ILUSTRACIÓN: FRANCISCO ROJAS GALAZ
EDICION N°8
MARCELO SIMONETTI LO QUE LE DEBO AL FÚTBOL
GONZALO ROJAS SE DESNUDA PARA DE CABEZA
MALAIMAGEN
LA HABILIDAD DE TRAZAR EL MAPA
BUFFON
Su camiseta llevaba la inscripción “Boia chi molla” (Verdugo al que afloja), la favorita de Mussolini.
EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO EDICIÓN N°8 DE CABEZA
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ALEXIS LALAS
Futbolista, músico, fashionista (?), showman. Esto último fue lo que mejor hizo.
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PAOLO DI CANIO
Saludo romano a la Curva Sud de la Lazio. Son tal para cual.
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EDITORIAL N°8 DE CABEZA 2016
EDITORIAL HABLAR ES GRATIS. No cuesta nada presentarnos como una revista sobre fútbol y política, o fútbol y sociedad. Lo que cuesta, y mucho, es llevarlo a la práctica, hacer que nuestras páginas sean, en verdad y más allá de los simples eslóganes, un espacio donde quepan todas las ideas políticas. Fundamos esta revisa porque estamos convencidos que con la diversidad de opiniones enriquecemos el debate y respetamos la inteligencia de quienes siguen a este hermoso deporte y sus historias a través de nuestras páginas. Sería un gran error que nuestras preferencias personales redunden en cercar a De Cabeza, dejando fuera a las ideas distintas. El fútbol no es, ni corresponde que sea, patrimonio de una ideología específica. Si creemos en serio que somos una revista sobre la política y sociedad, resultaría inaceptable excluir ideas que, guste o no, representan a un porcentaje importante de nuestro país y que, ciertamente, son una opción política válida. Porque, convengamos, en ambos lados de la mesa encontraremos opiniones bien intencionadas para solucionar los problemas de la sociedad. En la misma medida en que, también en uno y otro sector, encontraremos personajes muy poco amigos de la democracia. Ha resultado ser un desafío muy interesante el generar un espacio serio a quienes se identifican con la derecha política, evitando caricaturas y lugares comunes, y permitiendo exponer posturas que pueden parecer impopulares pero no por eso menos interesantes. Lo hacemos con el convencimiento de que es nuestro deber generar debate y discusión.
Negar la capacidad del fútbol para transmitir ideas políticas es al menos ingenuo. Durante décadas este -y otros- deportes han permitido a miles de personas identificarse con algo, con un movimiento, un grupo, una idea. En un mundo cada vez más individualista, el fútbol, como la política, nos permite encontrar un espacio para ejercitar nuestra vocación humana por la asociatividad, un lugar donde ejercemos el rito de la pertenencia a un grupo. Y si los intereses políticos se funden también con los deportivos, la mezcla se hace entonces indisoluble. Le realidad es que hoy el fútbol, al menos en Chile, ha sido el espacio donde cierto sector del espectro político ha encontrado la manera de llegar directamente al corazón del Chile más popular. No hay que perder de vista que, hoy por hoy, son representantes de los sectores conservadores quienes toman las decisiones en la inmensa mayoría de los clubes de nuestro fútbol. Así ha ocurrido casi siempre –con y sin sociedades anónimas–, de manera que parece buena idea conocer y profundizar en las creencias de quienes rigen el futuro de nuestros afectos. No hay que olvidar que tanto el actual presidente de Argentina, como el anterior de Chile (ambos conservadores) se valieron del fútbol, en buena medida, para construir o consolidar sus carreras políticas. Nos guste o no, el fútbol es política y nos corresponde abordar esta realidad.
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SUMARIO EDITORIAL / p07
LA DERECHA Y EL FÚTBOL
LO QUE LE DEBO AL FÚTBOL / P14
POR MARCELO SIMONETTI
MALAIMAGEN, LA HABILIDAD DE TRAZAR EL MAPA / p22
POR DANIEL CAMPUSANO
EL PARTIDO DEL SIGLO / p34
POR PATRICIO CAVIERES
OOOSO / P44
LAS PORTADAS DE TU VIDA
ARPAD / P46
POR FRANCESCO SCAGLIOLA
CON LAS BOTAS PUESTAS, EL CASO DE FELIPE RISCO / P54
POR PATRICIO HIDALGO
ENTREVISTA A GONZALO ROJAS / P60
POR SERGIO MONTES
CUENTO: EL NEGRO JEFE / P66
POR CRISTIÁN COX
LAS MARCAS DE JUNIOR / P72
POR RODRIGO FLUXÁ
HISTORIA FREAK DEL FÚTBOL: UNA SELECCIÓN CRIOLLA / P82
POR JOAQUÍN BARAÑAO
ÁLBUM COMPLETO O LA NECESIDAD DE UN PADRE / P86
POR FEISAL SUKNI
SANTIAGO MORNING, EL ÚLTIMO BOHEMIO / P90
FOTOREPORTAJE POR CRISTOBAL CORREA
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José Yuraszeck
FOTO: AGENCIA UNO
El partido continúa mañana al mediodía, sin público. Porque yo lo digo.
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IVÁN ZAMORANO
Apurado de dinero se presta la imagen a cualquier candidato que pague. Es bastante injusto que lo pongamos acá.
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STAFF EQUIPO DIRECTOR
CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL
NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES
PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)
DANIEL CAMPUSANO (@dampusano2015) DIRECTOR DE ARTE
NICOLÁS PARRAGUEZ
ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN MATÍAS ZURITA CRISTIÁN COX DANIEL CAMPUSANO PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES
MARCELO SIMONETTI RODRIGO FLUXÁ Y GAZI JALIL JOAQUÍN BARAÑAO FEISAL SUKNI FRANCESCO SCAGLIOLA
WEB MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA
ILUSTRACIONES
FOTOGRAFÍA
GONZALO LOSADA FRANCISCO ROJAS
CLAUDIO POZO (@CPOZO)
DISEÑO
EDICIÓN N°8 DE CABEZA 2016
Por Marcelo Simonetti*
T
ENGO EN LA memoria —que a pesar de llegar recién a los 50 años, ya comienza a borrar partes del pasado que no quisiera olvidar— una imagen de mi infancia. Los cerros de Valparaíso cobran forma a medida que recuerdo. Hay eucaliptos largos, el olor del hinojo que crece en las quebradas casi como maleza, el camino que serpentea por la ladera de un cerro hasta llegar a una casita que se aferra a la tierra con desesperación. En esa casita hay una noria y un horno de barro y gallinas y una pequeña cancha de tierra protegida por los árboles. En verdad, se trata de un espacio que sus moradores le ganaron a la naturaleza, un rectángulo casi perfecto,
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que por un costado ofrece el muro de tierra, la cara cortada del cerro, y por el otro, la quebrada misma, el vacío, interrumpido apenas por una hilera de árboles, y unos troncos dispuestos de manera horizontal, y algunos neumáticos y una reja de gallinero que actúan como contención para los jugadores y las pelotas —que de otro modo rodarían cerro abajo—. Recuerdo sin problemas el saque del arquero, una pelota alta que a medida que va cayendo se dirige unos metros por delante de la posición en la que yo estoy, corro y levanto la mirada hacia el cielo buscando esa pelota, intentando que el sol no me ciegue, casi adivinando la trayectoria que sigue, entonces la veo que aparece y
resuelvo en cosa de segundos golpearla con el pie derecho, antes de que toque el suelo, no yerro, le doy medio a medio, siento como la pelota se deforma por el golpe y sale impulsada hacia el arco, y se clava en un rincón, y entonces el grito de gol inocente, el arquero que mira por donde entró esa pelota, y los abrazos, y las risas y esa felicidad indescriptible que sucede a la factura de un gol que uno intuye sin demasiada conciencia que no olvidará en mucho tiempo. Han pasado más de cuarenta años y todavía recuerdo con claridad ese instante y otros tantos que el fútbol me ha ofrecido. Emulando a Georges Pérec, podría decir:
LO QUE LE DEBO AL FÚTBOL / MARCELO SIMONETTI
Yo me acuerdo de los partidos de fútbol que hacíamos junto a mi hermano y mi padre en el pasillo de la casa que teníamos en el Pasaje Bavestrello, cuando yo aún no cumplía los siete años. Yo me acuerdo de la camiseta que San Luis de Quillota ocupaba a fines de los 70, era amarilla y llevaba la publicidad de Conservas Centauro. Yo me acuerdo de un puntero derecho que jugaba en la cancha de la Osmán Pérez Freire, en Valparaíso, le decían el Mono y se apellidaba Gross, y nadie era capaz de detenerlo. Yo me acuerdo de un documental
de Pelé que vi en la YMCA de calle Blanco. Yo me acuerdo haber visto a mi padre de rodillas y con los brazos en cruz frente al televisor —un Westinghouse que parecía un iceberg— celebrando un triunfo de la UC. Pero de todas las cosas que recuerdo, ese gol que detallo en el primer párrafo quizá sea el más importante. Me atrevo a decir que no fue el primer gol que convertí, pero sí el primero del que tengo memoria. Para mis amigos de la infancia —los del Pasaje Dighero y alrededores—, esa canchita del cerro La Loma era nuestro Wembley. Habitualmente jugába-
mos al fútbol en el pasaje, pero eso ofrecía varios problemas: el espacio que ocupábamos no era un rectángulo, sino un territorio informe; no había arcos y debíamos imaginarlos a partir de unos tarros que ubicábamos en uno y otro extremo del pasaje; si le pegábamos muy fuerte, la pelota se iba quebrada abajo, por lo que el juego se interrumpía en la procura de recuperar el balón; si caía en la casa de los González podía arruinar el jardín que cuidaban con tanto celo —de ahí que muchas veces las pelotas regresaran a la cancha luego de que don Teodoro las rajara con un cuchillo—, y si caía a la casa de los Dighero no sólo podía estropear las flores de la familia —rosas, hortensias y calas—,
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también podía darle a la señora Zulema que debía andar por los ochenta años y, en ese caso, la pelota pudo haberse convertido en un arma homicida y nosotros en unos precoces criminales. Por eso íbamos a la cancha de Catano —así se llamaba el hijo mayor de esa familia y quien regentaba el uso de la cancha—, porque ahí el rectángulo era perfecto, porque había arcos, y porque no había jardines que estropear si la pelota se iba demasiado alto. Los sábados y domingos nos levantábamos cerca de las siete de la mañana y cruzábamos la calle Cornelio Guzmán para enrumbar hacia ese rectángulo donde hoy funciona La Quinta de los Núñez —territorio de cuecas choras y costillares—. Estábamos horas en eso, corriendo detrás de la pelota como los ratones de Hamelin tras el flautista. No había nada que rompiera el hechizo; para entonces, las mujeres eran todavía un territorio insondable. Sin saberlo, en esas mañanas porteñas, todos los que llegamos hasta ahí suscribimos un pacto de lealtad hacia el fútbol. En esos días, vivíamos para el fútbol, todo giraba en torno a él, aunque otros no pudieran entenderlo, aunque nos miraran por encima del hombro. Si hubiera leído entonces esa frase luminosa de Eduardo Sacheri, el escritor y guionista argentino, la hubiera impreso en alguna camiseta: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de
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algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”. Gracias al fútbol descubrí las primeras amistades, los afectos que surgen del trabajo colectivo, la idea de pasión. El fútbol nos aglutinaba, y no hablo sólo de los chicos, el barrio entero vivía en función de la pelota. Y en esta vena, ese sentido de barrio lo viví en la medida que el vecindario se articulaba en torno al fútbol. Cuando dejé Valparaíso y emigré a Santiago, nunca más lo volví a experimentar. Una de las últimas manifestaciones de esa experiencia, la barrial, la viví obviamente de la mano del fútbol. Debe haber sido allá por el año 1983 cuando decidimos que era hora de hacer historia. Considerando que teníamos algunos talentos jóvenes —Zuzunaga, el Chino Rozas, yo también aportaba mi cuota— y otros que ya habían pasado la barrera de los 30, pero que todavía estaban para dar la lucha en la cancha, nos inscribimos en el legendario torneo nocturno de verano de la Osmán Pérez Freire. Llegamos al debut con fe, sobre todo porque traíamos un tapado: el Guatón Raúl. Le habíamos perdido la pista en el barrio hasta que regresó a la casa de sus padres. Tenía el porte de un rugbista, una cabellera rubia que le daba el aspecto de un vikingo. Nunca lo habíamos visto jugar, pero ya por presencia se imponía y, lejos de cualquier falsa modestia, Raúl nos dijo que era un perro en el área. El sorteo no nos favoreció. En primera rueda enfrentamos a uno de los candidatos: Argenti-
nos Nylor, del cerro La Cruz. Sabíamos que era difícil, pero no imposible. Si entonces hubiera leído el libro del editor y escritor suizo —de origen serbio— Vladimir Dimitrijevic, La vida es un balón redondo, podría haber citado una de sus frases que tanto me gusta: “Los grandes equipos, sobre todo los que yo evocaría, son equipos de amigos, de amigos de infancia, de niños de una época…”. Quién sabe qué cosas hubieran cambiado entonces. Lo cierto era que nos jugábamos la vida y la posibilidad de hacer leyenda. Ahí estábamos todos en el camarín, incluido mi padre que iba de puntero —pocos tan elegantes como él al momento de desbordar por la derecha—. Recuerdo la escena, todos sentados —algunos terminaban de abrocharse los botines—, oyendo atentos las órdenes de otro vecino —Diego Tobar, agente de aduanas—, quien debutaba en el banco como DT. No recuerdo bien de qué versó la charla técnica, lo que no olvido fue la sensación que tuve en ese momento, esa mística que veía en los ojos de mis compañeros de equipo, un fuego que se encendía y que nunca había visto antes en nuestra condición de vecinos. Bueno, lo cierto es que los talentos jóvenes no aparecimos; el Guatón Raúl fue un fraude en la defensa, y su amigo, al que llevó como un arquero con más de cien partidos en el cuerpo, deambuló por el mismo derrotero. Perdimos 8-1 —puse el gol del honor con un remate que pifié de manera grotesca y que, fruto de lo mismo, engañó al portero—, y aunque no
LO QUE LE DEBO AL FÚTBOL / MARCELO SIMONETTI
Pichangas, Pasaje Dighero NUES TRO WEMB LEY
nos convertimos en leyenda, sí quedamos en la historia al ser uno de los equipos con la campaña más corta y triste que se recuerde: un partido jugado, una derrota estrepitosa. Si bien Valparaíso no era Montevideo, confieso que por momentos se le parecía. Al menos en aquello que decía Eduardo Galeano: “Como todos los uruguayos, toditos, yo nací gritando gol. Como se sabe, en mi país las maternidades hacen un ruido infernal porque todos los bebés se asoman al mundo entre las piernas de la madre gritando gol. Yo también grité gol para no ser menos y como todos quise ser jugador de fútbol”. Yo no estuve presente para el nacimiento de mis amigos del
barrio ni tampoco tengo demasiada conciencia de lo que dije o no dije al momento de que mi madre me parió, pero la idea de que todos hayamos nacido gritando gol nunca nos pareció demasiado descabellada. Y si así no hubiera sido, cuando nos preguntaban que queríamos ser de grandes, todos respondíamos al unísono: ¡futbolistas! Y no se crea que no lo intentamos. Al menos mi hermano y yo estuvimos cerca. Debíamos tener 10 y 12 años respectivamente cuando acudimos a un llamado que hizo Everton. Buscaban nuevos talentos y nosotros pensamos que había llegado el momento de dar el paso definitivo. Poco importaba que nuestro corazón
no estuviera con los colores oro y cielo. Recuerdo que en la víspera no dormimos, imaginando que el siguiente era el primer día del resto de nuestras vidas. Nos veíamos jugando en el estadio Nacional, siendo convocados a la selección chilena, firmando un traspaso al fútbol europeo. Cuando llegamos al estadio Sausalito, la cancha bullía de niños que deben haber tenido los mismos sueños que nosotros. No miento si digo que eran 500. El veedor de turno tuvo que resolver el puzle que la demanda de niños imponía. Sólo cinco minutos en cancha, no había otro modo. En los cinco minutos que me asignaron no toqué la pelota. Mi hermano no lo hizo tanto mejor:
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en el único episodio recordable de aquella mañana persiguió a un veloz puntero y cuando quiso derribarlo —porque se le iba—, terminó revolcándose en el suelo, mientras el delantero celebraba el gol. Debut y despedida, claro está.
argentinos se referían a él como Maradona. De todas las promesas que ha tenido el fútbol chileno, creo no equivocarme cuando digo que Lobos fue el más promisorio de todos, más allá de la suerte que haya corrido después.
Quizá por eso, porque no fui futbolista, me volqué a la lectura. Aunque debo confesar que de niño no fui un gran lector. En mi casa, los libros no abundaban. A lo sumo estaban: los cinco tomos de Adiós al Séptimo de Línea, de Jorge Inostrosa, empastados con una cuerina de color azul; una enciclopedia Salvat del mundo salvaje, que sí revisaba mirando las fotos de los animales; y un diccionario, el Pequeño Larousse Ilustrado. Y aunque me gustaba hojear este último, la fascinación por la lectura llegó de la mano de la revista Barrabases, que mi padre traía a casa cada vez que un nuevo número salía publicado. La lectura de las peripecias del equipo que integraban Pirulete, Palmatoria, Torito, Bototo y los otros, fue lo mismo que descubrir un mundo nuevo. Y de ahí a la lectura de otras revistas de historietas y luego a los libros hubo solo un paso.
Una vez, habiendo sido enviado a Buenos Aires para la definición del torneo argentino, me tocó vivir algo que jamás pensé presenciar. River Plate enfrentaba a Vélez teniendo como una de sus estrellas goleadoras a Marcelo Salas. Esa noche en el estadio Monumental de River, Salas marcó dos goles y por primera vez en ese estadio —y quizá en un estadio argentino— todos los asistentes corearon con genuino afecto el chilenoooo, chilenoooo, chilenoooo. Es más, cuando mis vecinos de asiento supieron que yo provenía allende los Andes me estrecharon en un abrazo fraternal y sincero. Todo gracias a Salas… y al fútbol.
La escritura de historias me atrapó en la mitad de la adolescencia. El periodismo fue el territorio donde hice mis primeras armas. Y ahí, una vez más, estuvo el fútbol. Trabajé largo tiempo como periodista deportivo y en ese plan es difícil que no recuerde la vez que acompañé a la Sub-17 de Colo Colo a un torneo en Gradisca, una pequeña localidad italiana cerca de la frontera con Eslovenia. En ese torneo, Frank Lobos fue la estrella, al punto que los propios
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Otra escena que no olvido, aunque peque de cursi, es la final del Mundial de Francia 1998 hasta donde llegué para cubrir el torneo para un medio nacional. Sentir a 70 mil franceses cantando La Marsellesa a voz en cuello es un espectáculo que creo no volveré a vivir. Dimitrijevic escribió en La vida es un balón redondo que el fútbol, al igual que la danza, nos pone en contacto con algo de nuestro propio cuerpo que podríamos llamar la prehistoria de nuestros movimiento, ya que “no se nos permite usar más que los pies y las piernas —esos ancestros subdesarrollados, de algún modo, de las manos y de los brazos”. Parodiándolo, yo diría que el fútbol nos
conecta con ese espacio donde se alojan nuestros recuerdos más hermosos, con esa posibilidad que nos ofrece el imaginario de seguir siendo niños, el boleto de regreso a una vida en que todavía éramos inocentes y puros y creíamos que la felicidad era eso, ver venir la pelota por el cielo, esperar a que baje, golpearla medio a medio y observar cómo se clava en un rincón, y los abrazos, y las risas… * Uno de los mejores escritores de fútbol que ha dado Chile. Autor de los libros de cuentos El abanico de madame Czechowska y El disco de Newton, y de las novelas La traición de Borges y El fotógrafo de Dios, además del libro de crónicas Grandes historias del fútbol chileno y la novela infantil Tito. Asimismo, ha ganado diversos premios literarios, entre los que se cuentan el Premio Municipal de Santiago, el Premio Casa de las Américas y el Premio Consejo del Libro.
street art soccer
FRANCESCO TOTTI AL ESTILO BANSKY, UN TRIBUTO AL DIEZ DE LA ROMA
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pronto
en la retina del hincha
PROYECTOS
DE
CABEZA
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GIORGOS KATIDIS
No lo conocía nadie, hasta que celebró un gol haciendo el saludo nazi. Luego dijo que no sabía lo que significaba.
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MALAIMAGEN La habilidad de trazar el mapa Por Daniel Campusano*
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ICE QUE FUE cosa de tiempo, que empezó sin ambiciones y, de repente, encontró esas líneas que le acomodaron: unos ojos, una boca, una cabeza distinguible. Ya estaba: sin imaginar las repercusiones de su hallazgo, Guillermo Galindo Kuscevic (1981) se encontró con Malaimagen para el resto de sus días. No le molesta el denominativo de humorista gráfico. En su caso, un operador de lenguaje sintético, cargado de ironía y lecturas sociológicas. Galindo, el artista, en el 2007 comenzó a ventilar sus inquietudes políticas en un blog y los alcances fueron insospechados. Hoy, con treintaicinco años, es uno de los dibujantes más reconocidos
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y reconocibles del país. Su participación en la Revista Cañamo, sus viñetas de Tolerancia Cero publicadas en The Clinic y, por supuesto, sus nueve libros editados hasta la fecha, se han encargado de inmortalizarlo en el papel y, sobre todo, en ese ilimitado universo digital. Guillermo accedió una mañana de agosto a juntarse con De Cabeza. Amable, reflexivo, irónico, nos habló de los vaivenes de su proceso creativo, de su diagnóstico de la contingencia chilena, de la universalización temática de su reciente publicación (Malditos Humanos, Reservoir Book), de su faceta como músico punk y, por supuesto, de su vínculo futbolístico que tiene como epicentro rememorativo el Colo-Colo de los noventa.
LAS BALAS QUE ENTRARON
Para comenzar, pensemos en el Rey Lear de Shakespeare, en ese bufón que le dice la verdad al rey cuando él no es capaz de entenderla. Al principio, el rey no lo considera porque supuestamente el bufón habla en broma, pero el lector sabe que le está diciendo una verdad muy seria. ¿Te identifica algo esa escena? Sí. El humor tiene esa habilidad de infiltrarse en temas serios con cierta impunidad. En el fondo, le dice a la víctima de la broma que si se la toma en serio es un tonto grave, pero, a la vez, sabemos que esa broma siempre tiene un sustento real… El humor siempre ha sido un tipo de defensa. Da la capacidad de decir cosas graves
Foto: Daniel Campusano
ENTREVISTA / MALAIMAGEN
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que, en otro contexto, podrían tener repercusiones negativas. En el humor las cosas pasan coladas. Lo piola es lo poderoso. Pienso en las dictaduras, por ejemplo: usualmente los milicos no saben cómo reaccionar ante el humor porque no estaban preparados para eso. Su forma de funcionar es ante el ataque directo, no el sugerido. Pienso también en lo que llaman “autoficción literaria”. El público no puede atacar al autor de una novela aunque el protagonista se llame como él mismo y tenga la misma vida. El autor puede decir perfectamente: “oye, esto es una ficción”. A mí se me ocurre que el humor utiliza esa estrategia para meterse en ciertos temas. Porque piensa que los que trabajamos con el humor no somos guerrilleros y, como no tenemos modo de defendernos de un ataque violento, vamos finalmente al choque con esta estrategia… Ahora, si sales mal parado, bueno, tú te arriesgaste, pero es un poco así: pareces gracioso, sí, pero en verdad estás gritando otra cosa implícita. En mi rubro, por ejemplo, existen humoristas gráficos que han trabajado en medios de la tendencia política adversa, y han funcionado.
