Cuentística michoacana

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CUENTÍSTICA

MICHOACANA

FRANCISCO JAVIER LARIOS


FRANCISCO JAVIER LARIOS Francisco Javier Larios nació en Zamora, Michoacán, en 1957. Cursó la licenciatura en Filosofía y la maestría en Filosofía de la Cultura en la U.M.S.N.H. Ha publicado los poemarios Variaciones sobre una misma obsesión y otras bagatelas (1980), Poesía Ociosa –en tres descansos- (1982), Improvisaciones de la ira (1985), Limantria (1987), Poemas sin pájaros (1991), Entre el rescate y el naufragio (1992), La alegría enferma (1997), Lluvia de colibríes (2000), Oleajes (2002) y Temprano se hace tarde (2004) La Universidad Michoacana le editó el ensayo Bataille: un místico profano en 1993 y el cuaderno de relatos Prosas de Tiripetío en 2003. También ha incursionado en la narrativa infantil con el cuento Pintorín y el espíritu del lago, publicado por el Instituto Michoacano de Cultura en 1998, dentro de la colección La troje encantada. Obtuvo el Premio Estatal de Poesía en 1981 y la Presea “José Tocavén” del Diario La Voz de Michoacán al mérito literario en 2003. Ganó el premio de ensayo “María Zambrano” en 2009. Coordinó el taller de literatura de la Casa de la Cultura de Morelia y de la UMSNH. Impartió clases de filosofía y literaturas en el bachillerato nicolaita, fue director de la Escuela Preparatoria “Ing. Pascual Ortiz Rubio” y Jefe de la Librería Universitaria. Actualmente se desempeña como profesor-investigador de la Facultad de Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.


CuentĂ­stica Michoacana


CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Guillermo Núñez Herrera Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Fausto Vallejo Figueroa Gobernador Constitucional Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Juan García Tapia Secretario Técnico Fernando López Alanís Director de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Paula Cristina Silva Torres Directora de Vinculación e Integración Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmon Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


FRANCISCO JAVIER LARIOS

Cuentística Michoacana

Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


Cuentística Michoacana Primera edición, 2013 dr © Francisco Javier Larios dr © Secretaría de Cultura de Michoacán Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Mara Rahab Bautista López Diseño editorial y formación: Jorge Arriola Padilla Ilustración de portada: dr © Lady Orlando A Sailor's dream Marcadores y tinta sobre papel moleskine, abril 2012

Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx ISBN Volumen: 978-607-8201-45-7 ISBN Colección: 978-607-8201-34-1

El contenido, la presentación y disposición en conjunto y de cada página de esta obra son propiedad del editor. Queda prohibida su reproducción parcial o total por cualquier sistema mecánico, electrónico u otro, sin autorización escrita.

Impreso y hecho en México


Índice

INTRODUCCIÓN

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CAPÍTULO I.- ASPECTOS GENERALES DE LA HISTORIA Y TEORÍA DEL CUENTO

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CAPÍTULO II.- LOS ANTECEDENTES DEL CUENTO EN MÉXICO

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CAPÍTULO III.- EL CUENTO FINISECULAR DEL SIGLO XX MICHOACANO

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CAPÍTULO IV.- LOS CUENTISTAS Y SUS OBRAS

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ANEXO.- ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS MICHOACANOS 164

BIBLIOGRAFÍA 329



INTRODUCCIÓN

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l siguiente trabajo es el resultado de una investigación y análisis crítico sobre el cuento publicado en el estado de Michoacán durante las dos últimas décadas del siglo XX. La inquietud por el tema del cuento michoacano surgió después de conocer algunas publicaciones y observar la poca o nula información sobre la obra producida por los cuentistas nacidos o avecindados en Michoacán. Siendo el género narrativo más joven por excelencia, su historia en México como texto escrito apenas rebasa el siglo y medio de antigüedad. Y durante la centuria que comprende el siglo XX se considera que han sido publicados una cantidad aproximada de 1500 libros de cuentos, de ellos se han seleccionado los 100 más importantes y por desgracia no encontramos ningún autor michoacano en la selección referida. Nuestra incredulidad no tenía límite. No podíamos aceptar que la literatura michoacana no contara con un solo autor capaz de ser incluido entre los cien mejores libros de cuentos mexicanos. ¿Sería posible y cierto que no contara nuestra historia literaria regional del siglo XX con un cuentista de talla nacional? ¿Ni siquiera pensar en una Carmen Báez o en un Xavier Vargas Pardo? Con esas inquietudes iniciamos el camino que nos llevó a ir descubriendo con grata sorpresa, que la producción de cuentos publicados en Michoacán en el periodo referido era más abundante de lo imaginado y que su cultivo seguía creciendo cualitativa y cuantitativamente de manera significativa. El siguiente paso y el de mayor dificultad, fue el de seleccionar los autores y los textos dignos de aparecer en una antología como esta. Por necesidades de espacio y por medidas prácticas tuvimos que reducir

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nuestra relación al máximo posible. Por lo cual podemos afirmar enfáticamente y de acuerdo al refrán tan conocido que, “no están todos los que son, pero sí son todos los que están.” Nuestro criterio de selección se basa en aquellos autores que en el periodo mencionado hayan publicado al menos un libro o cuadernillo de cuentos, amén del nivel de calidad mínimo requerido. Por lo que respecta a la estructura del trabajo crítico, este comprende un primer capítulo sobre aspectos teóricos generales del cuento. Le sigue un capítulo sobre el origen y desarrollo del cuento en México y en seguida un apartado en donde revisamos los –que a nuestro parecer- son los libros de cuentos más sobresalientes en las décadas de los ochentas y noventas finiseculares.

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CAPÍTULO I === ASPECTOS GENERALES DE LA HISTORIA Y TEORÍA DEL CUENTO



Índice capitular

I.- ASPECTOS GENERALES DE LA HISTORIA Y TEORÍA DEL CUENTO

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I.1.-ALGUNAS DEFINICIONES GENERALES DEL CUENTO

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I.2.-LOS ANTECEDENTES UNIVERSALES DEL CUENTO

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I.3.-TIPOLOGÍA CUENTÍSTICA

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I.4.-ELEMENTOS DEL CUENTO

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I.4.1.- Estructura

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I.4.2.- Extensión

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I.4.3.- Técnica

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I.4.4.- Estilo

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I.5.- ANÁLISIS DE UN CUENTO

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I.6.- CONDICIONES DEL CUENTO

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I.7.- PRINCIPIOS GENERALES DEL CUENTO

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I.-ASPECTOS GENERALES DE LA HISTORIA Y TEORÍA DEL CUENTO

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efiniendo en términos generales al cuento como un breve relato o narración, se penetrará en su panorama histórico, que resulta más difícil de fijar que la de la mayoría de los géneros literarios. Originariamente, el cuento es una de las formas más antiguas de literatura popular de transmisión oral. El término se emplea a menudo para designar diversos tipos de narraciones breves, como el relato fantástico, el cuento infantil o el cuento folclórico o tradicional. Entre los autores universales de cuentos infantiles figuran Perrault, los Hermanos Grimm y Andersen, creadores y refundidores de historias imperecederas desde Caperucita Roja a Pulgarcito, Blancanieves, Barba Azul o La Cenicienta, las condiciones, los elementos, y el análisis que debe reunir para su elaboración con el fin de captar la atención del lector. El desarrollo de la vida literaria en el mundo se ha hecho posible gracias a numerosos cuentistas importantes que con su sabia experiencia y capacitación han logrado traspasar las fronteras, poniendo muy en alto el nombre de sus respectivos países. Estos se han destacado tanto que son reconocidos hoy en día en el mundo entero. Narración breve, oral o escrita, de un suceso imaginario. Aparecen en él un reducido número de personajes que participan en una sola acción con un solo foco temático. Su finalidad es provocar en el lector una única respuesta emocional. La novela, por el contrario, presenta un mayor número de personajes, más desarrollados a través de distintas historias interrelacionadas, y evoca múltiples reacciones emocionales. Etimológicamente, cuento deriva de la palabra latín computum, que significa cálculo, computo, enumeración, clasificación. De cálculo y enumeración pasó a significar la enumeración

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de hechos, y, por extensión, cuento significa recuento de acciones o sucesos reales o ficticios. Es más difícil decir con exactitud cuándo se originó el cuento, y ello se debe en gran parte a los equívocos que envuelve su mismo nombre. Cabría, por lo tanto, distinguir en el concepto cuento, dos aspectos distintos: el relato fantástico y la narración literaria de corta extensión, oponiéndose así a la idea de novela, estos dos aspectos no son excluyentes, a menudo se dan en la misma obra, y tienen como base común el hecho de tratarse de relatos breves, generalmente en prosa; pero suelen representar dos vertientes claramente diferenciadas del mismo género literario. No se sabe con exactitud cuándo comenzó a utilizarse la palabra cuento para señalar un determinado tipo de narrativa, ya que en los Siglos XIV y XV se hablaba indistintamente de apólogo, ejemplo y cuento para indicar un mismo producto narrativo. Bocaccio utilizó las palabras fábula, parábola, historia, relato y de estos nombres han ido identificándose con una forma de narración claramente delineada. Ramón Menéndez Pidal en el estudio preliminar de su antología de cuentos de la literatura universal, afirma que: “Al terminar la Edad Media, la conciencia creadora del narrador se ha impuesto, y, de su refundidor, adaptador o traductor, se convertiría en artista, en elaborador de ficciones. Así, a través de un lento pero firme proceso de transformación, la Edad Media europea trasvasa a la Moderna el género cuentístico como creación absoluta de una individualidad con su propio rasgo de estructura literaria, autónoma, tan válida por sí misma como el poema, la novela o el trama”. Esta concepción del cuento como estructura literaria autónoma, predomina hoy día, y esto significa que lo rige una organización y forma determinadas que lo dotan de un carácter peculiar, intrínseco e individual. No por ello, sin embargo, se habrán descartado las ambigüedades, porque en el Siglo XIX, cuando el

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género nace a la vida hispanoamericana, y aún, en el Siglo XX, se le confunde con las tradiciones, los artículos de costumbres, las leyendas, las fábulas y más tarde con la novela corta. Con el correr del tiempo, los géneros anteriores se van definiendo, y el cuento se separa definitivamente como signo literario, como mundo poético, como fragmento de realidad con límites determinantes. En ese proceso, también el cuento se ha ido modificando. Actualmente se ha llegado a generalizar la idea de que la palabra cuento significa relación de un suceso. Mas precisamente, la relación, oralmente o por escrito, de un suceso falso o de pura invención. Valga esta apreciación, porque sin ella, en épocas pretéritas, cuando los hombres aún no escribían y conservaban sus recuerdos en la tradición oral, cuento hubiera sido todo cuanto hablaban. Así como en la época actual y en términos muy generales puede pasar por cuento, todo aquello que pueda ser contado ya sea de manera oral o escrita. No obstante ser esta definición un tanto ambigua por su amplitud; existen numerosas definiciones sobre la naturaleza del cuento, reproduciremos solamente algunas de ellas, por creer que ayudarán a comprender mejor lo que implica el cuento como género literario. Sainz de Robles, en su libro Cuentistas españoles del Siglo XX, dice: “El cuento es, de los géneros literarios el más difícil y selecto. No admite ni las divulgaciones, ni los preciosismos del estilo. El cuento exige en su condición fundamental, como una síntesis de todos los valores narrativos: tema, película justa del tema, rapidez dialogal, caracterización de los personajes con un par de rasgos felices. Como miniatura que es de la novela, el cuento debe agradar en conjunto”. Raúl A. Omil Alba y Piérola, en su libro El cuento y sus claves, dice: “Cuento es el acto de narrar una cosa única en su fragmento vital y temporal, así como el poema poetiza una experiencia

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única e irrepetible. El narrador de cuentos está en posesión de un suceso que cobra forma significativa y estética en la fluencia lógico-poética de lo narrado. Carlos Mastrángelo, en su libro El cuento argentino, define el cuento de la siguiente manera: “1º) Un cuento es una serie breve y escrita de incidentes; 2º) De ciclo acabado y perfecto como un circulo; 3º) Siendo muy esencial el argumento, el asunto o los incidentes en sí; 4º) Trabados éstos en una única e ininterrumpida ilación; 5º) Sin grandes intervalos de tiempo y espacio; 6º) Rematados por un final imprevisto, adecuado y natural”. Abelardo Díaz Alfaro, citado en La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, cuyas autoras son Margarita Vázquez y Daisy Caraballo, dice: “El cuento es para mí, síntesis poética; se acerca en mi concepto a lo que es en poesía el soneto. No puede en este género perderse una sola línea, un solo trazo. La trama es secundaria en el cuento. Esta puede ser elemental y, sin embargo, resultar efectiva si el tratamiento es adecuado...El trazo que se da debe ser definitivo, no hay lugar a enmiendas”. René Marqués, citado en la misma obra anterior, dice: “El cuento es para mí, de modo esencial y el último análisis, la dramática revelación que un ser humano –hecho personaje literario- se opera, a través de determinada crisis, respecto al mundo, la vida o su propia alma. Lo psicológico es, por lo tanto, lo fundamental en el cuento. Todo otro elemento estético ha de operar en función del personaje. De lo contrario, deja de ser “funcional” y se convierte en materia extemporánea, muerta. Dada la brevedad que, en términos de extensión, dicta el género, el cuento se presta, quizás más que otras expresiones en prosa, al uso afortunado del símbolo como recurso de síntesis practica...” M. Baquero Goyanes, en su libro El cuento español en el siglo XX, dice lo siguiente: “El cuento es un precioso género literario

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que sirve para expresar un tipo especial de emoción, de signo muy semejante a la poética, pero que no siendo apropiado para ser expuesta poéticamente, encarna en una forma narrativa, próxima a la novela pero diferente a ella en la técnica e intención. Se trata, pues, de un género intermedio entre poesía y novela, apresador del matiz semipoético, seminovelesco, que solo es expresado en las dimensiones del cuento”.

I.1.-ALGUNAS DEFINICIONES GENERALES DEL CUENTO

1. Narración breve, escrita generalmente en prosa y que por su enfoque constituye un género literario típico, distinto de la novela y de la novela corta. 2. Breve relato de sucesos ficticios y de carácter sencillo, hecha con fines morales o educativos. 3. Relación de suceso.- Relación de un suceso falso o de pura invención.- Fábula que se cuenta a los muchachos para divertirlos. 4. Es un relato breve y artístico de hechos imaginarios. Son esenciales en el cuento el carácter narrativo, la brevedad del relato, la sencillez de la exposición y del lenguaje y la intensidad emotiva. 5. Breve narración en prosa, que desarrolla un tema preferentemente fantástico y cuyo fin es divertir. 6. Es una narración corta, breve, de hechos reales o ficticios, cuyo origen es la anécdota y su finalidad es entretener, a veces algo moralizadora.

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7. Es un relato corto donde se narra una acción realizada por unos personajes en un ambiente determinado. Recuperando las principales sugerencias para definir este escurridizo género hemos optado por quedarnos provisionalmente con la definición de uno de los más conspicuos conocedores de nuestro objeto de estudio, quien ha dedicado la mayor parte de su vida a la creación y análisis del cuento como lo es Enrique Anderson Imbert: El cuento vendría a ser una narración breve en prosa que, por mucho que se apoye en un suceder real, revela siempre la imaginación de un narrador individual. La acción -cuyos agentes son hombres, animales humanizados o cosas animadas- consta de una serie de acontecimientos entretejidos en una trama donde las tensiones y distensiones, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector, terminan por resolverse en un desenlace estéticamente satisfactorio.1

I.2.-LOS ANTECEDENTES UNIVERSALES DEL CUENTO Los cuentos más antiguos aparecen en Egipto en torno al año 2000 a.C. Más adelante cabe mencionar las fábulas del griego Esopo y las versiones de los escritores romanos Ovidio y Lucio Apuleyo, basadas en cuentos griegos y orientales con elementos fantásticos y transformaciones mágicas. Junto a la eternamente popular colección de relatos indios conocida como Panchatantra (siglo IV d.C.), la principal colección de cuentos orientales es sin duda Las mil y una noches. Cada noche, por espacio de 1.001, Scheherazade se salva de morir a manos de su marido, el sultán, contándole apasionantes cuentos recogidos de diversas culturas. La influencia de esta obra fue decisiva para el desarrollo posterior del género en Europa.

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Enrique Anderson Imbert. Teoría y técnica del cuento. Editorial Ariel. Colección letras e ideas. 3ra. Edición, marzo 1999. Barcelona. p. 40.

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Históricamente el cuento es una de las más antiguas formas de literatura popular de transmisión oral, que sigue viva, como lo demuestran las innumerables recopilaciones modernas que reúnen cuentos folclóricos, exóticos, regionales y tradicionales. El origen último de estas narraciones ha sido muy discutido, pero lo innegable es que lo esencial de muchas de ellas se encuentra en zonas geográficas muy alejadas entre sí y totalmente incomunicadas, sus principales temas, que han sido agrupados en familias, se han transmitido por vía oral o escrita, reelaborados incesantemente, es decir, contados de nuevo, por los autores más diversos. Desde el punto de vista histórico, el cuento proviene de las narraciones y relatos de Oriente, y aunque durante siglos ha tenido significados equívocos e imprecisos, a menudo se confunde con la fábula, debemos considerar como cuentos numerosas manifestaciones literarias de la antigüedad, de características muy diversas, como: La Historia de Sinuhé, en la literatura egipcia, o la de Rut en el Antiguo Testamento, y más modernamente, escritos hagiográficos como Las florecillas de San Francisco o La Leyenda áurea. Sin ninguna duda, son cuentos algunos de los relatos de Libro del buen amor, la historia que narra Turmeda o los enxiemplos de Conde Lucanor. Sin embargo, hasta el Siglo XIV, con el Decamerón, de Bocaccio, cuyos relatos cortos están enmarcados por una leve trama que los unifica, no se afirma y consolida la idea de cuento en sentido moderno de la palabra El Heptamerón (1588), de la Margarita de Navarra, en Francia, y la Novelle, de Bandello, en Italia, corresponden aproximádamente al concepto bocaccesco del género. También los Canterbury tales (Los cuentos de Canterbury), de Chaucer, escritos en la última parte del Siglo XVI, colección de los relatos versificados con prosa intercalada, organizados en una trama general que consiste en que varios peregrinos de distintas clases y profesiones se comprometen a narrar historietas. En el Siglo XVII, en Francia, La Fontaine titula Contes (cuentos) a unas

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narraciones versificadas, de cierta vinculación con la literatura folclórica. Cabe señalar que tanto en Francia como en España, casi al término del Siglo XVII, la palabra cuento aún está cargada de ciertos matices folclórico-fantásticos. En el siglo siguiente, Perrault, con su colección de cuentos populares titulada Cuentos de mi madre la gansa (1697), así como los cuentos de Voltaire Candide, Zadig, Micromegas, etc., revisten este tipo de narración con un ropaje eminentemente literario. El Romanticismo inspira un florecimiento del relato corto, sobre todo del cuento, que, como se sabe, resultó uno de los géneros favoritos de ese movimiento. Los escritores románticos darán una nueva vida al elemento maravilloso como soporte fundamental del cuento: Nodier en Francia, Hoffmann en Alemania, Poe en Estados Unidos y Bécquer en España, son nombres representativos de esta fase. Pero la aportación más significativa en este campo es la del danés Andersen, quien, en 1835, publicó su libro titulado Cuentos para niños. En la primera mitad del Siglo XIX, el relato costumbrista, de aldea, y el relato de vida campesina, adquieren gran interés durante la época realista, y lo cultivan con éxito, entre otros, Gottfried Séller, Gogol y Bjornson. Ya en la segunda mitad del siglo, el cuento adquiere plena vigencia y popularidad con Chejov, uno de los eximios creadores universales en esta modalidad narrativa. En Francia, Flaubert, en sus Tres cuentos, aplica al género la prosa de arte que había experimentado en sus novelas; su discípulo Maupassant, fue sin duda, uno de los grandes maestros del cuento como esbozo narrativo que condensa en pocas páginas una rápida y penetrante impresión. En España, Clarín, Valera, Pereda y Pardo Bazán son los cuentistas mas destacados. A fines del Siglo XIX, el cuento parece, pues, haberse desembarazado de sus significados primigenios, para ponerse en un plano semejante al de la novela, de la que viene a ser como un apunte; que parecen identificar el relato breve con la historia de sabor popular, como Daudet, la fantasía, con autores como

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Stevenson y Gutiérrez Nájera; o la poesía imaginativa de los niños, como Wilde y Lewis Carroll. En la primera mitad del Siglo XX, los escritores norteamericanos, al igual que en la novela, han aportado su propia versión de cuento short story, cuyas fórmulas de singular eficacia narrativa han fortalecido el género. Algunos de esos escritores que han incursionado en el cuento han sido: Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. En España, después de la guerra civil, el cuento ha conocido un nuevo florecimiento; algunos de los autores que más se han destacado son: Cela, Laforet, Aldecoa, Carredano, etc. En Hispanoamérica, a partir del Siglo XIX, el cuento ha tenido un auge extraordinario. En líneas generales, lo dicho anteriormente para la novelística contemporánea se puede también aplicar al cuento actual. Salvadas las diferencias básicas de extensión y complejidad por el lado de la novela, la narrativa cuentística sufre parecidas transformaciones en cuanto a los temas, el lenguaje y la técnica señalados para la novela. Algunos rasgos generales de la cuentística hispanoamericana, que no necesariamente deberán encontrarse en todos y cada uno de los relatos, son: diversidad de tendencias; ruptura del hilo narrativo; dislocación en los planos temporales; un personaje narrador (o narrador oculto y variable); búsqueda de un nuevo significado del habla popular, casi siempre de valor impactante y utilizando como lenguaje del narrador o de los personajes. Algunos de los narradores que se destacan en este género son: Borges, Cortazar, Onetti, Carpentier, Lezama Lima, Rulfo, García Márquez, Fuentes, Roa Bastos, entre otros.

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I.3.-TIPOLOGÍA CUENTÍSTICA

Puesto que la clasificación del cuento puede ser muy variada, depende del punto de vista que adoptemos en cuanto a: contenido, época literaria, enlace con la realidad, elemento sobresaliente, etc. Lo que permite que un mismo cuento pertenezca a varios encasillados simultáneamente, esbozaremos en líneas generales, los principales tipos de cuentos que existen: Cuentos en verso y prosa: los primeros se consideran como poemas épicos menores; los segundos son narraciones breves, desde el punto de vista formal. Los teóricos sajones, atendiendo a la extensión del relato, clasifican como novela corta, toda narración que fluctué entre 10.000 y 35.000 palabras, y como cuento, el relato que no sobrepase las 10.000 palabras. Cuentos populares y eruditos: los primeros son narraciones anónimas, de origen remoto, que generalmente conjugan valores folklóricos, tradiciones y costumbres, y tienen un fondo moral; los segundos poseen origen culto, estilo artístico y variedad de manifestaciones. Tanto unos como otros, los cuentos pueden subclasificarse en: infantiles, fantásticos, poéticos y realistas. Cuentos infantiles: se caracterizan porque contienen una enseñanza moral; su trama es sencilla y tienen un libre desarrollo imaginativo. Se ambientan en un mundo fantástico donde todo es posible. Autores destacados en este género son Andersen y Perrault.

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Cuentos fantásticos o de misterio: su trama es más compleja desde el punto de vista estructural; impresionan por lo extraordinario del relato o estremecen por el dominio del horror. Autores destacados en este género son Hoffmann y Poe. Cuentos poéticos: se caracterizan por una gran riqueza de fantasía y una exquisita belleza temática y conceptual. Autores destacados en este género son Wilde y Rubén Darío. Cuentos realistas: reflejan la observación directa de la vida en sus diversas modalidades: sicológica, religiosa, humorística, satírica, social, filosófica, histórica, costumbrista o regionalista. Autores destacados en este género son Palacios Valdés, Unamuno, Quiroga, etc.

I.4.-ELEMENTOS DEL CUENTO

En un cuento se conjugan varios elementos narrativos, cada uno de los cuales debe poseer ciertas características propias: los personajes, el ambiente, el tiempo, la atmósfera, la trama, la intensidad, la tensión y el tono. Los personajes o protagonistas de un cuento, una vez definidos su número y perfilada su caracterización, pueden ser presentados por el autor en forma directa o indirecta, según los describa él mismo, o utilizando el recurso del dialogo de los personajes o de sus interlocutores. En ambos casos, la conducta y el lenguaje de los personajes deben de estar de acuerdo

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en su caracterización. Debe existir plena armonía entre el proceder del individuo y su perfil humano. El ambiente incluye el lugar físico y el tiempo donde se desarrolla la acción, es decir, corresponde al escenario geográfico donde los personajes se mueven; generalmente, en el cuento, el ambiente es reducido, se esboza en líneas generales. El tiempo corresponde a la época en que se ambienta la historia y la duración del suceso narrado. Este último elemento es variable. La atmósfera corresponde al mundo particular en que ocurren los hechos del cuento. La atmósfera debe traducir la sensación o el estado emocional que prevalece en la historia. Debe irradiar, por ejemplo, misterio, violencia, tranquilidad, angustia, etc. La trama es el conflicto que mueve la acción del relato. Es leitmotiv de la narración. El conflicto da lugar a una acción que provoca tensión dramática. La trama generalmente se caracteriza por la oposición de fuerzas, esta puede ser: externa, por ejemplo, la lucha del hombre con el hombre o la naturaleza; o interna, la lucha del hombre consigo mismo. La intensidad corresponde al desarrollo de la idea principal mediante la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige, pero que el cuento descarta.

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La tensión corresponde a la intensidad que se ejerce en la manera como el autor acerca al lector lentamente a lo contado. Así atrapa al lector y lo aísla de cuanto lo rodea, para después, al dejarlo libre, volver a conectarlo con sus circunstancias de una forma nueva, enriquecida, más honda, o más hermosa. La tensión se logra únicamente con el ajuste de los elementos formales y expresivos a la índole del tema, de manera que se obtiene el clima propio de todo gran cuento, sometido a una forma literaria capaz de transmitir al lector todos sus valores, y toda su proyección en profundidad y en altura. El tono corresponde a la actitud del autor ante lo que está presentando. Este puede ser humorístico, alegre, irónico, sarcástico, etc. I.4.1.- ESTRUCTURA

Desde el punto de vista estructural (orden interno), todo cuento debe tener unidad narrativa, es decir, una estructuración, dada por: una introducción o exposición, un desarrollo, complicación o nudo y un desenlace o desenredo. La introducción, palabras preliminares o arranque, sitúa al lector en el umbral del cuento propiamente dicho. Aquí se dan los elementos necesarios para comprender el relato. Se esbozan los rasgos de los personajes, se dibuja el ambiente en que se sitúa la acción y se exponen los sucesos que originan la trama. El desarrollo, consiste en la exposición del problema que hay que resolver. Va progresando en

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intensidad a medida que se desarrolla la acción y llega al clímax o punto culminante (máxima tensión), para luego declinar y concluir en el desenlace. El desenlace, resuelve el conflicto planteado; concluye la intriga que forma el plan y el argumento de la obra.

I.4.2.- EXTENSIÓN

Respecto a la extensión de las partes que componen el cuento, estas deben guardar relación con la importancia concreta que cada una tenga dentro del relato. Debemos señalar que la estructura descrita se refiere al cuento tradicional, que es organizado de forma lineal o narrado cronológicamente. Actualmente, los escritores no se ciñen a dicha estructura: utilizan el criterio estético libre, el que permite que un cuento pueda empezar por el final, para luego retroceder al principio; o comenzar por el medio, seguir hasta el final y terminar en el principio. Respecto a la extensión general sin atender a las partes del todo, seguimos un criterio aplicado para efectos prácticos y didácticos por el estudioso Lauro Zavala en su manual Cómo estudiar el cuento: “En este contexto, en términos generales, un cuento clásico podría estar definido en el rango que va de las dos mil a las 10 mil palabras, lo cual significa, aproximadamente, entre 10 y 50 páginas impresas. Sin embargo, existen lectores, editores y críticos para quienes es posible llamar cuento a textos narrativos que tengan una extensión menor (o incluso mayor) a este rango. Es así como se han creado categorías como cuento corto (mil a dos mil palabras), muy corto (200 a 1000 palabras) y ultracorto (una a 200 palabras).”2 2

Lauro Zavala. Cómo estudiar el cuento. Teoría, historia, análisis, enseñanza. Editorial Trillas. México. p. 14.

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Sin ser una condición ineludible la aplicación de este criterio normativo, lo consideraremos como referencia necesaria, al momento de estudiar nuestro objeto en la cuentística michoacana.

I.4.3.- TÉCNICA

Respecto a la técnica, conjunto de recursos o procedimientos que utiliza el autor para conseguir la unidad narrativa y conducirnos al tema central, esta suele variar según el autor. Si bien es cierto que la técnica es un recurso literario completo, pues está integrado por varios elementos que se mezclan y se condicionan mutuamente, se distinguen el punto de vista, el centro de interés, la retrospección, y el suspenso. El punto de vista, se relaciona con la mente o los ojos espirituales que ven la acción narrada, puede ser el del propio autor, el de un personaje o el de un espectador de la acción. Los puntos de vista suelen dividirse en dos grupos: de tercera y de primera persona. Si el relato se pone en boca del protagonista, de un personaje secundario o de un simple observador, el punto de vista está en primera persona; si proviene del autor, en tercera persona. Se puede dar cualquiera de estas posibilidades: Primera persona central: el protagonista narra sus peripecias en forma autobiográfica. Primera persona periférica: el supuesto narrador, en papel de personaje observador nos cuenta en primera persona el resultado de sus observaciones sobre los acontecimientos acaecidos a los otros personajes.

