Vol. 3, nĂşm. 4, agosto-diciembre de 2015
Directorio Institucional
Consejo Editorial
Oficina de Enlace Editorial
Universidad de Guanajuato
Dr. Francisco Javier Meyer Cosío
Mtra. Flor Esther Aguilera Navarrete Enlace Editorial
Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino Rector General Dr. Héctor Efraín Rodríguez de la Rosa Secretario General Campus Guanajuato Dr. Javier Corona Fernández Rector de Campus Dra. Claudia Gutiérrez Padilla Secretaria Académica División de Ciencias Sociales y Humanidades Dr. Aureliano Ortega Esquivel Director
Dra. Agapi Filini Dra. Ana María Alba Villalobos Dr. César Federico Macías Cervantes Mtro. Francisco Javier Martínez Bravo Dirección de la revista:
José de Jesús Gutiérrez Guerrero Corrección Adriana Sámano Domínguez Corrección ortotipográfica Martha Graciela Piña Pedraza Diseño editorial, portada y formación
Dr. Gerardo Martínez Delgado Coordinación del tema central: Dra. Graciela Bernal Ruiz Dra. Yolia Tortolero Cervantes
Dr. Carlos Armando Preciado de Alba Secretario Académico Departamento de Historia Dr. César Federico Macías Cervantes Director
Oficio. Revista de Historia e Interdisciplina, vol. 3, núm. 4, agosto-diciembre de 2015, es una publicación semestral editada y distribuida por la Universidad de Guanajuato, Lascuráin de Retana número 5, zona centro, C.P. 36000, Guanajuato, Gto., México, por medio de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Historia, Ex Convento de Valenciana s/n, Col. Mineral de Valenciana, C.P. 36240, Guanajuato, Gto. Teléfono (473) 732 39 08, ext. 5829. Editor responsable: Gerardo Martínez Delgado. Diseño de logo, portada, diseño editorial y formación: Martha Graciela Piña Pedraza. Corrección: Flor Esther Aguilera Navarrete, José de Jesús Gutiérrez Guerrero y Adriana Sámano Domínguez. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2014111216313300-102, de fecha 12 de noviembre de 2014, e ISSN: 2448-4717, ambos otorgados por la Dirección de Reservas de Derechos del Instituto Nacional de Derechos de Autor. Certificado de Licitud de Título y Contenido en trámite, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas. Este número se terminó de imprimir en diciembre de 2015, en los talleres de Alta Definición Impresa Best Printers de México, S.A. de C.V., Av. Las Trojes 125, Col. Las Trojes, León, Guanajuato, C.P. 37227. Tiraje: 500 ejemplares. El cuidado de esta edición estuvo a cargo de Gerardo Martínez Delgado y personal de Enlace Editorial de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la revista. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de esta publicación por cualquier medio, sea físico, electrónico o cibernético, sin previa autorización por escrito de la Universidad de Guanajuato. Imágenes de portada: “Carta Universal en 7 partes de Alonso de Santa Cruz” (1560) / “Escudo de Armas completas usadas en la Restauración” (Casa Borbón). Imágenes de interiores: Establecimiento tipográfico de Ignacio Cumplido. Libro de muestras (edición facsimilar), México: Instituto Mora, 2001.
Contenido Escritorio
7
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg Graciela Velázquez Delgado
Tema central: Entre la Monarquía y la República: funcionarios públicos y hombres de letras, siglos xviii y xix
19
Presentación Graciela Bernal Ruiz Yolia Tortolero Cervantes
21
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa, primer intendente de Guanajuato (1787-1790) Graciela Bernal Ruiz Blanca Cecilia Briones Jaramillo
37
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh, intendente interino de Puerto Rico (1793-1795) José Manuel Espinosa Fernández
53
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras como funcionario público (1759-1833) Luz Paola López Amezcua
67
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición (1847-1925) José Pablo Zamora Vázquez
Estante
87
El hijo de la panadera, de Inés Quintero, Venezuela, Editorial Alfa, 2014 Yolia Tortolero Cervantes
91
Entre aromas de incienso y pólvora: Los Altos de Jalisco, 1917-1940, de José Luis López Ulloa, México, Universidad Iberoamericana/El Colegio de Chihuahua/ Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2013 Rafael Omar Mojica González
Escritorio
Taller de Ignacio Cumplido
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg In the eye of the beholder: truth and relativism in historiography of Carlo Ginzburg Graciela Velázquez Delgado* Universidad de Guanajuato
Resumen. En este artículo, sin que pretenda ser exhaustivo sino un acercamiento, se analizará la noción de verdad en la propuesta historiográfica de Carlo Ginzburg. Para lograr el análisis de esta noción será preciso mencionar los ejes de análisis: el primero tiene que ver con la interrelación entre la noción de realidad, que es el objeto del que se habla, y entre la noción de verdad, que es la relación que la realidad tiene con el conocimiento; en el segundo, se discutirá la estrategia metodológica para llegar a conocer la realidad pasada (la reducción de escala); y en el tercero se abordará la dimensión escritural de la propuesta de Ginzburg y sus implicaciones con la verdad. Todo esto con el objetivo de mostrar que el modelo indiciario conduce de forma inevitable al relativismo.
Abstract. In this article, without claiming to be exhaustive but an approach, analizes the notion of truth in the historiographical proposal of Carlo Ginzburg. To achieve the analysis of this notion should be mentioned the analitic axis, the first has to do with the interrelation between the notion of reality that is the object of which we study, and from the notion of truth, that is the relationship that the reality has with knowledge; in the second, the methodological strategy will be discussed to get to know the past reality (downscaling) and in the third, the scriptural dimension of Ginzburg‘s proposal and its implications with the truth. All this with the aim of showing that, the indiciary model inevitably leads to relativism.
Palabras clave: Ginzburg, verdad, indicios, relativismo, relato.
Keywords: Ginzburg, truth, clues, relativism, story.
* Licenciada en Historia, maestra y doctora en Filosofía por la Universidad Fecha de recepción: 10 de abril de 2015 Fecha de aceptación: 18 de diciembre de 2015
de Guanajuato. Es profesora Titular A en el Departamento de Historia de la misma universidad. Ha publicado artículos sobre historia de Guanajuato y recientemente varios sobre historia de la ciencia. Actualmente trabaja la línea de investigación de teoría y filosofía de la historia, junto con otros colegas del Departamento. De manera particular realiza investigación sobre historia de la ciencia. Contacto: gracevd@gmail.com
[9]
10
Graciela Velázquez Delgado
Introducción
L
a historia ha sido sometida constantemente al escrutinio de las ciencias, se le han impuesto modelos para que demuestre su cientificidad, se le han dirigido críticas demoledoras que la han tambaleado, pero los historiadores siempre han estado prestos a defender su disciplina y, sobre todo, su labor. A este respecto, Carlo Ginzburg ha sido uno de los historiadores que ha defendido la historia y ha revitalizado las discusiones al interior de la misma. Este historiador ha escrito varias obras en las que alude con frecuencia a las nociones tradicionales de la historiografía, como la objetividad, la neutralidad axiológica, y a la noción de la que se derivan éstas: la verdad. Dichas nociones se han transformado, es decir, ahora no son consideradas ahistóricas, sino que precisamente su historicidad las hace cambiantes, mutables y transformables de acuerdo con los criterios y parámetros que les otorga cada sociedad y cada cultura. Esto sucede precisamente con el término de verdad en la historiografía, por tanto, en este artículo, sin que pretenda ser exhaustivo sino un acercamiento, se analizará el concepto de verdad en la propuesta historiográfica de Carlo Ginzburg. Para lograr el análisis de esta noción será preciso mencionar los ejes de análisis: el primero tiene que ver con la interrelación entre la noción de realidad, que es el objeto del que se habla, y entre la noción de verdad, que es la relación que la realidad tiene con el conocimiento; en el segundo se discutirá la estrategia metodológica para llegar a conocer la realidad pasada (la reducción de escala); y en el tercero se abordará la dimensión escritural de la propuesta de Ginzburg y sus implicaciones con la verdad. Ello con el objetivo de mostrar que el modelo indiciario conduce de forma inevitable al relativismo. Ahora bien, volver a recordar y discutir sobre la noción de verdad no es un asunto trivial en la historiografía, puesto que nos habla de la forma en como el historiador lleva a cabo su investigación, de sus estrategias heurísticas y metodológicas, de sus construcciones teóricas y de su conclusión escritural. Todo lo anterior nos ayuda a comprender el tipo de anteojos con los cuales cada uno de los historiadores “observa” el pasado.
Para comenzar Habrá que hacer un poco de remembranza acerca del surgimiento de la corriente historiográfica a la que pertenece Ginzburg: la microhistoria italiana. Esta corriente historiográfica tiene varias etapas de desarrollo. En la primera de ellas, de 1966 a 1976, se inician las trayectorias individuales de sus representantes: Giovanni Levi, Carlo Ginzburg, Edoardo Grendi y Carlo Poni. En esta etapa aún no hablan de microhistoria, pero ya aplican los procedimientos del microanálisis, y poco a poco se va gestando la base teórica de la propuesta. A finales de este periodo, las trayectorias
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg
de estos historiadores coinciden en torno a la revista Quaderni Storici de la Marche, editada a partir de 1966. En este tiempo se publica Los Benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos xvi y xvii (1966), de Ginzburg, la primera obra sobre historia cultural y el primer esfuerzo por explicitar el modelo indiciario. Este periodo culmina con la publicación de El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo xvi (1976), del mismo autor. En la segunda etapa, de 1978 a 1989, se escriben los textos más importantes de la microhistoria italiana y se difunden los principales aportes teóricos, metodológicos e historiográficos del grupo, y se explicita la principal propuesta metodológica: el cambio de la escala de análisis. En este momento se comienza a hablar de microhistoria y será el más fructífero en la esfera colectiva, en el cual sus representantes producen importantes textos de investigación empírica, pero también cuando concentran las mayores y más ricas contribuciones teóricas y metodológicas. En la tercera etapa, de 1989 al presente, cada uno consolidó su trayectoria individual y se produjo el abandono de la revista por parte de la mayoría de los miembros de la propuesta microhistórica.1 Hablando específicamente de la trayectoria de Ginzburg, El queso y los gusanos fue publicado en 1976, y en 1979 hizo explícito el modelo indiciario en su destacado ensayo “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, incluido en Mitos, emblemas e indicios. Morfología e historia. Dicho sea de paso, este ensayo es el mejor ejemplo de que la teoría y la práctica van de la mano, a diferencia de lo que tradicionalmente se ha afirmado en la lógica de la investigación científica, que considera que la teoría es anterior a la práctica y le ha dado un peso hegemónico a la primera. Con el libro El queso y los gusanos, Ginzburg alcanzó una maduración del modelo indiciario, aunque no lo hubiera explicitado hasta tres años después, en su ensayo mencionado anteriormente. Claro está que dicho modelo ya lo había comenzado a edificar desde su libro Los Benandanti, publicado en 1966, pero lo va enrique1
Quiñonez, “Microhistoria”, s/d.
ciendo en una serie de ensayos que culminarán con la publicación de su libro Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre, en 1989, y posteriormente en otros libros como El juez y el historiador. Acotaciones al margen del caso Sofri, en 1991, Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia, en 1998, y en El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, en 2006. Cabe resaltar que a raíz de la publicación de El queso y los gusanos, Ginzburg se convirtió en uno de los más influyentes en la historiografía contemporánea; de hecho, este trabajo historiográfico ha trascendido el ámbito de los historiadores para ser leído por lingüistas, psicólogos, literatos, filósofos, epistemólogos, antropólogos, sociólogos y demás expertos en historia de la ciencia y la cultura.
Realidad y verdad en el modelo indiciario Después de este recorrido de antecedentes, entremos en materia de discusión. En 1990, en la Universidad de California, el historiador israelí Saul Friedlander organizó un círculo de conferencias que tituló “The limits of representation: ‘Nazism and the Final Solution’”. En dichas conferencias participaron Jürgen Habermas, Perry Anderson, Dominick Lacapra, Hayden White y Carlo Ginzburg, entre otros. Los dos últimos defendían posiciones antagónicas frente al estatuto de la verdad histórica y de la historización del nazismo. La polémica entre White y Ginzburg giró en torno a la forma de representar historiográficamente un acontecimiento como el Holocausto. White consideraba que la historiografía recurría constantemente a artificios narrativos para lograr representar los acontecimientos. Por su parte, aunque Ginzburg acepta que la historiografía acude a procedimientos retóricos al momento de representar el pasado, no se reduce a ellos. Además, Ginzburg acusa a White de apoyar una ideología relativista que legitima la postura negacionista de los Estados genocidas, ya que la historiografía no puede prescindir del ideal de verdad, pues, de lo contario, la investigación historiográfica carecería de sentido. Debido a esta posición, Arnold Davidson, en “The epistemology of distorted evidence: problems around Carlo Ginzburg’s historio-
11
12
Graciela Velázquez Delgado
graphy”, menciona que Ginzburg fue tachado de ser un positivista que considera que la realidad es dada y que la verdad es transparente para el historiador.2 No obstante las acusaciones anteriores, coincidimos con la apreciación de Davidson de que Ginzburg fue erróneamente juzgado, y enseguida se expondrán algunos argumentos derivados de las diversas obras del propio Ginzburg. En primer lugar, para él la realidad no es dada, por el contrario, la considera opaca, y por ello muy difícil de conocer, pero tampoco imposible su conocimiento. En su artículo “Checking the evidence: the judge and the historian” (1991) plantea que hay una relación ineludible entre la realidad y los signos, huellas o indicios que percibimos de ella. Ginzburg afirma que los historiadores nunca tienen acceso directo a la realidad, sino únicamente a los indicios y a las pruebas que permiten descifrarla.3 Una pieza de evidencia histórica puede ser involuntaria (un cráneo, una huella, un vestigio de comida) o voluntaria (una crónica, un acta notarial, un tenedor). Pero en ambos casos, es necesario recurrir a un marco interpretativo específico que debe estar relacionado con un código específico de acuerdo al cual la evidencia ha sido construida. La evidencia de ambos casos puede ser comparada con un cristal distorsionado: sin un análisis profundo de estas distorsiones inherentes (los códigos según los cuales se han construido y debe ser percibidos) una reconstrucción histórica del sonido es imposible.4
Por tanto, los indicios son el punto de partida del historiador en la indagación que realiza de la realidad pasada. De esta forma, los indicios se convierten en el medio de información entre el historiador y dicha realidad, como lo enuncia enseguida: […] la evidencia no es un medio transparente […] una ventana abierta que da acceso directo a la reali-
dad, pero tampoco es una pared, la cual por definición se opone al acceso a la realidad.5
De acuerdo con lo anterior, los indicios son para el historiador una fuente de información que necesita ser descifrada, dado que la categoría de fuente no la posee el indicio en sí, sino que viene dada por la valoración que de él hace el historiador. Ginzburg reconoce que los indicios no pueden ser neutrales, porque contienen un código cifrado de manera intencional por un actor del pasado que puede ser descifrado por otra persona (historiador), siempre y cuando tenga los marcos teóricos adecuados. En suma, la evidencia puede ser descifrada por el historiador según sea “el cristal con que se mira”. Códigos que parecían impenetrables pueden eventualmente ser descifrados, y nueva evidencia, codificada de nuevas formas, pueden arrojar luz sobre antigua evidencia. Cambiando nuestra interpretación de los códigos que se habían creído sin ambigüedad.6
En este punto, Ginzburg es consciente de que la evidencia histórica contiene un sinfín de problemas epistémicos, pero en ningún caso defiende las nociones de evidencia, verdad y realidad como aproblemáticas. Davidson asevera: [...] si se examina la práctica historiográfica de Ginzburg, se nota que aunque él no es un antipositivista, que rechace la legitimidad historiográfica de las nociones como evidencia y prueba, tampoco es un positivista que tome estas nociones como dadas, como si implicara una relación aproblemática con la verdad y la realidad.7
Ahora bien, Ginzburg considera que la evidencia puede estar distorsionada por varios factores, pero incluso los documentos que proporcionan información falsa y subjetiva aportan datos importantes so5
2
Davidson, “Epistemology”, 2001, pp. 142-177.
Ginzburg, “Checking”, 1991, p. 83. También véase Davidson, “Epistemology”, 2001, p. 149.
3
6
4
7
Ginzburg, “Indicios”, 1999, p. 162. Ginzburg, “Checking”, 1991, p. 84.
Davidson, “Epistemology”, 2001, p. 152. Davidson, “Epistemology”, 2001, p. 150.
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg
bre el pasado. En este punto se distancia de la crítica interna que postulaba Marc Bloch, quien aconsejaba lo mismo que Fustel de Coulanges a sus alumnos, que a la letra dice: “si advierten una afirmación falsa por mi parte no dejen de señalarla, pues lo esencial es lograr establecer la verdad”.8 Mientras que para Bloch era posible discernir entre lo falso y lo verdadero, para Ginzburg es sumamente complicado establecer una distinción tajante, pues en los documentos históricos se encuentran interrelacionadas y entreveradas afirmaciones que pertenecen a los ámbitos de lo verdadero, lo falso y lo ficticio. Siguiendo con la noción de evidencia, Ginzburg asevera que ésta puede estar distorsionada por los marcos conceptuales con los que el historiador la revisa, la clasifica y le da un estatus de prueba. Pero la distorsión de la que habla Ginzburg conduce a varias preguntas de carácter epistémico, a saber: ¿cómo puede el historiador afirmar algo como conocimiento histórico cuando de antemano reconoce que la evidencia se encuentra distorsionada?, ¿si la evidencia está distorsionada, qué tan verdadera es?, ¿si la evidencia se encuentra distorsionada, cómo sabe el historiador que descifró correctamente los códigos?, ¿acaso existe un solo y único código posible con el cual se descifra la evidencia? Dichas preguntas contienen la marca del relativismo y del escepticismo acerca del conocimiento, pero Ginzburg formula el modelo indiciario como una respuesta a esas posturas. Ginzburg cree en la posibilidad de obtener conocimiento histórico por medio de las huellas que el pasado ha dejado tras de sí, plantea que aunque la evidencia esté distorsionada siempre habrá alguna forma de descifrarla, y acepta que siempre habrá una mejor interpretación que otra.9 En ese sentido, según expresa Ginzburg, “alcanzar la realidad histórica (o la realidad) directamente, es por definición imposible”,10 pero al mismo tiempo rechaza la inevitabilidad, según la cual, “la incognoscibilidad de la realidad” suponga “caer en una
forma de escepticismo perezosamente radical que es al mismo tiempo insostenible desde el punto de vista existencial y contradictoria desde el punto de vista lógico”.11 Sin embargo, su modelo basado en los indicios conlleva puntos sumamente problemáticos: en primer lugar, los indicios de la realidad son muestras sumamente frágiles de ella; en segundo, no se puede saber qué tan verdaderos son, precisamente por la debilidad de su fuerza probatoria. Aquí se encuentra el punto nodal y problemático de la propuesta ginzburguiana, pues en la filosofía de la ciencia tradicional se tiene por establecido que para que algo sea considerado como conocimiento debe ser demostrada su certeza por medio de la evidencia. Ésta no es solamente el documento o el soporte material en la que se manifiesta la realidad, sino que es la relación que el historiador establece entre dicho soporte material y la realidad misma. Pero, en el caso del modelo indiciario, ¿cómo se puede establecer la certeza del conocimiento? o ¿cómo se establece una relación de certeza clara y manifiesta entre la realidad pasada y los indicios que el historiador presenta? En el modelo de Ginzburg, la respuesta a estas cuestiones presenta cierta ambigüedad con respecto al conocimiento de la realidad pasada, pues no dejará de asumir el postulado de la verdad al estilo rankeano, “aquello que estrictamente sucedió”, pero, a la vez, es consciente de que debido a los procedimientos cognoscitivos del historiador no es posible recuperar totalmente lo “que sucedió en el pasado”. Queda claro entonces, que para él, el historiador no debe olvidarse de las viejas nociones de realidad y verdad en el sentido evocado por Ranke;12 pero debe reestructurarlas, de acuerdo con los nuevos condicionamientos de la Historia. Paul Ricoeur, en La memoria, la historia, el olvido (2000), publicada veintiún años después de que apareció el artículo de “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales” de Ginzburg, reconoce que Ginzburg abre positivamente una dialéctica del indicio y del testimonio en el interior de la noción
8
Bloch, “Fustel”, 2008, p. 247.
9
Ginzburg, “Checking ”, 1991, p. 83.
10
Ginzburg, “Checking ”, 1991, p. 83.
11
Ginzburg, Hilo, 2010, p. 321.
12
Ginzburg, Hilo, 2010, p. 305.
13
14
Graciela Velázquez Delgado
de huella; sin embargo, critica que reduzca la noción de documento al de huella. El documento no es dado, como podría sugerir la noción de huella; el documento es buscado y encontrado. En palabras de Ricoeur, “nada es en cuanto tal documento, aunque cualquier residuo del pasado sea potencialmente huella”.13 Para un historiador, todo puede devenir en documento, con la idea de encontrar en él una información sobre el pasado. Sin embargo, no debemos olvidar que para el historiador la auténtica realidad histórica no son los objetos que le sirven de herramienta, sino la vida humana diaria que hay detrás de ellos, de los “hombres en el tiempo”, como afirmaba Marc Bloch, lo cual implica una relación fundamental entre el presente y el pasado a través de los vestigios. Una relación dialéctica en donde la huella constituye, por tanto, el operador del conocimiento “indirecto”, o bien, el nexo objetivo entre el pasado y el presente. Esta crítica que esgrime Ricoeur es correcta si se considera solamente la noción de huella, pero no, si lo que está en la palestra de la discusión es la de indicio, ya que éste no es considerado, al menos por Ginzburg, como algo dado, sino como algo que proviene de la realidad, pero que no es indicio sino hasta que el historiador lo interpreta y lo relaciona con la realidad pasada.
La reducción de escala como estrategia metodológica del paradigma indiciario La llamada crisis de la razón a la que aluden los filósofos y científicos sociales posmodernos dio lugar a que nacieran corrientes y propuestas como la que nos ocupa en este momento. El surgimiento de la microhistoria coincide con la emergencia del posmodernismo y con varias propuestas que rechazan los postulados de la modernidad, y es por ello que, en ocasiones, se ha pretendido identificar la microhistoria con el movimiento posmoderno; sin embargo, aunque concuerda con algunos de sus supuestos, no son compatibles del todo. Uno de los puntos en los que coinciden es la aceptación del resquebrajamiento del paradigma de la modernidad, se oponen a las universalizaciones del
conocimiento, a los metarrelatos, al sometimiento del conocimiento humanista a leyes, y apuestan por un conocimiento local. Uno de los defensores del conocimiento local fue Clifford Geertz, quien en su obra Local Knowledge. Furtheressys in interpretativeanthopology (1983) menciona que todo conocimiento se produce en un contexto local determinado históricamente. Esto quiere decir que no existe un conocimiento fuera del contexto cultural, que es construido y, por eso, puede ser contradictorio. Por tanto, la validez de este conocimiento no depende de los cánones occidentales universalizantes, sino de las construcciones culturales locales.14 En este sentido, aunque el historiador siempre se ha ocupado de eventos particulares, algunas corrientes historiográficas pretendieron apostar por modelos nomológico-deductivos o hipotético-deductivos para justificar el conocimiento histórico, tal es el caso de los postulantes de la historia serial (francesa) o cuantitativa (estadounidense). Ginzburg rechaza estos modelos y se decanta por un modelo menos pretensioso, menos abarcante, con un toque enfocado en lo local, puesto que la realidad conocida por un individuo siempre es local. El enfoque microhistórico es un procedimiento que toma como punto de partida lo particular para identificar su significado dentro de un contexto específico por medio de diversos indicios, signos y síntomas. Para escudriñar en lo local, Ginzburg propone la reducción de escala como el instrumento metodológico por excelencia para que el historiador logre descubrir pequeñas huellas o indicios presentes en los documentos, que al ser analizados a escala micro revelarán aspectos que de otra manera pasarían desapercibidos. Los microhistoriadores italianos realizaron sus obras utilizando este modelo; por ejemplo, Ginzburg en El queso y los gusanos narra la historia de un molinero friuliano —Domenico Scandella, conocido como Menocchio— muerto en la hoguera por el Santo Oficio de la Inquisición tras una vida transcurrida en el más completo anonimato.15 Menocchio nacido en 1532, en Montereale, un pueblito de las colinas de Friuli, en los Alpes del Véneto, compartió 14
Geertz, Conocimiento, 1994.
13
Ricoeur, Memoria, 2000, p. 232.
15
Ginzburg, Queso, 1997, p. 15.
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg
algunas de sus interpretaciones teológicas con algunos de sus vecinos y familiares; por ejemplo, afirmaba que en un principio todo era caos, y que al pasar el tiempo se formó naturalmente una masa que era el cosmos, como cuando se hace el queso con la leche, y que en él se formaron gusanos que eran los ángeles. Él consideraba que de ahí había salido el mismo Dios.16 Por supuesto, la alusión al queso y a los gusanos desempeñaba una explicación analógica de lo que él conocía en su día a día. El pensamiento de Menocchio manifestaba las ideas que concebía a partir de las lecturas que había hecho, como La Biblia en lengua vulgar y el Florilegio. También condenaba que la Iglesia medrara la economía de los fieles, pues los párrocos y funcionarios eclesiásticos se aprovechaban de los creyentes en los juicios por el uso del latín, incomprensible para muchos acusados.17 Todo esto llevaría a que en 1583 Menocchio fuera acusado por el párroco del pueblo ante la Inquisición por herejía. Giovanni Levi, en La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo xvii (1985), relata la vida del cura de Santena, un pueblo del Piamonte italiano, Giovan Battista Chiesa, quien es delatado al Santo Oficio por practicar exorcismos y curaciones en masa, utilizando como instrumento de sanación un violín. A este cura se le atribuyeron varios milagros, pues logró “sanar” a algunas personas que habían acudido a él aquejados con diversos padecimientos; sin embargo, poco a poco va perdiendo credibilidad entre la población de los diversos pueblos que visita y es atacado por ser considerado un charlatán. El cura es censurado varias veces por el tribunal del Santo Oficio, pero logra en repetidas ocasiones el indulto, gracias a las relaciones familiares que mantiene con los señores de distintos pueblos, quienes confían en él, e incluso, lo solapan y lo esconden del tribunal.18 Estas dos investigaciones nos permiten conocer la propuesta microhistórica. Ginzburg se centra en el caso de un individuo (Mennochio), pero no se queda en él, nos informa sobre las creencias de la pobla16
Ginzburg, Queso, 1997, pp. 108-109.
ción de un pueblo italiano o de una región. Levi, por su parte, le sigue la pista al cura para conocer no sólo las relaciones familiares, sino las creencias de la población de los diversos pueblos del Piamonte que visita el personaje. Es claro en estos dos ejemplos que los individuos están en contradicción con los sistemas normativos; por un lado la norma, y por otro el punto de vista del individuo, pues bien, a Ginzburg y Levi, en un primer momento, les interesa más el individuo, sus creencias, sus ideas, pero no se conforman con eso, de ahí efectúan conjeturas que les permiten realizar afirmaciones más generales sobre las creencias de un pueblo, de una región italiana o de Europa. En las dos obras, no obstante que se reconoce que los sistemas normativos son opresivos, se priorizan las posibilidades que tienen los individuos para interpretar las normas y actuar bajo su voluntad. Levi afirma: [...] así, toda acción social se considera resultado de una transacción constante del individuo, de la manipulación, la elección y la decisión frente a la realidad normativa que, aunque sea omnipresente permite, no obstante, muchas posibilidades de interpretación y libertades personales.19
El microanálisis es uno de los rasgos fundamentales de la microhistoria, donde hay una gran tensión entre la “formalización” y la “voluntad”. El análisis microsocial que proponen tanto Ginzburg como Levi parte de la creencia de que la experiencia más elemental, la del grupo reducido, o incluso la del individuo, es la que contiene más información sobre algún problema historiográfico. La reducción de escala es el principio metodológico en el que no se trata de estudiar cosas pequeñas, sino mirar un punto específico para llegar a formular problemas generales. Así, el molinero Domenico Scandela (Menocchio), de Ginzburg, y el cura Giovan Battista Chiesa, de Levi, se convierten en los individuos por medio de quienes se da cuenta de una realidad más amplia y profunda. Según Levi, el objetivo de la modificación de la escala de observación es lograr que a medida que se reduce la escala
17
Ginzburg, Queso, 1997, pp. 54-56.
18
Levi, Herencia, 1990.
19
Levi, “Sobre”, 2003, p. 121.
15
16
Graciela Velázquez Delgado
se haga más preciso el detalle, porque “hasta la acción más nimia —el que alguien compre un pan— implica de hecho al sistema mucho más amplio del conjunto de los mercados mundiales de los cereales”.20 Con este ejemplo tan simple se puede apreciar el todo a partir de la parte, pero también la parte desde el todo. En la perspectiva de Ginzburg, Menocchio no era el único que pensaba de la manera como lo hizo, sino que sus inquietudes teológicas las compartían seguramente varios miembros de su pueblo con los que se relacionaba; así que en este caso, el individuo (Menocchio) podría informar al historiador sobre una situación más profunda, de lo contrario, si se hubiera presentado a Menocchio como el único individuo que pensaba de esa manera, estaría fuera de toda racionalidad y no sería tomado en cuenta para un estudio historiográfico. De esta forma, el individuo puede informarnos acerca de las tensiones normativas entre la estructura de la Iglesia y un miembro de las clases subalternas, como representante excepcional de un grupo o comunidad. Con el análisis del caso Menocchio, Ginzburg se enfrenta a diversos problemas: la escasez de fuentes para hablar de la cultura de las clases subalternas, pues las pocas que encontró las generó la estructura del poder (Inquisición). Para Ginzburg esto es un reto, puesto que el problema metodológico es cómo el historiador puede dar cuenta de la cultura de las clases subalternas desde la información que ofrecen las clases hegemónicas. Esto sólo puede hacerse con una lectura a contrapelo de los documentos inquisitoriales. El objetivo central es tratar de descifrar las claves de los códigos principales que constituyeron el aparato vertebral de la cultura campesina italiana, pero también de las estructuras profundas de las clases populares europeas durante el siglo xvi.21 En esta obra, Ginzburg reacciona contra varias posiciones historiográficas y filosóficas. Por un lado, se distancia de la historia de las mentalidades francesa de Robert Mandrou, que postulaba que las clases dominantes eran las únicas que generaban cultura,
que posteriormente era impuesta a las clases populares.22 Rechazó también la historia tradicional de las ideas por concentrarse en las creencias de la aristocracia sin reconocer la existencia de la cultura popular, ya que consideraban que las clases subalternas eran portadoras de “creencias y visiones primitivas del mundo”, y no de verdadera y estricta “cultura”.23 Gizburg no estaba de acuerdo con esa visión vertical de la cultura, pues existe una cultura popular que se genera y se produce constantemente, dentro de una permanente negociación cultural, donde las clases hegemónicas también tienen cabida, puesto que utilizan, retoman y transforman algunos de los elementos que aportan los subalternos que se resisten a la imposición de la cultura hegemónica, salvaguardando elementos de su propia cultura. Asimismo, Ginzburg señala algunas de las limitaciones de las distintas variantes de la historia cuantitativa y serial en los fenómenos culturales, pues privilegian los fenómenos de masa que pueden ser seriados y cuantificados, y tienden a olvidar la relevancia de los aspectos cualitativos. Otra de las posiciones en torno de la historia cultural criticadas por Ginzburg fue la que postulaba Michel Foucault, quien insistió en la inaccesibilidad total de la cultura popular, puesto que el acceso a esta cultura se hace a través de los testimonios escritos por miembros de la cultura dominante; por tanto, lo que nos llega se encuentra deformado o sesgado, a tal punto que la vuelve indescifrable. Frente a esta postura, Ginzburg reconocerá la enorme dificultad que implica la reconstrucción de esa cultura de las clases subalternas, pero no por ello se vuelve inaccesible, más bien considera que el historiador debe buscar formas de interpretación a contrapelo con la aplicación del “paradigma indiciario” para tratar de descifrar sus códigos y sus estructuras principales.24 Para Ginzburg, la cultura popular de las clases subalternas no es homogénea ni temporalmente establecida, no es algo que pueda definirse de manera 22
Ginzburg, Queso, 1997, pp. 17-18.
20
23
21
24
Levi, “Sobre”, 2003, p. 122. Aguirre, “Queso”, 2003, p. 75.
Aguirre, “Queso”, 2003, p. 78. Ginzburg, Queso, 1997, p. 21.
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg
simple, en tanto que la considera un entramado sumamente complejo de relaciones espaciales, temporales e intersubjetivas entre los diversos individuos que la conforman. Para él, cada actor histórico participa en procesos de dimensiones y ámbitos diferentes, desde lo más local a lo más global. No se refiere a una oposición entre micro y macroanálisis, ya que no se trata de realidades diferentes, sino de aspectos diversos de la misma realidad, observada desde distintas escalas; pero claro, esto solamente lo puede observar el historiador cuando se coloca en otro tiempo para analizar las acciones de los individuos del pasado. Ahora bien, en cuanto a la justificación del conocimiento, ¿a qué nos conduce esta propuesta? Heurísticamente la propuesta es interesante, pero también debemos considerar la validez del conocimiento que se logra obtener con ella. La justificación del conocimiento histórico en este modelo tiene dos falencias: por un lado, el modelo aspira al análisis de las particularidades de los acontecimientos, a reducir la escala de análisis para lograr una mayor profundidad, pero no necesariamente esto es así, porque si el historiador se confina a las particularidades perderá de vista que hay algunos factores que son compartidos o parecidos en otros acontecimientos y, si solamente se enfoca en pequeñas porciones de la realidad, el conocimiento será sumamente limitado; y por otro, supone lo local como lo más relevante, y esto también imposibilita al historiador para realizar apreciaciones generales de otro espacio o de otra época. Lo anterior conduce al relativismo, puesto que el conocimiento obtenido siempre será local, particular, relativo a un tiempo, a un lugar o a un personaje histórico determinado y, por tanto, no aplicable en otros casos.
La dimensión escritural de la propuesta historiográfica de Ginzburg Ginzburg mantiene que el historiador no debe olvidar el ideal de verdad al estilo rankeano, pero reconoce que es imposible por el tipo de procedimientos que realiza el historiador, puesto que no se puede captar uno a uno la realidad pasada en el presente; el
historiador puede restituir, en parte, el conocimiento de ella por medio de los indicios, huellas o signos que permanecen en el presente. Ginzburg considera que la historia es una comunicación que se realiza entre el historiador y el lector de sus obras, por tanto, el historiador debe poner especial atención a lo que escribe y cómo lo escribe. No es extraño que este tipo de afirmaciones estén presentes en Ginzburg, puesto que él mismo acepta que ya algunos historiadores de Annales hablaban al respecto, como es el caso de Georges Duby, quien recuerda la lección de historia aprendida de Febvre y Bloch: [...] llevar a cabo una investigación con todo el rigor que ello requiere, no le obliga a la hora de dar a conocer los resultados de su investigación a escribir con frialdad, pues el sabio cumple tanto mejor su función cuanto más gusta a los que le leen, y los retiene y cautiva con los ornamentos de su estilo.25
Por supuesto, el objetivo del historiador es ofrecer al lector no sólo un relato estéticamente interesante sino verosímil. Para ello, el historiador se enfrenta con la fiabilidad de las fuentes, con la confiablidad de los testigos y con las fuentes heterogéneas que contienen información sobre casos extraordinarios donde predomina la incertidumbre. Por ello, el discurso histórico depende en buena medida de la cualidad personal y de la capacidad individual que el historiador tenga para revelar ese pasado.26 Y si las evidencias están impregnadas de incertidumbre, entonces todas las afirmaciones que se deriven de ellas serán puramente conjeturales. Esto hace que la parte escritural de la historiografía también nos lleve a contemplar la noción de verdad en el relato que construye el historiador. Si en las fuentes predomina la incertidumbre, entonces el historiador no puede escribir su relato como si todo fuera verdadero, por el contrario, el historiador debe recurrir a estrategias narrativas con las que le indique al lector la incertidumbre de las fuentes y sus propias dudas. 25
Duby, Historia, 1993, p. 13.
26
Serna y Pons, “Ojo”, 1993, p. 119.
17
18
Graciela Velázquez Delgado
La propuesta microhistórica de Ginzburg requiere, según él mismo defiende, una forma discursiva basada en el relato. Esto nos habla de que estaba en sintonía con las discusiones de su época: el parentesco entre la historia y la literatura. Sin embargo, Ginzburg consideraba que entre los historiadores no se ha dado una atención reflexiva sobre el propio discurso, entendiendo por tal no sólo el texto final de la monografía, sino también los procedimientos y los recursos retóricos que permiten presentar los resultados de la investigación. En el caso de la historia, los resultados de la investigación están basados en la argumentación que le ofrece al lector. Ginzburg no dudará en plantear que en las obras historiográficas hay una relación ineludible entre lo verdadero, lo falso y lo ficticio. Con esta afirmación, Ginzburg asegura que los historiadores pueden investigar una época del pasado a través de lo que es inventado. La invención nos comunica algo de la vida real de las personas que vivieron en el pasado. El reto para el historiador es llegar a establecer los argumentos adecuados con los cuales se aluda a la presencia física de un acontecimiento o persona en particular, se trata de convencer al lector de que el historiador estuvo ahí y que el lector también puede transportarse de la mano de su narración por medio de la imaginación. En su texto “Descripción y cita” menciona que el historiador antiguo debía comunicar la verdad de lo que afirmaba, debía convencer a sus lectores por medio de la enárgeia, y que se diferenciaba de la tarea de los poetas, porque ellos estaban encargados de subyugar a su público.27 Posteriormente, el historiador utilizó la demonstratio, que no es otra cosa que el quehacer del orador que hace un objeto visible, casi palpable para quien lo escucha (enargés). Del mismo modo, el historiador comunica a su lector su propia experiencia directa como testigo o indirecta a sus lectores por medio de la enárgeia.28 Algo parecido a lo que menciona Ginzburg lo había planteado Emile Benveniste, quien comenta que el historiador clásico de los griegos era el que estuvo allí y apelaba a su condición de testigo directo de lo que aconteció. No obs-
tante, en la actualidad los historiadores narran desde un presente hasta un pasado muy remoto y, por lo tanto, solamente aquellos que participaron en un acontecimiento de su presente pueden afirmar que estuvieron ahí.29 Claro que, para suplir la presencia física, el historiador en el presente recurre a las estrategias narrativas con las que comunica su investigación. El modelo indiciario parece implicar por necesidad la narración. Recordemos que Ginzburg menciona que el cazador es el primer narrador, fue él quien primero contó una historia, es decir, una narración con un orden coherente que encadenaba hechos diversos a los que atribuía un sentido al desentrañar las huellas, los vestigios, de un animal, de una presa, que había pasado por allí.30 Ginzburg plantea que cuando la mayor preocupación de los hombres era proveerse de alimento mediante la cacería, aprendieron a reconocer la pista de sus presas en los indicios minúsculos: [...] huellas en el barro, ramas quebradas, estiércol, mechones de pelo, plumas, concentraciones de olores. Aprendió a olfatear, registrar, interpretar y clasificar rastros infinitesimales como, por ejemplo, los hilillos de baba.
Luego contaban su historia de lo que pasó por medio de un relato. A Ginzburg le interesa interpretar la realidad a través de una cuidadosa reconstrucción de sus significados, le interesa observar y descubrir el punto de vista del “nativo”, pero es precisamente la carencia de documentación la que le permite utilizar su modelo conjetural para interpretarlo y darlo a conocer al lector por medio de la narración, haciéndolo pensar que estuvo allí.31 Arnold Davidson menciona: Ginzburg hace notar no sólo la legitimidad, sino también la necesidad de integración de las lagunas documentales, debidas a la pobreza de la documentación, 29
Serna y Pons, “Ojo”, 1993, pp. 121-122.
