Plutarco Gonzalez Pliego

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Plutarco González Pliego, espada del liberalismo Norberto López Ponce *

Un personaje toluqueño que históricamente no ha sido valorado en toda su magnitud es don Plutarco González Pliego. El motivo quizá radique en el hecho de que no fue el intelectual del liberalismo de primer orden que hubiera dejado innumerables obras doctrinarias escritas; si fue en cambio, el humilde ciudadano que puso su brazo y espada al servicio de la patria y luego su vida en favor de la causa liberal. Hoy la figura de don Plutarco sigue esperando el homenaje de los liberales mexiquenses.

Don Plutarco nació en Toluca el 13 de agosto de 1813, justo cuando el movimiento insurgente, con el cura José María Morelos y Pavón a la cabeza, se hallaba en su punto más alto y se organizaba en Chilpancingo el Congreso de Anáhuac, mismo que se encargaría de


redactar una constitución liberal. Plutarco fue hijo de don Agustín González y la señora María Pliego. Nada se sabe de su infancia, aunque se afirma que cursó la educación elemental en su ciudad natal y que su nombre aparece en el Instituto Científico de Toluca como uno de los alumnos que asistía a las clases impartidas en 1834 por José María Heredia. A los 34 años acudió al llamado que había formulado el gobernador Francisco Modesto Olaguíbel, para que los ciudadanos toluqueños se enrolaran en la Guardia Nacional a fin de combatir la invasión norteamericana en el año de 1847. En tal condición figuró en la compañía de Juan Garza, la misma a la que también pertenecía el subteniente de ingenieros, Felipe Berriozábal Basabe. Este joven zacatecano, por cierto, casó a los veintisiete años en Toluca, el 29 de mayo de 1851, con doña María de la Merced Madrid, hija de don Luis Madrid y doña Ignacia Mañón. Como patriota no fue indiferente a la noticia publicada por los diarios de la capital el día 1º de marzo de 1854 anunciando que en la Costa Chica se había pronunciado contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna el general Antonio Villarreal enarbolando el Plan de Ayutla.

La revolución de Ayutla

La revolución de Ayutla era una rebelión liberal, porque reclamaba esencialmente la restitución de las libertades públicas. En sus considerandos, el movimiento denunciaba que la fuerza de un poder absoluto y despótico ejercido por un solo hombre, había hollado las garantías individuales. De ellas, causaba excesiva irritación aquella que silenciaba a la opinión pública mediante restricciones a la libertad de imprenta. Junto a esta exigencia básica, el documento protestaba contra el recargo de contribuciones onerosas impuestas a un pueblo pobre, y utilizadas para sufragar gastos superfluos y promover la confección de fortunas de favoritos. Reprochaba igualmente, que las promesas de gobernar olvidando resentimientos personales y no entregarse a un partido, habían sido incumplidas. Elevando razones patrióticas acusaba a Santa Anna de atentar contra la integridad del suelo nacional al vender


a los norteamericanos el territorio de la Mesilla y de vulnerar la independencia nacional. Por tales consideraciones, el país requería salir urgentemente del formato centralista y del gobierno caprichoso de un solo hombre y entrar a una fase de estabilidad duradera, sólo posible, bajo instituciones republicanas. En los primeros días de enero de 1855 la causa de los revolucionarios del Plan de Ayutla sumó importantes adquisiciones con el ingreso de Plutarco González y de Felipe Berriozábal. De acuerdo con el plan rebelde, González Pliego al abanderar los principios liberales en la entidad, se convertía en comandante en jefe de las fuerzas insurrectas del Departamento de México. Dentro del panorama de resquebrajamiento de la dictadura, el 10 de enero de 1855 Temascaltepec fue invadido por 600 rebeldes quienes aprehendieron a algunas personas y exigieron préstamos forzosos a los principales vecinos. Allí J. Félix Peñaloza exhortó a las autoridades y pobladores del lugar a secundar el plan de la revolución. Si no lo hacían, aseguraba que él no se hacía responsable de los desastres que cometieran las fuerzas pronunciadas. A finales de enero los revolucionarios sureños habían avanzado al norte del Estado de México e invadido la Villa de Tenancingo y ocupado la hacienda de Ayala, perteneciente a San Felipe del Obraje. Por si esto fuera poco, la Villa del Valle era amenazada por 600 hombres al mando del pronunciado Plutarco González y por el oriente de la entidad, en la Villa de Huichapan, los indígenas se resistían al pago de las contribuciones, protegidos por los sublevados. En esta última manifestación, el subprefecto de ese lugar identificaba un acuerdo entre los pueblos y los sublevados y el renacimiento de la guerra de castas. El avance rebelde hacia la capital del Departamento se efectuaba de manera peligrosa para las autoridades santanistas. El 8 de febrero, Tenango del Valle fue asaltada por don Plutarco González teniendo una dura resistencia de los defensores locales. Los rebeldes se dirigieron al sur para asediar a Tenancingo. La autoridad santanista local no encontrando eco a su exigencia de apoyo en la comunidad, se retiró dejando inerme la plaza. El 8 de marzo entró a Tenancingo don Plutarco González imponiendo en el acto préstamos forzosos para la revolución de Ayutla. Una vez obtenidos los recursos tomó el rumbo de Zacualpan. Al


