Se prepara Gualeguaychú

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sociedad • Por: Denise Tempone (desde gualeguaychú) - Fotos: Adan Jones

PREPARANDO Gualeguaychú se pone a punto para su gran fiesta en el Corsódromo. Los personajes detrás de las comparsas más populares del país.

T

odo empezó a principios del siglo XX y fue culpa de siete gatos locos. Siete y medio para ser exactos. “Eran ocho, en realidad, pero uno era muy bajito”, reza la leyenda contada por los vecinos. En 1916, tiempo antes de que hubiera 1.500 bailarines en escena, cinco comparsas, 70 mil plumas y un presupuesto de cuatro millones

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de pesos por agrupación, siete personas “y un enano” desfilaban por la estrecha Avenida 25 de Mayo cuando empezaba el carnaval. Era una murga y se llamaba, como era de esperar, “7 y ½”. Eran pocos sí, pero efectivos. Los vecinos de Gualeguaychú esperaban su paso anual con ansiedad. Por entonces no había presupuesto ni diseñadores, pero sí mucha ropa desprolija con la que nadie osaba salir.

Contagiados por su alegría, los más audaces comenzaron a unirse a su desfile. Otros, les compitieron y crearon sus propias murgas. Juntos decidieron organizarse mejor. No lo sabían por entonces, pero el efecto “bola de nieve” (¡o espuma!) que irían creando convertiría este desfile, casi cien años más tarde, en uno de los eventos más esperados del país y, eventualmente, en una de las fiestas más celebradas de nuestro país: el Carnaval de Gualeguaychú. PRIMER AMOR. Justo en la mitad de esa historia, un nene de siete años quedaba


las chicas de la comparsa ara yebi y todo su despliegue de brillos y plumas.

el carnaval anonadado con su primer encuentro con el corso. Caía la tarde el primer sábado de febrero de 1941 cuando su mamá, una costurera llamada Lucrecia, le ordenó que se vistiera, que irían al carnaval. Obediente, se calzó sus shorcitos y la siguió hacia una avenida sin saber qué esperar –“yo solo sabía que el carnaval era jugar con agua”, confiesa–. La avenida era aquella que quedaba a dos cuadras de su colegio, la 25 de Mayo, pero no logró reconocerla. “Estaba repleta de gente y había palcos armados con madera. Los vecinos habían sacado sus mesas y comían en las veredas.

Mucha gente bailaba por el centro de la calle con trajes que me parecieron espectaculares. Yo no entendía nada pero me estaba enamorando”, dice con los ojos aguados Juan Carlos “Juancho” Martínez, quien no lo sabía entonces, pero más tarde se convertiría en una leyenda del carnaval. Esa noche, deslumbrado, sólo atinó a abrirse lugar entre las piernas de los asistentes y a sentarse agachado a ver pasar los corsos. “Había tanta pero tanta serpentina y papelitos que las ruedas de los autos y carrozas quedaban atascadas”, dice aún impresionado.

El lunes siguiente, a la salida del colegio se escapó corriendo a la 25 de Mayo para comprobar que no lo había soñado. “Vi que estaban limpiando y dije: ‘¡ah, entonces fue cierto!’”. Desde entonces, cada año esperó ansioso volver a ver el espectáculo. Mirar estaba bien, aplaudir lo divertía, “pero bailar, bailar estaría mucho mejor” pensó un día. Poco después, a los 15 años se decidió a participar. No sólo quería eso, quería ser el más espectacular, el más audaz y hacer algo que nunca nadie se había atrevido hacer. En su casa no había plata, pero sí muchos fideos y porotos que tomaban bien el color plateado

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en 1948, “juancho” martínez fue el primero en desfilar con ropa de mujer en una comparsa.

del papel de aluminio. Y unos cuantos plumeros cuyas plumas no absorbían ningún color “pero qué se le va a hacer”. Con paciencia e imaginación, “Juancho” se las ingenió para cumplir la expectativa de crear algo nunca antes visto y salió así. Esa noche de 1948 se convirtió en el primer hombre –adolescente– en pisar el carnaval vestido de mujer. Con su compañero de aventura, su amigo Tomás, también “montado”, salieron con algo de miedo pero a las pocas cuadras ya eran furor. Por primera vez vivieron sorprendidos la misma escena que se repetiría durante las décadas siguientes. “La gente nos aplaudía, las señoras nos gritaban de los balcones para que esperáramos a que bajaran, que nos querían ver de cerca. Nunca entendíamos bien si las viejitas se daban cuenta realmente de lo que éramos, pero estábamos chochos, éramos felices siendo protagonistas”, recuerda. Esa misma noche a una de las autorida-

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“esta nueva etapa se caracteriza por un nuevo esplendor y una línea artística muy fuerte en consonancia con la música, el vestuario y las coreografías.” des del carnaval le pareció que era una pena que ellos fueran tan sólo público, y les ofreció desfilar, “entre chicas, para que el impacto no fuera tan fuerte”, aclara. “Salimos y al año siguiente yo ya estaba dirigiendo la murga, haciendo los vestuarios, coreografiando e incorporando mujeres, por primera vez”, explica orgulloso. También la bautizó como “La barra divertida”, que arrasó con los premios durante años, al menos hasta que se les cruzó