27
Ginzburg, Hilo, 2010, p. 24.
30
28
Ginzburg, Hilo, 2010, p. 25.
31
Serna y Pons, “Ojo”, 1993, p. 122. Serna y Pons, “Ojo”, 1993, p. 122.
El cristal con que se mira: verdad y relativismo en la historiografía de Carlo Ginzburg
por elementos sacados del contexto. Sin embargo, no todos los contextos poseen igual categoría y las evidencias derivadas de ellos tienen que ser valoradas de modo diferencial.32
Ginzburg reflexiona sobre la intención del historiador al narrar, ya que para él se trata no solamente de reconstruir una experiencia individual, sino también de contarla con todos los obstáculos y ausencias documentales que se interponen en la investigación y que deben ser elementos constitutivos del relato. Las hipótesis, las dudas, las incertidumbres llegan a ser parte del relato.33 En la construcción del relato, las fuentes no son fragmentos de un todo sistemático, sino hay grietas y lagunas en las que el historiador debe estar atento para indicarle al lector las dificultades con las que fue construido. Por tanto, Ginzburg introduce el concepto de integración para resaltar cómo se construye la presentación narrativa de la documentación histórica. Para ello, utiliza un lenguaje en modo condicional o expresiones como “quizá”, “podría haber sido”, “muy probablemente”, para darle a entender al lector el carácter conjetural de su narración. Un ejemplo excepcional, dice Ginzburg, se encuentra en la obra de la historiadora norteamericana Natalie Zamon Davis, El regreso de Martin Guerre: En lugar de ocultar sus integraciones literarias, una historiadora como Davis, consciente de las consecuencias cognitivas y la fuerza retórica de esas integraciones, permite que se muestren y con ello deja que el lector distinga correctamente entre las implicaciones de un ‘ciertamente’ y las de un ‘quizá’.34
El relato representa una función esencial en el trabajo del historiador. En el caso de Ginzburg, en el relato se pretenden incorporar los procedimientos de la investigación, las ausencias y lagunas documentales en una argumentación formal y retórica para convencer por un efecto de realidad a su lector.
Ahora bien, como ya lo hemos mencionado antes, para este autor la historia no se fundamenta sólo en procedimientos retóricos para lograr un discurso verosímil. En ello concuerda explícitamente con lo que, por ejemplo, el propio Duby postulaba: aunque la técnica de un arte esencialmente literario sea fundamental, a lo más que puede aspirar un historiador es a un “nominalismo moderado”, es decir, más allá del discurso hay una necesidad de veracidad que separa al investigador del autor de relatos de ficción.35 En resumen, para Ginzburg las prácticas de la narración histórica y la categoría cognitiva de las presentaciones literarias imponen al historiador exigencias que éste no puede pasar por alto. Ni tampoco puede refugiarse de esas exigencias en una falsa conciencia de que su obra presenta hechos y nada más que hechos. En vez de eso, debería desarrollar una autoconciencia más aguda acerca de sus propias invenciones literarias utilizando las oportunidades de su escritura para ayudarnos a investigar más a fondo nuestra finisecular relación entre el que narra y la realidad.36
Para concluir A lo largo de las líneas de este artículo queda claro que el planteamiento de Ginzburg se distancia de las propuestas francesas de los Annales, que le daban demasiada importancia a los fenómenos repetibles por medio de la seriación de datos que privilegiaban el anonimato, así como a la larga duración. Frente a esta historia, Ginzburg defendió un modelo de análisis más modesto, que permitiera reducir el objeto de investigación y que estuviera constantemente atendiendo el contexto donde se desarrollaron los hechos. Asimismo, Ginzburg respondió a los retos que algunas posturas le impusieron a la historia, como por ejemplo el posmodernismo, el giro lingüístico y el giro antropológico. En su modelo, el indicio es la forma más débil para establecer y justificar el conocimiento his-
32
Davidson, “Epistemology”, 2001 p. 175.
33
35
34
36
Quiñonez, “Microhistoria”, s/d. Ginzburg, “Pruebas”, 2003, p. 218.
Duby y Lardreau, Diálogos, 1998, p. 41. Davidson, “Epistemology”, 2001, p. 177.
19
20
Graciela Velázquez Delgado
tórico. Sin embargo, Ginzburg le da al indicio una relevancia significativa, pues reconoce que el conocimiento histórico siempre es conjetural, y que esto no implica caer en una posición escéptica, sino significa que como el historiador no puede acceder de manera directa a la realidad pasada, ésta le será opaca al tratar de analizarla y, por lo tanto, las inferencias que se deriven de esta observación serán hipotéticas, conjeturales y falibles. Este modelo está situado en el sujeto, en lo que el historiador puede interpretar o analizar, pues él es quien puede descifrar los códigos que contiene la evidencia que se le presenta del pasado. Si bien, este modelo le da un papel protagónico al historiador sin desatender a la realidad pasada, cae en un perspectivismo, puesto que cada historiador puede tener una interpretación diferente de los acontecimientos de acuerdo con la evidencia y los marcos interpretativos que utiliza. La bondad del modelo indiciario que propone Ginzburg restituye la posibilidad de pensar un sujeto como parte de un contexto que él mismo construye e interpreta. En este sentido, el historiador no es un pasivo contemplador de la esencia de las cosas ni de lo “que estrictamente sucedió”, sino un activo fabricador de mediaciones discursivas de la realidad dependiendo del “cristal con que se mira”. No obstante, Ginzburg no se atreve a enunciar las consecuencias del modelo indiciario y prefiere sostener una posición intermedia, que no caiga en formas radicales de escepticismo y relativismo, pero radicales o no, el modelo conduce de manera inevitable al relativismo y, por ende, al escepticismo.
Fuentes Bibliográficas Aguirre, Carlos Antonio, “El queso y los gusanos, un modelo de historia crítica para el análisis de las culturas subalternas”, en Revista Brasileira de Historia, Sao Paulo, 2003, vol. 23, núm. 45, pp. 71-101.
Bloch, Marc, “Fustel de Coulanges, historiador de los orígenes de Francia. L’Alsace francaise”, en Marc Bloch, Historia e historiadores (textos reunidos por Étienne Bloch), Madrid: Akal, 2008. Davidson, Arnold, “The epistemology of distorted evidence: problems around Carlo Ginzburg’s Historiography”, en The emergence of sexuality: historical epistemology and the formation of concepts, London: Harvard University Press, 2001, pp. 142-177. Duby, Georges, La historia continúa, Madrid: Debate, 1993. Duby, Georges, y Guy Lardreau, Diálogos sobre la historia, Madrid: Alianza Universidad, 1988. Geertz, Clifford, Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Barcelona: Paidós, 1994. Ginzburg, Carlo, “Checking the evidence: the judge and the historian”, en Critical Inquiry, 1991, vol. 18, núm. 1 (Autumn), pp. 79-92. —— El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo xvi, Barcelona: Muchnik, 1997. —— “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, en Mitos, emblemas e indicios, Barcelona: Gedisa, 1999, pp. 138-175. —— “Pruebas y posibilidades”, en Tentativas, Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003. —— El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, México: Fondo de Cultura Económica, 2010. Levi, Giovanni, La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo xvii, Madrid: Nerea, 1990. —— “Sobre microhistoria”, en Peter Burke (ed.) Formas de hacer historia, Madrid: Alianza, 2003, pp. 119-143. Quiñonez, María Mercedes, “La microhistoria italiana: propuestas y desafíos”, s/d. Recuperado de <http://www.unsa.edu.ar/histocat/historiahoy/cart-quinonez.htm> (consultado el 20 de agosto de 2011). Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, México: Fondo de Cultura Económica, 2000. Serna, Justo, y Anaclet Pons, “El ojo de la aguja. ¿De qué hablamos cuando hablamos de microhistoria?”, en Ayer, Madrid ,1993 , núm. 12, pp. 93-133.
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Tema central: Entre la Monarquía y la República: funcionarios públicos y hombres de letras, siglos xviii y xix
Presentación
“E
sta sección reúne cuatro artículos que tratan sobre la trayectoria de hombres formados en distintas disciplinas y espacios de la Monarquía española y de México, ya como país independiente. Estos hombres tienen en común haber ejercido cargos públicos en estrecha relación con su respectiva profesión y haber presenciado cambios políticos y culturales significativos durante la segunda mitad del siglo xviii y el siglo xix. Ésos son los aspectos centrales destacados por los autores. Adicionalmente, cada colaboración resultó un ejercicio singular de reconstrucción de algunos aspectos biográficos, basadas en un contexto histórico concreto, determinado en gran medida por las circunstancias individuales que llevaron a estrechar redes de amistad o de trabajo específicos. Los primeros dos artículos se ocupan del tema de las intendencias en dos espacios cruciales para la Monarquía: Guanajuato (zona de gran importancia minera) y El Caribe (espacio de enorme relevancia geográfica), y de funcionarios que han sido poco atendidos por la historiografía. El artículo de Graciela Bernal Ruiz y Blanca Cecilia Briones Jaramillo, “Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa, primer intendente de Guanajuato (1787-1790)”, resalta la experiencia adquirida por el ingeniero militar Amat de Tortosa en Canarias, donde fue comandante de Fortificaciones y Reales Obras, experiencia que lo llevó a ser promovido para salir de Europa con su familia, con el fin de establecerse en Guanajuato como intendente. Bernal y Briones buscan dimensionar el papel de Amat de Tortosa durante los dos años y medio que ejerció este cargo, especialmente por los logros y resultados que alcanzó, por ejemplo, en materia de recaudación de impuestos; todo ello en medio de situaciones
[ 21 ]
22
Graciela Bernal Ruiz / Yolia Tortolero Cervantes
adversas por el ejercicio propio de sus funciones en una institución de nueva creación, pero sobre todo por los enfrentamientos con los actores locales que con las reformas implementadas en este ámbito administrativo vieron trastocados sus intereses. Las adversidades con los actores locales también son una de las principales líneas destacadas por José Manuel Espinosa Fernández en su artículo “Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh, intendente interino de Puerto Rico (1793-1795)”. El autor ejemplifica de manera clara las relaciones de poder al interior de la isla, las estrategias de los actores involucrados que buscaban salvaguardar sus intereses ante nuevos actores políticos y las acciones de las autoridades monárquicas para tratar de retomar el control de las colonias por medio de diversas reformas, que no siempre fueron bien recibidas ni bien implementadas, como sucedió con las intendencias en Puerto Rico. El artículo destaca el contrabando en ese espacio geográfico de gran importancia en donde, señala el autor, era una práctica alimentada por las condiciones socioeconómicas de la isla; por eso resulta totalmente lógico que un nuevo actor político se encontrara con un ambiente tan adverso, y que eso lo llevara a identificar las diferencias locales y buscar alianzas que le permitieran permanecer en su cargo, algo que, pese a las estrategias utilizadas, no pudo lograr. El artículo de Luz Paola López Amezcua, “‘A favor del culto divino de mi patria’: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras como funcionario público (1759-1833)”, muestra esta faceta poco conocida del arquitecto y artista Tresguerras. La autora analiza el desempeño de este personaje en los diversos cargos que ocupó en el Ayuntamiento de Celaya, los cuales, por ejemplo, le hicieron recibir el nombramiento vitalicio como maestro mayor de Obras Públicas. Luz Paola reconstruye sus actividades administrativas y ejemplifica la ejecución que hizo de obras monumentales, escultóricas o proyectos urbanos, como el diseño del sistema de drenaje
en la ciudad. La autora demuestra, entre otras cosas, que Tresguerras se enfrentó a varios problemas por descuidar sus responsabilidades en el Ayuntamiento, debido a que prefería dedicar más tiempo al arte que a sus funciones públicas. Por su parte, José Pablo Zamora Vázquez, en su artículo “Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición (1847-1925)”, analiza a un personaje que consolidó su carrera como encuadernador, editor, impresor, librero y ávido lector. El autor identificó las etapas profesionales de Cabrera a partir del establecimiento de sus negocios o talleres en su ciudad natal, San Luis Potosí, al igual que sus proyectos editoriales, su disciplina, su tenacidad, su gusto por los libros y sus relaciones con otros editores o libreros, como Filomeno Mata. Éstos fueron algunos factores que en conjunto llevaron a Cabrera a recibir distinciones fuera de México y a vincularse con el gobierno local como editor de publicaciones oficiales u ocupando cargos como director de la Biblioteca Pública del Estado o la de inspector de bibliotecas. En definitiva, los trabajos agrupados en este tema central aspiran a ser una contribución a la historiografía, pues aun cuando algunos de estos actores han sido mencionados en diversos trabajos, aquí se intenta mostrar sus aportes como funcionarios públicos en los diferentes contextos en los que se desarrollaron, o en aspectos que han sido poco atendidos hasta el momento, y más aún, aspiran a abrir nuevas líneas de investigación, no solamente sobre ellos, sino referente a los escenarios y circunstancias en las que de una u otra manera tuvieron influencia.
Graciela Bernal Ruiz Universidad de Guanajuato Yolia Tortolero Cervantes Programa Memoria del Mundo, unesco, México
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa, primer intendente de Guanajuato (1787-1790) Remembering a forgotten administration: Andrés Amat de Tortosa, the first intendant of Guanajuato (1787-1790) Graciela Bernal Ruiz* Universidad de Guanajuato Blanca Cecilia Briones Jaramillo** Archivo General del Estado de Guanajuato
Resumen. La gestión del primer intendente de Guanajuato, Andrés Amat de Tortosa, ha sido poco atendida en la historiografía; prácticamente se ha reducido a la enfermedad que padeció y le obligó a dejar la intendencia. Este artículo tiene como objetivo cambiar la imagen que ha prevalecido sobre él; de manera concreta, se busca evidenciar la trayectoria del intendente antes de su llegada a Guanajuato, sus prioridades al asumir su cargo, así como las problemáticas a las que se enfrentó y que le impidieron concretar varias de las reformas que buscaba implantar.
Abstract. The administration of the first intendant of Guanajuato, Andrés Amat de Tortosa, has been all but forgotten in historiography, and all records have virtually been reduced to the illness he suffered from, forcing him to resign. This article aims to change the perception that has prevailed on him; specifically, we seek to show evidence of the path of the mayor before his arrival in Guanajuato, his priorities upon taking office, as well as the issues which he faced and that prevented him from realizing several reforms that he sought to implement.
Palabras clave: Amat de Tortosa, intendencias, Guanajuato, reformas.
Keywords: Amat de Tortosa, intendants, Guanajuato, reforms.
* Doctora en Historia por la Universidad Jaume I. Profesora del Departamento de Historia de la Universidad de Guanajuato. Sus investigaciones se han centrado en historia social y política regional entre finales del siglo xviii y principios del xix. Es autora de diversos artículos y capítulos de libro, así como del libro Ecos de una guerra. Insurgencia e hispanofobia en San Luis Potosí, 1810-1821 (Ayuntamiento de San Luis Potosí, 2011); y coordinadora del libro Historias de vida cotidiana en San Luis Potosí, siglos xvii-xx (Universidad Autónoma de San Luis Potosí / Consejo Consultivo del Centro Histórico de San Luis Potosí, 2015). Contacto: gbernal@ugto.mx
Fecha de recepción: 10 de agosto de 2015 Fecha de aceptación: 17 de octubre de 2015
** Egresada de la Maestría en Historia (Investigación Histórica) de la Universidad de Guanajuato. Sus líneas de investigación se vinculan con el tema eclesiástico y los funcionarios reales. Ha participado en diversos proyectos de rescate de fondos documentales de Guanajuato. Es autora del libro Los motivos del lobo. Muerte de Antonio Espino y la llegada de los franciscanos a la villa de León, siglos xvi-xvii, que obtuvo el Premio Nacional Wigberto Jiménez Moreno de Investigación en Cultura Regional 2011. Contacto: coatlbj@gmail.com
[ 23 ]
24
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
Presentación
P
or medio de una carta fechada a principios de julio de 1790, el virrey Revillagigedo daba cuenta al rey “sobre la novedad de haberse vuelto loco el intendente de Guanajuato[,] d. Andrés Amat de Tortosa”, y que había intentado quitarse la vida “disparándose al pecho una pistola”. El virrey continuaba diciendo que el intendente había sido trasladado a la Ciudad de México, pero no se “procuraba” curación alguna, pues aunque ya casi estaba sano de la herida que se había hecho, no consideraba que pudiera volver a servir la intendencia, por lo que hacía varias propuestas sobre las personas que podían sucederle en el cargo. Entre éstas se consideraba a Vicente Bernabeu, que en esos momentos se desempeñaba como asesor letrado de la intendencia de San Luis Potosí, y sobre el cual realizaban las averiguaciones reservadas; del mismo modo, se hacían averiguaciones sobre el propio asesor letrado de Guanajuato, Pedro Joseph Soriano, quien había asumido interinamente la intendencia desde junio de ese año —pero del que no se confiaba mucho porque “propende al interés y otros efectos” —, y de asesores de otras intendencias. Como sabemos, ninguno de ellos fue beneficiado con el cargo; en mayo de 1791 se anunciaba la jubilación de Amat de Tortosa, y por real cédula de julio del mismo año se daba a Juan Antonio Riaño y Bárcena el nombramiento de intendente de Guanajuato (en ese momento era intendente de Valladolid), quien tomó posesión del cargo a finales de enero de 1792, y permaneció en él hasta 1810. Amat de Tortosa moriría el 19 de noviembre de 1793.1 La situación que acabamos de describir, y el hecho de que Andrés Amat de Tortosa ocupara el cargo de intendente de Guanajuato tan sólo dos años y medio, ha hecho que la historiografía presente a este personaje como una figura gris que no realizó acciones de importancia durante su periodo de gestión (1787-1790). En términos generales, es recordado por la locura que padeció, razón por la que fue separado del cargo luego del intento de suicidio;2 o en el mejor de los casos, se ha señalado que tuvo 1
AGI, México, vol. 1881. El virrey de la Nueva España avisa la demencia del intendente de Guanajuato y sus desconfianzas del asesor de aquella intendencia y del de la de San Luis Potosí; AGI, México, vol. 1884, Juan Antonio Riaño toma posesión como intendente de Guanajuato; AGI, México, vol. 1886, Doña Eufrasia Gutiérrez del Mazo, esposa del coronel Ingeniero en Jefe, intendente corregidor de la provincia de Guanajuato, D. Andrés Amat de Tortosa solicita pensión; AHG, Ayuntamiento, Actas de Cabildo de 1791, Nombramiento de Juan Antonio Riaño como intendente de Guanajuato, 2 de julio de 1791, y Actas de Cabildo de 1792, Juan Antonio Riaño toma posesión como intendente de Guanajuato, 28 de enero de 1792. 2 Prácticamente no existen estudios sobre la intendencia de Guanajuato, salvo el trabajo de Jorge Arturo Castro Rivas y Matilde Rangel López, Relación, 1998, y la tesis de Gabriela García Romero, Organización, 1972. Estos trabajos abonan poco a la gestión de Amat de Tortosa, y en la página 19 del texto de Castro y Rangel se puede leer: “A pesar de algunas opiniones favorables que sobre el ejercicio del señor Amat de Tortosa hacen algunos de sus contemporáneos se observa, en el análisis de la documentación respectiva, que fue muy limitado y que no aportó ninguna novedad en el gobierno y dirección de la Provincia” (cursivas de las autoras). Por su parte, Da-
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
poco tiempo para ejercer sus funciones, postura hacia la que nos inclinamos más.3 A lo anterior se debe agregar que quien lo sucedió, Juan Antonio Riaño y Bárcena (1792-1810), se convirtió en uno de los intendentes más destacados de la Nueva España, conocido por la aplicación de una importante serie de reformas, tanto en su primer destino en Valladolid,4 como posteriormente en Guanajuato, por lo que ha opacado aún más la figura de su antecesor en esta última intendencia. No obstante, un análisis más puntual de la documentación nos permite hacer varias precisiones sobre la gestión de Andrés Amat de Tortosa, que nos llevarán a cambiar la imagen que en la historiografía ha prevalecido sobre él, al mismo tiempo que nos permite mostrar algunas de las posibles razones por las cuales se demoró en concretar el proyecto reformista en la intendencia de Guanajuato. En primer lugar, debemos considerar su desconocimiento de la jurisdicción de la intendencia, así como la difícil inserción en la sociedad local, asuntos que provocaron resistencia de la población a una nueva autoridad que contaba con amplias competencias. Si bien, esto es algo a lo que se enfrentó la gran mayoría de los intendentes, la reacción de cada uno de ellos fue distinta; en el caso de Amat, como trataremos de demostrar, actuó con mucha cautela al emprender reformas. En segundo lugar, a lo anterior se suma algo aparentemente intrascendente, pero fundamental para la implantación de la nueva estructura y su puntual funcionamiento: Amat de Tortosa se quejaba de no contar con ejemplares de la Real Ordenanza de Intendentes para distribuirlas en los diferentes funcionarios, por lo que se vio obligado vid Brading tampoco aporta mucho a la gestión de este intendente (Brading, Mineros, 1983). 3
Caño, Guanajuato, 2011, p. 200. También es importante señalar que sobre Amat de Tortosa se dan algunas referencias más puntuales en Rodríguez Frausto, Guía, 1965, aunque por supuesto son más enriquecedoras las notas de este autor que resguarda el Archivo Histórico de Guanajuato (AHG), Notas biográficas y referencias documentales sobre Andrés Amat de Tortosa, 15 hojas. Se trata de notas sobre documentos resguardados en el AGN y en el propio AHG. 4
Al respecto, véase Cáceres, Intendencia, 2011, donde se hace un análisis más puntual de la gestión de Juan Antonio Riaño en los primeros tres capítulos.
a elaborar algunas instrucciones con los artículos más importantes para que cumplieran con sus tareas, sobre todo en lo que correspondía al ramo de Hacienda. En tercer lugar, debemos considerar la tardía llegada de su asesor ordinario y teniente letrado, la cual se produjo hasta mayo de 1789, por lo que el intendente debió atender por sí solo una gran cantidad de asuntos; esta situación le restó tiempo para realizar sus funciones. A pesar de todo lo anterior, consideramos que en dos años y medio Amat de Tortosa trabajó con ahínco al menos en dos aspectos fundamentales para el tema de recaudación: cumplir con los objetivos del reformismo planteado en la Real Ordenanza de Intendentes que era la reestructuración del territorio de la intendencia (con la sustitución de alcaldías mayores por subdelegaciones), y poner al día el ramo de Hacienda. Debemos señalar que esto último le mereció un reconocimiento por parte del monarca. No obstante y aunque no desatendió otros asuntos, su temprana enfermedad trucó su gestión en el proyecto reformista en Guanajuato. En todo caso, podemos decir que el intendente trató de avanzar sobre pasos firmes en medio de las problemáticas locales y un ambiente de desconfianza mutua, al mismo tiempo que intentaba defender sus “derechos” dentro del Cuerpo de Ingenieros, del que se le quiso separar luego de que obtuvo el cargo administrativo. Es importante señalar que lejos de ser una figura “gris y limitada”, como ha señalado la historiografía, Amat de Tortosa contaba con una amplia experiencia y conocimientos para llevar a cabo las reformas esperadas por la monarquía, y que su nombramiento para esta intendencia no fue casual. Como veremos más adelante, su perfil de ingeniero militar fue crucial en su nombramiento para esta jurisdicción, además, por supuesto, de sus vínculos con los Gálvez. Por todo ello, consideramos que es necesaria una nueva mirada a la gestión de este personaje en la intendencia de Guanajuato, que nos ayude a repensar sus aportes y proyectos en medio de las problemáticas que encontró a su llegada, labor que fue interrumpida por su enfermedad. Por otra parte, este trabajo también nos permitirá analizar un pro-
25
26
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
ceso trascendental que se vivió en la mayor parte de los territorios de América: el establecimiento de las intendencias, las relaciones de sus titulares con las élites locales y, en términos generales, los retos a los que se enfrentaron estos nuevos funcionarios para emprender un proyecto reformista sumamente criticado en América, y por eso mismo con grandes dificultades para su ejecución. De ahí la relevancia de analizar las gestiones de los primeros intendentes.
La experiencia adquirida Originario de Andalucía,5 al momento de su nombramiento como intendente de Guanajuato, Andrés Amat de Tortosa tenía una importante experiencia que había adquirido en su paso por Orán, Melilla, Almería, Cádiz y, sobre todo, en Canarias. En esta última permaneció doce años y fue destinado al frente de la Comandancia de Fortificaciones y Reales Obras.6 Como sabemos, el archipiélago canario era un punto estratégico para el vínculo entre la península española y América y, por eso mismo, constantemente se encontraba amenazado por otras monarquías y por las incursiones de piratas. No obstante lo anterior, fue hasta el reinado de Carlos III que se tomaron ciertas medidas para tratar de contrarrestar la vulnerabilidad en la que se encontraba; por ello se tomó la decisión de fortificarla y establecer una comandancia adscrita al Cuerpo de Ingenieros del Ejército español, al frente de la cual estaría un militar con el grado de teniente coronel. Así, por las necesidades de defensa, Canarias fue foco de atracción de individuos con una formación de ingeniero militar que, “por su experiencia o su rango [...] se constituyó en una figura clave del periodo posilustrado[,] que lo mismo instruía a la dirección de una obra de equipamiento urbano, emitía informes sobre Bellas Artes o se erguía en adalid del periodismo
5
González, “Documento”, 2006-2007, p. 163.
6
Hernández, “Andrés”, 1992, p. 54.
impreso”.7 Una de esas figuras fue Andrés Amat de Tortosa, quien no sólo realizó una importante labor como ingeniero, sino que “supo impulsar la vida cultural del archipiélago”. Andrés Amat de Tortosa llegó a Canarias en 1775; en ese momento era capitán de infantería e ingeniero ordinario de los Reales Ejércitos y Fronteras de su Majestad. Canarias era gobernada por Matías de Gálvez, quien abandonó el cargo en 1777 para trasladarse a América,8 y fue sustituido por Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte; con ambos personajes, Amat de Tortosa mantuvo una estrecha relación, como se tratará en próximas líneas. Aunque tuvo injerencia en actividades de las diferentes islas Canarias, Amat de Tortosa se instaló en Tenerife. Entre sus principales tareas tuvo la elaboración de diversos mapas (ya había elaborado mapas en Orán) y el Plan político de la población de las islas Canarias, con sus cosechas y ganados.9 Asimismo, culminó diferentes obras que ya se habían iniciado, principalmente de instalaciones portuarias, como la de Santa Cruz de Tenerife, y un “paseo” que se conoció como la Alameda de la Marina. En estas tareas contó con un amplio apoyo del marqués de Branciforte.10 Una tarea de gran importancia que realizó Amat de Tortosa en Canarias fue el reclutamiento de hombres para el Batallón de Infantería de La Luisiana, solicitada por Bernardo de Gálvez, en ese momento gobernador de esta jurisdicción. Inicial7
Hernández, “Andrés”, 1992, p. 53.
8
Primero como inspector general de las Tropas y Milicias de Guatemala y presidente de la Real Audiencia de Guatemala y, posteriormente, como virrey de Nueva España (1783-1784). 9
Plan Militar y Político de las Yslas de Canarias, en que se manifiesta sus actuales Poblaciones, Montes, Pilas, Vecindario, Número de Almas, Eclesiásticos, Fuerzas Militares, Cosechas, Ganados, y otras cosas, con una breve descripción de ellas, deducido todo del reconocimiento y visita practicada en el año de 1776: Coordinado con el fundamento de estas noticias, y otras históricas. Por el Teniente Coronel e Ingeniero en Segunda de los Rs. Extos. D. Andrés Amat de Tortosa, encargado de la Dirección y Comandancia de Fortificaciones, y Rs. Obras de las expresadas Yslas. Año de 1779 (firmado en 1781) (Capel, “Ingenieros”, 2001, pp. 13-54). 10
Fraga, “Ingenieros”, 1992, pp. 925-937.
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
mente, el proyecto había sido encargado a Matías de Gálvez (padre de Bernardo), pero su traslado a América en 1777 lo llevó a proponer a Amat para continuar con la tarea de reclutar 700 soldados. Se trataba de un proyecto sumamente interesante, pues además de ser un claro “trasvase de población” para pacificar la zona, que había estado en manos francesas, se trataba de un proyecto de colonización mediante el cual se buscaba implantar hábitos españoles, por lo que se recurrió a familias completas y jóvenes a las que se concederían toda clase de facilidades (pasaje, tierras útiles, etcétera).11 Este proyecto significó un gran reto para Amat de Tortosa, pues no estuvo exento de dificultades, en gran medida por la inicial oposición del cabildo canario, pero también por los inconvenientes de reclutar hombres de las diferentes islas. No obstante lo anterior, a mediados de 1779 había podido concluirlo de manera exitosa: se trasladó a La Luisiana a 700 soldados, que con sus respectivas familias sumaron un total de 2 373 personas.12 Además de sus labores ingeniero-militares, Amat de Tortosa contribuyó al ambiente ilustrado de la zona. Sus inquietudes en este ámbito ya se habían manifestado en años anteriores, cuando en 1768 redactó la Disertación sobre la antigüedad del Cuerpo de Ingenieros, dirigida al ingeniero general Felipe de Gazola, conde de Gasola, fundador del Real Colegio en el Alcázar de Segovia, para la preparación de oficiales del arma de Artillería. En esta disertación destacaban los servicios que los ingenieros habían prestado a la Corona desde el siglo xvi, además de valorar sus conocimientos técnicos. En esa línea, Amat recalcaba que su importancia se
11 12
Molina, “Participación”, 1982, p. 135.
La situación de estas familias en La Luisiana no siempre fue afortunada, pero lo que se destaca es la labor de Amat de Tortosa para cumplir con la disposición del monarca, sobre todo considerando que Canarias venía saliendo de “unos años calamitosos” de sequías y falta de cosechas; aunque es probable que esta situación hubiese animado a los habitantes a buscar un mejor destino en América. También es importante mencionar la constante comunicación que estableció Amat de Tortosa con Matías de Gálvez para la culminación de este proyecto (Molina, “Participación”, 1982, pp. 135-158).
evidenciaba con el hecho mismo de que su nombramiento estuviese firmado por el rey.13 Posteriormente, durante su estancia en Canarias, en 1782 se integró a la Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna; esto fue gracias al apoyo del marqués de Branciforte, presidente de la misma. El interés de Amat de Tortosa por la difusión del conocimiento rendiría mayores frutos en 1785 con la publicación de El Semanario Misceláneo Enciclopédico Elemental ó Rudimentos de Artes y Ciencias,14 impreso en los talleres de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Laguna, del que ya era socio. Su primer número data de 1785 y el último de 1787, interrumpido por su traslado a Nueva España con el nombramiento de intendente de Guanajuato. Si bien pretendía que la publicación fuera semanal, al parecer sólo salieron a la luz once números, y llegó a contar con 111 suscriptores, entre quienes, por supuesto, se encontraba el propio marqués de Branciforte. En El Semanario, Amat se ocupaba de ciencias, artes y de noticias históricas de las islas; le interesaba instruir a los niños y niñas en las primeras letras, los principios de religión y matemáticas. Según se enunciaba en el primer número, la idea de iniciar esta obra era para “poner en orden los apuntes sobre varias materias de erudición que en diversas Misceláneas conservo, y aun de algunas particularidades de estas islas”, que con toda seguridad había adquirido durante la elaboración del Plan político de la población de las islas Canarias, con sus cosechas y ganados.
13
Al parecer, el motivo que lo llevó a redactar esta disertación fue una noticia que apareció en la Guía de Forasteros de Madrid, donde se atribuía al cuerpo de ingenieros la fundación en 1710 (Capel, Sánchez y Moncada, Palas, 1988, p. 354; Capel, “Ingenieros ”, 2001, “Ingenieros”, pp. 13-54; Fraga,1992). 14
Semanario Misceláneo Enciclopédico Elemental, o Rudimentos de Ciencias y Artes, adoptado en lo Militar al local de las Islas Canarias, con su descripción, conquista, y otras noticias históricas y memorables, así de los Generales, Obispos y demás Magistrados que hay, y ha habido en ellas, como de los Títulos, Casas y Personas Ilustres en Armas, Letras y Virtud, recopilado todo de los mejores Autores, y dispuesto en Obra Periódica, Por el Teniente-Coronal d. Andrés Amat de Tortosa, Comandante de Ingenieros en esta Provincia y Socio de Mérito de la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife (Citado en Hernández, “Andrés ”, 1992, p. 61).
27
28
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
Además de los temas mencionados, mostraba una especial preocupación porque los coroneles y oficiales de milicias adquirieran amplios conocimientos, aquéllos que: [...] por pura aplicación se hallan ilustrados en las Reglas generales de Ataque y Defensa; pero como no todas son adaptables a este local, encontrarán en la serie de esta obra lo más esencial que les facilite dirigir, disciplinar, atrincherar y defender los pequeños Puestos y Desembarcos, etc., recopiladas por las principales funciones de un Gobernador.15
También es de resaltar que en el tercer número de El Semanario planteara una distinción entre las artes liberales y las mecánicas o serviles, lo cual, consideramos, nos habla mucho del interés de Amat por el conocimiento, así como por su difusión o aplicación: […] en las primeras [artes liberales] prevalece el entendimiento y se incluye la Teología, Matemáticas, Filosofía, Leyes, Medicina, Retórica, Gramática y Poesía. Al referirse a las otras [mecánicas], se indica que en ellas interviene más el cuerpo que el discurso y el ingenio, pero que no son infames. Además se diferencia entre Arte, Ciencia y Oficio.16
Andrés Amat de Tortosa aseguraba que le interesaba el fomento de la industria, la agricultura, la filosofía, la jurisprudencia y la literatura. Lo interesante de todo ello es que ofrecía continuar con esta obra en Guanajuato, y señalaba que la remitiría sin costo “a los Caballeros suscritores, formando antes una lista de los que han satisfecho la subscición”.17 No tenemos noticia de que siquiera hubiese iniciado este proyecto en Guanajuato, pero nos parece que lo señalado anteriormente nos da suficientes ele15
Amat de Tortosa, “Idea de la obra”, Semanario, citado en Hernández, “Andrés”, 1992, p. 61. Este autor reproduce la parte completa de la “Idea de la obra” de este Semanario, que aparece en el número 1. 16
Fraga, “Ingenieros ”, 1992, pp. 930-931.
17
Izquierdo y Azcárate, “Papel”, citado en Hernández, “Andrés”, 1992, pp. 58-60.
mentos para mostrar que el primer intendente de Guanajuato era un personaje ilustrado y con una amplia experiencia en diferentes ámbitos. El aspecto militar era importante, como lo fue en la mayoría de los intendentes, pero este personaje además estaba formado en ingeniería, un aspecto que, como se verá más adelante, fue tomado en cuenta en el nombramiento de intendentes para zonas estratégicas de América, como lo era Guanajuato. Por otra parte, debemos destacar su vinculación con la familia Gálvez —como la tuvieron la mayoría de los primeros intendentes—; de manera personal y directa con Martín (primero gobernador de Guatemala y luego virrey de Nueva España), y por correspondencia con Bernardo (gobernador de La Luisiana), y no podemos dejar de mencionar que recibió el nombramiento de José de Gálvez, posiblemente a sugerencia de su hermano o su sobrino. De esta manera, los conocimientos y experiencia de Andrés Amat de Tortosa, así como el vínculo con los Gálvez, lo hacían un personaje ideal para estar al frente de una de las intendencias más importantes de Nueva España. De manera concreta, se decía que había sido elegido “por su acreditada inteligencia, pureza y talentos”.18
El nuevo destino y su inserción en la sociedad guanajuatense En febrero de 1787, Andrés Amat de Tortosa recibió un oficio mediante el cual se le informaba su nombramiento como intendente de Guanajuato en la Nueva España.19 Es probable que esta noticia le tomara por sorpresa porque, como él mismo señalaría más adelante, no se trataba de un cargo que hubiese solicitado. Esto nos parece significativo debido a las
18 AGS, SGU, leg. 7237,4, Opciones a ascensos, de oficiales en comisión, 1789-1790, 1 de abril de 1789. Así lo señala en el expediente que promovía un ascenso en 1789. 19 AGS, Secretaría del Despacho de Guerra, leg. 6946,22. 1787, Andrés Amat de Tortosa agradece el nombramiento de intendente de Guanajuato, pero expresa la corta cantidad que tiene para embarcarse a su nuevo destino.
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
características que normalmente acompañaron a los intendentes nombrados para América, al menos a los primeros. Diversos estudios han demostrado que el perfil militar fue privilegiado para estos nuevos funcionarios,20 pero en el caso de Amat, como el de algunos más con destinos claves en América, se trataba de ingenieros militares. Individuos con esta formación obtuvieron sus cargos de gobierno directamente del rey (y a propuesta de José de Gálvez), como los de La Guaira, Margarita, Guayana, Valdivia y San Juan de Ulúa, quienes: [...] en atención a sus conocimientos facultativos para fomentar aquellas provincias, [deben continuar] dedicados a este objeto, y deben poner en práctica respectivamente los reconocimientos prevenidos en las ordenanzas de intendentes para el levantamiento de mapas, formación de canales, construcción de edificios arreglados a la buena arquitectura, y apertura de caminos donde se necesiten, cuyas operaciones son propias del instituto de ingenieros.21
Se trataba de destinos de vital importancia para la Monarquía, por su ubicación de frontera estratégica, por la necesidad que se tenían de concretar fortificaciones de defensa, o bien, como creemos que sucedió en el caso de Guanajuato, por la necesidad de realizar diversas obras urgentes, debido a los problemas de inundación que constantemente padecía, y otro tipo de problemas estructurales que probablemente impedían un desarrollo más importante de la zona. Esto último no fue sólo un problema de Guanajuato, consideramos que la importancia minera de esta zona hacía necesaria la presencia de un individuo con suficientes conocimientos de ingeniería para contribuir a la prosperidad del lugar, que beneficiaría directamente a la Corona. Y debido a la importancia que estos individuos tendrían para cumplir esos objetivos, se consideraba la posibilidad de que estuvieran al frente de sus jurisdicciones 20 21
Pietschmann, Reformas, 1996; Navarro, Reformas, 1995.
AGS, SGU, leg. 7237,4, Opciones a ascensos de oficiales en comisión, 1789-1790, 15 de julio de 1789.
por un tiempo más prolongado. En ese sentido, al referirse a intendentes con este perfil, se concluía diciendo: “por cuya inteligencia, desinterés y conocida aptitud los destinó SM por comisión a los dichos gobiernos sin tiempo limitado para correr con la construcción de aquellas fortificaciones”.22 Una vez recibida la notificación de nombramiento, Andrés Amat de Tortosa realizó las gestiones para emprender el viaje a Nueva España, algo que no resultaba fácil, y así lo expresó al marqués de Sonora (¿ José de Gálves y Gallardo?) a principios de julio de 1787, con oficio mediante el cual solicitaba un apoyo para su traslado y el de su “dilatada” familia, pues tenía siete hijos. Señalaba que en esos momentos había satisfecho 500 pesos, pero debía entregar los 1 500 pesos restantes que costaba el viaje al desembarcar en el puerto de Veracruz.23 No tenemos noticia de que hubiese recibido esa ayuda, pero todo parece indicar que su petición no fue atendida, pues unos meses después de haber llegado a Guanajuato, en mayo de 1788, envió la cantidad de 3 383 pesos fuertes (más de lo que supuestamente costaba el viaje), por los cuales había otorgado “escritura de riesgo” a don Miguel Bosq, vecino y del comercio de Santa Cruz de Tenerife, el 13 de julio de 1787, para habilitar su viaje a Guanajuato. Señalamos esto porque es importante considerar las condiciones en las que este individuo llegó a la ciudad para ocupar su cargo, quizá como muchos otros funcionarios de diferentes jerarquías: endeudados, y que en no pocas ocasiones resultó un elemento más a considerar en su desempeño o en las acciones que llevarían a cabo una vez en América. En el caso de Amat de Tortosa, esa cantidad representaba poco más de la mitad de su sueldo, que ascendía a 22
AGS, SGU, leg. 7237,4. Notas a la resolución de la solicitud de Andrés Amat de Tortosa, intendente de Guanajuato, para que se le considere en los ascensos del cuerpo de Ingeniería (28 de julio de 1789). En la última foja de este expediente se encuentra la lista de los siete ingenieros que sirven en América por comisión. Cursivas de las autoras. 23
AGS, SGU, leg. 6946,22. Andrés Amat de Tortosa agradece el nombramiento de intendente de Guanajuato, pero expresa la corta cantidad que tiene para embarcarse a su nuevo destino.
