TEMA CENTRAL
BARRAS BRAVAS EDICION N°4
p18
MARTÍN KOHAN EL OTRO YO
p40
NICOLÁS VIDAL LA MÁQUINA DEL TIEMPO
p84
PATRICIO HIDALGO
BONVALLET EN LA RED
p78
C. ANTÚNEZ RACING CLUB EN ARRIENDO
Gullit EL GENIO DE ASCENDENCIA AFRICANA Y NACIDO EN SUDAMÉRICA, QUE JUGABA PARA HOLANDA.
EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO EDICIÓN N°4 DE CABEZA
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Anarkia
EDICIÓN N°4 DE CABEZA 2015
EDITORIAL “SON DELINCUENTES QUE SE INFILTRAN en las barras para hacer destrozos”. Durante años, esa fue la explicación oficial cada vez que había disturbios en un estadio de fútbol; la justificación que permitía a los dirigentes desentenderse de las consecuencias patrimoniales y deportivas del actuar de los “niños”, como solía llamarlos el doctor Orozco. ¿Cómo iba a ser responsabilidad del fútbol lo que hicieran tipos que no tenían nada que ver con el juego, que venían de afuera? Culpar a los infiltrados siempre fue una jugada segura. En paralelo, los barristas recibían un sueldo de los clubes, administraban –y vendían por debajo– las entradas de cortesía que les entregaban, asistían a cada entrenamiento del equipo sintiéndose dueños del club, los jugadores les regalaban sus camisetas, viajaban junto al plantel a los partidos internacionales y, a cambio de todo eso, “alentaban”. Porque, también hay que reconocerlo, hay pocas cosas más impresionantes que el canto de miles de hinchas gritando por su equipo; muchos niños (nos incluimos) se hicieron fanáticos del fútbol embobados por el alucinante espectáculo de las graderías. Hinchas, periodistas y jugadores nos deslumbramos por la “fiesta” que traían consigo las nuevas barras. Sin embargo, a veces los muchachos perdían el control y rompían el estadio del rival (o el propio) o agredían a los hinchas contrarios: eso no lo hacen los nuestros, fueron los “infiltrados”. Hasta que la cosa empezó a írsenos de las manos. No nos dimos ni cuenta cuando pasamos de agredidos a muertos, de peleas a puñetazos en la salida del partido a tiroteos en la carretera. Los “niños” se dieron cuenta que era muy rentable ser líder de la barra y se han mostrado dispuestos a todo para alcanzar los puestos de poder. Nada que, por cierto, no hubiese sido previsible: son los mismos síntomas que padece el modelo que copiamos, el argentino. Mientras tanto, nuestros clubes pasaron a manos de millonarios con ansias de figuración y perspectivas políticas o, peor aún, a manos de “emprendedores” ansiosos por sacar su parte en el jugoso y oscuro negocio de la compra y venta de piernas. Con la llegada del dinero en serio, los barristas (capaces de oler billetes a kilómetros de distancia) entendieron que venían épocas de plata dulce; las tarifas subieron, los beneficios se multiplicaron, las oportunidades de negocio aumentaron. Todo, a cambio de una insólita promesa: mientas paguen, no los insultamos ni causamos problemas. Hoy, los clubes pretenden desentenderse de la discusión como si nada hubieran tenido que ver en crear y alimentar al monstruo. Las autoridades decidieron entrar a esta cancha que siempre habían ignorado, con medidas que, hasta ahora, lo único que han conseguido es criminalizar a quienes menos tienen que ver con este problema y más lo padecen: nosotros, los verdaderos hinchas que, lejos de lucrar con nuestro fanatismo, pagamos una entrada para ver jugar a nuestro equipo. El futuro no es alentador. Pese a la evidente relevancia del asunto y a que todos concordamos en que el problema tiene causas y soluciones mucho más profundas que las que hasta ahora se han implementado, la discusión pública se centra en si tiene que volver el bombo a los estadios, en el folclore y en la fiesta. Así nos va, por supuesto.
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SUMARIO EDITORIAL / p07
BARRAS BRAVAS
HITLER HINCHA DEL SCHALK...¿QUÉ? / p14
POR CONSTANZA SANDOVAL
EL OTRO YO / p18
POR MARTÍN KOHAN
UN CADÁVER EN EL JARDÍN / P22
POR REVISTA DE CABEZA
ORGANIZACIONES CRIMINALES Y PARTIDOS POLÍTICOS / P32
POR DANIEL CAMPUSANO
LA MÁQUINA DEL TIEMPO / P40
POR NICOLÁS VIDAL
VISCA L´EUROPA! SEMPRE ENDAVANT / P48
CUENTO DE WILMAR CABRERA
UN PAR DE AÑOS EN LA VIDA DE LOS HINCHAS DEL NÁPOLES / P54
POR ALFREDO ZUCCHI
BARRAS BRAVAS: LA ENAMORADA ERRANCIA DEL DESCRONTROL / P58
POR PEDRO LEMEBEL*
ENTREVISTA A JOSÉ ROA, ESTADIO SEGURO / P68
POR CRISTÓBAL CORREA
VINE A MORIR EN EL DÍA MÁS FELIZ / P74
POR FRANCESCO SCAGLIOLA
RACING CLUB EN ARRIENDO / P78
CRISTOPHER ANTÚNEZ
11 IDEAL TRÁGICO / P82
GUERREROS DE NUESTRA MEMORIA
BONVALLET EN LA RED / P84
POR PATRICIO HIDALGO
BESALA COMO SABÉS / P88
RESEÑA DE LIBRO POR NICOLÁS VIDAL
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MALDINI EL HIJO DEL JEFE LLEGÓ A SER MÁS QUE EL PADRE. PARA LA MITAD DE MILÁN ES DIOS.
Hagi MARADONA DE ALLÁ LEJOS. UN DÍA DE JULIO, HACE 21 AÑOS, ELIMINÓ A DIEGO DE SU ÚLTIMO MUNDIAL.
STAFF EQUIPO DIRECTOR
CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL
NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES
PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)
DIRECTOR DE ARTE
NICOLÁS PARRAGUEZ (@NPARRAGUEZI)
ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN
WEB EDITOR WEB
JUAN PABLO GUERRA COLABORAN
MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA
ILUSTRACIONES
FOTOGRAFÍA
GONZALO LOSADA CRISTOBAL FUENTEALBA FRANCISCO ROJAS
CLAUDIO POZO (@CPOZO)
MARTÍN KOHAN DANIEL CAMPUSANO CRISTOPHER ANTÚNEZ WILMAR CABRERA PABLO ARO ALFREDO ZUCCHI FRANCESCO SCAGLIOLA CONSTANZA SANDOVAL PEDRO LEMEBEL PATRICIO HIDALGO CRISTÓBAL CORREA SERGIO MONTES NICOLÁS VIDAL
DISEÑO
AMIGOS
EDICIÓN N°4 DE CABEZA 2015
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HITLER / HINCHA DEL SCHALK… ¿QUÉ?
Por Constanza Sandoval (@kotysandoval)
E
N EL AÑO 1998 “The Times” publicó un listado que enumeraba a los hinchas más “infames” del fútbol, en el que incluyeron personajes tales como Elton John o Silvester Stallone. Entre ellos, hubo uno que fue sindicado como seguidor acérrimo del Schalke 04, algo que para sus fanáticos durante años ha sido motivo de vergüenza, mitos e historias. Este supuesto simpatizante era Adolf Hitler. La Segunda Guerra Mundial y las atrocidades cometidas por los Nazis se mantienen en el inconsciente colectivo de todo el planeta; hasta nuestros días siguen siendo objeto de estudios, documentales, películas, libros y exposiciones. Asimismo, también ha despertado interés conocer el “lado B” del conflicto bélico: las curiosidades e historias que, pese a no estar respaldadas en pruebas concretas, han rondado durante años en el boca a boca de los pueblos; que Hitler era hincha del Schalke 04 forma parte de esos mitos. Lo cierto es que cuando Hitler ascendió a Canciller de Alemania, no existía actividad, evento, artista o película que no fuera objeto de la atención Nazi. Si en algo eran buenos los jerarcas era ver en toda situación una potencial oportunidad para lograr la identificación y fidelidad del pueblo con la raza aria. El deporte no fue la excepción, y en el marco de su consistente política de propaganda, el partido nacionalsocialista posó su mirada en el Schalke 04 que, supuestamente, representaba “los valores, el coraje y el honor que debería tener una raza pura”.
EL NACIMIENTO DEL MITO
Como casi todas las cosas en la vida de los germanos, el régimen Nazi reestructuró por completo el fútbol alemán. Además de prohibir la participación de los clubes fundados por asociaciones de trabajadores y por la colectividad judía, también se modificó la forma de disputa de los campeonatos: la competición de liga dividió a los 16 campeones regionales en grupos de cuatro equipos que se enfrentaban en partidos de ida y vuelta. Los ganadores de cada grupo avanzaban de ronda, pasando luego a eliminación directa. Hasta ese entonces, los protagonistas habían sido otros. El Bayern München había sido el último campeón (temporada 1931-1932), pero durante el período comprendido entre 1933 y 1945, la cosa cambió: el Schalke 04 obtuvo 162 triunfos en 189 partidos, 21 empates y apenas 6 derrotas. Además, los azules convirtieron 924 goles y en su arco sólo recibieron 145. Para entender la marcada preferencia del régimen por el cuadro azul, hay que buscar en su hinchada: aunque no son el club más popular de Alemania, son los favoritos entre la “élite”. Entonces, para ganarse la simpatía de los sectores influyentes de la sociedad, Hitler empoderó al Schalke 04 durante su dictadura. En base a sus éxitos, los germanos comenzaron a llamar a los azules “La nueva Alemania”. Pero, ¿era Hitler realmente hincha del Schalke 04? ¡Por supuesto que no! El dictador pensaba que los juga-
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dores del club eran unos “enclenques”, tal como le confidenció a su ministro de propaganda. Sin embargo, nadie le ganaba a los Nazi en entender que era necesario distraer las mentes del pueblo con triunfos que reforzaran el patriotismo; Joseph Goebbels llegó incluso a asegurar en uno de sus extensos discursos que “ganar un partido es más importante para la gente que invadir una ciudad del este de Europa”.
¿Y QUÉ DICE EL SCHALKE 04?
Hace algunas semanas reflotó el artículo de “The Times” donde se abordaba el tópico del supuesto amor del Führer por el Schalke 04. Pero esta vez el club germano no hizo caso omiso y Gerd Voss, su encargado de relaciones públicas, envió una carta al editor que dejó a todos sorprendidos y dudando, por vez primera, de la veracidad del bullado mito.
¿Y sabe? Si hubiera sido hincha nuestro, seguramente era uno de “cartón”, ya que JAMÁS se apareció en algún partido, ni siquiera en alguna final… no sabemos, quizás estaba muy ocupado llevando a cabo sus planes genocidas o sus temidas políticas. Y otra cosa… los jugadores de ese tiempo tenían piernas chuecas y rodillas deformes, lo que claramente nunca fue el ideal “ario” de Hitler. Para concluir, si dicen que Hitler era hincha del Schalke 04 por haber sido el equipo que más ligas ganó durante su mandato, imagino que también Margaret Tatcher era seguidora del Liverpool. ¿Irrisorio que ella no esté en la lista, verdad?
“Querido Editor:
Mis cordiales saludos”.
Su artículo de “Los 50 hinchas más infames” fue una lectura bastante interesante. De hecho, tras leerlo, nos enteramos que supuestamente Hitler era hincha de nuestro club.
Tras la aclaratoria respuesta del manager de los “azules reales” comenzaron a surgir más datos que ayudaron a romper el mito: Hitler asistió sólo a un partido de fútbol en toda su vida, y fue en el marco de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, donde el líder de los Nazis vio a su Alemania caer 2-0 ante Noruega… razón suficiente para no ser fan de balompié, ¿verdad, Adolf?
Tuvimos una gran curiosidad por saber qué hizo a este medio tan respetado aseverar esa información como un hecho, así que revisamos, y doble-
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mente revisamos si entre 1933 y 1945 hubo alguna tribuna con el nombre de Adolf, o si aparecía en algún recóndito registro. Y nada. Ni una sola pista.
beckenbauer EL CRACK DEMASIADO AMIGO DE LOS PODEROSOS Y CORRUPTOS.
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Por Martín Kohan
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O PUEDO DECIDIR (no puedo o más bien no quiero) cuál es exactamente la función que cumple el fútbol en mi vida: si la de procurarme una identidad estable, fehaciente, perdurable; o si más bien justo lo contrario; la de otorgarme la posibilidad (que sin el fútbol yo casi no tendría) de ser otro, de trastornarme, de salirme de mí hasta el punto de no reconocerme. Viví en el barrio de Núñez desde que empezó mi memoria (mi memoria, como la de todos, empezó algo después que mi vida) hasta que pasé los quince años de edad. Casi en un borde de Buenos Aires, ese es mi lugar de pertenencia, el anclaje real de mi infancia, el espacio del que “yo soy”, mi territorio, mi inicio. Ahora bien: es el barrio de River Plate. Y yo soy, desde muy chico, bien podría decir que desde siempre, hincha de Boca. Desde la terraza de mi casa, que no iba más allá del tercer piso, una curva de la cancha de River alcanzaba a verse; el barrio de la Boca, en cambio, la cancha y lo demás, quedaba justo en la otra punta de la ciudad, siempre lejos. Esta que digo, la de ser de Boca, es acaso la única de las identidades que forjé o que me asignaron (la argentinidad, la hombría, el judaísmo, el Colegio Nacional de Buenos Aires, lo pequeñoburgués, el porteñismo, el escritor), que nunca me planteó dudas o requirió revisiones, que nunca entró ni me puso en crisis, que nunca zozobró, ni tambaleó, ni me dejó perplejo. Boca: ese enlace primordial que va desde el yo hasta un nosotros, y que muchos practican con absoluta soltura en rubros diversos, yo lo consigo solamente en Boca. Lo consigo en la tribuna de Boca, con la camiseta de Boca, con la
memoria compartida de la historia de Boca. Todo eso, a la vez, me fue por mucho tiempo inseparable de una vivencia cotidiana de continua alteridad. Porque yo era ajeno en mi propio barrio, un intruso o un doble agente, una especie de infiltrado; la mismidad absoluta que me daba el ser de Boca se resolvía en esas calles, las mías, en la impresión de ser constantemente un otro. Y es que tuve cerca, por muchos años, justo lo otro de mí. Me formé en la refracción, y así la hostilidad vino a ser mi Bildungsroman. Pero el fútbol, precisamente, trae siempre un doblez a mi vida. Por un lado me confirma, hace de mí lo que soy, me reúne conmigo mismo. Y a la vez, por otra parte, me procura, cada tanto, la dicha de no ser yo. Porque yo soy en general más bien pensante, retraído, un aquietado; amo las moderaciones y nunca levanto la voz por nada. En el fútbol, con el fútbol, con Boca y por Boca, admito prestarme a la euforia, puedo ser un exaltado, puedo saltar y bailar a empujones, gritar hasta la afonía, ceder a un rito dionisíaco, desbordarme. ¿Por qué me lo permito en el fútbol, y fuera del fútbol no lo admito y me deprime? ¿Acaso porque considero que el fútbol es importante? Diría que no, que es más bien por el motivo opuesto: porque en el fondo siempre sabemos que el fútbol no es un asunto grave, que no es cuestión de vida o muerte. Y es por eso, justamente, porque en el fondo lo sabemos, que podemos tomarlo así: como un asunto de gravedad mayúscula. Es por eso que nos permitimos creer que un tiro que se va afuera por poco nos matará, y que habremos de revivir con un gol sobre la hora.
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ZIDANE VS. BAGGIO TUVIMOS QUE PONER ESTA FOTO A DOBLE PÁGINA, PORQUE EN UNA SOLA NO CABÍA TANTO TALENTO.
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Fotografía / Claudio Pozo
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FOTO: CLAUDIO POZO
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FRANCISCO JAVIER FIGUEROA nadie lo conocía por su nombre. En la población La Faena, de Peñalolén, lo llamaban “mero mero”, sobrenombre sacado de la película Sangre por Sangre, un mediocre filme de hace bastantes años, que exalta la lealtad entre miembros de grupos delictivos marginales. Una película capaz de causar gran impresión en un adolescente, pero que –vista con ojos de adulto– no es sino una torpe mezcla de clichés en el marco de conflictos raciales y sociales. El 6 de marzo de 2012, el “mero mero” caminaba por su población buscando un lugar para comer. Iba solo, aunque sabía que eso era casi una provocación. Cuando se desafía a tipos poderosos, uno no debiera nunca ir solo, menos de noche. Pero, en fin, lo había agarrado el bajón de hambre y contra eso no hay razón suficiente. El hambre incontrolable no sería satisfecha. A pocas cuadras de su casa fue interceptado por tres hombres que, sin mediar palabras, lo acuchillaron. Sus atacantes huyeron amparados por la oscuridad, convencidos de que no volverían a ver al “mero mero” detrás del arco norte del Estadio Monumental. El mensaje había sido enviado. El “mero mero”, aunque vivió para contarlo, no pareció entender que debía actuar con más cuidado. Tan pronto se recuperó, volvió a las viejas juntas con sus amigos de “Los Spectros”, un piño de la Garra Blanca que él mismo había ayudado a fundar y que, con el tiempo, había alcanzado algún poder dentro de la barra. En realidad, tampoco tenía mucha alternativa: más allá de sus esporádicos trabajos como gásfiter, su vida, su lugar en el mundo, eran Los Spectros. Ahí se sentía reconocido, ahí estaban sus afectos, y ahí conseguía la pasta base que tanto necesitaba.
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“SANGRE POR SANGRE”, la película del rubio que quería ser moreno, donde lo único intransable es la lealtad. La vida, en cambio, se compra y vende a vil precio.