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Tercera persona limitada: el autor cuenta la historia imaginada desde fuera de sus personajes, en tercera persona, pero desde la perspectiva de uno de ellos. Tercera persona omnisciente: el autor ve la acción y la comunica al lector con conocimiento total y absoluto de todo, no solo de los sucesos exteriores, sino también de los sentimientos íntimos del personaje. El autor puede adoptar una actitud subjetiva, intervenir como autor y dejar oír su voz; u objetiva, borrando su participación personal y adoptando la actitud de una voz narradora despersonalizada. El centro de interés, corresponde a algún elemento en cuyo derredor gira el cuento. El centro de interés constituye el armazón, el esqueleto de la historia. Es su soporte y puede ser uno y varios personajes, un objeto, un paisaje, una idea, un sentimiento, etc. La retrospección o flash-back, consiste en interrumpir el desenvolvimiento cronológico de la acción para dar paso a la narración de sucesos pasados. El suspenso, corresponde a la retardación de la acción, recurso que despierta el interés y la ansiedad del lector. Generalmente, en el cuento, el suspenso termina junto con el desenlace.

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I.4.4.- ESTILO

El estilo que corresponde al modo, a la manera particular que tiene cada escritor de expresar sus ideas, vivencias y sentimientos. Sobre este punto, debemos decir que todo escritor forja su propio estilo, que se manifiesta de forma peculiar de utilizar el lenguaje. La imaginación, la afectividad, la elaboración intelectual y las asociaciones síquicas contribuyen a la definición de un estilo. Debido a la diversidad de estilos que existen, nos limitaremos a decir que muchos autores para lograr efecto musical y poético, se dejan llevar por la sonoridad de las palabras. Algunos para lograr mayos expresividad, adornan su prosa con múltiples modificadores, mientras que otros, pretendiendo crear un mundo mas conceptual, prefieren la exactitud en el decir y eliminan todo elemento decorativo.

I.5.- ANÁLISIS DE UN CUENTO

Todo cuento está constituido por varios elementos literarios que, en el momento de realizar un análisis, es necesario distinguir: 1. Titulo 1.1. Significación y función del título. ¿Es literal o simbólico? 1.2. ¿Refleja el contenido del cuento? 2. Asunto 2.1. ¿De qué trata el cuento? 2.2. Hacer una breve reseña 2.3. ¿El asunto o argumento tiene fuerza expresiva o contenido dramático? ¿Por qué?

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3. Tema 3.1. ¿Cuál es la idea central del cuento? 3.2. ¿Cuáles son las ideas secundarias? 3.3. Hacer una relación del tema central con las ideas secundarias. 4. Personajes 4.1. Caracterización. ¿Cómo caracteriza el autor a los personajes?, ¿directa o indirectamente? 4.2. ¿La caracterización es profunda o superficial? 4.3. ¿Actúan los personajes de acuerdo a su índole y propósito, o a expensas del autor? 4.4. ¿Los personajes son reales, simbólicos o tipos? 4.5. ¿Hay personajes que conjuguen algún tipo de valor ético, estético, ideológico u otro? 4.6. ¿Existe alguna relación entre los personajes y el ambiente? 4.7. ¿Hay relación entre los personajes y la acción? 5. Ambiente 5.1. ¿En qué tipo de escenario se desarrolla el hilo de la acción? 5.2. ¿En qué época? 5.3. La atmósfera es ¿sórdida o diáfana?, ¿de misterio o de amor?, ¿de angustia o de paz? 6. Acción 6.1. ¿Cuánto tiempo dura la acción? 6.2. La acción del cuento es ¿complicada o sencilla?, ¿lenta o rápida?

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6.3. ¿La acción es externa o interna? ¿Existe en algún tipo de conflicto entre los personajes que determine la acción? ¿Entre un personaje y alguna fuerza natural? ¿Un personaje consigo?

I.6.- CONDICIONES DEL CUENTO

Las condiciones que debe reunir un cuento son: A).- Adecuación a la Edad: El cuento que sirve para una edad o época infantil, puede no convenir para otra. Una vez hecha la elección, en la que juega un papel importante el factor personal, la natural inclinación para dirigirse a los niños o a los mayores. B).- Manejo de la Lengua: Dentro de éste se deben considerar dos aspectos: el que se refiere al empleo de palabras según su significado y el que se relaciona con el uso de las mismas consideradas como recurso estilístico, es decir, eligiéndolas y combinándolas para obtener determinados efectos. Conviene tener presente (y siempre en torno a la edad) que siendo el cuento una de las múltiples formas del juego (a la que se puede llamar intelectual), está sujeto a los matices diferenciales que existen entre el desarrollo psíquico y el desarrollo intelectual. C).- Comparación: Por ser mucho más clara y comprensible que la metáfora, es importante preferir su empleo, sobre todo en los cuentos para los niños menores. Las comparaciones con objetos de la naturaleza (cielo, nubes, pájaro, flores, etc) enriquecen el alma infantil envolviéndolo desde temprano en un mundo de poesía.

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D).- Empleo del Diminutivo: Conviene evitar el exceso de estos en los relatos para niños, pero se considera importante su empleo, especialmente en las partes que quiere provocar una reacción afectiva que puede ir desde la tierna conmiseración hasta la burla evidente. E).- Repetición: La repetición deliberada de algunas palabras (artículos o gerundios), o de frases (a veces rimas), tiene su importancia porque provoca resonancias de índole psicológica y didáctica. Toda repetición es por sí misma un alargamiento, pérdida de tiempo, un compás de espera y de suspenso que permite (especialmente al niño) posesionarse de lo que lee y, más aún, de lo que escucha. F).- Título: Deberá ser sugestivo, o sea, que al oírse pueda imaginarse de qué se tratará ese cuento. También puede despertar el interés del lector un título en el cual, junto al nombre del protagonista, vaya indicada una característica o cualidad. Del mismo modo, tienen su encanto los títulos onomatopéyicos, como: La matraca de la urraca flaca, o aquellos con reiteración de sonidos; por ejemplo, El ahorro de un abejorro. G).- El Argumento: Es aquí donde fundamentalmente el escritor deberá tener en cuenta la edad de sus oyentes o lectores, que será la que habrá de condicionar el argumento. A medida que aumenta la edad, aumentará la complejidad del argumento y la variedad y riqueza del vocabulario.

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Las partes que constituyen al argumento son: La Exposición: Es una especie de presentación de los elementos que conformarán el relato. Será breve, clara, sencilla, y en ella quedarán establecidos el lugar de la acción y los nombres de los personajes principales. La Trama: o nudo, constituye la parte principal del cuento, aunque no la esencial. El mecanismo de la exposición cobra aquí movimiento y desarrollo; y del acierto estético y psicológico del autor para manejar los diversos elementos, dependerá en gran parte el valor de la obra. Desenlace: es la última y esencial parte del argumento. Deberá ser siempre feliz. Aun aceptando las alternativas dolorosas o inquietantes que se suceden en el transcurso de la acción, el final del cuento habrá de ser sinónimo de reconciliación, sosiego y justicia, vale decir, felicidad total y duradera.

I.7.- PRINCIPIOS GENERALES DEL CUENTO

A Edgar Allan Poe pertenece el gran mérito de haber formulado los principios generales del género cuentístico moderno, que se pueden adaptar a una gran variedad de cuentos de diversos tipos ya que sus generalidades susceptible de aplicarse a todo texto con pretensiones cuentísticas: 1.- El tamaño del cuento no debe exceder el periodo de lectura dentro de una sola sesión. 2.-El diseño concebido debe llevarse a cabo, para que

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el lector reciba la impresiĂłn de finalidad. 3.- El cuento debe crear un efecto Ăşnico. 4.- No debe contener ni una palabra que no tienda a cumplir el diseĂąo concebido. Como se puede ver en estos principios, una inmensa variedad de temas puede servir de asunto para el cuento, los cuales se deben subordinar al efecto obtenido.

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CAPÍTULO II === LOS ANTECEDENTES DEL CUENTO EN MÉXICO



Índice capitular I.- LOS ANTECEDENTES DEL CUENTO EN MÉXICO

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II.1.- LOS NARRADORES INDEPENDENTISTAS

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II. 2.- LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS

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II.3.- LA SEGUNDA GENERACIÓN ROMÁNTICA

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II-4.-EL REALISMO LITERARIO

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II.4.1- El Realismo y La Ciencia

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II.4.2.- Realismo y Naturalismo

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II.4.3.- Los Realistas

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I.5.- EL COSTUMBRISMO MEXICANO

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II.6.- EL MODERNISMO NARRATIVO EN MÉXICO

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II.7.- EL CUENTO IMPRESIONISTA

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II.8.- LOS NATURALISTAS

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II.- LOS ANTECEDENTES DEL CUENTO EN MÉXICO

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ara encontrar los orígenes del cuento en México es inevitable y necesario remontarnos a la más lejana antigüedad. Pues si bien es cierto que en la actualidad nuestra cultura es de origen juedeo-critiana-occidental, es necesario tener en cuenta que las culturas prehispánicas también cultivaron de manera preponderante este género. Es imprescindible hablar de la historia del cuento así como acercarnos lo más posible a su definición. Claro que estos antecedentes remotos y legendarios son de tipo oral, pues desde que el ser humano creó el lenguaje, podemos afirmar que existe el cuento oral, ya sea en su forma de leyenda o de relato. Antiguamente, como ha enseñado Enrique Anderson Imbert, “los cuentos se confundían con las formas narrativas de la religión, la historia, la filosofía, la oratoria, etc.”. Al parecer fueron las culturas grecolatinas las que lo constituyeron en género literario. La primera gran figura en la historia del cuento autónomo es Luciano de Samosata (griego nacido en Siria bajo el poder romano, en el año 125, y muerto en el 192), quien escribió El cínico, El asno y una vastísima obra en forma de diálogos morales primero, y narraciones como hoy las conocemos, después. El cuento puede ser definido en términos generales y por principio como una narración de corta duración, que trata de un solo asunto y que, con un número limitado de personajes, es capaz de crear una situación condensada y cerrada. (Alfredo Veiravé). Cuento viene del latín contus, o cómputus, y significa llevar cuenta; en cierto modo, hacer que algo no se olvide. Llevar cuenta de una historia que se relata a fin de que ésta, como quería Horacio Quiroga, entrañe totalidad. Muchos autores coinciden en que el cuento es el género literario más antiguo del mundo, aunque para algunos su

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consolidación literaria se alcanzó tardíamente. Así lo sugirió Juan Valera en el Siglo XIX: “habiendo sido todo el cuento al empezar las literaturas, y empezando el ingenio por componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento es el último género literario que vino a escribirse.” En el caso de nuestro país, el interregno literario que va del virreinato a la vida independiente nacional da consistencia a una perquisición que ofrece un campo ya desbrozado y abonado a los estudios literarios del presente siglo. Las formas propias de la oralidad indígena (consejos, adivinanzas, fábulas, relatos orales) y mestiza (tradiciones, leyendas, dichos, refranes), aparte del caldo de cultivo que significó la herencia hispánica, fusionaron el humus para el arraigo y florecimiento de esta institución literaria, el cuento, tanto en México como en el resto de América Latina. Todavía en la mitad del siglo XX encontramos entre las familias de la zona rural mexicana la sana costumbre de contar historias, cuentos, sucedidos o anécdotas, la familia reunida después de la cena, alrededor de la estufa o del fogón. La tradición de la oralidad se ve reforzada con los primeros libros de cuentos publicados en el México liberal del Siglo XIX. Ya que la mayoría de ellos conservan ciertos elementos heredados de esta rica tradición oral del pueblo mexicano. Si bien es verdad que la novela fue el género por antonomasia de las primeras obras literarias del México independiente, no por ello deja de ser cierto que el cuento fue poco a poco ganándose un lugar importante en la historia de las letras nacionales. Hijo natural de la novela, el cuento fue creciendo de manera semejante a todo organismo vivo hasta que logró su mayoría de edad y de esa forma alcanzó también su independencia y su propia historia. Pero su origen también se encuentra relacionado con el incipiente periodismo mexicano. Como bien lo asienta Emmanuel Carballo en su documentada investigación Historia de las letras mexicanas del siglo XIX :

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El cuento mexicano no aparece en forma autónoma. Se encuentra, en forma de digresión, en libros de otros géneros, como la novela y las memorias. Tiene que ver también con el periodismo. Los periódicos de principios del Siglo XIX se llenaban con el santoral, alguna fábula, un cuento insulso, grosero y a veces sin moral y alguna orden. La independencia política de España, con su consiguiente libertad de expresión, fomenta y aviva las letras. En el caso concreto del cuento conviene recordar que no surge tal como hoy lo entendemos: en ese momento se confunde con el chisme; con el suceso cotidiano de carácter sorprendente; con la noticia de actualidad (contada de manera entretenida) en la que los protagonistas se convierten en personajes dotados de una vida más atrayente y sugestiva; con la leyenda propalada de generación en generación; con los mitos y supersticiones.3

Reconocida la paternidad de la novela y el periodismo, el cuento se nutre y enriquece de la vida cotidiana del pueblo mexicano. De ahí entonces que el cuento realista y naturalista sea el precursor de una rica tradición que ha dado a la contemporaneidad una fuente sólida de antecedentes narrativos. Sin embargo no podemos ignorar antecedentes remotos en los escritores que vivieron la época independentista, aunque pocos, ya pergeñan de manera incipiente los orígenes de este género. También consideramos en este breve esbozo histórico los primeros y segundo románticos con sus acentuados matices nacionalistas. Y de manera significativa ubicamos a los modernistas quienes mirando al exterior no pierden de vista su nación y enriquecen esa tradición narrativa que paulatinamente se va fortaleciendo.

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Emmanuel Carballo. 1991. Historia de las letras mexicanas en el siglo XIX. Universidad de Guadalajara. Colección Reloj de sol. Guadalajara, Jal. P. 87.


II.1.- LOS NARRADORES INDEPENDENTISTAS

El cuento que se escribe en los primeros años del México independiente es, en el mejor de los casos, un balbuceo. Vale no por lo que es y significa, sino por lo que prefigura y funda: José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) es la semilla de la que será, para bien y para mal, la literatura mexicana: una literatura típica de un país en lento desarrollo, que pospone para tiempos más venturosos los valores artísticos y se compromete en primer término con los valores sociales, económicos y políticos. JOSÉ MIGUEL GURIDI Y ALCOCER (1763-1828) es una figura de transición entre los escritores del Siglo XVIII y los de la época de independencia. En algunas de sus páginas autobiográficas a lo Rousseau ya se vislumbran las aventuras picarescas del Periquillo; también se pueden detectar ahí los gérmenes del costumbrismo. FRAY SERVANDO TERESA DE MIER (1763-1827) es en su propia vida un personaje de novela fantástica. En sus memorias intercala hechos reales y otros que parecen producto de la imaginación: unos y otros en algo se asemejan a lo que hoy se llama cuento. Su estilo barroco, desenfadado, ferozmente individualista anticipa la visión del mundo que sostendrán en sus textos los ya inminentes escritores románticos. No olvidemos que Fray Servando tradujo la Atala de Chateaubriand. JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI (1776-1827) es producto de la libertad de imprenta que consagra, en 1821, la Constitución de Cádiz. En 1814 comienza a ensayar el cuento y la narración al difundir su miscelánea periodística Alacena de frioleras. Algunos de sus cuentos, como la “Visita a la Condesa de la Unión”, son revistas políticas. Otros, como los que se pueden desprender

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de sus novelas, se aproximan al cuadro de costumbres. En El Periquillo Sarniento (1816) se encuentran tres cuentos bien definidos: el de Don Antonio, el del Payo y el del negrito. El primero evoca procedimientos de Cervantes; el segundo posee interés porque usa el habla característica de los indios; el del negrito es un incidente que ocurre mientras Periquillo se encuentra en Filipinas. Este nada tiene que ver con la estructura de la novela y es, probablemente, el primer cuento (en el sentido moderno del término) que registra la historia de la literatura mexicana. Se concreta a narrar de principio a fin un incidente y los personajes se desenvuelven con autonomía, vida propia, especialmente el negrito. En el cuento del Payo se localizan los orígenes de la tendencia nacionalista. El personaje, los incidentes que integran la anécdota, el estilo son mexicanos. Si Lizardi es nuestro primer novelista, también es nuestro primer cuentista: inaugura una corriente, la de costumbres, que será una constante de las letras nacionales.

II. 2.- LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS

Con el Romanticismo, el cuento es menos hipotético y más real; empieza a construir un género con sus leyes propias y sus propios propósitos. Atento a los productos literarios que vienen de Europa, los modifica y adapta a la realidad nacional. De acuerdo con las preferencias de esta nueva sensibilidad, de este nuevo estremecimiento, nuestros narradores escriben leyendas, textos donde predomina la pasión amorosa (el mayor beneficio y la calamidad más alta) y recreaciones de sucesos que ocurren en el virreinato o más atrás, en el mundo prehispánico. Este tipo de cuento se desarrolla sobre una trama sentimental en la cual priva lo subjetivo del narrador, quien utiliza la primera persona para introducir al lector en la emoción que transmite. Las descripciones y retratos de los personajes y las exclamaciones y

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exaltaciones del yo, denotan la expresión sincera de un narrador más sentimental que racional. Estos cuentos románticos no son imitaciones de modelos principalmente franceses e ingleses sino maneras heterodoxas de expresar, con la retórica de la época, la situación nacional y sus problemas. JOSÉ JUSTO GÓMEZ DE LA CORTINA, CONDE DE LA CORTINA (1799-1860), es autor del primer cuento que se conoce de carácter legendario, “La calle de don Juan Manuel” publicado en el año de 1835. Recrea la vida de la Nueva España e influye, de alguna manera, en cuentistas posteriores como Payno, Rivapalacio y González Obregón. Al evadirse de su tiempo real, y situar la anécdota en el pasado, el autor sienta plaza entre los adeptos del romanticismo. Otra nota característica de este movimiento, la pasión amorosa como motor y comentario último de la conducta de los personajes, se halla presente en otras obras del autor. De la Cortina es el primero que escribe entre nosotros narrativa pura. JOSÉ BERNARDO COUTO (1803-1862) dedicó a la prosa narrativa escasos momentos de su infatigable labor intelectual. Su narración “La mulata de Córdoba y su historia de un peso” está inscrita en una Nueva España muy peculiar, más cerca de la literatura que de la historia. En ella destaca, de acuerdo con la estética del momento, lo sombrío e incluso lo tenebroso. Anticipa a los colonialistas y, entre ellos, a Valle Inclán. JUSTO SIERRA O'REILLY (1814-1861) publica únicamente cuatro textos que se pueden considerar cuentos largos o novelas cortas. En todos ellos, la realidad que describe es comprobable, certificada por la historia. Aunque no fue el primero en escribir novelitas históricas, fue él quien por primera vez realiza un estudio concienzudo de la historia de su provincia, Yucatán, en la que sustenta sus obras narrativas. Los cuentos de Sierra se asemejan a las leyendas y tradiciones.

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JOSÉ JOAQUÍN PESADO (1801-1861) al margen de su obra como poeta y traductor escribe dos cuentos que se pueden catalogar como románticos: “El inquisidor de México” y “El amor frustrado”, ambos de 1838. Ubicados en la Colonia, uno y otro reservan a los lectores sorpresas finales muy del gusto romántico: en el primero el inquisidor averigua que Sara, a punto de ser consumida por las llamas, es su hija; en el otro, Teodoro e Isabel descubren que su amor es imposible ya que son hermanos. En la opinión de Carballo, se trata de obras menores e intrascendentes. IGNACIO RODRÍGUEZ GALVÁN (1816-1842) fue más conocido como poeta y dramaturgo. Sin embargo, don Victoriano Agüeros editó sus cuentos en el libro titulado Manolito el pisaverde y otros cuentos. Sus historias se construyen a partir de personajes inmersos en una sociedad aristocrática, donde los conflictos son esencialmente amorosos, sin faltarles el ingrediente del poder manipulado por los integrantes del naciente Estado mexicano. La ausencia de personajes de otros estratos sociales es casi nula. Hay críticos que menosprecian su obra porque consideran -entre otras cosas- que el autor carece de la capacidad necesaria para armar estructuras acordes con los temas que maneja. MANUEL PAYNO (1818-1894) es un escritor en estado natural, siempre dispuesto a probar su talento a partir de cualquier tema, por insignificante que sea. Sus cuentos a veces son leyendas históricas, en otras relatan acontecimientos inverosímiles y en otras más describen hechos y personas de acusada identidad mexicana. Ya es bastante conocida su vertiente novelística. Como cuentista Payno enlaza a los narradores del pasado inmediato (Pesado y Rodríguez Galván) y los que vendrán en seguida, como Del Castillo y Roa Bárcenas, más esmerados en cuanto técnica y estilo, aunque de menor caudal narrativo.

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FLORENCIO M. DEL CASTILLO (1828-1863) figura como el primer escritor mexicano que se dedica de lleno a escribir novela corta y cuento. Romántico por los cuatro costados, se limita a narrar amoríos más o menos trágicos; por el contrario se preocupa por exponer las pasiones humanas en distintos contextos y hasta tiene sus puntas y ribetes de psicólogo y teorizante. JUAN DÍAZ COVARRUBIAS (1837-1859) alcanzó escribir en su corta existencia varios cuentos y novelas, en su mayoría de asunto amoroso y algunas veces situados en un contexto costumbrista. Sus textos giran en torno a conflictos que se producen en las relaciones entre las clases sociales: “los aristócratas, ricos pero pervertidos; la clase media, virtuosa pero sin esperanza alguna; y el pueblo, trabajador pero olvidado”. En ellos predomina la nota sentimental y la idealización romántica de los personajes. JOSÉ MARÍA LAFRAGUA (1813-1897) es autor de un cuento largo, o novela corta, Netzula, en el que desarrolla los amores infelices de una pareja de indios, Netzula y Oxfeler. Es la primera obra escrita entre nosotros que introduce personajes indios que viven sus conflictos de acuerdo a su idiosincrasia, teñida, de manera particular por un idealismo paternalista. Vertiente que culminará en el Indigenismo tan caro a algunos costumbristas y en especial a los escritores emanados de la Revolución Mexicana. En Michoacán es imposible no mencionar el caso del Lic. Eduardo Ruíz quien destaca de manera especial con su obra Michoacán: paisajes, tradiciones y leyendas de una belleza idílica y sin par. CRESCENCIO CARRILLO Y ANCONA (1837-1897) escribe cuentos y leyendas cuyos propósitos son los de ganar adeptos para la iglesia católica y no lectores para nuestra prosa narrativa. En 1862 apareció su leyenda yucateca Historia de Welina, en la que presenta el problema de la dualidad del alma mestiza. Esta historia es al mismo tiempo, una apología de los misioneros de la Conquista.

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II.3.- LA SEGUNDA GENERACIÓN ROMÁNTICA

Con el triunfo del partido liberal y la restauración de la República, en 1867, coincide el surgimiento de un nuevo equipo de narradores, la segunda generación romántica, compuesta por cuentistas menos agrestes y más de invernadero, menos espontáneos y más artistas. El prototipo de esta generación es Altamirano, hombre comprensivo y culto que forja una doctrina estética inspirada en sus ideales liberales. Altamirano entiende el oficio de escritor como un doble compromiso, con las letras y con la sociedad. Justo Sierra en una carta lo describe como “un hombre que sabe mostrar el modelo y puede crearlo, que con la palabra da el ejemplo, que dice cómo se hacen los versos y los compone admirables, que deslinda las condiciones de las que debe partir la novela nacional y hace Clemencia y El Zarco”. La tranquilidad política trae consigo el auge de las letras, que se manifiesta en la fundación de revistas literarias como El Renacimiento, de Altamirano, que aparece en 1869. La lucha entre liberales y conservadores ya no se dará, de aquí en adelante, en los campos de batalla sino en las páginas de periódicos y revistas, que propician la aparición de nuevos escritores y emiten juicios de valor sobre aquellos que viven su etapa de madurez. El cuento en este periodo no se aparta del todo de las conquistas de los narradores precedentes, hace suyas las que más convienen a sus intereses y descubre nuevos procedimientos y modelos. No se trata ya de contar, sino de saber contar. La técnica es más firme y el estilo más seguro. GUILLERMO PRIETO (1818-1897), al margen de sus numerosos cuadros de costumbres y de ciertas páginas de sus Memorias que caen dentro de la prosa narrativa, redacta algunos cuentos inscritos en la visión del mundo de Lizardi y que prefiguran el cuento romántico. Entre ellos se puede mencionar “Un cuento”. Sus prosas reunidas especialmente en Los lunes de Fidel y

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en El placer conyugal y otros textos inician el trabajo narrativo, casi fotográfico, de cuadro de costumbres. Agregando un elemento infaltable más tarde en nuestra narrativa, a saber, el humor, lo grotesco, propio al parecer de la naciente clase media mexicana, sobre todo la burocrática. No faltan por supuesto, los personajes de la aristocracia, ridiculizados con frecuencia y expuestos ante la maledicencia pública. JOSÉ TOMÁS DE CUELLAR (1830-1849) entrevera en los veiticuatro volúmenes de su Linterna mágica varios cuentos, en opinión de Carballo, químicamente puros y algunos cuadros de costumbres que son casi breves y redondos textos narrativos. Más elaborados que los cuentos de Prieto, anticipan el mundo y el temple de ánimo de los de Micrós. IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO (1834-1893), dedicado a tareas más altas, apenas dispuso, en este campo, del tiempo necesario para escribir tres cuentos y una novela corta. Sus textos cortos tienen las mismas características de sus narraciones extensas. La estructura es precisa, la historia no se enreda en digresiones inútiles, la trama cumple discretamente su cometido, los personajes son unos al principio y otros al final. Cuentos y novela están escritos con limpieza, esmero y elegancia. De su estilo dice González Peña que es: “Romántico por temperamento, aparece clásico por la expresión. Representa la sobriedad, la mesura, la simplicidad; su pensamiento es claro, su estilo nítido, su sensibilidad fina y delicada. Este romántico había bebido a tiempo en las fuentes límpidas de los antiguos; penetrando del espíritu y de la cultura modernos, volvía incesantemente los ojos hacia los modelos imperecederos.” Altamirano aspira a fundir en una sola, robusta y nueva, la orientación nacionalista, dos corrientes literarias, la clásica y la romántica, que antes andaban separadas y hasta solían mostrarse antagónicas.

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Caso contrario al de los cuentistas anteriores, algunos de los cuales sabían contar pero no disponer sus anécdotas, Altamirano es hábil para armar sus historias y no muy afortunado para seducir a los lectores. En sus cuentos y novelas es más un escritor que un narrador. Su filiación literaria es el eclecticismo. JUSTO SIERRA MÉNDEZ (1848-1912) agrupa en un volumen, Cuentos románticos (1896), los textos breves que escribe en su juventud. De ellos dice el propio Sierra que son “poemillas en prosa impregnados de lirismo sentimental y delirante”. Y en efecto están escritos con temple de poeta, de poeta romántico que prefigura a los modernistas. La flexibilidad de su sintaxis anuncia lo que ha de ser la prosa de Gutiérrez Nájera y Martí. Encomendada a la prosa poética la tarea de contar historia, ésta con frecuencia se demora, se deleita en sus propios hallazgos. Los Cuentos románticos registran los descubrimientos sucesivos que el poeta hace del paisaje, del amor y las demás pasiones que lo acompañan. En este sentido son más valiosos para Sierra que para sus posibles lectores. Con cierta razón el autor mira sus textos cortos con cierto desdén y los publica a petición de sus amigos. PEDRO CASTERA (1838-1906) es autor de un libro de cuentos celebrado en su coyuntura histórica y desconocido hoy día, Las minas y los mineros (1882), en el que agrega elementos realistas a su visión del mundo romántica. Soldado y gambusino, Costera observa el mundo en que se mueven sus criaturas con una rara mezcla de frialdad y vehemencia. Por ello, quizá, confiesa en una de sus obras: “como soñador, soy el primero que sufro cuando el realismo me obliga a describir escenas que no quisiera ni pensar”. JOSÉ MARÍA ROA BÁRCENAS (1827-1908) es en términos estrictos y cronológicos nuestro primer cuentista. A partir de él se puede hablar en cuanto a técnica y estilo del cuento mexicano.