29
30
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
6 000 pesos, y en la escritura mencionada justamente quedaba asentado que dejaba hipotecado su sueldo. Hasta estos momentos desconocemos si se emprendió algún juicio contra Amat de Tortosa como intendente de Guanajuato por haberse enriquecido con su cargo o algo parecido,24 pero tampoco tenemos certeza de cómo obtuvo la suma que le permitió liquidar su deuda a los pocos meses de su llegada, aunque sabemos que en marzo de ese año, luego del denuncio de una mina, José Cabrera, vecino del Real de Santa Rosa, hizo una donación a la esposa del intendente de tres barras, cuyo valor y estimación “no excede de los quinientos sueldos áureos que el derecho dispone sean las donaciones”.25 Quizá también en parte por estos adeudos es que en 1789 el intendente defendió con tanto ahínco su adscripción al Cuerpo de Ingenieros y buscara un ascenso dentro de esta corporación, situación que desencadenó una discusión entre este Cuerpo, Amat de Tortosa y la Corona. El Cuerpo de Ingenieros consideraba que al pasar con el cargo de intendente, Amat automáticamente sería separado de ese Cuerpo. Por su parte, Amat juzgaba que no sólo no se le debía separar, sino tenía que ser beneficiado con ascensos, por sus 34 años de servicio, pero, sobre todo, porque aseguraba que él no había solicitado la intendencia de Guanajuato, sino que había sido nombrado directamente por el rey y que, en este caso, se le debía considerar como una “mera comisión”. Luego de un intercambio de opiniones y análisis de su caso y del de otros funcionarios en situación similar, la Corona resolvió a favor de Amat de Tortosa, quien fue elevado al grado de ingeniero en jefe. Esta dis24 AGS, SGU, leg. 6916,77, Que d. Andrés Amat de Tortosa, intendente jubilado de Nueva España satisfaga al Regimiento fijo en que quedó alcanzado. Se dictó una real orden para que Amat de Tortosa pagara un supuesto adeudo de 231 pesos, 5 reales y 19 maravedíes que tenía de la comisión que tuvo para reclutar gente en Canarias para trasladarla a La Luisiana. Esta orden se dictó en 1792, cuando Amat ya había recibido la jubilación. 25
AHG, Protocolos de Minas, libro 17, 3 de marzo de 1788, Donación de tres barras de mina a Eufrasia Gutiérrez del Mazo, esposa legítima del Sr. d. Andrés Amat de Tortosa.
cusión tuvo lugar entre abril de 1789 y enero de 1790.26 El intendente de Guanajuato tomó posesión de su cargo el 24 de noviembre de 1787, aunque su recepción oficial tuvo lugar el 18 de diciembre de 1787.27 Si bien, se realizaron los actos protocolarios acostumbrados en la llegada de una autoridad, hacerse respetar y ejercer sus funciones era otra cosa, más aún cuando venía a poner en ejecución una serie de reformas y tenía bajo su jurisdicción las cuatro causas: Justicia, Policía, Hacienda y Guerra.28 Esto implica que, entre otras cosas, se encargaría de presidir los cabildos, especialmente el de la capital, al ser su lugar de residencia; debía crear, a partir de las alcaldías mayores, las subdelegaciones y nombrar subdelegados encargados de impartir justicia, poner al día el cobro de los tributos, vigilar la administración financiera y conservar el orden público. Además, por supuesto, de arreglar el ramo de Hacienda, uno de los temas más espinosos, y más aún en una intendencia con una enorme riqueza, pero que estaba retrasada en la recaudación. Así lo muestra una orden recibida por Amat de Tortosa a principios de enero de 1788, donde se le pedía promover la cobranza de los rezagos de la Real Caja, que sumaban 27 205 pesos, 6 reales y 6 gramos, y la de varios deudores que ascendían a 77 532 pesos, 1 real.29 Estas atribuciones no pocas veces generaron fricciones con diferentes autoridades locales, y se manifestaron de diferentes maneras, como sucedió a finales de 1788, cuando el intendente se quejaba ante el asesor general “de la falta de atención que le ha tenido el capitán d. Joseph Fernández Molina en 26 AGS, SGU, leg. 7237,4. Andrés Amat de Tortosa, sobre subsistir en el Cuerpo de Ingenieros, 1789-1790. No obstante, su enfermedad y jubilación fue aprovechada por el Cuerpo de Ingenieros para solicitar su separación de esta corporación, y en esta ocasión lograron su objetivo (AGS, SGU, leg. 7237,50, Andrés Amat de Tortosa, sobre su separación del Cuerpo de Ingenieros, 1792). 27 AHG, doc. 35.1, c. 1, R F. Notas biográficas y referencias documentales sobre Andrés Amat de Tortosa. 28
Mantilla, Diego-Fernández y Moreno, Real , 2008, p. 143.
29
AGN, Intendencias, vol. 81. Intendencia de Guanajuato, 1788. El intendente Amat de Tortosa da cuenta de haber recibido la orden de poner al día las cuentas de la Real Caja.
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
no haberle presentado el despacho de la residencia del subteniente D. Pedro Joseph Ximénez de Ocón [Alcalde mayor de San Miguel el Grande]”. La respuesta no pudo ser más ilustrativa: se le decía que estaba “muy a los inicios el establecimiento de las intendencias”, y por eso mismo no debía tolerarse una falta de esa magnitud, y que era obligación del intendente “hacerse guardar los respetos de su empleo como responsable de ellos”.30 Esta acción se sumaba a ciertas hostilidades de que fue objeto, y que se pueden percibir en algunas comunicaciones del intendente al virrey. Por ejemplo, a finales de octubre de 1788, cuando se le pedían informes sobre las subdelegaciones de la intendencia —y de las que hablaremos más adelante—, Amat de Tortosa decía con cierta desesperación “me hallo solo y con pocos de quien fiarme”.31 A casi un año de haber ocupado la intendencia, Amat no había podido ejercer sus funciones como lo esperaba, y se veía rebasado porque a esas alturas aún se encontraba sin asesor letrado, quien llegó hasta mayo de 1789.32 A estas dificultades, debe señalarse que Guanajuato, y en general el Bajío, venía saliendo de una difícil situación económica a causa de las inclemencias del tiempo, y que eventualmente habían afectado la recaudación, una de las prioridades del proyecto reformista. Guanajuato era una de las regiones más prósperas de la Nueva España por su importante producción minera, así como por el gran desarrollo que habían alcanzado la agricultura, la ganadería y el comercio, pero en el momento del establecimiento de las intendencias, las arcas de Guanajuato se encontraban desgastadas por los constantes problemas que debieron enfrentar desde 1785 por causa de las sequías y heladas. En ese momento, en varias regiones de la Nueva España aún se vivían los estragos de años
30
AGN, Intendencias, vol. 81. El intendente de Guanajuato Andrés Amat de Tortosa se queja de falta de atención hacia su persona. 31
AGI, México, vol. 1974. Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados. 32
AHG, Actas de Cabildo de 1789, 29 de mayo de 1789. El teniente letrado Pedro Joseph Soriano anuncia su llegada a Guanajuato.
de carestía, que más o menos habían iniciado con el llamado año del hambre (1785-1786), y que manifestó ciertos altibajos en las siguientes anualidades. Así, por ejemplo, en agosto de 1788 el cabildo de Guanajuato expresaba con alivio que la ciudad ya respiraba “de las calamidades y contratiempos padecidos los años anteriores por la escases de agua y la consiguiente falta de semillas y demás víveres y bastimentos necesarios para el beneficio de los metales”,33 pero en marzo de 1790, Guanajuato nuevamente presentaba un escenario de sequía, “trastornado demasiadamente el giro de las haciendas de beneficiar metales y sus minas, escaseando los víveres”.34 Estos periodos de escasez de agua se alternaron con años de lluvias torrenciales que ya habían provocado varias inundaciones en la ciudad, y que obligaban a realizar obras de mayor magnitud, y es aquí donde el ingeniero militar tenía una amplia experiencia y una enorme tarea. No obstante, las prioridades parecían ser otras, primero era indispensable afianzar la nueva institución y poner al día el ramo de Hacienda; quizá por ello sólo se buscó atender las necesidades inmediatas, como la limpia del río. A mediados de 1788 tuvo algunas comunicaciones con el virrey sobre este tema, y se autorizó iniciar con urgencia las obras correspondientes, pues ya no era tiempo de hacer la limpia “formal”.35 Veremos que en medio de esas circunstancias —que es importante señalar—, el intendente Amat de Tortosa logró aumentar la recaudación, y a escasos meses de que se retirara de sus funciones por la enfermedad, se ratificaba la conveniencia de su nombramiento, esperando continuar por un largo tiempo.
33
AHG, Actas de Cabildo, 1788, 18 de agosto. El cabildo de Guanajuato informa que ya no se padece enfermedad ni peste alguna. 34
Gazeta de México, 27 de abril de 1790. Las lluvias llegaron a mediados de junio de ese año. 35
AGN, Intendencias, vol. 81, Intendencia de Guanajuato, junio de 1788. El intendente de Guanajuato avisa al virrey que se iniciará la limpia del río Guanajuato.
31
32
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
Una gestión olvidada Señalábamos al inicio de este trabajo que si bien Amat de Tortosa estuvo tan sólo dos años y medio en el cargo (en estricto sentido, de noviembre de 1787 a mayo de 1790), durante este corto periodo se pueden identificar dos aspectos que le preocuparon sobremanera: el establecimiento de las nuevas jurisdicciones (subdelegaciones) y el ramo de Hacienda. Ambos aspectos estaban directamente relacionados y presentaron diversas complicaciones. En el primer caso, porque se trataba de nuevas jurisdicciones que venían a sustituir a las alcaldías mayores y, además, la Real Ordenanza de Intendentes abría la puerta para crear más subdelegaciones al señalar que “cada pueblo de Indios que sean Cabecera de Partido, y en que hubiese habido Teniente Gobernador, Corregidor o Alcalde Mayor, se ha de poner un subdelegado”,36 lo que evidentemente requería un conocimiento de la intendencia que para un recién llegado representaba un problema; al menos lo fue para Amat de Tortosa.37 Pero, más que la creación de subdelegaciones, quizá el gran reto inicial fue encontrar a los individuos más adecuados para estar al frente de ellas, pues serían figuras clave como autoridades intermedias entre las localidades y el intendente y, en gran medida, de ellos dependería la recaudación, así como el buen funcionamiento de la intendencia. La intendencia de Guanajuato se había creado con cinco alcaldías mayores: Guanajuato, León, Celaya, San Luis de la Paz y San Miguel el Grande. Al principio no hubo variación, estas mismas se convirtieron en subdelegaciones, y el propio Amat de Tortosa decía que había hecho pocas “novedades” en los nombramientos de subdelegados, es más, no fue raro en la Nueva España que el último alcalde mayor se convirtiera en el primer subdelegado, ya fuese porque no había terminado su periodo con el cargo anterior o porque, como sucedió con Amat 36
Artículo 12 de la Real Ordenanza de Intendentes.
37
Caso contrario al de Juan Antonio Riaño en Valladolid, pues creó una gran cantidad de subdelegaciones (Cáceres, Intendencia, 2011, p. 83).
de Tortosa, el intendente no tenía información suficiente ni de su jurisdicción ni de los individuos para nombrar a uno distinto. Hacia finales de 1787 se había solicitado a los intendentes un informe del estado de las subdelegaciones, pero el de Guanajuato se lamentaba de que aún no había podido hacer la visita a su jurisdicción para “asegurarme de todo y fijar mis propios informes con la seguridad que corresponde tomando por mí el previo conocimiento que exigen materias de tanta consideración”.38 Por esta razón no había podido elaborar el informe correspondiente, pero en esta justificación señalaba las razones por las cuales aún no nombraba subdelegados propietarios y, en términos generales, se reducían a que no conocía a los individuos. Aunque se había visto obligado a nombrar en “clase de provisional” a dos subdelegados: el de San Luis de la Paz, debido a la renuncia del anterior, y al de León, a solicitud del cabildo de esa villa por diversas disputas que se habían suscitado por la “recta administración de Justicia”. En el caso de José Joaquín Macsiel para San Luis de la Paz, señalaba que como teniente de Irapuato —cargo en el que se desempeñaba antes de su nombramiento—, este individuo había logrado el cobro de tributos a satisfacción de los ministros de la Real Hacienda, además de que se comportaba “con conducta y celo”. Por lo que se refiere a Antonio Clemente de Arostegui, que había sido alcalde mayor de Guanajuato, era “recomendable por sus circunstancias”, aunque para su nombramiento para la subdelegación de León pareció ser de mayor peso la recomendación hecha por el virrey de que “procurase colocarlo” en un destino. Con los “alcaldes mayores” de San Miguel el Grande y Celaya no había hecho cambio, y seguían encargados de las ahora subdelegaciones, a pesar de que no habían recibido las autorizaciones por reales cédulas.39 Respecto a la creación de nuevas jurisdicciones, si establecemos una comparación entre Amat 38 AGI, México, vol. 1974. Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados. 39
AGI, México, vol. 1974. Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados.
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
de Tortosa y las gestiones de Juan Antonio Riaño en Valladolid, donde éste creó una treintena de subdelegaciones —algo que, por cierto, a corto plazo generaría una serie de dificultades—,40 pudiera parecer que el primer intendente de Guanajuato mostró poco interés en esta temática. Contrario a ello, consideramos que actuó con suma cautela, y que más bien esperaba contar con mayor información, así como realizar la visita correspondiente a la intendencia para tener pormenores de primera mano. Aunque es posible que los datos con que contaba al momento de su enfermedad le hubiesen dado alguna idea de las subdelegaciones que sería importante fraccionar para crear otras, y quizá esto podría explicar que durante el interinato de Pedro Joseph Soriano se hicieran las propuestas formales encaminadas a ello.41 Una de esas propuestas fue fraccionar la subdelegación de San Miguel el Grande, creando la de Dolores —además de establecer su primer ayuntamiento.42 El primer subdelegado de Dolores, Juan de Santelices, fue nombrado el 6 de octubre de 1790 y ratificado en noviembre de 1791.43 Otro caso fue el de la subdelegación de León, dividida en Piedragorda, León y Pénjamo, que presentó una serie de dificultades por la naturaleza misma del fraccionamiento, al ser una solicitud de los vecinos de este último, quienes consideraban que el ramo de Justicia no se aplicaba de manera eficaz, además de que deseaban hacer uso de sus rentas, entre otras cosas, para construir una presa porque sufrían graves inundaciones. En ese tenor, también deseaban dejar de
40
Cáceres, Intendencia, 2011, p. 83.
41
Si bien, José Antonio Serrano señala que fueron propuestas de Amat de Tortosa, la documentación consultada nos indica que éstas fueron presentadas a partir de agosto y septiembre de 1790. En esos momentos, Pedro Joseph Soriano se encontraba como intendente interino, pues Amat de Tortosa ya había sido trasladado a la Ciudad de México para atender su enfermedad; además, las solicitudes para crear nuevas subdelegaciones están firmadas por Soriano (véase: Serrano, Jerarquía, 2011, pp. 45-46; AGN, Subdelegados 17, exp. 3, 15 de septiembre de 1790, Pedro Joseph Soriano al virrey Revillagigedo). 42 43
García, Dolores, 2010, p. 11.
AGN, Subdelegados, vol. 51, exps. 5, 1793.
abastecer de carne a la villa de León, por lo que solicitaban la definitiva separación de ésta. Los problemas del fraccionamiento continuarían hasta 1806.44 Como podemos observar, uno de los temas que está presente en el fraccionamiento de esta última subdelegación —León— es el de los recursos, y precisamente éste fue uno de los puntos fundamentales para la división de las subdelegaciones, y es una temática que está en proceso de investigación. Pero podemos observar el peso que este factor tuvo en el caso de León, y lo sería un poco después en el de Celaya, una de las subdelegaciones más ricas de la intendencia, que también se intentó fraccionar durante el interinato de Soriano, y que durante el gobierno de Riaño se llegó a proponer dividirla en cinco.45 Pero como decíamos antes, si algo caracterizó la gestión de Amat de Tortosa fue la cautela, y consideramos que por eso antes de concretar la división de la intendencia quiso poner al día el ramo de Hacienda, en tanto esto le daría mayores elementos para proponer una división más acertada de la intendencia; aunque esa tarea no lo eximiría de dificultades, porque se tocaban de manera directa los intereses económicos de las élites locales. Sin embargo, también se presentaron dificultades ajenas a esos intereses locales, como el hecho de contar sólo con una copia de la Real Ordenanza de Intendentes, situación que entorpecía su trabajo y el de los funcionarios de la intendencia. Ante esta situación, el intendente señalaba que “para cubrir mi responsabilidad en el ramo de Hacienda, he tenido que formar instrucciones comprensivas de los principales artículos de dicha ordenanza con bastante dispendio”.46 Evidentemente esto y la falta de un teniente letrado retrasaban el trabajo de Amat de Tortosa, pues además de haber dedicado tiempo a la elaboración de esas instrucciones, con toda seguridad era la persona a quien se consultaban los asuntos de todos los ramos. Si bien, el intendente tenía competencia en las cuatro causas, el teniente 44
AHML, Subdelegación, Cabildo, 1791.
45
AGI, México, vol. 1790. Expediente sobre el fraccionamiento de la subdelegación de Celaya 1803. 46
AGN, Intendencias, vol. 81, ff. 286-286v.
33
34
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
letrado era una figura fundamental al “ejercer por sí la jurisdicción contenciosa civil y criminal de la capital y su particular territorio”, y el mismo tiempo era “Asesor ordinario de todos los negocios de la Intendencia”, entendido que sería asesor “en todo lo respectivo a la Superintendencia” de la Real Hacienda.47 Si tomamos en cuenta las funciones de este funcionario, podremos darnos idea de la cantidad de tareas que debió atender Amat de Tortosa desde su llegada en noviembre de 1787, hasta mayo de 1789, cuando llegó a Guanajuato Pedro Joseph Soriano. Evidentemente, Amat trató de buscar apoyo; a pocos meses de su llegada propuso a un promotor fiscal, nombramiento que recayó en el licenciado Martín Coronel y Jorganes, abogado de la Real Audiencia de este Reino, y que en esos momentos era regidor perpetuo del ayuntamiento de Guanajuato. La elección de este individuo fue, en palabras de Amat de Tortosa, porque se había “granjeado la mayor aceptación y buen concepto, no solo en esta ciudad, sino aún en los Tribunales superiores”, además de que se había desempeñado como asesor de la Real Caja.48 Desconocemos el trabajo puntual de este individuo, pero la documentación nos indica que el intendente seguía rebasado de tareas, especialmente en materia de recaudación. Era prioritario poner al día este ramo, y uno de los temas en los que se ocupó de manera casi inmediata fue el de los tributos, por lo que pedía al virrey que le enviara “la fórmula para la elección de los sujetos que han de hacer los padrones y tasas de tributos”, y se refería de manera puntual a los registros de poblaciones como Celaya, Salvatierra y San Miguel el Grande, que contaban con un elevado número de indios. Para febrero de 1788, a unos cuantos meses de haber asumido la intendencia, ya había enviado 47
Artículo 15 de la Real Ordenanza de Intendentes. El teniente letrado supliría al intendente en caso de ausencia, enfermedad o muerte. 48 AGN, Intendencias, vol. 81, Intendencia de Guanajuato, 23 de enero de 1788. El intendente Andrés Amat de Tortosa nombra promotor fiscal de la intendencia de Guanajuato a d. Martín Coronel.
oficios a los subdelegados de esos partidos pidiendo que cumplieran de manera cabal con la recaudación de los tributos.49 Pero el ramo de Hacienda comprendía muchas aristas, por lo que el intendente requería la colaboración de diversos funcionarios, y he ahí los problemas, pues si bien algunos eran nombrados por él (los subdelegados)50 y otros por la Corona, para apoyar directamente a la intendencia (teniente letrado, ministros de Real Hacienda), Amat de Tortosa también dependía de otros funcionarios arraigados en la zona, o de corporaciones como los cabildos. Éstos verían trastocados sus intereses pues, entre otras cosas, el intendente venía a poner al día los ingresos de la Real Hacienda, solicitaba cuentas de los ingresos y egresos de los ayuntamientos, etcétera, por lo que debió trabajar en la negociación. Un ejemplo de ello pudo ser el nombramiento de Martín Coronel, como mencionamos arriba. Pero establecer redes de colaboración llevaba su tiempo, y a casi un año de su llegada a Guanajuato, las cosas no parecían ir bien a este intendente; en octubre de 1788, atendiendo la orden del virrey de informar el estado de las subdelegaciones, Amat de Tortosa decía: […] me hallo solo y con pocos de quien fiarme para el cúmulo de asuntos, queda de si esta provincia y numerosa desquadernada [sic] populación, no solo en los ramos de Real Hacienda, sino también en lo judicial y continuas rencillas de estas gentes, acostumbradas a vivir siempre engreídos en la soberbia de su
49
Falcón, Guanajuato, 1998, pp. 98-99. Un tema aparte pudo ser la recaudación de tributos en la capital de la intendencia, pues de acuerdo con los estudios de Margarita Villalba, hubo resistencia de los propios dueños de las minas para hacer los padrones y para que se pagara, en gran medida porque ahuyentaba a los trabajadores, por lo que a partir de 1772 la Diputación Minera cubría el monto anual del tributo (véase: Villalba, “Trabajo”, 2013, pp. 47-53). 50 Inicialmente, los intendentes debían nombrar a los subdelegados, por Real Orden de 19 de enero de 1792 se revocaba esa facultad, y se establecía “se previene [a los intendentes que] hagan la propuesta en terna a los virreyes o presidentes, y éstos elijan de ellos, o fuera de ellos, y se de cuanta al rey para su aprobación”. En ambos casos debía tenerse la ratificación del rey. Cuando se hizo esta precisión Amat de Tortosa ya no era intendente de Guanajuato (véase: Mantilla, Diego-Fernández y Moreno, Real, 2008, p. 151).
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
dinero, en el tiempo que se me prefija por la superior, daré puntual cumplimiento del informe que se me pide [...]51
El intendente hacía énfasis en el desorden administrativo que reinaba, así como en la inseguridad que se vivía en esta ciudad, por lo que se veía impedido de dar la información solicitada, no sólo por el evidente poco apoyo de la población local, sino porque, aseguraba, “aquí se acostumbra darse pocos exactos y desfigurar la verdad a corta distancia”.52 A lo anterior, se agregaba el hecho de que aún no llegaba el teniente letrado que habría de apoyarlo en las labores de la intendencia, y esto, entre otras cosas, le había impedido hacer la visita a su jurisdicción para conocerla mejor. Recordemos que Amat de Tortosa había escrito Plan político de la población de las islas Canarias, con sus cosechas y ganados, que consideramos le dio información para su Semanario, proyecto que pretendía continuar en Guanajuato. Por ello, no dudamos que estaba más que interesado en realizar la visita de su jurisdicción, más aún cuando así lo establecía la Real Ordenanza de Intendentes.53 No obstante lo anterior, Amat de Tortosa logró recabar información necesaria sobre la administración de la renta de tabacos y sus alcabalatorios de 1788, tarea que en gran medida dependió del apoyo de los subdelegados, funcionarios que él mismo había nombrado, aun cuando fuese en calidad de provisionales.54 El detalle de la información nos permite ver los ingresos y gastos de la administración; por lo que corresponde al tabaco, envió información de Guanajuato, San Miguel el Grande, San Luis 51
AGI, México, vol. 1974. Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados. La información que se le pedía era sobre el estado de las subdelegaciones y los subdelegados nombrados; de ello se hablará más adelante. 52
AGI, México, vol. 1974. Testimonio de las contestaciones de los señores intendentes a la circular de subdelegados. 53 54
Artículo 26 de la Real Ordenanza de Intendentes.
AGI, México, vol. 1880. “Estado que manifiesta las administraciones de la renta de tabacos que se hallan en el distrito de la Intendencia de Santa Fe de Guanajuato por cuenta de la Real Hacienda y su producto total de consumos desde el 1º de enero hasta 31 de diciembre de 1788”.
de la Paz, Celaya, Yuririapúndaro, León y Salamanca. Sobre el alcabalatorio se muestra información de Guanajuato, San Miguel el Grande, Celaya, Acámbaro, León y Salamanca. Se aclaraba que estos dos últimos habían mostrado una disminución en 1788, porque en algunas partes de sus jurisdicciones aún estaban presentes “las calamidades”. En términos generales, las cifras mostraron un aumento considerable, tanto que le valió el reconocimiento del monarca a través del secretario de Estado, D. Antonio Valdez y Bazan, quien expresaba su confianza de que así, como estos dos ramos “los demás llegarían a ponerse en el estado más floreciente”.55 El buen estado que manifestaron estos ingresos, a pesar de los efectos que aún se observaban de la crisis provocada por la sequía, nos hace suponer que el intendente pudo poner al corriente rezagos o “arreglar” parte de lo que decía ser una mala administración. Otro tema fundamental para la Real Hacienda era la minería, como sabemos, uno de los ramos que producía más ingresos en esta zona.56 Desde 1788 encontramos correspondencia entre el intendente y el virrey sobre diversas materias relacionadas con este ramo, como la orden de realizar experimentos con cobre y estaño. Sobre este último, se solicitaba al intendente un mayor refinamiento en su extracción, así como también información sobre la cantidad de minas de este mineral existente en la jurisdicción de la intendencia. Asimismo, se daba noticia de la llegada 55
Eufrasia Gutiérrez del Mazo menciona una comunicación fechada en Aranjuez el 20 de mayo de 1789, mediante la cual el Secretario de Estado “le manifiesta quedar V majestad enterado con satisfacción de ese particular servicio en Guanajuato”. AGI, México, vol. 1881, “Solicitud de pensión de doña Eufrasia Gutiérrez del Mazo, esposa del coronel Ingeniero en Jefe, intendente corregidor de la provincia de Guanajuato, D. Andrés Amat de Tortosa, escribe los méritos de su esposo, 8 de abril de 1791”. Por su parte, Cáceres, al establecer comparaciones entre la administración de Amat en Guanajuato y Riaño en Valladolid, señala que este último había pasado a una intendencia que en el quinquenio de 1788 a 1792 superaron en recaudos fiscales los seis y medio millones de pesos, “cinco veces más de lo que había representado para el fisco su gobierno en Valladolid”; si bien es una valoración del quinquenio, y Amat gobernó en estricto sentido la mitad de ese tiempo, es claro que éste sentó las bases para los buenos resultados que se dieron en este ramo (véase: Cáceres, Intendencia, 2011, p. 85). 56
Villalba, “Trabajo”, 2013, pp. 42-45.
35
36
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
de tres profesores y ocho facultativos prácticos y operarios alemanes, con experiencia en Dresde y varios lugares de Sajonia y Alemania; de todos ellos, se enviaron a Guanajuato a Francisco Fischer con los operarios Samuel Schroeder, Juan Cristobal Schroeder y Carlos Gottlieb Schroeder. Con ello se buscaba el “beneficio y adelantamiento de las minas”.57 Y fue justamente atendiendo un asunto vinculado con la minería cuando el intendente cayó enfermo. Se trató de una visita a las minas de azogue que se encontraban en San Luis de la Paz, a la que iba acompañado, entre otros, de uno de los mineros recién llegados, Francisco Fisher. Salieron de la ciudad de Guanajuato a principios de mayo de 1790, pasaron por San Felipe, Dolores y San Luis de la Paz, con lo que podría ser su primera visita a la intendencia. Fue en este último lugar donde se dio el incidente del intento de suicidio. Luego de su recuperación de esta herida, fue trasladado a la Ciudad de México y ya no volvería a Guanajuato, por lo que Pedro Joseph Soriano asumiría interinamente el mando de la intendencia, desde junio de 1790 hasta la llegada de Juan Antonio Riaño, a finales de enero de 1792. Andrés Amat de Tortosa moriría en la Ciudad de México en 1793.
Reflexiones finales En abril de 1791, estando en la Ciudad de México, Eufrasia Gutiérrez del Mazo dirigió un oficio al rey para exponer la difícil situación en que se encontraba su familia a causa de la enfermedad de su esposo Andrés Amat de Tortosa. Como sucedía en estos casos, hizo una relación de méritos del intendente de Guanajuato, para luego solicitar una pensión, además de pedir que se le trasladara a la península por cuenta de la Real Hacienda porque no contaba con recurso alguno pues, aseguraba, su esposo siempre había servido “con rectitud de intención y absoluta abstracción de débiles intereses, [y] jamás contó 57
AGN, Intendencias, vol. 81. Intendencia de Guanajuato, octubre de 1788. Diversas comunicaciones entre el intendente Andrés Amat de Tortosa y el virrey.
con más del sueldo señalado para nuestro alimento por la benignidad augusta”.58 Este documento nos ha ayudado a plantear algunos de los aportes que realizó Amat de Tortosa a la intendencia de Guanajuato, así como a conocer la larga trayectoria de este personaje, que nos alejan de las interpretaciones sobre su paso, casi sin ruido, por esta intendencia, y que, con otras fuentes, nos ha ayudado a saber algunas de las razones por las cuales no pudo concretar varias de las reformas que como intendente era responsable, a pesar de que trabajó de manera ardua para lograrlo. Como hemos intentado demostrar en este artículo, Amat de Tortosa era una persona con amplia experiencia en diversas materias, pero se enfrentó a una serie de circunstancias que retrasaron varias de sus funciones, y que deben tomarse en cuenta al analizar su gestión, así como el de otros intendentes, pues en términos generales se enfrentaron a problemas similares, y el éxito de su gobierno en gran medida dependió de su habilidad para manejarlos. En el caso concreto del intendente de Guanajuato, el primer punto que debe considerarse es el corto periodo de tiempo que se mantuvo al frente de la jurisdicción, que consideramos fue una de las razones que le impidió tejer redes de colaboración más sólidas, un aspecto fundamental para implementar las reformas. Esto se percibe a partir de los comunicados que intercambió con las autoridades: al señalar que no confiaba en nadie y al hablar del desorden administrativo que reinaba en la intendencia, aunque es probable que este último asunto más bien se tratara de una manera como las élites locales se resistían al proyecto reformista y no proporcionaban la información que requería el intendente. Un segundo punto a considerar es la tardía llegada del teniente letrado, que obligó a Amat de Tortosa a atender todos los asuntos de la intendencia, y 58
AGI, México, vol. 1881, 8 de abril de 1791. Solicitud de pensión de doña Eufrasia Gutiérrez del Mazo, esposa del coronel Ingeniero en Jefe, intendente corregidor de la provincia de Guanajuato, D. Andrés Amat de Tortosa. La esposa de Amat de Tortosa era hermana de Ramón Gutiérrez del Mazo, un individuo que unos años más tarde se convertiría en intendente corregidor de la provincia de México.
Para recuperar una gestión olvidada: Andrés Amat de Tortosa
que, por ejemplo, lo llevaron a ausentarse en varias ocasiones de las sesiones del cabildo de Guanajuato, como lo muestran las actas de sesiones de los años que Amat de Tortosa estuvo al frente de la intendencia. Las fuentes nos indican que buscó apoyo en los habitantes locales, quizá también como una medida para establecer redes de colaboración; incluso, su esposa señalaba que el intendente debió nombrar a varios “dependientes” por voluntad propia, y que incluso lo pagaba de su sueldo.59 Pero parece que no lo apoyaron como se debiera. Finalmente, es importante mencionar los diferentes frentes que tuvo que atender, pues a la par de los problemas locales estaba tratando de defender sus derechos dentro del Cuerpo de Ingenieros. Todo ello nos ha llevado a plantear que Amat de Tortosa se manejó con mucha cautela, que prefirió avanzar sobre pasos firmes, pero su enfermedad evitó que se vieran más frutos de su gestión, así como que pusiera en prácticas sus conocimientos de ingeniería, uno de los motivos por los cuales se le nombró intendente de Guanajuato. Por supuesto, quedan varios puntos por investigar, como la atención que el intendente dio a la minería, su trabajo en la causa de justicia o en el tema de las milicias, así como la vinculación que logró establecer con, al parecer, pocos individuos locales. Sólo mencionaremos que a inicios de 1790 se presentó un problema entre los dueños de las haciendas de beneficio y las cuadrillas de trabajadores, donde éstos se quejaban de que aquéllos les exigían diversas contribuciones. El entonces síndico personero del común, Agustín Pérez Marañón, en un par de ocasiones pidió al intendente que solicitara a los dueños de las haciendas que presentaran los títulos de los terrenos para saber bajo qué argumentos solicitaban semejantes exacciones. Ahora bien, en un principio el intendente mandó que se suspendiese el cobro de las citadas contribuciones, posteriormente revocó la citada orden, lo cual provocó una protesta tanto
del síndico personero del común como del ayuntamiento.60 Esto fue en vísperas de su viaje a San Luis de la Paz, en compañía de varios mineros para visitar las minas de azogue, lo que nos hace suponer que la decisión del intendente estuvo relacionada con esta colaboración y que, tal vez, estaba teniendo un acercamiento con estos individuos. En definitiva, esperamos que lo planteado en este trabajo nos ayude a tener una idea menos “oscura” de la gestión de Amat de Tortosa en una de las intendencias con más riqueza del virreinato de la Nueva España, así como entender algunas de las razones por las cuales no logró avanzar en las reformas, como quizá fue su meta cuando fue nombrado intendente de Guanajuato.
Fuentes Archivísticas AGI. Archivo General de Indias (Sevilla, España). AGN. Archivo General de la Nación (Ciudad de México). AGS. Archivo General de Simancas (Simancas, Valladolid, España). AHG. Archivo Histórico de Guanajuato (en custodia de la Universidad de Guanajuato). AHML. Archivo Histórico Municipal de León.
Bibliográficas Brading, David, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México: Fondo de Cultura Económica, 1983. Cáceres, Iván Franco, La intendencia de Valladolid de Michoacán: 1786-1809. Reforma administrativa y exacción fiscal en una región de Nueva Espa-
60
59
AGN, Intendentes, vol. 5, 11 de noviembre de 1790. Eufrasia Gutiérrez del Mazo al virrey, sobre que no se descuente del sueldo de su esposo para pagar a dependientes de la intendencia de Guanajuato.
AHG, Actas de Cabildo, abril y mayo de 1790. El síndico personero del común se queja por los abusos de los dueños de haciendas de beneficio a las cuadrillas de trabajadores. En su protesta, el ayuntamiento dejaba claro sus intereses porque se le “reintegraran” algunas de los terrenos donde estaban las cuadrillas que no pudieran demostrar con títulos de adquisición a la ciudad.
37
38
Graciela Bernal Ruiz / Blanca Cecilia Briones Jaramillo
ña, México: Instituto Michoacano de Cultura / Fondo de Cultura Económica, 2011. Caño Ortigosa, José Luis, Guanajuato en vísperas de la independencia: la élite local en el siglo xviii, Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011. Capel, Horacio, “Los ingenieros militares y su actuación en Canarias”, en Actuación de los Ingenieros Militares en Canarias, siglos xvi al xx, Santa Cruz de Tenerife: Centro de Historia y Cultura de la Zona Militar de Canarias / Universidad de La Laguna, 2001, pp. 13-54. Capel, Horacio, Joan Eugeni Sánchez y Omar Moncada (coords.), De Palas a Minerva. La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo xviii, Barcelona: Serbal-Madrid: csic, 1988. Castro Rivas, Jorge Arturo y Matilde Rangel López, Relación histórica de la intendencia de Guanajuato durante el periodo de 1787 a 1809, Guanajuato: Centro de Investigaciones Humanísticas, Universidad de Guanajuato, 1998. Falcón Gutiérrez, José Tomás, Guanajuato. Minería, comercio y poder. Los criollos en el desarrollo económico y político del Guanajuato de las postrimerías del siglo xvii, Guanajuato: La Rana, 1998. Fraga González, Carmen, “Los ingenieros militares y su obra arquitectónica: Andrés Amat de Tortosa”, en Memorias del X Coloquio de Historia canario-americana, t. 1, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1992, pp. 925-937. García Juárez, José, Dolores Hidalgo “Cuna de la Independencia Nacional”, Guanajuato: Colección Monografías de Guanajuato, 2010. García Romero, Gabriela, Organización y desarrollo de Guanajuato como cabecera de intendencia (tesis para obtener el grado de licenciado en Historia), México: Universidad de Guanajuato, 1972.
Gazeta de México, 27 de abril de 1790. González Antón, Javier, “El documento americanista y Canarias”, en Olivier, Caporossi y Javier González Antón (comps.), Anuario Americanista Europeo, núms. 4-5, 2006-2007. Hernández Gutiérrez, A. Sebastián, “Andrés Amat de Tortosa. Ingeniero y periodista”, en Parabiblos: cuadernos de biblioteconomía y documentación. Las Palmas de Gran Canaria: Asociación Canaria de Archiveros, Bibliotecarios, Documentalistas, 1992, núms: 05-06, pp. 53-68. Izquierdo y Azcárate, Gabriel, “Papel viejo”, en Revista de Canarias, núm. 23, noviembre de 1879. Mantilla Trorre, Marina, Rafael Diego-Fernández y Agustín Moreno Torres, Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes de exército y provincia en el reino de la Nueva España, México: El Colegio de Michoacán / Universidad de Guadalajara-cucsh / El Colegio de Sonora, 2008. Navarro García, Luis, Las reformas borbónicas en América: El plan de intendencias y su aplicación. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995. Pietschmann, Horst, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España: un estudio político administrativo, México: Fondo de Cultura Económica, 1996. Rodríguez Frausto, Jesús, Guía de gobernantes de Guanajuato, Guanajuato: Universidad de Guanajuato, 1965. Serrano Ortega, José Antonio, Jerarquía territorial y transición política. Guanajuato, 1790-1836, Zamora: El Colegio de Michoacán / Instituto Mora, 2001. Villalba, Margarita, “El trabajo en las minas de Guanajuato durante la segunda mitad del siglo xviii”, en Estudios de Historia novohispana, núm. 48, enero-junio, 2013, pp. 35-83.
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh, intendente interino de Puerto Rico (1793-1795) Among the service to the king and personal interest: Juan Francisco Creagh, interim intendant of Puerto Rico (1793-1795) José Manuel Espinosa Fernández* Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia
Resumen. A través de los conflictos surgidos en la sociedad sanjuanera con motivo del nombramiento de un recién llegado nuevo intendente interino de la isla, este trabajo pretende acercarse a la realidad cotidiana de las prácticas políticas y económicas de Puerto Rico en una época no lo suficientemente bien estudiada de su historia. Unas décadas antes de que comenzara la expansión de la agricultura comercial por suelo puertorriqueño y cuando todavía aquél era un enclave marginal y deficitario, aquella sociedad vivía en plena efervescencia, con sus élites dispuestas y en constante conflicto por acaparar riqueza y poder.
Abstract. Through out the conflicts in the San Juan society on the occasion of the appointment of a newcomer as new interim intendant of theis land, this paper aims to approach the every day reality of the political and economic practices of Puerto Rico in a time not well enough studied history. Decades before the start of the expansion of commercial agriculture by Puerto Ricansoil and when that was still a marginal and deficient enclave, that society was in full swing, with its elites willing and constant fight to monopolize wealth and power.
Palabras clave: Juan Francisco Creagh, intendentes, Puerto Rico.
Keywords: Juan Francisco Creagh, intendants, Puerto Rico.
