MI SANTA FAVORITA
Armando Trasviña Taylor
A mi Santa carísima
Dibujo: Ana Sofía Aillaud Trasviña.
Cada quien tiene su santa o su santo predilecto que adora y venera y coloca mil velas en cada misa de domingo que son de gracia e indulto. Digamos algunas de ellas como Santa Huga o Santa Aarona, Santa Abela o Santa Adana, o cualquiera del éstas como Santa Adolfa o Santa Álvara, en un año anormal, ¿qué hay alguno que suponemos que existe?
El 30 de febrero es del año
trisiesto en el almanaque común que cada enero comienza o es otro que nace con fé y esperanza en algo o en alguien, pero la imagen gloriosa, ¡qué gloriosa!, gloriosísima, no tiene año ni nuevo, sino un fervor desmedido con acento mayúsculo y énfasis harto
porque
es
de
acción
permanente
y
es
la
que
más
se
idolatra como reina de cielo y lleva el nombre en las hojas del santoral
ignorado
y
desconocido
por
todos,
por
no
decir,
olvidado. Es un amor recluido en el lábaro fúlgido que tiene tres franjas símiles y tres tonos distintos con la pasión de comienzo, el amor en el centro y la devoción a lo último que son muestras del banco en donde se sienta y reposa y en donde inauguró sus milagros extremos y máximos como pocos había en la mina celeste de tiro profundo e ingreso no fácil. Así es ella. Tiene trono y se aplana con nimbo y corona en su sede. Pero, no sólo es mi aliada, mi ex-pareja y ex-novia, es mi santa benigna, la que alborotó mis gallinas en su nicho terrestre
y
con
el
dedo
afirmó
mis
contratos
legítimos
y
transformó calendarios quedando así para siempre en la memoria
de arriba desde la etapa segunda del siglo XVI o desde el siglo I en el texto Juliano cuando inauguró las aguadas del Egipto y su río. Es, por decirlo así, si no una santa cualquiera, la más bella y donosa de todas las santas que hay en la bóveda que cósmica llaman y que tal nombre merece aunque rechinen y raspen las otras del éter. Es mi santa dilecta, muy pía y milagrera, o por lo menos, amiga, más solidaria que el uno y más junta que el par en sus juegos, de excelencia radiante que el solar encandila una vida lumínica que se anida en la jungla que pasa y camina galáctica. Hay que seguir respirando y de predadores huyendo, evadirnos de aquellos que nos abordan y acosan y con prisa apuñalan. De las once mil vírgenes no es, aunque algunos supongan de ese grupo azulado en lo alto, no es afecta a plurales y, sobre todo,
a
montones,
porque
luce
su
vida
siendo
del
éter
su
origen. Ha sido estudiada por teólogos sabios y explorada por muchos con tiento y hondura con más Elcanos que millas y más millas que Elcanos, se refocila en su corte de tono argentífero aunque es santa de estirpe y de rancia progenie que decora los tiempos con virtud y templanza, bien sentidos, por cierto. Ayer, anteayer, o hace tiempo, me ocurrió algo inaudito en que mi santa preciosa algo tuvo que ver y no me extraña nada eso porque tal suceso tiene mucho de inédito y fantasmagórico
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evento,
pero
nada
habitual.
Es
ver
al
Altísimo
o
al
mismo
Luzbel y rogar los respaldos, porque lo que ocurrió, si no fue nigromancia, fue ilusionismo barato o magia extremosa, o no sé que angelitos, por no decir diablo, pero fue. Pero, debo y deseo tomar aire puro de donde viniere para relzar con aplomo. Dejo para luego, porque todavía me atolondra, porque en ello algo tuvo que ver mi santa traviesa y mil veces inquieta con muy poca tinta o tintero. No tengo ganas de evocar este hecho por
raro
e
incomún
en
principio.