Aunque tenía claro quiénes eran sus amigos y enemigos, el “mero mero” no parecía haber comprendido la magnitud de la guerra en la que era apenas un soldado. La guerra por el control de la Garra Blanca. *** La Garra Blanca, fundada en 1986, no fue la primera barra de Colo-Colo. Antes habían existido por lo menos un par de barras oficiales que no pasaban de ser una entusiasta agrupación de hinchas. Nada de bombos ni cánticos. La Garra Blanca (nombre robado a la hinchada del Corinthians de San Pablo: la Garra Negra) fue, entonces, la primera barra brava de Colo-Colo. Aunque tuvo algunos momentos de gloria por sus “proezas”, no fue hasta el 6 de diciembre de 2000 que alcanzó público reconocimiento como una organización violenta: la imagen del “Huinca” acuchillando al “Barti” a plena luz de día, en el sector norte del Estadio Monumental, dio la vuelta al mundo. Se trató, como había ocurrido antes y como volvería a ocurrir, de una disputa interna por el liderazgo. Sin embargo, el beneficiado con ese intento de asesinato no fue ni el Huinca ni el Barti: quien tomó la posta del poder fue Francisco Muñoz, alias “Pancho Malo”, el reverso de lo que uno podría imaginar como estereotipo del barrista. Pancho Malo tuvo otras alternativas en la vida, no proviene de las poblaciones marginales de Santiago, sino de un barrio de clase media. Es, por así decirlo, un barrabrava por vocación. Sus convicciones políticas tampoco se condicen con las luchas sociales
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que, según defienden algunos, se dieron a fines de los 80s desde las barras bravas de Colo-Colo y la U: Pancho Malo es un admirador de Augusto Pinochet y un entusiasta participante de la Fundación que lleva el nombre del dictador. ¿Cómo es que un tipo así logró validarse y mantuvo el poder por más de 10 años –a través de su organización Coordinadora Garra Blanca– de la barra brava más popular de Chile? Pancho Malo entendió, desde el principio, que las barras bravas podían ser una manera muy rentable de ganarse la vida. “Profesionalizó” el negocio, repartió siempre con mesura e inteligencia. Internacionalizó a la barra, hizo alianzas con clubes argentinos (su amistad con los siniestros Rafa Di Zeo y Mauro Martín –ambos de la barra de Boca y enemigos entre sí– es bien conocida, como lo es también su cercanía con Bebote Álvarez, líder de la hinchada de Independiente). Dotó, además, a la Garra Blanca de un código de conducta, uno tan simple como tajante: lealtad, respeto a los líderes y limitaciones al tráfico de drogas. Es que a Pancho Malo, como a Vito Corleone en la primera edición de El Padrino, no le gustan las drogas. “Las drogas son sucias, si nos vinculamos a eso perdemos apoyo y credibilidad” dijo en marzo de 2012 al semanario The Clinic. Gracias al poder que consiguió dentro de la barra, Pancho Malo logró negociar ventajosamente con conspicuos representantes de nuestra elite. La privatización del club y la llegada de la concesionaria Blanco y Negro fue terreno fértil para aumentar los
Pancho Malo
FOTO: CLAUDIO POZO
EDICIÓN N°4 DE CABEZA 2015
ingresos de la Garra Blanca y, cómo no, los suyos propios. Al igual que la mafia a la que tanto admira (en su correo electrónico, Pancho Malo se hace llamar “francisco.corleone”), descubrió que el negocio es cobrar por protección: a los concesionarios de comidas del Estadio Monumental, bajo el sencillo pero convincente argumento de “o nos pagas, o destruimos el local”, y –especialmente– a la propia Blanco y Negro. Tanto la administración de Gabriel Ruiz-Tagle como la de Hernán Levy, conocidos empresarios nacionales (el primero llegó a ser Ministro del Deporte en el gobierno de Sebastián Piñera), habrían acordado millonarios pagos a Pancho Malo, a cambio de controlar los desmanes en el Estadio y de que los jerarcas del club no sean insultados por la barra. Se trataba de pagos mensuales y bonos semestrales por “desempeño”. Además, se habrían negociado gestos de buena voluntad y deferencia hacia la Garra Blanca y sus líderes, como facilitar las dependencias del club para las fiestas de aniversario de la barra (en la edición de 2012, comieron y bailaron 270 invitados), además de otros ingresos por favores adicionales, como cuando –según algunos líderes reconocieron a la prensa en su momento– por encargo de los eternos controladores de la Corporación Club Social y Deportivo Colo-Colo (aliado histórico de Blanco y Negro en la administración del club), algunos barristas atacaron a Marcelo Barticciotto, ídolo del
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club y quien osó presentarse para Vice Presidente de la Corporación y criticar el liderazgo de Cristián Varela en la misma y su servilismo hacia la concesionaria que administra Colo-Colo. En esas oscuras transacciones, naturalmente, los jerarcas no actuaban en forma directa, sino que se valían de Osvaldo Jara, por años Jefe de Seguridad de Blanco y Negro, designado en el puesto por Gabriel Ruiz-Tagle, y quien llegó a ser conocido por sus estrechos vínculos con los capos de la Garra Blanca y por su buena voluntad al momento de tapar escándalos, permitir el ingreso de elementos prohibidos al estadio y dar acceso libre a ciertos miembros de la barra a las dependencias del club. *** Es cierto, entonces, que Pancho Malo tiene buenos y poderosos amigos a quienes no les convendría que cayera en desgracia. Pero la razón más importante por la que Pancho Malo mantuvo su liderazgo por tanto tiempo fue su firme decisión de defenderlo, al costo que sea. Lo que está en juego en la conducción de la Garra Blanca es mucho dinero, más aún en época de elecciones, en las que se cobra muy bien por actuar de “broker” (una especie de yuppie del hampa) entre los políticos y los tipos rudos dispuestos a hacer el trabajo sucio que toda campaña electoral requiere.
“LA GARRA BLANCA, ese centro de poder en el que los que mandan se llevan el botín y los que no, esperan agazapados su turno”
Se equivocaban, y por mucho, Los Spectros cuando criticaron a Pancho Malo por quedarse con un vuelto de los 7 millones mensuales que el club le entregaba para “gastos de la barra”. No conocían el botín que estaba en juego, y era mejor que no lo hicieran. Por eso resultaba tan molesta para los líderes de la Garra Blanca la terquedad del “mero mero”, que parecía no haber aprendido nada con la advertencia de esa noche del 6 de marzo de 2012. Así, cuando Pancho Malo (sobre quien pesaba una prohibición de ingreso a los estadios, tan efectiva como todas las otras normas que ha ordenado la autoridad para controlar la violencia en el fútbol) divisó al “mero mero” en uno de los buses que llevaban a la Garra Blanca a Rancagua, a alentar en el partido que esa tarde jugaría Colo–Colo con O’Higgins, entendió que no podía permitir que el líder de Los Spectros siguiera molestándolo como una mosca en el oído, y dio instrucciones clarísimas a sus lugartenientes (según el testimonio que uno de estos entregara posteriormente a la prensa). Pocos minutos antes de las 17 horas de ese frío 15 de julio de 2012, en el entretiempo de un olvidable empate entre Colo–Colo y O’Higgins por la segunda fecha del torneo, el “mero mero” fue sacado del Estadio El Teniente por tres miembros de la Coor-
dinadora Garra Blanca (El Bruja, El Ardilla y El Pelao). En una calle aledaña, el “mero mero” cayó al barranco por cuya cornisa había caminado tanto tiempo, merced de ocho estocadas de cuchillo. El propietario de la casa 117 de la calle Santa Ana nada sabía del partido que se jugaba a pocos metros de su hogar. Menos aún estaba al tanto de las disputas de poder dentro de la Garra Blanca. Y, sin embargo, el destino lo puso en el lugar de inocente testigo de lo que algunos hombres están dispuestos a hacer por preservar el poder y controlar la bolsa: mientras untaba con mantequilla una tostada sintió gritos e insultos. Al mirar en dirección desde dónde venían los ruidos, vio la imagen que vuelve a su retina cada vez que cierra sus ojos, la del cuerpo inerte del “mero mero” lanzado a través de la cerca que separa su casa de la vía pública. El cadáver de Francisco Javier Figueroa, muerto por querer escalar en la jerarquía de la Garra Blanca, yacía desangrándose en su jardín. Los asesinos no fueron, como le gusta decir a la prensa, simples “infiltrados” en la principal barra brava de Chile; están en el corazón de una organización creada y alimentada a vista y paciencia del Estado, amparada por poderosos políticos y empresarios que no tardaron en calificar de barbarie y condenar la muerte del “mero mero”, como si no tuvieran nada que ver con ella.
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CAFÚ EL MEJOR LATERAL DERECHO QUE VIMOS JUGAR. INCLUSO CUANDO VOLABA, IBA CON UNA SONRISA.
ATENTO SEGUIDORES!
“PELÉ DA UNA MUESTRA de lo que es capaz de hacer con la pelota. Artífice de las mayores glorias del fútbol brasileño, ha permitido que su imagen se asocie a la FIFA y a cualquier multinacional que haya estado dispuesta a pagar la tarifa convenida”.
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Por Daniel Campusano (@dcampusano2015)
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UNA TARDE DE ABRIL del 2012, el jefe de la barra de Colo-Colo llamó por teléfono al delantero Carlos Muñoz, directamente a su pieza de concentración. La naturaleza del mensaje no consistía, precisamente, en alentarlo antes del partido contra la Unión Española, sino en advertirle que era muy probable-- y él no podría hacer nada al respecto-- que miembros de la barra lo agredieran si no dejaba de manifestarse a favor de los dueños del club. Por esos días, Muñoz había declarado que los problemas entre la barra y la dirigencia afectaban al equipo; y luego de denunciar la intimidación, lidiaría con una seguidilla de amenazas telefónicas y, en el estadio, una oleada de pifias cada vez que tocaba la pelota. Las declaraciones del formado en Wanderers dividirían al plantel y removerían aún más una época a todas luces difícil (Colo-Colo rondaba la medianía de la tabla y en el estadio resonaba el cántico “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”). Y la confesión de Muñoz, en particular, marcaría la primera denuncia pública de extorsión en el fút-
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bol chileno y, ya abierta la caja de resonancia, la oportunidad para correrle el velo a un tema latente y peliagudo: la relación entre las organizaciones criminales y los dirigentes de los equipos más influyentes del país. La revelación de un secreto a voces que, en el caso del fútbol chileno, involucraría a algunos de los miembros más conspicuos de la elite política y empresarial: sin ir más lejos, un Presidente de la República y un Subsecretario de Deportes. A los pocos días de la denuncia de Carlos Muñoz, una bola de nieve oscura y veloz rodó en el medio político chileno. El poder ejercido por las barras bravas pasó de ser un tema netamente deportivo a considerarse un “problema país”. Los reportajes televisivos comenzaron a develar los privilegios de los barristas, e incluso su injerencia técnica en las alineaciones. Así, en medio de la discusión pública, a fines del mismo año 2012, el diputado demócrata cristiano Gabriel Ascencio ponía en el tapete una verdad in-
FOTO: CLAUDIO POZO
cómoda y que en ese entonces —más que nunca— prefería taparse. El parlamentario hizo un llamado público al Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, para que legislara urgentemente sobre la participación de los barristas en las campañas políticas. Un hincha de Colo-Colo, por esos días, había sido asesinado con varias puñaladas a pocas cuadras del estadio El Teniente de Rancagua, horas antes del partido con O´Higgins. La víctima habría tenido diferencias con Pancho Malo los días previos y, al mismo tiempo que “el jefe” era detenido junto a otros cabecillas de la Garra Blanca, los medios publicaban fotografías de los mismos barristas abrazados con los diputados UDI Gustavo Hasbún y Celso Morales. En los días siguientes, como era predecible, los gremialistas negaron cualquier cercanía especial con la barra de Colo-Colo y sólo asociaron esas imágenes a una situación inofensiva y contextual. Al momento del encuentro con los diputados, el prontuario de Pancho Malo contaba con un ase-
sinato —donde fue sobreseído por haber actuado en defensa personal— y varios cargos de violencia, robos y tráfico de drogas.
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Para los politólogos norteamericanos John Bailey y Matthew Tylor, el crimen organizado se diferencia de la actividad delictual en dos aspectos de funcionamiento: su constancia en el tiempo y el número de involucrados. En el ejercicio del crimen, en tanto, se distinguen variadas estructuras organizacionales que van desde jerarquías verticales y familiares hasta otras más efímeras y horizontales. El antropólogo chileno Andrés Recansens, en tanto, estudiando la composición de las barras de fútbol, diferencia a los grupos vandálicos y criminales en dos niveles de actuación. Por un lado, identificamos “vandalismo” en los ataques esporádicos o espontáneos de un grupo enardecido, frustrado, o simplemente enfervorizado: estos ataques podrían estar dirigidos tanto a bienes como personas. Los grupos criminales, por su parte, serían las organi-
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FOTO: CLAUDIO POZO
CRIMINALES Y PARTIDOS POLÍTICOS / DANIEL CAMPUSANO
zaciones estables y diseñadas para controlar todas las actuaciones ilícitas ocurridas dentro de la barra y sus instalaciones. Las barras bravas serían, considerando esta última distinción, agrupaciones criminales de composición jerárquicas-verticales. Aunque unidas en principio por un fin determinado –la inclinación por un equipo de fútbol—, la realidad de diversas partes del mundo indicaría que sus alcances se extenderían mucho más allá de las galerías del estadio. En su estudio “Evade, Corrupt, or Confront?: Organized Crime and the State in Brazil and Mexico”, los mismos Bailey y Matthew señalan la recurrencia de las interacciones de estas organizaciones criminales con el mundo lícito, el cual participaría activa o indirectamente en la concreción de los delitos. Y es aquí donde podríamos entender la vinculación de estas bandas con dirigentes y partidos políticos. Para organizaciones lícitas, como las sociedades anónimas deportivas o los partidos políticos, resultaría altamente beneficioso resguardar la integridad de estas organizaciones ilícitas. ¿Y cómo se explica esto? Para los dirigentes deportivos, una barra organizada ejercería “un monopolio conveniente” del crimen dentro del estadio y sus inmediaciones —el cual dificultaría la existencia de grupos delictivos menores que no tendrían la opción de competencia—; mientras que para los partidos políticos, las barras bravas se convertirían en brigadas ideales para coordinar las propagandas en períodos de campañas: esto debido a su conocimiento del hampa, su amplio alcance territorial y una organización numerosa, jerárquica y definida. Como adelantamos —y volviendo nuevamente al estudio de Bailey y Matthew—, la alianza entre barristas y dirigentes deportivos podría explicarse en el control absoluto que ejercen las barras en el campo delictivo. Aunque esto último podría sonar razonablemente peligroso, una organización criminal que logre sus objetivos sin perturbar el orden aparente, podría resultar valiosa para el Poder Ejecutivo. Si consideramos que, en materia de orden público, el objetivo primordial de un Estado sería mantener la impresión de que los aparatos de seguridad funcionan; lo mismo podría ocurrir con un grupo de accionistas y dirigentes deportivos, los cuales necesitarían posicionar al estadio como un lugar
seguro y atractivo para el grueso del público. Sin duda, una sola organización que maneje actividades ilícitas como la reventa de entradas, el cobro de estacionamientos y el tráfico de drogas, lograría “estabilizar” el mercado negro y mantendría un equilibrio, políticamente más conveniente, que si existieran varias empresas criminales fragmentadas y competitivas entre sí.
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Volviendo al panorama chileno, las denuncias de vinculación entre barristas y políticos habían sido aludidas públicamente casi una década antes de las amenazas a Muñoz. En diciembre del 2005, un reportaje del diario La Nación incomodó a la coalición de derecha. En esos días, Joaquín Lavín llevaba a cabo su segunda campaña para la Presidencia de la República. Repitiendo la exitosa fórmula de las elecciones de 1999 (donde pudo rasguñar La Moneda, a 30.000 votos de Ricardo Lagos), Lavín volvió a insistir en su lucha contra la delincuencia como su directriz principal. Tras un esperanzador resultado en la encuesta CEP —donde aparecía como el político más capacitado para administrar la seguridad ciudadana—, el gremialista rebrotaba sus promesas anti-delincuencia popularizando dichos y conceptos como “fin a la puerta giratoria” de las cárceles, y también, la aplicación de una “tolerancia cero” a los reincidentes en delitos: 10 años de cárcel a quien cayera por segunda o tercera vez en delitos menores. Por esto resulta --a lo menos-- curiosa, la designación de los cabecillas de la barra de la Universidad de Chile como jefes de brigadas de su campaña y, también, de otros candidatos al Parlamento en Santiago y Concepción. Según la investigación del periodista Miguel Paz, en el mismo (y extinto) diario La Nación, el trabajo del “Mono Ale” y el “Cabezón Beto”, líderes de Los de Abajo, consistía en reclutar jóvenes de la misma barra y pagarles 16 mil pesos por una noche de trabajo: pintar muros, instalar palomitas y, desde luego, destruir las propagandas de los contrincantes. Los dos líderes solían pasear por las noches para vigilar que sus brigadistas estuvieran cumpliendo su trabajo; y entre otros insumos, contaban con autos, choferes, celulares, propiedades y dinero en efectivo. Ahora, resulta llamativo y paradójico que los asesores de Lavín --los mismos gestores del “fin a la
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FOTO: CLAUDIO POZO
FOTO: CLAUDIO POZO
CRIMINALES Y PARTIDOS POLÍTICOS / DANIEL CAMPUSANO
puerta giratoria” y la chilenización de la “ley de tolerancia cero” masificada por Giuliani en el Nueva York de los noventas-- no manejaran los antecedentes legales de sus jefes de campaña. En septiembre de 1999, en medio de la primera campaña presidencial de Lavín, el Mono Ale se encontraba en un juicio por asesinato: una bala salida desde el auto donde viajaba --inscrito a nombre de su colega Claudio Hernández, “Kramer”-- había alcanzado el pecho de Gloria Valenzuela, una joven vendedora de dulces que en ese momento caminaba cerca de un cabecilla de la Garra Blanca. El prontuario tanto del Mono Ale como del Cabezón Beto, incluía tráfico de drogas, porte ilegal de armas, estafas y robos con intimidación.
danía, y las “hinchadas blancas” (el público habitual del fútbol) comenzaron a exigir al Estado erradicar a las barras bravas de los espectáculos deportivos.
Pero las cosas van incluso más allá: al investigar el origen de esta relación entre Los de Abajo y la UDI, reluce un hecho llamativo que involucra al mismo Augusto Pinochet. En medio de su detención en Londres, el año 1998, el Mono Ale y El Cabezón Beto se habrían contactado con la Fundación Pinochet para ofrecerles su ayuda: ambos barristas se habrían hecho cargo de coordinar las marchas contra las embajadas de España e Inglaterra y, para sostener esto, habrían asesorado en cánticos de protesta a las mismas señoras de la Fundación. Sería presumible e hilarante, de este modo, entender su influencia en letras y melodías como ingleses piratas/devuélvanos al tata; o la escalofriante comunistas maricones/ les mataron los parientes por huevones.
Hasta hoy, muchos aseguran haber presenciado frecuentes reuniones entre Pancho Malo y el presidente del Directorio de Colo-Colo de entonces, Gabriel Ruiz–Tagle: posterior Subsecretario de Deportes y conocido fundador, asesor económico y financista de la UDI.
Según Miguel Paz, el contacto con la Fundación habría sido realizado por el diputado y actual senador RN Alberto Espina. En el año 1997, el entonces candidato a diputado —hincha de la Universidad de Chile y amigo de Sebastián Piñera— habría sido el primero en darles la confianza y responsabilidad a los barristas (en esa oportunidad, junto al Kramer) de coordinar sus brigadas de campaña. A cambio, según la investigación, habrían recibido dinero en efectivo y beneficios para la barra como bombos, lienzos y pasajes de buses interprovinciales.
