capitales estaban así perfectamente garantizados y no tenía caso sacarlos de las arcas de las instituciones de crédito. El plan de los ingenieros de las finanzas contemplaba también el que, una vez que se hubiese evitado la fuga de capitales de la Banca, y una vez también que la recuperación se iniciara, podría reanudarse el cobro de los créditos o la realización de las garantías y obtener de esa manera los recursos suficientes para rescatar los pagarés emitidos antes de que el valor de éstos hubiese llegado a límites insostenibles.


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La superación de la crisis El gobierno mexicano, como es su inveterada costumbre, presentó el ascenso de la economía nacional por el camino exportador como el resultado de la inteligencia portentosa y la voluntad indoblegable del nuevo grupo en el poder, los tecnócratas harvardianos, quienes en heroica lucha habían derrotado al proteccionismo, al populismo y al estatismo con el arma poderosa del libre comercio; la debacle económica que se inició en 1994 fue catalogada como algo ajeno a las acciones fundamentales de la tecnocracia neoliberal, sin relación alguna con los fundamentos del modelo exportador, como un error personal, ya sea de Carlos Salinas de Gortari o, ya en diciembre, de Ernesto Zedillo Ponce de León, en un asunto secundario. Descartada la posibilidad de que la causa de la crisis se encontrase en la esencia misma del modelo exportador, aquella se atribuyó a las reminiscencias que en la economía mexicana había aún del populismo, estatismo y proteccionismo, con las que había que terminar definitivamente para evitar caer de nuevo en el abismo. Firmemente asentado en la paternal protección proporcionada por el gobierno de las finanzas mundiales, el Estado mexicano desplegó sus esfuerzos para lograr primero superar la crisis y después reiniciar el crecimiento económico mediante un nuevo y poderoso empuje al modo de producción basado en la exportación de mercancías. Con casi 100 mil millones de dólares respaldando sus acciones, la tecnocracia harvardiana, tocando por nota la partitura que le había escrito el fmi, logró, en 1996 detener la caída vertical de la economía mexicana y en 1997 reiniciar el crecimiento del pib. En esta nueva etapa de su existencia, el capitalismo mexicano entró de lleno a la lisa internacional, haciendo crecer con las suyas la ya de por sí enorme cantidad de empresas que concurrían al mercado mundial y entre las cuales se desarrollaba una competencia feroz. 1998 se presentaba para los aurigas de la economía mexicana como el año en que el crecimiento se consolidaría definitivamente y alcanzaría un alto nivel, cercano al 6%.


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Las crisis sexenales se transforman en crisis endémicas Las fuerzas ocultas de la economía internacional y los efectos retardados de la crisis de 1994 (que temporalmente se habían logrado reprimir, como la cartera vencida de los bancos), sin embargo, conspiraban contra las nobles aspiraciones de la oligarquía mexicana y su gobierno ilustrado. La crisis de los países asiáticos A finales de 1997 se inició un proceso de grave deterioro de las economías de los países asiáticos que se extendió hasta los primeros meses de 1998: desplome de las bolsas de valores, retiro masivo del capital financiero internacional de corto plazo, brutal elevación de las tasas de interés y devaluación de las monedas locales respecto del dólar. La causa fundamental de esta magna crisis residía en un hecho demasiado simple y atenido en todo a la vieja ley del valor descubierta por los economistas clásicos: el propio desarrollo ascendente de las exportaciones de los países asiáticos había abarrotado los mercados hasta niveles inconcebibles, lo que a su vez hizo descender los precios de sus manufacturas y con ello, dramáticamente, los ingresos por las ventas en el exterior. Todo esto trajo como consecuencia que los elementos del régimen económico que habían sido el motor del desenvolvimiento desbordado del modelo exportador se convirtieran ahora en los factores de su estrepitosa caída. Las economías asiáticas entraron en un virtual estado de quiebra que las obligó, como a las empresas individuales en las mismas circunstancias, a realizar sus inventarios a precios de regalo, a lo que contribuyó sustancialmente la devaluación de las monedas locales, y a reducir su crecimiento a niveles inferiores a 0. La virulenta crisis asiática produjo de inmediato las siguientes consecuencias en la economía internacional: a) provocó el retiro de grandes volúmenes de capital extranjero de corto plazo de las bolsas de valores del resto de los países emergentes y de los centros bursátiles más importantes de los países desarrollados en cuyas bolsas se cotizaban también ingentes cantidades de valores de los países del tercer mundo;


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esto se tradujo de inmediato en quebrantos de los sistemas financieros, devaluaciones, etcétera, en algunas de las economías emergentes, lo que anunciaba un inevitable descenso posterior en la actividad económica general, tanto en los países de menor desarrollo como, por inducción, en los altamente desarrollados; las expectativas de crecimiento fueron revisadas a la baja en todos los países latinoamericanos, incluido México, y en la mayoría de los países desarrollados, entre ellos los Estados Unidos, y las situaron varias décimas de punto por debajo de las estimaciones previstas para ese año; b) trajo como consecuencia un mayor abarrotamiento de los mercados de manufacturas, otro descenso sustancial de los precios de estos bienes y una reducción considerable de los ingresos de los países que los producen; esto retroalimentó la crisis en los países asiáticos y agudizó todos los problemas financieros y productivos que los agobiaban, con lo que se inició de nuevo el ciclo de deterioro de la economía global; c) el descenso de la actividad productiva en los países asiáticos dio lugar inevitablemente a una disminución muy grande de la cantidad de petróleo demandada por sus industrias; d) la contracción de la demanda de petróleo, frente a una oferta excesiva real y potencial, dio paso a una tendencia incontenible a la baja de los precios del crudo; e) los países productores de petróleo vieron impotentes como sus ingresos menguaban dramáticamente. El gobierno mexicano se encontraba saboreando las primeras mieles de la recuperación económica y realizando las proyecciones más optimistas del futuro crecimiento de la economía, cuando se inició la crisis asiática. La primera reacción de los tecnócratas mexicanos ante este hecho se manifestó en una rotunda negativa de que el derrumbe de la economía de los países asiáticos fuera a tener algún efecto sobre las expectativas de la economía mexicana, y en un ejercicio abrumador, tras el que se vislumbraba un reprimido júbilo por las desgracias que se cebaban sobre el oriente, para determinar las ventajas que esa misma situación brindaba a una economía conducida prudente e inteligentemente por la intelligentzia harvardiana.


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En estas circunstancias se inscribe la posición de Zedillo en el foro internacional que se realizó a finales de 1997 en los Estados Unidos, en el cual lanzó a los países asiáticos la advertencia de que, para sortear los males que los aquejaban, deberían tomar necesariamente las mismas medidas que había aplicado México cuando la crisis de 1994 y, muy especialmente, salvar el sistema bancario, tal y como él lo había hecho. El ministro chino que asistía a esta reunión contestó directa e inmediatamente a Zedillo que, además de congratularse por su notable capacidad para remontar la crisis, debería de agradecer al Sr. Clinton que le hubiera proporcionado 50,000 millones de dólares que fueron la plataforma desde la cual pudo hacer brillar su incuestionable inteligencia. Por el temor de una “respuesta aguda” igual a la recibida en Estados Unidos, la participación de Zedillo en la reunión de la ocde en Davos fue más cauta, aunque el presidente mexicano no resistió del todo la tentación de dar lecciones a los países asiáticos y presentar el modelo de recuperación económica mexicano como la receta que aquellos deberían de aplicar punto por punto a sus economías. La crisis endémica A la par que se desarrollaba la tradicional reacción avestrúsica del gobierno mexicano, los hechos se mantenían firmes en su evolución: las desgracias de los países asiáticos habían arrastrado consigo a las economías de varios países latinoamericanos, entre ellas a la mexicana, la cual a fines de 1997 y principios de 1998 sufrió un deterioro muy severo de la bolsa de valores y del tipo de cambio. A querer y no, a despecho de toda la propaganda oficial para ocultar la realidad, la crisis retornó a nuestro país a principios de 1998 en sus características clásicas: retiro de capitales, devaluación, alza de intereses, inflación, etcétera. ¡Y esto sucedía en el mismo momento en que se intentaba establecer la política neoliberal como una política oficial del Estado mexicano encaminada precisamente a evitar las recaídas en las crisis cíclicas! ¡El gobierno que hundió al país en la más grave crisis de los últimos 50 años —recordemos que desde el punto de vista material el gobierno de Zedillo constituye la continuación del gobierno de Salinas de Gortari— y que lo conduce ahora por la


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senda de la crisis endémica, es el que pretende elevar sus desatinos a la categoría de pilares inamovibles de la economía mexicana! Aunque negándola en el discurso, el gobierno tuvo que enfrentar la crisis en los hechos: así, la extensión “autónoma” del gobierno neoliberal zedillista, el Banco de México, en flagrantes violaciones a los principios del librecambio, administró la devaluación mediante su participación en el mercado cambiario y contuvo la inflación a través de la reducción del dinero en circulación. Una reedición de la crisis petrolera Aún no se asimilaba totalmente por los actores económicos la recaída en la crisis, cuando un nuevo elemento se vino a sumar a la profundización de la misma. El resultado principal del boom petrolero de los años ochenta fue la expansión de la capacidad instalada de los países petroleros mucho más allá de los límites que podría alcanzar la demanda del crudo en el más largo plazo. Esto ocasionó una caída vertical del precio del crudo que llevó a la quiebra a las finanzas de los productores. Ese precio se mantenía constantemente deprimido a causa de la presión que sobre él ejercía la enorme capacidad ociosa de la industria petrolera. El capital financiero internacional, después de llevar la producción petrolera a los más altos niveles, se reconcentró en las arcas de los países desarrollados al acecho de nuevas oportunidades de inversión rentable. La economía ascendente de los países asiáticos fue el imán que atrajo fatalmente al capital financiero internacional que en torrente se volcó hacia esos lugares. Con el apoyo del capital financiero internacional, la economía de los tigres de Asia se expandió en una medida gigantesca y con el incremento de su producción aumentó sensiblemente la demanda del energético por excelencia, el petróleo. El precio del petróleo inició entonces un ascenso aunque férreamente limitado por el exceso de capacidad instalada, la cual seguía siendo exorbitantemente mayor que la demanda. Ese nivel relativamente alto del precio del petróleo, amenazado siempre por la posibilidad muy real de ser obligado a bajar por la decisión de alguno o varios de los productores de incre-


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mentar la extracción del crudo, se mantuvo mientras las economías asiáticas continuaron su elevado ritmo de crecimiento. Al presentarse el colapso de los países exportadores de Asia, se redujo drásticamente su producción y por ende, automáticamente, la demanda de petróleo. El precio de este energético empezó a descender, y la presión de la superabundante capacidad instalada que volvía muy real la amenaza de un aumento incontrolado de la producción del crudo, hizo más aguda aquella disminución. Los planes económicos del gobierno zedillista se habían trazado teniendo como base un determinado precio del petróleo que correspondía a las estimaciones que se hicieron de acuerdo con las condiciones anteriores, cuando aún no se presentaba el problema asiático. Al desplomarse el precio del petróleo a niveles muy inferiores al que había servido de referencia para los planes del gobierno, se vinieron abajo también las proyecciones del gasto público, el cual ya no podría tener, por ningún concepto, el monto que se había programado. De nuevo con la rodilla del adversario —en este caso las fuerzas incontrolables del mercado— sobre sus espaldas y mordiendo el polvo, la burocracia yale-harvardiana se vio obligada a realizar dos recortes sucesivos en el gasto público por la cantidad global de veintiséis mil millones de pesos; desde luego que, en el colmo del cinismo y de la estulticia, lo que las indoblegables condiciones económicas los habían obligado a hacer fue presentado como una sabia acción previsora, producto de la inconmensurable inteligencia de nuestros gobernantes. El gasto público tiene un efecto multiplicador sobre el resto de la economía nacional que es mucho mayor ahora que la acción del Estado es más concentrada, menos difusa que en las épocas del populismo y estatismo; su reducción, por tanto, induce una desaceleración del crecimiento económico opuestamente proporcional a aquel efecto. La crisis petrolera aviva la crisis interna El solo hecho de la disminución del precio del petróleo proporcionó un nuevo vigor a la crisis que ya se había instalado en la economía mexicana: la bolsa aceleró su caída, la devaluación se acentuó, los intereses cobraron nuevo ímpetu; el anuncio de los


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recortes presupuestales fue el combustible que también avivó este fuego financiero. Las presiones que la crisis producía necesariamente sobre el tipo de cambio y el nivel de precios fueron combatidas por el Banco de México por medio de la venta de divisas y el retiro de dinero de la circulación, todo esto con la finalidad de mantener la inflación dentro de los parámetros definidos en las proyecciones estatales para 1998. Aunque no muy severas, estas medidas defensivas, sin embargo, contribuyeron a profundizar la crisis: la moderación en el proceso devaluatorio dio pie a un incremento mayor del déficit en la cuenta corriente, el cual constituye la causa estructural de la crisis, y la astringencia monetaria fue un freno a la inversión y, en consecuencia, al crecimiento de la economía. Ante la nueva fase de la crisis petrolera, nuestros bienaventurados economistas oficiales recayeron en las mismas actitudes estólidas que habían tomado sus no muy lejanos antecesores, los burócratas lópezportillistas y delamadrilianos, cuando también a ellos se les vino encima el artificio económico que habían construido. El actual ministro de energía mexicano, emulando a su homólogo del gobierno de De la Madrid, en la cumbre de la ingenuidad e impulsado por la desesperación que ante las fuerzas incontrolables del mercado había invadido al gobierno mexicano, trazó una estrategia para convencer a varios países petroleros de reducir su producción hasta el límite de la verdadera demanda existente y así llevar el precio al lugar que realmente le correspondía. Ignorando o haciendo caso omiso de la evidencia de que la capacidad instalada de los países productores de petróleo era tan exorbitante en relación con la demanda que ejercía una enorme presión a la baja sobre los precios por el solo hecho de su existencia, en una acción peliculesca que incluyó viajes secretos y entrevistas confidenciales con los encargados de las políticas petroleras de una media docena de países, el ministro de energía mexicano logró concertar un acuerdo con varios productores para reducir la extracción de petróleo en varios cientos de miles de barriles diarios. El mercado, tótem al que rinden un culto incondicional los tecnócratas mexicanos, se encargó de poner las cosas en su lu-