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jo, si bien abundan los dardos a la clase dominante (digamos la elite política y empresarial), hay también un diagnóstico de la clase media chilena como una sociedad ferozmente individualista, ignorante de sus derechos y deberes. No, no estoy de acuerdo. Yo no grafico la clase media o baja como la estás leyendo. Lo que pasa es que al hacer viñetas uno moldea el comportamiento negativamente, se destaca lo malo, lo que sale mal, la pifia: el tipo que se resbala con la cáscara de plátano; se puede caer y romper la cabeza, pero el hecho es gracioso. En el humor no se acostumbra a enfatizar las cosas que se hacen bien.
Recuerdo a Charly García diciendo que las letras de Seru Giran tenían mucha poesía porque así los milicos argentinos no las podían entender… Es que el humor no tiende a ser poético; generalmente se busca la simpatía rápida de la audiencia: así se tiene cierta defensa. Pero el humor gráfico puede ir más allá.
Yo lo interpretaba, tal vez, como un triunfo del modelo imperante, o tal vez, sencillamente de la naturaleza humana. Obviamente sí pretendo retratar el individualismo, el egoísmo y la falta de empatía. Por supuesto que hago ese tipo de alerta, pero asumo que no estoy hablando de una mayoría general. Yo no creo que el ser humano por naturaleza es malo e individualista. Yo atiendo los vicios de la sociedad, y también se me ocurre que estos son modos de funcionamiento que han tomado ciertas culturas. Por ejemplo, todos asumimos que el capitalismo es algo que funciona y, sin embargo, hay guerras por el capitalismo, hay desigualdad, explotación, y cosas que ya dimos por hecho que ya son parte de… Pero no se olvide que, finalmente, fue un camino político que tomaron individuos de una sociedad. Podían existir otros.
Corrígeme si estoy equivocado, pero a ratos noto que en tu traba-
Tomando una viñeta tuya donde un personaje relativiza los asesi-
natos en dictadura, pero insiste en tratar de asesinos a quienes están a favor del aborto. Pensando, además, en lo tardío de la ley de divorcio, la ley del hijo natural, la unión civil entre homosexuales, da la impresión que te inquieta mucho este velo conservador chileno. Es que es impresionante. Y en mi trabajo, además, trato de retratar un doble estándar bastante ridículo. Un político en Chile puede estar públicamente contra la ley de divorcio (para quedar bien con algo) y, a la vez, estar separado de su esposa. Para qué decir los abortos del barrio alto y las marchas pro-vida. Me acuerdo que en el canal 13 se prohibían las campañas de prevención del SIDA. Ahora bien, de todo esto, el tema del aborto me parece lo más grave porque es un tema de salud púbica que es intervenido por fanáticos religiosos, por moralismos, por cosas que no tienen que ver con la ciencia ni con medicina. Se notan acá las consecuencias nefastas de ciertas ideologías y de grupos de poder que necesitan imponer su verdad al resto. ¿Viste la niña de once años embarazada y que esta gente le sugería tener la guagua?... Pero bueno, finalmente soy algo optimista. Pienso también que estamos presenciando una apertura lenta, que debería agarrar más fuerza. ¿Y es importante el rol del parlamentario empujando esta apertura? Sí. Todos los frentes de lucha suman. El parlamento, la calle, son todos espacios que se pueden ocupar o no ocupar. Al respecto pienso que hay mucha gente que es absolutamente politizada que no vota por convicción, y no por esto, deja de luchar por
ENTREVISTA / MALAIMAGEN
estos temas. No todo se reduce a pelear por meter parlamentarios progres para que hagan esto y lo otro… No. Creo que eso sería minimizar las luchas que ha dado otra gente, por ejemplo, lo que hicieron los secundarios en el 2011. ¿Te acuerdas de esa portada de LUN que decía, respecto a la lucha de los secundarios, “cabros, no se suban por el chorro”? Es que hay gente que se esfuerza verdaderamente en que nada cambie. Tiene terror a perder su comodidad. Hay grupos influyentes que tienen instituciones educativas con fines de lucro, que no quieren que se les termine el negocio. Hay una mezquindad abismante. Alguna de tus viñetas relacionan el portonazo y la evasión fiscal, el delincuente con o sin corbata. Tenemos un ex presidente electo democráticamente como Piñera, con todas las de la ley, pero con un prontuario de delitos económicos. Pensando que hoy aparece nuevamente en las encuestas, ¿tú crees que en Chile hay alguna valoración por la “viveza”; que “si no te pillaron la hiciste”? La verdad, no creo que Piñera haya salido presidente y pueda salir presidente de nuevo porque la gente valore que es pillo, que sepa hacer trampa y pasar piola. Más bien, yo creo que existe la percepción de que todo es turbio, y un turbio más o menos, no impresiona. Piñera salió porque la gente estaba aburrida y desconfiada de la Concertación. Fue un voto castigo más que partidario. ¿Pero te parece que él, en particular, es indemne? Que, como
plantea Carlos Peña, nadie le pide nada moralmente y, por eso, ni siquiera se juzga. Que no se te olvide que él hizo su fortuna con ciertas truculencias como todos los milonarios en dictadura. A Ponce Lerou le regalaron tierras, muchos se repartieron el Estado de manera desfachatada. Piñera viene de allí. Todos los poderosos de hoy se enriquecieron mediante turbiedades y eso todos lo sabemos. Lo que pasa es que asumimos que jamás devolverán esa plata. “Ya pasó”. Y acá por supuesto aparece la prensa ideologizada que no pretende transparentar esto. Es impactante escuchar que el gobierno de Piñera lo hizo “bien a nivel económico”, y ver a varios de sus ministros o subsecretarios formalizados. Por supuesto su estrategia será decir que “ellos fueron”. Fue Golborne, no yo. Fue Longueira, no yo. Después de un año, ¿qué crees que dejó finalmente el caso CAVAL? ¿Qué piedras crees que removió en particular? Bueno, primero destruyó la imagen inmaculada de una presidenta. En su primer gobierno veías que existía mucha disconformidad con los temas país como salud y educación, pero ella se mantenía impecable… Pero Caval fue el peor golpe bajo que pudieron darle. Y dio lo mismo verificar o no si ella estaba involucrada. Como que se abrieron los ojos. Se advirtió que su sector estaba actuando igual de sucio, que Penta no estaba solo en la derecha. Hay información privilegiada, hay tráfico de influencias, una nuera especuladora, un hijo juntándose con un millonario financista de su madre. Todo muy irregular. Cualquiera puede entender que estas cosas son normales en el
Mira a Iván Fuentes diciendo que sí aceptó platas de las pesqueras, pero, realmente, nunca cambió su posición, y que lo hizo por el bien de todos, que era para llegar al parlamento… Pero no pues, tienes la representación de una causa, y el fin no justifica los medios. Si te ensucias una vez, cómo vas a parar después. Obvio que puede decirse: “Pablo Escobar tenía contento a todo su barrio”. mundo empresarial, pero nadie lo esperaba de Bachelet, de la mami, a la que no le entraban balas. Una pregunta difícil: ¿tú crees en la posibilidad de que ser funcionario público y ensuciarse una vez para un bien común? Por ejemplo, dar una licitación y con esa plata construir algo beneficioso para la ciudadanía. No, no. En ningún caso. Mira a Iván Fuentes diciendo que sí aceptó platas de las pesqueras, pero, realmente, nunca cambió su posición, y que lo hizo por el bien de todos, que era para llegar al parlamento… Pero no pues, tienes la representación de una causa, y el fin no justifica los medios. Si te ensucias una vez, cómo vas a parar después. Obvio que puede decirse: “Pablo Escobar tenía contento a todo su barrio”.
PIENSO, DESPUÉS DIBUJO Y ROCKEO
En tus viñetas, ¿puedes identificar
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EDICIÓN N°8 DE CABEZA 2016
un proceso creativo? ¿Aparece la idea primero y el dibujo después? He ido cambiando mi proceso. Antes me ponía a dibujar cualquier cosa y después pensaba el chiste. Ahora comienzo a dibujar cuando ya tengo la idea. Determino dónde quiero pegar el golpe y, bueno, defino los personajes… Y en cuanto a los textos trato que sean los más sintéticos posibles: el mensaje debe entrar con fuerzas, si uno se va por las ramas, o se adorna mucho todo, termina algo sobre explicado. Y yo no hago tesis ni panfletos. Al tratar temas tan álgidos, ¿tienes algún resguardo de caer en el facilismo o populismo? Sí. Y sobre todo ahora con Internet que sale cualquier cosa y hay millones de memes. Uno tiene que darle una vuelta para que el chiste no sea muy obvio, y por otro lado, yo intento siempre no caer en un humor discriminatorio, básico. ¿Te arrepientes mucho? Sí. Hay varios dibujos que ahora los veo y digo “no los logré”, o que se entendieron de una manera distinta porque no afiancé bien la idea. Entonces digo, “bueno, los pude no haber publicado”, o “los pude haber dibujado mejor”. Pero también eso responde a un contexto de tiempo, de premura. Hablemos un poco de tu papel en tu banda Punkora…Tal vez, la música y el dibujo puedan parecer dos mundos contradictorios: por un lado la soledad y tranquilidad, y por otro, el trabajo en conjunto y la exposición en un escenario. ¿Vives esta diferencia? Sí. Por un lado puedo ser ermitaño y, por otro, público. Pero al momento de
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hacer canciones, me siento muy cercano a la creación de viñetas. En ambos casos hay que lograr una síntesis, un mensaje potente con pocos elementos. Hacer una canción de punk-rock es eso: resumir en dos minutos y medio una idea y darla con fuerza, meterle sarcasmo, ironía, que es lo mismo que hago en las viñetas. ¿Te sientes a veces repitiendo tus temas como dibujante y compositor? Claro que sí, es el mismo cerebro, sólo cambia el formato. Hay canciones sobre la corrupción y, otra, que es como “boleta o
factura”. Y por otro lado piensa que yo tengo la banda hace dieciséis años, antes de empezar con Malaimagen. El pánico escénico ya lo perdí en los dos frentes. Respecto a tu nuevo libro Malditos Humanos (Reservoir Books, 2016), ¿existe una idea de universalización, de plasmar la naturaleza humana más que la fauna chilena? Sí. Me centré y fui reuniendo material sobre aspectos más universales del ser humano. Y no buscaba esto para que mi trabajo se internacionalizara, sino porque sentí que era hora de hacer algo más global:
ENTREVISTA / MALAIMAGEN
Es muy fácil para uno como hombre decir: “oye, le estás dando color”, cuando uno no es el ofendido. Entonces, si ahora hay que cuestionarse todo (desde la publicidad, el humor, etcétera), yo lo encuentro buenísimo. ojalá pase, ojalá se extreme lo más posible, hay que erradicar prácticas que son impositivas, agresivas. representar los vicios de la sociedad de manera más amplia y no tan limitado al país. Trabajar temas como la explotación, el conflicto de género, el poder de los medios de comunicación. Identificar, en el fondo, comportamientos esenciales más globales y retratarlos. Vi alguna viñeta sobre un tema cada vez más espinoso: el auge del feminismo. ¿Notas que han cambiado las formas (se han intensificado los cuidados) para referirse a la mujer erótica o sexualmente? Yo noto que está pasando y espero que siga pasando. Yo me alegraría bastante que decir, por ejemplo, “el medio culo de esta mina” frente a otra sea motivo de discusión. Es muy fácil para uno como hombre decir: “oye, le estás dando color”, cuando uno no es el ofendido. Entonces, si ahora hay que cuestionarse todo (la publicidad, el humor, etcétera), yo lo encuentro buenísimo. Ojalá pase, ojalá se extreme lo más posible: hay que erradicar prácticas que son impositivas, agresivas. Y claro, quizás en este contexto a veces ocurran situaciones de defensa media burdas, pero
finalmente todo cae por su propio peso. Y para eso tiene que haber un debate constante, una defensa. A nosotros como hombres se nos ha insinuado que tirar piropos en la calle es como pintoresco, folklórico. Y para nada, es violento. Yo una vez trabajé en una empresa donde habían muchas mujeres, y era muy común que contaran que las perseguían en las calles tipos masturbándose, que les gritaban cosas, que las toqueteaban. Hay que erradicar de lleno ese humor tipo “Morandé con Compañía”, el humor discriminatorio, el humor sobre el homosexual, etcétera…
LA OSCURIDAD COPORATIVA Y LA GRATITUD AL RAMBO RAMÍREZ
¿Algún vínculo como hincha, jugador, espectador? Me gusta desde chico. Antes iba mucho al estadio; ahora voy cuando puedo y, a veces, no tanto como quisiera. Yo la verdad era muy malo para la pelota, pero quería jugar, siempre. Entonces, muchos dibujantes siempre cuentan la misma anécdota, que como no jugaban bien a la pelota terminaron dibujando: ese era el mundillo donde te escondías. Como no había nada más impopular que ser malo para la pelota, se buscaban resguardo en otros lados. ¿Has dibujado sobre fútbol? Sí, cuando niño tenía una historieta que era una mezcla entre los Barrabases y los Supercampeones. Respecto a Barrabases, esta para mí fue una historieta muy importante: influyente en mi forma de dibujar y hacer historias. Todavía la sigo encontrando buenísima, de lo
mejor que se ha hecho en Chile. Por tu trabajo tienes que consumir mucha contingencia. ¿Sigues el fútbol chileno o internacional? Trato. Y es que ahora ver los partidos no es tan fácil como antes. Hay que tener tv cable, después el CDF, después Premium, y después no sé qué más. Pero las Copa América o los Mundiales los veo completos. Por supuesto que esta forma de mercado distanció a la gente. Antes me acuerdo de ver partidos por la TV abierta. Recuerdo incluso haber visto finales de segunda división… Al final, se nota que a los dirigentes no les interesa que vaya gente al estadio, sino que sigas consumiendo el CDF. ¿Eres colocolino, cierto? Sí. Me encanta, pero como tengo escaso tiempo entre el dibujo y la música, me encuentro un mal hincha, un mal fanático. Siento que no alcanzo darle la importancia. Pensando en el momento actual de la selección, ¿crees que puede ser dañina este exitismo momentáneo? Una trampa para las nuevas generaciones de aficionados que no entienden mucho de derrotas. Pensando en la educación de los niños, pienso que unas de las cosas más importantes es enseñarles a manejar la frustración, a tener cuidado con las expectativas. Para nuestra generación, nacida en los setenta u ochenta, nunca pensamos que íbamos a ganar algo. Antes de Bielsa vimos a Juvenal Olmos, al Pelao Acosta, y de repente sale Arturo Vidal echándole la foca a Brasil. Vimos el nacimiento de una generación con actitud, que no miraba a nadie con miedo. Esa
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Antes de Bielsa vimos a Juvenal Olmos, al Pelao Acosta, y de repente sale Arturo Vidal echándole la foca a Brasil. Vimos el nacimiento de una generación con actitud, que no miraba a nadie con miedo. escena de Vidal diciendo “ahí quedó Brasil, ahí quedó Brasil”, ahora a todos nos hace mucho sentido… Pero, en el fondo, los niños deben entender que lo actual es un proceso que se hizo con mucho trabajo, que no es casual. ¿Crees que el chileno es realmente futbolizado, o que existe un auge solamente por los buenos resultados? No creo que Chile sea un país futbolizado. Hay gente que ve los partidos de la selección solamente porque es una instancia social de juntarse, tomar algo, y me parece bien. Igual que cuando veíamos al Chino Ríos sin entender de tenis. Y cuando nos vaya mal, la gente disminuirá su interés por seguir el fútbol e ir al estadio. Y por esto, desde luego, los dirigentes van a aprovechar el momento de saquear todo lo posible y retirarse. El otro día escuché a un presidente diciendo que era innecesario bajar el precio de las entradas porque, en el fondo, igual se vendían los tickets. Lo que no estaba diciendo era que existe gente que puede pagar y otra que no. Actúan por una lógica del mercado donde no hay concesiones con su público más fiel. ¿Te acuerdas que, en la última
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Copa América, los mismos jugadores se extrañaron y molestaron porque el estadio estaba callado? Es que no era un público con cultura de fútbol. Era sólo el que podía pagar… A propósito me acordé de una columna de Hermógenes Pérez de Arce que hablaba de que ese público era el “Chile bien”, el Chile que queríamos: el Chile que no hacía desorden, que no gritaba, y que ahí se demostraba que la educación privada era mejor que la educación pública. Hermógenes, en otras palabras, está diciendo que “ese es el Chile decente”. ¿Qué opinas del protagonismo del fútbol en los noticiarios? ¿Crees que hay responsabilidad de los medios en descuidar temas más significativos o urgentes? Yo no creo en la conspiración de que te ponen fútbol para que no veas la ley que están haciendo, eso me parece una caricaturización de la situación. Yo creo que, sencillamente, lo ponen porque da más plata de los auspiciadores. Pero, a su vez, creo que la prensa tiene que tener el deber ético de sopesar noticias y de darle la importancia a temas que realmente lo merezcan. Cuando ves esas portadas del amigo de Vidal o Alexis; allí hay una irresponsabilidad social, son decisiones editoriales conscientes. ¿Es el fútbol, finalmente, una herramienta política poderosa? Bueno, está claro que los presidentes han ocupado el fútbol para su beneficio cada vez que han podido. Lo trató de hacer Pinochet con Colo-Colo, Bachelet con Bielsa, Sampaoli y los
jugadores. Piñera lo intentó con Bielsa pero no le resultó... Pero respecto a los futbolistas, durante mucho tiempo nos hicieron ver que eran tipos tontos que solamente pensaban en fútbol, y eso creo que es una injusticia muy grande porque se les obligaba a ser ejemplo para los niños de cómo jugar a la pelota, pero no meterse en nada más. Pero de repente sale Beausejour y, lamentablemente, es presentado como una excepción. Cuando Colo-Colo salió campeón de la Libertadores, Mirko Jozic se quedó en pana y se bajó a empujar el auto. ¿Cómo analizas el glamour actual, el dominio de las marcas? El mercado logra que gente que no tenga plata pueda comprar a través del crédito. Gente que siempre quería tener la marca que estaba de moda, la zapatilla de marca: gente que no quería verse más excluida de los privilegios. A la gente que sentía la necesidad de tener una tele, una ropa impuesta por la publicidad, se le dio una solución: te damos el crédito, y de ahí vemos cómo nos pagas. Se abrió mucho el mercado, aparecen potenciales nuevos clientes que es gente que no tiene el poder adquisitivo, pero sí la posibilidad de endeudamiento… Si alguien que gana el sueldo mínimo quiere comprarse una camiseta de fútbol original, no es porque sea un imbécil, es porque tiene ese deseo que se le creó, él quiere identificarse con su futbolista que está viendo en los carteles. Para terminar, ¿alguna jugada que te haya quedado grabada? Si tuviera que elegir, hay dos que nunca se me han borrado y en ambas tiene protagonismo el
ENTREVISTA / MALAIMAGEN
Rambo Ramírez. La primera es cuando le ataja un penal a Huachipato en los últimos minutos, recién ingresado. Expulsan a Claudio Arbiza y él entra haciendo show, demorándose, marcando la pelota en el punto penal. Lo atajó adelantándose mucho, pero valió igual, y Colo-Colo ganó 3 a 2. Esto fue en 1995… La segunda es una maravilla, y ocurre cuando el Rambo se lesiona y a Colo-Colo ya no le quedaban cambios. Jugaba una Supercopa frente al Flamengo de Bebeto en el 96, y se tiene que poner al
arco Pedro Reyes. En los últimos minutos Reyes se manda una doble tapada impresionante, de infarto. Esa tarde Colo-Colo ganó 1 a 0 con un golazo de Marcelo Espina. Como último ejercicio, te voy a nombrar algunos dibujantes chilenos y tú debes posicionarlos en la cancha. Guillo: Delantero. Calma, sabiduría, fineza. Alberto Montt: Defensa. Mucha estructura.
Francisco Olea: Medio campo. Talento, visión, mirada periférica. Sale jugando. Piensa, resuelve. Themo Lobos: Al arco. Oficio. Experiencia * Editor de la Revista De Cabeza. Autor de la novela “La Incapacidad”, y del cuento “Las espinas del pescado”, que forma parte de la antología “Relatos del Capitán Yáber”. Fue director de la Revista Grifo.
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street art soccer
ATLÉTICO NACIONAL EL EQUIPO DEL PATRÓN EN LAS CALLES DE MEDELLÍN. MEDELLÍN / COLOMBIA
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ABRAN PASO que viene el jefe. Ojo con el look a lo Julito Videla.
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“mira papá, un gol” MIENTRAS con esfuerzo empujaba el coche de mi hija sobre las irregulares y angostas veredas de Pest, escucho un “¡mira papá, un gol!”. Tal cual, al frente nuestro un impresionante mural que mostraba como escena principal el instante en que una pelota estaba entrando a un arco. El resto: un arquero completamente de negro y sin guantes, una pelota gigante de las antiguas, un ticket que en inglés anunciaba “England v Hungary” y el extracto de un diario húngaro, donde lo único descifrable era “Magyarország - Anglia 6:3(4:2)”. Patricio Cavieres*
H
OY EN DÍA, budapest se alza como un incipiente destino turístico de europa central, aunque todavía lejos del desarrollo y pulcritud que presentan sus vecinas praga y viena. su resurgimiento y reapertura al mundo, tras la caída de la Cortina de Hierro, no ha sido inmediato. Esto le ha dado una identidad especial que actualmente la diferencia de otros polos turísticos de la zona que han sacrificado naturalidad por comodidades para el visitante. Así,
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en la capital de Hungría todavía es posible encontrar ciertas esquinas, edificios y parques que auténticamente se remontan a su pasado reciente. Ese que en sólo 100 años se ha visto marcado sucesivamente por la majestuosidad del Imperio Austro-Húngaro, la intensa ocupación Nazi, el implacable régimen soviético y la demandante membresía en la Unión Europea. Tras disfrutar de las bondades de los afamados Baños Széchenyi, únicos capaces de amainar los 40°
a la sombra del verano húngaro, y mientras con esfuerzo empujaba el coche de mi hija sobre las irregulares y angostas veredas de Pest, escucho un “¡mira papá, un gol!”. Tal cual, al frente nuestro un impresionante mural que mostraba como escena principal el instante en que una pelota estaba entrando a un arco. El resto: un arquero completamente de negro y sin guantes, una pelota gigante de las antiguas, un ticket que en inglés anunciaba “England v Hungary” y el extracto de un diario húngaro, donde lo
único descifrable era “Magyarország - Anglia 6:3(4:2)”. A los pies del mural, un estacionamiento repleto de Skodas y un par de antiguos Puli… Ahí estaba, en una gris calle de Pest, omitida en cualquier guía de walking tour, un notable ejemplo de los símbolos que aún se pueden encontrar en esta ciudad, el que seguramente ilustraba algún momento brillante de la historia del pueblo magiar. Todos quienes somos futboleros, tenemos la noción de que Hungría tuvo una buena selección en las décadas del 50 y 60, y que un tal Ferenc Puskás fue su figura. Con eso, y considerando las desabridas actuaciones a que ya nos tiene acostumbrados la selección inglesa, no parecía tan extraño el
es aquí donde el turismo de selfies y posteos en tiempo real queda de lado por un rato y pasamos a una dimensión diferente, a la inquietud de averiguar qué habrá detrás de ese “gol”, a lo que los entendidos llaman el turismo etnográfico o folclórico. marcador del partido. Lo que sí llamaba la atención es que fuera representado con tanto expresionismo y que, hasta el día de hoy, el mural se conserve intacto.
