LA ALMENDRA MALGACHE DE PELUCHE
Armando Trasviña Taylor
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Para Ana Sofía y León X Nicolás.
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Esporádico lector: Doy respuesta a la carta que no me escribiste y que tampoco me enviaste pero, con gusto, respondo para comentar el suceso que me ha provocado rasquiña por lo raro e impar y por eso te cuento con verdadera premura como si el león me gruñera y me enseñara sus uñas. Jonás, ¿te acuerdas de él?, el Almendáriz, el que no era perrófilo, ni podría ser, ni canófilo, gatófilo, lemurófilo o pisciófilo, no, nunca eso, ni de broma, no le agradaba el olor de las pieles de esos seres mamíferos que siempre han tenido un lugar en la casa, y hasta lamen la mano y la colman de afectos como un signo de aprecio y un don nunca visto, según dicen los doctos, porque lamer la mano, es la más prueba más alta de esos socios cuadrúpedos. Otros dicen, y debe ser, que es la forma de ser de los canes para sociabilizar y obtener información de su hábitat, es aceptación o licencia, y si logran pasar esa prueba, se integran al cosmos del hombre que tiene, no uno, sino dos por lo menos. La lengua es el órgano más tierno que existe en ese chucho dulzón como amigo entrañable, como aliado o unido, o como adicto querido. El abogado de USA George Graham Vest, en una pieza oratoria defendiendo a su cliente y a su perro, de paso, expresó lo que muchos estiman axioma y facturan el hecho como saber y dictamen: “El único, absoluto y mejor amigo del hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o a negar, es su perro”. Pero, Jonás, el ibero, no era zoo-miel ni zoo-grato, nada de eso, ni adorador de los tusos que son mamíferos bravos que atraen a los padres y a los hijos de estos, a los primos y deudos. No he sido adepto de ellos que hoy llaman mascotas (¿qué mascan?) porque piensa que, como en las rúas, hay un carril para autos, un
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andén para gentes y uno más para bicis que es un margen angosto que ciclovía la nombran. Las biciclos por uno y los autos por otro, cada quien por su lado, los animales también y las gentes lo mismo, nunca mezclados con otros por ser todos dispares. Las especies con alas, aletas o patas son imán para muchos y alimento para otros por su sabor y deleite que tantos procuran hombres y niños que se nutren de ellos, saborean e ingieren con estómagos ávidos. Son, además, buena parte, los que traen del rabo a pedestres, nombre genérico que se da al homo habilis según Mary y Louis Leakey, descubridores del fósil. -Jonás, decía a su amigo, que esta clase de cuzcos no son longevos mayores porque viven 19 años, o menos, y está documentado en los libros. -No los soporto ni admito, y quieres que tenga dos décadas juntos comiendo en el plato como parte de ellos, si acaso perviven los cuatro lustros con ánimo –respondió Jonás irritado. El más senil de los seres que llamamos humanos alcanza una edad de 80 años ó 100, o más si se puede, y quieres que tenga cinco perros al hilo durante mi vida no-cuzca en este orbe anti-dogo, y no quiero que piensen que soy diferente, soy mayoría nomás. Jonás estaba seguro que la virtud de estos brutos sobre el género hombre, es siempre mayúsculo: hay animales más viejos que el mayor de los entes que razonan y quieren y que han levantado dos astas talludas sobre sus propios cimientos que son la ciencia y cultura de una clase que sabe y que, aunque otros superen en edad y tamaño, será el rey de natura con cetro y corona. La ballena de Groenlandia vive más de 2 siglos, y el erizo lo mismo, el galápago ídem; las bacterias igual, los gallinazos, el cisne, el zopilote y la esponja también lo superan, además de otros que exceden fácilmente su vida. Hasta el loro puede
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ser un vetusto con cien años y fácil. Y especímenes varios, como el vegetal, entre otros, y del mineral, ni se diga, si no los rompen o arrojan o los hacen partículas. Imperecederas hay una y es la medusa Turritopsis nutricula, según muchos señalan. .
Y no son seres que piensen y formen familias con nexos de amor en el tramo
que viven, pero viven más que cualquiera del reino animal al que incumben. Jonás cavilaba. Comparaba y creía que la vejez de estos seres tienen más permanencia que los entes que sueñan. Jonás juzgaba y creía, a pesar de los grandes y serios contrastes que había en el lar de los perros, era, en verdad, un misterio, y pensaba y volvía con este inédito enigma… y recordaba ahora este adagio... "No me llames perro... no merezco tal nombre... no soy tan fiel, ni tan leal... soy sólo un humano..." Volveré a meditar. Por eso hay autores que a esta frase tutelan o bien la adjudican a varios anónimos o bien pudo ser de un tuso famoso que de paso dijo esto: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. ¡Quién lo escribiría! Hay tantos hombres que lo hacen y exponen con juicio certero y posible. El hombre formó este planeta que de sobra poblamos como ser analítico, cuerdo y cabal mejor que muchos que ladran y atufan con daño como ser sin conciencia. Pero, al parecer, es un ente de gustos. La oposición al meñique será siempre el pulgar. Eso es obvio. No hay duda en ello. Sin embargo, la divergencia coexiste en que el sujeto de marras, sea chucho o minino, simpatice y atraiga, o por lo menos, congenie, con todo aquel que los tiene y como oro conserva. Y hay quienes valoran, aman y precian con férreo arrebato. Hay otros que gustan y
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comen los hongos, yo los detesto, unos nacen arriba y otros abajo. Cuestión de avenencia. La diferencia se afinca en las huellas que dejan y son casi siempre las mismas y si a la báscula subes la diferencia es enorme y el humano bien sabe la diferencia que asiste. Y este es el móvil, amigo. Después de muchas vivencias y no gratas algunas, experiencias y lances, entre malos y buenos durante el trato con canes, decidió Jonás no tener ni perros ni gatos, ni peces ni aves, ni hamster ni hurones, ninguno de ellos, ni al más fiel de la lista de las tales mascotas. Mascota, para el caso de ahora, es palabra francesa (mascotte) que quiere decir animal de compañía. La determinación de Jonás era férrea y rotunda y de tiempo atrás la traía, animadversión y clausura que había escriturado con tinta que China la llaman por fiable y segura. Pero, como siempre sucede con el tráfago diario por brincos y zanjas, promontorios y huecos, no sabía de esta frase que ahora menciono y que puso a pensar a medio mundo apegado, o sea, que pudo ser y no ser. Cae primero una lengua que un triste tullido: Si no quieres que tus labios desbarren, cuida bien cinco cosas: A quién hablas, de quién hablas, cómo, cuándo y dónde hablas. ¿De quién es esta cláusula? Estaba seguro que el olor de los perros que irrita y corrompe y a medio orbe fastidia, contagia la manta, la cama y la almohada, el cobertor y cojines y lo demás que se tiende sobre el lecho mullido. Es como tener un canino y dos huecos abiertos de una nariz que no duerme, reposa y descansa y eso a Jonás lo desquicia, lo altera y le pone los pelos de punta. ¿Que lamer es besar?, es el colmo de eso, es como encender una mecha con diez kilos de pólvora y explotar
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con estrépito. Debe ser una fobia o un efecto inconsciente que tiene y contiene el colchón del humano, algún cuarto imposible o un extraño atavismo que alguien preserva. Es más que bastante y suficiente con eso. Cuando alguien se engrana y se engarza hasta el fondo como ancla de océano, se aquerencia o se vicia, suceden mil cosas si la casualidad llega a verse y se observa con lupa, la ocasión se convierte en acto impactante y el llanto deviene como chorros de vida en caudales enormes. Así es cuando el perro se va y ya no vuelve ni chilla en un tiempo de años que chorrea mejillas por un can que no tiene ni grisma de humano. Nunca previno que la palabra jamás, never o niemals, en el idioma que fuere, no debió pronunciarse con tal fanatismo porque el hallazgo de ellas, las famosas mascotas, a la vuelta de la esquina, surge así de improviso, de punto y seguido. La malgache, por caso, con su porte de nubes, extraordinaria y donosa. ha sido y será la que ahora posee el mejor adjetivo para calificar a esa raza que Cotones la llaman como estirpe magnífica de cinco estrellas, o más, que la hacen fina y altiva, de reflector y escenario. -¿Te das cuenta, lector? La Cotón es insigne y muy poco corriente, es insólita y bella, muy admirada en la red de naciones que ahora coexisten en el orbe intrincado. La nombran Cotón por aquello de “cotton” que en inglés significa, algodón, y en francés cotontigel, con acepción homogénea, y Tuléar (o Tollara), como apellido de origen, por la ciudad y ensenada que está al lado de África. El espacio aguzado que a su mapa distingue tiene a Tuléar en el sur. Su territorio atraviesa el trópico opuesto: Capricornio, en el hemisferio de abajo. Veamos los mapas.
