Adaptación de texto de Culler

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Literatura, ¿es o se hace? Qué es la literatura, y qué importa lo que sea1 ¿Qué es la literatura? ¿Qué tipo de objeto o actividad es? ¿Qué hace? ¿Qué finalidad u objetivo tiene? ¿Existen rasgos distintivos esenciales presentes en todas las obras literarias que las distinga de las ‘no literarias’? La pregunta por qué es la literatura nos ubica, generalmente, en una posición incómoda. Probablemente si alguien se nos acerca y nos pregunta, podríamos decirles que la literatura es una materia del nivel inicial, primario o secundario, que son los cuentos, los poemas y el teatro… Pero en esa definición quizás sentimos que falta algo, que hay algo que no estamos diciendo o que se nos está escapando de las manos. A lo largo de los años, ha existido el intento por definir la literatura, por enmarcar este inmenso universo discursivo constituido por textos, formatos, temáticas y autores distintos pero, contrario a lo que se pretende lograr, cada vez tenemos más preguntas y menos acercamientos a una definición cerrada y acabada. Con este panorama podemos pensar, entonces, que la pregunta por el significado de la literatura exige, quizás, más que una definición acabada y para siempre, un análisis profundo e incluso el planteo de la discusión acerca de si tiene sentido preguntarse acerca de qué es la literatura y cuál es su especificidad, es decir, qué hace que un texto sea considerado como literatura y no como una noticia o un texto científico, por ejemplo. Por lo pronto, y en este momento del texto, podemos decir que las obras literarias son de todos los tamaños y colores, y la mayoría parece tener

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Adaptación y relectura del capítulo “¿Qué es la literatura y qué importa lo que sea?” del libro Breve introducción a la teoría literaria de Jonathan Culler.

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más aspectos en común con obras que pocas veces llamamos literatura que con otras que son reconocidamente literarias. Un breve repaso histórico Lo que hoy llamamos literatura se ha venido escribiendo desde hace más de veinticinco siglos, pero el sentido actual de la palabra literatura se remonta a poco más allá de 1800. Antes de esta fecha, literatura y términos afines en otras lenguas europeas significaba “escritos” o “conocimiento erudito”. Las obras que hoy se estudian como literatura inglesa, española o latina en las escuelas y universidades antes se consideraban sólo ejemplos sobresalientes del uso posible del lenguaje y la retórica, y no un tipo particular de escritura. El sentido moderno de literatura en Occidente, entendida como un escrito de imaginación, tiene su origen en los teóricos del Romanticismo alemán. Pero, de todos modos, nos seguimos preguntando si estos teóricos considerarían literatura lo que hoy nosotros consideramos o no. Un planteo de este tipo nos lleva, quizás, a concluir diciendo que literatura es lo que una determinada sociedad considera literatura; un conjunto de textos que los árbitros de esa cultura reconocen como pertenecientes a la literatura. Desde luego, una conclusión como esta es totalmente insatisfactoria. No resuelve la cuestión, sólo la desplaza; en lugar de preguntarnos qué es la literatura, debemos preguntarnos ahora qué es lo que nos impulsa (a nosotros, o a los miembros de otra sociedad) a tratar algo como literatura. Veamos esto con un ejemplo que pertenece a otro ámbito. Pensemos en la siguiente pregunta “¿Qué es una mala hierba?”. ¿Existe una esencia de la ‘malayerbidad’, un algo especial, un no sé qué, que las malas hierbas comparten y que las distingue de las otras plantas? Cualquier persona que se haya puesto a desmalezar un