Será
mañana
cuando
haya
aceptado todo ese lío. Y alborozaba la santa con su risa: -¡Ji,
ji,
ji!,
encapuchada
y
siniestra
como
abrigo
sin
closet, perceptible en el fondo y sin que nadie lo hallara emergió desde donde todos hurgábamos en el cómodo sitio en que todos tacteábamos y husmeábamos tercos, me localizó, ¡por fin!, pero, en que circunstancias. Mucho tiempo después, por los años pasados, perdí interés por leerlo, y me daba igual una cosa que desigual en la otra, y en venganza, no hojeé nunca, ¡qué va!, ¡qué manera de jugar de una Santa traviesa y diablilla como ella! -Anoche soñé porque siempre he creído que yo debí ser ingeniero, maestro de obras o arquitecto con título, alarife, al menos, desarrollador de viviendas y empinador de edificios, porque, me embelesaba observando y viendo crecer rascacielos, 3
espacios grandes y chicos, desde el zanjón del cimiento hasta el tejado y cornisa, pasando por vidrios, ventanas y puertas, marcos y bordes, soy adicto a los croquis, a planos e ideas hasta al final del proyecto, soy traductor de ilusiones que no salieron a tiempo y ya se durmieron. -Y lo grave es que, sabiendo mi Santa la obsecada manía a castillos y muros que se elevan y cargan edificios y casas como aquellos
que
estaban
frente
a
mi
depa
en
que
estoy,
en
construir siete cuerpos para renta o arriendo que los vi crecer desde abajo hasta que fueron paredes y vi moverse las grúas y colocar
inodoros,
lavabo
y
estufas,
y
todo
ese
mar
de
artilugios que nadan en grupo de albañiles y adjuntos, o sea, en
la
liga
de
fuerza
que
se
pasa
trotando,
galopando
o
corriendo, me pareció que con verlo y vigilar el trabajo la obra quedó inmejorada. -¿Y qué creen? La compañía fraccionadora para enfiestar el estreno de pisos y gradas y el alquiler de ellos mismos, estaban
todos
arrendados,
todos,
toditos,
los
seis
bloques
juntos, y sortearon, ¡vaya!, uno de tantos que estaba en la parte
última
entre
los
veinte
adquirientes
de
cada
piso
comprado, con vista aérea a la aldea y lo que exhibiere el entorno que representaba los sitios de ensueño y talante, y al hacerse la rifa con precios ridículos y de ganga extremosa, estando mi Santa sentada en el edículo de arriba, al anunciarse
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el sorteo, ¿qué creen que pasó?... ¡ni se imaginan!... no fui yo el de fortuna, pero, por supuesto, como iba yo a serlo. Mi
Santa
carcajeándose
reía
porque
como
sabía
nunca
la
causa
lo de
hizo ese
y
finalizó
azar
malhadado
porque nunca pensó en adquirir ni boletos tenía, ni el intento, a lo menos. La bolsa estaba, pero muy esmirriada. Entonces, como consecuencia de ello, no logró ese milagro. -¡Ji, ji, ji. Mala suerte, dijo con sorna la santa, mi santa querida. Pero, a propósito, vale la pena decirlo: Hoy fue día de azar para dianas y dardos y no el toque castrense que a la tropa desperta ni a la novia de Víctor con epíteto
de
óptima,
sino
el
blanco
de
círculos
con
ruedas
concéntricas de los grandes juegos que hay. Y hace días, y tomó el recuerdo en mi libro, ¡ah, qué mi santa!, al llegar a la casa como a las tres de la tarde, me pasó lo siguiente que no debería recordar por la pícara santa que la hizo bien como nunca. Un diestro disparo que alisó las arrugas del colchón de mi alcoba con el libro en la mano que lancé hasta la colcha, y no debí de arrojar –pensé- porque, al ir a buscarlo, se esfumó para siempre como por arte de magia y ni escudriñando lo vimos ni ese día ni nunca, me condenó mi Santa, la protectora, al mismísimo tártaro. Lancé el libro a la
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cama
para
volver
a
leerlo,
porque
me
interesaba,
¿y
sabes
cuándo lo hallé?, un buen día de los nunca. Pregunté a doña Alicia,
la
fámula,
a
los
cinco
mozuelos,
y
a
la
madre,
inclusive, y nomás faltaba el perico, el perro y el gato, y nadie sabía, lo que se llama nadie, y yo lo envié a la recámara hace
5
minutos
y
desapareció
por
encanto
o
por
hechicería
barata, y se ocultó al mero fin. Lo buscamos ahí y por todos costados, en el colchón y la cama, arriba y abajo, adentro y afuera,
la
estancia
completa,
desmenuzamos
y
alzamos
y
registramos doquiera, y nada de nada. Ofrecí recompensa al que diera señales para alentar el encuentro, o huellas o atisbos, o el doble si acaso. Contraté a la Scotland de Inglaterra, las islas, a la Sûreté de Paris y a la Interpol de USA, y ni barruntos siquiera, adiós libro, me dije, había claudicado. Y a los tres meses, cuando ya había inspeccionado la recámara toda hasta el hogar de ratones, desistimos de ello después de mil peripecias, empeños e intentos. Lo que no existe no se halla, díjeme. O, quizá, la Santa lo abrió, lo incautó e introdujo en su vasta mochila que es su casta manía, tal vez así. Nulo
libro,
entelequia,
fue
¡sabe
imaginación Dios!,
pero
destruidamuelles, ni
las
pistas
ilusion hablaron
o ni
bisbicearon siquiera, ¡qué va!
