Revista De Cabeza Edición 11

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ILUSTRACIÓN: MACARENA MIÑO LOBOS

BORIC ENTREVISTA

EN ESTA EDICIÓN HABLAREMOS DE FÚTBOL E INMIGRANTES. CRÓNICAS ESCRITAS POR EL EQUIPO DE CABEZA E ILUSTRES COLABORADORES COMO: CRISTIÁN ARCOS, CRISTOPHER ANTÚNEZ, MATÍAS CLARO, PAULO FLORES, JAVIER RÍOS Y MARCO QUEZADA.


ZIDANE

El argelino comandรณ el equipo de inmigrantes que devolviรณ la gloria a Francia.


EDICIÓN N°11

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LOS HERMANOS BOATENG

Jèrôme y Kevin-Prince, el alemán y el ganés, el chico bueno y el malo.



EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

BOSE

Haitiano y mapuche, África y América prehispánica.

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EDITORIAL N°11

U

N SUEÑO, no hay migrante que no se mueva por la ilusión de una mejor vida o, al menos, de una menos mala. La tiene el jugador que es contratado en Europa por una cifra récord, y también los que montan una barca sin saber si volverán a pisar tierra firme. Ambos buscan lo mismo, pero el margen de error de uno y otro es diametralmente distinto. El fútbol, por su parte, es la más perfecta fábrica de sueños: no hay ninguna actividad en la que se puedan contar tantas historias en las que un joven pobre prueba suerte en una tierra extraña y pone a sus pies al mundo entero. De mendigos a millonarios, por obra y gracia de sus talentosas piernas y de los dólares que abundan en las ligas del primer mundo. Sin embargo, no son esas pocas historias de éxito las que nos mueven a publicar este undécimo número. Esos cuentos de hadas ya los conocemos todos, basta con encender la televisión o abrir los diarios. No, este número es un homenaje a los que aún lo intentan y a los que, derechamente, ya no llegaron. A los que, pese a haber dejado todo, no tenían el talento o la suerte suficiente.

sociedad en que vivimos. Y, como todo en nuestro país, el fútbol también ha cambiado significativamente en los últimos años, casi sin darnos cuenta. La inmigración masiva de vecinos desde mediados de los dos mil en adelante ha sacado a relucir la infinita ignorancia de quienes, más allá de la retórica, no toleran nuevos acentos, costumbres, olores y colores en nuestras ciudades. Sin embargo, también ha florecido nuestra capacidad no sólo de aceptar, sino de acoger (en la profundidad de ese verbo) a quienes han llegado desde tierras lejanas en busca de un mejor destino. Hoy tenemos un descendiente de haitiano en nuestra selección nacional. Mañana será un hijo de padres colombianos, peruanos o dominicanos. Si así ocurre, no sólo será el resultado de una economía capaz de atraer a ciudadanos extranjeros, sino -especialmente- será el fruto de nuestra capacidad de hacer sentir a ese niño que el lugar en que nació, aunque no sea el de sus padres, es su país.

Asimismo, este número es una nueva constatación de una de las premisas que nos llevaron a hacer esta revista: el fútbol es un reflejo de la

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SUMARIO EDITORIAL / p07

INMIGRANTES

ENTREVISTA: GABRIEL BORIC / P16

POR PATRICIO HIDALGO Y NICOLÁS VIDAL

CAÍN Y ABEL EN LA CANCHA / p32

POR JUAN VILLORO

CRÓNICA / ESTRELLA ROJA CAMPEÓN 1991 / p38

POR MARCO QUEZADA

KEVIN CORRE / P46

POR CRISTOBAL CORREA

SIN MIRAR ATRÁS / P54

POR PAULO FLORES SALINAS

UN CULÉ ERRANTE / P64

POR MATÍAS CLARO

EL ÚLTIMO BRASILEÑO DE LA “U”/ P68

POR CRISTOPHER ANTÚNEZ

¡DEJÁME JUGAR! / P74

POR JAVIER RÍOS

LOS HERMANOS ROBLEDO / P78

POR FRANCISCO MOUAT

CUENTO: JULIO, EL SILENCIO SE GUARDA EN LA CARPETA AZUL / P84

POR SERGIO MONTES

SER EXTRANJERO / P90

POR CRISTIAN ARCOS

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clarence seedorf

Talento colonial al servicio del imperio.


EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

SEVERINO VASCONCELOS

De la playa a Colo Colo y, de ahí, a los libros de historia de Chile.

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STAFF EQUIPO DIRECTOR

CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL

NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES

PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DANIEL CAMPUSANO (@dampusano2015) DIRECTOR DE ARTE

NICOLÁS PARRAGUEZ

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN CRISTIÁN ARCOS CRISTOPHER ANTÚNEZ MATÍAS CLARO PAULO FLORES JAVIER RÍOS MARCO QUEZADA

JUAN VILLORO FRANCISCO MOUAT SERGIO MONTES CRISTÓBAL CORREA PATRICIO HIDALGO NICOLÁS VIDAL

WEB MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA

ILUSTRACIONES PORTADA

MACARENA MIÑO LOBOS

https://www.facebook.com/ mignostudio/

CUENTO

FRANCISCO ROJAS HUMOR

GUILLO

FOTOGRAFÍA CATALINA GORAB

https://www.facebook. com/catagfotografia/

CRISTOBAL CORREA

DISEÑO


EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

FRANCIA 98

Los hijos de los inmigrantes devinieron en los padres de la Patria.

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pronto

en la retina del hincha

PROYECTOS

DE

CABEZA

2017


EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

EDGAR DAVIS

¿Qué sería del fútbol holandés sin Surinám?.

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CRÉDITO FOTO: CATALINA GORAB


ENTREVISTA A GABRIEL BORIC

“Está mal dudar en el fútbol. Pero en política, es necesario” TEXTO Patricio Hidalgo / TRANSCRIPCIÓN Y EDICIÓN Nicolás Vidal / PREGUNTAS Patricio Hidalgo y Nicolás Vidal / FOTOGRAFÍAS Catalina Gorab.

¿

QUÉ TE HARÍA más feliz, Gabriel, que Beatriz Sánchez salga Presidenta de la República o que la UC gane la Copa Libertadores? Por primera vez, el diputado no responde de inmediato, no busca complicidad con la mirada, no demuestra énfasis con las manos. Desaparece el ceño fruncido, no se escucha su voz entonando las palabras como proclama, busca apoyo en su compañera, como le gusta llamarla. Pasaron por la mesa pizzas, puchos y estamos en la incierta hora del bajativo. El cuadro lo completan, el escritor Nicolás Vidal, y una perra salchicha con severos problemas nerviosos. Es una noche de mayo, llevamos casi tres horas conversando y no se escuchará respuesta por parte del diputado. El mismo que ha sabido levantar la voz como un oficio, que remeció el panorama político chileno desde Punta Arenas, que gana detractores y aliados por llamar las cosas por su nombre, en este caso elije achinar los ojos y reírse como un niño malo. Volveremos sobre la pregunta, porque a esas alturas de la noche todo se hace circular, en el fondo. ¿Faltarías a una sesión importante en el Congreso si la Católica se juega el título a esa misma hora? “Me dijeron que no andaban buscando la cuña fácil”, nos responde recuperando el tono, nos hace reír y logra zafar, aunque solo por un rato.

“HAROLD, BIELSA, LA MAFIA NO NOS QUITARÁ EL SUEÑO”

1. Tenemos entendido que una de tus primeras experiencias políticas en la calle no fue en la presidencia de la FECH, luchando por la gratuidad, sino cuando se fue Marcelo Bielsa. Fue mi primera experiencia política relacionada con fútbol en serio. Todos los futboleros de Chile estábamos enojados, con una rabia de no saber qué hacer. Además, uno ve en perspectiva cómo tenía razón Bielsa. Yo me quedaba dormido escuchando en winamp su última conferencia, esa de dos horas. Hicimos un cartel que decía: “Harold, Bielsa, la mafia no nos quitará el sueño”, y lo llevamos a una convocatoria en la Plaza Italia, que fue totalmente espontánea. No había autorización ni mucha gente. A alguien se le ocurrió ir a la Universidad Sek, que queda muy cerca. Ya estaba el bichito de las universidades privadas que lucran y más encima Jorge Segovia era el enemigo número uno de Chile. Comenzamos a marchar por Bellavista y al llegar le empezamos a tirar piedras, lo que era muy injusto con los estudiantes de la universidad que no tenían la culpa y estaban ahí por la promesa: “Paga y no te preocupes, te fue mal en la PSU pero puedes venir a estudiar acá de todas formas, nosotros estamos haciendo un negocio con eso de que la educación es para todos”. Al final no pasó nada. Nos dispersamos y después seguramente terminamos en Pio Nono.

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EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

Para el partido con Uruguay, la despedida de Bielsa, estaba la idea de hacer un carapálida masivo en el estadio Monumental al minuto 40, pero justo Chile metió un gol en el minuto 39 y se nos olvidó. Ninguna protesta nos salía bien en esa época.

table. Los que siendo de un club se cambian a otro son lo peor que han existido en la vida. El que le otorga una racionalidad a la pasión por el fútbol y por lo tanto toma la decisión de alentar a otro club… bueno, tengo entendido que es tu caso, Pato.

2. ¿Jugabas a la pelota? Jugaba y juego. En la U teníamos un equipo que se llamaba Los Justicialistas, en honor a Kirchner, que acababa de morir. En Punta Arenas jugábamos en una cancha fiscal que en invierno era una poza enorme, la pelota flotaba. Terminábamos empapados enteros, todos embarrados. Hay un video en Youtube de un partido de Punta Arenas donde el viento era tan fuerte que un jugador tiraba un córner y la pelota le volvía a él mismo.

5. Diría más bien que esa intransigencia de la que haces gala, es parte de tu estructura mental de extrema izquierda que tanta urticaria le da a los moderados de nuestro país. Cambiar en decisiones tan importantes como esa… No, no es algo que pueda pasar, por más irracional que sea la elección. Por ejemplo, además de La Roja, a nivel de selecciones a mí me gusta Inglaterra. No te puedo decir porqué. En el FIFA y en el PES siempre jugaba con Inglaterra, el 2002 o 2003. Era el equipo de Gerard, Owen, Scholes, Heskey y Sol Campbell.

Yo siempre voy a galería, pero una vez mi hermano andaba enfermo y fuimos a Tribuna, un partido en el Santa Laura. Un colorín de la UC le dijo al guardalíneas “no te digo hijo de puta porque erís huacho”. Una cosa del siglo XIX, terrible. Sentí vergüenza. 3. ¿Cómo un tipo progresista de Punta Arenas termina siendo fanático de la Universidad Católica? Allá no hay equipo profesional. Una vez la Católica hizo una gira a Punta Arenas, debe haber sido en los años 50. Antes era típico, pero ahora ya no pasa. Mi familia era católica y tradicional, tipo Acción Católica, y quedaron encantados. Toda mi familia es de la UC. Mi padre, mi abuelo y mi tío abuelo, que fue socio fundador. Durante mucho tiempo no tuve la contradicción del fútbol regional, porque no era capaz de imaginarme un club de Punta Arenas. Cuando salí diputado dije en Facebook que mi primera medida iba a ser crear el Club de Fútbol Estrecho de Magallanes, hueveando, y tuve un millón de likes y muchas críticas del tipo “qué poco serio, cómo tan populista, no te elegimos para eso”. Meses después tuve una conversación con Harold Mayne-Nicholls en Punta Arenas sobre la posibilidad de tener un club. El asunto no es tanto la distancia, sino el no tener un estadio techado. 4. Si el equipo resulta, ¿te harías hincha de él? El sólo imaginarme la contradicción me parece inacep-

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6. Podemos entender tu simpatía por una selección a nivel de juegos de PC. Pero pretender lograr la igualdad en Chile apoyando al equipo de la clase alta pechoña sí que es contradictorio. He tratado de buscar argumentos para defender que la UC no es un equipo clase alta, que en realidad somos de Independencia y todo ese cuento, pero es insostenible. No es que los cuicos se tomaron el club, siempre ha sido cuico. Lo que sí, al principio los jugadores de la UC eran ad honorem, muy vinculados con la Universidad y cuando se inaugura San Carlos de Apoquindo, el 88… esos cuicos que van al estadio a Tribuna a ver a la Católica son lo peor. Son como animales que los sueltan el fin de semana. Se descargan de todas sus frustraciones, usan todos los garabatos que no dicen en su vida. Yo siempre voy a galería, pero una vez mi hermano andaba enfermo y fuimos a Tribuna, un partido en el Santa Laura. Un colorín de la UC le dijo al guardalíneas “no te digo hijo de puta porque erís huacho”. Una cosa del siglo XIX, terrible. Sentí vergüenza. 7. ¿Qué se siente compartir pasión con gente así? Cuando uno va a la galería Mario Lepe, a la barra, no pasa nada de eso. Cuando era chico me hacía ruido que mis primos mayores estudiaran en la Chile. Sentía que era una traición profunda. Después entendí la contradicción, lo fascista que es la Católica, sobre todo en Derecho. 8. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos de la UC? El primero es el 2 a 0 en la vuelta, contra Sao Paulo. Tenía siete años. Debe ser la única vez que en una final de la Libertadores no se ha llenado el estadio,



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habíamos perdido 5 a 1 en la ida. Ibamos dos a cero arriba y Lucho Pérez se perdió un gol cantado al final del primer tiempo. Los brasileños tenían un equipazo, con Zetti, Cafú, Palinha, Raí y Muller. En la banca estaba Telé Santana. El segundo es a fines de ese mismo año, en el patio de mis nonos. Yo puteando, preguntando quién es Gorosito, quién es Acosta, gritando “Lunari, nunca te vamos a cambiar”. Admiraba a Cardozo y a Almada. En esa misma época recuerdo haber ido al estadio por primera vez, cuando descendimos a Iquique. Le ganamos por 5 a 1 con dos o tres goles de Rozental, que venía de ser tercero con la Sub 17 (N. de la R.: El partido se jugó el 2 de enero de 1994 y Rozental metió un gol. Tudor marcó tres, por lo que se entiente la confusión cromática del niño Boric). Seguí todo el torneo de la Sub 17, uno se levantaba a las tres de la mañana para ver esos partidos, porque me tenían prohibido tener tele en la pieza. 9. Poco tiempo después, el año 95, murió Raimundo Tupper. Yo tenía un poster del Mumo en mi pieza. Siempre le tuve miedo, más que a la muerte, a los muertos, y mi viejo tuvo que sacarlo, yo no me atreví. Lo llevaron a la pieza de mis nonos. Me peleaba fuertemente, no sé si a combos, cuando hacían el chiste de la galleta Tritón, o cuando cantaban “Tupper Tupper Tupper Tupper te creíste Superman, te tiraste del noveno y te hiciste recagar”. Lloré para el funeral, que fue en el estadio. Me da gusto que la barra todavía lo recuerde, porque en su mayoría no lo vieron jugar. El canto al Mumo querido ocurre en todos los campeonatos. 10. ¿Eras católico en esa época? Sí, pero como por osmosis, no reflexionadamente.

“LA IZQUIERDA UNIVERSITARIA ES UNA BURBUJA”

11. A propósito de la Católica, te mueves en un mundo político de izquierda en que hay que dar explicaciones por cosas como esa. ¿Te lo han sacado en cara? La izquierda universitaria es muy sobreideologizada. Por sobre la realidad, digamos. Me di cuenta una vez que fui a un cambio de mando de la FEUC, el 2009 debe haber sido, en donde eligen un Consejero Superior. La que salió era gremialista. La escuché y dije voy en quinto y en cinco años nunca he escuchado algo así. Un discurso gremialista ideológico. Y la realidad política chilena tiene mucho de eso. Nosotros, mientras

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“Yo me quedaba dormido escuchando en winamp su última conferencia, esa de dos horas. Hicimos un cartel que decía: Harold, Bielsa, la mafia no nos quitará el sueño”. tanto, estábamos discutiendo si la Asamblea de la Burguesía es legítima o no, y cuando uno sale para fuera ve que esas discusiones no tienen ningún asidero. La izquierda universitaria es una burbuja. Imagínate que en un momento del 2011 había grupos trotkistas que decían que lo que teníamos que hacer era ir a pelear a Siria. El fútbol es mi espacio de irracionalidad y lo voy a defender. Veo los colores y me emociono. 12. ¿A propósito de eso, no te han hueviado dentro de la izquierda por pije? Es que yo no soy pije. Hay una cuestión que los santiaguinos no entienden: las diferencias sociales en regiones, salvo los latifundistas, que son seres particulares, son distintas a las de Santiago. Mi viejo es un empleado público que trabajó en la ENAP desde el 71 hasta el 2013 y él siempre fue sólo dueño de su trabajo. Y mi abuelo, el papá de mi papá, llegó hasta segundo básico y fue obrero toda su vida. Y mi mamá no fue a la Universidad. De todas formas, yo igual tuve una situación privilegiada, estudié en un colegio privado. Pero no hay que estar permanentemente explicando el origen. A mí me interesa que me juzguen por las ideas que defiendo y las inquietudes que tengo. Y en ese sentido no siento ninguna culpa de venir de dónde vengo. 13. Como diputado debe costar más arrancarse para ver fútbol que como dirigente estudiantil. ¿Cómo lo haces? Hemos logrado, hasta ahora, defender que los partidos son importantes, pero cada vez con más dificultad. Por ejemplo, ayer la Católica se jugaba la clasificación a la Libertadores, pero tuvimos que inscribir la candidatura presidencial de la Bea a las 9 de la noche. Yo trataba de explicarlo, pero era una pelea perdida. En el pasado tuve un período de desencantamiento, de ver los partidos en el minuto a minuto y no en la tele o en el estadio, pero ya estoy recuperado de eso.


ENTREVISTA A GABRIEL BORIC

“El fútbol es mi espacio de irracionalidad y lo voy a defender. Veo los colores y me emociono”. 14. ¿Has puteado entrenadores? No me gusta, no soy bueno para eso. No tolero cuando se pierden dos partidos y están pidiendo cambio de entrenador. Pasa en todos los equipos. Yo soy de respetar el proceso. Igual ha habido algunos insostenibles, como Oscar Garré, o Julio César Falcioni. A él lo putié, no me acuerdo qué le dije, pero nunca nada relacionado con su cara (N. de la R.: Años antes de asumir en la banca de la UC, Falcioni sufrió un grave accidente de tránsito, del que su rostro salió bastante averiado. Lo anterior era motivo de burla favorito para algunos insensibles). Un momento muy difícil del hincha cruzado fue con Lepe de técnico, pero nunca lo pifiaron. A los ídolos se les respeta. 15. ¿Cristián Álvarez no te saca de quicio? Lo respeto mucho. 16. Es como el Pepe Rojas de la Católica. ¡Es más que Pepe Rojas! Al menos, un poco más. El Huaso salió campeón el 2002, el Pepe Rojas el 2004. Ambos son de esfuerzo y malitos, pero

ídolos. Ambos fueron seleccionados chilenos. 17. ¿Mirosevic? Me desencanté mucho cuando lo sacaron de esa forma. Me alegré cuando volvió. Le ha metido once goles a la U, nada menos. 18. ¿Cuál es el equipo que más recuerdas de la UC? El del 94, sin lugar a dudas. El Beto Acosta metió 33 goles, le metimos diez a Palestino y le ganamos a la U con nueve, pero salimos segundos y ahí empezó el karma que recién nos acabamos de sacar. Fue mi primer año de fanático de verdad. Era un equipazo, me acuerdo que perdimos con Atacama y nos pillaron. Y después el gol de Marcelo Salas y el penal del Pato Mardones. Todo inolvidable. Me sorprende que en la U recuerden más al Leo Rodríguez que a Raúl Aredes. Era un jugadorazo. 19. Sé que tienes recortes del Diario Ilustrado de los primeros títulos de Católica, siendo que no lo viviste. Mi suegro tiene un parentesco inesperado con uno de mis entrevistadores: se cambió de equipo, una de esas cosas inaceptables en la vida. Soy un afortunado de que lo haya hecho, y me haya regalado el Diario Ilustrado, que decía barbaridades como “la violaron porque andaba con falda y por lo tanto se lo merecía”. Pero ese ejemplar era del título de la Católica con el Charro Moreno, que era alcohólico y que, según dicen, es el mejor jugador que ha pisado el fútbol chileno.