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Madagascar, o República de… es una isla que se halla al oeste de África, y es la quinta mayor del planeta (Australia, Groenlandia, Nueva Guinea, Borneo y
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Madagascar) con 587,000 km2. Tiene más de 20 millones y en 1960 obtuvo de Francia la independencia absoluta que la gobernó más de un siglo. En Madagascar, el 58 por ciento de las especies nativas, vegetales y animales, son originarias de ella, son endémicas, cien por ciento locales. Tuléar o Tollara es uno de tantos lugares con tres millones de seres y un área de más de 161 kilómetros cuadrados.
Provincia de Tollara o Tuléar.
La capital se llama Tuléar y es una ciudad con pasado y pocos rasgos de ahora que mantiene el pretérito y lo hace alusivo al freno de Francia que hace años perdió. El mar cautivante alrededor de la isla hacia el Este y Oeste, es una línea expedita con un ruido de espuma y es una de tantas aristas de su rostro atractivo. Es una ciudad muy extensa en el corredor de la isla y, como todos los puertos, se encarama y seduce con poder a turistas que seguido la visten.
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Tuléar
La raíz del Cotón es total y absoluta de la isla malgache y bien que se adapta a las áreas montunas a pesar de ser de las grandes entre las otras que existen. El lémur y el baobab son otras especies que ahí se producen y son propios de ella, como otras muchas, entre otras: las tortugas, murciélagos, camaleones, iguanas, boas, mariposa luna, gorgojos, y más de un ciento de otras. El Cotón fue habituándose a este largo habitáculo y recorrió los rumbos diversos de su breve cintura y las cumbres bizarras desde el norte hasta el sur, incluida la selva en la meseta del centro con la libertad en las patas y la acción en sus vidas que midieron los bordos y grietas continuas y reconoció cada hueco, cada risco y ventisca de su orográfico suelo. Por cierto, su relieve no es alto y está integrado por tierras rojizas y míseras muchas para el bosque y cultivo. Hay piedras calizas hacia el norte y oeste que justifican el nombre que con razón le adjudican: “La Gran Isla Roja”.
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La altura mayor de la isla es de 2,800 a los 2,900 metros de altura con lo que hace a sus valles de valor muy mermado para las siembras y pastos de la pobre y exigua ganadería que posee. Madagascar es paupérrima y su hacienda es raquítica y se basa en la esencia de la agricultura y la pesca, la minería y la ropa doméstica que los nativos elaboran. Para apreciar su pobreza, el 70 % de su gente vive debajo de la media. Sin embargo, en el año de 2005 se localizaron recursos petrolíferos y es ahora fuente de empleo con las gemas diversas que son actividades cimeras de preponderancia copiosa.
El Cotón en terrenos como estos, se hizo ubicuo y errático, vagabundo y mostrenco por toda Madagascar y rincones, con sólo el mar de frontera y la soledad de contorno. Enrumbó por los sitios de un alargado horizonte que a la vista tenía.
Malgache es la lengua de la familia malaya y a la vez polinesia, además de significar relativo a...
-¿Cómo la ves, lector?
Almendáriz... digo, Jonás... era terco y porfiado, empecinado en lo suyo y no había nadie en el mundo que lo hiciera cambiar y aceptar que el Cotón es un perro de estampa y figura preclara, muñeco pequeño con calificativos de más.
Le encabritaba y purgaba cuando algo decían de ese cánido non, y no es
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que lo precie, sino es la voz que no dicen entre reacios y apóstatas que su sentir manifiestan, no de galenos y dueños de este can exclusivo que de los años 70 del siglo pasado en que se conoció en África toda y en el Este primero.
Era constante y tozudo, mi caro lector, sobre esta raza menuda u otra cualquiera que hubiere conocido o averiguado con alguien, lo hubiera negado con necia porfía, y como loro volvía, volvía y volvía. Se observaba su encono y su empeño subido que se manifestaba de pronto.
-¿Tiene fin esta cháchara?, ¿sabes cuánto tiempo ha llevado tanto encomio y rabieta sobre esta perra elevada?
-Sí, pero, deja decirte, ahora te digo...
Almendáriz estaba... bueno... no estaba, alterado era poco, deshecho y revuelto y se veía en su semblante. Todo tipo de canes del nombre que sea lo estiraba de pronto, cualesquiera que fuera, conociera o tratara.
El gentilicio malgache proviene de Malagasy y los franceses (que regían la isla) adjudicaron el nombre a los hijos de ella y lo que a su entorno rodeara y perteneciera a su orden.
-¿Malgache?, preguntó Jonás, intrigado, por contemporizar con la charla y asombrarse con ella porque nunca había percibido esa rara palabra no timbrada hasta ahora por sus oídos atentos y le parecía sospechosa.
-Debe ser pariente de bache, de tache o huarache -rióse. Simpatizaba con
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voces muy poco frecuentes, arcaicas o ignotas que jamás había distinguido, percatado o leído, y quedó boquiflojo.
¡Ah, qué Almendáriz!... no se apellida así, pero...
¿Cómo?... ¿no es Almendáriz?... –preguntó el amigo de al lado que estaba alelado y era poco decir.
-No, luego te digo.
Después de pasar muchos años y no fáciles tiempo durante la estancia en la isla en donde Francia vivió desde 1831 a 1960 en que dejaron el ser, consiguieron librarse 129 años después de ese año final.
Fue adaptándose el Cotón a los tratos domésticos con los padres e hijos, familiares y amigos, y fue tan raudo el avance, tan pulcro y prolijo, que obtuvo diez de promedio sin haber hecho el examen y sin haber estudiado y adquirió su diploma como el mejor de los gozques con el mérito adjunto de ser el cid de su clase como ser de cortejo en el siglo XXI.
Pero, además del encanto que creó entre los suyos, adictos y aliados, resultó ser el mejor entre muchos cuadrúpedos, disciplinados y bellos y como excepción fue tomado desde ayer hasta ahora.
La malgache de hoy y desde antes lo fue, todo un can hecho sueño, pero, no lo digan, por plis, no lo nombren, no digan tal voz, mejor digan lady o milord, como
quieran,
una
hermosa
hecho
pelo
y
de
nobleza
trepada.
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aquerenciándose bien como reina y damita entre todas y todos con un gran embeleso, con todo y ser tan pequeña, es un turrón de peluche, toda una gema de lujo.
Al comenzar a brillar como ópalo en bruto para el más ser de los seres, se dio a conocer en el siglo XVII, en 1648, cuando un mílite de Francia escribió entusiasmado y con arrebato patente sobre esta bella criatura, y entre otras cosas, decía: Es una muñeca de nieve, entreverada con tonos café con lactosa, y con tintes de negro de suave matiz, y una tez de algodón como de borra o pelusa y es, como dicen, una almohada de cirros o de nimbos nevados y semeja un humus minúsculo. Y un flequillo o visera sobre sus ojos morunos como biombo saliente o cornisa exterior para cubrirse del sol dondequiera que fuere. Es monarca entre muchos y variados cachorros que son de trofeo, de pasarela y andén donde luce y descuella!
Pero, la presencia en escena del entorno europeo por primera vez en la vida, fue de otro francés que lo hizo embobado por la imagen de chucho, mejor dicho, chuchito, al fin del siglo XX, y es cuando el mundo conoce a esa egregia figura y armónico timbre, cien por ciento gallardo, y no dejó de admirarse ni soñar con su paso que fue grato y magnífico y de estampa luciente. 1977 es la fecha de arribo por primera vez en Europa, en Francia, la bella, la primera Cotón que de la isla llegó.
