nota de tapa • Por DENISE TEMPONE - FOTOS: tabatha lombardo
“josé” nació en China, Nilda llegó desde La Paz, Obadiah es nigeriano, y Svetla, búlgara.
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(TAMBIÉN)
SOMOS
AR GEN TINOS Nacieron en Nigeria, China, Bolivia y Bulgaria pero aquĂ encontraron su patria. Historias de vida de los nuevos inmigrantes.
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“Llegué el martes 2 de febrero de 1977”, recuerda, con mucha precisión, Obadiah Otitigbe Oghoerore Alegbe. “¿Cómo olvidarme? Es una fecha que aún hoy festejo con mi hijo. Cada 2 de febrero lo invito a cenar y le cuento, por enésima vez, los detalles de ese día”, confiesa entre risas. Su hijo, Oviri, con una argentina descendiente de italianos ya tiene 17 años, y conoce la historia en detalle; sin embargo, no deja de escucharla con asombro y de preguntar intrigado como la primera vez que logró entenderla. Probablemente sea la actitud de su padre y no tanto la travesía en sí, lo que lo asombre. Como asombra a todos. En los años ´70, Obadiah, que es de origen nigeriano, estaba viviendo en Liberia, donde conoció casualmente a un diplomático que resultó ser ni más ni menos que el médico de Juan Domingo Perón. Obadiah, que ya era técnico en telecomunicaciones, no puede explicar exactamente qué lo hizo manifestarle con tanta vehemencia que quería estudiar ingeniería en la Argentina, simplemente lo hizo. “Cuando una puerta se abre, nosotros, los hombres africanos, que somos audaces por naturaleza, no nos preguntamos mucho, simplemente avanzamos”, explica. “Hubo algo muy lindo, calidez. Y ese grupo de diplomáticos me dijo que cuando necesitara la visa y una beca de estudios, pasara por la embajada”. Pocos días le tomó a Obadiah terminar de decidir que estaba completamente dispuesto a volar y a estudiar en un país del que no conocía ni una palabra de su lengua.
Pero su destino casi se tuerce el día que llegó a la embajada. Coincidió con uno de los días más fatídicos de la historia argentina: el 24 de marzo de 1976. “Lo lamentamos pero ha habido un golpe de Estado en la Argentina. Podemos darte la visa pero olvídate de la beca”, le informaron. “Tengo salud, soy fuerte. Si llego allá voy a poder buscarme un trabajo y pagarme la carrera yo solo”, les respondió él. Ya estaba completamente decidido. Ese mismo martes 2 de febrero de 1977 se enamoró de Buenos Aires. “Ya desde el cielo amé esta ciudad”, afirma. Y aunque tuvo que rehacer el colegio secundario (aquí no le reconocieron ninguno de sus estudios), trabajar en fábricas del conurbano durante varios años y anotarse en coros religiosos para tener al menos un amigo que se tomara el trabajo de enseñarle español, Obadiah finalmente logró ingresar en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires. Hoy no sólo está recibido de ingeniero en Electrónica sino que además es docente de la carrera de Sistemas en la Universidad de Lanús y de Tecnología Ferroviaria. Como si todo esto fuera poco, además, preside la Asociación Civil de Nigerianos en el Río de la Plata, para ayudar a quienes, como él, llegan para encontrar un mejor destino. “Argentina es el mejor país del mundo, la tierra de las posibilidades. Es un país sin racismo, abierto y con gente dispuesta a ayudarte. Por todo eso, si uno viene con voluntad, el cielo es el límite”, concluye con una gran sonrisa.
En los años 70, Obadiah conoció en Liberia a un diplomático argentino, el médico de Perón. Consiguió una visa y en 1977 se instaló en Buenos Aires donde consiguió recibirse de ingeniero después de mucho trabajo y esfuerzo.