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EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

“UNIÓN ESPAÑOLA ME RESULTA INSOPORTABLE”

20. ¿Como ves al fútbol en relación al machismo? La mayoría de las mujeres no son futboleras. A muchas compañeras feministas no les hace sentido el fútbol, y con razón lo ven como un antro del machismo. Los hombres en cambio están subordinados a la opinión del resto de los machos que dicen que sí. Yo me considero un aspirante a feminista. La gracia del feminismo es que te hace tener una nueva visión sobre ti y la sociedad, sobre cosas que antes eran incuestionadas. Uno empieza a revisar para atrás… Me di cuenta de la cantidad de actitudes machistas que tenía naturalizadas, que implicaban una opresión a la mujer, una disminución de su rol o una exclusión. En el fútbol, cuando me di cuenta que ocupábamos la palabra madre como insulto denuncié ese hecho. Entonces me sacaron un tuit del 2012 donde decía algo así como “Feliz día de las madres”, cuando le ganamos a la U. Y claro, de eso se trata, de cambiar. 21. En el caso de Colo-Colo, también se ocupa una palabra de alto contenido machista… Efectivamente la palabra es mala, pero hay colocolinos, e hinchas

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en general, que son insoportables. Uno podría categorizarlos entre los que defienden mucho a su equipo y no tienen idea quién es su arquero suplente, el que tiene su equipo en el extranjero pero acá ninguno y el que no es capaz de reconocer al jugador del rival que es sobresaliente. Por ejemplo, no puedes hacerle un portonazo a Marcelo Salas. No puedes subestimar a Charles Aránguiz y engrandecer a Arturo Vidal, y viceversa. En política también se da mucho eso. Yo quería profundamente el 2006 que Colo Colo perdiera la final con Pachuca, pero hasta el día de hoy veo ese equipo y digo “esto es lo más cercano al fútbol total que hemos tenido en Chile”. Hago la salvedad de que no he podido ver videos de equipos anteriores a mi nacimiento, como Colo-Colo 73. 22. ¿Cuál es el equipo que más odias? Con Colo Colo y la U existe una gran rivalidad, pero el que me resulta más insoportable es Unión Española. Nos han ganado en momentos importantes (N. de la R.: Unión Española le ha ganado a la UC todos los play off que han jugado entre sí en la historia de este siglo). Los panaderos son tan desagradables… Además, tienen la propaganda de la Universidad Sek, ese presidente Segovia… Al Coto Sierra lo valoré hasta que se fue a Colo-Colo, aunque ese gol que le


ENTREVISTA A GABRIEL BORIC

“El F.A. está en un proceso de densidad de contenido cada vez mayor, y eso va a implicar perder apoyo”. metió a Camerún no lo voy a olvidar nunca. 23. ¿Qué diferencia hay en la forma de ver el fútbol entre el hincha de club y el hincha de la selección? Mucha. Detesto al hincha de la selección que va al estadio y a los veinte minutos empieza a gritar “ole”. Uno debería exigirle al que quiera ir a ver a la selección haber ido al estadio a ver a su equipo unas cinco veces en el último año. Está bien que vayan, bien por la familia, pero un poco de respeto por el fútbol. 24. ¿Qué opinas de las cuotas de extranjeros en los equipos? Me hacen sentido las cuotas porque permiten la formación de la cantera, aunque la gran mayoría de ellos no llegue a jugar profesionalmente. El fútbol no puede ser sólo un negocio. Eso te permite ver una escuela de Cobreloa en Rengo, o una de Unión Española en Peñaflor. Y lo relaciono con una medida que me parece positiva, la de los juveniles en cancha. Han empezado a surgir cabros buenos. Que no sea sólo comprar al viejo crack para que venga de vuelta. 25. ¿Qué pasa en la sociedad chilena si actúaramos igual? Limitar el libre tránsito de los extranjeros para jugar fútbol es una medida que podría defender Donald Trump. No lo había problematizado de esa manera. Pero como el fútbol es cada vez más un negocio, hay una tendencia enferma de comprar. Hay una pulsión por mirar hacia afuera, siempre los uruguayos, paraguayos y argentinos son mejores que nosotros. Si eso fuera libre, se llenaría de argentinos. Ningún problema con ellos, soy antinacionalista, jamás celebraría algo con la bandera, por ejemplo. De hecho, de tanto admirar a Messi he llegado a pensar que podría alegrame si Argentina sale campeón del mundo. Pero me parece bien que se incentive el fútbol en el territorio, en el que sea. Que haya escuela, cantera. La UC acoge en su formación y acompaña por fuera del fútbol. Me leí el libro de Cristián Arcos sobre Gary Medel. Cuenta la historia del acompañamiento que le hicieron. Gary dice en un momento: “si no hubiese sido futbolista hubie-

se sido narcotraficante”. Es un poco la historia de esa generación y de la U del 2011 también. 26. ¿Son las Sociedades Anónimas en el fútbol un obstáculo para la formación de jugadores? Soy anti “el pasado siempre es mejor”, y la onda de los clubes deportivos mafiosos de Peter Dragicevic y compañía. 27. Alfonso Swett y Manuel Díaz de Valdés eran cuicos pero iguales… No sé si a ese nivel de mafia, los cuicos son más elegantes para robar. El fútbol chileno no ha mejorado después de las sociedades anónimas. Bueno, pagan los sueldos, que es algo importante, pero los resultados en las copas internacionales son desastrosos, entonces cuál es el objetivo de la S.A., o cuál es el objetivo del fútbol. Hoy día son las lucas. Más encima cada vez te restringen más el acceso al estadio. Durante mucho tiempo trataron de eliminar la fiesta. Toda la política de Estadio Seguro la encuentro muy mal pensada. Yo fui uno de los pocos que en el Parlamento voté en contra de esta lógica policial de Matías Walker, que incluye la detención por sospecha dentro del estadio, una cuestión en la que no se ha profundizado lo suficiente. Te pueden tomar preso yendo en la micro. 28. ¿Ves una onda más amateur en el Frente Amplio, como lo de Sampaoli en el buen sentido, a diferencia de la excesiva profesionalización de la centroizquierda? ¡No entremos en Sampaoli! Es una pena tener que despreciarlo, fue muy duro lo que hizo. Además, era amigo de Giorgio. 29. Lo otro sería comparar a la UC con el Frente Amplio, eso de jugar para no ganar… No llegaría tan lejos con esa comparación, ustedes me dijeron que no andan buscando cuñas (risas, aprovechamos de llenar los vasos) ¿En qué estábamos? 30. En el amateurismo del Frente Amplio. El F.A. lleva muy poco y creo que se está depurando del amateurismo en el mal sentido: quiero ser amateur permanentemente y por lo tanto siempre quiero perder para quejarme de que pierdo y contra los que ganan. Ese amateurismo está mutando a un cada vez mayor profesionalismo. Ahora de verdad somos incidentes en la política chilena y eso significa ser incidente en la vida de la gente. Pero también hay un amateurismo bonito, como de fútbol de barrio, como lo que era Barrio Bravo en un principio, aunque ya no,

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EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

Hay un equilibrio por el cual es muy difícil transitar. Por un lado, no caer en ese amiguismo sociológico de citar tres autores, hablar con harta esdrújula y decir “tengo razón” y por otro no caer en ese abajismo intelectual que parece afirmar que lo único que hay que hacer es ir a las poblaciones, “estar ahí”, aunque no sepas para qué. Barrio Bravo se puso medio meloso ahora último, se pegó un giro, se creyó el cuento. Al principio uno lo veía y era hermoso, pero se lo comieron los números, se lo comió el ánimo del like. El amateurismo del primer Barrio Bravo es muy deseable. 31. Ojo, no le vaya a pasar lo mismo al Frente Amplio. Es un gran riesgo y lo estamos combatiendo permanentemente. Tenemos un desafío importante, que es no creer que somos mejores que la Concertación y que somos su reemplazo por el solo hecho de ser más jóvenes, sino que tener ideas diferentes de lo que significa la política. Ahora, a lo diferente hay que dotarlo de contenido. Cuál es tu relación con el Estado, cómo ejercer las políticas públicas, qué significa recuperar derechos sociales, qué significa ser antineoliberal hoy en día. El F.A. está en un proceso de densidad de contenido cada vez mayor, y eso va a implicar perder apoyo. En Magallanes, por ejemplo, hubo mucha gente que votó por mí en un comienzo porque era lo nuevo, lo joven, lo impoluto. Y cuando digo “soy de izquierda”, “le correría los cercos a las forestales”, “quiero condonar del CAE”, con todo lo que eso implica… Hay gente que deja de apoyarte, y eso es parte de lo que le tiene que pasar al F.A. también, al tener una definición ideológica más clara. 32. A propósito de eso, hay mucho simplismo en las definiciones ideológicas. Muchos dicen que Boric es marxista. Hay un equilibrio por el cual es muy difícil transitar. Por un lado, no caer en ese amiguismo sociológico de citar tres autores, hablar con harta esdrújula y decir “tengo razón” y por otro no caer en ese abajismo intelectual que parece afirmar que lo único que hay que hacer es ir a las poblaciones,

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“estar ahí”, aunque no sepas para qué. El equilibrio de tener posturas claras, defender ideas que uno cree correctas, pero a la vez ser capaces de dudar, me parece que es uno de los principales desafíos del F.A. Una de las frases que he hecho como mi guía es de Camus, el arquero: “En política, la duda debe seguir a la convicción como una sombra”. Uno tiene convicción por las ideas que cree correctas, pero a la vez tiene que ser capaz de dudar de ellas. Debes creer que todo es verdad, pero al mismo tiempo debes dudar de eso. En el F.A. todavía hay una pulsión generacional, que se ha ido diluyendo en la medida en que se va ampliando socialmente, de creer que la historia nace con nosotros. Eso es un tremendo error. El F.A. tiene que imbricarse en la lucha social histórica de Chile. 33. ¿No hay un poco de soberbia en esa pulsión generacional? Sí, pero más que soberbia, hay ignorancia, diría yo. Y la ignorancia, generalmente se transforma en soberbia. 34. ¿Esa es una convicción que tiene que ver con tu madurez, o la has tenido siempre? La intuición de la duda creo que la he tenido siempre, pero la he ido madurando, sin lugar a dudas. Ahora, eso no pasa en el fútbol. Ahí no dudo, creo que está mal dudar en el fútbol. Pero en política, es necesario. 35. ¿Cómo has llevado esto de empezar a ser famoso? Uno nunca se acostumbra. Hay dos dimensiones, dos al menos siendo hombre. Uno es que la gente deposita en ti ilusiones propias, “tú eres la esperanza”, “no te corrompas”, “en ti confiamos”, que es una carga muy fuerte; los hombros se me han ido cayendo. Lo que trato de decirles es que depende de todos, pero también yo entiendo el rol que jugamos. Es una construcción colectiva, pero conozco mi rol personal en eso. En ese sentido, uno siempre está solo. Es un proyecto colectivo, pero en esa dimensión uno siempre está solo porque tiene que tener la cara de perro incluso frente a su gente más cercana. Y por otro lado está la idea del personaje, como de subir una foto en Instagram y salen puros “te amo”, “te hago un queque”… loco, no me conoces… es extraño. Yo hago un esfuerzo consciente por mantener el ego a raya y me imagino que a veces se me va y ahí mi compañera me ayuda; de hecho lo estuvimos discutiendo el otro día… Uno postea cualquier huevada, por ejemplo una vez hice un ejercicio, puse puntos suspensivos (…) en Facebook, nada más, y había varios comentarios diciendo “qué interesante”, o “me encanta”, y no me huevís po, es absurdo. Tener los pies bien puestos en


CRÉDITO FOTO: CATALINA GORAB

“yo gano nueve millones de pesos, es una locura, tampoco me quedo con esa plata, el 60% lo entrego a mi organización, pero aun así gano mucha plata y no estoy titulado, no he trabajado formalmente en otra cosa porque empecé muy joven en esto”.


CRÉDITO FOTO: CATALINA GORAB

EDICIÓN N°11 DE CABEZA 2017

la tierra es un ejercicio difícil en tiempos de despolitización. Jorge González, por ejemplo, es uno de los que mejor ha luchado contra eso. Por eso es tan admirable, aunque sea contradictorio decirlo. Para mí (esto es una frase muy cliché, pero que tiene sentido) un buen líder es el que no es imprescindible y nosotros con Giorgio, donde somos como partners en eso, tenemos que ser capaces de construir esa prescindibilidad, algo más impersonal. 36. Que, tal vez, en está pasada consiste en no ir a la reelección. Es parte de la reflexión que yo di en su momento. Yo tenía la idea de no ir a la reelección por hartos motivos: creo que estar mucho tiempo en el Congreso achata, el nivel de discusión del Congreso es muy penca. Otro tema: yo gano nueve millones de pesos, es una locura, tampoco me quedo con esa plata, el 60% lo entrego a mi organización, pero aun así gano mucha plata y no estoy titulado, no he trabajado formalmente en otra cosa porque empecé muy joven en esto. Volverse dependiente de ese estilo de vida es muy enfermo. En un momento yo lo hablaba con otro diputado y me decía “tengo cincuenta años, si salgo de esto no sabría en qué trabajar”. 37. Que te diga eso Ramón Farias debe ser muy fuerte. No fue él porque con él no converso, pero era parecido (risas, se llenan otros vasos).

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“Me parece también que los que salieron a llorar la muerte política de Lagos dejaron de entender un poco a la sociedad”. 38. ¿Cómo evalúas el presente del Frente Amplio? Siento que estamos de verdad incidiendo en la política chilena, pero que no nos estamos haciendo las preguntas correctas. Estamos metidos en un círculo, el mundo está cambiando muy rápido y la izquierda sigue hablando en los códigos del siglo XX. Uno de los problemas de la generación del F.A., de la cual soy parte y parte del problema también, es que somos una generación saltada, y por lo tanto nos ha costado entroncarnos con la historia de Chile. La generación anterior, la G 90, eran puros operadores políticos y no hay diálogo con eso, y de ahí para atrás se pierde la conversación con los que hicieron la transición, con el fracaso de la izquierda en los setenta, con el proceso de renovación de fines de los ochentas. Hay una sensación de que se parte de cero, entonces creo que es necesario volver a entroncarse.


ENTREVISTA A GABRIEL BORIC

“RICARDO LAGOS ESTÁ SOBREVALORADO”

39. Para algunos, que tenemos un par de años más que tú no más, Ricardo Lagos sí es un referente a partir del cual entroncarse. Creo que Ricardo Lagos está sobrevalorado, con todo el respeto que uno pueda tenerle. Es una figura histórica de la altura de un Alessandri Palma, por ejemplo. A uno puede no gustarle, pero es importante. Alessandri Palma representa un cambio de época y de régimen. En el caso de Lagos… tengo la impresión de que es una figura que está sobrevalorada en la lucha contra la dictadura. Ricardo Lagos era de los “suizos” en el PS, los neutrales dentro del partido, un tipo que estuvo afuera siempre, que vuelve al final. El dedo de Lagos es muy valiente, sin lugar a dudas, pero la transición nos ha vendido la pomada de que a la dictadura se la derrotó de una forma determinada, y nuestra generación tiene derecho a tener un juicio crítico sobre eso. Es de las figuras más relevantes de la política chilena y representa la subordinación de la izquierda a la ideología neoliberal. En términos de Atria, el neoliberalismo con rostro humano. Insisto: nosotros tenemos derecho a criticar esa opción, respetándola. Me parece también que los que salieron a llorar la muerte política de Lagos dejaron de entender un poco a la sociedad. A diez minutos de Temuco hay comunidades mapuches que no tienen agua porque las forestales se “la comieron” toda. Uno dice “esto no fue casualidad”, hubo una política que permitió que eso sucediera. Cuando vas a Puente Alto y ves que la gente que se demoraba una hora en llegar a su casa y que después del Transantiago pasó a demorarse dos, de nuevo, no es casual. Los que lloraron a Lagos no vivieron eso. Hubo avances, sí, los hubo sin lugar a dudas. Existió mucha desconexión de esa elite política por depender de la tecnocracia, como si la política fuera una síntesis con la técnica… eso se rompió. Mi diferencia con Lagos –es muy barsa decirlo, yo un pendejo de 30 años diciéndole esto a Lagos, que tiene 75 y es parte de la historia de Chile– no es moral, sino política, y quiero defender esa diferencia política. No creo que Lagos se haya vendido, tampoco creo que haya traicionado algo. Lagos es al fin y al cabo la representación de un proyecto político, es el mismo problema del PSOE o del PS griego o el PS francés. Mi viejo es DC, votó por Tomic y siempre me dice

“tu no viviste el miedo de los 90”. Pero yo no puedo aceptar, por ejemplo, las reformas constitucionales del 89, que es algo que se conoce muy poco. Hubo un momento en que la izquierda chilena, después del 86, decidió aceptar las reglas del régimen. Es muy difícil hacer política contrafactual, pero nosotros tenemos derecho a hacer un juicio sobre eso. 40. Por cierto, como también los viejos tienen derecho a hacer un juicio sobre ti. El historiador Alfredo Jocelyn-Holt está entre ellos. Zalaquett lo define como “El Bonvallet de la Academia” y es bastante preciso, aunque igual yo tengo entre mis favoritos esos videos en Youtube de Bonvallet pateando las fichas para el mundial de Francia 98. Yo era ayudante de Sofía Correa, su mujer, y para mí ella era como una madre, porque yo era de provincia. Iba a su casa e incluso Alfredo me propuso que lo ayudara a hacer un documental sobre Isla de Pascua, que tiene una historia tremenda, desde que fue comprada como mercancía, con gente adentro. Muchos años después, en una toma en la Facultad el 2009, ahí empezaron los problemas. Sofía me mandó una carta de seis planas, en la que dice “veo que todas las conversaciones que tuvimos no te quedaron en la sola neurona que tienes”. Después de eso, Jocelyn-Holt me quitó el saludo. Me acuerdo una vez que iba caminando, cruzando las clásicas tres calles desde Baquedano a Pío Nono, iba con Sebastián Aylwin, que era su ayudante, nos encontramos y lo saludo, le digo “hola profesor”, y él mira para el lado. Tres años después, yo era presidente de la FECH y me invitan a un foro en la Católica y él también exponía. Voy a saludarlo y me hace lo mismo, con la misma mirada. Yo le pregunto: “profesor, ¿todavía?”, y él me dice “nunca más te voy a volver a saludar”. Es un gran historiador, pero un muy bajo polemista. Yo disfruté leyendo su Historia General de Chile, esa aproximación a la historia desde el arte, la recomiendo. También el de la Independencia de Chile. Pero me arrepiento de hablar sobre él porque ese tipo de gente se alimenta de eso, de la polémica. Es el tipo de persona sobre la que no vale hablar. Es una parodia. 41. ¿Es cierto que te gusta Arjona? En música soy un cebollero de los noventa y por eso estoy dispuesto a defenderlo no solo a él, sino también a Laura Pausini, a Paolo Meneguzzi, a Eros Ramazzoti,

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a Ambra. Me gusta esa onda de reinvención de los artistas de esa época, como por ejemplo a Laura Pausini cantando con Marc Anthony “Se fue” en versión salsera, es hermoso (se pone a cantarla, esa y otras, parte de la mesa propone otras tantas, llenamos por última vez los vasos, sale “Jesús es verbo no sustantivo”, “Si el Norte fuera el Sur”, “Ayúdame Freud”, “Laura no está” y otras barbaridades, y volvemos a la entrevista, pero ya se ha hecho tarde). Pero me gusta más el Indio Solari. Los conciertos del Indio Solari son misas y tienen esta volada de espectadores como barras de equipos de fútbol con las banderas y bengalas. Yo fui al Cosquin Rock el 2008 siguiendo a Guachupé y fue así, como los Redondos, Callejeros, Las Pelotas, Divididos, Sumo, La Bersuit… Me encanta el rock argentino. 43. ¿No tienes problemas con los artistas de Derecha? Para nada. Debo confesar que me gusta Alberto Plaza. Por ese tipo de cosas discuto bastante con mi compañera. 44. ¿Qué explicación nos puedes dar para ese mohicano que te hiciste en la cabeza? Tiene dos explicaciones: Por un lado, Eduardo Vargas, encontré que se veía minísimo y traté de imitarlo de alguna manera, y por otro Jorge González, que

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en su madurez también tuvo uno. Pero no me resultó como el de ellos, claramente. 45. Jorge González, hincha de la Unión Española, ¿es un referente para ti? Es lo más lúcido que ha parido Chile desde la Violeta Parra. Los Prisioneros son más conocidos, pero Jorge González solista es de una preciosidad, de una simpleza no pretenciosa –porque hay una simpleza pretenciosa, particularmente en los hipsters– increíble. Logra la síntesis perfecta entre nihilismo y convicción. 46. ¿Y? ¿La UC campeón de la Libertadores o Beatriz Presidenta? ¡No tengo ninguna duda! Prefiero… prefiero… no, eso no lo puedo decir. Si la pregunta fuera entre Chile campeón del mundo o la Católica de la Libertadores la respuesta sería clara. Déjame pensar un poquito… No, no tengo respuesta a la pregunta.


HUMOR ILUSTRADO / GUILLO

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BALOTELLI

El hijo de africanos es acogido por Italia. Como siempre debe ser.