90 MINUTOS DE FÚTBOL DONDE UN EQUIPO LE DIO UNA LECCIÓN TÁCTICA A SU INVENTOR
En Londres, barrio Wembley, un 25 de noviembre de 1953, a
16:45 hrs, y con más de 100.000 espectadores, se dio inicio al que ha sido denominado el Partido del Siglo. Las razones de tal calificativo son diversas. Por supuesto, partidos emocionantes, con choques de estilos, con guerra de goles, arbitrajes polémicos o con finales épicos, han existido por montones a lo largo de la historia. De hecho, si uno googlea “el partido del siglo”, en la primera página aparecen sólo noticias sobre la semifinal ganada por
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“la amarga lucha entre el capitalismo y el comunismo se realiza no sólo entre nuestras sociedades sino también en la cancha” Italia a Alemania, 4-3, en el Mundial de México ’70. Sin embargo, este partido presentó elementos ajenos a nuestra mediática cultura futbolística, que lo hicieron diferente a cualquier otro. Simbolismos políticos, económicos y sociales enmarcaron el contexto de 90 minutos de fútbol donde un equipo le dio una lección táctica a su inventor. En términos futbolísticos, el partido implicó cambios trascendentales. Hasta ese momento, todos –al menos eso pensaban los ingleses– jugaban con la formación WM,
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donde la M significa 3 defensas y 2 mediocampistas defensivos y la W dos mediocampistas ofensivos y 3 delanteros. Así, al haber una distribución equivalente para ambos lados, cada jugador marcaba individualmente a quien “se estacionaba” en su puesto. A su vez, la numeración en la camiseta obedecía necesariamente al puesto en la cancha. O sea, el defensa central (centre-back, normalmente con el N° 4 en la espalda) marcaba al centro delantero (centre-forward, N° 9). Así nos enseñaron el fútbol los británicos y así creían ellos que se seguía jugando fuera de la isla. Pero, para 1953, los húngaros ya jugaban a otra cosa. Por primera vez en la catedral del fútbol se vio a jugadores intercambiando constantemente sus posiciones. El 9 húngaro, Nándor Hidegkuti, empezaba en posición de centro delantero pero cuando su equipo recuperaba
la pelota bajaba al medio campo, sacando de su posiciones a Billy Wright (centre-back) y a Harry Johnston (centre-half) y permitiendo así la arremetida de los delanteros Kocsis y Puskás por el centro, quienes, para mayor confusión, usaban los números 8 y 10, respectivamente, hasta entonces reservados para mediocampistas ofensivos. El primer “falso 9” de la historia jugó incluso antes de que Bielsa y Sampaoli nacieran. Y por si fuera poco, se anotó con un hat-trick. Más allá de la lección táctica, y de significar la primera derrota inglesa en la historia de Wembley, cronistas de la época describieron la inmensa superioridad física y técnica que se vio. “The Times” dedicó especiales líneas para intentar describirle al lector que no estuvo en el estadio, una inédita jugada previa al 4to gol húngaro, donde Puskás pisó la
EL PARTIDO DEL SIGLO
pelota hacia atrás, y el ridiculizado capitán inglés “pasó como camión de bomberos yendo al incendio equivocado”… (léase con humor British, a la hora del té). O sea, para que se entienda en lenguaje PokémonGo, este baile ameritaba foto con selfiestick en un acalorado camarín húngaro, mostrando 6 dedos y subiendo a Instagram con un #EnglandtepaseoenWembley. Pocos países han sido tan acontecidos como Hungría en el último siglo. El asesinato del archiduque Franz Ferdinand, heredero al
geográfica se convirtió en un territorio clave, entonces viene la gran Batalla de Budapest. Durante los 3 meses del invierno del ’44-’45, la ciudad tuvo “el placer de agasajar” a célebres invitados: el Ejército Rojo soviético instalado en Pest y el escuadrón Nazi atrincherado en Buda. Se estima que murieron unos 40.000 civiles húngaros. Como se sabe, la batalla la ganaron los rusos, siendo el gran aperitivo a la derrota final Nazi en Berlín, pocos meses después. Ok, viendo el vaso medio lleno… se fueron los Nazis;
El profe Gustav hablaba de fútbol socialista, donde cada jugador tenía que ser capaz de jugar en todas las posiciones y el defensa tenía las mismas responsabilidades que el delantero. trono del imperio Austro-Húngaro, adjudicado a la Mano Negra, grupo nacionalista serbio financiado por los rusos, desató una serie de movimientos entre las alianzas ya formadas que culminaron con la Primera Guerra Mundial. La Triple Alianza fue la gran derrotada de la guerra y Hungría perdió más de un 70% de su territorio. Desde ahí en adelante, una serie de eventos marcaron el diario de vida húngaro: se instaura la República Popular, que duró 4 meses; luego la República Soviética Húngara, que duró 12 semanas; y un largo periodo de anarquía liderado de facto por un almirante quien, en la década de 1930, a fin de recuperar los territorios perdidos y salir de la crisis económica, firma una alianza con la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Sí, lo más cercano a un pacto con el diablo… ocupación Nazi y miles de judíos, gitanos y homosexuales húngaros a trabajos forzados y campos de concentración. Declarada ya la Segunda Guerra, por su ubicación
pero, como nada es gratis en la vida, se quedan los soviéticos, y por harto rato. Todo este cuento de terror estaba incluido en el CV del plantel húngaro. Para 1953, el gobierno comunista liderado por Mátyás Rákosi, quien se autodefinía como el mejor discípulo de Stalin, estaba plenamente instaurado. Todo estaba cuidadosamente monitoreado desde Moscú. Los clubes de fútbol fueron nacionalizados. La mayoría de los seleccionados jugaban en el Budapesti Honvéd Sport, perteneciente al ejército húngaro y otros en el MTK Hungária FC, gerenciado por la Policía Secreta. El célebre DT del equipo, Gusztav Sebes, era un funcionario de gobierno, quien en alguna oportunidad declaró: “la amarga lucha entre el capitalismo y el comunismo se realiza no sólo entre nuestras sociedades sino también en la cancha. Del otro lado de la cancha, tene-
mos al gran Imperio Británico. Historiadores coinciden en que su máximo esplendor se vivió después de la Primera Guerra Mundial. Ya desaparecido el Segundo Reich Alemán, el Reino Unido no tuvo competencia en el control de los mares y las colonias africanas y asiáticas. Se estima que, por esos años, sus dominios comprendían más de 450 millones de personas, o sea, una cuarta parte de la población mundial. A mayor extensión del imperio, mayor cantidad de lugares que aprendieron a jugar fútbol, por supuesto. Luego vino la Segunda Guerra y, por distintas circunstancias, el Primer Ministro Wiston Churchill se vio en la necesidad de firmar, a bordo del crucero USS Augusta, la Carta del Atlántico donde a regañadientes aceptó los 8 puntos propuestos por el Presidente Roosvelt, para que, a cambio, EEUU entrara a la guerra y los ayudara a liberar al mundo occidental de la amenaza Nazi. Aunque, como siempre hay letra chica, el principio rector de esta Carta fue el derecho de autodeterminación de los pueblos. Autodeterminación para poder negociar libremente con EEUU, fue el pelambre de los analistas. Con eso, comenzó el declive de su supremacía mundial. Al término de la guerra el mundo se repartió entre sus dos grandes triunfadores. A pesar de que este desenlace alzó a americanos y soviéticos con el control político global, en los años 50 Gran Bretaña seguía manteniendo una especie de autoridad cultural sobre el mundo. Su largo periodo de dominio colonial le había permitido adquirir como propias ciertas costumbres de territorios muy lejanos, por ejemplo la sagrada ceremonia de
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tomar a cup of tea, indeed; y, a la vez, instaurar el fútbol como uno de sus mayores legados. El autor inglés Eric Hobsbawm, en “La Edad de Los Extremos, Historia del Siglo XX”, escribió: “El deporte del que el mundo se adueñó fue el fútbol asociado, el hijo de la presencia económica global de Reino Unido, que introdujo equipos con los nombres de empresas británicas o de expatriados británicos desde los hielos polares hasta el Ecuador”. Así entonces, en el sorteo de los capitanes Wright y Puskás, para elegir lado o partida, hubo literal y simbólicamente un cara y sello. El defensa central representaba a una nación admiradora de su monarquía. El discurso de Jorge VI al declararle la guerra a Alemania (sí, el tartamudo de la película) y el haber resistido junto a la reina los bombardeos nazis en el mismo Palacio de Buckingham, ojo, sin calefacción, causaron la obsecuencia definitiva del pueblo británico. Meses antes del partido, se efectuó la coronación de la actual Reina Isabel II, televisada en directo para todo Gran Bretaña y varios países de la Commonwealth. Casi al mismo tiempo, una expedición inglesa, con más de 100 sherpas a su disposición, lograba por primera vez la cumbre del Everest. Seguramente, muchos de los asistentes al partido aún comentaban el extravagante vestido usado en la ceremonia por su nueva reina y la hazaña lograda por sus alpinistas. La selección húngara no era tema, era un desafiante más en Wembley Park. Los regímenes comunistas siempre dieron prioridad a los deportes. Se veía como una efectiva herramienta para demostrar al mundo su planificación y grandeza. Los Juegos Olímpicos y Mundiales de
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Fútbol fueron escenarios propicios para estas demostraciones. Por eso, desde siempre destinaron todos los medios –legales o ilegales– para el mejor desempeño de sus deportistas. En las Olimpiadas de Helsinki, en 1952, este mismo combinado húngaro ganó medalla de oro derrotando en la final a la rebelde Yugoslavia de Josip Tito, único país del bloque socialista que no aceptó ser controlado desde Moscú (excusa suficiente era que, a diferencia de sus vecinos, lograron liberarse del nazismo sin la ayuda de los soviéticos) y quienes, para peor, habían dejado en el camino a los mismísimos soviéticos en octavos de final… aunque, claro, esta dolorosa derrota fue ocultada por las autoridades soviéticas hasta después de la muerte de Stalin. Así, tras aquella simbólica victoria olímpica en Helsinki, Moscú veía con muy buenos ojos a este grupo de talentosos jugadores húngaros. Desde el Comité Central se preocuparon que estos muchachos tuvieran todo a su disposición, dando amplias atribuciones a su DT, quien además fue nombrado Viceministro de Deportes. Por ejemplo, un mes antes del partido, Sebes pidió usar pelotas del mismo material y peso que usaban en la Federación Inglesa, modificó la superficie de su cancha de entrenamiento a las mismas medidas de Wembley e instruyó que todos los clubes que practicaran contra su selección jugaran al estilo inglés (la ya descrita formación WM). Cual casildense, Sebes también tenía conceptos que transmitir a sus dirigidos, aunque incluso más profundos que el amateurismo y el protagonismo desmedido; el profe Gustav hablaba de fútbol socialista, donde cada jugador tenía que ser capaz de jugar en todas las posiciones y el defensa tenía
¿Por qué es sólo este 3-6 el que se recuerda? Tantas cosas no han cambiado las mismas responsabilidades que el delantero de atacar y defender. Como se dijo antes, la mayoría de los seleccionados jugaba para el equipo militar y, por ende, tenían el rango de comandantes. Ellos tenían que plasmar en la cancha las estrategias minuciosamente preparadas por su coronel. Definitivamente, la banda de Puskás no iba a Londres sólo a correr detrás de la pelotita, iban a una batalla ideológica, una más de la Guerra Fría.
EL CAMINO A LA GRAN REVOLUCIÓN DEL 56
Conocido el resultado del partido, el gobierno húngaro lo hizo ver como una victoria del comunismo sobre el imperialismo capitalista. Las autoridades en Budapest y Moscú se sobaban las manos con este nuevo caballito de batalla que les permitía hacer propaganda. Más aun después de la revancha, pedida ingenuamente por los ingleses, esta vez en el Nepstadion (estadio del pueblo) de Budapest, con un marcador de 7-1 para los locales. Pero consecutivos acontecimientos históricos hicieron que esta estrategia oficialista se derrumbara en favor de la verdadera voluntad del húngaro de a pie. Stalin murió meses antes del partido, tras ello vino un periodo de reformas moderadas. En 1955 se firmó el Pacto de Varsovia, el cual si bien comprometía militarmente al Bloque del Este con la Unión Soviética, consagraba, al menos en el papel, el principio de respeto a la independencia y soberanía de los estados miembros. En febrero de 1956, el “Discurso
Secreto” pronunciado por el nuevo líder soviético Nikita Jrushchov, denunció los crímenes cometidos por el régimen de su antecesor Stalin. En septiembre de ese año, el equipo mágico fue al mismísimo Estadio Central Vladimir Lenin de Moscú, y venció a los locales. Esto se estaba escapando de las manos, la efervescencia nacionalista húngara estaba en su punto más alto. En este contexto, un 23 de octubre de 1956 se inició la gran marcha hacia el Parlamento que, sangre por medio, terminó con la toma del poder y la instauración de un Gobierno de corte social demócrata, con ministros comunistas y no comunistas y liberación de presos políticos. El sueño de autodeterminación del pueblo húngaro se había hecho realidad… por diez días. Moscú miraba de reojo este cuento de
hadas en el Danubio. Bastó que las nuevas autoridades húngaras anunciaran su idea de retirarse del Pacto de Varsovia para que desde el Kremlin se tomara la decisión de volver al orden. En la Operación Torbellino, 17 divisiones de infantería del Ejército Rojo se ocuparon de despertar del sueño a los húngaros. Por esos días, el Budapesti Honvéd se encontraba en Bilbao jugando por la Eurocopa. La revancha tuvieron que jugarla en Bruselas, y perdieron. La mayoría de los cracks nunca más volvieron a Budapest y se refugiaron en diferentes equipos de Europa Occidental. Puskás, por ejemplo, terminó en el Real Madrid e incluso jugó por la selección española. En ausencia, fue juzgado como traidor a la patria por el nuevo régimen y no pudo volver a Hungría hasta 1981. Así terminó todo, ese fue el final de
esta generación dorada. El mural fue pintado en noviembre de 2013, por la agencia Neopaint Works, para el aniversario N° 60 del partido. 30 metros de alto por 50 de ancho, más de 400 litros de pintura. En pleno centro de Budapest está el bar “3-6”, donde hoy los futboleros se juntan a sufrir las nefastas actuaciones de su selección y equipos en copas europeas. Pero entonces, si esta selección dorada tuvo varios triunfos llamativos, como el 9-0 a Corea del Sur, 8-3 a Alemania Federal, eliminación a Brasil y Uruguay, todo en el mismo Mundial de Suiza ´54, o los nombrados 7-1 a Inglaterra en la revancha y el 0-1 en el Vladimir Lenin… ¿Por qué es sólo este 3-6 el que se recuerda? Analistas de la época y actuales,
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sostienen que, en medio del régimen policiaco de Rákosi, este puñado de cracks reflejó para el pueblo húngaro una especie de rebeldía ante el que se suponía superior, ante el que hasta ese momento dominaba en la cancha y en sus extensas colonias. Si fueron capaces de vencer al Imperio Británico, ¿por qué no iban a ser capaces de vencer a sus propios gobernantes? Este partido logró reflotar la ilusión de algo que esta generación de húngaros jamás había sido capaz de disfrutar: la libertad. Así lo ilustró el director Peter Timar en su película “3-6”, de 1999, donde habló sobre el sentimiento de unión de los húngaros hacia la libertad, simbolizándolo con calurosos abrazos entre presos políticos y gendarmes mientras veían la goleada en una cárcel y, así, vinculó directamente lo generado por este partido con los movimientos que iniciaron la gran revolución de 1956. Parafraseando al escritor Péter Esterházy, en éste partido la selección abrió los ojos a un país sobre la idea de rebelarse ante un rígido sistema que controlaba casi todos los aspectos
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de su vida y Puskas fue un héroe que logró sobresalir a pesar de que estaba llamado a ser no más que un engranaje de una máquina. Todas estas metáforas formaron parte de la idiosincrasia del pueblo húngaro durante décadas. Hoy, futbolísticamente hablando, viven sólo de estos recuerdos. Desde hace poco más de 10 años Hungría es parte de la Unión Europea y es el país más austral conectado al Espacio Schengen. Justamente por esto, su ubicación es clave, otra vez, como puerta de entrada para los inmigrantes que buscan refugio en las potencias europeas. El año pasado, la triste escena donde la periodista Petra Laszlo, con una burda zancadilla trató de impedir la entrada de un papá e hijo sirios, dio la vuelta al mundo y evidenció, tal vez, el nuevo sentimiento de algunos húngaros que, aunque sea en minoría, ven las medidas de apertura total de fronteras de Europa a los inmigrantes como una forma de amenaza moderna a su esquivo desarrollo nacional. Por otra parte, los británicos al votar
Brexit -según las estadísticas, en su mayoría tercera edad que coincidentemente vivió su plenitud en los años ’50- quizás simplemente han sincerado que prefieren vivir en una autarquía social y económica y se sienten cómodos en su estilo, en sus formas. En lo futbolístico al menos, mucha evolución no se ha visto en las distintas selecciones británicas. A pesar del evidente aporte de jugadores y entrenadores extranjeros a la Premier League, los equipos nacionales del Reino Unido históricamente han sido dirigidos por británicos, con sus tradicionales y obsoletos esquemas. Al parecer, después de todo, tantas cosas no han cambiado en más de 60 años desde que se jugó el Partido del Siglo. *Patricio Cavieres (1982). Chuncho obstinado, DT frustrado y proyecto de sommelier. Es abogado de la Chile y Master of Business Law de la Freie Universität de Berlin.
CHRISTIAN ABBIATI
Como buen arquero, defiende el orden y la seguridad. Por eso (?) admira a Il Duce.
SALVA BALLESTA
El “goleador patriota” se queja de que no le dan trabajo por su españolidad.
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LAS PORTADAS DE TU VIDA
U
N HOMBRE firme en sus convicciones. En las futbolísticas y en las otras. Un hombre obsesionado con la constancia de sus ideas y enamorado de su ideología de juego para desenvolverse en la cancha y, por qué no, en la vida también. Un técnico que legó a un país una forma de entender el balompié, que hizo de sus conferencias de prensa un espacio de reflexión crítica y ética respecto a los valores que desplegaban sus jugadores dentro y fuera de la cancha. Marcelo Bielsa, el entrenador de fútbol que cambió la historia deportiva de este país, dejó una huella imborrable tras su paso por nuestro país. Dentro y fuera de la cancha. En 2010, y a pesar de la derrota con Brasil en los octavos de final del mundial de Sudáfrica, la selección fue recibida con el cariño y afecto popular propio de las grandes gestas deportivas. Como es ya casi una tradición después de los grandes logros deportivos, la invi-
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tación del Palacio de La Moneda llegó a Juan Pinto Durán.
bras y felicitaba a los futbolistas. Había llegado su turno.
Conocedor de las lógicas políticas y del aprovechamiento mediático que esto podía granjearle al Presidente Sebastián Piñera, Marcelo Bielsa no dejó nada al azar y llegó a La Moneda en su tenida de trabajo: un buzo. Para un estudioso y obsesivo de adelantar escenarios y prefigurar situaciones, el saludo al Presidente Piñera debe haber estado entre sus preocupaciones.
Marcelo Bielsa calculó el escenario (debe haber medido centímetro a centímetro y previsto la velocidad del paso), pero la jugada no le dio alternativas. Al pasar justo por el frente del Presidente trató de evitarlo, pero la mano tendida de Piñera y los flashes lo obligaron a estrechar fríamente su mano y, sin palabras, seguir incómodamente su camino.
Segundos antes del encuentro principal, Gabriel Ruiz-Tagle, a la sazón Subsecretario de Deportes, se dispuso en la puerta a dar la bienvenida al plantel: el rosarino ni se inmutó al pasar por su lado y no estrechó su mano. Su semblante no ocultó el público desdén inmortalizado por una cámara de televisión. El primer escollo lo había evitado, no obstante, venía lo más complejo.
El gesto fue retratado por las cámaras y quedó inmortalizado en la portada de Las Últimas Noticias que tituló: “Oooso”.