Literatura, ¿es o se hace? jardín sabe cuánto cuesta distinguir una mala hierba de las otras plantas, y se preguntará cuál es el secreto para poder hacerlo. ¿Qué puede ser? ¿Cómo se reconoce una mala hierba? Bien, el secreto es que no hay secreto. Las malas hierbas son sencillamente plantas que los jardineros no quieren tener en su jardín. Quien tenga curiosidad por ellas perderá el tiempo si busca la naturaleza botánica de la ‘malayerbidad’, las características físicas o formales que hacen que una planta sea una mala hierba. En lugar de eso hay que emprender estudios históricos, sociológicos y quizá psicológicos sobre los tipos de plantas que se consideran indeseables por parte de diferentes grupos en diferentes lugares. Quizás la literatura es como las malas hierbas. Pero esta respuesta no elimina la pregunta; la reformula de nuevo: ¿qué elementos de nuestra cultura entran en juego cuando tratamos un texto como literatura? Las convenciones de la literatura Como sabemos, en todo proceso de comunicación entre dos o más personas funciona un principio de cooperación: esto significa que para que las personas se entiendan entre sí deben ser lo más claras posibles al hablar e intentar comunicar sus ideas, pensamientos, sentimientos acerca del tema en cuestión. Quien escucha o lee este mensaje realiza también un esfuerzo de interpretación para poder comprender y/o responder lo que el otro le dice. Cuando, en una comunicación se detecta algo extraño, cuando no se comprende, cuando una frase parece rara, las personas repreguntan e intentan aclarar el malentendido o la información que no se comprendió. Con la literatura no sucede exactamente lo mismo: cuando encontramos un texto que nos resulta raro o incompleto, en lugar de

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preguntarnos ¿qué quiso decir el narrador/autor con esto?, hacemos un sobreesfuerzo de interpretación para llenar ese vacío. Y lo hacemos, en la mayoría de los casos, porque encontramos los textos en un contexto que lo identifica como literatura: en un libro de poemas, en un apartado de una revista o en los estantes de librerías y bibliotecas. Si en una parada del colectivo alguien se nos acerca y nos dice al oído “Sois la virgen impoluta del silencio” probablemente nos espantemos en primer término, pensemos que la persona que nos lo dice está loca y, aunque podamos pensar que eso es un fragmento de un poema, quizás no lo imaginemos inmediatamente como un texto literario y tal vez le preguntaríamos a quien nos lo dijo qué quiso decir con eso en ese lugar y por qué me lo dijo a mí. Ahora bien, si estamos leyendo un libro de poemas y leemos esa frase inmediatamente lo interpretamos como literatura, buscamos el significado y llenamos el vacío según lo que leemos. Cuando leemos literatura y encontramos algo raro o fuera de lo normal no pensamos que quien lo escribió está loco o que se confundieron en alguna parte sino que, inmediatamente, buscamos un significado en el texto, buscamos una justificación de por qué tal o cual cosa es así y no le preguntamos, como a quien se nos acercó en la parada del colectivo “¿Qué quiso decir con eso?”. Una incógnita pendiente Se escucha con frecuencia por ahí que la literatura representa el modelo del buen decir, del buen escribir, que tiene una relación especial con el lenguaje, que vuelve bella nuestra lengua cotidiana pero, ¿esto es así? ¿Hay acaso maneras especiales de manejar el lenguaje que nos indiquen que lo que leemos es literatura? ¿O, por el contrario, cuando sabemos que algo es literatura le prestamos una atención diferente de la que le prestamos a los periódicos y, en consecuencia, terminamos por encontrar (como por arte de magia) un manejo especial del lenguaje? La respuesta más acertada es que se dan las dos cosas: a veces el texto


Literatura, ¿es o se hace? tiene características que lo hacen literario y otras veces es el contexto literario el que nos hace reflexionar acerca del lenguaje utilizado. La literatura no es como una caja en donde entra cualquier forma de lenguaje y no todas las frases que pongamos en un papel con forma de poema lograrán funcionar como literatura. La literatura es más que un uso distinto del lenguaje ya que muchas obras no hacen uso de esa estrategia pero, a pesar de ello, son consideradas como literatura. La naturaleza de la literatura Hasta ahora hemos dicho entonces que lo que hoy consideramos literatura puede no haber sido considerada como tal en otro tiempo y sociedad, y viceversa; que muchas veces lo que leemos como literatura depende del contexto, es decir, de dónde lo leemos pero también que no cualquier cosa que se escriba ingresa al universo de la literatura; que la literatura tiene un trato especial con el lenguaje pero que no es condición definitiva para que algo sea tratado o no como literatura… A continuación veremos cuatro puntos o explicaciones que, a lo largo de los años, han intentado definir qué hace que la literatura sea literatura o qué hace que un texto sea considerado como literatura y otro no. Estas cuatro ideas, a pesar del paso del tiempo, aún siguen, incluso en las aulas, muy presentes en lo que las maestras y maestros y la sociedad en general piensan acerca de qué es la literatura. Veámoslos por separado. 1. La literatura trae ‘a primer plano’ el lenguaje Se suele decir que lo que hace que un texto sea considerado como literatura es que éste hace un uso especial del lenguaje. Lo que harían los textos, según esta mirada, es exponer el mismo lenguaje, mostrárnoslo como si fuese una película, como si los textos dijeran

