nota de tapa • Por Denise Tempone - Fotos: Gustavo Pascaner
“ahora me
quiero” Uno de los más polémicos y provocadores de nuestro rock se presenta en el Luna Park. Los diez años de kirchnerismo, su presente y su pasado: “Me convertí en el tipo al que antes yo le gritaba puto”.
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i algún desdoblamiento chamánico, de esos a los que tanto le gusta hacer referencia, le hubiese permitido al Cordera de hace quince años cruzarse con el actual, se sabe perfectamente lo que le hubiese gritado: “¡puto!”. La certeza la tiene él mismo, terrible exponente del “rock chabón”, peleador, híper fálico y reo. Hoy y acá Gustavo Cordera reflexiona y acaricia su clásica barba –chiva- que ahora luce prolijamente limitada sobre una piel llamativamente bronceada, que acentúa sus sorprendentes ojos verdes. Hay sobre él ropa deportiva, suelta, sólo que ya no en versión joggineta sino en forma de un outfit prolijo, que cubre un cuerpo llamativamente tonificado por largas caminatas, natación y comida sana.
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“Sí. Me convertí en el tipo al que antes yo le gritaba puto, es así”, dice con una sonrisa tan socarrona como tierna y con la impunidad que brindan las decisiones conscientes, elaboradas hasta la médula, como al parecer están las suyas hace tiempo. A Cordera le gusta que lo toreen, casi tanto como torear y tal vez por eso es el primero en torearse a sí mismo, incluso en ejercicios imaginarios con viajes temporales como éste. En el fondo, percibe como un gran cumplido cualquier cuestionamiento fogoso o gesto de desconcierto sobre su persona y eso lo vuelve tan audaz como exasperante. Pese a quien le pese, su temperamento cizañero tiene con qué defenderse. Casi seis años pasaron desde que dejó su banda para cortarse por uno de los caminos más denostados del rock barrial, un camino casi
sin sobrevivientes de la era “chabona”: el de solista. Reinventado, ahora está a punto de alcanzar una de sus más altas cumbres. Cuando el próximo 21 de noviembre Cordera se pare en el escenario del estadio Luna Park para presentar su “Caravana Mágica”, hará algo mucho más importante que reír último y reír mejor, revalidará su innegable conexión con los signos de los tiempos y su sensibilidad popular. Aquella sensibilidad que le permitió convertirse en el vocero de una generación rockera orgullosa de la estética del rezongo y el dedo denunciante, para aventurarse a descifrar otro modo de hacer música. Más festivo, femenino, electrónico y colorido pero igual de pretencioso y cabrón. “El Pelado” explica cómo, donde otros ven traición, él encuentra revolución, reinvención y expan-