Pero, volvamos de nuevo al señor Almendáriz, no Armendáriz y Almendaraz, como también se conoce. Estaba otra vez en sus cinco y no daba su
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brazo a torcer sobre este can espumoso, inteligente y maduro que no había visto siquiera y manifestaba otra vez su terco repudio y gua gua-resistencia. Era un viejo divorcio con todo ser que tuviera cuatro patas y cola y un ladrar en su hocico nada grato y afable. Pero, aunque el Cotón poco ladra o lo hace ante algunos, su gruñir, como dicen, es alborozo y contento, hasta en eso es prudente y fina la guapa. Jonás estaba verde como árbol reciente y como buen anti-perro, y para decirlo bien y entenderlo mejor, emperrado, como sinónimo exacto de reacio y renuente, con toda su fobia y altura de lo que es y debe ser un contra-perrofaldero. Jonás lo aceptaba como a Pluto o Snoopy que son punta en el cine y han hecho carrera en el cómic y TV. Cada
quien
en
lo
suyo –consiente el
navarro- lo de patas, a patas, y de pulgas, a pulgas, no deben mezclarse ni unirse siquiera porque, como se observa entre muchos, a unos agradan y a otros agobian. Somos extremos y ya, y como tales pensamos, cada quien por su lado y todos felices y orondos.
Continuamos con el Cotón sin variar ni innovar. La vida en la isla no es grata ni fácil, ni amable ni urbana, es penoso el trayecto entre lajas y peñas y por tanto relieve que vale la pena observar y deducir lo que haya. La baja estatura del tuso, 25 centímetros de largo y 6 kilogramos de peso, es un pigmeo en la isla y en su orografía hosca. Ha adquirido por ello un talante templado y un carácter altivo que se ha estimado como único, un cuerpo de plumas o un muñeco de seda de estampa graciosa.
Es, para concluir: una párvula ingente y una obra de arte perruna y mágica
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en cuanto a su estampa y gracejo.
La que complace a la casa, la que inflama la vida y alboroza y alumbra el camino no fácil, es vitamina V del espíritu como una felpa que abraza o mil algodones que allanan y a su organismo rodea y cimbra su hechizo. De algodón combinada con copos y motas en su nívea cubierta y cafés desvaídos, en las puntas agudas de cada membrana que aurícula llaman, destaca el negro subido que contrasta y combina: Es la Almendra Malgache de Peluche de las Nieves, a sus órdenes. También pueden llamarla como quedó registrada en el Registro Civil de Oberwil, Suiza: Almendra de la Nieve de los Osos Nevados, pero el que quiera abreviar, nómbrenla nomás como Almendra de la Nieve de los Osos Nevados. Así nada más. Muchas gracias.
El 30 de febrero del año que corre y que ahora vivimos, Dios mediante, incluidos bisiestos, está dedicado a exaltar a esta otra malgache: Almendra de Ihosy que fue una monja católica que incorporó al territorio de esta isla menuda a una unidad religiosa de una fe irreductible que ha sido y será con el tiempo que viene, el faro que alumbre a esta isla indivisa. Todos los canes, hasta el último chucho que haya nacido en Bazaha, se incorporó a esta manada y constituyó este hecho un redoble de bombo que se oyó hasta Antananarivo, la capital del país, como homenaje a la virgen y santa católica que está inmersa en el rito de hoy y de siempre por los siglos de los siglos santos, amén.
La diáfana Almendra y dulce de frutas, sinuosa y modosa, como debe ser el edén que a ella a acoge, la gloria lo alumbra y al que pronto entraremos, es
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porque es virgen y tiene cinco meses cumplidos, y otros tantos que esperan en su alma recóndita de su entorno sensible como enjambre de afecto y de mieles tan ricas de himenópteros bellos.
-¡Bahh!, oí exclamar a Almendáriz, controvertido y oscuro que cualquier loa que hicieran en favor de los perros de pelos ponía y alborotados, no sólo alabanzas, sino notas afines de por si comprobables, señas que tiene y nadie los niega o pone en reversa y así callejea. La que por bella conocen a esta extraña mascota que Almendra la llaman, o como quieran nombrarla, es
inteligente,
doméstica, melosa y confiable, la mejor compañía hasta el último mes del año que ni a calendario tiene. Además, son saldos que adornan por ser diminuta y cálidos canes de espejo orgulloso. Su personalidad se distingue porque va con su aspecto de majo tamaño que al trepidar se dilata y semeja una nube de blanca espesura.
La Cotón llegó a Francia en 1977 y para el año que corre de 2012, son 35 años que lleva en este mundo apretado, es poco común en Europa, los veterinarios lo dicen y los especialistas lo afirman y es verdad, todos lo dicen. Quizá por eso consienten a esta lady preciada, preciosa y altiva, aunque existen comercios donde nacen y venden de varias edades y tonos dispares, bicolores los más, aunque el blanco domina.
En registros habidos de estándares claros al Cotón evidencia una clara belleza y casi todo coinciden cuando dicen textual: Tiene el pelo poblado, sedoso y muy dócil, como borla pequeña, de algodón rimbombante, con nariz color negra, ojos grandes y vivos y cubiertos de fleco o visera ostensible y las piernas revelan
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un lujoso pelambre y hermosa cubierta. Debe ser cepillado una vez cada día.
De acuerdo con datos de otros caninos o perros domésticos, al Cotón lo señalan y fotografían así: Es “el perro real de Madagascar” y está considerado como un anti-chucho-estrés, asombrosamente cordial. Es, como mascota, de las más recomendadas, bellas y útiles. Es singular y conspicuo este tipo de perro, que posee aptitudes cimeras y buenas e inteligencia demuestra para ser considerado como prototipo de can y ejemplar camarada. La Cotón de Tuléar, debe ser apreciada como dama de alcurnia, posee virtudes y dotes propicios para servir de modelo y los chucho-creyentes o los chucho-devotos que saben y quieren a esta amable criatura, concuerdan con ello y dicen que es un perro de lujo y de noble conducta, de admisión y bienquisto. Son de amor y sosiego y de mansas costumbres por el contacto continuo con niños menores porque acolchonan la vida y adornan de suyo. Son, como deseamos que sean estas aptas mascotas de crédito y dones y de un altero de bienes que saltan y exceden su propia estatura comprendiendo talla y mente, además de atractivo. La Cotón es un cirrus de muy alto universo y su pelo parece una nube que flota con vientos de estío y falda de todas, es bello el entorno y no tienen ni caspa, y lo más sorprendente, tiene olor a manzana, a limón o durazno, menos a perro, no mal huelen y hieden. Nunca lo sabes, pero si lo investigas, es cuadrúpedo humilde o un bebé de pelusa, o de felpa o de lana, es Cotón de seguro, sin dudar o tantearlo. No pelecha su pelo como otros caninos, y para tenerlo limpio y con ondas quebradas, debe ser cepillado para que luzca y atraiga, cada mes, por lo menos, o antes, si gustan. Es un ser diminuto, flexible y mimbreño en su nívea
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envoltura y en sus tenues matices parece muñeca o muñeco ondulante de grácil figura. Se acostumbra el Cotón a la vida doméstica y al ambiente que forma como ser bonancible, como flor en el prado o como hielo en el iceberg. La Cotón pertenece a la casta Bichón y arribó al archipiélago en barcazas ligeras del siglo XVII, y más tarde, en el XX, a Europa llegó y a los demás continentes. Tiene tres décadas fuera de casa en el Índico bravo. -¿Y Almendáriz?, inquirían de repente, haciendo caso omiso de su modo anti-chucho que daba razones para odiar y no amar como tal, para desdeñar y omitir a esas caras criaturas que no podía ver ni en pintura aunque fuera de Rembrant, de Rubens o Kahlo demostrando con ello su tirria perpetua. De las 400 razas que existen en el orbe perruno, aquí y allá, allá y acá, puede decirse que el Cotón es la punta de la lanza más nueva que existe en el cosmos gigante con respecto a sus símiles. Quizá alguien conozca algo o bastante de esto o lo otro, o esté en eso queriendo a otro perro calcado y ponga arriba sus dones, pero se pueden cabrear los que quieren y precian al bóxer o al french, al snauzer o rottwaller que están estimados como los ases del orbe, pero el mejor del planeta, como todos lo saben, es el mastín que se tiene y se acomoda al hogar y al afecto de todos. A los gustos de uno, de los hijos y otros, cada quien en lo suyo es el más apto y capaz, y el más bello que piensa fulano y mengano. El mejor es el suyo. Y punto. No es la Cotón o el Cotón por sus ricas aristas el mejor de este cosmos o el universo sin fin, es el que en casa se tiene. La mejor mascota –piensan muchos- es la que se ama y posee. Los callejeros y burdos, corrientes o toscos, pueden ser descollantes sobre las testas de muchos. Y purrún.