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A diferencia de Poe, con quien se le ha comparado, Roa se sirve de algún tema popular, de alguna leyenda, o de una simple anécdota para tejer su narración. Su originalidad reside en su talento para desenvolver historias (con las que corren parejas tramas sorprendentes y en algún caso insólitas), en sus dotes suficientemente probadas para crear personajes verosímiles y de tres dimensiones. Roa es el primero entre nosotros que escribe cuentos de misterio, fantásticos, en los que la lógica cede su sitio al absurdo. Por ello, Juan Valera pudo escribir que en Lanchitas “la fantasía del autor y su arte y buena traza prestan apariencias de verosimilitud y hasta de realidad al prodigio más espantoso”. En este sentido Roa es precursor de Julio Torri y Juan José Arreola. El valor de Roa no es histórico sino estético. Sus textos pueden figurar en una estricta antología del cuento escrito en español a lo largo del Siglo XIX. VICENTE FLORENCIO CARLOS RIVA PALACIO GUERRERO (1832-1896).- Fue figura de relieve en la vida de México. Nieto de Don Vicente Guerrero, tomó parte en la política activa; fue gobernador de los estados de México y Michoacán; peleó en la guerra de Intervención y cooperó con su tropa a la caída de Maximiliano en Querétaro. Nombrado años más tarde, Ministro de México en España, representó a nuestro país en el extranjero con dignidad. Dedicado a los estudios históricos, busca temas en el pasado para sus novelas. Poseedor de un verdadero archivo de los Siglos XVI y XVII se dedica a la reconstrucción histórica. Con él nace la novela de ambiente colonial, que después ha tenido descendencia de artísticos quilates. Eran los tiempos en que germinaba la semilla que Walter Scott había sembrado; el relato histórico florecía en todas las latitudes. Vicente Riva Palacio, con imaginación prodigiosa escribe a partir de 1868 sus novelas de este tipo: Martín Garatuza, historia de un célebre pícaro; Monja y casada, Virgen y Mártir, historia

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de la familia Carbajal de procedencia judía; Calvario y tabor, con recuerdos personales de la lucha contra la intervención. El total de su producción la conforman 9 novelas, 15 obras de teatro, 4 poemarios, 4 obras ensayísticas, entre estas últimas destaca México a través de los siglos. Realizó un importante trabajo periodístico en el que prevaleció el tono humorístico y la sátira política. También son dignos de mención sus cuentos y relatos, llegando a publicar: Cuentos de un loco (1874) y el libro póstumo Cuentos del General (1896). En este género es considerado un precursor que acusa las influencias de Ricardo Palma, Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant. Al decir de los críticos especializados- como Clementina Díaz de Ovando- son sus relatos y cuentos donde destaca el dominio de escritor, con los siguientes rasgos estructurales: título breve y sugerente, introducción corta, presentación de los personajes sucinta. El enredo apretado, el desenlace a veces sorprendente. La acción rápida, el estilo esmerado y muy pulido, lleno de gracia y donaire, para dar más vigor, más realidad al ambiente que describe lo aviva con refranes, con giros populares y frases ingeniosas. El juicio final es concluyente y categórico sobre los cuentos de este autor: Los cuentos del General, por su ingenio y humorismo, por sus bellezas de forma, por su disposición, son una de las más jugosas y valiosas aportaciones de este género hechas a la literatura mexicana, y su autor es justamente considerado como uno de los creadores del cuento corto mexicano, y precursor del cuento moderno en México.4

EDUARDO RUIZ ÁLVAREZ (1839-1902). Fue un escritor y político mexicano de ideología liberal que combatió contra la Segunda Intervención Francesa. También destacó por sus facetas

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Clementina Díaz de Ovando, en el prólogo a Cuentos del General, Riva Palacio, Vicente. Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuantos…No.101. 3ra. Edición. México.1974.


de historiador y periodista. Originario de Paracho en el estado de Michoacán, inició su carrera política siendo secretario del Gral. Vicente Riva Palacio, jefe de la sección de estado mayor en la Secretaría de Guerra y auditor general del Ejército del Centro. Se desempeñó como juez de letras en Uruapan, Huetamo y Apatzingán. Fue también diputado en el Congreso del Estado de Michoacán y posteriormente en el Congreso de la Unión y Procurador General de la Nación en 1892, para finalmente desempeñarse como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Fue asimismo periodista, labor en la cual participó como redactor en El Renacimiento, El Siglo XIX, Revista de México, La Tribuna, Revista Universal y en La República. Fundó el periódico El Cupatitzio. En sus escritos se muestra como un nacionalista liberal, que busca en el pasado de las culturas indígenas las raíces de la lucha por la independencia y la libertad. Su estilo es de una gran belleza descriptiva de los paisajes y de una fuerza atractiva en la pintura de sus personajes. Sobresalen en su producción los siguientes títulos: -Michoacán, paisajes, tradiciones y leyendas. -Un idilio a través de la guerra. -El despertar de un pueblo. -Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán. -Álbum de Uruapan. (Obra póstuma).

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II-4.-EL REALISMO LITERARIO

El siglo decimonónico europeo se caracterizó por un vertiginoso industrialismo económico paralelo al desarrollo de las ciencias aplicadas a la producción de bienes materiales en forma de mercancías. Este fenómeno impactó de manera determinante en el arte, transformando radicalmente los principios estéticos propios del siglo anterior. Antes de llegar a su mitad el Siglo XIX se perfiló en las diversas literaturas occidentales una reacción contra el Romanticismo que había caído ya de la estima general. Su ocaso se debió principalmente al desacuerdo existente entre él y la sociedad, una sociedad práctica, vulgar y amante de la calma y de las comodidades. La burguesía que daba la pauta, demandaba tranquilidad, seguridad para el mañana, respeto a los principios morales a fin de que toda la actividad humana pudiera encaminarse hacia la producción, el enriquecimiento y el confort. Frente a la inquietud metafísica, el idealismo apasionado, la violencia sentimental, la fascinación por lo remoto y fantástico, que habían constituido el eje del Romanticismo, se yergue el tono utilitario y decididamente conservador de esa nueva clase que se interesa con preferencia por los problemas de orden práctico y por el análisis objetivo de la realidad; arrastrada por el movimiento económico y científico que estaba transformando el mundo, acaba por renegar de la literatura que plantaba sus reales fuera de la vida. Ante un arte ya caducante como el Romanticismo, que blandía la idea como estandarte de batalla, se irguió el ejército del arte Realista más pujante y con ambiciones de modernidad. El arte realista es impersonal: el escritor, en contraste con el subjetivismo romántico, suprime su “yo” de todo lo que escribe y se mantiene impasible ante la realidad que copia. Es exacto: no anticipa nada que no pueda ser probado, todos los epítetos están calculados y los sentimientos son sometidos a una especie de análisis químico. Posee el culto de la forma: el

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lenguaje debe ser trabajado laboriosamente hasta que exprese con exactitud la realidad. Características de la tendencia realista en el relato son: el ambiente local, la descripción de sucesos y costumbres contemporáneos, la afición al detalle más nimio, el espíritu de imitación fotográfica, la reproducción del lenguaje coloquial y de giros regionales, etc. La exaltación se sustituye por un tono más objetivo y ceñido a la verosimilitud de los hechos narrados desde el exterior. Los personajes son menos complejos en sentimientos, tienen lenguajes pintorescos y utilizan giros populares, y el narrador suele funcionar como testigo u oyente.

II.4.1- EL REALISMO Y LA CIENCIA

Es indudable la estrecha relación que se dio –en este periodo- entre el realismo artístico y el positivismo como filosofía de la ciencia en sus respectivos nacimientos. El surgimiento y desarrollo del Realismo fue ampliamente favorecido por las espectaculares conquistas de la ciencia en la mayoría de los terrenos.; la ciencia significó un ideal nuevo que se impuso a la atención universal. Debía explicarlo y esclarecerlo todo: el enigma del hombre y del mundo, la historia de los pueblos y la de las ideas reemplazando así, a la larga, a la religión y a la filosofía. La ciencia saca toda su fuerza de su método: la observación paciente de los hechos y la sumisión total a los mismos. La literatura adoptará el método científico, aplicándose también ella a la realidad para coleccionar hechos y fotografiarlos para el público. Realizar investigaciones y buscar el documento van a ser tareas comunes al físico, al historiador y al escritor.

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II.4.2.- REALISMO Y NATURALISMO

El Realismo exagerado, llevado hasta sus límites extremos, desembocará en el Naturalismo, que se basa en la reproducción fidelísima de la realidad, en el análisis descarnado de todos sus aspectos, sin retroceder ante los más groseros y desagradables, antes bien, complaciéndose en la elección de los asuntos crudos, en la descripción meticulosa de una humanidad degradada. Es una forma de mostrar los aspectos más sórdidos de la realidad, realizando así una crítica implícita en la obra artística. El naturalismo incorpora a su temática los casos clínicos derivados de las leyes de la herencia y también los climas de trabajo que someten al individuo en anomalías de las cuales no puede escapar. La sordidez de la sociedad que explota al hombre se convierte, en Hispanoamérica, en denuncia y protesta contra un sometimiento infrahumano. Si el Realismo había tenido su origen natural en Francia, bien pronto se extendió su influencia hacia toda la Europa decimonónica. Pero es en su versión de Naturalismo como llegará a Latinoamérica y de manera concreta se instalará en México fusionándose con las destacadas características del Costumbrismo. En 1849, Fernán Caballero (seudónimo de Doña Cecilia Böhl de Faber) publica su novela La gaviota; en ella describe fielmente ciertos aspectos de la vida popular española. –con su lenguaje, creencias y tradiciones- que el Romanticismo había puesto de moda. Con la publicación de esa obra, que representa una fecha y un procedimiento típico en la evolución de la materia romántica, surge el costumbrismo en la novela. Hacia la segunda mitad del Siglo XIX encontramos en España una poderosa escuela de narradores en los cuales la observación directa de la vida diaria constituye la fuerza y la vitalidad de sus obras literarias. Entre los grandes novelistas de esta generación, la figura más atrayente es, sin duda, Don Juan Valera, autor de la novela Pepita Jiménez. Una derivación romántica

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del realismo, en que son más importantes los elementos regionales descriptivos que la trama de la novela, la encontramos en José María Pereda, autor de las novelas El sabor de la tierruca, Sotileza, Peñas arriba, entre otras, con aliento magnífico, más próximas a los procedimientos épicos del poema que a la servil copia del natural de la novela realista. En el pleno desarrollo del Realismo en la novela, se halla la figura cumbre, Don Benito Pérez Galdós, el gran animador de muchedumbres de creación literaria autor de los Episodios nacionales, que vienen a ser una síntesis de la España del Siglo XIX. Los escritores de América interesados por cuanto ocurría en España, seguían las modas literarias de la península. La escuela española de novelistas del Siglo XIX tuvo muchos discípulos en el Nuevo Mundo, aunque por una extraña ironía, los escritores que describían costumbres y paisajes peculiares de las naciones americanas, pronto comprendieron que aún siguiendo modelos españoles estaban creando un americanismo literario. La novela, género que se había prohibido cultivar en Hispanoamérica por la estricta censura de los poderes político y eclesiástico, durante el largo periodo virreinal, produciría sus obras maestras en la segunda mitad del Siglo XIX, apenas unos lustros después de consumada la independencia.

II.4.3.- LOS REALISTAS

El cuento realista coincide en el tiempo con el Porfiriato y las ideas positivistas. En Europa, con Francia a la cabeza, se trata de ir más allá del idealismo romántico, de describir la realidad del mismo modo que un entomólogo describe un insecto: con objetividad, frialdad e indiferencia. El insecto no es bueno ni malo, puede ser torpe o inteligente. De igual manera se hace necesario tratar al hombre: de acuerdo con las leyes de la naturaleza.

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La única religión que el realismo respeta es la ciencia, y como en el México de esos años la única ciencia que se respeta es la religión, el realismo nace atrofiado, herido de muerte. Para comprobarlo basta asomarse a las obras de López Portillo y Delgado. JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y ROJAS (1850-1923) recogió en tres volúmenes: novelas cortas (1900), Sucesos y novelas cortas (1903) e Historias, historietas y cuentecillos (1918) sus cuentos de juventud y madurez. El asiento geográfico de sus cuentos está de acuerdo con los puntos de vista artísticos que sostienen entre 1886 y 1890 (años entre los cuales aparecen por primera vez sus textos más representativos) y que son producto de una sensibilidad de encrucijada en la que convergen, diluidas, características románticas y realistas. La retrospección que lo lleva a otras latitudes y otros días en lo que tiene de fuga de la realidad, es típicamente romántica; el circunscribir la anécdota a un lugar determinado y al mismo tiempo presente, en cambio, es un axioma realista. Esta dualidad de corrientes muestra a López Portillo como puente entre ambos movimientos. Figura de transición, se resiste a ser encasillado en una escuela determinada. De ahí el por qué su presencia palidece en el movimiento realista. Es necesario acercarse a él y a sus coetáneos (principalmente Delgado) con la certidumbre de que no son consumados exponentes del realismo sino realistas a medias, que redondean su personalidad con una discreta dosis de elementos románticos. López Portillo conoce los elementos que configuran su actitud artística, y cree que los más importantes son realistas. Por ello, quizá, se burla del romanticismo y el naturalismo en varias de sus obras como lo hace en el cuento “En diligencia”. Antes había calificado al naturalismo de “corrupción de la literatura”. Además, el cuento prueba, por la manera de exponer la historia y crear a los personajes (a Elisa sobre todo), que López Portillo se considera realista. Se burla pues, del romanticismo

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por anacrónico y del naturalismo por exacerbar las premisas del realismo. Opta por la realidad certificada y a cada paso lo asaltan la imaginación y el frenesí románticos. Los cuentos de López Portillo están construidos con rigor y escritos con gracia. (Las frecuentes digresiones son un mal de la época, no un defecto del autor.) Los personajes no siempre tienen vida propia, distinta de la del cuentista: actúan porque éste lo ordena, porque así conviene a la moral impositiva de la clase que detenta el poder. Prejuicios morales y religiosos cortan las alas a muchos de estos cuentos. RAFAEL DELGADO (1853-1914) es un narrador regional, seducido a veces por lo remoto. Perfecto conocedor de la región tropical, de donde es originario. Sus relatos oscilan entre el cuadro de costumbres y el cuento. Este último, Delgado lo define así en sus Lecciones de literatura: “es el relato hermoso, interesante y completo de alguna cosa real o fingida, hecho con el fin de enseñar, o conmover, o divertir. A las veces tiene doble o triple objeto”. De allí que el autor titulara a su único libro de textos cortos, Cuentos y notas (1902). Los relatos no siempre son cuentos, a veces son descripciones, en otras presentan tipos populares cuidadosamente analizados. Los cuentos de Delgado ayudan a establecer con mayor certidumbre la personalidad del novelista. Presentan características que ya habían aparecido en las novelas: la variedad de temas, el talento para captar el rasgo sobresaliente de un personaje y el acierto para describir vivamente una situación. Estas características alcanzan más alto valor en los cuentos que en las novelas. En síntesis, el estilo, la curiosa inquietud de su observación y la leve armadura ideológica que le sirve de guía se prestan admirablemente bien a la necesidad del cuento. Algunos textos cortos de Delgado figuran entre los más representativos que se escriben durante la época realista.

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RAFAEL CENICEROS VILLAREAL (1855-1933) incursiona en el terreno de las narraciones breves con Cuentos cortos (1909). Tradicionalista en política y literatura, discípulo de López Portillo, encomienda a sus cuentos la tarea de propagar la moral y la enseñanza católicas. Descriptor minucioso de las costumbres lugareñas (de Zacatecas), al perder sus textos con el paso del tiempo los modestos valores que tuvieron, les queda, por lo menos, el valor sociológico, que en su caso reside en el apego al modo de vida criollo y conservador. MANUEL JOSÉ OTHÓN (1858-1906) parece que utiliza la mano derecha para escribir sus poemas y la izquierda para crear sus dramas y cuentos. Si es uno de nuestros poetas más altos, su estatura como dramaturgo y narrador no pasa de mediana. En general, y con las consiguientes, Othón es descriptor más esmerado de la naturaleza que creador de personajes o conductor de historias. En consonancia con su habilidad para detallar escenarios, es diestro para concebir que de una manera o de otra influyen sobre la historia que se cuenta y los personajes que la gobiernan. Sus cuentos fluctúan entre lo real y lo ficticio, entre lo natural y lo sobrenatural. La posible excepción será “El montero espinosa”, cuento de corte enteramente realista y de ambiente rural. LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN (1865-1938) es seducido por la historia y el costumbrismo. Funde las dos cosas y encarna el género creado por Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanas. Sin tener el espíritu zumbón del maestro, ni su gracia netamente limeña, ni su escepticismo, González Obregón se deja leer con agrado y se saca provecho de su lectura. A finales de la década de los ochenta aparece en México el “tradicionalismo”, que participa de la historia y la literatura, con un pie en el romanticismo y el otro en el realismo. Fundado en el dato histórico, la fantasía adorna el hecho con sus mejores galas.

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La ironía y el humor no faltan en esta narración, generalmente breve. El escepticismo religioso de la época le da al relato cierto matiz volteriano. La “tradición” evoca el pasado y es, al mismo tiempo, una crítica de las costumbres pretéritas. Así lo entendió, por lo menos, su creador Ricardo Palma, en el Perú, y así lo puso en práctica González Obregón en nuestra literatura. En México viejo (1891), Vetusteces (1911), Las calles de México (1922) y Croniquillas de la Nueva España (1936) se localizan textos que a veces son cuadros de costumbres, en otras relatos, y en otras más, cuentos. JOSÉ FERREL (1865-1954) su obra es de un mexicanista lúcido y profético, sus ideas coinciden con las que expondrán los descolonizadores de los años sesenta del Siglo XX en Europa y América Latina. No incurre en los pocos cuentos suyos que se conocen en los errores que denuncia. Mezcla en ellos, que no pasa de ser tolerables, la diversión y la crítica social. CAYETANO RODRÍGUEZ BELTRÁN (1866-1939) da a conocer cuatro colecciones de textos breves: Una docena de cuentos (1900), Perfiles del terruño (1902), Cuentos costeños (1905) y Cuentos y tipos callejeros (1922). Las cuatro recogen descripciones de personajes más que cuentos hechos y derechos. Algunas de ellas larvariamente echan a andar historias encomendadas, para su desgracia, a seres de papel y tinta. El estilo profuso en la utilización de adjetivos y “poético” entre comillas, vuelve pesada la lectura de sus textos. VICTORIANO SALADO ÁLVAREZ (1867-1931) es dueño de un estilo inconfundible. En su idioma la pureza sirve de basamento a la ironía y el humor. Consideramos que no es un escritor chistoso, pero sabe salpimentar sus frases con donosura; muestra en su estilo eso que llaman humour los ingleses y que consiste en cierto linaje de burla suave, amena filosofía y tristeza regocijada, que comunica

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distinción al asunto, gracia a la frase y punzante interés a lo que escribe. Elige las palabras con escrúpulo de artífice y las ordena con la meticulosidad con que se surtían las recetas de la vieja farmacopea. En los textos que integran su libro de cuentos De autos (1901), mira la realidad con ojos de caballero intachable y cristiano de tiempos de Pedro el Ermitaño. Si a sus criaturas les falta vida, a sus historias les sobran cualidades. Su costumbrismo es idealista, como sucede con todo costumbrista que se respete. En algunos de sus textos asoman varias de las causas que motivaron la Revolución de 1910. La obra y actitud de Salado, y antes de González Obregón, prefiguran lo que será en la segunda década del Siglo XX la moda colonialista, con don Artemio del Valle-Arizpe a la cabeza. JOSÉ MARÍA BARRIOS DE LOS RÍOS (1864-1903) reproduce en algunos de sus textos narrativos breves, como “Los gambusinos”, la vida en Baja California y Sonora de acuerdo con los cánones del realismo costumbrista. El país de las perlas y cuentos californianos aparece en Sombrerete, Zacatecas, el año de 1908.

I.5.- EL COSTUMBRISMO MEXICANO

Tiene como antecedente al Regionalismo, que aparece en Latinoamérica con Horacio Quiroga, donde se da la confrontación hombre-naturaleza. Selvas, montañas y grandes ríos se incorporan como geografías literarias, e incluso episodios como la Revolución Mexicana pasan a formar parte del Regionalismo porque suministra a los narradores un material importante, que fue utilizado por numerosos escritores para crear un fresco o mural de las miserias y grandezas de los sucesos de la guerra revolucionaria. En México, los escritores lograron alcanzar en la novela realista y en la novela de costumbres, plenas realizaciones, al mediar el Siglo XIX. Los autores buscaron y encontraron en el campo, el escenario adecuado para sus novelas y un tipo digno

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de expresión, en parte, de la realidad nacional: el charro, surge en la literatura mexicana casi al mismo tiempo que el gaucho, en la Argentina. La guerra de independencia –dice J. Jiménez Rueda-, viene a transformar al campesino en soldado, al jinete en inapreciable elemento de lucha. Los pronunciamientos, revoluciones, asonadas, luchas contra los norteamericanos primero y franceses después, perfeccionaron el tipo de guerrillero, centauro a caballo, que recorría la altiplanicie como exhalación, se internaba a la sierra, atravesaba el bosque, vencía todas las dificultades del terreno y era alternativamente, campesino, revolucionario, soldado al servicio del gobierno, patriota o bandolero. Un caballo, una reata, un arcabuz o un trabuco, un sable, alguna vez la vihuela, eran sus instrumentos de trabajo o de lucha. Vestía como el campirano andaluz, aunque había modificado su indumentaria de acuerdo con su gusto barroco. El cuero o la gamuza iban adornados con una abundante cantidad de plata, de la que producían las minas de Guanajuato, San Luis Potosí o Taxco. Era independiente y voluntarioso, se jugaba la vida con facilidad, no se sujetaba a más norma que la que él mismo se daba o la comunidad a la que pertenecía le había dictado. Solía ser generoso y cruel, desprendido y avaro, jugador de naipes y de gallos; y apostador en las carreras de caballos tanto como pendenciero en las cantinas. Libertador o azote de una región, era amado y temido.

II.6.- EL MODERNISMO NARRATIVO EN MÉXICO

El movimiento modernista es metropolitano desde sus orígenes, se extiende de capital en capital, y su influencia va permeando hacia el interior de los países más grandes del área –Argentina, Colombia, Chile, México- donde perdurará muchos años luego de su muerte natural a manos de la vanguardia. Los Aportes del cuento modernista tienen qué ver más con el estilo que con la técnica y la elección de los asuntos. Las

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historias que narra, los personajes que presenta, las estructuras que crea no son muy diferentes de los que emplean el cuento romántico, el realista y el naturalista. El cuento modernista se distingue por el espíritu que lo anima y el lenguaje que lo expresa: ambos son productos de una estética subjetivista más acorde con el simbolismo francés que con el realismo costumbrista mexicano. Este tipo de cuento, aunque suele ser muy poco estudiado, tuvo en su momento una gran difusión debido al papel que jugaron los periódicos y revistas de la época, ya que la edición de un libro de cuentos resultaba muy cara, era más factible y rentable para los escritores, divulgarlos por otros medios que además les aseguraban mayores e inmediatos lectores. Encontramos más de cien publicaciones aparecidas entre 1890 y 1910, que fueron indispensables para los escritores modernistas de la época. En tanto México fue uno de los epicentros continentales del movimiento, la cosa va mucho más allá de los autores que siempre se consideran como epígonos del modernismo: Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo. La mayoría de los poetas practicaban también formas cuentísticas, y en particular el cuento breve, con temáticas cosmopolitas y/o fantásticas opuestas al hasta entonces vigente costumbrismo o al realismo a lo Emile Zola. En su afán por afianzar una nueva sensibilidad artística y crear mundos imaginarios e irreales, el cuento modernista sustituye la realidad cotidiana y abunda en atmósferas parisienses, se vuelca en un exotismo que logra generar una gran corriente que se prolonga hasta el Siglo XX y que se puede definir como literatura fantástica. Siguiendo a Veiravé, las principales características del cuento modenista se pueden resumir en los siguientes seis puntos: 1.- El lenguaje preciosista es el centro del relato. 2.- El narrador guía al lector hacia un mundo artificioso. 3.- Los personajes se mueven en ambientes exóticos, irreales o soñados.

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4.- La acción es discontinua y el autor interrumpe el hilo narrativo con digresiones poemáticas. 5.- La descripción –que se impone sobre la narración- es rica en impresiones sensoriales. 6.- Los cuentos carecen de tensiones sociales o conflictos psicológicos.

El espíritu, el temple de ánimo, es refinado, reflexivo y se convierte, en los textos de los narradores de la Revista Moderna, en cruel, morboso, perverso y desencantado. El lenguaje es rico, pródigo en figuras retóricas, más apto para la poesía que para la prosa, es decir, más estático que dinámico. Los narradores del segundo equipo, los de la Revista Moderna, juegan a mezclar la realidad y la invención con el propósito de descalificar a la primera; el hecho de que narren anécdotas no quiere decir que escriban cuentos, por lo que resulta difícil afirmar, en ocasiones, dónde termina el ensayo poético y dónde comienza la historia propiamente dicha. MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (1859-1895), más conocido como poeta, no desmerece como prosista. Es más, el poeta y el prosista se complementan. La influencia de su poesía, aunque muy difundida, tuvo sin embargo, menos significación que la de su prosa dentro del modernismo. En el verso lo sobrepasaron otros en audacias e innovaciones métricas, libres además, del dejo romántico que por razones temperamentales y por influjos literarios de la época de su formación subsiste en su poesía. En cambio, en la renovación de la prosa, Gutiérrez Nájera sólo cede paso a José Martí. La prosa del periodo que podemos llamar parisiense en el modernismo y que tiene su revelación más resaltante en Azul…es hija de la de Gutiérrez Nájera, aunque parezca más artificiosamente trabajada. La influencia de la prosa de

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Martí, decisiva para iniciar la renovación que culminó en el modernismo, se hermana y acopla con la de Gutiérrez Nájera, que enseñó a manejar el idioma con soltura y gracia. No son escasos los prosistas de la época modernista en quienes esas dos influencias (dispares en algunos aspectos) se entremezclan y unifican. El cuento del Duque Job, es una modalidad de su poesía, la juvenil. Sus textos cortos son páginas musicales, más próximas a la divagación poemática que a la sobriedad narrativa. Poeta en verso y prosa, sus textos abundan en imágenes y metáforas. Están escritos en un lenguaje amplio, sugestivo, eminentemente sensorial: un lenguaje que se oye y se mira. Esta riqueza interrumpe con frecuencia la acción y da paso a la gracia, la elegancia y el humor. Sus historias avanzan en línea quebrada, son pródigas en digresiones y equivocaciones que frenan el interés y anulan la sorpresa. De antemano el lector sabe qué va a suceder, cómo va a concluir la anécdota, cuál será el destino de los protagonistas. Si sus historias carecen de misterios, sus tramas están exentas de complejidades. La conducta de los personajes obedece a reglas sencillas y aun simples. Las creaturas rara vez dudan, rara vez se permiten actos contrarios a sus intereses. Son seres en blanco y negro, de una pieza. Gutiérrez Nájera no se propone, como sus antecesores, contar en cada texto una historia estructurada en tres momentos progresivos: el planteamiento, el clímax y el desenlace. Tampoco se propone desarrollar el carácter de sus personajes: es frecuente que sus creaturas sean las mismas al principio y al final del texto en que aparecen. Otra ruptura que se advierte entre él y sus antepasados es la ausencia casi total de pedagogía. Quizá sea el Duque Job el primero entre nuestros escritores que desprende la literatura de viejas y sólidas servidumbres. No pretende ser maestro ni sacerdote, se conforma con ser escritor. Su simpatía, sin embargo, está con los pobres, con los débiles, con los que sufren.

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En cuentos, crónicas y divagaciones (escritos entre 1876 y 1893) Gutiérrez Nájera enriquece su manera de mirar modernista con elementos extraídos de las tres corrientes narrativas de su época: la romántica (en retirada), la realista y la naturalista. A veces encara las anécdotas desde un enfoque romántico; en otras describe la realidad con procedimientos realistas; en otras más, y siempre por encima, utiliza principios de la escuela naturalista: la influencia del medio, la lucha por la vida, la primacía de la observación sobre la invención. En vida del autor sólo se publicaron sus Cuentos frágiles (1883), libro que agrupa quince textos; en 1898, en el primer tomo de sus obras, dedicado a la prosa, se recogen nueve composiciones bajo el título de Cuentos color de humo; en ese mismo tomo, en la sección tercera, “Crónicas y fantasías”, se incluyen algunos trabajos que caben más dentro del espíritu de la prosa narrativa que del periodo informativo. En 1958, E. C. Mapes reúne sus Cuentos completos. Se trata de una edición rigurosa, responsable, que permite asomarse, por primera vez, al universo de ficción del Duque Job. Gutiérrez Nájera narra con la misma habilidad y soltura hechos cotidianos e insólitos. Una serie de contrapesos equilibra su mundo narrativo y lo instala en el reducido número de nuestros clásicos. Así, a las emociones opone las sensaciones, atempera la realidad con la fantasía, diluye la riqueza verbal con las historias a ras de tierra que describe. Cuenta a su manera los temas de siempre, y lo hace de acuerdo a una cosmovisión típicamente porfirista: es decir europeizante, de clase en ascenso y que cree, por eso mismo, en el ascenso. MANUEL ÁLVAREZ DEL CASTILLO (1860-1887) es hoy más conocido por el poema que escribió Gutiérrez Nájera con el motivo de su temprana muerte que por su valiosa y corta obra de narrador. El cuento, la novela corta, la monografía histórica, la crónica en que la gracia atempera la mordacidad, el ensayo jurídico,

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el artículo en que las palabras son como líneas que configuran alegres caricaturas, poblaron sus laboriosos veintisiete años. “Parisiense desterrado”, así solía llamarse a sí mismo, comprendió sin embargo su circunstancia particular (el Jalisco de la alta burguesía) y nacional. Espíritu crítico, sostuvo lucha sin tregua contra los excesos del nacionalismo y de su hermano gemelo, el desarraigo. Los admirables textos narrativos suyos que nos quedan, cinco en total (publicados entre 1886 y 1887), lo muestran como prosista que aventaja en algunos aspectos a los narradores de su edad: su sprit es el de los modernistas, su maliciosa sintaxis (en la que el galicismo convive con el orden castizo de las palabras) lo aproxima al realismo crítico de nuestros días y lo aparta de la transcripción ingenua de la realidad que se practicaba en los años ochenta. Boceto de escritor talentoso, reclama que su obra sea leída por sus contemporáneos del Siglo XX. La gracia y el humor, que hereda de uno de sus maestros, Gutiérrez Nájera, lo preservan del olvido. CARLOS DÍAZ DUFOÓ (1861-1941), periodista, dramaturgo, experto en economía, fundador con Gutiérrez Nájera de la Revista Azul, publicó en 1901 sus Cuentos nerviosos. Más que cuentos pretenden ser ensayos, poemas en prosa, relatos que tratan temas afines al naturalismo con el estilo y la visión del mundo modernista. Mezcla no muy extraña, ni tampoco explosiva, que ensayaron con diverso mérito colaboradores de la Revista Moderna como Nervo, Leduc y Ceballos. Díaz Dufoó es cáustico, es intencionado, es cruel. Toma a la risa por sorpresa; la acecha y la viola; como los viejos bíblicos, aguarda a que Susana se despoje del cinturón para atisbarla y gozarse en su desnudez, para analizarla y exponerla a la contemplación de los perversos.