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Como dijimos, después de la denuncia de Carlos Muñoz, los medios se encargaron de profundizar las investigaciones y develar la serie de privilegios económicos de los líderes de las barras. Las redes de complicidad entre barristas, políticos y dirigentes, indignaron a la ciuda-
El gobierno de Sebastián Piñera respondió al pedido desplegando una institución gubernamental llamada “Estadio Seguro”, la cual, a lo largo del tiempo (y contando el cambio de Gobierno) no ha podido “retornar la familia al estadio”, como se prometía en su lanzamiento. Este organismo público, en alianza con Carabineros, reformuló el sistema de vigilancia tanto dentro como fuera del estadio, y a nivel específico, prohibió el ingreso de alcohol, drogas, el bombo y cualquier objeto que pudiera ser utilizado como arma.
Y ante la serie de procesos judiciales, en tanto, Pancho Malo desapareció del estadio y, aprovechando su caída y escarnio público, algunas facciones de la barra anunciaron una “rebelión positiva” en contra de sus antecesores. En programas de radio y TV, un grupo se autodenominó “la nueva Garra Blanca” denunciando, por primera vez, una serie de amenazas y hostigamientos criminales articulados en el período de Pancho Malo. Se declararon libres y entusiasmados con su caída, y prometieron una nueva era de seguridad y honestidad para todos los colocolinos. Como se dijo anteriormente, Ruiz-Tagle desconoció algún vínculo con el líder de la Garra Blanca más allá de algunas conversaciones informales en el estadio. Pancho Malo, en tanto, después de ser sobreseído por el último asesinato en Rancagua —donde uno de sus asistentes fue procesado por homicidio calificado— abandonó el país para radicarse en el sudeste asiático. En una de las fotografías ventiladas en las redes sociales, Pancho Malo se ve arriba de un elefante paseando por alguna ribera de Tailandia. Y en una de sus últimas declaraciones públicas, prometió escribir un libro denunciando todos los vínculos entre los barristas y la elite empresarial y política del país.
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LA MÁQUINA DEL TIEMPO Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)
Pedro García
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L DELANTERO CIERRA los ojos, tratando de ausentarse de su cuerpo para que toda su energía se concentre en la potencia del golpe, y saca un derechazo fuertísimo cuyo destino, inexorable, es colarse en el ángulo superior derecho. Sin embargo, el arquero, que se encuentra a contrapié, hace una contorsión imposible, vuela hacia atrás y contiene el remate. Y no sólo lo contiene, lo que ya era difícil, sino que además tiene la desfachatez de llegar a la pelota con las dos manos y domarla sin dar rebote. Pero el que ataja no es cualquier arquero, el que ataja es Roberto “Cóndor” Rojas. Hay más de treinta grados en esa tarde del mes de enero: los jugadores sienten arder los pies bajo el calor que rebota, inmisericorde, en el campo de juego. El partido es intenso. Los rivales se juegan la vida en cada pelota. Uno de ellos intenta avanzar por el centro de la cancha, colándose por el callejón del seis, pero se encuentra con una pierna de fierro, infranqueable, que tranca el balón y no se mueve ni un centímetro. Esa pierna pertenece a Raúl Ormeño, quien ve abierto a Juan Carlos Letelier y le lanza un pase ajustado. Letelier, rapidísimo, deja atrás a su marcador con una facilidad que, peligrosamente, podría transformarse en humillación. Osvaldo “Arica” Hurtado, mientras tanto, hace un movimiento con la cintura, deshaciéndose de su marcador sin pelota, y espera en el punto penal, listo para recibir el pase y finiquitar. Pero Letelier parece jugar con la rabia del goleador ofuscado, porque sigue adelante y saca un bombazo a la entrada del área, imposible de atajar para el portero.
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Cóndor
El partido termina en goleada. El funcionamiento del equipo, el nivel de las individualidades, no puede compararse con el rival. Sin embargo, el que parece ser su capitán, se acerca a darle la mano a Letelier, felicitándolo por su actuación. El equipo de los gendarmes ha sido derrotado de manera inapelable, pero sus integrantes mantienen una sonrisa burlona porque saben que el esparcimiento se acabará dentro de poco.
Colo–Colo entre el 81 y el 85). Tenemos, entonces, a un miembro de las Fuerzas Armadas y de Orden al mando y a Pedro García como entrenador. Época de vetos, censura, represión. Época donde comenzó a forjarse la idea de que ganar algo en el fútbol era una cuestión de vida o muerte para la Patria. Época donde comenzó el “todo vale” que, a tono con lo que pasaba en el país, fue el principio rector del fútbol chileno durante la década de los ochenta.
Han pasado unos minutos desde que terminó el partido en el patio 15 de la Penitenciaría. Todo retorna a la normalidad: los seleccionados juveniles vuelven a ser prisioneros y los ocasionales rivales, sus carceleros. Vienen otros gendarmes, ahora con uniforme azul, y los invitan a volver a sus celdas. Los seleccionados, sin chistar, cumplen la orden. Sigo imaginando y veo a Edgardo Fuentes caminando cabizbajo por el pasillo enrejado, mordiéndose el labio inferior, contemplando los barrotes, arrepentido, maldiciendo el minuto en que –después de habérselo pensado– le dio el sí a Pedro García para formar parte de esa selección juvenil que terminaba su concentración en la Penitenciaría de Santiago. Veo también a otros, como Marcelo Pacheco, caminando con la mirada en alto, desafiante, mucho más enojado que arrepentido, sintiendo que nadie les reconoce el sacrificio, el riesgo que han corrido ellos en nombre de la Patria.
Este incidente, conocido como el “caso pasaportes”, fue el primero de muchos que tendrían como colorario el “Maracanazo” del Cóndor Rojas en las Eliminatorias del año 89. Pero no nos adelantemos. Volvamos a fines del 78. Tal como cuentan Juan Cristóbal Guarello y Luis Urrutia en la profunda investigación periodística que aparece en el libro Historias Secretas del Fútbol Chileno II, Pedro García se encontró con una generación compuesta por nóveles figuras que despuntarían muchos años después, como Marco Cornez, Fernando Astengo, Héctor Hoffens y el mismísimo Patricio Yánez. Pero estos niños buenos para la pelota –que cumplían con la edad máxima de 19 años y seis meses– estaban muy verdes. Se necesitaba algo más para ganar. Y así fue cómo, después de un misterioso conciliábulo entre Gordon, García y otros personajes como el coronel Luis Zúñiga y el coordinador Enrique Jorquera, apareció por las instalaciones de Juan Pinto Durán una generación completa de jugadores avezados, con un par de años de experiencia en primera división. Siempre hay correcciones y cambios en las nóminas, pero resulta al menos extraño que estos diecisiete nuevos convocados pasaran desapercibidos. Sin embargo, en esa época, eran muchas cosas las que pasaban desapercibidas.
*** A fines de 1978, el general de Carabineros Eduardo Gordon presidía la Asociación Central de Fútbol, y fue él quien designó como entrenador de la selección juvenil a Pedro García (sí, el mismo que ganaría dos campeonatos nacionales y tres Copas Chile con
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Rojas
Así llegaron, entre otros, Roberto Rojas, Osvaldo
LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL
Juan Carlos
Hurtado, Mariano Puyol, Atilio Guzmán, Marcelo Pacheco, Edgardo Fuentes, Francisco Ugarte, Óscar Rojas, Raúl Ormeño y Juan Carlos Letelier. Sabían, evidentemente, que superaban la edad permitida para ir al campeonato Sudamericano Juvenil que se jugaría en enero del 79 en Uruguay. Pero bastó una arenga patriótica de los dirigentes y el entrenador para convencerlos. Claro, ahora escuchamos un discursito invitándonos a cometer un delito y arriesgar nuestras carreras en nombre de la Patria y es muy probable que no alcance para convencernos. Pero no hay que olvidarse que con ese mismo discursito se mataba, torturaba y censuraba. Algunos lo habrán hecho por la Patria, otros por miedo, otros simplemente porque querían jugar el Sudamericano. Lo que importa es que lo hicieron. *** El entrenamiento ha sido riguroso. El profe García ha planificado los movimientos en detalle; tal vez comenzaron con un trabajo táctico para terminar con una sesión de fútbol reducido. En realidad, eso no importa; importa lo que pasó después. No debe haber sido en una notaría, sino probablemente en las oficinas de la Asociación Central o en Juan Pinto Durán. La máquina del tiempo ha rejuvenecido a algunos adultos, transformándolos en menores de edad. Vuelven a depender de sus padres: tienen que pedir su autorización para salir del país. Pero no tiene sentido seguir metiendo gente en el enredo. “Papá, mira, tú crees que ya tengo veintiún años, pero la verdad es que tengo diecinueve, así que necesito que me firmes este documentito para que pueda salir a jugar al Sudamericano de Uruguay”. La multi-
Letelier
plicación de problemas que pueden surgir es infinita. Los encargados optan, simplemente, por volver a una práctica que abunda en la época escolar. Se los ve nerviosos, a los jugadores. Están en una fila que avanza lentamente. Algunos leen el documento de autorización notarial. Otros no lo hacen. Algunos falsifican la firma de sus padres con sorprendente rapidez, otros se demoran, la dibujan con trazos inseguros, dubitativos. Tal vez, más de uno no queda conforme con el resultado y tienen que traerle el documento de nuevo. Pero el último en la fila está aproblemado. En su cabeza, probablemente, se mezclan los recuerdos de su padre con imágenes suyas con la camiseta roja de Chile jugando en el Sudamericano, dando el primer paso hacia una carrera internacional. Este jugador es Atilio Guzmán. Y los de su padre son sólo recuerdos, porque en 1979 ya lleva tres años fallecido. Los encargados le han advertido que no hay tiempo para certificados de defunción ni otros trámites adicionales. El permiso notarial debe ser firmado ya. La mirada de los encargados es apremiante. Al pobre Atilio no le queda otra que revivir a su padre por unos segundos, bajo los trazos temblorosos de su firma falsificada. *** Pedro García y Enrique Jorquera, bajo la atenta mirada del general Gordon, formaron un equipo de colaboradores para realizar estos trámites incómodos. Primero se contactaron con Miguel Moya y Manuel Rodríguez, quienes trabajaban en una agencia de viajes llamada Intour, y después incorporaron a un personaje clave: el funcionario del Registro Civil, Claudio Miranda.
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Arica
El equipo estaba completo, cédulas de identidad nuevecitas, pasaportes timbrados. La convicción –genuina para unos, forzada para otros– de haber hecho lo correcto en nombre de la Patria, ni más ni menos que lo mismo que hacían paraguayos y uruguayos en los campeonatos juveniles. Además, este mismo equipo venía de lograr un hito sin precedentes: había derrotado en un amistoso a los uruguayos en el Estadio Centenario, en el primer triunfo de un equipo chileno en esa cancha en toda la historia, tanto a nivel de clubes como de selección. El Mundial Juvenil de Japón –el mismo donde brillaría Diego Armando Maradona– estaba a la vista, sólo había que responder en la cancha. Ahí estuvo el problema, la grieta que terminó por desmoronarlo todo. Me refiero a la respuesta en el campo de juego. Chile compartía el grupo B, que se jugaba en la ciudad uruguaya de Paysandú, con Brasil, Paraguay, Colombia y Bolivia. De ellos, los dos primeros pasarían a la segunda fase, que definiría los tres equipos clasificados para el Mundial. La Máquina del tiempo debutó oficialmente el 12 de enero de 1979 y se comió una boleta de 6 a 0 contra la selección paraguaya de Rogelio Delgado y Julio César Romero. Imagino la impotencia, la rabia de Pedro García al ver que todos sus esfuerzos, dentro y fuera de la cancha, terminaban con una humillante paliza. Después llegó Brasil: nueva derrota, esta vez por uno a cero, lo que en diferentes circunstancias podría tomarse como otro de tantos triunfos morales, pero que en este caso significaba despedirse definitivamente del Mundial. El sueño patriótico de García y Gordon se esfumó en los dos primeros partidos. Marcelo Pacheco se fue de putas, pero eso no tuvo nada que ver con las “lesiones” de Edgardo Fuentes
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Hurtado
y Mariano Puyol. Claro, ambos habían jugado el Sudamericano Juvenil anterior, en 1977, y la fecha de nacimiento con la que figuraban en los registros de la Conmebol no era la misma que salía en sus relucientes pasaportes. Rápidamente, fueron llamados Fernando Astengo y Óscar Meneses en su reemplazo. Mientras tanto, en Chile, el escándalo recién comenzaba. El Presidente de Colo–Colo declaró, extrañado, que Raúl Ormeño era mayorcito para andar con los juveniles. Paralelamente, comenzó una investigación en el Registro Civil. En Paysandú, por su parte, las cosas mejoraban: Chile ganó los siguientes partidos, contra Colombia y Bolivia, tratando de compensar la humillación de las primeras fechas. Los muchachos consiguieron, al menos, un premio de consuelo: clasificaron a los Juegos Panamericanos de Puerto Rico. Pero, al mismo tiempo, la rápida investigación en el Registro Civil terminaba con una querella criminal por la falsificación de los pasaportes de 17 de los 18 jugadores que conformaban la selección juvenil. Vinieron las declaraciones destempladas sobre cómo había sido manchada la fe pública del Gobierno (que por esos días ya estaba bastante complicada –como cuentan Guarello y Urrutia– con los pasaportes falsos de los agentes de la DINA que asesinaron a Orlando Letelier en Washington). La opinión pública y autoridades se unían, escandalizadas. La histeria, el escándalo, la caza de brujas tienden a profundizarse en la derrota. En esos tiempos, donde comenzaba a imponerse el “todo vale”, dolía muchísimo ser sorprendidos haciendo trampa y más encima comerse una boleta histórica en el primer partido. Pero vale la pena preguntarse qué habría pasado si Chile ganaba esos dos primeros partidos,
LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL
Raúl
si Chile hubiese clasificado al Mundial Juvenil de Japón, trayendo a casa la gloria, un triunfo que engrandecería el nombre de la Patria en el firmamento continental. ¿Habría hablado el Presidente de Colo– Colo? ¿Se hubiera llevado adelante la investigación en el Registro Civil? En tiempos de control absoluto, de fiebre histérica por el triunfo, es bien probable que el Director del Registro Civil, José Bernales, hubiese recibido una conveniente orden de echarle un poquito de tierra al asunto. A los héroes no se los toca, la pelota ganadora no se mancha, a los muchachos que se sacrifican de esa manera por la Patria y alcanzan la gloria en su nombre no queda otra que rendirles un homenaje, sin preocuparse tanto por esos problemas burocráticos. *** El avión de Lan Chile despega del Aeropuerto Internacional de Carrasco. El plantel parece contento: lograron revertir un comienzo desastroso, al menos ganaron los dos últimos partidos y consiguieron clasificar a los Juegos Panamericanos que se disputarían a mediados de ese año en Puerto Rico. Los músculos cansados, las piernas adoloridas. La esperanza, de algunos, de que el rendimiento de los dos últimos partidos haya quedado en la mente del cuerpo técnico y de la hinchada para futuras convocatorias, y así seguir asegurando una camiseta de titular en sus respectivos clubes. El avión de Lan Chile aterriza en la losa del Aeropuerto Pudahuel. Se abren las puertas y los seleccionados sienten una cachetada del calor de enero en Santiago. Muchos de ellos tienen experiencia y saben que a veces los jugadores son recibidos por la prensa en la misma escalera del avión. Pero no
Ormeño
hay nadie. Son conducidos al salón VIP del Aeropuerto. Los veinteañeros, jóvenes y entusiastas, se acomodan esperando que se abran las puertas para enfrentar a los periodistas. La mayoría ya tiene pensado lo que irá a declarar, el orgullo por vestir la Roja, por haber clasificado a una competición internacional, el primer paso de una carrera que promete. La espera se alarga unos minutos. Comienza a correr un rumor: les están preparando un homenaje por haber clasificado a los Juegos Panamericanos. No era el objetivo principal, pero, al fin y al cabo, se trata de un triunfo para Chile. Se abren las puertas del salón VIP y lo que encuentran los jugadores no es a un grupo de dirigentes orgullosos, listos para homenajearlos, ni a un puñado de fieles hinchas de la Roja con banderas chilenas; lo que encuentran son decenas de uniformes verdes, parte del gran contingente de carabineros que mantiene rodeado el Aeropuerto. Miradas de incredulidad, rodillas cansadas que chocan entre sí, estómagos que se tensan amenazando con romperse, ojos abiertos sin pestañear, corazones acelerados, pero por sobre todo, miedo, esa sensación de que hay un hoyo que se está abriendo bajo tus pies y que no sabes hasta dónde te hará caer. *** Diecisiete jugadores pasaron doce días detenidos en la Penitenciaría de Santiago. Sólo se salvaron Astengo, Meneses y Álvarez, los únicos que tenían la edad suficiente para jugar el Sudamericano Juvenil. Pedro García pasó más tiempo entre las rejas: 37 días. Además, el técnico fue condenado a 1.084 días de reclusión, los que, como era de suponerse, cumplió en libertad con medidas alternativas. La sentencia
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Mariano
condenatoria de García salió recién el año 84, cuando ya era uno de los técnicos más reputados de Chile, habiendo obtenido dos campeonatos nacionales con Colo-Colo. También fueron condenados Enrique Jorquera, Manuel Rodríguez y Claudio Miranda. Sin embargo, el general Eduardo Gordon, como solía pasar con los militares involucrados en estos casos, fue convenientemente enviado de embajador a Nicaragua, después de haber sido reemplazado por Abel Alonso como Presidente de la Asociación Central. *** La luz, ese poderoso destello, hace un fuerte contraste con el césped. Como una luciérnaga. Durante escasos segundos, el área se ilumina. Este hermoso núcleo incandescente es seguido por una cola de humo enroscado que, luego de hacer una pequeña curva, sube decidido en dirección al cielo negro. Se forma, asimismo, una aureola alrededor de la luz y de ella comienzan a salir chispas hacia arriba. Es un espectáculo hermoso. Y efímero. El arquero está botado en el suelo, las piernas estiradas, las manos que se refugian en los guantes que le cubren el rostro, aparentando conmoción y dolor. Se revuelca levemente en el suelo, mientras, con una agilidad admirable, saca la hoja de afeitar que tiene escondida en alguna parte del guante. Y con ella se hace un corte largo y profundo, lo suficiente como para que de su cabeza brote un chorro de sangre que los deja mudos a todos, en especial a sus compañeros, que se agrupan –consternados–, viendo el rostro ensangrentado de Roberto Rojas. Alrededor del Cóndor herido se juntan los demás jugadores y el cuerpo médico de la selección. Entre ellos,
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Puyol
se encuentra el delantero Juan Carlos Letelier que, después de reclamar airadamente al árbitro, hace un gesto con ambas manos hacia la banca chilena para que se apuren con la camilla. La sangre sigue manchando el cuerpo de Rojas, que ha dejado de moverse: parece haber perdido la consciencia. Y también puede verse, por supuesto, a Fernando Astengo, que sólo se despega del arquero para ir a conversar con el árbitro Juan Carlos Loustau. Sin embargo, en su cabeza ronda seguramente la fatídica decisión que tomaría unos minutos más tarde, en su calidad de vice capitán del equipo: retirarse de la cancha del Maracaná. También hubo otros que estuvieron a punto de estar presentes en ese partido de las Eliminatorias del año 89, jugado en el Maracaná, pero no alcanzaron a llegar. Como Raúl Ormeño, expulsado en el partido de ida con Brasil en el Estadio Nacional, donde le había pegado a Branco una de las patadas más groseras y malintencionadas que recuerde la historia del fútbol. O el mismo Osvaldo Hurtado, que alcanzó a jugar la Copa América del 89, pero no así las Eliminatorias del mismo año. El final de esta historia todos lo saben: Chile quedó fuera del Mundial de Italia 90 y además fue castigado sin jugar las Eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 94. Y significó el final, asimismo, de una generación que fue iniciada en las peligrosas artes del Todo Vale por Eduardo Gordon y Pedro García. Hijos de una época donde cada día era una muestra patente, desde las más altas autoridades hacia abajo, de que no siempre es necesario seguir las reglas con tal de obtener el triunfo. Una generación que terminó sufriendo las consecuencias de haber sido formada bajo la filosofía del ganar a toda costa en un país que, hasta la reciente Copa América, nunca había ganado nada.