Fecha de recepción: 11 de noviembre de 2015 Fecha de aceptación: 19 de diciembre de 2015
* Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y doctor en Historia por la Universidad Jaume I, ambas de España. En la actualidad es profesor e investigador del Departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia). Trabaja sobre la historia de Puerto Rico y del Caribe colonial, en general. Contacto: jmespinosa@ uninorte.edu.co
[ 39 ]
40
José Manuel Espinosa Fernández
Introducción
E
s un hecho que la corrupción condicionaba buena parte de las prácticas políticas en la América hispánica durante el periodo colonial.1 Era una realidad más que presente que afectaba, además, a todos los estratos de la sociedad. Porque si en un principio pudiéramos entender que ésta sólo afectaba a los servidores públicos o a los representantes de la burocracia metropolitana en un sentido más restringido, tampoco se puede olvidar que los agentes corruptores proliferaban en la sociedad colonial de donde provenían en su mayoría. Ampliar el espectro de los implicados también supone modificar nuestra percepción de la corrupción misma, donde antes únicamente había transgresión de las normas para el beneficio propio por parte de quienes estaban encargados precisamente de velar por su cumplimiento; ahora vemos un instrumento en el ejercicio del poder, indirecto e informal, pero fundamental para acomodar individuos y grupos dentro de la realidad colonial.2 Lo negativo y reprobable se termina volviendo casi necesario en aras del gobierno, de la flexibilidad de una monarquía difícil de preservar si no es de este modo. Y aún más, desde el punto de vista exclusivamente de las colonias, hasta podría encontrársele el lado positivo. Así, en los últimos años, las prácticas corruptas han pasado a considerarse un elemento clave en la lucha de las élites locales por socavar el poder del Estado y a la larga romper con él.3 Este giro nos llevaría, a su vez, a otro debate historiográfico: ¿cómo de eficaces fueron las reformas borbónicas a la hora de retomar el control en las colonias?4 En cualquier caso, cada vez parece más claro que más allá de los manejos individuales, la falta de escrúpulos o el afán de lucro, detrás de las prácticas corruptas hay toda una realidad que merece la pena ser estudiada y que no debería circunscribirse sólo a sus consecuencias políticas de futuro, por cierto, ya que tampoco es tan fácil, ni separar intereses ni a peninsulares y criollos cuando se trata de corrupción. En lo que a este trabajo respecta, dichas prácticas se tomarán como un síntoma de los procesos sociales y económicos que las alimentan, y no exclusivamente como si de una mera lucha de poder se trataran. Importa quiénes se enriquecen y cómo emplean esos recursos, claro, pero también qué mecanismos emplean y en qué contexto se abren esas oportunidades para actuar. Con ello, lo que se pretende es contribuir al mejor entendimiento de una época no tan bien conocida de la historia de Puerto Rico. El tiempo inmediatamente anterior a que la agricultura comercial se expanda por la isla y se redefina la situación colonial de Puerto Rico, con crisis de la Monarquía de por medio. 1
Pietschmann, “Burocracia”, 1982, pp. 11-37.
2
Pietschmann, “Corrupción”, 1998, pp. 31-52.
3
Saguier, “Corrupción”, 1989, pp. 269-303.
4
Gelman, “Lucha”, 1999, pp. 251-264.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
La historiografía puertorriqueña más tradicional siempre argumentó que dichas transformaciones nacen exclusivamente de la experiencia liberal del constitucionalismo gaditano, cuando aquellas élites por fin pudieron defender sus intereses en la metrópoli, y en un contexto de debacle total del poder español en América, que habría obligado a la metrópoli a “premiar” su fidelidad.5 Planteamientos que de un tiempo a esta parte comienzan a cuestionarse, a la vez que se intuyen procesos de crecimiento en la segunda mitad del siglo xviii y la presencia de una élite capaz de mantener a raya la ofensiva metropolitana mucho antes de la crisis imperial.6 Las luchas por acaparar poder y riqueza en el San Juan que vio llegar a Juan Francisco Creagh y los pleitos que se desencadenan con su desempeño interinamente de la intendencia puertorriqueña parecen abundar en este sentido.
Puerto Rico, una colonia un tanto particular Juan Francisco Creagh llegó a Puerto Rico el 1 de agosto de 1792,7 originario de Santiago de Cuba. Pertenecía a una de las muchas familias de irlandeses que desde el siglo anterior se habían acogido a la protección de los católicos reyes de España. Era abogado, y en su ciudad natal había desempeñado cargos de responsabilidad en el cabildo, siendo elegido alcalde ordinario en 1782. Inmerso en la vida pública santiaguera, no permaneció ajeno a los muchos conflictos que por el poder local se iban desencadenando, y en el transcurso de uno de ellos, terminó viéndose salpicado por una acusación de contrabando y prácticas ilícitas en el desarrollo de unos negocios comerciales. En 1787 se trasladó hasta la Corte para defender su caso en persona.8 Allí es donde, en 1792, conseguiría el nombramien-
to para un nuevo cargo público, auditor de Guerra, y un nuevo destino, Puerto Rico.9 En principio, Puerto Rico tampoco es que fuera un destino muy apetecible, tradicionalmente había sido uno de los peor pagados en el Caribe.10 Aquélla era además una colonia un tanto atípica. Su papel era fundamentalmente militar, y para la Corona suponía una carga financiera, ya que los gastos que implicaba mantener las imponentes defensas de San Juan y su guarnición superaban, con mucho, lo recaudado por la Hacienda local. No obstante, su conservación era innegociable en tanto su posición resultaba estratégica para defender las rutas de paso hacia el Caribe. Paradójicamente, en lo comercial, la isla había ido quedando al margen de esas mismas rutas atlánticas con la consolidación del sistema de flotas.11 Si los colonos subsistían era gracias al dinámico mercado regional que les rodeaba. En un mundo dominado por las economías de plantación, Puerto Rico había encontrado su sitio suministrando aquello de lo que las agriculturas extensivas carecían y tanto necesitaban: reses, animales de carga, víveres o maderas.12 Y además, ofrecía unos cuantos artículos apreciados en Europa y para los que había poco lugar en las grandes productoras de azúcar: tabaco, café, palos de tinte, etcétera. A cambio de ellos, los colonos conseguían cuanto necesitaban.13 Ser una colonia marginal tenía sus ventajas. Y a pesar de estar gobernada por militares, la capacidad de control del aparato colonial apenas si superaba las murallas de San Juan, y ni aun así, como veremos. El papel del Estado en la isla era muy débil y todos los organismos de supervisión, además, quedaban muy lejos: la Audiencia en Santo Domingo, el Tribunal de Cuentas en La Habana... A ello hay que añadir que una de las mayores innovaciones administrativas del siglo xviii, la intendencia, a Puerto Rico llegó tarde y mal. Con los intendentes —funcionarios que depen9
5
AGI, 2284.
Cruz, Historia, 1957-1958.
10
González, “Notas”, 1962, pp. 17-18.
6
Picó, Historia, 2000.
11
Picó, Historia, 2000, pp. 75-79.
7
AGS, SGU, 7137 3.
12
Sheridan, “Plantation”, 1969, p. 8.
Marrero, Cuba, 1992, p. 245.
13
8
O’Reilly, “Varias”, en Tapia, Biblioteca, 1945, p. 546.
41
42
José Manuel Espinosa Fernández
dían directamente del rey— lo que se pretendía precisamente era recuperar parte del control perdido en las colonias, saltando por encima de todos los intereses creados en ultramar durante siglos, velando por las rentas del monarca de una manera más eficaz.14 En América, los intendentes debían procurar el incremento de las recaudaciones, luchar contra el fraude y acabar con las malversaciones. Actuar contra el contrabando era prioritario, así como gestionar el gasto. Los nuevos funcionarios serían los máximos responsables y tendrían plena jurisdicción sobre los asuntos de la Hacienda en su circunscripción. Pareciera que la institución se había planeado pensando en territorios como Puerto Rico, donde el contrabando campaba a sus anchas, las recaudaciones por ramos interiores eran poco menos que ridículas y las obras en las murallas de San Juan y el sostenimiento de sus defensas eran capaces de consumir cuanta plata se enviara desde el continente.15 Sin embargo, la intendencia puertorriqueña no cobraría forma hasta 1784, veinte años después que la primera de América, en La Habana, y aún peor, quedaría ligada a la figura del gobernador, que además de capitán general sería también intendente, con lo que acumulaba en sus manos todo el poder civil, militar y también económico.16 Algo totalmente contradictorio con la imagen del intendente como funcionario independiente, al margen de los poderes tradicionales. Difícilmente se iba a arreglar así la Hacienda puertorriqueña y sus problemas seculares.
se recaudaba y lo que se perdía por el camino, el déficit de la Caja puertorriqueña llegaba a proporciones alarmantes. En 1765, cuando la recaudación por ramos internos era de unos escasos 10 804 pesos, de México se estaban mandando en concepto de situados: 101 861. En 1778, el déficit había subido aún más, y frente a los 45 000 pesos que se estiman de recaudación, habían llegado 487 858. E incluso, aunque las recaudaciones se hubieron multiplicado casi por veinte respecto de 1765, lo que llegaba de fuera en 1788 seguía suponiendo casi el 78% de todos los ingresos de la Caja puertorriqueña, 695 050 pesos frente a 196 597.17 Semejante panorama rozaba el sinsentido. Se supone que uno de los signos más claros de la dominación colonial es la apropiación por parte de la metrópoli de los recursos del territorio colonizado, y no obstante, en Puerto Rico —como en otras plazas fuertes de la Monarquía— estaba sucediendo todo lo contrario.18 La economía puertorriqueña se estaba capitalizando, con unos recursos que por sí sola no podía generar, gracias a los fondos que llegaban del continente para financiar las defensas del imperio. Una parte nada desdeñable del beneficio colonial se quedaba en América y se empleaba en territorio americano. Era necesario drenar de nuevo esa plata hacia la península a como diera lugar, y en buena medida las reformas comerciales emprendidas por la Corona en la segunda mitad del siglo 17
Juan Francisco Creagh, intendente Muchos de éstos, más que problemas insalvables, eran vicios adquiridos, maneras que en la isla se habían vuelto naturales a fuerza de repetirse y ante la dejadez de funciones de la metrópoli. Ni iba a ser fácil ni se iba a acabar pronto con el contrabando o la malversación de fondos, y mientras, entre lo que no 14
Pietschmann, Reformas, 1996; Navarro, Reformas, 1995.
15
Espinosa, “Militarismo”, 2010.
16
Gutiérrez, Reformismo, 1953, p. 22.
Las fuentes que se usan para los distintos años son las siguientes: Para 1765, la “Relación que manifiesta el importe anual, arreglado por un Quinquenio de todos los ramos de la Real Hacienda de la Isla de Puerto Rico, (incluso los diezmos)[...]”, que el mariscal O’Reilly había formado con los datos que le habían pasado los oficiales reales durante su estancia en la isla, e incluyó como apéndice en su “Relación circunstanciada del actual estado…” (en Fernández, Crónicas, 1969, pp. 239-257); y los datos para el situado provienen de un registro de llegada de agi, Santo Domingo, 2501. Para 1778 y 1788, me valgo de dos de los muchos estados que reproduce Córdova en sus Memorias, 1968, pp. 42 y 57-58, aunque los referidos a 1778 muy bien los pudo tomar de la Historia de Íñigo Abbad, donde habían aparecido con anterioridad. Precisamente, los datos de ese año son los menos concisos, las cifras con las que contamos son redondas, no obstante son válidas para hacernos una idea de hacia dónde se movía la tendencia (Abbad, Historia, 1959, pp. 174-176). 18
Marchena, “Capital”, 2002, pp. 4-5.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
xviii iban en esa dirección, intentando contrarrestar el contrabando imperante y generando un aumento en la recaudación.19 Sin embargo, en Puerto Rico la situación parecía difícilmente reconducible. Más que eso, todo lo relacionado con el comercio en la isla no hacía sino dar señales alarmantes para los intereses de la Corona. En 1793, el fiscal de Justicia y Real Hacienda de la misma, Felipe A. Mexía, se dirigía a la Corte señalándoles lo “escandaloso” que le resultaba ver la libertad con que se practicaba el contrabando en suelo puertorriqueño.20 De sus acusaciones no se libraban ni comerciantes, que vendían en sus establecimientos géneros de contrabando sin ningún rubor, ni los funcionarios responsables de poner algún tipo de freno a estas prácticas, ya no sólo en los campos, sino incluso dentro de la propia capital: Parecía que la perpetuación tan repetida de estos excesos provenía de no haber en el resto de la Isla Ministros de probidad destinados principalmente al resguardo de ella, y que como no hay Poblaciones formales era dificultoso, cuando no imposible poner remedio a ellos […] [¿…] pero qué diremos si dentro de los muros de la ciudad, si a presencia de un Gobernador Intendente y Capitán general, de unos Ministros de Real Hacienda, de una Aduana y de un resguardo, se está actuando el contrabando con más abandono que en parte alguna de la Isla? En una ciudad murada con fortificaciones inaccesibles […] no pueden internarse los géneros extranjeros, y de ilícito comercio si no hay complicidad directa. 21
Torralbo, responsable de la guarnición, que lo hacía de manera interina. Esta circunstancia será aprovechada por nuestro auditor de guerra recién llegado, Creagh, que no dudará en solicitar se le concediese el cargo de intendente de manera interina también, pues su principal cometido como auditor, precisamente, era ejercer de asesor de la intendencia.22 Cuando finalmente se le concedió el puesto, lo primero que se le encomienda al nuevo intendente interino fue encargarse de remediar los desórdenes a que había hecho referencia Mexía. Así, se le manda que con “brevedad y preferencia” instruya expediente al respecto, acordando en junta de Real Hacienda todos los medios que se consideren oportunos para contener los expresados “desórdenes”.23 Tal y como se le había encargado, Creagh se pone manos a la obra y antes que nada manda la representación de Mexía a los ministros de Real Hacienda —contador y tesorero de la Caja—para que le dieran su opinión al respecto. En el informe que éstos le presentan, queda claro que están totalmente de acuerdo con lo que el fiscal denuncia: “después de haber convenido en la notoria certeza; y verdad de cuantos puntos de hecho comprende”, y lo que es más grave, dejan entrever lo arraigado de estas prácticas en la isla y los poderosos intereses que en torno a ellas se habían creado, tanto, como para tenerles miedo: […] nos parece, que sería expuesto y aun peligroso el instruir expediente judicial sobre ellos porque acaso sería forzoso tomar en consecuencia otros procedimientos. Desde el mes de noviembre del año próximo pasado, en que fue presentada al señor predecesor de V. S. y se trascendió por los comerciantes, y mercaderes de esta Plaza, produxo el descontento universal de éstos y sus Factores, y un odio quasi común contra el señor Fiscal, cuyo peligro sería evidente, si en el día se comprendiese que se trataba de instruir justificación de aquellos propios hechos, que por otro extremo son
Tan contundentes acusaciones, en especial en lo que se refería a la falta de celo del gobernador e intendente, no podían caer en saco roto en la Corte. Por entonces, además, quien ocupaba la gobernación, desde mayo de 1792, era el coronel Francisco 19
Delgado, Dinámicas, 2007.
20
AGI, Santo Domingo, 2490, Felipe A. Mexía, 4 de enero de 1793. 21
1792.
AGI, Ultramar, 407, Felipe A. Mexía, 28 de noviembre de
22
AGI, Santo Domingo, 2490. Representación a la Corte de Juan F. Creagh, 16 de diciembre de 1792. 23
Real orden de 6 de julio de 1793.
43
44
José Manuel Espinosa Fernández
notorios […] un desorden que se veía impunemente autorizado por los mismos que deberían celar su remedio […]24
Andaba el intendente en eso, preparando las conclusiones que al respecto debía mandar a la Corte y que se habían de debatir en una junta de Real Hacienda,25 cuando un asunto aún más turbio iba a salir a luz, no sólo se trataba de contrabando sino de malversación de fondos también. Desde antes de hacerse cargo de la intendencia, Creagh ya parecía sospechar que con las cuentas de la Caja no todo se estaba llevando según el orden debido. Obtenido su nuevo cargo, tendría la oportunidad de investigar y entonces los hechos no tardarían en precipitarse. Aprovechó que desde finales de 1793 el tesorero, Fernando Casado, se había marchado temporalmente al campo para restablecerse de unos problemas de salud y que el contador, José Martínez de Andino, era hombre de su confianza, pues él mismo había sido quien lo había propuesto para el cargo. Al revisar las cuentas, en efecto, encontró partidas que le resultaron “disonantes” entre los estados de Hacienda, en especial una data de 50 000 pesos a cuenta del situado de 1791 que no parecía del todo clara. Los indicios apuntaban a Casado.26 En esas, Casado —¿oportunamente? — vuelve y, al reincorporase, se encuentra no sólo con la investigación, sino con que en su ausencia había desaparecido dinero de la Tesorería y unas “obligaciones” a su favor que guardaba en su despacho, por lo que acusa de la falta a José Vicente de Córdoba, escribiente de las oficinas, que lo había sustituido durante su convalecencia. Córdoba, que tenía las llaves del tesorero, en connivencia con el portero de la Contaduría, es demostrado culpable y se recu24
AGI, Ultramar, 407, Puerto Rico, 11 de octubre de 1793, Fernando Casado y José Andino. 25 AGI, Ultramar, 407, Junta de Real Hacienda, 7 de agosto de 1794. 26
AGI, Ultramar, 478. Juan Francisco Creagh a Diego Gardoqui, dando cuenta del descubierto en las cajas, agosto de 1784. Casado era el principal sospechoso porque durante un buen tiempo, desde finales de 1791, había sido él quien administrara la Caja por el fallecimiento del contador anterior.
peran las obligaciones que son devueltas a Casado. Pero lejos de cerrarse el asunto, entonces estalla con más virulencia convirtiéndose en un auténtico escándalo en la ciudad.27 Córdoba no encuentra para sí mejor defensa que tapar sus culpas acusando a Casado de un delito aún mayor. El escribano confirma la responsabilidad del tesorero en las irregularidades que había detectado Creagh y aclara su origen. Según Córdoba, él mismo había conducido a casa de Casado los 50 000 pesos extraídos del ramo de situados que supuestamente iban a ingresarse en el fondo para fortificaciones y que nunca se cargaron en el mismo (1791). Igualmente, tampoco se habían anotado 47 951 pesos entregados por dos regidores del cabildo, producto de las harinas que éstos habían comprado con dinero de la Caja (1792).28 Acto seguido, huye. Todo el asunto se pone en conocimiento de la Corte. Hay rumores de que es allí a donde se dirige Córdoba, y Creagh avisa de que en caso de confirmarse su presencia en la península se le aprese y mande de vuelta a la isla para dar cuenta de su actuación.29 Mientras, el tesorero es detenido y sus bienes embargados. Las cosas se le complicaban e intenta hacer valer el ascendiente del que gozaba en la isla para mitigar el castigo. No obstante, sus faltas son difíciles de disimular, aun en las encendidas representaciones que se envían a la metrópoli para su defensa. A finales de agosto, es de suponer que en conocimiento de que Creagh había mandado o estaba pronto a mandar a la Corte el informe dando cuenta del descubierto, el propio Casado, su mujer e hijo 27 AGI, Ultramar, 478. Representación de Fernando Casado hijo, sin fecha, alegato de Cristóbal Gómez, Madrid, 26 de octubre de 1795. En más de una ocasión, las representaciones que se mandan en defensa de Casado a la Corte hacen referencia a la enorme “publicidad” que se le estaba dando a todo el proceso con el consiguiente menoscabo en la reputación del tesorero y su familia. 28 AGI, Ultramar, 478. Denuncia de José Vicente de Córdoba, “papel reservado” de 29 de julio de 1794. Anteriormente, también había pasado una nota amenazante a Casado, donde, a la par que se auto inculpaba, dejaba claras las faltas del tesorero, de las que en cierto modo él había sido cómplice. La nota la reproduce Creagh en su denuncia. 29
AGI, Ultramar, 478. Creagh a Gardoqui, agosto de 1794.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
escriben tres representaciones en su descargo. Con fecha de un día después (23 de agosto), será el gobernador Torralbo quien también escriba a Madrid poniendo en entredicho ciertos aspectos de la investigación de Creagh. Los Casado esgrimen para su defensa una serie de puntos que repetirán, con matices, a lo largo de todo el proceso, a saber: nada supo el tesorero del descubierto hasta que no se reintegró a su puesto; toda la causa no era sino una campaña orquestada por el intendente interino, con quien Casado había tenido diferencias públicas y que buscaba el descrédito del tesorero como venganza; Creagh y Córdoba actuaban de común acuerdo, e incluso había sido el intendente el que había facilitado la huida del segundo. Como se ve, su estrategia se basa casi exclusivamente en descalificar a Creagh pero, seguramente conscientes de que había demasiadas pruebas en su contra, siempre introducen un ofrecimiento por si se diera el caso de resultar verdadero el “descubierto”. Estiman que la familia cuenta con rentas suficientes para afrontar el pago del alcance que resultara, y por ello se solicita que, llegado el caso, se les conceda la posibilidad de acordar un pago a plazos con el rendimiento que dieran las varias haciendas que poseían, pero nunca que se le embarguen sus bienes.30 El proceso se alarga y Casado nombra apoderado en Madrid para que interceda en su causa.31 Mientras, en la isla, se va poniendo en claro a cuánto asciende el descubierto en la Caja. A los 50 000 pesos extraídos del ramo de situados y los 47 951 pesos procedentes de las harinas que nunca se ingresaron había que añadir 8 141 pesos que se encontraron de menos en las cajas de los depósitos particulares y, en última instancia, 1 600 pesos que tomó Casado como anticipo durante su retiro, junto con otros 5 737 pesos que resultaron de menos en el corte de
30 AGI, Ultramar, 478. Francisco Torralbo a D. Gardoqui, 23 de agosto de 1794. Fernando Casado, Violante Correa y Fernando Casado hijo, representaciones dirigidas a Diego Gardoqui, 22 de agosto de 1794. 31
AGI, Ultramar, 478. Casado extiende un poder general a Cristóbal Gómez, en Madrid, para que se ocupe de sus solicitudes a la Corte, el 14 de julio de 1795.
cajas efectuado a primeros de agosto de 1794 y cuya desaparición era la que se imputaba a Córdoba.32 Con el tiempo y las pruebas, Casado se va quedando sin argumentos. En los escritos de su apoderado, aunque se siguen repitiendo los mismos argumentos usados al comienzo del pleito, cada vez parece tenerse más claro que Casado no podrá eludir su responsabilidad y por eso ahora cobran especial relevancia las peticiones de indulgencia. Casi dos años después de comenzado el pleito, se empieza incluso a asumir parte de la culpa, aunque no directamente el delito, pues había sido el tesorero quien había dejado al cargo de su oficina a Córdoba. Casado pretende seguir conservando su empleo, pero sobre todo salvar sus haciendas de un eventual embargo. Insistentemente se ofrece para ir reintegrando la deuda con las rentas que éstas generan a razón incluso de diez o quince mil pesos anuales, método que opina sería más cómodo para la Hacienda que el del propio embargo.33 Córdoba, por su parte, había terminado por aparecer en Madrid, aun a pesar de las graves imputaciones que se le hacían. El asunto toma tintes cada vez más enojosos y el desarrollo de los acontecimientos, tal y como se estaban manejando en la isla, deja bastante qué desear. Todos tenían quejas. Casado porque siente que en el procedimiento seguido poco más se había buscado que incriminarle —aunque ciertamente eso se había conseguido y ya de por sí descalificaba al tesorero—, ni se había llevado a cabo una revisión minuciosa de las cuentas, ni se había profundizado en la administración y circunstancias de su gestión o tan siquiera se le había concedido la posibilidad de defenderse. Córdoba, porque alega que, siendo Casado un hombre de grandes recursos e influencias, sería a él a quien se haría cargar con la mayor parte de las culpas. De hecho, ésa era su manera de justificar el haber huido de Puerto Rico. Sorprendentemente, Creagh y el fiscal de Hacienda, Mexía, quienes habían llevado a cabo 32 AGI, Ultramar, 478. Felipe A. Mexía, fiscal de Hacienda, a Diego Gardoqui, 26 de noviembre de 1795. 33
AGI, Ultramar, 478. Representaciones de Cristóbal Gómez, Madrid, 26 de octubre de 1795 y 11 de marzo de 1796.
45
46
José Manuel Espinosa Fernández
las averiguaciones, también acabarán quejándose, pues ellos mismos se verán al final encausados, al achacárseles el no haber actuado con la diligencia ni integridad debidas.34 Y por supuesto la Corte, a la que no podía dejar de disgustar la manera como se estaba manejando todo; porque mientras unos y otros se atropellaban mutuamente, el dinero seguía sin reponerse.35 En todo lo anterior, no deja de ser llamativo el modo tan lamentable como se administraba la Hacienda en la isla y la falta de medios eficaces para ejercer su control. Queda, además, la sensación de enorme impunidad con que aquellos que actuaban al margen de la ley obraban en Puerto Rico. Distraer casi cien mil pesos de las cajas no era ninguna nadería. Menos en Puerto Rico, donde el presupuesto de ingresos anuales andaba todavía bastante por debajo del 1 000 000 de pesos. Especialmente sangrantes son los 50 000 pesos separados, de una sola vez, del fondo de situados con destino supuestamente a las obras y que, una vez perdidos, nadie echó en falta. Creagh, que había destapado el fraude, no dejaría pasar la oportunidad de reivindicarse y no tardó en hacer ver a la Corona la necesidad de una intendencia autónoma, advirtiendo que mientras ésta no existiera y se le diera la “planta” que correspondía a la Caja, aquellas oficinas seguirían “en el estado doloroso que siempre han tenido, sin que los abusos, los fraudes y las malversaciones puedan remediarse por un Intendente cuyos conocimientos puramente militares, no le dejan alcanzar a los que son necesarios para contener y cortar semejante desorden […]”.36 ¿Estaría pensando en que su nombramiento dejara de ser interino para ostentarlo en propiedad?
El servicio al rey y algo más Frente a su pretensión, el gobernador interino Torralbo sería el primero en poner en cuestión la labor del por entonces intendente en el caso anterior, incluso, aunque se hubiera demostrado la culpabilidad de Casado.37 En realidad, Creagh, que no dejaba de ser un recién llegado, se había granjeado demasiados enemigos entre los poderes locales. Y no precisamente porque su celo e integridad estuvieran privándolos de sus negocios al margen de la ley, más bien porque aspiraba a convertirse en su competencia. El orden establecido de las cosas había comenzado a peligrar bastante antes de que Creagh llegara a la isla, después de 1785, con la creación de la Real Factoría de Tabacos, empresa con la cual la Corona quería aprovechar el mucho tabaco que se sabía salía de forma ilegal de Puerto Rico hacia mercados extranjeros. Ahora, el negocio correría por cuenta real; en la isla la factoría se encargaría de acopiar y exportar el tabaco puertorriqueño, que sería vendido en Ámsterdam, y en los fletes de vuelta la compañía introduciría mercancías que tuvieran buena salida en la isla y que igualmente se solieran importar por vía ilegal.38 Aunque la factoría no funcionaba en régimen de monopolio propiamente dicho, es evidente que se convertía en una amenaza, tanto para aquellos que ahora se verían impelidos a vender a la autoridad sus cosechas —con las condiciones de ésta, obviamente—, como para quienes se dedicaban al comercio, que difícilmente podrían competir con los géneros que trajera directo de los mercados europeos.39 37
AGI, Ultramar, 478. Comunicación reservada de Francisco Torralbo a Diego Gardoqui, 23 de agosto de 1794. 34
AGI, Ultramar, 478. Felipe A. Mexía a Diego Gardoqui, 26 de noviembre de 1795. 35 AGI, Ultramar, 478. La real orden de 23 de julio de 1795 apremiaba a las autoridades puertorriqueñas para que se hiciera reponer “sin admitir dilación ni excusa el alcance que resultase y manifestaba un total desacuerdo por los procedimientos estrepitosos y opresivos” que se estaban siguiendo en la causa. 36
AGI, Ultramar, 478. Juan Francisco Creagh a Diego Gardoqui, dando cuenta del descubierto en las cajas, agosto de 1784.
38
AGI, Santo Domingo, 2489A. “Expedientes obre el establecimiento del comercio de tabacos de Puerto Rico y Caracas con los estados de Holanda; creación de una factoría con sus dependientes en aquella isla y demás incidencias”. 39
AGI, Santo Domingo, 2489B. “Representación de Antonio Barroso y Paz, Ambrosio Ysola, José Costa, José de la Concepción Díaz, Eusebio Gómez y Juan y José Montesinos, negociantes y vecinos de la Ysla de Puerto Rico, por sí y a nombre de los demás mercaderes estantes y habitantes en ella”, 16 de junio de 1788.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
Con todo y eso, la factoría no terminó de dar los resultados esperados. Los viajes a Europa no salían tan rentables ni las mercancías que se introducían tan competitivas.40 A cambio, sí se había cosechado cuanta hostilidad se quisiera entre el vecindario. Para colmo, el estallido de la guerra entre Francia y España en 1793 cerraba el paso a los buques españoles en su camino a Ámsterdam. Aun así, el director de la factoría, Jaime O’Daly,41 decidió continuar con las actividades de la misma, sólo que con una ligera modificación, en lugar de viajar a Holanda, la compañía negociaría en las islas vecinas. El asunto obviamente había de someterse a la consideración real, pero mientras la respuesta llegaba —y como era de esperar ésta fue negativa— se realizarían las expediciones que fueran necesarias con el visto bueno de las autoridades económicas locales. Los promotores del asunto eran, además del propio O’Daly, el fiscal Mexía y el nuevo intendente interino, quien se encargaría, además, de trasladarlo a la Corte y defenderlo como un buen plan.42 El panorama empieza a aparecer más claro. Así las cosas, en Puerto Rico en 1794 no se estaba librando una batalla por los intereses del rey o por intentar hacer más eficiente la gestión económica de aquel emplazamiento. En realidad, era la lucha abierta entre dos bandos muy bien diferenciados por hacerse con el control del comercio en la capital. De un lado Jaime O’Daly, director de la factoría, el fiscal Mexía y el intendente Creagh, de otro, el grupo de comerciantes radicados en la ciudad y el gobernador interino, quien los apoyaba. La hostilidad era pública y notoria, las fuerzas estaban
40
AGI, Santo Domingo, 2489B. “Estado del comercio por cuenta de la Real Hacienda entre Puerto Rico y Ámsterdam”. 41 Jaime O’Daly era natural de Irlanda y había pasado a Puerto Rico con permiso real en 1776, acompañando a su hermano Tomás, coronel de ingenieros y director de las obras y fortificaciones en San Juan. Una vez en la isla, se había convertido en un próspero e influyente hacendado, dedicado al cultivo de azúcar y café, entre otros. Para el cargo de factor lo había propuesto el mismo gobernador de Puerto Rico de entonces, Juan Dabán, alegando su experiencia en los asuntos mercantiles. 42
AGI, Santo Domingo, 2490. Cartas de J. F. Creagh de 5 de septiembre de 1793 y 1 de abril de 1794.
tan repartidas que incluso el cabildo se hallaba dividido.43 Cualquier resquicio servía para abrir brecha en el frente contrario. Y obviamente tanto un bando como el otro tenían mucho dónde hacer sangre y mucho qué esconder. Más allá del conflicto puntual, son los entresijos mismos del sistema seguido para abastecer la plaza los que empiezan a trascender.44 Uno de los productos más solicitados era la harina, tan indispensable que el mismo gobierno se encargaba de garantizar su suministro. Los fletes que esporádicamente llegaban desde la península resultaban insuficientes y, por tanto, se solía recurrir a comerciantes de la ciudad con los que se acordaba el abasto para un tiempo o unas cantidades determinadas, fijando o no de antemano el precio de venta de las harinas según la contrata y, por lo que parece, adelantándose en bastantes ocasiones el dinero para las compras por las propias Cajas Reales. Una vez se erigiera la factoría, ésta también introducirá harinas alguna que otra vez, lo que sin duda habría de molestar al resto de particulares que se dedicaban a este tipo de tratos. Resulta difícil trazar la línea divisoria entre las actividades de la factoría y los negocios de O’Daly, su director en la isla, como particular; lo que no podemos dudar es que se beneficiaba de sus contactos y su cargo, jugando además con la ventaja impagable de que no eran sus propios fondos los que arriesgaba 43
ACSJ, año 1794, Actas del Cabildo de San Juan, anexo de 18 de julio, oficio del gobernador de 20 de junio, decreto de 30 de junio, contestación del cabildo al cuestionario que incluye el decreto de 12 de junio, actas de 27 y 31 de octubre. El enfrentamiento llegó al cabildo en el momento en que se requirió la colaboración de los capitulares para las averiguaciones que se estaban realizando con vistas a formar un expediente sobre la materia de los abastos. Expediente que, lógicamente, pretendía mandarse a Madrid. Por supuesto, las dos cabezas visibles de ambos grupos, Creagh y Torralbo, pusieron todo de su parte intentando presionar e intimidar al ayuntamiento, y en cada una de las reuniones los partidarios de uno u otro bando se dedicaban a entorpecer, cuando no desobedecer directamente los mandatos que venían de la facción contraria. 44
La información que sigue se ha extraído principalmente del decreto de 12 de junio de 1794, que dirige el gobernador al cabildo y se incluía un amplio cuestionario sobre el método seguido para el abasto de harinas, contratas habidas en los últimos años, precio del pan, etcétera, y de la posterior contestación del cabildo de 8 de julio.
47
48
José Manuel Espinosa Fernández
en el negocio, sino los de la compañía o ni siquiera eso. Llegó a organizar grandes expediciones, y así en 1790, procedentes de “las islas extranjeras y con embarcaciones igualmente extranjeras”, introdujo unos 4 500 barriles de harina, carne, jabón, bacalao y otros víveres, valiéndose para pagarlos de setenta u ochenta mil pesos que le habían adelantado las Cajas Reales.45 Con semejante volumen de carga, a poco que O’Daly hubiese aplicado un pequeño porcentaje de ganancia, el negocio ya habría resultado de lo más rentable. Cómo sería, si además se dedicaba a inflar los precios. Porque ya fuese actuando a título particular o cuando realizaba las expediciones en nombre de la factoría —cuyas cuentas él mismo controlaba—, no había manera de saber si los precios de compra que alegaba eran reales o había introducido en los costes algún peso de más, que iba a parar a sus bolsillos. El caso es que, cuando se empleaban harinas importadas por él, el precio del pan se tenía que subir.46 Éstos eran los antecedentes que acompañaban a O’Daly cuando en 1793 habían vuelto a escasear los suministros. Para entonces, uno de sus principales aliados había logrado hacerse con la intendencia, aunque fuese de manera interina. Creagh, como intendente, debía supervisar las compras hechas para la plaza y esto le concedía un enorme poder, porque no sólo pactaba las contratas para ir en busca de suministros, sino que, en caso de que un barco atracara ofreciendo su cargamento, sin su permiso no había trato ni descarga, lo que de manera implícita le daba poder incluso para negociar con los patronos —desde una postura de fuerza— el precio de venta. Eso era contar con demasiada ventaja. Y el cabildo —la parte del cabildo que no estaba de su lado, claro— da buena prueba de cómo factor e intendente
45 ACSJ, de 8 de julio de 1794. “Contestación del cabildo de San Juan al cuestionario anteriormente planteado —12 de junio de 1794— por el gobernador acerca del suministro de harinas”. 46
Eso a pesar de que hubo ocasiones en que no se estaba viviendo una coyuntura en la que los costes fueran especialmente altos y de haber comprado en el mercado foráneo, siempre bastante más barato.
hacían uso de ella: frustrando aquellas operaciones en las que ambos tenían poco que ganar, negociando los precios de venta con los proveedores a espaldas del cabildo y, sobre todo, acaparando mucha de la harina que llegaba a puerto para luego revenderla con un considerable sobreprecio en la plaza. Ejemplificando con casos concretos, se denunciaba que en aquellos mismos días del verano de 1794 habían atracado en San Juan varios barcos ofreciendo harinas norteamericanas a precios muy ventajosos, sin embargo, y a pesar de la escasez reinante y los repetidos llamamientos que se habían hecho desde el cabildo al intendente, no se había podido concretar ninguna compra porque éste no había hecho sino entorpecer cualquier gestión. Por su parte, unos meses antes, en febrero, O’Daly sí que se había podido hacer con un cargamento de harinas y galletas estadounidenses llegado a la isla; lo compró en su totalidad y luego lo ofreció al vecindario, actuando como si él hubiese negociado el flete y sacando una suculenta ganancia a cambio. En realidad, nada había tenido que ver el factor con la llegada de aquel cargamento, simplemente había aprovechado que, de salida, partía de una posición ventajosa para poder resolver su compra, en tanto que tenía al intendente de su parte. De hecho, antes de que él las adquiriera, harina y galletas ya habían sido inspeccionadas por el regidor de San Juan, diputado para los abastos, y un par de panaderos de la ciudad, es por eso que sabemos, además, que el precio al que el patrón estaba dispuesto a liquidarlas era de diez pesos el barril de harina y seis pesos el de galleta. O’Daly vendió a trece pesos y medio la harina y doce la galleta. Una situación semejante volvería a repetirse al mes siguiente, en marzo. El todavía factor había vuelto a revender harinas norteamericanas de un flete llegado a puerto a trece pesos y medio el barril, cuando había panaderos de San Juan que habían comprado parte de ese mismo cargamento a diez pesos. El porcentaje de ganancia deja claro que se trataba de un muy buen negocio, más si tenemos en cuenta que ni O’Daly ni Creagh arriesgaban nada, no había inversiones previas ni expediciones qué organizar, tan sólo saber aprovechar el cargo y las circunstancias.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
Por supuesto, esta manera de proceder poco tiene que ver con la pretendida dignidad y honradez que tanto había exhibido Creagh cuando denunciaba la corrupción de los otros funcionarios o el contrabando reinante en la isla. Ahora bien, tampoco es que aquí nos importe juzgar a unos u otros, ni saber cuál de los dos bandos era capaz de cometer más tropelías. Obviamente—y más allá de los abusos de autoridad cometidos por el intendente—, si los comerciantes y parte del cabildo protestaban no era porque el precio del pan estuviese más o menos caro, sino porque se les estaba apartando del negocio con una competencia desleal. En cuanto al gobernador, es lógico que estuviese molesto, pues hasta el momento mismo en que la intendencia se vio separada transitoriamente de la gobernación había sido él —como lo fueron sus antecesores y lo serían sus sucesores— quien tenía el poder para arbitrar en este ramo, autorizando las compras y concediendo contratas.47 El cabildo de la capital también jugaría un papel fundamental en todo este asunto, pues era esta institución la que en última instancia supervisaba cómo se estaban llevando a cabo las compras, el posterior reparto entre los panaderos y el precio final al que terminaba vendiéndose el pan. Por eso, sus reuniones terminaron por volverse un campo de batalla más dentro de este conflicto. La división entre los capitulares era el fiel reflejo de una sociedad en la que hay una lucha abierta por el poder y mucho por ganar. Tan importante era contar con apoyos en el cabildo que el mismo O’Daly había pretendido formar parte de él. Y en las elecciones para el cuerpo capitular de 1793, Creagh intentó presionar al cabildo para que eligiese al factor como alcalde de segundo voto, que era el único puesto importante que se elegía, pues el alcalde de primer voto era el que había ejercido como segundo el año anterior y los regidores tenían su cargo asegurado por compra.48 Ese año, en la pugna por el puesto andaba implicada, además, la que posiblemente era entonces la familia más poderosa en San Juan, el clan de los de la Torre, hacenda47
ACSJ, anexo, 8 de julio de 1794, Francisco Torralbo al cabildo, decreto de 12 de junio de 1794. 48
ACSJ, acuerdo de 23 de septiembre de 1793.
dos con claros intereses comerciales.49 De hecho, el elegido para el cargo por los capitulares había sido Félix de la Cruz, nieto de Pedro Vicente de la Torre, patriarca familiar, a quien Creagh impugnó ante el gobernador por tener una causa pendiente a cuenta de un conflicto. Se hubo de realizar una nueva elección, pero el cabildo siguió sin acceder a las intenciones del intendente, y quien salió elegido fue José de la Torre, tío del anterior.50 La élite más consolidada de la ciudad trataba por todos los medios de no perder espacios de poder. A la larga no sólo se conformaría con eso, sino que directamente se lanzaría al ataque, y el cabildo, la parte del cabildo contraria a O’Daly y Creagh, sería fundamental en la acusación que se hiciera sobre ambos respecto a la introducción de harinas, como ya se ha visto. No obstante, no todos en el cabildo parecían ser de la misma opinión. Entre los regidores y el síndico había tres Dávila, la otra gran familia de San Juan51, y éstos, desde luego, iban a hacer todo el 49
AGI, Santo Domingo, 2284 y Actas del Cabildo de San Juan; López, Miguel, 1998. Pedro Vicente de la Torre había llegado a San Juan en 1724, siendo aún muy joven. Estuvo trabajando para el corsario Miguel Enríquez, administrando sus barcos y plantaciones, y años después sería uno de los instigadores de su caída en desgracia. Aprovechando la ruina de Enríquez, de la Torre se hará con su hacienda “El Plantaje”, entonces la más próspera de la isla. Convertido ya en un notable hombre de negocios, su riqueza comienza a incrementarse de una manera tan vertiginosa como su influencia. Comenzará a ocupar cargos: familiar del Santo Oficio, sargento mayor de todas las milicias urbanas de Puerto Rico, aunque sólo formará parte del cabildo durante un año. Eso le permitiría dedicarse a negocios que le eran mucho más rentables, como el de los abastos, incompatibles con las funciones capitulares. Y de todos modos, su influencia en el gobierno municipal era mucha, pues serán sus hijos, yernos y nietos quienes vayan ocupando con el paso del tiempo asientos en el ayuntamiento para defender sus intereses. Tan espectacular subida a las cimas de la sociedad puertorriqueña se verá coronada cuando otro de sus nietos, Juan Alejo Arizmendi, se convierta en 1804 en el primer obispo de la diócesis nacido en la isla. 50 51
ACSJ, acuerdo de 23 de septiembre de 1793.