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ALBERTO LEDUC (1867-1908) publicó una novela María del consuelo (1894), una novela corta: Un calvario, memorias de una exclaustrada (1894), dos colecciones de cuentos: Para mamá en el cielo y Cuentos de navidad (1895) y Biografías sentimentales (1898). En el periódico El Siglo XIX dio a conocer, el 2 de mayo de 1896, su texto corto más celebrado, “Fragatita”, que trata sobre la vida y muerte de una prostituta. Leal lo define como un cuento de amor y venganza que atestigua el influjo de los autores franceses (Guy de Maupassant, por ejemplo), tan difundido entre los escritores de la época. Leduc se acerca a la prosa de Couto Castillo más que a la realista, especialmente en sus cuentos. Aprovecha la anécdota para reflexionar acerca de la vida eterna y la condenación por ejercer el pecado de la lujuria. En la Revista Moderna, de la que fue redactor desde un principio, colabora con insistencia; entrega artículos, ensayos, traducciones y cuentos. LUIS G. URBINA (1868-1934) como Gutiérrez Nájera, su maestro, dedicó más tiempo a la crónica que al cuento. Y es más, sus cuentos hay que desprenderlos de las crónicas, como sucede con frecuencia en el caso del Duque de Job. En sus textos narrativos, como en los de Gutiérrez Nájera, predominan lo sentimental y lo afectivo. Por último, como Gutiérrez Nájera, Urbina se complace en contar historias tristes y vulgares, en las que con frecuencia aparecen niños explotados, mendigos, prostitutas, cómicos y otras criaturas de la picaresca urbana. (Como Lizardi, como Gutiérrez Nájera, Urbina es un escritor citadino que ama entrañablemente a la ciudad de México.) El viejecito es un prosista limpio y fluido, que escribe sus textos como modernista, los estructura como naturalista y los siente como romántico. En cuatro libros se condensan sus mejores momentos como prosista: Cuentos vividos y crónicas soñadas (1915), Estampas de viaje (1919), Psiquis enferma (1922) y Hombres y libros (1923).

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JESÚS URUETA (1868-1920) es conocido como orador (“la palabra se convertía en música en sus labios, y tenían sus cláusulas la gracia y la armonía de un mármol antiguo”), como helenista, como teórico e historiador del arte y las letras; poco se sabe de él como narrador. Su primer libro, Fresca (1903) “contiene bellas divagaciones y ensayos imaginativos así como alguna que otra página de tipo miniaturista, en primoroso y castigado estilo. En la Revista Moderna se encuentran cuatro textos suyos, algunas viñetas descriptivas, unas cuantas leyendas y varios poemas en prosa, que adelantan los que cincelará, años más tarde, Julio Torri. La atmósfera y estilo de estos textos es abrumadoramente modernista. El valor de su prosa narrativa no es desdeñable. AMADO NERVO (1870-1919) lega a la prosa mexicana hallazgos más importantes de lo que a primera vista se piensa. Con las novelas cortas El bachiller y Pascual Aguilera introduce el naturalismo en nuestras letras. Por otra parte lleva el cuento modernista, iniciado con Gutiérrez Nájera, a su más alta calidad artística. Por el camino de la imaginación llega a la narrativa fantástica, en la que deja algunos textos redondos como, por ejemplo, “Un sueño”, al que don Alfonso Reyes califica como su mejor obra en prosa. Dentro de la corriente realista sobresale su manera de ambientar las historias y su habilidad para descubrir desenlaces sorpresivos. Sin embargo en la mayor parte de los cuentos de Nervo predomina la nota fantástica, el aire exótico y el personaje irreal. En alguno de ellos aflora la nota humorística, como en “Una humillación”, y con frecuencia la satírica, como en “La última guerra”. Le preocupan, sobre todo, los temas que giran en torno a problemas filosóficos: el más allá, la muerte, el tiempo, la inmortalidad; son los suyos cuentos poéticos escritos sobre temas trascendentes. Sus textos cortos más representativos se encuentran en Almas que pasan (1906) Y Cuentos misteriosos, reunidos

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póstumamente en 1921. En Nervo narrador se pueden distinguir dos épocas: la primera, realista, de ambientes y personajes mexicanos; la segunda, imaginativa, de marcado carácter cosmopolita. En su prosa de la segunda etapa se opera, primero que en su poesía, la evolución hacia la sencillez y la sinceridad. Nervo se despoja de las galas modernistas y viste hábito de franciscano. La características del Nervo modenista, del Nervo poeta: musicalidad, elegancia, internacionalismo, sincretismo, se dan también en el Nervo prosista, y con especial claridad en los cuentos, algunos de los cuales son verdaderos poemas en prosa, Ciertos poemas de Nervo son como largos poemas sinfónicos, mientras que su prosa es a veces poemática, pero otras está formada por breves escalas y arpegios, con algunas interrupciones bruscas y ligeros efectos de disonancia; se parece más a Satie y a Debussy que a Wagner. Indudablemente tenemos que referirnos a la música al hablar de un escritor modernista: el modernismo busca en ella un lenguaje sutil y refinado, un sistema de armonías y ritmos, unas raíces pitagóricas, que otras corrientes literarias no habían sabido explotar hasta entonces; Poe basa no pocos poemas, y algunas de sus afirmaciones teóricas, en su amor por la música. Wagner es uno de los ídolos de la generación modernista. Pero el estilo de Wagner se mueve entre lo teatral y lo épico, mientras que Debussy, que quería, al escribir Pelléas y Melisande, recrear una época wagneriana, pero en voz baja, está más cerca de Nervo, quien tiende a lo íntimo y a lo lírico. ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ (1871-1952) publica únicamente dos cuentos: “Una hembra” (1895) y “La chiquilla” (1907). Ubicados, sin decirlo expresamente el autor, en tierra nuestra, son más realistas que modernistas. Los personajes se mueven con naturalidad e independencia. En mi opinión, “La chiquilla” es el más logrado. Con unos cuantos datos González Martínez crea a este personaje femenino en el cual la libido se encauza indistintamente hacia una incipiente voluptuosidad y un misticismo adolescente. La adjetivación, las imágenes, el deseo de forma muestran al poeta depurado y trascendente.

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JOSÉ JUAN TABLADA (1871-1945) como prosista es más conocido por sus memorias, su novela, su volumen de crónicas y sus monografías artísticas; se desconoce casi por completo su paso por la narrativa breve. En la Revista Moderna publica (entre 1898 y 1901) dos cuentos, una leyenda china que muestra que la mujer es más amarga que la muerte y fragmentos de dos novelas que no llega a terminar. Los cuentos relatan las vivencias y experiencias que obtuvo el autor en una casa de salud donde lo internaron para desintoxicarlo de las drogas y el alcohol. El vicio y la casa de salud están descritos por un personaje alucinado que intenta aclarar sus percepciones. A Tablada le interesa más el proceso mental; para él es más importante el movimiento espiritual de sus personajes que la anécdota. En este sentido anticipa las prosas autorreflexivas (cortas y largas) que escribirán, entre otros, Villaurrutia, Torres Bodet y Owen. MARÍA ENRIQUETA CAMARILLO Y ROA, VIUDA DE PEREYRA (1872-1968), autora de más de diez colecciones de cuentos y novelas cortas publicadas entre 1914 y 1950, apenas deja huella en la prosa narrativa de su tiempo. Al margen de las escuelas, su mayor aportación, quizá, tiene que ver con el punto de vista femenino con que encara los hechos que viven sus criaturas. Es una adelantada de radionovelas y telenovelas. CIRO B. CEBALLOS (1873-1938) fue redactor-fundador de la Revista Moderna. Torri lo acusa de procacidad y cree que estuvo a punto de acabar con la revista, la que se salvó gracias al dinero y esfuerzo de Valenzuela. (Entre sus compañeros de generación se le conocía como “Ciro, el mordaz”.) En la Revista Moderna, Ceballos difunde artículos de crítica literaria (sus “apologías” abren el camino a las famosas “máscaras” de escritores famosos que publicará la revista), ensayos y cuatro cuentos, todos ellos aparecidos entre 1898 y 1899, año en que Valenzuela le cierra las

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puertas de la publicación. En 1903 publicó su libro de cuentos Un adulterio. Otros cuatro textos suyos figuran en la antología Cuentos mexicanos (1898) y uno en la compilación de Manuel Ugarte La joven literatura hispanoamericana (1915). Los cuentos de Ceballos, de ascendencia francesa, son refinados y crueles, y la actitud del autor frente a la historia que narra es rebelde y desencantada. Forma con Bernardo Couto Castillo y Rubén M. campos la trilogía de cuentistas más representativos de la primera etapa de la Revista Moderna. El tema de uno de sus cuentos (“tragedia pasional”, 1989) y la postura que asume ante los hechos pintan de cuerpo entero a Ceballos: un ciego enamorado de una mujer fea logra curarse de su ceguera y sufre una gran desilusión al conocer a su novia. Ambos deciden suicidarse. A lo largo de los relatos breves y extensos que integran su obra, se hacen evidentes unos rasgos que no sólo eran propios de y la crónica modernista: una consciente voluntad de cambiar la literatura a través del lenguaje y asumirla como una posición vital, como una actitud cotidiana y como muestra de una nueva y renovadora sensibilidad ante lo que eran las formas aceptables y respetables del quehacer literario heredado de las mitades del Siglo XIX. RUBÉN M. CAMPOS (1876-1945) da a conocer sus cuentos más característicos en la revista de Valenzuela entre 1900 y 1903. Sus cuentos están inscritos en la atmósfera modernista. De ambiente oscuro y truculento, tratan de rencores, venganzas y asesinatos con la misma naturalidad con que un escritor moralista habla de las virtudes fundamentales. EFRÉN REBOLLEDO (1877-1929) repite más o menos los temas de sus poemas en sus textos narrativos. Entre ellos, el más característico de su postura modernista se titula “La cabellera” y apareció en la Revista moderna en la segunda quincena de agosto de 1900. Reducida a sus rasgos esenciales, la historia que cuenta es

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esta: el poeta, después de buscar sin fortuna, placeres que alivien su desconsuelo, vive una noche de amor con su querida, y luego, mientras ella duerme, se ahorca con su larga cabellera. BERNARDO COUTO CASTILLO (1880-1901) algunos críticos sostienen que fue muy importante en la primera época de la Revista Moderna; los “paraísos artificiales”, fueron para él, como para otros de sus compañeros (como el poeta Antenor Lezcano, a quien elogia Tablada), el tónico de la inteligencia y el excitante de la sensibilidad; en ellos encontró la muerte, tal vez verdaderamente deseada, siendo casi un adolescente. El amor adverso es el tema central de sus cuentos, amor que conduce a los personajes a repudiar el mundo, a privarse voluntariamente de la vida. El interés de sus textos radica en la manera morbosa de encarar el mundo, actitud que concuerda con las que practican los modernistas de ese momento. Couto supo crearse, a pesar de su corta edad, una personal manera de pensar y vivir. En 1897 publicó un libro de cuentos, Asfodelos, que se distingue por la vehemencia autodestructiva y la sinceridad desusada. Los narradores modernistas, como los poetas de esta tendencia, siguen al pie de la letra la literatura francesa, y por ello entregan en sus textos cuadros de vida inverosímiles. En su admiración desmesurada no hicieron una verdadera selección –en opinión de Valdés- de lo que venía de Francia, pues estaban demasiado preocupados por las novedades y descubrimientos literarios. Los deslumbraba la belleza del idioma, su claridad, su prestigio, la intencionada libertad que se daba a las pasiones y al erotismo, aunque a veces no fuera más que un delirio sin objeto artístico, o bien los arrebataban los crímenes productos de la pasión, las venganzas a veces sobrenaturales, los personajes fabulosos y las criaturas míticas…Su intención era agotar las sensaciones del placer y del dolor, a veces tan mezcladas que no se podían distinguir.

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II.7.- EL CUENTO IMPRESIONISTA

El cuento impresionista resulta de una cruza: la del realismo con el modernismo. En blanco y negro se puede afirmar que la temática es realista y el estilo modernista. La estructura, algunas veces, está más próxima a la poesía (al poema en prosa) que a los textos narrativos. La actitud del narrador impresionista se desentiende del materialismo con que los realistas enjuician (o deberían enjuiciar) el mundo que los rodea y adopta como herramienta de pensamiento el idealismo: de esta manera pintan la realidad no como es sino como les gustaría que fuera. Así, Micrós, su máximo exponente utiliza la ternura, la piedad y la misericordia para atemperar los sufrimientos y sinsabores que la vida infringe a sus niños, mujeres y animales. ÁNGEL DE CAMPO, Micrós (1868-1908), es uno de nuestros escritores más significativos. El dolor de los miserables, de los pobres, de los niños enfermos, de los animales abandonados no ha tenido en México un intérprete mejor. Micrós poseía una facultad retentiva verdaderamente estupenda; lo que él veía quedaba para siempre grabado en su cerebro como en una placa fotográfica…Sus negativos los retocaba con mano de artista; con elementos reales componía cuadros imaginativos. La crítica que se desprende de su obra, se limita a la vida del pueblo y de la clase media modesta y gira siempre alrededor de tres puntos: las costumbres, la escuela y la pobreza. Seguramente habrá en nuestra literatura autores más cultos, de mayor perfección técnica, de mayor profundidad, pero ninguno de tanto amor para lo nuestro. En sus obras se advierte, principalmente en cuentos, crónica y en la única de sus novelas que ha llegado hasta nosotros, La rumba, rasgos realistas y aun naturalistas. No olvidemos que floreció en pleno naturalismo francés; que quizá leyó mucho a Galdós. Su costumbrismo, que nada contra la corriente, es dinámico, está injertado en la acción.

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Sus pseudónimos, Micrós y Tic-tac, simbolizan su mundo: las pequeñeces y los ruidos insignificantes, cotidianos. La luz y los ruidos son los elementos que recoge con más acierto en sus páginas descriptivas. Asimismo, esos pseudónimos revelan los sentidos que emplea habitualmente en sus percepciones: la vista y el oído. El de Tic-tac lo usa en artículos, crónicas y cuadros de costumbres. Con él toma el pulso al tiempo, del cual es amable censor. El de Micrós lo utiliza cuando funge de historiador de la gente sin historia o, lo que es igual, cuando escribe cuento y novela. Uno y otro pseudónimos lo aproximan respectivamente a la pintura y la música, dos obsesiones (entre otras) de los escritores modernistas. Ángel de Campo es el pintor impresionista de los pobres y los desvalidos, ya sean hombres o animales. A las cosas las personifica, les infunde vida. El lenguaje que usa en todos los géneros (con excepción, quizá, de la poesía) es limitado, pero corresponde a la sensibilidad y mentalidad de sus personajes. Más que Rabasa y el mismo Delgado, conoce y emplea con naturalidad el modismo familiar, los abundantes giros que en las poblaciones urbanas desarrolla el lenguaje de la conversación. A diferencia de sus coetáneos, Micrós escribe en mexicano, en tanto que los otros narradores redactan en un estilo en el cual los modismos, escasos y asépticos parecen escritos en letra cursiva. Las prédicas de Altamirano a favor de la creación de una literatura propia encuentran el Ángel de Campo su exponente más humilde y, también más sensible. El propio Micrós responde, en uno de los artículos de las Semanas alegres titulado “De la novela nacional”, tanto a los críticos de su tiempo como a los del nuestro que lo acusan de obra parca y deficiente en cuanto a estructura y estilo: “Que hubiera público lector y demanda de libros, y papel barato, y editores verdaderamente progresistas, y estímulo, y compañerismo, y prensa culta, y modo de encerrarse a escribir, y tendríamos, hasta los más insignificantes del Distrito Federal, material no digo para toda una novela sino para toda una biblioteca ilustrada”. Las

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peticiones de Ángel de Campo, por otra parte, señalan algunos de los defectos capitales de nuestra literatura, vigentes todavía el día de hoy. Como crítico de la realidad nacional es directo heredero de Fernández de Lizardi y de este hereda los procedimientos y propósitos que hicieron de sus textos una muestra de lo que fue, es y será la literatura mexicana, una literatura que en sus mejores momentos, se apega a la condición del hombre, hace suyos sus fracasos y se alegra con sus victorias. Después de cuarenta años de existencia fallece este escritor, víctima del tifo. Murió tal como vino al mundo, tal como trabajó de maestro, periodista y burócrata, sin llamar la atención y sin hacer ruido. A la vida entregó su bondad y a las letras los síntomas que le diagnosticó Gamboa al llamarlo neurópata abierto de par en par a todas las compasiones y a todas las delicadezas. Sus cuentos, sesenta y cinco en total, se encuentra publicados en tres libros: Ocios y apuntes (1890), Cosas vistas (1894) y Cartones (1897). ALEJANDRO CUEVAS (1870-1940) es más conocido como autor de comedias, zarzuelas y óperas que como cuentista. En 1911, prologados por Juan de Dios Peza, reunió quince textos breves, que años atrás habían aparecido en El Diario Ilustrado, en el volumen titulado Cuentos macabros. Las historias de Cuevas son de una gran violencia; en contraste, el estilo con que están narradas puede definirse como poético. En esta dualidad, novedosa en su momento, descansa el valor de estos cuentos cuyo común denominador es la muerte. El autor, compasivo como Micrós, quien es su influjo más visible, primero mata a sus criaturas (o las convierte en asesinas) y después se apiada de ellas; explica las razones que tuvieron para matar o dice en su honor emocionadas oraciones fúnebres. La violencia a veces para en truculencia y la efusión de ternura en sentimentalismo. “Sleeping car” es uno de nuestros primeros cuentos antiimperialistas.

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II.8.- LOS NATURALISTAS

El cuento naturalista pretende mezclar una buena dosis de las teorías positivistas de la época y una porción más o menos igual del materialismo científico tan en boga en ese entonces. El naturalismo intenta ser una especie de sincretismo que armoniza y funda la teoría novelística de Flaubert (basada en el impersonalismo y la objetividad) con la sociología de Comte y la científica de Bernard. Así, despoja al narrador del papel de fotógrafo y quiere convertirlo en un hombre que domine y ejercite las distintas ciencias sociales. Si en Francia el naturalismo puro fue impracticable, en México resultó imposible dada nuestra idiosincrasia. Lo que llamamos tendencia naturalista no es más que un proyecto de ir más allá del romanticismo y sus rebabas costumbristas. Mostrar la realidad social y política y en algunos casos (como los de Frías y Dávalos) señalar a los culpables del infortunio que padece en todos sentidos la inmensa mayoría. SALVADOR QUEVEDO Y ZUBIETA (1859-1935) publicó dos libros de relatos: Recuerdos de un emigrado (1883) y Un año en Londres. El primero aparece en Madrid con prólogo de Emilio Castelar; el segundo es producto de una estancia de doce meses en la capital de Inglaterra como corresponsal de prensa. Subtitulado Notas al vuelo, lo edita Bouret, en París, en el año de 1885. Quevedo es más valioso como novelista que como cuentista. Las características de sus obras extensas son las mismas de sus textos breves: saber crear personajes autónomos, engrandecer el interés de la historia que cuenta y describir “científicamente” los trozos de realidad que enjuicia junto con las criaturas que la habitan.

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FEDERICO GAMBOA (1864-1939) publicó únicamente un libro de textos cortos, Del natural, esbozos contemporáneos (1899), en el que agrupa cinco cuentos un poco más largos de lo que normalmente se acostumbra. En Impresiones y recuerdos (1893), obra autobiográfica, incluye algunos relatos, entre otros “Malas compañías”, de diseño naturalista. En sus cuentos plantea situaciones, crea tipos y urde ambientes a los que volverá más tarde en sus novelas. Así, los paseos en coche, los gabinetes privados de los restoranes, las salas de juego que aparecen en “Uno de tantos”, los usará Gamboa, como recurso artístico y con pocos cambios, en buena parte de sus novelas. “Vendía cerillos” el último del volumen, trata de ser, sin conseguirlo ya que cae en la adoctrinación fácil, un estudio del ambiente en que se mueve el hampa citadina. En ese sentido es un texto precursor; lo es también, en lo que toca al protagonista, Sardín, quien es el primer héroe sentimental (después vendrán otros cortados con el mismo patrón) que comparece en las obras de Gamboa. El empleado que se arruina, la mujer que se prostituye, el filósofo idealista, el asesino por amor, todos los futuros tipos ejes de las novelas de Gamboa se esbozan en estos cinco cuentos, y con ellos la gran ciudad como escenario que a todos multiplica y aniquila. Estos cuentos están bajo la influencia del naturalismo de Zola y algunos episodios que figuran en ellos recuerdan a otros autores de esta escuela como Maupassant y Edmond de Goncourt. Del natural es un libro hemipléjico: contiene una parte viva, la mayor, y otra muerta. Los tres cuentos iniciales: “El mechero de gas”, “La excursionista” y “El primer caso” participan de un tono de farsa poco usual en la obra de Gamboa, de un buen humor y una desenvoltura (es decir, de una falta de respeto a las costumbres establecidas) poco frecuentes, asimismo, en la bibliografía de don Federico. Por último, el autor se comporta con cierto cinismo y mundanidad, rasgos que son ajenos casi por completo a los autores de estos años.

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Con sus cuentos ocurre lo que pasa con sus novelas: se escribieron con pretensiones naturalistas y son ejemplos de nuestra mejor prosa realista. HERIBERTO FARÍAS (1870-1925) concedió al cuento escasa importancia. Sus textos cortos hay que buscarlos en Leyendas históricas mexicanas (1899), que incluyen los “Cuentos históricos nacionales” y en Episodios militares mexicanos (1901), donde entre batallas y actos heroicos se encuentran composiciones narrativas. En la prensa periódica y con el título genérico de “Mariposas occidentales” entregó a los niños algunos cuentos desenfadados y ligeros. En los cuentos más representativos de Farías casi siempre hallamos como tema central las penalidades, injusticias y sufrimientos de los soldados y la gente del pueblo. Frías es un fiel descriptor de la vida militar (sobre todo de los soldados y las soldaderas); en el Siglo XX sólo se le equipara el general Francisco L. Urquizo con dos de sus libros: De la vida militar mexicana (1930) y Tropa vieja (1943). Antes que escritor, Frías es un periodista, y sus textos más que cuentos son reportajes escritos con simpatía hacia los personajes, conocimiento de las circunstancias en que éstos viven y estructurados en la forma más sencilla y a veces simple. De este modo, atando reportajes, consigue armar su obra más conocida, Tomochic (1892), que relata los episodios de la campaña en Chihuahua que emprende el ejército federal (del que Frías forma parte como subteniente) contra un grupo de tarahumaras enemigos del gobierno de Porfirio Díaz. El mérito de Frías descansa en la viveza del relato y el realismo con que pintan los hechos que describe. Es uno de los precursores del ya inminente cuento de la Revolución Mexicana.

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MARCELINO DÁVALOS (1871-1923) reúne en ¡Carne de cañón! (1915) diez cuentos escritos en Quintana Roo, entre 1902 y 1908, durante el desempeño del puesto de asesor militar que le encomendó el gobierno federal. En estos cuentos, como antes en la pieza ¡Viva el amo! (1910), se opone a la dictadura porfirista. Como Frías que vive día a día la campaña de Tomochic, Dávalos conoce de primera mano la existencia que llevan en Quintana Roo los presos políticos. Como Frías, asimismo, es de los pocos escritores que se atreven a criticar la política represiva del tirano. Si en el teatro, por ejemplo en el drama nacionalista Guadalupe (1903), Dávalos plantea desde una perspectiva naturalista el problema del alcoholismo y sus consecuencias hereditarias, en los cuentos de ¡Carne de cañón! Usa los lineamientos de esta escuela para descubrir las leyes que rigen los fenómenos de la vida entre los seres inadaptados que se resisten a gozar la paz porfiriana y que, por ello, son recluidos en las afueras de un México diseñado por y para los ricos. El naturalismo se presenta en nuestro país, más bien como un realismo crítico, y en México, a diferencia de Europa, se manifiesta con cierto retraso, a tal grado que cristaliza en los albores de la Revolución Mexicana y prácticamente se empalma con los narradores que surgieron de este significativo movimiento social.

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CAPÍTULO III === EL CUENTO FINISECULAR DEL SIGLO XX MICHOACANO



Índice capitular

III.- EL CUENTO FINISECULAR DEL SIGLO XX MICHOACANO

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III.1.- SEÑAS DE IDENTIDAD

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III.2- DEL CAMPO A LA CIUDAD

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III.3.- LA IMBORRABLE HUELLA DEL COSTUMBRISMO

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III.4.-TIPOLOGÍA ELEMENTAL DEL CUENTO MICHOACANO 97

III.4.1.- El Cuento Clásico

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III.4.2.- El Cuento Moderno

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III.4.3.- El Cuento Posmoderno

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III.- EL CUENTO FINISECULAR DEL SIGLO XX MICHOACANO

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n la década de los ochenta y noventa del Siglo XX el cuento que se publicó en el estado de Michoacán apareció de manera preponderante en las revistas literarias de la época y en los suplementos culturales de los periódicos locales de manera principal en la capital del estado pero también en Zamora, Uruapan, Cd. Lázaro Cárdenas, Cd. Hidalgo, Zitácuaro, La Piedad, Huetamo, Jiquilpan, Zacapu; y en menor medida en algunas otras cabeceras municipales de las 113 alcaldías que conforman la geografía estatal. Hacia el inicio de los ochentas surgió la colección narrativa Desperdicios que publicó la Editorial de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo coordinada por José Luis Rodríguez Ávalos. La idea -bastante original- de aprovechar los recortes de papel sobrante de las ediciones formales fueron reciclados y utilizados para imprimir en ellos los cuentos de las jóvenes promesas literarias. Al principio de los noventa, es importante el papel que jugó, en el estímulo a la difusión del género, los concursos anuales “Carmen Báez” convocados por El Colectivo Artístico Morelia, A.C. la publicación de los cuentos ganadores así como la valiosa antología Primer En Cuento estatal Michoacán publicada por Balsal Editores en 1987. Aunado a esos esfuerzos se encuentra la colección de narrativa Los Tejedores (primera y segunda serie) editada por el Instituto Michoacano de Cultura. De igual importancia es mencionar la antología realizada por el investigador nicolaita Raúl Arreola Cortés titulada Antología de cuentistas michoacanos editada por Morevallado Editores en 1996. Y ya para cerrar los noventa adquiere singular valor para el tema que nos ocupa la colección de literatura que publicó la U.M.S.N.H. Luna de Río que coordinó el poeta y dramaturgo Neftalí Coria. Dicha colección

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igual contempló obras de poesía y cuento como resultado del taller de creación literaria dirigido por Coria y promovido por la misma institución educativa. En el caso de los suplementos culturales y literarios de la época son significativos el suplemento “Las ventanas” del Semanario Independiente Guía, así como el suplemento literario “Signos” del Diario de Zamora. En La Voz de Michoacán es digno de mencionar el suplemento semanal “Acento” que fundara el entrañable maestro, poeta y periodista Don Alejandro Avilés Inzunza. El suplemento cultural “Letras de Cambio” del periódico Cambio de Michoacán. Asimismo merece mención en este inventario el suplemento “Dominó” que publicó El diario Z de Zamora. En el ámbito revisteril es de justicia hacer mención de la más antigua revista literaria de Morelia: El centavo, dirigida por Arturo Molina. La revista Pireni, órgano de difusión de uno de los primero talleres literarios en Morelia integrado por Gaspar Aguilera Díaz, Gustavo Chávez Castillo, José Mendoza Lara y Fernando Ramírez. La revista cultural y de sociales Élite de Michoacán. Las revistas Pacanda y Travesía de la Universidad Michoacana, Fragmentario del Instituto Michoacano de Cultura. Jitanjáfora de José Mendoza Lara, Babel de Víctor Manuel Pineda. La revista Gaceta de Zamora de Don Francisco Elizalde García. Revistas estudiantiles como Alabastro en la escuela de filosofía u órganos de talleres literarios como El abismo y la gran nada del taller de literatura “Tomás Rico Cano” de la Casa de la Cultura de Morelia. Publicaciones literarias Independientes como Uandaricha y Xibalbay. Las revistas zamoranas fundadas y dirigidas por el escritor Héctor Canales González: Iniciación, Signos, La brasa e Identidad. La exquisita y efímera revista literaria La espina en la garganta de Morelia, así como la revista Perspectiva del taller literario “José Revueltas” de Uruapan. Algunas marginales, corrosivas e irreverentes como ABCs. Revistas juveniles como El subterráneo dirigida

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por los hermanos Alfredo y Leticia Carrera López y algunas posmodernas y de fantasmagórica aparición como Polvo de Alejandra Quintero y Oscar Quevedo. Y ya cerrando el milenio tenemos un interesante proyecto de revista literaria sostenida en gran medida gracias a los esfuerzos del infatigable Ramiro Bolaños: Diturna. Sin pretender hacer una relación exhaustiva y completa de todas las publicaciones literarias en el estado pretendemos con dicha relatoría, subrayar la importancia que estas publicaciones –casi todas desaparecidas a la fecha- tuvieron para la difusión de la literatura michoacana y del cuento en particular.