GUARDIOLA LA ELEGANCIA HECHA JUGADOR; LA IDEOLOGÍA HECHA TÉCNICO
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VISCA L’EUROPA! SEMPRE ENDAVANT! Por Wílmar Cabrera
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L CLUB ESPORTIU EUROPA fue el culpable directo de que alquiláramos, con mi pareja, nuestro primer piso en Barcelona. Aterrizamos en la llamada “Ciudad Condal” en el otoño de 2008, para que Andreta hiciera un doctorado en la Universidad Pompeu Fabra. Y como la universidad y el estudio le tomaban todo el tiempo a ella, a mí me tocó buscar el piso para vivir. Concerté una cita para ver uno en Can Baró. Un barrio cerca del Parc Güell, en la parte alta de la capital catalana. Donde la ciudad deja de ser Barcelona para pasar a llamarse ‘Barceloma’. De camino, en la intersección de las calles Camèlies y Sardenya, descubrí el Nou Sardenya, la cancha del Europa. En ese momento, sin ver todavía el piso, me dije a mí mismo: “Aquí viviremos. Si hay un estadio de fútbol cerca, está todo”. Y así fue. Desde ese otoño, casi todos los domingos caminaba las cinco cuadras desde nuestro piso en calle Polònia hasta Sardenya, para ver los partidos de “Los escapulados”, sobrenombre con el que se conoce al club por llevar una “V” azul, a manera de escapulario, debajo del cuello de la camiseta blanca. Sí, como el Vélez Sarsfield de Argentina.
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Ilustraci贸n de Francisco Rojas
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Con un estadio de dimensiones pequeñas, una tribuna principal de sombra, dos mínimas laterales y una de sol que siempre está vacía, mi lugar favorito para sentarme a ver el partido es el bar. A ritmo de copa de cava, caña de cerveza y bocata de jamón, se puede hacer algo que no está permitido en el Camp Nou: mezclar fútbol con un poco de alcohol. Creo que fue en el cuarto o quinto partido al que asistí, cuando decidí hacerme hincha del Europa. Muy contrario a mis principios de que un seguidor nace y no se hace. Ser forofo de fútbol es algo dinástico, como una corona que se hereda, es un sentimiento y como tal no se puede crear artificialmente. Seguir una camiseta no da tiempo ni espacio para ser promiscuos. Sin embargo, como buen ser humano que se contradice a sí mismo, ese domingo decidí ser del Europa. ¡Coño!, uno como inmigrante tiene toda la razón para echar raíces e inventarse un sentimiento hacia un equipo. Y no necesariamente ese equipo tiene que ser el más grande de la ciudad, el que más gana o el que más socios tiene. Que no, que no. Mi caso me confirmó que las relaciones a distancia no funcionan. Ni siquiera la que te une a tu club de origen. Habiendo dejado tras el Atlántico el azul y blanco del Millonarios de Bogotá, quedé huérfano de equipo. Entonces, como hincha que no puede estar sin club, me di a la tarea de llenar ese sentimiento. Al tiempo que recibía clases de catalán, en el Consorci Per a la Normalització Lingüística -el primer paso que todo inmigrante debe dar para integrarse a la cultura catalana-, me aprendí el himno del Europa. En mi caso, quería integrarme al Europa, quería sentir al Europa como en su día sentí a Millonarios mismo. Así que con mi B1 de catalán, que no es otra cosa sino nivel elemental, todos los domingos en el Nou Sardenya cantaba con fuerza el himno de mi nuevo club. Un equipo del que ya comenzaba a estar orgulloso porque, con más de 100 años encima, había sido uno de los fundadores de la Liga en España. Alcanzó a jugar tres temporadas en Primera cuando sólo había diez equipos y apenas existía algo más allá de la Primera División. Además, disputó una final de la Copa del Rey, que perdió contra el Athletic por 1-0. Ahora está en la Tercera, algo así como la cuarta categoría de las
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nueve que tiene el campeonato español. Así, por qué no entonar con fuerza, cada domingo: Europa! Europa! Europa sempre endavant! No tinguem por del que vindrà El futur hem de guanyar! Europa! Europa! Europa sempre endavant! Que la nostra fe en la victòria A tothom faci vibrar. Portem amb orgull el blues escapulari, Sentim els colors ben endintre del cor. I que la nostra gran història Poc a poc poguem retorbar. Europa! Europa! Europa! Endavant! Endavant! Aprendido el himno, el paso siguiente fue conseguir una chaqueta de chándal o camiseta con la que me identificara con los demás hinchas en la tribuna. Así que visité una tienda deportiva que padecía la crisis económica, enfrente de los despachos del club, en la calle Secretari Coloma. Esport Match, tienda oficial de Givova, se llamaba, y tenía todo su stock en liquidación. Encontré una chaquetilla de chándal Umbro de la temporada 20002001, con el escudo en el pecho y en la espalda el C.E. EUROPA que se podía leer desde lejos, y que me daba un aire de hincha de toda la vida, un forofo vintage. El domingo siguiente la llevé puesta. El equipo visitante era El Prat y como siempre me senté en una de las mesas de bar, al costado de la tribuna general. Chus, la encargada del bar, me sirvió bocata de Llom amb formatge, y un plato de ronyons a la planxa i patates. Entonces un hombre viejo, con el pelo gris, de camisa blanca, pantalón y jersey negro, sobre el que relucía, a la altura del corazón, un pin del escudo del Europa, se acercó y me preguntó por qué no estaba jugando. No quise sacarlo de su propia historia. La que él mismo se había elucubrado en su cabeza. Así que le respondí que estaba lesionado. Un esguince de rodilla, le dije con ánimo de no seguir hablando. -¡Qué lástima! -respondió-, el club necesita de tus goles. Recuerdo el que le anotaste al Manou, aquí
COLECCIÓN / CUENTOS DE CABEZA
Ilustración de Francisco Rojas
mismo -me señaló el arco sur del campo-. La recibiste de espalda a la portería, fuera del área. Regateaste entre dos defensas, creo que eran Aleix y Dani. ¡Cómo pudiste pasar entre esos dos gegants de fiesta mayor! Chutaste de izquierda, tu pierna mala. Nada pudo hacer el portero. Fue tan bonita tu jugada, que Sacca se lanzó, pero no a atajar la pelota, sino para estar más cerca de ese golazo. Escuché atento su narración. Y me imaginé a mí mismo dentro del campo sintético del Nou Sardenya, festejando ese gol con mis compañeros. Le dije que el próximo que anotara, a mi regreso a los campos, lo celebraría con él en la tribuna. Puso cara de tristeza. Y al tratar de interpelarlo, me detuvo levantando su mano. Miró a lado y lado, agachó su cabeza para susurrarme en el oído que quizás no hubiera otra oportunidad. Por la lesión, se había enterado de que el club se quería deshacer de mis servicio a mitad de temporada. Pero seguro que con mi talento ya encontraría otro club, quizás hasta de Segunda B o incluso Segunda A… iba a decir más, pero llegaron dos personas, una señora y un pequeño.
“Jaume, te he dicho que no puedes salir de casa sin alguien que te acompañe”, dijo la señora, tomándolo del brazo derecho. El chico hizo lo mismo con el izquierdo y lo condujeron hacia la puerta. Antes de salir a la calle Camèlies, el chico se devolvió y pidió excusas. “Lo siento, mi avi padece de Alzheimer, disculpa cualquier tipo de molestia que te haya provocado”. Desde el umbral de la puerta, antes de salir del estadio, Jaume se giró, levantó su brazo y gritó: “Visca L’Europa! Sempre endavant!”. FIN Visca L’Europa! Sempre endavant! es un texto inédito que forma parte del libro Ponle D’Stéfano: 11 relatos de fútbol de un inmigrante, que el autor publicará a finales de 2015 en Barcelona, España. Wílmar Cabrera es periodista y escritor colombiano, radicado en Barcelona. Es autor de la novela Los fantasmas de Sarriá visten de Chándal (Ed. Milenio, 2012). Y con su relato Naturaleza muerta forma parte de la antología Emergencias, doce cuentos iberoamericanos (Ed. Candaya, 2013).
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HUGO SÁNCHEZ “PELEADOR, INSOLENTE Y SOBERBIO, EL MEXICANO FUE DUEÑO DEL ÁREA COMO POCOS JUGADORES LO HAN SIDO”.
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Un par de años en la vida de los hinchas del Nápoles Por Alfredo Zucchi (@Alfharidi)
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O ES SIMPLE, en general, ser hincha de un equipo, con esa fluctuación entre el rezar y el maldecir, entre éxtasis y desesperación. Ni hablar todavía de cuestiones políticas, como los coros racistas que los hinchas de toda Italia suelen cantar en contra de los napolitanos (“Vesuvio, lávalos con fuego”); sin embargo, se puede decir que un hincha del Nápoles –única ciudad latinoamericana del viejo continente–, fluctúa un poco más que los otros. El contexto es caliente, hierve –el fútbol no solo es fútbol sino también revancha social y política–, y el hincha lo quiere todo y, si no es todo, no quiere nada. Se ilusiona y sueña con la gloria después de dos partidos ganados, y luego se flagela con dos derrotas. Esto es conocido, es la naturaleza misma del ser hincha, no solo del Nápoles; sin embargo, durante la gestión de Rafa Benítez (20132015), empujado por expectativas tal vez desmedidas, todo se amplificó de forma desmesurada. La liga italiana suele ser un triángulo, un juego donde generalmente ganan Juventus, AC Milán e Inter. De vez en cuando aparece una variable inesperada, como Roma o Lazio, incluso Cagliari o Verona. El Nápoles, fundado en 1926, tuvo su único momento de gloria cuando, por una serie de casualidades –hay hinchas que las llaman providencia divina o milagros– en 1984 llega un jugador llamado Diego Armando Maradona. En cinco años (1986-1990), el Nápoles gana más trofeos que en el resto de sus 90 años de historia. El post-Maradona, sin embargo, es muy duro: el equipo nunca deja de declinar hasta el fracaso de 2004, cuando la sociedad, por deudas, se ve forzada a descender a tercera división. Desde 2004, con un nuevo Presidente, el equipo va mejorando de año en año, la sociedad se sanea. En 2011 clasifica a la Champions League, en 2012 gana la Copa Italia, y en 2013 llega segundo en la Serie A. Así, cuando en el verano de 2013 el equipo ficha a Rafa Benítez, y con él llegan el Pipita Higuaín y los campeones del
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mundo Pepe Reina y Raúl Albiol, los hinchas no se lo pueden creer: por primera vez desde 1990, sueñan con ganar, pero es un sueño mojado, inestable, casi una pesadilla. A la primera ronda de derrotas, el 2013, todos en contra del entrenador (“¡No entiende el fútbol italiano!”, “¡Su juego es demasiado ofensivo!”, “¡No le da suficiente importancia a la preparación atlética!”, “¡Es un gordo!”). A la segunda, todos en contra del Presidente Aurelio de Laurentiis (“¡Cafiche!”, “¡Tú no eres napolitano!”, “¡Suelta los pesos, avaro!”). Desde entonces, el equipo mismo empezó a emular la psicología del hincha, fluctuando como una onda: el psicodrama inicial, cuando en agosto de 2014 el equipo de Benítez perdió frente al Athletic Bilbao la clasificación a la Champions con un par de errores defensivos dignos de niños de siete años, fue seguido por uno de los mejores partidos de los últimos veinte años: el 2-0 contra la Roma, en octubre. “¡Aquí estamos, ya van a llorar todos!” se canta por las calles. Y sin embargo, acto seguido, viene una serie de empates hasta la derrota en contra del cadáver del AC Milán: otra vez flagelación y desamparo. Pero, cuando no había espacio para la esperanza, justo unas semanas después, la gloria inesperada de la final de la Supercopa italiana frente al rival más odiado, deportiva, histórica y políticamente: Juventus. El equipo, a principios de 2015, juega bien, los nuevos jugadores –fichados en enero– se integran rápidamente, y los hinchas se calientan de nuevo, incluso se olvidan del odio en contra del Presidente Vamos por la mitad de camino de la temporada 2014/2015, y mientras el Nápoles se encuentra en zona de Champions, en semifinales de la Copa Italia y en cuartos de final de la Europa League, sin específicos traumas desencadenantes, la fluctuación se apodera de nuevo del equipo y, por reflejo, del entrenador, del Presidente y de los hinchas. Una serie
HINCHAS DEL NÁPOLES / ALFREDO ZUCCHI
de empates y derrotas empuja al Presidente a imponer largas concentraciones al equipo. (Se dice en la calle que los futbolistas se dan a la bella vita; que el Pipita Higuaín no es el guerrero que uno se imagina, o que desahoga su agonismo en arenas rectangulares, pero más suaves que una cancha de fútbol; que el capitán, Marek Hamsik, sufre los dolores del Joven Werther. Benítez, por su parte, añade declaraciones venenosas sobre la naturaleza arcaica, medieval, de las concentraciones). Sea como fuere, el final de temporada le hace bien al equipo, que registra tal vez su mejor partido en la ida de los cuartos de final de la Europa League contra el Wolfsburgo: en Alemania, el Nápoles humilla al equipo que un mes antes le había ganado 4-0 al Bayern. Es una performance for the ages, la segunda de la temporada. Y otra vez, la rueda parece girar en favor de los napolitanos: el sorteo de semifinales de la Europa League lo pone en contra del desconocido Dnipro, de Ucrania. Roma y Lazio, que se juegan la segunda y tercera posición en la Serie A, se relajan, y la clasificación a la Champions vuelve a ser posible. Así que vamos a Empoli muy confiados, muy favoritos, y nos meten cuatro goles. Hay que abrir ahora una paréntesis. Dos años de atenta observación del sistema Benítez me permiten decir las cosas como son sobre el doble pivote, ese elemento clave del 4–2–3–1, esa fuente inagotable de goles recibidos. Benítez, que es un integrista dogmático y platónico, lee una y otra vez el mito de la cueva. Allí adentro, mientras el juego de la representación va naciendo, una sombra lo traiciona y donde en realidad había uno, él ve dos. Se puede decir, entonces, que el jugador perfecto para jugar el doble pivote no existe –y si existe, es una sombra–. Tal vez Alcibiádes, estratego ateniense y traidor por excelencia, habría podido ponerse en la línea del mediocampo y hacerse valer (aunque por su naturaleza resultaría demasiado imprudente). ¡Equilibrio! ¡Equilibrio! Es el grito de batalla del defensa Miguel Britos cuando hace el asado en la terraza de su casa o en el centro deportivo del Nápoles. Como buen uruguayo, conoce perfectamente el rito del asado: distribuye el trozo principal en el medio, lo gira una y otra vez para que no se queme, para que la cocción sea gradual (sin prisa pero sin pausa, dice Benítez, hablando de fútbol o del asado, o de ambos), los salchichones y las costillas de cerdo dispuestas en las bandas para fluidificar.
Gritan voces que, justo antes de la final de la Supercopa italiana frente a Juventus, Britos haya juntado al equipo en un gran asado, para solidificar la unión y mantener en alto la moral y el colesterol del grupo. Y, de hecho, se le ve a Britos, en el alargue y los penales de la Supercopa, actuar como un capo ultra, dirigir los umores y las atenciones del grupo. Cuando el Mota Gargano, después de haber marcado el penal, se gira hacia Britos y le hace el gesto de los cojones, aparece, como una epifanía, la única certidumbre: es él, Miguel Britos o Brividos, segundo peor jugador de la plantilla después de Rafael Cabral, maestro del asado y de la amnesia defensiva, el líder y símbolo de este equipo; y no Higuaín, ese señor Lamento, excelente fallador de penales y tombeur de femmes, ni Marek Hamsik, el Capitán Triste, ni Rafa Benítez, llamado también Sancho Panza. Así es, y el espíritu, la naturaleza ondulante del equipo aparecen otra vez, con fuerza, hacia el final de la temporada. En los últimos minutos del penúltimo partido de la Serie A frente a la Juventus en Turín, el resultado es de 2-1 en favor de la Juve, y el Nápoles se juega todo: si empata, sus posibilidades de llegar a la Champions siguen vivas, y la Champions significa no solo dinero sino también la posibilidad de seguir atrayendo estrellas. Y ¿qué hace Britos, única certidumbre de este grupo? Con la pelota inactiva, se gira y le da un cabezazo a Morata. Penal –si es penal, en Italia, casi siempre es para la Juventus– y fin del partido. En el último partido de la Serie A, frente a Lazio, por una serie de casualidades el Nápoles se encuentra todavía en posición para clasificarse a la Champions: si gana, llega tercero; si empata o pierde, pasa Lazio. Al minuto 77, cuando el partido iba 2-2, el árbitro pita penal para Nápoles. Va Higuaín y –¿cómo pudiera ser distinto?– los astrónomos todavía están buscando la pelota cerca de Plutón. La temporada se termina con el Nápoles fuera de la Champions, eliminado en semifinales de la Copa Italia y de Europa League, y todas aquellas expectativas, todas las fluctuaciones y los sueños se cristalizan en la imagen del cabezazo de Britos a Morata. “Por lo menos”, se dice el hincha desesperado “por lo menos le rompimos la cabeza al Juventino, al canalla del Norte”. El fútbol no solo es fútbol sino también ilusión de revancha social, política y cultural.