Uno a uno desfilaron los jugadores saludando al Presidente que efusivamente dedicaba unas pala-
LAS PORTADAS DE TU VIDA
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ARPAD / BOLOGNA 1936-1938
E
N BOLOGNA (Italia) los abuelos siguen contando a los más jóvenes de cuando el equipo de la ciudad fue Campeón de Europa antes de la Segunda Guerra; el “equipazo que hacía temblar el mundo”, le dicen. Pero casi nadie, hasta hace unos años, se acordaba del hombre llegado desde las orillas del Danubio que llevó aquel Bologna a la cumbre futbolística del continente y que fue, entre 1936 y 1938, el mejor entrenador de Europa. De él existe una imagen que lo retrata en el apogeo de su ilusión: vestido de manera impecablemente elegante y desenvuelta, lleva puesta una corbata regimental que combina con el infaltable (para la época) sombrero de ala ancha, acaricia
una pelota (obviamente), y su expresión sabia es alegre y satisfecha. La expresión de quien supone estar en el lugar y en el momento correcto. Una suposición que resultó ser equivocada, porque el idilio (existencial, mucho más que deportivo) durará muy poco, exactamente hasta septiembre 1938. El abismo en que se sumergió el mundo hizo olvidar rápidamente a aquel gentleman centroeuropeo. Durante casi setenta y ocho años no se supo más de él, hasta el cercano 2007 en que el brillante periodista italiano Matteo Marani, hojeando melancólicamente un polvoriento almanaque de su equipo (el Bologna, precisamente), se encontró con la desteñida fotógrafía. ¿Acaso será éste aquel entrena-
dor judío que, como alguna vez me mencionaron, guió al Grande Bologna? Así nació, por obra de la fortuna, un fantástico y desgarrador libro que nos devuelve la historia del hombre nacido en Solt, Hungría, en 1896; del entrenador de fútbol ganador de numerosos trofeos; del judío expulsado de Italia luego de la promulgación de las leyes raciales de 1938; del deportado asesinado en Polonia en el invierno de 1944; la historia de Arpad Weisz. **** Seguramente, en enero de 1935, cuando Arpad llegó a Bologna como nuevo entrenador del equipo de la ciudad, hacía aquel típico frío húmedo del valle del Po, que penetra los huesos hasta
ARPAD Por Francesco Scagliola (@FrancescoScagl6)*
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la médula. Había necesitad de revancha por ambos lados: el Bologna padecía una preocupante escasez de resultados tras algunas excelentes temporadas entre los años ‘20 y ‘30. El húngaro, por su parte, llevaba ya un tiempo sin saborear la victoria. La historia que lo trajo hasta Bologna es, como siempre, zigzagueante. Jugador de la poderosa Hungría que participó en los Juegos Olímpicos de París en 1924, fue transferido al Inter de Milán donde, sin embargo, terminó lesionándose y colgando los botines. Fue entonces cuando decidió sentarse en el banquillo, su verdadera vocación. Para eso, viajó a Montevideo y Buenos Aires, a empaparse del fútbol de los mejores. Estudió y aprendió de memoria los más modernos dictámenes técnico-tácticos de gurúes europeos como Chapman y Pozzo. Una vez que se sintió preparado, regresó a Italia a hacerse cargo de entrenar, justamente, al Inter, ganando el “Scudetto” con apenas treinta y tres años (todavía es el entrenador más joven en salir campeón en Italia), publicando un luminoso manual sobre el “Giuoco del calcio” y, quizás lo más importante, descubriendo a un tal Giuseppe Meazza. Cuatro años más tarde, Arpad llegó a Bologna. Corría 1935, habían ya transcurrido 13 años desde que el Rey concedió el poder a Benito Mussolini tras la “Marcha sobre Roma”. Y el fútbol era una pieza central en la actividad propagandística del gobierno, organizador y ganador del Mundial de 1934 (el primero ganado por la selección azzurra), exaltación nacionalista de la
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grandeza del pueblo italiano. De todas formas, Arpad no tenía razones para preocuparse por el régimen. Llevaba casi una década viviendo sin problemas en Italia (entre Milán, Bari y Bologna), su hermosa esposa, Ilona, le había dado dos pequeños italianos, Roberto y Clara, y era un profesional respetado. Hasta, para un judío húngaro como él, la situación era probablemente más aceptable que en su propia patria (Hungría también padecía el flagelo fascista); sobre todo si se piensa que fue el mismo Mussolini quien afirmó, en 1932, que “el Gobierno Fascista jamás pensó, ni piensa, en adoptar medidas políticas, económicas, morales en contra de los judíos como tales, exceptuando desde luego en el caso que se trate de elementos hostiles al régimen.” La casa de Arpad Weisz en Bologna era acogedora, en un tranquilo barrio al margen de las ramificaciones urbanas. Pero, lejos lo más importante para un detallista como él, bastaba recorrer una par de calles (de nombres inequívocos: “De las Camisas Negras”, “Del Legionario”) para llegar a su otro hogar en la ciudad: erecto en los años ’20 por voluntad del jerarca fascista local Leonardo Arpinati, el maravilloso estadio “Littoriale” (un Emirates Stadium de la época) albergaba 38.000 butacas vigiladas por la imponente torre “Maratona” que guardaba en su interior la estatua ecuestre de Benito Mussolini. Hoy en día, con la única excepción de la representación del dictador y del nombre (cambiado por “Dall’Ara”), todo está idéntico: el estadio y la torre siguen descansando a la sombra de las dulces colinas boloñesas,
encendiéndose cada domingo por medio para ver jugar a la escuadra de la ciudad. Tras finalizar la temporada de 1935 en el sexto lugar (habiendo asumido el equipo apenas en enero), Weisz dejó claro que no era un entrenador como los demás: hizo modernizar el terreno de juego volviéndolo, hasta la actualidad, una de las mejores canchas de todo el país. Exigió la construcción de un centro médico para uso exclusivo del club, con el fin de desarrollar una preparación atlética que, para la época, era ciencia ficción. Consiguió que antes de los encuentros -de todos los encuentros- el equipo pase la noche aislado, para alcanzar la máxima concentración. Y, sobre todo, cuando había que entrenar, se calzaba el buzo y trabajaba codo a codo con sus jugadores sin importar el clima. El resultado fue una revolución integral. Y no lo será solo para el Bologna… sino que para todo el fútbol profesional. Los frutos se vieron de inmediato: los jugadores estaban tan perfectamente preparados, tan excelentemente amalgamados, que el Bologna inició la temporada 1935/36 con un una plantilla de apenas 16 elementos. La formación titular sonaba, más o menos, así: Gianni, Fiorini, Gasperi, Montesanto, Andreolo, Corsi, Maini, Sansone, Schiavio, Fedullo, Reguzzoni; desplegada en la cancha según las enseñanzas de Herbert Chapman, el legendario manager de Arsenal que introdujo el famoso “Sistema” o WM (por su representación gráfica). Defensa de tres, un mediocampo construido con un doble 5, dos mediocampistas ofensivos, dos wings y un centro-delantero.
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¡Y qué centro-delantero tenía el Bologna! Weisz lo convenció de quedarse un par de temporadas más, como si olfatease el inminente triunfo, y Angelo Schiavio, que pensaba retirarse, le dijo que “sí”, que está bien ¡Y claro que estaba bien! Angelo, el “anzlein” (el angelito en dialecto), un boloñés de pura cepa, fue la bandera del equipo donde jugó toda su carrera (terminó marcando algo así como 240 tantos en unos 300 encuentros) y quien, en 1934, marcó el gol que le dio a Italia su primer Título Mundial. No era un gigante, pero era potente, capaz de un amague seco y preciso y de rematar como si tuviese un rifle en la pierna. Más encima, cosa fundamental, era un gran líder . ¿Y al medio? El mediocampo del Bologna de Arpad Weisz es probablemente uno de los más fascinantes de la historia del fútbol italiano, compuesto por tres personajes procedentes
del mismo mítico lugar: la orilla charrúa del Río de la Plata. Tres extranjeros de origen italiano que el fanático nacionalismo fascista pintaba como héroes que, finalmente, volvían a la patria para participar de su grandeza (la verdad era que la autarquía del régimen no permitía extranjeros, y el talento de los oriundos sudamericanos constituía un recurso del que el fútbol italiano no podía prescindir). A dos de estos uruguayos -ambos de Montevideo- Arpad Weisz los encontró como si lo estuviesen esperando en el equipo: Francisco Fedullo y Raffaele Sansone; técnicos, rápidos, uno zurdo el otro derecho, perfectamente compatibles. El tercero, en cambio, arribó en 1935 al puerto de Genova y fue a recogerlo personalmente el presidente Dall’Ara. Venía de Carmelo y tenía la responsabilidad de ser el nuevo director de orquesta del conjunto rojo y azul. Miguel Ángel Andriolo, italianizado en Michele
Andreolo, era lo que hoy llamaríamos un volante total: jugaba de “centromediano”, o sea de 5, y lo hacía con el dinamismo de Busquets y el poder físico de Gerrard. Como buen metrónomo, Andreolo, punteaba la esfera donde quería cuando había que construir - tic, toc, tic, toc- y la machacaba como un tambor -bam bam bam bam- cuando había defender; además, y esto era cosa de cierta relevancia, fue uno de los primeros en marcar directamente desde tiro libre. No extraña, pues, si “Micheolo” – como lo apodaron los boloñesesse volvió de inmediato la columna vertebral del Bologna que, al poco tiempo, salió campeón de Italia (ganó, también, el Mundial con Italia en 1938). Con estos tres imprevisibles náufragos rioplatenses, más el fiel artillero Schiavio y un reparto defensivo de todo respeto, el Bologna de Arpad Weisz empezó la escalada hacia la gloria
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con doce fechas seguidas sin derrotas. Se llegó así al 10 de mayo de 1936: Bologna-Triestina en un Littoriale saturado que sirvió de testigo del tercer título para los rojo-azules. “Micheolo”, con un escopetazo de tiro libre, luego Schiavio y un gol en contra consagraron campeón al Bologna. É Scudetto! … aunque en realidad, afuera de las canchas, había de qué preocuparse: la Alemania nazi había decretado las primeras leyes antisemitas y en España se combatía la Guerra Civil. Sin embargo, si la borrasca ya era inevitable, nadie todavía se imaginaba su esquizofrénico poder devastador.
22 jugadores corren detrás de una pelota por 90 minutos y al final ganan los alemanes”. Cierto casi siempre. Como también lo es que se trata de una disciplina en la que los ingleses a menudo presumen de ser los mejores, pero acaban humillados. La final de 1937 no fue la excepción: 4-1, triplete de Reguzzoni y sello de Busoni. El Bologna, y Arpad Weisz, se coronaban Campeones de Europa. Fue el 6 de junio de 1937 y, de esa fecha en adelante, de aquel equipo se diría que “hacía temblar al mundo”. Porque, efectivamente, el mundo estaba temblando... pero no por aquellos chicos invencibles.
Así comenzó la temporada 193637. Solo que esta vez los partidos seguidos sin derrotas fueron trece, y desde la fecha 18 Arpad Weisz y su implacable Bologna se arrancaron del resto y se volvieron inalcanzables. Dos ligas en dos años para el revolucionario magiar nacido en un pueblito de unos miles de habitantes. Sí, fantástico, pero todavía algo faltaba: la coronación internacional.
Porque, más allá del hermoso juego que consiste en pegarle a una pelota, la situación internacional entre 1935 y 1938 era profundamente alarmante a raíz de una ya imparable radicalización de los fascismos europeos. A partir de la toma del poder por parte de Hitler en 1933, y habiendo avanzado la marea fascista en todo el continente (Hungría, Rumania, Grecia), se empezó a entender que más temprano que tarde se desembocaría en un enfrentamiento. Sería contra la Unión Soviética o contra las democracias europeas de Francia e Inglaterra. La confirmación -como si fuese un ensayo general de la matanzala dio la Guerra Civil Española, donde chocaron por primera vez el fascismo y el antifascismo. Fue, justamente, en ese marco nefasto de radical cohesión popular que se volvió necesaria, según los fascistas, la exaltación del mito de la raza.
La ocasión llegó en seguida, en la primavera de 1937, con el “Torneo Internacional de la Exposición Universal de Paris”. El Bologna llegó a la capital francesa en calidad de Campeón italiano y, dado que en esas fechas se estaba muy lejos de la constitución de algo vagamente parecido a la Champions League, el certamen parisino definía al Campeón de Europa. El conjunto de Weisz liquidó por 4-1 al Sochaux en cuartos de final, al Slavia Praga por 2-0 en semis y, en la final, le tocó jugar contra los ingleses de Chelsea. Gary Lineker, en 1990, dijo del fútbol que “...es un deporte donde
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En lo que concierne Italia el asunto se hace carne con el “Manifiesto de la Raza” y las consecuentes
leyes que decretaron la inferioridad de los judíos. Dos son las razones que llevaron a esa infame sentencia; la primera es interna e ideológica: el fascismo había revivido el mito de la “romanitá” -del pueblo superior y civilizador-, volviendo a la política colonial en África con la invasión de Abisinia en 1936. La segunda razón, en cambio, vino de afuera: el fascismo italiano amarró su destino con la Alemania de Hitler, que ya había hecho del antisemitismo una perversa realidad. El judío se convirtió, entonces, en el perfecto chivo expiatorio que justificaba cualquier desastre político-social: era impuro, no era itálico y, por ende, no podía ser realmente fascista. Bajaba así el telón del verano de 1938 y del idilio de Arpad con el Bologna. Caía también el telón sobre una Italia presa de sus inconfesables terrores. “Se le revoca la ciudadanía italiana a los judíos extranjeros residentes en Italia después del 1/1/1919, bajo pena de expulsión”. Arpad llegó en 1924. Hasta en una ciudad normalmente solar y abierta como Bologna las puertas se cerraron repentinamente para la comunidad hebraica y, desde luego, para Arpad Weisz y su familia. No importaba que los Weisz residieran en Italia desde hacía tiempo, que se sintieran italianos, o que lo hayan sido, como los dos niños. No importaba que Arpad sea el entrenador artífice del Grande Bologna, campeón de todo. No importaba nada... (¿y cómo podría, en un mundo que avanzaba ciego hacia la auto-destrucción?). Arpad, Ilona, Roberto y Clara abandonaron el país –su hogar- durante la noche, en silencio, sin que nadie (o casi) se diera cuenta. Los mismos diarios
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no podían ocupar ningún cargo... Arpad terminó mirando los partidos de los suyos escondido debajo de la diminuta tribuna del Dordrecht, sufriendo por el juego como cuando disputaba el título de Campeón de Europa. Finalmente, una mañana de agosto de 1942, mientras en Bologna la gente despertaba para ir al mercado en bicicleta, la Gestapo se llevó a toda la familia Weisz de Dorrecht a Westerbork, a un campo de “clasificación” para los presos: la puerta de entrada al Infierno.
que habían levantado su leyenda no lo volvieron a mencionar jamás. La ciudad que lo había halagado, borraba su nombre de la noche a la mañana. ¿Los jugadores? Quien sabe ¿El presidente Dall’Ara? En silencio. Arpad Weisz ya no existía. Con su familia cruzó la frontera el 10 de enero de 1939 con destino a Paris, en busca de un equipo local, pues no se resignaba a lo inevitable; no tuvo suerte. Terminó, después de un par de meses, en Holanda, fichado por un equipo chico -el Dordrecht-, en
una liga a años luz de la Serie A. Sin embargo, Arpad, como el gran profesional que era, llevó estos chicos sin oficio ni experiencia a un inesperado quinto lugar, ganándole hasta al coloso Feyenoord. Verdaderamente increíble. Pero la Segunda Guerra Mundial explotó y, en tan solo una semana de mayo de 1940, las tropas nazi controlaron los Países Bajos. Fue la última trágica etapa de la lucha de Arpad para seguir guiando a once jóvenes dentro de un rectángulo de pasto verde. Los judíos ya
Había empezado la “Solución final” soñada por Hitler y Himler; el exterminio sistemático de los judíos europeos. Seis millones de fallecidos, dos tercios de los registrados. Cuando en octubre salió el tren de carga que lo llevó a Auschwitz -junto a Ilona, Roberto y Clara-, fue final del camino para Arpad; eran demasiadas ya las batallas perdidas después de los, ahora lejanísimos, triunfos italianos. Ni siquiera le fue concedido el alivio de morir abrazado a su familia: lo bajaron del tren antes de su destino final, en Alta Silesia, para aprovechar sus brazos de deportista en alguna industria no identificada. Ilona, Clara y Roberto, en cambio, sí llegaron a Auschwitz el 5 de octubre de 1942 y, tan solo unas horas después, eran cadáveres congelados sin identificar, junto con otros miles de cuerpos comprimidos dentro de las “duchas” de gas Zyklon. Arpad, por su parte, murió sin una pelota entre las manos, como hubiese debido ser. Como en aquella fotografía. * Periodista italiano, trabaja en el Instituto Italiano de Cultura de Santiago, y publica constantemente artículos en la revista Arte Al Límite.
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street art soccer
EL BESO LA IMAGEN SE PUEDE ENCONTRAR EN EL CENTRO CULTURAL CASA DE VACAS DE EL RETIRO DE MADRID COMO PARTE DE UNA EXHIBICIÓN LLAMADA GRAFFITIPOP.
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IVO BASAY
“Pinochet fue un hombre muy necesario en un momento de la historia de Chile”. pag 53
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S
UPE DE FELIPE Risco el 15 de agosto de 2013. Mediante un mensaje en Facebook, me felicitaba por mi libro Soy de la Unión porque “es un trabajo de investigación, no como algunos célebres periodistas deportivos que son auspiciados por grandes editoriales y escriben a la rápida sobre temas básicos”. Desde entonces me ha invitado a una serie de conversatorios que realiza con el “Colectivo de Escritores Deportivos Independientes” y me pidió que criticáramos en De Cabeza su último libro, la novela Angustiosa Celebración (2015). Al final pactamos una entrevista, que concretamos en el mes de marzo. Desde entonces no he podido transcribirla y Risco, aunque paciente, ha dejado constancia del retraso: “Sería genial que mi nota saliera en el próximo número, si es que no estoy vetado también en De Cabeza, claro”. La vida de Felipe Risco Cataldo (1979) aparece generosamente reseñada en Wikipedia. Entre otros méritos, se destaca el ser “el periodista chileno más joven en publicar un libro de investigación periodística” y haber ganado tres premios de la Casa de la Cultura de la Ilustre Municipalidad de La Florida. Aparecen seis libros de su autoría, dos prólogos y una sospecha que el redactor deja en el aire, a medio camino entre la denuncia y la coincidencia lastimera: “extraña-
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mente, nunca ha trabajado en el periodismo escrito”. ¿Por qué usted amigo lector, que tanto gusta de los temas peloteros, jamás ha escuchado acerca de esta persona y sus libros? De eso se trata esta crónica. De la indiferencia que se empecina con quienes más noblemente intentan vencerla. De la sombra que acompaña algunos intentos vehementes. De la belleza del intento. De morir con las botas puestas.
II.
Cada tanto, queremos escuchar una historia de superación, perseverancia, esfuerzo y lucha. El cine y la literatura ponen a nuestra disposición, periódicamente, casos de tipos normales que dan la pelea sin desfallecer, sin más distracción que
las breves horas que destinan al sueño. Todos los finales nos muestran el triunfo, la sonrisa emocionada de un padre, el abrazo apretado de una pareja, el rugido de un estadio. Penurias económicas que se esfuman con un premio, prensa ansiosa, celebridades interesadas y una gran moraleja en letras de neón: debes luchar por tus sueños, sin cuartel. Nada es imposible. Si en verdad lo deseas, será tuyo. Solo depende de ti. El neoliberalismo chileno, casi sin vergüenza, se sirve de este relato estándar. Los grandes empresarios, en sus conspicuas reuniones en Casa Piedra, han escuchado con atención a gente como el Conejo Martínez, vendedor de maní en NYC,
CRÓNICA / POR PATRICIO HIDALGO
El talento está tan mal repartido como los contactos.
III.
Por Patricio Hidalgo* Iván Zamorano y hasta Marlén Olivarí. Puesto en castellano, se busca inculcar en “ellos” que personas con un aspecto que no consentirían ni para el junior de su oficina, si se esfuerzan, pueden estar a su altura. Quienes no se definen como “ellos” –el 99.9% de la población restante–, aprenden que, si ponen un poco más de su parte, el cielo está al alcance de la mano. Todo esto es una mentira estúpida que esconden detrás de la moderna, simpática y voluntariosa figura del “emprendedor”. Se trata de una versión más sofisticada de la idea de sus padres y abuelos, “los pobres son flojos”. En el extremo de la elegancia, revisten sus viejos
postulados de clase –alta– con pinceladas de darwinismo. Esto es una selva y sobreviven los más aptos, los más preparados, los mejores: “ellos” más el Conejo, Marlén y Bam Bam. La verdad es otra y está ahí, por más que no se hagan películas sobre ella. Lo cierto es que decenas de miles de soñadores dejan la vida en la cancha, chocan contra murallas, destruyen sus matrimonios, sufren embargos, pierden ciudades y amigos, acumulan frustración, amargura y bilis, se endeudan para poder comprar calcetines y no consiguen absolutamente nada más que burlas, si es que alguien llega a reparar en ellos.
Felipe Risco es un escritor de esfuerzo singular. Con 23 años publicó su primer libro, poco antes del Mundial de Corea-Japón. Se llamó Campeones 2002 y tenía en la portada a la Selección Argentina. En un fracaso histórico, el equipo de Bielsa quedó eliminado en primera fase, y esta autoedición de 425 páginas se ve, a la vuelta de los años, como un atolondramiento absurdo o una genialidad incomprendida. Me junto en el café Bombay de Agustinas para hablar con él de este y otros asuntos, y me regala último ejemplar que le queda de esta rareza, una proeza del empecinamiento. Lo atesoro, pido más agua, enciendo la grabadora. “Lo escribí a mano, sin internet, con datos estadísticos exclusivamente sacados de revistas. La selección chilena estaba mal en esa época, y yo quedé con la boca abierta al ver el equipo de Bielsa. Fue una revolución que me impactó. Incluso fui a ver un partido a Argentina. Siempre fui obsesivo. Escribí las biografías de todos los jugadores, las características de cada uno”. Mientras habla, reviso el texto: por cada uno de los jugadores, describió, con números del 1 a 10: habilidad, juego colectivo, panorama, pierna izquierda, pierna derecha, dinámica, estado físico, cintura,
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Fue el primer libro sobre un equipo extranjero en Chile. Cuando uno es joven es más idealista, piensa que dos más dos es cuatro. Después la vida te va enseñando que no es así. Como escribía a mano, calculaba que 200 páginas manuscritas eran 100 a computador, pero resulta que era al revés el cálculo. Fue una tortura publicarlo, no tenía dónde. Partí a hablar con Pedro Carcuro, quien me recomendó con un argentino. El compadre era medio chanta, me dijo que iba a aparecer en Fox, en El Gráfico, en Tribuna Caliente, que me iba a conocer todo Chile. No pasó nada de eso, pero me posicioné. velocidad, personalidad, experiencia, habilitación, entrega, dominio de balón, pegada, inteligencia, fuerza mental para sobreponerse a la adversidad, ubicación, concentración, talento, comportamiento, técnica y regularidad. Risco sigue: “Fue el primer libro sobre un equipo extranjero en Chile. Cuando uno es joven es más idealista, piensa que dos más dos es cuatro. Después la vida te va enseñando que no es así. Como escribía a mano, calculaba que 200 páginas manuscritas eran 100 a computador, pero resulta que era al revés el cálculo. Fue una tortura publicarlo, no tenía dónde. Partí a hablar con Pedro Carcuro, quien me recomendó con un argentino. El compadre era medio
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chanta, me dijo que iba a aparecer en Fox, en El Gráfico, en Tribuna Caliente, que me iba a conocer todo Chile. No pasó nada de eso, pero me posicioné. Uno llega con toda la inocencia, pero hay envidia en los medios. Muchos destacaron el fracaso de Argentina, hicieron chistes con la portada, pero lo mío era una investigación que nadie había hecho”.
IV.
