Edición nº14

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hristo stoichkov

Hristo es Cristo en bĂşlgaro. Dios.



Davor Šuker

Jugó para Yugoslavia y Croacia. Fue goleador de un Mundial. ¿Algo más?.



EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018 / NOS DESPEDIMOS!

MARIUS LACATUS

“La Bestia”; ídolo máximo del Steua de Bucarest, con el que salió campeón de Europa.

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EDITORIAL N°14

EL ESTE es aquello que, cuando éramos niños, quedaba lejos. Un lugar que sabíamos que existía, pero no tenía mucho ver con nosotros. Allá se hablaban idiomas extraños, se vestían todos iguales y, lo que los hacía todavía más distintos, habían sido sometidos a un largo proceso de adoctrinamiento que los hacía jurar lealtad al comunismo internacional, ese intangible al que por estos lados se culpaba de todos los males de la humanidad. Vivíamos en dictadura, y los militares (junto con la generalidad de la prensa no censurada) habían escogido el otro bando. Sin embargo, cada cuatro años sucedía lo inimaginable: jugadores de esos oscuros países cruzaban la cortina y se presentaban a competir mano a mano con los players de los “países libres”. Los álbumes de las figuritas de cada Mundial nos mostraban a fornidos rubios, Ivanes Dragos de mirada gélida. Por supuesto, conocíamos a muy pocos jugadores de la Unión Soviética, Rumania o la propia Alemania Oriental, pero su sola presencia sobre la cancha nos enseñaba nuestra primera lección de geopolítica (y, por qué no, de la vida): allá, en los países en los que el sol no alumbraba, había niños que, como nosotros, soñaban con llegar a jugar en el equipo del que eran hinchas. O, dicho de otra forma, esa gente no podía ser tan distinta a nosotros si es que les gustaba el fútbol. Mal que mal, coincidíamos justo en aquello que nos parecía más importante. Después cayó el muro, la Perestroika fue reemplazada por un capitalismo que recuerda más al Viejo Oeste que a Wall Street, y a los jugadores de esos países ignotos (al menos, a los mejores) empezamos a conocerlos: ahora figuraban en las alineaciones de los mejores equipos de Italia, España o In-

glaterra, escuadras que –tras la sentencia del caso Bosman– se transformaron en verdaderas selecciones del Mundo, conformadas por planteles en los que se hablaban diez idiomas distintos, incluyendo por supuesto, lenguas de países que hasta hace nada estaban en la “Órbita Soviética” y que hoy no existen más que en antiguos mapas de los 80. Esa apertura sucedió hace tiempo, pero muchas de sus historias futbolísticas (y de las otras) quedaron guardadas al otro lado del muro; no las hemos escuchado por acá. A eso hemos venido ésta, la última vez: a contarles historias de un lugar que por décadas estuvo escondido. De Cabeza, como la conocimos hasta ahora, se termina. Con este número nos despedimos orgullosos. No se trata del orgullo del deber cumplido, porque no iniciamos esta revista por deber alguno. Lo hicimos con el único propósito de contar historias, de proponer temas, de entretenerlos con un contenido que a nosotros nos parecía bueno. Todo eso, con un diseño de alta calidad y entregas periódicas gratuitas. Serán ustedes, nuestros lectores, quienes juzguen si nuestros objetivos se cumplieron. Sin embargo, cualquiera sea su veredicto, nosotros cerramos el local orgullosos: soñábamos con que existiera una revista así, y logramos mantenerla viva por casi cuatro años. Ya lo dijo Diego: “Este no es un partido de despedida, es un partido de homenaje. Yo, nunca me voy a ir del fútbol”.

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SUMARIO EDITORIAL / p07

FÚTBOL DEL ESTE

El anticomunismo de El Mercurio y la Unión Soviética en el Mundial del 62 / P16 POR DIEGO VILCHES PARRA

PLATKO, EL BIELSA HÚNGARO / p28

POR FELIPE PUMARINO

PELOTA COSACA / p38

POR JERÓNIMO PARADA Y ANDRÉS SANTA MARÍA

MILENIOS DE PATEAR EL BALÓN / P42

POR JOAQUÍN BARAÑAO

HISTORIA, PASIÓN Y FÚTBOL EN SHANGHAI / P48

POR JOAN BONASTRE

los que vistieron de rojo y blanco / P58

POR PAULO FLORES SALINAS

ÍDOLOS ILUSTRADOS / P64

POR DANIEL NYARI

MAGDEBURGO / P72

POR SERGIO MONTES

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andrei kanchelskis

Un ruso en Manchester. En tu cara, James Bond.

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EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

ALEXANDER MOSTOVOI

El Zar de Balaídos. Todavía lo extrañan en el Celta.

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STAFF EQUIPO DIRECTOR

CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL

NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES

PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DANIEL CAMPUSANO (@dampusano2015) DIRECTOR DE ARTE

NICOLÁS PARRAGUEZ

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN SERGIO MONTES PAULO FLORES JOAQUÍN BARAÑAO

JOAN BONASTRE JERÓNIMO PARADA ANDRÉS SANTA MARÍA FELIPE PUMARINO DIEGO VILCHES

WEB MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA

ILUSTRACIONES

FOTOGRAFÍA

FRANCISCO ROJAS

CRISTOBAL CORREA

PORTADA

JOFRE CONJOTA

DISEÑO





Historias y crónicas, narradas al estilo De Cabeza. Ya somos los más escuchados, súmate!


EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

El anticomunismo de El Mercurio y la Unión Soviética en el Mundial del 62 Por Diego Vilches Parra*

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EL ANTICOMUNISMO DE EL MERCURIO Y LA UNIÓN SOVIÉTICA EN EL MUNDIAL DEL 62

A

TRAVÉS DEL FÚTBOL podemos observar, entre otras cosas, cómo operan las ideologías en el seno de complejos fenómenos socioculturales e históricos. Específicamente, y por medio del análisis de la cobertura que el diario El Mercurio hizo de la participación futbolística de la Unión Soviética en el Mundial de Chile 1962, buscaremos deconstruir algunos aspectos del tradicional discurso anticomunista del diario que, a lo largo del siglo XX, ha sido el principal medio de difusión y presión del gran empresariado y la derecha chilena. La historia del anticomunismo en nuestro país es de larga data, al punto que Joaquín Fermandois sostiene que es anterior, incluso, a la Revolución rusa (Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial 1900-2004). Rodrigo Patto Sá Motta, por ejemplo, distingue tres matrices anticomunistas: la católica-conservadora, que ve en el comunismo un disolvente de las bases morales de la familia y la sociedad, la nacionalista que lo percibe como una amenaza para la seguridad nacional y, finalmente, la liberal que, al identificar la libertad con la propiedad privada, identifica al comunismo con el totalitarismo (“Em guarda contra o perigo vermelho: O anticomunismo no Brasil (1917-1964)”). Es necesario desmontar continua y permanentemente los discursos anticomunistas chilenos porque, como sostiene Marcelo Casals, fueron los pilares en que se sostuvo la instalación y justificación ideológica de la más cruenta y terrorista dictadura militar que haya conocido nuestro país. Por medio del discurso periodístico sobre el fútbol se pueden observar tanto las características como la manera en que se difundieron las representaciones anticomunistas de El Mercurio, pues como señala Eduardo Santa Cruz, el discurso deportivo se encuentra impregnado de “aderezos sicológicos, sociológicos o político-religiosos” (Crónica de un encuentro. Fútbol y cultura popular).

(1) Todas las fuentes, cuando no se indique lo contrario, han sido sacadas del diario El Mercurio entre el 26 de mayo y el 11 de junio de 1962.

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EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

En otras palabras, la cobertura que El Mercurio hizo de la participación futbolística soviética en Chile se encontró completamente imbuida de su ideología anticomunista. En los sesenta, y hasta ahora, el diario no solo se encontraba plenamente identificado con el proyecto de modernización capitalista de mercado (basado en la liberalización económica, la reducción del gasto público y una conducción tecnocrática del Estado) del gobierno de Jorge Alessandri, sino que identificaba el socialismo encarnado por la Unión Soviética con el totalitarismo. Sin embargo, y producto del desarrollo tecnológico alcanzado por la URSS, y el reciente giro soviético que había tenido la Revolución cubana, el modelo de desarrollo socialista se volvía cada vez más seductor para países que, como el nuestro, perseguían superar el subdesarrollo crónico y la dependencia económica. En Chile, por ejemplo, no solo los comunistas consideraban que el socialismo soviético, al cual se le atribuía conjugar crecimiento económico con justicia social, debía ser la guía para proyectar el futuro del país, sino que, incluso, la revista deportiva Estadio elogiaba, y envidiaba, el alto grado de involucramiento estatal en la construcción de una verdadera cultura deportiva en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En definitiva, y como en canchas chilenas se podría conocer el desarrollo futbolístico alcanzado por la URSS, por medio de la difusión y reactualización de los tradicionales tópicos anticomunistas, El Mercurio buscó negar y atacar el atractivo que el modelo de modernidad socialista pudiera concitar en Chile. Así, mientras Jorge Toro destacaba la lealtad del juego soviético, El Mercurio subrayaba la “naturaleza” enigmática, fría y poco cordial de su plantel. Si había que hablar de los rusos era, según el ejemplar del 10 de junio, para “enjuiciarlo con el gesto con que se indica silencio”, ya que no se podía “explicar que existiendo para los soviéticos siete intérpretes, ninguno de ellos” fuese “cordial con los periodistas”. Dieciséis días antes, el periódico ya había explotado el tópico del secretismo oriental al señalar que los entrenamientos de las demás selecciones eran públicos y que “todo se hace con fines más admirables en la verdadera concepción del deporte”. Sin embargo, advertía que “todavía falta por saber qué ocurrirá con los soviéticos”, los cuales aún no pisaban suelo chileno. No debe extrañar, entonces, que el diario se