6
Siete
años
después,
al
mudarse
el
hogar
a
otro
inmueble
habitable, trasportaron cocina, muebles y camas, colchones y bases,
y
encontraron
otras
mil
al
libro
chucherías, debajo
del
¡y
qué
somier
creen en
el
que que
pasó!, tanto
exploraron. ¿Quién lo puso ahí?, chi lo sa. -¿Quién pudo ser? -¡Ji, ji, ji!, despertó sospechas la santa, abusando y usando su telequinésico hábito. Total: no leí el libro, pero apareció, por fin. ¡Ah, que santa, juguetona esta. Otra hazaña de nuevo. Un nuevo capricho puso fin al empeño. Canalizamos el hecho y lo pudimos lograr con ayuda o sin ella, pero lo hicimos mejor y logramos. ¿Qué no se parecen a otras de mediación de quien sabes? Verán. Cuando fui a ejercitarme para ser paracaidista me empeñé en conseguirlo aunque fuera lo último, y, si no fui el primero, fui el segundo. Y el pánico, como buen compañero que me prevenía y alarmaba, se azoraba y crujía, y temblequeaban las piernas y todo vibraba, era un gran pajarraco que en mi pecho aleteaba con fuerza y con brío en el teatro atmosférico desde donde saltaba al espacio con esa esponja o sombrilla que me resguardaba o creía. La turbación me escocía y atrapaba con
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fuerza, eso de lanzarse a la altura de 2 mil metros arriba de la
oquedad
increible
y
con
el
viento
de
frente
azotando
y
tensando la piel como lienzo, me impactaba y tullía. En eso escuché al comandante que gritaba: -¡Vamos, todos, a saltar! Y el aparato rugía a millas de altura con la boca cerrada y al aire enfrentado, y el viento jalaba como potro implacable. Me ajusté las correas al sentir en la espalda un fuerte acarreo y caía sin remedio, allá voy, mi vida era hilacha en el viento
enrachado,
todo
se
miraba
allá
arriba
como
hormigas
enanas y los árboles grandes como plantas bonsai, en tanto la urbe era una foto ridícula, una maqueta bien hecha. A los cinco minutos en descenso fluído, jalé el cabo de vida y nada ocurrió ni se estiró la ampolla, y volví a jalar y de nuevo, descendí en barrena a 200 kilómetros por hora y ya próximo al suelo, como a 500 metros, exclamé: -¡Santa, ayúdame! Y en ese momento el paracaidas se abrió, después de haber intentado
el
sistema
automático
de
emergencia
varias
veces,
¡puf! Y percibí a lo lejos, una especie de ¡mmmm! ahogado y audible: 8
-¡Ji, ji, ji!, remató. Desde pulso,
las
ese
momento
gafas
y
olvidé
casco,
y
las
alturas,
todoa
los
el retos
altímetro que
y
había
desplegado y el sistema automático que no funcionó, ¡hazme el favor!, sabía quién lo atoraba y quien lo soltaba, ¿quién, pues? -¡Santa, no me hagas eso, por favor, en caridad de...¡ Hasta ahí mi aventura. Pero, no fue la única que trepé y me lancé y que caí o ya mero, no, no fue la única, fue una más de las muchas, una de tantas que alternó con las otras y varias que fueron que podía
llamar,
imprudentes,
¿valdrá
la
pena
sacar
ese
término?, pero, envalentonándome hice: fue un caso aprensivo, mejor dicho, riesgoso. Otra afición de las muchas que he tenido en la vida con mediación de la santa, sin duda alguna, es el alpinismo de riesgo y a escalar las alturas con metros de nieve, lábil y frágil, y que ha sido, y es todavía, un reto mayúsculo desde que el esquí es mi trasporte y que resbalo seguido. Escalé cuatro cumbres de las más altas del orbe, el Everest, el K2, el Kanchenjunga y el Lhotse que fueron mi fe y objetivo. He de trepar, me decía, aunque sea lo último, y después de ese lance, dejaré los bastones, las tablas y lentes, pero he de ir hasta
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allá aunque sólo me acerque a los ocho mil o más, y llegar a admirar esas cimas enhiestas, esa es mi meta, sé que si lo intento, lo subo, me conozco de más, el hecho lo vale y vale el empeño,
empuja
los
bíceps,
el
brazo
y
el
puño
de
un
gran
obsecado que siempre lo he sido. Iré, he de ir, ¡faltaba más!, lo haré ahora. En
la
primera
ocasión
en
que
ligué
mi
propósito
con
el
Annapuma de más de 8 mil metros de altura en un pico lechoso, firme y enérgico, ¡no saben cuánto gocé el proyecto que hice!, organicé el recorrido, mis ruta y las faldas hasta que logré con presteza. Yo sólo haré ese remonte, ¡y lo logré! Elaboré planes y planos y no quise hacer el ascenso por los pasos difíciles porque esos son para líderes, no, esos no, encumbraré por el lado noroeste llamada Collado Sur que se inicia en Nepal y que fue la ruta que recorrieron Hillary y Tenzing en 1953 y que, por primera vez, subieron ambos al techo del orbe no fácil. Es mi intención y lo hice en ese pico empinado de 8,091 metros de altura, ¡qué osadía!, toda una hazaña. Por ahí trepan al monstruo nevado y empezaré por mil metros, luego tres, y más tarde cinco o seis sin problema, y hasta ahí si no hay embarazo ni ventiscas gravosas y escalé como
deseé. Iba bien en mi empeño y mis ansias seguían sin
obstáculo alguno, pero al techo siguiente de los siete a los
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ocho miles de metros, la situación se enredada con vientos y nieblas cada vez más frecuentes y ascendí con aplomo y con fría cabeza hasta cruzar los ocho en donde la cresta arredraba y la nieve sonaba con ráfagas bruscas que era el riesgo mayúsculo. Pero, me volví persistencia y enrumbé por la enagua de mortal desafío y el peligro aumentaba y al arribar a la franja con paso firme y seguro por la piel resbalosa me desplomé como fardo por el declive insondable al grito de: -¡Santa, auxíliame! -¿Lo soñé?, o fue fastasmagoría, ¡quién sabe!, pero, salí bien
librado,
indemne
y
triunfante,
incólume
e
íntegro.