Caín y Abel Por Juan Villoro

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EN LA CANCHA


E

N EL BERLÍN dividido, el zoológico se convirtió en el centro de la ciudad. El metro hacía ahí una forzosa última parada: la siguiente escala quedaba en Alemana Oriental. Cada febrero, el Festival de Cine de Berlín se celebraba en el auditorio Zoo Palast. Es común que los cines lleven nombres de palacios, pero no de zoológicos. En el corazón de la guerra fría, la vida se organizaba en torno a animales salvajes. Cuando Kevin Boateng vio la jaula de los chimpancés en el zoológico sintió una curiosa sensación de pertenencia, no sólo porque su padre había nacido en Ghana y los primates lo remitían a la tierra del

origen, sino porque había aprendido a jugar futbol en Wedding, en una pequeña cancha enrejada a la que le decían “la jaula”. Wedding es uno de los barrios berlineses más duros y degradados, un sitio difícil de asociar con la acaudalada Alemania. Durante décadas, los inmigrantes han intercambiado ahí drogas y decepciones. Es difícil salir adelante en ese entorno. Kevin fue el segundo hijo varón de Prince Boateng, ghanés con gran arraigo por su tierra y muy escaso por sus esposas. De 1981 a 1984 viví en Berlín. El sitio más significativo que conocí en Wedding fue la cárcel. La hija de una amiga había sido deteni-

da y me pidió que fuera a verla. En mi recorrido del vestíbulo a la sala donde podía visitarla, siete puertas de metal se abrieron y cerraron. Un agobiante mecanismo de reclusión. Para los vecinos, la inmensa cárcel de concreto es un permanente recordatorio de que ahí pueden acabar sus días. En comparación, la jaula de juegos del joven Kevin era un espacio de libertad, donde la imaginación escapaba mientras la pelota daba contra el techo enrejado. Según rumores, acaso mejorados por la leyenda, George, hermano mayor de Kevin, era el más talentoso de los Boateng. Aquel

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virtuoso se arruinó por un problema social con nombre de grupo de rap: las malas compañías. El apellido Boateng es tan común en Ghana, que en Holanda juega un tocayo absoluto de George Boateng, el primero de su estirpe que dominó un balón en Wedding. La saga de los hermanos berlineses incluye al genio que no pudo ser. Cuando pasó por el Hertha, el primogénito mostró sobre el césped la misma cólera que desplegaba en las calles de su barrio y solía llevarlo a la delegación de policía; era demasiado rudo para un juego con reglas, bebía y faltaba a los entrenamientos. En algún momento, supo que su trayectoria como futbolista se había arruinado. Entonces decidió alejar a su hermano Kevin de los peligros callejeros. A pesar de su reputación como jugador rijoso, el segundo Boateng es una versión suavizada del primero. Kevin creció en un departamento sobre una tienda de alfombras, propiedad de un comerciante turco. También el negocio de al lado, una pequeña joyería donde los niños llegaban a vender los objetos dorados que encontraban o robaban en las calles, confirma que Berlín es la segunda ciudad turca del mundo: en una pared cuelga la camiseta del Fenerbahçe. La madre de los Boateng trabajaba en una fábrica de galletas y pasaba de un compañero a otro. Sería difícil saber si tuvo tiempo de educar a su hijo. Lo cierto es que lo tuvo para vigilarlo: nunca lo dejaba desvelarse ni dormir en casa de amigos. A los siete años, Kevin fue descubierto por un scout del Hertha,

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principal equipo berlinés. Su pasión era tan llamativa como su buen toque: si perdía o no lo alineaban, caía en un llanto inconsolable. En el Hertha, los miembros de las fuerzas básicas aprenden que la indisciplina termina limpiando excusados. Para Kevin, eso fue como la vida en casa. Su padre fundó una segunda familia en el acomodado barrio de Wilmersdorf, que también abandonaría pronto. Ahí nació Je-

rome Boateng, quien recibió mejor educación, supo lo que significa ir de vacaciones y desde muy pronto tuvo zapatos de futbol. Su madre consideraba el deporte como una actividad de proletarios y estuvo a punto de alejarlo de las canchas. Pero el patriarca Boateng, que nunca estuvo muy presente, se opuso porque encontró en el futbol un remedio para vincular a los hijos de sus dos familias. También Jerome entró en las fuerzas inferiores del Hertha. A pesar de sus distintos puntos de partida, los medios hermanos llevaban vidas paralelas.

Kevin lamentaba que su padre se hubiera ido de casa, pero decidió asumir su nombre. El mundo del futbol lo conocería como Kevin-Prince Boateng. Dispuesto a encarar a los rivales con inquietante audacia, jugaba de volante ofensivo. En cambio, el paciente Jerome jugaba de defensa. Kevin-Prince llegaba a cualquier sitio con los ojos enrojecidos de quien desea arreglar cuentas; le gustaba destacar, asumir responsabilidades, cuestionar a quien se interpusiera en su camino. Jerome

era reservado, tímido, obediente. Ser disciplinado en Alemania es tan importante como saber bailar en Colombia. Si es teutona, la vida diaria tiene complejas instrucciones de uso. En alguna ocasión, Kevin-Prince se enteró del examen que hay que resolver para trabajar de taxista en Berlín. No sólo es necesario conocer todas las calles y el sentido en que corren, sino trazar rutas críticas de un punto a otro, tomando en cuenta los impedimentos que puede haber a cualquier hora del día (la salida de los alumnos del colegio, el mercado callejero de


CRÓNICA / JUAN VILLORO

frutas, el festival de los ciclistas, etcétera). Entendió que ser futbolista es menos riguroso que conducir un taxi. No quiso sortear las reglamentadas calles de la ciudad, sino sortear al enemigo sin reglamento alguno. Cuando su primer entrenador profesional le preguntó dónde había aprendido a jugar, se negó a decir “en la jaula” porque eso hubiera fomentado bromas raciales, pero esa era la verdad. Ahí fue donde aprendió a dominar un balón, a anhelar el pasto, a desconfiar de las normas. Por sugerencia de Kevin-Prince, los tres hermanos fueron a hacerse un tatuaje. Querían un símbolo que los uniera. No les costó trabajo ponerse de acuerdo con el diseño: la silueta de África. Habían crecido entre los lagos y los parques de Berlín. Cerca del zoológico, habían visto la Gedächtniskirsche, la Iglesia de la Memoria, que seguía destruida desde la Segunda Guerra Mundial como un recordatorio del horror. Para ellos el origen estaba en otro sitio, la tierra olorosa a leopardo donde no habían estado y cuya lengua ignoraban, pero que ya llevaban en la piel. Eran alemanes. Eran negros. Tenían el mapa de África en el brazo. Su más urgente desafío fue encontrar una identidad en la cancha. El temperamento de Kevin-Prince era temible para los contrarios, y a veces para los compañeros. Su enjundia se confundía con la violencia. “No soy un Beckenbauer”, dicen los defensas alemanes que aceptan su falta de técnica después de fracturar a un contrario.

Kevin-Prince no quería ser un Beckenbauer. La ordenada Bundesliga admiraba la furia con que salía a la cancha, pero no las irregularidades que dejaba ahí. El niño de la jaula no aceptaba límites. Mientras tanto, su hermano Jerome hacia progresos. Con método, sin alardes ni relámpagos, como quien sigue las reglas de un manual.

LA SOLEDAD: UN LUGAR DONDE SOBRAN 199 GORRAS

La cultura ama las disyuntivas: el yin o el yang, lo dulce o lo salado, PC o Mac, vino tinto o vino blanco, carne o pescado, las rubias o las morenas, solteros o casados. Dios o el diablo, lo público o lo privado, América o Guadalajara. Dos hermanos ghaneses tenían talento para el futbol. Eso era anecdótico. Lo significativo era que llevaba a una disyuntiva: Boateng el Bueno y Boateng el Malo. Kevin-Prince recorre la cancha con el ímpetu de un escapista dispuesto a servirse de un cuchillo para abrir una compuerta; mientras tanto, Jerome aguarda con la cautelosa atención de quien sabe que la defensa se ajusta a un plan. Ambos debutaron en el Hertha. Naturalmente, la prensa cedió al juego de las comparaciones. La conducta del rudo y más habilidoso Kevin-Prince contrastó con la del noble esfuerzo de Jerome. Por problemas de indisciplina, el mediocampista fue expulsado de la selección juvenil alemana. Buscó entonces otros horizontes. Fue a Inglaterra, fichado por el Tottenham, a cambio de ocho millones de euros, una ganga

para la Premier League. Su esposa se quedó en Berlín, con su hijo recién nacido, y él habitó una solitaria mansión de siete recámaras. El Frankfurter Allgemeine Zeitung informó que en una semana compró un Cadillac, un Lamborghini y un jeep. Pero no tenía a dónde ir. No era titular, engordó y se deprimió tanto que compró 200 gorras y 160 pares de zapatos. Mientras tanto, su hermano Jerome cumplía como defensa del Hamburgo. Kevin-Prince regresó a Alemania para jugar una temporada en el Borussia Dortmund. Tenía tantos deseos de rehabilitarse que olvidó que los contrarios tienen huesos, lesionó a un jugador del Bayern, uno del Schalke y otro del Wolfsburg. “¿De qué gueto salió este monstruo”?, preguntaron periodistas poco amigos de la corrección política. Ante la rudeza del repatriado, los prejuicios tuvieron su oportunidad. Astros de la talla de Franz Beckenbauer y Matthias Sammer declararon que el bad boy Boateng no era apto para la Bundesliga. Kevin-Prince entendió que nunca podría jugar con la selección alemana, a pesar de que por primera vez tenía una alineación multicultural. Ahí había espacio para turcos, polacos y un ghanés con buena conducta, como su hermano Jerome, no para él. Regresó a Inglaterra, a jugar con el Portsmouth, y buscó otra Selección para Sudáfrica 2010. Boateng el Terrible vio el tatuaje que se había hecho en el brazo y llamó a la federación de Ghana. Fue recibido de la mejor manera, con cánticos y bailes. “Ahí todo se

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hace con amor”, comentó el volante que aprendió lo que duele una patada en las calles de Wedding. 2010 fue año decisivo para los hermanos: representaron a dos países distintos en el Mundial. La vieja parábola se repetía: el sedentario Abel gozaba de buena reputación y el nómada Caín estaba en entredicho. Los reporteros afilaron sus lápices para cubrir los destinos de los berlineses negros. ¿Se enfrentarían en algún partido? ¿Jerome tendría que marcar a Kevin-Prince? Al futbol le gusta forzar la épica. Poco antes del Mundial, el Portsmouth se enfrentó en la final de la Copa inglesa contra el Chelsea, lo cual significa que el renegado Boateng jugó contra Michael Ballack, capitán de Alemania. Disputaban el último partido antes de concentrarse con sus selecciones para ir a Sudáfrica. En la antesala de la gloria, una durísima entrada de Kevin-Prince dejó a Ballack fuera del Mundial. Es difícil discernir si hubo mala intención en la jugada. El alemán que prefirió a Ghana actuó como siempre lo ha hecho, con una enjundia que busca el balón y aniquila un peroné. Desde Alemania, Boateng el Bueno dijo que se avergonzaba de su hermano. En internet se creó un sitio bajo este lema: “82 millones contra Boateng”. Germania entera parecía estar contra el apóstata. Los periodistas recordaron la fecunda tradición de los castigos teutones y propusieron sanciones dignas de Struwwelpeter, el personaje infantil más victimado de la literatura. Incluso hubo manifestaciones afuera de la casa de la familia. George, el primogénito que

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nada tenía que ver en el asunto, llamó a la policía para pedir que dispersara a la gente y recibió esta respuesta: “Si su apellido es Boateng, aténgase a la consecuencias”.

En el último disparo, Sebastián, el Loco Abreu, reveló que la lógica del fútbol se parece al delirio: lanzó un tiro flotadito que engañó al arquero. Otro loco, el Boateng rebelde, quedó fuera del Mundial.

Poco antes de que Kevin-Prince lesionara a Ballack, los tres hermanos se habían reunido en Berlín para hacerse otros tatuajes, para entonces el emigrado a Inglaterra ya tenía once en su cuerpo y sus hermanos cuatro. Esta vez cada quien escogió un motivo distinto: George se tatuó los nombres de sus hijos y Jerome el árbol genealógico de su familia, símbolos de integración y pertenencia. El doceavo tatuaje de Kevin-Prince fue distinto: decidió llevar en el cuello dos dados enormes.

Jerome jugó en la Premier League con el Manchester City y Kevin-Prince en la Serie A con el Milán. 2011 fue un excelente año para ambos clubes: el Manchester ganó la Copa inglesa, el torneo más antiguo del mundo, y el Milán conquistó la liga, algo que no lograba desde la temporada 2003-04.

Así lo vimos en Sudáfrica. El atribulado mediocampista que repudió a Alemania y optó por la nación de su padre es un soldado de la fortuna. Origen de la especie, África es el futuro del futbol, aunque hasta ahora se trata de una profecía incumplida. Ghana llevó las ilusiones de un continente hasta cuartos de final, en un duelo épico contra Uruguay. En el último segundo, Luis Suárez salvó un gol de un manotazo, cuando el partido estaba empatado. El destino de Uruguay y Ghana dependía de un penalti. Los dados parecían caer del lado ghanés, pero no triunfó la lógica: el espléndido Asamoah Gyan erró por unos centímetros y el partido se fue a la ruleta rusa de los penales. Dos minutos después, Asamoah volvió a cobrar la pena máxima: lanzó un riflazo implacable y sumamente doloroso, porque confirmaba que sabe disparar y no lo hizo cuando debía. Uruguay ganó la tanda de penaltis.

La historia de los Boateng es una metáfora de Berlín, la ciudad dividida, y de las oposiciones que alimentan y a veces destruyen al futbol. Los hermanos se necesitan y rivalizan en dosis idénticas. Empezaron en la Bundesliga, luego fueron a Inglaterra. Con el paso de Kevin-Prince a Italia la competencia entre los hermanos perdió su simetría, pero pronto volvieron a la misma liga: en 2011 Jerome fichó por el Bayern y un año después Kevin-Prince no resistió la tentación de volver al país de su hermano, donde se incorporó al Schalke 04. Los enormes dados que el mayor de los dos lleva impresos en el cuello sugieren que un condenado puede salvarse de la soga, pero no del destino. “Un golpe de dados no abolirá el azar”, escribió Mallarmé. Mientras puedan tirar los dados, los Boateng desafiarán a la fortuna. *Crónica publicada originalmente en el libro Balón Divido (Editorial Planeta, 2014).


LUCAS BARRIOS

Argentino-Paraguayo-casi chileno. La CONMEBOL completa.


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CRÓNICA / ESTRELLA ROJA CAMPEÓN 1991

Por Marco Quezada

E

L CLUB de Fútbol Estrella Roja de Belgrado, Fudbalski Klub Crvena Zvezda Beograd en el original en alfabeto latino y Фудбалски клуб Црвена звезда Београд en cirílico, es un equipo serbio. Ha ganado tres veces la Superliga Srbije (la última en la temporada 2016/2017), representa a la Republika Srbija en los torneos europeos (donde no ha podido destacar en varias décadas) y su principal rival es el Fudbalski Klub Partizan, también de Belgrado.

referéndum efectuado en Montenegro, se hizo efectiva la secesión entre ambos. De todos modos, Serbia y Montenegro disputó la competición como un país inexistente. Y lo cierto es que tampoco existió mucho en la cancha: derrotas de 1-0 ante Holanda, 6-0 ante Argentina (uno de los goles fue el primero anotado por Messi en un Mundial adulto), y 3-2 frente a Costa de Marfil, hicieron menos disputado de lo que se sospechaba el denominado «grupo de la muerte».

«El vječiti derbi», uno de los clásicos más calientes de Europa, es probablemente junto al alfabeto cirílico, la Iglesia Ortodoxa Serbia, Novak Djoković y el equipo nacional de básquetbol, uno de los mayores símbolos identitarios del país creado en 2006. Y es que a pesar de su rica historia, Serbia nació sólo días antes del Mundial de Alemania cuando, luego de un

Pero a decir verdad, este equipo era más bien un plantel conformado en su totalidad por serbios. Y vale la aclaración: por jugadores que nacieron dentro de las fronteras del actual territorio serbio; o, que habiendo nacido en otros países de la ex Yugoslavia se declararon serbios por su origen familiar; o, también, que luego de la separación con Montenegro op-

taron por continuar representando a Serbia. Entre ellos, Mirko Vučinić, recordado ex compañero de Arturo Vidal en la Juventus y, por esos años, de excelente campaña en el Lecce, quien pudo haber sido el único miembro montenegrino de esa selección. Sin embargo, días después de celebrado el referéndum, Vučinić adujo lesión y no se integró al equipo. Sospechoso o no, de ir a Alemania éste hubiese encarnado un caso extraño, inédito: algo así como un inmigrante dentro de una selección de fútbol que representaba dos territorios ya escindidos, y que, además, valga la redundancia, no estaban equitativamente representados. Por ello, si el país ya no existía, es al menos dudoso que existiera algún grado de identificación con esa bandera. El ejemplo de Vučinić, sin embargo, no es extraño dentro del deporte de la ex Yugoslavia. Las fronteras territoriales se habían

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difuminado ―primero― por las decisiones de Eslovenia y Croacia y, luego, de Bosnia-Herzegovina. Como estos países no continuarían siendo parte de la Federación de Repúblicas Socialistas Yugoslavas, es frecuente ver exponentes de cualquier disciplina de ascendencia balcánica-eslava que ―llegados como refugiados de guerra, o nacidos de familias en esta condición― optaron por defender la camiseta del país que los acogió. Incluso, hoy en día, la selección de fútbol de Kosovo pone en jaque la representación que puede ostentar una camiseta sobre un determinado territorio (por lo que no se trata, ni mucho menos, de una situación extemporánea).

serbia en territorio bosnio-herzegovino, creada en 1995 luego de la firma de los Acuerdos de Dayton.

Paradojalmente, quizás, estos conflictos comenzaron a manifestar su cara más cruenta al mismo tiempo que se conformaba el único plantel yugoslavo que conseguiría la Copa de Campeones. Un equipo que en ese tiempo representaba las siete fronteras, seis repúblicas, cinco nacionalidades, cuatro idiomas, tres religiones, dos alfabetos y un líder que configuraban la RFSY, aún bajo la égida del comunismo de Tito, pero que comenzaba a desmembrarse en nacionalismos históricamente antagonistas.

Pero fue en el ámbito internacional, donde el Estrella Roja fue forjando una leyenda inigualable para otro equipo yugoslavo con destacadas participaciones en la Copa Mitropa: torneo que disputaban equipos de Italia, Hungría, Austria, Suiza, Checoslovaquia y Yugoslavia; y que los crveno-beli se adjudicaron en 1958 y 1968. En la temporada 1978/79, en tanto, disputaron la final de la Copa UEFA inclinándose, no sin polémica, ante el Borussia Mönchengladbach.

29 DE MAYO DE 1991

Previo al 2006, el Estrella Roja participó de la Primera División de la República Federal de Yugoslavia (desde 2003, Primera División de la República Federal de Serbia y Montenegro), nacida en 1992 y donde disputaban planteles serbios, montenegrinos y uno bosnio pero cuya ascendencia, en realidad, estaba en la República Sprska, la entidad autónoma

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Acá, Estrella Roja sólo conquistó cinco títulos siendo superado por su eterno rival, quien alcanzó ocho. Este preámbulo es, sin embargo, sólo una ínfima parte de la rica historia de esta escuadra. Porque antes de ser un representante de la novel República Serbia, el Estrella Roja fue el equipo más laureado de la Prva Liga, la Primera División del Fútbol Yugoslavo. Fundado en 1945 por integrantes de la Liga Antifascista de Serbia Unida, obtuvo hasta 1991/1992 ―temporada en la que dejó de disputarse― veintidós títulos de liga y catorce copas domésticas.