“Acora”, la murga de una fábrica de chorizos que ganó “haciendo mula”, porque hacían publicidad. Ese año, uno de los integrantes de la Barra murió de un infarto. “No soportó la indignación”, confirma “Juancho”. Él y su equipo crecieron con el tiempo y aunque tenían trabajos en la ciudad de Buenos Aires, toda su pasión se volcaba al carnaval. Viajes continuos al corazón de Once en búsqueda de nuevos materiales, visitas


en cifras

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comparsas participan del carnaval

300

bailarines bailan por comparsa

70 mil

plumas se usan en los trajes

50 mil

lentejuelas se bordan a mano

200

piezas bordadas se lucen

30 mil facundo acarat trabaja en el taller kamarr. “Este año usamos casi 700 metros cúbicos de telgopor. Hicimos carrozas de 7 metros y medio de alto”, detalla.

al Maipo y al Luna Park para sacar ideas, y los trucos de belleza que aprendía en el Salón de Belleza California del microcentro, donde trabajaba, “Juancho” nunca dejó de innovar y de traer lo último. La ciudad se lo agradeció. Mientras él y muchos otros trabajadores del carnaval alimentaban su creatividad, Gualeguaychú se transformaba, crecía, mutaba de la mano de sus trabajadores más empedernidos. ESPLENDOR ENTRERRIANO. Luego de sobrevivir a las dictaduras militares con prohibiciones, controles de disfraces y festejos a escondidas, a fines de los ’70 comenzaría un proceso de modernización con la aparición de nuevas comparsas que

siguen en vigencia: en 1979 apareció Papelitos (cuyo nombre proviene del material en que se hacían sus trajes y pertenece al Club Gimnasia y Esgrima de Entre Ríos), en 1980, Marí-Marí (del Club Central Enterriano) y en 1981, Kamarr (del Centro Sirio-Libanés). Ellas llegaron a sumarse a O’Bahia (del Club de Pescadores) y a Ara Yevi (del Tiro Federal Gualeguaychú). La profesionalización del carnaval establecería nuevas reglas y criterios más exigentes que lo pondrían en el mapa de los festejos internacionales. Moussa Shoussif El Kozah, más conocido como José El Kozah, tesorero del Centro Sirio-Libanés y presidente de la Comisión de Carnaval, lo define así: “esta nueva etapa se caracterizó por tener un nuevo esplendor y

personas asisten cada noche al corsódromo

7,5 hectáreas conforman el corsódromo

una línea artística muy fuerte en consonancia con la música, el vestuario y las coreografías”, explica. Y agrega: “se comenzaron a crear equipos estables para las comparsas. Hoy tenemos hasta 80 personas trabajando todo el año para el carnaval y todas ellas cobran”. ¿Agravó esto la competencia? “No lo creo. Lo que sí aumentó es la espectacularidad”, explica. En 1997 esta nueva etapa recibió su broche de oro con la inauguración del nuevo Corsódromo, con capacidad para 30 mil personas y un predio de 7,5 hectáreas antiguamente destinado al ferrocarril. Cuenta José que ver este nuevo espacio fue “como el abrir de puertas de una jaula para que salieran los

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los vecinos de gualeguaychú ultiman los detalles para el carnaval, que comienza el primer fin de semana de enero.

pájaros”. Dado que el vuelo creativo del carnaval estaba limitado por la altura de los cables y los carteles de la calle, en el Corsódromo las comparsas ganarían en altura y en profundidad, todo lo cual estimularía a los artistas. A pocos metros del taller de Kamarr, en el que trabajan casi cincuenta personas, Facundo Acarat, hijo los fundadores de la comparsa Papelitos, trabaja en una enorme carroza repleta de esqueletos. Sus padres no tenían conocimiento artístico cuando decidieron embarcarse en la aventura. Él redobló la apuesta familiar, hizo el profesorado de arte y hoy diseña parte de la

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fantasía a gran escala que deslumbra a las 30 mil personas que visitan el Corsódromo. “Este año usamos casi 700 metros cúbicos de telgopor. Hicimos carrozas de 7 metros y medio de alto y, sinceramente, las haríamos más grandes si pudiéramos”, sonríe. “El único límite está dado por el tamaño de los galpones donde las carrozas se construyen y la altura de las luces en el corsódromo”, se lamenta. Además, durante este tiempo, hubo más procesos de modernización, como la posibilidad de postularse para bailar, vía Internet, el seguimiento online vía hash tags y la oportunidad de seguir la fiesta en la misma

pista del Corsódromo, una vez terminado el desfile. “El tiempo pasa y me emociona ver que la gente tiene las mismas ganas de sentirse protagonista que hace décadas. El que ama esto, lo lleva en la sangre”, asegura “Juancho”. En esta edición, que comenzará el primer fin de semana de enero y durará hasta el primer fin de semana de marzo, él volverá a despuntar el vicio como en los viejos tiempos. Ya no en la 25 de Mayo y ya no con un traje de fideos. Ahora la purpurina es real, el traje caro, y la pista mucho, pero mucho, más grande. Una perfecta metáfora del presente del carnaval del país.


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