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limitara a consignar, en un reducido espacio del ejemplar del 26 mayo, que “hoy llegan los rusos”. Aunque afirmaran que “no son tan bravos como los pintan” y que solo “lograrán una modesta posición”, no era usual darle tan poco espacio a un cuadro que en Estadio y El Siglo (15 y 31 de mayo respectivamente) aparecía como un serio aspirante al título. No en vano eran los actuales campeones de Europa. El 31 de mayo en Arica la URSS debutaba contra Yugoslavia. No solo era una reedición de la última final de la Copa Europea de Naciones (Eurocopa), sino que también el choque futbolístico de dos modelos rivales de socialismo. El partido, en que los soviéticos se impusieron por 2 a 0, fue caracterizado como “una pelea entre perros y gatos”. En palabras del diario, “duro y desagradable”. Como las dos escuadras reemplazaron la técnica por “una bravura colindante con la brusquedad mal intencionada”, la “brega quedó reducida a una vulgar riña”. Para El Mercurio, los rusos fueron “demasiado duros”, saliéndose “con la suya gracias a la ineficiencia del árbitro”. Sin embargo, también reconocía que habían merecido el triunfo, en base a un juego “completo, sobrio y con un constante subir y bajar” que terminó por desmoronar a los balcánicos. Con todo, calificó el juego de ambos equipos como mediocre. Mientras el equipo dirigido por Gavriil Kachalin carecía de “características bien definidas” y avanzaba “a tropel”, los yugoslavos eran incapaces de “soportar un ritmo parejo”. En efecto, era difícil encontrar bueno el fútbol de modelos de economía socialistas, cuando se buscaba difundir un proyecto de país basado en la empresa privada, la inversión extranjera y el progresivo fin de la regulación estatal de importantes sectores de la economía. En su segundo encuentro, se daba por descontado que “el musculoso soviético” aplastaría a la débil Colombia. Y así parecía que iba a ser cuando, al iniciar el segundo lapso, iba 4 a 1 arriba en el marcador. Sin embargo, en “una recuperación que alcanzó ribetes extraordinarios”, los latinoamericanos consiguieron un empate a cuatro goles. En el discurso mercurial, Colombia se transformó en aquel “David que equiparaba fuerzas con Goliat”. El empate, que tenía que poner fin al mito de la “supuesta insuperabilidad física de la URSS”, demostraba su verdadera capacidad.


EL ANTICOMUNISMO DE EL MERCURIO Y LA UNIÓN SOVIÉTICA EN EL MUNDIAL DEL 62

Aunque habían hecho cuatro goles, se esgrimía que su juego era mediocre, sin “habilidad, tenacidad y técnica para desarticular el bloque defensivo rival”. De este modo, y en base a “tesón”, los colombianos habían merecido “la victoria”. Gozoso, El Mercurio afirmó que “cierto ritmo” de los cafeteros había “desconectado a la ortodoxa apisonadora rusa, permeable cuando los acontecimientos siguen derroteros vertiginosos”. No podía ser de otra forma, ya que aquello no era más que el corolario del estilo “de vida soviético”. En efecto, “el rígido juego de los rusos, parece incapaz de adaptarse a las circunstancias imprevistas, al margen de los planes establecidos”. Pocos meses antes de la Crisis de los misiles en Cuba, en el relato del decano de la prensa, la hazaña de la cenicienta del campeonato demostraba que el modelo soviético no se adecuaba al estilo de vida, más espontáneo, de los países latinoamericanos. De este modo, el diario esperaba que, al vencer en los últimos encuentros de la fase de grupo, uruguayos y colombianos eliminaran del Mundial a soviéticos y yugoslavos. Así quedaría demostra-

do, futbolísticamente hablando, que el socialismo de las potencias del Este no era un modelo adaptable a la realidad nacional. A la postre fue eso justamente lo que estaba en disputa; ya que venciendo a los uruguayos y quedando primeros en su grupo, los de la hoz y el martillo se enfrentaron a la selección chilena en los cuartos de final. El 10 de junio Arica despertaba temprano, y cómo no, si la escuadra de Fernando Riera se jugaba el paso a las semifinales del Mundial. Las 23 mil almas que repletaron el Carlos Dittborn verían entonces, en el relato anticomunista del partido, el choque entre el totalitarismo y la libertad. De este modo, ya en la previa, El Mercurio alegaba que mientras Riera había confirmado su oncena titular, su par soviético, Kachalin, seguía jugando al misterio con el equipo que iba a parar en la cancha. Con todo, los chilenos, resistiendo el permanente asedio rival y siendo inusualmente contundentes frente al arco contrario, vencieron 2 a 1 al cuadro capitaneado por Lev Yashin. De la mano de la “justicia divina”, como bautizó Julio

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EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

Martínez el famoso gol de Leonel Sánchez, Chile consiguió, lo que El Mercurio del 11 de junio tituló como una “victoria de categoría mundial”. Tirando todo el equipo atrás y contragolpeando certeramente, la selección, reactualizando el discurso racial de La Raza chilena de Nicolás Palacios, había demostrado ser la perfecta mezcla entre una “defensa europea y un ataque sudamericano”. En este relato, la victoria futbolística reflejaba, por un lado, la superioridad de un sistema económico basado en la propiedad privada y el mercado y, por el otro, la incompatibilidad entre la chilenidad y un modelo económico centralizado como el de la URSS. De esa forma, informando las celebraciones que se sucedieron por todo el territorio nacional, El Mercurio relataba el carnaval de autos que se había podido ver por las calles de Santiago. En uno de ellos, curiosamente, se podía leer la esperanzadora frase: “Chile campeón del Mundo. Chile primero a la Luna”. Vinculando la victoria deportiva con la carrera espacial y la Guerra Fría, se menoscababa el atractivo que pudiera representar el modelo de desarrollo soviético para Chile. De ahí que, con un humor exultante, el diario se burlara afirmando que “en Rusia ha terminado el culto a la personalidad. De todos modos, no me gustaría ser Yashin este fin de semana cuando le toque regresar a Moscú. No olvidemos que en el mausoleo de la Plaza Roja ha quedado un sitio vacante”. La cobertura que hizo El Mercurio de la participación futbolística de la Unión Soviética tenía la intención de instalar la idea de que el socialismo, tal como caracterizó el juego de los “rusos”, era mediocre, ineficiente, rígido, incapaz de reaccionar a los imprevistos y, menos, de adaptarse a la espontaneidad latinoamericana. De esta forma, el comunismo era identificado con sociedades misteriosas, poco transparentes, autoritarias, frías, calculadoras, totalitarias y antidemocráticas. Imágenes parecidas, ha subrayado Marcelo Casals, aparecieron en las campañas del terror que se hicieron en contra de las candidaturas presidenciales de Salvador Allende en 1964 y 1970. La instrumentalización política que hizo el diario de Agustín era evidente, incluso, en el Chile de los sesenta, ya que en pleno Mundial, el senador Baltazar Castro, miembro de la Vanguardia Nacional del Pueblo, denunció en El Siglo del 17 de junio de 1962, a los comentaristas deportivos que, trabajando para medios financia-

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dos “por las agencias norteamericanas del cobre”, se estaban aprovechando del deporte para hacer méritos con sus patrones, incorporando material que solo servía a la campaña internacional contra la Unión Soviética. Instalando la imagen del socialismo soviético como algo totalitario y antidemocrático, El Mercurio intentaba minar el atractivo del proyecto de construcción del socialismo, en pluralismo y democracia, de las tradicionales estructuras del movimiento obrero y la izquierda chilena. Bombardear ese proyecto, desde todos los frentes, sobre todo el ideológico, era urgente en un escenario, como la década del sesenta, en el que las fuerzas transformadoras y populares del país estaban alcanzado su maduración política y de conciencia de clase. De esta forma, la participación futbolística soviética en 1962 fue una batalla más por el control de la hegemonía ideológica sobre la sociedad chilena. Un escenario para disputar y definir cuál era el contenido, el significado, lo que había que entender por socialismo en Chile. El fútbol era un espacio a través del cual desarrollar esta lucha, no solo por su popularidad y masividad, sino que fundamentalmente porque a través de su práctica y asociatividad en los clubes de barrio, como ha mostrado Brenda Elsey, los sectores populares construyeron una identidad de clase que en los sesenta fue clave en la radicalización del proceso que desembo-


LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL

GEORGE HAGI

El “10” menos pensado por Argentina. Esa tarde del 94’ parecía el mismo Diego, pero jugando por los de enfrente.


EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

có en el desarrollo de un proyecto revolucionario de transición al socialismo en Chile (Citizens and Sportsmen. Futbol and Politics in Twentieth-Century Chile). En 1964, en plena campaña presidencial, La Nación publicó un afiche en el que realizaba la traducción del discurso deportivo al discurso político. Identificó a Salvador Allende, quién tenía la cédula número 1, con la Unión Soviética, mientras que a Eduardo Frei Montalva, quién tenía el número 2, con la selección chilena. De esa forma, “los números”, el 2 a 1 de la selección contra los rusos, “lo decían todo”. A dos años de terminado el Mundial, la victoria futbolística entregaba poderosas armas, en forma de personificaciones y metáforas, a las clases poseedoras que temían que Allende llegara al poder con un proyecto de transición al socialismo democrático y respetuoso de la institucionalidad. Atacaban el proyecto de la izquierda chilena con las municiones del anticomunismo. El mismo discurso que

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nueve años después, desde fines de 1973, legitimó la instalación de la dictadura encabezada por Pinochet. Es que, sin lugar a dudas, en el relato de El Mercurio, como sostiene Casals, el comunismo “encarnaba todo lo negativo, inmoral, irracional y disolvente para la sociedad chilena”. De ese modo, abriendo un espacio que le negaba la humanidad a un grupo significativo de compatriotas, el anticomunismo, como discurso ideológico y práctica política, permitió y posibilitó que esa misma dictadura militar desatara el peor terrorismo de Estado conocido por la sociedad chilena en toda su historia. * Diego Vilches Parra (davilche@uc.cl) es Magister en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile y becario Conicyt. Ha desarrollado una línea de investigación que, por medio del análisis sociocultural del deporte, estudia los procesos de construcción identitaria en Chile. Fruto de este trabajo es el libro Del Chile de los triunfos morales al país ganador. Historia de la selección chilena durante la dictadura militar: 1973-1989.


pronto

en la retina del hincha

PROYECTOS

DE

CABEZA

2017



robert prosinecki

Campeรณn de Mundo Juvenil en Chile; campeรณn de Europa con el Estrella Roja. Jugรณ en el Real Madrid y Barcelona. Un crack.