Obadiah Otitigbe Oghoerore Alegbe “Argentina es el país de las posibilidades” • País de origen: Nigeria • Ocupación: Ingeniero en Electrónica y docente universitario • Edad: 59
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Luego de un matrimonio fallido por violencia a los 22 años, con un hijo a cuestas, Nilda sintió que era hora de cumplir su sueño. Ella estaba segura de que estaba predestinada: había leído las señales. Había nacido en la ciudad de la Paz, es cierto, pero no en cualquier lado: en la avenida Buenos Aires. Desde entonces cada vez que regresaba a su casa, miraba el cartel y pensaba con ilusión que, de alguna manera, ella ya vivía en la tierra prometida. Nilda pasó años mirando revistas argentinas, “donde las familias veraneaban en paisajes hermosos”, y observando atentamente que cada uno de sus productos favoritos en las tiendas, decían “hecho en Argentina”. Pero a pesar de tenerlo tan claro, su primer destino argentino fue Salta. Eso era lo más cerca que podía llegar. En esa ciudad, Nilda trabajó duro, conoció a su segundo esposo y tuvo otro hijo, juntó algunos pesos y finalmente decidió enfilar hacia la gran urbe junto a ellos. Lo único que tenían era eso: plata para llegar hasta Retiro. La ilusión comenzó a desmoronarse en ese destino. “Nos quedamos sentados en la estación intentando dar con un compatriota que nos dijera qué hacer, a dónde ir. Fueron días muy terribles”, asegura mientras se le caen las lágrimas. Pronto alguien los reclutó: un taller textil bonaerense que les daría techo y trabajo. No lo sabían, por supuesto, pero pasarían, todos juntos, a engrosar las filas de los trabajadores clandestinos. “No fue tan malo”, se consuela Nilda. “Al menos
podíamos dormir bajo un techo y me dejaban tiempo para darle la teta a mi hijo”. Era 1993 y la paga era de $119 mensuales, una cifra que jamás les alcanzaría para concretar el plan para alquilar su propio departamentito, a no ser que su marido aceptara trabajar casi sin dormir, el doble de horas. Eso hizo. Al cabo de un largo tiempo de gran desgaste físico, mental y anímico, la familia pudo dejar el taller para alquilar algo en Floresta y buscar nuevos rumbos laborales. Las cosas no serían fáciles de esa manera tampoco. Nilda lo corroboró cuando descubrió que durante los mediodías, su hijo se escapaba del colegio para no decirle a ella que en realidad esa cuota, que tanto le costaba pagar, no incluía el almuerzo al que todos sus otros compañeros sí accedían. “Me sentí tan mal que fui a sacarlo de colegio. Cuando la directora me preguntó por qué, me puse a llorar y le confesé la verdad. Ella me miró con mucho amor y me dijo que mi hijo comería igual, que ella se ocuparía en persona de eso. Ahí entendí que en la Argentina uno puede pedir ayuda, uno tiene que hablar y las cosas pueden solucionarse”, explica mientras se seca las lágrimas. Hoy, Nilda es empleada administrativa en el Gobierno de la Ciudad. Sus hijos son estudiantes universitarios: uno está cursando el segundo año de Ingeniería y otro el cuarto de Medicina. “No tengo casa ni auto ni veraneo en lugares hermosos, pero le conseguí a mis hijos lo más importante que pueden tener: una educación excelente. Siempre amaré a este país por eso”, concluye con una sonrisa.
¿Un crisol de razas? Ronda en el imaginario colectivo una idea de que la población extranjera es numerosísima. Eso es relativo. Según el Censo 2010, hay tan sólo 1.805.097 extranjeros residentes, quienes representan el 4,5% del total de los habitantes. La cifra no cambió demasiado en el último tiempo: una década atrás era el 4,2%. Datos muy inferiores al pasado lejano: en 1914 eran casi el 30% de la población. Y si de inmigración limítrofe se trata, pocas han sido las oscilaciones: entre 2001 y 2010 la diferencia fue de 0,5% del total. En términos de porcentuales, resulta interesante que otras naciones con tradición inmigratoria alberguen mayor cantidad de extranjeros. De acuerdo al Informe sobre Migraciones 2010 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la Argentina ocupa el puesto 126 sobre 230 países relevados.