III.1.- SEÑAS DE IDENTIDAD

El cuento finisecular michoacano es eminentemente posmoderno, heterodoxo, multifacético y difícilmente definible. Se encuentra alimentado por una multiplicidad de modernas tradiciones literarias, principalmente la que deriva de cierto realismo crítico con ramificaciones hacia el naturalismo y el costumbrismo. Incluso perviven en él rasgos propios de la picaresca española acriollada por estilos imitadores de José Rubén Romero en su inmortal novela La vida inútil de Pito Pérez. No se puede ocultar en el cuento de los ochenta y noventa del Siglo XX, la impronta que dejó en las letras michoacanas La novela de la Revolución e incluso la cuentística –no muy abundante por cierto- que produjo la influencia del movimiento armado en escritores como Mauricio Magdaleno, sobre todo en su libro El ardiente verano. Solamente algunos pocos escritores –como es el caso de Alfredo Maillefert Vidales y Xavier Vargas Pardo- logran salir ilesos de esa influencia narrativa, retomando personajes y paisajes de su región mostrando lo más prístino de su idiosincrasia y cultura. El cuento posrevolucionario alcanza su máxima expresión en las obras de Juan Rulfo y Juan José Arreola, como ejemplos de

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cumbres insuperables de la literatura mexicana. Estilos diferentes e inigualables pero siempre imitados por toda una moda que -por fortuna- el Boom Latinoamericano logró aglutinar y difundir paulatinamente. Para el crítico y especialista en la materia como lo es Seymour Menton, el rasgo distintivo del Boom latinoamericano es el realismo mágico y lo describe de la siguiente manera: Por difícil que sea definir las tendencias literarias, digamos que el realismo mágico consiste en la presentación objetiva, estática y precisa de la realidad cotidiana con algún elemento inesperado o improbable cuyo conjunto deja al lector desconcertado, aturdido, maravillado.5

Aunque debemos acotar que el realismo mágico fue una tendencia internacional que empezó en la década después de la Primera Guerra Mundial, resucitó en la década posterior a la Segunda Guerra Mundial dando sus mejores frutos literarios en la América Latina en las décadas del 50 al 70. El término en sí fue inventado en 1925 por el crítico de arte alemán Franz Roh (18901965) y divulgado entre 1926 y 1929 por el italiano Massimo Bontempelli (1878-1960) en su revista Novecento. Cuando Franz Roh escribió su libro en 1925, él codificaba lo que transcurría en el mundo artístico de Europa y de los EE.UU. a partir de 1918 o sea la reacción en contra del expresionismo. Siguiendo el ejemplo de su profesor Heinrich Wölfflin que había distinguido, diez años antes, entre el arte renacentista y el arte barroco. Roh contrastó los rasgos magicorrealistas y expresionistas. Si el ascenso al poder de Hitler en 1933 acabó con el realismo mágico en Alemania, la crisis económica de 1929 a 1939 y la Segunda Guerra Mundial limitó por todo el mundo las posibilidades del realismo mágico lo mismo que del surrealismo y de casi toda experimentación formal a favor de un arte más realista de protesta social. Al concluir la Segunda Gran Guerra,

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Seymour Menton. “El realismo mágico en dos cuentos mexicanos” en Teoría y práctica del cuento. Encuentro internacional, 1987. Instituto Michoacano de Cultura. Morelia, Michoacán. p. 88.

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el realismo mágico renace con la exposición, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, titulada Realistas y magicorrealistas estadounidenses (1943), con los cuentos más famosos de Jorge Luis Borges, con el libro de cuentos de Truman Capote Un árbol de noche y otros cuentos (1945), con el cuadro El mundo de Cristina (1948) de Andrew Wyeth y con la poesía mágicorrealista de Günter Eich y otros jóvenes alemanes de la postguerra. De ahí siguió hasta su intenso florecimiento hispanoamericano en la década del 60 con la obra ejemplar: Cien años de soledad. En una entrevista publicada en 1970 en la revista Review, Gabriel Gracía Márquez declaró: “Creo que si uno sabe mirar, lo cotidiano puede de veras ser extraordinario. La realidad cotidiana es mágica pero la gente ha perdido su ingenuidad y ya no le presta atención. Yo encuentro en todas partes correlaciones increíbles.” De esta manera se localiza lo mágico en el mismo contexto de la realidad cotidiana, fusionado a ella y no en un plano diferente, paralelo o asociado. Finalmente el cuento publicado en Michoacán en los ochentas y noventas difícilmente podrá ser clasificado de manera exclusiva en algunas de las corrientes que se diluyeron a principios del Siglo XX, mezclándose entre sí o desembocando en el realismo mágico que absorbió los restos de sus predecesoras: naturalismo, costumbrismo, regionalismo e indigenismo. Sin embargo ello no obstó para que disminuyera la producción cuentística, al contrario, surgieron nuevas voces que se incrustaron en esa confluencia de heterodoxias narrativas que dieron los primeros rasgos a lo que ahora podemos llamar el cuento posmoderno.

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III.2- DEL CAMPO A LA CIUDAD

En México, al igual que casi todos los países latinoamericanos se dio un proceso de acelerada modernidad en las primeras décadas del Siglo XX. De tal proceso surgieron los crecimientos poblacionales y como consecuencia las ciudades pequeñas pasaron a ser ciudades medias. Inicialmente el fenómeno se presentó en las capitales de los estados de la República Mexicana y posteriormente con algunas cabeceras municipales, sobre todo con aquellas de mayor movimiento comercial y crecimiento económico. En Michoacán se manifestó dicho crecimiento en ciudades como Uruapan, Zamora, Cd. Lázaro Cárdenas, Cd. Hidalgo, Zitácuaro, Apatzingán, Jiquilpan, Zacapu, etc. Inclusive y a pesar del fenómeno migratorio que ha llevado a un importante sector de la población michoacana a establecerse desde hace varias décadas en los Estados Unidos de Norteamérica. En el momento que realizamos este trabajo (2010) se cuenta en el estado con una población un poco mayor a los cuatro millones de habitantes, de los cuales más de un millón viven en la Unión Americana. Sin embargo el centralismo que ha privado en todos los órdenes entre la capital del país en relación con la provincia, también se reproduce en diferente escala, y guardando la debida proporción, entre Morelia, la capital de estado y el resto de las poblaciones. De tal suerte que producto de este fenómeno cultural tendremos la concentración de la mayor producción literaria en la capital y un porcentaje mucho menor en las cabeceras municipales que se distinguen por un mayor potencial comercial y económico. Todo ello a pesar de los esfuerzos en mayor o menos medida que han realizado las diferentes administraciones estatales, que en el rubro de la cultura, incluso han intentado dotar a cada cabecera municipal de una Casa de Cultura como recintos indispensables para incentivar y organizar las múltiples manifestaciones artísticas y culturales de los diversos municipios. A la fecha se cuenta con 89 integradas a la

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Red Estatal de Casas de Cultura y diseminadas a lo largo de la geografía estatal. Este contexto social se ha visto reflejado de una u otra manera en las temáticas que caracterizan el cuento publicado en Michoacán. De tal suerte que la narrativa finisecular paulatinamente ha ido abandonando lo temas propios del campo y la provincia para ser cada vez más citadina. Esta característica es más perceptible actualmente en la obra de los jóvenes escritores; quienes también han nacido y crecido, mayoritariamente, en ciudades. Este proceso de urbanización de la literatura también va acompañada por una paulatina acción de popularización, es decir de una ampliación de su radio de acción, tanto de aquellos que buscan formarse en el oficio de escritor, como en las capas receptoras de la obra literaria. Veamos la manera en que este fenómeno es puntualizado por el destacado crítico Ángel Rama: En todos los casos la urbanización se acompaña de una evidente popularización que también, como ya apuntamos, no sólo debe verse en la introducción de personajes de las clases bajas (aunque muy excepcionalmente obreros) o personajes desclasados y marginales, sino en la adopción franca de los ideolectos grupales o de las jergas con los que se expresan tanto las creaturas novelescas como el propio autor, salvando la distancia que los narradores regionalistas establecían entre ellos y sus personajes populares.6

Así pues, la literatura se urbaniza –aunque se sigan recurriendo a temas campiranos, sobre todo de aquellos narradores que vivieron su infancia en el ámbito rural- pero también se incorporan a su temática los personajes populares, obreros y campesinos llegados a la ciudad junto con la democratización del ejercicio del escritor. Profesión esta siempre marginal, pero que se niega a desaparecer aún a pesar de los embates feroces de la posmodernidad. Como dato significativo que comprueba 6

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Ángel Rama (1981). Novísimos narradores hispanoamericanos 1964/1980. Marcha Editores. México. p. 26


nuestra tesis respecto al crecimiento del fenómeno literario en los ámbitos académicos de la sociedad contemporánea, queremos consignar la creación de la Escuela de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo justo al finalizar la década de los noventa. Con la apertura de tal escuela se busca estimular y profesionalizar el ejercicio de la literatura En los escritores michoacanos el campo como tema literario- a pesar de todo- se mantiene vigente, como una temática en reserva y a fines del Siglo XX –en la mayoría de ellos- solamente como un elemento cultural del imaginario colectivo. De tal suerte que al inicio del segundo milenio un porcentaje superior al ochenta por ciento de los cuentistas del Estado radican en ciudades pequeñas y medianas y su temática literaria es poca y, muy eventualmente, alusiva al campo. Las excepciones son pocas y vale la pena consignarlas cuando la obra es de sobresaliente calidad, como es el caso de Virgilio Sánchez Calzada en su más reciente libro de cuentos: La muerte de colombina y otras muertes: A ver, qué necesidad había de estar yo aquí, piensa, en esta tierra de nadie, a cientos de kilómetros de cualquier parte, tratando de reponer un marido a la viuda y un padre a la huérfana, sin que nadie me obligue, peor aún, sin que ellas me lo pidan. No era ese el plan original. Había llegado allí con la idea de entregarles el dinero, con algún pretexto, dinero que había arrebatado al difunto, y que por lo tanto les pertenecía, y marcharse en seguida; pero al verlas tan solas y desamparadas, comprendió que no era suficiente. No, había que devolverles la esperanza, la alegría, protegerlas, hacerles compañía. Había que atender el rancho, un rancho ciertamente pequeño, pero grande si se toma en cuenta la debilidad de dos mujeres desfallecidas, una adulta y una niña anormal. Hay mucho trabajo por hacer, trabajo rudo, de hombres. Dar mantenimiento al pozo, desazolvar los canales, barbechar, abrir los surcos en la tierra, arrojar la semilla, abrir las compuertas para dar salida al agua, escardar, alejar a las aves,

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cosechar el maíz, llevarlo al mercado, venderlo. Mucho trabajo. No le extrañaría que los animales, las vacas, las ovejas, las gallinas, hubieran muerto de inanición y falta de cuidados. Las mujeres hacen lo que pueden pero lo que pueden es poco, no basta. Se necesita la fuerza del hombre. En la ciudad es otra cosa, allá hombres y mujeres son iguales, pero aquí hay que enfrentar los rigores del clima con fuerza y determinación.7

En este cuento titulado “Dueto mortal” se perciben los inevitables ecos rulfianos, que durante las décadas de los sesentas y setentas tanto abundaron en los escritores mexicanos. Sin embargo la asimilación de Sánchez Calzada de la obra de Rulfo va más allá de repetir los lugares comunes del sincretismo religioso o moral de la idiosincrasia mexicana, plantea ya en el contexto de una acentuada posmodernidad la condición del hombre y la mujer en un marcado contraste entre el campo y la ciudad. Rompiendo con ello las barreras teóricas de limitación entre el texto y su contexto geográfico-social.

III.3.- LA IMBORRABLE HUELLA DEL COSTUMBRISMO

En el corazón de un México tradicionalista –a pesar del ingreso inevitable al mundo globalizado del tercer milenio- se conservan todavía visibles las huellas de una literatura conservadora de múltiples tradiciones y costumbres, particularmente en la provincia y poblados de tierra adentro. Un somero análisis general nos dejaría asombrados de saber la cantidad de costumbres heredadas desde la más remota antigüedad y conservadas a lo largo de una serie amplia de generaciones. El vehículo por excelencia de dicha trasmisión es el lenguaje. Elemento que a más de fungir 7

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Virgilio Sánchez Calzada. “Dueto Mortal” en La muerte de colombina y otras muertes. Morevallado Editores. Morelia, Michoacán, México. 2004. pp. 151-152.


como instrumento de comunicación permite incorporar la impronta cultural de nuestros ancestros. Incluso se llega a convertir –en casos de sociedades ágrafas- en el recipiente idóneo de los conocimientos prácticos y existenciales del hombre. La literatura oral abunda en saberes prácticos y en sabiduría popular que van de boca en boca en forma de dichos refranes o sentencias. Elementos que no son propiamente nuestro objeto de estudio y que sin embargo son referencia obligada en muchos de los textos que nos ocupan. Así pues, el habla del pueblo “fotografiada” con toda fidelidad, con todo y sus abundantes errores gramaticales de pronunciación se vuelve uno de los signos distintivos de ese costumbrismo lingüístico que se niega a morir en la cuentística del Michoacán contemporáneo. Aunque los ejemplos abundan citaremos solamente un caso como referencia y comprobación de nuestra tesis. Tal es el caso del relato de Carlos Oseguera titulado Hay que saber escoger, donde un hijo cuenta la azarosa biografía de su autoritario y renegado padre -casi como en un monólogo de oración religiosa- a Tata Dios, al momento de escogerlo para darle muerte y cometer parricidio: -Si el miedo remediara las penas o quitara las mortificaciones, todos seríamos miedosos. Pienso que levantarse temprano, todavía a oscuras, pa’ordeñar las vacas en cuanto “despuntara el lucero”, también le ayudó a perder el miedo; había que’star con la leche lista tempranito y luego luego ensillar y cargar las mulas pa’bajar al pueblo, con el temor de que “los levantao’s” en armas le metieran un plomazo. Como decía un tío suyo: -Entre güevos y concencia, con esa maldita maña que tienen “de primero lo fregamos y luego ‘veriguamos”. Él siempre dio rienda suelta a sus instintos. Desde niño y durante la eda’ d’entender las cosas, aprendió de los purititos animales: -Pa’ madrugador y bueno pa’pisar, el gallo; pa’trabajador el burro;

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pa’noble el caballo; pa’bravo el toro… Y pa’educar a la mujer no hay como las gallinas: ¡siempre cerca de la casa y cuidándose y cuidando a sus pollitos de los malditos gavilanes! Así como se lo platico. Él aprendió a oiservar a los animales y de convivir con ellos, como güen ranchero que jué. Nada más en l’ora de pensar en los puercos y en los perros tenía sus dudas; a unos los veía como negocio y a otros como amigos: -No entiendo por qué cuando lo q’eren ofender a uno, le dicen que es un puerco, y por qué presumen y hasta afirman q’el perro es el mejor amigo del hombre; esas son puras mentiras.8

Desde los inicios del México independiente y tras la búsqueda de una identidad nacional, las letras mexicanas persiguieron reflejar en el lenguaje la idiosincrasia del mexicano. Si en la novela, es El periquillo sarniento la obra considerada primera en cuanto a la producción con identidad nacional, lo mismo puede decirse con justa razón de Los cuentos del general de Vicente Riva Palacio en el género del cuento. En dicho libro encontramos lo más sazonado del autor: elegancia, humorismo y dominio de la técnica del relato. Pero sobre todo ello, se van perfilando los rasgos de lo que los críticos llamarán “el color local”, es decir la distinción de una obra nacional, netamente mexicana. Es con esta obra que se inicia la persecución y búsqueda de la mexicanidad en la narrativa. Preocupación que los primeros románticos pondrán en el primer lugar de sus prioridades estéticas.

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Carlos Oseguera, et. al. “Hay que saber escoger” en Concurso de poesía y relato. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. Morelia, Michoacán. México. 1994. pp. 23-24.


III.4.-TIPOLOGÍA ELEMENTAL DEL CUENTO MICHOACANO

Tal como ya lo afirmamos en páginas anteriores, el cuento michoacano de las dos últimas décadas del Siglo XX, presenta una marcada influencia del realismo-naturalismo y del costumbrismo, producto de una fidelidad especial hacia la tradición narrativa heredada del siglo decimonónico. A tal grado es su apego a dicha tradición literaria que pareciera que no hubieran existido las vanguardias y sus influencias entre los escritores michoacanos. Sin embargo la impronta de la vanguardias poca mella hizo en la citada tradición. Y los escasos rasgos de su novedosa propuesta quedaron desperdigados en pocos cuentistas y en uno que otro relato experimental. Es innegable que el cuento clásico y el moderno siguen incluso a la fecha gozando de una amplia hegemonía y preferencia tanto en escritores como en lectores de la geografía que nos ocupa. Para tipificar estos dos casos mencionados seguimos la propuesta del estudioso y especialista en la materia Lauro Zavala quien clasifica de manera estricta y rigurosa tres tipos de cuentos: clásico, moderno y posmoderno.

III.4.1.- EL CUENTO CLÁSICO

En el contexto de la poética borgiana y siguiendo la propuesta de Ricardo Piglia, Zavala reseña el cuento clásico, como aquel cuento en el que se narran dos historias. La segunda historia se mantiene recesiva a lo largo del cuento y se hace explícita al final, como una epifanía sorpresiva y concluyente. Pero lo interesante de este modelo es que la tensión entre esas dos historias mantiene el suspenso, de tal manera que aunque el lector conoce de antemano la regla genérica que sostiene la historia, ignora las vicisitudes que esta genérica habrá de sufrir en cada historia particular. Este recurso explica en parte una de las diferencias fundamentales entre el cuento literario y el cuento de tradición

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oral o las fábulas moralizantes. Si bien cada cuento clásico respeta las reglas genéricas que lo sostienen, lo que mantiene la atención del lector son las vicisitudes que ocurren a la historia recesiva en su búsqueda de un centro discursivo. EL TIEMPO está estructurado como una sucesión de acontecimientos organizados en un orden secuencial, del inicio lógico a la sensación de inevitabilidad en retrospectiva, es decir, a la convicción del lector de que el final es algo inevitable. EL ESPACIO es descrito de manera verosímil, es decir, respondiendo a las necesidades del género específico, y a este conjunto de convenciones tradicionalmente se le ha asignado el nombre de efecto de realidad, propio de la narrativa realista. LOS PERSONAJES son convencionales, generalmente construidos desde el exterior, a la manera de un arquetipo, es decir, como la metonimia de un tipo genérico establecido por una ideología particular. EL NARRADOR es confiable y omnisciente. No hay contradicciones en su narrativa y sabe todo lo que va a suceder. Incluso sabe todo lo que el lector necesita para seguir el orden de la historia. Su objetivo es ofrecer una representación de la realidad. EL FINAL consiste en la revelación explícita de una verdad narrativa, ya sea la identidad del criminal o cualquier otra verdad personal, alegórica o de otra naturaleza. El final entonces es epifánico, de tal manera que la historia está organizada con el fin de revelar una verdad en sus últimas líneas.

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De esta manera, el cuento clásico es circular, puesto que tiene una verdad única y central. Es epifánico porque está organizado alrededor de una sorpresa final. Paratáctico, porque a cada fragmento le debe seguir el subsecuente y ningún otro. También es secuencial porque está estructurado de principio a fin y es realista porque se encuentra sostenido por un conjunto de convenciones genéricas. Finalmente, el objetivo de este tipo de cuento es la representación de una realidad narrativa. El cuento clásico es el que aparece en los estudios igualmente clásicos de la teoría literaria. De hecho, es el género literario que sirve como referencia para estudiar a los demás géneros, pues la novela puede ser leída como la integración de una serie de cuentos modernos, y la poesía es la síntesis intuitiva del sentido de un cuento. Los hallazgos del cuento son retomados mucho después por los otros géneros narrativos. El cuento de la Revolución Mexicana es el paradigma del cuento clásico. En muchas ocasiones el cuento clásico adquiere un valor testimonial, y de ahí deriva su proximidad con la crónica periodística. Por supuesto, el clásico es el más permanente y accesible, y es el que se practica con mayor frecuencia por los escritores noveles en los talleres literarios. Sin embargo el cuento clásico y su formato sigue presente de diferentes maneras entre los cuentistas michoacanos, sobre todo en aquellos que son mucho más cuidadosos con las estructuras heredadas, producto de una concepción clásica de la cultura y también de un manejo pulcro del lenguaje. El siguiente relato del escritor e intelectual uruapense Héctor Ceballos Garibay es un ejemplo representativo de esa presencia literaria.

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VUELO A ITALIA

Héctor Ceballos Garibay9

Un leve mareo me atosigó antes de subir al taxi rumbo al aeropuerto. El cansancio se traslucía en mis gestos torpes y nerviosos. No había po­dido dormir a plenitud, preocupado por los preparativos del viaje, excitado y todavía incrédulo ante la contundencia de los hechos que se enca­denaban precipitadamente y volvían realidad esta primera excursión a la vetusta Europa. Y en efecto, ahí me encontraba, exhalando felicidad, con el boleto en la mano y la maleta a punto. ¿Y por qué a Italia?, me preguntaban los amigos. Prefería no contes­ tarles, evitar la pedantería de aquel alud de razones gratificantes que se agolpaban en mi mente. ¡Ah, la nutricia tierra de Dante! ¿Cómo aludir -sin volverme odioso- a la irisada belleza de las vírgenes del Giotto, a la serenidad clásica que emerge de las iglesias florentinas, al pathos barroco descollante en la arquitectura de Roma, a los colores sublima­dos de los pintores venecianos? Sí, había que guardar discreto silencio. Y esperar, casi con delectación masoquista, a que el tiempo me acercara paso a paso a esa tan ansiada confrontación entre mi cultura libresca y la realidad tangible de los tesoros artísticos. Desafiar la inmensidad del cielo con aquel avión semivacío, ligeramen­te demorado, me produjo una sensación de bienaventuranza, casi de omni­potencia. Por fin comenzaba esta travesía tanto tiempo acariciada, y fir­memente asumida como un parteaguas personal. Años y años de trabajar y ahorrar una pequeña fortuna que, en esta época de crisis, a cualquier persona le hubiera parecido una insensatez dilapidar en un viaje turísti­co de seis meses. Y así, a mis 30 años y sin ataduras laborales o fami­liares, emprendí exultante esta experiencia de abrir las entrañas cultu­rales de Italia, de empaparme con el néctar de sus viñedos, de recorrer los meandros de su historia, y de paladear las florituras de su lengua­je.

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Cuento inédito cortesía del autor.


Una breve escala en Nueva York me sirvió para ensayar, a vuelo de pá­jaro, una primera versión al español de algunos poemas de Pavese. Poco tiempo duró aquel inspirado estado de arrobamiento espiritual, pues al re­tornar al avión para emprender el vuelo transatlántico me encontré con una multitud ruidosa de ítalo-norteamericanos que, a cada rato, festinaban el regreso temporal al terruño sacrosanto. A veces en inglés, otras en ita­liano, comentaban los incidentes del despegue, bromeaban entre sí y can­turreaban al calor de los aperitivos. Evidentemente, me fue imposible retornar a la traducción, y tampoco pude embelesarme con mis propias ensoñaciones que presuponían la bondad del silencio. Amaba a Ita­lia, es cierto, pero no a los italianos agringados, demasiado colonizados y prestos a vanagloriarse de sus triunfos en América. Ubicada del lado izquierdo del avión se encontraba una pareja de mexicanos que me pareció interesante. La casualidad nos hizo coincidir en los asientos para los no fumadores. De momento lamenté la vecindad de estos paisanos, añosos y elegantes, pero luego, ante el estré­pito generado por los ítalos, los consideré como si fueran una bendición. Afortunadamente podía hablar de cosas interesantes con este par de arqui­tectos, marido y mujer, que trabajaban sus proyectos al alimón, y que es­peraban obtener un premio en los concursos de diseño artístico auspicia­dos por la Bienal de Venecia. -¿Y cómo es que aún sobreviven casados y viéndose todo el tiempo? -les pregunté, alzando la copa de vino para brindar en honor de la Roma Imperial. -Todo es cuestión de saber cómo pasar del amor al trabajo, y viceversa, sin mezclar el uno con el otro -me contestó él, con una sonrisa de auto­ satisfacción. -El secreto es muy simple -intervino ella con presteza e ironía-, en la casa manda mi esposo y en el despacho soy yo quien lleva la batuta. Por más que buscábamos la sensación de estar ya en Italia, mediante el regodeo implícito en esta tertulia a tres bandas entre Daniel, Sofía y yo, no tardamos mucho en dejar de lado las fantasías. La cena del avión -tan insípida y parca- nos retrotrajo sin misericordia a la rea­lidad del tedioso vuelo nocturno. En eso estábamos, conversando campechanamente sobre temas de actualidad como el proceso judicial contra Silvio Berlusconi y el reciente

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incendio en la Fenice, o de tópicos culturales como la última novela de Umberto Eco y el cine inmortal de Fellini, cuando sentí el peso de una mirada que es­crutaba morbosamente mi manera gustosa de paladear el postre. Eran unos ojos grises, coquetísimos tratándose de una muchacha de escasos 15 ó 16 años. Primero, al observar la persistencia de aquella sonrisa leonardezca, pensé que algún residuo alimenticio en mi cara había provocado su curiosi­dad. Pero en seguida, después de limpiarme la boca con la servilleta, ad­vertí que no había mordacidad alguna en esa mirada que sacaba a flote mi timidez. Supuse entonces que, con aquel reiterado juego de ojos, ella simplemente estaba probando conmigo su recién adquirida capacidad de seducción erótica; o que, en otro tenor, mis facciones le recordaban la imagen grata de algún ser querido. ¿Por qué yo -un tipo poco agraciado en el aspecto físico- podía parecer­ le interesante a esta beldad digna del Corregio? En el avión viajaban jó­venes guapísimos y hombres maduros que, sin duda, hubieran sido una mejor elección para aquellos ojos ávidos de mundo. Así que la duda punzaba den­tro de mí y me impedía proseguir con fluidez la conversación -harto presuntuosa a decir verdad- entre mis coterráneos y yo. Pronto caí en la cuen­ta de que no tenía respuesta ni modo de averiguarla, salvo si vencía el temor al ridículo y buscaba la forma de preguntarle de viva voz qué era aquello de mi persona que a ella le suscitaba tanto interés. Al término de la cena, mis compañeros de viaje interrumpieron la plá­ tica común, arguyendo que Daniel intentaría dormir y que Sofía vería la película. Así pues, yo tendría el tiempo suficiente para planear cómo abordar a esta Venus adolescente. Para mi desgracia, transcurrieron bastantes horas sin que volviera a reparar en mí. Ella viajaba acompañada de un señor de mediana edad -alto, jovial y en exceso cariñoso- que supuse era su padre. Con ellos iba un niño de 7 u 8 años, seguramente el hijo me­nor. El hecho de que estuvieran situados en el costado derecho del avión y a sólo una fila delante de mi asiento, me permitía observarla a mis an­chas cuando giraba su cabeza y me sonreía, o cuando se olvidaba de mí y se entretenía hojeando revistas. La incertidumbre ahuecaba mi estómago. ¿No sería una estupidez entrome­terme en la vida de esta infanta precoz? ¿Cómo reaccionaría su padre -un macho italiano, con toda certeza- si me descubría haciéndole la corte a su hija? Sin quitarle los ojos de encima, continuaba a la espera de otra señal, de otra mirada suya directa o furtiva. Daniel, al contemplar mi estado

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de estupor -una parálisis con sudoración extrema-, me sugirió que tomara algún tranquilizante. Rápidamente le expliqué que estaba demasiado excitado por la expectativa de mi primer encuentro con el viejo continente; y luego de rehusar cortésmente su ofrecimiento, lo conminé a que volviera a la placidez del sueño. Dejé de beber, pues quería estar lúcido a la hora de hablar con ella. ¿Le preguntaría su nombre en inglés o en italiano? Mi estrategia era muy simple: en el momento en que ella volteara hacia mí, le indicaría con un movimiento lateral del rostro que la esperaba atrás, a la salida de los sanitarios. En ese lugar, propicio para aparentar un encuentro fortuito y lejos de la tropa de italianos, me animaría sin duda a preguntarle su nombre, a elogiarle su dorada cabellera y, ¿quién sabe?, a tomar y besarle sus manos todavía de niña. La dilatada espera se volvía extenuante. ¿Entendería ella el mensaje? ¿Aguardaría unos cuantos minutos en su asiento, para luego diri­girse discretamente al baño tras de mis pasos? Tardaba siglos en voltear de nuevo, y su demora actuó como un catalizador de imágenes rebosantes de fantasía: de pronto aparecíamos ella y yo en alegre conversación, co­bijados por la oscuridad de la noche, sintiendo el roce palpitante de los cuerpos, y aventurando el placer de los besos furtivos. Minutos más tarde, en pleno delirio imaginativo, proyectaba en mi mente una trillada película pornográfica en la cual hacíamos el amor en alguno de los lugares vacíos, víctimas de una ansia sexual irreprimible, semidesnudos y arreba­tados el uno con el otro, a punto del orgasmo ante el peligro de ser des­cubiertos por la sobrecargo o por alguno de los pasajeros. El avión se acercaba a su destino y ella seguía sin mirarme, absor­ta en la tarea de entretener a su hermanito y de reír los chistes a los amigos de su papá. Era tal mi crispación, que comencé a preguntarme si no había caído en las redes de algún espejismo erótico. ¿Acaso era a mí a quien le coqueteaba? ¿No estaría yo confundiendo una mirada ingenua con un flirteo, una simple sonrisa infantil con una incitación plena de las­civia? Para colmo de males, los efectos tardíos del alcohol acentuaban mi melancolía, a la vez que el prolongado desasosiego me sumía en un torbe­llino de disquisiciones pesimistas: no podía ser yo, caramba, la causa de sus primeros devaneos, pues bien conocía mi falta de atractivo, mi recu­rrente torpeza en el trato seductor con las mujeres. Faltaba escasa media hora para que finalizara la película. El tiempo corría en mi contra. Si no volteaba ahora, se me escaparía de las manos la

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oportunidad de cruzar palabras con ella, perdería la ocasión de espantar para siempre aquellas dudas que me crepitaban el alma como si estuviera en el infierno. Cinco minutos más de espera, fue el último plazo que me puse. Apenas había dejado de ver el reloj, cuando por fin volteó y descubrí en sus ojos cierta malicia, como si tan sólo quisiera cerciorarse de que ahí me tenía, esperándola eternamente, embelesado con su palidez botticceliana, rogándole a los dioses para que la condujeran hacia mí. Apenas si tuve el tiempo suficiente como para enderezarme, girar la cabeza hacia atrás y balbucear la invitación a que me siguiera a la parte posterior del avión. Eran tales mis nervios, que no pude observar su reacción: si asintió o no, si actuó con disimulo o se quedó mirando la manera inhábil de pararme del asiento y encaminar mis pasos hacia aquel destino prefijado. Entré al ba­ño para acicalarme un poco, y salí de él lo más rápido que me fue posible. A lo lejos vi su pelo dorado: no se había movido de su asiento. Todo el en­torno permanecía en desesperante calma: unos pasajeros dormían, otros veían la película –a punto de concluir-, y algunos pocos platicaban o se levantaban a los lavabos. Mi corazón latía a martillazos mientras aguardaba, todavía esperanzado, a que de un momento a otro ella desocupara su lugar y se dirigiera hacia donde yo estaba. La esperé ahí, al finalizar el largo pasillo, con la mirada fija en sus mechones rubios y repitiendo sin cesar las frases convenientes para saludarla e infundirle confianza. Tal vez -pensaba- el nuestro fuera un encuentro tan afortunado, como para planear una o varias citas en Roma. Súbitamente percibí cierto movimiento y se avivó la última de mis ilusiones. ¡Nada! Se trataba de su hermano menor, quien jugueteando corría a los mingitorios situados en la parte media del jumbo. Me sentía fatigado, inerme y desolado ante la luz rojiza del amanecer que despuntaba en el horizonte. La película ya había terminado y los sobrecargos se apresuraban a servir el desayuno. Una repentina turbulencia me hizo trastabillar cuando, con pies de plomo, me dirigí a mi asiento. Daniel y Sofía percibieron de inmediato mi estado deplorable. Ellos, por el contrario, lucían en magníficas condiciones. Con voz alta para que yo los escuchara, planeaban su itinerario por Venecia. En él aparecía la con­sabida visita turística a la Academia, al Rialto, a San Giovanni, a San Marco, y a tantos otros lugares de peregrinación obligatoria. De impro­viso, como para remarcar cuán especializados eran sus juicios estéticos, Daniel me lanzó una pregunta retadora: -Me gustaría saber, Miguel, a quién prefieres: a Jacopo Tintoretto o a Pablo Veronese.