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gar: el solo anuncio del acuerdo obtenido dio un mayor impulso a la tendencia descendente de los precios del petróleo. Los males nunca vienen solos, dice el adagio popular; efectivamente, esta nueva recaída de la economía mexicana en la crisis acentuó lo que ya se desarrollaba a ojos vistas: la ruina del mercado interno. Las optimistas cifras de la recuperación que alborozados presentaban los economistas oficiales y privados ocultaban un hecho fundamental: el crecimiento económico se concentraba únicamente en el sector exportador y tenía como su punto de apoyo a la quiebra de las pequeñas y medianas empresas comerciales e industriales que atienden al mercado interior. Los alfileres que sostenían al sistema bancario se desclavan Cuando, a finales de 1997, el doctor Zedillo daba cátedra en Estados Unidos y en Davós a los países asiáticos de cómo resolver sus crisis económicas y ponía énfasis en el salvamento del sistema financiero como el punto nodal de esa solución, ya en nuestro país empezaba a deshacerse el artilugio que había inventado para lograr en nuestro caso ese mismo propósito. Así, debido a las precarias condiciones económicas internas, los deudores de la banca aún continuaban en estado de insolvencia y los intentos que se hicieron para rematar los bienes dados en garantía constituyeron sonados fracasos. El mercado indicaba claramente que esa deuda era incobrable y que, para efectos prácticos, si acaso se podría rescatar cuando mucho, en el mejor de los casos, un 30% de su valor. La reavivación de la crisis que se extiende desde fines de 1997 hasta los días que corren, deterioró mucho más las condiciones del mercado interno y permitió avizorar una caída mayor en el futuro inmediato. En estas circunstancias, para efectos prácticos, las deudas a la Banca adquiridas por el Gobierno Federal a través de Fobaproa son absolutamente incobrables. Las pésimas condiciones económicas por las que atraviesa el país han obligado a reducir el monto del gasto público y se prevén mayores reducciones en el futuro; además, los bancos han empezado a resentir la falta de recursos derivada de aquella misma situación y esto los ha obligado a volver los ojos hacia


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uno de sus activos que aún pueden utilizar: los pagarés extendidos por Fobaproa y garantizados por el gobierno federal. Este se encuentra entonces ante dos hechos irreversibles: la desvalorización total de la deuda que compró a los bancos y el crecimiento desmedido de los intereses de los pagarés de los que es el obligado solidario. Previendo que en el corto plazo tenga que dotar de verdadera liquidez a los Bancos y para evitar que los pagos de intereses de los pagarés sigan incrementándose inmoderadamente, ha ideado otro más de sus malabarismos económicos: convertir en deuda pública el valor de los pagarés en manos de los banqueros. Con este movimiento financiero, el Gobierno Federal pretende establecer las bases para la conversión de un rescate meramente nominal de la banca en el rescate real que las condiciones económicas hacen imperioso: al ser transformado en deuda pública, el valor de los pagarés emitidos por Fobaproa y garantizados por la Federación podrá documentarse en papeles gubernamentales plenamente realizables en los mercados de dinero, cualidad que desde luego aquellos no tenían, y los bancos gozarán entonces de plena libertad para negociarlos de acuerdo con sus necesidades de liquidez. Al convertirse en deuda pública el valor de los pagarés en posesión de los bancos, se habrá dado cima al proceso de intercambio entre la banca y el gobierno federal del 30% del valor de la cartera vencida de los bancos por el 100% del mismo; nos encontramos aquí con otro claro ejemplo de cómo el librecambio tiene como su otro en sí mismo al proteccionismo, al estatismo y al populismo: la más preciada joya del modelo neoliberal, el sistema financiero, ha tenido que ser rescatado de la crisis por medio de un execrable subsidio estatal; el librecambio sólo existe en la medida en que tiene como fundamento al proteccionismo. A final de cuentas, el rescate de la Banca es una cuestión de gasto público que se presenta precisamente cuando la crisis económica se agudiza y, por lo tanto, los recursos públicos se reducen sensiblemente; el gasto del gobierno para el rescate de la banca (cálculos muy optimistas lo sitúan cerca de los 50,000 millones de dólares), detraerá voluminosos recursos del gasto social y de la inversión estatal destinada al impulso del mercado interno.


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La explosiva mezcla de la crisis asiática —que se ha extendido a Rusia y a Brasil— y la crisis petrolera ha determinado un retiro aún más voluminoso de capital extranjero de las Bolsas de los países emergentes, entre ellos México. En nuestro país, en agosto y septiembre de 1998 se produjo una caída radical de la Bolsa de Valores, un incremento brutal en las tasas de interés y una devaluación del peso de casi un 25%; esto acarreará necesariamente una severa reducción en la actividad económica que se traducirá por fuerza en la quiebra de numerosas empresas y en una moratoria generalizada de los pagos a la Banca nacional; un nuevo fardo de créditos incobrables se aumentará a los que guarda Fobaproa en su seno, lo que hará inevitable un nuevo rescate de las instituciones financieras del país. La crisis sin solución de continuidad La crisis económica, como de todo lo anterior se desprende, ha vuelto a sentar sus reales en nuestro país y se avizora una permanencia muy larga de la misma. Las causas de la crisis que vive actualmente el capitalismo mexicano son externas (crisis financiera en los mercados asiáticos y crisis petrolera internacional) y se internalizan necesariamente a través de las mismas conexiones con la economía internacional que permitieron la abundancia petrolera lopezportillista y la existencia y desarrollo del modelo neoliberal del capitalismo mexicano; pero también los resabios internos de la crisis del 95, por sí mismos y por la dinámica que les imprimen los acontecimientos externos, ejercen una acción decisiva sobre los actuales acontecimientos. Por otro lado, la tecnocracia mexicana no es tan ajena como pretende a la debacle económica internacional. En primer lugar, la crisis mexicana del 95 tornó al capital extranjero de corto plazo mucho más sensible a los problemas económicos de los países emergentes, de tal suerte que ahora su estampida hacia el exterior es más rápida y obedece a motivos insignificantes. En segundo lugar, las exportaciones de México durante 1996 y 1997 contribuyeron a engrosar las corrientes de mercancías hacia el mercado global, lo que provocó su abarrotamiento, el cual es la causa última de la crisis financiera internacional.


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Si suponemos, como es posible y muy probable, que estos factores de la crisis de la economía mexicana sean superados y que incluso constituyan, como el prejuicio tecnócrata lo pregona, un punto de apoyo para el ascenso de la misma, se estarán así prohijando los gérmenes de una crisis mayor cuyas causas serán internas: en efecto, al igual que ha sucedido con las economías asiáticas, el incremento de la producción de manufacturas de exportación se traducirá en el abarrotamiento del mercado internacional que hará descender el precio de esas manufacturas y los ingresos del país por este concepto, lo que llevará de nuevo a nuestra economía a la catástrofe y la crisis. La crisis: una política económica de Estado Es incomprensible que la tecnocracia mexicana haya iniciado, precisamente en estos tiempos aciagos de crisis endémica, una campaña para obtener el consenso sobre una política económica de Estado que es la que invariablemente debería de aplicar el gobierno, cualquiera que fuese su filiación ideológica, con la finalidad de evitar las crisis recurrentes en la economía nacional. Los puntos nodales de esa política serían: reducción del aparato estatal al mínimo indispensable, inflación controlada y al mismo nivel que la de los países desarrollados, reducción del déficit fiscal hasta acercarse lo más posible al equilibrio presupuestal, etcétera. En esencia, la política económica de Estado que proponen los teóricos del régimen es la misma que sirve de base de sustentación al modelo neoliberal que han implantado en el país; pero la economía neoliberal es eso precisamente, un modelo, una forma que adopta un contenido determinado. La misma pretensión, es decir, que sus postulados eran el único medio para el funcionamiento de la economía mexicana, tenían también los populistas y estatistas que propugnaban otro modelo o forma de la economía capitalista existente en nuestro país. El keynesianismo, que es el fundamento teórico del populismo, postulaba precisamente que la forma económica basada en el libre mercado había llegado hasta el extremo de inhibir el crecimiento de toda la economía. La causa de esto se hacía residir en que se había reducido al mínimo “la propensión marginal a consumir”, esto es, que el consumo había descendido radical-


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mente debido a que la producción y los ingresos se habían concentrado en una forma mayúscula en las grandes empresas propiedad de la plutocracia que producían medios de producción y bienes de consumo de lujo; pero al abatirse el consumo se estaba anulando también el complemento necesario de la inversión y con ello su propia base de sustentación. En su punto más alto, esta relación se polariza en grado extremo: por un lado, la acumulación en las grandes empresas propiedad de la plutocracia ha llegado al nivel en el cual es imposible seguir adelante, la tasa de ganancia desciende dramáticamente y se instala como eje de la economía la especulación más desvergonzada; pero lo más característico de esto es que la clase social dominante ha establecido como dogmas todos los intereses que gobiernan su acción y se niega absoluta y tajantemente a realizar cualquier política contraria a aquellos y que signifique una concesión al resto de los elementos de la economía, entre ellos a sus hermanos de clase los capitalistas que producen bienes de consumo general, no se diga a los pequeños productores y a los trabajadores. Por otro lado, la sobre acumulación en la industria, el comercio y la banca de la plutocracia se traduce en la ruina catastrófica de la industria que produce bienes de consumo generalizados, del comercio de los mismos y de los pequeños productores, en la miseria creciente de amplias capas de los trabajadores, el desempleo voluminoso y los graves problemas sociales que todo esto trae consigo: vicio, prostitución, violencia, inseguridad, etcétera. Ante la reluctancia de la plutocracia para modificar su modelo de acumulación, el Estado toma en sus manos el problema y desarrolla una política tendiente a derivar recursos desde donde se han sobre acumulado hasta donde se resiente una disminución radical de los mismos. El propósito de la acción estatal es revitalizar, mediante la “redistribución de la riqueza”, la totalidad del régimen económico, lo que incluye, evidentemente, la reanimación de la industria de la plutocracia. Quizá esta crisis endémica que padece nuestro país y la grave crisis internacional que vive el modelo exportador en las economías asiáticas, sean el preludio de un próximo renacimiento del keynesianismo, el modelo económico opuesto al neoliberalismo, pero que es también sólo una forma del régimen capitalista que impera en todo el mundo y que se basa en la depauperación


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profunda de los trabajadores que se caracteriza por la total anulación en ellos de la naturaleza humana. La crisis y la ley del valor Tanto la crisis financiera internacional como la crisis endémica de la economía mexicana obedecen en todo a las determinaciones de la ley del valor. En ellas ha obrado el mecanismo tradicional del régimen capitalista de producción que es guiado por una cuota general de ganancia y que implica la participación del capital bancario y financiero; este mecanismo a que hacemos alusión ha funcionado desde las primeras etapas del capitalismo moderno, el cual inicia su existencia con las famosas crisis de la economía inglesa a partir de 1847. (Gabriel Robledo Esparza, Capitalismo moderno y revolución, t. III, Biblioteca Marxista, Sísifo Ediciones, cesc, México, 2007, capítulo III).


II. la “alternancia” política en méxico

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Las elecciones de julio de 2000*

as campañas políticas de los candidatos a Presidente de la República se encuentran en la última fase de su desarrollo; dentro de poco menos de un mes, el próximo domingo 2 de julio, se realizarán las elecciones constitucionales para elegir al titular del Poder Ejecutivo Federal que gobernará durante el período 20002006. La segunda semana de mayo se dieron a conocer los resultados de dos encuestas realizadas en los días siguientes al debate en el que participaron los cinco contendientes; una de ellas, realizada por Zogby por encargo de la agencia de noticias Reuters, concluyó que Vicente Fox, candidato del pan, se encontraba a la cabeza en las preferencias del electorado con un 46.3 porciento de la intención del voto de los ciudadanos incluidos en la muestra, en tanto que Francisco Labastida tenía a su favor el 41.6 por ciento de la misma; otra encuesta, realizada por Pearsons, a pedido del pri, llegó a conclusiones distintas: Labastida iba adelante con el 45% de la intención del voto y en segundo lugar se encontraba Fox con un 39%. Posteriormente, el 17 de mayo, una encuesta patrocinada por (Grupo de Economistas Asociados) gea, organización creada con el auspicio de cuatro partidos de oposición, obtuvo los siguientes resultados: Fox, 43.6%, Labastida 38.6%, Cárdenas 16.4% y Otros 1.4%; el 20 de Mayo, la encuesta de Alduncín y Asociados para El Universal y la Asociación de Editores de los Estados dio los siguientes números: Fox 32.3%, Labastida 27.5%, Cárdenas 12.4%, Otros 2.8%, indecisos 25%.

* Escrito en junio de 2000.

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Si, en un ejercicio poco ortodoxo, y con el fin de compensar las diferencias de metodología, tamaño y composición de la muestra, etcétera, determinamos la media de los resultados de las encuestas de Zogby, Pearsons, gea y Alduncín, los números quedarían así: Fox 40.3% y Labastida 38.17%, lo que constituye lo que se ha dado en llamar un “empate técnico” entre los dos principales candidatos a la Presidencia de la República. Pero este equilibrio de fuerzas que muestran las diferentes encuestas no es sino un momento en la dinámica que mueve a todo el proceso. En efecto, ya sea si consideramos la encuesta de Zogby, la de Pearsons, la de gea, la de Alduncín, o la media de las mismas, sus resultados constituyen sólo un punto en una línea de tendencia: un movimiento ascensional de las preferencias del electorado nacional por la candidatura de Fox que se hace más rápido y más sólido después del primer debate (una ganancia de entre 6 y 8 puntos porcentuales en sólo un mes) y una dramática caída de las mismas dimensiones y en el mismo lapso de tiempo de las simpatías por Francisco Labastida. Lo que aquí se impone es, entonces, saber cuál es la verdadera naturaleza de las fuerzas sociales que actualmente determinan las preferencias electorales de los ciudadanos; si lo que se encuentra detrás de la ascensión de Fox y la caída de Labastida es una profunda motivación social, no habrá nada que, en los próximos días, pueda detener ese proceso y, al contrario, todo lo que se intente en ese sentido se trocará inevitablemente en su opuesto, en un impulso más poderoso a la tendencia fundamental. Y, a la inversa, si sus causas son meramente superficiales y circunstanciales, cualquier hecho irrelevante, cualquier pequeño detalle podrán inclinar la balanza a favor de uno o del otro. El Partido Revolucionario Institucional (pri) es en la hora presente el representante en el terreno político de la oligarquía mexicana; esta clase social es la propietaria de las grandes empresas agrícolas, industriales, comerciales, bancarias, de servicios, etcétera, del país y a partir del gobierno de De la Madrid inició su ascenso al poder y el establecimiento del modelo de la economía de exportación en una alianza estratégica con la economía norteamericana. En su labor de edificar una economía exportadora, la oligarquía y su gobierno realizaron una serie de acciones políticas, económicas y sociales que pusieron en evidencia la verdadera