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¡Mirame! Entonces, cuando leemos literatura prestamos atención a la forma en la que está ordenado el texto (si es poesía o prosa, por ejemplo), al uso de determinados vocablos, etc. Es decir que no sólo prestamos atención al contenido del texto (si estamos leyendo un poema, podemos interpretar si es de amor, de alegría, de tristeza) pero también prestamos atención a las características formales, es decir, cómo está ordenado el texto. A esta operación no la hacemos con otro tipo de textos, cuando leemos una noticia en el diario, nos interesa la información que nos brinda y no tanto cómo esa información está dispuesta en el periódico. Pero también si vemos una publicidad (no es literatura) podemos ver que muchas veces se hacen juegos con el lenguaje. Con estos ejemplos queremos decir que no es una característica ‘natural’ de los textos literarios el exponer al lenguaje sino que, como lectores, y al saber que lo que estamos leyendo es literatura, prestamos más atención a cosas como los sonidos, la disposición de las palabras, cosa que no hacemos con otro tipo de textos como las instrucciones, las noticias, los textos científicos, etc. Además, vale la pena aclarar que, si bien hay textos literarios que sí traen a primer plano el lenguaje, hay otros que no. También tenemos el ejemplo, como el citado más arriba del texto publicitario, de los trabalenguas que traen a primer plano el lenguaje (hay un juego con el lenguaje) pero no son considerados literatura. 2. La literatura es ficción Una de las razones por las cuales el lector presta especial atención a la literatura es porque el texto tiene una relación especial con el mundo, una relación que denominamos ‘ficcional’. El texto literario muestra un mundo ficticio en el que se incluyen el emisor, los participantes en la acción, las acciones y un receptor.


Literatura, ¿es o se hace? Los personajes, los espacios, el tiempo, los acontecimientos en las obras literarias son ficticios por más parecido que tengan con la realidad. En este sentido, debemos siempre separar lo que leemos en el libro del autor real que lo escribió y de los acontecimientos reales. Si una novela, por ejemplo, está escrita en primera persona, esto no significa que el autor del libro es el que está hablando sino que es un personaje construido por ese autor; lo mismo sucede con la relación entre lo que sucede en el libro y lo que sucede en el mundo. Los textos no ficcionales (una noticia, por ejemplo), acostumbran a integrarse en un contexto que nos aclara cómo tomarlo: si en un diario leemos que hubo un accidente en Rondeau y Chacabuco, sabremos que el hecho es cierto ya que es relatado en un periódico y, se supone, las noticias que allí se enuncian son ciertas. Sin embargo, el concepto de ficción deja abierta la problemática de sobre qué trata en verdad el texto ficcional que estamos leyendo. Esa referencia de los libros de literatura con el mundo real no es una propiedad de la literatura sino una función que, nosotros como lectores, le atribuimos. Entonces, por un lado, sabemos que lo que leemos es ficción en tanto fue ‘inventado’ por el escritor pero, a la vez, no podemos evitar preguntarnos qué quiso decir el autor con tal o cual cosa y cuál es la relación que el libro tiene con la realidad. De cualquier modo, esa relación del libro con lo real es algo que nosotros atribuimos y no algo que venga con el libro, no es una característica ‘natural’ de la literatura. 3. La literatura es un objeto estético Si recordamos el esquema de las funciones del lenguaje de Jackobson, podemos decir que la función que predomina en un texto literario es la función estética. En este sentido, el resto de las funciones (apelativa, expositiva, etc.) se suspenden o pasan a un segundo plano. Esto nos inhabilita a pensar que una obra literaria puede tener como fin en sí misma informarnos o convencernos de algo aunque sí haya una