¡Vaya, sueño!, ¿o no fue sueño?, sea como fuere, pero, arribé y sobreviví en los cinco niveles de la tierra, ufano y sin trance. Otro caso que tuvo el arbitrio de mi Santa y fue de impar consecuencia, es el que ahora les narro con certeza de hierro y testimonio evidente. Y no se lució mi Santa adorada porque no había que lucir porque no era corriente ni de usanza ordinaria. Cuando mi hermano Francisco conoció a la internauta por las redes sociales y con fotos, incluso, por todos los flancos en torno a la joven, a derecha e izquierda, adelante y atrás para ver su caletre, trabó amistad con su vida y un diálogo íntimo que se dio con los días, a toda hora y deshoras y en lugares
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disímiles se transparentaban su afecto. Formalizaron, al fin, un idilio de sereno amorío, pero a larga distancia por las ondas
del
éter
y
cielo
cargado
de
meloso
palique
por
la
eufórica psique que mostraba el ideal y probado ligamen entre ambos
había.
No
había
viento
en
la
popa,
sino
en
proa
el
chubasco múltiple y harto, disperso y frenético, y por babor y estribor y por popa y por proa, no daba duda del vínculo y de la puerta entreabierta de la trabazón que existía. Al cabo de años del idílico nudo, se celebró el compromiso con pompa y derroche, ya no por e-mail, ni twitter ni facebook, sino con ese amor en perona de estrechez absoluta y todo su séquito junto,
desde
convivir
y
nietos codearse
y
añosos
con
tal
hasta estirpe
tíos
y
sobrinos
integrada.
La
para joven
chatista con quien había de ensogarse, aceptó que vendría por un mes, más o menos, para sellar el cariño y el honor a la casta en un lugar apartado del atlas romántico. Llegó, por fin, el momento, del acto apoteótico de cuento y novela, conoció a la familia y hasta el gato de casa, y los hondos rincones, vericuetos y rumbos del asfalto amoroso, y como todo sendero, era recto y curveado como área anatómica. Y las mieles seguieron con más reinas que abejas de los ocres panales nutridos y húmedos. Así iba la cosa y, al parecer, iba súper, de tempestad y bonanza, era un par de dichosos y con melosas rachas de lluvias. 12
Con el mayor regocijo, Paco aguardaba el evento en donde la novia sería una tierna Julieta con todo el amor Capuleto y su candor en Verona. Era, pues, la presencia de la novia ante la estirpe con todo y trono y corona. Preparó para el acto un quinteto de cámara y sirvió de condumio cangrejos de China y caviares de Rusia con panes diversos porque, según la leyenda, comer pan entre todos y con Dios de testigo, es mejor que caviar
con
el
diablo
presente.
Y
con
tales
platillos,
ostentosos y máximos, parecía evento de gloria y no el lazo de novia. Y llegó el día esperado. Cuando
el
clan
familiar
se
agrupaba
y
estaba
de
carro
completo con el perro de frac y el gato de esmoquin, la pasión se veía retornar desde lejos y al llegar la pareja, grave y discreta, solemne de más, circunspecta y adusta, empezó lo que nadie aguardaba. (¡Santa, que todo salga bien!, le rogué, como siempre lo hacía!) Y
a
los
pocos
minutos
de
presentarse
hasta
el
nieto,
biznietos y choznos, pidió ella usar el micrófono y habló lo siguiente: “Yo soy Lily y procedo de lejos. Soy amiga de Paco desde que el Internet se inició. Nos conocimos y hablamos por Skipe y
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por Messinger, y después por la redes, y al final, en persona, charlas que pudieron hacerse por esa máquina mítica que todo intenta y consigue. Así pasaron los años y el resultado es como ven. Y quiero hablarles de ello. Yo quiero mucho a Francisco y como amigo lo admiro, es un hombre íntegro y de grandes aristas y con talento de sobra, es un ser que, sin duda, vale la pena tenerlo como escolta en la vida y pareja de diario. Ese es él, pero, concertar el noviazgo y a larga distancia, es concordar matrimonio con alianza en la cuerda y floja. Pero, Paco, mi temor a decirlo es temor a ofenderte y lastimar tus afectos, pero no quiero ni debo acelerar las acciones, ni efectuar, por lo tanto. Yo he venido a quedarme meses o años, el tiempo que fuere, hasta que esto madure para estar convencidos que ese algo
que
une
y
que
a
ambos
comprime
es
legítimo.
Muchas
gracias, Francisco, y pocos meses más tarde, si esto florece, como novios pasamos a las nupcias seguros, pero a distancia, no. Si quieres, yo quiero. Muchas gracias. Después del asombro y el efecto no visto, siguieron de novios y cada quien en lo suyo y en su propia morada donde empezaron, como radioscopia, a investigarse. Al cabo de meses el trato surgió como nunca y lo que era execrable fue controversia y esta nefanda y remisa hasta que, como excluirse el anillo, todo se fue y ambos también.
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Lo que enseñan los tiempos. -¡Ave María Purísima!, ¡Buena la hiciste!) -¡Ji, Ji, ji! Bisbiseó la bendita con alas que mueven borrasca y desgarro. Y desgarró. Lo sabía. Le faltó vida a mi Santa para condolerse y apearse. Otro más, cada quien en su hora sin tener que ser óptimo ni satisfactorio siquiera, -¡Y por tu santa madre, deja ya de mediar!, le dijo el viento arrachado que aireaba y frotaba desbaratando ilusiones y no
dejaba
de
andar
de
sollastre
sin
tregua.