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En eso pasa la brisa con sus ráfagas lentas y los cierzos ligeros que soban la vida, cuando pensé en preguntar sobre aquel antagónico de chuchos y pájaros y toda clase de seres que al corazón embuchacan, y hurgué, casi inquieto, e interrogué presuroso: -Viento, ¿has visto a Jonás, el anti-cuzco? Hace días que no veo. No –siseó la brisa como oyente enterada. -Bueno, dijo el amigo, y más que amigo, compadre, defensor convencido de canes conspicuos de variados quilates. Ya no evocaré a mi perrito y a los muchos de éstos, ¿para qué? -¿Dónde andará este anti-cuzco? Me parece rara su huida y sin aviso y llamada a sus buenos y leales amigos de siempre y a sus deudos cercanos. Hablé por hablar con Eva, la amiga de Sara, la viuda, que no debía de ignorar su sitio presente; con Carmen, la tía, y con Bertha, la otra, de afinidad muy estrecha, y dejé, al final, a María, a la que sólo aturdí y trastornó su partida y quedó consternada por su desaparición momentánea. Pero, ni –ana ni –tana sabían nada de él y nadie informaba y tan cerca que estaba de todos y todas y comprometidos también en saber y espulgar su ubicación a la fecha, se había vuelto ojo de hormiga Jonás, el navarro, y más mexicano que muchos. Habló luego con Juan en lo alto del pueblo; con Carlos después, su excamarada apreciado, y con Petra, al final, a la que dejé cacareando, y con el padre Miguel, con quien llevaba una liga cordial y afectuosa, y nada de nada, nadie sabía donde hallar a Jonás, el amigo de tantos. Era un pueblo pequeño que pecaba de ser de nadería absoluta. Nada decían. Prometió cada uno multiplicar
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sus afanes en otros sitios del área y lo que todos temían, salió y resultó: nada de nada, otra vez, nuevamente. En toda la breve y rancia comarca por los cuatro costados que el reloj indicaba, a las doce, a las tres, a las seis y a las nueve, certificó el extravío y más que extravío, despiste. Sólo un par de miradas que tras el biombo salían constató la partida lenta y flemática, eran dos que siempre sabían: el misterio y la incógnita. Marcos, el amigo del alma y compinche a sus horas, quien a su vida trataba con patente avenencia, dejó de buscar a Jonás y buscó mejor a la amiga que de seguro sabría sin miaja de duda. Con Sara, la viuda, de envidiable kilaje que al fallecer su marido de un paro del cardis, dejó a bordo sin brújula, sin rumbo y velamen, pero con proa y ariete. Se lanzó a preguntarle tras las pistas visibles que ella de cierto sabía. La mujer requería como toda criatura su émbolo y biela, repetir la gimnasia y aceitar los engranes para encender sus bujías, y continuar el camino de una nave que estaba totalmente averiada e impedida de todo y con ancla y con soga. Un familiar de Jonás, con la prueba a la izquierda y la firmeza a la diestra, seguro de todo, telefoneó con el nombre de Lalo, su primo, a una amiga de Sara, y le urgió, por piedad, por todos los santos, que localizara el lugar donde estuviera su hijo para informar a la madre, la de todos los duelos, que lo necesitaba y urgía, y que informara sobre él, le acuciaba a la madre. No sé el teléfono de Sara, ni pienso pedirlo, sólo le ruego el puenteo si es tan amable y carísima. Me solicitaron pedirle este enorme servicio. Negó la mujer conocer el teléfono de Sara, y él gentil despidióse y agradeció largamente a nombre de ella que estaba angustiaba y sufría de tormentos. Solicitaba su ayuda.
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Diez minutos después habló una persona y a la madre de Jonás informó de su estado, que estaba bien, no es preocupante, saludable de todo. -Hace tiempo no viene, está muy ocupado, pero acaban de hablarme y se halla bien, que no me aflija, dijo la madre. Asunto concluido. -¿Y por qué Almendáriz? -¿Quieres saber? Introducir los extremo de los pies badulaques que caminan y yerran es lo grave y adverso sea el derecho o izquierdo, es lo común, es cosa fácil, harto sencilla, pero corregir a tiempo y a la hora oportuna lo que haya que hacer, es todo difícil. Te cuento. En la oficina de Registro Civil de la Comunidad Floral de Navarra, en lugar de empezar con AR el apellido paterno, lo escribió con AL, Almendáriz, serio tropiezo. La escribana anotó, y anotó mal, más que pésimo, y el niño, de meses, con ralo envoltorio y de mantas cubierto, tiritaba de frío y por la pifia lloraba. No enmendó, no quiso, no pudo, o no sé qué, pero así quedó. Y eso es todo. No hizo nada la pluma de la amanuense abobada. Y como dijo Confucio, el maestro de China: “El hombre, o mujer, que comete un error y no lo corrige, comete otro mayor”. Y así quedó escriturado para las castas futuras, las que siguieron y que ahora se mueven, siendo que ese apellido debe ser con erre y no con ele, so inculta. Esperábamos todos ver a Jonás después del exilio o auto-exilio obligado, malhumorado y reñido. Cuando la esperanza se hizo un bulto de millas con el
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motor encendido y dispuesto a rodar por la calle empedrada, se explayó la noticia que se encontraba sin pista y desaparecido del todo, y como mortal que al amor se apegaba, estaba arrestado en el penal de la viuda y al conocerse la soga en que estaba enganchado, siguió luego la amnesia, o la auto-amnesia deseada con más pena que gloria. Pasaron los años. Tres, cuatro, cinco, seis, casi siete, y Jonás no volvía y sólo el recuerdo quedaba en un marco colgado en la pared del olvido y sus amigos pensaban: O se fue al extranjero o tramontó la osadía de atender a la viuda y se enclaustró de por vida. Pasó el tiempo sin verse y el ostracismo llegó, fue así de visible, se hizo presagio, y se justificó todo eso y hubo quienes no dieron ni comprendieron su ida. Dejaron ya de extrañarlo y ahora nadie evocaba ni aludía su presencia de la que fue recubierta con el mantón de la amnesia. El total desapego y el odio canino, denunciaba su terca y total ojeriza contra todo cuadrúpedo que anduviera o golfeara y fue inexcusable su empeño de obviar, ni posponer y execrarlo. Su afinidad por lo humano y su rencor contra perros, fue un anti-amor sin medida. En un principio, cuando su imagen se hizo recuerdo y menciones fue como todo en la vida y la esperanza se fue en pedestre utopía y en transparente quimera. Los familiares y amigos que supieron del caso del hispano y navarro y del mexicano por gracia, ofrecieron tres misas con féretro hueco y cuatro salmos seguidos, rememorándolo. Finalmente, se dio por sentado la evasión hipotética y el propio resguardo hacia quien ya me imagino, los allegados y otros lo certificaron con X y
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construyeron un túmulo en el panteón de su pueblo con un epitafio que decía: Se dio de baja por gusto. Se mencionaba a Jonás muy de vez en su aldea y raramente lo hacían por frases comunes de anecdóticos casos cuando su vida sonaba con bromas y mofas de juegos y de hobby, tal vez apócrifos, documentadas vulgares con tildes sarcásticos. Como ejemplo diré sólo dos casos de ellos que la gente decía con sorna y sordina: Cuando alguien husmeaba por la tumba del otro, el marido de Sara, muchos daban el rumbo que todo el mundo sabía al decir sin prejuicio lo que ahora menciono: Mira, vete al pasillo que llaman el Arrimadero de Jonás y da vuelta a la izquierda y ahí está la fosa que buscas. Otro más: Una tumba en el área de ese pueblo pequeño para poder ubicarla con referencia precisa, mencionaban la cripta por muy pocos sabida, era la ruta, más bien. Cuando alguien buscaba el RIP del marido, el venado con cuernos, daban entonces la vía que lleva directo hacia ella. Apuntaban: ve hacia el fondo –y dirigían el brazo- hasta la fosa del otro que perdió hasta la viuda y cuatro fosas arriba, ahí ves la que buscas. Malhadados estos. Por esos días se hallaba vestida de negro la mamá de Jonás, y tres amigos cercanos se acercaron a ella para ofrecer condolencias, y la progenitora, más que dolida, con el rostro angustiado, inclinó la cabeza y con estas palabras dio fin al encuentro: -Muchas gracias, muchachos. Y oculta y sombreada con una especie de risa, apareció en su semblante una real condolencia que daban y que, por ciertos pesares, no debía de expresar