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UN VIAJE AL PASADO
PELUQUERÍA / BARBERÍA PARA CABALLEROS
Compañia de Jesús 2799, Santiago de Chile, Barrio Yungay. 56 2 26825243
EDICIÓN N°4 DE CABEZA 2015
Barras Bravas: La enamorada errancia del descontrol Por Pedro Lemebel *
EL DESPOBLADO OCIO DE LA CANCHA DEPORTIVA TAL VEZ AL MIRAR Santiago desde un avión, es posible que en el árido paisaje que la rodea, podamos distinguir sitios baldíos cuadrados de tierra seca destinados a plazas, áreas verdes o sitios de recreación para los pobladores, pero que nunca llegaron a realizarse. Y al final terminaron como el tierral colectivo de la cancha donde los jóvenes practican fútbol, la entretención gratuita que forma parte de la memoria cotidiana de los habitantes de un Santiago pobre. Porque el fútbol siempre fue un deporte barato, sólo basta una pelota, el rayado de la cancha y el equipo de muchachos corriendo y pateando la bola para olvidarse por un rato de la cesantía y las carencias de su medio. Allí en la cancha experimentan la
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única libertad corporal que conocen, la única libertad que les permite evacuar su resentimiento de chicos piojos, que se reúnen cada fin de semana bajo la insignia del club deportivo. Porque en toda población periférica existe un club que agrupa jóvenes adictos al balón, y estas pequeñas organizaciones vecinales reflejan un retrato del pasatiempo proletario que alegra sus días festivos con el ritual del partido en la cancha. Así, la misma cancha, que en estos confines latinoamericanos no es el campo de sport tapizado de verde musgo, se transforma en una “zona franca” o territorio sin ley que ellos eligen y ocupan también para sus mítines de convivencia, sus fiestas y celebraciones por triunfos o derrotas del equipo local, da lo mismo, cualquier resultado es la excusa para festejar con mucho alcohol que se bebe sin límites y a cualquier hora. Pero especialmente al anochecer,
Lemebel
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cuando cae la sombra y es más fácil permanecer oculto de la policía en las tinieblas de la cancha mal iluminada por los faroles rotos. Ahí no falta la droga, el querido pasto, los pitos o macoña como le llaman a la Canabis Sativa que ellos mismos siembran en sus tristes jardines. Esta yerba, en la década pasada era la droga más popular para los chicos del borde urbano. Incluso su consumo llegó a ser aceptado por las madres y familias que no veían peligro grave en la inocente plantita. “Lo pone más tranquilo, incluso yo misma me tomo un tecito de hojas cuando estoy muy nerviosa”, decían las señoras regando la marihuana, que era lo único que brotaba en los áridos jardines. Pero al llegar los noventa la folclórica marihuana fue desplazada por las múltiples ofertas del libre mercado. Especialmente por la cocaína, que en un comienzo se repartió como un maná entre estos adolescentes para sembrar adictos. La propaganda de este consumo, manipulada por policías y traficantes, parecía decir “El primero te lo regalo, el segundo te lo vendo”. Y resulta importante hacer notar este cambio de adicción entre los jóvenes drogos, que luego integrarían las Barras Bravas, especialmente porque su situación monetaria no les permitió asumir un consumo tan costoso como el de la cocaína. A cambio, y en reemplazo a la frustración de no poder acceder a esa droga de ricos, el mismo mercado puso a su disposición un subproducto de la misma blanca, la droga llamada Pasta Base, fabricada con excedentes de cocaína más yeso, cal y otras basuras en polvo. Tal producto se fuma y se vende en cigarrillos a un costo de dos dólares en los suburbios de Santiago. Sólo para empezar y caer en la angustia de su desesperada adicción, porque después del primer cigarro y su éxtasis que sólo dura unos minutos, viene un vacío depresivo que obliga a seguir consumiendo desesperadamente otro cigarro y otro y otro, hasta que se acaban las monedas y “la angustia”, como le llaman a la Pasta Base, obliga a los chicos a robar, asaltar, matar para adquirir otra dosis y así mantener por unos minutos la pequeña felicidad de su pobre desespero. Y todo esto ocurre en el solitario paisaje de la cancha futbolera, el mismo espacio grabado en el recuadro de la dictadura militar, porque allí los uniformados amontonaban a los jóvenes en los allanamientos nocturnos a mediados de los ochenta. Estos operativos de represión que sólo afectaban a los barrios bajos, según la dictadura para detectar focos de subversión, son escenas imborrables en la memoria de
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los jóvenes pobladores, porque a media noche, de madrugada, cuando el vecindario dormía, el sobresalto de los altoparlantes militares los despertaba con la orden: “Este es un operativo de allanamiento, se ordena a todos los varones de la población que a la cuenta de tres tiempos estén formados en la cancha”. Y allí nadie podía contradecir esa orden con metralleta en mano, porque las tropas con la cara pintada, entraban a las casas pateando puertas, quebrando ventanas, sacando a culatazos a los maridos, abuelos, niños y jóvenes, a medio vestir, en calzoncillos, trotando por la calle rumbo a la cancha de fútbol, donde formados en filas los empadronaban golpeándolos cuando titubeaban al no recordar el número de su documento de identidad. Por estas y otras razones, el desolado eriazo de la cancha pareciera ser el punto de partida desde donde comenzaron las movilizaciones masivas de las Barras Bravas. Los suburbios de Santiago acunaron la fobia antifascista que dio una dura batalla durante la dictadura, demarcando entonces un perímetro de resistencia a las botas con la guerrilla urbana que se manifestaba con el cerco de barricadas y bombas molotov que ardían en la noche de protesta. Las noches de oscuridad por los apagones generales que provocaban los jóvenes del 86, arrojando cadenas al tendido eléctrico, enfrentándose a piedrazos con la máquina militar. Siendo detenidos, torturados y humillados constantemente en las cárceles donde eran llevados en manadas, a golpes, sin ningún derecho civil que avalara estas razias. Son muchos los jóvenes que cayeron en esta lucha por la esperada libertad. Son más los que gastaron sus cortos años en militancias clandestinas, paros estudiantiles, tomas de colegios, vigilias por los desaparecidos, ayunos y todo el esfuerzo humano que significó el regreso al sistema democrático. Ellos participaron activamente en las concentraciones y marchas por el NO, que a fines de los ochenta hicieron tambalear la dictadura y a comienzos de los noventa llevaron al triunfo a la Concertación de partidos opositores al régimen.
CON LA DEMOCRACIA LLEGARON LAS BARRAS
EL CAMBIO POLÍTICO que tuvo Chile con la llegada del gobierno democratacristiano de Patricio Aylwin, apoyado por corrientes socialistas, para los jóvenes de la periferia sólo fue una alegría pasajera, porque
BARRAS BRAVAS / PEDRO LEMEBEL
al correr el tiempo se develaron los amarres constitucionales y los aparatos de represión que la dictadura dejó intactos para custodiar probables desenfados sociales. Así, la policía, ahora justificada por la democracia, incentivó la represión callejera dirigida especialmente a los jóvenes. Como una forma de venganza con los protagonistas de las protestas, los carabineros activaron la ley de detención por sospecha, realizando masivas detenciones en todo Santiago, pero especialmente a esa juventud excedente que dejó el traspaso político. Bandas errantes de anarquistas con pelos largos y vestimentas llamativas, grupos de esquina que tomaban alcohol y fumaban marihuana escuchando un partido de fútbol o un rock concert, eran apresados y formados en filas al grito policial de “Todos contra la pared”. En este clima de decepción, hicieron su estreno vandálico las Barras Bravas. Principalmente las dos más importantes por su pasión ingobernable: la Garra Blanca y Los de Abajo. La primera, que se dice la más antigua y fundadora de este fanatismo neorromántico, es adherente del Colo Colo, un equipo que lleva por insignia el perfil del cacique, un personaje heroico que defendió el territorio mapuche del invasor español durante la conquista. Esta barra lleva en sí esta épica, y la escenifica con el contexto socio-político de quienes la componen, mayoritariamente jóvenes de la periferia que llevan en sus rasgos la porfiada herencia mapuche. Se llaman a sí mismos “indios proletas revolucionarios”, contradiciendo el típico arribismo desclasado de la actual sociedad chilena. Así, la Garra Blanca ostenta el orgullo de reconocer y asumir su origen humilde, lo cantan en sus himnos, lo escriben en sus graffitis, lo gritan en sus consignas, con una manera de hacer presente el sustrato social más desprotegido por el modelo económico impuesto por la dictadura y sustentado por el neoaburguesamiento de la democracia actual.
“MÁS QUE LA PATRIA, MÁS QUE LA MADRE, MÁS QUE UNA RELIGIÓN”
PARECIERA que el callejeo filudo e ingobernable de la Garra Blanca, es la única filosofía que mueve las políticas infractoras de su errancia urbana, llevando como ideología el deseo de triunfo deportivo de su equipo. Pero incluso más allá que el mismo equipo, la pasión barrista excede el fans club personalizado, para transformarse en otro devenir múltiple de sociales deseos.
“Los jugadores pasan, y la barra queda”, dice con algo de tristeza el Eric, editor de la revista de la Garra, acentuando sus motivos de inestabilidad social que lo hacen estar allí. Como si en un momento hiciera un paréntesis en su fanatismo, para mirar más lejos y ver en el futuro cercano su calidad de sujeto no garantizado por el sistema actual, comparando quizás su mísera situación con la millonaria paga que reciben los jugadores del equipo de sus amores. El fútbol es una empresa transnacional que compra y vende sujetos como esclavos que saben mover las piernas, le comento a Eric. Me contesta que es cierto. “Pero es la única posibilidad que tienen algunos de salir del barrio y ser alguien en la vida. A nosotros nos cae bien Zamorano porque aunque está millonario y famoso nunca olvida su clase”. Pero son contados los chicos que llegan a Primera División, el resto sigue dándole al bombo en las galerías donde la Garra Blanca se hace presente con la espectacularidad de su transitorio montaje. Ahí, en la barra, en el perímetro organizado de su formación, son libres. “Es la única libertad que conozco”, dice Eric, describiendo la estrategia grupal de atrincherarse en un solo lugar del estadio para protegerse de la agresión policial o de la barra enemiga. “Ahí soy otro”, repite narrando las mil maneras que usan para pasar de contrabando el alcohol y las drogas que arengan la fiesta. Porque a la entrada del estadio deben pasar por un control minucioso de manos policiales que los manosean y perros que los huelen mostrando los dientes. Pero igual pasan el copete en bolsas plásticas que ocultan en sus genitales. “Es lo único que no nos tocan”, ríe Eric cuando recuerda que una vez de tanto saltar y apretarse en el grupo, la bolsa se le rompió derramándose el pisco en su entrepierna, y fue tanto el ardor que pasó todo el partido echándose agua en los baños. Estas formas de piratear la pasión dionisíaca al interior del campo deportivo, también incluye la identidad de los barristas que usan múltiples chapas, apodos o sobrenombres para nombrarse y así escamotear la ficha punitiva del empadronamiento. Se reconocen por el Bíper, la Chica Sandra, el Palomo, el Rodilla, el Barti, el Jota, el Lucho o el Eric a secas, sin apellido, sin pasado, sin familia, porque su única familia es la pasión barrista que en las graderías encuentra su enamorado descontrol. Los motivos de sus rabias y desastres callejeros son muchos, tantos como las biografías resentidas de los
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La vida por el botĂn.
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chicos que visten la camiseta insignia de la barra. Y aunque todos coinciden con motivos de triunfo o derrota del equipo, agregan que también porque Pinochet ingresó al Senado en Valparaíso. Y ahí los vi una vez más, en la protesta masiva que estalló frente al Parlamento. Ahí estaban, con sus pasamontañas de combate, igual que el subcomandante Marcos, pero movilizados en skate board. Entre el humo de las bombas lacrimógenas, pasaban raudos tirando su artillería de piedras y encendiendo barricadas que inflamaron esa vergonzosa mañana en el puerto. Era difícil distinguir a qué barra pertenecían (la Garra o Los de Abajo). En estos casos de refriega urbana, ellos ocultan sus rostros de la televisión y los fotógrafos. Tampoco llevan los emblemas del equipo, más bien hacen un pacto de no agresión en estas fechas históricas y contingentes, donde la memoria política los hermana en un solo motín de rebelión. Al igual que todos los 11 de septiembre, cuando se conmemora el golpe militar, y las agrupaciones de detenidos desaparecidos, o ejecutados políticos marchan hasta el cementerio, las Barras Bravas son infaltables en el largo cortejo que cruza la ciudad enarbolando banderas rojas, pancartas políticas y las fotos de los detenidos desaparecidos prendidas al pecho de las madres huérfanas que perdieron a sus hijos. En este ritual de la memoria, los chicos barristas aportan su rebelión callejera cuando los escuadrones de policías atacan la marcha con sus gases lacrimógenos. Ante tal provocación las dos barras se unen para contratacar a la represión. Y en el caos que provoca esta violencia uniformada, a veces los duros chicos barristas ayudan a las señoras que en la confusión han perdido un zapato. Ellos forman un escudo de contención en el Memorial de los Detenidos Desaparecidos para proteger a mujeres y niños del ataque policial, que año a año justifica un vocero del gobierno declarando que “Carabineros actuó en legítima defensa”. Por cierto estas excusas hacen reír a los chicos barristas que en la refriega acentúan los piedrazos contra la hipocresía oficial. En una oportunidad, cerca del cementerio, se encontraron con una tienda de zapatos Hush-Puppies, un calzado para ricos por su alto precio, inalcanzable para los jóvenes pobres. Ellos no lo pensaron dos veces y saquearon el lugar dejando en la vitrina sus gastados zapatos rotos. En otra oportunidad, cuando regresaban de un partido realizado fuera de Santiago, aburridos del sopor del tren, decidieron descarrilar el último vagón donde se encontraban. Y el tren siguió sin percatarse que sus revoltosos
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pasajeros habían tomado otro rumbo. Tal vez para huir del ordenamiento que dirige el tránsito vehicular. Tal vez para ser dueños por única vez de un tren real. “Ellos, que de niños soñaron con el trencito eléctrico, juguete de la infancia rica, por esa vez tuvieron un tren de verdad, para irse a Disney-World o a Woodstock alejándose de los tierrales secos de la pobla, de la ley pisando los talones y siempre arrancando, toda la vida en apuros de colegio, cárcel y hospital”. Otras razones que han detonado la rabia en los miembros de las Barras se relacionan con injusticias raciales o segregaciones étnicas; como cuando se filmó el apaleo brutal a personas de color en la ciudad de Los Ángeles, EE.UU. Los chicos sintieron en carne propia la luma policial, y lo manifestaron en acciones de protesta. Al igual que frente al desalojo del pueblo mapuche de sus tierras para construir una represa, la Garra Blanca solidaria organizó un masivo acto de repudio. Pero como ellos acostumbran escupir sus broncas, con mucho ruido de consignas, aullidos de trutrucas y violento metal rock, el concierto llamado Festival de Resistencia Mapuche, congregó bandas rockeras de Chile y Argentina que pusieron su estruendo musical junto a la causa de los pueblos precolombinos. Allí estuvo A.N.I.M.A.L., Fiskales, Panteras Negras, Los Miserables guitarreando su lenguaje tribal junto al discurso de Aucán Huilcamán, voz del Consejo de Todas las Tierras. Lo recaudado en las entradas fue en beneficio de esta agrupación. De esta manera los chicos barristas irradian su política de agresión complicitándose con otras causas minoritarias. Y ellos ponen su corazón resentido junto a las víctimas del atropello neoliberal. El resto, soltar amarras de pasión y seguir al equipo donde vaya, como sea, juntando las monedas y contratando un bus que sale de Santiago tambaleándose con tanto ebrio que canta con lágrimas en los ojos “Yo nací en un barrio de fonolitas y cartón, yo fumé marihuana y tuve un amor. Muchas veces fui preso y muchas veces rompí la voz. Ahora en democracia todas las cosas siguen igual, nos preguntamos hasta cuándo vamos a aguantar. Ahora que soy de abajo he comprendido la situación, hay sólo dos caminos: ser bullanguero y revolución”.
LA ENAMORADA ERRANCIA DEL DESCONTROL
SALVÁNDOSE de los controles policiales, los buses de las barras trasladan su desacato púber a todo el te-
BARRAS BRAVAS / PEDRO LEMEBEL
rritorio sudamericano. Por la enorme carretera sur llevan el ronco canto de su desencanto por los pueblos y ciudades que los ven pasar con cierto temor. Porque cuando el bus se detiene por falta de alcohol o comida, ellos se bajan a pedir, y si no les dan arrasan con los Esso Market de la carretera, y dejan como prenda una bandera del equipo y el alfabeto prófugo de sus graffitis. Una escritura propia de la tribu barrial que mezcla trazos de signos góticos con letras filudas de la gramática rockera. Cruces invertidas y vocales de flechas, convocando satanismo y códigos precolombinos de lenguaje. Y todo este conjunto de jeroglíficos es la huella intraducible de su pellejo peregrinar. Por ciertos indicios difíciles de leer para sus uniformados perseguidores. Sólo trazos, garabatos tiernos de su silabario sudaca, que incansable tizna las murallas recién pintadas de la democracia neoliberal. Pareciera que en este gesto de rayar y rayar muros con la caligrafía profana de sus graffitis, ellos confrontaran críticamente el nuevo orden educacional del libre mercado, las políticas clasistas de las universidades y colegios privados que inauguró el modelo económico y a los que no tienen acceso los jóvenes pobladores que no pueden pagar sus altas mensualidades. Pareciera que los rayados de las Barras fueran signos que decoran la ciudad conteniendo todo el desencanto que les dejó la transición democrática. Esta manera de hacerse visibles en la limpia pizarra urbana, delata su estigma de chicos duros ajusticiados por un sistema, que antes de nacer, ya les tenía escrito su prontuario. Así y todo, ellos son los únicos que se la creen destruyendo las señales del tránsito que encuentran a su paso: los letreros del PARE, SIGA, NO DOBLAR, DETÉNGASE, los echan por tierra y van trazando una estela pirata en la experimentación anárquica que afiebra su camino. Los barrios pudientes tiemblan cuando algún partido de fútbol se realiza en el Estadio San Carlos de Apoquindo de la Universidad Católica, sobre todo porque días antes las autoridades declaran que han reforzado la protección policial a las casas de los ricos. Se implementa un costoso aparataje de represión, como si publicitando la prevención, se desafiara la batalla campal antes anunciada. Y así ocurre, así aparecen en la televisión las manadas de chicos esposados caminando cabeza gacha al retén policial. Pero no todos son detenidos, el resto, en enjambres de poética destrucción, se las cobran con
los jardincitos, autos lujosos y toda la juguetería que ostenta la clase alta, el 1,8 por ciento de las familias chilenas que viven con ingresos mensuales de 7 millones de pesos y más. Tanto contraste socioeconómico acentúa la ira de los jóvenes proletarios, que luego del vandálico deporte desaparecen por la sombra cómplice que les brinda la urbe, regresan a su territorio al compás de sus cantos, con la melodía de sus himnos que rescatan viejas canciones del gusto popular y las reescriben con las demandas de nuevas letras. Así, las históricas marchas de la Unidad Popular que animaron la candidatura de Salvador Allende, vuelven a sonar como new cover de la vieja utopía. El conocido “Venceremos”, resuena hoy como un eco fresco en el Estadio Nacional que fuera campo de concentración en la dictadura. Pero ellos lo cantan sin nostalgia, sin repetir el triste optimismo de la arenga izquierdista y discursera. Sólo rescatan el hilo musical que ellos nunca entonaron en aquella lejana fiesta, que sólo les llegó en cassetes prohibidos o testimonios de padres y familiares exiliados o detenidos después del golpe. Por esto, aunque la prensa oficial los acuse de alma negra, drogadictos, vagos y borrachos, los chicos del margen saben elegir a la hora de entregar su adhesión (no su voto, son muy pocos los inscritos en los registros electorales). Ellos vislumbran en la penumbra ingenua de su joven emoción, la memoria estropeada del país que los vio nacer, y la vuelven a experimentar con los avatares de su batalla cunetera. Para el ojo punitivo del sistema, representan las ovejas negras que dan mal ejemplo a la actual juventud exitista, conservadora e idiotizada por la Navidad consumista de los mall, shopping y centros comerciales del Miami chileno. Pero más bien, las pandillas barristas representan un excedente humano que altera la risa hipócrita de Chile triunfador. El jaguar descalzo del Cono Sur, el experimento económico que traza sus macropolíticas como una Ave Fénix sobre la techumbre oxidada de la periferia, sobrevolando soberbia el paisaje opaco de la cancha de fútbol donde los ángeles de suelas rotas amortiguan su paso. *Fragmentos de crónicas publicadas en los libros “La esquina de mi corazón”, Editorial Cuarto Propio, 1995; y en la antología “Poco Hombre”, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.