Seguimos conversando sobre sus publicaciones: “Mi segundo libro se llamó Con 24 años basta y sobra”. Fue un poco egocéntrico, porque se trataba de la historia del fútbol chileno y mundial mientras yo había vivido. Va mezclando lo que pasa en cada año en lo deportivo con mi vida. Los lectores se entretuvieron bastante, aunque no es tan pulcro. Me costó mucho publicarlo, golpeé muchas puertas, pero no hubo caso. Nadie me conocía. Entonces postulé a los premios de la Municipalidad de La Florida y gané, con eso pude publicarlo. Así lo hice con los dos siguientes, hasta que pude invertir en la impresión y después recuperar lo gastado con la venta, que no es fácil, aunque se vendan todos. Tienes que hablar con la editorial, las librerías, manejar las guías de despacho, moverte a veces en la informalidad, del tipo “te paso diez, págame ocho y quédate con dos...”. Escribir un libro es difícil. Después tienes que ir a los medios. Algunos se han portado bien y me han dado difusión. Otros no tanto. Ha sido como una microempresa que ha dado sus réditos, pero no para ser millonario ni mucho menos”. “En mi tercer y cuarto libro Se lo
merecen (2006) y También se lo merecen (2007), la idea era entrevistar a los personajes más importantes de nuestra historia futbolística. Partí con los legendarios, pero luego seguí con muchos otros. Una de mis cualidades es ser justo. Fui lo más objetivo posible. Entrevisté a Elías Figueroa, a Caszely y, este dato es importante, fui el último que entrevistó en profundidad a Chamaco Valdez, a Luis Santibañez y a Raúl Sánchez. Si lo hubiera hecho Bianchi o Schiapacasse les estarían todos chupando el pico, pero como lo hizo Felipe Risco, un NN, nadie lo destaca. En la segunda parte escribí historias menos expuestas, pero grandes igual, personajes como Alberto Quintano, Carlos Soto, Colo- Colo Muñoz, Carlos Reinoso. Es uno de mis grandes orgullos, porque quedaron los testimonios como registro para la historia”. “Para Inolvidables de Unión Española (2013), pensé: en Chile no se ha hecho nada de los 100 mejores, son listas famosas en otras partes, ahí hay una oportunidad. Fue un trabajo duro, hay muchos jugadores de los que no hay datos en Internet. Fui al Cementerio, al Registro Civil, había que averiguar fecha de nacimiento, de defunción y los años en que habían jugado por Unión Española. Trataba de encontrar familiares, amigos, revistas viejas… La cosa es que estuvieran los 100 mejores”. Sobre su novela, el libro que actualmente difunde. “Creo que ya cumplí un ciclo en los temas de historia de fútbol. Lo que quería hacer ya lo hice, no me interesa más seguir en eso. Quise dar un paso adelante a la ficción, hacer
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del pasado, de cosas que no ha vivido. Por eso no me gusta hablar sobre qué hubiera hecho en esa época. Al personaje le queda algo de agradecimiento por el torturador por haberle salvado la vida, pero no deja de juzgarlo”.
V.
una novela. Es un homenaje al hincha común y corriente, noble, que sufre, al margen del negocio de jugadores, dirigentes y entrenadores”. Claro, es una novela de ficción, pero el trasfondo es futbolístico, pues se sitúa en la celebración de uno de los títulos Unión Española. “Van a Temuco a celebrar el campeonato del 73. Al poco tiempo un tipo que es como el símil del Guatón Romo va a torturarlo y lo termina salvando porque lo reconoce,
también era hincha. No es que fuera bueno, era solo porque se habían visto en el tablón. Qué mejor que escribir la historia de un hincha que disfruta del equipo pero lo persigue la dictadura. Ahí, mientras escribía, se me iban ocurriendo cosas. Tú la leíste, ¿verdad?”. Risco sigue, sin esperar mi respuesta: “se encuentran en la tribuna víctima y victimario, así es el fútbol. Lo único noble del fútbol son los hinchas. Uno se pone moralista cuando habla
Sobre el “Colectivo de Escritores Deportivos Independientes”, Risco me cuenta. “Nos dimos cuenta de que en Chile hay ciertos periodistas que sacan sus libros y se les da mucho auge, pero hay otros que no pertenecen a los medios, que están al margen, sin editorial, y no tienen la misma difusión. Quisimos igualar esa situación mostrando nuestro trabajo, para que mucha gente viera que también hay otros libros, fuera de lo que muestra la prensa. Hacen libros tipo “La historia de Alexis Sánchez” o “Chile va al Mundial”, “Historias Secretas” que todos se las saben, muy oportunistas. Yo hice libros en la época más mala del fútbol chileno, sabía que no iba a ganar plata. Hay mucho de amor, de vocación. Queremos dejar un legado del fútbol chileno, que se conozcan algunos jugadores, que también hubo otro fútbol, fuera del que se muestra en los medios. Me identifico con los hinchas más que con los periodistas. El periodismo deportivo está lleno de pedantes, arrogantes que se creen cualquier cosa. Yo en cambio soy hincha, parto desde ese lugar, la admiración. El Coto Sierra, Candonga Carreño, Gustavo Canales… si pasaran por acá les pediría una foto, esos periodistas no. De todos los que invité al lanzamiento de mi primer libro, solo llegó Julio Martínez, y eso que ya estaba enfermo. Le pedí por carta que me hiciera el prólogo de mi segundo libro y lo hizo. Cuando
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le pides algo a un periodista ahora ni siquiera te responden”. El diagnóstico de Risco sobre el fútbol chileno en la actualidad es lapidario: “Con la selección han tratado de elitizarlo, subiendo las entradas. Lo mismo con el plan Estadio Seguro. Todo lo que hacen, con la excusa de las barras bravas, es para que solo vaya el ABC1 al Estadio. Que se vea todo limpio, todo ordenado, pero sin clase obrera. Yo soy anti tecnología, no tengo tarjetas, no sé comprar por internet, entonces para algunos partidos quedé fuera del Santa Laura. A veces inventan unas bases de datos de hinchas, y si estás fuera no puedes ir. No es que me crea Antonio Arias, pero algún aporte he hecho al equipo… es insólito. A
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Juan Machuca no lo han dejado entrar, imagínate en Argentina pasara eso. Inventan torneos que son puro negocio y van matando el fútbol. El fútbol de verdad es el campeonato nacional y los mundiales. El resto es marketing. Las sociedades anónimas son elitistas, los grandes dueños son multimillonarios. Antes los dirigentes eran más hinchas, había sinvergüenzas, O.K, pero ahora también son sinvergüenzas. De René Orozco se pueden decir muchas cosas, pero no me digas que no era fanático de la U. Lo mismo Alfonso Swett en la UC”.
VI.
El café se acaba y trato de hincar el diente en el problema de fondo: Felipe le ha dedicado cientos, quizás
miles de horas a escribir libros autoeditados en los que muy pocos han reparado. ¿Por qué hacerlo? Risco toma aire antes de responder: “Si a los jugadores de la selección no les pagaran premios, ¿vendrían a jugar? A la selección deberían venir por amor a la camiseta. Yo escribo por pasión. Algo me falla, pero soy muy creativo. Acá hay mucha copia. Siempre me he declarado como un desadaptado social”. Le pido un ejemplo sobre esto último: “Hace algunos años se me murió mi perro, de un día para otro. Era muy querido para mí, sufrí mucho. Agarré mis pilchas y partí a Colombia. No conocía a nadie. Estuve varios meses ahí, me hice hincha furibundo de Atlético Nacional. Quiero sacar un libro sobre esa experiencia, personajes que conocí que puedo
CRÓNICA / POR PATRICIO HIDALGO
transformar en cuentos”. Felipe Risco va a seguir luchando. Su fuerza de voluntad es más grande que el rechazo. Morirá con las botas puestas, porque no sabe hacerlo de otro modo. Lo último que está escribiendo son pequeños aforismos, párrafos que encierran una o más paradojas, ideas que publica en Facebook a la espera de tener los suficientes como para intentar un nuevo libro. Le pido ejemplos: “En la vida no siempre gana el más capacitado, no siempre la más linda fue la más afortunada en el amor… Son frases, cosas como del Reposo del Guerrero, reflexiones de la vida tipo Galeano, como esto: Sueño con ver a todos los perros del mundo moviendo su cola. Sueño con menos enamorados y más
amores correspondidos. Sueño con que en Siria vuelvan a soñar. Cosas así, que se me ocurren en cualquier momento. Mi cabeza siempre está en otra parte. Yo no me proyecto en Chile, a lo mejor vivo en otro país. Ahora me gustaría ir a Brasil. ¿Por qué no? Podría trabajar desde allá, voy quemando etapas. No volvería a hacer los libros que hice en mi juventud, hay que tener una energía… cuando eres joven rindes en todos los ámbitos. No creo que vuelva al fútbol. Te enmarcan como cabeza de pelota, y no es así. Yo quiero ir más allá. Cuestiono el sistema, tener que trabajar, ir al colegio, ser esclavos. Por eso tengo otra frase: Si los adultos que cometen un delito van a la cárcel, ¿por qué los niños que no cometen ningún delito van al colegio? La gente queda
para adentro cuando escucha esas frases, se les abre la mente”. Efectivamente, quedo para adentro. Con todo el viento en contra, acercándose a los 40, aunque el éxito sea cada vez más improbable, Risco lo seguirá intentando. Para dejar un testimonio, por lealtad consigo mismo, por terquedad. Porque es peor ser tibio que estar equivocado. Esta revista morirá, y Felipe Risco seguirá publicando. * Editor de la Revista De Cabeza. Autor de los libros Soy de la Unión, Besala como sabés, Acto de fe, testimonios de la vida de Gerardo Whelan en Chile, Diccionario Ilustrado del Fútbol y Give me a Break: Conversaciones con Diego Maquieira.
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Por Sergio Montes (@smontesl)*
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E
L NIÑO se vuelve a acomodar en el frío tablón de la galería sur poniente del Estadio Nacional. Con la mirada, busca los ojos de su hermano mayor, quiere que sea él quien le dé tranquilidad, que con solo un gesto le diga que todo va a estar bien, que la U va a dar vuelta lo que hasta ahora aparece como un desastre: pierden 1-0 con San Luis de Quillota y no se ve por dónde la cosa pueda cambiar. Pero el hermano no está en condiciones de transmitir la tranquilidad que se le pide. Él mismo quisiera tener un hermano mayor a quién recurrir en busca de consuelo, de certezas. El partido se escurre y, si todo sigue igual, no podrán ni culpar a la mala suerte. Entonces, sucede el milagro. Dos Milagros, más bien. Idénticos. Leonel Sánchez recibe sobre la izquierda y corre. Como si en esto se fuera la vida, corre. En línea recta, con la pelota pegada al pie, sin siquiera mirar si en este esfuerzo lo acompaña un compañero, o si su centro se perderá en la intrascendencia de las manos del arquero rival. Pero no, esta vez no volverá a pasar lo mismo que ha ocurrido el resto de la tarde, la pelota precisa lanzada desde la zurda de Leonel encontrará la cabeza de Carlos Campos. Y no pasa una, sino dos veces; justo para arrebatarle la ilusión al visitante. Era la primera vez del niño. Antes, también con su hermano, había ido a un partido entre la Católica y Palestino en el viejo estadio Independencia. Pero a ver a la U no lo habían llevado nunca, hasta ese día en que le dieron vuelta un partido
imposible a San Luis de Quillota, en que Carlos Campos mandaría a guardar dos centros precisos de Leonel Sánchez. Después de ese día, cada vez que nombre a Carlos Campos tendrá que hacerlo de pie. Es un nombre que no puede pronunciarse sentado, que merece respeto. Ese día del lejano año 60, al salir del estadio de la mano de su hermano mayor, algo cambió para el resto de su vida: el niño, Gonzalo Rojas, se ha enamorado sin remedio. Nunca más podrá liberarse, pasará el resto de su vida pendiente de su equipo. Ya no podrá haber domingos perfectos si no consigue los 15 puntos que se juega cada fin de semana. *** Créanlo o no, en nuestra humilde revista tenemos lo que podríamos denominar como un “comité creativo”, que se reúne periódicamente y, al ritmo de cervezas y pizza, piensa en nuestros queridos lectores, en temas que les puedan interesar. En eso estábamos hace algún tiempo cuando uno de nosotros planteó que una revista como la nuestra tiene el –llamémoslo así– “deber moral” de ser un espacio para que los conservadores hablen de fútbol. ¿No somos acaso una revista que pretende unir al fútbol con temas políticos, culturales y de la sociedad? Y, entonces, ¿no son parte de nuestra sociedad los sectores conservadores? El fútbol tampoco puede transformarse en un bastión de los así llamados “sectores progresistas”, más allá de las ideas políticas de quienes hacemos la revista.
Golazo. Gran idea, aplausos generales. ¿Todos de acuerdo? Por supuesto. “Pero hagámosla bien”, salió jugando alguien, “busquemos nombres de peso, con argumentos sólidos”. De nuevo, todos de acuerdo. Fue así que, como tantas veces en la vida, el entusiasmo me llevó a hacer promesas que no tenía la menor idea de poder cumplir: “yo podría entrevistar a Gonzalo Rojas” ¿el poeta? “No, pues. El que escribe en El Mercurio”. Listo, ya todos saben de quién les hablo: historiador, abogado, profesor universitario, defensor de Pinochet y su gobierno; en épocas en que los vientos soplan hacia una sociedad liberal, Rojas se planta a dar pelea. Rojas es, probablemente, casi tan lejano a la izquierda como lo es de la derecha que cree que la política debe reducirse a números de crecimiento económico. Un conservador puro y duro, la voz que clama en el desierto. Terminada la reunión, fui haciéndome más consciente de que me había metido en un lío. ¿De dónde iba conseguir yo que Gonzalo Rojas me fuera a hablar de fútbol? Había sido profesor mío, pero de eso han pasado 15 años. No fui nunca su ayudante, era solo uno más de los miles de alumnos que ha tenido; uno no especialmente destacado, por lo demás. ¿Cómo se iba a acordar de mí? Así es que opté por el camino que muchos tomamos cuando prometemos algo que no podremos cumplir: apostar por el olvido, por la mala memoria. Pero mis amigos son insistentes y comen-
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cé a recibir periódicos mensajes inquiriendo sobre los avances de mi encuentro con Rojas. En mala hora había abierto la boca. Empujado por la presión, conseguí el correo de mi interlocutor y le escribí planteándole la idea, además de darle un sinnúmero de razones para no acceder a la invitación. El correo contenía una advertencia final: nunca he entrevistado a nadie, así es que no me hago cargo de los resultados. *** “Yo he contestado más de cien entrevistas; por lo tanto, me puedo entrevistar a mí mismo”. No supe si sentirme aliviado o despreciado por la frase de apertura de mi interlocutor. Dicho y hecho, cuando Gonzalo Rojas vio que me estaba entreteniendo mucho con preguntas sobre sus recuerdos y anécdotas futbolísti-
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cas, me interrumpió para llevarme a aquello que en verdad le interesaba: por qué el fútbol, “la manifestación más perfecta de la cultura humana”, “es también una manifestación de pleno conservadurismo”. Pero antes de entrar a esas honduras, valgan algunas aclaraciones: para Rojas, esto del fútbol es lo más grave que hay. Detrás del profesor universitario compuesto, políticamente incorrecto, que goza enterándose de los mitos que los alumnos tejen en torno a su persona, hay un futbolero en serio. Un fanático con cinco pasiones: que ganen la U, Estudiantes de la Plata y la Real Sociedad, y que pierdan la UC y Colo Colo (equipos a los que, además, ni siquiera llama por su nombre). Cinco partidos (los de cada uno de esos equipos), quince puntos que se juega cada semana y que anota todos los domingos en su agenda. Seis de quince, tres de quince; Gonzalo Rojas es un esclavo de su propio torneo, uno que se
juega todos los fines de semana, en tres países de dos continentes distintos. *** Se dice que los niños representan lo más puro del ser humano. Mentira: nadie es más interesado y manipulador que un niño. El niño –casi adolescente– Gonzalo Rojas conocía muy bien los códigos de la amistad: yo te doy sólo si tú me das. Máximo Pacheco (hoy Ministro de Energía) supo de esa regla y, a cambio de la amistad y el buen humor de Gonzalo Rojas, accedió a prestarle el más grande botín imaginable: la credencial de su padre que le permitía, como Ministro de Educación de la época, acceder al palco del Estadio Nacional. Ahí pasó Rojas los domingos por años, fue en ese lugar en que “vi jugar a Astorga, Eyzaguirre, Donoso y Navarro, Contreras, Sepúlveda, Musso, Álvarez, Campos, Ramírez y Sánchez; o Ramírez, Álvarez, Cam-
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pos, Marcos y Sánchez, las mejores formaciones del ballet. Vi debutar al Negro Hodge, jugar a Pedro Araya. Fui testigo de lo mejor de lo mejor”. Fue también en ese palco donde, en un clásico entre la U y Colo Colo y de manera completamente inesperada, recibió los primeros embates del socialismo que, por esas fechas, avanzaba a tranco firme en nuestro país. Sucede que Rojas, compuesto como se le ve, se permite algunas licencias cuando va al estadio. Cosas normales, nada del otro mundo: insultos al árbitro de turno y a los rivales, alguna burla que saque risas ente los hinchas propios y ronchas entre los ajenos. En fin, como dije, nada fuera de lo normal. Pero suele pasar que en los clásicos los nervios nos lleven a abusar del folklore, por una parte, y a rebajar el umbral de tolerancia, por la otra. Justamente, eso ocurrió en el clásico disputado allá por el año 70, cuando la diputada socialista Carmen Laso, cansada de escuchar los gritos del joven Rojas, que se sentaba a poca distancia, decidió increparlo. En jerga periodística, “lo conminó de manera airada a guardar silencio”. Y sucede que el joven en cuestión, eufórico como estaba, no tenía ninguna gana de guardar silencio y así se lo hizo saber a la honorable, “también de manera airada”. Una cosa llevó a la otra, hasta que la discusión terminó abruptamente cuando una cachetada de la diputada aterrizó sonoramente en la cara del hoy profesor. Disputa zanjada. *** Basta de distracciones. A lo que vinimos: los que amamos el fútbol
hemos vivido gozando la perfección del conservadurismo. Así lo cree el entrevistado, al menos. “En todas las manifestaciones de la cultura humana (artísticas, amatorias, políticas y deportivas) se pueden cruzar cuatro dimensiones: la dimensión lúdica (de juego), bélica (de conflicto), estética (de las formas que expresan la relación), y la dimensión ética (del bien que se busca). El fútbol tiene una perfectísima articulación de las cuatro dimensiones. Hay gente que dice que la ópera lo supera. No es así, porque cuando los cantantes y músicos terminan la función, el cantante que murió en escena se para y se va para su casa. Es una ficción de belicidad. En el fútbol, en cambio, las cuatro dimensiones están presentes de manera real y articuladas de la forma más perfecta que el ser humano ha concebido”. Vamos por parte. Lo lúdico parece obvio, el fútbol es un juego. Sin embargo, para Rojas el concepto es más profundo: “En el fútbol hay una chispa continua de la creación perecible. Es lúdico porque es un juego perecible”. Y qué tiene eso que ver con el conservadurismo, Rojas se adelanta a mi pregunta: “el fútbol es profundamente conservador, porque el conservador cree que esta vida es importante, pero que es, a la vez, un juego perecible. El conservador siempre está pensando en la trascendencia”. Bien, vamos a la segunda dimensión, la bélica. Dos equipos se confrontan, simulan (y a veces se les pasa la mano en eso) una guerra, una que tiene reglas y árbitro.
En todas las manifestaciones de la cultura humana (artísticas, amatorias, políticas y deportivas) se pueden cruzar cuatro dimensiones: la dimensión lúdica (de juego), bélica (de conflicto), estética (de las formas que expresan la relación), y la dimensión ética (del bien que se busca). El fútbol tiene una perfectísima articulación de las cuatro dimensiones. Hasta ahí, todos de acuerdo, pero ¿cómo hace Rojas para llevar agua a su molino con ese asunto? “El conservador es un hombre bélico. Aunque esta vida es un poco un juego, aquí se juegan muchas cosas importantes. El conservador vive intensamente cada partido de fútbol. Y por eso el insulto del conservador, que es tan respetuoso de las formas, es el grito de furia ante la banalidad del jugador que pierde una pelota en la salida, por ejemplo”. La tercera dimensión es la estética, la más subjetiva, la menos medible. Porque, convengamos, no puede haber demasiado afán estético en un hincha de Estudiantes de La Plata (con el perdón de mis amigos Pincha). Pero Gonzalo Rojas va a todas: “La cantidad de jugadas que podrían indexarse como estéticamente descriptivas de una forma humana es exponencial. Uno de repente dice eso no lo había visto nunca”.
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En esta parte hablamos largo sobre Bielsa y Sampaoli. No lo dice, pero intuyo que lo representan, que es el tipo de técnico que Rojas hubiese sido: convencido, dispuesto a morir en la suya, como lo hace a diario en las aulas de la Universidad Católica. “El conservador es muy estético, está siempre pendiente de las formas, y suele ser acusado de formalista, porque las formas se transmiten por tradición”. Y llegamos a la ética, sin dudas, la parte favorita del entrevistado. “El fútbol tiene una perfección ética porque es un juego de equipo, con muy variadas funciones. Después hay una ética individual, que lleva a cada jugador a asumir funciones específicas, relacionadas con el equipo. No se puede escudar en nadie, el jugador tiene que realizar una serie de tareas. La ética tiene relación con las restricciones que el jugador tiene que imponerse a sí mismo en función del equipo, pero que son solo de obligación suya”. Aquí viene el conservadurismo: “El conservador es una persona de profundas convicciones éticas y cree que cada uno de sus actos tiene que ver con los actos de todos los demás. El conservador piensa que hasta el más recóndito pensamiento del ser humano termina afectando a los otros seres humanos y, por lo tanto, tiene que estar regulado por normas éticas de convivencia. Será la conciencia la que dictamine, o serán las leyes las que dictaminen. Un saque de costado es profundamente ético, en el sentido de que hay una responsabilidad detrás. Todo tiene consecuencias. Nada me enfurece tanto como un jugador que pierde la pelota a la
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salida. Es estar a punto de perder la familia como institución”. Hasta aquí, ni una palabra mía. Rojas pregunta y se contesta solo, cumple al pie de la letra lo que me dijo cuando entré a su oficina: que para entrevistarse bastaba él. Entonces, buscando hacer menos obvia la situación, me animo: ¿qué jugador representa mejor la dimensión ética del fútbol? “Luis Musrri; uno de los más grandes jugadores de fútbol de la historia de la U. Es un modelo de jugador que me representa. Estoy hablando de fútbol, no de pelota. El fútbol no es un juego de pelota, es un juego con la pelota”. “Más en general, los arqueros han sido los mejores exponentes del conservadurismo en el fútbol y han protestado de cómo han ido degradando su puesto en el tema del uso de las manos y los pies. Cada vez que lo restringen en el uso de las manos, lo acercan a lo que ha optado por no ser. Es una desnaturalización, algo que no tolera un conservador, es el anticonservadurismo”. “Mientras más cambios se le introduzcan a las reglas, peor, porque el fútbol es perfecto en su origen. He pensado en que prohibiría que el saque de costado entre el área. Ese no es el espíritu del fútbol”. *** Cuarenta y cinco minutos. Eso duró mi charla con Gonzalo Rojas, el mayor goleador de la historia en canchas de menos de treinta centímetros, el inventor (en coautoría con su hermano mayor) de un juego que resultaría difícilmente comprensible en tiempos de Playstation y teléfonos inteligentes:
Rojas es, probablemente, casi tan lejano a la izquierda como lo es de la derecha que cree que la política debe reducirse a números de crecimiento económico. Un conservador puro y duro, la voz que clama en el desierto. “Para el mundial del 62 aparecieron unos jugadores de baquelita muy buenos. Como se me fueron rompiendo, yo creo que le copié a mi hermano la idea de que se podía jugar con monedas de 100 pesos, o escudos de la época. La ficha tenía que caer encima de la redondela para que fuera un pase. Al tercer pase podías tirar al arco. Si la ficha no caía encima de la redondela, jugaba el otro equipo. Yo podía haber llegado a tener 300 o 400 equipos del mundo entero. Entre los ocho y los once años debo haber jugado cinco mil partidos, todos contra mí mismo. La U ganaba siempre”. Terminó mi tiempo, la vida de Gonzalo Rojas lo requiere para nuevas luchas, causas en las que enarbola orgulloso su condición de minoría. Batallas, probablemente, más trascendentes que el fútbol, pero que no alcanzan la altura de la “manifestación más perfecta que ha sido capaz de crear el ser humano”. * Editor de la Revista De Cabeza. Panelista del programa “Todo es cancha”, de Radio Frecuencia Cruzada.