ACSJ, Actas del Cabildo de San Juan. Entre 1730 y 1812, y sin tener en cuenta cinco años de los que no tenemos información, a excepción de otros cinco, siempre hay al menos un Dávila presente en el cabildo; y José Dávila, uno de los regidores más beligerantes en este conflicto, forma parte del cabildo en 1761, 1764, 1766-1769, 1774-1789 (faltan las actas de los cuatro años siguientes) y 1793-1806.
49
50
José Manuel Espinosa Fernández
daño que pudiesen a O’Daly y compañía; sin embargo, los alcaldes no parecían muy por la labor. Éstos eran: Antonio de Córdova, que como regidor más antiguo había sustituido al alcalde electo, que había fallecido, 52 y Felipe Quiñones, el alcalde segundo. El caso es que, cuando en el verano de 1794 el gobernador pidió de oficio a los capitulares que cumplimentaran un atestado sobre el abasto de harinas en la plaza, los alcaldes se separaron del común y llegaron a poner en duda la autoridad del gobernador para recabar semejante información, sosteniendo, por tanto, que el ayuntamiento no debía pronunciarse sobre el particular. No obstante, como sabemos, el cabildo finalmente contestó, dejando en entredicho la actuación de O’Daly y Creagh. Y de resultas del conflicto creado dentro de la institución —porque se tardaron meses en dilucidar si se contestaba o no— la mayoría triunfante también aprovechó para arremeter fuertemente contra los alcaldes, que se habían puesto del lado de aquéllos. Cuando ya andaba pronto a dilucidarse el asunto, José Dávila, el regidor que más activo se había mostrado en la crítica a intendente y factor, presentaba una exposición ante el cabildo donde calificaba la manera de conducirse de los alcaldes y del intendente, quien había estado entorpeciendo la labor del cabildo e intentando por todos los medios que el testimonio no se formara, sobrepasando con mucho sus atribuciones.53 El escrito de Dávila, que desde luego no era imparcial, resulta demoledor. Para él, “los pretextos y efugios de que se valieron los señores alcaldes” para que no se obedeciera al gobernador se explicaban porque “temían que pudiera resultar la contestación de los
artículos contra ciertas personas condecoradas [se refiere a Creagh] a quienes, según consta a vuestra señoría muy ilustre, le han profesado dichos señores la mayor sumisión por sus intereses particulares”. Dávila continuaba: […] que los señores alcaldes estaban mal aconsejados y que se negaban a obedecer al señor gobernador porque juzgaban que de la contestación resultarían calificados algunos excesos que sobre la materia de abastos de harinas se culpaban en el público a los señores auditor de guerra, intendente interino y fiscal de real hazienda.54
A esas alturas, el asunto debía haber saltado a la calle, visto el enfrentamiento público y notorio que se estaba produciendo en el seno de la institución capitular. A ello aludía también Dávila con palabras no menos duras: […] se ha extrañado mucho la separación de los señores alcaldes en la mejor y más sana parte de este ilustre cuerpo, [lo] que ciertamente le ha granjeado la mayor desestimación entre las gentes sensatas por haberse prostituido al servicio del señor auditor, intendente y su fiscal por sus intereses particulares.55
A Dávila tampoco es que le faltara razón en sus críticas, ya hemos visto que, desde luego, Creagh no había actuado con toda la honorabilidad que a una autoridad de la máxima representación como él se le debe presuponer. Las importaciones de harinas que había hecho O´Daly con la inestimable colaboración del intendente habían rendido suculentos
52
ACSJ, 4 de noviembre de 1793.
53
A sabiendas de que seguramente nada bueno podía esperar del informe que prepararan los capitulares, el intendente remitió un decreto al ayuntamiento, con fecha de 21 de junio, por el que, con base en una representación del fiscal de Hacienda y una real cédula que prohibía al cabildo mezclarse con los ministros y negocios de la Real Hacienda, pretendía parar las averiguaciones que se estaban llevando a cabo. Sin embargo, era el proceder del intendente el que resultaba irregular, pues se estaba saltando la figura del gobernador al dirigirse por conducto directo al cabildo. Además, de que se estaba quejando sin razón, pues el ayuntamiento no se entrometía en los temas de Hacienda, simplemente contestaba a los requerimientos del gobernador.
54
ACSJ, 31 de octubre de 1794. Por supuesto, los alcaldes tampoco se habían quedado parados y habían recurrido a la Audiencia de Santo Domingo, quejándose de las solicitudes que había estado realizando el gobernador y de la actuación del resto de capitulares durante todo el proceso de las averiguaciones (Representación de los alcaldes de 24 de julio de 1794). En el cabildo de 15 de septiembre de 1794, se recibe una real provisión de la Audiencia donde solicita testimonio íntegro de todo lo obrado en torno a este caso, especialmente por el informe pedido por el gobernador, contra el que los alcaldes habían interpuesto recurso, pidiendo que nada se avance hasta que la Audiencia dictamine. 55
ACSJ, 31 de octubre de 1794.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
beneficios y seguro que algo hubo para él. Tampoco parecen quedar dudas de la nómina amplia de enemigos que se había ganado Creagh a pesar del poco tiempo que llevaba en la isla, desde 1792. Así las cosas, todos los que tenían cuentas pendientes con él, más pronto que tarde se las iban a cobrar. Antes de que se terminaran de resolver tanto la polémica con las harinas y las injerencias en el cabildo como el desfalco en la Caja, llegó a la isla un nuevo gobernador, Ramón de Castro.56 Con ello, lejos de arreglarse nada, algo que hubiera debido pasar, ya que se acababa el periodo de las interinidades, los acontecimientos tomaron un giro posiblemente desproporcionado. Desenlace que supuso todo un triunfo para las élites sanjuaneras más asentadas y una clara demostración de su poder. Cuando el nuevo gobernador llegó a la isla tardó poco en decidir de qué lado se decantaría.57 Ramón de Castro era gobernador desde marzo de 1795 y el 5 de octubre de ese mismo año Creagh ya estaba encerrado en una bóveda del castillo del “Morro”, ¿los motivos?, haber intentado salir de la isla sin permiso —huir de ella según sus oponentes— en dirección a Santo Domingo. Supuestamente, en aquella Audiencia pretendía pedir amparo ante el acoso al que le estaba sometiendo el nuevo gobernador. No deja de ser extraño que no se le hubiese concedido licencia para el desplazamiento —o tal vez no la pidió a sabiendas— y, particularmente, lo desproporcionado del castigo. Es más, el encierro del antiguo intendente, que todavía seguía siendo teniente de gobernador y auditor de guerra, parecía contravenir las leyes, en tanto que no se debían ejecutar penas de prisión contra los funcionarios de su categoría.58
56 Ramón de Castro fue gobernador de Puerto Rico de marzo de 1795 a noviembre de 1804. 57 AGI, Santo Domingo, 2284. Los expedientes con la amplísima documentación generada a raíz de la detención de Creagh. Quien lleva todo el peso de su defensa es su esposa, María Candelaria Rubalcaba, que no deja caer en el olvido el caso incluso bastantes años después de muerto aquél. Lo que sigue es apenas la información básica y el desenlace. 58
Real orden circular de 3 de agosto de 1782.
No obstante, ya nunca saldría de prisión. Los escritos con quejas hacia su persona inundaron la Corte. Todos y cada uno de sus enemigos aprovecharon para hacer leña del árbol caído y aun aquellos que no tenían directamente nada en contra suya, tampoco hicieron lo más mínimo por aliviar su situación. Es significativo, por ejemplo, el papel que juega el obispo de la isla, Juan Bautista Zengotita. La mujer de Creagh le había estado interpelando para que intercediera por ellos. Sin embargo, todo lo que hizo éste fue escribir a la Corte anunciando el fallecimiento del auditor y, una vez que se había producido este desenlace, intentar exculparse por su inacción. Para ello, argumentaba que nunca quiso inmiscuirse en un pleito que ya estaba planteado cuando él llegó a la isla (1796), ni quiso indagar, porque no era propio de los eclesiásticos mezclarse en ese tipo de asuntos.59 Creagh permanecería en el “Morro”, incomunicado, tratado como si del más peligroso criminal fuera, mientras su mujer se ocupaba de su defensa. Trataba de poner en conocimiento de las autoridades metropolitanas su versión de los hechos y los atropellos que su familia sufría. Sabía que Ramón de Castro contaba con poderosos aliados en la Corte, ya que estaba casado con una prima del ministro de Marina, Antonio de Valdés, y por eso movió su caso cuanto pudo. No dudó en escribir a Godoy y a la mismísima reina, pero de poco le iba a servir. Creagh muere en prisión el 27 de diciembre de 1797. El año antes, el 2 de abril de 1796, había tomado posesión de su cargo Francisco Díaz Yguanzo, mandado desde la península para relevarlo y tomarle, como sucedía en estos casos, juicio de residencia. Las pesquisas sobre el terreno hubieran debido agilizar mucho el proceso, porque en la Corte, como era normal, todo se demoraría, pero nadie parecía dispuesto en la isla a mover un solo dedo por el antiguo auditor, ni siquiera un recién llegado, eso o tal vez que nadie quería enfrentarse al gobernador. Sabemos que en 1800 todavía no se había adelanta59
AGI, Santo Domingo, 2284, Juan Bautista de Zengotita, 12 de enero de 1798.
51
52
José Manuel Espinosa Fernández
do nada al respecto del caso. Creagh llevaba muerto más de dos años y, sin embargo, su sucesor, que debía haber aclarado el caso hacía mucho se hallaba fuera de San Juan, “tomando los aires” del campo por hallarse indispuesto. Su viuda siguió litigando durante años. En todo ese tiempo sus bienes estuvieron embargados y transcurrieron años hasta que se le permitiera volver a la península, como tenía solicitado desde que murió su esposo. Así, hasta que la sentencia finalmente llegó, aunque bastante tarde. El 22 de noviembre de 1808, el Consejo de Indias declaraba a Juan Francisco Creagh: “buen servidor del rey”, se mandaba que le fueran abonados a su viuda todos los sueldos que le habían sido retenidos en Reales Cajas y se condenaba al pago de costas a quienes habían tenido parte en su dilatada prisión.60 Pero ya eran otros tiempos. Castro había dejado de ser gobernador hacía cuatro años, bastantes de aquellos protagonistas habían fallecido o habían dejado la primera línea de la escena pública para dar paso a otros. Habían cambiado bastantes cosas en San Juan, en todo Puerto Rico, y muchas más que iban a cambiar.
Conclusiones A pesar de ser un enclave deficitario y marginal, el Puerto Rico de fines del siglo xviii distaba mucho de ser una colonia yerma y estancada. Tampoco el que fuera un importante bastión militar gobernado por militares hacía de ella una posesión más y mejor controlada. Más bien al contrario. A la vista de cómo se desenvolvía su comercio, inserto en el mercado que la rodeaba y negociando impunemente por fuera de los cauces legales establecidos, se podría decir que los intentos de la metrópoli por acabar con el contrabando durante buena parte del siglo habían resultado un completo fracaso. No resulta extraño que el Estado fuera incapaz de recuperar vía impuestos parte de lo mucho que invertía en el mantenimiento de aquella plaza. 60
AGI, Santo Domingo, 2284.
Es más, pudiera ser que parte de esa plata que llegaba del continente en realidad lo que estuviera era financiando los negocios de unos pocos a cuenta de lo visto con el manejo de las cuentas en la Caja o la financiación de expediciones comerciales con el dinero del rey. Es difícil saber cuánta de aquella plata quedaba en manos de la élite sanjuanera, pero es seguro que la llegada anual de los situados permitió capitalizar aquella economía, posibilitando negocios —el tesorero Casado era uno de los principales hacendados de la isla, igual que el factor O’Daly, por ejemplo— y alimentando corruptelas. De éstas, además, no parecía estar a salvo nadie. Las medidas de control de la Corona fracasaban porque, en primer lugar, eran sus propios representantes los que vulneraban las normas, ya fuese solos, en connivencia con las élites locales u oponiéndose a ellas y haciéndoles competencia, de todo había y cada quién seguía su propia estrategia a la hora de acaparar parte del “botín”. Pero, desde luego, queda claro que reducir la situación a un simple conflicto peninsularescriollos, funcionarios-colonos, parece desacertado. Que las élites ganaban poder a medida que se enriquecían y mientras dominaban los entresijos mismos del aparato colonial, bien controlando las instituciones —el cabildo, la Caja, la factoría—, bien cooptando a los funcionarios llegado de la península, también parece evidente. La caída en desgracia y final de Creagh sirve de ejemplo palmario. Cómo pudieron canalizar ese poder llegado el momento para moldear el régimen colonial que les constreñía, se intuye, pero no es ése el objeto de este trabajo. Sí lo es evidenciar que hay mucho más allá del delito y la mera transgresión de la norma cuando se habla de la corrupción en la América colonial, incluso más allá de la secular tensión entre gobierno y gobernados.
Fuentes Archivísticas AGS. Archivo General de Simancas. AGI. Archivo General de Indias, Santo Domingo, 2284. ACSJ. Actas del Cabildo de San Juan.
Entre el servicio al rey y el interés personal: Juan Francisco Creagh
Bibliográficas Abbad y Lasierra, fray Iñigo, Historia geográfica civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, México: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1959. Córdova, Pedro Tomás de, Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la isla de Puerto Rico, v. III, San Juan de Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1968. Cruz Monclova, Lidio, Historia de Puerto Rico: (siglo xix), v. 1, Madrid/Puerto Rico: Ograma/Editorial Universitaria, 1957-1958. Delgado Ribas, Josep M., Dinámicas imperiales (1650-1796), Barcelona: Bellaterra, 2007. Espinosa Fernández, José Manuel, “Militarismo, gasto y subversión del orden colonial en el Puerto Rico de las Reformas Borbónicas (1765-1815)”, en Memorias. Revista digital de historia y arqueología desde el Caribe, núm. 13, 2010. Fernández Méndez, Eugenio, Crónicas de Puerto Rico, San Juan: Universidad de Puerto Rico, 1969. Gelman, Jorge, “La lucha por el control del Estado: administración y élites coloniales en Hispanoamérica”, en Historia general de América Latina, v. IV, París: unesco, 1999, pp. 251-264. González García, Sebastián, “Notas sobre el gobierno y los gobernadores de Puerto Rico en el siglo xvii”, Historia, t. 1, núm. 2, junio de 1962, pp. 1-98. González, Luis E. y Luque, M. Dolores (coords.), Historia de Puerto Rico, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2012. Gutiérrez del Arroyo, Isabel, El Reformismo Ilustrado en Puerto Rico, México: El Colegio de México, 1953. López Cantos, Ángel, Miguel Enríquez, San Juan: Ediciones Puerto, 1998. Marchena Fernández, Juan, “Capital, créditos e intereses comerciales a fines del periodo colonial: los costos del sistema defensivo america-
no. Cartagena de Indias y el sur del Caribe”, en Tiempos de América, núm. 9, 2002, pp. 3-38. Marrero, Levi, Cuba, economía y sociedad, vol. 12, Madrid: Editorial Playor, 1992. Moscoso, Francisco, Agricultura y sociedad en Puerto Rico, siglos 16 al 18, San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2001. Navarro García, Luis, Las Reformas Borbónicas en América. El Plan de intendencias y su aplicación, Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995. O’Reilly, Alejandro, “Varias noticias relativas a la isla de PuertoRico”, Alejandro, 1765. Anexo a la memoria formada por el mariscal con motivo de su visita a la isla, incluido en Tapia y Rivera, Alejandro, Biblioteca Histórica de Puerto Rico, San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña, 1945, p. 546. Picó, Fernando, Historia general de Puerto Rico, Río Piedras: Huracán, 2000. Pietschmann, Horst, “Burocracia y corrupción en hispanoamérica colonial. Una aproximación tentativa”, en Nova Americana, núm. 5, 1982, pp. 11-37. —— “Corrupción en las Indias españolas: revisión de un debate en la historiografía sobre Hispanoamérica colonial”, en Instituciones y corrupción en la Historia, Universidad de Valladolid, 1998, pp. 31-52. —— Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España. Un estudio político administrativo, México: Fondo de Cultura Económica, 1996. Saguier, Eduardo, “La corrupción administrativa como mecanismo de acumulación y engendrador de una burguesía comercial local”, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 46, 1989, pp. 269-303. Sheridan, Richard B., “The Plantation Revolution and the Industrial Revolution, 1625-1775”, en Caribbean Studies, núm. 9, 1969, pp. 5-25. Tapia y Rivera, Alejandro, Biblioteca Histórica de Puerto Rico, San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña, 1945.
53
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras como funcionario público (1759-1833) “In favor of divine worship and my fatherland”: a look at Francisco Eduardo Tresguerras as a public official (1759-1833) Luz Paola López Amezcua* Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (Cimmyt)
Resumen. Francisco Eduardo Tresguerras (Celaya, Guanajuato, 1759-1833) es un personaje reconocido por su labor en el ámbito artístico durante los siglos xviii y xix, destacándose como arquitecto neoclásico en su natal Celaya y lugares circunvecinos. Sabemos además que a la par de sus actividades en el arte ocupó cargos públicos en el Ayuntamiento de Celaya, una faceta por cierto muy poco abordada, ya que entre 1807 y 1830, fue maestro mayor de Obras Públicas, síndico procurador del Ayuntamiento (1811-¿1820?), secretario del Ayuntamiento (1823), procurador segundo (1824), alcalde de primer voto y juez de Hacienda Pública (1827 pero rechazó el cargo), alcalde constitucional (1828), diputado suplente del Congreso de Guanajuato por el partido electoral de Allende (1828) y formó parte de la Junta de Sanidad (1828). Este transitar entre el siglo xviii y xix es una de las particularidades del celayense que nos permiten conocer los sutiles cambios que hicieron la diferencia entre la administración colonial y los gobiernos conformados una vez consumada la Independencia. Dicho lo anterior, se trata de abordar a lo largo de este artículo dos cuestiones: por un lado, la identificación y descripción de los cargos en los cuales Tresguerras se desempeñó como funcionario público y, por otro, revisar la influencia social que tuvo en las decisiones de su localidad, analizando las circunstancias en las cuales combinó el arte con la función pública.
Abstract. Francisco Eduardo Tresguerras (Celaya, Guanajuato, 1759-1833) is identified as a neoclassical artist during eighteenth and nineteenth centuries, standing as neoclassical architect in his native Celaya and surrounding places. We also know that alongside his artistic activities, he held a seat in public offices, an aspect very little studied: between 1807 and 1830 he was Master of Public Works, Elected City Attorney (1811¿1820?), City Clerk (1823), Second Official Attorney (1824), Mayor of first vote and Judge of Public Finance (1827 but rejected the charge), Constitutional Mayor (1828), Acting Deputy of the Congress of Guanajuato for the Allende political party (1828), and also served on the Board of Health (1828). This move between the eighteenth and nineteenth century is one of the peculiarities of him that lets us know the subtle changes that made the difference between the colonial administration and the governments formed after Independence accomplished. That said, it is addressing throughout this paper two issues: on the one hand, the identification and description of the charges in the Tresguerras which served as a public official, and secondly, to review the social influence it had on the decisions of its location, analyzing the circumstances in which he combined art with function public.
Palabras clave: Tresguerras, Ayuntamiento, Celaya, función pública, elecciones.
Keywords: Tresguerras, City Hall, Celaya, Civil Servant, Elections.
Fecha de recepción: 28 de agosto de 2015 Fecha de aceptación: 8 de octubre de 2015
* Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Celaya. Maestra en Estudios Históricos Interdisciplinarios por la Universidad de Guanajuato. En 2005 realizó la investigación “Ecos cristeros de Guanajuato”, publicada en Metodología de la investigación, de Roberto Hernández Sampieri, Carlos Fernández Collado y Pilar Baptista (McGraw-Hill), con la cual ganó en 2007 el segundo lugar del concurso “El estado de Guanajuato en la Historia”, convocado por el del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Contacto: paola.lopez.amezcua@gmail.com
[ 55 ]
56
Luz Paola López Amezcua
Introducción
E
n el contexto de Francisco Eduardo Tresguerras (Francisco Joseph Eduardo Fernández Martínez de Ibarra), la administración pública de principios del siglo xix seguía manteniendo la estructura conferida por las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo xviii, las cuales se caracterizaron por mantener centralizadas las estructuras gubernamentales encabezadas por un rey, a fin de tener un control más eficaz, siendo los ayuntamientos de esa época los encargados de la administración de la justicia y los recursos económicos.1 Después de la independencia se viviría la primera República federal, con un presidente a la cabeza del gobierno y bajo el régimen de una constitución, iniciándose los primeros ejercicios de elecciones de funcionarios públicos por medio de las Juntas Electorales. “A favor del culto divino y de mi patria” es una frase dicha por este personaje a propósito de su actividad en el ayuntamiento, la cual, me parece, describe dos facetas que él consideraba importantes para una persona de buena reputación: la religión y el servicio a la patria. Metáfora que deja entrever la devoción religiosa en su ejecución artística (además formó parte de la archicofradía del Cordón de San Francisco y fue devoto de la Virgen de los Dolores) y, a un funcionario público que realizó actividades que no se alejan de esta misma faceta artística. Tresguerras ha tenido diversos y muy acuciosos estudios de su vida artística a cargo de cronistas e historiadores, y también bajo los enfoques de expertos en cuestiones de estética y teoría de la arquitectura. Uno de los principales investigadores ha sido el historiador Francisco de la Maza, que en su estudio introductorio sobre la obra de Tresguerras, Ocios literarios, hace un análisis más profundo con los datos biográficos del personaje, como qué significaba ser criollo en esa época; ahonda más en su vida política (menciona el nombramiento vitalicio como maestro mayor de Obras Públicas), y en lo artístico, en lugar de enfocarse a la arquitectura, como otros autores lo han hecho, analiza su obra literaria. Manuel Romero de Terreros nos da también un esbozo de los cargos públicos de Tresguerras, tales como síndico, regidor, procurador, alcalde de Celaya y miembro de la Diputación Provincial de Guanajuato.2 En el artículo “Tresguerras, el sueño y la melancolía”, escrito en 1998 por Jaime Cuadriello,3 se aproxima a un análisis de la obra autobiográfica de Tresguerras, haciendo énfasis en los autorretratos del personaje, donde explora las circunstancias sociales y artísticas que lo llevan a plasmar en estos soportes sus inquietudes, teniendo como eje rector el humor melancólico en el contexto de los artistas de esa época. Además de conocer más la psicología del personaje, este estudio da a conocer influencias literarias y pictóricas que el artista refleja en su obra. 1
Carrillo, Génesis, 2011, p. 23.
2
Romero, “Arquitecto”, 1927, p. 342.
3
Cuadriello, “Tresguerras”, 1998, pp. 87-124.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
Víctor Manuel Villegas, historiador del arte, en su obra Tresguerras, arquitecto de su tiempo, hace un análisis y crítica a su obra, llamándolo arquitete. Asegura que lo que se ha escrito sobre Tresguerras se basa en la propia opinión del artista. Comenta que llamarle el Miguel Ángel Mexicano, como es conocido en el ámbito local, es una torpeza, pues, a pesar de que incursionó en las cinco bellas artes, no las llegó a dominar. Luis Velazco y Mendoza, cronista oriundo de la ciudad natal de Tresguerras, se adentra un poco más en la vida cotidiana de su paisano, mencionando su participación en cargos públicos, tales como maestro mayor de Obras Públicas, síndico, procurador y alcalde, sin embargo, el mayor énfasis sigue girando en torno a sus actividades como artista. De ahí que, para enriquecer los estudios recientes sobre esta personalidad, se presenta esta revisión más detallada de sus cargos en el ayuntamiento de Celaya.
Dirija, revise, destruya o enmiende A principios del siglo xix, Francisco Eduardo Tresguerras se había consolidado en Celaya y Querétaro como un artista autodidacta prolífico, después de que años atrás había abandonado la carrera eclesiástica, vivido una precaria situación económica, porque en su ciudad natal las labores ornamentales no eran bien remuneradas; y posteriormente, había tenido desencuentros con algunos artistas queretanos por el arte neoclásico que trabajaba y por tener un reconocimiento “dudoso” por parte de la Academia de San Carlos como maestro de las Tres Nobles Artes. Contamos con datos biográficos de primera mano que nos legó Tresguerras en su Carta autobiográfica, a través de la cual nos da cuenta de sus primeros años, su formación profesional, su vocación a las artes y los desencuentros que tuvo tanto con artistas como con la sociedad de su época por impulsar el neoclásico. Como él mismo refiere en dicho documento, en 1794 ingresó a la Academia de San Carlos una solicitud para que se le certificara como académico,4 pero
varios investigadores han concluido que dicho permiso le fue denegado, pues hasta el momento no se ha encontrado en los archivos de esa academia el documento que lo certificara, aun cuando el artista diría más adelante que “la Academia me conoce por su discípulo y me ha licenciado para cualesquiera obras […]”.5 Al respecto, Xavier Moyssén nos da un poco de luz sobre este asunto, ya que podemos afirmar que, al menos, Tresguerras sí hizo la solicitud formal para que la Academia de San Carlos lo reconociera, pese a no saber a ciencia cierta si la solicitud procedió.6 Sea como fuere, es a inicios del siglo xix cuando vemos documentos oficiales en los cuales nuestro personaje firma como “grabador y profesor de las tres nobles artes”: arquitectura, pintura y escultura,7 y siendo además conocido por el ayuntamiento como “Profesor de Arquitectura”.8 Celaya, la ciudad donde Tresguerras nació y vivió toda su vida, era conocida desde principios del siglo xviii como La Puerta de Oro del Bajío, denominación que se le dio por el desarrollo económico, social, político y cultural que alcanzó a lo largo de esa centuria y que ostentaría hasta antes de la guerra insurgente. La economía giraba alrededor de las actividades agropecuarias, la industria textil y el comercio. La conformación política de la entonces alcaldía mayor de Celaya, contaba con un ayuntamiento presidido por un alcalde mayor, que fungía además como teniente capitán de la provincia, y con la Santa Hermandad, institución que velaba por la seguridad de las poblaciones rurales al vigilarlas de la presencia de ladrones y asaltantes.9 Por otra parte, en la ciudad se habían establecido las principales órdenes religiosas de Nueva España: la de San Francisco, que albergaba a la Real Universidad; la del Carmen, con su Colegio de 5
De la Maza, Ocios, 1962, p. 200.
6
Moyssén, Documento, 1986, pp. 185-188.
7
AGN, Instituciones Coloniales, Ayuntamientos, exp. 10, vol. 226, ff. 300-301, ¿1806? 8 AGN, Instituciones Coloniales, Tierras, 17786, vol. 2071, f. 118 r., 1805-1806. 9
4
De la Maza, Ocios, 1962, p. 204.
Zamarroni, Narraciones, 1959, p. 26; Wright, “Vida”, 1989, pp. 13-44.
57
58
Luz Paola López Amezcua
Teología Moral y Escolástica; además de agustinos, mercedarios, juaninos y jesuitas.10 Hacia 1802, el templo del Carmen de la ciudad de Celaya sufrió un incendio, tras lo cual los carmelitas contrataron a Tresguerras para llevar a cabo la reconstrucción de dicho inmueble. Cinco años tardó el artista en realizar tal empresa, y durante el proceso de construcción no faltaron los halagos ni las críticas ante la obra neoclásica que emprendió. Ya para esas fechas había realizado en Celaya, en alusión a la jura del rey Carlos IV, un arco triunfal, una columna con la estatua del nuevo soberano y el tablado real donde tendría lugar la ceremonia; además, había ejecutado también casas, retablos y piezas de plata.11 En Querétaro había hecho un retrato del mismo soberano, la sillería del templo de San Francisco, la fuente de Neptuno, y su obra literaria Ocios literarios, una apología de poemas que escribió para defenderse de los artistas barrocos queretanos críticos del estilo neoclásico que promovió en esa ciudad. A la par de la construcción del templo del Carmen, en 1804 inició la obra del puente de piedra sobre el río de La Laja en la misma ciudad. Para 1806, Tresguerras fue nombrado perito “para reconocimiento de la boca del Rio de la Laja” y otras “operaciones” que bajo ese rubro quisieran encomendarle,12 es decir, encargado de monitorear la crecida del río en época de inundaciones. La obra del templo del Carmen de Celaya fue consagrada en 1807, y tras una comida que organizaron los celayenses para celebrar dicho acontecimiento, el ayuntamiento nombró a Tresguerras “Maestro Mayor de Obras Públicas”, cargo que tenía como principal responsabilidad cuidar y mejorar la imagen urbana:13 El M.I. Cabildo, Justicia y Regimiento de Esta Nobilísima Ciudad nombra a Don Francisco E. Tresguerras Maestro Mayor de las Obras Públicas de esta Ciudad 10
Zamarroni, Narraciones, 1959, p. 181.
y su Distrito, confiriéndole sus propias facultades para que las dirija, revise, destruya o enmiende, en los términos debidos, cuantas hay y cuanta se ofrezcan en lo sucesivo, ya para la solidez, hermosura y perfección y ya para precaverlas de ruinas en su construcción o de disputas en los deslindes.14
Cabe mencionar que dicho nombramiento se le otorgó en carácter de “vitalicio”, según consta en el documento. Sus facultades serían dirigir, revisar y destruir obras, siempre en beneficio de una ciudad que se viera bien planeada y con una imagen adecuada. Con este nombramiento inicia la actividad de Tresguerras en el ayuntamiento de Celaya, que duraría aproximadamente veinte años, en los cuales, como se dijo en el resumen, ocupó cargos como síndico procurador del ayuntamiento y alcalde.
El representante de los intereses de la población Volvemos a tener noticia de la función pública de Tresguerras hacia 1810, precisamente con el inicio de la gesta insurgente, cuando el ayuntamiento de Celaya debió tomar algunas decisiones ante la amenaza de los insurgentes de ocupar la ciudad. Tras la proclamación de Miguel Hidalgo para levantarse en armas el 15 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores, el incipiente ejército se dirigió a San Miguel El Grande y de ahí a Celaya. El 19 de septiembre llegaron a la hacienda de Santa Rita, ubicada en las inmediaciones de la ciudad. Desde ahí, Hidalgo mandó una misiva al ayuntamiento para pedir la rendición de los “españoles europeos”, so pena de acabar con la vida de setenta y ocho rehenes de ese origen.15 La comunicación fue recibida por el subdelegado José Duro, quien convocó al ayuntamiento a reunión extraordinaria, a la cual también fueron llamados el párroco de la ciudad junto con otros religiosos y personas importantes, quienes se reu-
11
De la Maza, Ocios, 1962, p. 160.
12
AGN, 1805-1806, Instituciones Coloniales, Tierras, exp. 17786, vol. 2071, f. 18 r. 13
Zamarroni, Narraciones, 1959, pp. 186 y 287.
14
De la Maza, Ocios, 1962, p. 13.
15
Hernández, “Intimación”, 2008.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
nieron para deliberar qué hacer. ¿Estaría Tresguerras convocado a esta reunión como miembro del ayuntamiento? Sería lógico creer que sí, aunque el historiador Francisco de la Maza dice que “el arquitecto del Carmen brilló por su ausencia”,16 pero no da mayores detalles sobre esta aseveración. El grupo decidió que era necesario pedir ayuda a la ciudad de Querétaro, y se mandó una misiva dirigida al comandante de brigada, Ignacio García Rebollo. Acordaron también reunirse al día siguiente a las ocho de la mañana para esperar la resolución de García Rebollo.17 El 20 de septiembre Hidalgo esperaba la respuesta del cabildo a las afueras de Celaya, y el cabildo, a su vez, esperaba la respuesta del comandante de Querétaro, mientras la población empezaba a vivir momentos de angustia. Se recibió la misiva de Querétaro a las diez de la mañana. La respuesta: la vecina ciudad negaba la ayuda pedida, puesto que se encontraba en igualdad de condiciones. Para esas horas, la representación del ayuntamiento celayense había disminuido considerablemente, pues al ser españoles en su mayoría se habían refugiado en Querétaro, al igual que el subdelegado Duro, el regimiento de infantería y algunos ediles. Al contar con fuerzas insuficientes, los integrantes del cabildo decidieron no defender Celaya: el regimiento asentado en esta ciudad contaba en esos momentos con poco más de 800 elementos. Además, consideraban que “no era conveniente poner las armas en manos de la plebe, porque ésta podía pasarse al enemigo […]”.18 Ante una ciudad que no ofrecía resistencia, Hidalgo y su tropa pudieron entrar. Dice el cronista Rafael Zamarroni Arroyo que, en su paso hacia la plaza principal de Celaya, en el cruce de la Calle Real (hoy Avenida Miguel Hidalgo) y de San Juan de Dios (hoy calle Benito Juárez), Hidalgo fue recibido por una comisión, supuestamente encabezada por Tresguerras, que le entregó las llaves de la
ciudad.19 De haber sido así, la entrega de estas llaves haría referencia a la rendición de la ciudad ante los insurgentes. Sin embargo, la documentación que da cuenta de la entrada de Hidalgo en la ciudad no menciona nada al respecto. El 21 de septiembre, Hidalgo nombró como nuevo subdelegado de Celaya a Carlos Camargo. Al inicio de la insurgencia fue una práctica común que los insurgentes, al llegar a una población y pedir la rendición y la adhesión de las autoridades, si éstas se negaban, entonces eran destituidas y se nombraban autoridades “insurgentes”, ya fuese a título individual, como en el caso de subdelegados o intendentes, o corporaciones, como fue el caso de cabildos. Cabe señalar que en un principio Hidalgo buscaba ratificar a las autoridades que ya formaban parte del ayuntamiento local si éstas decidían unirse al bando insurgente, aunque aquí no fue el caso. Al día siguiente, Hidalgo fue aclamado como capitán general de la tropa insurgente y Allende teniente general. Por la tarde de ese día, el ayuntamiento se reunió en sesión extraordinaria en la casa municipal; los insurgentes dejaron la ciudad al día siguiente.20 Camargo, quien había declarado su simpatía a la causa insurgente, en cuanto Hidalgo abandonó Celaya informó al virrey Francisco Javier Venegas sobre los hechos ocurridos. Le señalaba que, a pesar de haber sido nombrado por Hidalgo como subdelegado, seguía fiel al gobierno español, por lo cual, por órdenes del mismo Venegas, fungiría como espía.21 La lucha contra los insurgentes fue encabezada por el español Félix María Calleja del Ray, comandante de la Décima Brigada militar, asentada en San Luis Potosí. Luego de preparar sus tropas por espacio de un mes desde que se enterara de los acontecimientos, emprendió la persecución de los rebeldes. Primero se trasladó a Querétaro, y de ahí hacia la intendencia de Guanajuato, recuperando las poblaciones que se habían declarado insurgentes,22 entre 19
Zamarroni, Narraciones, 1959, pp. 263-264.
16
Bernal, “Papel”, 2014, p. 5; De la Maza, Ocios, 1962, p. 14.
17
Zamarroni, Narraciones, 1959, p. 262.
18
Velazco, Historia, 1947, p. 15; Zamarroni, Narraciones, 1959, p. 262; Bernal, “Papel”, 2014, p. 38.
20
Velazco, Historia, 1947, pp. 18, 20; Zamarroni, Narraciones, 1959, p. 277. 21
Velazco, Historia, 1947, pp. 27-28.
22
Bernal, Ecos, 2010, pp. 73, 88.
59
60
Luz Paola López Amezcua
ellas la ciudad de Celaya, donde fue recibido el 16 de noviembre de ese año por miembros del ayuntamiento. La estancia de Calleja fue de cinco días, en los cuales reorganizó la estructura del gobierno local, otorgando los cargos a quienes fueran simpatizantes del régimen colonial.23 Dice Velazco y Mendoza que Tresguerras fue molestado por Calleja por sus ideas a favor de la independencia,24 dato que tomamos con reservas, porque no hay información de primera mano que muestre certeza de que al inicio de la insurgencia comulgara con los ideales de la Guerra Independentista. En 1811, cuando las tropas realistas ya habían recuperado el control de la ciudad, Tresguerras fue nombrado procurador general de Celaya, cargo que se obtenía cada año mediante elección por parte de los regidores del cabildo. El procurador era el representante de los intereses de la población y vigilaba el desempeño de los regidores. Este cargo no lo desvinculaba de sus funciones como maestro mayor de Obras Públicas, pues como procurador tenía la facultad de intervenir en los casos de venta, composición y repartimiento de tierras, por lo que ahora podía gestionar directamente los requerimientos ante las autoridades de la intendencia o del reino. Por ejemplo, en noviembre de ese año mandó al virrey un informe sobre el término de un camino entre Celaya y el pueblo de Apaseo, “pedido por mi y realizado”.25 El ser parte del ayuntamiento ratificado por Calleja también dio a Tresguerras la posibilidad de participar de las decisiones que se tomaban sobre los acontecimientos que se estaban presentando y de las disposiciones de las diferentes autoridades, como sucedió con los edictos enviados por la Santa Inquisición a las diferentes autoridades del virreinato, y que eran distribuidas en todas las poblaciones. A principios de 1811, el subdelegado Camargo recibió el edicto mediante el cual se daba aviso de
la excomunión que el obispo electo de Valladolid, Manuel Abad y Queipo, habría de imponer a los que siguieran a Hidalgo. Al tercer edicto, autoridades civiles y religiosas de Celaya se reunieron para analizarlos, y llegaron a la conclusión de que estos documentos eran sospechosos, pues parecía contradictorio que, por un lado, lanzaran la excomunión a los insurgentes y, por otro lado, se concediera la absolución a quienes se retractaran del movimiento. Tresguerras calificó al edicto de “subrepticio”, ya que no había sido enviado como solían mandarse los documentos del santo tribunal.26 Aunque participara de estas decisiones, se ha señalado que Tresguerras era simpatizante del movimiento, esto a partir de las declaraciones de un sacerdote de nombre Mariano Salazar, padre lector de sagrada teología de la Real Universidad asentada en Celaya, quien estaba a favor de la insurrección, y señaló “que a uno, u otro señor de Celaya había seducido, como a don Francisco Tresguerras”. A este sacerdote se le relacionó con una supuesta “liga de los europeos de Napoleón”; esta acusación demuestra la efectividad de la campaña anti insurgente que habían emprendido las autoridades,27 pues éstas culpaban a Napoleón Bonaparte de ser el autor intelectual de la guerra. La ciudad de Celaya era protegida por un batallón que la resguardaba de los ataques insurgentes, y el cabildo nombró a la patrona de la ciudad a la Purísima Concepción, como “Generala de las fuerzas que defendían a Celaya”.28 En un parte de guerra que el comandante de este batallón envió al virrey en octubre de 1811, informó que Tresguerras elaboró el plano con la medida de unos cañones que el virrey solicitó,29 aunque no quedan claras las razones por la cuales él atendió dicha solicitud. El 19 de marzo de 1812 fue proclamada la Constitución de Cádiz, aunque debido al tiempo que tardaban en llegar las noticias al continente, el
23
26
24
27
25
28
Velazco, Historia, 1947, p. 45. Velazco, Historia, 1947, p. 48.