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EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

Por Felipe Pumarino*

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PLATKO, EL BIELSA HÚNGARO

“ES COMO SI NACIERA DE NUEVO. Juro que entraré a alguna escuela nocturna para aprender algo más. No puedo seguir así”. Corre 1959, Chile se prepara incluso a nivel académico para acoger el Mundial y Norton Contreras -entre lágrimasse despacha esta tremenda confesión. A los 41 años, ha decidido partir de cero. Durante una charla dictada por el francés Gabriel Hanot, el viejo crack colocolino ha notado con espanto que no sabe nada de táctica, que no sabe nada de fútbol, que no sabe nada de nada. Es bien raro lo de Norton Contreras, quien por cierto en verdad se llama Luis Armando Contreras, un tipo que nació en 1918 en la salitrera Aguas Blancas y anda a saber tú por qué diablos durante su infancia en la población el Pinar -al ladito de La Legua- lo apodaron Norton para la posteridad. Es raro porque dos décadas antes, ha sido actor protagónico de la mayor revolución táctica que registre la historia del fútbol nacional. Es la revolución que dirige Francisco Platko. Pero antes de hablar de Platko -quien por cierto se llama Ferenc Plattkó y nació en Budapest, Imperio austrohúngaro, cuando aún se desgranaba el siglo XIX- no estaría de más un recuerdo para Norton. Miembro de esa raza de futbolistas que no le cae mal a nadie (imaginemos a Chita Cruz, al Loco Araya, a Gary Medel), es un interior izquierdo técnico y veloz. Tan malo no debe haber

sido: número fijo en Colo-Colo y la selección, termina su carrera tirando buenos centros en Banfield y América de México. “Malo no debe haber sido”: impreciso, ¿no? Es que resulta chueco hablar con autoridad de tipos que casi nadie -vivo- vio jugar; es más, parece imposible imaginarse cómo era un partido en Santa Laura o en el Fortín Mapocho en los ‘40. ¿Cómo saber cuán idolatrado era Raúl Toro o qué tan charro era Moreno? Muy sueltos de cuerpo, hoy armamos rankings históricos y selecciones ideales que rara vez miran más atrás de los ‘60, con suerte. ¿Sería Norton mejor que Jean Beausejour? No lo sabremos nunca. Pero volvamos a lo nuestro. En 1959, Contreras lleva diez años jubilado y aspira a convertirse en entrenador. Para eso se cultiva con el susodicho Gabriel Hanot, quien ha sido contratado por la FIFA para dictar en Santiago una ronda de charlas especializadas. Entre su auditorio abundan futbolistas al borde del retiro, “gente del medio” y ociosos varios. ¿Hanot no suena hoy “ni en pelea de perros”, cierto? Seleccionador galo en los ‘40 e institución periodística mundial, el fundador de “L’Equipe” es a mediados del siglo XX una suerte de teórico del balón que recorre el planeta enseñando rutinas de entrenamiento, disciplina deportiva y, por sobre todo, táctica. Esta última, por cierto, en Chile lleva casi veinte años bastante aprendida. Pero muchos -incluso actores

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principales, como Norton- no se han dado cuenta.

“POR ALTITO Y SIN BOTE”

¿Habrá sido más importante Platko que Bielsa o Sampaoli en la historia del fútbol chileno? Anda a saber. Lo que sí sabemos es que antes de 1939 en Chile se practica un fútbol “rústico”, siendo generosos. Una definición precisa la encarna el pobre Bádminton, que durante casi dos décadas de profesionalismo se dedica -con éxito- a perfeccionar el prehistórico estilo británico del “por altito y sin bote”. A saber: si tu equipo tiene la pelota, a toda costa debe intentar pasársela al arquero, quien de un zapatazo la manda lo más alto y lejos posible para que la peleen los grandotes de adelante. El “zapallazo” elevado a sistema táctico: así se explica que esos pocos talentosos que se dejan caer por nuestras canchas -como Toro o Moreno- refulgen como estrellas de Hollywood. También sabemos que dejamos de jugar así gracias a Platko. Como arquero, “malo no debe haber sido”: titular siete años en el Barcelona, campeón de la Liga inaugural y en algún momento considerado el mejor portero de Europa; su actuación en la final de la Copa de 1928 -donde acaba ensangrentado tras trancar dos patadas con la cabeza- incluso merece el poemita “Oda a Platko” de un tal Rafael Alberti. Retirado en 1933, el Oso rubio de Hungría pasa años dando bote como DT por el planeta fútbol: dirige al propio Barça, al Arsenal de verdad, a la selección de Estados Unidos y al Celta de Vigo en plena guerra civil española. En suma: algo de cuento tiene el viejo mañoso. Porque incluso en sus fotos juveniles, Francisco luce cara de viejo. Y de mañoso. Escapando de varias guerras que fueron destruyendo cada lugar que había alcanzado a querer, ese 1939 llega Platko a Colo-Colo. Y acá lo cambia todo.

EL CHILENO OBEDIENTE

Pero antes, volvamos por unos segundos a esas charlas de 1959 que nos empujan a la autoflagelación. “El chileno aprende con facilidad, es de mente despierta y salida pronta… sólo le falta aprender a hablar”, dictamina Hanot. Desconocemos si con

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esa sentencia tan rotunda busca halagarnos u ofendernos. Según revista Estadio, es la primera vez que alguien dicta cursos formales de táctica en Sudamérica. “Llegué a la conclusión de que no sabía nada”, admite Luis Álamos, alumno aventajado de Luis Tirado, el primer gran entrenador chileno y eterno bombero de las selecciones nacionales. Tirado, a su vez, es quizás el único discípulo de Platko. El cascarrabias húngaro nunca dictó curso alguno, huelga decir. Sí escribió un libro: Arte y Ciencia del Fútbol Moderno.

EL JUEGO CIENTÍFICO

Basta de amagues: ¿qué diablos trae Platko desde la atribulada Europa? Sin pasar por Argentina, Uruguay ni Brasil, importa lo que con cierta pompa se da en llamar “el juego científico”. Durante esos años, la palabra “ciencia” aún ofrece connotaciones misteriosas. Es lo mismo que pasará luego con términos como “atómico”, “robótico” o “proactivo”. En 1939, sumarle a cualquier cosa el adjetivo “científico” equivale a darle un aval de seriedad y vanguardia. Ese “fútbol científico” se comenta de oídas en Sudamérica sin saber muy bien de qué se trata. Pero en verdad es algo muy simple: estamos hablando de marcación. A fines de los años ‘30, en nuestras canchas aún rige un pacto tácito -y de caballeros- que les impide a los defensas marcar a los delanteros. Para entenderlo, imaginemos una línea de zagueros formada por dos tipos que cruzan mitad de cancha un par de veces al año. Su papel es despejar lo más lejos posible las pelotas divididas, cabecear envíos largos y pegar patadas maleteras cuando el atacante es más rápido. Lo que no hacen es marcar: no saben situarse delante del rival, retroceder de espaldas mientras él avanza, estorbar su avance para ganar tiempo e intentar puntearle el balón sin cometer foul. Cuando llega a Colo-Colo, Platko les enseña a sus jugadores a recuperar balones y no limitarse a mirar.

RESUMEN EJECUTIVO: EL “HALF POLICÍA”

Esquemático, rígido e incluso “defensivo” para


PLATKO, EL BIELSA HÚNGARO

los estándares sudamericanos, Platko trae otras novedades que aceleran la profesionalización del fútbol chileno (y durante un lustro nos vuelve un enigma para clubes extranjeros). Con casi quince años de retraso, estrena en Sudamérica la WM, esquema parido justamente en el Arsenal que instala a tres defensas en el fondo y dos volantes retrasados. El defensa central (half policía) persigue al centrodelantero rival por el frente de ataque, algo jamás visto por estos lados. También se preocupa como nadie antes por la disciplina de sus planteles, dentro y fuera de la cancha. Su primer mandamiento es rotundo: el borracho no juega. Otras gracias: su énfasis en la preparación física con nuevos métodos de entrenamiento (especialmente para los arqueros), la supervisión de la dieta de los jugadores y la incorporación de médicos a su staff.

SE ACABARON LOS SPORTSMEN

Ya establecimos que “los chilenos aprenden con facilidad”. Los jugadores colocolinos, incluyendo al bueno de Norton, rápidamente adoptan en 1939 el nuevo ordenamiento táctico en los entrenamientos. Cuando el “fútbol científico” se estrena de manera oficial en nuestras canchas, pasan dos cosas: 1. Roto su eterno pacto de no agresión con los defensas, los confundidos delanteros no saben qué hacer cuando los marcan; al otro lado, los zagueros se marean. En las primeras siete fechas, Colo-Colo suma seis triunfos (incluyendo un 4-1 a Green Cross, 7-1 al Audax, 5-1 al Santiago National y 9-1 en el clásico con Magallanes). 2. Pasmados, los hinchas critican sin piedad a Colo-Colo y al técnico que ha caído en la vulgaridad de inventar un sistema “tan poco deportivo”. No hay que olvidar que en esta época “deportividad” (sportsmanship) aún es sinónimo de “caballerosidad”. En la pifiadera, que dura meses, también participan los propios seguidores colocolinos (!), espantados de ganar con armas tan rascas. Al cabo, ahogando a sus rivales, Colo-Colo gana

caminando ese extraño campeonato de tres ruedas. Tan cacareada es la revolución táctica de Platko, que logra una pequeña proeza: cuando Santiago aún dista a varios años luz de Buenos Aires, el DT es “transferido” a un River Plate que busca recuperar los títulos aplicando ciencia. Esta pregunta es fácil: ¿Cómo le va a Platko en la Argentina? Obvio: como las pelotas. Uno podrá acusar de muchas cosas al hermano pueblo trasandino, pero jamás de obediente y calladito. El llamado “estilo rioplatense”, que en 1940 exige ganar jugando bonito, no congenia jamás con el mecánico espectáculo del “fútbol científico chileno”. Los cracks millonarios -Pedernera o el propio Charro Moreno- sienten sometido su talento a la rigidez del esquema; incómodos, no defienden ni anotan y pronto se afanan a esa vieja costumbre de hacer la cama. Tras una primera rueda de porquería, Platko es despedido; en la segunda rueda, River gana, gusta y golea. Poquito más y sale campeón.