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BATISTUTA “LE TIRABAN UN LADRILLO AL ÁREA, Y LO METÍA ADENTRO. UN ANIMAL”.
Koeman “HASTA LA LLEGADA DE MESSI Y COMPAÑÍA, ERA EL HÉROE QUE LE HABÍA DADO AL BARCELONA SU ÚNICA CHAMPIONS”.
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José Roa, Jefe del Plan Estadio Seguro:
“Estadio Seguro debiera tender a desaparecer” Por Cristóbal Correa (@cristobalcorrea)
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ESTADIO SEGURO / JOSÉ ROA
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UESTA CREER en planes gubernamentales para solucionar la violencia en los estadios de fútbol. Hemos visto demasiadas iniciativas, reformas a leyes que aún no entraban en vigencia, declaraciones grandilocuentes llenas de aire. Hemos visto y oído los diagnósticos de las autoridades, y hemos comprendido que éstas ni entienden el problema, ni lo quieren entender. Por eso, cuesta creer en el éxito del Plan Estadio Seguro, que lleva años de aplicación y discretos resultados prácticos. Da la impresión de que a José Roa, la nueva cabeza del Plan, también le cuesta creer que su trabajo vaya a solucionar el problema de los violentos, que vaya a “recuperar el estadio para las familias”, como les gusta decir a los políticos. Heredó un proyecto, el Plan Estadio Seguro, ideado por la administración anterior y cuyos fundamentos originales parecen alejados ideológicamente del actual gobierno; buena parte de la labor de Roa ha consistido en adecuar el plan al ideario político que hoy tiene el poder. Ha sido una tarea dura, no siempre respaldada por sus correligionarios. Aunque no lo dirá nunca, Roa añora su antigua designación como Director del Servicio Nacional del Consumidor (Sernac), un lugar desde donde se pueden hacer políticas con resultados casi inmediatos, mucho más cerca de las luces y del cariño popular que su actual trabajo. Además, Roa no ha sido nunca fanático del fútbol, por lo que es bien probable que el mundo del fútbol sea el último en el que pensó terminar. Pero ahí está, y se hace cargo. “¿Qué es Estadio Seguro?” me dice apenas aparece en la sala. Responde él mismo antes que se me ocurra algo inteligente que decir. Será su primer sermón de muchos que repetirá con férrea disciplina. 1. Por tu pasado en el Sernac me llamó la atención que te nombraran jefe de Estadio Seguro. Fue comprobar que al fútbol lo manejan las empresas y los hinchas ahora somos consumidores. Otra mirada es decir que los hinchas tienen “al menos” los mismos derechos que tienen los consumidores, cuestión que reconoce la ley. El desafío que tienen los organizadores es no solo asegurar los derechos del consumidor a los espectadores, sino además otorgarles el derecho a gozar del fútbol que ellos se merecen. 2. Mucho se critica el hecho de que el foco está
puesto hoy en poner barreras para ir al estadio ¿no es contradictorio querer que te percibamos como protector de los derechos de la gente? Que el plan transite a ser percibido como protector de los derechos de la gente sería un tránsito adecuado. Queremos pasar desde prevenir el delito, a ser promotor de la convivencia en los estadios. El giro es que nos perciban como defensor de derechos. Al final del día, queremos un fútbol inclusivo, una fiesta segura para todos. 3. Tener un registro de hinchas ¿no es acaso presumir que todos los que vamos a ver fútbol somos delincuentes? Ahora nos tienen fichados. Yo no comparto esa visión. El registro busca proteger a la gente y para eso hay que excluir a las personas que por su propio comportamiento se han apartado de la comunidad. Hoy para comprar una entrada por internet hay que entregar un conjunto de datos; el registro del hincha no será muy distinto. Nuestro interés es colaborar con el registro, pero nos interesa que otorgue facilidades y no dificultades. 4. Ustedes saben quiénes son los problemáticos. Los han filmado y fotografiado cometiendo un sinnúmero de delitos. Parece inverosímil que necesiten que nos empadronemos todos. En una sociedad democrática, la exclusión de personas está dada por el marco de las prohibiciones judiciales y el ejercicio del derecho de admisión por parte de cada club. Es evidente que a todas las personas que cuenten con este tipo de información les vamos a agradecer que la compartan.
“Fíjese que la mayoría de las personas, cuando van al estadio, comparte su sensación de miedo, pero cuando le preguntan si ellos o alguna persona cercana ha sufrido algún incidente, la mayoría de la gente dice que no.” 5. ¿A usted le gusta el fútbol? ¿Cuándo fue la última vez que asisitó al estadio como hincha? Sí, me gusta, pero creo que es incompatible el fanatismo con dirigir un plan como este, tan incompatible como no tener amor por lo que se hace. Yo soy hincha de Ñublense por razones familiares, mi abuelo fue director técnico y arquero de Ñublense: Juan Ramirez. Así es que tengo el corazón rojo y puesto en la izquierda. 6. ¿Va tranquilo al estadio? A Cristián Barra (anterior
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7. ¿Tiene seguridad policial? No he visto gente descontenta. 8. ¿No le gritan en la calle? Yo no vivo en ese clima de inseguridad que usted describe. No es el mundo que me toca vivir en los estadios. Usted, cuando va al estadio, ¿va con miedo? 9. Algunas veces, sí. ¿Y ha sufrido o ha sido testigo de violencia en un estadio? 10. Sí. Fíjese que la mayoría de las personas, cuando va al estadio, comparte su sensación de miedo, pero cuando le preguntan si ellos o alguna persona cercana ha sufrido algún incidente, la mayoría de la gente responde que no. La realidad en los estadios dista mucho de la percepción, y de eso somos todos responsables. La minoría no puede arrebatarle a una mayoría el fútbol que se merece.
“QUE VUELVA EL FOLCLORE, PERO CON CONDICIONES”
11. Volvamos al bombo. El folclore. ¿Está de acuerdo con que vuelva el folclore? ¡Por supuesto! Pero
en condiciones reguladas, de seguridad, bienestar y convivencia. Así volvió el cañón de Naval, la Bandita de Magallanes. 12. ¿Fue un error impedir que entrara la Bandita, el affaire de los paraguas en San Felipe? Yo creo que es un error dejar entregado este tipo de decisiones al criterio de una sola persona. Es un acierto establecer un espacio de regulación en donde las personas que cumplan con los requisitos tengan derecho a participar de la fiesta del fútbol, con todos los elementos. La ley de violencia en los estadios puso énfasis en los elementos prohibidos.
“Vamos a tener elementos permitidos para los hinchas y para los organizadores, en condiciones reguladas. Así entró la bandera gigante y el lienzo de la Marea Roja durante Copa América. Tenemos espacio para recuperar el folclore del fútbol.” 13. El Plan se percibe como represivo, como el responsable de que muriera la “fiesta”. Lo que hay detrás del Plan es una política de Estado, y corresponde hacerse cargo de su continuidad, con sus luces y
FOTO: CLAUDIO POZO
Jefe del Plan durante el gobierno de Sebastián Piñera) lo tenían amenazado de muerte. Yo voy al estadio a trabajar. Cumplir la ley no debiera ser una amenaza para nadie.
sombras. Hicimos una evaluación completa, fuimos al Congreso, tenemos una nueva ley; creemos que vamos a ser capaces de cambiar estas percepciones. Pero no hay que “poner la carreta delante de los bueyes”: lo primero es el trabajo y la realidad, luego vendrán las percepciones. La impaciencia es un mal compañero en estas tareas. 14. Una política de Estado que tiene un modelo represivo. Ese fue el modelo que tuvo, nada más. Estoy siendo descriptivo. 15. Pero póngale un calificativo. Las autoridades no tenemos corazón. A nosotros nos correspondió tomar las cosas en el estado en que estaban. Vamos a tener nuestro propio Plan, en donde tendremos elementos permitidos para los hinchas y para los organizadores, en condiciones reguladas. Así entró la bandera gigante y el lienzo de la Marea Roja durante Copa América. Tenemos espacio para recuperar el folclore del fútbol. 16. Dijiste que en Copa América se veía un cambio cultural, pero a juzgar por los últimos hechos de violencia parece que quedó trunco el vaticinio. Dije que era el inicio de un cambio cultural. Me parece que, teniendo menos del 10% de partidos con violencia, hay espacio para consolidar ese cambio cultural. Todos, unánimemente, salieron rechazando este tipo de hechos, eso es parte del cambio. 17. Algunos dicen que en la Copa América no pasó nada porque era “otro tipo” de gente, personas que pueden pagar entradas más caras. Las simplificaciones, generalizaciones y caricaturas no ayudan a construir el fútbol que queremos. Esa es una caricatura. El 90% de los partidos en Chile no tiene ningún incidente. Hay un activo en materia de convivencia que tenemos que alentar y acrecentar. Cuando ha habido incidentes, éstos no involucran ni a todo el estadio, ni a toda la galería, ni a toda la barra. Por ejemplo, con Universidad Católica hubo hechos de violencia que se concentraron en el sector con las entradas más caras del estadio. En el 90% de los partidos en que no hay incidentes las galerías cuestan $2.000. Generalizar no ayuda a resolver el problema. 18. Las nuevas medidas de la ANFP (que respaldaste públicamente) parece que buscan que suba el número de abonados. Negocio redondo: más exigencias, menos público, menos costos, más abonados, mayor margen de ganancia. La experiencia internacional demuestra que el óptimo porcentaje de ingresos derivados de borderó debe ser de, al menos, un tercio
de los ingresos totales de un club. Chile tiene un gran camino para llegar a ese estándar, y asumo que el fútbol desea transitar ese camino. Nuestro interés es que la regulación sea proporcional a los desafíos propios de cada partido. A menor exigencia, menores obligaciones y más facilidades para ingresar al estadio. Queremos diferenciar exigencias y sanciones por club y tipo de partidos. 19. Entonces ley pareja en este caso sí es dura. Ley proporcional es ley pareja. 20. ¿Cuáles son los clubes más cumplidores? Tendrá su ranking. ¡Ja! (ríe). El ranking lo vamos a tener cuando tengamos el registro de multas, cuando empiece a probarse. Todos los equipos van a seguir en el fútbol profesional y van a seguir organizando partidos, y nuestro objetivo es que todos ellos sean excelentes organizadores. Algunos han tropezado y aprendido de sus errores. Por ejemplo, Ñublense: en su primer partido del año pasado tuvo serias dificultades en sus accesos, pero para el segundo partido ya había corregido esos errores. 21. Pero hay clubes que no tienen plata para implementar las exigencias que hoy se están demandando. Yo creo que el fútbol profesional está en condiciones de
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FOTO: CLAUDIO POZO
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enfrentar los esfuerzos proporcionales que se le piden, de acuerdo al carácter de sus respectivos partidos. 22. Pero no todos. Tienen que avanzar. No me cabe duda de que tendrán la capacidad de enfrentar el desafío en la medida que trabajemos todos juntos. Esto va a exigir, evidentemente, un camino de profesionalización por parte de los clubes en cuanto organizadores. 23. Y, probablemente, disminuirán los aforos como forma de abaratar los costos de los clubes. No necesariamente. Es probable que los clubes tengan todos los incentivos para aumentar los aforos y así poder enfrentar las exigencias. Los equipos pequeños, cuando reciben a clubes masivos, aumentan sus aforos y ven esto como una gran oportunidad. 24. Algunos han pedido su renuncia por los recientes hechos de violencia que parecen ir en aumento ¿Ha pensado en renunciar? Hoy estuve en la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados y lo que escuché es que hay disposición para trabajar en equipo. Me quedo con las palabras del senador Espina, que dijo que si este desafío no se enfrenta en conjunto, no va a tener los resultados que el fútbol se merece. Yo estoy trabajando porque creo
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que todos pueden realizar una contribución. 25. ¿Hacia dónde debiera transitar el Plan Estadio Seguro? ¿A ser un Sernac del fútbol? Debiera tender a desaparecer, porque eso sería la mayor consecuencia de su éxito. Significaría que los actores de la comunidad del fútbol viven en un ambiente de convivencia y pueden enfrentar el desafío que tienen por delante. *** Roa se retira mientras tomamos el ascensor. El resto de su día serán reuniones con Carabineros, clubes y autoridades. Cada uno presionará para adecuar las decisiones según su conveniencia, y pondrá a prueba la fortaleza de quien hoy es responsable de terminar con la violencia en los estadios de Chile. Los clubes buscarán que las medidas que se adopten no signifiquen aumentar sus costos, y la Policía tratará de evitar seguir siendo la que deba poner la cara y exponerse para asegurar la seguridad en un lucrativo negocio de terceros. La pregunta, entonces, es si Roa tendrá la autoridad y astucia para encausar todos esos intereses y someterlos al interés de la única parte que nadie escuchará, pero que todos dicen representar: la de los anónimos hinchas que pagamos una entrada los domingos para sentarnos en incómodos tablones y volver a sentirnos niños por un rato.
Schmeichel “EN LA EUROCOPA DEL 92 ATAJÓ HASTA EL AIRE. DE LOS MEJORES DE LA HISTORIA”.