situarse cerca de la población minera, las guerrillas de González tendieron un sitio. Sin que pudieran recibir el auxilio de las guarniciones de Toluca e Iguala, Zacualpan fue tomada por los rebeldes. Para el mes de agosto, la rebeldía en el país contra el régimen de Santa Anna había rebasado los mecanismos de control gubernamental, amén de que ya no existía el consenso social real para apuntalar la dictadura. No fue raro, en consecuencia, que no obstante la petición “unánime” del pueblo para que Su Alteza Serenísima siguiera al frente de la nación, el 14 de agosto de 1855 el hombre imprescindible tomó la sabía decisión de abandonar Palacio Nacional a fin de acabar con el derramamiento de sangre y salir cautelosamente de la ciudad de México. Tres días más tarde, en Veracruz, el buque de guerra “El Iturbide” lo condujo a su amado refugio en Turbaco, Colombia.

El ejército Restaurador en Toluca

Apenas se supo la noticia de la salida de Santa Anna de la ciudad de México, el 15 de agosto el Gobernador centrista José Mariano Salas salió precipitadamente de Toluca. Ese mismo día las fuerzas rebeldes del general Plutarco González ocuparon la capital del departamento. Luego, bajo la presidencia del Ayuntamiento de Toluca, se efectuó una reunión a la que asistieron los vecinos de la ciudad, jefes y oficiales. Todos firmaron el acta por el cual reconocieron el Plan de Ayutla en todas sus partes, y de acuerdo con el mismo, convenían que era Gobernador y Comandante General del Estado de México el general Plutarco González. En la Secretaría General se designó a don Manuel Alas. Al día siguiente, la guarnición y autoridades de Cuernavaca también manifestaron su adhesión al Plan de Ayutla. Ya como autoridad política y militar de la entidad, el 18 de agosto de 1855 don Plutarco González dirigió una proclama a los habitantes de su comprensión señalando que se había visto obligado a aceptar el cargo porque estaba interesado en que no se violentara ni un ápice el plan proclamado en Ayutla. Para tal efecto se había rodeado de personas patriotas y enérgicas que garantizaran su cumplimiento. Hizo referencia a la necesidad de restañar las hondas heridas causadas a buenos mexicanos y dar gracias a la Divina


Providencia por haber reducido a cenizas los patíbulos que levantó el despotismo. En la parte final hizo un llamado político: “Conciudadanos: tenéis por fin la libertad y garantías individuales a virtud del nuevo orden de cosas que ha venido a establecer la revolución que hemos sostenido con las armas en la mano”.

Las entidades que iban cayendo en poder de los revolucionarios restituyeron de inmediato el orden republicano. En ese sentido, don Plutarco González al asumir el gobierno de la entidad, obrando en consonancia con el Plan de Ayutla, puso fin a la calidad departamental del territorio mexiquense y regresó a la de Estado de la federación. Reconoció por medio del decretó el 27 de septiembre de 1855, los límites del Estado de México de acuerdo a los establecidos por la Constitución del 14 de febrero de 1827. El territorio del Estado quedaba comprendido por los Distritos de Cuernavaca, Morelos, Huejutla, Sultepec, Texcoco, Tlalnepantla, Tlalpan, Toluca, Tula, Tulancingo y Cuautitlán; los Distritos


comprendían sus antiguos partidos y las municipalidades serían los mismos que existían en ese momento. La providencia liberal hizo nugatorio el decreto santanista del 16 de febrero de 1854 que había arrebatado la mitad poniente del Valle de México para agregarlo al Distrito Federal. Adicionalmente, el Consejo del Estado, reconoció como legítima la deuda que en calidad de Jefe de las fuerzas del Ejército Liberador había contraído