Era
una
santa
tunante. Nunca hubiera dicho tal cosa, la equiparación la tundía y la exacerbación molestaba y era un astro temido porque la luz la traía y era de muestra inmediata, ¡se la rifaba!, no dejaba de ser la que fue y ahora al cuadrado, ¡y sin disfraz ni careta! Bueno, a otra cosa. Al bajar el salero del estante de arriba que estaba quieto y apático y ni quien lo pelara, se vino abajo de pronto y, como cosa espontánea, no falló el objetivo y percutió en su cabeza, no en los hombros y brazos, sino en la mera mollera, fue un
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gran
salerazo
que
elevado
por
diez
le
dolía,
chocaron
mis
juicios y cayó en mis razones. ¡Por bocaza me pasa ante la Santa piadosa que como ex-terráquea excedía lo que fuere y quería. Fue un coscorrón sin aprecio. Y uno más, entre muchos, que tiene forma de fábula con una anécdota magna. Lean esto y verán. Alberto, mi primo, y sobrino de nadie, y no me envanezco de ello, pero, es mío nomás, es pez con medalla que no elude a contrarios y colecciona trofeos como granos por kilo, más bien procuraba y perseguía fanático como retos difíciles y más que de
retos,
desplantes,
era
un
as
de
la
alberca
y
del
mar
caudaloso. Cierta vez, braceando con garra por las olas inmensas en la lid de campeones, arremetía el oleaje y la espuma con brío y terco flotaba, olas altas, inmensas, que perforaban el vientre maduro y osado, insistente y voraz, pues no eran ondas para él, sino nubes de espuma que lo volvían de vapor en el mundo marino que con valor se clavaba. Llegó de pronto una ola salvaje y robusta,
con
tumbos
y
vuelcos,
y
Alberto,
mi
primo,
como
siempre lo hacía, nadador temerario y un delfín de los mares y destreza por kilos, quedó como trapo al garete perdido sin más ni poder aflorar y obtener su postura. Todo esto ocurrió a veinte metros escasos del estertor de las olas cuando la cresta
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rompía y hacía reventones. Alberto, sin control y girando, sin saber si venía o tal vez si se iba, o ascendía o bajaba, era un cuerpo en desorden y un enredo en su nado. De
súbito,
al
sentirse
embrollado
y
sin
aire
en
los
bronquios con el cuerpo embotado, recordó a la patrona de su primo primero e invocó con vehemencia y el fervor en cubierta con la súplica en proa: -¡Santa, dame una mano, por favor, te lo ruego! No tardó diez segundos en que el intrépido buzo al verse embolsado en el tumbo de las olas, tiraron de él de cada brazo y otros dos le instalaban inflables seguros, dos aletas azules y un arnés automático que flotaba y salía aleteando del fondo y nadando
con
prisa
hasta
que
salcanzó
mero
arriba
con
la
aspiración casi a punto. Y salió bien, por fortuna, gracias a los dos socorristas y a la Santa prestada que hizo algo de esto. -¡Ji, ji, ji!, la lección flotaba por ahí. Durante el concurso de Santas con halo fulgente y amplios destellos, ni la Eta Carina ni la Nébula Peony ni los soles mayores
habían
sido
de
cotejo
o
de
pálido
símil.
Mi
Santa
piadosa, si es eminente, es próvida y pura, y obtuvo un lugar de presencia en la carpa celeste con el ángel de oro y la
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medalla de plata por su gran indulgencia como mérito suyo. Llegó a compararse con un sólido trozo de hierro fundido por su gran
fortaleza,
no
era
una
Santa
cualquiera
como
muchos
suponen, era una Santa que estaba en el círculo íntimo del Alto Jerarca y presumía de ser la primera entre todas las puras sagradas. Divinidades había que encabezaban la lista y la Santa iniciaba con lustre galáctico muy lúcido y bello, y pirotecnias había
prendidas
a
pasto,
era
mágica
y
feérica
como
hada
madrina. Desglosando su recta que era íntegra y fina como rayo de Véspero,
mi
Santa
nació
en
un
filo
de
bien,
probidad
y
equilibrio, horizontalidad y entereza, y sin muchos rodeos, más rollo que el cero y como dijo el Jurado del alto certamen: entera y poliédrica. Sólo dos del Edén habían obtenido ese prístino rango, ella era una y aventajaba en lo suyo. El quien vive se daba con las demás del etéreo de los cinco estamentos
del
inmenso
edificio
del
cielo
magnánimo
que
la
alojaban como ser de prodigio dejando atrás a la virgen de Guadalupe en México, la de Lourdes en Francia y la de Akita en Japón, sobre las que fulguraba con luces y soles y vistosa presencia que enaltecía y preciaba. Cuando cayó el universo en mis huesos delebles –un ejemploconstelaciones
y
astros,
meteoritos
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y
estrellas
e
inmensas
galaxias
se
pusieron
en
guardia
con
el
viento
de
frente
y
navegando sin velas. Al auscultarme el neurólogo y observar mi agonía, diagnosticó presuroso: -No
tiene
resignación
alivio, ante
va
todo,
encaminándose debemos
allá,
tenerla
nuestro
porque
es
pésame, casi
un
cadáver. Entre el sueño y visiones alcancé a ver su figura, muy lejos, allá, distinguible apenas, pero la evidente sonrisa de mi santa guardiana, me sonsoló y mi arreglo lo vi: -¡Ji, ji, ji!, y desapareció. Y el dolor fue cediendo más que seguido, fue apagándose el mal y cobrando esperanzas, y como enfermo salí a una nueva lectura que fue de por miles, poco a poco, hasta integrar mis afanes mientras la salud recobraba y su imagen sentía, disuelta después de un mes y semenas, las dolencias callaron y el acecho abdicó. Volví al redil paso a paso, tan campante como antes y convalenciente hacia arriba. Treinta días después era otro, diferente e innovado, era un globo flotante que por el mundo volaba, lo mismo que ayer volví a ser puntada que mi vida hilvanaba, el cordón delgadísimo que anudaba mis días y que hace poco apretaba con I de interfecto entre vendas e hilachos logré.