JAVIER MARGAS
El empresario del rubro motelero compró los Mercedes Benz en que se movía Pinochet. Un nostálgico.
El Negro Jefe Por Cristiรกn Cox*
CUENTOS DE CABEZA / EL NEGRO JEFE
C
UANDO SE JUGÓ la final de la copa del mundo de 1950, en el estadio Maracaná, yo era apenas un niño de 10 años. Vivía con mi madre y mis abuelos en las cercanías del estadio más grande del mundo, en una de las tantas favelas de Río de Janeiro. En aquellos días, el “Maracaná” era solamente un lorito que aparecía animosamente en las plazas que habían bautizado así por el sonido de su chillido. Para decidir el nombre del estadio, todos estuvieron de acuerdo, al parecer, que el eco del loro se asemejaba al canto de la hinchada al momento de alentar.
arena de la playa Ipanema.
El estadio se construyó para acoger el primer mundial de fútbol en Brasil. En mi país todos andaban como locos. Teníamos claramente el mejor equipo y sería la primera vez que ganaríamos la copa del mundo. Sólo se hablaba de las figuras del equipo oficial brasilero: Barbosa, Augusto da Costa, Juvenal Amarijo, José Carlos Bauer, Danilo Alvim, Bigode, Friaça, Zizinho, Ademir, Jair da Rosa y Chico Aramburu. Eran la esperanza de todo mi país y eran los mejores, de eso no había duda.
Así fue como el 24 de Junio de 1950 comenzó a disputarse el mundial. Brasil ganó el partido inaugural 4-0 a México. Luego, en un difícil encuentro, empató con Suiza y terminó la primera fase de grupos ganando dos cero a Yugoslavia. En ese entonces, sólo se clasificaba un equipo por grupo. Brasil no perdió ningún partido y quedó para la siguiente fase. En los otros grupos clasificó España, que dejaba atrás a una buena Inglaterra y a una selección chilena que quería dar la sorpresa. También clasificó Suecia en un grupo de tres equipos. Y curiosamente, en el último grupo, clasificó Uruguay, que nadie tenía muy en cuenta y que tuvo que jugar un solo partido contra Bolivia.
Días antes de que comenzara el mundial, mi ciudad se llenó de curiosas personas de otros países. Jamás había visto tanta gente diferente en un mismo lugar. Españoles, ingleses, italianos, estadounidenses, mexicanos, yugoslavos, suizos, chilenos, suecos, bolivianos, paraguayos y, cómo no, uruguayos. Cabezas de todos los colores imaginables andaban por mis barrios, sacando fotos, hablando de fútbol a los pies del Cristo de Corcovado o masticando churros en la harinosa
Escuchaba sus extraños idiomas inundar todos los callejones de Río de Janeiro. Era un gran coro desafinado de voces lejanas, que venían de distintos continentes. Yo me sentaba en la vereda a escucharlos y observarlos, entonces intentaba imaginar sus países y soñaba con recorrer el mundo. Y el mundo en realidad estaba bajo mis pies. Habían pasado muchos años sin que se jugara la copa del mundo por culpa de la Segunda Guerra Mundial y, ahora, el mundo volvía a reunirse para seguir el destino de una pelota en el candente sol carioca.
Yo no había podido ver ningún partido de la primera fase. No teníamos dinero para ir al estadio. En mi familia todos trabajábamos, incluido yo. Ayudaba a mi abuela y a mi madre a vender choclo con queso caliente en la playa de Copacabana. Mi abuelo trabajaba en el terminal de
buses de Río, haciendo el aseo. Mi padre se había ido lejos y no había vuelto más. De él, en mi memoria, sólo quedaba el recuerdo de haberlo visto sumergirse en el mar y aparecer luego, muy lejos, mirando el sol con su cuerpo profundamente oscuro. No nos alcanzaba para mucho. Me dolía la barriga de envidia cuando veía niños del otro lado del mundo entrar al Maracaná para ver jugar a Brasil. Hice muchas pataletas, lloré en todas partes, grité y muchas veces permanecí mudo de rabia. Pero no hubo caso, las puertas del Maracaná para mí estaban cerradas. Tampoco había televisión. En mi casa no comprábamos el diario porque nadie sabía leer. Yo veía las fotos en las revistas de los quioscos, en los diarios. Pero nunca supe quién era quién. Nunca supe reconocer a los jugadores brasileros. Nunca supe diferenciar a los jugadores ingleses de los italianos. Era desesperante. La radio, entonces, fue mi única y fiel compañera. Escuchar las voces de los relatores era todo lo que tenía. Con eso debía imaginarme cada partido del mundial. Cada gol y cada falta. Escuchaba el pitazo del árbitro en un faul y debía imaginar en qué parte de la cancha había pitado. Imaginaba también al público gritando. En mi cabeza eran miles de hormigas saltando entusiasmadas, rugiendo de alegría o rabia. Cada detalle lo tenía que inventar. La luz que llegaba a la cancha, las sombras, el cansancio de los jugadores, la rabia de un arquero cuando hacían una falta cerca de su arco. Las patadas, las manos levantadas de un jugador
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celebrando el gol de la victoria. El entrenador dirigiendo a gritos a sus jugadores. Los zapatos de fútbol, las camisetas, el movimiento, la carrera de los jugadores más rápidos. Todo pasaba en mi cabeza, todo lo que tenía que inventar con la ayuda de la radio. Así seguían los partidos de la segunda fase, todos contra todos. Brasil goleaba y goleaba: 7-1 a Suecia, 6-1 a España. A los brasileros se nos salía el corazón por la boca cada vez que gritábamos gol. Luego las calles se volvían a silenciar a la espera de la próxima anotación. Para sorpresa de todos, Uruguay, que venía como la humilde, demasiada tranquila y silenciosa, empató con España 2-2. Luego, apenas, le ganaría a Suecia con un 3-2: siempre sufriendo. Siempre perdiendo en el primer tiempo, Uruguay terminaba por dar vuelta o empatar los partidos y así fue como llegó a la final. No se hablaba mucho de sus jugadores. Yo, sin darme cuenta, a veces repetía sus nombres porque eran raros: los coreaba y jugaba a pronunciarlos. Roque Máspoli era el arquero, no sé por qué pensaba tanto en ese nombre. Schubert Gambetta un defensa fiero que no dejaba pasar a ningún jugador, sin que se llevara un buen pisotón en los tobillos. Pero el nombre que más sonaba en Uruguay era un tal Obdulio Varela. Nombre de verdad extrañísimo. Era el capitán y en los partidos de Uruguay que había podido escuchar en la radio, me lo imaginaba delgado y elegante. Tampoco pude ver la segunda fase. Pasaban las tardes y el mundial se iba acabando rápidamente. Ya
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frustrado pensaba que jamás vería a esa tremenda selección brasilera. Más apenado pensaba que me perdería el triunfo de Brasil en la final y, por lo tanto, la primera copa que mi país ganaría. Entonces llegó el día, un 16 de Julio de 1950. Todo Brasil se paralizó y para suerte mía, mi madre y abuela también decidieron hacerlo. Nos reunimos varios vecinos a escuchar una radio vieja de un mecánico. Entre ruedas y cacharros de autos antiguos nos sentamos a escuchar el partido y a capear el calor. Para mí no existía nada más que el audio del radio, las voces de los comentaristas. Todos daban por hecho la victoria brasilera, no había dudas. Los relatores decían, como si fuera un secreto, que los jugadores de Brasil habían recibido relojes de oro que al dorso decían: “Para los campeones del mundo”. Además, afuera del estadio esperarían 11 limusinas para llevar a cada jugador brasilero a su hogar tras llevarse la copa. Los mismos comentaban que ya estaban impresas 500.000 camisetas que decían “Brasil Campeao 1950”. Y el estadio estaba inundado de carteles cuyas letras enunciaban “Homenaje a los Campeones del mundo”. Todo esto lo escuchaba con cierto enojo por no poder verlo con mis ojos, pero también porque el partido aún no se había jugado. En el Maracaná asistieron exactamente 203.849 espectadores, siendo que la capacidad del estadio era para 184.000; en esa inmensa masa humana no había más de un centenar de uruguayos. Se me estremeció el pecho al pensar en la multitud de ojos nerviosos y oscuros pendiente del
pitazo inicial. Los comentaristas relataban la entrada de Brasil: 11 estrellas rodeadas por decenas y decenas de fotógrafos y reporteros. Uruguay, en cambio, abandonado en una esquina de la cancha bajo una lluvia de pifias e insultos de mi gente. Ahí los uruguayos eran un detalle, más parecía un partido de Brasil contra Brasil. Mi abuelo comenzó a toser y me distraje. Entonces vi los rostros, por primera vez, de varios niños como yo que se habían sumado a escuchar el partido. Estaban todos hipnotizados, algunos nerviosos por la tos de mi abuelo, que parecía no importarle nada de lo que sucedía alrededor. Sólo sostenía su oreja derecha con una mano para escuchar mejor. Nadie hablaba salvo un par de moscas que zumbaban con su ruido motorizado, confundiéndose con el rugido de la gente en el Maracaná que apenas salía de la radio. Afuera del taller mecánico, lo único que había era sol. Pitazo inicial, y el griterío enorme del público se escuchaba tanto en la radio como en las calles de Río. Brasil arrinconó inmediatamente a Uruguay en su portería. Una lluvia de ataques certeros que Uruguay apenas contenía. Pero la pelota no entraba. Así sucedía el primer tiempo y la ansiedad, tanto del público como de los jugadores brasileros, desbordaba los ánimos del Maracaná. Uruguay aguantaba aguerridamente. 11 jugadores arrinconados por un universo de cariocas encima, intentando colar la pelota en un arco que se achicaba más y más, a medida que pasaban los minutos. El primer tiempo finalizaba en nada:
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un empate a cero que dejaba a todos de muy mal humor salvo a los uruguayos. Schubert Gambetta y Roque Máspoli, los extraños nombres que me gustaba pronunciar, habían sido las figuras; habían neutralizado a la mejor delantera brasilera, con un juego rudo, de mucha fuerza física. En el entretiempo mi abuelo nuevamente empezó a toser, lo vi inquieto, como si supiera algo, algún secreto, o bien una corazonada. Quería preguntarle cómo veía el segundo tiempo, qué pasaría, qué pensaba. Pero no pude sacar nada de mi boca, sólo pensamientos mudos que se me quedaban adentro. Así forzaba mi imaginación y pensaba en el camarín brasilero: la preocupación, la charla del entrenador, el griterío y los retos de los jugadores. Pero quizás sólo guardaban silencio. En el otro camarín, el uruguayo, me imaginaba a todos escuchando a su capitán: El “Negro Jefe”; apodo que en algún minuto del partido mencionó uno de los comentaristas… El Negro Jefe… ¿qué hablaría el Negro Jefe? En eso pasaron eternos 15 minutos de espera hasta que el árbitro tocó un silbato corto para iniciar el segundo tiempo. Brasil se fue nuevamente con todo encima del arco uruguayo. Los comentaristas estaban eufóricos, desesperados, pero Brasil no demoró más de dos minutos para convertir la angustia en gloria. El primer gol que estalló en cada uno de nosotros lo convirtió Friaça. Fue un hechizo que nos paralizó por un instante; luego gritamos, saltamos y nos abrazamos sin
parar hasta que nos acordamos que todavía quedaban cuarenta minutos de partido. Sin embargo, hubo un momento de duda, el partido no continuaba, el comentarista hablaba de un posible off side. La sospecha surgía en la mitad de la cancha. Obdulio Varela sostenía y abrazaba la pelota como si fuera el dueño de ésta y discutía con el árbitro que era inglés (luego sospeché que quizás el árbitro y el jugador pasaron largos minutos sin entenderse absolutamente nada). La situación duró más de 10 minutos, ridículos y terribles minutos. El Negro Jefe enfriaba todo; al estadio, a la gente, a los radioescuchas, a los jugadores cariocas, a Brasil entero. El juego no reanudaba y la euforia comenzaba a calmarse. Dudamos todos. Era posible que el gol fuera invalidado, pero no fue así. El capitán uruguayo sólo calmó los ánimos y levantó los pensamientos de cada uno de sus jugadores: todavía podían hacer algo. De esa forma, tras 11 minutos de la pausa de Obdulio, el juego se reanudaba. No pasó nada hasta el minuto 21 en que Juan Alberto Schiaffino, delantero uruguayo, hacía colar el empate parcial en las redes del arco brasilero. 1 a 1 se ponía el partido y resurgía el nerviosismo de todos. Así el partido ya no consistía en el arrinconamiento uruguayo. Los charrúas habían comenzado a lanzar contragolpes terribles tras cada ataque brasilero. Aun así, había todavía confianza, el empate le daba la victoria a Brasil, es decir todavía éramos campeones mundiales. Había que aguantar escasos minutos. Y ese parecía
ser el destino de todos, un empate y mi país levantando la copa más bella del planeta. Pero el destino sería otro. Un contragolpe iniciado por un certero pase de Obdulio Varela en el minuto 34 cambiaría todo. Fue el relato más ligero que he escuchado en mi vida, apenas unos segundos y una jugada de toques rápidos entre Varela, Alcides Edgardo Ghiggia y Julio Pérez, terminaría en la peor tragedia del fútbol brasilero en la historia. Gol de Ghiggia, gol de Uruguay, gol de ese puñadito de futbolistas que nunca se dieron por vencidos, a pesar de enfrentar a la mejor selección del mundial y a 200.000 hinchas encima. Entonces incluso las moscas se callaron, no había tos, no había rugido, no había nada, seguía el sol, un poco más apagado. Nadie dijo nada, la radio estaba muda, los comentaristas no existían… El partido seguía, se escuchaba la pelota que parecía lo único vivo en ese instante. Pero se cumplía el tiempo reglamentario y el árbitro inglés George Reader daba por terminado el encuentro. Sonó el pitazo y la gente se deshizo en lágrimas. Llantos terribles, un coro de llantos y lamentos que inundaron todo Río de Janeiro. No hubo fiesta, ni canciones, ni celebración. Se le pasó la copa al Negro Jefe, sin decirle nada, sin felicitarlo. El capitán se la llevó y el Maracaná se cerró en la noche más triste de la que tengo memoria. Nos arrancaron la felicidad y la gloria, nos aplastaron las esperanzas y todos nuestros sueños, ahí quedamos, sin nada, vacíos y solos, cada uno de nosotros, lloriqueando hasta la noche,
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lamentándonos por siempre. Cuando ya era tarde y se hizo de noche, logré tranquilizarme. Tenía los ojos y la boca seca. Salí a caminar: era una noche tibia y callada. No había nadie, la gente se había refugiado en sus casas a pasar la pena. Me quedé mirando el cielo sentado en una cuneta, intentando no pensar o pensar en cosas lejanas completamente desligadas del fútbol. Pero la derrota estaba ahí, se sentía en el pesado aire. Tras un rato sonaron unos pasos que bajaban por un callejón. Entonces apareció un hombre vestido de traje, con un sombrero. No le venía la ropa. Era alto y tenía la cara tosca y morena. Las sombras de la noche lo oscurecían más de la cuenta. Se acercó a mí y se me quedó mirando. No podía ver bien su rostro por el sombrero. Vi dibujarse una sonrisa triste en su rostro y de pronto me dijo algo. Era un idioma que no conocía así que no pude responder-
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le. Entonces se puso en cuclillas y aparecieron sus ojos negros. Volvió a decirme lo mismo, deduje, pero con un portugués torpe y confuso. Me dijo: ―Muchacho… Niños como tú levantarán la copa del mundo por Brasil todas estas veces… ―mostrando una de sus manos con la palma abierta. Nos quedamos mirándonos unos instantes, yo permanecí callado y serio. El hombre volvió a sonreírme, me sacudió el pelo y se largó para perderse lejos por los calles de Rio. Años después vi a aquel hombre en la portada de una revista de fútbol. Ahí estaba, en una foto a color, el hombre que hizo llorar a todo Brasil. Un reportaje completo al “Negro Jefe”, el mismo jugador que sacudió mi cabeza el mismo día que se había convertido en campeón mundial. Y con los años comprobé
que tenía razón. Porque un niño de mi misma edad, llamado Edson Arantes do Nascimento, estaba a punto de convertirse en Pelé y darle a Brasil tres campeonatos mundiales: Suecia 1958, Chile 1962 y México 1970. Así y todo debo decir que el fantasma del Maracaná persiste en todos nuestros corazones. Brasil nunca ha ganado un mundial en su tierra. Pero 55 años después, la vida nos da una nueva oportunidad de que el mundial se juegue en casa. Esta vez estaremos más atentos de lo que haga Uruguay y yo veré jugar por primera vez a mi selección en el estadio Maracaná. A ratos mis nietos me advierten lo mal que podría hacerme tantas emociones juntas. Pero yo les explico que, a mis largos 72 años, ya no le tengo miedo a nada… Mucho menos a enfrentar los recuerdos más tristes y alegres de mi infancia.
street art soccer
TIEMPOS MUNDANOS GRAFFITI PROTESTA CONTRA LA COPA DEL MUNDO 2014
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* “Las marcas de Junior” pertenece al libro Leones, publicado el año 2012 por la Editorial El Mercurio Aguilar, páginas 71–92. Asimismo, también fue publicada en la Revista Sábado.
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UNIOR FERNANDES, el goleador de la Universidad de Chile en la Libertadores 2012, se demoró veintitrés años en explotar un potencial único en el país. Y donde algunos veían desgano o indisciplina de su parte por la tardanza, realmente se escondía la historia de marginalidad más extrema que recuerde el fútbol chileno. —¡Juniooooooor! ¡Juniooooooooor! *** Antenor Fernandes Da Silva llegó el año 80 a Chile. Había sido futbolista aficionado en Brasil, pero se presentaba como empresario artístico y líder de «Río, canta y baila», un show nocturno de variedades. Él, además de músico, vendía las presentaciones y su mujer se encargaba del vestuario. Durante tres años recorrieron casi todo el país, de Calama hasta Punta Arenas. La compañía duró activa dos años: las bailarinas que
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había traído con él empezaron a conocer chilenos durante las presentaciones y se alejaron del ambiente, en busca de una vida más tranquila. Lindinalva Virgilio Vitoria, Lindú, era la principal atracción. «La conocí en la jaula del Parque O’Higgins, donde ella estaba bailando —dice Zalo Reyes, figura del ambiente nocturno por esos años—. Ella se ponía un canastillo de frutas en la cabeza, pañoletas de colores y bailaba frente a todos. Era la negra más alta que he visto en Chile. Además, tenía una cara divertida, hacía muecas, tenía gracia y siempre estaba jugando con la boca. La última vez que la vi en Santiago noté que estaba muy mal, había tocado fondo por deudas económicas. Llegó casi a estar en la calle». Lindú terminó emparejándose con el propio Antenor, quien dejó a su mujer. Ambos se fueron al norte. En 1986, en Iquique, nació Cristián, el primer hijo de la pareja. En octubre de 1988, dos meses antes que Alexis Sánchez, también en Tocopilla, nació Antenor Junior: Junior. En el puerto
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Lindú siguió bailando en un night club de nombre oriental. «El 92 se fueron todos a Argentina y Brasil —recuerda Sidney Silva, actual baterista de Illapu y uno de los siete hijos que tuvo Antenor en su matrimonio anterior—. A los dos años volvieron y se quedaron los cuatro un par de meses conmigo en Quinta Normal. Después se instalaron en Calama». Antenor viajó primero a explorar las opciones en una ciudad famosa por su vida nocturna, pero fue Lindú la que causó mayor impacto. Su primer trabajo fue en el Lucifer: pese a que en 1996 no tenía la figura de quince años atrás, seguía llamando la atención. José Manuel Hidalgo, el dueño, se transformó en una especie de padrino de Junior. Lindú comenzó, además, a vender sándwiches a los asistentes y al resto de las bailarinas que trabajaban en el lugar; tendía a protegerlas de los abusos de los clientes. Antenor la abandonó, se fue de Calama primero y de Chile después. Ella, con lo que había juntado, puso su propio local, el Ipanema, una pequeña sala en la que se podían encontrar mujeres extranjeras. En ese punto, Cristián y Junior ya estaban en la Escuela de Fútbol de Cobreloa. Javier Briceño, a cargo, los recibió: «Ella decía que no les daba para el estudio y quería que fueran futbolistas profesionales. Y como trabajaba de noche y dormía de día, necesitaba también que no estuvieran en la casa molestando. Era de las mamás más preocupadas: si había algún niño que no podía ir a una gira por falta de plata, se ponía con 30 mil pesos». Ambos empezaron como arqueros. A los nueve años, Junior fue a una gira a Santos, Brasil. Rigoberto Alvarado, dirigente, viajó a cargo del grupo. «El sistema funcionaba así: a los niños los recibían familias brasileñas, todas muy pobres. Los jugadores que eran hijos de funcionarios de Codelco, acostumbrados a otra cosa, se espantaron, tuvimos que sacar a varios de las casas. El Junior, en cambio, se movía feliz en las favelas, se sentía como en su casa». Christopher Godoy era del mismo año y completó casi todas las etapas formativas con él. Fue su compañero
en la delantera, cuando Junior dejó el arco. «Fue bien mimado, yo creo que por el mismo hecho de ser negrito, lo que no era muy usual en Calama en ese tiempo. Todos esperaban que hiciera algo extraordinario en la cancha. Cristián era mucho mejor que Junior y lo molestaba siempre, pero cuando alguien se metía con él, salía a defenderlo. Una vez en Arica un jugador contrario le dijo en el camarín a Junior algo sobre el trabajo de su mamá y el Tutu —así le decíamos a Cristián— se le tiró encima como loco». El tema del oficio de la madre fue ampliamente discutido en Cobreloa. Una asistente social de la escuela de fútbol hizo un informe detallado de las condiciones en que vivían los cinco: Lindú ya se había emparejado nuevamente. Los resultados fueron definitivos: era altamente recomendable que ambos dejaran la casa. «Pero Lindú se opuso siempre —cuenta Briceño—. Era como una leona, prefería tener a sus cachorros cerca. Y aunque suene raro visto de afuera, ella los mantenía contenidos, aun en ese ambiente. Me llamaba a la una de la mañana diciéndome: ‘Briceño, aún no han llegado’. Y yo partía a buscarlos a discos, a fiestas. Y al día siguiente ella llegaba con los dos a la sede del club y, era muy gracioso, me decía muy ceremoniosa: ‘Le pido permiso para pegarles’. Y los agarraba a manotazos ahí mismo, en el suelo, al frente de las secretarias. Con eso se mantenían un mes tranquilos y después empezaban de nuevo». Isabel Díaz, vecina de los Fernandes por diez años, indica con el dedo una casa, en un estrecho pasaje en la población Los Pizarreños. Hay dos jóvenes sin polera, cada uno vigilando las salidas de la calle; otro camina por los techos de las casas. Isabel Díaz sigue apuntando. —Ahí vivían. Ella le cuidaba los hijos a Lindú en la noche, mientras estaba en Ipanema. «Hizo todo para alejarlos de ese ambiente. Las chiquillas del local iban a la casa sólo en la mañana a buscar su plata por los trabajos de la noche. Ella llevaba las cuentas en un cuaderno y les pasaba el dinero, pero no interactuaban con los niños». Con catorce años Junior fue enviado a Santiago, a las cadetes del club, donde compartió y se hizo amigo de Alexis Sánchez en una pensión. El técnico a cargo, Roberto Spicto, casi ni lo hizo jugar. Después envió
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un informe a Calama, que básicamente decía que no tenía condiciones ni temperamento para ser jugador profesional. El equipo formativo que recibió el papel en el norte se indignó, pero no le quedó más que reintegrarlo a la escuela, que operaba los fines de semana. «Cristián era espectacular, un atleta, como Beausejour, pero mucho más completo. Y Junior, bueno, Junior tenía la cabeza en cualquier parte», —dice hoy Spicto. En mayo de 2005, la selección chilena viajó a Calama a preparar el partido con Bolivia en La Paz. Para los entrenamientos, utilizaron de sparring a la sub 18 de Cobreloa, con Cristián a la cabeza. Juvenal Olmos, el técnico, tras una práctica, quedó asombrado y se acercó a Luis Alegría, a cargo de los juveniles: —¿Y ese negrito? ¿De dónde salió? Es todo lo que necesitamos. —Sí, es extraordinario —le respondió Alegría—. Pero hay que tenerlo amarrado. *** Y una mañana, en el predio de entrenamiento de Malloco, alguien le preguntó: —Negro, pero ¿tú le crees? *** Cristián Fernandes debutó en primera división el 16 de julio de 2006. Jugó once minutos, sus únicos como profesional. Más que de su desempeño, sus compañeros recuerdan cómo quedó esa noche tras la celebración del hito. Lindú comenzó a enterarse de la magnitud del problema: una tarde lo encontró drogándose en el parque Loa y le dio una paliza ahí mismo, frente a los transeúntes. Fue colmándoles la paciencia a todos los entrenadores de Cobreloa. Para fines de ese año, Jorge Aravena, a cargo del primer equipo, tenía decidido deshacerse de él, pero le dio una última oportunidad y lo citó a una reunión. —Cristián, vamos a empezar de cero. Vas a hacerte un examen de doping y te vamos a reintegrar. El delantero dejó la sala, repitiendo en voz alta lo agradecido que estaba. Volvió a los dos minutos.