Todos estos logros ―además de varios obtenidos en torneos amistosos prestigiosos como el Teresa Herrera en La Coruña o el París, disputados ante equipos de fuste como Barcelona, Manchester United o el Ferencváros húngaro de la década de los sesenta―, están expuestos en extensas vitrinas junto a camisetas, banderines y fotografías de los máximos ídolos del club en el Museo del Estadio Rajko Mitić: lugar conocido popularmente como Marakana, la casa

del Estrella Roja. Dentro de las fotografías hay dos que destacan: una de Novak Djokovic ―el hincha más reputado del Estrella Roja en la actualidad― donde viste la camiseta de franjas rojiblancas; y la otra es de Dragan Džajić, máximo ídolo del club, un wing izquierdo ―según cuentan― veloz y de exquisita técnica que recibió de Pelé el apelativo de «el milagro de los Balcanes». Debutó en 1963 con diecisiete años por el club y con dieciocho por la selección de Yugoslavia. También participó de la semifinal europea de 1971 perdida ante el Panathinaikos. Pero a esta exhibición le faltaba una coronación en grande. Un trofeo que hiciese del museo uno de verdad. Por ello, desde que el mismo Dragan Džajić asumió (ya retirado de la actividad) la dirección deportiva del Club en 1986, el foco estuvo puesto en superar las semifinales alcanzadas en las ediciones de 1957 y 1971; en superar el logro del clásico rival que se inclinó en la final de la temporada 1965/1966 ante el Real Madrid; e igualar la campaña del Steaua Bucarest, equipo rumano que se transformó en el primero de Europa del Este en obtener el título en la edición 1985/1986, venciendo al Barcelona en la final y, luego, en la Supercopa de Europa al Dynamo Kiev soviético. El plan que Džajić se trazó fue tan simple como convincente: atraer al Estrella Roja a los mejores valores jóvenes de la liga local. Y fue así como llegaron a lo largo de esos años Robert Prosinečki, destacado jugador croata proveniente del Dinamo Zagreb, Siniša Mihajlović, serbio-croata del FK Vojvodina, el macedonio Darko Pancev, del FK Vardar y Dejan Savićević, montenegrino de las filas del FK Budućnost



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Podgorica, entre otros. Tal vez el caso más emblemático, por la carga política que implicó, sea el de Miodrag Belodedici, defensa puntal del Steaua Bucarest campeón de Europa en 1986 y de la recordada selección rumana que disputó el Mundial de 1994. Belodedici era rumano, pero tenía ascendencia serbia. Es sabido que durante la dictadura de Ceausescu, los jugadores rumanos no podían jugar por clubes extranjeros. Sin embargo, Belodedici pidió asilo político a Yugoslavia y, según cuenta la leyenda, llegó golpeando la puerta al Marakana para pedir una oportunidad en el Estrella Roja. De ese modo, se comenzó a configurar el equipo que en 1990/1991 daría el gran salto, bajo las órdenes del serbo-bosnio Ljupko Petrović, quien había llegado esa misma temporada desde el Rad. La campaña no fue simple, por supuesto. Primero, porque en estos años la Copa de Campeones de Europa se llamaba así, no UEFA Champions League, y porque era, justamente, la que disputaban

solo los campeones de todas las ligas europeas (y el campeón europeo vigente), en formato de partidos de eliminación directa de ida y vuelta, salvo la final, que se jugaba a partido único. Y segundo, porque superar en segunda ronda al Glasgow Rangers escocés, en tercera al Dynamo Dresden (poderosísimo equipo de la Alemania Oriental), y en semifinales al Bayern Munich, no era cosa fácil. Tampoco lo fue la final ante el Olympique de Marsella de Jean-Pierre Papin, Éric Cantona, Chris Waddle, Abédi Pelé, entre otros. El Marsella, además, también tendría un caso emblemático para esta final. Dragan Stojković, ex jugador y capitán del Estrella Roja hasta la temporada anterior, había sido comprado por el equipo francés, que armó un plantel millonario para alzarse con el máximo galardón del continente. El partido, disputado en Bari el 29 de mayo de 1991, fue un 0-0 después de los noventa minutos y del tiempo suplementario. Los balcánicos se impusieron por 5-3 en la tanda de penales. Stojković no quiso patear por el cariño hacia

sus ex compañeros. Así, el objetivo estaba logrado. El museo tendría, al fin, el cetro con el cual podría preciarse de tal. Sin embargo, en las trincheras políticas, las cosas se habían puesto turbulentas. El conflicto armado que terminó por desmembrar la República Federativa Socialista de Yugoslavia, había comenzado formalmente con la Guerra de Eslovenia y los bombardeos a Croacia. Aunque no es el objeto de este artículo revisar los despiadados ataques llevados a cabo por el ejército yugoslavo ―dominado por serbios― contra la población croata y bosniaca (y también, el ataque de los croatas al sur del territorio bosniaco); basta decir que ―de acuerdo a muchas crónicas, documentales y artículos― la guerra había comenzado en los ochenta en las gradas de los estadios y tuvo su punto cúlmine en un partido disputado en el Maksimir de Zagreb, entre el Dinamo y Estrella Roja, donde se produjo la célebre patada de Zvonimir Boban a un policía yugoslavo que las estaba emprendiendo (como todos sus compañeros) contra los Bad Blue Boys (facción radical de la hinchada del Dinamo), mientras los delijes serbios organizados por Arkan (posteriormente, derivado en líder militar y buscado como criminal de guerra hasta su asesinato), rompían los enrejados y saltaban a la cancha en medio de gritos xenofóbicos. Desde aquel momento, Boban se transformó en símbolo de la causa independentista croata. Bajo ese panorama, era difícil sostener el equipo. Los que desde el comienzo formal del conflicto se transformaron en extranjeros, siguieron su inmigración. El emblema fue Robert Prosinečki,

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CRÓNICA / ESTRELLA ROJA CAMPEÓN 1991

croata jugando por el Estrella Roja esa tarde de 1990 en el Maksimir ante su ex equipo, que luego del campeonato obtenido en Europa fichó por el Real Madrid. Pero a pesar de todo ello, la gloria está intacta en el recuerdo. Además de una fotografía de los campeones inmortalizada en uno de los muros del museo, en una televisión de treinta pulgadas se repiten eternamente los momentos memorables de esa final, como un deja vu, símbolos de una mitología construida no solo por el fútbol yugoslavo, sino también europeo: campeón de un país que ya, prácticamente, no existía.

8 DE DICIEMBRE DE 1991

A la entrada del Museo del Estrella Roja están suspendidos en el techo algunos banderines de los equipos que representan los hitos más importantes del club. Uno de ellos es el de Colo Colo. Sin embargo, no es la única muestra de la relación del equipo belgradense con Chile. En particular con Colo Colo. En 1962 se disputó un

cuadrangular en Santiago en el que además participaron Botafogo y el Feréncvaros. El campeón fue Estrella Roja, y la conmemoración de aquella experiencia transatlántica es una hermosa placa de cobre colgada cerca de la entrada. Este campeonato se disputó en el verano chileno, meses antes del Mundial de Chile, campeonato donde participó ― según la propia apreciación del guía del museo― la mejor selección de la historia del fútbol yugoslavo, que obtuvo el cuarto lugar. Otro recuerdo son los obsequios que Dejan Savićević, capitán crveno-beli, recibió de su homólogo chileno Jaime Pizarro. En una de las muchas vidrieras se luce la figura de un huaso con poncho arriando un toro, junto a una placa conmemorativa del pleito. Todo ello el guía lo exhibe con cariño. No hay rivalidad: más bien hay nostalgia. Hoy Serbia, nos dice, es un país pequeño, y los jugadores que salen apenas tienen la opción de firmar un buen contrato. No

como antes, que se jugaba por amor a los colores. Tal vez por amor a esos colores rojo y blanco, varias de las figuras del Estrella Roja se quedaron para disputar en Japón la Final de la Copa Intercontinental. Sin Prosinečki, el arquero Zvonko Milojevic, el defensa Refik Šabanadžović, los mediocampistas Slobodan Marović y Dragiša Binić, ni tampoco el técnico Ljupko Petrović, quien fue reemplazado por Vladica Popović, la columna vertebral integrada por Belodedici, Jugović, Mihajlović, Savićević y el goleador Pančev lograron coronarse también como campeones intercontinentales tras vencer 3-0 a Colo Colo. Es por ello que la «Orejona» tiene una hermosa compañera en la vitrina. Ambas lucen hoy al centro del museo para consagrar el último de los grandes mitos del fútbol del Este comunista, conseguido, irónicamente, en los momentos en que todo el sistema se estaba viniendo abajo.

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Diego Cifuentes

De La Cisterna a Tahití. El sueño del pibe.

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HUMOR ILUSTRADO / GUILLO

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Por Cristรณbal Correa E.*

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CRÓNICA KEVIN CORRE POR CRISTOBAL CORREA

CALI, COLOMBIA, 7:30 A.M. 4 DE JULIO DE 2014.

La ciudad despierta y el calor no cede mientras

Por Juan Villoro cientos de niños se acumulan en los paraderos para

llegar a la escuela antes de que toque el timbre. Es viernes y todos quieren que la mañana pase rápido para sentarse frente al televisor y ver a la Selección Colombia jugar contra Brasil por los cuartos de final de la Copa del Mundo. En ese paradero todos sueñan con ser James, Cuadrado u Ospina. La vida no es fácil en Cali, el trabajo escasea y las calles son cada día más peligrosas, por lo que la gran actuación de Colombia en el torneo se ha transformado en un escape hacia un mundo de sueños donde, gracias al fútbol, todo es posible, incluso llegar a la semifinal del Mundial eliminando al dueño de casa. El calor aumenta a medida que el sol se empina por sobre el cielo caleño. Aquí no se conoce el frío y el invierno es una mera referencia en el calendario. La temperatura seguirá subiendo y alcanzará su máximo cuando, en cosa de horas, James convierta de penal para poner a Colombia nuevamente en juego, a falta de diez minutos para el final.

LOS ANDES, CHILE, 7:55 A.M. 4 DE JULIO DE 2014.

Kevin corre para escapar del frío y entrar antes que toquen la campana. Su ropa huele a humo, como casi toda la ciudad. La sala del 5to básico del Liceo República Argentina debe ser la más húmeda de un edificio en donde estudian cientos de alumnos, muchos de ellos extranjeros. Rápidamente, el fútbol se toma las conversaciones. Por estos días nadie habla de otra cosa que no sea del Mundial. Hace unos días, Chile fue eliminado por Brasil en un juego que entró a la historia de las derrotas inolvidables, así es que todo el curso quiere que hoy gane Colombia. Kevin no sabe bien si es por cariño o, simplemente, por odio parido a la verdeamarela. Qué importa. *** El viaje en bus desde Cali a Santiago les tomó unos seis días a través de una de las rutas más peligrosas de toda Sudamérica, pero eso no les importó

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a los Hurtado Caicedo. El relato de sus parientes y amigos sobre cómo la vida era mejor en Chile, fue motivación suficiente para enfrentar el camino. En el bus estaban casi todos: papá, mamá y tres de los cuatro hijos; Eric, el mayor, decidió seguir intentándolo en Cali. Una vez instalados en Los Andes, donde vive parte de la familia, comenzaron a insertarse en su nueva vida. Papá encontró trabajo en la construcción, mientras mamá conseguía algunas ocupaciones esporádicas que le permitieron al mismo tiempo cuidar de los hijos y la casa. Kevin, con apenas 10 años, entró al colegio y comenzó a hacer nuevos amigos. Casi sin notarlo, un sueño comenzó a anidarse en su corazón: convertirse en futbolista. Pero en Los Andes las oportunidades para cumplir ese sueño escaseaban.

ESTADIO SANTA LAURA, SANTIAGO, 3:30 P.M. MAYO DE 2016.

- “¡Kevin, acá, acá!” - Mira hacia la banca. - “¡Tu espalda, tu espalda!” - Retrocede rápidamente y espera el balón. Llega al cruce, controla la pelota y levanta la vista. - “¡Ahora Kevin, métela!” - En cuestión de segundos le pone un pase en profundidad al puntero izquierdo que deja a toda la defensa como el principal espectador de un gol inminente. Durante el 2016, y en medio de una ardua polémica sobre la tolerancia (o la falta de ella) de los chilenos hacia los inmigrantes, Unión Española decidió predicar con el ejemplo y se definió no solo como un club de colonia, sino como un club de inmigrantes. Para ello anunció un abono preferencial, exclusivo para inmigrantes, que permite entrar a todos los partidos de Unión como local por solo $10 mil anuales. Las razones para esta decisión estaban claras al interior del club: “Unión Española tiene un origen vinculado a los inmigrantes”, explicó el entonces Gerente General del club, el ex jugador paraguayo Johnny Ashwell. El generoso abono no fue la única medida que tomaron en Unión: desde hace unos meses, silenciosamente, el club apoya al equipo “Incas del Sur”, un cuadro fundado por peruanos avecindados en Chile que militaba en Tercera B y que luego, por exigencias de ANFA, integró a jugadores chilenos a sus filas. Como complemento a estas actividades, los hispanos organizan torneos y partidos amistosos en Santa Laura a los que invitan a las divisiones menores de clubes amateurs de comunas

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periféricas del gran Santiago, donde regularmente militan niños extranjeros. Andrés Fabry, Coordinador General del Fútbol Joven, lo explica: “Hay muchos chicos jugando en esos clubes, porque no tienen la posibilidad de pagar una matrícula en una escuela de un club profesional. Por eso buscamos ayudarlos, invitándolos a jugar en Santa Laura”. Justamente, en uno de esos partidos, el 2016, los caminos de Kevin y de Unión Española se cruzaron. Fabry recuerda ese día: “invitamos al club José Obrero de Los Andes; fue ahí que conocimos a Kevin. Jaime Carreño, técnico de la Sub-14, fue el primero que lo vio y me pidió que lo contactáramos. Llamé a la mamá de Kevin y lo invité a entrenar con nosotros. Hay que ser muy cuidadosos con estas llamadas, porque generan muchísima ilusión. Kevin dijo que sí inmediatamente”. Ese día, la vida de Kevin Hurtado cambiaría para siempre.

LAMPA, SANTIAGO, 3:35 P.M. MARTES 20 DE JUNIO DE 2017.

Cuatro niños cruzan la calle que separa la pensión en donde viven, de las canchas en que entrenan. El frío atraviesa mi gruesa parka y se cala entre mis calcetines. El aire húmedo le gana a mi segundo café, pienso en encender un cigarro, pero no es el lugar indicado y desisto. Cuando los veo llegar diviso a Kevin de inmediato, el color de su piel y su estatura, mayor al promedio, lo delatan. Rápidamente se confunde entre los demás niños que se visten, caminan y se saludan emulando a los futbolistas profesionales con los que sueñan en convertirse, como todo niño de 14 años. Al final de mis 30 asumí que ya no sería futbolista, pero estos niños que veo llegando a entrenar aún no lo saben. Ellos todavía sueñan con estadios que coreen sus nombres, con sus caras dibujadas en lienzos de barrabrava o con ganar el Balón de Oro. Por instantes, esa cancha fría y lejana de Lampa es para ellos el Nacional, el Pascual Guerrero o el Camp Nou. Kevin es el primero en comenzar a moverse. Toma una pelota, hace unos jueguitos con ella y remata hacia un arco vacío. Otros niños lo saludan y comienzan a correr junto a él. Nunca ha sido amigo del frío y sabe que correr es lo único que sirve para no entumirse.


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de envidia, saben que una entrevista significa estar un poquito más cerca del sueño que los llevó hasta ahí. Kevin me confiesa que al principio fue difícil vivir solo, especialmente cuando regresaba de los entrenamientos. Sin mediar preguntas me cuenta que lo que más echa de menos es “a mi mamá, sus arepas en la mañana y el pan colombiano”. A pesar de lo difícil que ha sido la separación física de sus padres, aquí es muy feliz. Tiene todo lo que necesita para dedicarse al fútbol y enfocarse en cumplir su sueño de debutar algún día en el primer equipo de Unión y, porqué no, llegar al Barcelona que es el club de sus amores. Por ahora el WhatsApp aplaca la pena de no poder ver a mamá todos los días, mientras los nuevos amigos de la pensión han tomado el lugar de sus dos hermanas que se quedaron en Los Andes.

De los seis niños que viven en la pensión que Unión Española mantiene en Lampa, dos son extranjeros, los dos colombianos, pero Kevin es el único que llegó a Chile por razones diferentes al fútbol. Desde marzo de este año tuvo que dejar a su familia y comenzar a vivir en la pensión que queda a un par de cuadras del colegio que el club le consiguió. Para nadie es fácil separarse de su familia, pero menos lo es para un chico extranjero de 14 años. No debe haber sido fácil tampoco para su mamá, su más grande hincha -como toda historia de crack-, cuando le pidió al club que aceptara a Kevin en la pensión. Los 45 minutos de ida y de vuelta (qué paradoja) que separan Los Andes de las canchas donde entrenan las divisiones inferiores de Unión Española, sumado al costo del pasaje y la falta de alimentación necesaria para un deportista de alto rendimiento, hicieron cada vez más difícil para los Hurtado Caicedo apoyar el sueño de su hijo. Antes del entrenamiento converso un rato con Kevin. Lo noto nervioso, incómodo, es su primera entrevista. Nos sentamos en un banco de madera a metros de la cancha donde entrenan sus compañeros. Ellos se ríen a la distancia, se puede percibir que hay un poco

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“Nosotros no hacemos ninguna distinción entre jugadores chilenos o extranjeros, ni discriminamos por estrato social; para nosotros lo más relevante son las condiciones. No tenemos, tampoco, una búsqueda activa de jugadores extranjeros para alimentar nuestras divisiones menores, pero regularmente vienen a tocarnos la puerta para probarse. Somos conscientes de que cada vez hay más inmigrantes en el país y como club queremos que se acerquen a este ícono de la inmigración que es Unión Española, un club que se formó con inmigrantes desde sus inicios”, cuenta Andrés Fabry en relación a la existencia de niños extranjeros en las divisiones menores de Unión. Pero no todo se está dando bien en Lampa. A pesar de llevar cuatro años en Chile y estar entrenando en Unión Española hace ya casi uno, Kevin aún no puede debutar. La regulación de la FIFA y la ANFP impide a los clubes inscribir a un niño extranjero en las divisiones menores sin cumplir algunos requisitos adicionales a la liberación internacional de su club anterior y tener visa permanente en Chile tanto para él como para sus padres. La más dura exigencia para jugar por un club es que el niño haya cumplido cinco años estudiando en Chile. A Kevin, que llegó el 2013, aún le falta más de un año para alcanzar ese requisito. Por ahora, en los entrenamientos lo alinean en el equipo reserva y no es citado a los partidos por los puntos: “es difícil, porque uno siente la emoción de entrenar con camiseta de Unión, pero no puedo jugar todavía”, me confiesa. Pero Unión Española decidió apostar por él. Kevin no echa de menos Cali. Desde que dejaron


CRÓNICA KEVIN CORRE POR CRISTOBAL CORREA

Colombia nunca han regresado: “volvería de vacaciones, quizás, pero aquí tengo mi futuro y no quiero desperdiciar esta oportunidad que Dios me dio; acá me siento bien”. “Si tuvieras que elegir entre volver a Los Andes y quedarte aquí en Lampa. ¿Dónde estarías?” Se provoca un silencio. Kevin levanta la vista, mira los techos humeantes de las casas que circundan la cancha. La imagen de su mamá despidiéndose ese primer día en que durmió en la pensión se le viene a la cabeza. La respuesta demora en llegar: “mi familia es muy importante para mí, pero creo que elegiría el fútbol, porque yo sé que si me resultan las cosas vamos a estar todos juntos y tener una mejor vida”. A sus 14 años, Kevin no piensa en dejar que su sueño se esfume. El camino de estos niños que se preparan para ser futbolistas puede terminar abruptamente: una lesión, la necesidad de trabajar, la falta de recursos económicos o la ausencia de condiciones técnicas pueden poner fin a sus anhelos. A Lampa los sueños vienen a nacer o a morir. Kevin no fue el primero, ni será el último que lo intente; en los últimos años clubes como San Marcos de Arica y Deportes Iquique han experimentado un fuerte aumento en la cantidad de jóvenes y niños

extranjeros que buscan la oportunidad de llegar al fútbol profesional. La ANFP discute aumentar el cupo de foráneos que pueden jugar en divisiones menores. Todo indica que la realidad será más fuerte que la regulación y el debate tendrá que acelerarse. *** Dejo Lampa y el frío. Pienso en Kevin, su soledad y el miedo que debe sentir en las noches, estando lejos de sus papás a tan corta edad. Pienso en estos niños preparándose todos los días para algo que tal vez nunca llegue. Miro las canchas de entrenamiento, llenas de niños corriendo detrás de la pelota, sonriendo, como si se tratase del mejor momento del día, y claro que lo es. Me reprocho no haberlo intentado cuando tenía 14, la edad cuando todo parece alcanzable; tal vez lo habría logrado o, al menos, tendría algo que contarle a mis hijos sobre ese año en que “casi” fui futbolista. Mientras tanto, cae la tarde en Cali y los paraderos se vuelven a llenar de chicos camino a casa, soñando con jugar el próximo Mundial. En Lampa, Kevin corre. ¿Escapa o persigue? *Director Revista De Cabeza, panelista de Radio Sonar.

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KLOSE

Los alemanes dependiendo de un polaco. En tu cara, Hitler.


HUMOR ILUSTRADO / GUILLO

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SIN MIRAR ATRĂ S Por Paulo Flores Salinas (@PauloFlores_10)*

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E

N LA CANCHA de fútbol del parque Bernardo Leighton de Estación Central se despliegan los jugadores, todos inmigrantes y, casi en su totalidad, de una misma nacionalidad. Algunos trotan, otros prueban las manos de los arqueros y varios practican el tradicional “que no caiga”. Son casi una treintena de haitianos –y un venezolano– sobre un irregular y algo lodoso terreno que comparten con una que otra familia, con grupos de aficionados que juegan una pichanga sin mayores compromisos, y con personas que simplemente buscan pasar un rato al aire libre. Hay, sin embargo, un contraste que se hace evidente: la gran mayoría de los que conforman el “Cruz Azul de Haití” no están ahí para estirar las piernas, pasar la tarde o para jugarse una “previa”; están ahí porque buscan en el fútbol una oportunidad, de esas que -seguramente- han tenido pocas. Por distintos motivos, no ha llegado ninguno de los dos entrenadores del equipo. En la emergencia, la sesión la dirigirá un preparador físico ecuatoriano que se ha ofrecido para salir al paso. No hay tiempo que perder, es el último entrenamiento antes del amistoso que se jugará al día siguiente. Varios llamados del improvisado entrenador son necesarios para que la mayoría, entre bromas y piques cortos, se integre a la sesión. Solo unos pocos, entre mochilas y bolsos, se mantienen a un costado de la cancha. Entre ellos, Valentin observa con mucha atención

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los movimientos, da indicaciones enérgicas, recibe a los que llegan atrasados, habla con ellos brevemente y, en ciertas ocasiones, les entrega las sencillas prendas dispuestas como indumentaria de entrenamiento. Valentin es el fundador del club y su máximo dirigente.