para la

manutención de las tropas y gastos de la campaña. Luego y de acuerdo con el artículo 20 del Estatuto provisional y previo acuerdo del Consejo del Estado, decretó el nombramiento de Magistrados y Fiscales del Tribunal Superior del Estado, quedando como Presidente del mismo el licenciado Agustín Gómez. Restablecido parcialmente el orden republicano y federal en el Estado de México por don Plutarco González, el 24 de septiembre dispuso don Juan Alvarez, desde Iguala, que los representantes de los departamentos que deberían elegir al presidente provisional, conforme al plan de Ayutla, se reuniesen el Cuernavaca el 4 de octubre de 1855. Por el Estado de México, Alvarez designó a don Sabás Iturbide La Junta de Representantes revolucionarios fue instalada por el general Alvarez en el teatro de Cuernavaca el 4 de octubre. El asunto central relativo a la elección de Presidente de la República quedó resuelto cuando los representantes votaron por don Juan Alvarez.

La lucha contra la reacción

Desde la posición de Jefe del Ejército Restaurador en el estado de México, y por lo tanto encargado del gobierno militar y civil de la entidad, don Plutarco González asumió la responsabilidad de combatir los pronunciamientos de los católicos fundamentalistas y de los conservadores doctrinarios que se oponían a la Ley Ocampo, a la Ley Juárez y a la Ley Lerdo, y sobre todo a prestar juramento a la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1857, síntesis de las ideas liberales. Don Plutarco no era un liberal exaltado ni tampoco un apóstata del catolicismo. Era un ciudadano que se oponía a la tiranía personal, al gobierno de caricatura y que distinguía los límites del reino terrenal del espiritual; incluso, con mucha diplomacia buscó que el Arzobispo de México designara en las poblaciones mexiquenses de


primer orden a los curas para que éstos se abocaran a cumplir con las labores espirituales propias de su ministerio.

Como admirable patriota, González Pliego no buscó el poder ni se aferró al mismo. Con humildad, hubo de renunciar al Ejecutivo del Estado de México el 16 de enero de 1857 y entregar el gobierno a Mariano Riva Palacio. El motivo de su dimisión tuvo que ver con los cruentos acontecimientos ocurridos a finales de diciembre en Cuernavaca. Allí, una partida


de hombres armados asaltó la hacienda de San Vicente establecida en el citado distrito y asesinó a cinco españoles, entre ellos un sobrino y un hermano del propietario de la finca, Pío Bermejillo. El hecho sangriento acaecido el 18 de diciembre de 1856 tuvo tal impacto que la nación, que generó un problema internacional dado el rompimiento unilateral de la Corona española de las relaciones diplomáticas con el gobierno mexicano. Al separarse de los negocios gubernamentales y dejar el poder en manos de Mariano Riva Palacio, dijo que su permanencia en el gobierno del estado ya no era útil a la causa pública. Se retiraba con la conciencia tranquila porque siempre había procurado hacer el bien y había hecho cuanto estaba de su parte para impedir los estragos de la guerra civil que sólo llevaba llanto, desolación y miseria a los mexicanos. Y terminaba con una declaración de esperanza: “¡Ojalá que la Divina Providencia más propicia con vos que conmigo, os tienda una mano protectora para guiaros con acierto en vuestras determinaciones y que vuestra política y vuestra prudencia pongan término a la discordia civil que nos destroza y vuelvan al estado de calma y prosperidad de que es tan digno!”.

La muerte de don Plutarco

En el mes de septiembre de 1857, los grupos conservadores pronunciados en el estado de México contra la Constitución del 5 de febrero de 1857, constituían en la entidad una seria preocupación para el gobierno local. El partido reaccionario había reunido todas sus fuerzas y recursos con el fin de generalizar el descontento en el país, impedir la instalación del Congreso nacional y provocar un movimiento extraordinario que hiciera recular la reforma del Estado y la sociedad, expresada en la Carta Magna liberal. Bajo el lema de “Religión y Fueros” los conservadores buscaban restablecer los tiempos del pasado régimen de privilegios corporativos. La fuerza reaccionaria más peligrosa era representada por el general José María Cobos. A principios de ese mes había saqueado el pueblo de Amanalco y luego, bordeando la ciudad de Toluca por el sur, había atacado Capulhuac. Los asaltos tenían su origen en la resistencia de los pueblos para adherirse a los pronunciados y en la negativa para aportar