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—Sabe profe, es que tuve una fiesta el fin de semana... Fue separado del plantel. Tuvo que irse a jugar a Mejillones, en tercera división. Junior, también postergado, partió con él. «Nos los querían regalar, darnos el pase —dice Guillermo Aros, a cargo del equipo—. Pero les dijimos que vinieran a préstamo mejor, porque si les entregaban el pase, no iban a volver a Calama. La verdad es que nadie les daba pelota en Cobreloa». Era la primera vez que ambos vivirían lejos de Lindú. Ella casi no pudo ir a verlos: Ipanema funcionaba todas las noches, salvo los domingos. A los dos los acomodaron en un albergue junto al estadio y tuvieron que ubicarlos en trabajos para poder pagarles algo: Junior aprendió a soldar y Cristián
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fue guardia de una empresa. «Era duro: canchas de tierra, los entrenamientos empezaban a las siete y media de la noche y el invierno acá pega fuerte —sigue Aros—. Pero los dos eran un espectáculo. Se transformaron en personajes de la ciudad. Cuando hacían goles, celebraban como firmando un cheque, porque les habíamos prometido que les íbamos a dar diez lucas por cada uno». Junior hizo 14 en seis meses. Lo mandaron a llamar de vuelta de Cobreloa. Junior debutó en primera el 12 de agosto de 2007. Ese mes Alexis Sánchez fue presentado en River Plate. El 29 de noviembre hizo su primer gol en el profesionalismo. Lindú, en las tribunas, tiró fuegos artificiales. Cristián se había quedado en Mejillones. Carlos Rojas, el técnico, amigo de Lindú, se lo llevó después a O’Higgins, donde no alcanzaría a jugar. «Llamaron avisando de la enfermedad de la mamá. Lo mandamos de vuelta en un avión. No volvió más. Estaba devastado», —recuerda Rojas. Lindú llegó al hospital de Calama con un derrame cerebral. Por falta de camas fue derivada a Antofagasta. Allá tampoco le dieron espacio: su caso era irreversible, por lo que no tenía prioridad. La ubicaron en un colchón, en un pasillo, con sábanas usadas. Sus hijos tuvieron que ir a comprar nuevas. La familia estuvo casi una semana ahí. La crónica de un diario local describía la imagen: «Junior preocupado de atender a las visitas y Cristián conteniendo a su hermana chica». Lindinalva Virgilio Vitoria falleció la tarde del sábado 15 de diciembre de 2007. *** —¡Juniooooor! ¡Juniooooooor! ¡Asómateeeeeeee! *** El funeral de Lindú se hizo al lunes siguiente en el casino del estadio de Cobreloa. Fue doloroso y emotivo para los cercanos, pero colorido para la gente ajena a la familia: filas de trabajadoras de casi todos los locales nocturnos de Calama aparecieron a presentar sus respetos. Junior se veía más entero que Cristián. «Los dos quedaron, volando, en el aire, pero sobre
todo Cristián —dice Alegría—. Tratamos de protegerlo, de ayudarlo, pero no pudimos. Yo lo asumo con culpa como un fracaso del club, porque, ¿cómo la UC fue capaz de proteger a Gary Medel?». «Hay que entender que nada se compara con esto —cuenta Briceño—. Medel, es cierto, venía de un estrato difícil, sin recursos, pero un ambiente como éste no hay otro; no hay otro jugador en todo Chile que haya salido de un lugar así. Yo fui muy amigo de la familia, pero a veces no se puede hacer más. No me culpo». El padrastro de los tres hermanos, Marco Muñoz, con varias causas vigentes en la justicia, una por violencia intrafamiliar, se emparejó días después con otra bailarina del Ipanema, una amiga de Lindú, y les pidió que se fueran de la casa. Estuvieron donde una familia amiga durante dos meses, pero tuvieron que volver a pedir alojamiento al padrastro. El mismo informe mencionado anteriormente, consigna que la menor le dijo a la orientadora: «Junior me va a cuidar. Me va a llevar a vivir con él y me va a sacar de este colegio». Claudia Apablaza, una apoderada del colegio, de religión evangélica, se ofreció a cuidarlos en su casa: se lo había prometido a Lindú antes de morir. Cristián y Junior duraron muy poco tiempo bajo las nuevas reglas, pero la menor se quedó ahí. Cristián consiguió un cupo en el equipo Bellavista de Antofagasta, también de tercera división. Quemel Farías era el entrenador: «Estaban los dos en una situación muy complicada, porque en ese punto no sabían si podrían vivir del fútbol. Tuvieron que llevar el negocio de la mamá unos meses, con todo lo que eso implica, y estar en ese ambiente no los ayudaba en el deporte. Cristián terminó viniendo a Antogafasta sólo los fines de semana». El 26 de mayo de 2008 llegó al centro de entrenamiento de Cobreloa un escrito del Juzgado de Familia informándole a Junior que Claudia Apablaza había pedido la tuición de su hermanita. El 7 de julio llegó otro, notificándole la resolución. El 17 de julio quedó resuelto. La menor ya no era asunto suyo.
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Entremedio, él tenía que seguir jugando. Con veinte años, aún no se ganaba un lugar definitivo en Cobreloa, sin importar quién fuera el entrenador. «Era lo mismo con todos —dice Spicto—. Les decíamos ‘los jueves de Junior’: en la práctica de fútbol parecía Pelé, un jugador de otro planeta, pero el domingo, en el partido, desaparecía, era como un fantasma. Había que calcular no más qué pasaba del jueves al domingo». A los hinchas les enervaba particularmente esa desidia. La mayoría de sus apariciones terminaba entre insultos, algunos muy hirientes. «Los trabajadores del cobre salen a tomar la locomoción a las cinco de la mañana —explica Rigoberto Alvarado—. Y ven todo, saben quién anda curado, quién se acuesta tarde, quién va a los locales. Y son los mismos que van al estadio. Con los gritos, Junior se venía abajo». Cristián entró en una espiral de autodestrucción: consumía cada vez más drogas, dormía a veces en la calle. Sumó siete detenciones: desde desórdenes, conducción en estado de ebriedad y porte de drogas, hasta robo en lugar no habitado, en abril de 2009. «En los carretes —dice un compañero— llegó al punto de vender su polerón o las zapatillas por dos lucas para poder consumir un poco más. Sus amigos eran ya tránsfugos: movían ellos mismos. Lo vi varias veces durmiendo en la calle». Raúl Toro tomó Cobreloa en 2009. Una noche, un anónimo llamó a su pieza de hotel a la una de la mañana para decirle que Junior estaba en el casino. Se levantó, fue decidido a la pieza de él, y lo encontró durmiendo, bajo las sábanas.
se dio cuenta de que su plasma había desaparecido. Fue con Francisco Castro, compañero de equipo en Cobreloa y luego en la Universidad de Chile, y con un entrenador a un pasaje de la ciudad conocido como «las Tinieblas», donde los drogadictos van a reventarse. Cuando llegaron, Junior y el entrenador dudaron, al ver el panorama, si era mejor bajarse o no del auto: gente tirada en la calle, en colchones. Castro se apuró: —A ver hueones, ¿alguien ha visto a Cristián con un plasma? Nadie respondió. Tiempo después supieron que estaba ahí, escondido. *** El 19 de octubre de 2009 Claudia Apablaza, la apoderada evangélica, llegó a la fiscalía de Calama a hacer una denuncia: la niña que estaba bajo su cuidado le dijo que su hermano mayor abusaba de ella desde los seis años. Se lee en la declaración: «Decía que él se drogaba y luego la obligaba a hacer eso. Yo conocía a la madre de ellos hace tiempo. La niña estaba abandonada en la calle, fumaba desde chica y andaba siempre con olor a pipí. Ella dice que su hermano le dijo: ‘tu mamá no te quería, te quería abortar y yo se lo impedí’. En su casa tomaban, fumaban, se drogaban, no había valores». En el documento, además, ella asegura que la niña era tratada como una empleada en la casa y que Lindú tenía una actitud de sumisión frente a sus dos hijos.
«Hay que tratar de jugar con todo eso en la cabeza —argumenta Alegría—. Y lo que realmente le pasaba muy pocos lo sabían».
Cristián Fernandes se presentó en la oficina del defensor público Nelson Pantoja. Junior lo acompañó. «Dijo que era inocente, que no lo había hecho. Su hermano no habló nada; estaba como ido. Las pruebas no eran concluyentes y a eso se apostó. No había nada que probara que él había cometido el abuso; de hecho nunca se le dio prisión preventiva. Fue muy difícil planear la defensa, el imputado se desaparecía por largas semanas y no tenía domicilio ni teléfono conocido para ubicarlo».
Por esos días Junior llegó al departamento que arrendaba en la esquina de Cobija con Aníbal Pinto y
El proceso judicial fue largo e incluyó a varios peritos. Un doctor certificó el abuso crónico. Un
«Probablemente lo confundieron con el hermano. El ambiente para él ya estaba muy malo y se acarreaba desde antes; se lo asociaba a las salidas, al alcohol, a las drogas, al hermano. Y en los partidos hacía un par de jugadas y se venía abajo. Se le veía triste, solo».
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equipo de psicólogos y asistentes sociales le dieron veracidad al relato. La psicóloga Priscila Santander concluyó: «Donde vivía la niña la prostitución era vista como algo habitual». La psicóloga Norma Molina aseguró: «La niña estuvo en situación de calle en el 2008». La menor, entonces de trece años, le dijo a Iris Grez, asistente social: «Y tengo un hermano bueno y un hermano malo». Y explicó en su declaración durante el proceso: «Cristián me decía al principio: te doy un chocolate si te lo pones en la boca. Después hacía lo otro. Esto fue muchas veces, cuando mi mamá estaba trabajando. Muchas veces estaba Junior en la pieza del lado (...) después ya me parecía normal; pero cuando en el colegio me empezaron a pasar materias sexuales, entendí lo que me hacía. La última vez fue en
2008, cuando fui a buscar una ropa a la casa de mi padrastro. Le dije que lo iba a sapear (...) mi mamá y mi hermano me pegaban, Junior no (...) una vez conté en el colegio, le dijeron a mi mamá, pero ella no me creyó; me dijo que si lo repetía me iba a llevar a un internado (...) a su pregunta, si otra gente sabía lo que me hizo el Cristián, mi otro hermano Junior, sabía, porque mi mamá le había contado». El padrastro también declaró: «La niña lo exagera todo, inventa cosas». Cristián Fernandes renunció a su derecho a guardar silencio: «Ella dice que cometí un ilícito, pero de chica fue muy mentirosa. Una vez inventó que Junior se había muerto. Se defecaba desde niña en el colegio. Yo juego a la pelota, siempre he jugado a la pelota», alcanzó a decir antes de ponerse a llorar. El juicio duró un día, el 2 de agosto de 2010. Estaban todos, menos Junior, que pese a ser testigo de la defensa, no acudió porque estaba jugando en Santia-
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go. En el fallo se lee: «Desde los seis años, en 2004, mientras la madre concurría a sus labores al local Ipanema, el imputado procedía a abusar mediante fuerza e intimidación. Esto ocurrió alrededor de siete veces, siendo en agosto de 2008 la última». Fue sentenciado a diez años y un día. No acudió a la lectura de la sentencia. Estaba prófugo. *** A fines de 2009, Raúl Toro tenía que decidir quién seguía y quién no para el próximo año en Cobreloa. Se reunió con los dirigentes para discutir el caso de Junior. «Me dijeron: ‘Raúl, no creas como los otros técnicos antes, que Junior es más que lo que has visto. Es esto no más’». Alegría hizo una última gestión: le consiguió un contrato de 1,3 millones mensuales por dos años, una base para estabilizar su vida en ese caos, de alguna forma. Junior se negó. —Tengo un empresario que me va a ayudar —le dijo. Se fue a vivir a Santiago, a El Bosque, con la familia de Rodrigo Inostroza, ex cadete de Cobreloa. Junior comenzó a entrenarse en La Pintana. Osvaldo Hurtado, ex figura de la Universidad Católica en ese entonces entrenador de Magallanes, se enteró, y le dijo que fuera a conversar al predio de Malloco: «Yo sé tu historia, he leído de tu mamá. Sólo te voy a pedir una cosa: pórtate bien». Junior ganaría 400 mil pesos, de nuevo en tercera división. El equipo hizo la pretemporada en Papudo. Al segundo día, Junior le dijo a Hurtado: —Profe, el Alexis me invitó a ir a verlo a Italia, ya me mandó los pasajes. Es una semana no más. Hurtado intentó persuadirlo. «A qué vas a ir a huevear allá —le dije—. A ver cómo otros hacen goles, si eres tú el que tiene que hacer los goles. Si te concentras, si te portas bien, no vas a necesitar que nadie te ande mandando pasajes regalados».
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Junior viajó igual. La semana se transformó en dos, después en tres. Se quedó un mes. La desobediencia puede haberle servido. Roberto Spicto los conoce a los dos. «Se dio cuenta de todo lo que tenía su amigo y de lo poco que tenía él. Alexis puede que no hable tanto, pero da un gran ejemplo con lo que hace». Junior volvió renovado a Magallanes. Pese a las canchas malas, a los camarines fríos, a las patadas a la altura del cuello, brilló como nunca antes. Les decía a sus compañeros que le pasaran la pelota no más, que él se preocupaba del resto. Hurtado estaba encantado: Magallanes marchaba derecho hacia el ascenso a la segunda división. Pero una mañana Junior no llegó: «Llamé a la casa donde se quedaba y me decían que venía en el metro. Llamé una hora más tarde y seguía en el metro. En la tarde seguía en el metro. Atrinqué a su mejor amigo en el plantel y me contó: se había ido a Perú».
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Junior estuvo dos semanas a prueba en el deportivo Coopsol, de la segunda división peruana, siguiendo la invitación de otro empresario. Allá nada era cómo le habían prometido por teléfono. «A las dos semanas llamó de vuelta. Yo la verdad estaba bien caliente, pero me aguanté. Me preocupaba que lo hayan querido cargar con drogas o algo así. Lo aceptamos de vuelta». En el norte, Cristián seguía prófugo. Isabel Díaz, la vecina que lo cuidó cuando niño, lo tuvo escondido un tiempo: «Él estaba muy asustado, porque era inocente y porque sabía lo que le pasa en la cárcel a la gente que cae por ese delito. Si lo paraban en la calle, les decía a los pacos que era colombiano. Acá en el barrio todos le creemos, porque sabemos que esa niñita pasaba mucho tiempo en la calle». Junior viajó dos veces al norte, con permiso del club, a juntarse con él. Perdió contacto con la hermana, que tiempo después fue enviada a Santiago, con familiares. Estuvo en controles ambulatorios del Sename primero como víctima de abuso sexual y después evaluada por explotación sexual. Magallanes ganó el campeonato. Junior fue la figura. Hurtado, recuerda eso y la mañana en Malloco. —Negro ¿pero tú le crees? Junior lloraba. —A tu hermano, ¿le crees? —No sé. *** A Jorge Correa, gerente de Palestino, le ofrecieron a fines de 2010 a Junior Fernandes: «Lo acercó Fernando Felicevich, que había tomado su representación como un favor a Alexis Sánchez. Terminó ayudándolo mucho. Nuestro entrenador en ese entonces, Gustavo Benítez, lo conocía de Cobreloa y aceptó. Le hicimos contrato con una condición: que tenía que dejar la casa de El Bosque, cambiar de ambiente e ir a vivir a una pensión». Finalmente se quedó en la casa de los papás de Roberto Ávalos, volante de Palestino que también tenía un pasado complicado que había logrado vencer: tras cumplir una condena por narcotráfico, pudo reintegrarse al fútbol. Le acomodaron una sencilla habitación, con entrada propia. Cuando la
vio le dijo a Ávalos: —Qué bacán la pieza, me vengo altiro pa’ acá. Ávalos padre se transformó en una figura de autoridad: «Mi hijo ya se había equivocado una vez por huevón, y como familia supimos sacarlo adelante. A Junior lo tratamos como un hijo más, desinteresadamente. Lo que más lo resume a él es cuando mete un gol: primero pone una cara de alegría total, extrema, y después mira al cielo y se le ven los ojos de pena. Convive siempre con las dos caras». Su vida personal más estabilizada comenzó a reflejarse en la cancha. «Nosotros dejamos en Calama a un niño y tomamos acá en Palestino a un hombre —dice Marcelo Iarruzo, preparador físico de Palestino—. Fisiológicamente es una rareza en Chile: porcentaje de grasas ridículamente bajos. Se debería cobrar para verlo entrenar, es un gimnasta, como Tomás González, haciendo tijeras y chilenas. Pero, por sobre todo, estaba más maduro: entendió que esto no era un juego, que era una profesión». Cristián, en Calama, fue detenido en un control de rutina de la PDI el 16 de junio de 2011. Intentó el truco de hacerse pasar por colombiano, esta vez sin éxito. Cayó preso. A Junior le avisaron por teléfono. Roberto Ávalos estaba al lado: —¡Pelao, detuvieron a mi hermano, lo detuvieron! — me dijo desesperado. Ávalos lo calmó. Llamó a un amigo que había conocido en Gendarmería cuando estuvo preso para que le hicieran lo menos traumático posible el ingreso a Cristián a la cárcel de Calama. Él tuvo que pasar el período de desintoxicación encerrado. Sus primeros meses fueron durísimos: descompensado, amenazó incluso con matarse, según confirma gente que lo visitó. Los dirigentes y entrenadores de Cobreloa se impactaron al conocer la noticia. Muchos, ni siquiera hoy saben la verdadera razón por la que está encerrado. Uno lo fue a ver tiempo después para ofrecerle una salida: había una posibilidad de que su hermana se retractara de la acusación para poder reabrir el caso. La respuesta lo dejó helado: —¿Salir a qué? Si no tengo nada, acá al menos me dan techo y comida —dijo.
