Absoluto amor. Cuatro poemas y una carta de Efraín Huerta

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Universidad de Guanajuato Dr. José Manuel Cabrera Sixto Rector General Dr. Manuel Vidaurri Aréchiga Secretario General Mtra. Rosa Alicia Pérez Luque Secretaria Académica Dr. Miguel Torres Cisneros Secretario de Gestión y Desarrollo Dr. Salvador Hernández Castro Director de Apoyo a la Investigación y al Posgrado Mauricio Vázquez González Director de Extensión Cultural Campus Guanajuato Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino Rector Mtro. Eloy Juárez Sandoval Secretario Académico Dr. Javier Corona Fernández Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades Dra. Elba Margarita Sánchez Rolón Directora del Departamento de Letras Hispánicas Absoluto amor. Cuatro poemas y una carta 1ª edición D.R. © Universidad de Guanajuato Lascuráin de Retana 5, C.P. 36000, Centro, Guanajuato, Gto. Fotografía de Facha, 1941 Todos los derechos reservados. Los textos que conforman esta obra se reproducen gracias a la generosidad de Andrea Huerta Bravo, a quien expresamos nuestro más franco agradecimiento. Absoluto amor. Cuatro poemas y una carta surge como parte del proyecto “Efraín Huerta en la Pequeña Galería del Escritor Hispanoamericano”, el cual fue beneficiado por la Dirección de Apoyo a la Investigación y al Posgrado (DAIP) en la Convocatoria Institucional 2014. La colección Aguafuerte forma parte del programa de publicaciones del Departamento de Letras Hispánicas (DLH) de la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Campus Guanajuato; este volumen es producto del trabajo de los Cuerpos Académicos “Estudios de poética y crítica literaria hispanoamericana” y “Estudios literarios: configuraciones discursivas y poéticas” del DLH. Absoluto amor. Cuatro poemas y una carta se imprimió en los talleres de la imprenta Gesta Gráfica, ubicados en bulevar Nicaragua 506, col. Arbide, León, Guanajuato, en enero de 2015 con un tiraje de 100 ejemplares. El diseño del portafolio es obra de Lilian Bello-Suazo y el cuidado de la edición estuvo a cargo de Ediciones del Viajero Inmóvil. Impreso en México • Printed in Mexico


Absoluto amor: poesía y caligrafía

A Mireya Bravo Munguía, por cuya belleza sin alardes existen estos poemas; a Andrea Huerta Bravo, por cuya generosidad existe esta carpeta

E

fraín Huerta escribía como si dibujara. O acaso sea mejor decirlo con una fórmula de significado aproximado, pero no idéntico: Efraín Huerta dibujaba al escribir. Una tercera fórmula, sin duda más exacta, sería ésta: al escribir (con precisión: al escribir poemas y cartas amorosas, pues su copiosa prosa periodística la elaboró casi siempre a máquina), el poeta nacido en Silao infundía a su materia verbal la misma capacidad captativa y de representación que acostumbramos atribuir sólo a la ordenación y a la alternancia de líneas, colores y formas en el arte dibujístico y en la pintura. Se dirá que la capacidad de convocar plásticamente la realidad es inherente al lenguaje; que hasta quien no se lo propone ni es poeta puede otorgar presencia visual a la espuela de plata, al rododendro y al Monte Fuji con sólo nombrarlos. Pero el caso de Efraín Huerta es diferente y —también en esto— singular. Por una razón: las configuraciones plásticas surgidas de su ejercicio simultáneo de la escritura poética y el dibujo pertenecen al mismo tiempo al orden de la visualidad imaginaria y al orden de la visualidad material (al embeleco y al embeleso); al orbe de las imágenes mentales, y al de los trazos de tinta y carboncillo inscritos por la mano —su mano, la derecha— sobre una hoja de papel.