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naturaleza explotadora y depredadora del capitalismo mexicano y al mismo tiempo la exaltaron hasta niveles inconmensurables. El gobierno mexicano redujo drásticamente el salario real de los trabajadores mexicanos al convertir una parte sustancial del mismo en elemento de la acumulación de capital de las grandes empresas; igualmente, mediante una monstruosa acumulación de capital repulsora de trabajo, elevó a la enésima potencia el desempleo que ya existía en la economía mexicana; también, llevó inmisericordemente a la ruina a la mediana y la pequeña empresa; además, desmontó el sector social de la economía, del cual transfirió sus activos, a precios ridículos, a la oligarquía; y como resultado necesario de todo esto se incrementaron la miseria y la pobreza de amplias capas de la población y nuestro país obtuvo así un alto galardón: cuarenta millones de mexicanos, es decir, aproximadamente el cuarenta porciento de la población total del país, viven en una situación de extrema pobreza, tal como en ninguna otra época de nuestra historia había sucedido. Y todo esto lo hicieron ejerciendo una gran violencia ideológica, económica, política, moral, policíaca, militar y paramilitar sobre la mayoría de la población mexicana. En su punto culminante, las atropelladas acciones de la oligarquía y de su gobierno, realizadas con el propósito de acelerar al máximo el establecimiento del modelo de economía exportadora, provocaron la mayor crisis económica de que se tenga memoria, con lo cual se dio un poderosísimo impulso adicional a todas las características perniciosas del neoliberalismo autóctono (reducción del salario, aumento del desempleo, ruina de la pequeña y de la mediana industria, hundimiento en el pantano de la miseria de casi la mitad de los habitantes de México, etcétera). Las transformaciones económicas y políticas efectuadas por la oligarquía y su gobierno liberaron todos los demonios que dormitaban en el seno del capitalismo mexicano: la violencia se desató, se generalizó y se institucionalizó, tanto en el ámbito de los ciudadanos como en el del Estado; los problemas sociales como la prostitución, el alcoholismo, la drogadicción, etcétera, cobraron un vuelo portentoso; la corrupción pública y privada alcanzó niveles altísimos; el narcotráfico se convirtió en una extensión de la empresa privada y del poder público; la sociedad mexicana se transformó en un cuerpo putrefacto, lleno de pústulas de las


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cuales mana incesantemente la podredumbre. En México toda inmoralidad pública y privada tomó su asiento. Estas aterradoras condiciones de vida a donde fue lanzada sin consideraciones la población mexicana, dieron lugar a un profundo descontento que amenazaba con desbordarse y enfrentarse abiertamente a quienes las habían producido. La oligarquía, su gobierno y su partido político (el pri), impasibles ante el desastre que habían generado, reforzaron su dominio ideológico y organizativo sobre las masas y, sin que les temblaran las manos, continuaron aplicando sin concesiones la política económica y social neoliberal que, a estas alturas, constituía ya todo un genocidio. En una verdadera contorsión ideológica, los adalides del neoliberalismo presentaron las consecuencias de sus políticas devastadoras como siendo completamente ajenas a los cambios por ellos introducidos en la economía, la política y la vida social de la nación; con un cinismo abrumador, atribuyeron todos los males que actualmente padece la sociedad mexicana a errores cometidos por uno de sus líderes más conspicuos, el anterior Presidente de la República, al terco populismo que se empecinaba en librar y ganar batallas después de muerto, a las ahora adversas condiciones económicas internacionales, a las fuerzas de la naturaleza, etcétera. En su desvergüenza, llegaron al colmo de erigirse en los insustituibles redentores cuya misión consistía precisamente en remediar los males que ellos mismos habían producido. El reforzamiento de los medios de dominación ideológica, política y organizativa sobre la población, el chantaje ideológico, económico y político, las amenazas francas o encubiertas, la violencia física y moral, la desfachatez, la desvergüenza y el cinismo de la oligarquía, su gobierno y su partido, lograron mantener el descontento popular dentro de límites muy estrechos y bajo un estricto control; pero, al mismo tiempo, metido en esa camisa de fuerza, el resentimiento de los mexicanos desarrolló una potencia interna mayúscula. El dominio de la plutocracia llegó a su punto más elevado cuando en noviembre del año pasado logró hacer participar a millones de ciudadanos en la mascarada tras de la que torpemente se intentó encubrir la impúdica designación por Zedillo de su sucesor en la Presidencia de la República.


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A partir de entonces, lenta pero seguramente, la inconformidad fue en aumento, empezó a salir de los cauces dentro de los cuales se le había mantenido y buscó nuevos caminos. El Partido Acción Nacional es el representante político de la pequeña y mediana burguesías tributarias de la oligarquía. La relación entre estos dos sectores de la economía y la política nacionales es de unidad y lucha. Ambos están unidos económicamente, pues el desarrollo y crecimiento de uno de ellos implica el del otro; la ideología que profesan es la misma: libre comercio, libre empresa, privatización total del aparato productivo, reducción del Estado a sus funciones meramente regulatorias y de beneficencia pública, predominio del capital sobre el trabajo, acumulación desenfrenada de capital, congelación del nivel salarial, anulación de la lucha y la organización de los trabajadores, inserción de la economía nacional en la economía mundial a través del desarrollo de la primera como exportadora de mercancías, etcétera. Los dos sectores mencionados están enfrentados uno al otro; al llegar a cierto punto, la mutua complementación se convierte en negación recíproca, en la lucha entre ambos polos. Durante las épocas en que el poder político está en manos de la burguesía nacionalista, los representantes de la pequeña y mediana burguesías subordinadas de la oligarquía actúan como oposición radical que presenta ante aquella las reivindicaciones más sentidas de este sector económico (libre comercio, libre empresa, etcétera) y va así preparando el terreno para la posterior ascensión al poder de la plutocracia. Una vez que ésta ejerce su dominación, actúa decidida e implacablemente para imponer sus intereses, para lo cual realiza todas las transformaciones económicas, políticas, sociales, constitucionales y legislativas que requiere su modelo económico; en esta edificante tarea llama en su auxilio a sus hermanas menores y, como recompensa por su labor previa de defensa ideológica de los postulados de la libre empresa, les permite participar en el ejercicio del poder, aunque de una manera limitada y bajo el estricto control suyo. En la realización de sus acotadas tareas, la hermana menor de la plutocracia, en la persona de su representante político que es el pan, crece y se desarrolla hasta que se considera con la suficiente fuerza como para disputarle a ésta abiertamente el poder.


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Es en esta especial situación, cuando la plutocracia ha realizado ya todo el trabajo sucio necesario para imponer el modelo económico, político y social neoliberal, ejercido la más sangrienta violencia sobre la población, removido gozosamente el cieno en el que se asienta el régimen de producción capitalista que existe en nuestro país y con el que anega al pueblo de México, producido todos los males económicos, políticos y sociales que necesariamente trae consigo y adoptado por fuerza esa postura de cinismo, desfachatez y desvergüenza que ya hemos descrito, por la que presentan las consecuencias de sus políticas devastadoras como siendo completamente ajenas a los cambios por ellos introducidos en la economía, la política y la vida social de la nación, y, cuando, por el otro lado, el Partido de las clases subordinadas a la oligarquía ha participado en el proceso únicamente como una conciencia que muestra aquel modelo en su forma ideológicamente pura, es en este momento, decíamos, que se presentan las elecciones de julio del 2000 para Presidente de la República. Aquel descontento de amplios grupos sociales, que veíamos salir del control ejercido por la oligarquía, se encuentra ahora ante una fuerza política que tiene las manos limpias, pues no ha participado en todo el quehacer inmundo que aquella ha desplegado con evidente satisfacción y, por el contrario, ha permanecido como la conciencia moral que airadamente le reprocha todos los excesos, toda la violencia, todos los vicios, toda la inmoralidad que ha tenido que ejercer en su tarea de implantar el modelo neoliberal y se postula como la virtuosa potencia que habrá de corregir todos los males de éste para dejarlo en su forma virginal; el resentimiento social encuentra su cauce natural en el movimiento político encabezado por el Partido Acción Nacional. Si esta hipótesis es cierta, la tendencia observada en los últimos días de la campaña presidencial, que nos mostraba la candidatura de Vicente Fox tomando una fuerza inusitada y a la del candidato oficial Francisco Labastida declinando en la misma medida, tenía un sustento social muy poderoso que permitía aventurar la conjetura de un muy probable triunfo del primero en las elecciones de ese domingo 2 de julio. Sin embargo, no debemos olvidar que lo que está aquí planteado es una lucha de clases, aún que se trate de dos clases hermanas. La mayor de ellas, la oligarquía, ejerce una dictadura económica, política y militar sobre las demás clases sociales y


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tiene bajo su mando todos los resortes del control ideológico (que incluye la propaganda en los medios) sobre la población; la creciente fortaleza del pan ha producido necesariamente una vigorosa y violenta reacción de la plutocracia que, mediante el empleo en contra de su opositor de todos los instrumentos a su disposición, pretende impedir lo que parece ser inexorable: su derrota en las próximas elecciones de julio y se prepara, desde luego, para utilizar su abrumadora experiencia en el ejercicio de la coacción moral y económica (el voto del miedo) con el fin de obligar a una gran parte del electorado a emitir el voto a su favor. Ni que decir tenemos que la oligarquía y su Partido también están perfectamente pertrechados para realizar la sucia labor de alterar los resultados comiciales y hacerlos aparecer como favorables a sus intereses. El probable desenlace del proceso electoral que está a punto de concluir se puede expresar en los siguientes términos: si el impulso social que anima al electorado a encauzar como un apoyo a la candidatura de Vicente Fox la ira que ha ido acrecentando en contra del pri-Gobierno es lo suficientemente vigoroso, de tal suerte que pueda convertir todos los obstáculos que se presenten en puntos de apoyo para un desarrollo más amplio y más profundo, entonces el candidato del pan será seguramente el ganador de la contienda; en el caso contrario, Francisco Labastida será el nuevo Presidente de la República. Cualquiera de los dos que sea el triunfador —y lo será por un margen de votos muy pequeño—, inmediatamente después de las elecciones se abrirá un período de protestas y reclamaciones por los resultados de los comicios, las cuales serán tanto más violentas cuanto menor sea la diferencia de sufragios entre ambos candidatos. Después de ello, una vez reconocido, mal que bien, el triunfo de alguno de los dos adversarios, se entrará en una nueva fase en la que, establecida ya la verdadera fuerza de los partidos en las Cámaras Legislativas, se realicen las necesarias negociaciones, alianzas, compromisos, pactos, etcétera para iniciar la marcha de la nueva administración. Traspuestos estos dos períodos, si el triunfador fue Francisco Labastida, nos encontraremos ante la franca continuidad de las políticas neoliberales y, por tanto, con el reforzamiento de las nefastas consecuencias que para la población mexicana necesaria-


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mente ellas producen; si acaso, en un improbable reconocimiento de las nebulosas promesas de campaña, el gobierno priísta de Labastida ensayaría unas tímidas acciones como paliativo a los terribles males del neoliberalismo, pero, a fin de cuentas, ellas darían un nuevo gran impulso a las líneas fundamentales del modelo neoliberal exportador, con lo que se potenciarían todos aquellos efectos que le son consustanciales y cuyo aterrador rostro ya hemos mostrado en líneas anteriores. En el nada improbable caso de que el vencedor fuese Fox, en vista de que su triunfo estaría completamente condicionado por la implacable denuncia que ha hecho de todas las trapacerías de la oligarquía, de su gobierno y su partido y por el extendido y vigoroso malestar de la población que se habría canalizado como votos por el pan, casi seguramente se produciría un enérgico movimiento gubernamental para limpiar los establos de Augías en que ha convertido a nuestro país la tecnocracia neoliberal, el cual quizá tendría como eje a un combate frontal contra la corrupción, pero, todo esto sin tocar para nada los fundamentos del modelo económico neoliberal, los cuales quedarían fuertemente asentados en la sociedad mexicana. Una vez reducidos a su mínima expresión posible los excesos del neoliberalismo —en la medida en que la resistencia de la oligarquía y su Partido lo permitiesen—, el gobierno panista tendría por fuerza que dedicar su atención al desarrollo de la economía de exportación (el núcleo de la política económica de Fox lo constituye la proposición de convertir a las medianas y pequeñas empresas que representa en entidades exportadoras), lo cual daría un nuevo y pujante impulso al mismo modelo neoliberal que necesariamente ha permanecido intangible y propiciaría también fatalmente un resurgimiento, con una potencia multiplicada, de los daños sociales que le son inherentes. La base social del panismo está formada fundamentalmente por aquella clase que históricamente ha sido, en México y en el mundo, el sustento de las corrientes ideológicas y políticas más reaccionarias; su naturaleza es violentamente pro clerical, antiprogresista, antiobrera, anticomunista, homofóbica, machista, racista, fascista, etcétera. Su igual en Alemania e Italia fue la ejecutora del más terrible genocidio que se ha cometido en la historia de la humanidad: la eliminación, en nombre de la pureza racial, de millones de judíos durante la segunda guerra mun-


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dial. Si Fox llegase a ganar la Presidencia, nada podría impedir que la pequeña burguesía pro-fascista emergiera a la escena política nacional para intentar llevar a la práctica sus distorsionados “principios” e, incluso, cobrar la factura que está pendiente desde la rebelión cristera. Al llegar a este punto, la plutocracia habría conseguido todos los propósitos que la crisis de 1994 le hizo concebir: conservar y perfeccionar a toda costa el modelo económico-político-social neoliberal, evitar el surgimiento de un vigoroso y amenazante movimiento popular que, fuera de los marcos institucionales, le exigiera cuentas por el genocidio cometido en contra de los campesinos y trabajadores mexicanos y retener el poder, ya fuese en sus propias manos, en las de su hermana menor o, en el peor de los casos, en las de las domesticadas pequeña y mediana burguesías nacionalistas, cuyo representante político es el prd. La vergonzante farsa, pletórica de ridiculeces, extravagancias, bufonadas, ignominia, vileza, ruindad, torpeza, indecencia y estulticia que ha sido la elección de Presidente de la República, punto culminante de lo que se ha dado en llamar “proceso de democratización” de la vida política nacional, no es, entonces, otra cosa sino el arreglo de cuentas entre la plutocracia y las clases sociales que son tributarias suyas. El régimen económico que existe en nuestro país es el capitalismo; su estructura fundamental la integran dos sectores económicos: la plutocracia y sus adláteres que comprenden a los capitalistas propietarios de las grandes empresas, la mayoría de las cuales se dedican a la exportación, y de las medianas y pequeñas empresas que les son complementarias y la burguesía y pequeña burguesía nacionalistas que están integrados por los capitalistas propietarios de las medianas empresas que atienden el mercado interno y de las pequeñas empresas subsidiarias. Ambos sectores económicos existen y se desarrollan a través de la explotación del trabajo asalariado, el cual se los proporciona el tercer sector fundamental de la economía mexicana, los trabajadores agrícolas y urbanos mexicanos. De acuerdo con esto, la execrable farsa de la elección de Presidente de la República, joya que corona el “proceso democratizador” tan caro a Ernesto Zedillo, sólo es el mecanismo mediante el cual la oligarquía y su hermana menor dirimen la forma y