EL HOMBRE CLAVE

Valentin Ace (46) nació en la histórica ciudad de Gonaïves, en el norte de Haití. Aunque es profesor de artes marciales, actualmente ejerce como auxiliar de aseo en el Instituto Nacional del Tórax de Santiago. Lleva tres años en Chile, casi el mismo tiempo que ha dedicado a organizar y coordinar el club en nuestro país, aunque la génesis del equipo está en República Dominicana en donde Ace vivió su primera experiencia como inmigrante en el año 2000. Allí estuvo trece años prestando servicios en la Defensa Civil, hasta que la búsqueda de oportunidades, la necesidad y la vida lo obligaron a trasladarse miles de kilómetros hacia el sur.

Valentin. Rápidamente me lleva al tema del que quiere hablarme: Ace me cuenta que en Haití se consume mucho fútbol y que existen buenos jugadores, pero que la actividad está siendo lapidada por la falta de apoyo, de recursos y por la deficiente organización. Acusa que la federación de su país no garantiza ni las condiciones mínimas para su desarrollo, al punto que el campeón del Apertura 2016, el Racing de Gonaïves, habría tenido problemas de dinero y con los pasaportes de sus jugadores para viajar a disputar sus partidos de clasificación de la Liga de Campeones de la Concacaf.

CRUZ AZUL DE HAITÍ… EN CHILE

En su natal Haití, y no sin pocas dificultades, Valentin miraba por televisión los partidos de la liga mexicana. Allí mismo nació su amor por el Cruz Azul y su admiración por el pintoresco arquero-delantero Jorge Campos, quien fue parte del plantel cementero de 1997, el último en obtener un título de Liga en una recordada final contra el León.

Llevan el nombre y los colores de la célebre institución del fútbol mexicano, y eso no ha pasado desapercibido. En 2016, un grupo de hinchas cementeros y algunos jugadores del plantel de Cruz Azul (como el ex Barcelona Marc Crosas, y el Chaco Giménez), luego de conocer por redes sociales de la existencia de la versión haitiano-chilena de su cuadro, les enviaron la indumentaria oficial del equipo mexicano. Lamentablemente, los contactos han carecido de la regularidad deseada, y han quedado reducidos simplemente a algunos mensajes de apoyo que, sin embargo, Valentin valora como un aliciente para la labor de los dirigentes y los jóvenes del Cruz Azul de Haití.

Así, entre recuerdos noventeros, que incluyen a Salas y Zamorano, me voy dando cuenta de lo que significa el fútbol para

Ace es un convencido de que en Chile existen oportunidades para los inmigrantes. Precisamente, fue esa convicción la


que lo llevó a trasladar el Cruz Azul dominicano a Santiago. Sin embargo, insiste en que para obtenerlas se deben seguir ciertas reglas de disciplina, respeto y trabajo, elementos que precisamente forman los pilares del club. “Fútbol, fútbol, solo fútbol”, repite con cierta regularidad Valentin, consciente de los peligros que acechan al éxito social del Cruz Azul haitiano: para el hombre de Gonaïves, las drogas y el alcohol representan una amenaza para el desarrollo de los jóvenes del club, tanto como el recuerdo de sus familias o la falta de trabajo. Porque el Cruz Azul de Haití es una herramienta para cumplir los anhelos de jóvenes que dejan atrás un país constantemente convulsionado por la pobreza (según el Banco Mundial, el 54% de su población vive con menos de dos dólares al día), las crisis políticas y los desastres naturales.

“Acá, se les ofrece una familia”, sentencia Valentin. El profesor de artes marciales apunta alto, me señala que el objetivo principal es que el Cruz Azul de Haití llegue al profesionalismo. Sin embargo, los recursos escasean y los torneos comunales en los cuales ha participado el club implican gastos difíciles de solventar, especialmente cuando muchos de sus jugadores no tienen un empleo regular o solo reciben el sueldo mínimo. En los torneos de Quinta Normal, Los Nogales y San Bernardo han tenido buenos desempeños, pero en ninguno de ellos tuvieron continuidad. Valentin señala que, por lo general, prima el factor económico y deben ajustarse a ligas en que los gastos sean más bajos. A veces también surgen otros factores, como cuando optaron por retirarse de una competencia tras verse

involucrados en un principio de riña que finalmente no pasó a mayores. “No podemos pelear, debemos cuidar la imagen del inmigrante acá en Chile”.

COMUNIDAD E INTEGRACIÓN

En el año 2002, mientras Valentin veía por televisión a Zamorano jugando por el América, los resultados del Censo arrojaban que en Chile solo vivían 50 de sus compatriotas. Quince años después, no hay dudas de que esa cifra se ha modificado radicalmente. Para el año 2014 el Departamento de Extranjería estimó que la población de migrantes en Chile podía alcanzar las 411 mil personas, es decir, más del doble de la cifra registrada en el Censo del 2002. De acuerdo a estudios publicados por Extranjería, la

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SIN MIRAR ATRÁS / PAULO FLORES

población haitiana en Chile presenta varios indicadores preocupantes. Uno de ellos es que poseen la mayor tasa de rechazo. Además, el 54% vive en condiciones calificadas como hacinamiento. Valentin no hace más que confirmar estos datos a partir de lo que le ha tocado presenciar en estos años en Chile, pero aun así considera que la integración es posible, especialmente si los muchachos se concentran en sus objetivos y buscan reforzar sus esfuerzos con otras actividades, como apuntándose a cursos de español e involucrándose en comunidades espirituales. En este sentido, el Cruz Azul de Haití funciona como un pilar de inserción social y deportiva. La labor más compleja, y la que le demanda mayores esfuerzos, está fuera del terreno de juego: que los muchachos del club no deserten y que perseveren en sus objetivos, mientras los dirigentes buscan espacios para avanzar en la idea de hacer crecer al Cruz Azul de Haití. “Respetamos su país, sus leyes, y queremos ganar un espacio jugando fútbol”.

DINÁMICA DE VIDA

“Tres años en Chile, y jamás he ido al cine ni visitado la playa”, confiesa Valentin. Su tiempo se reparte entre el trabajo en el hospital y la dirección del Cruz Azul. En ambos lugares es feliz, se siente valorado y querido por sus compañeros de trabajo, y está orgulloso de lo que hace junto a otros dirigentes en el club. Sin embargo, hay momentos dolorosos. Muchas veces las cosas toman un rumbo oscuro, que sentencia el retorno

a Haití de los jóvenes que en algún momento acudieron a Valentin en busca de surgir en estas tierras. Los que se quedan sin dinero, sin trabajo y quizás sin fuerzas, los que son derrotados por la distancia, deben regresar; y eso duele mucho más que cualquier derrota en la cancha. Por ello, en el Cruz Azul se trabaja para “no mirar hacia atrás”, como me señala con convicción Valentin.

LA LUCHA CONTINÚA…

Ya casi no hay luz natural y comienza a bajar rápidamente la temperatura. Sin embargo, los muchachos del Cruz Azul siguen animados. Se arman dos equipos y se disponen a jugar un partido para cerrar la sesión de entrenamiento. Abundan el barro y los gritos en creole; la visibilidad es mínima, pero el juego es animado, muy físico, y a los defensas les cuesta

mantener el orden. Mientras el partido avanza, uno de los que no lo iniciaron se apoya en un poste del arco sur y desde ahí observa a sus compañeros, al mismo tiempo que comienza a tatarear una canción. A miles de kilómetros de su tierra natal, jóvenes haitianos entrenan y juegan con la esperanza de que algún club de la escena local responda a alguno de los correos electrónicos que envía la dirigencia para lograr una “prueba”. No cabe duda de que continuarán jugando, buscando apoyo y oportunidades, y a pesar de que las escasas respuestas, lo seguirán intentando. “Alguien responderá, alguien nos visitará”, insiste el optimista y perseverante Valentin. * Profesor de Historia y editor de textos escolares.

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PEDRO CAMPOS

La chispa morena que podría engalanar a la selección en el futuro.


HUMOR ILUSTRADO / GUILLO

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Un culé errante Por Matías Claro*

E

N EL INGRESO a la platea baja del estadio, cuatro pendones rectangulares de cinco metros de largo y dos de ancho cuelgan de las murallas del recinto. Cada uno de ellos exhibe un orgullo de Newell’s Old Boys: Maxi Rodríguez, Diego Maradona, Marcelo Bielsa y Lionel Messi. Los dos primeros aparecen vistiendo la camiseta rojinegra del club. Bielsa, aunque también fue jugador, dejó su huella como entrenador y así se ve: alrededor de 40 años, con el ceño fruncido y la boca abierta, en pleno grito. Y Messi. Hasta los 12 años jugó en las inferiores de Newell´s, luego partió a España –a Cataluña, en realidad– a

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sumarse al Barcelona, equipo dispuesto a pagar el tratamiento hormonal que Lionel necesitaba. Por eso su pendón lo muestra con la camiseta de Argentina. Arriba, en la parte superior de las gigantografías, se lee “Rosario en el mundo”. *** Lluís se fue de Barcelona, su ciudad, hace cinco años: la crisis económica lo obligó, como a muchísimos otros, a buscar un lugar en el mundo. Así llegó a Chile, en enero de 2012, dejando familia, amigos y, sobre todo, a Messi y al Fútbol Club Barcelona. Se reconoce, eso sí, un tipo con

suerte, porque del extraordinario ciclo futbolístico de Pep Guardiola como entrenador, sólo se perdió la obtención de la Copa del Rey. Eso fue en mayo de 2012, y Lluís vio la final acá, en Santiago. Y también acá vio partidos y goles épicos, como el seis a uno al PSG; o el gol de Messi al Bayern de Pep, cuando le quebró la cadera a Boateng; o cuando el 2015 ganaron la Champions después de derrotar por tres a uno a la Juventus de Arturo Vidal. *** Rosario y sus habitantes se despliegan a lo largo de la ribera del Paraná: un río ancho y café que nace al sur de Brasil, cruza


UN CULÉ ERRANTE / POR MATÍAS CLARO

Paraguay y al final de sus 3.900 kilómetros desemboca en el Río de la Plata. Antes de volver a vivir en Barcelona, Lluís quería conocer la tierra de su ídolo. Entonces –de despedida– sus amigos chilenos viajamos con él a eso, a peregrinar a la Tierra Santa del Messianismo. Caminamos por la calle Los Inmigrantes. Recorremos uno y dos parques. Muchas camisetas de Newell´s, de Rosario Central. Muchos gatos a orillas del río. Gatos entre los arbustos, echados bajo los árboles, entre las raíces húmedas que crecen y entran en el Paraná; gatos que se estiran y trepan los troncos y ramas, que se agazapan y escabullen cuando alguien se acerca, como si cada uno de nosotros fuera un zaguero torpe y malintencionado. ***

vemos a un montón de niños jugando fútbol. Pero sólo aquí jugó uno especial, el más bajo, rápido y hábil. Así era Lionel en el patio de la Escuela Nº 66 General Las Heras, donde estudió hasta que se fue a Europa. Hoy no. Ahora Messi es un mural pintado al que Lluís no se quiere acercar para que le tomemos una foto. Insistimos, lo obligamos. Lluís sonríe para la cámara. Le damos las gracias al portero de la escuela por dejarnos pasar y nos devolvemos al auto. Le pregunto a Lluís si le daba vergüenza posar junto a la pintura y me dice que sí, un poco. Pero es el mural en la escuela de Messi, cómo no te vas a sacar una foto. “Sí, tienes razón, responde, pero es que en el mural está con la camiseta de Argentina y yo estoy acostumbrado a verlo con la del Barça”. ***

Al FC Barcelona lo fundó un inmigrante. El suizo Hans Gamper fue un destacado deportista en su país, donde sobresalió como delantero. Capitán del Basilea y goleador en el Excelsior, además fundó el Zurich y practicó ciclismo, rugby, tenis y golf. En 1899 emprendió un viaje de negocios a África. En el camino, pasó por Cataluña para visitar a un tío y no se quiso ir más. Como pretendía seguir jugando fútbol, publicó un anuncio en la revista Los Deportes para contactar a otros jugadores. El 29 de noviembre de ese año reunió a seis españoles, tres suizos, dos ingleses y un alemán. Hasta 1903 jugó por el Barcelona, disputando 51 partidos y marcando 120 goles.

Una de las instituciones que más ha hecho por la identidad catalana es el Barcelona. En 1908, durante su primera presidencia, Gamper consideró al club no sólo como un espacio de práctica deportiva, sino también como un motor que promoviera el catalanismo, vinculándose con los ciudadanos de Cataluña. Tal vocación implicó que durante la dictadura de Primo de Rivera y de Franco, cuando se persiguió con dureza la lengua y cultura catalana, el Barcelona se transformó en un refugio del pensamiento opositor. De ahí, de dicha vocación, surge la idea de “más que un club” para explicar la trascendencia que el espíritu culé representa.

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Como en todos los patios de las escuelas del mundo, acá también

En realidad, Lluís se llama Luis. “Al menos así aparezco en mis docu-

mentos oficiales”, explica. “Pasa que mis abuelos maternos, Beatriu y Jordi, tuvieron que traducir sus nombres al castellano, Beatriz y Jorge. Y mi madre, pese a que siempre me ha llamado “Lluís”, me inscribió en la versión castellana, “Luis”. Pero yo soy Lluís”. *** En las primeras décadas del siglo XX, el desembarco de inmigrantes a toda Argentina y en especial a Rosario configuraron un importante cambio social: la llegada de obreros europeos con profundas convicciones gremiales, expulsados de sus países por su ideología y dispuestos a echar raíces en el otro lado del mundo. Así, con una clase trabajadora activa en protestar y movilizarse por sus derechos, a Rosario la bautizaron como “la Barcelona argentina”. *** A Lluís lo conocí en unos partidos de futbolito que organizaba un amigo. Se jugaban los domingos en la tarde, siete por lado, el arco va rotando. A cada partido llegaban distintos participantes y de diferentes nacionalidades. Un fin de semana alguien avisaba que iba con un primo, y ese primo con un amigo de intercambio. Otro día invitaban al compañero nuevo de trabajo que no conocía mucha gente acá. Así llegó Lluís. *** Su nombre era Hans, pero todos lo llamaban Joan. Aprendió a hablar catalán antes que castellano y fue presidente del Barcelona en cinco oportunidades. La última de ellas terminó en junio de 1925, cuando las autoridades de la dictadura de Primo de Rivera lo inhabilitaron

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a perpetuidad para desempeñar cargos directivos, sancionándolo porque el público del estadio silbó la Marcha Real –el himno español– al inicio de un partido. Por si fuera poco, lo obligaron a abandonar el país, dejándolo regresar tiempo después, a cambio de no tener ningún tipo de vinculación con el club. Alejado de su pasión y arruinado económicamente por la Gran Depresión de 1929, Joan Gamper se suicidó el 30 de julio 1930.

muy tensos por lo que podía hacer Messi, Lluís nervioso por apoyarnos, pero también por Lionel y lo que pasaría si gana o pierde o marca tres goles o erra tres goles. En Barcelona sufren cada vez que Messi juega por Argentina, porque se va un hombre campeón y amado, y vuelve un niño derrotado y deprimido. Por eso cuando celebrábamos el penal de Alexis –y Lluís festejaba con nosotros– se notaba que su alegría futbolera no era completa ni total.

***

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Entonces, para el segundo o tercer domingo nos empezamos a devolver juntos. Le preguntábamos si estaba contento con Alexis, y le explicamos por qué parecía una maldición que Brasil se nos cruzara en los octavos de final del mundial. De broma, nos dijo que si cantábamos el himno de la U, él estaría dispuesto a adoptarla como su equipo de Chile. Yo le decía que en el estadio, porque acá me daba vergüenza. Ah, no, me hago hincha del otro equipo, respondía. Y tratando de que no me escucharan los de más allá, cantaba.

Uno podría pensar que tanto conflicto y dolor por la identidad harían del Barcelona un club cerrado, hasta hosco. Pero no. Aparte de sus fundadores, muchos de los mayores ídolos blaugranas son extranjeros: Kubala, Villaverde, Cruyff, Schuster, Stoichkov, Romario, Ronaldinho, Messi. Por cierto que también tienen una vitrina de talentos propios, como Samitier, Gonzalvo III, Segarra, Rexach, Guardiola, Puyol, Xavi, Iniesta. Es mitad y mitad, foráneos y naturales, inmigrantes y residentes. Es que tal como dice el himno, ¿qué importa de dónde eres?

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A mediados de los años 50, el Barcelona comenzó la construcción de su estadio. Quisieron bautizarlo “Joan Gamper”, sin embargo las autoridades gubernamentales franquistas se negaron: extranjero, suicida, protestante y apoyaba la independencia catalana.

Me acuerdo de esa final porque nos juntamos a verla. Aunque jugaba Vidal en la Juve, íbamos por el Barça de Messi y Lluís. También me acuerdo que cuando terminó el partido, Lluís estaba eufórico y llamó desde su celular a sus amigos de allá, en Barcelona. Creo que marcó a tres o cuatro, pero sólo con uno pudo hablar algo, muy poco: estaba celebrando en la fuente de Canaletas y por los gritos y festejos no escuchaba nada. Cuando cortó, Lluís dijo “debe estar repleta la font de Canaletes,

*** Pese a la distancia, Lluís sí pudo ver en vivo un partido de su ídolo. En la final de la Copa América 2015 fuimos al estadio, nosotros

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llena de culés”. Después llamó a otro que no le contestó, y luego otro, y dijo “no importa, mañana hablaré con ellos”. *** En el aeropuerto, Lluís nos repite que vayamos a verlo, que en Barcelona tendremos lugar para quedarnos, hay muchas cosas para conocer y recorrer, y se come muy bien. Le decimos que sí, que vamos a ir, de todas maneras vamos a ir. Y más encima, insiste, los puedo llevar al Camp Nou a ver un partido. Imagínense: casi 100 mil personas gritando un gol de Messi o cantando el himno. ¿Y cómo es el himno?, le pregunto. Lluís sonríe y niega con la cabeza. Aquí no, responde. Pero canta un poco, insisto, para imaginarnos el estadio. Los demás también se suman. Canta, Lluís; si no, no vamos a verte, le decimos. Y Lluís, con el pasaporte en la mano y la cara colorada, canta bajito para que no lo escuchen los demás: “Todo el campo / es un clamor / somos la gente azulgrana / no importa de dónde vengamos / si del sur o del norte / eso sí, estamos de acuerdo, estamos de acuerdo / una bandera nos hermana”. * Conductor del programa de radio “Libros a la cancha” (www. librosalacancha.cl), un espacio de fomento a la lectura mediante los vínculos entre literatura y deporte. Las fotografías son de Francisco Vera (www.francisveraphoto.com).


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Marcelo Martins

Uno más en Brasil, el mejor en Bolivia.

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El último brasileño de la “U” Quizás el título de esta historia ponga al lector en un error lógico. Podría creer que hablamos de Arilson, aquel 10 que marcó un golazo en el arco norte del Estadio Monumental o ese otro de media cancha en el Municipal de San Felipe. Pero no: me refiero a otro talento que llegó desde el país de la samba, con más sueños que certezas. Por Cristopher Antúnez*

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B

RASIL. Nación de América del Sur donde se respira más fútbol que aire y cuya tierra ha visto nacer a los más talentosos jugadores que conoció la historia del balompié. Este grande de Sudamérica tiene tres competencias internas: los torneos estaduales que se juegan la primera parte del año, la Copa Brasil que enfrenta a equipos de todas las divisiones, y el torneo de primera división, más conocido como Brasileirao. Es un fenómeno tan potente que, en general, los futbolistas profesionales no salen a buscar suerte a los países vecinos. Pensemos que en Argentina fueron ídolos Silas en San Lorenzo o Iarley en Boca. Y si “allende los Andes” destacan a esas figuras, en Chile tuvimos a Edson Beiruth, Severino Vasconcellos y Caté. Arilson el 2001 mostró mucha clase y talento en la cancha, pero también lo hizo fuera de ella, donde fue consumido por la noche. El punto es que ya sea por una cuestión económica, de proyección profesional, por el clima o simplemente porque no les gusta el río Mapocho, a Chile no llegan los mejores expositores del mejor fútbol del mundo.