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sentimiento alguno cuando era todo a la inversa y a Jonás divertía cuando a lo lejos sabía. En el sexto aniversario de la fuga supuesta y en el que todos pensaban, su memoria se hizo, más que un olvido, una pálida prenda de un vestigio escondido en que se había soterrado. Al término exacto de seis años cumplidos volvió a presentarse una cuasi sospecha en un crecido murmullo y apreciaciones sensibles que pronto surgieron sobre aquel extraviado como así lo entendían. Daba acceso a la hipótesis y a una puerta entreabierta de un cotilleo que nacía y tomaba cuerpo de pronto y la esperanza se abría nuevamente rehecha. La mañana era tímida, a pesar del nublado, mejor dicho, tapiado, la diafanidad se mostraba como agua que corre entre rocas y lajas de una charca hacia otra. Tenía todo para ser mansa y pacífica y todo se hacía como canto sedoso con letra y música que Eolo sabía y que bien entonaba. El astro mayor no salía y comenzaba a pintar con pinceles del genio del día, las nubes llegaban y un suave airecillo invitaba a los árboles a balancear su follaje con sombras al lomo, era anuncio de algo, de algo inusual en un día que llegaba con sensual alborada. La brisa me daba y vi con sorpresa a la mamá de Jonás con júbilo inédito que parloteaba y reía como sólo lo hacía desde el último lustro en que el hijo vivía en ese pueblo pequeño, su algarabía era ajena y su alborozo ignorado. Y cuanto se fue con los suyos, presentí lo supuesto, era claro y visible y presentí lo que fue. La expectación se observaba como cabeza de ocho en cualquier diario local y se leía lo que ya era inminente, de algo seguro que ya se encauzaba y entornaba la puerta y entraba la luz con fulgor desusado. Era otra mañana. Y
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antes que todo y de imaginarlo siquiera, con una especie de gozo y harta alegría en un rasgo del júbilo, no alcanzaba a escuchar, pero escuché en el andén lo que el rumor acarreaba y decía jubiloso: -¡Llegó Jonás, llegó Jonás, arribó al pueblo! -¡Qué gran gusto, de veras, qué gran gusto me da verlo de nuevo aquí! –dije- y hoy tengo que ir a…¡qué lástima!.. con mi esposa y mis hijos!, pero, veré el próximo martes, hasta el martes que viene. Y, en efecto, Jonás aterrizaba en la pista asfaltada de la ciudad de sus juegos. Provocó desconcierto su arribo fortuito que no había comunicado ni a sus muchos amigos, sólo, quizá, a la familia, y un costal de extrañezas se vinieron abajo con pasmo visible, aún cuando ya se estimaba fuera de este planeta desde hace un lustro. Salió casado con Sara, la viuda de siempre, y con sus dos hijos pequeños de tres y cinco años y que en breves días tendría uno más la mayor. Y llegaron todos a casa de los suegros de él. -Lo que diré al arribar ahora que llegue, pensó Jonás jubiloso, será algo inaudito que hace meses pensé y bajo el ala traía como asombro inusual y trataba de dar la sorpresa como nadie pensaba y en su mente se hallaba arrebozado y hundido. Solamente diría cuando frente a él estuviera y falta poco ya. Sus amigos de antes, de primaria, secundaria, preparatoria y universidad, llegaron a casa de los suegros de él para chachalaquear y chancear con Jonás y con Sara aunque sea un momento. ¡Y vaya que lo hicieron! Ahí pensó en la tertulia con todos sus íntimos después de seis años de no verse y oírse y expresar los motivos que hubo para ello. No pudo cambar su apellido en toda la estancia que tuvo en tierras navarras, pero corregir los papeles por una breve partícula, no
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cambiaba su origen ni su estampa española. Y en ese mismo momento pensó en el convite y convocó a sus amigos a una reunión por la noche del sábado próximo para intimar y charlar con todos y todas y citó a sus adictos para esa fecha acordada a las 19 horas del día y conversarían sin límite hasta que el sol se mostrara y los tápalos negros cambiaran su manto por el fulgor de mañana. -A las siete nos vemos y aquí parlaremos con un café y pastelillos y aquí amistaremos con toda la runfla –repetía. Era costumbre en el pueblo parafrasear los momentos de un día o de otro y así se recreaban, o recordar el pasado que en el caso de ellos era un tramo recóndito. Jonás guarecía en el jubón de los años media década, y más, de no verse ni hablarse, pero, al fin, amparados en ellos, en la Patria primera, a la que un día regresó después de ofrecerlo con el Dios en su pecho, lo logró por un tiempo. Esa tierra de cantes, de tablas y palmas, y ritmos nativos que agrandaron su vida, pasó por fin y se fueron tal y como llegaron. Una eternidad para ambos, marido y mujer, que ahora con hijos, la dilación se observaba en un cerro de añales que lo estorbaban. Pero, costumbres de antes que se preservan incólumes hasta hoy, por lo menos, se conservan sin tacha, no como el rostro que cambia que para mal siempre ocurre. Veamos los casos a los que hoy me refiero. Al despedir en la puerta de la casa de Sara a los amigos de siempre, y no uno, a todos, hacían largo el despido y dedicaban más tiempo en despedirse y marcharse que decir “nos veremos”, era una pausa tirante y demora sin caso de un adiós que tardaba en período localista, una prórroga larga, larga sin cuento. Hubo quienes que al decir “ya nos vamos”, “ya me voy” o ¨hasta luego”, pasaba media hora, y puede
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que más, parlando en la puerta sin sentir que pasaban los minutos pesados y ni siquiera se iban y cada quien emigraba cuando la hora excedía o el estar de pie les cansaba. Cosas de antes y de ese lugar solamente. Trascurrieron cinco años, y casi seis, sin saber nada de ellos, y Sara y Jonás, con ese propósito de algún día volver y afincarse en su ex-suelo, pero con algo en la mano, era fin del capítulo y exordio del libro que los dos escribieron y ahora volvían y con dicha saltaban los años de vida que atrás se quedaban. Y llegó el sábado, al fin. Reunión grata y amable con un grupo de amigos de un lustro extraviado, no era cita obligada y forzoso el encuentro del grupo de siempre, sino más bien espontánea y de asenso amistoso que realizaban con ansias y sazonaban la fecha con placer desbordante otra vez como el agua. Sentía el afecto de todos, la estimación y el apoyo que sintió de por vida en los días de escuela con la levedad de las pausas y la pesadez de las prisas en el momento preciso de la gran campanada que se escuchó clamorosa en sus pausas felices. Recordar los instantes de esa edad tempranera de bregas y cambios para estimar una vida con el tamiz de los años, era grabar la experiencia en el CD de la frente y en el betún del espíritu como un test no esperado ni tampoco deseado. Queriendo tener el promedio que todos deseaban en el carnet de la vida que a muchos obliga, no sólo es tenerlo, sino más bien merecerlo. No es un grado cualquiera, sino el oficio de hacer y hacer como hábito justo y ecuánime. Era una especie de ensayo o entrenamiento ligero para identificar los errores cuando al meollo penetran y que son los que forman y fundan al hombre maduro y sensato, o mal forman al verde y precoz individuo que con el verbo
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crecer, se corrige y subsana. Es experiencia que sabe y ciencia que prueba en el motor que se lleva, un saber de la savia que ahora tiene y destila. -¿Has visto a…? -No, no lo he visto, y estoy seguro que, entre los tantos que estamos, no está con nosotros. -Es extraña su vida y, lo más grave de todo, es que ni él me ha buscado ni yo he procurado, pero ahora veré… -¡Toc, toc, toc! –se abalanzó hasta la puerta para atender el llamado que pensó que sería ese Jonás anti-chucho. -¡Hola, Alicia, pasa! -era una prima que llegaba y de aquel vieja amiga. -Buenas noches a todos. -Alicia, te hago una pregunta que me preocupa, de veras –le dijo al llegar Almendariz- ¿qué sabes de Jonás, el contra-canes, que no quería saber para nada ni de gatos y perros?, ¿lo recuerdas? -¡Sí, cómo no!, está de viaje y el martes regresa con todo y familia. -¡Ah, vaya, me asombré de no verlo y debí adivinarlo. En ese momento en que el ibero recibía a sus viejos amigos para continuar el palique y enumerar las vivencias de por si trasnochadas en un quinquenio que vivió en un lugar quien sabe cual que sólo ellos sabían y que los hijos, los dos, con celo guardaban, el padre les dijo no mencionar para nada cualquier dato preciso al iniciar el jolgorio y las bromas de entrada, entonces podrían si el caso así fuera. Pero, era otro el motivo que estaba escondido con total hermetismo y abrigando en el sitio por el par de chicuelos que protegido lo traían.