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-El mejor de los pintores venecianos es Ticiano -le respondí con una soberbia rotunda que puso punto final al diálogo. Me acerqué a la ventanilla, seguro de que conseguiría reanimarme con aquella excelsa panorámica de la ciudad de Bernini. Fue tal el impacto, que me pregunté si ella, a su corta edad, conocería la galería Borghese, si me hubiera aceptado la invitación a comer en el Trastevere, y si algún día volvería a verla. Ni siquiera la magnificencia de Roma, el hecho real de estar sobrevolándola, admirándola, podía borrar de mi mente el encan­to sutil de aquella sonrisa. ¡Qué afortunada combinación de ternura y sensualidad! El descenso fue preciso, apenas un ligerísimo golpeteo del avión al aterrizar. Al unísono se oyó el aplauso jubiloso de los ítalo-norteameri­canos, eufóricos por el arribo a la madre patria. Luego de salir paso a paso de la inmensa nave, nos dirigimos presurosos al puesto de migración y, por último, a la sala en donde aguardaríamos la llegada de los equipajes. En este espacio amplio y luminoso la volví a ver, a corta distancia, y, para mi sorpresa, me pareció más joven, casi una niña. La minifalda que vestía apenas si le cubría unas piernas muy delgadas, níveas, dibujadas con mano maestra. La visualicé como si fuera ella una sílfide recién nacida de las conchas marinas, orgullosa de su esbeltez, lista para presumir aquel busto incipiente, firme, que apuntaba al cielo. Sentí de nuevo el vértigo de la inspiración, y me propuse, al menos, decirle un cálido adiós al oído. Las maletas de Daniel y Sofía aparecieron de inmediato. Me alegré de que se despidieran, de verlos partir sin intercambiar con ellos nuestras se­ñas particulares. En otra situación, quizá, hubiera procurado ahondar la relación amistosa; pero ahora no tenía tiempo ni cabeza para tal fin. Me noté revitalizado nada más por el hecho de contemplar la grácil figura de aquella adolescente virginal, inaccesible, imperecedera. Acallé un grito de entusiasmo cuando la vi -¡ya era hora!- que se diri­gía al sanitario. De momento no supe qué hacer, si recoger primero mi equipaje del riel donde daba vueltas, o apresurarme tras ella, para abor­darla a su regreso del baño. Hice lo segundo. Prendí un cigarrillo y es­peré vigilante, preso de tribulaciones. Salió presurosa, todavía secándo­se las manos. Me le acerqué al instante, exaltado y animoso, pero apenas abría la boca para presentarme, cuando ya ella se encontraba a cuatro me­tros de distancia. Diría que se asustó o que tal vez me confundió con otra persona, no lo sé, el caso es que me esquivo ágilmente, en un abrir y ce­rrar de ojos, escudándose en un nuevo rostro, adusto e imperturbable.

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Por los altavoces se anunció el arribo de otros vuelos. Al volver en mí, descubrí azorado que los ítalo-norteamericanos se habían marchado, que só­lo un eco lejano de su algarabía quedaba en aquella sala semivacía. Me en­ contraba solo, a medio camino de cualquier punto, paralizado y boquiabier­to en ese lugar de nadie, como si me hubieran sacrificado con mis propias expectativas. Respiré a bocanadas y poco a poco tomé conciencia de que es­taba en Roma, de que finalmente había cumplido mi sueño de pisar suelo italiano. ¡Debería estar contentísimo! , me dije a mí mismo, como buscando nuevos bríos. A lo lejos, mi maleta daba vueltas y vueltas, parecía no tener dueño.

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III.4.2.- EL CUENTO MODERNO

En principio, Zavala llama a este tipo de cuento, relato, para distinguirlo del anterior. Y siguiendo con el modelo borgeano, la primera historia que se cuenta puede ser convencional, pero la segunda puede adoptar un carácter alegórico, o bien, consistir en un género distinto del narrativo, o simplemente no surgir nunca a la superficie del texto, al menos no de manera explícita al final del relato. Esta es la naturaleza de gran parte de los cuentos intimistas, cuyo palimpsesto suele ser una alegoría implícita, apenas sugerida en la conclusión. EL TIEMPO está organizado a partir de la perspectiva subjetiva del narrador o protagonista, por lo cual el diálogo interior adquiere mayor peso que lo que ocurre en el mundo fenoménico. A esta estrategia se le ha llamado especialización del tiempo, pues el tiempo narrativo se reorganiza y se presenta con la lógica simultánea del espacio y no con la lógica secuencial del tiempo lineal. EL ESPACIO es presentado desde la perspectiva distorsionada del narrador o protagonista, quien dirige su atención a ciertos elementos específicos del mundo exterior. Son descripciones antirrealistas, es decir, opuestas a la tradición clásica. LOS PERSONAJES son poco convencionales, pues están construidos desde el interior de sus conflictos personales. Las situaciones adquieren un carácter metafórico, como una alegoría de la visión del mundo del protagonista o de la voz narrativa. EL NARRADOR suele llegar a adoptar distintos niveles narrativos, todos ellos en contradicción entre sí. La escritura del relato

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es el resultado de las dudas acerca de una única forma de mirar las cosas para representar la realidad. Se trata de la antirrepresentación. El objetivo consiste en reconocer la existencia de más de una verdad surgida a partir de la historia. Es esta una lógica arbórea, ramificada como los brazos de un árbol. La voz narrativa puede ser poco confiable, contradictoria o, con mayor frecuencia, simplemente irónica. EL FINAL es abierto, pues no concluye con una epifanía, o bien, las epifanías existen de manera sucesiva e implícita a lo largo del relato; lo cual obliga al lector a leer irónicamente el texto. El cuento moderno surge en la segunda mitad del Siglo XX, y es en 1952 cuando se publica Confabulario de Juan José Arreola. En los años inmediatamente siguientes se publican otros libros de cuento indiscutiblemente modernos, como El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo; Los días enmascarados (1954), de Carlos Fuentes; y ¿Águila o sol? (1955), de Octavio Paz. En los cuentos contenidos en estas colecciones proliferan elementos de la modernidad cuentística: especialización del tiempo, experimentación con la estructura narrativa y con las reglas genéricas y una intensificación del tono intimista del relato. En seguida podemos leer un ejemplo del cuento modernista michoacano con el tono totalmente citadino y con varias de las características que se acaban de reseñar.

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UN TRIUNFADOR10

Raúl Mejía Para Manolo Mejía

Esa vez El Gato, luchador rudo de nobles sentimientos se enfrentaba a Raffles, el técnico de las manos de seda. Se decía que éste era todo un artista para meter las llaves de tal manera que sus rivales ni se enteraban del momento en el cual, una sofisticada versión de la tapatía entraba en sus cuerpos mediante mecanismos manejados por manos de seda. Fue muy conflictivo ver frente a frente y máscara contra cabellera a dos de nuestros más caros ídolos, sin embargo, y tal como ocurría cada domingo en que el cartel era atractivo, cruzamos puntualmente el umbral del coso taurino, en el cual se habilitaba el encordado y nos instalamos en las bancas de ring side. Todo mundo esperaba ver una lucha limpia pese a los diferentes estilos, pues el Gato, como ya dijimos, era un mal rudo y sólo en contadas ocasiones, cuando había la imperiosa necesidad de reivindicar su giro en el deporte de los costalazos, acudía a ardides tales como una corcholata entre las mallas, puños de arena disimulados con destino a los ojos del rival o piquetes clandestinos. Las simpatías estaban mayormente con Raffles y sólo unos cuantos con el Gato. Cuando el técnico apareció y subió al ring, la ovación no se hizo esperar: enfundado en una capa de terciopelo negro y guantes de seda del mismo color, Raffles levantó los brazos saludando al respetable. Se despojó de la capa y trepó a dos o tres ansiosos chavitos para la foto de rigor, acto que le valió la simpatía de –ahora sí- todo el auditorio, a excepción de dos valiosas adhesiones, pues consideramos muy jalada de los pelos (o la máscara, según se vea) su actitud. Cuando El Gato subió al ring ya tenía otro rival a vencer: los enardecidos aficionados, aunque debieron reconocer de inmediato la metamorfosis sufrida por el felino de la temporada anterior a la actual; El Gato estaba ahora

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Raúl Mejía. En la línea (Cuentos). Ediciones del IMC .Colección Los tejedores. Segunda serie. Morelia, Michoacán. 1991. P.P 13-18.

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ostensiblemente más cuadrado y elástico, lo cual era contrastante con Raffles, quien tragó saliva cuando lo vio. El público, siempre atento, dudó en dar sus ovaciones a un técnico tan débil ante un gato en su versión rey de la selva. El Gato saltó de un solo impulso las cuatro cuerdas reglamentarias del cuadrilátero y por poco araña al réfiri en una de sus maromas por los aires al tratar de demostrar –evidentemente- que estaba estrenando vida. Un hombre a nuestra derecha logró contener nuestras muestras de apoyo al felino muy a tiempo, pues estuvimos a punto de originar un linchamiento que hubiera dejado a las familias de las cuales formábamos parte, sin dos de sus más conspicuos miembros. Como marcan los cánones de toda lucha que se respete, se anunció la pelea “a dos de tres caídas sin límite de tiempo” y se inició el sangriento espectáculo. La primera caída la ganó sin grandes dificultades Raffles; con su finura característica, logró infringirle dos violentas Tomojagens combinadas al Gato y lo dejó listo para la cuenta de tres, sólo que (y esto lo vimos gracias a nuestro privilegiado lugar de ring side pagado con el ahorro de dos “domingos”) en los ojos gatunos vimos una mezcla de ira y dolor totalmente fuera de libreto, producto sin duda del derechazo subterráneo propinado por su rival un segundo antes de la aplicación del paquete de Tomojagens, el cual le abrió el labio superior sangrándolo abundantemente. Eso nos hizo pensar en un cambio radical en el curso del match para las dos próximas caídas reglamentarias Se oyeron feroces maullidos a partir de ese momento. El Siete Vidas, valiéndole gorro, las pullas del público y el miedo a Raffles, se lanzó con rudeza a perseguir al sedoso. Ni patadas ni topes voladores hicieron que manos de seda mordiera la lona; el muy cobarde se rindió con unas manitas de puerco aplicadas con infinita pasión. Así la lucha se iba a la tercera y definitiva caída. Tal vez el empate, el orgullo y el apoyo de los aficionados hicieron que Raffles reaccionara, pues ahora sí le atoró a los zarpazos. El rudo seguía sangrando de la boca, pero con ágiles movimientos logró zafarse varias llaves maestras; no obstante un cabezazo accidental o provocado le abría la ceja derecha. La lucha continuó y vino la represión: cada vez que El Gato quería colocar un legal y auténtico Candado, el réferi lo amonestaba, cuando estuvo a punto de ofrendar a Apolo a Raffles mediante una ortodoxa Tapatía, el árbitro seguramente dijo: “esa no, porque me hiere” y pretextando cualquier

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cosa, hizo que el rudo bajara lentamente al técnico de la “llave monumento” que hiciera famosa Black Shadow. La lucha continuó y el triunfo se le negaba al felino. A través de la máscara del técnico se veían sus ojos desesperados y sabedores del descontrol patente del Show; decidió entonces traicionar a su clase y se convirtió en rudo. Tomó de la cabeza a su contrincante y acudió presuroso a estrellarla en el poste más próximo, acto seguido y descarado, lanzó un jab con destino a la mandíbula del perplejo Gato y lo hizo trastabillar. El público maullaba burlonamente cuando la Gori Especial y después un Látigo botaba hasta las primeras filas del ring la humanidad y perplejidad de El Gato. Al subir éste nuevamente, el provisional y sintético rudo tomó de los cabellos al auténtico y nuevamente llevó su cabeza al poste, próximo a los jueces, quienes cerraron los ojos tratando de evitar que el sudor los salpicara. Eso bastó: el minino ronroneaba totalmente noqueado. Cuando desesperados, nosotros gritábamos: “pinches rateros, vendidos, hijos de la chingada…” El Manos de Seda levantaba los brazos adelantándose al veredicto. Subió al ring un hombre de traje y corbata que luego de un rato, logró que El Gato asintiera apenas con la cabeza a sus instrucciones. Se procedió a levantarlo y un fígaro, con gesto soberbio procedió a cortar la hirsuta y sudorosa pelambre del rudo, quien con majestad posó una rodilla en la lona y orgulloso cruzó los brazos mientras el respetable se burlaba de su suerte. En algún momento nuestras miradas se cruzaron. Al bajar del ring recibimos la justificación del ahora rapado minino: “ustedes saben que no perdí…” y se alejó derrotado. La siguiente lucha, Tinieblas el gigante sabio contra Karloff Lagarde ya no la vimos. Salimos del coso arrastrando la rabia por la injusticia cometida; ese fallo nos retiró definitivamente de los encordados. Ahora entro en la oficina del director de esta dependencia; me recibe afectuoso, amable. Me pregunta las cosas más increíbles: ¿cómo están por su casa? ¿Qué ha sido de su vida? Me pregunto si sabrá algo de mí y que la vida me ha tratado así nomás. Se pone tras del inmenso escritorio y me ofrece todo para iniciar el solemne asunto que me trajo, como ocurre siempre que se trae la tarjetita adecuada: una agüita mineral, una coca, un jugo de naranja; finalmente se traiciona: una cubita. Acepto. Llama por un timbre oculto a alguien y a los pocos segundos entra en la oficina El Gato, arrastrando los treinta años más tarde. Se pone a las órdenes del hombre de traje y corbata, asiente apenas

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con la cabeza y se dirige a la salida a cumplir el encargo. No puedo creerlo. Me levanto del asiento y lo tomo por brazo, se vuelve lentamente, lo miro a los ojos: ya no tiene el gesto ágil, su cuerpo es un montón de carne flácida. Clava su mirada servil en mí, interrogante. ¿Usted es El Gato, verdad? Le pregunto tratando de ser reconocido, pero el hombre a través de sus ojos de furia frustrada, asalariada, me contesta al tiempo que quita con un movimiento mi mano de su brazo: soy El Gato, sí señor, pero prefiero andar de gato que de perro, con su permiso. Se aleja derrotado, aunque quienes vimos su lucha supimos que fue víctima de una trampa. Él ganó.

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III.4.3.- EL CUENTO POSMODERNO

En la cronología del Siglo XX, Zavala ubica el cuento clásico desde la década de los veinte y el cuento moderno (que no modernista) en la década de los cincuenta. El llamado cuento posmoderno mexicano tendrá su punto de inicio en el periodo 1967-1971. Ya que es en estos años en que son publicadas obras significativas que anuncian ya el advenimiento de un nuevo tipo de cuento. Obras que tendrán como rasgos distintivos “el humor y la ironía que permiten jugar con las fronteras genéricas tradicionales y alejarse del tono solemne característicos hasta entonces al tratar los grandes temas sociales y los problemas del intimismo desolador de los años cincuenta.” En el periodo referido se publican Álbum de familia de Rosario Castellanos, que contiene el cuento “Lección de cocina”, considerado un hito en la nueva narrativa femenina mexicana. Cuál es la onda de José Agustín; Infundios ejemplares de Sergio Golwarz; Hacia el fin del mundo de René Avilés Fabila; La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso y La ley de Herodes de Jorge Ibargüengoita. Junto a ellos aparece también El principio del placer, de José Emilio Pacheco, libro que contiene el valioso cuento “La fiesta Brava” considerado el primer caso de metaficción historiográfica en el cuento mexicano. En todos ellos existe una ironía lúdica que permite entremezclar diversas tradiciones canónicas: política, fantasía, humor, intimismo, autoironía, juegos de lenguaje, oralidad, experimentación formal, alegoría e indeterminación. Finalmente en el cuento llamado posmoderno hay una coexistencia de elementos clásicos y modernos en el interior del texto, que le confiere un carácter paradójico. Acudiendo nuevamente a la concepción borgeana, las dos historias pueden ser sustituidas por dos géneros del discurso (lo cual define una escritura híbrida), y el final cumple la función de un simulacro de epifanía (posmodernidad narrativamente propositiva) o un simulacro de neutralización de la epifanía (posmodernidad narrativamente escéptica).

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Antes de continuar es necesario aclarar que el concepto de posmodernidad, en el contexto de la teoría cuentística de Zavala no remite necesariamente a la filosofía de Derrida, Deleuze, Baudrillard ni Lyotard. Más bien hace referencia a un modelo de producción simbólica y consistente en la presencia paradójica, en un mismo texto, de elementos de la tradición clásica (que siempre es única y estable) y elementos de las vanguardias y las formas de ruptura frente a esta tradición. (Esa siempre múltiple tradición de la ruptura, en opinión de Octavio Paz). La yuxtaposición de estos dos modelos produce textos de naturaleza estructuralmente paradójica, definida en términos de un reciclaje irónico y se trata de lo que se ha dado en llamar una combinatoria lúdica de tradiciones literarias. Tal fenómeno produce fragmentación del cuento narrativo, construcción de espacios virtuales, autoironía de la voz narrativa, empleo lúdico del lenguaje, hibridación de convenciones genéricas, carnavalización de estrategias intertextuales y simulacro de epifanía de acuerdo con la propuesta del estudioso y teórico Alfredo Pavón. Y si bien es cierto, algunos de estos rasgos empezaron a aparecer en textos aislados de Alfonso Reyes y Julio Torri a principios de la centuria que nos ocupa, es en la década de los ochenta cuando se consolidan como elementos constantes del cuento posmoderno mexicano. En esta reciente etapa adquieren carta de ciudadanía narrativa las estrategias irónicas siguientes que forman el conjunto mayoritario de los juegos literarios: “juegos con el lenguaje, juegos con los orígenes de clase, juegos con el sentido común, juegos con los géneros extraliterarios, juegos con la escritura en serie, juegos con el sexo opuesto, juegos con la memoria colectiva y juegos con la conciencia social.” El mismo concepto de juego, proveniente de la disciplina antropológica adquiere una nueva connotación al implicar las reglas de una actividad concordada entre autores y lectores. Es decir, la literatura es un juego, que se juega con nuevas reglas y bastante seriedad sin perder el sentido del humor.

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De muchas maneras entonces, el cuento posmoderno adquiere naturaleza errática e intertextual; con ello se indica que se trata de simulacros posmodernos, es decir, carentes de un original al que estén imitando. Algunos textos, por ejemplo los de Borges, contienen reflexiones filosóficas de naturaleza alegórica, sus propios cuentos policíacos tienen un trasfondo político y a la vez metafísico, y algunos otros relatos tienen la estructura de una reseña biográfica o bibliográfica, sin por ello dejar de ser parodias de géneros más tradicionales, como la parábola bíblica o la subliteratura dramática. En México existen muchos escritores cuyos cuentos presentan una estructura clásica al jugar con los elementos de esta hibridación genérica, tal es el caso de Augusto Monterroso, Guillermo Samperio, Dante Medina, Francisco Hinojosa, Martha Cerda, etc. EL TIEMPO puede respetar aparentemente el orden cronológico de los acontecimientos, mientras juega con el mero simulacro de contar una historia. Se trata de simulacros carentes de un original al cual imitar, pues borran las reglas de sus antecedentes en la medida en que el texto avanza hacia una conclusión inexistente. EL ESPACIO está construido de tal manera que se muestran realidades virtuales, es decir, realidades que sólo existen en el espacio de la página a través de mecanismos de invocación. Estas realidades son construidas a través del proceso de lectura, por medio de la intercontextualidad articulada imaginariamente por cada lector. LOS PERSONAJES son aparentemente convencionales, pero en el fondo tienen un perfil paródico, metaficcional e intertextual.

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EL NARRADOR suele ser extremadamente evidente para que se lo tome en serio (es autoirónico) o bien desaparece del todo (como ocurre en las viñetas textuales, en las fábulas paródicas o en la mayor parte de los cuentos ultracortos). La intención de esta voz narrativa suele ser irrelevante, en el sentido de que la interpretación del cuento es responsabilidad exclusiva de los lectores. EL FINAL es aparentemente epifánico, aunque irónico. Las epifanías, entonces, son estrictamente intertextuales. Todos estos elementos, al parecer, forman parte de una obra en constante construcción, como si fueran piezas de un meccano cuya intención consiste en ser articulados de manera diferente en cada lectura, incluso por un mismo lector, que interpreta cada fragmento desde perspectivas distintas en diferentes contextos de lectura. Caracterizado por Zavala, el cuento posmoderno se reconfigura con elementos heterogéneos del cuento clásico y moderno que además se redefinen de la siguiente forma: El cuento posmoderno es rizomático (porque en su interior se superponen distintas estrategias de epifanías genéricas), intertextual (porque está construido con la superposición de textos que podrán ser reconocidos o proyectados sobre la página por el lector), itinerante (porque oscila entre lo paródico, lo metaficcional y lo convencional) y antirrepresentacional (porque en lugar de tener como supuesto la posibilidad de representar la realidad o de cuestionar las convenciones de la representación genérica, se apoya en el presupuesto de que todo texto constituye una realidad autónoma, distinta de la cotidiana y sin embargo, tal vez más real que aquella).11

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Lauro Zavala. Cómo estudiar el cuento. Teoría, historia, análisis, enseñanza. Editorial Trillas. México. 2009. p. 28.


Dicho de otra manera, el cuento posmoderno a diferencia del cuento clásico o moderno no ofrece una representación o antirrepresentación de la realidad, sino que consiste en la presentación de una realidad textual. Donde la autoridad, más que estar centrada en el autor o en el texto, se desplaza hacia los lectores y en cada una de las lecturas del cuento. En lugar de una lógica dramática o compasiva hay una yuxtaposición fractal de ambas lógicas en cada fragmento del texto. El sentido de cada elemento narrativo no es sólo paratáctico o hipotáctico, sino itinerante. Esto quiere decir que la naturaleza del texto posmoderno se desplaza constantemente de una lógica secuencial o aleatoria a una lógica intertextual. Tres ejemplos nos pueden mostrar en concreto la peculiaridad que adquiere el cuento posmoderno michoacano, sobre todo en el caso de los jóvenes escritores que han iniciado a escribir y publicar en la primera década del siglo XXI y del tercer milenio:

EL PUEBLO DEL PUERTO Édgar Omar Avilés12

Luego del tsunami, en el pueblo del puerto hay sirenas peinándose en las bañeras, otras nadan en el fondo de los vasos de tequila, los conductores las ven reflejadas en los espejos retrovisores, las amas de casa las encuentran al abrir una lata de sardinas, en la radio la cumbia se interrumpe y se escucha el enigma de sus cantos, los niños las descubren jugando escondidillas, el párroco asegura que en las noches de lluvia un ejército de ellas va a la iglesia y seduce a los ángeles. Luego del Tsunami, el pueblo del puerto quedó sumergido, y a las sirenas les aterra que los fantasmas humanos persistan bajo el mar.

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Texto Inédito.

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YO VÍ ENTRE SUEÑOS Alfredo Carrera López Pa la ninia Luna, porque entiende a las nubes. Tengo sueño, siempre tengo sueño, y caigo todas las noches al leer un poco del libro que está encima de mi escritorio. No recuerdo lo que pasa cuando amanece, mi ropa cada mañana está empapada en sangre; camino despacio hasta mi cama donde espero el auxilio del alguien. Llega ella, grita, nunca se va a acostumbrar a estos sueños violentos de razón de los que sufro. Algunas enfermeras me han acompañado hasta que huyen despavoridas y antes de irse todas me hacen preguntas sobre las bandadas de pájaros, que según ellas, revolotean en mi espalda mientras duermo. Las pastillas regadas por mi cuarto son una porquería, me ayudan a abrir los ojos unos minutos, sin embargo termino siempre durmiendo. Fumo desesperado cada vez que puedo. Recorro intranquilo mi casa, intento ir a trabajar, pero me dicen que no puedo ir así. En los días que duermo más tranquilo despierto con las manos en mi cara, la que comienzo a desconocer y con toda la sangre escurriendo. En algún sueño perdí un ojo y no fue necesario pensar más en ir al hospital, ni comprar lentes. No he gritado nunca, no siento dolor, he llegado a pensar que yo mismo abro las heridas cada noche y sonámbulo camino hasta los suburbios de la ciudad donde seguramente lucho con perros. Reviso mi cuerpo cada vez que puedo y sólo siento asco de esta piel viva. No puedo creer en las historias de las enfermeras. No pienso cambiarme de casa, ni tirar mis libros, ni mis muebles porque sé que los demonios ya viven en mí.13

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El Subterráneo. Golpes de tierra, creaciones sísmicas. Revista Literaria y de Creación. Numerote 48. 3 años. Abril, 2004. Pág. 9.


EL BROCHE Irma Linares Alvarado14

Entre graznidos nocturnos, limpia el líquido viscoso que aún se siente en la aguja. Desenreda el hilo, ahuyenta al gato y sin remordimiento y mucho gozo sigue tejiendo. Se sabe Penélope. – Nunca más desde aquel día te negarás a ver mis senos de cerca- se decía-. Esa joya está hecha sólo para abrochar los escotes de mis blusas, aquí descansará tu mirada felina, aquí tu pupila brilla más querido. Mientras, contempla sin ningún pudor, el cuenco vacío y lloroso del ojo izquierdo de su esposo y de paso saluda al derecho, marchito por las cataratas.

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Texto Inédito

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CAPÍTULO IV === LOS CUENTISTAS Y SUS OBRAS



Índice capitular

IV.- LOS CUENTISTAS Y SUS OBRAS

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IV.1.- Un Panorama Genérico En Michoacán

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IV.2.- RESEÑAS CRÍTICO BIBLIOGRÁFICAS

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IV.3.- ANTOLOGÍA MÍNIMA

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IV.4.- FICHAS DE AUTORES

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BIBLIOGRAFÍA

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IV.- LOS CUENTISTAS Y SUS OBRAS IV.1.- UN PANORAMA GENÉRICO EN MICHOACÁN

E

l recuento y revisión de la plural y variada producción de los cuentistas michoacanos finiseculares y sus obras, tiene la intención de mostrar y demostrar que dicha producción es de mayor cantidad y calidad que la que mencionan algunos críticos especializados en la materia. Mejor dicho, que ni siquiera mencionan la mayoría de los historiadores y antologistas del cuento mexicano. Es sorprendente el olvido o el “ninguneo” respecto a la producción de cuentos en Michoacán. Llama la atención también que investigadores, de la talla de Lauro Zavala en su libro Paseos por el cuento mexicano contemporáneo, al hacer un registro, detecte que en más de medio siglo de historia del cuento mexicano contemporáneo (19512004) se llegaron a publicar un promedio de mil quinientos libros de cuentos. Y más sorprende que no aparezca el nombre de ningún autor michoacano en una relación de 100 títulos de autores sobresalientes. Se ningunea la obra del narrador más sobresaliente en la primera mitad del siglo XX michoacano, José Rubén Romero. Son olímpicamente ignorados al menos dos autores de gran calidad indiscutible, como para ser por derecho propio, miembros de la “Primera División” del cuento mexicano: Carmen Baez y Xavier Vargas Pardo, amén de otros autores posteriores cuya producción va en ascenso cualitativa y cuantitativamente. Mientras que el libro de cuentos de la moreliana Carmen Báez, La roba-pájaros (1957) editado por el Fondo de Cultura Económica en su colección popular llevaba para 1992 cinco reimpresiones; Xavier Vargas Pardo, originario de Tingüindín, Michoacán, publicó su libro de cuentos Céfero (1961) en la Colección Letras mexicanas del Fondo de Cultura Económica y cuenta a la fecha con dos reimpresiones.