Avellá, Cabildos, 1994, p. 91; Castro, Revolución, 1979, pp. 16, 42; AGN, Instituciones Coloniales, Operaciones de Guerra, exp. 121, vol. 974, f. 309, 1811.
Hernández, Historia, 2007, pp. 1-2. Hernández, Historia, 2007, pp. 1-2. Velazco, Historia, 1947, pp. 93-94.
29
AGN, Instituciones Coloniales, Operaciones de Guerra, exp. 88, vol. 974, f. 222, 1811.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
ayuntamiento de Celaya organizó los festejos propios de este acontecimiento el 16 de mayo. A la usanza de la jura de los reyes, se colocó un tablado en la casa municipal, el cual fue decorado con guirnaldas y candiles de plata. La ceremonia se realizó en la Plaza Mayor que, para conmemorar el acontecimiento, le fue cambiado el nombre por el de “Plaza de la Constitución”, como se hizo de forma recurrente en las plazas principales de la Monarquía. En ella se congregaron autoridades civiles y eclesiásticas, además de las autoridades de los barrios de indios, nobles y principales vecinos, quienes juraron la constitución seguidos del resto de la población.30 Don Francisco Guizarnótegui, subdelegado interino y Comandante Militar de la Plaza, pronunció un discurso que terminó con vivas a la Nación, a la Constitución y al Rey, en medio del repique de las campanas y disparos de fusilería.31
También se celebró un Te Deum en la parroquia, donde la constitución fue jurada, ahora por las autoridades eclesiásticas. Durante tres días, y al igual que en otros lugares, hubo fuegos artificiales, música militar y, como la misma constitución disponía, se llevaron a cabo las elecciones para conformar el nuevo ayuntamiento,32 y todo parece indicar que Tresguerras continuó con el cargo de procurador. Ese mismo año de la jura de la constitución, Celaya fue atacada en cuatro ocasiones por los insurgentes, encabezados por Albino García, aunque sin mucho éxito, porque el ejército que defendía Celaya salió victorioso. García fue uno de los principales cabecillas insurgentes del Bajío. Originario de Salamanca, Guanajuato, tuvo su área de operación en la zona de Celaya, Irapuato, Pénjamo, Silao y Valle de Santiago; este último lugar fue donde libró en junio de 1812 una batalla contra las fuerzas realistas de Agustín de Iturbide. García fue aprehendido junto con su hermano y fusilados en Ce-
laya el 8 de junio de 1812. Casi diez años después, en 1821, Tresguerras reunió los restos del guerrillero y les dio sepultura en la parroquia de Celaya, además de que hizo a lápiz el único retrato que se conoce del insurgente.33 No es seguro considerar la sepultura de García como un acto de simpatía por la insurgencia, quizá hizo esto como parte de sus actividades en el cabildo. Aunque también se debe tener en cuenta que esta acción fue realizada en 1821, cuando ya se había conseguido la independencia y evidentemente las simpatías hacia quienes fueron insurgentes ya no eran condenadas. Tal vez hechos sangrientos como los que acabamos de describir contribuyeron a que en 1813 Tresguerras plasmara su opinión sobre la insurgencia en un libro de grabados, además de que a inicios de ese año los insurgentes habían atacado de nueva cuenta a Celaya, y al ser rechazados por la guardia incendiaron las trojes de varias haciendas de las afueras de la ciudad:34 Sí, la fuerza ha oprimido a la inocencia, como con horror de la misma naturaleza lo hemos visto en estos nuestros días infelices en Guanajuato, Valladolid y Guadalajara, pues tanta cantidad de europeos fue muerta por Hidalgo y sus secuaces malísimamente estimulados del odio y de la venganza. ¡Oh fatal y sangrienta insurrección!35
En opinión del celayense, la gesta fue sangrienta, pues Hidalgo y los insurgentes fueron movidos por sentimientos de odio y venganza hacia los españoles, lo que ocasionó la muerte de personas inocentes, seguramente en alusión a episodios como el acontecido en la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Por lo visto, no estaba a favor del movimiento de Hidalgo. Prosigue señalando a Bonaparte como el responsable del movimiento insurgente, al decir que este proyecto armado fue “procreado por este cór-
30
Velazco, Historia, 1947, pp. 93-94.
33
31
Velazco, Historia, 1947, p. 96.
34
Velazco, Historia, 1947, p. 96.
35
32
Osorno, Insurgente, 2003, p. 167. Velazco, Historia, 1947, pp. 79-86. De la Maza, Ocios, 1962, p. 15.
61
62
Luz Paola López Amezcua
cega y adoptado por Hidalgo”, diciendo además de Bonaparte que era un tirano y arbitrario al valerse de medios tan inhumanos para perjudicar la libertad y la religión de los americanos, pues dicho plan sólo había servido para “derramar sobre nuestra América vasos de iniquidad, sangre y destrucción”.36 Seguramente los acontecimientos que se vivían daban pie a confusiones y malas informaciones, y Tresguerras pudo pensar, como muchos habitantes debido a la propaganda de las autoridades, que al mantener cautivo a Fernando VII, Napoleón era el responsable de los desmanes que se estaban viviendo en los territorios de la Monarquía, y de la Nueva España en particular. El 22 de octubre de 1814 se creó por los insurgentes el Congreso de Chilpancingo, en el pueblo de Apatzingán, Michoacán, donde proclamaron la llamada Constitución de Apatzingán, la cual tenía entre sus principales postulados la instauración de un régimen republicano de gobierno y depositaba la soberanía nacional en el pueblo. Como era una constitución ajena a las autoridades virreinales, fue necesario que las poblaciones se deslindaran de haber acudido a jurarla, y el 19 de junio de 1815 el cabildo de Celaya tuvo una sesión en la cual Tresguerras firmó el acta donde se dice que la ciudad no había participado con ningún representante del cabildo en la firma de la Constitución de Apatzingán.37 En este periodo, la labor artística de Tresguerras no aparece sino hasta 1819, posiblemente por los tiempos difíciles que se vivieron durante la guerra, cuando es contratado por los franciscanos de Celaya para renovar los altares del templo de San Francisco. Poco antes de que la guerra insurgente llegara a su fin, en 1820, Fernando VII juró la Constitución de Cádiz, que ya se había promulgado en 1812 y derogado en 1814. En agosto de 1820, el ayuntamiento de Celaya, del cual Tresguerras seguía siendo miembro, fue el encargado de que la población conociera la constitución “que se ha jurado y rije”. Para ello se
valieron de los sermones que los sacerdotes daban en la misa, una práctica común, utilizada para dar a conocer a los fieles acontecimientos relevantes.38
Pureza de intención y fines honestos Una vez consumada la guerra insurgente, en varias ciudades del antiguo reino de la Nueva España celebraron este acontecimiento. Por ejemplo, en Celaya, Tresguerras sería contratado por el ayuntamiento para realizar una obra conmemorativa en la Plaza Mayor, donde estaba la columna con la estatua de Carlos IV que el artista había hecho a finales del siglo anterior. En ese lugar le fue encomendado reemplazar la estatua del otrora monarca por la figura de un águila de cantera,39 para las conmemoraciones de la independencia de septiembre de 1823.40 El ejercicio político que había sido realizado por los diputados en las Cortes de Cádiz, entre 1810 y 1814, y luego en las Cortes de Madrid, entre 1820 y 1821,41 fue heredado a la incipiente política mexicana, y tuvo gran importancia en la formación de congresos y ejercicios electorales en las esferas provincial, estatal y municipal, que a su vez se vio reflejado en la vida de Tresguerras como funcionario público, pues los cargos que ejerció en el ayuntamiento de Celaya entre 1823 y 1828, tales como alcalde constitucional, procurador segundo y diputado suplente en el Congreso del Estado de Guanajuato, le fueron conferidos a partir de procesos electorales. Estas elecciones, según lo decretó el mismo ayuntamiento, debían “hacerse con imparcialidad, pureza de intención y fines honestos”, algo
38 AHPSPM, Provincia, Conventos, s. Celaya, c. 12, núm. 20/B, ff. 1-3, 1820. 39
Actualmente esta columna de la independencia se encuentra en la Calzada de Celaya, el águila de cantera fue reemplazada por el águila de bronce que tiene en la actualidad. 40
Velazco, Historia, 1947, pp. 61-162.
36
De la Maza, Ocios, 1962, p. 15.
37
De la Maza, Ocios, 1962, p. 204.
41
En España, las Cortes de Madrid estuvieron en funciones de 1820 a 1823, pero los diputados novohispanos se retiraron en 1821, luego de que se pronunciara la independencia de México.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
que según revisaremos más adelante, fue puesto en duda por nuestro personaje.42 Además de estos cargos, continuó ejerciendo su cargo vitalicio de maestro mayor de Obras Públicas hasta alrededor de 1830.43 Las funciones de los ayuntamientos del periodo virreinal no cambiaron mucho en la etapa independentista, al menos durante los primeros años, pues para estas fechas eran los encargados de controlar en el municipio los recursos, tierras y mercados, aunado esto al cobro de servicios y la organización de elecciones,44 éstas eran ejercicios que consistían en el nombramiento de una Junta Electoral integrada por individuos llamados "electores" o "escrutadores", encargados de escoger por votación a los funcionarios públicos. A partir de 1823, rastreamos la actividad de Tresguerras en el Ayuntamiento de Celaya tras la consumación de la independencia, ya en el periodo de la primera República federal. Tanto él como su discípulo José María Llerena 45 aparecen como secretarios del ayuntamiento. Un año después, el 12 de enero de 1824, Tresguerras fue electo procurador segundo,46 y entre los proyectos que presentó ante el ayuntamiento de Celaya estuvo el referente a la introducción del agua potable en la ciudad. Durante el periodo colonial, la ciudad contaba en sus alrededores con acequias o canales de riego, que eran usados principalmente para la agricultura; mientras que el agua para consumo humano era obtenida de pozos que había en las viviendas, se captaba de la lluvia o, como en el caso de los frailes carmelitas, había quienes tenían una noria que era movida por una mula para extraer el agua y pro42
1824.
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, exp. 4, f. 14 A,
43 A pesar de que su nombramiento como maestro mayor de Obras Públicas era vitalicio, por alguna razón que desconozco dejó de serlo en 1830, ya fuera por voluntad propia o porque el ayuntamiento decidió hacer el cambio. 44
Vázquez, Establecimiento, 2003, p. 35.
45 AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, exp. 1, f. 9; AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, exp. 8, ff. 1-2, 1823. 46
1824.
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, exp. 2, f. 15 A,
veer al convento. Aunque como la ciudad carecía de acueducto, también debió haber sido común que la población recurriera al servicio de los aguadores. Ya durante el periodo independiente se pusieron en marcha algunas acciones para atender los problemas de agua potable y sanidad, y los ayuntamientos fueron los encargados del manejo del agua en las poblaciones, una labor que de alguna manera fue facilitada por los adelantos tecnológicos que brindaban otras formas de abastecerse de ella.47 El ayuntamiento hacía tiempo que contaba con el proyecto para introducir el agua potable a la ciudad utilizando un ojo de agua conocido como “El Algodonal”, ubicado hacia la zona sur de la ciudad. Uno de los inconvenientes, según Tresguerras, era el contenido nitroso de este ojo de agua, por lo cual, en julio de 1824, presentó un proyecto para introducir agua potable, pero desde el río de La Laja. Consideraba que para ello había que construir una cañería con recipientes para facilitar la limpieza de la lama, además de la construcción de alcantarillas y de las fuentes y surtidores públicos para la distribución del agua. Señalaba que existían “muchas conveniencias”: agua saludable y no nitrosa para el vecindario, mezcla más duradera para las construcciones, agua de calidad para las plantas, jardines y huertas, sobre todo para los “decantados” olivos; y sería beneficiado hasta “el pelo en las mugeres”.48 Esta iniciativa fue aprobada por el ayuntamiento y contemplaba la construcción de acueductos subterráneos y alcantarillas para conducir el agua que llegaría para consumo humano a fuentes y surtidores, con lo cual se hizo llegar el vital líquido a los celayenses.49 A pesar de la importancia de este proyecto, que presentó como procurador segundo, la documentación nos señala que Tresguerras dio prioridad a su actividad artística. Uno de los indicadores de lo 47 Sánchez, “Tradición”, 2009, pp. 31-32; Collado, “Entorno”, 2008, p. 7. 48 AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 1, exp. 2, f. 17, 1824. 49
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 92, exp. 1, s/f, 1830.
63
64
Luz Paola López Amezcua
anterior es que faltaba a las reuniones propias de su cargo, motivo que llevó al ayuntamiento a considerar la posibilidad de castigarlo de alguna forma por el incumplimiento de sus responsabilidades: [...] circunstancia que motiva a consultar si podrán removerse, ó castigarse de alguna suerte, lo que en virtud de no tener disculpa racional están cometiendo falta continuas en todos sentidos [...] Don Francisco Eduardo Tres-guerras quien despues de posesionado de este empleo se há resistido [...] concurrir á ningún acto del Ayuntamiento no obstante las citaciones que por oficio y verbalmente se le hán echo.50
Estas quejas del cabildo no parecen haber tenido efecto en el comportamiento de Tresguerras, pues en los años posteriores sus inasistencias a las reuniones también se siguieron presentando en lo referente a sus otros cargos, debido a que daba prioridad al quehacer artístico, pero también porque fue electo para algunas funciones que según él no eran de su conveniencia económica, por lo cual el arte seguía siendo su principal fuente de ingresos. Entre 1824 y 1825, Tresguerras fue contratado en la ciudad de San Luis Potosí para rehacer el altar del templo del Carmen, para la construcción del teatro Coliseo (después conocido como Alarcón) y para erigir un obelisco conmemorativo para celebrar la toma de San Juan de Ulúa, lo que desde luego le ocasionó conflictos con el ayuntamiento de Celaya por sus constantes faltas al cargo; por ello, en 1827, el celayense ya no estuvo en la inauguración del teatro ni del obelisco conmemorativo, pues desde diciembre de 1826 se habla de que el dinero que se le debía por esta obra le fue remitido a Celaya por un fraile carmelita.51 En 1827, el Ayuntamiento de Celaya se encargó de algunas obras de infraestructura de los colegios de la ciudad, designándose al maestro mayor de Obras Públicas los respectivos proyectos. El pri-
mero sería establecer un colegio de niñas y otro de niños en el Beaterio de Jesús Nazareno; el segundo proyecto sería realizar un nuevo colegio franciscano. Por estar en San Luis Potosí, y debido a sus ausencias que el ayuntamiento señaló, se desconoce si al final Tresguerras realizó las obras en el beaterio, y según parece, no construyó un nuevo colegio franciscano, sino que restauró el ya existente, terminando la obra el 2 de febrero de 1828.52 Hacia diciembre de 1827, siendo Tresguerras Procurador,53 fue nombrado alcalde de primer voto y juez de Hacienda Pública, con lo cual estaría encargado tanto de la administración de justicia como de la recaudación de impuestos. Sin embargo, no estuvo de acuerdo con este nombramiento, y manifestó su inconformidad, primero porque no quería el cargo, y segundo porque calificó de “viciosa” la elección, ya que un segmento del ayuntamiento buscaba perjudicarlo, pues el otro candidato para dicho puesto, de nombre Ramón Guerra, entró a votación sabiendo el ayuntamiento que tenía deudas con el fondo público, de tal suerte que, de forma automática, Guerra quedó eliminado y se escogió a Tresguerras. Además de que él mismo consideró que sus 68 años de edad eran razón suficiente para suponerlo inepto ante semejante responsabilidad, en una sociedad que pensaba que a los 60 años las personas eran “incapaces de cavilar” y, además, por su desinterés en los aspectos administrativos. Su salud fue otro aspecto a tomar en cuenta, pues opinó que “mi debil y enfermiza humanidad, es atacada por constipados, y alguna vez me ha compadecido Celaya al verme inflado enteramente”, aunque quizá la razón de mayor peso fue que el cargo “me priva de la ocupación deliciosa de las Artes, que me rejuvenecen, y socorren”. A su decir, el sueldo que recibía por ser alcalde no alcanzaba para mantener a su familia, integrada en su mayoría por mujeres: su esposa Guadalupe estaba enferma 52
50
1824.
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, exp. 4, f. 14 r,
51
AHESLP, Ayuntamiento, Recibos de mantenimiento, exp. 4, f. 2A, 1826.
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 29, exp. 3, f 11 r., 1826; Velazco, Historia, 1947, p. 177; De la Maza, Ocios, 1962, p. 205. 53
AGEG, Gobierno, Secretaría. s. Municipios, c. 41, exp. 2, s/f. 1827.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
y había que darle de comer en la boca; además de dos nietas y una prima “niñas doncellas”, y el único varón de la familia, su nieto Tomás, estaba ciego. Así que, para evitar cometer errores ante sus nulos conocimientos sobre decretos, bandos, órdenes y demás trámites propios de su cargo, en ese mismo mes de diciembre mandó su renuncia a Carlos Montes de Oca, gobernador del Estado de Guanajuato, exponiéndole los motivos anteriores.54 Parece que la renuncia no fue aceptada, puesto que al siguiente año aparece en documentos oficiales como alcalde Primero constitucional y juez de Hacienda Pública,55 viviendo un periodo de participación muy activa. No hay evidencia que explique por qué Tresguerras seguía al frente de esas responsabilidades, no obstante su rechazo a éstas, ya que mi interpretación es que le gustaba más dedicarse al arte que a los cargos administrativos. En 1828, como alcalde de Celaya, Tresguerras también formó parte de la Junta de Sanidad del ayuntamiento, la cual se encargaba de ver asuntos relacionados con la higiene, como la limpieza de las calles y de las aguas para evitar el contagio de enfermedades. Ese mismo año la Junta tuvo que atender la fiebre escarlatina, que a principios de año padeció la población indígena, y “la enfermedad del piojo”, ocasionada por la venta de carne de animales enfermos en la vía pública del centro de la ciudad, “Y las pieles corrompidas las venden en el Pirame”,56 otro nombre con el que se le conocía a la columna, que ya mencionamos, que Tresguerras había hecho en honor a Carlos IV, y en ese tiempo ya convertida en monumento a la Independencia. El celayense mostró preocupación por la salud de sus paisanos, de forma puntual, por la tierra que las jaboneras desechaban en la vía pública, considerándola nociva para la salud del vecindario, pues según él, esa tierra era la causante de enfermedades, por lo cual el ayuntamiento estableció que las jaboneras tiraran 54
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 41, exp. 2, s/n, 1827. 55 AHPSPM, Provincia, Conventos, s. Celaya, c. 22, núm. 132, f. 1, 1828. 56
AHG, f. Salubridad, c. 4, exp. 173, ff. 1-7, 1828.
sus desechos fuera de la ciudad o serían multadas. Otro aspecto que consideró fue el de los pantanos, que durante la sequía propiciaban el desarrollo de lirios y el brote de enfermedades. A pesar de su aparente interés en las funciones que conllevaban sus cargos, las inasistencias de Tresguerras a las reuniones del ayuntamiento parecen haber continuado, ya que en junio fue multado con 3 pesos por no asistir a la Junta de Sanidad de ese mes, información que él decía desconocer, y reclamó que no le podían imponer una multa que no estaba dada a conocer con anterioridad; mas no hubo consideración al respecto, pues además de exigirle el pago se le señalaba que en caso de negarse tendría que pagar la multa al doble. Ante estas acciones, se vio en la necesidad de mandar una aclaratoria al gobernador Montes de Oca para explicarle que dicha falta se debió a un “olvido natural”, y que le parecía una injusticia que lo tratasen con nula indulgencia cuando él se había caracterizado por servir al ayuntamiento, incluso en tiempos difíciles, en donde tuvo que exponer la vida: Nada me duelen los 3 pesos [sic] continuo gasto de mi bolsillo a favor del culto divino y de mi Patria, como lo confesarán aun mis enemigos; pero el modo con que se me trata, no, no es medido, es arbitrario y ofensivo [...]
En dicha misiva, de nueva cuenta habla sobre “cierto grupo” del cabildo que buscaba perjudicarlo, debido a que para el mes siguiente la Junta de Sanidad volvió a convocarse, y ya estando advertidos los miembros de las multas faltaron el regidor, el secretario y el procurador, que no fueron sancionados por la inasistencia, además de que por esto mismo la junta tuvo que cambiarse de día.57 Me parece que esta situación refleja que, a pesar de la quejas de Tresguerras, le gustaba ser considerado para tales puestos, ya que como vimos, sus quejas sólo aparecen cuando su prestigio se ve atacado, y aún así no hace mayor esfuerzo por retirarse del servicio 57
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 61, exp. 1, s/f, 1828.
65
66
Luz Paola López Amezcua
público y continúa a pesar de que su actividad artística lo distrae de sus responsabilidades y lo hace quedar mal. En octubre de 1828 se dio a conocer la verificación de los partidos electorales de Guanajuato para los diputados suplentes del Segundo Congreso Constitucional; Tresguerras fue elegido como diputado suplente por el partido electoral de Allende, y su discípulo José María Llerena para el partido de Acámbaro.58 Después de 1828 su pista desaparece de la función pública de Celaya, un listado de alcaldes nos corrobora que tuvo ese puesto por un año.59 Es hasta 1830 cuando realiza sus últimos trabajos como maestro mayor de Obras Públicas.60 En enero de ese año, el ayuntamiento le pidió dictaminar un problema que tenían unas haciendas cuyas tierras eran atravesadas por un arroyo nombrado de Moya;61 en octubre se le pidió al “antiguo Maestro Mayor de Obras Públicas” un presupuesto para restablecer la infraestructura de agua potable introducida en Celaya hacia 1824 de acuerdo con su proyecto, pues se habían quitado las fuentes y surtidores y ocultado los acueductos subterráneos ante el pesar de Tresguerras. Similar a su antiguo proyecto, esta vez presentó un presupuesto por 1 700 pesos para la limpieza de las cañerías, formación de un surtidor de agua —ya fuera en la Plaza Mayor o en la Plazuela del Carmen— y la construcción de una fuente frente al templo de Nuestra Señora de la Merced, que serían unas de sus últimas obras.62 Tresguerras falleció el 1 de agosto de 1833, a causa de la epidemia de cólera morbus que azotó al país en ese año. 58
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Elecciones, c. 55, exp. 1, f. 70 A, 1828. 59
AHPSPM, Provincia, Conventos, s. Celaya, c. 83, Apartado Listas de Alcaldes de Celaya, p. 59, 1786-1844. 60
A pesar de que el ayuntamiento le dio en 1807 el nombramiento vitalicio como maestro mayor de Obras Públicas, en esta comunicación de 1830 nos damos cuenta de que al parecer ya estaba retirado, lo cual no sería raro, pues en 1828 no quería ya el cargo de alcalde debido a su avanzada edad. 61
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 92, exp. 1, s/f, 1830. 62
AGEG, Gobierno, Secretaría, s. Municipios, c. 92, exp. 1, s/f, 1830.
Es así como más allá de comprobar los cargos que ejerció, mi intención a lo largo de este texto fue adentrarme en la función pública de Tresguerras para dar a conocer cómo los obtuvo durante la administración colonial, y los cambios que se suscitaron en los gobiernos una vez consumada la independencia. Este personaje vivió una etapa coyuntural en la Nueva España, en situaciones en las que se involucró y que lo tenían inmerso en un ambiente cultural particular, que posiblemente tuvo que ver con su origen criollo, algo que se reflejaría en su actuar en las artes con el impulso del estilo neoclásico y, desde luego, en su participación en la vida política de Celaya. A pesar que Tresguerras pretendió combinar el arte con la función pública, entre 1824 y 1828, le dio prioridad a su quehacer artístico y tuvo experiencias amargas por sus inasistencias y por considerar que algunos cargos donde él había sido electo fueron dolosos. Quizá por ello se cuenta la anécdota de Tresguerras acerca de la columna de la Independencia, que ostentaba un águila de cantera elaborada por él y puesta en la plaza principal de Celaya. Un amigo suyo le preguntó en cierta ocasión por qué el águila de cantera tenía la cabeza echada hacia atrás, a lo que Tresguerras le respondió que no quería que el ave mirara hacia la casa de cabildos, pues “el águila no debe las barbaridades” que cometían los que ahí trabajaban. Fuentes Archivísticas ahpspm. Archivo Histórico de la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán. ahg. Archivo Histórico de Guanajuato (en custodia de la Universidad de Guanajuato). ageg. Archivo General del Estado de Guanajuato. agn. Archivo General de la Nación. aheslp. Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí.
“A favor del culto divino de mi patria”: una mirada a Francisco Eduardo Tresguerras
Bibliográficas Avellá Vives, Joaquín, Los cabildos coloniales, Madrid: Tipografía de archivos, 1994. Bernal Ruiz, Graciela, Ecos de una guerra. Insurgencia e hispanofobia en San Luis Potosí, 1810-1821, San Luis Potosí: H. Ayuntamiento de San Luis Potosí 2009-2012, Colección San Luis de la Patria, tomo III, 2010. —— “El papel de los subdelegados en la contrainsurgencia en Guanajuato 1810-1821”, México, 2014. Castro, Concepción de, La revolución liberal y los municipios españoles (1812-1868), Madrid: Alianza Editorial, 1979. Carrillo Castro, Alejandro, Génesis y evolución de la administración pública federal centralizada, México: Instituto Nacional de la Administración Pública AC, t. II, vol. 1, 2011, recuperado de <http://www.inap.mx/portal/images/pdf/ cartom1vol1.pdf> (consultado el 10 de septiembre de 2015). Collado, Jaime, “Entorno de la provisión de los servicios públicos de agua potable en México”, en El agua potable en México, Roberto Olivares y Ricardo Sandoval, (coords.), México: Asociación Nacional de Empresas de Agua y Saneamiento AC, 2008. Cuadriello, Jaime, “Tresguerras, el sueño y la melancolia”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México: Universidad Nacional Autónoma de México, núm. 73, 1998, pp. 87-124. De la Maza, Francisco (editor), Ocios literarios, Francisco de la Maza, México: Universidad Nacional Autónoma de México, Imprenta Universitaria, 1962. Fernández Sotelo, Rafael Diego (coord.), Nuevos escenarios para un nuevo orden en la América Borbónica, Zamora: El Colegio de Michoacán/ Instituto Nacional de Antropología e Historia/Universidad de Guadalajara, 2014. Hernández y Dávalos, “Intimación de los señores Hidalgo y Allende al ayuntamiento de Celaya”, en Colección de Documentos para la historia de
la guerra de independencia de México de 1810 a 1821, México: Universidad Nacional Autónoma de México, vol. II, núm. 35, 2008. —— “José Joaquín de Flores comunica al regente de la Real Audiencia las ocurrencias habidas en San Miguel El Grande y Celaya”, en Colección de Documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1810 a 1821, México: Universidad Nacional Autónoma de México, vol. II, número 54, 2008. —— Historia de la Guerra de Independencia de México, José M. Sandoval, impresor, México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana/Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México, 1985. Versión digitalizada por la UNAM. Recuperado de <http://www.pim.unam.mx/catalogos/juanhdzc.html> (consultado el 7 de diciembre de 2012). Moyssén, Xavier, Un documento y un proyecto de Francisco Eduardo Tresguerras, México: Universidad Nacional Autónoma de México, vol. xv, núm. 57, 1986. Osorno Castro, Fernando, El insurgente Albino García, Guanajuato: Secretaría de Gobierno del Estado de Guanajuato, Talleres Gráficos de Gobierno del Estado, 2003. Romero de Terreros, Manuel, “El arquitecto Tresguerras”, México: Anales del Museo Nacional de México, vol. 5, 2ª edición, 1927. Recuperado de <http://www.mna.inah.gob.mx/documentos /anales_mna/488.pdf> (consultado el 6 de enero de 2016). Sánchez Rodríguez, Martín, “De la tradición a la modernidad. Cambios técnicos y tecnológicos en los usos del agua”, en Semblanza histórica del agua en México, México: Comisión Nacional del Agua, 2009. Vázquez, Josefina Zoraida, El establecimiento del Federalismo en México, México: El Colegio de México, 2003.
67
68
Luz Paola López Amezcua
Velazco y Mendoza, Luis, Historia de la ciudad de Celaya, tt. I y II, Celaya: Imprenta Manuel León Sánchez, 1947. Wright Carr, David Charles, “La vida cotidiana en Querétaro durante la época Barroca”, en Querétaro ciudad barroca, Querétaro: Secretaría de Cultura y Bienestar Social, Go-
bierno del Estado de Querétaro, 1989, pp. 13-44. Recuperado de <http://www.paginasprodigy.com/dcwright/vida.htm> (consultado el 24 de abril de 2012). Zamarroni Arroyo, Rafael, Narraciones y leyendas de Celaya y del Bajío, t. I, Celaya: Editorial Periodística e Impresora de México, 1959.
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición (1847-1925) Antonio Cabrera. A life devoted to literature, books and publishing (1847-1925) José Pablo Zamora Vázquez* Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Campus San Luis Potosí Resumen. Este trabajo ofrece una aproximación a una de las figuras más importantes en el mundo de la edición y las letras del San Luis Potosí de finales del siglo xix e inicios del xx: Antonio Cabrera. De esta forma, es por medio de Cabrera que se realiza un acercamiento al mundo del libro, las publicaciones periódicas, la edición y las letras de su tiempo y contexto, en particular el local y el regional; esto no sólo nos permitirá conocer algunas facetas de su quehacer, sino comprender y sopesar el impacto que tuvo su labor.
Abstract. This paper provides a biographical summary of Antonio Cabrera, one of the leading booksellers, publishers, and men of letters of San Luis Potosí in the late nineteenth and early twentieth centuries.At the same time, these biographical notes provide some hints about the history of the book at the local and regional levels, which help us explain the work of Cabrera in the immediate context of the world of books and the printed word.
Palabras clave: Historia del libro, edición, impresos, cultura escrita, San Luis Potosí.
Keywords: History of the book, editing, printing, written culture, San Luis Potosí.
Fecha de recepción: 2 de septiembre de 2015 Fecha de aceptación: 2 de octubre de 2015
* Maestro en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios) por la Universidad de Guanajuato. Es profesor de cátedra en el Departamento de Humanidades del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus San Luis Potosí. Sus investigaciones se han centrado en cultura escrita, historia del libro e historia de la prensa. En el 2013 obtuvo mención honorífica en la 62° edición del Certamen 20 de Noviembre, en la rama Premio Francisco Peña de Investigación Histórica, convocado por el Gobierno del Estado de San Luis Potosí, por el trabajo La edición del Almanaque Potosino (1885-1898), que actualmente está en proceso de publicación. Contacto: osej87@hotmail.com
[ 69 ]
70
José Pablo Zamora Vázquez
Introducción
A
demás de esbozar algunos rasgos biográficos sobre el potosino Antonio Cabrera, el presente trabajo se enfoca en el itinerario vital que este personaje desarrolló en torno al mundo de los libros, las publicaciones impresas y las letras en general. Esto quiere decir que, además de hacerse un recorrido cronológico a través de la vida de Cabrera, también se analiza su quehacer con respecto a lo que el historiador Robert Darnton ha definido como el circuito de la comunicación impresa o ciclo vital del libro, pues su vida adulta estuvo enfocada a actividades económicas e intelectuales que abarcaban diferentes ámbitos de la cultura escrita e impresa, desempeñando una labor que lo llevó de encuadernador, librero, editor, hasta llegar a ser autor y bibliotecario. Este enfoque o perspectiva de análisis biográfico no sólo ha permitido conocer a profundidad una de las facetas más importantes de la existencia de Cabrera, sino que también ha hecho posible llegar a comprender un pasaje de la historia del mundo editorial y literario en el que Cabrera se desenvolvió, que a la par permite tener una noción del impacto cultural y social que representó su trabajo, en particular si se analiza desde un enfoque local-regional, por supuesto, limitado a la ciudad de San Luis Potosí, lugar donde no sólo vivió la mayor parte de su vida, sino que fue el espacio donde desarrolló sus múltiples labores editoriales y letradas. De esta forma, la perspectiva desde la cual este trabajo sobre Antonio Cabrera se desenvuelve no tiene como objetivo seguir un desarrollo cronológico o histórico que abarque la totalidad de su vida y experiencias. En realidad, lo que se pretende es analizar su papel o rol social en el marco de la actividad editorial y el mundo de las letras de San Luis Potosí. Por este motivo, una guía o marco metodológico de análisis sumamente útil para este propósito han sido las precisiones históricas que Roger Chartier ha realizado con respecto al desarrollo histórico de los libreros, impresores y editores, así como las propuestas que Robert Darnton ha lanzado con sus investigaciones sobre los libros e impresos, considerándolos siempre bajo un marco o contexto histórico. Con respecto a Chartier, él ha destacado que la profesión de editor, impresor o librero empezó a diferenciarse en algunos ámbitos hacia finales del siglo xix e inicios del xx, en especial cuando el oficio de editor se encasilló como una profesión autónoma e intelectual, pues antes de ello, y específicamente durante los siglos xvi al xviii, ese quehacer se realizaba junto con el trabajo de la impresión o la comercialización y venta de los impresos. Como lo aclara Chartier, antes y aún durante el siglo xix, más que hablar de editores se debe hablar de libreros-editores, en particular cuando el librero editaba o seleccionaba los textos que iba a vender, alterando o “armando” su contenido por medio de la encuadernación. Asimismo, es fac-
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
tible considerar la existencia de impresores-editores, cuando los dueños de las imprentas desarrollaban una labor editora mediante la selección de textos a publicar.1 De esta manera, poco a poco la figura del editor se posicionó en un rol intelectual y comercial, constituyéndose como el principal vínculo entre los autores y el público lector, esto es, como el gran coordinador de las obras impresas. Si bien estas precisiones histórico-sociológicas podrían parecer innecesarias o de sobra, a la larga resultan relevantes para comprender el quehacer de Antonio Cabrera, ya que su labor se encontraba en el proceso que llevó a la particularización del trabajo editorial, pues, aunque realizaba actividades que lo ubicaban en la posición del editor, al mismo tiempo era librero e impresor, e incluso en su momento llegó a presentarse como autor y hombre de letras. Es decir, Cabrera es un ejemplo o muestra de la transición que dio término a la figura del librero-editor y del impresor-editor, para dar paso a profesiones y quehaceres independientes.2 Por otro lado, con respecto a las propuestas de Darnton, su esquema del circuito de comunicación impresa o ciclo vital del libro permite comprender cómo fue que Antonio Cabrera se movió en el ambiente editorial y letrado decimonónico, y cómo es que pudo asumir una posición de vanguardia en el ámbito editorial local-regional. Para esto, hay que recordar que los libros o cualquier comunicación impresa circulan del autor al lector con la mediación de editores, impresores y libreros, en un proceso y contexto histórico que muchas veces está constreñido a condiciones económicas, sociales y políticas muy particulares, como pueden ser la censura, las ideologías políticas, las crisis económicas o la escases en la producción de la materia prima para los impresos. De este modo, no sólo el proceso de producción, sino también el de distribución y circulación constituyen la base que posibilita la recepción de los textos, de ahí que, para analizar este circuito comunicativo del libro, sea necesario considerar desde los 1
Chartier, Revoluciones, 2000, p. 38.
2
Chartier, Revoluciones, 2000, p. 37; Chartier, Cultura, 2006, p. 61.
medios de comunicación hasta las tecnologías que permitieron la industrialización de la producción de impresos o libros. En ese tenor, el ciclo vital del que hablamos se constituye en un circuito de comunicación que empieza por el autor, pasa por el editor, luego al impresor y el librero, para llegar finalmente al lector, quien cierra el circuito junto al autor, pues es el lector-receptor el que define los gustos de lectura y, por tanto, lo que puede ser escrito, publicado y leído.3 Así, estas mediaciones o niveles de comprensión, muchas veces olvidadas o pasadas de largo, en opinión de Darnton, son las que permiten que un texto cobre vida en la sociedad a la que están destinados. Inclusive, son las que definen el éxito de las empresas editoriales y posibilitan la misma formulación y existencia de los textos en un espacio social y en ambiente cultural.4 Con respecto a Antonio Cabrera, podría decirse que estuvo presente, a veces de manera simultánea, en todos y cada uno de los estratos de este circuito de la comunicación impresa, lo que nos inclina a tomar como guía de análisis este circuito comunicativo para estudiar cada uno de los aspectos de su compleja vida en torno a los libros e impresos. De esta forma, el presente estudio comienza con una reseña o semblanza biográfica sobre Cabrera en la que se registran algunas notas de su vida privada, así como de su posicionamiento ideológico-político y sus creencias religiosas. Luego se presentan algunas notas con respecto al mundo editorial y letrado en el que Cabrera se movió e integró, en particular los ámbitos nacional y potosino, para luego analizar cada uno de los aspectos en los que se desenvolvió dentro del llamado circuito de comu3
Darnton, Beso, 2010, p. 120.
4
En particular, su propuesta gira en torno al libro, pues ésta surge en el marco disciplinar de la historia del libro, sin embargo, como él mismo lo señala, la historia del libro abarca cualquier tipo de comunicación impresa, a través de la cual se transmiten ideas que tiene un impacto en la sociedad. De ahí que al hablar de un ciclo vital del libro también se pueda considerar el ciclo vital de cualquier producción tipográfica, ya sea un periódico, un folleto o un almanaque, pues pasan por procesos semejantes (Darnton, Beso, 2010, pp. 117-121).
71
72
José Pablo Zamora Vázquez
nicación impresa, examinando el proceso de definición profesional que lo caracterizó y llevó hacia la edición y la escritura.
Antonio Cabrera: algunos rasgos de su vida Antonio Cabrera nació el 1 de octubre 1847 en la ciudad de San Luis Potosí y murió en la Ciudad de México el 16 de enero de 1925. La mayor parte de su vida la vivió en su ciudad natal, ya que un año antes de su muerte se había trasladado a la capital mexicana. Con respecto a su formación, podría decirse que fue básica o elemental, debido a problemas económicos en su familia no tuvo acceso a una educación profesional, que en ese momento la ofrecía el Instituto Científico y Literario de la ciudad de San Luis Potosí. Sin embargo, no puede decirse que ello fuera un impedimento para que se desempeñara cabalmente en el ámbito intelectual y letrado, incluso, es posible que su labor en torno a los libros le haya permitido adquirir la experiencia necesaria y una educación integral, la cual quedaría revelada en los textos y proyectos editoriales que llevó a cabo en su edad madura. Además, a lo largo de su vida laboral e intelectual, poco a poco fue ganando una posición importante en el mundo editorial y de las letras, no sólo de San Luis Potosí, sino de otras partes de México y del mundo. A propósito de su personalidad, a Antonio Cabrera podría considerársele una persona entregada a su familia y trabajo. Es importante destacar que en algún momento de su vida profesional incluyó a sus hijos en el negocio de la impresión, y que en sus obras conmemorara el fallecimiento de uno de ellos por medio de escritos que publicaba en las obras que él preparaba, dedicándole palabras como las siguientes: Recuerdo de amor paterno que el autor de este libro consagra á su nunca olvidado hijo José Ignacio Cabrera, en el segundo aniversario de su muerte.