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Preparados los cuatro de la angosta familia –esposo, esposa e hijos, para recibir a los caros y buenos amigos, él con su equipo de trapo y mandil y un tonel de cervezas, distribuían al grupo que estaba en espera, velados y ansiosos, deseando beber, pero ya, la espumosa cebada. Sara, su esposa, escoltada por platos de tapas y pinchos y antojitos de Iberia, dejaba en la mesa un sinfín de botana en donde se observaba, entre otros, aceitunas, almendras, cebollines y quesos, jamón, tocino y totopos, jícamas, ceviche y rajas con crema batida, guacamole, fritos, empanadas y un resto de etcéteras que colocaba en la mesa en charolas colmadas. La hija mayor con un lustro de años instalaba platones en la mesa cubierta de usanza española de gustos diversos y ¡a tapear, repetía! y colocaba lonchitas, cuñas de queso, embutidos diversos, jamón del serrano, tortilla española, patatas bravas, pincho moruno, croquetas ruidosas, chorizo de puerco, pan con tomate, caracoles en salsa, pulpo a la gallega, champiñones y setas, calamares fritos, y un tanto de todo de esa rica cocina, alpargatero, al fin. Luego de servir panecillos, café, roscas y bollos, apareció el niño menor recordando a su padre sobre aquello que escondía con impaciencia ostensible. Con los ojos hablantes, aguardaba el momento para realizar el asombro que ambos planearon y conmover a la audiencia con tal escondrijo: -¡Ve a esconderte, Jonás, te hablaré luego! Cuando hubo un instante que juzgó pertinente, llamó al hijo menor que en sus brazos traía una rara sorpresa que nadie aguardaba, ni el gato siquiera y el loro tampoco, y provocó el desconcierto entre el corro de amigos que esperaban ávidos eso.
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Al aparecer en escena con tal imprevisto, pegaron el brinco y vociferaron unánimes con total desconcierto. El primer grupo de amigos que estaba adelante, develó las sonrisas y la exclamación llegó luego: -¡Cómo, Jonás!, no es creíble, para no creerse, de veras, ya no eres el mismo, haz dado la vuelta a un ciento por hora. Y así cada uno. Lo que vio la cuadrilla con asombro acentuado fue algo inaudito y en franca reversa, era un paso visible que dio paso enseguida a un cuento de años que regresaban al verse tras el telón clausurado y las manos se abrieron y los brazos rodearon aquel cuerpo de niño que lo impensable portaba. -¡Bravo, linda sorpresa! Minutos más tarde, el hogar se colmó con todos los ex que hoy aguardaban, uno tras otro llegaron al sitio de ese clan agrupado… cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez… hasta treinta… los viejos recuerdos de aquellos momentos fueron el tema que hoy se exponía, de dos en dos, de tres en tres, o sólo uno, arribaron con júbilo hasta agrupar el concierto de esos caros entonces que ahora evocaban. Cuando mermaron los gritos del aquel circo de fieras que ahora volvía con férreo denuedo, empezó otro enseguida y otro más de continuo como acto cimero de los hechos vividos en donde cinco jornadas estaban cubiertas de densa neblina y volvían ahora como obras de estreno, mientras sacaban los hilos de los actos dichosos con verdadero arrebato. Jonás declaró cuando todo aquello cesó lo siguiente:
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-Después de lo hecho, y esperamos que bien, y del tiempo exprimido cada quien por su lado, recordemos ahora las obras preclaras y es hora de hacerlo con los dientes sin pena y la intención boca arriba que mueve esta vieja y buena amistad que de años llevamos. Ya es hora de ello. Empecemos, pues: -Primero que nada, debo presentar a mi esposa y mis hijos pequeños, Sara y Jonás, la que todos conocen desde hace tiempo aquí. El aplauso surgió y corrió como liebre lo que había que notar en esa hora prevista. No imaginaban que estaban frente a horas pasadas que se hicieron felices y con los ojos de uva revelaron el cómo y el por qué de esos actos que se hallaban falseados y en las hablillas caseras que parecían sin sosiego. -Así es, dijo Jonás, y debo decirles que en el momento que huí de esta tierra adoptiva hace seis años, o menos, con rumbo emboscado, había acordado con Sara, mi novia, después de la entrega del sí ilusionado legitimar nuestras nupcias tiempo después del acto disuelto en el hogar de los suegros que vivían por acá en un sitio lejano de una ciudad poco vista. Después del enlace y en secreto convivio en esa ciudad sin memoria, hicimos la vida como bien la pudimos, ¡y vaya que fue!, en un lugar apartado con mis suegros ahora y en donde vivimos con claro desahucio y perfecta ruptura con la ley en la mano. Y aquí tienen ustedes el producto de aquello y el respeto entre ambos que siempre tuvimos entre un par que se amaba y se ama hasta ahora: Alberto Jonás y Sara Sofía son dos testimonios palpables y obvios. Y aparecieron los dos, niño y niña, con una amplia sonrisa que no salió de sus labios, sino de su alma jocunda que ojeaba para ver el concierto que había entre amigos y aliados ahí reunidos.
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Después que los dos nos perdimos del mundo boscoso y verdusco, de nosotros sabían mi madre y los padres de Sara, mi esposa, con la encomienda de que ignoraran de todo el paradero de ambos y no mencionar el enlace e ignorar todo aquello de las cosas pasadas y lo demás que seguía y siguió por fortuna. Lo importante era, y fue desde entonces apartar de la vida nuestra unión concertada, toda acción que dañara o inquietara la vida dondequiera que fuere. Si vivíamos o no, nadie sabía, habíamos desaparecido de la faz de la tierra como dos seres dispersos. Debían olvidar y desterrar para siempre, occisos o vivos. Al sentirnos cadáveres en un sinfín de recuerdos y un altero de cosas que movieron las vidas de ambos partícipes de una forma o de otra, entonces vendríamos y aquí estamos ahora con la faz sin desdoro y de frente al futuro que hemos hecho con honra. A Navarra viajamos, al norte de España, en donde viven mis tíos de igual apellido que en lugar de AL fue con AR lo correcto, y encarrilaron la vida de Sara y la mía hasta llegar a tener un trabajo seguro y nos instalamos los dos produciendo y ampliando con fe y dinamismo y entusiasmo creador.
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España y Navarra.
Soy español, como saben, y mexicano por gusto desde los cuatro años que tuve en que mis padres vinieron por la razón que conocen… la guerra y eso… y aquí se quedaron con denuedo y cariño a construir una vida boyante y futura. Concluidos los trámites y los lances jurídicos, volamos al sitio que fue nuestro nido de los Armendáriz de allá y de apellido correcto. No es el caso de ahora que a mi me consterna porque en vez de AR, escribieron algo símil. La disposición de los tíos fue tan buena y amable que enderezó nuestras vidas en forma espontánea,
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nos ofrecieron empleo en una de sus tiendas, quizá la mayor, de industria de alimentos, Otro tío procesa productos agrícolas, y el otro, venta de inmuebles. Me emplee con tío Nando al llegar a Navarra, donde empacan, entre otros, espárragos, tomates y olivas, principalmente la negra, y otros cultivos que siembran y adquieren renombre continuo cada vez que se expenden. -¿Y qué hacías ahí?, indagó alguno de ellos. -Me encargaba de ampliar los mercados y rumbos, la publicidad de la empresa que lleva 20 años trabajando y creciendo, soy Ingeniero Industrial, ¿lo recuerden? Navarra es muy próspera y tiene el índice alto de empleos logrados en la España integrada. Esto es sustancial. Su área comprende Europa y los cuatro continentes restantes, poco en cada uno, pero está en los cinco y exporta con tiento, prudencia y cautela. Recuerden que Armendáriz es navarro, como los Cota. los Pérez y los Castro de aquí, que son propios del suelo, es patronímico típico de esta comarca –concluyó. -¿Y por qué regresaste? –inquirió alguno. -Después de 3 años y a instancia de ellos establecí mi negocio de ventas menores en Pamplona, su centro y capital del entorno, la décimo primera Comunidad Autónoma Floral de las 17 que existen con 10,391 km2 de superficie, menor que Querétaro, y 643,000 moradores. Tengo en proyecto crear otra empresa, gemela a ella, con dos vigilantes de punto, mi esposa y yo, con estudio de mercado que esperamos sea fiable y con el deseo de cubrir no sólo el estado,
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sino los demás colindantes. Hay, entre todos, 1,100 españoles, aquí, en la Patria de ustedes. -¿Con tus productos nomás? –interrogó otro. -No, la empresa se nutre de diversos productos de empaque y natura: de espárragos, tomate, aceitunas, aceites, bayas y setas, entre otros que atraen la clientela cautiva. Expendo, además, de firmas afines, que habrán de surtirme: refrescos, pimientos, palmitos, almíbares y aceitunas diversas, desde negras a sajadas, jamones y quesos, la paleta española de bellotas y vinos, turrones y aceites, boquerones y tapas, mantecados, guindillas y otros artículos de la estufa celtíbera. Tengo correo electrónico con cada uno de ellos que siembran y brindan cosechas mejores y que llegan aquí, desde que salen, vía aérea, poco más de dos días. Nombraremos Navarra.com y tendrá nombre idéntico que en España conocen si los hechos permiten y el estudio lo acepta, el tiempo lo aprueba y los productos lo aceptan que con el tiempo pondremos en la zona contigua y así creceremos. Esperemos. -¿Y dónde van a radicar? –terció otro. -Aquí y allá, por tiempos breves, hasta asentarse los puestos, quioscos o tiendas que instalaremos acá. Inicialmente pensamos en contratar un empleado, un administrador y un conductor que recorra y que venda por todo este rumbo noroeste. Hasta aquí mis proyectos para estar con ustedes, pero digamos ¡salud!, ¿tienen todos cerveza?, ¡salud por ustedes!, por esta noche por tanto tiempo esperada! La intención de ponerle alas al pájaro, es sólo pretexto para verlos a ustedes, a todos ustedes, ¡salud!