LA TÁCTICA GANA SOLA

Chile acoge de vuelta a Platko con brazos abiertos. Acá sí hemos entendido a palos que, cuando el talento escasea, no es malo jugar ordenadito. Ausente el gringo, en 1940 el campeón ha sido la Universidad de Chile dirigida “científicamente” por Luis Tirado. El 41, reinstalado el húngaro en la banca, Colo-Colo concreta una proeza: anotando 3,5 goles promedio por partido se corona invicto, logro nunca repetido. Los campeones, encabezados por Norton Contreras y el Tigre Sorrel, pasean a Platko en andas por la cancha de Carabineros: como pocas veces, al curtido DT se le ve sonriendo. “Colo-Colo, sin contar con elementos superiores a los demás equipos, gana ininterrumpidamente sólo porque juega con táctica”, dictamina la recién fundada revista Estadio, ferviente defensora de la inesperada profesionalización del medio que ha traído Platko, quien ese mismo año es llamado a dirigir a la selección chilena.

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EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

Durante un lustro, nuestro fútbol se vuelve indescifrable. Las ocasiones para medir fuerzas con equipos extranjeros no abundan, pero cuando ocurren los rivales no logran entender a qué juega Chile. Y así en 1945, durante el Sudamericano jugado en nuestro Estadio Nacional, estamos a punto de ahorrarnos 70 años de mufa: la Roja le gana a Ecuador, Colombia, Bolivia y Uruguay, empata con Argentina y en la última fecha ꟷera que noꟷ se cae frente a Brasil y todo queda ahí mismo. Desde entonces, Platko va y viene. En 1949, porfiado, parte a dirigir a Boca Juniors confiado en que sus tácticas servirán en cualquier parte, incluso allá: los xeneizes casi descienden. Luego dirige una docena de clubes chilenos y extranjeros, pero solo vuelve a campeonar en el Colo-Colo ‘53 de los hermanos Robledo.

“EL ENTRENADOR QUE ENSEÑÓ DISCIPLINA”

Así se titula una columna firmada por Isidro Corbinos, español que llegó a bordo del Winnipeg y acá sería maestro de generaciones de periodistas deportivos. En la edición 1.000 de Estadio, a los cronistas habituales se les brinda media página para decir lo que quieran. Corbinos elige hablar de Platko: “Sus ideas fueron imponiéndose, una a una, no sólo en el país sino en todo el mundo [...] trajo consigo algo que lo hizo desagradable: la implantación de una rígida disciplina, que le valió no pocos rencores. En una ocasión en que tuvo a su cargo al seleccionado nacional, se hallaba concentrado en la Escuela de Carabineros. En las tardes, efectuaban prácticas en la cancha que terminaban con dos o tres vueltas al trote al anochecer. Tres seleccionados se colocaban siempre los últimos. Cuando era ya oscuro, sin que pudiera notarse, se desprendían de la fila, salían por un portillo y se iban al bar de la esquina. Hoy esto no es posible. Los tiempos han cambiado y la mentalidad de los jugadores profesionales es otra”.

VOLVAMOS A VER A PLATKO

Autoexiliado una década en Brasil, Platko termina jubilando del fútbol en San Luis el ‘65. Pero el

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viejo es duro y aguanta casi veinte años ese cruel destino que padecen los entrenadores retirados. Sus últimos años los sufre en el gélido departamento F de Avenida Santa María 0112, en Santiago. En silla de ruedas, enfermo de pobreza y olvido, recién viene a morir de cáncer el 2 de septiembre de 1983. Por líos administrativos, sus huesos pasan años medio perdidos en el Cementerio General. Desde 2015, por fin, Ferenc-Francisco Platko descansa en paz en el Mausoleo de Viejos Cracks de Colo-Colo. Y muy cerquita, casi a su lado, reposa el pobre Norton Contreras (quien, por cierto, nunca llegó a entrenar algún club profesional). * Periodista, acumulador de estadísticas de fútbol, coleccionista de Cachupines, hincha de Iberia, la U. de Chile, Huracán y el Schalke 04.


sinisa mihajlovic

Defensor flojito, pero ยกcรณmo le pegaba, mamita!


Gheorghe PopescU

Gica, el cuĂąado de Hagi.


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PELOTA COSACA

CROACIA

REMINISCENCIAS DE YUGOSLAVIA “Deje de enviar personas a matarme, ya hemos capturado a cinco, uno de ellos con una bomba y otro con un rifle. Si no deja de enviarme asesinos, enviaré uno a Moscú y o tendré que enviar un segundo. Fraternamente, Tito”. Esas fueron las palabras contenidas en la misiva que envió el Mariscal Josip Broz al compañero Stalin, líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, aclarando el rol de su nación en el nuevo orden mundial. Tras terminar de escribirla de su puño y letra, y recibir noticias respecto de los cuidados a los que eran sometidos en prisión los sicarios rusos, Tito fue a supervisar los entrenamientos de la selección de fútbol de la Yugoslavia socialista, que se preparaba para debutar internacionalmente en los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Su felicidad no podía ser mayor cuando observaba las hermosas jugadas ofensivas que construían el croata Stjepan Bobek y el serbio Rajko Mitić, que a sus ojos constituían una maravillosa metáfora de su utopía paneslava que comenzaba a hacerse evidente en todas las actividades del país. La dupla sería el ejemplo de los beneficios de la unión de pueblos balcánicos y una inspiración para aquellos que se atrevieran a desafiar la integridad del proyecto: esa era la oportunidad de rectificar sus pensamientos observando el vir-

tuosismo de los gladiadores sobre el campo de juego. Nuevos clubes como el Metalac (trabajadores del metal), el Radnik (obreros), el Proletar (proletarios), Rudar (mineros), Željeznicar (ferroviarios), Radnički (trabajadores unidos), Sloboda (libertarios), Napredak (progresistas) y Budućnost (futuro comunista) se unieron a los tradicionales pero rebautizados Partizan Belgrade, Crvena Zvezda (Estrella Roja) Belgrade, Dinamo Zagreb, Proleter Zrenjanin y Spartak Subotica, para representar los valores de la nueva patria, que además de la liga nacional competirían en la flamante Copa Mariscal Tito. Los años posteriores profundizaron su obsesión por el deporte. En ello se jugaba la aceptación de su legado y de los costos humanos que a su juicio eran necesarios para la estabilidad yugoslava. Comenzarían así a aparecer gladiadores que según sus propias palabras representarían a un deporte “liberado de las pasiones negativas y comerciales, especialmente peligrosas para amigos y organizaciones deportivas que permitan la aparición de hostilidades nacionalistas. Son los jóvenes quienes deben hacer frente energéticamente a estos fenómenos”. Toda esta obra y las grandes

proezas de los atletas nacionales rondaban la mente de Tito, cuando el 4 de mayo de 1980 fue alcanzado por la muerte tras una gangrena que inició su tránsito a un plano de la existencia en la que no habría Yugoslavia ni socialismo ni fútbol. Y no sólo su existencia física sería extinta, sino también la utopía a la que había entregado sus fuerzas: la selección yugoslava desaparecería junto con el país al que Tito entregó su vida, para dar paso a naciones independientes. Croacia y equipo nacional, ahora envestido con una camiseta de cuadros rojos y blancos, mirarían su figura como una reminiscencia de una utopía que vuela como cenizas en el viento. Pero más allá del paso del tiempo y la historia, las huellas del pasado se hacen parte de un presente que inevitablemente conecta a Croacia con la Yugoslavia de Tito. En el espacio futbolístico, aquel donde la moral y la política se transmuta en fuerzas emotivas e identidades estéticas, la selección croata es heredera de aquellos años en que el deporte fue elevado como parte fundamental de su identidad. Este legado sin duda contribuyó a la fascinación por el fútbol que hizo de jugadores como Modrić, Mandzukic y Rakitic, genios que permiten dar sentido a la brutalidad de la

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guerra y reencausar los influjos de la historia en un gesto de belleza y virtud. Atrás queda la correspondencia de Stalin y Tito, la guerra fratricida, el fuego de las bombas y el terror la muerte. Los sutiles encantos de las costas de Split y Dubrovnik podrán inspirar una gesta que emerja como un símbolo de la paz y libertad que en un grito de gol puede por un momento dejar de ser una quimera.