OTROS TIEMPOS

En 1996, luego de un comodato que firmó el entonces

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presidente de la Corfuch, René Orozco, junto con el Presidente de la República, Eduardo Frei, Universidad de Chile comenzó a hacer usufructo de unas hectáreas emplazadas entre el velódromo y el coliseo central del Estadio Nacional. A este lugar se le denominó “Caracol Azul”. Las historias que se vivieron ahí durante 14 años seguramente dan para un libro: la pelea entre Azargado y Pinilla, los balazos de Asprilla, los cortes de agua, e incluso más de una mujer despechada que dejó las maletas de un jugador en pleno portón (jamás publicado, obviamente). En este contexto, en 2004 la U acababa de ser campeón en forma milagrosa de la mano de Héctor Pinto. Además, había asumido un nuevo timonel en la escuadra estudiantil: Lino Díaz. Digamos que las comodidades del lugar distaban dos continentes respecto de lo que gozan hoy los universitarios en el CDA. Todo muy acorde a la realidad que vivía la U por esos años. Por ello, no es de extrañar que el club haya recibido a un jugador “a prueba”. Sí, tal como lee. El hombre se llamaba Sebastián Alves y, según le comentó al estratega Pinto, había hecho inferiores en Flamengo. Jugaba de volante de salida y prometió que “no le fallaría”. Por supuesto, todo en un perfecto portuñol. En su primer día, el “muchacho” tímidamente se acercó

al grupo de profesionales que estaban sentados en la mitad de la cancha dos del Caracol. El técnico que clasificó a Chile a los Juegos Olímpicos de Atenas presentó a Alves al plantel y les comunicó que estaría a prueba una semana. El carioca apenas esbozó unas palabras y sólo se remitió a decir que tenía… 22 años. Bastó esa confesión para despertar al grupo más desordenado -compuesto por Sergio Gioino, Diego Rivarola y Marco Olea-, quienes no podían creer que el mediocampista tuviera esa edad. Marcelo Canessa, preparador físico, ordenó que el equipo comenzara la práctica con un suave trote alrededor del campo de juego. Bastó este primer ejercicio para que el brasileño deslumbrara, pero no por su rapidez, sino porque trotaba a duras penas, incluso rengueaba. El murmullo era generalizado, pero Pinto y compañía aún esperaban verlo con el balón en los pies.

DÍA 2

La U iba por el campeonato y ya tenía amarrada las vueltas de Gamadiel García y Rodrigo Barrera. Pero a Pinto le faltaba el 10, por eso estaba muy ilusionado con la joyita brasileña que dos empresarios le recomendaron. A diferencia de varios de sus compañeros, que llegaban en lujosos automóviles, el humilde Alves se bajó de una de las


EL ÚLTIMO BRASILEÑO DE LA U

antiguas micros amarillas que pasaban por Avenida Pedro de Valdivia. El portero del Caracol lo dejó pasar con lo justo. Y con un bolso antiguo colgado de su brazo izquierdo, como un colegial, avanzó raudo hacia los camarines.

sido mis mejores días, deme un último día y le demostraré porqué en Río de Janeiro me querían los mejores equipos“, contraatacó el presunto volante. “Bueno, bueno, mañana nos vemos”, cerró el DT.

dió la palabra y exigió silencio a todos.

Había llegado la hora de la verdad. Ejercicios con balón dominado, pasar conos y dispararle a los porteros Johnny Herrera y Miguel Pinto. El pobre Alves botaba los conos y con suerte se podía la pelota. “Deben ser los nervios”, pensaba el pedagogo Pinto, que hasta ese momento había hecho una amplia carrera con niños y jóvenes. Sin embargo, el bochorno prosiguió y quedó en evidencia que el brasileño era cualquier cosa, menos futbolista.

A “Gokú” le gustaba ser titular hasta en los picados, así que no quería perderse por nada del mundo el debut ante el archirrival. Llegó muy temprano al Caracol y mientras se vestía alardeó sobre el último modelo de zapatillas Puma que llevaba consigo. “Y bueno, esto lo tenemos sólo las estrellas”, bromeaba el delantero. Mientras, en la otra punta del camarín, lo observaba Marco Olea, como hermano menor a punto de hacer una maldad.

“Amigo Sebastián, pese a que sólo compartiste dos días con nosotros, te has ganado el corazón de todos y cada uno de los acá presentes. Independiente de que te quedes en el equipo, nos gustaría que te llevaras un recuerdo de tu paso por la U, y es por eso que entre todos hemos juntado un dinero para comprarte el último modelo de zapatillas Puma”, vociferó el Caballero del gol. Acto seguido, cogió el par que hacía unos minutos había dejado Rivarola y se los entregó al furtivo 10. Quién sabe cuántas pellejerías había pasado el brasileño para llegar hasta ahí, pero sus lágrimas indicaban que todo había valido la pena. “Ustedes son los maiores jogadores que conocí en mi vida”, esbozó el carioca mientras Olea le daba un abrazo. Algunos jugadores como Iturra, Martínez, Rojas y los más jóvenes no aguantaron más y, tal vez con cargo de conciencia, abandonaron rápidamente el lugar.

Pinto estaba molesto. Llamó a los empresarios, pero por supuesto que ya habían desaparecido. No le quedó otra que hablar con Alves. “Sebastián, me parece que mañana es su último día y se ve complicado que pueda quedarse con nosotros. La verdad es que está lejos del nivel que le exigimos a nuestros jugadores”, fueron las palabras paternales de Héctor Pinto. “Entrenador, no han

Diego abandonó el lugar y subió al segundo piso, donde estaban las máquinas para hacer un trabajo diferenciado. Mientras tanto, un choque atrasó a Alves, quien tuvo que correr desde la calle hacia el camarín. Sus compañeros ya estaban listos para salir a entrenar cuando él recién ingresaba a ese sector. Antes que ubicara su bolso en uno de los asientos, Marco Olea pi-

El equipo comenzó a trotar al ritmo de los gritos de Canessa “¡Vamos, vamos muchachos!, llegaron dormidos. ¿Y qué pasa con el negro que no aparece?”. La sorpresa fue mayúscula para el pelotón cuando vieron salir a Alves a la cancha… ¡con las zapatillas de Rivarola! El carioca se sentía un Ferrari, un Popeye que acababa de comer espinacas. Hasta corría más rápido.

Dos días fueron suficientes para que los jugadores se sintieran en confianza, así que más de uno le preguntó si lo habían inscrito en el Registro Civil a los 15 años, porque 22 no representaba. El brazuca se lo tomaba con humor y sólo sonreía.

LA DESPEDIDA

Si ya era un dolor de cabeza para Pinto el fallido 10, había recibido otra mala noticia: la lesión de Diego Rivarola. Justo días antes del comienzo de campeonato, donde en la primera fecha enfrentarían nada menos que a Colo Colo.

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Mientras, Rivarola seguía haciendo trabajo de musculatura. Fue un paramédico el que le llevó un mensaje urgente de Olea: “Diego, mira las zapatillas que está usando el negro”. Gokú se asomó al balcón y vio pasar a Alves con una sonrisa de oreja a oreja sudando las Ferrari último modelo que el atacante apenas estrenaba ese día. ¡Hijo de puta sácate esas zapas!, le gritó y, olvidándose de la lesión, persiguió al moreno por la cancha al más puro estilo Benny Hill. *** 13 años después de esta historia, algunos protagonistas recuerdan el paso de Alves por la “U”: Héctor Pinto está en China, pero atiende el llamado de De Cabeza: “Me acuerdo claramente de la situación, pero no recuerdo el nombre

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del jugador. Después nos enteramos que lo habían contactado en una playa de Río preguntándole si quería jugar fútbol profesional en Chile. Fue todo muy gracioso y también desagradable”, rememora el entrenador. “Unos empresarios nos convencieron de probarlo y a raíz de este hecho nunca más el club probó a nadie, menos sin saber o tener toda la información”. ¿Pero era al menos brasileño? Era del barrio Brasil, nada que ver con cualquier jugador brasileño. Diego Rivarola fue más escueto: “Uhhh sí, me puse como loco cuando lo vi con mis zapatillas. Después supe que fue una broma de Olea. Qué hijo de puta fue con el pobre muchacho”, afirma. El villano aludido se defiende: “Son cosas que pasan en un camarín, bromas pesadas, a todos nos pasó alguna vez”,

explica el jugador de la corbata. ¿Qué recuerdos tienes de Alves? Que era viejo y cojo, y nos dijo que tenía 22 años. Se merecía la broma (ríe). La historia de Alves no muere ahí, puesto que dos años más tarde el programa de Megavisión “Cara y Sello” mostró su vida en Santiago y su sueño de ser futbolista profesional. En su momento el reportaje fue polémico porque mucha gente reclamó por las burlas de algunos dirigentes de clubes de barrio con el muchacho brasileño que, simpatía de carioca tenía, pero estaba lejos de la magia de sus compatriotas. * Periodista deportivo. Ha trabajado en distintos medios escritos y radiales. Es autor del libro 2011: La historia de un equipo rebelde (Editorial Vamos, 2016).


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RICARDO ADE

Primer jugador haitiano en convertir en la liga chilena.

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¡Déjame jugar!

El fútbol como posibilidad de integración para inmigrantes en Chile Por Javier Ríos

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¡DÉJAME JUGAR!

E

L 2018 viene cargado de nuevos desafíos para el país, con cientos de jóvenes discriminados que no pueden jugar al fútbol sólo por no tener residencia en Chile. El trabajo de Jean Beausejour en Estación Central y la Escuela de fútbol de Integración Latinoamericana en Quinta Normal son ejemplos de lucha para que niños venidos de otros países mejoren sus condiciones de vida y le pasen un gol a la discriminación. *** Juan Camilo se levanta las medias azules, le gusta que queden más arriba de la rodilla. Camiseta adentro del pantalón, cómo le enseñó su madre, y apretados los botines (que están algo gastados, pero todavía no se han roto). La idea es que no molesten los cordones mientras está jugando. El niño imita los gestos de sus dos jugadores favoritos, el chileno Alexis Sánchez y el colombiano Juan Guillermo Cuadrado, antes de entrar a una humilde canchita. Ya sobre el pasto la copia deja de estar en la postura y se vuelca a sus movimientos

de juego; el pequeño de 11 años se los quiere pasar a todos para gritar gol con sus compañeros. La imagen se repite martes y jueves como un rito sagrado para el niño de tupido pelo azabache y mirada profunda, impulsado por sus ganas y amor por el fútbol, en la misma medida que por una obligación: no tiene con quien quedarse en las tardes mientras sus padres continúan la larga jornada de trabajo. Él y su madre llegaron de Colombia a asentarse en Chile hace menos de un año, con la seguridad que había conseguido su padre un poco antes: un trabajo estable y un departamento en el centro de Santiago donde pueden vivir tranquilos. Para esta familia, como para miles de inmigrantes, el fútbol es una oportunidad para poder desarrollarse en ese sentido y la Escuela de Fútbol e Integración Latinoamericana (EFIL), ubicada en la comuna de Quinta Normal y apoyada por la fundación Diáspora desde hace dos años, se ha transformado en una gran posibilidad

para enfrentar los duros días que significan el establecerse en un país nuevo, que está haciendo sus primeros “partidos” en el torneo por aprender a tratar con la inmigración. Dentro de la cancha, el regalón de la familia se luce anotando goles, compartiendo con sus amigos chilenos y de distintas nacionalidades. Entre el pasto y los banderines que delimitan el campo de juego no existen razas, ni idiomas... todos hablan el dialecto del fútbol. El abrazo al ver pasar el balón a través de los tres palos surge natural para los soñadores del fútbol. Es una realidad diferente a lo que Juan Camilo, Carlos y María viven a diario, con miradas altivas, problemas laborales y dificultades para lograr la residencia, así como insultos directos por tener la piel de color negro.

EL FÚTBOL COMO OPCIÓN DE INTEGRACIÓN

El deporte chileno recién comienza a vivir el desafío de una nueva

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sociedad donde la inmigración es una realidad, y si en la legislación laboral es necesario un cambio en las reglas del juego, en el fútbol no ocurre algo distinto. Familias enteras buscan un lugar y qué mejor que el deporte para lograrlo, algo que ayuda no sólo a los nuevos residentes, sino también a un nuevo Chile que se está forjando al enfrentar los problemas de la discriminación. Así lo cuenta Manuel Alarcón, el encargado de guiar la escuela de fútbol de Diáspora, en Quinta Normal: “Me doy cuenta de la problemática de los niños migrantes, que los padres trabajan y se quedan solitos en sus casas. Al desplazado que le va medianamente bien quiere traer a su familia y cuando los traen, son más responsabilidades y todos deben salir a trabajar. Es ahí cuando los niños se quedan solos. Por eso nace la escuela, con el espíritu de darles una formación, hacerlos parte de un equipo, entregarles un sentido de pertenencia y desarrollar los valores más loables del ser humano. Comprendemos que el niño que es bien criado será un buen hombre”. Juan Camilo se tira al piso, se levanta, cabecea y va por otra pelota. Llega todo embarrado a casa, pero vale la pena. Su madre, cansada, no hace ni el amague de retarlo: con su sonrisa, ese lavado de la polera con agua fría valdrá la pena. Pero no son sólo los niños: el fin de semana se juegan varios partidos en que ciudadanos colombianos, ecuatorianos, dominicanos y haitianos, apro-

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vechan de relajarse después de extenuantes jornadas de trabajo impulsadas por el sueño de mejorar económicamente. La escuela no sólo es un lugar donde pueden pasar el rato mientras sus padres trabajan, en ella aprenden valores a través del fútbol y enseñan a sus compañeros, para una mayor integración: “Hay niños chilenos y migrantes, los niños no tienen las mismas barreras de los adultos. No hacen diferencia por la bandera, todos tienen las mismas aspiraciones, ser parte de algo”, afirma Alarcón.

UNA LEY DISCRIMINATORIA Y EL FÚTBOL COMO PUENTE PARA UN NUEVO CHILE

Los inmigrantes no la tienen fácil. Sus largos periplos vienen cargados de ilusión en lograr una vida mejor, pero las dificultades en Chile son manifiestas. Xenofobia, racismo y problemas laborales se sienten a diario en un país que todavía no se toma en serio una oportunidad que muchas veces se transforma en problemática. Una realidad que Jean Beausejour quiere mejorar en la comuna de Estación Central, financiando y encabezando la construcción de una cancha con iluminación y camarines acondicionados para la escuelita de la Villa Padre los Carmelitos, donde el jugador de la Universidad de Chile y la selección nacional jugó sus primeras pichangas. “Es parte de la culminación de

una etapa que venimos trabajando de hace mucho tiempo en un lugar bueno que se había prestado para cosas buenas, que ahora es un espacio de deportes, de comportamiento positivo, tolerancia, de integración con niños que vienen de otros países”, dice a los emocionados vecinos en la inauguración de las nuevas dependencias. El lateral ha vivido de cerca el tema perteneciendo a una familia de inmigrantes haitianos, por eso enfoca todos sus esfuerzos en una escuelita en la que se ha dado cuenta de los avances en integración: “Los niños en la escuela tienen más dificultades, porque no llegan hablando español. Es un tema muy difícil y en general nadie lo toma en serio, porque todavía los inmigrantes no tienen capacidad de elección para cargos políticos. De seguro que cuando tengan ese peso va a cambiar la mirada hacia los inmigrantes”. Una vecina de origen cubano se acerca a saludarlo y le agradece por el trabajo que beneficia directamente a sus hijos: “Me parece maravilloso que se acuerde de sus raíces. A Camilo y Vicente (sus hijos) les ha servido mucho. Sus compañeros de la escuela los quieren mucho porque son diferentes a los demás y ahí se puede ver que les sirve, porque juegan y se conocen con los niños, es muy bueno para la autoestima”, dice, después de contar un episodio de discriminación que le gustaría olvidar. Con las elecciones presidenciales a la vista se hace necesaria una nueva legislación, integradora en lo que se refiere a adap-


UN CULÉ ERRANTE / POR MATÍAS CLARO

tación, y no más barreras, como las que deben pasar -emulando los amagues de Alexis Sánchezlos inmigrantes de países como República Dominicana, que tienen problemas insalvables para llegar a territorio nacional, incluso arriesgando su vida en las fronteras. Lo mismo debe ocurrir en el fútbol, tanto con regulaciones propias como a nivel internacional. “El profesor me cuenta que los niños han crecido mucho en el respeto entre ellos, con el tema de la tolerancia. Además, tienen la posibilidad de convivir con niños que llegaron de otros países. El fútbol ha servido para una integración plena para ellos. Es, además, una buena arma para hacer un país que tenga más integración, más tolerancia frente a lo que vemos distinto, lo que percibimos diferente. El fútbol tiene la capacidad de unir países y personas. Lo veo de manifiesto en la comuna, en la feria, en el día a día. En las comunas más populares se ve la integración, no sé si en las comunas más para arriba ocurra esto, creo que no”, señala Beausejour, ilusionado del futuro. *** ¿Se imagina a Balotelli, Leroy Zané o Zinadine Zidane sin demostrar sus dotes futbolísticas por discriminación? Pues eso podría pasar en Chile. Y aunque ellos forman parte de la generación que nació en países europeos, sus historias de marginalidad y dificultades no difieren de un grupo de jugadores que clama por continuar sus carreras en Chile y no lo pueden hacer, pese a sus talentos.

Gelín Castro era un precoz valor que debutó en el Deportivo Pasto cuando tenía apenas 16 años, pesaba 65 kilos y medía 1,75 metros. Los cronistas de la época alabaron su velocidad desenfrenada y su buena derecha, que dejó de manifiesto en su debut ante el América de Cali. Sin embargo, su prometedora carrera, junto a los sueños de conquistar el mundo del fútbol, se quebraron cuando su familia decidió viajar a Chile por problemas económicos a buscar una oportunidad. Aquí, el jugador tuvo que enfrentarse a una realidad magra, pese a sus buenas condiciones. La ley le impidió ser parte de Santiago Morning, equipo en el que se probó con éxito, por no tener papeles y no haber cupo para más extranjeros. Le ocurrió lo mismo en los equipos de Tercera División por un controvertido artículo del reglamento, donde se prohíben los jugadores extranjeros “aunque hayan llegado de un año de edad a Chile, y en este caso son personas desplazadas, y con hijos que vienen de jugar en inferiores de equipos grandes de Colombia, que llegan y se dan cuenta que no pueden jugar ni a nivel amateur. Eso es frustrante”, comenta Alarcón, consciente de la pérdida de jugadores por la normativa que pone barreras directas para poder jugar, como estar cinco años en el país y ser residentes en Chile.

de los equipos amateurs que compiten en las ligas regionales. Ochenta y tres niños que son parte de la Escuela de Fútbol e Integración Latinoamericana están a la espera de un cambio para poder competir en torneos de la ANFA. Pero el giro en el reglamento no se ve fácil, la entidad es fuertemente determinada por las disposiciones de la FIFA, que en todo el mundo vela por proteger derechos federativos y no tener problemas con la jurisdicción de cada país. Juan Camilo ya está de nuevo en la cancha, ordenadito. Quiere demostrar sus habilidades en un campeonato que tiene 15 equipo de inmigrantes reunidos para superar las frías ordenanzas legales y compartir una jornada de fútbol. El niño disfruta las jugadas de sus compañeros de la escuelita y terminan con un abrazo afectuoso con los rivales en la cancha. Todavía sueña, como Alexis Sánchez o Juan Guillermo Cuadrado, celebrar con todo el triunfo de su equipo, mientras el Estadio Esparta de Quinta Normal celebra la integración latinoamericana y la aspiración de una integración efectiva para los inmigrantes.

Misma situación que le ocurre en la actualidad a miles de niños que no tienen los documentos oficiales de residencia, los que ni siquiera pueden ser parte

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CRÓNICA LOS HERMANOS ROBLEDO

Por Francisco Mouat

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S

E LLAMABAN JORGE y Ted Robledo Oliver, eran los hermanos Robledo. Los mismos hermanos que muy pequeños, cuando Jorge tenía cinco años de edad, habían dejado el país para irse a vivir con su madre a Inglaterra, y que mucho tiempo después, en 1953, volvieron a Chile como futbolistas famosos a jugar por Colo-Colo sin hablar un gramo de castellano. Esto es lo que la mayoría de los chilenos, me incluyo, sabía de los hermanos Robledo, aparte de que Jorge era un crack de marca mayor, un jugador fuera de serie, campeón y goleador jugando por el Newcastle de Inglaterra antes de volver a Chile. Hasta que hace poco abrí el libro Carne de Perro de Germán Marín y en sus primeras páginas me encontré con la siguiente dedicatoria. Cito textual: “A los hermanos Ted y Jorge Robledo, esa extraña pareja del fútbol chileno, venida de Inglaterra, de quienes aprendí a temprana edad, al leer las crónicas de sus vidas, la vocación del fracaso. Ted terminó en Africa, cansado de vivir, dedicado, según se dice, al alcohol,

si bien otras fuentes indican que, tras servir como agente de inteligencia, fue asesinado en Omán. Jorge repitió los días, en el pueblo de Rancagua, en un empleo burocrático, acabando como guardián de puerta en el colegio Mackay de Viña del Mar”. Después de leer esta dedicatoria, y aunque los datos ahí manejados no fueran finalmente todos estrictamente ciertos, me pareció estar viendo en el destino de los Robledo argumento suficiente para fraguar una investigación mayor, una crónica de sus vidas, por qué no un libro, o un documental. En eso estoy ahora: empezando a recabar información. La mínima in-

formación que permita ir confrontando el texto de Germán Marín y ojalá completándolo. Empecemos por Ted. Dos o tres años menor que Jorge, nunca tuvo ni su talento ni su profesionalismo. Cuando Jorge deslumbraba en el Newcastle, Ted formaba parte de las divisiones menores del club. Al venirse a Chile en 1953, Jorge Robledo exigió hacerlo con toda su familia: su madre, Elsa; su hermano Ted y su hermano menor, Guillermo. Ambos, Jorge y Ted, jugaron en Colo-Colo entre 1953 y 1958. Pero mientras Jorge era figura y sobresalía por su disciplina y su capacidad en la cancha, Ted alternaba la titularidad y no escondía su amor por la jarana, la noche y las mujeres. Nunca se casó Ted Robledo. Y después de 1958 su pista se desvaneció. Vicente Riveros, antiguo dirigente de Colo-Colo y amigo de Jorge Robledo, dice haberle conocido varias novias del mundo de la farándula a Ted, entre ellas una hermosa bailarina de flamenco de Valparaíso. Pero en algún momento Ted se borra del mapa chileno y nada más se sabe de él, hasta su extraña desaparición. Pudo ser a fines de los años 60.