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Un mes después, cuando estaba, no en punto, sino en coma, la
segunda
vez
de
cuenta
nueva
en
que
alguien
hurgó
mis
ventrículos, me iba, –volvió a decir el doctor- cuando vio que el
pabilo
del
cometa
en
el
aire,
amenazaba
safarse.
Encomiéndenlo a Dios, está por irse, que descanse en paz el paciente. -¡Ji, ji, ji!, se escuchó de nuevo allá arriba. Y
al
cabo
de
días,
recuperado
de
todo,
los
doctores
atónitos con la cara de asombro y la piola enredada, no daban crédito a ello al fallar su pronóstico otra vez infalible, según él, se paró el estropeado y salió cuesta arriba entre un gran desconcierto entre auxiliares y médicos. A respirar de nuevo, feliz y festivo, retorné a casa evitando desahucios y arrojos de un pronto despido del hospital que dejaba según doctores. Alguien, mi Santa, la virtuosa, interpuso su mano y fue inapelable su laudo. -Gracias, Santa, muchas gracias, te debo otra. Cuando Jorge, mi amigo, dejó su agonía mucho peor que la mía y un propósito en ancas, no estaba en su libro y se hallaba a punto de ex, se subió a la confianza que sus pasos llevaban y acogió a su psique, la puso en conflicto y luego en reparo, como Guillermo Tell a su hijo que disparó a su cerebro con
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manzana en la cima del blanco arriesgado. ¡Y allá voy!, les dije, no tenía fuerza bastante para hacer ese tramo, pero me aventuré y lo logré. Y fui, pero ¿cómo? Tomé el barco de ida, el avión enseguida y dos trenes después y arribé a mi destino en un camión de segunda y fui caminando cuatro millas a pie y reposanando
a
veces
a
donde
llegué
satisfecho,
cansado
y
alegre, porque logré mi propósito. Todo se había consumado. Me encomendé, por supuesto, a la Santa exclusiva de mis pobres canillas, y deseaba agradecer, pero saqué en conclusión que no se hallaba en su sito, o tenía huéspedes varios y el aprecio sabía,
pero,
a
mí,
siendo
cual
soy,
me
urgía
trasmitir
el
arribo, como debe ser, muy puntual. La gratitud tiene fecha y si no, ¿cuándo?, la obligación triplicaba mi deber acuciante que me apresuraba, pero no ji,ji,zeaba ni daba muestra de nada, ni el ruego que enviaba con el tedéum sabido. Y no remití por I-mail, ni WhatsAp, ni Skipe. ¿Tendrá, acaso, esa moda hoy cibernética? Otra
vez,
cuando
a
la
Luna
subí,
hace
ya
años,
vía
Galaxia, todo mundo sabía que el trayecto sería harto difícil. Aún ignorando el estado en que estaba su luz medio ida, me subí a mi proyecto y convocando a la Santa y a las demás coequiperas de las miles que hay, ¡allá voy! Tomé el camino más corto que para
entonces
había
y
me
topé
con
las
millas
y
luego
con
leguas, ¡cuántas cosas se ven en este viaje larguísimo!, y 21
volví a mis plegarias a la Santa gloriosa, no nomás por lo lejos, sino por lo negro que estaba con la luz que vencía, cuando topaba con alguien, tocaba con algo, era bien ancuciante y fue así el itinerario. -¡Santa, Santa!, ¡ayuda a tu acólito!, que llegue con vida, pero llegue, y sí no finalizo, te agradezco me atraques a tu vida de auxilio. ¡Santa, escúchame! -¡Uff!, arribé por fin, con tropiezos, y allá se miraba, mero arriba, la Punta Gordeta, el estuario del Ángel, ¡qué lejos está!, y peligroso. Y tú, mi Santa, ni ji,ji,seaste, ¿estás sorda, acaso?, ¡qué pasa!, extraño tu ánimo y es notorio tu abrigo, ¡qué sucede!, ¿no me quieres ya? -Santa, regresó mi esperanza y la ilusión encogida hasta la quinta
¡mmmjuju!,
¿cuidas
mi
vida?,
¿me
la...?,
¿estás
oyendo?... Hemos ido –mis otros y yo- hasta el fin del vacío por el ramal del coraje y hemos hallado, en el fondo del mismo, un ensueño sin vida sin conexión ni pegote, conducto y refugio que es algo importante. Algo que hemos sentido, y ahora lo pienso, no ha vuelto a la vida ni a su égida pura, pues debe estar pensionado tantas
su
cosas
corazón que
encendido
atentan
contra
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para mi
encontrarla edad
y
bienamada,
rogarle ¡te
he
buscado tanto! Te he buscado mucho. Comienza a abultarse mi agobio por metros. -¿Estás de acuerdo, mi Santa?, ¿volverás mañana o...? De lo que estoy convencido y completamente seguro, es que, cuando
mi
nombre
se
escriba
con
M
de
mucho,
estará
ella
esperando en la puerta del cielo para entrar al edén sin prisa alguna. Después de hurgar cierto tiempo y la confianza volverse mi mi
cándida
adicta,
ocurrió
lo
que
ahora,
mal
que
bien,
lo
comento en tono gris e incoloro. Un familiar ubicado en el corral del afecto con los postes del trato, le asaltó de repente una idea prolífica y a mi Santa pedí
que
cuidara
y
velara
como
debe
ser
a
mi
deudo,
que
condujera su barco por buen derrotero sin oleaje ni viento y sin adversa marea. Lleva a puerto seguro, por favor, Santa mía, tú podrás entenderme, te lo ruego. ¿Y saben qué?, como si no me escuchara o estuviera no audible, afónica o muda, aún ocupando la casa a la diestra del Padre, me ignoró plenamente. Lo pensaba, ¿qué pasa? Yo nomás requería su ciencia divina, su misericordia y ayuda y su mano devota por tantos años sentida.