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finalidad en la obra, en lo que se narra pero nunca debe confundirse con algo externo a ella misma. Todo fin que identifiquemos que no sea el estético es una percepción que como lectores tenemos y no una característica ‘natural’ de la literatura. 4. La literatura es una construcción intertextual o autorreflexiva. La teoría reciente ha defendido que los textos que son considerados literatura se crean a partir de otros textos, que son posibles gracias a textos anteriores que los nuevos integran, repiten, discuten o transforman. Esta noción se designa con el nombre de ‘intertextualidad’. Un texto existe en otros textos a través de la relaciones con ellos. Leer algo como literatura es considerado un suceso lingüístico que cobra sentido en relación con otros discursos: por ejemplo, cuando un poema juega con las posibilidades creadas por los poemas previos, o una novela escenifica y critica las circunstancias históricas de su tiempo. Si leer un poema como literatura es relacionarlo con otros poemas, contrastar y comparar la manera en que crea sentido con la manera en que lo crean otros, resulta posible por tanto leer los poemas como si en cierta medida trataran sobre la propia poesía. Estamos aquí ante otra noción que ha sido importante en la teoría reciente: la literatura reflexiona sobre sí misma, es ‘autorreflexiva’. Las novelas tratan hasta cierto punto de las novelas, de qué problemas y qué posibilidades se encuentran al representar y dar forma o sentido a nuestra experiencia. De cualquier modo, la intertextualidad y la autorreflexividad no son características distintivas de la literatura ya que podemos verlas en otros textos que no son literarios. Lo que sí es característico de la literatura es llevar a un primer plano ciertos aspectos del uso del


Literatura, ¿es o se hace? lenguaje y ciertas cuestiones sobre la representación que se pueden observar, también, en otros textos. ¿Propiedades o consecuencias? En los cuatro casos ya vistos hemos encontrado la situación que mencionábamos más arriba: estamos ante lo que podemos describir como propiedades de las obras literarias, ante características que las señalan como literarias, pero que podrían ser consideradas igualmente como resultado de haber prestado determinado tipo de atención al texto; otorgamos esta función al lenguaje cuando lo leemos como literatura. Ninguna de estas perspectivas, se diría, puede englobar al resto para convertirse en la perspectiva más representativa y acabada. Los rasgos propios de la literatura no se pueden reducir ni a propiedades ‘naturales’ de los textos ni a meras consecuencias del modo en que enmarcamos el lenguaje. Hay para ello una razón fundamental: el lenguaje se resiste a los marcos que le imponemos. En definitiva, la ‘literariedad’ de la literatura, lo que vuelve a los textos literarios, podría estar en la tensión que genera la interacción entre el material lingüístico (el texto, el lenguaje) y lo que el lector, según ciertas convenciones sociales, espera que sea literatura. Las funciones de la literatura Sabemos que la teoría literaria de los últimos veinte años no ha concentrado sus análisis en la diferencia entre las obras literarias y no literarias. Lo que han emprendido los teóricos es una reflexión sobre la literatura como categoría social e ideológica, sobre las funciones políticas y sociales que se creía que realizaba ese algo llamado ‘literatura’. ¿Es acaso la literatura un instrumento ideológico, un conjunto de relatos que seducen al lector para que acepte la estructura de la sociedad? ¿O tal vez la literatura es, por el contrario, la plaza en la que se

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revela la ideología, se cuestionan las relaciones existentes? Ambas afirmaciones son posibles: que la literatura es vehículo de la ideología o que es un instrumento para desarmarla. ¿Cuál es la función de la literatura? ¿Entretener? ¿Convencer? ¿Divertir, dar placer? ¿Denunciar hechos históricos horrorosos? ¿Decir mentiras? ¿Contar verdades o realidades pero de otro modo? La paradoja de la literatura La literatura es una institución paradójica porque crear literatura es escribir según maneras de escribir y decir que ya existen (si vamos a escribir un poema lo vamos a hacer de la manera en que ya conocemos que se escribe un poemas) pero también, en algunos casos, es ir más allá de las convenciones, es romper y crear algo nuevo. La literatura es una institución que vive con la evidenciación y la crítica de sus propios límites, con la experimentación de qué sucederá si uno escribe de otra manera. La pregunta de qué es la literatura no surge porque tengamos temor de confundir una novela con un estudio histórico o el horóscopo semanal con un poema. Ocurre más bien que las personas que investigan a la literatura tienen la esperanza de que, al definir de una manera concreta la literatura, adquieran valor los métodos críticos que ellos consideran más importantes y lo pierdan los que no tienen en cuenta esos rasgos supuestamente fundamentales y distintivos de la literatura. Pensar la literariedad, lo que vuelve literatura a los textos, es mantener ante nosotros ciertas prácticas que la literatura produce: la suspensión de la exigencia de inteligibilidad inmediata, la reflexión sobre qué implican nuestros medios de expresión y la atención a cómo se producen el significado y el placer.


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