dinero para el sostenimiento de las tropas conservadoras. Incluso, en venganza por la derrota sufrida en las afueras de Santiago Tianguistenco, Cobos fusiló a varios miembros del Ayuntamiento de Capulhuac que llevaba como prisioneros. Adicionalmente, el jefe de la policía de Toluca, don Amado A. Guadarrama defeccionó del puesto y persuadió a los hombres que estaban a sus órdenes para seguirlo en la aventura reaccionaria. Unos días después estos hombres recorrían los pueblos recogiendo armas, pertrechos de guerra y exigiendo dinero. Luego, unidas las fuerzas de Cobos y de Guadarrama asaltaron Tecualoya, no sin antes encontrar una dura resistencia por parte del alcalde José María García y del cura Jesús Díaz Leal. Tan grave era la emergencia que el gobernador Mariano Riva Palacio declaró el 18 de septiembre de 1857 al Distrito de Toluca y Sultepec en estado de sitio. El general José María Cobos continuó su desplazamiento para Sultepec y enseguida para Texcaltitlán, imponiendo préstamos y cometiendo actos violentos sobre las poblaciones. La marcha de Cobos continuó hacia Metepec. En esa población visitó al cura de Metepec, José Guadalupe González como a las diez de la noche con el objeto de sacarle dinero, pero como no lo tenía, fue amenazado con secuestrarlo en la segunda visita si no les entregaba el dinero que le pedían. Alarmado, el sacerdote huyó de su parroquia para salvar su persona. El comportamiento de este ministro de la Iglesia contrastaba con el de la parroquia de Capulhuac. Allí, los vecinos se habían negado a colaborar con Cobos y hecho énfasis su adhesión al gobierno liberal. Cobos sacó sus fuerzas del valle de Toluca y se dirigió hacia Cuautla y Cuernavaca por dos direcciones. Situado Cobos en aquella región, la guarnición de Cuernavaca compuesta de 200 hombres se pronunció el 22 de octubre de 1857 en favor de la bandera reaccionaria. En el acto don Plutarco González, desde Toluca, marchó con su brigada en dirección de Cuernavaca y de la ciudad de México se desprendió otra columna mandada por Miguel Buenrostro. Don Plutarco González llegó a Cuernavaca y la ocupó sin resistencia el 26 de octubre de 1857 cuando ya había sido evacuada por los pronunciados y marchaban por el rumbo de la hacienda de Temixco y el pueblo de Sochitepec. Unidas las dos fuerzas liberales en Cuernavaca hasta hacer un total de 800 hombres, los dos jefes emprendieron precipitadamente la persecución de Cobos que iba hacia Iguala.


El ansia por exterminar aquel foco de intranquilidad pública, quizá los hizo desatender ciertas providencias. El 28 de octubre, cuando pasaban por la cuesta del Platanillo, perteneciente al estado de Guerrero, de las rocas situadas a uno y otro lado del camino, surgieron los hombres del pronunciado, coronel Moreno, descargando una lluvia de metralla sobre las inermes y sorprendidas tropas liberales. Uno de los primeros en caer por efecto de los disparos fue el general Plutarco González. Sin jefe que impusiera el orden, el desconcierto fue total. Las tropas leales al gobierno corrieron en desorden buscando salvar la vida; algunos lo lograron, pero otros cayeron abatidos por las balas o atravesados por las lanzas y espadas. La derrota de las tropas de don Plutarco González ya era inminente cuando se presentó por la retaguardia el general Miguel Negrete que había salido de la población de Iguala. Al levantar el campo, Negrete halló el cuerpo sin vida del general Plutarco González. El cadáver del insigne jefe liberal Plutarco González llegó a la ciudad de Toluca el 4 de noviembre. Sin mayor trámite sus familiares quisieron darle sepultura eclesiástica en el cementerio de Toluca; pero el cura de la parroquia, Buenaventura Merlín, se opuso tenazmente, argumentando que cumplía con las circulares de la Sagrada Mitra. Según las órdenes, los curas tenían prohibido dar sacramentos y sepultura eclesiástica a quien después de haber jurado la Constitución de 57, no se retractara públicamente. El gobierno republicano de don Ignacio Comonfort respondió enviando al comandante Emilio Lambert a aprehender al citado párroco, pero este ya se había escondido. Ante tal circunstancia, el cuerpo de don Plutarco González fue enterrado en el panteón de San Diego del barrio de Toluca, sin que interviniera para nada ninguna autoridad eclesiástica, por haber muerto fuera del gremio de la Iglesia. La muerte de González Pliego solo mostraba la intolerancia de la Iglesia para aceptar la separación de las cosas de Dios respecto de las cuestiones del César, intransigencia que finalmente estallaría el 17 de diciembre de 1857 dando comienzo a la Guerra de Reforma. *Investigador del Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México.


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