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el modo de realizar la explotación del proletariado nacional dentro de los límites del modelo neoliberal. Fuera de esta contienda, la burguesía y pequeña burguesía “nacionalistas”, cuyo representante político, el prd, ha sido encajonado por la oligarquía en la mascarada electoral, mantiene a su vez e intenta desarrollar más ampliamente otra forma y modo específicos de la explotación de la clase de los trabajadores mexicanos, los cuales en otras épocas recibieron los apelativos de populistas y estatistas y que son el polo opuesto del neoliberalismo. Base social de todo este andamiaje lo es la clase de los trabajadores mexicanos, que sin conciencia ni organización propias es llevada a participar en las disputas de sus explotadores como si fueran asuntos suyos, con lo cual contribuye a remachar los eslabones de la cadena de su esclavitud asalariada. Si consideramos que en el modo de producción capitalista tanto las ganancias del capital como el salario de los trabajadores están constituidos por trabajo obrero materializado y que, por tanto, aquellos (ganancias y salario) son la fuente última de los impuestos que recauda el gobierno mexicano, nos encontramos con que es el propio trabajo de los obreros y campesinos mexicanos el que está financiado ese monstruoso dispendio que se ha hecho en los órganos y procesos electorales; con su propio trabajo, sustraído de su ya de por sí reducido fondo de consumo, los trabajadores mexicanos pagan la abominable bufonada mediante la cual se decide quiénes y cómo seguirán ejerciendo sobre ellos la explotación más descarnada. El 1º. de diciembre de Vicente Fox El 1º de diciembre del 2001, la clase política mexicana y la intelectualidad que le proporciona su justificación ideológica conmemoraron un acontecimiento significativo: el primer año de gobierno de la antigua oposición panista. Cada uno de los actores políticos y sus ideólogos han manifestado a su manera su posición ante este suceso, la cual tiene como eje rector la comparación entre las promesas de campaña de Vicente Fox y las realizaciones alcanzadas en el período considerado. Ante hechos abrumadores: el simple y llano incumplimiento de todos los compromisos adquiridos con la ciudadanía durante la etapa electoral, el


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abandono de los mismos y su sustitución por acciones y políticas absolutamente contrarias a ellos, etcétera, el partido desplazado del poder, el pri, hace gala del extraordinario cinismo que siempre lo ha caracterizado, denuncia airadamente al nuevo gobierno por su notoria ineptitud y postula en contrapartida lo bien que hubieran ellos hecho las cosas de haber continuado en el poder; el pan, por su parte, realiza una serie de bochornosas contorsiones dialécticas para justificar la ineficacia del gobierno panista, ya sea mediante el engrandecimiento desmesurado de las pocas y pequeñas cosas que ha hecho en estos días de usufructo del poder o de la invocación de los más peregrinos pretextos para explicar el retardo de las acciones sustanciales de gobierno (vgr. la inercia del antiguo régimen, etcétera); los promotores del “voto útil”, por otro lado, piden un tiempo “razonable”, como el que transcurrió en Chile o en España, para que la “transición” democrática, política y económica se “consolide”; por su parte, el gobierno foxista, en una tragicómica contorsión dialéctica, presenta como el principal fruto de su actuación la subsistencia, a pesar de la crisis global, de los “buenos indicadores macroeconómicos”, esto es, de los fundamentos económicos que le dejara como herencia el neoliberalismo priísta, y atribuye los magros resultados, sobre todo en la esfera económica, a los efectos de la recesión mundial. En el fondo de las posiciones mantenidas por las diversas corrientes políticas e ideológicas late el convencimiento de que, a fin de cuentas, todos los males del régimen económico y político existentes en nuestro país pueden ser erradicados definitivamente a condición de que sea precisamente el grupo que propone el remedio el que realice, sin obstáculos exteriores, las acciones que a su juicio son necesarias para obtener este resultado. Según esto, entonces, de algún modo, la miseria de 40 millones de mexicanos, el desempleo masivo, la mayúscula violencia generalizada, el crimen organizado, el narcotráfico, la corrupción pública y privada, los gravísimos problemas sociales como la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución, etcétera, la inseguridad pública, la industria del secuestro, etcétera, pueden ser suprimidos dentro de los límites de esta forma de organización social a condición de que se apliquen las medidas económicas y políticas correctas; este prejuicio es mantenido por las clases posee-


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doras de nuestro país, sus representantes políticos y sus ideólogos. Todos ellos sostienen la absurda pretensión de que la realidad económica es un objeto maleable, sobre el cual pueden actuar a voluntad; ignoran que se trata de una sustancia con vida propia que somete a su implacable dialéctica a los actores de la vida pública, a los que convierte por fuerza en los portadores de las necesidades del régimen económico en una fase determinada de su existencia, o, por el contrario, los anula completamente cuando se oponen a sus exigencias imperiosas. Existe en México una clase social específica que desde su nacimiento hasta la fase actual de su evolución ha permanecido sin voz propia, sujeta al imperio económico, político e ideológico de las clases dominantes (ya de una, ya de otra): el proletariado nacional. Es en atención a sus intereses históricos que en lo que sigue presentamos un análisis de los primeros meses de gobierno de Vicente Fox teniendo como guía segura los principios del materialismo histórico. La naturaleza de la sociedad mexicana al iniciar Fox su mandato En el artículo anterior habíamos hecho un recuento del desastre económico, político, social, cultural, moral, etcétera que había provocado en la sociedad mexicana la política de acumulación neoliberal establecida por la plutocracia mexicana y el gobierno priísta que la representaba. Ahí mismo hicimos una caracterización de la naturaleza de la clase social que era la base de sustentación del pan y de su candidato a la Presidencia de la República, Vicente Fox, a la que calificamos como una pequeña burguesía tributaria de la plutocracia neoliberal y establecimos que en el caso de llegar al poder, la política económica de la oposición panista tendría como ejes rectores la conservación y perfeccionamiento de los fundamentos del modelo económico neoliberal, con un acento especial en el apoyo a la pequeña y la mediana industria. También expresamos la idea de que el gobierno panista intentaría legitimarse, al iniciar su mandato, mediante el despliegue de vigorosas acciones en los terrenos de la seguridad pública (principalmente el combate al narcotráfico),


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la corrupción pública y privada y la extrema pobreza y la desocupación en que se debatían millones de mexicanos. Los recursos extraordinarios que se necesitarían para financiar sus actividades provendrían del mayor crecimiento económico que se obtendría con la erradicación de la corrupción pública, el perfeccionamiento de la estructura económica mediante una profundización en la apertura al exterior y un crecimiento de las exportaciones y un ajuste fiscal para incorporar al régimen tributario a la mayor cantidad posible de integrantes de la economía informal. Más adelante, una vez que fuera echada a andar la maquinaria económica sobre las nuevas bases propuestas, se atacarían las cuestiones fundamentales de una reforma fiscal, una reforma laboral, una reforma energética, etcétera. La recesión en la economía mundial A la par con la ascensión en México al poder de la pequeña burguesía neoliberal, se empezaron a notar en la economía mundial los signos ominosos de una grave recesión. La estructura económica internacional que se estableció en el mundo durante el último cuarto del siglo pasado fue la siguiente: los países de menor desarrollo económico iniciaron su transformación en exportadores de bienes manufacturados para el mercado mundial, incluido el metropolitano; por su parte, los países desarrollados cedieron a los países de menor desarrollo sus ramas productoras de bienes manufacturados y se concentraron en el adelanto en la producción de bienes de producción, en el avance en la alta tecnología y en el apoyo técnico y financiero, mediante las “alianzas estratégicas”, a la industria exportadora de los países menos desarrollados. Esta estructura implicaba necesariamente la eliminación de la protección a la vieja industria manufacturera, tanto en las metrópolis como en las neocolonias, es decir, el establecimiento del libre comercio; el resultado de este proceso fue la destrucción de la vieja industria manufacturera en los dos extremos del sistema internacional del capitalismo, con el consecuente incremento gigantesco de la desocupación y la miseria entre los trabajadores de esos países. Constituida en lo fundamental la nueva relación entre las dos partes del sistema internacional del capitalismo, se inicia


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un largo período de crecimiento económico en ambos sectores, los cuales se dan un mutuo impulso ascendente. Los ideólogos del capitalismo, que ven en cada forma avanzada a la que éste llega la forma más perfecta y por tanto de vigencia eterna de organización de la sociedad humana, decretan que se ha instaurado la “nueva economía”, la cual, en un proceso ininterrumpido, llevará la prosperidad creciente a todos los rincones del planeta. Sin embargo, la terca realidad impone a la economía mundial los dictados de la ley del valor. Decenas de países se convierten en exportadores de manufacturas y, desde luego, del mismo tipo de manufacturas, con lo cual pronto saturan el mercado mundial. El exceso de oferta ocasiona un descenso de los precios de los bienes de exportación, una reducción de los ingresos de los países exportadores, la cesación de sus pagos internacionales, una dilapidación demencial de recursos productivos y, como remate de todo esto, una crisis catastrófica que se propaga rápidamente por todas las naciones de menor desarrollo económico. Así, en la década del 90 se presenta la crisis de la economía mexicana, posteriormente la de la economía argentina, después la de la economía rusa, más tarde la de los “tigres” del sudeste asiático y, ya en este siglo, un nuevo episodio, más dramático, de la crisis argentina y la terrible amenaza de la crisis japonesa, la cual, de presentarse, arrastraría al mundo al caos económico. Bajo el impulso de la demanda de los países exportadores, se da en los países desarrollados una sobreproducción de alta tecnología, maquinaria y equipo sofisticados, etcétera, sobre todo en las ramas de la cibernética, la informática, las telecomunicaciones, la robótica, etcétera; la misma circunstancia que se considera como la causa de un crecimiento sostenido e incesante, prácticamente eterno, de la economía moderna, es decir, el perfeccionamiento constante de la tecnología, que provoca un aumento continuo de la productividad, es precisamente la que da lugar a la sobresaturación del mercado, a la drástica reducción de los ingresos de las empresas, al descenso de sus ganancias, al despido masivo de obreros y empleados y, como corolario de todo ello, a la reducción severa del crecimiento económico, que lleva a los países industrializados a la temida recesión.


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Lo que por un largo período de tiempo fue un mutuo impulso ascendente entre los países desarrollados y los países exportadores, se trueca ahora en su contrario, un recíproco empuje por el cual se llevan uno al otro a descensos constantes del crecimiento económico, lo que acerca peligrosamente a la economía mundial a una crisis global de consecuencias impredecibles. La tragedia del 11 de Septiembre Así las cosas, se produce el 11 de septiembre el atentado terrorista contra los principales símbolos de la economía y el poderío militar del capitalismo norteamericano, las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono. La agresión que sufre Estados Unidos por parte de Afganistán a través de la organización terrorista Al Qaeda, y la genocida contestación de aquel país, no son otra cosa que el enfrentamiento necesario entre dos sectores del capitalismo internacional que han llevado sus diferencias al terreno de la violencia irracional, que es el argumento último de este régimen social. El atentado del 11 de septiembre tiene efectos sobre la relación arriba señalada entre los países metropolitanos y los países exportadores (neocoloniales) al hacer más acentuado el descenso en sus tasas de crecimiento económico. La economía mexicana en el año 2001 En las dos últimas décadas del siglo pasado la economía mexicana se transformó en una economía exportadora; se integró así a la nueva estructura del capitalismo mundial que hemos definido en párrafos anteriores. En 1994 la economía mexicana tuvo su propia crisis derivada de su concurrencia al mercado mundial; en el año del 2001, la recesión de la economía metropolitana arrastró tras de sí a la economía mexicana, y la llevó a una profunda recesión. La desaceleración sufrida por la economía norteamericana redujo drásticamente el mercado para las exportaciones mexicanas, con lo que se produjo en nuestro país el cierre de muchas empresas de exportación, la disminución de la actividad en otras tantas y, como principal consecuencia de ello, la pérdida de miles de empleos. Al final del año el crecimiento económico se redujo a 0 y la ocupación se contrajo en varios cientos de miles de plazas.


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La depauperación de los trabajadores y otros sectores de la población se hizo más intensa, en proporción directa con la disminución de la actividad económica. La política económica que el gobierno panista de Fox pretendía implantar en su primer año de gobierno estaba basada en un supuesto fundamental: un crecimiento económico ascendente y sostenido que le permitiría contar con los recursos fiscales necesarios para financiar los gastos que se programasen (en seguridad, empleo, desarrollo social, combate a la pobreza, apoyo a la pequeña y micro industria, etcétera); otra fuente de recursos estaba contemplada en la aniquilación de la corrupción pública que, por un lado proporcionaría directamente medios al erario al hacer volver a las arcas públicas los recursos sustraídos por los funcionarios deshonestos y, por otro, crearía un clima de seguridad para las inversiones nacionales y extranjeras, las cuales aumentarían y con ellas crecería proporcionalmente el producto interno bruto, lo que también acrecentaría los recursos fiscales a la disposición del gobierno. En el último cuarto del año 2000, el crecimiento del Producto Interno Bruto total del país inició bruscamente un marcado descenso, pasando del 7.1 % que alcanzó en el III trimestre, al 4.7 % obtenido en el IV trimestre de ese mismo año; la tendencia descendente continuó durante el año 2001, en el cual se observó un crecimiento del pib nacional del 2.0 % en el I trimestre, del 0.1 % en el II, del –1.5 % en el III y del –1.6 % en el IV. Los primeros meses de gobierno de Vicente Fox están marcados por una estrepitosa caída del crecimiento del pib nacional que, como es evidente, redujo a la nada su capacidad para realizar los cambios que había prometido insistentemente al electorado; pero no sólo eso: el descenso del pib fue tan grande que impidió al nuevo gobierno continuar haciendo siquiera aquello que de mala gana y obligado por las circunstancias había hecho el gobierno priísta de Zedillo en los renglones de la seguridad, el empleo, el desarrollo social y el combate a la pobreza. De noviembre del año 2000 a noviembre del 2001, las estadísticas registran una pérdida de un mínimo de 346,043 empleos, lo que contrasta violentamente con la promesa foxiana de campaña de generar cuando menos ¡un millón de empleos anuales!


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Estas catastróficas condiciones económicas obligaron al gobierno de Fox a desarrollar un doble discurso. Por una parte, consumió una gran cantidad de su tiempo en explicar y justificar el porqué no se ponían en marcha ninguna de las políticas prometidas a la población durante el proceso electoral, para lo cual efectuó ridículas y grotescas contorsiones dialécticas que lo volvieron objeto del cruel escarnio público. Lo mismo acusó histéricamente de sus desventuras al anterior régimen priísta que a las adversas condiciones económicas internacionales, tanto a los medios como a la oposición parlamentaria, etcétera. Por otro lado, inició una desesperada acción para obtener a toda costa los recursos que angustiosamente necesitaba. Ante lo apremiante de las circunstancias, abandonó su tibia propuesta fiscal que se reducía a unas cuantas adecuaciones y al aumento del universo de los contribuyentes, para presentar una agresiva “reforma fiscal” que tenía como único móvil un afán recaudatorio y que se basaba en la extensión del impuesto al consumo a renglones como los alimentos y las medicinas; es decir, que el gobierno que se jactaba de ser el que vendría a remediar los males del neoliberalismo priísta, entre ellos la miseria extrema de las clases populares, proponía una política fiscal cuyo efecto inmediato sería un incremento monstruoso del pauperismo entre la población mexicana, y lo hacía animado solamente por la necesidad angustiosa de tener los medios para “mejorar su imagen” ante la “opinión pública” con algunas acciones espectaculares. En las elecciones de julio del año 2000, si bien Fox ganó por un amplio margen a su oponente del pri, sin embargo, su partido no obtuvo la mayoría en el Congreso de la Unión; de esta manera, la suma de los legisladores del pri y del prd en cada una de las Cámaras hacía una cantidad mayor que los diputados y senadores del pan; eventualmente, la oposición podría votar unida y paralizar las iniciativas presidenciales. En los cálculos del foxismo, las primeras actividades relumbrantes no requerirían de la aprobación del Congreso, y su propia dinámica influiría para acelerar la descomposición del pri, la cual ya había empezado a darse con la ignominiosa derrota del 2 de julio; los mismos venturosos cambios que el gobierno panista habría realizado provocarían la desintegración del poder


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político de la oposición, y ésta dejaría el camino libre para las posteriores transformaciones radicales (reforma fiscal, reforma energética, reforma laboral, etcétera) que constituían el verdadero y último propósito de la pequeña burguesía neoliberal. La gravísima recesión económica del año 2001 echó abajo todos las alegres suposiciones foxistas; por tanto, el gobierno panista se vio desacreditado y debilitado en la misma medida en que fortalecía a la oposición priísta; así, cuando en el clímax de su desesperación por la falta de recursos aquel presenta al Congreso su propuesta fiscal recaudatoria, es ignominiosamente derrotado y sólo obtiene una farragosa adecuación que no le garantiza en forma alguna ningún medio económico extraordinario. Las catastróficas condiciones económicas del 2001 establecieron en nuestro país una contrahecha democracia: un Presidente de la República maniatado por las indomables fuerzas económicas, de las que en su campaña política se había declarado futuro firme conductor, rehén de un Congreso dominado por la fuerza política cuya extinción o al menos su reducción al mínimo era la condición necesaria para sacar adelante la legislación de excepción que se proponía y un poder judicial que ahora estaba convertido en el cuidadoso vigilante de la legalidad de los actos del ejecutivo. Así, el 2 de diciembre del 2001, Vicente Fox y su partido el pan, debieron celebrar, en un fúnebre ambiente, la permanencia íntegra del mismo régimen económico, político y social, de la misma podredumbre y la misma corrupción que un año antes se habían propuesto transformar radicalmente.