Como el alba de Abril, entre caricias Del paternal amor, viene á la tierra; Ve las maldades que su seno encierra Gime y torna al Edén de las delicias.5
Por otro lado, Cabrera mostró un profundo apego a la sociedad y cultura de San Luis Potosí, pues su labor estaría entregada a este ámbito. Sin embargo, daría muestras de una convicción nacionalista sumamente marcada, por puesto, conforme al proyecto de construcción del Estado nacional mexicano que caracterizó a los ambientes intelectual y editorial del siglo xix.6 Esto se hace evidente cuando declaraba que por medio de sus obras pretendía: […] contribuir con mi escaso contingente al servicio público y honra del Estado á que pertenezco, dándolo por este medio á conocer en sus variadas formas, á multitud de personas de origen nacional ó extranjero.7
Asimismo, podría considerársele un católico de convicciones muy marcadas, las cuales, junto al nacionalismo, dio a conocer en sus textos y proyectos editoriales. Por ejemplo, y con respecto al cristianismo católico diría: Bendita esta Religión que tanto ha hecho por la sociedad y por el hombre, esta Religión que guía y salva á las sociedades, hoy más que nunca inquietas y desatentadas; que protege y consuela al hombre, hoy más que nunca ingrato y demente. Bendita sea, porque en medio de la tormenta asoladora que ruge sobre el mundo, ella es el inmenso fanal á donde tornan la vista los desterrados del Paraíso, para dulcificar las amarguras del infortunio presente, con el rico tesoro de esperanza que ella da para el provenir.8
Ahora bien, si la vinculación y relación que Cabrera tuvo con los gobiernos y el régimen establecidos se 5
Cabrera, Quinto, 1889, p. 37.
6
Ortiz, “Formación”, 2001, pp. 419-430; Martínez, Expresión, 1984. 7
Cabrera, Undécimo, 1898, p. 25.
8
Cabrera, Séptimo, 1898, p. 48.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
llegara a comparar con la de otros editores, escritores e impresores de la época, incluidos los locales, podría decirse que fue de un perfil bajo y que sus posturas políticas eran moderadas, es decir, nada radicales o de oposición, lo que en algún momento le valió el reconocimiento oficial otorgándole cargos públicos y concesiones para sus negocios (bibliotecario del estado, inspector de bibliotecas, contratación de su empresa de encuadernación, etcétera). En este sentido, cabe destacar que dicha posición moderada era difícil de sostener en ese momento, más si se considera el contexto político y social de la época, pues a Cabrera le tocó vivir en un tiempo de levantamientos armados (Rebelión de Ayutla, 1855; Tacubaya, 1857; Tuxtepec, 1876), guerras civiles (Guerra de Reforma, 1857-1861), intervenciones extranjeras (Intervención francesa y segundo Imperio Mexicano, 1862-1867), dictaduras (Santa Anna; Porfirio Díaz, 1876-1911), revueltas y una revolución (mexicana, 1910).9 Ahora bien, lo interesante es que este complicado contexto político no impidió que por mucho tiempo se mantuviera a la vanguardia de sus negocios y de su quehacer cultural en torno a los libros e impresos, e incluso, no le imposibilitó alcanzar el éxito y expansión empresarial e intelectual. Lo anterior se explica a partir de que hacia finales del siglo xix, en San Luis Potosí comenzaba a vivirse lo que podría considerarse un auge editorial.10 Por lo que, y no sólo Cabrera, sino muchos otros editores, impresores, libreros y letrados, comenzaron a tener una especial importancia pública con base en sus proyectos editoriales, motivo por el cual fueron ocupando un lugar social cada vez más relevante, volviendo sus oficios parte elemental de la actividad económica, cultural y política de la época.11
9
El entorno editorial e intelectual de Antonio Cabrera Para entender el impacto e importancia del quehacer de Antonio Cabrera como librero, editor y hombre de letras, hay que tener presente el ambiente letrado y editorial donde se desarrolló; es decir, el mundo de los libros, las publicaciones y las letras del México y San Luis Potosí decimonónicos y de inicios del siglo xx. A decir de Laura Suárez de la Torre, durante el siglo xix, especialmente durante su segunda mitad, la práctica editorial en México llegó a un momento de expansión, experimentación e introducción de nuevos géneros editoriales no vistos hasta entonces en el país. Esa dinámica estuvo definida y ligada a los vaivenes políticos, así como al quehacer de los hombres de letras y a la aparición de asociaciones letradas que empezaron a organizarse, por supuesto, en un contexto de transformación y consolidación de la vida independiente para el nuevo país.12 Asimismo, para Elisa Speckman Guerra ésta es una época de “auge editorial” para México, provocado por factores tan concretos como: el incremento en la población, el crecimiento de las urbes y las políticas alfabetizadoras; el desarrollo de tecnologías en la tipografía y las comunicaciones; la influencia de corrientes culturales civilizatorias provenientes de Europa y Norteamérica; y, en la esfera intelectual, el surgimiento de ideas y debates, en los que participaron muchos de los hombres de letras de la época, con respecto a la organización del Estado mexicano y la conformación de una nacionalidad con la que se pudieran identificar los ciudadanos del nuevo país. Esto sería el detonante para nuevas prácticas culturales y sociales en torno a los libros e impresos, nuevos espacios y actividades económicas y, por supuesto, nuevas formas de apreciar y ver el mundo a través de la letra impresa.13 Esta dinámica no fue totalmente homogénea para todo el país, pues estos momentos de auge y expansión editorial e intelectual estaban centrali-
Calvillo y Monroy, 2002, Breve; Knight, “Liberalismo”, 1985.
10
Clark y Curiel, “Asomos”, 2002, pp. 13-46; Velázquez, Letras, 1998; Zamora, “Mundo”, 2014, pp. 22-27. 11
Zetina, Editores, 2012.
12
Suárez, “Producción”, 2005, p. 24.
13
Speckman, “Posibles”, 2005, p. 47.
73
74
José Pablo Zamora Vázquez
zados en las grandes metrópolis y capitales comerciales, políticas y culturales, cuyo mejor ejemplo se encuentra en la Ciudad de México. En el caso de San Luis Potosí, la introducción de la imprenta puede considerarse tardía con respecto a las capitales culturales que la tenían desde el siglo xvi, ya que en el ámbito potosino se instaló hasta1823, primero en el pueblo de Armadillo y después en la capital, hacia 1827, de tal suerte que empresas editoriales de larga duración y de amplia difusión no se desarrollaron hasta mediados de siglo, cuando comenzó a experimentarse con los géneros editoriales y a popularizarse las publicaciones periódicas.14 En este sentido, durante los años cincuenta y sesenta del ochocientos se instalaron en San Luis Potosí empresas tipográficas, litográficas y encuadernadoras como las de José María Dávalos, Abraham Exiga y Silverio María Vélez, las cuales continuaron hasta finales de siglo junto a otras, como la imprenta del Comercio, la imprenta de la Escuela Industrial Militar, auspiciada por el gobierno estatal, la imprenta del Eco de la Moda y la de Juan Kaiser.15 A la par de este proceso comenzó la creación y publicación de proyectos editoriales de larga circulación y de amplia duración. Desde luego, periódicos y revistas fueron piezas clave, pero pronto comenzaron a surgir proyectos editoriales dedicados a la historia y geografía de San Luis Potosí, textos en prosa y verso, guías de viajeros, anuarios y almanaques.16 La existencia de esta variedad de publicaciones se debe a la presencia de un grupo de letrados que en San Luis Potosí comenzaron a ganarse un lugar en la cultura y la sociedad local hacia los años setenta del siglo xix. Por ejemplo, Primo Feliciano Velázquez, letrado e historiador potosino de esta época, mencionaba en uno de sus textos que había
14
Montejano, “Sesquicentenario”, 1965, pp. 175-177; Montejano, “Infante” 1969; Penilla, “Orígenes”, 1952; Zamora, “Mundo”, 2014, pp. 22-27. 15
CDHRMA, Voz, 14 enero 1883, t. I, núm. 1, col. 2, p. 3; CDHRMA, Voz, 24 de junio de 1883, t. I, núm. 24, col. 4, p. 3; CDHRMA, Estandarte, 22 de abril de 1890, año VI, núm. 11, col. 5, p. 3; Castillo, Guía, 1891, p. 76. 16
Montejano, Nueva, 1982.
integrantes de la “sociedad potosina” que dieron un impulso considerable a la cultura, comprendiendo en ella las artes, la ciencia y la creación literaria. Entre ellos destacaba el papel de médicos, como Antonio F. López (¿1860?-1911) y Alberto López Hermosa, dedicados a la divulgación científica. También estaba la actividad de ingenieros, como Pedro López Monroy y José María Gómez (18221910). En el campo de la escritura de la historia: Francisco Peña (1821-1903), Manuel Muro (18391911) y el propio Velázquez. Y finalmente, dentro de la literatura, sobresalían personajes como Ignacio Montes de Oca (1840-1921), Manuel José Othón (1858-1906) y Ambrosio Ramírez (1859-1913). Junto con el quehacer de estos letrados, surgió una etapa de creación de sociedades, academias y juntas, tanto de carácter literario e histórico, como científico o tecnológico, que impulsaron y organizaron todavía más el quehacer de este nuevo sector letrado, pero también impulsaron el trabajo editorial, con publicaciones que sirvieran como su medio de expresión y comunicación con la sociedad.17 De esta manera, la figura y el quehacer de Antonio Cabrera se fue posicionando en este mundo, al grado de que su nombre se llegó a registrar en el ambiente de las instituciones literarias e históricas, en el mundo de los negocios y empresas editoriales, y en el mundo de los autores, los libros y las publicaciones, en especial, a las que él dio vida.
“Encuadernación, librería, agencia de publicacionesnacionales y extranjeras de Antonio Cabrera” Antonio Cabrera inició su carrera como encuadernador hacia 1875, que es cuando se tienen los primeros registros de su actividad en el taller de encuadernación llamado “Encuadernación y agencia de publicaciones de Antonio Cabrera”. Es probable que ya lo tuviera operando varios años antes, aunque no se puede precisar. Sin embargo, algo que sí es posible 17
Zamora, “Asociaciones”, 2014.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
confirmar es que a sus 28 años de edad comenzaba a tener una importante presencia en el ámbito local, pues mediante este negocio pudo realizar trabajos para instituciones de gobierno, e incluso competía con empresas semejantes a la suya, también dedicadas al rubro de la encuadernación y la impresión. Por medio de una carta que Cabrera dirigió al ayuntamiento de la ciudad, es posible descubrir que ésta fue una institución a la que llegó a ofrecer sus servicios y convencerla de contratarlo, ya que en la misiva precisaba lo siguiente: Debo aquí manifestar, porque así es la verdad que acostumbro ser formal en la contrata de libros, como lo pruebo con la que tuve a la Biblioteca del Instituto, y otros particulares, y además el llevar construidos la significativa cifra de 3,473 libros desde que decidí ser empleado de este R. Ayuntamiento.18
El éxito en su labor es considerable, se mantuvo en el negocio de manera constante a pesar de competir con el trabajo de otros encuadernadores como Diego Fonseca, quien al mismo tiempo que Cabrera ofreció su trabajo a la corporación municipal, por lo que se vieron envueltos en una disputa para decidir la fabricación de los libros en blanco que serían usados por el registro civil de la ciudad.19 Asimismo, su éxito se aprecia cuantitativamente, pues como Cabrera declaraba en 1881, eran más de 3 000 los libros encuadernados o fabricados por él. Para 1895, la cifra subió a 12 900, según se registraba en un aviso publicitario; mientras que un libro encuadernado por él en 1901 aún llevaba consigo un sello donde se indica su número de fabricación, el cual registra como la encuadernación número 18 El trabajo al que hace referencia es el dedicado a la encuadernación de obras integradas en la Biblioteca del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, actual Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga (CDHLRMA), institución dedicada al resguardo de material histórico-bibliográfico, y en la que todavía se pueden encontrar obras encuadernadas por Cabrera, las cuales es fácil identificar por el sello de su negocio, colocado en la pasta o en la primera hoja del libro (AHESLP, Ayuntamiento, leg. 1881.5, 2f. r). 19
AHESLP, Ayuntamiento, 1881.5, ff. 3-4.
15 205.20 Igualmente, Ramón Alcorta ofrece otra cifra con respecto a la actividad de encuadernador: Como prueba de su laboriosidad tan solo en lo que al ramo de encuadernación se refiere es de consignarse el hecho de —citado en una de sus publicaciones— haber encuadernado en dicho taller, hasta el año de 1905, más de 20,000 volúmenes.21
Sean precisas o no estas cifras, lo cierto es que dejan en claro la importancia que adquirió Cabrera como encuadernador en el ámbito local. Por otro lado, es de destacarse el nombre de su negocio, que no sólo hacía alusión a dicha labor de encuadernación, sino también a la de “agencia de publicaciones”, algo que sugiere que al mismo tiempo, o después de haber iniciado su labor de encuadernador, Antonio Cabrea comenzó a trabajar como librero, pues dicha agencia implicaba que se encargaba de conseguir y distribuir libros e impresos a escala local. En este sentido, él era el suscriptor a periódicos y casas editoriales que le facilitaban los textos que él mismo podía encuadernar y vender a quienes lo solicitaran, por lo que puso a disposición del público potosino las obras que le llegaban de otros lugares del país y del extranjero, como se declara en un anuncio de la época: Recibe directamente de Europa y Estados Unidos y del País toda clase de publicaciones y libros sobre todas materias y en todos idiomas, finos, ilustrados y corrientes, que se realizan á precios equitativos. ¡Baratura sin igual! ¡Eficacia en los pedidos! ¡Actividad y buena fe en el desempeño de las comisiones!22
20
Para mayor información, consultar México en Chicago, de Manuel Caballero, 1893, encuadernada por Cabrera. Esta obra puede consultarse en el CDHLRMA. 21
Alcorta, “Bio-Bibliografías”, 1957, p. 3; AHESLP, Mapas y Planos, Plano de la Ciudad de San Luis Potosí, Edición del Noveno Almanaque Potosino, 1895 y 1896. 22
AHESLP, Mapas y Planos, Plano de la Ciudad de San Luis Potosí, Edición del Noveno Almanaque Potosino, 1895 y 1896.
75
76
José Pablo Zamora Vázquez
De esta manera, su negocio creció y se diversificó, por lo que cambió su nombre a: “Encuadernación, librería, agencia de publicaciones nacionales y extranjeras de Antonio Cabrera”.23 Hacia 1891, Cabrera diría: Hace diez y seis años existe abierta mi Negociación, y ni mi escaso capital, ni las circunstancias desfavorables habidas en ciertas épocas en todos los negocios de esta plaza, ni la falta de protección por quien debiera impartírmela dadas las condiciones de baratura en las mercancías y las garantías que puedo proporcionar en el cumplimiento de mis contratos, apoyado mi dicho en la verdad más pura, me han arredrado; y poniendo mi confianza en Dios como mi único protector, continúo al frente de mi negociación, pudiéndome vanagloriar de que hasta la fecha he sostenido digna y honradamente mi nombre, y mi crédito está suficientemente asegurado; porque tengo por costumbre no contraer ni grandes compromisos ni deudas pequeñas que no tenga seguridad de cumplir y pagar, mediante mis cálculos.24
De acuerdo con esta nota, Cabrera había logrado cierta estabilidad y confianza en su empresa, por lo que desde el 1 de diciembre de 1885 su negociación se había extendido a la apertura de un gabinete de lectura donde la principal operación era la de alquilar libros con un pago o suscripción mensual. Sabemos que ese gabinete seguía vigente aún en 1891, aunque desconocemos la fecha precisa de su clausura.25 Con respecto a este gabinete de lectura, cabe destacar que en el ámbito local potosino es el único que se conoce con esta función, por lo que destaca en su originalidad, pero también por el contacto con las prácticas editoriales y culturales que se desarrollaban en otras partes del país, como fue el caso de la Ciudad de México, que desde décadas anteriores ya contaba con este tipo de negocios.26 23
Cabrera, Almanaque, 1885.
24
Cabrera, Apuntes, 1891, p. 90.
25
CDHLRMA, Estandarte, 20 de diciembre de 1885, núm. 95, año I, p. 3.
Por otro lado, este espacio público para la lectura pudo haberlo puesto en contacto con lectores y letrados que lo impulsaran a desarrollar proyectos editoriales, pues esta ampliación del rubro de su empresa coincide con la publicación del Almanaque Potosino, publicación que marcó el inicio de una serie de proyectos editoriales en los que no sólo aparece como el editor, sino como autor. Así, este gabinete y el mismo trabajo como librero y agente de publicaciones, le pudo haber abierto las puertas al mundo literario y científico de San Luis Potosí, así como al de las publicaciones periódicas y los impresos.
Antonio Cabrera el editor Antonio Cabrera fue uno de los impulsores e innovadores de géneros editoriales complejos y de amplia difusión, lo que le implicó pasar de librero y encuadernador a editor e impresor. Sin embargo, es claro que esta decisión de comenzar a trabajar en el ámbito editorial no surgió de la nada, pues no se puede dejar de mencionar el probable aprendizaje que tuvo de otros editores e impresores, así como de proyectos editoriales que pudieron haber inspirado su labor y con los que incluso tuvo algún vínculo de amistad que le permitiera imitar y replantear géneros editoriales, como fue el caso de los almanaques y anuarios, géneros con los que empezó a trabajar.27 Por ejemplo, ha quedado registrada la presencia de avisos comerciales de Antonio Cabrera en los proyectos editoriales de dos de los editores más importantes de la época, así como el reconocimiento de éstos al trabajo del encuadernador y librero, fueron los casos de Manuel Caballero y de Filomeno Mata, cuyas labores editoriales se desarrollaron en la Ciudad de México. En lo que respecta a Filomeno Mata, en su anuario comercial aparecía anunciado el negocio de Cabrera de una forma especial con respecto a los demás impresores, encuadernadores y libreros, pues se destacaba de la siguiente manera: “Ca-
26
Díaz, “Café”, 2005, pp. 75-88; Flamenco, “Bibliotecas”, 1987, pp. 193-248.
27
Zamora, Edición, 2013, pp. 65-69.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
brera Antonio, 2° de Allende. Agente del ‘Anuario Universal’”.28 Es decir, Cabrera era el encargado de llevar a San Luis Potosí la obra de Mata. Este papel como agente lo posicionaba en plano relevante, pues, además de evidenciar el vínculo empresarial e intelectual que tenía con Mata, también pone en evidencia que a escala nacional su trabajo era reconocido, ya que un agente resultaba ser la principal y, en ocasiones, única conexión para la circulación de un texto fuera de su ámbito local de producción, en este caso, de la Ciudad de México Cabrera lo llevaba a la de San Luis Potosí. Algo semejante ocurrió con Caballero, pues Cabrera anunciaba su negocio en el Primer Almanaque Histórico, una obra que fue más allá del género popular y efímero de los almanaques y calendarios, para posicionarse como un trabajo enciclopédico, tanto por sus ilustraciones, contenidos y autores, como por el tamaño, precio y elaboración. Sin embargo, la relación o vinculación entre los editores fue más allá, mientras que Cabrera preparó sus propios proyectos editoriales, a saber, un almanaque, Caballero colaboró con un texto para su obra, lo que no sólo hace explícita una relación o vinculación comercial sino intelectual, pues resulta interesante que Cabrera, un año después de publicado al almanaque de Caballero, también diera a conocer su Almanaque Potosino, primer proyecto editorial de larga envergadura del, desde entonces, editor potosino.29 Con respecto al Almanaque Potosino, esta publicación anual fue editada entre 1885 y 1918, aunque con un importante paréntesis, pues entre el undécimo (1898) y el doceavo (1917) no se publicaron almanaques, sumando así sólo doce volúmenes de esta colección de calendarios y 19 años entre el penúltimo y último almanaque. Fue una publicación que perteneció al género editorial de los almanaques y calendarios, que en su versión impresa parecía una especie de compilado de textos coordinados por el calendario y el santo-
ral, a los que se adjuntaban artículos históricos, literarios, informativos y gráficos, ya fueran litografías, fotografías y mapas. Un género que históricamente se remonta a los primeros años de la imprenta y que en el siglo xix tuvieron popularidad por las posibilidades editoriales que la tecnología permitía, como el uso de imágenes.30 Con este proyecto editorial Antonio Cabrera alcanzó popularidad en el ámbito de la plaza, pues dichos almanaques tenían la colaboración de letrados y científicos locales, así como de instituciones científicas que lo ayudaron a diseñar dichas obras, especialmente sobre el aspecto meteorológico, que se incluía junto con el calendario. Por otro lado, y a la par de la publicación de los almanaques, Cabrera presentó los Apuntes Históricos, Geográficos y Administrativos Referentes al Estado de San Luis Potosí (1890) y otra publicación acerca de la Ciudad de San Luis Potosí (1891). Estos títulos eran reseñas geohistóricas cargadas de datos estadísticos y acompañadas de material cartográfico. Resultan de transcendencia porque hasta ese momento eran pocos los estudios geográficos e históricos sobre San Luis Potosí y mucho menos los conocidos por el público no especializado, puesto que la mayoría sólo circulaban en el ambiente de los letrados y hombres de ciencias.31 En esta etapa de inicio y desarrollo de Cabrera como editor, no se puede dejar de mencionar una de las publicaciones que tenían un mero carácter publicitario e informativo y que circuló desde 1886, esto es, El Bibliófilo (1886-1887, 1899), el cual era editado con la función de servir como catálogo de los libros y publicaciones periódicas que había en su librería.32 Sobre este impreso, Cabrera la definía como un: “boletín que periódicamente publico como órgano anunciador de mi negociación, se verán en el enunciadas todas las novedades que recibo. Este 30 En el caso del México decimonónico, el proyecto de Cabrera se enmarcaba en la tradición de los calendarios y almanaques de editores como Ignacio Cumplido, José Joaquín Fernández de Lizardi o Manuel Payno (Quiñones, Mexicanos, 1994).
28
31
29
32
Mata, Anuario, 1884, p. 920. Caballero, Primer; 1883, Cabrera, Undécimo, 1898, pp. 81-84.
Alcorta, “Bio-Bibliografías”, 1957. Montejano, Nueva, 1982, p. 62.
77
78
José Pablo Zamora Vázquez
boletín se distribuye grátis y se mandará lo mismo á cualquiera persona ó corporación que lo solicite”.33 Dentro del esquema de los trabajos seriados se encuentra otro que, al parecer, pretendía constituirse en una publicación anual semejante a la de los almanaques, a saber, El Estado de San Luis Potosí, aunque sólo se alcanzaron a publicar dos volúmenes: El Estado de San Luis Potosí, el Partido de la Capital (SLP, 1902) y El Estado de San Luis Potosí, el Partido de Santa María del Río (SLP, 1906), los cuales se acompañaban de sus respectivas cartas geográficas del territorio que abarcaban,34 sobre las que Cabrera detallaba lo siguiente: “el publicar anualmente una Carta Geográfica de cada uno de los partidos que forman el Estado, con su correspondiente explicación, el resúmen de esos pormenorizados trabajos dará, con seguridad, la relación exacta de todo el territorio”.35 Como él lo explica, pretendía abarcar todo el territorio del Estado de San Luis Potosí, y año con año publicar un libro para cada uno de los partidos del estado.36 Otra de las obras editadas con un carácter serial fue su Anuario del Comercio. Directorio Administrativo (1903 y 1904), que también formaba parte de una colección de directorios entre los que únicamente vio la luz este primer volumen. Al parecer, estaban proyectados la publicación de directorios sobre la industria, los profesionales, las artes y oficios, la agricultura, los cónsules, los cultos y las asociaciones en general.37 Finalmente, cabe destacar su interés por la cartografía, evidente en las múltiples ediciones de mapas y planos sobre la ciudad y el estado de San Luis Potosí. Éstos llegaron a ser un total de seis, que fueron publicados entre 1890 y 1905. Algunos de ellos formaron parte de sus obras seriadas, por lo 33
Cabrera, Apuntes, 1891, p. 91.
34
El término partido en el siglo xix correspondía a una forma de organizar la estructura territorial y jurídica interna de los estados que componían a la República mexicana.
que aparecían como una sección integral de los impresos, como en el caso de los almanaques, aunque también fueron publicados y puestos a la venta de forma individual. Por otro lado, el librero y encuadernador se posicionó como el “reintroductor” de géneros editoriales de larga circulación, como lo fueron los almanaques, que al menos desde 1863, con el Calendario Potosino, no se registraba la realización de este tipo de publicaciones en San Luis Potosí. Asimismo, introdujo el género de los anuarios, especie de directorio donde se daban datos de carácter informativo sobre los comerciantes, empresarios e instituciones de gobierno. Con esto, Cabrera se posicionó en un lugar importante del mundo editorial, como lo deja ver un anuncio en el que se decía lo siguiente sobre él: “Autor y Editor de varias obritas importantes y útiles PLANOS MURALES referentes al Estado de S. Luis Potosí, con especialidad las publicaciones anuales el ‘Almanaque Potosino’ y ‘El Estado de S. Luis Potosí’”.38 Su labor sería reconocida por otros, esto fue evidente con el prólogo que su amigo escritor José de la Vega Serrano preparó para el primer volumen de El estado de San Luis Potosí, donde este personaje diría que Cabrera: […] es casi un héroe. Y digo casi, porque sólo la vida le falta sacrificar en aras de sus ideales. Sólo, absolutamente; sin una mano protectora que lo ayude; atenido á sus propias fuerzas y á sus propios recursos, exigimos en comparación de la magnitud de la obra que emprende, lleva ya muchos años de estar produciendo obras de mérito, de utilidad y curiosas por la clase de datos que contienen.39
Sin embargo, y como las mismas obras lo hacen patente, en la mayoría de ellas sólo era el editor y no el impresor, por lo que en varias ocasiones se vio en dificultades para entregar sus obras al público lector, especialmente las seriadas, para las que debía
35
Cabrera, Estado, 1902, p. 1.
36
Alcorta y Pedraza, Bibliografía, 1941, pp. 87-95; Alcorta, “Bio-Bibliografías”, 1957, pp. 4-7. 37
Alcorta y Pedraza, Bibliografía, 1941, pp. 93-94.
38
AHESLP, Mapas y Planos, 912 S2 1902 Carta Geográfica del Partido de la Capital del Estado de San Luis Potosí, 1902. 39
Cabrera, Estado, 1902, pp. VIII-IX.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
contratar talleres de imprenta que muchas veces le hacían difícil su trabajo como editor y librero. En este sentido, el mismo Cabrera revela una dinámica editorial que se volvió difícil para él, especialmente en el contexto del proyecto de los almanaques:
reció publicado por esta tipografía a pesar de ser su principal proyecto editorial en ese momento. Ahora bien, en el Undécimo Almanaque Potosino todavía Cabrera se quejaba de las dificultades para imprimirlo, y lo expresaba de la siguiente forma: El principal obstáculo que he tenido para que este libro no estuviera en circulación con más oportunidad, fue la impresión tipográfica, por no habérseme cumplido el primer contrato, ni el segundo, celebrado con algunas imprentas de esta ciudad, no obstante que yo lo cumplí con honradez pagándoles puntualmente el trabajo, teniendo por último, que recurrir á un pequeño ramo de imprenta de mi propiedad para la terminación del presente volumen; y como es natural, esas faltas me perjudicaron en su tiempo y me hubiera perjudicado más para lo futuro, si por ellas no viera la luz pública este libro, pero lo veo ya en circulación, á Dios gracias.42
¡Si pudiera yo contar al lector los inmensos sacrificios y desengaños, las innumerables penas é inconsecuencias que cada uno de esos libros me ha costado!... Los hombres de experiencia, de nobleza de sentimientos y de recto juicio: los hombres de letras, los artistas y los editores de publicaciones, comprenden perfectamente esta verdad, porque ellos, como yo, por nuestra dicha ó desgracia, tenemos también nuestro doloroso Calvario […]
No obstante, y más allá de las quejas que el editor pudiera expresar con respecto a la dificultad de su trabajo, Cabrera revelaba el que posiblemente fuera el origen de sus dificultades: la imprenta. Esto se puede deducir con el mismo comentario: Se encuentra mi espíritu tan contrariado, en el momento que escribo estas líneas, que casi puedo asegurar al lector, que este libro será el último almanaque que publique, a menos que pueda disponer en propiedad de un pequeño ramo de imprenta, indispensable para estos trabajos.40
Lo que es de llamar la atención es que, al parecer, Cabrera ya había tenido un ramo de imprenta, o al menos eso puede inferirse del pie de imprenta con el que fueron publicados sus Apuntes históricos, geográficos y administrativos (1890), los cuales se registraban como producto de la Tipografía de A. Cabrera e hijos. Probablemente lo tuvo y después lo perdió, o se trata de otro Cabrera, aunque no se registran otras empresas tipográficas con ese nombre en San Luis Potosí.41 Sea como fuere, esta situación no se reflejó en sus almanaques, pues ninguno apa-
Luego, con esperanza de que esa situación se modificara, agregaba: “Creo que estas dificultades serán vencidas para lo futuro, pues EL ALMANAQUE POTOSINO dispondrá de su propio ramo de imprenta, permitiéndome esta ventaja que el tomito anual sea publicado con toda oportunidad”.43 Paradójicamente, con este almanaque finalizó la etapa continua y fuerte de su proyecto editorial, y sólo publicaría otra obra hasta 1902, que no fue un almanaque, pero sí un impreso realizado por la Imprenta y Encuadernación de Antonio Cabrera, es decir, El estado de San Luis Potosí. De esta manera, Antonio Cabrera comenzaba a desarrollar otra dinámica en el marco del llamado circuito de la comunicación impresa, a saber, la de impresor. Sin embargo, y especialmente en esta etapa de editor e impresor, Antonio Cabrera ya se presentaba como un hombre de letras o autor, lo que supone adentrarse en una faceta que le traería el reconocimiento a escala local y la realización de otro tipo de actividades en torno a los libros e impresos.
40
42
41
43
Cabrera, Noveno, 1985, pp. 28-29. Cabrera, Apuntes, 1891.
Cabrera, Undécimo, 1898, p. 136. Cabrera, Undécimo, 1898, p. 137.
79
80
José Pablo Zamora Vázquez
Cabrera, de hombre de letras a bibliotecario El proceso de integración de Antonio Cabrera en el mundo de las letras y a la vida cultural de la época fue complejo y hasta cierto punto autónomo. Igualmente, no puede negarse que sus empresas y proyectos editoriales le permitieron desenvolverse cabalmente en este ambiente. Como explica Alcorta, a pesar de su “escasa” formación académica ello no lo limitó a presentarse en el ámbito letrado, pues “su instrucción —que no fue escasa— la adquirió gracias a su trato con otras personas y muy especialmente a sus abundantes lecturas”.44 Considerando estas circunstancias personales, la imagen que Cabrera proyectaba de sí mismo al momento de incursionar en el mundo de las letras era más bien la de un aficionado con poca práctica literaria. Inclusive, esa imagen era plasmada en su Almanaque Potosino, en la sección introductoria titulada “Al lector”, y en la que llevaba el epígrafe de “Conclusión”, y que era con la que finalizaba su obra. En esos textos es posible encontrar notas sobre dicha representación de sí mismo y sobre su labor letrada. Así, en el Sexto Almanaque Potosino podía leerse lo siguiente: Seguramente contendrá [el almanaque] defectos motivados por lo desaliñado del estilo y por lo incorrecto de la forma, pero me sirven de escusa dos razones: la primera, que no soy literato ni mucho menos, y por tanto, como desconozco las reglas del arte no puedo a ellas sujetarme; y la segunda, que no escribo para el público con el ánimo de hacer vana ostentación de mis conocimientos, que son nulos, ni de mi nombre que es oscuro […]45
Una explicación de esta inseguridad puede ser la aparición de letrados que empezaron a tener reconocimiento por sus publicaciones en las esferas local y nacional, el mejor ejemplo de ello fue el poeta Ma-
nuel José Othón. Por lo que al compararse con estos personajes, y con los que incluso convivió a través de su proyecto editorial de los almanaques, es probable que naciera esa desconfianza al escribir y publicar sus textos. Sin embargo, y a pesar de ese “desconocimiento” del “arte” literario y de sus “nulos” conocimientos, ello no impidió que incursionara en la labor letrada e intelectual y que aprovechara sus propios proyectos editoriales para coordinar el trabajo de muchos de estos hombres de letras y de ciencias. Esto lo demostró con un comentario que hizo en una de sus publicaciones, donde queda descrito los vínculos intelectuales y de amistad que creó con otros letrados y, por supuesto, su interés por la escritura: Una conversación imprevista é íntima tenida con el Sr. Don José de la Vega Serrano, persona de toda mi estimación y respeto, con la me liga antigua amistad […] nos dio motivo para hablar sobre lo que más nos atrae, esto es; sobre las bellas letras y las bellas artes, y con este motivo, nuestros espíritus, comunicándose con lazos de más vehemente y verdadera simpatía, al así unirse, nos dieron momentos de júbilo y confianza.46
En el marco del proyecto editorial de sus almanaques, se registran textos preparados por él con temas que iban de la historia y la geografía hasta textos que podrían catalogarse de culturales y religiosos. Aquí se pueden mencionar títulos como El Convento y templo de Ntra. Sra. de la Merced, Descubrimientos é Invenciones o Viaje en Globo al Polo Norte. Sin embargo, y a pesar de que en estos textos Cabrera era el autor, ante su proyecto editorial de los almanaques se presentaba todavía como editor. Fue hasta la publicación de sus textos geo-históricos en donde sí se menciona o se registra como el autor de los mismos. Ahora bien, lo que cabe destacar de este contexto letrado es que los proyectos editoriales del mismo Cabrera no sólo fueron importantes para su proyección como hombre de letras, sino que también fue elemental para la conformación de una comunidad
44
Alcorta, “Bio-Bibliografías”, 1957, p. 3.
45
Cabrera, Sexto, 1890, p. 118.
46
Cabrera, Estado, 1902, p. XI.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
letrada a escala local, tal y como se mencionaba en el Almanaque Potosino, pues recibía las colaboraciones de personas “inteligentes” y “notables” en ciencias y letras, por lo que en sus páginas se registra a un amplio repertorio de personas y asociaciones que en su momento brindaron apoyo en al proyecto editorial de Antonio Cabrera.47 Esta importante labor se concretó no sólo con el reconocimiento de sus iguales, sino de asociaciones científicas y literarias, así como de los gobiernos en turno, que en su momento requirieron de su apoyo y de sus vínculos con el mundo editorial. Él declaraba continuamente lo anterior: “La bondadosa aceptación que el público del país y algunos del extranjero a donde va mi obra y que le dispensan su valiosa proyección, proporcióname una serie de satisfacciones”.48 Podría considerarse que esta posición se vio reforzada cuando en 1891 se le integró como miembro de la Academia Universal de Ciencias y de Artes Industriales de Bruselas, acontecimiento que dio a conocer en uno de sus textos: […] he sido presentado y propuesto por el Delegado en la República Mexicana, Señor Doctor Ardieta, y admitido como Miembro de la Academia Universal, concediéndoseme el distinguido Diploma de Honor con la Placa y Medalla de Miembro Fundador de 1° clase.49
Es probable que esta asignación le fuera ofrecida a Cabrera por su esfuerzo en la divulgación y publicidad de la ciencia y las actividades comerciales en San Luis Potosí, ya que dicha asociación tenía como propósito: “1° Buscar, favorecer y recompensar los progresos en la Agricultura, el Comercio y la Industria: hacer conocer, en propaganda, todos los descubrimientos útiles; trabajar por el mejoramiento del bienestar general”.50
47
Cabrera, Tercer, 1888, pp. 92-96.
Después de esa importante mención, durante el cambio de siglo fue considerado para ocupar puestos institucionales relacionados con los libros y las letras, como se demostró con su integración a la Junta Local de Bibliografía Científica de San Luis Potosí, en 1899, a la cual, y por designación del gobierno estatal, se invitó a Cabrera para llevar a cabo labores bibliográficas con la compañía de otros letrados locales (Manuel Muro y Primo Feliciano Velázquez). Dicha Junta se encargó de recopilar y dar a conocer la producción científica realizada en y sobre San Luis Potosí. El resultado fue un trabajo de síntesis en el que se catalogaban y reseñaban textos de carácter científico, tablas estadísticas y material cartográfico. Sin embargo, la labor trascendía el interés local y nacional, puesto que sus resultados darían a parar a la Royal Society of London, institución encargada de promover este proyecto.51 Finalmente, una de sus últimas actividades públicas en San Luis Potosí, hacia 1907, fue la de director de la Biblioteca Pública del Estado, que estaba incorporada al Instituto Científico y Literario. Para 1911 fue nombrado inspector de Bibliotecas por el gobierno del revolucionario Rafael Cepeda, por lo que en 1913, al quedar desquebrajado este gobierno, el puesto de Cabrera también fue disuelto, aunque no así el de director de la Biblioteca del Estado, pues aún para 1915 hay registro de sus actividades. En este sentido, Cabrera se encargó de crear catálogos para la Biblioteca del Estado y, al parecer, dejó el cargo en 1911, con el fin de asumir el efímero puesto de inspector. Sin embargo, en 1915 se vuelve a encontrar registro de su quehacer en el marco de la Biblioteca del Estado, aunque en medio de una polémica con respecto a su función, que se anotó en la revista de estudiantes universitarios titulada: Juventud. En uno de sus números se preparó una nota en la que se explicaba que supuestos alumnos del Instituto Científico y Literario pedían en una carta dirigida al Gobierno del Estado cesar a Cabrera de su puesto como director. Sin embargo, la nota desmentía dicho acto al precisar lo siguiente:
48
Cabrera, Tercer, 1888, p. 2.
49
Cabrera, Séptimo, 1891, p. 57.
50
Cabrera, Séptimo, 1891, p. 56.
51
Velázquez, “Bibliografía”, 1901, p. 271.
81
82
José Pablo Zamora Vázquez
Las investigaciones que hemos llevado a cabo, comprueban que tales ocursos llevan firmas suplantadas, y, por tanto, que son el producto abominable de las diabólicas maquinaciones de un impostor. Como quiera que tan miserable proceder nos repugna hasta la exaltación y celosos del prestigio del grupo estudiantil, formamos estos renglones como un enérgico mentís al ruin acusador, deseando que sean la mejor reparación para el Sr. Cabrera, laborioso y honrado vecino de San Luis.52
En el siguiente número, la misma revista, por lo ocurrido sumada a la causa y defensa de Antonio Cabrera, publicó una carta escrita por él y a propósito de la nota publicada en la revista. No obstante, cabe destacar que, en la revista era presentado como el ex director de la Biblioteca: Ha llegado a nuestra Redacción una carta del exDirector de la Biblioteca Pública del Estado, Sr. Don Antonio Cabrera, que en seguida transcribimos. ‘San Luis Potosí, 28 de abril de 1915.- Sres. Directores y Cuerpo de la Revista Literaria ‘JUVENTUD’- Presentes.- Muy estimados señores. Circunstancias imprevistas me hizo conocer el día de ayer, el artículo JUSTA ACLARACIÓN, publicado en el núm. 2 del 1º del mes en curso, página 9 de la amena revista JUVENTUD, órgano de la Asociación de Estudiantes Potosinos. La lectura de ese artículo me causó honda sensación, agradable sorpresa e íntima gratitud para tan simpático grupo estudiantil, a quien, en lo general, mucho estimo y respeto, con predilección a los de estudios superiores, no solo por los verdaderos y enérgico[s] conceptos de protesta allí expresados referentes a la falsedad en la suplantación de firmas, en desprestigio de ese grupo, sino también por las calumnias y vilezas de que he sido injusta víctima, y además por no haber tenido esperanza de que, en medio de la penosa y deprimente condición física en que me encontraba y aún me encuentro, hubiera quien de
mi persona y defensa se ocupara públicamente, y por esto, al leer dicho artículo, recobre mis energías, levanté mi moral y fue llena de gratas acciones y de perdurable gratitud para tan digno y honorable grupo de periodistas, que defendiendo la verdad amparada de la justicia, en favor del calumniado, hiciera también, con todo derecho y energía, pública protesta contra el desprestigio, que sin razón, recayera en tan digno y simpático grupo intelectual. Reciban, individual y colectivamente, de mi parte, las sinceras y leales demostraciones de mi verdadero cariño y de mi íntima gratitud.- ANTONIO CABRERA’. Damos las gracias al Sr. Cabera por los conceptos de elogio que en nuestro favor viere, y le protestamos públicamente nuestro respeto y agradecimiento.53
Es probable que los cambios políticos traídos con los gobiernos revolucionarios y reaccionarios que surgieron en la década de 1910 en todo el país, así como las polémicas y “celos” surgidos por el nombramiento a cargos públicos, así como problemas de salud y la aparición de nuevos competidores en el ambiente editorial, hayan sido un factor relevante para que Cabrera buscara otra forma de vida u otros espacios para el desempeño de su labor editorial y letrada, algo que al parecer encontró en la Ciudad de México.