23
Y así pasaron los meses, cinco o diez, casi un año, y ni su aureola brillaba, y he aquí por qué ese mutismo y su gran moratoria ahora supuesta y no fingida, tal vez, en su ánima, no debemos dudar -me dije- mejor, punto y aparte. Resulta que, dejen decirles, a los dos meses que urgí su porte inmediato para palear el insomnio con los ojos de lisa que semejaban dos lapas, me llevé una sorpresa. Como a las cinco del día de una joven mañana de tostada vigilia, después de intentar ni con goma el tapiar de los ojos como un par de botones del tañaño del peso, me aventuré con la Santa y le dije con pena: -Oyes, Santa, ¿me voy a quedar con los ojos pelones?, ¿qué es eso?, necesito dormir, ¿qué te pasa?, necesito el soñar como almuerzo, porque mañana, o sea hoy, comprarré velas para ti, diez veladoras, ¿tomo Rivrotril o valeriana, quizá?, ¿o todas juntas?, ¿qué dices?, ¿las ingiero? Dame tu ayuda, mi Santa, te lo imploro. Y la Santa querida, ni sus luces siquiera, no ji,ji,seaba, ¿qué pasa? Le echaste tierra al espíritu y agotaste tu ánima tan lúcida, ¡no le hagas!, dame una prueba que vives y atiendes mis ruegos, ¡ji,ji,séame! Y nada, ni la risa vibraba o el intento, de menos.
24
Creo que me envió a la trompada, ¡ya responde, mi santa!, debe ser grande el motivo para estar desafecta y parada de uñas, ¿qué será? Volveré a buscarla, más tarde hoy, ahora iré a mi vigilia cansada,
¡ni
modo¡
Le
pasaré
algo
a
ella
de
esta
santa
abstinencia para que vea que lo me ocurre, sólo un cachito. ¡Qué raro!, no se escucha el ji,ji, ni el siseo. Dos meses después y siempre lo mismo. Nada de ruido. Tenía una santa colitis que me encorvaba el abdomen y la hinchazón parecía un feto en egreso, me claveteaban la panza y me dolía como enfermo. Le había dicho al doctor que tenía forma de isquémica por la oclusión de la arteria y la carencia de oxígeno en la tripa afligida, pero yo de doctor poseo lo que el arte al mecánico, y no supe si ver al galeno o al brujo, e invoqué a mi Santita que no me daba de alta ni en broma y quiero
que
el
ji,ji
se
reintegre,
pero
la
vez
anterior...
¡ay!... no vino a verme y... ¡ay!... no sé si hoy aparezca o esté aún indispuesta, no sé qué sucede, es la segunda vez que la llamo y me envía al diablo de nuevo, parecería apostasía, pero al ángel caído pondera. ¡Es taaan católica! Este dolor que se atora debe ser por empacho que me di el otro día como buen tragaldabas con carnes rojas y vinos, salchichón y repollo, coliflor
y
lechuga,
debe
ser
eso,
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¡qué
más!,
y
olvidé
que
Hipócrates sus salarios subió el muy sabio e hipócrita. Bueno, primero invoco a mi Santa y si me ignora, regreso, la llamo de nuevo. Hablaré al nigromante que cobra más caro que un jeque porque acaba de elevar la tarifa. -¡Santa, ¿estás ahí?, necesito hablarte, tengo una santa colitis que me joroba y pandea, y quiero un santo mejunje que me alivie y corrija, dame tu mano, por plis, por caridad! Y nada. Respuesta nula. Debe estar sulfurosa y su enojo es temido y debe estar en su piso allá arriba trepada, no sé cuánto le dure. -¡Compláceme, Santa!, no seas berrinchuda. No
cede.
Me
están
mordiendo
la
cola,
¡ay...ay!