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El libro que recoge los cuentos de Carmen Báez describe de manera magistral la vida anecdótica y cotidiana de la provincia, poniendo un especial énfasis en los personajes modestos de origen humilde. Capta con especial habilidad y destreza los sentimientos y aspiraciones de sus personajes femeninos. Se percibe un mayor énfasis en la descripción de los barrios populares citadinos. Por su parte, la literatura de Xavier Vargas Pardo, está inspirada en el ambiente campesino e indígena y, sobre todo, en el habla propia de las capas inferiores de la población. Ya que no desdeña internarse en la intimidad de los hechos hasta descubrir los materiales necesarios para redactar sus cuentos y relatos. Así, las formas expresivas, los giros regionales y el aprovechamiento de palabras de la lengua indígena predominan y dan la nota singular a sus textos. Ya que Vargas Pardo no sólo recoge en los diálogos de sus personajes esas peculiaridades, sino en la redacción misma las emplea con abundancia, con el objetivo de hacer de su obra, una muestra de arte apegado a sus temas y a las circunstancias de donde proviene. Mediante esos procedimientos, logra que la acción se identifique artísticamente con la manera como está relatada y, a la vez, procura establecer la afinidad entre los argumentos y la índole de su propio lenguaje. Concebidos con agudeza y marcando intencionalmente los contrastes entre lo humorístico y lo dramático, entre lo trágico y lo cómico, sus cuentos reflejan experiencias e invenciones avivadas por el tono autobiográfico elegido. La violencia y la piedad cobran aquí la unidad de origen que el autor les otorga, sin olvidarse en ningún momento de que no se trata de copiar o simplemente de evocar el mundo que se ha escogido para escribir estos textos, sino que el propósito evidente consiste en transformar esos elementos en verdaderas obras de arte literario. En la misma década de los sesenta se dio a conocer un escritor nacido en Puruándiro y avecindado en Uruapan, que aportaría obras significativas a la narrativa michoacana, me refiero al médico José Ceballos Maldonado autor de: Blas Ojeda

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(1964), Bajo la piel (1966), Después de todo(1969), Del amor y otras intoxicaciones(1974), El demonio apacible(1985), y la novela póstuma Fuga a ciegas( 2005), así como la antología Imágenes del desasosiego(2005).Quien logra llevar a cabo con una prosa ágil y estilo desenfadado, quitar el velo de tabú al tema de la sexualidad en una sociedad mojigata y provinciana como lo era la de los pueblos michoacanos, todavía en la segunda mitad del Siglo XX y volverlo un tema literario común sin el escándalo de “las puras conciencias”. Narradores consumados como es el caso de Carlos Arenas, Luis Gustavo Franco, Héctor Canales, José Luis Rodríguez Ávalos, Virgilio Calzada o Juan Pablo Villaseñor, brillan por su ausencia en tales registros. Lo cual hace más urgente y necesario sacar a la luz este trabajo de mínima justicia literaria para que se difunda y conozca el amplio y rico acervo cuentístico michoacano. Sin la intención de agotar en todo la producción narrativa michoacana finisecular, haremos en seguida una serie de análisis de las obras más representativas que se publicaron en el periodo mencionado. Sin dejar pasar la observación que este registro no pretende agotar la producción total ni llevar a cabo análisis exhaustivos de cada una de las obras, sino reseñar en términos generales los principales libros de cuentos publicados. Para dar aplicación a la tipología del cuento que Zavala generó en su teorización, bien podemos adelantar que ninguno de los tres tipos de cuento aparece químicamente puro en la historia de la literatura. Si reafirmamos la aseveración de que el cuento finisecular michoacano presenta algunos rasgos del cuento posmoderno, también es verdad que en la mayoría de ellos perviven rasgos del cuento moderno y también del cuento clásico, aunque en menor medida. Junto al rasgo posmoderno de heterogeneidad de elementos, bien podemos reafirmar que en el cuento que nos ocupa, como objeto de estudio, prevalece una tradición costumbrista que se resiste a morir a manos de la ficción posmoderna.

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En seguida revisaremos los rasgos generales de los libros o cuadernillos de cuento publicados en el Estado, en las décadas de los ochenta y noventa del Siglo XX. IV.2.- RESEÑAS CRÍTICO BIBLIOGRÁFICAS

HOMBRES DE TIERRA FRANCO, Luis Gustavo. Editorial Costa-amic. México. 1980. 85 pp.

Sacerdote comprometido con los marginados, periodista valiente y denunciante, poeta y narrador. Lo mismo escribió cuento, que novela y poesía. Todo ello con un vigor juvenil que sorprende y entusiasma. En el libro que nos ocupa, Hombres de tierra, se concentran los personajes miserables y desheredados; estos seres desvalidos que nacieron sin nada y en su vida no tienen nada que perder, sino la vida misma. Maestro de la descripción, Franco maneja de manera magistral el dibujo de los paisajes michoacanos así como la de sus personajes. Su estilo, de un realismo crudo y descarnado, coincide en más de un punto con el de José Revueltas. Más que buscar en la literatura un arma de lucha para redimir a los necesitados, con el riesgo de caer en el arte panfletario –flagelo que azotó la producción de los setenta en Latinoamérica- la obra de nuestro pajacuarense emérito pone el dedo en la llaga para señalar y mostrarnos las evidencias de una realidad descarnada y necesitada a todas luces de la redención, tanto material como espiritual. Sin renunciar a su función sacerdotal va más allá del ejercicio y desempeño de sus obligaciones de pastor de almas, para involucrarse en el proyecto de construir la utopía posible. Desdeña los malabares del lenguaje y el ejercicio vacío de la imaginación para poner los pies en la tierra e involucrarse en el perfeccionamiento de la obra divina: los hombres de barro. En esta obra encontramos la total confluencia entre la ética y la estética, cuando el escritor jerarquiza su papel de sujeto responsable de su entorno social y en su imaginario individual se mantiene la constante de un universo de la otredad. Escribir

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siempre para los demás conservando para sí mismo el papel de observador crítico y denunciante. TANHUATO. ANECDOTARIO BOHEMIO Y HUMORÍSTICO. MIRÓN, Telésforo (Daniel Mora Ramos). Edición del Departamento de Comunicación Visual de la Oficialía Mayor del Gobierno del Estado. Morelia, Michoacán. 1ra. edición 1982, 2ª. Edición, 1985. 206 pp.

La tradición humorística en la literatura mexicana tiene una larga historia que se remonta hasta la primera novela del México independiente, El periquillo sarniento, escrita por José Joaquín Fernández de Lizardi a principios del Siglo XIX. En Michoacán, es inevitable referirnos a La vida Inútil de Pito Pérez, del cotijense José Rubén Romero. Quien hace un espacio en el mar narrativo de la novela de la revolución para describir a personajes miserables y marginados propios de la vida popular en el Michoacán provinciano. Sin embargo en las dos décadas que nos ocupan la publicación de libros que enriquecieran esta tradición fue muy escasa, al menos podremos mencionar el caso de Telésforo Mirón, que con tres obras narrativas le da continuidad al fenómeno de la picaresca literaria: Sucedió en Morelia y Otras andanzas de Pito Pérez. En esta obra que nos ocupa, se describe de manera excelente los tipos representativos de un pequeño poblado michoacano Tanhuato, en circunstancias jocosas. El autor hace gala del manejo de la lengua de sus personajes, cuyos diálogos están salpicados de ingenio y destreza en el manejo del calambur. El libro está conformado por nueve capítulos o apartados entre los que destaca el número VII.- Teófilo Pedroza y su “Ánima de Sayula”. Basado en la referencia histórica de una obra bastante popular y su autor el escritor originario de Tingüindín y quien muriera en Zamora, Michoacán. El ánima de Sayula, escrito por Teófilo Pedroza en Zamora en el año de 1897. Según la investigadora del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, Clara

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Cisneros,15es un poema narrativo octosílabo, estructurado a base de cuartetas. Se conocen varias versiones, pero la más extensa consta de 59 cuartetas. Y esta versión amplia y extensa es la que recoge Telésforo Mirón. En ella, participan cinco personajes: El ánima de Sayula, Apolonio Aguilar, Su mujer, el maestro de ceremonias y el relator. En una sinopsis apretada podemos decir que la trama se circunscribe a la entrevista de Apolonio Aguilar con el ánima de Sayula en el cementerio del pueblo, acuciado por honda privación económica y, decidido a todo, para conseguir recursos económicos. El ánima resulta ser un fantasma muy locuaz y desinhibido que se burla y alburea al decidido y valiente entrevistador. Todo ello salpicado de ingenio y pícaras alusiones a la relación homosexual. En realidad todo es una broma que le juegan sus amigos cercanos a Apolonio Aguilar, personaje de verídica existencia en Sayula, Jalisco a finales del siglo XIX. Es pertinente mencionar que este autor reivindica y rescata para la memoria colectiva a distinguidos personajes de Tanhuato que destacaron en diversas actividades. Recreando de manera específica, la atmósfera social de su pueblo natal y sus alrededores en los años 1929 y 1930. LOS NÁUFRAGOS DEL ARCA DE NOÉ VILLASEÑOR, Juan Pablo. Ediciones de la UMSNH. Secretaría de difusión cultural. Editorial universitaria. Morelia, Michoacán. 1983. 156 pp.

Este, que es el primer libro de cuentos publicado por el autor, cuando arribaba a los 26 años de edad, y bien podríamos decir que es la obra de un escritor maduro. Puesto que los textos que lo conforman presentan un nivel de calidad impropio de un escritor joven. Es indudable la influencia que ejerce sobre estos cuentos la narrativa de dos escritores argentinos fundamentales

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Cisneros, Clara (2008). El ánima de Sayula en los testamentos del mal humor. DEL@REVISTA. Consultado el 13 de febrero de 2011 en la http://www. jcortazar.udg.mx/dela/docencia/cisneros.php

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para la literatura de ficción hispanoamericana actual: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Conocedores avezados del género y verdaderos maestros innovadores. Veintiocho cuentos conforman el libro en mención, divididos en tres apartados: I.-El sonido de la caída. II.- Sólo quiero que ustedes me quieran e III.- Historias para niños herejes. La constante que podemos detectar en la mayoría de los cuentos es la ficción. En donde el autor inventa sus personajes y espacios desde la ficción propia, para en seguida, plantearlos como seres reales en circunstancias bastante extrañas o increíbles. Pongamos por caso a Doña Chofi quien después de un curioso matrimonio con Pedro, de rostro desagradable por sus quemaduras, y de la inexplicable desaparición de éste, termina alimentando a una multitud de ratas alojadas en su casa, junto a su inseparable ganso. Seres que vienen a llenar el vacío creado por la ausencia de Pedro. O también tenemos el caso de la biografía apócrifa de un, ¿personaje inventado?: Gilberto González Pastrana. Mientras que las ciudades por donde transita la existencia del personaje ficticio son reales o parecieran, en su calidad de escenarios de la trama. El tercer apartado de libro se caracteriza por tener como personajes principales una serie de animales. Bestiario que en gran medida nos recuerda a sus antecedentes inmediatos: el bestiario fantástico de Borges, el de Cortázar y el peculiar bestiario de Juan José Arreola. Los narradores de cada cuento son también seres ficticios que contrastan con la personalidad del escritor, de quien nunca logramos saber absolutamente nada. Como bien lo plantea un experto del cuento, Enrique Anderson: Aunque el escritor permita que se deslicen en el cuento experiencias que vivió en cuanto hombre, esas experiencias se hacen ficticias por el sólo hecho de haber sido encerradas en un cosmos artístico. El narrador es un personaje tan ficticio como los personajes que inventa. Se ha dejado absorber por el cuento en el instante de fabularlo. El escritor –vale decir el hombre que escribe- puede consentir al narrador

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que, al narrar en primera persona, lleve su propio nombre, pero el lector avisado no los confunde. Son como dos hermanos que llevan el mismo apellido pero quien sobrevive es el que se sube al cuento.16

Cuentos breves, con una visión crítica de la realidad y la humanidad. Que presentan gran variedad y riqueza en las estructuras y formas narrativas. Obra abierta donde se propone una actividad complementaria con el lector, tratando a este de igual a igual por parte del escritor y haciéndolo copartícipe de la recreación estética y de esta actividad lúdica, llamada creación literaria. Juego de la inteligencia que no da ni pide cuartel cuando de imaginar, crear y recrear se trata. Propuesta universal que rebasa los límites geográficos de provincia o nación. Podemos aseverar sin temor al equívoco, de que este libro de cuentos es uno de los mejores que se llegaron a publicar en la década de los ochenta. HERMANOS VILLASEÑOR, Juan Pablo. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. Morelia, Michoacán. 1992. 49 pp.

Obra que comprende 6 cuentos de ficción y que bien podría ser el complemento o la apostilla a su primer libro: Los náufragos del arca de Noé. Publicados casi una década después, en estos textos sigue presente el juego de la imaginación y las narraciones que siendo ficción se hacen pasar por realistas o viceversa. Historias de niñas caníbales, gorilas amaestrados para ser espectaculares luchadores, relaciones con hermanos deformes y enfermos, leyendas reconstruidas de luchadores que han logrado la fama y la consagración, como es el caso de El Santo, el enmascarado de plata, quien ha sido todo un ícono de la cultura popular mexicana contemporánea. “Correo de los ángeles” es un relato que se cuenta a base de cartas y el lector va complementando en gran medida la historia

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Anderson Imbert, Enrique (1999). Teoría y técnica del cuento. Editorial Ariel. Colección letras e ideas. Barcelona, España. p. 46.

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narrada carta a carta, fragmentariamente. Técnica que sin ser del todo novedosa, es poco común en la narrativa michoacana finisecular y que por lo mismo hace estos textos atractivos y sugerentes. METEMSOMATOSIS/ONIRILIA GONZÁLEZ, Salvador, C. Edición de autor. Morelia, Michoacán. 1985/2002. 76 pp.

El libro Onirilia contiene uno de los mejores cuentos de ficción del autor: “Metemsomatosis”, cuento que fue ganador del primer lugar en el III Concurso de cuento convocado por la Escuela Normal Superior de Morelia “José Ma. Morelos” en 1985. El inconsciente es perseguido en Onirilia, sus brazos están llenos del concierto de la noche, atados irremediablemente por el sueño, por este dios silencioso, como lo llama Ovidio. Onirilia llena a Morfeo de canto y música, de palabra y anhelo, desde un minuet hasta un fandango. Es lied y preludio, cada cuento duerme y se transforma en acción de opereta, en sus anhelos inconscientes o en vigorosos cantos de protesta, pero finalmente las líneas de los cuentos del maestro Salvador Carlos (Salvador de Carlos), son cuerdas de violín dispuestas a vibrar con el sólo hecho de posar la mirada en la pasión y precisión de sus letras, letras que invitan a develar su secreto y que se deslizan en los mismos anhelos de nuestros sueños, sueños que no son otra cosa, sino “la misma traducción de palabras guardadas en silencio”, o silencios guardados en palabras, esto y más que esto son los seis cuentos que arrulla la compilación titulada Onirilia, cuentos que reposan en la barca de Morfeo, cargados de las seis letras del personaje central del cuento “Transfiguración”. La suma de los sueños del autor, sin duda alguna, son la esencia, sangre y corazón de cada uno de los cuentos. Sueños dormidos y en vigilia, entretejidos con trama del inconsciente y consciente como todo sueño y como toda creación literaria, esta familiaridad los hace aún más accesibles porque todos somos soñantes y todos elaboramos mientras dormimos, nuestro

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propio cuento, trama que queda detenida en un prisma al despertar, sintiendo durante la vigilia el sabor y la humedad del nuevo argumento transfigurado en otro cuento, o más todavía, somos capaces de alcanzar a ver las gotas de agua donde bañamos en sueños nuestros deseos. TRES CASI CUENTOS FABIÁN RUIZ, José. Ediciones El centavo-Linotipográfica Omega. Colección de literatura: los nuestros. Morelia, Michoacán. 1987. 42 pp.

Tres narraciones biográficas ocupan este pequeño libro de relatos, que entre otras peculiaridades está la de su mínimo formato de 11x 8 cms. Obras de un acentuado realismo que son narradas con una gran fuerza dramática. Quizá ese es su mejor acierto literario. Tres textos conforman el libro en mención: “Homicida” (1951), “El meco” (1952) y “Las tierras” (1960), que aunque fueron escritos en la década de los cincuenta, se publican juntos por primera vez al concluir la década de los ochenta sin perder por ello su actualidad ni su vigencia. Enmarcados en el contexto de la Novela de la Revolución Mexicana los temas son la continuidad de problemáticas que dejó como herencia la primera revolución del siglo en su afán de hacer justicia social. Crímenes pasionales y venganzas familiares. El autor recupera tres casos ligados a su desempeño profesional en el área de la abogacía para hacer un ejercicio de certera construcción literaria. De ahí que juegue con el adverbio casi, que agrega al título aproximándolo al género. Modestia aparte, del creador que sabe conjugar realidad con fantasía. A la manera de los alquimistas medievales que lograban trasmutar materiales comunes en piedras preciosas.

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EL ÚLTIMO DE LOS ROMÁNTICOS IRIARTE MÉNDEZ, Juan. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. Primera edición, 1989. (La tercera edición corregida y aumentada fue editada por la Secretaría de Difusión Cultural de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 2004, 148 pp.)

En la narrativa de Juan Iriarte se intercalan la literatura y el periodismo de tal manera, que la narrativa sale ganadora y enriquecida de dicho fenómeno. De manera similar a algunos miembros de La Generación perdida, como lo fue el caso del Premio Nobel Ernest Hemingwey, el lenguaje periodístico le agrega su impronta al lenguaje literario haciendo la escritura más ágil y accesible a la mayoría de los lectores y renunciando a los estilos académicos y ampulosos de ciertas corrientes literarias generadas en exclusiva para ciertos sectores “cultos” de la sociedad. "El último de los románticos y otros cuentos", toma el título de uno de sus cuentos, que a diferencia de lo que muchos pudieran pensar, no hace referencia a la corriente artística que tanto impacto ha tenido en el desarrollo estético de la humanidad, desde que tuviera su origen simultáneamente en la Inglaterra y Alemania de la primera mitad del Siglo XIX. Sino a un novillero, con ansias de llegar a matador, que a pesar de todos los obstáculos y limitaciones logra alcanzar su objetivo aunque el final sea sumamente trágico. Y este sentido de lo trágico es el que caracteriza a toda la cuentística de Iriarte, donde los finales felices brillan por sus ausencia y la realidad en su fase más sórdida impone sus condiciones a los personajes, jamás idealizados, que terminan asumiendo finalmente, la condición de míseros mortales. Sin embargo, en la pluma de Iriarte se alcanza a percibir un trato cálido y de conmiseración hacia los pobres y desheredados de la tierra. Son 25 cuentos breves los que conforman este tomo y donde la realidad descarnada adquiere cierto tinte de esperanza en la justicia y en el futuro de los hombres, a pesar de todo.

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EL MÁS FELIZ y JUSTO A TIEMPO17 CANALES GONZÁLEZ, Héctor. Ediciones de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística “Alfonso García Robles”, corresponsalía Zamora, Michoacán. 1989. 59 pp.

Veintiún cuentos breves integran este libro de uno de los autores con mayor prestigio y experiencia en Michoacán, en la escritura del cuento breve o microrrelato. Sus primeros textos fueron publicados en suplementos periodísticos y revistas literarias, algunas creadas por él mismo, así como en la ya legendaria y desaparecida revista El Cuento que fundara y dirigiera hasta su desaparición física don Edmundo Valadés. El tipo de cuento que escribe H.C.G. se caracteriza por su versatilidad, estructurados con sobriedad, son ágiles y sus personajes manejados de manera magistral. El autor sabe moverlos en los más insospechados escenarios y en las circunstancias más inusitadas. Apoyándose en los principios cuentísticos tanto de Tito Monterroso como de Julio Cortazar, Canales crea en sus cuentos tramas de aguda ironía que terminan con desenlaces sorpresivos. Antes da las pautas para llevar al lector por caminos aparentemente trillados, hasta que el lector se entera que ha sido vencido en buena lid por el ingenio del narrador. Contra lo que pudiera creerse, el final de un cuento no es poca cosa, es quizá la parte más importante pues el desenlace es el cierre que puede certificar el éxito o fracaso del cuentista, En ese sentido, uno de los mejores cuentistas mexicanos de la generación del 68, como lo es Hernán Lara Zavala lo concibe: En gran medida el éxito o el fracaso de un cuento dependerá de su desenlace. En mi opinión el cuento, como el relato policíaco, plantea siempre un reto entre autor y lector. Estoy convencido de que todo cuento que se respete tiene la obligación 17

Justo a Tiempo, se publicó en una primera edición y de manera independiente por el Instituto Michoacano de Cultura, Morelia, Michoacán. Colección los tejedores. Primera serie. 1988.

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de frustrar las expectativas del lector. Esta frustración debe lograrse, sin embargo, de una manera orgánica a la historia, sin buscar salidas fáciles o forzadas. Un buen final debe conducir naturalmente al lector a una revelación. En otras palabras, todo cuento exige, por definición, un giro, un descubrimiento, un punto de inflexión que le dé sentido y ate cabos al tiempo que cierra el relato.18

DE BRUJOS Y OTROS CUENTOS GUZMÁN HEREDIA, Heriberto. Ediciones del Colectivo artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. 1989. 80 pp.

Con un ejemplar manejo del discurso coloquial de la población rural y popular, Heriberto Guzmán logra recuperar sucesos ingeniosos así como la recreación literaria del imaginario colectivo propio de las comunidades rurales de la provincia michoacana. Pero también llevan implícita en muchos casos una fuerte crítica social como la falta de apoyo a los agricultores por parte del gobierno, el abandono de los pueblos producto de la inmigración y la falta de empleos. El libro que nos ocupa está conformado por 17 cuentos breves. En su forma narrativa es evidente la influencia de la oralidad y el sabor de los tonos platicados de una larga tradición campesina y rural. Incluso nos parece percibir los ecos estilísticos de Heráclio Zepeda y ese sabor especial de los cuentos platicados en nocturnas reuniones familiares alrededor del fogón o cercanos a la estufa de la cocina. Leyendas, anécdotas, chistes y sucedidos que van pasando de generación en generación agregando cada una de ellas el matiz propio de su circunstancia. Cuentos que nacieron para ser “contados” pero que al pasar a la escritura – sin perder su atractivo- conservan la frescura de la expresión coloquial gracias a la pericia narrativa del escritor. El

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Lara Zavala, Hernán. (1988) “Cómo escribo un cuento (Una aproximación de un oficiante).” En: Teoría y Práctica del Cuento. Encuentro Internacional 1987. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. Morelia, Michoacán. p. 61.


resultado es un texto breve, seductor y contundente. Heriberto Guzmán logra, con breves trazos, construir historias que contienen cargas emocionales y culturales no exentas de humor, sátira y crítica, historias que reflejan muchos momentos del México moderno, muchos lugares comunes, situaciones y caracteres harto conocidos, expuesto todo con la sencillez e ironía características de Heriberto Guzmán.19

Es Indudable que esta obra se sostiene en los parámetros de la información y el conocimiento profundo de la idiosincrasia del mexicano, de manera específica muestra ese entramado de saberes populares y ancestrales que viajan de generación en generación y que se plasman de manera concreta en el pensar y la expresión oral de personajes profundamente verosímiles. Sin dejar de lado el desenfado, la paradoja y la ironía como elementos nucleares de la forma narrativa y que es en gran medida, la impronta del escritor. DE LA COLONIAL VALLADOLID A LA SEÑORIAL MORELIA (Cuentos y leyendas) BEDOLLA HERRERA, Miguel. Morevallado Editores. Morelia, Michoacán.1ra. edición,1991. 6ª. edición, mayo de 2003. 276 pp.

Libro que reúne medio centenar de leyendas, en su mayoría relativas a espacios arquitectónicos públicos de la antigua Valladolid, hoy Morelia. El libro está dividido en dos grandes apartados, el primero lo conforman 28 textos mientras que el segundo está integrado por 23. Como género narrativo, la leyenda novohispana, se caracteriza por contar sucesos sorprendentes o sobrenaturales, prodigiosos incluso, y atribuidos –en su generalidad- a la intercesión de santos o vírgenes. Por su contexto religioso, este tipo de leyenda -con acentuado origen neoclásico- pretende generar una enseñanza

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Guzmán Heredia, Heriberto (1989). De brujos y otros cuentos. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. p. 5.

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moralizante. El arte entonces y en estos casos, pierde su fin en sí mismo para convertirse en un instrumento u objeto de aleccionamiento, cuyo objetivo católico es el de hacer hombres virtuosos y temerosos de Dios. También es necesario mencionar otro aspecto sobre el género; que la leyenda se forma como resultado de una voz anónima y popular, cada escritor que la captura le va imprimiendo su propio estilo y también le firma con su autoría, aunque su origen sea nebulosamente ajeno. Sin mucho ruido en el medio literario, el libro que nos ocupa ha logrado alcanzar seis ediciones en una década aproximadamente (1991-2003); con tirajes inusuales de hasta cinco mil ejemplares, algo que realmente sorprende en el ámbito de la producción editorial local. Podemos entender que tal producción literaria y editorial tenga un sector como destinatario bien definido como lo es el de los turistas que visitan la ciudad de Morelia. Con la promoción turística de la ciudad a nivel nacional e internacional se promueve también aunque de manera indirecta obras como esta que nos ocupa. Si bien es verdad, que la leyenda tiene su propia identidad de género literario y que se distancia bastante del cuento posmoderno, no podemos ignorar este fenómeno de su sobreviviencia en una sociedad que no se caracteriza precisamente por sus altos índices de consumo literario ni por acentuados hábitos de lectura. ENEMIGOS DE MUERTE DE LA CRUZ AGÜERO, Leopoldo. Edición de autor. Morelia, Michoacán. 1991.179 pp.

Enemigos de muerte, contiene 17 cuentos emanados en su mayoría, de las gentes que habitan la costa grande del estado de Guerrero. Las anécdotas se estructuran en base a los recuerdos de infancia y juventud del narrador. El escritor plasma por medio del lenguaje de sus personajes la idiosincrasia de un pueblo pobre y desesperanzado. El habla y sus múltiples expresiones deformadas en la oralidad y el uso que los hablantes le impone,

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junto con las palabras altisonantes, un sello característico a estas narraciones que en mucho se hermanan a la tradición del relato oral, propio de la más entrañable tradición mexicana. Los personajes son en su mayoría los familiares del narrador, quien va contando sus historias y demostrando en cada cuento que los lazos familiares son tan fuertes que ni siquiera la muerte puede romperlos de manera total y definitiva. Temas como el honor del macho y el buen nombre de la familia son la constante en estos cuentos así como la defensa a ultranza de la reputación femenina. Por ellos se vive y se reta a muerte a quien los ponga en cuestión. La lucha por la sobreviviencia de los campesinos de la costa grande de Guerrero es descrita con toda minuciosidad, resaltando el afán del narrador por salir de esa vida de pobreza a través del estudio y el esfuerzo personal. Los cuentos dibujan a personajes de carácter violento, susceptibles a cualquier ofensa, rencorosos hasta la venganza pero nobles en el trato y sin dobles morales. El narrador muestra ingenio en el desarrollo de las tramas, sin faltar en ocasiones el ingrediente de la comicidad y la ironía. El sabor peculiar de su narrativa se basa en el arte de la conversación, en el “contar platicando las anécdotas de la vida”. NOTAS AL MARGEN GUZMÁN MARÍN, Francisco. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. Los tejedores. Segunda serie. Morelia, Michoacán. 1991. 41 pp.

Escritor audaz y altamente experimental. En este libro que reúne 27 textos, alterna cuento breve con relatos, poemas e incluso aforismos. Su concepción de la literatura rompe moldes y clichés adentrándose en los caminos de la conjunción de géneros. Ya los estudiosos del cuento corto han postulado que la brevedad de este género llegará a fusionarse y diluir sus límites con el poema. Ya el título mismo del libro es sintomático de esta concepción en extremo liberal de practicar la escritura creativa sin limitaciones

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ni restricciones formales. Herencia en gran medida de las etapas –décadas de los sesenta y setenta del Siglo XX- en que la literatura fue un constante experimento formal. Movimiento que surgió en Francia y que fue ampliamente difundido por los teóricos y seguidores del Estructuralismo lingüístico y literario. También en nuestro país tuvo muchos epígonos, en especial aquellos citadinos o capitalistas que se consideraban ampliamente cosmopolitas y buscaban estar al último grito de la moda. Los experimentos pocas veces iban más allá de las tramas narrativas paralelas o de las fragmentariedad del discurso a partir de la incorporación intercalada de diversas voces, inclusive de aquellas que correspondían a personajes no presentes en la obra, o citados como referencia extraliteraria. Ruptura de la secuencia lineal narrativa y alternancia de parlamentos así como referencias y cuestionamientos implícitos al canon tradicional. Finalmente se encuentra en esta narrativa una multiplicidad temática que no desdeña mezclar asuntos de singular importancia con aquellos nimios e intrascendentes para lograr una combinación que le agrega agilidad y atracción a la trama. Sin embargo este tipo de experimentos narrativos corren con el riesgo de tener pocos lectores avezados que valoren el trabajo y la propuesta del escritor, pues la mayoría de los lectores pasan por la obra con un signo de interrogación sin lograr la empatía con los textos ni dar con las claves de este juego literario que –en ocasiones- se pierde en el estupor o el desconcierto. CONCENTRACIÓN MENTAL Y OTROS CUENTOS MORENO LEAÑOS, Ernesto. Edición de autor. Zamora, Michoacán. 1992. 122 pp.