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CRÓNICA LOS HERMANOS ROBLEDO

Las distintas versiones, la del Sapo Livingstone, la del periodista Lucho Urrutia 0’Nell, la del propio Vicente Riveros, la del antofagastino Danilo Díaz, apuntan a que fue arrojado desde un barco en altamar, en una riña, en el oceáno Indico, o al menos cerca de Africa. ¿Qué hacía ahí Ted Robledo? No es claro: al parecer, dicen estas fuentes, el hombre se dedicaba a negocios poco claros, contrabando o drogas, y sus amistades eran relaciones peligrosas. Lo concreto es que al puerto de desembarque de aquella nave nunca llegó Ted Robledo. La dedicatoria escrita por Germán Marín no contiene información descabellada en absoluto. Ted terminó mal, asesinado, no sabemos si en Omán o en algún océano de la región, y lo de agente de inteligencia tampoco es tan descartable. ¿Y si ésta hubiera sido la razón para arrojarlo al mar, haberlo descubierto durante el viaje en una operación camuflada de infiltración? Jorge Robledo nunca dijo una palabra en público ni en reuniones sociales de lo que había pasado con su hermano. No era un tema para conversar a viva voz. Hombre sencillo y discreto, abandonó el fútbol sin hacer mayor ruido y en Rancagua conoció a su futura esposa Gladys, con quien construyó “una hermosa pareja”, según Vicente Riveros. Alguien me señala que la muerte de su hermano lo afectó muchísimo, y que desde entonces se puso bueno para el trago, pero Riveros lo desmiente: “Yo creo que Jorge era un gran bebedor social, seco para el whisky, pero nunca lo vi descompuesto por el alcohol”.

Jorge Robledo terminó sus días no de guardián de puerta del colegio Mackay, sino como encargado de deportes del colegio Saint Peter de Viña del Mar. Murió joven e inesperadamente, a los 62 años, de un paro cardiorespiratorio. Le sobreviven su esposa y una hija, ambas radicadas hasta hoy en Viña del Mar.

EL HONOR DE TED ROBLEDO

Hace algunas semanas escribí en esta misma página una columna sobre los hermanos Jorge y Ted Robledo. Me había cautivado la dedicatoria escrita por Germán Marín en su libro Carne de Perro, en la que él decía haber leído, entre otras informaciones, que Ted Robledo había terminado en Africa, “cansado de vivir, dedicado, según se dice, al alcohol, si bien otras fuentes indicaban que, tras servir como agente de inteligencia, había sido asesinado en Omán”.

La historia de la desaparición del ex futbolista Ted Robledo parecía sacada de una película. Mi columna fue publicada mientras yo estaba de vacaciones, y, en lo que respecta a Ted, agregaba algunas indagaciones sobre su vida (que nunca se casó, que tuvo como novia a una hermosa bailarina de flamenco) y también sobre su muerte: versiones de periodistas que parecían estar de acuerdo en que Ted Robledo había sido arrojado desde un barco en altamar después de una riña cerca de alguna costa africana, tal vez porque el hombre estaba metido en asuntos poco claros, drogas, contrabando, cosas así. Hasta que volví de vacaciones y encontré sobre mi escritorio un sobre de correo remitido por Carmén Calé viuda de Robledo. Abrí el sobre y en él había una carta manuscrita de cuatro páginas, una foto en blanco y negro de un matrimonio religioso y la copia escrita

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a máquina de un juicio auspiciado por la Corona británica. El primer desmentido saltaba a la vista: Ted Robledo sí se había casado. Lo hizo en Chile y en 1956 con Carmen Calé, ex bailarina de danzas españolas. En la carta, Carmen Calé aprovecha de aclarar que no es verdad que Ted fuera bueno para la noche, la jarana y las mujeres, y luego precisa sus movimientos después del matrimonio. Primero se fueron a vivir a Inglaterra, donde Ted jugó un par de temporadas en el Notts County de Nothingham, pero el clima inglés afectó bastante a su mujer y se volvieron a Chile en 1959. Ted fue entonces contratado por la Nasa como técnico electrónico, su segunda profesión, a través de la Universidad de Chile. Pero su sueldo era bajo y pronto buscó nuevos rumbos como entrenador de fútbol. En 1965 viajó solo a Centroamérica para dirigir en El Salvador al equipo “11 Municipal”. No duró mucho allá. Más adelante, Ted trabajó ayudando a levantar torres petroleras en Africa y Brasil. En ésas andaba cuando fue contratado por una

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compañía norteamericana de barcos petroleros -la International Drilling Co.- en el Golfo Pérsico. Y fue en esa condición que encontró la muerte. A comienzos de diciembre de 1970, solo y prácticamente sin dinero, aprovechó una invitación del capitán alemán del barco petrolero Assahn para pasar cuatro días de vacaciones a bordo de la nave, y se embarcó en el puerto de Dibbah, en el sultanato de Omán, para realizar un crucero a través del Golfo de Omán hasta Muscat y volver a Dibbah. Jamás regresó. Según la viuda, en el juicio consta que la noche del 5 de diciembre de 1970 cenó con el capitán y luego jugaron cartas junto a a otras personas, y fue entonces cuando desapareció sin dejar huella. En Chile nadie se enteró del hecho porque Ted Robledo no era muy amigo de escribir cartas y marcar su paradero. La última carta suya la había recibido su esposa, Carmen, en noviembre de 1970. Pero en el verano de 1971 igual se dejaron escuchar en la familia rumores que hablaban de una desgracia. Jorge Robledo, su hermano, no le prestó atención a esas versiones, hasta que el 4 de marzo de 1971 El Mercurio tituló en portada: “Asesinado Ted Robledo. Se abre investigación en Sultanato de Omán”. La primera noticia fue un golpe en la cabeza de la familia Robledo. Su hermano Jorge se descompuso aquel día y prácticamente no pudo seguir hablando con el periodista que le informaba detalles del caso. En los meses siguientes, el juicio verificó que el capitán alemán, Hans Besseinich, había mentido al decir primero que Ted Robledo jamás se había embarcado, y

luego había tratado de influir a los otros testigos, un cocinero y otros miembros de la tripulación, para que dijeran lo mismo. Los testigos no cedieron a la presión y verificaron que Ted sí había estado en el barco, y además relataron cómo el capitán había hecho desaparecer su equipaje. Casos y cosas de la justicia, el jurado británico por dos votos a uno decretó al final que el capitán alemán era inocente, descartó cualquier tesis de suicidio y determinó que sólo se había tratado de un accidente. Después de cuatro meses de prisión, Besseinich recobró la libertad y siguió haciendo su vida como capitán de barco. Treinta y tres años más tarde, escribo esta columna para intentar restituir la memoria de Ted Robledo con la carta de la viuda a la vista. La leyenda, sin embargo, seguirá escribiendo en la imaginación de cada uno de nosotros. ¿Lo mataron? ¿Sufrió un accidente y cayó al mar? Ahora sabemos dónde estaba esa noche y quién era el capitán del último barco que lo vio con vida. También sabemos de su relación con Carmen Calé, su matrimonio y su reticencia a escribir cartas. Estamos seguros de que nunca fue agente de inteligencia de la corona británica. Lo que probablemente nunca sabremos, como tantas veces ocurre, es cuáles fueron sus últimos movimientos después de aquella partida de naipes, y cómo fue que su vida terminó para siempre cinco millas mar adentro en las aguas del Golfo de Omán.


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FABIANNI

Popeye. Llegó como un desconocido y terminó siendo concejal (?) pag 83


ILUSTRACIÓN: FRANCISCO ROJAS GALAZ


El silencio se guarda en la carpeta azul Por Sergio Montes*

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Sólo las cosas indispensables, nada muy grande ni de mucho peso. La idea es viajar liviano y, dentro de lo posible, parecer lo que no son: turistas, viajeros ocasionales que hoy están en el Callao, la próxima semana en Santiago visitando familiares, y la siguiente, de vuelta en sus rutinas laborales en el Perú.

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Sometida al test de lo indispensable, la carpeta azul plastificada, uno de los mayores tesoros de Julio, no pasó la prueba y fue condenada a guardarse para siempre en un cajón en la casa de su madre. En su interior quedaron también los seis recortes de diario que dan cuenta de la breve

vida del sueño de Julio que hoy muere definitivamente. Julio ya no tomaría buses en busca de un destino incierto, ya no escucharía promesas dudosas, ya no frecuentaría aviones que lo trasladarían a los estadios de Barcelona, Madrid, Milán, Múnich, Manchester. Julio ya no representaría a su país, a su familia, a sus amigos. Y ahora

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ocurre lo instintivo: se le toma el peso a lo renunciado, se le echa una última mirada a esos recortes. El último es de hace dos años, y recoge la noticia de que él recalaba en el Unión Huaral de la segunda división peruana. Había sido cedido sin costo por el Sporting Cristal. La nota recoge las impresiones del jugador («un volante defensivo, pero de esos que saben qué hacer con la pelota en los pies»), que se manifiesta muy ilusionado de tener las oportunidades que no se le dieron hasta ahora, de demostrar por qué llegó a representar al Perú en el Sudamericano Sub-20. Sin embargo, es el primer recorte al que Julio le dedica más atención. Un cuadro pequeño, ya amarillento, publicado en el costado inferior de las páginas deportivas de El Comercio. La fecha indica el 25 de abril de 2011: «No todo fue malo para el Sporting Cristal en su derrota de anoche. Promediando el minuto 64 ingresó a la cancha Julio González, una de las mayores promesas de los celestes. Pese a los pocos minutos que estuvo sobre el gramado del Estadio Nacional, González mostró pundonor e intentó empujar, a fuerza de voluntad, a sus compañeros. Es sin dudas un jugador para tener en cuenta».

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¿Cuánto más se puede demorar en pasar la micro con este frío de mierda? Es el segundo invierno de Julio en Chile y todavía no se acostumbra. Al frío, por cierto, pero tampoco a tener que soportar al imbécil de Jorge, el primo de Claudia, el que los convenció de dejar el Callao y venirse a compartir un departamento minúsculo, a cambiar el fútbol por las herramientas de construcción.

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¿Cómo hizo Claudia para convencerlo de dejar una vida en la que, al menos, había sueños, por esta otra con menos carencias pero sin ilusiones? La pregunta se la había hecho mil veces, así como otras mil se había contestado con otra pregunta: ¿Y si volvemos?... Era un riesgo, cierto, a sus veinticinco años no sería fácil encontrar un equipo, pero Julio se mantenía bien: bastaban un par de meses de entrenamiento y sería capaz de volver al máximo de sus capacidades. Quizás uno o dos años en Segunda División, para luego pasar a algún equipo grande de Lima ¿Sporting Cristal, quizás? Por qué no: allá lo conocen desde niño, saben lo que puede rendir. Julio ya no sueña con jugar la Champions, ahora se conformaría con volver a salir a la cancha del Estadio Nacional, ver la multitud desde abajo hacia arriba, escuchar el rugido que se produce cuando una pierna firme, pero leal, detiene al jugador contrario. Se equivocó Claudia al dejarse convencer por Jorge, y él al dejarse convencer por Claudia. ¡La puta madre, eso te pasa por pollerudo, Julio! Junta las manos, les echa vapor con su boca. Le pide a Daniel que lo imite, que haga frente al frío, que ya viene la micro que los llevará a la escuela. Padre e hijo, sus rasgos permitirían a cualquiera saber su nacionalidad sin siquiera oírlos hablar. Cholos, flaquitos, la piel y la mirada gris. El presente es esta espera, la de la micro que no llega, y el futuro será otras esperas: de que se termine el día, de que llegue el momento adecuado de pedirle a su jefe un aumento, de que sea domingo, de que junten el dinero para ir a visitar a la familia, los amigos.

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Daniel se parece a Julio. Ambos son callados. Ojalá el niño no lo fuera tanto, piensa Julio. Cree que a él le faltó personalidad para gritar y ordenar a sus compañeros en la cancha, para haber sido más líder en el camarín, para haberle dicho a Claudia que esperaran, que una vez que el técnico se diera cuenta de sus virtudes, nadie le quitaría la titularidad, y que de ahí al estrellato, a los contratos millonarios, no faltaría nada. Ojalá al niño no le pase lo que a él. La ropa de ambos está limpia, pero es fea y vieja. Julio piensa que no es posible que Daniel se vea poca cosa al lado de los otros niños, que es necesario gastar algo de dinero en su vestimenta. Mal que mal, él tiene la vida completa por delante, tiene un futuro en este país, que cada día es más el país de Daniel. ¿Y cada día es menos el país de Julio? ¿O de Claudia? Difícil de decir, a Julio se le ocurre que ambos renunciaron a sus vidas (o, al menos, a sus sueños, familias y amigos), a cambio de ofrecer una vida para Daniel. ¿No es eso, acaso, lo que hacen todos los padres?

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Esta tarde Julio se animó. Llamó por teléfono a Pedro, un viejo amigo y compañero en Unión Huaral. Quiere saber si lo recibirían de vuelta, asegura que podría estar en su mejor nivel para el inicio del próximo torneo, en un mes más. Sabe en su interior que probablemente no sea así, pero necesita convencerlos. Pedro aceptó hablar con los dirigentes, pero no le dio muchas esperanzas. «Tú sabes que las cosas no están bien por acá, económicamente hablando». No importa, Julio está convencido de que vale


CUENTO JULIO / POR SERGIO MONTES

la pena correr el riesgo, que aprovechará la oportunidad. Quedaron de hablar en unos días. Julio, por supuesto, no le dice nada de esto a Claudia. Ya veremos cómo arreglar la carga en el camino.

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Hasta hace un tiempo, los domingos solían ser el mejor día de la semana. Iban con Claudia y Daniel al centro, comían algo, paseaban por ahí. Siempre ocurría algo, un incidente menor, una anécdota que les daba de qué hablar el resto de la semana. Pero hace un par de domingos que Julio no disfruta, anda como distraído. Claudia lo nota, pero no le dice nada; sabe que si lo hace Julio va a negarlo todo, y que discutirán. Ella odia discutir con Julio. Por lo menos, Daniel fue feliz y jugó como el niño que es. Había un payaso en la plaza que lo hizo reír. De vuelta, en la micro, Claudia le comenta a Julio que, en lugar de usar los ahorros para ir de vacaciones a Lima, podrían buscar un mejor departamento. «¿A quién vamos a ir a ver a Lima? ¿A tu mamá?». En cambio, esta semana fue a ver unos departamentos no muy lejos del centro. Son preciosos, mucho más grande que el que comparten con Jorge y su familia. Claudia cree que podrían pagarlo. Julio dice que sí, que el próximo fin de semana van a ir juntos a ver el departamento. Eso dice, pero espera no tener que hacerlo, esta semana cree que va a tener novedades de Pedro.

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Desde que llegó a Chile, Julio casi no ha jugado. Un par de veces unos peruanos amigos lo invitaron a parchar en un equipo que tienen, pero nada más.

Echa de menos la cancha, pero más extraña lo que pasaba fuera de ella: el camarín, la vida con los compañeros, los viajes, las entrevistas. A veces habla de esto con Claudia, pero a ella no le gusta ese tema. Su vida ahora es acá: acá tienen su familia, sus trabajos. Han podido ir creciendo, ver que sus sueños se cumplen. Julio no la contradice, pero sus sueños se quedaron en el Callao, en la carpeta azul plastificada.

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Ya estamos a jueves y ninguna noticia de Pedro. Seguro que ha estado con la cabeza en mil partes, faltan tres fechas y el equipo necesita salvarse del descenso. Tienen una cómoda ventaja de puntos, pero nunca se sabe, hay que ser precavidos. Sin embargo, ojalá se haga un minuto y pueda hablar con alguien. Julio ha pensado mucho sobre esto: Claudia al principio no va a estar feliz con la idea de volver, pero cuando vea lo convencido que está Julio, se va a dar cuenta de que es lo mejor para los tres. Pueden vivir en la casa de su mamá por un tiempo, hasta que las cosas se estabilicen. Ya verá Claudia que en poco tiempo el fútbol les devolverá una vida mucho mejor que la que tienen ahora.

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Pedro no ha llamado. Debió hacerlo hace una semana, y nada. Tampoco ha contestado las llamadas perdidas que Julio le dejó en el celular. Julio fue a ver el posible nuevo departamento. Es lindo, a Claudia le fascina, pero es caro. Ella arregló para juntarse el martes con el dueño a firmar el arriendo. A Julio le gustaría firmar otro contrato, uno donde le paguen por jugar al fútbol. Sin

embargo, el teléfono no suena y Julio, que sigue sin haber dicho nada de su decisión de intentar a volver a jugar en Perú, se va quedando sin excusas. Hasta que suena el teléfono, el lunes por la noche. «Pedro, hermano, me tenías asustado. Pensé que te había pasado algo». «Nada, nada, tú sabes, se juntan muchas cosas y el tiempo vuela» . «…» «Mira, Julito, hablé acá con los dirigentes y les comenté lo que me dijiste, de volver a jugar». «¿Y? ¿Qué te dijeron?, ¿van a contratarme?» Lo que viene después es una corta explicación de por qué eso no va a ocurrir: la mala situación económica del club («eso te lo había adelantado, compadre»), la idea es disminuir el número de profesionales de la plantilla, apostar por los más jóvenes. Julio lo entiende, o al menos eso dice. Le agradece a Pedro la gestión, sabe que hizo todo lo que estaba a su alcance. Ahora tiene que cortar, mañana será un gran día, dice. Irá con Claudia a firmar el arriendo de un departamento precioso.

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Casi se queda dormido, se le alcanzaron a cerrar los ojos, aunque iba de pie. Juraría que incluso soñó con algo que no recuerda. Menos mal que alcanzó a darse cuenta, o se hubiera pasado en la micro. Llegó justo a tiempo para marcar asistencia antes de la hora de ingreso. «Una buena, Julito», pensó para darse ánimos, mientras hacía la fila para tomar sus herramientas de trabajo.

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Gokhan Inler

El turco que juega por suiza y ha militado en equipos italianos e ingleses.