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Y levantaron las latas de tonos dispares. Sara, la esposa, y Sara, la hija, con delantal y charolas, surtían las mesas con viandas diversas: botanas, cervezas y vinos distintos a la sedienta asistencia. La charla acabó hasta sonar los badajos del día que llegaba, como a las dos de los gallos, y fue un laurel que obtuvieron Jonás y familia que se fletaron y fueron anfitriones de lujo. El día que seguía, la resaca arribó como parte de todo este drama amistoso ante la rueda de amigos de una mañana tortuosa que como signo tenía una acidez memorable que sin demora agrandaba las rendijas del techo por donde el sol se filtraba con ardor y viveza y movía la resaca y la sana intención de roerlos con saña y acarrear sus penurias. Jonás efusivo, feliz y pletórico, con ánimo vivo, la acrimonia seguía y acababa parejo con unos y otros como prueba palpable de una cita admirable con sabor mexicano y español de pasada, no solamente copiosa, sino copiosísima, que dejaba estropeadas las vísceras mártires no apropiadas para eso. Llegó el otro día como otro cualquiera con levadura de más y uvas certeras de Cabernet y Merlot y la respuesta se hizo con el gusto de ahora y el ardor de mañana con caldos cimeros de buenas familias y tapas de Iberia gozosas y ricas. Jonás preparaba el encuentro fortuito con su amigo el canófilo y había indagado la hora precisa de fecha y arribo, y reconfirmado, a la vez, que el descenso sería este martes que viene a las 3 menos 15 si no lo difiere la tonta turbina que siempre estropea y malogra. Si no logro turbarlo, lo sobresalto, de menos, pero daré la sorpresa de mil megatones de azoro y deslumbre que hará que retumbe su sentir que tendría.
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Iremos todos allá: Sara, Jonás y Sarita y diez mil estupores que pondremos allá al bajar de la nave con la esposa y los hijos y el fastidio del viaje que siempre se lleva. Al ingresar a la sala, antes que nada, del abrazo, inclusive, al decir ¡bienvenido!, daré la sorpresa que ni siquiera imagina con pasmo visible, como si el cielo cambiara de azul a amarillo o el mar a morado, o como quien no esperara descomponerse ni agriarse. Cinco años son cinco, y casi seis, todo un tiempo perdido para la peña nativa, y aunque sean diez o cincuenta, no pudo olvidar la oposición que padezco y el recuerdo non grato para invocar a esos seres antípodas e inversos, siempre contrarios. ¿Qué habrá sido de él en ese tiempo pasado de cinco años o seis que han trascurrido con menciones rarísimas sobre perros y gatos y animales así? Pudo haber sido mucho, o poco, quizá, y espero que esto sean de gloria y ventura y que aterricen con frutos y buenos augurios. Quizá en los años que fueron y que ahora pasaron, el apenas, es mucho, y el mucho, es apenas, y deseo que el óptimo sea éste que viene. Lo que vive se suma y lo que suma se cuenta. Debe ser esto lo mismo, porque de haber sucedido poco o bastante, mi madre sabría y me hubiera informado por la amistad que nos une con los viejos amigos, sabiendo que, el limón que se agría, no es nomás por los años, sino por el sabor que avinagra y lo hubiera sabido antes que nadie o primero. Lo veré mañana al llegar y ojalá funcione el azoro que le tengo advertido y la expectación que produzca con lo que llevo dispuesto que será nunca visto como si el diablo se hincara. El estudio de mercado lo veré luego, mañana, en cuanto llegue Jonás porque es prioritario, lo de sorpresa, primero, y lo urgente después, más tarde lo
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otro y así lo veré, no será tarde, espero. Lo veré por afín e indagaré sin demora: el local, el administrador, el conductor y la empleada, y todo eso. Otros piensan que esto es de muy alta premura, pero lo que es, más bien es de apremio: planificador en aprietos, especialista que teme, tiene en principio la fianza y después la confianza, y si no pasa nada, no pasa. Es un teorema este hecho que asocia la tesis con la hipótesis hecha y nada es obvio y posible cuando se piensa y se hace y trasciende lo suyo. De sencillo no tiene, ni la comodidad ni la holgura. -Veré a Mercatecnia.com que parece buena. Su esposa Sara y los hijos, en media semana que llevan en el hogar de los viejos, habrán sentido que lo que es vivir, no es nomás enchílame, ni lo será ni sería, de ningún modo. Convivir con extraños a quien no has visto y sentido por muy deudos que sean en un país extranjero y no habituado a él, no significa vivir, lo que se llama vivir, tal vez existir, aunque parecen que todos se van avezando, pero es temprano estimar. Estar en casa, no es vivir como ahora, ni en ingentes mansiones aunque sean desmedidas. Estar en casa de uno y a la que te has amoldado, es sentir la presencia, la cordialidad y el efecto que no fácil canjearlos o te acoplas a ello por fuerza. Es estar como Pedro en la casa de él, en el lugar que laboras y en el sitial que naciste. Una cosa es nacer y otra cosa es crecer donde quiera que fuere y sentir y apreciar no es nada común. Convivir en la casa, sea ajena o en renta, no es igual que en la suya, se siente más esta última. La familia es un ángel y el hogar es su cielo. Pero, Jonás decidió, y que sea para bien, dice Sara, la cónyuge. El color del hogar y el calor que se tiene en donde hayas crecido con tus padres de cuna, no es igual que vivir a mil millas de lejos y a 15 horas de vuelo en una tierra remota que aún siendo la tuya, o sintiéndola así, no es
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realmente la propia. Aquí uno no es nadie y el sentir no congrega las delicias que adornan, comunican el todo y alumbran el siempre: el amor, la ternura, la aprehensión, la bondad, y la sensación de lo suyo, te hacen feliz y hacen fiesta y hacen todo. La amistad, la pasión y el amor, y la ilación de la casa, eso es calidad, no fortuna, es vital para el hombre, para el hogar y el entorno. Los hijos nacen y crecen con ricos valores que, muchas veces, provienen de padres y abuelos, la circunferencia se colma y todo se abulta. Coexistir es vivir en su hábitat puro, en su campo o vallado. Convivir es tener corazón y caletre, fortaleza y potencia, no desgana que frustre sin haber quien valore, te blinde o resguarde y te tuerce el camino hacía otro que arrambla. La bienquerencia te forma. Al fin, todo llega. Ha llegado el momento en que habré de embobar a ese aliado perruno, ojalá y llegue a la hora y no cunda el desorden y la prórroga aburre y hastía con vehemencia. Nos preparamos para darle el mayor embeleso que haya tenido hasta ahora en su vida no cuzca. Ojalá y funcione. Vamos, pues, a sumarnos a ese vasto gentío apretado y espeso que a sus gentes aguarda y con gusto recibe. Cuando llegó el aparato con el ¡sum! de turbinas, se colocaron al frente del portón de salida como guardias de punto huroneando y husmeando a la gente de arribo. Y ahí estaba, por fin, Jonás y su esposa y sus dos hijos impúber ante el portón del salida por donde todos salían sonriendo o buscando a la gente de casa o escrutando a personas que, de seguro, vendrían por él o por ellos Recomendó Jonás a los niños, antes que nada, paciencia: -Cuando demos su abrazo, entonces llegan ustedes con lo que esconden sus manos. Mientras tanto, cúbranse, que no los adviertan.