III. Naturaleza del régimen económico que existe en nuestro país

Los elementos para una definición científica del capitalismo mexicano son los siguientes: • División de la sociedad mexicana en dos clases sociales específicas: burguesía y proletariado. • La burguesía es propietaria de los medios e instrumentos de producción y de vida; el proletariado únicamente posee su fuerza de trabajo. • La burguesía mantiene e incrementa su propiedad a través del consumo de la fuerza de trabajo, que es una mercancía que adquiere en el mercado, y por medio de la venta de las mercancías que son el producto de dicho consumo productivo. • La propiedad de la burguesía es capital: riqueza que se incrementa por el intercambio con el trabajo vivo. • Este aumento se realiza porque en el proceso productivo el obrero produce un valor excedente sobre el valor de sus medios de vida; ese valor excedente se lo apropia el capitalista sin retribución alguna. • El obrero produce ese valor excedente porque está sujeto a un sistema de esclavitud asalariada que determina que su tiempo de trabajo se divida en dos partes: una, en la cual repone el valor de los medios de vida para el trabajador, y otra en la cual produce un valor excedente que se apropia el capitalista sin retribución y que es la materia del crecimiento de su capital. Es un sistema de esclavitud porque la reposición del valor de sus medios de vida está totalmente condicionada a que produzca trabajo excedente para el capitalista. • El único móvil del capitalista es el hambre de trabajo excedente, un hambre insaciable. 148


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• El proceso en el cual el capitalista consume la mercancía fuerza de trabajo con el fin de valorizar su capital se caracteriza porque en él se emplean dos métodos específicos para absorber trabajo excedente: la producción de plusvalía absoluta y la producción de plusvalía relativa. • La forma más desarrollada de estos métodos la encontramos en la producción fabril maquinizada. • La producción capitalista se basa en la explotación del trabajo asalariado, es decir, en la exacción de trabajo excedente de los obreros. • Como una forma de esclavitud, la exacción de trabajo excedente tiene su fundamento en la violencia física y moral de la clase burguesa sobre el proletariado. La explotación del capital sobre el trabajo es una explotación ejercida con violencia. • La producción capitalista produce la depauperación creciente de los trabajadores. • Esa depauperación se manifiesta en: a) El desgaste inmoderado de la fuerza de trabajo en relación con los medios para su reproducción diaria y la destrucción de las condiciones generales de reproducción de la fuerza de trabajo. Reducción del salario, extensión de la jornada, absorción de trabajo infantil y femenil, intensificación del trabajo, falta de vivienda, de educación, de medios para cuidar la salud, etcétera. Miseria, hambre, hacinamiento, enfermedades, muerte prematura o una situación interminable de enfermedad. b) Desgaste inmoderado de la fuerza de trabajo a causa de una geométricamente creciente intensificación del trabajo provocada necesariamente por la progresiva maquinización de la producción característica del régimen capitalista, el cual tiene como fundamento imprescindible un incremento del salario real, un mejoramiento de las condiciones de vivienda, salud y educación, la restauración del hogar obrero, etcétera, y, en el caso de una capa determinada del proletariado nacional, una satisfacción abundante de sus necesidades, que implica un sustancial incremento del consumo. (En las naciones más desarrolladas, el sector obrero que recibe altos ingresos, suficientes para aumentar considerablemente su consumo, crece en términos absolutos y


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relativos; pero, al mismo tiempo, puesto que estos trabajadores se concentran en las ramas de tecnología más moderna y por lo tanto abandonan los empleos más sucios y rudos, se hace necesario importar trabajadores de los países de menos desarrollo económico para que los desempeñen, a los cuales se sujeta a las condiciones de trabajo que generan necesariamente hambre, enfermedades, muerte prematura, etcétera, es decir, la miseria clásica. El consumo excesivo de amplios sectores del proletariado metropolitano tiene como condición necesaria la miseria aterradora de millones de trabajadores inmigrantes.) c) Desgaste y descomposición acelerados de todos los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores, los cuales reconocen su origen en los dos procesos descritos en a) y b). La naturaleza biológica de los trabajadores con que se encuentra el capital cuando inicia su proceso de vida, que ya es en sí, por el efecto de la acción de la propiedad privada en las fases anteriores de su existencia, la negación de la naturaleza biológica de la especie, es sometida a una situación de degeneración y descomposición aceleradas e irreversibles que constituye al mismo tiempo un avance en la tendencia consustancial a la propiedad privada (y el capitalismo es la etapa superior del desarrollo histórico de la propiedad privada) de negación de las características humanas de la especie. d) Desposesión por el capital y acumulación en su polo de todas las facultades físicas y mentales de los trabajadores a través de los métodos de producción de plusvalía relativa cuya forma superior es la producción maquinizada. Degeneración y descomposición de todos los órganos y procesos orgánicos de los trabajadores. Aniquilación de las facultades naturales de la especie en los obreros. La acumulación de capital es una concentración de las características humanas de la especie que se han sustraído a su nervio vital que son los trabajadores por medio de un proceso de anulación de su naturaleza biológica. Desnaturalización y deshumanización de los trabajadores. Todos los puntos nodales de esta caracterización del capitalismo tienen vigencia en el capitalismo mexicano plenamente


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establecido, es decir, aquel que se ha consolidado a partir de 1940 aproximadamente y que existe en nuestros días. La acumulación de capital El hambre insaciable de los capitalistas de trabajo obrero excedente determina que la plusvalía producida sea transformada en un nuevo capital que se destina a la absorción de más trabajo obrero excedente. La acumulación es la conversión del trabajo obrero excedente, de la plusvalía, en capital, es decir, en medios e instrumentos de producción y fuerza de trabajo que se agregan al volumen del capital en funciones. La acumulación puede ser de dos tipos: acumulación sobre una base técnica determinada y acumulación con cambios en la base técnica. Acumulación sin cambios en la composición orgánica del capital Con el primer tipo de acumulación se da un desarrollo extensivo del capital; la plusvalía obtenida por el capital originario se desdobla en medios de producción y fuerza de trabajo; de esta manera se eleva el número de obreros explotados y la cantidad de trabajo no retribuido que se apropia el capital, el cual pasa a engrosar el fondo de acumulación para una nueva ampliación del volumen del capital. Bajo este primer tipo de acumulación aumentan la demanda de trabajo y el salario de los obreros. Estas dos circunstancias (aumento de la demanda de obreros y alza de los salarios) son aparentemente las más favorables para el obrero. Pero esto es absolutamente falso por lo siguiente: (1) el dar ocupación a un obrero significa, en el régimen capitalista, someterlo a las torturas de la producción maquinizada que se traducen, como ya vimos, en la extenuación y muerte prematura de los trabajadores y en la degeneración de sus cuerpos y de sus mentes, es decir, en su depauperación creciente; (2) no por recibir un mayor salario el obrero deja de ser asalariado y tampoco deja de engrandecer, con el trabajo que no le retribuye el capitalista, aquella potencia extraña que le domina, el capital; si al aumentar el salario se mantienen fijos la intensidad y


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la extensión del trabajo, no por ello mejora la situación del obrero, pues la depauperación absoluta del mismo tiene su origen en la anulación de sus facultades físicas y mentales por el empleo capitalista de la máquina; una mejor alimentación del trabajador sólo reduciría la velocidad de ese proceso, pero nunca podría detenerlo; recordemos, además, que la adición al salario tiene como finalidad específica sobrealimentar al obrero (cebarlo) y acondicionarlo en general para que pueda trabajar más y producir más plusvalía, es decir, que es la base de un acrecentamiento constante de la intensidad y la extensión del trabajo, de tal manera que el desgaste de la fuerza de trabajo se vuelve inconmensurable con cualquier mejora en la retribución de la misma, con lo que se acelera, por esta vía, el proceso de degeneración progresiva del organismo de los trabajadores; por último, la extensión del régimen capitalista, que es el presupuesto necesario de tal aumento del salario, incrementa gigantescamente la masa de plusvalía que se apropian los capitalistas y que servirá, por medio de su acumulación, para engrosar el capital en funciones y con ello potenciar la explotación de la clase obrera; esa nueva masa de plusvalía capitalizada, además de reforzar las causas ya estudiadas que vulneran las condiciones de vida de los trabajadores, tiene, al hacer cambiar la composición orgánica del capital, efectos específicos sobre la misma, los que veremos en seguida. Acumulación con cambios en la composición orgánica del capital El segundo tipo de acumulación se caracteriza por un cambio en la tecnología del aparato productivo de tal manera que la parte del nuevo capital que se invierte en medios e instrumentos de producción (capital constante) es mayor que aquella que se destina a la compra de fuerza de trabajo (capital variable). La disminución del capital variable respecto al capital constante sólo indica aproximadamente los cambios que se operan en la composición de sus elementos materiales. Al crecer la productividad del trabajo lo hace también el volumen de los medios de producción absorbidos por el trabajo y decrece el valor de los mismos comparado con su volumen. Es decir, que el valor de los medios de producción se amplía en términos absolutos, pero


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no en proporción a su volumen. Por tanto, el aumento de la diferencia entre el capital constante y el variable es mucho más pequeño que el aumento de la diferencia entre la masa de los medios de producción en que se invierte el capital constante y la masa de la fuerza de trabajo a que se destina el capital variable. Es evidente que aunque en el proceso de acumulación desciende la magnitud relativa del capital variable, esto no excluye de manera alguna su aumento absoluto; lo que ahora sucede es que para lograrlo, sobre la base de un incremento en la productividad del trabajo, es necesario engrosar en una proporción mucho mayor el capital constante y en consecuencia el capital total. En el régimen específicamente capitalista de producción los cambios en la productividad del trabajo tienen como objetivo acrecer la plusvalía extraída a los obreros para engrosar así el fondo de acumulación de capital; a su vez, la acumulación de capital (inversión) tiene como finalidad expresa aumentar la productividad del trabajo para obtener más plusvalía y un fondo de acumulación más grande, y así sucesivamente. El resultado del mutuo movimiento que se imprimen el régimen específicamente capitalista y la acumulación es el cambio incesante en la composición técnica del capital por el cual el capital variable va disminuyendo a medida que aumenta el capital constante. Comparada con la acumulación sin cambios en la composición de capital, la acumulación que se basa en el constante perfeccionamiento de la fuerza productiva social y que se traduce en el aumento del capital constante a costa del variable da un envión centuplicado al régimen capitalista de producción, y refuerza en la misma proporción la explotación sobre la clase obrera; el capital, cuya razón de ser radica en la apropiación creciente de fuerza de trabajo sin retribuir (es decir, en la explotación de la clase obrera), crece geométricamente al calor del aumento de la productividad del trabajo y, a su vez, provoca el incremento acelerado de la misma; los medios de opresión sobre el trabajo vivo crecen desmesuradamente. Lo que interesa señalar aquí suficientemente es el resultado principal de la acumulación cuando hay cambios en la composición del capital: mientras el capital constante se agranda continuamente, el capital variable se acorta en la misma proporción.


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Resultado que es completamente distinto del de la acumulación sin cambio en la composición del capital, en donde, veíamos, el capital variable crece junto con y en la misma proporción que el capital constante. La acumulación, al impulsar la concentración de los medios de producción y acrecer el número de los capitales individuales, crea las premisas para la centralización (atracción de los capitales entre sí) que es una forma superior del régimen capitalista en la cual se potencian hasta el infinito la capacidad productiva del trabajo social, la acumulación de capital y, en consecuencia, la explotación de la clase obrera. La centralización del capital La centralización es la agrupación de los capitales ya existentes en una unidad mayor. La centralización es una forma de multiplicar la productividad social del trabajo (y, por tanto, de aumentar el capital constante a costa del variable) relativamente independiente del incremento positivo de la magnitud del capital social; la concentración, que no es sino otra forma de llamar a la acumulación, requiere de nuevo capital para desarrollarse; la centralización, por el contrario, se realiza con solo cambiar la distribución del capital existente. Por medio de la centralización, que es el resultado necesario de la acumulación, y ésta a su vez del incremento de la productividad del trabajo, se socializan en gran escala los medios de producción y se aplica, en gran escala también, la ciencia a la producción; este gigantesco nuevo incremento de la productividad del trabajo que la centralización logra sin añadir nada al capital en funciones es, a su tiempo, una palanca poderosa para otro aumento fabuloso de la acumulación, la que desemboca necesariamente en una nueva centralización que es el punto de partida de un nuevo ciclo del proceso. El resultado de todo esto es la transformación acelerada de la composición del capital a una velocidad infinitamente superior a la que le imprimía la simple acumulación. La acumulación realiza su objetivo de hacer más grande la productividad del trabajo introduciendo en la producción, a través de los capitales nuevos, los inventos y descubrimientos mo-