LUKA MODRIĆ: LOS SIRVIENTES DE DALMACIA

En una de sus recurrentes visitas a su natal Dalmacia, específicamente en la localidad de Baska Voda, Luka Modrić fue al restaurant Del Posto con su esposa Vanja, lejos de esos ostentosos lugares para ricos que le aburrían. La pareja, tras ser reconocida y ubicada en una mesa, fue abordada por el camarero: un sonriente hombre de estatura media, cabello castaño, brazos particularmente largos y dotado de una sonrisa particularmente acogedora. No les pareció que su cordialidad fuese forzada, sino una muestra genuina felicidad que sólo puede provenir de quien se encuentra en el ejercicio de su más profunda vocación. “¡Buenos días, mi nombre es Zdenko! Bienvenidos a Del Posto”, dijo con entusiasmo, “Espero poder servirles con al menos una fracción de

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la gracia con que el señor juega al fútbol”. Sonrientes ante aquella delicada y afectuosa recepción, la pareja se miró a los ojos, hasta que Vanja tomó la palabra y, luego de devolver el saludo, pidió a aquel curioso camarero una recomendación. Casi sin pensarlo, como si hubiese sabido hace días que recibiría aquellas visitas ilustres, Zdenko afirmó con su sonrisa eterna: “Si me permiten el atrevimiento, ustedes, que deben haber visitado los más exclusivos restaurantes y probado los más exóticos platos, disfrutarían mucho de nuestro tradicional atún a la parrilla: su exquisito sabor les recordará aquel tiempo sin luces ni alfombras rojas, la felicidad que se encuentra en las cosas más simples. Si además me dejan sorprenderlos con un vino blanco especial para semejante bocado, les aseguro que la experiencia los acompañará por todo el día”. Conmovidos ante la bellísima alocución, aceptaron su propuesta y la disfrutaron con entusiasmo, mientras contemplaban la grácil figura en movimiento de Zdenko, que repartía variadas preparaciones y contagiaba sin excepción a cada uno de los comensales con sus ocurrencias, sumiéndolos a todos en una armonía que rara vez puede apreciarse en lugares como ese. Por momentos, a Luka le parecía que aquel mágico don de servicio de Zdenko era equivalente al suyo en el campo

de juego, cuando a través de su inteligencia, técnica y creatividad, era capaz de sumergir a sus equipos en una sinfonía que terminaba tarde o temprano con un gol el arco contrario. Vanja, imbuida por la misma fascinación, hubiese querido invitar a Zdenko a compartir con ellos al hotel una noche inolvidable, pero la idea de seguro no habría sido aceptada por su Luka. Lo que a Luka sí pareció agradarle y no olvidó nunca fue esa especie de simetría que observó entre su fútbol y el camarero de Dalmacia, dos expresiones equivalentes de una habilidad única para hacer florecer todo lo que les rodea, y desde su armoniosa existencia lanzar estelas de alegría que sean capaces de iluminar los espíritus más opacos. Cuando un grupo de niños en Zagreb lepreguntó qué hubiese sido de no ser futbolista, Modrić no tuvo dudas: camarero. Sólo así podría haber expresado el mismo don que en el deporte le había significado la trascendencia.



Ivan Rakitić

De los de ahora, uno de los mejores.



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Por Joaquín Barañao*

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JOAQUÍN BARAÑAO

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Zvonimir Boban

Diez años en Milán, cuando el AC Milán era bueno.


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Por Joan Bonastre

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HISTORIA, PASIÓN Y FÚTBOL EN SHANGHAI

S

ON LAS CUATRO de la tarde y en las inmediaciones del estadio se vive esa calma tensa previa a cualquier gran evento. Las camisetas y sudaderas azules del Shenhua hace horas que se pasean por el barrio de Hongkou, uno de los más antiguos de la ciudad de Shanghai, y en toda la red de transportes que se dirige hacia este distrito al noreste de la ciudad, se pueden encontrar seguidores del equipo local. La línea 3 del Metro es la única que atraviesa zonas céntricas de la ciudad al descubierto y, cuando el clima lo permite, desde el interior del tren se puede observar la silueta del estadio, rodeado de edificios residenciales relativamente bajos y de un gran parque, recortada

contra un fondo poblado por rascacielos infinitos que desde su altura –en el distrito financiero de Pudong, al otro lado del río–, parecen querer colarse a la cancha. En esta parte de la ciudad se concentran, como en pocas, los contrastes que uno puede encontrar en Shanghai. Hoy es día de derbi local, un partido que ha cobrado incluso más interés después del vertiginoso final de la temporada anterior, cuando contra todo pronóstico, el Shanghai Shenhua logró llevarse el título de la Copa de China frente al rico y poderoso vecino del Shanghai SIPG. En la ida ganaron por uno a cero y levantaron la copa pese a caer en la vuelta por 3-2 en un partido de infarto. En ese equipo destacaron los

colombianos Freddy Guarín y Giovanni Moreno, y el nigeriano Obafemi Martins, además del fiasco del Apache Tévez. El título, el único de los últimos veinte años de este equipo emblemático, enloqueció a sus seguidores, enaltecidos por haber logrado por una vez superar al que ellos consideran el nuevo niño rico. Y es que en la pasada temporada, los aficionados del Shenhua pasaron por todos los sentimientos de los que el ser humano es capaz: de la ilusión y el orgullo de fichar a Carlos Tévez a la más profunda decepción e indignación por su rendimiento y actitud. De la tristeza de ver su estimada catedral del fútbol en llamas justo al inicio de la temporada -y que, aunque no causó daños graves ni heridos, obligó al equipo a jugar en una cancha impropia de su categoría durante semanas-, a la euforia exacerbada de derrotar al SIPG y lograr por fin un título después de una campaña que, de nuevo, había generado grandes esperanzas al ver a su equipo con la

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de un amigo o compañero de alegrías y decepciones, y hacen más visible su presencia los reventas, que anuncian a gritos entradas y más entradas.

posibilidad de participar en la Champions League asiática, para posteriormente darse de bruces con la realidad al caer eliminados en la última ronda clasificatoria frente al Brisbane Roar, un equipo australiano a priori bastante inferior. Con todos estos ingredientes en la memoria reciente del aficionado del Shenhua, el derbi de hoy es sin duda un partido especial. Y sin embargo, la presencia policial puede generar dudas en el visitante extranjero; ¿tanto jaleo puede haber? En el pasado lo hubo, y si hay una consigna que parece clara a la hora de organizar grandes eventos en este país, es que es mejor prevenir que curar. A veces se tiende a pensar en China como un país

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caótico, pero cuando se trata de fechas señaladas y grandes multitudes, muchos nos hemos sorprendido al comprobar la eficacia con la que se gestionan núcleos urbanos de más de veinte millones de habitantes. En día de partido siempre hay un gran dispositivo policial, pero hoy es dos o tres veces superior al habitual, quizás porque coincide con la celebración estos días en Pekín del pleno de la Asamblea Nacional Popular, el máximo órgano legislativo del país. En cualquier caso, a dos horas del inicio del partido, la popular marea azul ha llenado con su entusiasmo la intersección de calles en las que se encuentran los accesos al recinto; las bocas del Metro escupen aficionados sin cesar, ya se ven carreras en busca

La hospitalidad y generosidad hacia el invitado son un rasgo definitorio del shanghainés y del chino, así que en cuanto nos interesamos por conseguir entradas para este partido, semanas atrás, un amigo nos propuso que nos relajáramos mientras él se encargaba de todo. Tras una larga espera y una impaciencia en aumento por la proximidad del derbi, nos dijo que no habían podido conseguir entradas a causa de la naturaleza del encuentro. Pero lo que nos llamó la atención fue el propio mensaje; con la ayuda de una compañera, descubrimos que aquella frase era tan flexible y poliédrica como la propia sociedad china: podía significar que el encuentro era muy tenso, que una persona estaba muy nerviosa o que el partido era tan interesante que no se sabía si habría entradas. Entonces, no nos quedó otra alternativa que recurrir a lo que siempre puede ofrecerte una solución aquí en China: comprar por el celular en Taobao, la empresa china del mismo grupo que la popular AliExpress que acumula miles de billones de yuanes en ventas cada año. Todo lo imaginable se puede encontrar en Taobao, responsable de dejar al Black Friday norteamericano como un juego de patio de escuela. Con las entradas en la mano, accedemos al estadio jugando en los labios con la riqueza de


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la lengua china encapsulada en la respuesta de nuestro amigo, que me escribe feliz de que podamos experimentar en primera persona lo que significa ver un partido de fútbol en Hongkou. Porque China no puede mirarse ni entenderse desde un único prisma, y su fútbol tampoco. Con los titulares que la prensa deportiva hace llegar al resto del mundo, sería fácil pensar que el fútbol es aquí un entretenimiento de nuevos ricos: fichajes carísimos, fracasos sonados, y un constante querer y no poder de cuatro amigos que han hecho fortuna y no saben en qué gastarla. Sin embargo, los futboleros aquí, hombres y mujeres, porque sería bueno no tener que insistir en que los hay de ambos sexos, son ajenos a esa imagen que desde fuera se tiende a tener del fútbol chino. Los aficionados del Shenhua viven con orgullo y pasión cada uno de los partidos de su equipo, viajan por todo el país para animar a los suyos, y los miembros del Lanmo, los diablos azules, los seguidores más fervorosos, algo así como sus ultras, cantan y animan en Hongkou horas antes de que empiece cada partido. El profesor Wang nació y creció en el barrio, para él Shenhua forma parte de su ADN. Creció viendo al equipo jugar, soñó con militar en sus filas, y la institución forma parte de su identidad como shanghainés. Un sentimiento compartido por Yué, cuya familia le contagió en los años noventa la pasión por

este deporte y por el Shenhua. Es sin duda esta constante referencia a la historia del club, fundado oficialmente en 1993 pero heredero de distintos equipos que se remontan en la historia hasta principios del siglo XX, la que podría definirles como afición. Se respira una mezcla de orgullo y nostalgia, como si fueran conscientes de que el equipo vivió tiempos mejores. Y, aunque desde fuera parezcan nuevos ricos, el rápido crecimiento de la liga china los ha apartado de la lucha por los títulos. Cuando les preguntamos por las expectativas para la nueva temporada, parecen conformarse con un buen resultado contra los rivales clásicos, lograr una buena posición en la liga y llegar lo más lejos posible en la Copa de China. Sin

embargo, como pasa en todo el mundo, el lema de la afición no entiende de conformismos: “Shenhua es campeón”. El partido está a punto de empezar y todo el estadio -repletose pone en pie para recibir a los equipos y escuchar el himno nacional, una ceremonia que se realiza en todos y cada uno de los encuentros de la liga china. Nos levantamos también y pronto descubrimos que ya no vamos a sentarnos hasta el tiempo de descanso. Los cánticos suben de volumen, las banderas, en perfecta sintonía, ondean a izquierda y derecha, y toda la marea azul empieza a saltar sin dejar de cantar: en los rostros de los aficionados se vuelve a percibir el nerviosismo que habían dejado a un

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que para ellos representa la tradición de este deporte en la ciudad. El público de Shenhua es generoso, aplaude y se exalta con multitud de acciones que desde mis ojos europeos quizás no merecieran tanto; y solamente los arranques del Lanmo interrumpen cada poco a una afición que se muestra concentrada en el juego de su equipo, que no se pierde una sola jugada, y cuya presencia los jugadores locales seguro que sienten bien cercana durante los noventa minutos.