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Y así lo hicieron. Vieron primero a los hijos que traspasaban la puerta y por ella egresaban el sinfín de viajeros y al encontrar al amigo se mostraron gustosos y perturbó su presencia con éxtasis súbito con lo que izaban los hijos y enseñaban ahora: -¡Jonás, qué haces aquí, qué gran gusto! –y saludó a la mujer y a los nenes. -¡Que gusto de verte, mi amigo querido. Ella es Sara, mi esposa, y estas son mis criaturas que presentó con orgullo y emoción indecible. Y levantaron los hijos con los brazos en alto lo que ambos traían diciendo Jonás y presentando a la vez: -Y este es Salomón, un Cotón de Tuléar que en España adquirimos, y con las brazos en alto exhibían jubilosos a la mascota sedosa ante los rostros de intriga y de mudez absoluta que los cuatro mostraban. Tiene el nombre del autor del “Cantar de los Cantares”, pero no construyó templo alguno ni nada de eso, construyó nuestras vidas y la de los niños primero. El amigo estaba ido, cari-absorto y atónito. -Pero… pero… decía, conturbado y perplejo. -Así es, mi amigo, soy canófilo ahora, he perdido de plano. Y los presento así, en ese orden: Sara, mi esposa; Salomón, el Tuléar; Sara Sofía y Alberto Jonás, siempre en segundo. El que iba en la jaula que en su hombro colgaba, pequeño y simpático, al Cotón contenía, y con un breve gruñido del uno a la otra, presentaron sus cartas, dos vivos retratos de amistad y contento que con ladridos se hablaban. La
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pelambre era nívea del rostro a la cola de ambos malgaches que se alegraban al verse y zarandeaban el rabo. -¡Qué pasa, Jonás!!, ¿eres canófilo ya?, vas de subida, me va a enfermar tu noticia y el estupor que me diste –exclamó el amigo de Jonás, el tal Almendáriz. Me has convencido de todo con tanto elogio y encomio que les has dado a la tusa, más honorable que muchos y de estima profunda y la mejor compañía sin dudar hasta ahora y el juguete mejor que has encontrado para los dos de tus hijos. -Por ellos compré y hoy alumbran las vidas de Jonás y de Sara, de mi esposa y la mía, y el entorno de ambos y de un mundo de los cánidos. Tienen título noble de lord y de lady, nada de can o de perro que no va con su estampa ni con su grata presencia, pueden llamarla peluche, si gustan, mejor, es más noble.
-¡Pero, por supuesto! –exclamó el amigo. -Es el regalo mejor que hemos hecho a los niños y a todos, un cálido
obsequio, realmente un tesoro y un amor en la casa, un doblón de oro, sin duda, pero mejor cien por ciento. -¡Perfecto, Jonás, magnífico, qué bien qué cambiaste de opinión a su tiempo que lo mismo fuera ayer que mañana!, y te propongo una cosa: te solicito la pata para que sea el desposado de nuestra Almendra querida. -¡Claro, claro, acepto, no se diga más! –aceptó Jonás complacido. -Te concedo la pata de Almendra de las Nieves, y al año y medio, con la juventud en ascenso, se matrimonien ambos, ¿no?, ¿qué te parece?, es aún muy pequeña! Y tendremos Almendritas y Salomoncitos melgaches. -Y seremos padrinos los dos de la boda –muy efusivo Jonás que no esperaba tanto ahora . Queriendo asombrar, lo asombraron.
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-¡Trato hecho! Y Jonás y Sara felices. Y los dos Cotoncitos se ronronearon alegres como pareja futura, dos prometidos que se aman o se amarán con el tiempo, próximamente, en poco tiempo más. Aceptaron los dos con una amplia sonrisa del sí que se dieron. -¡Seremos compadres! –cerró Jonás- compadres, al fin. La historia continuará, amigo lector, muchas gracias, sigo pendiente, no te preocupes, estaré en el ovillo enredando y juntando las cosas.
¡Y vaya que ocurrió!, el preocupado fui yo en este caro suceso de zozobra y angustia. Algo pasó con el tiempo, más tarde que ahora, y en un período mínimo de cinco meses o siete estremeció a la familia y desmigajó a los pequeños como un pétalo roto y deshilachado del todo. A los padres y niños conmovió y zarandeó con castigo y condena. Fue en la casta de Almendra, la de las Nieves de los Osos, en donde ocurrió lo ocurrido, lo que nadie deseaba, ni imaginarse tampoco, ni de lejos ni cerca, y sospechar mucho menos, jamás en la vida, ninguno de ellos pensó en el evento que ocurrió de repente, desfiguró a su mascota tan llorada y armónica y de tan fina moldura. Fue como un óbito súbito que nadie esperaba como si a ella no fuera fácil y viable ni predecible siquiera de eso y de más, ocurrió como todo ocurre y resalta. Lo que pasó permutó a agua negra al océano, el mar a amarillo y el aire lúcido a siniestro .
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Almendra volvióse brava y rijosa, o como dicen los niños que mejor la conocen, “guerrosa”, no era así de agobiante ni se enfrentaba a su ama y lanzaba mordiscos y desobedecía de todo a los pequeños condueños y a cuanto perro encontrara al salir a la calle, ladraba y ladraba, no se cansaba de hacer, no tenía fin ni reposo, y la policía que velaba el ambiente ambulante de la ciudad pequeñita, estuvo a punto de hacer a la Almendra mimosa una viable reclusa para paliar sus enojos o apartarla de plano de la fauna canina y de paso eligieron una celda perruna en donde ladrara sin cuento, sin freno ni límite. Tuvo tropiezos y muchos aquella tierna mascota que se volvió temeraria, incómoda y áspera con los padres e hijos que, además de extrañar su conducta alterada, incomodaron y araron su orbe canino, no era así ni querían a la cándida Almendra, no era así la perrita, ¡qué angustia! A consulta llevaron con tres veterinary, yanquis los tres, especialistas maduros y veterinarios capaces y expertos caninos de años y años, y los tres coincidieron en un pronóstico grave con serios augurios que significaba decir “no tiene remedio”, no está bien de su testa. Almendra de las Nieves contrajo un estrago del propio cerebro, si no terminal, vitalicia, que la volvió avinagrada, lo que en la jerga científica se llama Síndrome de Privación. El doctor Patrick Pageat, veterinario francés de prestigio eminente, pronosticó que “La segunda afección que es el Síndrome de Privación sensorial tiene su origen en un defecto en el desarrollo de conexiones interneuronales consecutivo a una hipoestimulación durante el desarrollo comportamental. La falta de estímulos durante el desarrollo lleva a una malformación de zonas nerviosas especializadas para la gestión de informaciones sensoriales. Estos animales pueden presentar miedos excesivos,
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ser tímidos, estar entre las piernas de sus propietarios ante extraños o afuera, aparecer como si hubiesen sido maltratados ya que suelen verse con postura baja y como si quisieran fundirse en la pared, mostrarse agresivos con extraños por su mirada asustadiza y gruñendo, lo cual motiva a los propietarios consultar”. Finalmente asegura: “El pronóstico de esta afección es reservado, aunque es mejor antes de la pubertad, el tamaño del animal y la presencia de niños y ancianos deben considerarse y la eutanasia del animal propuesta. No puede restaurarse un comportamiento social normal manteniéndose una inestabilidad comportamental por lo que la reubicación de estos animales en familias de adopción no representan una solución”. Se la llevó la criadora, la que vendió a la Cotón a la edad de unos meses, muy turbada y nerviosa, después de este juicio y diagnosis severa que la encerró de por vida en una trena tapiada por recomendación de los médicos sin contacto con nadie, con ningún otro gozque, o la hiper-dosis surgía como único medio que, ni a unos ni a otros, ni a amos ni amigos, permitieron hacer por baja y abyecta, infame y aviesa. Se enclaustró para siempre la Almendra querida, de por vida perruna, prisionera y sujeta con gruesa energía y fuerza sobrada en este enfermo espécimen dañado y herido. No fue, nunca fue, no pudo ser, ni ayer ni anteayer, ¡pobre Almendra!, se fue con pesar, se fue sin remedio, así terminó para siempre su agobio y destino esa inhábil perrita de la casta Cotón. Se fue toda.
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