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dernos; de esta manera, junto a un aumento absoluto de la demanda de obreros se registra un descenso relativo de la misma ya que ahora un capital determinado necesita menos obreros que antes para ponerse en funciones, es decir, porque el nuevo capital tiene una composición orgánica distinta, en la cual es mayor la magnitud del capital constante que la del variable. Los viejos capitales, al reproducirse, se renuevan introduciendo también los modernos inventos y descubrimientos y cambiando por tanto su composición orgánica. Este cambio en su composición se traduce necesariamente en la repulsión de una cierta cantidad de los obreros que antes ocupaban, o sea, que se produce un descenso absoluto en la demanda de obreros. Esta obra de la acumulación es completada y acelerada por la centralización; el incremento gigantesco de la productividad que ésta trae consigo, al cambiar la composición del capital existente, repele obreros en cantidades masivas, a la vez que sienta las premisas para que la acumulación posterior se realice con base en una composición orgánica del capital infinitamente más alta (crecimiento gigantesco del capital constante) con lo que se reduce grandemente la demanda de obreros del nuevo capital. El resultado necesario de este proceso es que el descenso absoluto de la demanda de obreros es crecientemente mayor que su aumento absoluto; se forma así una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva. Para absorber una determinada parte de los obreros que deja libre el antiguo capital renovado, se requeriría una cantidad varias veces mayor de nuevo capital por obrero que bajo el tipo de composición anterior; pero el nuevo capital, como vehículo que es para introducir los inventos y perfeccionamientos más modernos, remonta necesariamente, hasta un punto muy alto, la tasa de composición alcanzada por el capital renovado, con lo que desciende, en la misma proporción, su demanda de obreros. Los obreros repelidos por el antiguo capital renovado sólo pueden ser ocupados si se lleva la acumulación a un altísimo nivel con lo que se prepara una nueva y decisiva repulsión de obreros, no sólo de los antiguos capitales renovados, sino de los que están en su primera fase de renovación. Este saldo constante de obreros desocupados, producto necesario, como hemos visto a lo largo de este apartado, del régimen capitalista de producción, es un “agradable” aguijón para los ca-


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pitalistas; éstos substituyen el móvil de la ganancia como el motor de su actividad con la “humanitaria” tarea de proporcionar empleo a los millones de desocupados existentes en el país; para lograrlo, tienen que acumular, es decir, poner en funciones nuevos capitales, que incidentalmente producen ganancias, pero que fundamentalmente dan empleo a determinado número de personas; la acumulación es, como hemos visto, la palanca decisiva para la centralización y ambas son la base para el crecimiento geométrico de la productividad del trabajo, lo que a su vez se traduce en un cambio de composición orgánica de todo el capital en funciones que provoca una repulsión cada vez más voluminosa de obreros, mucho mayor que su demanda; este nuevo saldo de obreros desocupados se convierte en una nueva fuente de “torturas” para el capitalista que lo inducen de nuevo a acumular; subordina su derecho a obtener algunas ganancias al propósito social de crear nuevos empleos; como se ve, el capital produce con una mano lo que con la otra se propone remediar. La producción capitalista lleva necesariamente a la creación de una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva creciente; por tanto, nunca faltarán al capitalista motivos para demostrar su “humanitarismo”. Anteriormente vimos cómo el hambre insaciable de los capitalistas de trabajo obrero excedente llevó al desarrollo de las formas de producción de plusvalía, las cuales son otros tantos métodos de explotación de los trabajadores; por sí misma, la producción de plusvalía se convierte en acumulación de capital; ésta provoca necesariamente un reforzamiento de los métodos de producción de plusvalía —ya que es la fuente de que se nutre— y, en consecuencia, una explotación redoblada de la clase obrera; la acumulación se transforma por sí misma en centralización de capitales, la que a su vez es palanca para la creación de masas gigantescas de plusvalía, lo que supone un desarrollo más alto de los métodos para su producción y, por tanto, una explotación más despiadada de la clase obrera; las grandes masas de plusvalía que provienen de la centralización constituyen la base para una acumulación mayor y ésta lo es para una centralización más grande. De donde se desprende que con el progreso del capitalismo y con la producción masiva de plusvalía, empeora en la misma medida la situación de la clase obrera.


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La acumulación y centralización no sólo producen una intensificación de las depredaciones del capital sobre el trabajo derivadas directamente de los métodos de producción de plusvalía, sino que también son fuente de una forma específica de explotación que viene a coronar toda la obra anterior del capital: hacen cambiar constantemente la composición del capital aumentando sin cesar el capital constante y disminuyendo en la misma proporción el capital variable, lo que provoca un descenso absoluto constante de la demanda de trabajo y forma una creciente sobrepoblación obrera o ejército industrial de reserva. La acumulación capitalista tiende a producir una sobrepoblación obrera relativa o ejército industrial de reserva que a su vez se convierte en una potente palanca de la acumulación capitalista (y se convierte, por ejemplo en nuestro país, en un motivo esencial del capitalista para acumular, pues éste se propone muy seriamente como meta acabar con la sobrepoblación ¡por medio de la acumulación de capital!). La forma de producir esa sobrepoblación, independientemente del crecimiento natural de la población, es por medio de la mecánica que se desprende de la esencia misma del régimen capitalista: reducción constante de la demanda de obreros que sobrepasa con mucho el alza de la misma por efecto del aumento del capital total. Una vez creada esa sobrepoblación, el mismo régimen capitalista se encarga de mantenerla y acrecentarla conforme a sus necesidades. La creación de una sobrepoblación obrera creciente, producto necesario del ascenso fabuloso de la productividad del trabajo, de la acumulación de cantidades cada vez mayores de capital y del crecimiento astronómico de la riqueza social, es decir, del desarrollo del régimen capitalista, es el último eslabón que cierra constrictivamente las cadenas del capital sobre el trabajo. La sobrepoblación obrera, de producto necesario de la acumulación se convierte en su condición de existencia porque le es indispensable para sus ciclos alternativos de desenvolvimiento y en una palanca de la misma, pues ejerce una presión incesante sobre el capital para que se aumenten los empleos, es decir, para que se acumule; de esta manera, la sobrepoblación refuerza inconmensurablemente las formas de producción de plusvalía con lo que centuplica la explotación de los obreros en activo


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que se deriva directamente de estas formas y que ya hemos tenido oportunidad de analizar anteriormente. El ejército industrial de reserva remacha la supeditación formal del obrero al capital, pues con la concurrencia de los obreros parados mantiene a los obreros en activo férreamente adscritos a los dictados del capital. La existencia de una sobrepoblación obrera cada vez más extensa, que se suma a la sobrepoblación que ineluctablemente produce el capital por otra vía y en otras épocas y que pasa, como herencia, a sus fases posteriores, genera necesariamente la miseria, el hambre, las enfermedades y la muerte de los trabajadores; se refuerza así la producción de estos males que son inherentes al capitalismo en todas sus manifestaciones de existencia. Por último, la sobrepoblación obrera es la expresión más radical, rotunda y evidente por sí misma de la naturaleza inhumana del régimen capitalista; en efecto, éste condena a una parte de sus obreros a permanecer sin realizar ninguna clase de actividad, sin poner en obra, en forma alguna, sus facultades naturales, por lo que destruye, en ellas y con ellas, en toda la sociedad, hasta el más leve rastro de la naturaleza humana. En términos generales, la acumulación con cambios en la composición orgánica del capital global corresponde a las épocas de dominio del sector I de la economía de un país (la plutocracia u oligarquía); y, por el contrario, la acumulación sin cambios en la composición orgánica del capital, esto es, la que se produce sobre una base técnica sin transformaciones sustanciales, está correlacionada con el imperio del sector II (capitalistas medios). Las dos formas de acumulación estudiadas se suponen y se engendran mutuamente; este movimiento entre ellas da como resultado al final de cada uno de sus ciclos, un deterioro más radical de las condiciones de vida de la clase obrera y una acumulación de capital cada vez más voluminosa. El capitalismo mexicano produce necesariamente, como una condición y un resultado imprescindibles de su existencia, la miseria obrera en las formas anteriormente estudiadas: simultánea y sucesivamente origina la miseria más atroz y espantosa que se deriva de la insatisfacción de las necesidades elementales y del exceso de trabajo; igualmente, aquella que se caracteriza por la aniquilación biológica del trabajador a causa de la intensificación del trabajo y del cebamiento a que se le somete


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mediante una cierta satisfacción de sus necesidades elementales para que produzca cantidades mayores de plusvalía; también, la que consiste en elevar a la enésima potencia la extensión y la intensidad del trabajo y hacer crecer paralelamente el consumo de los obreros más allá de los límites de la mera satisfacción de sus necesidades elementales; la que padecen cientos de miles de trabajadores que forman el ejército industrial de reserva, quienes viven precariamente de la solidaridad de los obreros en activo o de la beneficencia pública o privada; la que se caracteriza por la degeneración y descomposición de la naturaleza biológica de los trabajadores en relación con el estado en que ella se encontraba al iniciarse el desarrollo capitalista en nuestro país; y la degeneración y descomposición de la naturaleza humana de la especie, que es el contenido esencial de la propiedad privada desde su nacimiento hasta la fase actual del capitalismo, en la que, a través de la producción maquinizada, llega al punto más alto la deshumanización de los obreros. La sobrepoblación obrera, resultado y condición necesaria del desarrollo capitalista, vive, por definición, en un estado de miseria física extrema (hambre, insalubridad, enfermedades y muerte); pero al mismo tiempo, puesto que por fuerza tiene que ser conservada con vida y sólo puede serlo por medio de una detracción de recursos del fondo de consumo de los obreros en activo, acentúa en una proporción enorme la propia miseria física de éstos; de igual manera, ya que la multitud de obreros sin trabajo representan una competencia abrumadora para los trabajadores empleados, la tiranía del capital se acentúa sobre éstos, al poder ejercer sin cortapisas sus tendencias a la reducción del salario, extensión de la jornada, intensificación del trabajo, despotismo fabril, violencia física y moral, etcétera, que son, todas, fuentes directas de la miseria física de la clase obrera. En la fase alta del ciclo económico, la tendencia al incremento del empleo y el salario tiene un potente freno en la intensificación de la explotación de los trabajadores en activo y en la enorme cantidad de desempleados que, al brotar de los receptáculos en los que se ocultaban en la fase anterior, aumentan monstruosamente la oferta de trabajadores. En el mejor de los casos, en la etapa expansiva de la economía, lo que sucede es que una pequeña parte de la clase obrera pasa de una forma a otra de explotación y depauperación, con lo que prepara, en la fase des-


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cendente del ciclo, una repulsión masiva de obreros que irán a colmar los depósitos de sobrepoblación sobrante, dando con esto un nuevo impulso a la miseria física característica de esta órbita de trabajadores y con ello a la de la totalidad de la clase obrera mexicana. En los inicios del régimen capitalista, aproximadamente en los años cincuenta del siglo xix, unidos por su interés común, por el hambre insaciable de tierras para explotarlas mercantil y capitalistamente, el terrateniente y el colono capitalista, honorables ancestros de nuestros actuales empresarios, arremeten en contra de los campesinos libres, los peones acasillados, los integrantes de las comunidades indígenas, de las comunidades de mestizos y de las corporaciones religiosas para expulsarlos de las tierras señoriales o despojarlos de las tierras que poseían por títulos antiquísimos; por su parte, el comerciante capitalista impulsa el movimiento que culmina con el despojo de sus medios de producción y con la ruina del maestro artesano y de sus oficiales; se forma así una masa de campesinos y artesanos desposeídos de sus medios de producción, una parte de los cuales integran un primitivo mercado que llena las necesidades de fuerza de trabajo de los capitalistas agrícolas, principalmente, mientras que otra, dentro de la que están comprendidas las comunidades indias (a las que el régimen feudal-colonial ya había condenado a la exclusión de esa forma de organización social), quedan por completo fuera del proceso productivo, y forman una masa de personas empobrecidas que se reproducen incesantemente en ese estado de depauperación cuya existencia se prolonga por las diversas fases de la evolución del capitalismo mexicano hasta llegar a nuestros días, en los que las encontramos en ese mismo estado de postración en que las puso el capital mercantil (vgr. las comunidades indígenas, que en la actualidad suman diez millones de personas en extrema miseria y por completo separadas del ciclo productivo del capital); la “edificante” tarea de los terratenientes y capitalistas de la fase mercantil del capitalismo mexicano es continuada a conciencia por los terratenientes capitalistas que se forman a partir de 1880 y cuyo predominio concluye con la revolución de 1910 y por los dos sectores capitalistas que se constituyen al término del movimiento revolucionario, que en lo fundamental continúan existiendo en los días que corren, de tal suerte que conservan e incrementan los enor-


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mes volúmenes de despojados y con ellos la miseria que necesariamente les acompaña; estas masas de desposeídos, en parte herencia de las fases primitivas del desarrollo capitalista en nuestro país, en parte legado de las primeras formas de la propiedad privada que se establecieron inmediatamente después de la conquista y que en pleno siglo xxi viven en ese estado varias veces centenario de miseria escandalosa, de la miseria que consiste en vivir, en este tiempo, fuera del tiempo, en una formación social que la historia universal superó hace miles de años, se suman a los millones de pobres que el capitalismo crea y conserva en sus relaciones internas como sobrepoblación obrera. La miseria física que actualmente produce necesariamente el capitalismo mexicano se añade a aquella que proviene de los primitivos modos de producción basados en la propiedad privada y de las etapas previas del propio desarrollo capitalista, lo que da como resultado que más del 40% de la actual población de nuestro país se encuentre en un estado de miseria atroz. El desarrollo capitalista de una empresa, una rama industrial, un sector económico, un país, un grupo de países o de la totalidad del planeta se produce a través de las prescripciones de la ley del valor; la demanda de un producto exige, a través del aumento de su precio, el incremento de su producción; éste, a su vez, provoca un crecimiento de la inversión en la empresa, rama, país, grupo de países o en la economía mundial que desemboca en una monstruosa acumulación de capital y en una producción desmesurada de la mercancía o las mercancías de que se trata; los precios descienden catastróficamente y con ellos la producción y la inversión, lo que lleva a la ruina a la empresa, rama, país, grupo de países o a la economía mundial entera; los salarios y la ocupación se desploman drásticamente. Esta alternancia necesaria entre períodos de acumulación y desacumulación que se da en todos los niveles del régimen de producción capitalista tiene como resultado inevitable el agravamiento de todas las condiciones de miseria en que se debate la población obrera y que ya hemos señalado suficientemente. Ejemplos notorios de esta situación los tenemos en la actualidad en la llamada crisis del petróleo que se desarrolló en la década del 80 del siglo pasado, en la crisis de los países emergentes (efectos “tequila” y “tango”) que se produjo una década después, en la crisis “asiática” que tuvo lugar en el último lustro del siglo anterior y en la “recesión”


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generalizada de la economía mundial que se está produciendo ante nuestros asombrados ojos. En nuestro país, manifestaciones recientes de este fenómeno han sido la profunda crisis de 1995 y la persistente recesión que se ha extendido desde principios del año 2001 hasta la actualidad; la incidencia de estos dos acontecimientos sobre la miseria de la clase obrera y de la población mexicana en general ha sido, necesariamente, en el sentido de incrementarla en una medida extrema. La miseria física más aterradora y las demás formas de depauperación de los trabajadores y otros sectores de la población mexicana son, como ya vimos, un resultado necesario y una condición forzosa del régimen económico capitalista que aquí existe; son su fundamento y su esencia; crecen y se magnifican con el desarrollo del capitalismo mexicano. Dos son las posiciones fundamentales que las clases dominantes mexicanas tienen frente a la miseria y las otras formas de depauperación que ineluctablemente produce el régimen capitalista que existe en nuestro país. El sector II de la burguesía nacional (medianos y pequeños empresarios), propone una política estatal que tenga como finalidad elevar sustancialmente los niveles de alimentación, vestido, habitación, salud y educación de los 40 millones de pobres que existen en el país, de la sobrepoblación obrera sobrante y de los trabajadores en activo (de éstos, en parte mediante un aumento enorme del salario), establecer una infraestructura adecuada para la incorporación al régimen capitalista de los 10 millones de indígenas, los millones de mestizos que viven en las comunidades rurales y los millones de mexicanos que habitan en los miserables asentamientos que rodean a las grandes ciudades y acrecentar en una medida enorme la inversión de capital (público y privado) de baja composición orgánica con el fin de crear los empleos necesarios, bien remunerados, para los 40 millones de pobres y los millones de mexicanos que forman la población obrera sobrante. El sector I de la burguesía mexicana (grandes empresas), por su parte también tiene una política específica con respecto a la miseria que el régimen capitalista produce necesariamente. En una de sus vertientes se encuentra la asistencia pública y privada, a la que se le asigna el papel de paliar los más notables excesos de la depauperación de la población mexicana.