¡Ji,ji,seame algo! -¡Que venga el médico ya! Extraño a mi Santa que me tiene alejado, quizá, de por vida, lo siento mucho, de veras. A los siete meses volví, quise hablar y rogarle y, otra vez silenciaba, alquilaba el cuarto de arriba y cero señas me daba, ¿existe el muerto celeste?, ¿falleció?, nunca se había rezagado,
es
raro,
en
verdad,
inadmisible
su
ausencia,
estábamos tan bien como pocos y como pocos charlábamos cual viegos aliados, nos entendíamos y yo diría que súper. ¿Qué será?
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Otra vez, mi hermano Francisco, se descompresionó por lo mismo.
Al
ascensión
zambullirse repentina,
inexplicable
porque
el
de se
pronto afectó
hombre
en sus
posee
profunda
inmersión
pulmones.
inacabada
Todo
y fue
experiencia
y
sabe, como hombre de mar, que debe ser cauteloso, y se mantiene en niveles de riesgo seguro por la descompresión que sufrió con síntomas claros de una brusca salida y del coma en que estaba. Y es aquí donde ella aparece: la ciencia. Por respirar una mezcla de oxígeno y nitrógeno bajo la presión de las aguas, ya es de trastrueque. Por introducirse apurado a más de treinta metros y no hacer las paradas a tramos exactos, ahí está la razón que precisa. Tiene los síntomas claros: un dolor fuerte en el cuerpo y una cierta parálisis en brazos, le afecta mucho todo ello. Está de cuidado. -¡Santa, Santa, que se recupere, plis, ve por él! Y el silencio volvía como si atrás se ocultara de la súplica adentro: -¡Santa, ayúdalo, ve por su anoxia, por fa¡ -Necesita
la
cámara
de
descompresión
con
urgencia,
con
aire comprimido, pero ya, de volada, búscala, santa.
27
Y la Santa ni afónica, nada hizo o negó, parecía afásica, irreceptiva
y
silente,
y
una
gran
suspicacia
rodeaba,
no
contestaba el ¡ji, ji!, que le urgía. La Guardia Costera de los Estados Unidos fue el recurso inmediato y el resguardo del vuelo que cerca volaba por los aires cercanos, ¿fue venturoso?, fue advertido del caso y la urgenci
de
equipo
que
en
su
vientre
traía
y
descendió
con
apremio en el aeropuerto contiguo y desechó todo trance y el auxilio llegó por fortuna. El hermano, feliz. (¿No sería la Santa que se mostró vigilante? ¿Tan oportuno voló ese aparato?) Y así salió Francisco de otra. Alguien
medió
en
el
asunto
y
rio
con
malicia
o
creía
percibir su risa expresiva: -¡Ji, ji, ji! La Santa -sospecho- no se enteró ni intervino en nada de eso, lo que se llama nada, ¿qué le pasa? Y
al
concluir
el
año
de
¿Creen esto?
ausencias,
se
presentó
otra
emergencia y de vuelta llamaron a la Santa de piedra que no se movía ni hablaba, y sucedió lo que ahora refiero meramente
28
casual y ciertamente fortuito que la duda escondía, ¿qué en el cielo no tienen suplentes?, ¿noooo...? En esa edad de secuestros, de drogas y narcos, no podía faltar al que atrapan y luego enchiqueran, pero esta vez fue al revés y de forma enigmática: al inocente culparon y al culpable eximieron por la fortuna que hizo y que debía distribuir entre cuatro partícipes. Es hora de mudar todo eso, los vocablos primero, y ver si se siente, porque a la inversa, como antes se hacía,
sólo
democracia
a
uno
genérica
amparaba, o
la
y
de
justicia
otro
modo
renqueaba,
atendía pero
a
a
la
alguno
debía de ampararse. La Santa no quiso, como era su modo, ser alcahueta del hecho ni del hombre que hurtó sin haber comprobancia, y a la inversa se
hizo,
el
saqueador
fue
el
absuelto
y
el
saqueado,
el
culposo. La Santa no quiso abogar, ni por uno u otro, nomás pidió la primicia de un diezmo por piocha y el diez por ciento agregado. -¿Que fue lo que a la Santa rogaron? -
-¡Ji, ji, ji!, le gustaba bromear: ¡nada! -¿Cómo?, ¿ji,ji,seaste?, ¡bravo, mi santa!, ¡haz vuelto!, ¿dónde estabas?, ¡has regresado!, ¡qué bueno!, ¿cómo estás?, ¿dónde estuviste?, ¿en tu qué...?...
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¿año qué?... ¡qué es eso!
-Ya me tocaba, dijo la santa. -¿Y qué es eso, pues? -Mira, cuando trabajas siete años y descansas otro, se llama sabático. Viene de shabbat, descanso, que es el día de reposo en el año del Levítico, libro del Pentateuco del profeta Moisés en el Antiguo Testamento y en la Biblia católica ahora, ¿o siempre? -¡Ahhh! -Por eso... -Aquí en la tierra no hay... puro ¡ándale y ándale!, y además, con reserva. -No me encontraban por eso. -Con razón. -¡Ji, ji, ji!, y coronó la plática. -Mi santa, mi ínclita, es santa Huga o Aarona, Santa Abela o Adana, Santa Adolfa o Abundia o Santa Adelfa o Armanda, cualquiera de ellas que por tales conocen en el santoral de los místicos,
esos
nombres
que
invocan
amparos
y
sombrero en la mano y quiebro educado. ¿O requiebro?
apoyos
con
Amén.
Amén.
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