lado en la media hora previa al partido, ese tiempo muerto en el que parecemos decididos a relajarnos antes de la tensión del match. El árbitro da el pitido inicial, y nos fijamos en las pancartas que proclaman que solo Shenhua es y representa Shanghai. En una esquina, en las graderías superiores, los pocos aficionados del SIPG que han logrado comprar entradas son escoltados para evitar incidentes mientras empiezan a lanzar sus cánticos. El estadio de Hongkou está considerado uno de los más calientes del país y su afición, de las más entregadas. En día de derbi, los aficionados del SIPG consideran a sus vecinos malos perdedores, pero desde las graderías del estadio solamente percibimos pasión y devoción por un equipo

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Y es que si en el barrio de Hongkou se enorgullecen de su historia como institución, en el de Xuhui -de donde proviene el Shanghai SIPG- sonríen con una cierta sorna cuando mencionamos ese argumento. Saben que tendrán que oír esa cantinela para el resto de sus vidas, pero una ojeada a la tabla clasificatoria les hace olvidar el reproche. Porque es innegable que los resultados de este equipo, propiedad del conglomerado empresarial del Puerto de Shanghai, dan más alegrías a su afición que los de sus vecinos del norte de la ciudad. A pesar de no haber logrado ningún título importante todavía, Alí, una loca del fútbol con el corazón dividido entre el Shanghai SIPG y el Atlético de Madrid, cree que este año pueden lograr el triplete. De cero a cien. Y aunque la temporada recién empezó, no parece una quimera. El aficionado del SIPG en general se muestra orgulloso de un elemento clave en la historia

del fútbol en Shanghai; el momento en que Xu Genbao, antiguo seleccionador nacional y el primer entrenador profesional de Shenhua en 1994, decidió en 2005 fundar lo que hoy es Shanghai SIPG. Figura venerada en el fútbol chino, el hecho de que Xu Genbao tenga su propia escuela de fútbol y varios de sus jugadores hayan llegado al primer equipo, llena de orgullo patrio a sus seguidores. Además, el SIPG cuenta en sus filas con hasta cinco jugadores de la actual selección nacional mientras que Shenhua no tiene a ninguno. Y ese es precisamente uno de los argumentos con los que cuenta el aficionado del equipo de Xuhui, la gran contribución que su club y Xu Genbao han hecho al fútbol nacional, mientras Shenhua es percibido como un club que no atrae a las figuras nacionales y además, es poco certero a la hora de fichar a extranjeros; por Hongkou han pasado Nicolas Anelka, Didier Drogba, Carlos Tévez y la estrella australiano Tim Cahill, ninguno de los cuales –centenares de millones después– logró llevar al Shenhua al éxito deportivo. Porque tampoco podemos engañarnos: el aficionado de Shenhua considera SIPG como un nuevo rico, pero su equipo no anda precisamente corto de presupuesto. Y sin embargo, hablando con unos y otros, lo que más nos sorprende es la idea compartida por ambas aficiones de que la existencia de los dos equipos y la rivalidad entre ellos no hace otra cosa que contribuir a la mejora del fútbol en la ciudad, y a que Shanghai sea


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reconocida como una de las plazas fuertes de la Super Liga china. Es lo que me dice Julián, el nombre hispano de un amigo chino gran aficionado del SIPG. Ahí encontramos ese espíritu nacional, también existente en otros países tan grandes y diversos, del interés colectivo por delante del individual. Shanghai por delante de mi club, con el convencimiento de que el buscar lo mejor para la ciudad repercutirá directamente en beneficio de sus clubs y sus aficionados. El partido termina con victoria visitante, por 0-2. Hulk, la estrella brasileña del SIPG, ha abierto el marcador con una parábola perfecta desde fuera del área, en el primer tiempo, y Lu Wenjun, tras habilitación

de Óscar (el otro brasileño del equipo), ha sentenciado al poco de retomar el encuentro. Vemos en los rostros de los seguidores de Shenhua la decepción cuando ven cómo se les escapa el derbi, pero los ánimos no decaen, y hasta después del pitazo final, a lado y lado del estadio siguen los cánticos y los saltos. Y ahora sí, alguno que otro insulto dedicado a las camisetas rojas que ven, de nuevo con una sonrisa en los labios, cómo sus vecinos tratan de apagar fuegos faltándoles un poco al respeto. Vemos un par de escaramuzas en las graderías, quizás alguien ha perdido los nervios, pero tras unos instantes de tensión, todo parece volver a la normalidad. Los jugadores de ambos equipos, ganadores y perdedores,

saludan a las aficiones; y en el caso del equipo local, lo hacen con una vuelta completa al terreno de juego, mostrando su agradecimiento y reconocimiento a cada esquina del estadio. La marea azul regresa a sus casas, consciente, una vez más, de que le espera una temporada con altibajos y fuertes emociones por delante.

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grzegorz lato

Un polaco saliĂł goleador en el Mundial de Alemania. Justicia poĂŠtica.


zbigniew boniek

Tres mundiales con Polonia. Hรกganse esa.


luka modric

Si no estรก, el Madrid es peor.



Por Paulo Flores Salinas* (@PauloFlores_10)

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D

IEZ DE SEPTIEMBRE de 1972. Las casi ochenta mil personas que han acudido al estadio Olímpico de Múnich para la jornada doble que definirá el podio del fútbol masculino podrían estar a solo cuarenta y cinco minutos de convertirse en testigos de un hecho inédito: de mantener la ventaja de un gol a cero sobre Polonia, la selección húngara obtendrá su cuarto oro olímpico y el tercero de manera consecutiva. Por cierto, desde Helsinki 1952 que el torneo era ganado por algún representativo de la Europa socialista. Dicho poderío —más allá de la gran calidad de los jugadores— era favorecido por las reglas de la FIFA que establecían que solo podían ser convocados jugadores amateurs y precisamente los del bloque socialista estaban catalogados como tales, pues no existía en esos países la profesionalización de su práctica, al menos oficialmente. Apenas reiniciado el partido, el mediocampista polaco Kazimierz Deyna recibe el balón, encara por el centro, elude a dos marcadores y con un zurdazo rasante desde la entrada del semicírculo derrota al arquero magiar. Veinte minutos más tarde, una pelota al área húngara no logra ser despejada por los defensores quienes ven como el mismo Deyna la controla a sus espaldas, se saca al portero y marca el segundo. Los esfuerzos de los magiares no lograrán revertir el resultado que le significará al representativo polaco la obtención del oro. El goleador del encuentro se abraza con sus compañeros, entre los cuales está el delantero Robert Gadocha, con quien ha conformado una dupla letal: entre ambos han marcado 15 de los 21 goles de Polonia en los siete partidos disputados. Deyna, articulador del juego de su selección, se consagra como el máximo anotador y uno de los mejores jugadores del torneo.

DE RECLUTA A GENERAL

Seis años antes de aquella gesta en Múnich, un joven Deyna se preparaba para cumplir con su servicio militar obligatorio y, si bien ya había debutado con el ŁKS Łódź, dicha situación fue aprovechada por el poderoso Legia Varsovia (el equipo del ejército polaco) para sumarlo a sus filas. En el cuadro capitalino, el espigado mediocampista poco a poco comenzó a despuntar, rendimiento que llamó la atención del por entonces entrenador de la selección juvenil polaca, Kazimierz Górski. Por cierto, en el equipo militar se encontró con quien

sería su complemento en esos años: el hábil Robert Gadocha. Juntos ayudarían al Legia a obtener los títulos de Liga de 1969 y 1970, y a alcanzar las semifinales de la edición de 1969-70 de la Copa de Campeones de Europa, la que perdieron ante el Feyenoord —a la postre campeón— en la que sería, hasta el día de hoy, una de las mejores participaciones de un club polaco en competencias europeas. Los primeros años en el Legia evidenciaron la eclosión de un conductor magnífico dotado de una visión de juego particular pausado, de búsqueda de los punteros y presencia en el área rival que trasladó a la selección y que fue valorada tanto por los hinchas como por especialistas valiéndole el apodo de general.

LA IRRUPCIÓN

“Payaso de circo con guantes”, así catalogaba el célebre Brian Clough al arquero polaco Jan Tomaszewski antes del encuentro que disputarían en Wembley las selecciones de Inglaterra y Polonia. El partido era crucial, pues definiría el único clasificado del grupo —que completaba Gales— al Mundial de 1974. A pesar del favoritismo inglés, a Polonia le bastaba el empate para alcanzar su segunda participación mundialista (la única había sido en 1938). Tomaszewski, años más tarde, declaró al sitio FIFA que antes de salir al histórico campo el entrenador Górski —consciente del momento— les señaló: “Aunque jueguen al fútbol durante veinte años y lleguen a los mil partidos con la selección, nadie se acordará de ustedes. Pero esta noche, en un partido, tienen la oportunidad de poner sus nombres en los libros de historia”. De acuerdo a los datos de FIFA, fueron treinta y cinco llegadas y solo en una (vía penal) fue derrotado Tomaszewski. Antes, Polonia se había puesto en ventaja con la anotación de Jan Domarski con la complicidad de Peter Shilton. En esa jornada, en que Tomaszewski fue héroe y en la que el seleccionado inglés perdió por primera vez en cancha su opción de ir a un Mundial, el equipo capitaneado por Deyna no solo se ganó la oportunidad de mostrar su juego en Alemania sino que además confirmó que lo sucedido un año antes en Múnich estuvo lejos de ser una casualidad. Argentina, Haití e Italia fueron los rivales de grupo en la cita mundialista. Tres victorias, doce goles a favor y tres en contra bastaron para que el mundo futbolístico se maravillase del juego polaco, especialmente de la conducción de Deyna, la capacidad goleadora de Andrzej Szarmach y la velocidad