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Para erradicar la pobreza y el desempleo, se plantea la creación, mediante el apoyo gubernamental, de empresas microscópicas en las que una parte de los pobres y desempleados participen como pequeñísimos empresarios y la otra como los obreros que trabajen para ellos. Por otro lado, se propone un voluminoso incremento en la inversión privada del capital nacional y extranjero (se trata de capital de alta composición orgánica) y el impulso a la mediana y pequeña industria como medios para incrementar la ocupación. El Producto Interno Bruto (pib) de una nación comprende el valor del capital constante (medios e instrumentos de producción utilizados en el año), el valor del capital variable (sueldos y salarios de la fuerza de trabajo empleada en el mismo período) y la plusvalía (trabajo excedente producido, que en el proceso circulatorio se transfigura en la ganancia del capital). El capital constante es en su totalidad fuerza de trabajo de los obreros materializada en la maquinaria, el equipo, etcétera; el capital variable es también fuerza de trabajo de los obreros plasmada en los bienes destinados a su propio consumo; y la plusvalía es trabajo obrero excedente que sin retribución alguna se apropian los capitalistas. Los impuestos, de cualquier clase que sean, constituyen una deducción de los sueldos y salarios o de la ganancia del capital; de donde resulta que no son otra cosa sino trabajo obrero materializado. Los impuestos (trabajo obrero materializado), los derechos, los aprovechamientos y las ganancias de la explotación de las empresas estatales (también trabajo obrero materializado), son los principales ingresos del Estado. Estos ingresos son utilizados por el Estado para realizar los gastos inherentes a sus funciones; sus actividades principales consisten en el mantenimiento y desarrollo del régimen de producción capitalista. Por lo que es el propio trabajo obrero el que es utilizado por el Estado de los capitalistas para conservar y expandir el régimen de esclavitud asalariada, de producción de plusvalía, de acumulación de capital y de depauperación acelerada de los trabajadores y de otros sectores de la población que le es característica. El gasto público está destinado franca y explícitamente a promover la acumulación de capital, ya sea aquella que se basa en el predominio de las grandes empresas y que implica por tan-


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to el deterioro de las medianas y pequeñas empresas y el impulso a una forma determinada de la depauperación de los trabajadores, o la otra, que fomenta a la mediana y la pequeña empresa y que da lugar a otra forma específica de la depauperación de los obreros. Un determinado porcentaje del pib se destina al gasto público de un país. En México, en 1999, por ejemplo, el gasto público representó el 22.47% del pib de ese año. De este monto sólo una pequeña parte se dedicó a lo que se denomina “combate a la pobreza”, es decir, a las acciones gubernamentales dirigidas a reducir los excesos más notorios y peligrosos para la estabilidad del régimen capitalista en la depauperación de los trabajadores. Conforme al Presupuesto de Egresos para ese año, el gasto del gobierno mexicano dirigido hacia el alivio de la pobreza extrema representó el 0.9% del pib, es decir, apenas si el 4% del gasto neto gubernamental. (pib para 1999 a precios corrientes: 4,583,762,250 miles de pesos (Fuente: inegi); Gasto Neto total del gobierno mexicano según el Presupuesto de Egresos para ese año: 1,030,256,300 miles de pesos (Fuente: cide); Gasto “dirigido” 41,253,860 miles de pesos (Fuente: cide).) La proporción del gasto público en el pib de un año está determinada por muchos factores, pero en lo fundamental será mayor cuando se encuentre en el poder el sector II de la economía (la mediana y pequeña burguesía) y menor en el caso de que gobierne el sector I (la gran burguesía). La política de los gobiernos del sector II se cifra en un aumento en el gasto público que se concentra en el gasto social (salud, educación, etcétera), en el de infraestructura (caminos rurales, agua, drenaje, electricidad, etcétera), en aquel dirigido específicamente al combate a la pobreza y en el apoyo a la pequeña y la mediana industria. Los gobiernos del Sector I, por su parte, reducen drásticamente el gasto social, el de infraestructura, el dirigido, y el de apoyo a la pequeña y la mediana industria, mientras concentran toda su protección en la gran industria, por ejemplo, en nuestro país, en la de exportación. El nivel y la estructura del gasto público se determinan, entonces, por el resultado de la lucha entre estos dos sectores de la economía de un país. Los excesos que el gobierno de uno de ellos haya cometido se verán necesariamente compensados por la acción contraria del gobierno del otro sector. De esta manera, al


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mediano y largo plazo se establecerá una media del gasto público que será la que provea de los recursos necesarios para la conservación y expansión del régimen de producción capitalista. El gasto público que se destina al desarrollo social y al combate a la pobreza extrema es también, al mediano y largo plazo, una magnitud media que cumple con la función de mantener a los obreros en condiciones favorables de explotación, con una vida precaria a la población obrera sobrante y en los límites tolerables para el organismo burgués a la población que vive en la pobreza extrema. Si los capitalistas de un país deciden gastar toda su ganancia como renta, entonces habrá un proceso de reproducción simple: la producción del año actual, si todo lo demás permanece sin cambio, será igual que la del año anterior, no habrá crecimiento económico. Por el contrario, si los capitalistas destinan una parte de sus ganancias para invertirlas como capital (medios e instrumentos de producción y fuerza de trabajo), entonces, al final del período resultará una producción ampliada en un cierto porcentaje, el cual constituirá el crecimiento porcentual del pib. Este incremento en la producción es, en parte, la ganancia del período anterior que se ha capitalizado y cuyo valor reaparece en el producto anual, y en parte la nueva ganancia que los capitalistas obtienen de la inversión como capital de una porción de sus ganancias anteriores; la primera parte es ya, por su naturaleza, capital acumulado y como tal debe funcionar en el período siguiente; la segunda es propiedad del capitalista y se agrega al total de la ganancia del año. La naturaleza del capital, su razón de ser, es la obtención de ganancia, pero no de la ganancia aislada, esporádica, eventual, sino el logro sistemático de ganancia, y no de un monto fijo, determinado, sino de una cantidad creciente, ilimitada, de ganancia. Por lo tanto, el incremento del pib está fatalmente destinado a invertirse en una parte como capital (constante y variable) que debe generar más ganancias, en otra, a gastarse como renta para satisfacer las refinadas necesidades de los capitalistas y en otra más a cubrir los gastos del Estado capitalista en las proporciones respectivas en que está dividido el pib. Salvo circunstancias verdaderamente excepcionales, el incremento anual del pib


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únicamente proporcionará una parte muy pequeña de su volumen para los gastos específicamente dirigidos al gasto social y al combate a la pobreza. El crecimiento económico es una necesidad apremiante, impostergable del régimen capitalista mexicano, exigido imperiosamente por la sed insaciable de los capitalistas de trabajo obrero excedente, de plusvalía, de ganancia. Como ya dejamos establecido, los recursos del Estado únicamente pueden tener su fuente, a través de los impuestos, en deducciones del salario o de la ganancia; dado un nivel impositivo determinado, elevarlo para dotar al Estado de mayores recursos implica incrementar aquellas deducciones, lo cual a su vez genera necesariamente una oposición férrea de clases y grupos sociales (obreros y pequeños y medianos empresarios en el caso de las exacciones a los salarios y de los medianos y grandes empresarios en el de las sustracciones a las ganancias) de tal manera que sólo a través de una enorme presión política y social es posible que el gobierno logre algún aumento en los tributos. El producto interno bruto de México en el año 1999 fue de aproximadamente 4,583 mil millones de pesos; un punto porcentual de este volumen es de 45.83 mil millones de pesos. Por cada punto porcentual de crecimiento económico, entonces, el producto interno bruto del país se incrementaría al año siguiente en 45.83 mil millones de pesos, es decir, en una centésima parte de su monto original (ascendiendo, por tanto, a 4,628.83.0 mil millones de pesos si el crecimiento fuese de 1%, 4,674.66 mil si de 2% y así sucesivamente); un punto porcentual de este volumen incrementado del pib sería igual a 46.28 mil millones de pesos en un caso, a 46.74 mil millones de pesos en el otro, etcétera. Si suponemos que los esfuerzos del gobierno para fortalecer sus finanzas a través de un aumento en los impuestos den como resultado un incremento en sus recursos del 10% del pib —una imposibilidad absoluta, porque esto implicaría elevar al doble la proporción actual de los impuestos en el pib—, entonces, en el caso de crecimiento cero de la economía, el gobierno tendría mayores ingresos por un valor de 458.3 mil millones de pesos, en el de 1%, 504.2 mil millones de pesos y, como en los sueños de opio del foxismo, en el de 7%, 779.18 mil millones de pesos.


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La oprobiosa e inacabable pobreza de millones de personas en el mundo se ha convertido en el objeto de una pretendida reflexión científica que, al haber llegado al convencimiento de la imposibilidad de terminar con aquella dentro de los límites del régimen capitalista, se contrae únicamente al desarrollar los métodos para reducir sus excesos a la medida de las necesidades de la conservación y desarrollo del régimen capitalista (evitar las hambrunas y las epidemias generalizadas). “…estudios hechos para Latinoamérica (Lustig, Székely y Scott, entre otros) sugieren que el gasto para combatir la pobreza extrema requiere del 2 por ciento de gasto como proporción del pib. Actualmente, el programa dirigido hacia el alivio de la pobreza extrema representa el 0.9 por ciento del pib, por lo que hace falta, de acuerdo a este criterio, 46,500 millones de pesos adicionales (diez veces más que para el ramo 26, para el desarrollo social y productividad en regiones de pobreza).” (cide)

En el caso arriba postulado del imposible incremento del 10% de los ingresos impositivos del gobierno, al ser éstos hipotéticamente aplicados al gasto público, únicamente un 4% de los mismos, es decir, 18.33 mil millones de pesos en el supuesto de crecimiento 0, 20.16 en el de crecimiento del 1% y 31.16 en el del fantasioso crecimiento del 7% del pib, podría ser utilizado en el combate a la pobreza extrema, cuando los “teóricos” de la pobreza han determinado que son necesarios 46.5 mil millones de pesos para el “alivio de la pobreza extrema.” En el más descabellado de los escenarios, imposible de presentarse bajo ninguna circunstancia, es decir, de un aumento del 10% de los ingresos tributarios y un crecimiento del 7% del pib (en realidad, el primer supuesto excluye totalmente al segundo), únicamente alcanzaría a cubrirse el 67% del total de recursos adicionales requeridos para “aliviar la pobreza extrema”. Como de todo lo anteriormente expuesto se desprende, el único objetivo del régimen capitalista que existe en nuestro país lo constituyen la producción de plusvalía (trabajo excedente no remunerado de los obreros) y su acumulación creciente como capital en manos de los capitalistas, y el único móvil de éstos lo es la obtención de cantidades cada vez más voluminosas de ganancias; la reproducción simple implica necesariamente un cierto monto de ganancias para los capitalistas y la reproducción ampliada (crecimiento económico), la utilización de sus ganancias


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como capital destinado a producir mayores ganancias. El resultado necesario y condición inexcusable de la producción capitalista lo es la depauperación de los trabajadores en las formas que ya hemos detallado más arriba, las que incluyen la miseria física de carácter extremo y la que eufemísticamente se denomina “moderada”. Ya que el centro de gravitación del régimen capitalista lo constituye la propiedad privada de los capitalistas y el móvil de la ganancia ilimitada, la acción del gobierno en relación con el desarrollo social y la pobreza física únicamente puede lograr, en el largo plazo, y como efecto del movimiento contradictorio de los dos sectores principales de la economía, un avance meramente marginal en el desarrollo social y el mantenimiento de la pobreza en aquellos límites que no afecten la estabilidad del régimen. En el caso de los llamados países desarrollados, después de casi dos centurias de crecimiento económico, en los núcleos tradicionales del proletariado se da un cierto incremento en el nivel de sus condiciones de vida, al tiempo que, por contrapartida, se presenta un avance considerable en las otras formas de depauperación que ya estudiamos; pero aún en estas sociedades, la miseria física extrema no puede ser definitivamente erradicada del seno de sus propios trabajadores, pues siempre queda una fracción de ellos inmersa en las más miserables condiciones de vida y, lo que es más dramático, la atroz indigencia de las primeras épocas de existencia del régimen capitalista en esos países revive en la mayúscula cantidad de trabajadores inmigrantes que son incorporados necesariamente a las modernas economías para realizar las tareas más sucias y degradantes, con lo que se mantiene intangible la misma proporción histórica de los pobres en el total de la población, que es, en términos generales, en esas sociedades, del 40%. En nuestro país, la cantidad de pobres representa también, aproximadamente, entre un 40 y un 50% de la población total. (En el planeta, 1,200 millones de personas viven en la pobreza extrema). La miseria (extrema y moderada) es un resultado necesario y una condición inexcusable del régimen de producción capitalista que existe en nuestro país. Aunque fuera posible, que no lo es, terminar con ese estado de cosas mediante la aplicación de cantidades voluminosas de recursos, no hay, como lo hemos visto, en el producto anual de la economía mexicana ni una sola partida


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de la cual se pudiera cubrir aunque fuera una milésima parte de aquellas necesidades financieras. Aunque el régimen capitalista mexicano no puede cumplir siquiera con los requerimientos mínimos que exigen los “teóricos de la pobreza” para paliar un poco los extremos de la miseria física de los trabajadores, sin embargo, en sus excesos retóricos se propone lo que es su verdadera utopía: terminar definitivamente con la pobreza que desde tiempos ancestrales atenaza a los mexicanos. Los recursos necesarios para realizar todas las políticas que los dos sectores de la economía proponen, cada uno a su tiempo, para acabar completamente con la pobreza que ineluctablemente genera y magnifica el régimen de producción capitalista mexicano, son realmente enormes, inconmensurables. En el año de 1999, conforme a datos proporcionados por investigadores del cide, el 17% de la población mexicana se encontraba dentro de los límites de la pobreza extrema y el 33% en los de la pobreza moderada; es decir, que el 50% de la población mexicana pertenecía a la categoría de “pobres”. Esto significa tres cosas: (1) que el otro 50% de la población mexicana se encontraba en una situación que va desde el bienestar “moderado” hasta la opulencia, (2) que todos los recursos productivos existentes en la economía mexicana estaban destinados precisamente a generar el bienestar de la mitad de la población mexicana y (3) que haciendo una reducción al absurdo, es decir, suponiendo que la producción capitalista no origina directa y fatalmente la miseria física de amplios sectores de la población, para elevar las condiciones de vida del 50% de mexicanos pobres e igualarlas con las del 50% que goza de los diversos grados de bienestar sería necesario invertir recursos productivos extraordinarios por un monto igual que el de los que en ese momento se utilizaban. Es muy difícil precisar el monto de los recursos que participan en el proceso productivo de un año, pero trataremos de darnos una idea aproximada del mismo. Durante el año de 1998 (Censos de 1999), la suma de los activos fijos, la depreciación de los mismos, los insumos totales y las remuneraciones totales empleados en la industria, el comercio, la pesca y los sectores de comunicaciones y transportes tuvo un valor de 4,168.25 mil millones de pesos, equivalente al 91% del