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Por Francesco Scagliola (@FrancescoScagl6)
Esta que van a leer no es una crónica deportiva “VINE A BRUSELAS para morir. Deformado contra este cemento de mala calidad que se desmorona como arcilla añeja. Con una mano empujada contra el esternón en el intento de conceder a lo que queda de mis pulmones medio centímetro de dignidad. Lejos del abrazo contento de mis viejos al verme, tan solo ayer, partir rumbo a esta apasionante aventura… Ay mamá, cuanto desearía poder decirte que duermas feliz, porque mañana volveré a desayunar contigo… Vine a Bruselas para morir. A miles de kilómetros de mi pasado y a miles más de mi futuro. Y a solo unos metros de este césped tan verde como aquellos que, cerca de mi casa, en la mañana lloran lágrimas de rocío. De aquellos donde tira-
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ría patadas a una pelota, de haberla, para desahogar en un interminable estruendo liberatorio cada músculo de este cuerpo mío. Un esqueleto de carne y huesos quebrantado por una pila de libros que nunca he leído. Vine a Bruselas para morir. Inerme, indefenso, desprevenido. Sin uniforme y sin fusil. Arrinconado como una presa que se resbala en su propia sangre frente a centenares de lobos hambrientos. A morir en menos de diez centímetros cuadrados, con una bufanda desgarrada y una entrada en el bolsillo, debajo de un incendiario arrebol primaveral, en el día más feliz de mi vida”. El más feliz. O al menos, para muchísimos hinchas juventinos, uno entre los más felices. Porque el 29 de mayo de 1985, en el vetusto estadio Heysel de Bruselas, es en el programa el último y más importante acto de aquella tempo-
HEYSEL BRUSELAS / 29 DE MAYO DE 1985
rada futbolística. Juventus V/S Liverpool. Gran final de la Copa de Clubes Campeones de Europa 1984/85 (actual Champions League). Están en el mejor lugar del mundo exactamente en el mejor momento posible. ¿Y cómo quitarles la razón? Por lógica entonces esto debería ser el relato glorioso de cómo la Vecchia Signora conquistó, por fin, su primera y tan añorada “orejona” contra los campeones vigentes. Deberían ser, antes que todo, las miles de narraciones de aquella triunfal noche europea cantadas, una y otra vez hasta el agotamiento, por cada tifoso durante las perezosas juntas domingueras con los amigos para ver la Serie A. Por lógica, tal vez, el destino debería haber guardado exactamente este guión para la Juventus y su pueblo. Proposición hipotética de la irrealidad; porque aunque el equipo de Turín terminó conquistando aquella primera y tan añorada “orejona”, esta es una historia que acepta sólo pura y torpe improvisación. Una historia que empieza con un estadio ruinoso y un precario alambrado separando dos mundos antitéticos. Por un lado, en el Sector “Z”, o sea el último
trozo izquierdo, mirando desde la cancha, toman posición miles de hinchas juventinos. Uno supondría que allí están todos, pero no; la mayoría de los seguidores de la Vecchia Signora, incluyendo las franjas “ultras”, se encuentra al otro lado del recinto deportivo, en la grada opuesta, que adornan con un pintoresco despliegue de banderas. Muchos belgas “neutrales”, a los cuales la organización local junto con el UEFA había destinado la “Curva Z”, han revendido sus entradas a diferentes agencias de viajes itálicas. Resultado: aquellos boletos han llegado rápidamente a las manos jubilosas de miles de italianos ajenos al mundo de las hinchadas organizadas. Los más simples y sinceros aficionados de esta pelota que rueda sobre el pasto. Los que comen palomitas con Coca-Cola antes de una final. Individuos procedentes de toda clase social. Obreros, conductores, estudiantes, amas de casa, médicos, ingenieros. Cada uno sosteniendo cuidadosamente el sueño de ver en persona a su propio equipo coronarse finalmente campeón de los campeones. “Coupe Clubs Champions Européens. Stade du Heysel. 20.15
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Bloc Z. 330 fr.” recita el papel arrugado que ofrecen a los encargados en la única portezuela por la que se accede al estadio. Pero nadie revisa aquel anhelo hecho papiro. Es más: nadie registra a nadie dentro de la muchedumbre. Hay que entrar, rápidamente. Adentro, toma forma una grada emocionada que, en muchos aspectos, fotografía la sociedad italiana de los años ochenta. Una Italia donde, terminado el sanguinario enfrentamiento con el terrorismo, parece haberse consumado ya el furor de las hostilidades ideológicas: la colectividad se inclina hacia la colaboración para una mejora global de las condiciones económicas. Ni la abolición del mecanismo de indexar automáticamente los sueldos según IPC genera luchas sociales. Es el sacrificio que hay que pagar a cambio de la modernización. Y aunque el individualismo tome pie, la impresión es que nadie
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se quedará fuera. Los bancos otorgan hipotecas con facilidad, el consumo triunfa, y el Estado no duda en aumentar la deuda pública con el pacto de no crear desempleo en el sector público. Se evita, en fin, el brutal clasismo que, en cambio, desborda peligrosamente en los mismos años en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Pues al costado del sector Z, al otro lado del alambrado, en las gradas denominadas X e Y, están los hijos marginados de la “Lady de Hierro”. Han llegado por mar, desembarcando en Ostende y bajando hasta Bruselas como una horda barbárica. Escarmentados por los desórdenes de la final anterior, en Roma, donde habían “dado batalla”. Como consecuencia de las grotescas inspecciones, han entrado de todo: latas de cerveza, piedras, palos en cantidad industrial. Además casi no hay policías y el territorio “enemigo” por conquistar está indefenso, apenas
HEYSEL BRUSELAS / 29 DE MAYO DE 1985
a unos centímetros. Es una manada de lobos famélicos producto del “thatcheriano” capitalismo “tecno-nihilista” que ha triturado el equilibrio entre individuo y colectividad. Sin embargo, el deseo de comunidad, lejos de desaparecer, ha tomado el arcaico camino de la contraposición nosotros vs ellos. Surge así una “hipertrofia de identidad”, que se alimenta del conflicto: y justamente aquí se insertan estos grupos de agregación del tipo hooligans que se jactan de eslogan como “We hate humans”. El ideal de la pandilla otorga, sobre todo a los jóvenes de las periferias urbanas (Liverpool, por de pronto), un remedio contra las frustraciones. “Gran Bretaña necesita más millonarios y menos fracasados” afirma la Tatcher. Pero nadie quiere marcharse. Y a la orilla del Mersey siguen cantando “We shall not be moved just like a team that’s gonna win the European Cup”. Y ahí está: el reloj marca las 19.08 cuando, en el Heysel, aquel frágil alambrado todavía divide dos mundos tan remotos. Pese a la aparente calma, ya sopla una inexorable sensación de catástrofe: demasiados Reds cerca de la separación metálica, demasiadas astas sin banderas, demasiado olor a cerveza caliente empapando el aire, demasiada baba enfurecida chorreando por aquellos colmillos rechinados. De hecho, deflagran un par de piedras. Vuelan algunos insultos pesados hacia el sector “Z”. Y, luego, hacen falta tan solo unas pocas patadas británicas para hacer pedazos aquel simulacro de división. Los policías ni aparecen. Ocurre entonces lo que siempre ocurre cuando gente armada ataca gente indefensa: los débiles huyen alienados por el pánico, como si estuviesen sentenciados a priori. Y así será. Porque allí en la “Curva Z” no hay salida, solo condena. 6000 personas, en un puñado de minutos, aplastan y pisan a centenares, ahí donde antes cabían 500. Los hooligans Reds, mientras tanto, van y vienen como un aterrador maremoto de sangre blandiendo botellas rotas, cuchillos y palos. Encarnizan con quienes les da la gana hasta que, a las 19.15, las incursiones se detienen. Los sobrevivientes, al fin, pueden invadir la cancha desahogando la presión en los lamentos de quien no encuentra al padre, al hijo, al hermano, al amigo. Tirados sobre los escalones,
en cambio, quedan los cadáveres grisáceos, hinchados, quebrados por la asfixia. Solo más tarde, mientras afuera del estadio se practican rudimentarias traqueotomías y adentro el sector “Z” permanece vacío y tapizado de zapatos, andrajos, bufandas, polvo, vidrio y coágulos, saldrán los jugadores para “mitigar” los ánimos. El altavoz deletreará los nombres de los muchos desaparecidos hasta que los capitanes, Scirea y Neal, leerán un mensaje conjunto: “Jugamos para ustedes”. Con dos horas de retraso, el partido se disputa. Por “motivos de seguridad”, será la justificación de la UEFA; “Ganará” la Juventus gracias a uno de los penales más inexistentes de la historia del futbol transformado por Michel Platini, que lo celebra. Federico Buffa, probablemente el mejor periodista deportivo italiano en actividad, ha definido muy sutilmente el siglo XX como el siglo “del fútbol”. De serlo, lo ocurrido en el Heysel se configura como un holocausto. Por esto, aunque desde el año 1994 se haya re-bautizado como “Rey Baldovino” y sea hoy en día un estadio remodelado, Heysel define una matanza, no un lugar. Una matanza reflejada en la crudeza estremecedora de los números. 80 los centímetros de ancho de la única puerta para acceder y salir del sector “Z”. 1 el muro que se derrumbó por la presión humana. 25.000 los ingleses que llenaban los sectores X-Y. 17.200 los puestos disponibles. 5 los gendarmes que vigilaban a la hinchada inglesa. 400 los heridos y 0 los equipamientos de reanimación. 39, en fin, las personas (32 italianos, 4 belgas, 2 franceses, 1 irlandés) que viajaron a Bruselas para morir. 39 los cadáveres (36 varones, 2 mujeres, 1 niño) que quedaron tendidos al borde de aquella cancha. 39 los certificados sellados del hospital militar de Bruselas que definen los fallecimientos como “accidentales”. 39 los cuerpos que regresaron a sus casas lívidos, machacados, irreconocibles dentro de un ataúd. Y 34 las madres que aquella noche descolgaron el teléfono: “Señora… -silencio- habla con la Embajada de Italia en Bruselas…”. “Vine a Bruselas para morir. Con una bufanda desgarrada y una entrada en el bolsillo debajo de un incendiario arrebol primaveral. Vine a morir en el día más feliz de mi vida”.
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Por Cristopher Antúnez S. (@AntunezSilva)
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RACING CLUB / CRISTOPER ANTÚNEZ
E
L EQUIPO DE AVELLANEDA es uno de los grandes de Argentina, y se caracteriza por ser dueño de una historia que combina la gloria con la maldición.
“De pendejo te sigo, junto a Racing siempre a todos lados, nos bancamos una quiebra, el descenso y fuimos alquilados…” Esta canción es una de las más populares de la hinchada de Racing Club. Fue elevada a himno y se canta permanentemente en el Estadio Juan Domingo Perón, conocido como “El Cilindro”. Lo de la quiebra es algo conocido, el club blanquiceleste sufrió durante varios años una crisis institucional y financiera que lo llevó a la cesación completa de pagos, obligando al presidente de la época Daniel Lalín, a declarar la quiebra. Recibió un redoblante en pleno rostro luego de una improvisada conferencia de prensa en la sede de calle Mitre, donde dio a conocer la noticia que golpeó como nunca al hincha académico. Aunque muchos apostaron a su desaparición, el club terminó siendo gerenciado por una sociedad anónima, al más puro estilo chilensis, con la diferencia que los mismos socios pudieron recuperar el club y en 2008 Racing volvió a ser una Asociación Civil. Pero sigamos con la canción. En 1983, Racing descendió, siendo uno de los primeros clubes grandes argentinos en perder la categoría. Como Racing es Racing, el equipo de Gardel y Perón no volvió de inmediato a primera división, sino que tuvo que esperar dos años para hacerlo. Por último, ¿Por qué alquilados? *** La Academia logró el ansiado ascenso a la primera categoría del fútbol argentino, luego de ganar el octogonal de 1985 venciendo a Atlanta, el equipo del barrio porteño de Villa Crespo. Según las normas del torneo, Racing jugaría su primer partido en la serie grande recién en julio de 1986, después de concluida la participación de Argentina en el Mundial de México. Es decir, el equipo quedaría inactivo durante todo el primer semestre del 86, con todo lo que significa para una institución dejar de recibir recaudaciones, y el dinero por la televisación y auspiciadores.
Para suplir la falta de competencia y sumar algunos pesos a sus alicaídas arcas, Racing hizo una gira a Mendoza, donde enfrentó a una serie de equipos locales. Después de un partido frente a Huracán Las Heras, comenzó a fraguarse una operación que no sólo revolucionaría a la región mendocina, sino que a todo el fútbol trasandino. El equipo Argentino de Mendoza necesitaba disputar el torneo regional para ascender a la categoría B y, como su plantel era muy reducido, a los directivos Juan Antonio Lanutti, Oscar Di Rocco, Carlos Aznar y Vicente Ayanián, se les ocurrió convencer al presidente de la Academia, Héctor Rinaldi, para arrendarle todo su plantel y que éste los representara en el torneo reducido que daría la plaza para jugar en el Nacional B. Después de una semana de negociaciones, el acuerdo se firmó el 4 de abril de 1986. Racing arrendaría sin opción de compra a 18 futbolistas, además del técnico Rogelio Antonio Domínguez y todo su staff. El cuadro de Mendoza pagó 150.000 dólares más un compromiso de premio de 25.000 australes extras si el equipo ascendía al Nacional B. Un día después de la firma del contrato, Racing Club –que ahora pasaba a llamarse Argentino de Mendoza– viajó a la ciudad del vino. Ahí los jugadores firmaron sus contratos y el DT Domínguez sumó a su cuerpo técnico como ayudante al hasta ese momento entrenador de Argentino, Haroldo Cortenova. Al plantel de Racing alquilado, se le sumaron unos pocos jugadores de Argentino de Mendoza, uno de ellos un conocido nuestro: Nicolás Villamil. Una anécdota dentro de este tema, ya de por sí curioso: El equipo albiceleste compró a principios de ese año 86 al ex internacional argentino Néstor Fabbri, quien debutó oficialmente en Argentino de Mendoza, sin haber jugado un minuto antes por Racing. “Financieramente, el club andaba muy mal en esos tiempos. La única manera de acomodar las cosas y pagarnos los sueldos en término durante los seis meses que íbamos a quedar colgados era esta opción de “alquilar” el plantel y representar a Argentino en el Regional, en busca de un lugar en la novedosa B Nacional”, recuerda la Tota Fabbri. Por su parte, Héctor Rinaldi, el Presidente de Racing
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en esa época, no se arrepiente de haber firmado el arriendo porque “era la única manera de que no se originaran gastos y de mantener unido al plantel. Ahí nació anímicamente el campeón de la Supercopa, unos muchachos acostumbrados al sacrificio. Ante una situación similar, volvería a hacer lo mismo”.
bamos en el Hotel Huentala y no podíamos salir ni a caminar porque nos tiraban hasta naranjas. En los partidos, los naranjazos también eran una constante, los rivales nos cagaban a patadas y el grito más escuchado era el de porteños hijos de puta”, comentó el portero.
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La Directiva de Argentino de Mendoza decidió utilizar el estadio mundialista Malvinas Argentinas para jugar todos sus encuentros de local, esperando una alta concurrencia, considerando los jugadores que tendría. Sin embargo, el equipo despertó antipatía, y en cada cancha regional donde tuvo que jugar, los jugadores de Racing se quejaron de agresiones y sufrieron gran hostilidad del público mendocino.
“Argen-Racing”, como le decían los medios de la época, hizo su debut el domingo 6 de abril con una derrota ante Atlético San Martín por 2-1. La primera formación fue con Wirtz; Fernández, Costas, Fabbri y González; Attadía, Ortiz y Colombatti; Acuña, Olivera y Walter Fernández.
“Hubo mucha violencia. En el primer partido a (Horacio) Attadia le rompieron los ligamentos cruzados. Nosotros pasábamos por un pasillito para entrar a la cancha y nos tiraban cigarrillos encendidos, nos quemaban, nos escupían, nos puteaban, por toda esa rivalidad que hay en el interior con los porteños. Hubo varios lesionados porque nos tenían bronca. Argentino de Mendoza no tenía jugadores como para jugar el torneo”, rememora Fabbri. Gustavo Costas, actual técnico del equipo colombiano Independiente Santa Fe, se preparaba para lanzar un tiro de esquina. Alzaba la vista, viendo la ubicación de los centrales que habían subido a ganar un cabezazo. Recordaba las jugadas que habían preparado en la semana, confiando en poner la pelota en la frente de un compañero. Bajó la mirada y dio dos pasos en su carrera para golpear el balón. Ahí fue cuando sintió en la espalda una punzada enorme, violenta, inesperada. Se detuvo, el dolor sólo aumentaba. Dio un grito, pero pasó desapercibido porque el estadio repleto gritaba mucho más que él. Pero le seguía doliendo. Al mirar su camiseta, se dio cuenta que tenía un hoyo: había sido quemado con un cigarrillo. Le bastó mirar hacia atrás para concluir que el autor de la quemadura había sido un policía. Fue tanto el clima adverso y la fiereza mostrada por los equipos rivales, que varios jugadores se fueron restando por temor a lesiones y/o agresiones. El arquero de ese Argen-Racing fue uno que defendió los tres palos de Palestino: Miguel Ángel Wirtz. “Los partidos eran una guerra. Concentrá-
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El equipo jugó 10 partidos, con 6 victorias, 1 empate y 3 derrotas. Marcó 25 goles y le convirtieron 9. Como en esa época ganar un partido sólo daba derecho a sumar dos puntos, Argentino terminó con 13, detrás de Gimnasia y Esgrima (14), Huracán Las Heras (14), Deportivo Maipú (15) e Independiente Rivadavia (15). Argentino de Mendoza ni siquiera pudo acceder al cuadrangular final que definía al equipo que subiría a Primera B. En definitiva, fue Deportivo Maipú el que ganó el cuadrangular y pudo ascender. Los goleadores del equipo fueron: Enrique Olivera con 6 goles, Miguel Colombatti y Edgardo Geoffroy (ex Everton) con 5, Walter Fernández (ex Universidad de Chile) con 4, Jorge Acuña con 3, Nestor Fabbri y Washington González con 1. *** La inversión hecha por el modesto equipo mendocino sólo sirvió para entrar en los registros del fútbol con una de las más extrañas y curiosas historias. Deportivamente, fue un fracaso. El equipo físicamente estaba acabado, puesto que la dinámica era entrenar en Buenos Aires de lunes a viernes, viajar los sábados y volver el domingo en el último vuelo. Más encima, Racing Club jugó un cuadrangular en el Estadio Monumental donde enfrentó a Bayer Leverkusen y Montevideo Wanderers, lo que motivó que los directivos de Argentino solicitaran suspender los encuentros del equipo mientras su plantel arrendado jugara para el club dueño de sus pases. Por tanto, la cantidad de partidos que
jugó ese equipo en un lapso de dos meses, más los viajes y constantes lesiones por la violencia desatada hicieron que este cuadro se desmoronara en los partidos finales. Según el periodista mendocino Gustavo De Marinis, no todo fue tan malo: “La campaña fue buena, con varias goleadas inclusive. Pero cuando enfrentaban a rivales complicados, que pegaban mucho, se asustaban. El más insultado y castigado físicamente era Walter Fernández, quien un día contra Huracán Las Heras hizo un golazo –se gambeteó a medio equipo rival– y cansado de todo, dejó la cancha sin que hubiera previsto un reemplazo para él”. *** Después de ganar el último torneo de primera división argentino y de avanzar hasta cuartos de final en Copa Libertadores, parece lejano para Racing ese pasado tortuoso lleno de calamidades deportivas y desórdenes administrativos que los llevaron a la quiebra en 1999. “Esa canción resume la etapa más fea, más dura de Racing, la época del descenso, la quiebra y la resistencia, y todo lo que fue el post gerenciamiento. Ahora esa canción, después de lo que ocurrió el año pasado, como que pasó de moda, el hincha de Racing está cambiando de mentalidad, este equipo del 2014 lo ha ido logrando
y ahí fue cuando nace un nuevo slogan “Racing Positivo” que es como enterrar todo el tiempo del aguante, estuvimos en las malas, alquilamos el equipo y pasamos lo peor que le puede pasar a un club, pero ya fue”, nos cuenta Juan Castro, periodista, creador del afamado blog “En una Baldosa” e hincha fanático de la Academia. Con la canción que iniciamos esta crónica enumeramos las desgracias de Racing. ¿De todas ellas, la única que podría dar vergüenza es la del arriendo del equipo? “Es algo de lo que obviamente el hincha de Racing no puede estar orgulloso, pero tampoco es lo más duro que nos ha pasado. Es una mancha más que se toma como parte de una época muy dura. Hoy por hoy es muy difícil imaginar esa situación, que un equipo alquile a otro todo un plantel, pero si vamos al contexto, Racing tenía que pasar seis meses sin jugar un partido, estaban las opciones de hacer giras y se tomó esta decisión, y como te digo, no es algo que me enorgullezca, pero es una más, en fin; podría ser una vergüenza, pero deportiva”. ¿Existe otro caso parecido en el fútbol argentino? “La verdad es que un caso similar lo desconozco, quizás en equipos regionales, pero de equipos de primera división, no creo. Sí hay un caso de un equipo como Olimpo, que ganó el ascenso a fines del 2001 y recién pudo jugar el segundo semestre de 2002, pero no alquiló su equipo. Por eso esta historia es tan llamativa”.
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Por Pablo Aro (@arogeraldes)
*En esta edici贸n especial, De Cabeza presenta un 11 de guerreros que nos dejaron. Muchos de ellos en la cancha.
Ilustraciones de Gonzalo Losada
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JOSÉ GONZÁLES GANOZA
1. 33 años. Campeón de América ‘75 y tricampeón peruano. Falleció junto a todo el plantel de Alianza el 8 de diciembre de 1987.
Antonio Puerta
4. 22 años. La muerte se cruzó en su
Eduard Dubinski
2. 34 años. Figura en la zaga del CSKA Moscú. Falleció de un sarcoma en su pierna luego de una patada que recibió en el Estadio Carlos Dittborn.