de Grzegorz Lato. La segunda ronda los puso junto a Suecia, Yugoslavia y Alemania Federal. Contra suecos y yugoslavos completaron cinco victorias consecutivas. Sin embargo, en Frankfurt, un solitario gol del atacante Gerhard Müller acabó con el vendaval polaco. Tres días más tarde, enfrentaron al último campeón: Brasil. Lato, en el minuto 76, después de un carrerón de casi cuarenta metros marcó el único gol del encuentro. De esta manera, la sorpresa del torneo alcanzaba el tercer lugar. Por cierto, el rapidísimo extremo Grzegorz Lato obtuvo la bota de oro gracias a sus siete tantos y el defensor Wladyslaw Zmuda el premio al mejor jugador joven. En Chile, el periodista Antonino Vera en el número 1613 de la revista Estadio —dedicado en gran parte al torneo— se refería así al elenco polaco: “Tiene valores notables como equipo. Jugadores que no saltan a la vista de inmediato, precisamente porque no buscan su lucimiento personal: Deyna, el mediocampista es un conductor de nota. Es el que sabe cuándo hay que apurar y cuándo tranquilizar el juego. Gadocha, el más individualista, aporta la sorpresa apareciendo por todos los sectores. Szarmach y Lato son peligro constante de gol […]. Y para completar el cuadro está Tomaszewski, el arquero con más preferencias para encabezar el equipo ideal del campeonato”. Un detalle de aquel número: si bien la portada fue para la figura Johan Cruyff, el póster coleccionable o lámina central que traía la foto de un plantel completo, curiosamente no fue para el campeón Alemania ni para la Holanda del citado Cruyff, sino para el seleccionado polaco demostrando que su desempeño no pasó inadvertido. Polonia se había ganado su espacio. Tras el certamen, varios clubes manifestaron interés por los mundialistas polacos. En el caso de Deyna —que ese mismo año obtuvo el tercer puesto del balón de oro— se habló del Real Madrid. Sin embargo las autoridades locales no aceptaron transferirlo, pues solo los mayores de treinta años podían optar a dicha autorización. Dos años después el representativo polaco, otra vez capitaneado por Deyna, casi repite la hazaña olímpica: esta vez cayó en la final contra Alemania Oriental. Luego, se clasificó cómodamente al Mundial de Argentina en donde quedó emparejado con Alemania Federal, Túnez y México. Grupo que ganaron gracias a las anotaciones de Deyna, Lato y del debutante Zbigniew Boniek. En la segunda fase enfrentaron a tres equipos sudamericanos: Argen-

tina, Perú y Brasil. Solo derrotaron a los peruanos, cayendo en los otros partidos. Deyna, quien había anunciado su retiro internacional tras el torneo, esta vez fue autorizado por el gobierno polaco a fichar por el Manchester City. El general cruzaba el “telón de acero” junto a su familia.

LA CRISIS Y EL MUNDIAL 82

La crisis económica mundial de la segunda mitad de la década de 1970 produjo un estancamiento en los países del bloque socialista y luego un déficit que condujo a un proceso de acumulación de deudas y a una situación crítica en los pagos. Según el historiador Ivan T. Berend, en Polonia la deuda creció a tal punto que esta alcanzó un número cinco veces mayor que el de los ingresos. La situación fue caldo de cultivo para que en agosto de 1980 la ciudad de Gdansk se convirtiera en el epicentro de un movimiento huelguista. En dicho contexto nació la sindical Solidaridad bajo el liderazgo de Lech Wałęsa que en menos de un año alcanzó los casi diez millones de miembros, convirtiéndose en el grupo opositor más grande en Europa del este. Estados Unidos, sus aliados y el papa Juan Pablo II (el polaco Karol Wojtyła, de profunda postura anticomunista) apoyaron a Solidaridad tras ver la posibilidad de abrir un flanco en el bloque socialista. Hacia fines de 1981, el gobierno comunista polaco se vio acorralado; la Unión Soviética, de acuerdo a la doctrina Brézhnev (de intervención), le entregó un ultimátum: si el movimiento disidente no era sofocado por las autoridades locales el Ejército rojo sería enviado a tomar cartas en el asunto. El gobierno polaco declaró la ley marcial y miles de opositores fueron arrestados y encarcelados. Stanisław Terlecki debutó por la selección polaca en 1976. A partir de ahí completó una serie de buenas actuaciones, pero se perdió el Mundial de Argentina por una lesión. Este seleccionado jamás ocultó su postura disidente y crítica hacia el régimen y sus autoridades ni tampoco su interés por unirse al movimiento Solidaridad como señala el medio Gazeta Polska Codziennie. En noviembre de 1980 antes del partido eliminatorio contra Malta, Terlecki fue cuestionado por proteger a su compañero Józef Młynarczyk —quien se presentó borracho a la concentración del equipo— en el incidente conocido como “el escándalo del aeropuerto de Okecie” y, días después, por ser el principal gestor de un encuentro del equipo polaco con el Papa Juan Pablo II en Roma en un claro acto de provocación hacia el régimen. Terlecki y otros involucra-


dos, entre ellos la figura Zbigniew Boniek, fueron suspendidos por un año. Sin embargo, a diferencia del resto, Terlecki tuvo varios problemas para reinsertarse en el fútbol tras el castigo. Hacia fines de 1981 partió rumbo a Estados Unidos en donde se enteró de la imposición de la ley marcial. No asistió al Mundial de España ni tampoco volvió a calzarse la camiseta de la selección.

Tras el torneo, Boniek —con solo 26 años— fue transferido a la Juventus de Turín. Las autoridades cedieron ante sus propias restricciones y, quizás tentados por la gran suma ofrecida por los italianos, decidieron autorizar el traspaso de la figura polaca.

Para esa fecha, y tras una irregular campaña en el fútbol inglés, Deyna decidió marcharse al fútbol estadounidense uniéndose al San Diego Sockers de la NASL. Por cierto, no solo por el soccer apostó Deyna en tierras californianas: ese mismo año se le vio en pantalla grande, en la película Victory o “Escape a la victoria” del director John Huston donde interpretó a un ex futbolista y prisionero de guerra y en la cual compartió escena con Sylvestre Stallone, Michael Caine, Pelé, Osvaldo Ardiles, entre otros.

El Mundial de México 1986 se convirtió en la cuarta experiencia mundialista consecutiva para la generación de oro. Luego de empatar con Marruecos, derrotar a Portugal y caer con Inglaterra, se clasificaron a octavos de final como uno de los mejores terceros con apenas un gol marcado (Smolarek). En dicha fase, a modo de injusto final, el equipo capitaneado por Boniek fue vapuleado por el Brasil de Sócrates por 4 a 0. Ese día, el defensor Wladyslaw Zmuda ingresó en el minuto 83 convirtiéndose en el único de aquella generación en jugar los cuatro mundiales.

En medio de un agitado clima político y social Polonia asistió a un nuevo Mundial. Italia, Camerún y Perú fueron los rivales en la primera ronda. Capitaneados esta vez por Wladyslaw Zmuda lograron la clasificación en el último partido derrotando a Perú por 5 a 1. En la segunda fase quedaron emparejados junto a Bélgica y la Unión Soviética. Contra los belgas Zbigniew Boniek se desató y marcó un triplete. Días después, bastó un empate sin goles contra la Unión Soviética para clasificar nuevamente a una semifinal. Allí se encontraron con Italia (a la postre campeón) que les proporcionó la única derrota del torneo. Los polacos, esta vez comandados por el juego de Boniek y Grzegorz Lato (en su tercer y último mundial), derrotaron por el tercer puesto a la Francia de Michael Platini por 3 a 2. Sin embargo lo que ocurrió en Barcelona el 4 de julio, más allá del empate entre polacos y soviéticos, fue uno de los mayores triunfos propagandísticos de la oposición polaca, como lo señala el historiador José Faraldo. Ese día, exiliados polacos, miembros de Solidaridad y sindicalistas españoles, desplegaron en las gradas del Camp Nou dos banderas del movimiento Solidaridad las que fueron vistas en todo el mundo a través de la transmisión televisiva. Poco pudo hacer el embajador soviético presente en el estadio para evitar que fueran vistas. La televisión polaca, que transmitía con desfase para filtrar los contenidos, tampoco pudo evitar que en algunos momentos de la emisión las banderas salieran en pantalla. El torneo se había transformado en una ventana hacia el mundo y no solo en términos futbolísticos.

EL OCASO

Durante la madrugada del 1 de septiembre de 1989, al norte de la ciudad de San Diego, Kazimierz Deyna chocaba su auto contra un vehículo estacionado. Múltiples lesiones acabaron con su vida el mismo año en que Polonia cambió para siempre: en medio de la apertura política, Solidaridad se sumó a un cogobierno junto al Partido Comunista y, a fines de 1990, Lech Wałęsa triunfaba en las elecciones presidenciales. En el fútbol, los polacos recién volverían a los mundiales en la edición de 2002 y luego repetirían en el 2006, sin embargo en ambos quedaron eliminados en fase de grupos. Han pasado varias décadas de aquella generación que convirtió a Polonia en una de las selecciones de Europa del este más exitosas en copas del mundo y que se ganó un espacio en la memoria de muchos. Actualmente, Zbigniew Boniek conduce la federación polaca mientras Robert Lewandowski capitanea al grupo que este año irá a Rusia en busca de episodios tan sorprendentes como los de aquella exitosa selección rojiblanca que, en un principio, lideró un delgado y melenudo oficial de ejército cuya estatua hoy se erige en la entrada del estadio en donde ejerce de local el Legia de Varsovia. * Profesor de Historia e hijo del hincha número uno del flaco Deyna y del pela’o Lato.



Bernd Bransch

Capitán de la “otra Alemania”, la que ya no existe.


EDICIÓN N°14 DE CABEZA 2018

Ilustraciones por Daniel Nyari

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Robert Jarni

A este habĂ­a que contratarlo de los primeros en el Winning Eleven. CorrĂ­a 19.


Ígor Akinféyev

El arquero del local. .


Por Sergio Montes

Y

O, HASTA EL 2 de junio de 1973, había vivido sin interrupciones. Te digo más, hasta ese día estaba viviendo como nunca, con ganas; hubiese jurado que todo iba a seguir siendo perfecto. Y no, todo se fue a la mierda. Al día siguiente, a Colo Colo le arrebataron (le robaron, lo ultrajaron) la Copa Libertadores que no solo merecía largamente,

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sino que habría ganado de no ser por la mano negra. La Copa se fue para Avellaneda y nosotros nos quedamos sin nada. Bueno, no sé si tanto como nada; lo único que nos quedó (además de la amargura) es una lección que no tardaríamos en recordar: no hay honor en la derrota. Están los que pierden y los que ganan, los blancos y los negros. El marcador final no admite grises.