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SER EXTRANJERO Por Cristian Arcos

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SER EXTRANJERO / CRISTIÁN ARCOS

J

AMBO FERREIRA Da Silva tiene un mérito difícil de igualar. Es el único brasileño malo para la pelota que he conocido. Un registro que no sólo incluye a futbolistas profesionales, sino a cualquier hijo de vecino. Por una condición mágica, innata, inexplicable, los brasileños nacen con un gen que les permite dominar el balón con propiedad, con magia y pericia, con un talento que se desborda. Todos, menos Jambo Ferreira Da Silva. Que Jambo Ferreira fuera discreto con el balón no sería un gran inconveniente de no ser porque era futbolista profesional. Ahí la situación se complica. Jambo tenía además mala fortuna. Llegó a jugar a Curicó Unido en la funesta temporada de 1990, justo el año que descendimos a la Tercera División, sótano en el que estuvimos sumergidos por 15 años. Jambo era delantero, pero no hacía goles. Era alto, pero no cabeceaba. Era moreno, pero no era veloz ni gambeteaba. Jambo Ferreira Da Silva era torpe con el balón en los pies, se desplazaba con parsimonia, como si cada movimiento fuera una proeza. Por estas características, rara vez fue considerado titular en el equipo que dirigía Manuel “El Coco” Rubilar, otrora lateral izquierdo del afamado equipo de Colo Colo que en 1973 fue subcampeón de la Copa Libertadores de América. Los titulares en el ataque eran Juan Santibáñez y Marcos Fuentes, apodado por la parcialidad como “Caballo de Palo”, por su escasa agilidad y certero cabezazo. Con mi familia nos sentábamos durante décadas en el mismo sitio en el estadio La Granja. La galería de

madera en el sector poniente, junto a la arboleda. Mi tata, mi abuela, mi padre, mis tíos, mi hermano y yo. La banca de los suplentes daba la espalda, precisamente, a esa zona. Los jugadores y el cuerpo técnico escuchaban cada uno de los improperios que surgían desde las gargantas iracundas de los hinchas cuando los resultados no se daban. Siempre admiré la fuerza de voluntad de los entrenadores y futbolistas de equipos chicos, esos donde el estadio nunca se llena. Pese a escuchar cada uno de los insultos y groserías, nunca contestaban. Con algunas excepciones. Recuerdo que una vez el Curi estaba siendo ampliamente superado por su rival de turno. Mi tío Alejandro, como siempre, saltaba de su butaca y gritaba, enardecido, furioso, ante cada acción de los jugadores albirrojos. Junto a la reja estaba Jerónimo Gallardo, arquero suplente, quien cansado de tanta crítica rabiosa, le respondió. -Entra a jugar tú si quieres. La carcajada de los partidarios fue instantánea. Apenas escuchó la respuesta del portero alternativo, mi tío bajó velozmente las escaleras y se enfrascó en una discusión con el cuidavallas. Mientras uno argumentaba que había pagado su entrada y tenía derecho a criticar el rendimiento de los jugadores, el de las manos enguantadas decía que el fustigador no sabía de lo que hablaba pues nunca había jugado al fútbol. Jambo Ferreira no contestaba cuando lo increpaban. Mientras caminaba desde el camarín a la banca, los fanáticos le gritaban de todo. El moreno atacante levantaba su mano derecha. Quizás no enten-

día ninguna palabra. O tal vez era de verdad un tipo amable. Siempre respondía con una sonrisa y un saludo gentil. Hablamos del inicio de la década del ’90. Chile acababa de salir de la dictadura. Una nueva nación trataba de levantarse, adquirir una identidad y un sentido colectivo. Cambiar de piel desde un régimen dictatorial a una aparente libertad no era fácil, sobre todo en un país que, más allá de los sistemas, mantenía su rasgo conservador. Se cometían excesos. Un hombre de raza negra, en una ciudad con poco más de 70 mil habitantes, era una peculiaridad, una extrañeza. El extranjero sentía esa condición, en los pequeños detalles pero también en las grandes decisiones. El tipo de tez oscura, como Jambo Ferreira Da Silva, escuchaba el permanente cuchicheo, ese murmullo incesante que lo perseguía tras cada paso. *** Para junio del 2001 nunca me había subido a un avión en toda mi vida. La única vez que salí del país, antes de esa fecha, fue a finales del ‘91 cuando realizamos nuestra gira de estudios con mis compañeros del Liceo A3 Luis Cruz Martínez de Curicó. En un bus destartalado, que crujía dramáticamente en cada curva, viajamos a un pequeño pueblo de la provincia de Mendoza llamado Nihuil. Para esa diminuta comunidad la llegada de estos 32 adolescentes chilenos fue una verdadera revolución. Arribamos todos, famélicos y enjutos, con deseos de descubrir la vida, los vicios, los excesos, la sexualidad, las drogas y todo aquello que en nuestra ciudad era prohibido o mal visto. Seamos francos, para

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eso son las giras de estudios. Mi historia era diferente para comienzos del milenio. Ya había egresado de la Universidad de Chile. Llevaba tres años trabajando en la sección Deportes del diario El Mercurio. Como todo novato en estas lides mis primeras misiones laborales eran las que todos rehuían: cubrir equipos chicos, campeonatos de escasa convocatoria, estadísticas o coberturas que a nadie le importaban mucho. Pero yo las hacía feliz. Estaba comenzando a cumplir el sueño de mi vida, que era escribir de lo que fuera, ojalá de deportes. Por eso cuando mi editor jefe Hugo Marcone me anunció que viajaría por tres días a Buenos Aires me tuve que contener para no festejar efusivamente. La tarea encomendada era atractiva. San Lorenzo de Almagro estaba a un punto de ser campeón, con un técnico chileno en la banca. Era Manuel Pellegrini, el mismo que un día se fue vilipendiado de la Universidad Católica por no ganar la corona, el que descendió con la Universidad de Chile por primera y única vez en su historia, el que dio la vuelta olímpica con Liga Deportiva de Ecuador, el que fue producto de mofa y sorna cuando fue proclamado como DT de los Gauchos de Boedo. Ahí estaba Pellegrini, el Ingeniero, a un paso de hacer historia. Ahí estaba yo, comenzando a escribir mi propia historia. Llegué al aeropuerto muchas horas antes del despegue. No conocía las maniobras del protocolo así que traté de asegurarme. Pensé que de esa forma podía calmar mis nervios. Craso error. Al revés. Era todo nuevo para mí. Veía los rostros en la fila de espera y notaba sólo tranquilidad. Risas.

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Algunas caras que delataban cansancio. El único que parecía contrito y cariacontecido era yo. En aquel tiempo oír un acento extranjero era toda una novedad para mí. No conocía nada. No conocía a nadie. Me demoré el triple de lo que me tardo hoy en superar los trámites de aduana. Preguntaba varias veces cada instrucción, tratando de simular calma. Lo único que conseguía era delatar aún más mi agitación. Por suerte apareció mi colega y amigo Pablo Flamm, en ese tiempo reportero de Canal 13. Su conversación me serenó en el trayecto, sobre todo cuando incipientes turbulencias hicieron crepitar el avión durante el vuelo. Nos despedimos con Pablo en el aeropuerto de Ezeiza. Él se quedó esperando su equipaje, diligencia inútil en mi caso pues viajé sólo con una minúscula mochila como valija. *** La campaña del Curi no era buena. Después de cinco años donde el equipo rozó el título sin conseguirlo jamás, la temporada 1990 nos tocó jugar por primera vez la liguilla del descenso, entre seis equipos. Todos los partidos se disputaban a muerte, dejando la pierna, el alma y el corazón en la refriega de cada pelota. Pasaban las fechas y el cuadro curicano se enredaba peligrosamente en el pelotón de equipos que estaban peleando por mantenerse en la categoría. Por eso el mal desempeño de Jambo Ferreira era aún más criticado.

No teníamos margen de error. Convertir goles era de suma urgencia y este 9 que llegó de Brasil no la embocada. Seguía invicto. Pasaban los partidos y registraba cero gol en su estadística personal. Pero, como lo dije antes, aparte de poco diestro con la pelota, Jambo Ferreira también tenía mala suerte. Quedaban pocos partidos para el fin de temporada. Curicó recibía en nuestra cancha a Malleco Unido, otro equipo que necesitaba sumar unidades. En un partido bravo, friccionado, mal jugado, los de Angol nos convirtieron un gol en el comienzo del segundo tiempo. El técnico Rubilar ordenó el ingreso de los dos delanteros que mantenía como suplentes. Uno de ellos era Jambo Ferreira. Las ocasiones de gol se multiplicaban. Curicó atacaba con insistencia. Malleco se defendía con gallardía mayúscula, hay que reconocerlo. La pelota merodeaba por la línea de sentencia, pero no la traspasaba. De pronto vino un desborde desde la izquierda hacia el centro. Juanito Santibáñez, quien había formado dupla de ataque con Iván Zamorano en los albores de la carrera del histórico delantero nacional, envió un zapatazo en dirección a la portería. Llevaba un inevitable destino de gol, pero la pierna de un zaguero visitante desvió su trayectoria. Quienes estaban dentro del área quedaron desorientados con el descamino del balón. Todos, menos Jambo Ferreira. El brasileño intuyó de manera acertada, vio cómo el balón se fue al lugar preciso donde estaba parado. Trató de controlar la esférica con su


SER EXTRANJERO / CRISTIÁN ARCOS

pierna derecha, pero se le escapó algunos centímetros. Un defensor rival se lanzó con la pierna hacia adelante para evitar el remate del ariete. Jambo no sabía cómo definir. Sus erráticos movimientos nos hacían presagiar que la escena terminaría como todo el año, con la pelota lejos del pórtico, con el arquero embolsando, con el contrincante evitando la conquista. Pero no fue así. Jambo Ferreira ya estaba listo para terminar con su mala racha. Estiró su pierna derecha y con un puntazo dirigió el balón hasta el fondo del arco rival. La pelota entró como en cámara lenta. El brasileño vio como por primera vez en la temporada una maniobra suya terminaba en gol. La explosión de la tribuna fue instantánea. Era el tanto del empate, de la esperanza, además de la primera celebración del delantero. *** Salí y tomé de inmediato un taxi. Mi plan era asistir a la práctica de San Lorenzo y después irme a escribir al hotel para despachar el material reporteado lo más temprano posible. En mi planificación estaba robar minutos a mis quehaceres y poder caminar, descubrir, escudriñar por esa desconocida y enorme ciudad de la que tanto había leído y escuchado. Pese a no poner nunca un pie en Buenos Aires, podía recitar de memoria las calles del centro cívico. -Hola amigo. Voy a la cancha de San Lorenzo, el Nuevo Gasómetro-, dije con seguridad. El taxista se giró. Asombrado, me respondió con vehemencia. -¿Estás seguro, pibe? Ese barrio es bravo.

No esperaba tal aterrizaje a la realidad. Insistí. Le repetí que ese era mi destino. La mitad del viaje consistió en una exposición detallada por parte del conductor sobre la miseria que rodeaba al Bajo Flores, el barrio donde se erigía el recinto del cuadro Santo. En mi memoria estaba alojada la historia del antiguo estadio Gasómetro, una gesta que conocí a través de un relato de Osvaldo Soriano. Este gran escritor argentino era fanático de San Lorenzo. En una carta dirigida a su colega uruguayo Eduardo Galeano, le transmitió cómo un día decidió ir a los terrenos donde alguna vez se emplazó el antiguo estadio, esa cancha donde forjó su idilio con la pelota y con la camiseta blaugrana. El coliseo había sido derrumbado. En su sitio se alzó un supermercado gigantesco de la cadena Carrefour. Pero Soriano no visitó solo el lugar. Lo acompañó su ídolo de infancia, José Sanfilippo, el Nene, goleador histórico de los Cuervos. Allí, entre las sardinas enlatadas, la salsa de tomates y los abarrotes varios, el delantero recreó para Soriano su gol más famoso, ese cuando venció a Antonio Roma, arquero de Boca Juniors. De este Nuevo Gasómetro yo no conocía nada. Si bien había escuchado sobre la oscura leyenda e inseguridad del Bajo Flores, no pensé que fuera tan extrema como me juraba el chofer. No eran tiempos de GPS ni satélites de ubicación instalados en los teléfonos celulares. Efectivamente, el entorno se veía peligroso. El conductor me dejó cerca de un portón de color anaranjado. Me aseguró que por ahí entraban los futbolistas cuando llegaban a la práctica. Todavía no eran las

nueve de la mañana. Le pagué la carrera y me di una vuelta por el lugar. Aún no llegaba ningún otro medio de comunicación. Vestía jeans, zapatillas, una polera celeste y una gorra con la lengua de los Rolling Stones. Junto a la puerta metálica asignada como el sitio de ingreso de los jugadores, apareció un guardia, vestido como cualquiera: pantalón de tela azul, zapatos negros, camisa celeste y un chaleco de un tono más oscuro. Lo vi merodear, entrar y cerrar el acceso. Pensé en acercarme y entablar una conversación con él. Adquirir algún dato que me sirviera para elaborar la crónica. Muchas veces las mejores historias provienen de las fuentes más inesperadas. Me armé de valor y fui al encuentro del encargado de seguridad. Me presentaría. Le diría lo básico. Señor, cómo está, soy periodista chileno, vengo a cubrir el partido del fin de semana donde San Lorenzo puede ser campeón. Claro, estamos tras la pista de Manuel Pellegrini. Sí, yo conozco al Ingeniero. Cuando él dirigía a Palestino en Chile, un club de menor convocatoria, me enviaban a las prácticas. Muchas veces era el único reportero en el lugar, así que el entrenador me ubicaba perfectamente. En mi cabeza tenía el diálogo preparado, incluso con las respuestas para generar confianza en la contraparte. Pero algo inesperado sucedió. *** Jambo logró salir del enredo de piernas que había entre él, un rival y el portero. Se levantó con torpeza y se fue directo a la esquina. Con los brazos arriba, la sonrisa perenne, el atacante parecía disfrutar su momento. Y como buen brasileño

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comenzó a improvisar unos pasos de baile con el banderín como ficticio compañero de pista. Se movía con ritmo y soltura. Era lo mínimo que uno esperaba de un brasileño. Que fuera bueno para el fútbol y que en la danza se manejara como un experto. Bailoteaba con una danza que parecía haber sido ensayada con prolijidad. Como el baile era en el rincón del córner y daba a la tribuna, Jambo Ferreira no se percató que el juez del pleito, desconsiderado con el primer festejo del ariete, había anulado la jugada. Cobró posición de adelanto. El gol era viciado. Los defensores de Malleco ya habían reanudado las acciones y se iban en demanda de nuestra portería, mientras Jambo Ferreira proseguía, absorto y concentrado, con su celebración particular. Mantenía los ojos cerrados, ejecutando con sus brazos ademanes armoniosos. Desde nuestro tablón veíamos cómo recitaba una tonada inaudible. El delantero continuaba su festejo propio. -Negro, vuelve a jugar. Lo anularon-, gritó mi tío Alejandro, insensible con el momento estelar del centrodelantero. Jambo giró su cabeza y vio como el juego continuaba muy lejos. Se llevó sus dos manos a la cabeza, sorprendido, atribulado por la determinación del árbitro. La protesta de Jambo le significó una amonestación. No hubo gol ni en este partido ni en los que restaban. En la última fecha, Curicó venció por goleada a Deportes Valdivia. Pero nuestra diferencia de gol fue un escollo que no pudimos superar. La fría estadística indicó que nos fuimos a Tercera División

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por un gol de distancia de nuestro antecesor, que jugó tan mal como nosotros. Un solo gol. Quizás ese tanto anulado a Jambo Ferreira Da Silva nos habría permitido salvar la categoría. Habría instalado a este discreto delantero brasileño en la historia del club como el hombre que nos rescató de las redes del descenso. Pero eso no pasó. Jambo Ferreira se fue de Curicó con el escaso prestigio de nunca haber anotado un gol y ser el único brasileño malo para la pelota que vi en mi vida. Bajamos a Tercera División. Quince años después, logramos regresar. *** -Vos. Vení. Apúrate. No había espacio para confusiones. Entre el guardia y yo no había nadie a esa hora por la calle aledaña al Nuevo Gasómetro. Giré la cabeza por las dudas, pero confirmé que el mensaje iba dirigido a mí. Por una razón que desconocía, el encargado de seguridad me pedía acelerar la marcha. No alcancé siquiera a saludarlo cuando me interrumpió. -El resto aún no llega. Hoy se visten en el camarín dos, el que está bajo la tribuna preferencial. No entendía nada. No dije nada tampoco. Obedecí y me fui directo al vestuario indicado. El estadio estaba desierto. Apenas un par de señores limpiando los accesos del estadio. En dos días más el recinto estaría atiborrado de público. San Lorenzo de Almagro no era campeón desde la temporada ’95, cuando en la última

fecha vencieron como visitantes a Rosario Central y aprovecharon la caída de Gimnasia y Esgrima de La Plata contra Independiente en su casa. Seis años sin coronarse era una espera demasiado prolongada para la afición. Entré al camarín. No había nadie. Una pizarra blanca tenía escrito un diseño de trabajo semanal. Cada práctica estaba detallada con el énfasis de cada sesión. Pude leer que el martes efectuaron ejercicios de balón parado. El miércoles fútbol reducido en jornadas de mañana y tarde. El jueves se paró el equipo titular. Saqué mi libreta de apuntes y escribí todos los datos que ese fortuito espionaje me permitió recabar. El vestuario es el lugar sagrado para los jugadores y los técnicos. Poder ingresar, desplazar el tupido velo, rescatar información, era mucho más de lo que esperé esa mañana cuando tomé mi primer avión en el aeropuerto de Santiago. Me saqué la mochila y me fui a un rincón. Poco a poco comenzaron a llegar jóvenes muchachos que no reconocí. Pronto apareció un jugador de cabello rubio y rizado. Lo distinguí de inmediato. Era Fabricio Coloccini, joven defensor, seleccionado argentino sub 20, que se había ganado un puesto de titular en el once del Ingeniero. Recién ahí me percaté que el guardia me había enviado directo, sin estaciones, al mismísimo vestuario del primer equipo. Esta percepción se comprobó cuando aparecieron, con diferencia de minutos, Sebastián Saja, Leandro Romagnoli, Leonardo Rodríguez, Horacio Ameli, Eduardo Tuzzio, Bernardo Romeo, Sebastián Abreu. No había duda. Estaba en el lugar secreto del inminente


SER EXTRANJERO / CRISTIÁN ARCOS

campeón del fútbol argentino. Pensé en irme silencioso, sin que nadie lo advirtiera. Pero tardé demasiado en mover los pies. Vistiendo el buzo oficial del club, Manuel Pellegrini ingresó al camarín. Traía un vaso blanco con un líquido humeante. Un silbato colgado al cuello. Con un vozarrón saludó al plantel, quienes respondieron al unísono con un sonoro Buenos Días. Lejano a la imagen que tenía del entrenador, se veía muy relajado y cercano con los futbolistas. Lanzó un par de bromas. Probablemente iba a comenzar a entregar las instrucciones cuando apreció a un invasor sentado en un rincón. Era yo. -¿Y usted, qué hace acá? Sentí cómo sus ojos se clavaron en mí. Un rubor escarlata cubrió mi rostro. Pude percibir el aumento instantáneo de mi temperatura corporal. No atiné a modular palabra alguna cuando Pellegrini, visiblemente molesto, repitió la interrogante. -Le pregunté qué hace usted acá. El tránsito entre mi asiento y el punto donde estaba el indignado DT me pareció una travesía eterna. Escuchaba las risas mal disimuladas de los futbolistas tras cada paso que avanzaba. Llegué junto al técnico. Le expuse, tartamudeando, las razones que explicaban mi acceso al camarín. Le conté del guardia que me indicó el camino y cómo le hice al caso a sus instrucciones y que cuando me di cuenta que era el vestuario de San Lorenzo, no

alcancé a escapar antes de ser descubierto.

práctica es privada. Obviamente, la prensa no puede estar acá.

Pellegrini me miró molesto. Siempre guardando la compostura, me preguntó por el nombre del guardia. Lo desconocía.

El rostro desencajado del custodio delató su sorpresa. Se sacó la gorra que traía y me miró con detención de arriba abajo. Varias veces. No articulaba palabra. El Ingeniero le insistió en que yo era periodista. Chileno más encima. El guardia nos vio a ambos. Primero a Pellegrini. Después fijó su vista en mí y me dijo con una mueca de asombro.

-¿Pero por cuál puerta entraste?-, inquirió. Le apunté al sitio. El portón anaranjado. El técnico chileno llamó a uno de sus asistentes y le pidió que fuera a buscar al encargado del acceso. Mucho más calmado, en voz baja, evitando que alguien nos escuchara, me dio un sermón de aquellos. -Tú eres periodista. Sabes que no puedes estar acá. Esa historia que me contaste no me la creo. Te voy a tener que pedir que te vayas inmediatamente. Pero primero quiero escuchar la otra versión-. Asentí rápidamente. -Cómo le va don Manuel. El mismo guardia que me permitió el ingreso, el que me orientó sobre cómo llegar al camarín, saludaba amistosamente al entrenador. -Don Rubén. Buenos días. Me puede decir por qué dejó entrar a este señor-, le preguntó seriamente mientras me apuntaba. -Porque era el entrenamiento, profesor. Y ya se ha atrasado varias veces, no quería que lo castigaran otra vez-, fue su sincera respuesta. Pellegrini se rascó la cabeza antes de proseguir. -Don Rubén. Este joven es periodista chileno. Yo lo conozco. Hoy la

-Hijo de puta. Eres igual a Angelucci. Pellegrini reaccionó con una carcajada gigantesca, retumbante. Gilberto Angelucci era el tercer arquero de San Lorenzo. Don Rubén, el señor de la puerta, me confundió con el cuidavallas. Por eso fue tan amable, me permitió el ingreso y hasta me dio las claves para llegar pronto al vestuario. Trató de disculparse, avergonzado. El entrenador no paraba de reír. Yo tampoco. -No se preocupe, don Rubén. A todos nos puede pasar-, le dijo Pellegrini mientras me volvió a repetir que no podía estar ahí y que podíamos conversar, pero como correspondía. Después del entrenamiento y en la sala de prensa. Me fui sin decir nada. Esperé con paciencia afuera del estadio hasta que el mismo don Rubén abrió la puerta para que un millar de reporteros, entre ellos yo, ingresaran a ver pasajes de la última práctica de Los Gauchos de Boedo. Dos días después, San Lorenzo de Almagro venció 2-1 a Unión de Santa Fe y se proclamó campeón del fútbol trasandino.

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DIEGO COSTA

Los goles de la Furia los hace un brasileĂąo .


HUMOR ILUSTRADO / GUILLO

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO www.decabeza.cl


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