Así, la fluctuación que se describe y se observa con nitidez en los manuscritos de Efraín Huerta recogidos en esta carpeta tiene sus estaciones, por un lado en la fantasía poética, y por el otro en la caligrafía. En ambos puertos de anclaje, la facultad compositiva de Huerta rodea el centro en que se yergue y sus alrededores de líneas finas y gruesas, de espirales febriles, manchas, tachones, transparencias, rayas cortantes y borraduras; de “geometrías aéreas” (que vio Octavio Paz) y de “colores cálidos y trágicos” (que vio David Huerta); de veladuras heladas y ardientes, perspectivas cerradas y en fuga, sombras y luces. Así sea sólo sobre el primero de los orbes puestos aquí en relación —el de la visualidad poética inscrita en los poemas de Huerta—, grandes lectores de tres generaciones han hecho observaciones de gran agudeza. El primero fue Genaro Estrada, poeta, diplomático y fundador de revistas, quien a pocas semanas de la aparición de Línea del alba (1936) le dedicó un escrito breve y perceptivo, que no parece una reseña sino la descripción de un cuadro de José María Velasco. “El tono del libro —dice— corresponde hondamente al tema, por la fresca gracia matinal que de todo él se vaporiza, dejando ver entre nube y nube de la mañana, entre los nacientes rayos del sol y el capitoso aroma del campo, un fino sen[2]


tido de la poesía, una dulce hermandad en donde sobre un paisaje de naturaleza amable se tienden a descansar en muelle laxitud, los ensueños en azul y blanco del poeta”. Dicho lo cual, Estrada ve —lee— los poemas del libro como piezas pictóricas: “Los temas [...] se presentan bajo delicadas veladuras de expresión, con esos tonos de plata gris de los fondos de Mantegna, con dibujística poética firmemente realizada, con «pedazos de nieve volando» de las figuras soñadas a las manos del autor”. Los otros autores que han sabido mirar la variedad de suscitaciones visuales de la poesía de Huerta son Rafael Solana (quien registró lo que llama la “humanización” de su poesía en la transición cromática que va del “color lechoso, lleno de reflejos, un blanco y plata, frío” de sus primeros libros, al rojo y negro de la sangre, en Los hombres del alba); Octavio Paz (quien escribió su íntima certeza de haber leído una línea de Efraín “que no fue pensada sino vista en algún amanecer y cuya luz siempre lo acompañó: alba suave de codos en el valle”); y al fin David Huerta (quien en un prólogo extraordinario revisó la rica paleta colorística de la poesía de su padre, unida a su talento dibujístico y caligráfico). Visualidad poética y material presente, por lo demás, en los documentos que esta carpeta recoge: la versión original de cuatro poemas —fechados así: 19 y 27 de diciembre de 1934; 19 y 20 de febrero de 1935, respectivamente—, más una carta en la que dos de ellos fueron incluidos. Meses

después de haber puesto en las manos de Mireya Bravo (“novia y amante, hermana y amiga, novia y hermana”) esos y otros poemas y otras cartas, los cuatro que aquí se leen se incorporaron con diversos retoques a Absoluto amor, primer libro de Efraín Huerta, cuya impresión “se terminó el 22 de agosto de 1935”, según reza el colofón de la princeps. Electos de entre los centenares de poemas que entonces escribió para, con 25 de ellos, componer ese libro antiguo y novísimo (este cumple 80 años de publicación), esos poemas, más la carta, se nos dan ahora para ser leídos, y sobre todo vistos, como se mira un cuadro o se descifra un paisaje caligráfico, sin descartar su ulterior comentario filológico. Toca al lector seguir las líneas de la escritura de Efraín Huerta: vistas aquí y así crean la ilusión de haber sido inscritas en el papel hace sólo un instante. Seguir, quizá, este trazo imantado: “En línea recta, entre la faja de oscuridad, nuestro abrazo se hace más reconcentrado y fuera de nosotros los dioses reinventan el ruido”. O participar de cierta visión registrada por Huerta en una carta de 1933: “Hay vidas que parecen nubes vistas desde una ventana”. Y así saber que estaba viendo la suya; y que nosotros la estamos viendo en este momento también. Carlos Ulises Mata

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