El primer destino laboral de Nilda y su familia en Buenos Aires fue en 1993, en un taller clandestino. Su primer sueño cumplido fue alquilar una vivienda en Floresta, y el más importante: hoy sus hijos son estudiantes universitarios.
Nilda Carrillo Coaquira “Siempre amaré este país donde les
conseguí a mis hijos una educación”
• País de origen: BOLIVIA • Ocupación: Empleada administrativa • Edad: 56
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Svetla Karova es secretaria de Salud, Seguridad Laboral y Medioambiente de la Confederación Independiente de Sindicatos de Bulgaria (CITUB). Con una carrera brillante en su país como bióloga y economista, un buen pasar económico, un hijo y un marido, parecía ya estar asentada definitivamente en su país. Sin embargo, hace siete años, la curiosidad por la Argentina comenzó a picarle. Participaba de una conferencia de medio
ambiente en África cuando eso sucedió por primera vez. En esa ocasión, Svetla hizo sus primeros amigos argentinos. “Gente adorable, muy cálida que terminaron de despertar mi interés por Latinoamérica”, recuerda. “Sonaba tan interesante Argentina. El tango, la historia, la tierra…No lo dudé un segundo y en 2006 saqué pasajes para visitarlos y conocer lo que tanto idealizaba en mi mente”, relata. Lo que encontró, asegura, fue aún mejor. “Amé, amé, amé esta ciudad en cuanto llegué”, confiesa. “Además de su belleza, amé a la gente que es muy parecida a la de Bulgaria: son cálidos y extrovertidos. Aunque no se sabe nada de Bulgaria, tenemos mucho en común”, asegura. Tanto se enamoró que a los pocos días de aterrizar, ya estaba pensando con qué excusa volver. No le costó mucho encontrarla. “En este país hay tantas cosas interesantes que supe inmediatamente que podía aprender mucho, por eso decidí hacer una especialización en mi tema. A pesar de que uno piensa de que lo más fuerte académicamente está en Europa, en la Argentina el nivel académico es excelente”, observa contenta. Pocos meses después de esa visita, regresó. Se instaló en el barrio de Palermo pero aunque tenía varios meses de estadía asegurados por delante, desde ese mismo momento, comenzó a pensar, otra vez, cómo quedarse aún más. La idea no tardó en llegar: abriría su propia consultora. El tema que estudiaba era relativamente nue-
vo en este país y podría ayudar a difundir su causa. Con el tiempo, Svetla compartiría sus conocimientos con las más altas autoridades nacionales y para su sorpresa, aún tendría tiempo para ejercer su arte. “La prueba más clara de que iba por buen camino la tuve cuando noté que a pesar de que estaba trabajando un montón y aprendiendo mucho, encima me quedaba tiempo para trabajar en mi pintura y mis esculturas, algo que en Bulgaria me era imposible”, explica contenta. Como si todo esto fuera poco, Svetla consiguió, además, ubicar su propuesta en un circuito artísticos: “Ustedes los argentinos son muy curiosos y están interesados en otras culturas, por eso yo hoy puedo exhibir y mostrar más de mi país. Hay centros culturales y organismos que apoyan a artistas extranjeros para que sus obras se difundan”, dice sorprendida. Hoy, ella vive entre Bulgaria y Argentina y está orgullosa de ser un nexo entre ambas culturas y saberes.
“Aquí la gente es muy parecida a la de Bulgaria: son cálidos y extrovertidos. tenemos mucho en común”, dice Svetla que tiene su propia consultora y expone sus obras de arte en Buenos Aires.
Svetla Karova “Amé esta ciudad en cuanto llegué” • País de origen: BULGARIA • Ocupación: Licenciada en Relaciones internacionales y artista • Edad: 42
Fiesta de las colectividades
Una oportunidad para apreciar el aporte cultural de los extranjeros radicados en la Argentina se dará en este tradicional evento -con entrada libre y gratuita- programado para el 28 y 29 de septiembre en el parque interno de Migraciones en Retiro, donde se halla el antiguo Hotel de Inmigrantes (Av. Antártida Argentina 1355), junto al Apostadero Naval. Se trata de un megaevento con 60 stands de comidas, bebidas y artesanías tradicionales a cargo de asociaciones de colectividades; más un festival continuado (una presentación diferente cada 15 minutos) con la actuación de 40 grupos folklóricos con músicas y bailes típicos de los inmigrantes de pasado y el presente.