Abdón Porte
5. 25 años. La banca fue demasiado
Andrés Escobar
3. 27 años. Un autogol en USA ’94 fue
razón suficiente para que el revolver de un “hincha” terminara descargado en su cabeza.
Eliseo Mouriño
6. 34 años. Ídolo de Banfield y dos
camino a los 28’ del primer tiempo de un Sevilla versus Getafe en 2007.
castigo para el ídolo del Bolso. En el círculo central de la cancha del Parque Central se pegó un tiro en el corazón.
veces campeón de América, murió junto al plantel de Green Cross en el desastre aéreo del Douglas DC-3 en 1961.
Marc-Vivien Foé
Valentino Mazzola
David Arellano
7. 28 años. Jugando Copa Confedera-
ciones de 2003 frente a Colombia se desplomó en el centro del campo y nunca más despertó, todo en directo para la TV.
8. 30 años. Capitán del legendario Torino de mediados de los años ’40, su avión se estrelló contra el muro trasero de la Basílica de Superga.
Roberto Batata
Matthias Sindelar
10. 26 años. Luego de convertir para Cruzeiro en la visita a Alianza Lima el ’76 tomó su Chevette y encontró la muerte rumbo a Tres Corações.
9. 24 años. Murió en 1927 en España de un rodillazo certero en el vientre que le provocaría la muerte a causa de una peritonitis traumática.
11. 35 años. Se negó dos veces a jugar
por la Alemania Nazi. No habría una tercera. Un día la policía nazi lo encontró muerto junto a su esposa.
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Bonvallet en La Red FOTO: T13.CL
Por Patricio Hidalgo.
EN MEMORIA DE / EDUARDO BONVALLET
U
NA FAMILIARIDAD que preferirías no tener. Una sensación que ya conoces. Un despacho desde Costa Rica que se demora en decir un nombre propio que se suspende en el aire: Raimundo Tupper. Aunque en el ranking más reciente de tasa de suicidios por país ocupamos un apacible lugar 49, el único problema filosófico verdaderamente serio se atraviesa en la biografía de muchos de nuestros mejores y peores hombres. Clanes como los De Rokha o los Allende por de pronto, por no nombrar nuestros suicidas más admirados, Violeta Parra y José Manuel Balmaceda entre ellos. Del otro lado, el Tila y Antares de la Luz son ejemplos lapidarios. En medio de esos dos extremos, probablemente en el único término medio que podemos adjudicarle, aparece Eduardo Guillermo Bonvallet. Sin mentir en nada, solo omitiendo una parte de la historia, se pueden configurar dos biografías completamente antagónicas, y ninguna sería falsa. En una mostraríamos un seleccionado chileno que triunfó en el extranjero, defendió a nuestra selección en un mundial y fue un fenómeno sin precedentes (ni herederos) en los medios de comunicación, pionero en la crítica contra las vacas sagradas en el momento más opaco de nuestra transición, un motivador capaz de hipnotizar a cualquier audiencia sin ninguna clase de guión. En la otra señalaríamos a un esforzado volante de contención, sin demasiadas luces, que se retiró a los 28 años y luego utilizó el micrófono para incitar la xenofobia, la violencia, el racismo, el patrioterismo militarizado y la homofobia. En un lado, un personaje de un sentido del humor insuperable, con vocación de espectáculo, y que –en esto existe una rara unanimidad– ha dejado una huella profunda en al menos un par de generaciones. En el otro, un agresor de grueso calibre, que injurió a cientos de personas inmisericordemente, mezclando escenas íntimas, supuestos delitos, rasgos físicos, apodos vergonzantes y líos de falda. Aquí, el hombre que nos invitó, por primera vez, a buscar el arco contrario, a desear con el alma ser campeones, a luchar como un monje, un guerrero y un faquir. Allá, un populista. Fueron tantos años de prédica diaria frente al micrófono, de participación protagónica en programas de televisión de todo ámbito, de discursos motivacionales frente a cientos de empresas, que la tarea de recopilar su pensamiento se hace inabarcable. Siem-
pre alguno de quienes fuimos sus oyentes recordará una historia distinta. Hago un rápido recuento entre mis cercanos. Mi madre señala, sin dudar, el período de transmisión radial desde la cama del hospital, en 2012. Entre una quimioterapia y otra, postrado y destruido, el Gurú le anunciaba a la patria que “el tigre” (así llamaba al linfoma de 5 por 3 cm que tenía en el estómago) no lo iba a vencer, que quería seguir viviendo a pesar de los desmayos de dolor, a pesar de este “tigre maldito que te devora, te rasguña, goza matándote”. Mi hermana recuerda una campaña espontánea en apoyo a Sonia Viveros, en la que juntó un montón de plata en menos de una hora, antes de las transferencias bancarias. Fueron decenas de taxistas, estudiantes y auditores en general quienes concurrieron a la radio en ese mismo momento a dejar su aporte. Un amigo asegura que, frente a una de las recurrentes acusaciones de xenofobia, su defensa fue “Cómo voy a ser antisemita, si besé en los labios a Vivi Kreutzberger”. Mi amigo es un progresista bienpensante, y recuerda también que cada vez que el Gurú veía un equipo de fútbol africano en un mundial acotaba que no estaban habituados a usar zapatos y dormir en camas, así que pronto iban a ser eliminados. Después me insiste en que era un anticomunista rabioso, pero luego recuerda sus insultos al árbitro Lucien Bouchardeau y se ríe con ganas. Otro amigo afirma que en una época llamaba gente al programa para contar sus problemas, y Eduardo Guillermo les regalaba un discurso motivacional que podía terminar en frases como “debes alcanzar la metanoia”. Una compañera de trabajo en estos momentos compila todas las canciones que se escuchaban en sus programas. “Ahora va a estar en El Estadio, con Kurt Cobain y el Gato Alquinta”, apunta. “Dale que dale Chacarera”, retruco, una de las más extrañas composiciones que lo acompañaban, y que volvió a la fama no hace mucho, cuando se declaró enamorado de la periodista Constanza Santa María. En materia de gustos musicales, el Gurú mostraba toda la originalidad de la que era capaz. En 60 minutos convivían Bryan Adams, G.I.T, Pink Floyd, Reo Speedwagon, Stevie B, N Synk, R.E.M, Axel, Julio Iglesias, Mike and the Mechanics, Vicentico y Albert Hammond, y entre prédica y prédica las canciones ensamblaban con toda naturalidad. Nadie como su más entrañable escudero, Cristián Jhon Peñailillo, puede atestiguar las dos caras de Bonvallet. No hay otro periodista que haya recibido
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EDICIÓN N°4 DE CABEZA 2015
más insultos, garabatos, chistes maliciosos y agresiones verbales, en su más variado espectro, en la historia de la radiofonía nacional. Y, al mismo tiempo, nadie como él ha recibido tanta lealtad y apoyo de una jefatura. Juntos formaron una entrañable dupla de humor, que en los últimos meses lucía su mejor versión. Como dos payasos de circo viejo, uno recibía impávido los cachetazos del otro, ante la risa incrédula del respetable, día a día, semana a semana, año a año. “No te podís llamar Jhon”, “me carga trabajar con rotos”, “ya llegaste de nuevo con la pipa”, “pídeme perdón de rodillas, al tiro”, “déjate de jugar con el celular”, “avíspate, ahuevonado”, “enano traidor”, “¿Te acuerdas cuando pillaste a tu mujer en tu cama con el vecino? Era bien peluda, ¿te acuerdas?”, “no te he dado permiso para opinar” y así, de lunes a viernes, casi siempre en las mañanas, en varias de las frecuencias del dial AM primero y FM después. Es el mismo enano maldito, cuyo origen popular en el barrio Franklin era motivo cotidiano de burla de su jefe, vinculando pobreza con delito sin mayores miramientos, quien recibe en esta tarde de sábado las mayores muestras de afecto de los Bonvadictos, variopinto grupo de admiradores que lo siguieron como hinchas en sus empeños de entrenador y en el mismo día del suicidio, prendiendo velas a la salida del hotel Los Nogales, en pleno feriado irrenunciable. Como en el funeral de El Gran Pez, Peñailillo sube a esta hora en su cuenta de Twitter los saludos de los grandes que sí, era cierto, fueron amigos del gran Eduardo Guillermo. Ray Hudson, Claudio Bravo, Mauricio Pinilla y Jorge Valdivia, entre otros. “Soy tu escudero, siempre estaré a tu lado”, le dijo al final del último programa de radio que hicieron juntos. Antes de los realities, de Facebook y de las webcam, Bonvallet decidió desnudar su vida como nadie lo había hecho. De una manera cada vez más notoria, barrió la frontera entre autor y obra. “Chilenos, me separé”, fue la primera frase de uno de sus programas, y no era un arranque improbable. Como auditor esporádico, sé bastante más de cada uno de sus hijos que de cualquiera de los de mis primos. Borracheras, diálogos íntimos, insomnio, historial médico. Todo podía ser materia de prédica, sin pudores. En el ejercicio de develar su intimidad arrastraba lo que encontraba a su paso. Fue a través de su programa que me enteré de las virtudes amatorias de Ricardo Abumohor, por
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oposición a –digámoslo derechamente, como era él– la pequeñez del miembro de Carlos Caszely. También supe de la infidelidad de Felipe Bianchi – “con María Gracia Subercaseaux hubiera sido infiel 100 veces, te comprendo”, le dijo–, los problemas para encontrar polola de Marco Sotomayor, la mitomanía del Pato Yáñez, los hurtos de Nelson Acosta, las escenas de violencia de Sampaoli en un mall, las desventuras laborales de Carlos Cruzat y el insoportable arribismo de un dirigente de la UC al que llamaba “Lucho Pipe” y según su concepto no era de trigos limpios. No es grato enfrentarse a su última entrevista, que a esta hora da vueltas por las redes. Es el testimonio de un suicida a pocos días de tomar su decisión, en vivo y en directo y por televisión abierta. Como casi siempre, dice que es el mejor, que es un genio, que lo admiran en diferentes países y lenguas, pero a renglón seguido se ríe sin fe. Habla nuevamente de sus divorcios, de sus hijos, de su pena. Aparece su hermana en el estudio. Su madre, octogenaria, lo despide en cámara. Hay cebolla, todo está hecho para que el Gurú se desborde, pero Eduardo está en otro lugar. Eduardo está en la tristeza. Modula con dificultad. Por momentos, recordando su infancia, trayendo al presente a su padre minero y sus historias, explicando su época oscura tras dejar el fútbol, aparece su mejor cara, pero es un espejismo. El Gurú sospecha que es una despedida, y deja rastros para la posteridad. “No creo que tenga una vida larga”, dice con sus 60 años a cuestas. Luego habla de cartas que le gustaría dejarles a sus hijos en notarías, después el animador y los comerciales. Un hombre que decide, sin que nadie se lo pida, luchar contra todos los poderosos, sin ningún arma. Un hombre que sueña con ser campeón del mundo, que se le va la vida en ello. Un hombre que trabaja como un animal de arado por tener dinero, para perderlo y recuperarlo multiplicado y nuevamente quedar hasta el cuello de deudas. Un hombre que deja la piel y la billetera para vencer un cáncer, porque sentía que no era su momento. Un hombre que decide que su momento es en plenas fiestas patrias, un par de años después, en la mentada soledad de un cuarto de hotel. Un cortejo seguido por miles un domingo en que el torneo chileno significó su silencio en luto riguroso. Un hombre que amaba Chile, y amaba el fútbol.
stoichkov HRISTO, POR ALGO LLEVA EL NOMBRE DE DIOS.
Reseña:
Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)
B
ESALA COMO SABÉS se da como una contraposición de puntos de vista complementarios. El libro se divide en dos: por una parte, están las crónicas del futbolista uruguayo Agustín Lucas, que narra su ascenso a la primera división de su país con el club Sud América, y también, entrelazadas, nos encontramos con las crónicas de Patricio Hidalgo sobre las gloriosas campañas de Unión Española que terminarían con el campeonato del 2013. Uno tiene la vivencia del futbolista en terreno, del central que mira todo desde atrás con la visión panorámica de lo que va ocurriendo en la cancha. Es fútbol puro. En cambio, las crónicas de Hidalgo son las de un hincha reflexivo y pensante, además de fanático, que con su prosa extraordinaria nos relata el partido mismo, lo que pasa en las tribunas, y también sale del estadio para hablar sobre el fútbol en general, Chile, los chilenos y su propia vida. Pero no se trata de dos narraciones pegoteadas contra su naturaleza. Hay numerosos diálogos entre ambos que hacen de hilo conductor, de vaso comunicante, lo que le da cierta coherencia al libro. En un principio, parece un simple intercambio de correos electrónicos, pero al final, la consciencia de que se está escribiendo un libro a cuatro manos es absoluta.
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*** Las crónicas de Agustín Lucas vienen a ser algo único en la literatura: el relato vivencial de un futbolista de carne y hueso, activo, y con una prosa de muy buena calidad. Relatos de jugadores de ficción hay varios, pero de futbolistas reales y bien escritos, casi ninguno. Un gran manejo del lenguaje, de la visualidad, del ritmo, todo mezclado con sugerentes descripciones líricas. Al leer las crónicas de Lucas, es como si nos metiéramos dentro de la cancha, con los tapones de fierro embarrados, en el fragor de partidos entre equipos centenarios que se juegan la vida ante centenares de fanáticos. La B uruguaya en todo su esplendor: hinchadas de equipos contrarios que se juntan a conversar desde 1914; o una pelea a puñetazos entre jugadores rivales, yéndose a los camarines, quienes al final resultan ser compadres; personajes entrañables como el viejo “quiero goles”; o una cancha que literalmente se encuentra cuesta arriba. Todas escenas, personajes, inmensamente literarios. Abundan los pasajes memorables, como este, donde hay una notable descripción de una jugada de peligro: “El palo rival también supo decir que no. Manteca Monroy conectó lamiendo el área chica un centro rasante, pero el cabezazo acalambró el vertical derecho
RESEÑA / BESALA COMO SABÉS
y los casi 150 hinchas que se secaban las ganas de goles chorreando por la frente, desmigajaron una “U” estirada a manera de lamento”. O este otro, donde nos habla sobre la frase de Onetti que luce en su jineta de capitán: “Miro a mis costados. Estoy vestido de gala. Con los zapatos brillando entre la tierra y el pasto herido, la camiseta por dentro y el sudor haciendo de gomina. Llevo en mi brazo izquierdo el brazalete de capitán del cuadro. Capitán de Sud América. De una historia, de un color, y de un horizonte. Otra vez Onetti, ese, ese tipo, de puñaladas lánguidas que cuando tocan fondo giran a un costado para herir más, para calar hondo y decir, poetizar, lo que el poeta siente, lo que siente el tipo, el otro, el que lee. Y esa frase onettiana que llevo en la cinta amarilla “Y la vida es uno mismo, y uno mismo son los otros”. A medida que nos adentramos en sus crónicas, también nos vamos sintiendo parte, nos vamos haciendo hinchas del Sud América. Le agarramos cariño a sus jugadores, como el goleador Monroy, o ese émbolo de la mitad de cancha que es Paleso, o al típico argentino pichanguero, inconsistente, tan genial como irregular, uno de tantos Mago Valdivia que hay en cada país, que se llama Ángel Luna (¿puede haber un nombre más etéreo que ese?); o Pablo Silva, el goleador cantante de reggae, a quien vemos sacudiendo su peinado afro mientras celebra los goles.
un océano de aburrimiento en medio”. También es interesante la autoficción que practica Hidalgo a lo largo de sus crónicas. Juega consigo mismo, es indiscreto, cuenta más de lo prudente. Por ejemplo, se refiere a la supuesta mufa de su novia Catalina en los partidos de la Unión, y también nos habla de sus relaciones con antiguas amantes. Por último, este libro resulta ser un interesante ejercicio de creación literaria. Muchas de estas crónicas terminaron siendo parte del libro Soy de la Unión, del mismo autor. Asistimos a una especie de sala de ensayos de lo que terminará siendo la mencionada obra.
Existe una distancia enorme entre el registro periodístico tradicional y la prosa con la que Hidalgo nos relata los partidos de la Unión Española en esa tremenda campaña que terminó con el título del 2013. Indudablemente, hablamos de literatura.
Así nos encontramos con esta maravillosa escena, justo después de haber perdido la final con Huachipato, el 2012: “Perdimos por penales. Desde el hotel donde ayer me creía escritor, desacompasadamente, los bocinazos me refriegan la derrota. Nunca olvidaré el penal que Eduardo Lobos le atajó a Miguel Aceval. Nunca olvidaré la felicidad de los otros, siempre los otros. Las cábalas no sirvieron. La previa con hinchas acereros, los ojos azules de Catalina, nada. Escribo un nuevo final para esta historia sólo para comprobar, por enésima vez y para siempre, que ni en la vida ni en el fútbol hay principios y finales. Mirando por la ventana del sexto piso de esta pieza, el vidrio me devuelve una imagen poco amable: el pelo enmarañado, la cama desecha, ron sin hielo ni bebida, cigarros corrientes, horarios cambiados, melancolía difusa. Rituales de la ansiedad. Relleno el vaso de ron y pienso en el sentido de esto, de las horas frente al computador para terminar este libro. El dinero del pasaje en avión, la reserva, todo lo demás. Cuando todo se acaba, un niño llora aferrado a su bandera. Ha descubierto un llanto nuevo, que no se asemeja a ningún otro que conozca.
Incluso podemos encontrarnos con Juan Villoro en una de ellas, hablando del propio Hidalgo como un orangután en celo cuando celebra el gol que les dio el paso a los play offs en ese recordado partido contra Cobreloa, el 2012. O con frases simples que definen al fútbol: “Las alegrías que da el equipo son como las de la vida: un destello por allí, un relámpago por acá,
Es más callado, no admite solución de parte de sus padres. Es algo que pasa fuera de él, es el mundo el que se configura de otro modo. Llora sin esperar interrupciones, con largos intervalos de silencio, silencios de preguntas nuevas que no parecen novedosas. Él es quien le seguirá dando vida al equipo, cuando yo ya no esté”.
*** Patricio Hidalgo está al nivel de los grandes cronistas de nuestro país. En cada una de sus narraciones hay perlas maravillosas. Cada crónica es una pieza literaria en sí misma.
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preud’homme PREMIO LEV YASHIN EN 1994, PORTERO DE UNA DE LAS SELECCIONES BELGAS MÁS RECORDADAS.
PEQUEÑA, ESTA REVISTA LA DISEÑAMOS JUNTOS. GRACIAS POR TU COMPAÑÍA. SIEMPRE EN MI CORAZÓN. El 4to NÚMERO CIERRA MI HOMENAJE. Un beso al cielo.
EDICIÓN DEDICADA A:
JOSEFA PARRAGUEZ ANTONIO 05/08/2014 - 03/12/2014
EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO www.decabeza.cl