Conclusiones Como se puede apreciar, hablar de la vida de Antonio Cabrera es hablar de la vida editorial y letrada del San Luis Potosí del cambio de siglo, debido a que fue un personaje que con sus actividades completó el circuito de comunicación de lo impreso, como lo explica Darnton, pues pasó de encuadernador a editor, de editor a impresor, y de autor a bibliotecario sin dejar de ser librero, promotor de la lectura y agente de publicaciones. Asimismo, fue parte de esa definición y transformación intelectual y profesional que vivieron los
52
CDHLRMA, Juventud, Órgano de la asociación de estudiantes potosinos, núm. 2, San Luis Potosí, 1 de abril de 1915, p. 2.
53
CDHLRMA, Juventud, núm. 3, 1 de mayo de 1915, p. 14.
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
editores a lo largo del siglo xix, pues al comenzar como librero y editor, luego como librero, impresor y editor, sus contemporáneos lo terminaron identificando como una persona ilustrada que incursionó notablemente en el mundo de las letras y las ciencias. Podría decirse que desarrolló un itinerario sumamente interesante que ha permitido entender el auge editorial en el México y San Luis Potosí del siglo xix, así como la configuración de la profesión del editor. También es posible entender lo intrincado del proceso editorial, especialmente para considerar las múltiples facetas sociales y económicas que puede implicar su análisis, y no sólo el cultural e intelectual, en el sentido de que esto puede definir la preferencia hacia la escritura y publicación de determinados textos. Por otro lado, no se puede decir que con este estudio biográfico sobre Cabrera y su itinerario en torno a la cultura escrita impresa haya quedado dicho todo, queda mucho por conocer, investigar y apreciar de su existencia. Sin embargo, se han podido destacar los momentos de la vida pública de un personaje cuya labor fue sumamente relevante en el ámbito potosino, nacional e internacional. De esta manera, y para concluir, es de destacarse la forma en que la vida de una persona se liga tan a su contexto histórico, por lo que entre la complejidad del itinerario personal y el valor que éste llegara a tener, el existir puede ser calibrado, entendido y comprendido, no sólo por las mismas interpretaciones del personaje estudiado o de los intereses del propio investigador, sino también por la percepción y opiniones que sus allegados, colegas, amigos y detractores pudieron tener de él, y que sin duda representan el eslabón más claro que une al sujeto con su contexto inmediato. Por lo que más allá de juzgar, desacreditar o glorificar la vida de una persona, basta con sopesarla en su tiempo, aprehenderla en su complejidad y apreciar las dificultades o crisis que le correspondió vivir, y cómo éstas fueron compartidas y vividas por él y sus contemporáneos.
Fuentes Archivísticas CDHLRMA. Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga. AHESLP. Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí. Bibliográficas Alcorta, Ramón y Francisco Pedraza, Bibliografía Histórica y Geografía del Estado de San Luis Potosí, México: Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1941. Alcorta, Ramón, “Bio-Bibliografías Potosinas: Antonio Cabrera (1847-1925)”, en Fichas de Bibliografía Potosina, vol. iv, núm. 1, enero-marzo, 1957. Caballero, Manuel, Primer Almanaque Histórico, Artístico y Monumental de la República Mexicana, Nueva York: The Charles M. Green Printing Co. 74 y 76, Beekman Street, 1883. Cabrera, Antonio, El Estado de San Luis Potosí, el Partido de la Capital, San Luis Potosí, San Luis Potosí: Imprenta y Encuadernación de Antonio Cabrera, 1902. —— Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Esquivel y Salas, Litógrafos e Impresores, 1885. —— Apuntes Históricos, Geográficos y Administrativos Referentes al Estado de San Luis Potosí, San Luis Potosí: Tip[ográfica] De A. Cabrera é Hijos, 1891. —— Noveno Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Tipografía de la Escuela Industrial, 1895. —— Quinto Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Imprenta de M. Esquivel y Compañía, 1889. —— Séptimo Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Imprenta y Litografía de M. Esquivel, 1891. —— Sexto Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Imprenta de la Escuela Industrial Militar, 1890. —— Tercer Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Imprenta de Esquivel y Compañía, 1888.
83
84
José Pablo Zamora Vázquez
—— Undécimo Almanaque Potosino, San Luis Potosí: Tipografía de Vélez, 1898. Calvillo, Tomás e Isabel Monroy, Breve historia de San Luis Potosí, México: El Colegio de México / Fideicomiso de las Américas / Fondo de Cultura Económica, 2002. Castillo, Rafael del, Guía del viagero en S. Luis Potosí, San Luis Potosí: Tip. De Vélez e Hijos, 1891. Chartier, Roger, Cultura escrita, literatura e historia, México: Fondo de Cultura Económica, 2006. —— Las revoluciones de la cultura escrita. Diálogo e intervención, España: Gedisa, 2000. Clark de Lara, Belem y Fernando Curiel Defossé, “Asomos al año cultural de 1901”, en Ignacio Betancourt (coord.), Historia y literatura mexicana en el comienzo del siglo xx, México: El Colegio de San Luis, 2002. Darnton, Robert, El beso de Lamourette, México: Fondo de Cultura Económica, 2010. Díaz y de Ovando, Clementina, “El café: refugio de literatos, políticos y de muchas otros oficios”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman (eds.), La república de las letras: asomos a la cultura escrita del México decimonónico, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2005. Flamenco Ramírez, Alfonso, “Las bibliotecas en México: 1880-1910”, en Carmen Vázquez Mantecón, Las bibliotecas mexicanas en el siglo xix, México: Secretaría de Educación Pública, 1987. Knight, Alan, “El liberalismo mexicano desde la Reforma hasta la Revolución (una interpretación)”, en Historia mexicana, vol. xxxv, núm. 137, julio-septiembre, 1985. Martínez, José Luis, La expresión nacional, México: Oasis, 1984. Mata, Filomeno, Anuario Universal para 1884, México: Tipografía Literaria, 1884. Montejano y Aguiñaga, Rafael, “Los Infante, la imprenta y el grabado en San Luis Potosí”, en Letras Potosinas, A. xxvii, núm. 173, julio-septiembre, 1969.
—— “Sesquicentenario de la imprenta y el grabado en San Luis Potosí”, en Fichas de bibliografía potosina, año vii, núm. 3, julio-septiembre 1965. —— Nueva hemerografía potosina. 1828-1978, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. Ortiz Monasterio, José, “La formación de la literatura nacional”, en Laura Beatriz Suárez de la Torre, Empresa y cultura en tinta y papel (1800-1860), México: Instituto José María Luis Mora / Universidad Nacional Autónoma de México, 2001. Penilla López, Salvador, “Los orígenes de la imprenta”, en Estilo, núm. 22, abril-junio, 1952. Speckman Guerra, Elisa. “Las posibles lecturas de la República de las Letras. Escritores, visiones y lectores”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra (eds.), La República de las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. I. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2005. Suárez de la Torre, Laura. “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo xix”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra (eds.), La República de las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. II. Publicaciones periódicas y otros impresos, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2005. Velázquez, Primo Feliciano, “Bibliografía Científica Potosina”, en Obras del Lic. Primo Feliciano Velázquez, México: Imprenta de V. Agüeros, 1901. —— Letras en Flor. La cultura en San Luis Potosí en 1904-1905, San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, 1998. Zamora Vázquez, José Pablo, La edición del Almanaque Potosino (1885-1898) (tesis para obtener el grado de Maestría en Historia [Estudios Históricos Interdisciplinarios]), Guanajuato: División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guanajuato, 2013. —— “Asociaciones científicas y literarias en San Luis Potosí a fines del siglo xix”, en Isnardo
Antonio Cabrera. Una vida dedicada a las letras, los libros y la edición
Santos (coord.), Para una historia de las asociaciones en México (siglos xviii al xx), México: Palabra de Clío, 2014. —— “El mundo editorial en el San Luis Potosí decimonónico”, en Universitarios potosinos. Ór-
gano de divulgación científica, año 9, núm. 174, abril de 2014. Zetina Rodríguez, María del Carmen, Los editores en San Luis Potosí, 1885-1908 (tesis para obtener el grado de Maestría en Historia), San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, 2002.
85
Estante
Taller de Ignacio Cumplido
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
El hijo de la panadera, de Inés Quintero Venezuela, Editorial Alfa, 2014
L
a historiadora Inés Quintero, en su libro El hijo de la panadera, presenta el resultado de más de diez años dedicada a investigar sobre la vida de Francisco de Miranda (Caracas, 28 de marzo de 1750–Cádiz, 14 de julio de 1816). Se trata de una biografía exhaustiva que escudriña con detalle la incesante, implacable y desbordada vitalidad de Francisco de Miranda. La obra ofrece una lectura fresca sobre sus circunstancias al salir muy joven de Venezuela, ser partícipe en la Revolución Francesa, tener la oportunidad de conocer a los principales actores de la independencia de los Estados Unidos de América, llevar a cabo un “sorprendente” viaje por múltiples ciudades del mundo entre 1785 y 1789, mantener una compleja y ríspida relación con la Monarquía española, a la par que vincularse estrechamente con representantes de gobiernos, como los de Inglaterra y Rusia. La biografía resalta sus andanzas, reconstruidas con base en sus astutas e intrincadas relaciones personales, especialmente políticas, de orden militar, de amistad, entre las que se profundiza en narraciones poco comunes en otras historias de vida, en este caso logradas por Inés Quintero en apego a la correspondencia que localizó y al diario en el que Miranda registró las minucias de sus romances, sus encuentros sexuales y relaciones afectivas. El hilo conductor se entreteje a partir del título del libro. Francisco de Miranda era hijo de la panadera Francisca Rodríguez. Este hecho es un detonador desde el primer capítulo, a partir del momento que un grupo de “connotados mantuanos caraqueños” rechazaron el nombramiento de don Sebastián Miranda, padre de Francisco, como oficial del batallón de blancos, debido a su condición inferior, por ser mercader y estar casado con una panadera. Este estigma social definió el destino de Miranda cuando tomó la decisión de salir de Caracas, a la vez que fue un factor recurrente en su vida y marcó el final de sus días en 1812 en Venezuela, cuando miembros de la misma estirpe que juzgó a su padre, entre ellos Simón Bolívar, lo entregaron al bando realista para de ahí ser trasladado a la prisión de La Carraca, en Cádiz, España, donde murió. En ese contexto, la biografía comienza a sus veinte años, en 1771, cuando se embarcó desde Caracas hacia España, con el fin de ofrecer sus servicios a la Monarquía y en donde pocos meses después de llegar compró “por la suma de 8 000 pesos, el empleo de capitán en el Batallón del Regimiento de Infantería de la Princesa”. Este primer trabajo fue determinante en su carrera militar, primero en España, luego en Francia e Inglaterra. Su ascenso como general y la concatenación de sus respectivos nombramientos se explican ampliamente a lo largo del libro. Es interesante conocer las circunstancias que marcaron el rumbo de la trayectoria profesional y personal de Francisco de Miranda, entre ellas, su tenaz
[ 89 ]
90
Yolia Tortolero Cervantes
lucha por independizar Hispanoamérica del dominio colonial, así como sus estrategias para conseguir financiamiento todo el tiempo y en todo momento (a pesar de vivir endeudado). En particular llama la atención su forma de subsistir, basada en el producto de sus salarios o pensiones, derivadas de sus cargos militares o de los préstamos y subsidios que recibió de su padre, de sus amigos, de acreedores, o de gobiernos como el inglés, estadounidense y ruso. Un tema que resalta es el uso que hizo de esos recursos: por un lado, para definir u organizar sus expediciones o campañas, reclutar soldados y armar ejércitos, igualmente ejecutar sus planes independentistas; por otro lado, fue notorio cómo usó el dinero para mantener elevados gastos destinados a su arreglo personal, su vestimenta, sus reuniones sociales, su buena vida, sus viajes, la compra de una cantidad inmensa de libros, con los que integró una biblioteca de 6 000 volúmenes sobre muy distintos temas, o bien, la adquisición de una infinidad de muebles, cosas u objetos decorativos para acondicionar con ellos las residencias que habitó en las ciudades donde radicó por cortas o largas temporadas. El hijo de la panadera es un trabajo de referencia obligada para los estudiosos del personaje y del periodo, tanto en Venezuela como en el resto de Latinoamérica, El Caribe y Europa. Su virtud es que constituye una biografía completa, que menciona cada uno de los sucesos por los que Francisco de Miranda pasó, en el marco del contexto histórico en el que acontecieron. Además, reúne una enorme cantidad de información, articulada en una narración ágil y amena, incluso a pesar de mencionar datos específicos, dirigidos más bien a los conocedores de la historia venezolana. En su conjunto, es una investigación de fina erudición académica, sin citas al pie de página, ni detalles exactos de todos los libros, documentos, cartas y papeles a los que la autora sistemáticamente alude en su texto como sustento de cada uno de sus argumentos. Al mismo tiempo, contiene frecuentes revisiones historiográficas en distintos capítulos, en especial para hacer referencia a hechos poco abordados o polémicos, como la causa y consecuencias de la entrega que Simón Bolívar le hizo a De Miranda en 1812. En casos como éste, Inés Quintero contrasta sus juicios con los de otros autores y obras publicadas
prácticamente a partir de la muerte de De Miranda en el siglo xix y hasta las más recientes, escritas en 2012. En El hijo de la Panadera se explica por qué Francisco de Miranda fue un hombre de dos caras: muy admirado por algunos, pero polémico y no por todos querido. Sobre sus dotes dice que “debía ser un sujeto de carácter excepcional, entrador, extrovertido, sin complejos, entusiasta y vehemente en la presentación de sus ideas y proyectos, insaciable en su curiosidad, conocedor y conversador sobre las peculiaridades y vicios de las provincias americanas, elocuente, cautivador y seductor, además de bien parecido y cuidado en el vestir, con un poder de convencimiento y persuasión envidiables”. Asimismo, Inés Quintero concluye: La impresión que tengo de Miranda luego de este nuevo acercamiento es que fue, sin la menor duda, un sujeto de una personalidad avasallante, de una vehemencia incontenible, histriónico, de trato complicado, soberbio, pedante, simpático, locuaz, terco, caprichoso e intransigente, de muy buen ver, elegante, cuidado de sí mismo, pendiente de su ropa y apariencia; un seductor.
La lectura del libro en todo momento devela a De Miranda como el hombre que vivía sus circunstancias sin prejuicios; sociable por naturaleza; afecto a las tertulias en las altas esferas; letrado, políglota, amante de los libros, de la libertad individual y de las mujeres de todas las clases y condiciones sociales; un padre de familia leal y atento, aunque siempre distante; un ideólogo nato, un soñador, un estratega militar, un negociador tenaz, un luchador arriesgado, de piel curtida, quien puso a prueba su resistencia humana en situaciones de alto riesgo, especialmente en Francia durante su encarcelamiento en la era del terror jacobino. Al mismo tiempo, fue un político poco dado a criticar; habituado a los enemigos, a las intrigas, a ser juzgado como espía de los ingleses, como militar autoritario o traidor; igualmente, fue un viajero incansable que, como pocos de sus contemporáneos, recorrió el mundo para disfrutar cada sitio de manera intensa. Basta compararlo con otros líderes de los movimientos de independencia en Hispanoamérica, quienes no tuvieron
Sobre El hijo de la panadera, de Inés Quintero
oportunidad de visitar los sitios por los que él pasó, ni de viajar dentro o fuera del continente ni tampoco dieron muestra de una personalidad parecida. El hijo de la panadera resulta una obra fundamental para conocer la etapa de fines del siglo xviii y principios del xix, desde la óptica de nuevos argumentos interpretativos, sobre una infinidad de aspectos en los que el lector puede profundizar. Entre ellos, la economía de la guerra de independencia en Hispanoamérica, vista desde el monto de los salarios asignados en el ámbito militar, al igual que analizada a partir de esquemas concretos de financiamiento público y privado para adquirir armamento, organizar los ejércitos, comprar ropa o libros. También permite observar los imperceptibles cambios geopolíticos en América y Europa, derivados de las redes de asociación, amistad y alianzas personales o políticas; por último, ilustra la experiencia de un testigo partícipe de la Revolución Francesa y un individuo que se dio el gusto de dialogar con los artífices de la independencia en los Estados Unidos. Uno de los aportes centrales de la obra lleva a conocer las extensas redes personales que De Miranda tejió en Venezuela, El Caribe, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia, entre ellas, por ejemplo, con personalidades como Catalina la Grande. En todos esos encuentros destacó su habilidad de comunicarse personalmente o por carta con representantes e instituciones de los gobiernos o con personajes centrales de la política y del mundo militar; entre otros objetivos, para solicitarles recursos, favores, exigirles justicia, respeto a sus derechos individuales y humanos o pedirles que le facilitaran su movilidad entre fronteras. Llama la atención cómo estrechó sus relaciones a partir de afinidades ideológicas, de amistad y políticas. En este tenor, resulta de sumo interés conocer la posición que tomaron los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra respecto a sus planes, expediciones e ideas independentistas, a la vez que entender mejor cómo operaron los mecanismos del incansable espionaje de la Monarquía española para seguir los pasos de De Miranda, incautarle sus bienes, perseguirlo e incluso condenarlo por vía del Santo Oficio de la Inquisición. En otros temas, esta biografía acerca a las complicadas condiciones del transporte terrestre y ma-
rítimo durante los viajes de exploración y de placer; los estudios sobre el vestido, la ropa, los textiles, el arreglo personal; la costumbre de escribir diarios de vida y de viaje; la edición de libros, los libreros, los compradores-lectores compulsivos, como De Miranda, las tendencias editoriales; la condición femenina en distintos países y regiones; las relaciones íntimas y la forma de chapar (tener relaciones sexuales) que hacen pensar en el significado de la famosa frase de los chapados a la antigua. Escribir una reseña sobre esta rica biografía de Francisco de Miranda deja la sensación de olvidar el sinfín de datos relevantes que su autora incluye y que es imposible repetir en pocas páginas. Sin duda, fue titánica su labor de recrear la vida de un ser tan complejo e interesante como De Miranda, aun cuando con humildad, Inés Quintero señaló que la enorme cantidad de documentación que existe sobre él, particularmente los 63 tomos del Archivo de Miranda, harán que siga siendo objeto de múltiples relatos, aproximaciones y acuciosos estudios. Curiosamente, El hijo de la panadera, en su afán por mencionar hasta el último detalle, dejó en el camino un sustantivo número de temas de investigación e hilos sueltos muy atractivos; uno de ellos es, por ejemplo, la idea o hipótesis de que Napoleón y De Miranda se encontraron en una reunión social en París. Otro es entender el enigma sobre un conjunto de 40 cartas localizadas en el Museo Marítimo Nacional de la Gran Bretaña, todas ellas dirigidas a Miranda y escritas por mujeres. El acierto medular del libro El hijo de la panadera es que redimensiona la trayectoria e ideales de Francisco de Miranda en la historia mundial, en la de Venezuela y en la de América Latina. Pensemos tan sólo en su trascendencia por ser, quizá, el único americano de su tiempo, una especie de embajador nato que dedicó gran parte de su vida a propagar por el mundo su opinión sobre lo que era y debía ser América, el continente, su tierra natal, su población, sus virreinatos y provincias. Yolia Tortolero Cervantes Programa Memoria del Mundo, unesco, México
91
92
Yolia Tortolero Cervantes
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Entre aromas de incienso y pólvora: Los Altos de Jalisco, 1917-1940, de José Luis López Ulloa México, Universidad Iberoamericana / El Colegio de Chihuahua / Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2013
U
n tema obligado al hablar de Los Altos de Jalisco es el de la rebelión cristera (1926-1929), debido a la activa participación que presentaron algunos sectores de su población durante el movimiento armado. Este último es uno de los temas centrales de este texto, en él se aborda la forma en la que vivieron en la zona citada las reformas planteadas por el Estado con la Constitución de 1917, considerando en especial las que hubo en las materias agraria, de propiedad, laboral, educativa y eclesiástica, que causaron animadversión, que se manifestó principalmente desde la promulgación de la Carta Magna hasta 1940. Esta obra es una versión desprendida de la tesis de doctorado de José Luis López Ulloa por la Universidad de Leiden, que defendió en 2008; y por lo que menciona en el texto, es una ampliación de su tesis de Maestría en Historia por la Universidad Iberoamericana, que sustentó en 2002. La pregunta central del autor en la obra que se comenta es ¿cómo vivieron los alteños los conflictos surgidos a raíz de la promulgación de la Constitución de 1917?1 Estructura su respuesta en torno a la “intriga política” entre el Estado y la Iglesia católica, con su correspondiente confrontación ideológica, que incluyó la posición de los alteños, y un episodio que resultó en guerra.2 El texto puede ser enmarcado dentro de la historiografía sobre el tema cristero y alteño. Respecto al primero, es una continuación de las obras de Alicia Olivera y Jean Meyer,3 quienes se pueden considerar los pioneros del tema dentro de la academia, en el aspecto que tienen una visión desde lo general, mostrando a los actores locales dentro del juego de posiciones entre los revolucionarios y el clero. Pero trata de hacer una distinción respecto a otras obras similares, resaltando a los pobladores locales que hicieron una defensa de su identidad durante el conflicto. En este último aspecto, se asemeja a los estudios más recientes sobre el tema cristero, que estudian las diferentes posiciones que se daban en una misma región y que llevaron a unos a ser simpatizantes de los cristeros y a otros del gobierno. Estos trabajos apuntan a las razones culturales locales 1
López, Entre, 2013, p. 20.
2
López, Entre, 2013, pp. 21, 392.
3
Olivera, Aspectos, 1966; Meyer, Cristiada, 1973-1974.
[ 93 ]
94
Rafael Omar Mojica González
que dieron identidad a los pobladores, como lo fueron la tradición o los valores subjetivos de los actores que los llevaron a la formación de una “identidad política”.4 Por otra parte, se distancia de las interpretaciones dadas por los investigadores coordinados por Andrés Fábregas, que estudiaron Los Altos de Jalisco en la década de los años setenta, quienes mostraron que más que una guerra en que se priorizó el motivo religioso estaba la cuestión económica.5 Dentro de su exposición, no abusa de las citas a los autores de referencia casi obligada —Meyer y Olivera— sino que busca en fuentes primarias la relatoría, aunque el resultado no difiere mucho del de estas obras. Reconoce la abundancia de la historiografía cristera, para lo cual podría haber sido útil un debate de las conclusiones que ha habido y cómo se posiciona frente a ellas. Se extraña que no cite algunas investigaciones importantes como las de José Díaz y Román Rodríguez (1979) o Paul S. Taylor (1933),6 ya que son relevantes aportes para comprender la cultura alteña. A pesar de estas omisiones, se distingue la investigación por la consulta de una gran variedad de fuentes, basándose en un rico número de obras bibliográficas sobre la región, el tema y la época. En la cuestión archivística recupera documentos oficiales federales, estatales y municipales, así como algunos religiosos. Complementa la información con publicaciones periódicas y algunos documentos particulares que pertenecieron a alteños que vivieron en ese tiempo. En cuanto al contenido del libro, está dividido en seis capítulos. En el primero de ellos, denominado “El escenario y los actores”, el autor describe el paisaje alteño como poseedor de recursos limitados, en los que la tierra junto con la familia y la religión fueron uno de los “ejes articuladores” de la sociedad alteña. Las razones las encuentra en el tipo de poblamiento que tuvo la zona, en donde a los primeros pobladores se les concedieron extensiones de tierra a cambio de defenderla, mientras ensanchaban la re4
Purnell, Popular, 1999; Butler, Devoción, 2013.
5
Díaz y Rodríguez, Movimiento, 1979; Fábregas, Formación, 1986. 6
Díaz y Rodríguez, Movimiento, 1979; Taylor, Arandas, 1991.
ligión católica y el dominio hispánico. Esto devino en una sociedad defensora de estos ejes, que después pasarían a ser tradicionales y sobre los que la Constitución de 1917 buscó intervenir. La cuestión de la confrontación entre lo que defendía el Estado y lo que quería la Iglesia se aborda en el capítulo segundo. El autor reconoce la diversidad de posturas al interior de cada una de ambas instituciones, sin embargo, el grupo revolucionario que estableció la Constitución de 1917 se inmiscuyó fuertemente con los pilares culturales de los alteños, interviniendo en la disposición de la tierra, en el quehacer de la Iglesia y en la socialización de los niños de las familias. En el capítulo tercero el autor nos muestra las características de la Iglesia y el Estado en los años bajo estudio, la primera marcada por la llamada doctrina social y el segundo en una búsqueda por establecer una justicia redistributiva, que los llevó a tener disparidad ideológica. Lo que fue propiamente la guerra de 19261929, se expone en el capítulo cuarto. Para esto recurre a la historiografía y los testimonios de combatientes, mostrando algunos acontecimientos y las dificultades de la guerra. Menciona que la interpretación común fue la visión maniquea del conflicto, lo que el autor propone es que Los Altos no era un “monolito cultural” y que varios alteños simpatizaron o ayudaron al gobierno. Por su parte, los militares también tenían objetivos propios y cada uno buscaba implantar a su modo lo que le convenía. Los aspectos educativo y agrario, dos de los principales motivos de discordia, se analizan en los dos últimos apartados. El autor presenta la escuela como un campo de batalla entre los revolucionarios que buscan implantar un tipo de ciudadano y la Iglesia que intentaba mantener su posición. Sin embargo, el autor agrega un punto importante, y es que los alteños tenían intereses propios más allá de los conflictos institucionales, preocupándose porque a sus hijos se les dieran “ideas extrañas” que se opusieran al orden local. En lo que corresponde a la propiedad, Estado e Iglesia tenían serias disparidades, y uno de los conflictos fue la interpretación sobre lo agrario, mientras unos la veían como un don de Dios, otros la veían como algo para hacer justicia otorgándosela
Sobre Entre aromas de incienso y pólvora: Los Altos de Jalisco [...], de José Luis López Ulloa
a campesinos en forma de ejido. Este último, contrario a la opinión difundida, tuvo demandantes en Los Altos de Jalisco. En la conclusión señala que aporta evidencias para echar “por tierra uno de los grandes mitos que existen en torno a Los Altos de Jalisco, donde muchos de sus moradores y no pocos de sus panegiristas señalan que la Revolución no contaba con apoyos de ninguna especie en la región, lo que de suyo es una falacia”,7 mostrando que hubo apoyos al gobierno durante la Guerra Cristera, lo mismo que algunos recibieron educación pública y reparto agrario. Esto sorprende porque ya desde los estudios de Patricia de Leonardo y Jaime Espín (1978) y Moisés González Navarro (2000-2003)8 se había tratado el tema ejidal en Los Altos. Otro punto en que se centra en la conclusión es colocar a los pobladores alteños de la época como activamente participantes y no como materia dispuesta para ser intervenida por el Estado o la Iglesia, en los que fue primordial la defensa de su cultura. La obra tiene algunos minúsculos detalles para precisar. Respecto a las fuentes, menciona que la revista David comenzó a circular en 1958,9 cuando lo fue desde agosto de 1952, en su segunda época, ya que la primera se publicó clandestinamente durante los años treinta.10 Se puede suponer un error en la transcripción, pues en el interior del texto señala números de la revista de años previos. El autor apunta que la división de la región de Los Altos en una porción Norte y otra Sur fue dada por el inegi,11 sin embargo, ésta fue generada en 1998 por el gobernador de Jalisco.12 En el capítulo quinto, donde aborda el tema educativo, toma como base tres fuentes para desarro7
López, Entre, 2013, p. 392.
8
De Leonardo y Espín, Economía, 1978; González, Cristeros, 2002-2003. 9
López, Entre, 2013, p. 22.
10
Puente, Movimiento, 2002, p. 165.
11
López, Entre, 2013, p. 38.
llar su argumento, que son un libro de notas de una alumna de un colegio católico de San Miguel el Alto, un libro religioso que estuvo en una biblioteca alteña y un libro aprobado por el gobierno. Aunque el autor reconoce la falta de fuentes para trabajar el tema, al lector le hace falta un aparato crítico de las fuentes, pues no se contextualiza al colegio mencionado, no se saben los hábitos de lectura y posesión de bibliotecas en Los Altos, lo que hace difícil una generalización a toda la región a partir de estos documentos. Otro aspecto es que el autor resalta más la lucha en diferentes arenas entre los miembros de la Iglesia y los dirigentes del Estado por conseguir un control social, cuando en el periodo de estudio hubo evidencias de cooperación entre ambos y que también llegaron a acuerdos. Reconoce que Álvaro Obregón fue cuidadoso en su nexo con la Iglesia,13 pero no menciona que en 1929 —ya con Emilio Portes Gil en la presidencia— la institución eclesiástica dio una importante ayuda a la candidatura de Pascual Ortiz Rubio, desviando los votos que factiblemente favorecerían a José Vasconcelos, o el apoyo que recibió Lázaro Cárdenas al final de su periodo. En lo que corresponde al Estado, parece que el autor no le da tanta importancia a los acontecimientos políticos de la entidad jalisciense, cuando en la época también había confrontación entre algunos gobernadores y la élite revolucionaria. Señala constantemente que el motivo de la oposición a los programas de los revolucionarios fue la defensa de una “identidad alteña” o “cultura alteña”, algo que no acota adecuadamente y señala que en una de sus obras lo abordó, sin embargo, sería de utilidad conocer su perspectiva sobre identidad para conocer a qué se refiere, cómo cambia y cómo se construye. En otro asunto, el autor le confiere mucho peso a lo legal, en el sentido de que considera que hay una relación directa entre el conflicto y la promulgación de leyes.14 Esto desde luego hay que matizarlo, pues la aplicación de las disposiciones legales fue a discreción del gobernante en tur-
12
Acuerdo que establece la nueva regionalización administrativa del estado de Jalisco para impulsar el desarrollo de la entidad (1998). Andrés Fábregas (1986) ya había considerado separar en dos porciones a Los Altos.
13
López, Entre, 2013, p. 131.
14
López, Entre, 2013, p. 399.
95
96
Rafael Omar Mojica González
no, tanto en el ámbito nacional como en el estatal, y puede obedecer más al juego de fuerzas políticas que por momentos recurrieron a la confrontación y en otros a la negociación. Fuera de esto, lo relevante de la obra es que es una importante apuesta por poner a los alteños como una sociedad con agenda propia más allá del conflicto Iglesia y Estado. Les da un papel importante en el proceso de socialización y reproducción de su comunidad, con capacidad de elegir y adaptar las disposiciones estatales y eclesiásticas. El lector agradece los cambios de escala que le dan distintos puntos de observación al fenómeno, pudiendo leer testimonios locales junto con problemas institucionales nacionales. Sobre todo, referir que la sociedad alteña era diversa, lo cual no implicaba que hubiera ciertas tendencias que la hacen identificar a la gente de la zona. Ésta es una lectura obligada para todo el que quiere conocer los temas alteños, en especial, a quien le interesan cuestiones culturales. El autor advierte que intentó hacer “algo que sirviera para incrementar el conocimiento de la historia y la cultura alteña”,15 situación que se puede considerar que logró. Rafael Omar Mojica González Universidad de Guanajuato, Campus León
15
López, Entre, 2013, p. 32.
Fuentes Bibliográficas Acuerdo que establece la nueva regionalización administrativa del estado de Jalisco para impulsar el desarrollo de la entidad (1998), en <http://www.jalisco.gob.mx/es/gobierno/ normatividad/acuerdos/352> [consulta: 4 de mayo de 2014]. Butler, Matthew, Devoción y disidencia. Religión popular, identidad política y rebelión cristera en Michoacán, 1927-1929. Zamora (México): El Colegio de Michoacán / Fideicomiso “Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor”, 2013. De Leonardo, Patricia y Jaime Espín, Economía y sociedad en Los Altos de Jalisco, México: Nueva Imagen, 1978. Díaz Estrella, José y Román Rodríguez, El movimiento cristero: sociedad y conflicto en los Altos de Jalisco, México: Nueva Imagen, 1979. Fábregas, Andrés, La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, ciesas / La Casa Chata, 1986. González Navarro, Moisés, Cristeros y agraristas en Jalisco, 5 tt., México: El Colegio de México, 2000-2003. Meyer, Jean, La Cristiada, 3 vols., México: Siglo XXI, 1973-1974. Olivera, Alicia, Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929: sus antecedentes y consecuencias, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1966. Puente Lutteroth, María Alicia, Movimiento cristero: una pluralidad desconocida, México: Progreso, 2002. Purnell, Jennie, Popular movements and state formation in revolutionary Mexico. The agraristas and Cristeros of Michoacán, Durham (Estados Unidos de América): Duke University Press, 1999. Taylor, Paul, “Arandas, Jalisco: una comunidad campesina”, en J. Durand (comp.), La migración mexicana a los Estados Unidos en los años veinte, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Conaculta, 1991 [1933].
Vol. 3, núm. 4 / agosto-diciembre, 2015
Normas editoriales Oficio. Revista de historia e interdisciplina (ISSN: 24484717) es una publicación arbitrada, semestral, editada por el Departamento de Historia de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato, abierta todo el tiempo a la recepción de artículos, reseñas, descubrimientos documentales comentados, debates y entrevistas de alta calidad, desde las perspectivas de la historia, las ciencias sociales y la interdisciplina.
Secciones Cada número se integra con 3 secciones según se enuncia:
Escritorio Se refiere a los artículos de investigación científica en general, de temática abierta de acuerdo al título y propósitos de la revista. En virtud de los artículos recibidos, el Consejo Editorial podrá considerar en algún número la integración de un expediente con textos de un tema central. La extensión no debe ser menor a 20 páginas ni mayor a 25.
Estante En ella se incluyen reseñas críticas de libros (aparecidos en los últimos cinco años), relacionadas con estudios históricos o sociales. Deberán señalar las aportaciones y limitaciones de lo que se reseña, así como su vinculación con sus semejantes. La extensión máxima será de 5 páginas.
Miscelánea Incluye hallazgos documentales, debates y entrevistas. Los documentos comentados deberán contener un trabajo de paleografía, transcripción, presentación, traducción o restauración de fuentes de interés para los estudios históricos y sociales; indicarán con toda claridad la procedencia de los documentos trascritos e incluirán un apartado analítico por parte del presentador del documento. La extensión máxima es de 6 páginas.
Instrucciones generales para autores Todas las colaboraciones que se presenten para ser consideradas deberán ser originales, inéditas y apegadas estrictamente a estas normas editoriales. Los textos deberán enviarse en versión electrónica a los buzones: oficiodehistoria@yahoo.com.mx o revistaoficio.ug@gmail.com Todos los textos deberán estar escritos en un procesador de palabras, letra Times New Roman, tamaño 12 puntos, espacio y medio de interlineado, y notas a pie de página con autonumeración y en tipografía de 10 puntos. Los artículos deberán ser acompañados de un resumen de 90 a 120 palabras y 5 palabras clave, ambos en español e inglés. Los datos del autor o autores deberán incluirse en un documento aparte: nombre, adscripción institucional, semblanza curricular (70 a 80 palabras), dirección postal, correo electrónico y número telefónico. Cuando el artículo contenga imágenes, deberán incluirse en el documento numeradas, ubicadas en su lugar, con pie (incluyendo el crédito, por ejemplo: AGN, Fototeca, fondo Presidentes, Obregón-Calles, exp. 8) y con señalamiento en el cuerpo del texto que remita a ellas. Adicionalmente, deberán entregarse en una carpeta independiente, en formato jpg, con resolución de 300 dpi, y deben contar con los permisos de reproducción respectivos. La dirección editorial dará acuse de recibo de las colaboraciones que se reciban, en un plazo no mayor a diez días hábiles. El secretario de Redacción revisará que las colaboraciones cumplan con estas normas edi-
[ 97 ]
98
Oficio. Revista de historia e interdisciplina
toriales. El Consejo Editorial verificará que los textos sean acordes al objeto de la publicación. Todos los artículos se dictaminarán bajo el sistema doble ciego y el director de la revista está facultado para solicitar un tercer dictamen, si es necesario. Si el autor está adscrito a la Universidad de Guanajuato, los dictámenes serán realizados por pares externos; si el autor no pertenece a dicha institución, uno de los dictámenes podrá ser encomendado a un revisor interno. En todos los casos, los autores serán notificados del resultado de la dictaminación en un plazo no mayor a seis meses, a partir la recepción del original. En caso de que los dictámenes sugieran correcciones, las actas serán enviadas al autor o autores, quienes tendrán un plazo máximo de tres semanas para hacer llegar la versión final. Todos los textos serán revisados con herramientas de detección de plagio. El envío de colaboraciones implica la autorización a Oficio. Revista de historia e interdisciplina, para la edición e inclusión del texto en las versiones impresa y electrónica.
Aparato crítico
Ejemplo: Pérez, J. Jesús (dir.), “Sucesos”, en El Chisme, núm. 4027, 27 de julio de 1921, León, Guanajuato, México, p. 1. • Fuentes de archivo: Repositorio (utilizando siempre sólo sus siglas), fondo, sección, caja, expediente (legajo) y fojas. O ramo, legajo y fojas, según sistema empleado en el repositorio. Ejemplo: AHMAG, f. Ayuntamiento, s. Presidencia, s. Deportes, 1933, c. 47, exp. 2, s/f. • Fuentes electrónicas: primer apellido del autor o responsable, primera palabra clave del título, año, dirección completa del URL entre antilambdas —corchetes angulares— (<>), y fecha de consulta entre paréntesis. Ejemplo: Ramírez, “República”, 2005, versión digital en <http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ ehmc30/359.html> (consultado el 30 de junio de 2012).
Las referencias, al igual que las notas, se consignarán al pie de página, evitando las locuciones en latín (como Ibíd, Op. cit, Ibídem, etcétera), y seguirán los siguientes criterios básicos:
Fuentes orales: debe indicarse el nombre del entrevistado, el nombre del entrevistador, el lugar de entrevista y la fecha de la misma; dado el caso, repositorio donde se conserva la grabación o la versión estenográfica:
• Libros, artículos y tesis: primer apellido del autor o los autores, primera palabra clave del título (en cursivas cuando se trata de libros y tesis, y entre comillas para el caso de los artículos), año de edición, número de página o páginas de las que se toma la información.
Ejemplo: Entrevista a Osvaldo Barra Cunningham, realizada por Luciano Ramírez Hurtado, Ciudad de México, 10 de septiembre de 1994.
Ejemplos: Libro: Brading, Mineros, 1983, p.46. Artículo de revista: Torre Villar, “Decreto”, 1977, pp. 75-137. Tesis: Escudero, Revista, 2006, 99 pp. • Periódicos: nombre completo del autor, título del artículo entre comillas (nombre del director y sección cuando no se conozca el autor ni tenga título el artículo), nombre del periódico en cursivas, número de publicación, fecha, lugar y número de página.
El listado de fuentes y bibliografía se ordenará alfabéticamente al final del artículo, de forma completa, en el orden acostumbrado. Ejemplo: Brading, David, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México: Fondo de Cultura Económica, 1983.