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Su verdadero nombre es Xue Cheng Wang pero se hace llamar José. “Más fácil, más argentino”, resume aún con acento chino. José llegó a la Argentina con 24 años, en 1994. Él no se enamoró a primera vista de la ciudad. Más bien lo contrario. Su padre había viajado a conocer la tierra en la que habitaban sus hermanos y sobrinos y había quedado encantando con Buenos Aires. Tanto que cuando regresó a la ciudad china de Ying Dan le recomendó a su hijo que, si quería trabajar y hacerse un porvenir, no lo dude y se mude a este país. “Él me habló de paisajes, de gente amable, de una hermosa ciudad. Así que decidimos venirnos los cuatro. Mi mamá, mi papá y mi hermano”, recuerda. Pero unos días antes del gran viaje, que duraría 48 horas con escalas en Malasia y África, a su papá le robaron la documentación para salir del país. Entonces, José, que aún ni sabía su nombre argentino, tuvo que convertirse en el hombre de la familia y afrontar cruzar el planeta sabiendo que lo hacía además, por el hijo que crecía en la panza de su mujer, Ying Deng. El impacto de su llegada fue traumático. “Llegamos al barrio de Pompeya, que estaba bastante sucio y tenía calles de tierra. Cuando pasé por el puente me quería morir. ¿A dónde estaban los paisajes? ¿A dónde estaba todo lo lindo que mi papá me había contado? ¡Me había mentido!”, dice exaltado. Para el momento en que finalmente llegaron a su hogar, la desesperación ya le quemaba el pecho. “Tenía que
haber un error. ¿Cómo íbamos a vivir en esa terraza?”, se preguntó cuando vio el galponcito que sus parientes habían armado arriba del tenedor libre que tenían en ese barrio. Era una construcción precaria con techos de chapa a donde apenas podían entrar parados. “Si hacía calor nos descomponíamos y si llovía, había que sostener el techo para que no se cayera. Ahí me di cuenta de que es impresionante toda el agua que cae en la Argentina”, dice aún admirado. La barrera del idioma fue el segundo gran trauma. “Tenía boca, tenía voz, tenía oídos pero era como ser sordomudo. O peor, porque vivía confundido. No me servían para nada. No entendía nada de nada de lo que me decían. Tampoco sabía hablar inglés así que la única manera de comunicarme era hacer señales y dibujitos”, recuerda con angustia. José se la pasó dibujando y mostrando notas que sus primos escribían para él durante los primeros cuatro meses. Las cosas comenzaron a cambiar cuando consiguió su primer trabajo en una fiambrería de Flores. “Empecé a caminar mucho por la ciudad. Para ir al trabajo, para hacer trámites. Descubrí Palermo, descubrí Puerto Madero, San Telmo y vi que Buenos Aires era una ciudad muy grande y que tenía partes muy hermosas, como me había dicho mi papá”, se tranquiliza entre risas. José descubrió algo más, “la gente conmigo era muy amable aunque no hablara nada de nada y siempre estaban dispuestos a ayudarme”. Finalmente, pudo recibir a su hijo y su novia, quien a partir de entonces se llama Rosa. Pronto, llegaría su segundo hijo, algo impensado en China donde solo se les permite tener uno. Hoy, José y Rosa atienden un supermercado propio en el barrio de Caballito.
Para leer: “Nosotros, los que vinieron”: vinieron a “hacerse la América” y terminaron haciendo la Argentina. Editado por la dirección Nacional de Migraciones.
A José lo desencantó su desembarco en Pompeya en los años noventa: “Estaba bastante sucio y tenía calles de tierra”. Se reconcilió con Buenos Aires cuando descubrió Palermo, Puerto Madero y San Telmo.
Xue Cheng “José” Wang “La gente me hizo las cosas más fáciles” • País de origen: CHINA • Ocupación: COMERCIANTE • Edad: 42
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