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Junior, en Santiago, llegó finalmente al primer plano. Hizo 9 goles, la mayoría de ellos muy vistosos, lo que le valió su primera nominación a la selección adulta chilena. Sabino Aguad, gerente de la U, lo tenía en la mira y se lo ofreció a Sampaoli. «No lo quería, no había caso. Incluso armamos varios partidos de entrenamiento contra Palestino con el único fin de que se entusiasmara». Javier Briceño, en Calama, se enteró de las negociaciones y les contó a los que manejaban Cobreloa: —Qué va a querer la U a ese negro malo, no le ha ganado a nadie —le respondieron. El 22 de octubre de 2011, Palestino jugó con la Universidad de Chile y Junior hizo un golazo. Sampaoli se convenció. El 22 de noviembre se envió la primera propuesta formal por mail; el 26 ya era jugador de la U. El cuerpo técnico, alertado de su pasado, le dijo que no tendría vacaciones. Se incorporó de inmediato. Estuvo casi un mes trabajando solo con el preparador físico Jorge Dessio. Viajó con el equipo a la final del torneo, contra Cobreloa, en Calama. En el aeropuerto, de casualidad, se encontró con Hurtado: «Negro, le dije, no puedes perder esta oportunidad. Aférrate, el fútbol es tu tabla de madera en el medio del océano, no tienes nada más. Da lo mismo que les falles a tus entrenadores o a los dirigentes; incluso que te falles a ti, pero no puedes fallarle a tu mamá: sólo tú sabes lo que ella pasó para criarte». En Calama, Junior visitó a su hermano. Le entregó ropas y un millón de pesos para su seguridad. Voló de vuelta a Santiago ese domingo. La U ganaría el título tres días después. ***
que da justo a la parte trasera del edificio. —¡Junioooooor¡ ¡Ya po’, que se asome pa’ saludarlo! Al día siguiente, Junior dejará el hotel de la concentración azul para sumarse a la selección chilena en Calama. Se reencontrará con Alexis Sánchez, del Barcelona, ya no como su compadre, ni su amigo, ni su invitado, ni para recibir favores. Será su compañero. Javier Briceño: «Si estuviéramos en Estados Unidos, la vida de Junior ya sería una película. Hizo algo increíble, salió del peor lugar posible y supo triunfar. Es el mejor ejemplo de que la persona es más que su entorno: mira dónde terminó él y dónde lo hizo su hermano». Esa semana, miles de personas, calameños, se agolparán para intentar ver de cerca a los jugadores de la selección. Gritarán, suplicarán por un autógrafo, un saludo, afuera del hotel. La misma ciudad que hace tres años lo destrozaba rogará por un gesto de Junior. Luis Alegría: «Si Cristián fue nuestro peor fracaso formativo, Junior es mi mayor orgullo. Tenía todo para perderse. Y se encontró». —¡Juniooooooor, junioooooooor! —gritan desde el Lucifer. Los jugadores se encogen de hombros. Hacen señas a la distancia. Dicen que no está. El jueves de esa semana, con permiso especial de Claudio Borghi, en estricta reserva y escondido de las decenas de periodistas que vigilan cada movimiento de la selección chilena, Junior visitará en la cárcel a su hermano, que ahora defiende su inocencia. Un mes después, la menor intentará reunirse con Junior en el centro de entrenamiento de la U, pero sin éxito. Al verla venir, él le dirá al guardia: «Tengo un solo hermano. Se llama Cristián».
Sábado 26 de mayo, 2012. Calama.
—¡Juniooooor, junioooooooor! —insisten desde el local.
—¡Junioooor, juniooooor! ¡Asómate!
Es el grito del pasado. Y Junior no responde.
Varios jugadores de la U se ven en las ventanas del hotel Diego de Almagro, lugar de concentración del equipo, que juega los cuartos de final contra Cobreloa. El tipo que grita es un trabajador del Lucifer, el local donde Lindú comenzó bailando en la ciudad, y
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CARLOS ALBERTO DELANO
FOTO: AGENCIA UNO
El Choclo. Los que lo han visto jugar, cuentan que lo suyo es distribuir. Crack.
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Historia Freak del Fútbol:
Una selección criolla
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HISTORIA FREAK DEL FÚTBOL / UNA SELECCIÓN CRIOLLA
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ANTO POR las pasiones desmesuradas que despierta, como por la cantidad de ojos puestos sobre él, o la magnitud y universalidad de su alcance, pocas actividades humanas ofrecen un anecdotario tan rico como el deporte rey. Historia Freak del Fútbol (Planeta, 2016) hace un recuento de más de trescientos de estos pasajes desde los albores del balompié hasta nuestros días. El siguiente es una selección de episodios del fútbol local. *** En julio de 1916, fecha en que se hubiesen disputado los Olímpicos de Berlín de no ser porque Europa se hallaba sumergida en trincheras lodosas, Argentina organizó el Campeonato Sudamericano de Football en el marco del centenario de la independencia. El 9 de julio, octavo día de competencia y fecha exacta del aniversario argentino, los dirigentes de las cuatro naciones en competencia constituyeron su propio cuerpo rector. Nacía así la CONMEBOL, con Argentina, Brasil, Chile y Uruguay como miembros fundadores. Donde la organización no estuvo a la altura fue en la contratación de árbitros. Ya se sabe, la tarea es ingrata y este era un torneo incierto, sin tradición ni prestigio. Pero ante
la insuficiencia de personal, buenos son los seleccionados de buena voluntad: Sydney Pullen, jugador de Brasil, y Carlos Fanta, entrenador de Chile, salvaron la situación calzándose el uniforme negro. En su primer choque, la albiceleste arrasó con Chile 6-1. En el segundo, contra Brasil, comenzó arriba gracias a un gol de José Laguno, el único cuya trayectoria profesional siguió la extraña secuencia de presidente de club (Huracán), delantero y entrenador. Pero el gigante sudamericano empató y las redes no se sacudieron más. La escuadra de Brasil todavía no irrumpía a plena capacidad en el escenario balompédico. Aunque ya bien encaminado en su condición de pseudo religión popular, el fútbol aún no adquiría dicho estatus en plenitud. El año anterior, la revista Sports de Río publicaba: “Los que tenemos una posición en la sociedad estamos obligados a jugar con un obrero, con un conductor (…). La práctica del deporte se está convirtiendo en un suplicio”. Contra Uruguay, Chile fue aniquilado 4-0. Nuestra delegación exigió anular el encuentro, “porque Uruguay alineó a dos africanos”. Se referían a Isabelino Gradín —descendiente de esclavos de Lesoto y luego tricampeón sudamericano de cuatrocientos metros planos — y a Juan Delgado. Ya se sabe, la
esclavitud africana apenas cruzó los Andes, y los chilenos no estaban habituados a pieles oscuras (cuenta la leyenda que la primera vez que los mapuches vieron a un negro intentaron lavarlo con corontas de choclo). Tras empatar con Brasil, Chile se quedó con el último lugar. Al menos, pocos pueden jactarse de alinear a un goleador llamado Telésforo Báez. Para 1920, La Roja llevaba tres últimos lugares consecutivos. Pero ese año, se presentaba como la ocasión de reescribir su historia. Oficiaba de local, en su terreno y frente a su público. En lugar de eso, Uruguay obtuvo el tricampeonato y el anfitrión resultó… último. Carlos Fanta, el entrenador/árbitro de 1916, ya no estaba al mando de la selección, pero volvió a arbitrar. Lo hizo en dos partidos, uno de ellos, el de Uruguay contra… ¡Chile! Las décadas transcurrieron y el fútbol chileno maduró. No al punto de rivalizar con los gigantes sudamericanos del Atlántico –eso tomaría la llegada del siglo XXI– pero dejamos nuestro puesto vitalicio de colista de la Copa América, conseguimos un tercer lugar en el mundial que hospedamos y una digna clasificación a Inglaterra ’66. Para el mundial de Alemania ’74,
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nos tocó en suerte disputar un repechaje contra la URSS. La selección tenía boletos a Moscú para la tarde del 11 de septiembre de 1973, pero esa mañana se registró una que otra escaramuza en el centro de la capital que insinuaba la conveniencia de dejar los peloteos para más adelante. La Roja abordó seis días después. Nelson Vásquez se embarcó aun cuando su padre estaba detenido en un barco en la bahía de Valparaíso. La travesura militar, podrá imaginarse, no cayó demasiado simpática a la cúpula soviética, correligionaria de Allende, y en el aeropuerto de Moscú casi no admitieron el ingreso de Carlos Caszely porque salía sin su bigote característico en la foto del pasaporte. Jugando con -4 °C, no hubo goles ni ganas para mucho más. El desenlace en Santiago estaba programado para el 21 de noviembre de 1973 en pleno Estadio Nacional, recién desalojado como recinto de detención masiva y centro de torturas, uso que confirmaba la peculiar definición de estadio latinoamericano de Ryszard Kapuściński, “sedes deportivas durante la paz; campos de concentración en guerra”. Unos 40.000 sospechosos de incubar ideas sediciosas circularon por ahí, entre ellos Álvaro Reyes, el médico de la selección. Las manchas de sangre estaban demasiado frescas para gusto del Kremlin, que negó la participación de su selección. En lugar de anotar el triunfo por walkover, se montó el show completo. La oncena titular se formó de acuerdo con el protocolo y saludó a los quince mil espectadores que, en palabras del periodista Axel Pickett, “compartían las
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graderías con una muchedumbre de fantasmas”. Dieron el puntapié inicial y se comunicaron pases con parsimonia, al tiempo que avanzaban hacia el guardapalos ausente. En la boca del arco, el capitán Francisco “Chamaco” Valdés anotó el tanto menos meritorio de su carrera. Treinta años después, el defensa Evgeny Lovchev hizo notar una consideración reglamentaria que bien pudo cambiar las cosas: “El último pase fue hacia adelante. ¡El gol debió ser anulado por offside!”. Tenía razón, pero nadie reparó en aquello. El show siguió adelante con un match contra el Santos brasileño, organizado para justificar la venta de boletos. Los recién clasificados fueron goleados 5-0. A falta de más desparpajo, Chile exigió una compensación de US$ 300.000 por pérdida de taquilla. Quince años más tarde, también en una clasificatoria mundialera, se produjo la anécdota-escándalo de más grueso calibre que registran nuestros anales deportivos. En el partido final del proceso para Italia ’90, enfrentábamos a Brasil con igualdad de puntos, pero peor diferencia de gol. Había que ganar en el Maracaná, la versión tropical de la catedral del fútbol. Careca estremeció la red a los 4 minutos del segundo tiempo y, restando 23 para el final, el golero de la roja, Roberto “Cóndor” Rojas, concluyó que a Italia ya no llegaban por las buenas. Debían encajar dos tantos, de visita, y frente a un equipo que jamás había perdido un partido por clasificatorias (su primera derrota sería ante Bolivia en el proceso siguiente). Con los ojos y cámaras de televisión enfocados en el otro extremo del
campo, Rojas aprovechó que una bengala cayó a pocos metros suyo para dar rienda suelta al mayor drama teatral visto en una cancha (y vaya que hay de dónde escoger). Sacó una hoja de afeitar de su guante, desparramó sangre para espanto general y gatilló el abandono de su selección. No se puede jugar al fútbol cuando llueven ataques con fuegos de artificio desde la torcida, claro está. Rojas conjeturaba que la FIFA descalificaría a Brasil, lo que hubiese dado pie al primer mundial sin el Scratch. Una tromba de enardecidos apedreó la embajada de Brasil en Santiago, que acabó con 44 vidrios rotos. Desde luego, la estratagema fue descubierta. El peritaje balístico demostró que la bengala no desprende esquirlas y que, de haber alcanzado a Rojas, le habría provocado quemaduras y no un corte como el que deja una hoja de afeitar. Lo más valioso del informe, en todo caso, es que sacó a la luz el nombre del fabricante de la bengala: “Cóndor”. Chile no solo fue vetado de esa Copa, sino también de la siguiente. El Cóndor Rojas, por entonces uno de los mejores porteros del mundo, fue expulsado de por vida del profesionalismo, la mayor sanción de la historia emitida por la FIFA. Además del primer penal desperdiciado, el primer autogol aprovechado, el primer árbitro en resolver una expulsión y la primera tarjeta roja recibida, Chile sumó así un nuevo galardón a su vitrina de antitítulos mundialeros. Rojas, sin embargo, fue amnistiado en 2001, a la conveniente edad de cuarenta y tres años. El Cóndor se afincó en Brasil —quizás porque solo allí estaba a salvo de molotovs—, y en 2003 llevó
HISTORIA FREAK DEL FÚTBOL / UNA SELECCIÓN CRIOLLA
de vuelta al São Paulo a la Copa Libertadores tras una prolongada ausencia, en calidad de D.T. No todo fueron dramas esa noche en el Maracaná. La gran beneficiada con la maniobra fue Rosenery Mello do Nascimento, la chica de la bengala. Dos meses después del incidente, cosechó fama súbita al cobrar US$ 40.000 por posar para la portada de Playboy, bajo el titular A nudez e a graça de fogueteira do Maracanã. El segundo fruto de esa noche fue el memorable gesto que hasta hoy
regocija al pueblo chileno. El delantero Patricio Yáñez, aún convencido de que su equipo sufría la más aciaga de las injusticias, tomó la venganza entre sus propias manos, literalmente. Agarró con firmeza todo lo que hay entre un muslo y el otro, se inclinó ligeramente hacia adelante, y canalizó su anatomía para informar a los 150 mil vociferantes cariocas que un chileno no se rinde. Casi tres décadas más tarde, esta manualidad todavía es conocida en nuestras calles como “un Pato Yáñez”. Don Patricio ya había exhibido un adelanto en el partido de ida en Santiago, ganándose de
paso una amonestación, pero fue la de Río la que quedó estampada en la retina. Quizás sea lo terremoteado de nuestro territorio, o lo frías de las aguas de nuestras playas del Pacífico, pero el caso es que pocas federaciones pueden dar cuenta de una cronología futbolera tan acontecida. * Autor de los libros Historia Freak del Fútbol (2016) e Historia Universal Freak (2015), ambos publicados por Editorial Planeta.
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figuritas a pocos días de cumplir siete años. El trueque se le dio fácil en el patio del colegio, con el vecino de su abuela y, principalmente, en las veredas del Wall Street chileno de las láminas, Panini, empresa italiana que produce un billón de láminas al año. Fue ahí donde cada sábado, cuando el régimen de padre separado lo permitía, Samir logró relacionarse de tú a tú con hombres “maduros” –si es que cabe el término– llenos de láminas repetidas, ordenadas, clasificadas de modos diversos, en planillas de Excel, en computadores, iphones o ipads, con madres obsesivas completando álbumes para hijos que no estaban tan interesados. Este era el territorio donde los excluidos de todo tipo buscaban una gota de triunfo, donde el fútbol se comía todos los centímetros cuadrados de una página de un álbum de Copa América o Copa América Centenario.
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A ANSIEDAD que nos consumía hasta llegar a la final. El álbum nos esperaba en casa como en un altar. Samir estaba confiado. Las cábalas se respetan, no se explican. Equipo que gana repite. Repetimos el rito con los feligreses que somos y que fuimos testigos de la gesta”.
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Cuando Samir completó su segundo álbum de fútbol las cosas cambiaron. No solo comprendió las dimensiones de América en laminitas de colores sino que entendió que el mundo no era redondo ni geoide sino plano, lleno de páginas vacías por llenar, donde cada espacio tenía un destino específico. Dominó el arte del intercambio de
Samir aprendió a regatear, a ofrecer, a preguntar. Le compraron en 2 mil pesos 3 láminas que un tipo de 45 años no tenía. Entendió el libre mercado con asombrosa astucia. Adam Smith encarnado en el mundo de las figuritas. Niños de todos los colores confluyeron sábado tras sábado hasta conseguir el timbre que certificaba la hazaña: “Álbum completo”. Niños ricos llenos de sobres. Niños pobres llenos de sobres. Niños y adultos hablando de números, de jugadores difíciles, de escudos, de banderas, de láminas claves, un mito antiguo que aun ronda el ambiente del coleccionismo. En las veredas de la calle Emilio Vaisse, en plena comuna de Ñuñoa, Panini permite que estos pequeños entomólogos del fútbol, busquen sin descanso especies en extinción autoadhesivas. Nadie
CRÓNICA / FEISAL SUKNI
anda con cola fría, el peor pegamento para álbumes, ni con stickfix, porque el sistema se ha sofisticado pero lo fundamental se mantiene. La incertidumbre del sobre sin abrir sigue latiendo. El vértigo de romper suavemente el envoltorio, esperando que las repetidas no arruinen el asombro. Así recorrimos la espera de la Copa América, primero completando el álbum a pocos días de que comenzara el torneo. Fuimos a cada partido con los amigos del alma y la familia. La galería sur del Estadio Nacional fue nuestro lugar donde miramos atentos el curso de la historia. La épica de la espera, la coordinación con la madre del niño, con los amigos, la reserva de los asientos, la ansiedad que nos consumía hasta llegar a la final. El álbum nos esperaba en casa como en un altar. Samir estaba confiado. Las cábalas se respetan, no se explican. Equipo que gana repite. Repetimos el rito con los feligreses que somos y que fuimos testigos de la gesta, que para mí comenzó mucho antes.
II.
“Comer maní era la ley, solo un paquete por partido. Al baño solo se va en el entretiempo. Los goles se gritan. Los niños pueden decir garabatos en el estadio. Los colores se defienden”. Mi padre consiguió algo importante gracias a la repetición y el silencio, convertir a sus hijos en devotos de esta iglesia a techo abierto que es el fútbol. Cada fin de semana recorríamos los estadios de Santiago. El Santa Laura, El Nacional y La Cisterna eran los de siempre. Las jornadas dobles y triples llenaban las tardes de sábado y domingo en
NO EXISTEN DATOS claros y distintos sobre la cantidad de láminas en colores sobre los “Padres de la Patria”, “El Cuerpo Humano”, “La Flora y Fauna” e “Instrumentos Musicales” que se vendieron en Chile desde 1947 para apoyar las tareas de generaciones de escolares que fueron dibujadas por la talentosa mano diestra de Luis Enrich Font, el creador de Mundicrom, conocido como Enrich D’Oc. Este artista descubrió que en el Chile del año ‘47 los estudiantes no tenían dónde buscar información gráfica para apoyar sus quehaceres. Así, ideó la confección de las primeras láminas de Bernardo O’Higgins, Arturo Prat, José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, cuyos ejemplares salieron ese año desde una máquina tarjetera manual y que marcaron la época estudiantil de los cincuenta y las décadas venideras. Este hombre, que fue un amante y coleccionista de trenes y soldados de plomo en miniatura, lanzó el primer álbum deportivo que se hizo en el país en el año 1957 con dibujos de los jugadores de los planteles futboleros de la época. Fue tanto el éxito de ese producto que se mantuvo en los quioscos y librerías durante tres años. En 1969 lanzó el álbum “Historia de Chile” y más tarde “Historia del hombre” y “Flora y Fauna”, algunos de los cuales fueron, incluso, vendidos a España y Centroamérica, con tirajes que superaron los cien mil ejemplares cada uno. Los restos de D´Oc descansan en el Parque El Sendero, de Maipú.
los 80. El sorteo de la pelota en el entretiempo de Independencia era un imperdible y así. El único Dios en mi familia era redondo y se respetaba como a la madre. Fútbol por TV, en todos los noticiarios, repeticiones, fútbol en la Liga La Reina acompañando a mi padre desde que tengo memoria, ayudándolo a armar su bolso, lustrando zapatos de fútbol con negra pasta, descubriendo las jaboneras plásticas, los shampoo en sachets, las vendas bien enrolladas y las chalas para la ducha como claves de un bolso que se precie de tal. El fútbol se vivía en
la galería acompañando a mi viejo y sus amigos. Comer maní era la ley, solo un paquete por partido. Al baño solo se va en el entretiempo. Los goles se gritan. Los niños pueden decir garabatos en el estadio. Los colores se defienden. Vi a mi padre pelearse en Tribuna Andes después de gritar un gol de Palestino, siempre siendo minoría. Se paró, gritó el gol y aplaudió en medio de un estadio casi lleno de hinchas rivales. Ofreció combos al que osara cuestionar su derecho a putear al árbitro y festejar un gol aunque fuera el del empate. Mi padre ya no va al estadio. Prefiere el CDF. Pero
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EL PRIMERA “FIGURITA” de la que se tiene registro en el mundo formaba parte de una serie publicada por la Bognard Lithography de París en 1867 y fue realizado para ilustrar los pabellones de la Feria Industrial Mundial de aquel año. Seguidamente, aparecieron las cartas de los cigarrillos del Marqués de Lorne; es decir, las imágenes de cartón que se usaron desde 1879 en los Estados Unidos para que los paquetes de cigarrillos de esta marca fueran más fuertes. Giuseppe Panini, fundador de la empresa internacional que actualmente lidera el mercado, comenzó a imprimir figuritas en 1961. En 1970, con motivo del Mundial de Fútbol de México, lograron salir de Italia comercializando una edición internacional de su álbum. Giuseppe Panini murió el 18 de Octubre de 1996 a la edad de 71 años. Actualmente, Panini es la editorial de coleccionables más grande del mundo, con presencia en más de 100 países.
Cuando el fútbol no era cool, cuando los intectualoides lo despreciaban, cuando la literatura y el fútbol no se tiraban ni una pared, ahí se forjaron devociones genuinas lejos de la impostura. La Selección siempre es una impostura, una farsa necesaria pero transitoria. para la Copa América se sumó a los abonos y fuimos con mis hermanos, mi hijo y mis amigos. Yo quería llorar desde el primer pitazo hasta el último. El fútbol me regaló un padre que nunca estuvo para hacer tareas porque no las entendía, ni para explicarme ecuaciones o palabras raras en inglés. Tiempo sin internet donde las enciclopedias eran todo. Los 12 tomos de la colección Sopena fueron la mejor asistencia escolar que pude haber tenido.
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Pero sobre los tablones de madera del Estadio Nacional o escuchando el sonido del latón del Santa Laura no había mejor guía que mi padre. Para eso son los padres, el resto lo hace Google o el colegio. Pero las claves de cómo sobrevivir en un estadio, cómo colarse, cómo orinar en los baños de galería sin mojarse, cómo moverse en los laberintos de la masa, cómo negociar con el acomodador de autos, el vendedor de lo que fuera, cómo gritar, cómo entender qué era lo importante, eso sólo lo saben algunos y esos son los padres. En un tiempo donde la femeneidad lucha por borrar cualquier vestigio de masculinidad a secas, donde no se puede escupir, denostar a nadie, sacar la madre, ni nada… En un tiempo donde todos son falsamente respetuosos, el Estadio sigue siendo un lugar destinado al exceso, como un buen templo de la desmesura.
III.
La Copa América realizada en Chile puso a Samir de ocho años junto a su abuelo de 68 en el mismo rincón que nos reservó la historia. El himno, al que tantos le hacen asco porque el patriotismo está en desuso, sonó claro y demoledor. O la tumba serás de los libres o el asilo contra la opresión. Oprimido el pecho y liberada la garganta cantamos y cantaremos. Cuando el fútbol no era cool, cuando los intectualoides lo despreciaban, cuando la literatura y el fútbol no se tiraban ni una pared, ahí se forjaron devociones genuinas lejos de la impostura. La Selección siempre es una impostura, una farsa necesaria pero transitoria. Lo único que queda es el grito seco de gol tatuado en la memoria que logra reunir a un niño de ocho con un viejo de 68 en un momento irrepetible en la historia de un fútbol sin historia como el chileno. Samir juntó con éxito el álbum de la Copa América Centenario. Segundo álbum completo. Una segunda Copa completa. Seguir a la selección por la tele tiene otro sabor pero Samir podrá paladear estos momentos cada vez que decida abrir las páginas de su memoria marca Panini, donde no salen los amigos de su padre, ni su padre, ni su abuelo, pero se intuyen como los dioses en un templo en ruinas. *Es periodista, poeta y romántico viajero. Su más reciente poemario es “Poemas de Invierno Para Leer en Primavera” (Obrera Gráfica, 2015), del que quedan unos pocos ejemplares en Librería Lolita. Samir es su primer hijo, y tendrá compañía pronto.
FOTO: LATERCERA
SEBASTIÁN PIÑERA
El dueño de todo. Del equipo, del país y, obvio, de la Copa.
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Por Cristobal Correa
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FOTOREPORTAJE / EL ÚLTIMO BOHEMIO
EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO www.decabeza.cl