Así es que el 11 de septiembre de ese año me agarró preparado. Se venía desmoronando todo desde esa final. ¿Por qué no también la Unidad Popular? La Confederación Sudamericana no había querido que un equipo ignoto, sin historia internacional, ganara el trofeo más importante del continente. Los milicos, por su lado, no habían dejado que se impusiera un proyecto político cuyo único sustento –que nosotros, ingenua-


mente, creíamos suficiente– era el entusiasmo por tener un país distinto, uno más justo y libre. Visto así, me parece que las razones que movieron a la Confederación Sudamericana son las mismas que tuvieron los militares. Quizás porque yo ya venía muerto desde junio es que los milicos no me mataron. También debe haber ayudado el hecho de que yo no era más que un entusiasta don

nadie, un militante sin heridas de combate ni historias para contarles a mis hijos (que, por cierto, tampoco tenía). ++++ Esto no se lo dije a nadie en su momento: después del Golpe, ni loco me quedaba en Chile a ser carne de cañón, a intentar una resistencia heroica y sin sentido. Tengo borrados muchos días de

esa época, pero una cosa está clara: pasado el shock, superada la adrenalina de ver cómo –una vez más– el árbitro nos robaba la Copa, mi única prioridad era salir del país, arrancar (esa palabra no la usábamos mucho en ese entonces) donde fuera, pero lejos de Pinochet y su policía secreta. A estas alturas ya se habrán hecho la idea de que no tengo pasta de héroe; sospecho que hubiese flaqueado rápida-

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mente ante las torturas. Naturalmente, nada de eso se hablaba con los compañeros. Conversábamos sobre armar la resistencia, volver con más fuerzas, retomar el camino. Yo repetía esas palabras como un mantra, pero no me las creía; no tenía fuerzas, estaba –otra vez– muerto. ++++ La siguiente alegría que recuerdo es cuando ya estaba en la República Democrática Alemana. Era el alivio de sentir, por fin, que había zafado, que ya no me iban a agarrar. Un sentimiento inconfesable: habíamos perdido tanta gente en pocos meses, que la alegría –especialmente esa que se emparentaba con la cobardía– se vivía con cierta vergüenza. Ahí estaba yo, uno más de la legión de chilenos que las autoridades locales habían recibido, un poco por solidaridad, y otro poco por la buena propaganda internacional que significaba recibir a los perseguidos de Pinochet. Era diciembre del 73. Al par de meses de haber llegado volví a soñar con Chamaco Valdés y el Pollo Véliz. Me los encontraba en Alemania y, a diferencias de otros sueños, no jugábamos a la pelota. Conversábamos, no me acuerdo de qué; hablamos toda la noche (o lo que dura un sueño) en alemán. La suerte estuvo de mi lado cuando acepté hacerme cargo de la representación del Partido en Magdeburgo. La pega era simple y no demasiado aburrida: hacer de puente de comunicación entre el Partido Comunista chileno y los

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pocos militantes que se habían trasladado para allá. Además, debía relacionarme con las autoridades locales de la zona, avisar a Berlín si ocurría algo extraordinario o que valiera la pena (cuestión que no ocurrió nunca) y pare de contar.

sabíamos que no podríamos estar enamorados para siempre. Mi corazón pertenecía a Colo Colo y mi paso por Alemania estaba llamado a ser temporal. Pero no engañábamos a nadie al jurarnos amor en ese preciso momento y lugar.

Magdeburgo era una ciudad mediana, “provinciana” como le diríamos en Chile. Todos se conocían y no tardé demasiado en hacerme conocido entre mis vecinos. Viví ahí un tiempo apacible en épocas de mierda. Dos cosas me ayudaron en ese proceso: hablaba suficiente alemán para darme a entender (mi abuela materna había nacido en Magdeburgo y arrancado a Chile a fines de los 30, lo que, a su vez, explica mi origen judío y el hecho de que me ofrecieran trasladarme a esa ciudad), y era sudamericano, es decir, se presumía que jugaba al fútbol razonablemente bien. Resultó que, además, los alemanes eran tremendamente “troncos”, así que mis limitadas cualidades lucían mucho más en tierras teutonas que en mi Chile natal, donde no pasé de alternar en la liga del barrio.

Fue así cómo el 6 de marzo del 74 estuve presente en el partido que jugaron el Magdeburgo y el PFC Beroe SZ de Bulgaria por los Cuartos de Final de la Recopa Europea. Ganamos 2-0, lo que nos permitió empatar 1-1 en el partido de vuelta y clasificarnos a las semifinales. No tengo recuerdos de ningún festejo desbordado por la clasificación, pero sí de que el asunto se transformó en recurrente tema de conversación en los días que siguieron. Nunca un equipo de Alemania Oriental había ganado nada a nivel europeo y, aunque esta vez se veía todavía lejano, ya el hecho de estar en semifinales era considerado un orgullo para la ciudad.

Así fue cómo me invitaron a jugar algunas pichangas los domingos y me permitieron participar en las charlas futboleras de mis ocasionales amigos. Poco a poco me fui enterando del Magdeburgo, el equipo local, un cuadro razonablemente relevante en la DDR Oberliga, pero muchísimo más humilde que los portentos de la República Democrática Alemana: el Dynamo Dresden y el BFC Dynamo Berlín. No fue un amor fulminante: no estaba a esas alturas para nada fulminante. Fue, más bien, un cariño tibio. El Magdeburgo y yo

Así es que, cuando se jugó en Magdeburgo el partido de vuelta contra el Sporting de Lisboa, ya no se hablaba de otra cosa en la ciudad. El 1-1 de la ida en Portugal ponía la final al alcance de la mano, de manera que el tema ya había dejado de ser simplemente deportivo. Ahora era un asunto de Estado. Estuve en la cancha del Magdeburgo esa noche de abril en que le ganamos 2-1 al Sporting. Soy testigo de que mienten aquellas personas que dicen que los alemanes no se emocionan. Ese día vi alemanes llorar de emoción, tipos abrazando a completos desconocidos, una ilusión tan palpable, tan desbordada como nunca pensé en ver de nuevo.



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festeja, no digo un gol, pero un tiro libre cerca del área rival. Era la única posibilidad de celebrar algo, y desde hacía rato yo venía escaso de celebraciones. Entonces festejé cuando llegó el minuto 5’ y seguíamos 0-0. Y el 10’, el 15’, así hasta el 40’. Cuando moría el primer tiempo, lo impensado: autogol de Enrico Lanzi. Nada de euforia, no al menos de mi parte. No había espacio para la ilusión, sería un gran error. La lección estaba aprendida.

Yo, que nunca he creído en nada, vi en esto una señal divina: la vida, finalmente, me tiraba cartas buenas. Después de haberme hecho comer mierda, me ponía un título continental a la mano. En el momento y lugar menos pensado. Era imperativo que yo, amante postizo, estuviera presente en la final que se jugaría en Rotterdam, en dos semanas. Creo que no necesito explicar lo difícil que resultaba la travesía. No era cosa de agarrar un tren y mandarse cambiar a Holanda. No, no, no. Había que obtener un permiso especial del gobierno para salir del país. Eso, que en situaciones normales resultaba titánico, era sencillamente imposible para un extranjero recién llegado, cuya lealtad al régimen no había sido probada. Ninguna chance. Ya lo he dicho: hice de este asunto una cruzada. Después de pensar trescientas excusas distintas (todas malas) logré convencer a las cabezas del Partido de que era una buena idea que yo asistiera a no recuerdo qué reunión que se

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iba a realizar en Ámsterdam por esos días (y, de paso, quedarme unos días por allá con nuestros apoyos en Holanda). Por supuesto, asistí a la famosa reunión, aunque de ella no recuerdo nada. De lo que sí me acuerdo es de esa noche en Rotterdam. Yo estaba en el codo nor-oriente del estadio, con los pocos hinchas del Magdeburgo que habían podido viajar. Así como teníamos la certeza de estar viviendo un día histórico, sabíamos también que perderíamos. Enfrente estaba el Milán de Anquilletti, Aldo Madera, Gianni Rivera y dirigido por Cesare Maldini. Imposible, por donde se le mire. Nos alcanzaba con haber llegado hasta esa noche, con estar ahí. Dije antes que no había honor en la derrota; es cierto, no lo hay, pero solo pierden los que están ilusionados con ganar. Nosotros no lo estábamos. Así es que me inventé un juego en mi cabeza. Por cada cinco minutos sin que nos hicieran un gol, celebraría en silencio, agitando levemente el puño. Como quien

Pasó el entretiempo, seguían corriendo los minutos. Ahora, puntualmente cada cinco minutos, miraba el reloj, pero no celebraba. La idea de ganar se me estaba colando en el cuerpo, y debía dedicar todas mis fuerzas a evitar que eso ocurriera. Hasta que llegó el minuto 74’ y Wolfgang Seguin marcó el 2-0. Ahora sí, celebré como loco, me abracé con medio mundo, grité y salté. Los quince minutos que siguieron ni los recuerdo. Después del segundo gol no tuve duda alguna de que seríamos campeones. Cuando terminó, me senté a llorar. No fueron lágrimas de alegría, aunque la victoria era nuestra. Esa noche no era el Magdeburgo el que salía campeón de la Recopa Europea; era Colo Colo el que levantaba la Copa Libertadores. Durante el rato que estuve sentado llorando, ya no era mayo del 74’; era junio del 73’ y todo iba bien, y éramos campeones de América, campeones de la justicia, de la libertad, del futuro. El tiempo había vuelto atrás y no había Confederación Sudamericana ni milicos que nos quisieran arrebatar lo que era nuestro.


JURGEN CROY

Campeón Olímpico con la RDA.


Mario Stanić

De ese Parma inolvidable.


Robert Lewandowski

Parece inofensivo, pero te mata con la mirada.



dejan stankovic y pavel nedved

Uh, quĂŠ linda era la Serie A en ese tiempo.


EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO www.decabeza.cl


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