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de 1999. Faltaría agregar a este valor el de los conceptos similares de las ramas de la agricultura y la ganadería y el de los activos públicos como lo serían la infraestructura urbana y rural (centros de población, sistemas de dotación de agua y drenaje, electricidad, carreteras, caminos, etcétera); estos rubros omitidos elevarían el valor de los recursos productivos utilizados en la producción anual a una suma equivalente a varias veces el producto interno bruto de ese mismo período de tiempo. Digamos entonces que, conservadoramente, en la economía mexicana, en 1999, el capital productivo total ascendió a una suma igual a 3 veces el pib de ese mismo año, es decir, a 13,751.28 mil millones de pesos. Esto significa que para producir el bienestar de 50 millones de mexicanos fue necesaria una inversión de 13,751.28 mil millones de pesos y que, por tanto, para hacer pasar a los 50 millones restantes desde la pobreza (moderada y extrema) hasta el bienestar y la opulencia es necesario realizar una inversión adicional de las mismas dimensiones en capital productivo. Ya vimos que en el escenario más favorable para los propósitos del gobierno burgués, el cual es altamente improbable que se presente porque los supuestos que lo sustentan son mutuamente excluyentes —un incremento del 10% del pib en la recaudación fiscal y un 7% de crecimiento económico anual—, únicamente podrían obtenerse recursos por la cantidad de 31.16 mil millones de pesos anuales, notoriamente insuficientes para el atemperamiento de la pobreza extrema de acuerdo con los cálculos de los “teóricos de la pobreza” y francamente irrisorios para la erradicación total de la pobreza, a la que esos mismos teóricos han dado un plazo perentorio de 40 años (¡exactamente!) y que por lo tanto demandaría recursos del orden de los 343.78 mil millones de pesos anuales, esto es, 11 veces más de lo que en el más optimista de los cálculos del gobierno burgués podría obtenerse y que únicamente cubriría el 67% de los recursos necesarios para mantener la pobreza extrema dentro de aquellos límites. En la mejor de las situaciones posibles, esto es, con una recaudación fiscal del 20% del producto interno bruto y un 7% de crecimiento anual, y bajo la presunción de que los recursos obtenidos del incremento tributario se apliquen íntegramente al gasto destinado a las políticas diseñadas para terminar con la pib


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miseria de decenas de millones de mexicanos, al cabo de seis años apenas si se habrían reunido 186.96 mil millones de pesos, el 1.4% del total requerido, que habrían sido inyectados a la economía en minúsculas dosis anuales. Dicho de otro modo, dadas todas aquellas circunstancias que aquí hemos considerado ¡serían necesarios 441 años para lograr la erradicación de la miseria del pueblo mexicano! Estas pequeñísimas dotaciones no causarían ningún efecto reductivo en la monstruosa miseria en que se encuentra hundido el pueblo mexicano y, más bien, al ingresar en la economía del país, alimentarían a una estructura que tiene como consecuencia ineluctable de su funcionamiento el incremento de la miseria en todas y cada una de las formas ya analizadas. A lo más que puede aspirar, con este volumen de recursos, una política de combate a la pobreza, es a distribuir alimentos y medicinas entre los estratos más miserables de la sociedad para evitar una hambruna generalizada y epidemias que amenacen la nutrición y la salud de la sociedad en general. Si es el sector II el que propugna un incremento en los tributos con el fin de desarrollar su especial política antipobreza, los recursos tendrían que provenir necesariamente del fondo de consumo de la clase obrera y del fondo de acumulación de los capitalistas de I; las detracciones del fondo de consumo obrero podrían ser cubiertas, incluso con un superávit, en un primer momento, con recursos del fondo de acumulación de los capitalistas de I. Pero llegaría el punto (nb. Remitirse a la política económica del gobierno de Luis Echeverría) en que la disminución de las ganancias de los capitalistas de I generaría la reacción política de éstos con el fin de detener y luego revertir las medidas económicas y tributarias aplicadas por el sector II. Al final, todo lo alcanzado se disiparía y si acaso quedaría un delgado sedimento que en nada afectaría la tendencia general de depauperación de la clase obrera mexicana y de los demás sectores de desposeídos de la sociedad mexicana. El incremento de recursos tributarios promovido por el sector II toparía primero con la cerrada oposición del sector I de los capitalistas mexicanos y, luego de haberse logrado en una pequeña medida, sería inmediatamente anulado por la violenta reacción económica y política de I.


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Si fuese el sector I el que promoviese un aumento en los tributos con el propósito de disponer de medios para desarrollar la política en contra de la pobreza que a sus intereses conviene, entonces los recursos tendrían que obtenerse del fondo de consumo obrero y del fondo de acumulación del sector II; los límites del monto de esa recaudación serían también muy concretos: la tasa de ganancia de los capitalistas de II y la necesidad de la reproducción de la fuerza de trabajo a un cierto nivel que exige la creciente producción de plusvalía; la oposición que necesariamente generaría en los sectores afectados una política fiscal de este tipo, en primera instancia obligaría a dejarla disminuida a su más pequeña expresión. Después de que dicha menguada política fuese aplicada por un cierto tiempo, suscitaría la reacción de los sectores afectados que intentarían dejar sin efecto las medidas tributarias. Al final, como en el caso anterior, los recursos obtenidos serían tan exiguos que se diluirían en el mar de la depauperación de la población mexicana, sin alterarla para nada. Si hacemos una reducción al absurdo y consideramos que se obtienen de la nada e instantáneamente los enormes recursos que hipotéticamente serían necesarios para erradicar la pobreza de la población mexicana (3 veces el valor del pib del 2000) y que se aplican de una sola vez sin provocar el desbarajuste total de la economía y su colapso, lo que tendríamos al final sería un paraíso económico capitalista, en el cual coexistirían millones de obreros bien cebados y saludables, una micro, pequeña y mediana industria florecientes y una gran industria en constante proceso de expansión; en tal estado, que tendría como su base la explotación irrefrenable del trabajo asalariado, actuaría ineluctablemente la ley general de la depauperación capitalista que llevaría a su clímax el proceso de descomposición y degeneración de todos los procesos biológicos naturales de los trabajadores, de anulación implacable de su naturaleza humana. Si proyectamos nuestras cifras a la economía mundial como un todo, encontramos lo siguiente: la cantidad de habitantes del planeta que se encuentran en la “pobreza extrema” es de 1,200 millones; si suponemos que las proporciones dentro de la población mundial de los pobres de solemnidad y los moderadamente pobres son las mismas que en la población mexicana, entonces éstos últimos alcanzarían un monto de 2,329 millones, los cua-


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les, sumados a los extremadamente pobres nos darían un total de 3,529 millones de personas en el mundo afectadas por los diversos grados de pobreza. Si los recursos necesarios para hacer salir de la pobreza a cada millón de habitantes de la tierra que se debaten en ella fueran del mismo volumen que los que se requieren en la economía mexicana para el mismo fin según nuestros cálculos, el monto del capital productivo adicional que se precisaría para erradicar la pobreza en el mundo sería del orden de los 970,565 mil millones de pesos, es decir 104,361 mil millones de dólares, de los cuales el 0.048%, 50 mil millones de dólares anuales, es la cantidad con la que sueña el grupo Zedillo le sea transferida por los países ricos a los países pobres para el combate a la pobreza; es decir, ¡que se necesitaría de la generosidad de los capitalistas internacionales por un poco más de 2 milenios (2,087 años) para acabar definitivamente con la pobreza global!. Al igual que en el caso de la economía mexicana, los teóricos de la pobreza global, liderados por el expresidente mexicano Zedillo, consideran que el monto ideal de recursos que los países ricos deben de ceder a los países pobres para impulsar en ellos el desarrollo económico debe ser del 0.7% del pib de los mismos. De todo lo expuesto se concluye que la creciente depauperación de los trabajadores en todas sus formas, en las que se incluye la miseria física extrema, es el resultado necesario y la condición imprescindible de la existencia del capitalismo nacional e internacional. Sobre esta base se levanta un andamiaje ideológico que invierte los términos de la relación. Así, para los ideólogos del capitalismo y para los propios capitalistas, la miseria es una herencia nefasta de regímenes económicos anteriores, y la única razón de existencia del régimen capitalista (y, por tanto, de la producción de plusvalía, de la apropiación de la ganancia y de la acumulación de capital, incluso de una acumulación desmedida, desbordada) es precisamente ¡la supresión definitiva y total de la pobreza! El sector I de la economía internacional, el adalid de la llamada globalización, hace aparecer las exigencias de su peculiar proceso de acumulación, esto es, el libre comercio, el equilibrio fiscal, la privatización de la mayoría de las funciones públicas, las inversiones de capital extranjero, las exportaciones, etcétera,


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como los instrumentos necesarios para la disminución primero y la erradicación después de la pobreza; de igual forma, anatematiza al sector II y a sus ideólogos, quienes propugnan políticas económicas opuestas a las suyas, y los acusa de ser los generadores de la miseria de la población y de estar en contra de la misión histórica de los empresarios de abolirla. El sector II de la economía internacional, a su vez, postula que la protección arancelaria, el déficit público, el fortalecimiento del sector público y el apoyo a la mediana, pequeña y micro industria, que son las exigencias de su propio modelo de acumulación de capital, son los medios necesarios para atenuar y eventualmente terminar con la pobreza. Acusa al sector I de ser el causante, con sus políticas neoliberales y globalizadoras, de la miseria brutal en que viven los trabajadores y otros sectores de la población y un obstáculo insalvable para que el capital “democrático” cumpla con su tarea de llevar la prosperidad hasta los más recónditos lugares del planeta. Como en la economía interna de un país, en la economía internacional el sector económico preponderante imprime su sello característico a la miseria que ineluctablemente origina, y completa y pule la obra que en este sentido ha realizado el sector contrario; el mutuo impulso que ambos sectores se dan deviene en una centuplicación de la explotación y depauperación de los trabajadores. Las políticas de combate a la pobreza son aquí también una media sesgada hacia los intereses del gran capital y su resultado es el mantenimiento de la miseria en aquellos niveles que no obstaculicen el proceso global de acumulación. La monstruosa miseria en la que viven miles de millones de seres humanos es también un instrumento que la burguesía utiliza para realizar un proceso de catarsis. Por una parte, mediante el ejercicio de la beneficencia privada, la burguesía acalla las voces de su conciencia que le reclaman la violencia física y moral que ejerce sobre los trabajadores dentro y fuera de la fábrica, la esclavitud a la que los somete, las exacciones al salario de sus obreros, la extensión inmoderada de la jornada de trabajo, la intensificación desmedida del trabajo, el despido arbitrario, la desocupación masiva, los incrementos drásticos en los precios de los bienes de consumo obrero, etcétera; la filantropía para con los pobres de solemnidad exime de


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responsabilidad al burgués por los atentados que cotidianamente comete contra los trabajadores. Por otra parte, también a través de su preocupación altruista por los desheredados, la burguesía justifica el hedonismo de su consumo de lujo (fiestas de caridad, etcétera) y la depravación de lo que son verdaderos vicios como el alcoholismo (no encontraremos un solo club de servicio que no tenga al alcohol como único cohesionante de sus integrantes y que no realice actividades de beneficencia con base en la ingestión de bebidas alcohólicas). El propósito de la erradicación de la pobreza es también establecido por la ideología burguesa como la tarea fundamental de la clase de los trabajadores; de esta manera, se sustituye su tarea histórica de reapropiación de la naturaleza esencial de la especie humana mediante la revolución proletaria, con la reivindicación burguesa del combate a la pobreza. Se reafirma así el carácter del proletariado moderno de apéndice ideológico y político de la burguesía. Es cierto, desde luego, que la miseria es una de las formas de la depauperación de los trabajadores modernos, pero no la principal, no aquella que se manifiesta precisamente en el núcleo de la producción fabril capitalista y que tiene como sujetos a obreros bien cebados. Sin embargo, la miseria física es también una forma de la anulación de la esencia natural de la especie humana, por lo que es asimismo una obligación del proletariado revolucionario su erradicación definitiva de la sociedad humana. En el seno del capitalismo moderno maduran los elementos de una forma superior de organización de la sociedad humana. Las características fundamentales de ésta son la producción y el consumo colectivos y la anulación definitiva de la individualidad de los trabajadores; estas transformaciones radicales, por si solas, quitarán toda la base de sustentación al proceso de depauperación, incluida la miseria física, la pobreza extrema y “moderada”, deteniéndolo abruptamente y revirtiendo sus efectos para provocar ahora la reconstitución de las características humanas de los trabajadores. No es difícil saber de donde se obtendrán los recursos económicos para esta transformación revolucionaria: el establecimiento de la nueva sociedad implica el desmantelamiento de ramas enteras de la producción capitalista, lo cual dejará libres los me-


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dios necesarios para la rehumanización de la especie: la industria de la vivienda individual, la industria del transporte privado, la industria de la diversión y el espectáculo, la industria del deporte, la industria de los bienes de consumo de lujo, las industrias del alcohol y del tabaco, la industria de la comunicación, la industria editorial, la totalidad de la rama económica del comercio, etcétera. La sola sustracción de la producción a la “mano invisible del mercado” y su sometimiento al comando racional de la sociedad, aportarán una cantidad fabulosa de recursos al proceso de rehumanización de la especie, el que comprende también la abolición de la miseria física de la sociedad moderna así como la integración al nuevo modo de producción de todos aquellos numerosos grupos humanos como los indígenas mexicanos, las tribus africanas, etcétera, que el capitalismo y los anteriores regímenes de la propiedad privada han mantenido aherrojados en sus arcaicos modos de producción.


Esquema del desarrollo de la economía mexicana desde la conquista española, de Gabriel Robledo Esparza del centro de estudios del socialismo científico (cesc) editado por sísifo ediciones para su biblioteca marxista, se terminó de imprimir en enero de 2009, en los talleres de SM, Servicios Gráficos. La composición tipográfica fue realizada por Leticia Pérez en tipos Century Schoolbook 11:13, 10:12; y la revisión de pruebas por el autor. La edición es de 1000 ejemplares más sobrantes de reposición y fue realizada en papel Cultural de 90 grs. sm.serviciosgraficos@gmail.com



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