La brevedad se impone como característica del cuento posmoderno y en este libro finisecular de cuentos también, que reúne 20 textos del escritor y periodista autodidacta zamorano Ernesto Moreno Leaños. Pero el estilo personal de este cuentista se ve marcado asimismo, por un humorismo que adquiere

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diversos tintes a lo largo del libro en mención, incluyendo, por supuesto, el humor negro. Además los cuentos de Moreno Leaños tienen como agregado adicional el sabor del relato oral y una buena dosis de picardía mexicana. Uno de sus mejores aciertos consiste en saber conjuntar de manera equilibrada los elementos que hemos mencionado y conjuntarlo con lo anecdótico que se imponen sobre una posible trama o estructura narrativa preconcebida. El humor en la narrativa finisecular michoacana está conformado por una combinación de juego de palabras y juegos tipográficos, alusiones al mundo de la literatura, la música y la política, parodia, heteroglosia, autoironía y una recurrente interpelación al lector. Agreguemos a estos elementos el ineludible doble sentido del lenguaje coloquial, muy acentuado de manera preponderante en el habla de los sectores marginados de la sociedad. En el caso de Moreno Leaños prevalece como fondo una crítica a la sociedad provinciana así como una crítica del poder y de sus aparatos represivos de control. Lo cual podríamos llamar tentativamente: crítica lúdica o ludismo crítico. Ludismo en el cual no únicamente el escritor se regocija sino que también logra trasmitir dicho acto a los lectores que agradecemos este oasis de estimulante agua humorística en estos tiempos de barbarie y de miserias. Al leer los cuentos de Concentración Mental, no podemos dejar de asociarlo con un antecedente magistral de la narrativa michoacana como lo es La vida inútil de Pito Pérez, de José Rubén Romero, que bien puede ser ubicado como su más cercano antecedente. Esta obra de Moreno Leaños bien puede clasificarse como la nueva picaresca mexicana, puesto que retoma varias características del género cuya tradición –a pesar de diluirse frente a otras propuestas narrativas- no se agota en la historia de la literatura española ni en su heredera de la narrativa contemporánea.

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LA NUEVA VIDA DE PUEBLO VIEJO MARTÍNEZ RUIZ, Miguel Ángel. Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. 1994. 199 pp.

Este es un libro de relatos narrados con todo el sabor de la tradición oral mexicana donde se capta de manera fidedigna el habla de los habitantes de Michoacán en sus diferentes regiones, ya sea la meseta purépecha o las regiones de tierra caliente o las mismas hablas citadinas en sus diferentes estratos sociales. Sin embargo no es ese el objetivo principal del autor. En sus cuentos, Martínez Ruíz pone el dedo en la llaga de las injusticias sociales y de los errores morales de sus personajes. Sin caer en posturas moralinas o fariseísmos, muestra la descarnada realidad que sufren en carne propia los desheredados del mundo, a pesar de tantos movimientos de reivindicación social y de los progresos científico-tecnológicos a lo que no todos tienen acceso, en esta posmodernidad digitalizada en muchos de sus aspectos, incluyendo la miseria espiritual. Treinta y un cuentos breves conforman este volumen, que son retazos narrativos repletos de humor y reflexión aguardando por un lector cómplice para volcar en él las peripecias de personajes y situaciones reconocibles en un país que no acaba de moldearse ni de entenderse a sí mismo. La mayoría de estos textos se acercan a los cuadros de costumbres y guardan varias características en común. Bien podrían ser un homenaje retrospectivo al género en la era posmoderna, que pierde paulatinamente, su memoria histórica. CUENTOS DE LA CRÍSIS MARTÍNEZ RUÍZ, Miguel Ángel. Ediciones Michoacanas/ Círculo Cultural “El Nigromante” A.C. Morelia, Michoacán. 1998. 104 pp.

Libro de cuentos cuya principal característica es, que los 31 textos que lo conforman, contemplan un solo tema en diferentes acepciones y circunstancias. El tema de la crisis económica que ya se ha vuelto cíclica en nuestro país desde varias décadas atrás.

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Particularmente ante cada cambio de administración durante los setenta años que duró la dictadura perfecta del PRI-Gobierno posrevolucionario. Textos narrativos donde se deja sentir la sencillez de los hombres y mujeres del pueblo. Ciudadanos comunes y corrientes que perciben la realidad de manera directa, sin tantas mediaciones ni intermediarios teóricos que les expliquen las causas que provocan la crisis económica que les afecta en el bolsillo, sin buscar causas ni motivos en los vectores macro económicos que desestabilizan la bolsa de volares y el diario sube y baja en los precios del petróleo. Los cuentos que Miguel Ángel Martínez Ruiz publica en este libro son relatos de la vida cotidiana y muestran la manera en que directa, o indirectamente, esa crisis afecta a los hombres y mujeres de carne y hueso de nuestra población, casi todos llenos de necesidades y limitaciones económicas en su diario vivir, o sobrevivir, mejor dicho. Textos que surgen de la determinación de la sociedad por su factor económico, como ya lo evidenciara Marx en sus exhaustivos y lúcidos estudios sobre el capitalismo y sus sofisticados mecanismos de explotación del hombre por el hombre, para generar una riqueza que se monopoliza en unas pocas manos. Injusticia social en donde el que más trabaja es casi siempre quien menos gana. ¿Fatalismo histórico-social? Tal vez, sólo ausencia de utopías. LAS MUJERES DE CÉSAR ÁVALOS TINOCO, José Rafael. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. 1994. 86 pp.

Libro que contiene once relatos con un profundo sabor pueblerino. Contados con lenguaje sencillo, llano. Estos cuentos tiene la magia de la creación de atmósferas con una frescura y vivencias tan reales que el lector no puede dejar de respirar esos aires de campo y percibir los cantos de las aves junto al mugido de las bestias de carga. Olores y sabores que remontan

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a la infancia donde la mayoría de nuestra generación vivió sus primeros años y parte de la juventud. Sin embargo la naturaleza no es suficiente para hacer felices a sus habitantes, lograr la manutención con la agricultura y el pastoreo es labor penosa y difícil. Las temporadas de lluvia no siempre son regulares y al retrasarse o faltar del todo, traen consigo hambres y penurias para los campesinos, entonces acuden a las potestades de los santos y las vírgenes patronos de los pueblos y con los eventos religiosos llenos de sincretismo surgen también los sucesos chuscos, las anécdotas o los acontecimientos trágicos que se quedan para siempre fijos en el imaginario colectivo de una población que vive su existencia con la resignada tristeza de los condenados. Hacía varios días que los relámpagos se habían venido apareciendo por detrás del cerro de Huandacareo; que las cigarras alegraban con sus cantos el frescor de las barrancas y que las hormigas vírgenes y aladas salían de sus hormigueros para emprender su vuelo nupcial; signos todos de que la lluvia no dilataría en caer. Pero la miseria les hizo temer que a la lluvia se arrepintiera y no cayera, y no quisieron exponerse a ello; por eso salieron en procesión para convencerla, para que cayera de una vez. Y ahí van con la fe puesta en San Isidro Labrador, confiados en que el santo traerá las nubes y les contará de su hambre y las conmoverá y las hará llover.20

La creación de atmósferas no es el único acierto que acompaña estos relatos, también la descripción de personajes se manifiesta con agilidad y trazos breves pero categóricos; aunado a ello percibimos la fidelidad para reproducir el habla popular con una amplia y rica gama de matices expresivos mediante los cuales también se refleja la personalidad de cada uno de ellos. La carga emotiva de los personajes se trasmite al lector de manera directa sin largos circunloquios pero de forma certera:

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Ávalos Tinoco, José Rafael (1994) Las mujeres de César. Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. p.22.


Alejandro se fue metiendo en mi corazón hasta ocuparlo por completo. Casi todos los días tenía fantasías: Titina me prestaba su piel, sus manos y sus vestidos, y más hermosa que una gardenia, me le presentaba a Alejandro que, viéndome así, como una estrella, se quedaba mudo y ningún piropo sabía decirme. Segura de mi belleza me aprovechaba de su turbación, y ahora era yo la que le coqueteaba, la que lo ponía a temblar y a que sintiera lo que se siente estar en desventaja; pero lo besaba al final y, como por arte de magia, me alejaba de él envuelta en una nube.21

En este libro de cuentos se muestra una amplia temática que cubre todo el espectro de las emociones y experiencias humanas, el amor, la vida y sus vicisitudes, la muerte, el odio, la miseria, así como los pocos momentos de felicidad que disfrutan los desgraciados. En la narrativa de José Rafael Ávalos Tinoco, encontramos un trabajo serio y dedicado. Cuidadoso en todos los aspectos se muestra el oficio en la escritura y el profesionalismo que tanto hace falta en la mayoría, de nuestros incipientes escritores de provincia. EL FANTASMA REGRESA GUTIÉRREZ, Ángel. Ediciones de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Morelia, Michoacán. 1994. 83 pp.

Este es un libro de relatos donde el narrador hace gala de su memoria para exorcizar el fantasma de los recuerdos. El narrador está siempre presente como personaje principal de sus historias. Aunque el autor use al fantasma como intermediario, para todo lector queda patente que el fantasma es un pretexto para que el autor logre la exteriorización de sus recuerdos y nos los cuente después de un proceso de literaturización. Ya que no todo recuerdo por el hecho de ser escrito se convierte por sí mismo en obra literaria. Escritos en primera persona, estos textos pudieran confundirse con fragmentos autobiográficos, sin embargo, la autobiografía es otro género diferente al cuento que 21

Íbid. p. 46.

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tiene sus propias leyes y mecanismos que le hacen ser un subgénero narrativo específico e independiente. Los temas que predominan en los 30 textos que conforman este volumen son el amor y la revolución. Pero los temas en sí no siempre se encuentran de manera independiente sino que en la mayoría de los casos van paralelos y en algunos hasta llegan a coincidir completamente como en los textos: “Labor política” y “Lucía”. Los cuales surgen como recuerdos de juventud donde los ideales románticos se apoderan obsesivamente del personaje principal; del que los lectores poco sabemos por cierto, ya que no queremos confundir al autor con el narrador y solamente nos atenemos a los datos que el narrador nos proporcione de sí mismo. Juego de identidades donde el autor se oculta, para poder contar a sus anchas, tras la sombra de un fantasma. Esporádicamente se intercalan algunos textos muy breves que tienen el sello del micorrelato posmoderno, donde la fantasía se impone de manera categórica junto a la economía de lenguaje: AUTODESTRUCCIÓN Me lancé cabalgando a través de la llanura solitaria alumbrada por la luz tenue de la luna, levanté con fuerza el machete y con rabia partí en dos a la sombra mía… agonizo.22

En otros casos el texto es prácticamente un poema en verso libre que rinde homenaje a personajes históricos o a mujeres amadas que fueron determinantes en la vida del narrador. Tomemos el ejemplo siguiente:

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Gutiérrez, Ángel (1994). El fantasma regresa. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Morelia, Michoacán. p. 55.


EL GUERRILLERO A Raúl Séndic. Nuestros rostros quedaron tensos, serios, pensando mucho en el pasado, removiéndolo para quemarlo todo y buscando respuesta al siguiente movimiento en la lógica del juego. Hoy las piezas, nuevamente, se moverán; está hecha la jugada. Nosotros somos peones, alfiles, torres, caballos lo que sea; depende esto del tiempo y del lugar. Estrechamos nuestras manos en silencio y lanzamos un adiós usando el lenguaje de los ojos. Nos guardamos el plan en la memoria y salimos a la calle…al camino de la libertad o de la muerte.23

Tanto la fragmentariedad como la conjunción de géneros son formalmente los rasgos característicos de esta narrativa que apela al esfuerzo de la memoria para reconstruir un pasado personal que al recordase se reconstruye en forma de literatura.

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CINCO RELATOS MUY NUESTROS OSEGUERA GARCÍA, Carlos. Concurso de poesía y relato. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura, Morelia, Michoacán. 1994. 230 pp.

Los relatos de Carlos Oseguera transitan por los caminos del costumbrismo en su afán de recuperar, tanto el lenguaje como la tradición oral de un pueblo lleno de mitos, en un sincretismo enriquecido por la imaginería colectiva. Lo que hace distinto su estilo es el humor y la ironía que satura el discurso narrativo. Asimismo detectamos una fuerte crítica hacia el poder y sus aparatos represores que perviven en la corrupción y sofocan todo vestigio de protesta o insubordinación al poder. En estos relatos de corte rural se reivindica también la visión de los marginados y olvidados que solo tienen para sí la risa que rompe la solemnidad de los dominadores. 1.-“De por qué los michoacanos le caemos bien al Diablo”, 2.- “El roba-novias”, 3.- “Hay que saber escoger”, 4.- “Una muerte sabor durazno” y 5.-“Muerte de Muertes”, son los cinco relatos que conservan una unidad temática y donde se manifiesta la idiosincrasia de un amplio sector de la población que sin disfrutar de los avances de la cultura ni del hábito de la lectura, mantienen una memoria colectiva y una profunda fantasía que se nutre de sus propios mitos y de una cosmovisión sincrética peculiar que se hereda y enriquece oralmente de generación en generación. BANQUETES MEJÍA, Raúl. Conaculta. Fondo editorial Tierra Adentro. México. 1995. 117 pp.

Tal como lo dice el título, el libro es un verdadero banquete para el lector que se abisma en las historias que cuenta Mejía, con una frescura y un sabor que difícilmente se pueden despegar los ojos de sus páginas. El autor hace en esta decena de relatos un ejercicio de verdadera recreación del habla coloquial con toda la intensidad de sus hablantes.

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De manera particular se introduce en los laberintos existenciales de las parejas de amantes así como en el despertar de los niños a la adolescencia en la floración de su sexualidad. Ahonda en los caracteres lingüísticos de cada generación y marca al igual que los escritores de la “generación de la onda” una frontera de identidad entre los jóvenes y la generación de sus mayores, a través de su propia forma de expresión. Irreverente y sarcástico; el estilo de Mejía no conoce de solemnidades, salvo cuando las imita, ironizándolas. Sin falsos pudores deja que los personajes se explayen y se expresen con toda libertad aún a costa de faltas veniales de respeto a la moral pública. Sin recato ni respeto a las buenas costumbres, el narrador se involucra en cada uno de los enredos de sus propios personajes sin ser necesariamente un narrador omniciente. Como acertadamente lo comenta Saúl Juárez, “Raúl Mejía ha conseguido atrapar en estas páginas, los momentos fugases de la domesticidad que sólo la literatura puede transformar en duraderos”. SEÑALES DE VIAJE JUÁREZ VEGA, Saúl. Grupo Editorial Planeta. Colección Narrativa 21. México. 1995. 129 pp.

Señales de Viaje es un trayecto múltiple que transita amplias veredas, cuatro caminos iniciales por donde avanzan los relatos de Saúl Juárez en busca de diferentes destinos. La primera ruta se interna en situaciones que a fuerza de plantearse como irreales se vuelven verdaderas; la segunda avanza con voces de mujeres y por las vías del erotismo; la tercera, corriente irreductible, sigue los pasos de la muerte, en un tratamiento original que golpea y llama a la reflexión; los últimos relatos se internan en la atmósfera de pequeñas ciudades de las provincias de México, en donde suelen bullir mundos cotidianos, enrarecidos y paradigmáticos. Señales de viaje es un itinerario en el tiempo y en la geografía literaria que Saúl Juárez se ha ido construyendo en esta última década del milenio. Viajero empedernido (sitios reales e imaginarios), nos ofrece relatos que revelan sus obsesiones temáticas

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y su variedad de voces para plantearlas, siempre desde el pleno dominio del oficio de escribir, dueño del instrumental necesario para sorprender y cautivar a los lectores. ESCRITOS PARA EL WC RODRÍGUEZ ÁVALOS, José Luis. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Morelia, Michoacán. 1995. 198 pp.

En este libro conformado por múltiples microrrelatos (textos menores de 100 palabras) y cuentos breves, se pasea el desenfado y la ironía. Y en muchos casos la sorpresa nos toma por asalto. Textos de la cotidianidad que sólo puede ser creíble, porque es real a fuerza de ser fantástica, o absurda; dirán los detractores del optimismo irresponsable. Por la brevedad y demás características que le dan forma y contenido a sus textos bien pueden ser reconocidos como prototípicos y representativos del cuento posmodernos de acuerdo a la clasificación que establece el teórico Lauro Zavala al tipificarlo como el cuento en que se yuxtaponen elementos provenientes de la tradición del cuento clásico y moderno. E incluso teorizando sobre sus propias peculiaridades: Las características que podemos reconocer en numerosos cuentos escritos durante los últimos 30 años pueden ser agrupadas alrededor de los diversos planos de verosimilitud narrativa, como otros tantos juegos con las condiciones de posibilidad del sentido literario. En todos estos planos (lógico, semántico, ideológico y discursivo) es posible reconocer un sistema de paradojas al que podríamos llamar itinerancia textual, ya que está construido a partir de la pregunta común: ¿existe otro tiempo y otro lugar y puede ser narrado con otras perspectivas y otras voces? La construcción de diversos textos a partir de esta pregunta genera lo que podríamos denominar cronotopos itinerantes en el interior de cada texto, cuyo reconocimiento depende de las competencias discursivas de cada lector.24

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Zavala, Lauro (2004). Paseo por el cuento mexicano contemporáneo. Grupo patria cultural. Bajo el sello de Nueva Imagen. México, p. 59.


De las tres características mínimas comunes al cuento posmodernos señaladas por Zavala, las que prevalecen en orden jerárquico en la obra que nos ocupa son: la brevedad extrema, la ironía suspensiva y la hibridación genérica. La ironía nos pide un poco de amplitud explicativa. ¿Qué es lo que distingue a la ironía narrativa de las otras figuras del lenguaje? El hecho de que la ironía es el producto de la presencia simultánea de perspectivas diferentes. Esta coexistencia se manifiesta al yuxtaponer una perspectiva explícita, que aparenta describir una situación, y una perspectiva implícita, que muestra el verdadero sentido paradójico, incongruente o fragmentario de la situación observada. Esta es la distinción conceptual que separa la ironía verbal de la ironía narrativa. En Escritos para el W.C., el uso de la ironía es de nivel superior y magistral. Ese acto de ironizar es el que lleva a romper con las solemnidades formales y acartonadas. Es el método ideal para desmitificar la realidad. Más que una franca burla, es la fina sonrisa del escéptico e incrédulo que no cree ni confía en los estereotipos gastados hasta el cansancio por una cultura conformada a los dictados del poder. Donde lo que menos importa es la verdad ni la autenticidad. El manejo de este tipo de cuento es -en palabras del Dr. Raúl Arreola Cortés- labor todavía más difícil porque requiere destreza en el manejo del lenguaje para usarlo con un gran sentido de la economía, sin descuidar el tema de la narración. Además de ello, permite a los lectores abarcar, en una sola mirada, un universo de cuestiones que incitan a la reflexión o provocan una sonrisa.25

Por eso es que José Luis Rodríguez Ávalos acude al humor como uno de los mejores antídotos contra la esclerosis intelectual y artística, que en más de una ocasión se manifiesta en la forma paradojal de los argumentos y las tramas. Creo que

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Arreola Cortés, Raúl (1995). Antología de cuentistas michoacanos. Morevallado editores. Morelia, Michoacán. p. 17.

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el lector agradece ese desenfado para romper –aunque solo sea momentáneamente- con la estéril rutina cotidiana de la sobreviviencia. Es inevitable no detectar en estos cuentos la influencia de Augusto Monterroso, Edmundo Valadés así como de Juan José Arreola, quienes pueden ser considerados con justicia los precursores del cuento posmoderno en México. PALENQUE: LA PUNTA DEL CAMPO LARA GÓMEZ, Ramón. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. Colección de narrativa: El gaviero. 1997. Morelia, Michoacán. 78 pp.

Ramón Lara Gómez rinde un puntual homenaje y tributo en este libro a su ciudad natal donde vivió la niñez y parte de su juventud. Cuentos donde recrea vivencias de esa época en que los niños descubren el mundo y lo contemplan asombrados por vez primera. Rescata anécdotas y atmósferas de un pasado remoto, que la memoria del escritor reconstruye a fuerza de imaginación. Acude a los personajes populares y los trae también a nuestro presente para vivenciarlos. Evocaciones idílicas que se eternizan en la escritura. Sueños y utopías que se realizan en el papel. Descubrimientos de la parte menos sórdida de la realidad que resplandece ante la ingenuidad de los infantes. Etapa de la vida en que la eternidad está esperando todos los días para darnos los frutos maduros de la dicha prometida. Junto a los momentos gozosos también encontramos textos que muestran el sentido del humor de los mexicanos habitantes del sureste así como su juguetona ironía a pesar de las deficiencias y las limitaciones económicas que permean su sobrevivencia. En síntesis, nos encontramos con un narrador de grandes potencialidades, cuyas primeras muestras se manifiestan ya, en este su primer libro de cuentos y que promete bastante para un futuro inmediato.

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NOVIEMBRE Y PÁJAROS AGUILERA DÍAZ, Gaspar. Coedición Universidad Autónoma Metropolitana. Azcaptozalco /Verdehalago. México. 1998. 47 pp.

Si en otros autores que hemos revisado, se lleva el relato hasta la contigüidad de sus fronteras en un extremo experimento de rupturas de géneros literarios, en este libro de Gaspar Aguilera –quien tiene una amplia trayectoria en la producción poética- la narrativa se convierte en una prosa de intensidades como la calificara Alberto Ruy Sánchez. Más que hablar de poemas en prosa estamos ante un poeta que aún y cuando se explaya en contar historias breves, no puede ocultar su mundo lleno de imágenes y figuras poéticas. Cabe afirmar categóricamente, que Aguilera Díaz es poeta, hasta en su prosa. Noviembre y pájaros es un libro breve que reúne 15 relatos que fundamentalmente abordan el tema que le ha sido entrañable al autor a lo largo de su trayectoria: lo íntimo y complejo de las relaciones humanas y de pareja, de amantes desencontrados y por ello desahuciados, como pidiendo un lugar donde esconderse ante la falta del cuerpo –del otro- que le dé sentido a una existencia en el tedio y el hastío. Un erotismo también que se construye en el imaginario individual con una lentitud gozosa y desesperante para después inundar el mar de la memoria como un tumultuoso río a punto del desborde. Descripciones pictóricas a la manera de los collages cubistas –escenarios de la soledad embellecida- en ciudades por donde el amor dejó su marca indeleble y la música –no como telón de fondo- como un personaje siempre presente fortaleciendo las atmósferas del desencanto: El café caliente como parte última del rito: algunos tragos de ron añejado 7 años, un montecristo olvidado en el fondo de la maleta roja: El perseguidor, con las hojas del borde izquierdo dobladas justamente en la escena memorable de la ventana: Johnny con las rodillas dobladas sosteniéndose el mentón, Dedee con un vestido rojo que no le va, presintiendo los instantes de la fiebre; el sax en un rincón iluminando la buhardilla. Una copa de licor empalagoso sustituyendo al coñac albanés; Lezama Lima reivindicando la

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humildad inolvidable del pequeño río Almendares con su puente de metal, sus jardínes y sus lanchas abandonadas… Fotos en blanco y negro con signos que son la mejor apuesta contra la ternura siempre inaprehensible. D´Javan cantándole a una felicidad en estado de gracia inexistente y sin embargo cegadora como pezones dejando su huella negra en un hombre que no cree en el destino. El espejo rectangular refractando los cuerpos que han bebido salvajemente su soledad propia y merecida. Mapas, señales, claves que no alcanzan a conformar la geografía indescifrable del encuentro. El azar tendiendo sus brazos múltiples sobre esta ciudad abierta de columnas dóricas. La sensualidad irrefrenable saliendo de los cuerpos para incrustarse en el tibio corazón de los extraños. El Vedado, Cuba/1988 (“Todosevuelvetodoenestanochedeabril”)

RENCILLAS GIRARTE MARTÍNEZ, Luis. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Colectivo/narrativa. Morelia, Michoacán. 1998. 10 pp.

Rencillas es un dramático pasaje campesino, un saldo de la cristiada que aún hoy destila rencores en muchas poblaciones del bajío y occidente de México. Con este cuento, el autor ganó el primer lugar en el certamen de la especialidad, convocado por la Fundación Alica de Nayarit. Los personajes de Rencillas viven la intensidad de las pasiones humanas, en especial el binomio amor/odio y como resultado el rencor que lleva como consecuencia a la venganza. Teniendo como telón de fondo a la provincia michoacana se desarrolla la tragedia de una amistad que se rompe por un accidente y que genera un profundo rencor que lleva al crimen sangriento. Conocedor de las profundidades del alma humana, el autor nos lleva hasta los abismos más profundos, para mostrar los extremos en que se debate la humanidad, siempre en uso de un lenguaje pulcro y poético. Luis Girarte da muestra de un manejo cuidadoso y esmerado del arte de contar.

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OCTUBRE Y SUS SORPRESAS PINEDA, Adriana. Conaculta. Fondo Editorial Tierra Adentro. México. 1998. pp. 107.

Doctora en historia, investigadora y catedrática de la universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo es ejemplo en esta obra de la avanzada femenina y feminista de la narrativa escrita por mujeres que empezaron a publicar en la década de los años noventa del siglo pasado con una fuerza expresiva contundente. Los personajes protagónicos del libro -que es el primero que publica la autora en este género- son en su mayoría mujeres: niñas, jóvenes, adultas y mayores. Con lo cual, la autora reivindica a su género, recreando con ello la visión del mundo propio de las mujeres mexicanas y de manera particular las de las zonas rurales michoacanas. Expone las experiencias personales poniendo especial énfasis en las vivencias de su vida sexual y los cambios que genera en la mujer dichas experiencias. El binomio de la sexualidad y la religión se conjugan de manera magistral en las tramas de Octubre y sus sorpresas. Su mundo narrativo tiene como núcleo principal a la infancia y como marco geográfico –en la mayoría de los casos- el de la Tierra caliente en Michoacán. Lugares donde las niñas maduran prematuramente y su sexualidad se manifiesta precozmente. Los recursos narrativos de Pineda no están faltos de humor e ironía, sobre todo hacia los finales de las historias. Quince relatos conforman el volumen que nos ocupa y en su mayoría campea la brevedad que es otro signo distintivo de la narrativa contemporánea. Acudiendo al recurso de la rememoración sus personajes desenvuelven sus recuerdos vívidos y los trasmiten con toda la intensidad de lo que el olvido no puede borrar en el imaginario individual del género humano. Con lo cual generan su propia poética y terapia narrativa, tal como lo razona y hace explícito una de sus personajes:

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No hay duda, soy un paraíso para el psicoanalista, pero te llevo ventaja: si me abro al silencio, dejo que mis fantasmas me consuelen y una infinita tranquilidad me posee. Olvido y perdono. Los duendes familiares me ahorran angustias, por eso los busqué en los baúles. De vez en cuando tú deberías recordar tu pasado, dejar tus libros, al señor Habermas y sentir las voces infantiles que nos acompañan…De seguro que no te has dado cuenta de que, al menos en el jardín, tengo pensamientos amarillos, azules y blancos.26

HOMENAJE A JUAN GABRIEL Y OTRAS ROLAS FALLIDAS GIL SÁNCHEZ, Mariela. Ediciones del Colectivo Artístico Morelia, A.C. / Ediciones Michoacanas. Colectivo/Narrativa No. 7. Morelia, Michoacán. 1999. 22 pp.

Esta es una plaquette que editó el Colectivo Artístico Morelia dentro de su colección de narrativa, correspondiente al No. 7. Colección que ha servido para impulsar a jóvenes que inician en la ardua actividad de la narrativa en Michoacán, donde existen cada vez más espacios para publicar aunque siempre estos sean insuficientes. El cuadernillo en cuestión contiene 6 cuentos de esta joven autora que también ha incursionado en la creación poética con muestras de significativa calidad literaria. Cuentos que sirvieron de antecedentes para una obra mayor que en forma de libro fue publicada posteriormente por el FOESCAM. En ellos se muestra ya una práctica narrativa fluída y ambiciosa en la medida que su temática cubre un amplio abanico de problemáticas propias del hombre contemporáneo citadino. Desde el regreso a su país de origen de un hombre que busca a la mujer amada y perdida inevitablemente, hasta el abordaje de una técnica narrativa 26

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Pineda, Adriana (1998). Octubre y sus sorpresas. CONACULTA. Fondo Editorial Tierra Adentro. México. p. 15.


a través de un incipiente aprendiz de escritor pasando por el homenaje a un ícono de la música popular mexicana del Siglo XX, como lo fue, y sigue siendo, Juan Gabriel. Utilizando la mayoría de los recursos habidos en la narrativa, Mariela Gil no se limita a formas y técnicas que le permitan hacer interesante y atractivo cualquier tema de su propia selección. Los textos que conforman este cuaderno esbozan ya, la figura de una joven narradora con un presente atractivo y un futuro bastante promisorio. ANTES DE LA NADA LEVÍN, Isaac. Editorial Matasellos. Pátzcuaro, Michoacán.1999. 153 pp.

Hay una significativa característica en el libro que nos ocupa, el narrador en todos los cuentos es el mismo protagonista, que además se convierte en el personaje principal. Sujeto atormentado que muestra sus crisis existenciales, pero también profesionales, en su complicado proceso de trabajo en la creación literaria. El narrador intercala episodios oníricos empalmados con fragmentos de la realidad donde el lector difícilmente distingue las fronteras entre una y otra. También encontramos las crisis existenciales de un protagonista que vive la complejidad del mundo de manera tormentosa y difícil en los procesos de adaptación entre la ausencia y presencia de seres amados. Los duelos y la cicatrización de las relaciones interpersonales entre rupturas afectivas e ideológicas que van bordando cada uno de los textos. Ejemplo de ello es el cuento “Antes de la nada” que le da título al libro y que bien puede representar a la cuentística posmoderna en su carácter de fragmentalidad. Algunos trabajos ahondan en la metaficción como ejemplo del protagonista escritor que acude al ingenio para escribir el texto de urgencia necesaria ante el defecto de su máquina de escribir, surgen palabras que de forma incompleta van armando la anécdota textual. El libro también se caracteriza por un riguroso orden, estructurado en cinco apartados: 1.-De preocupaciones sociales y esas cosas 2.- De padres, hijos y esas

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cosas que les pasan 3.- De la pareja y sus cosas 4.- De esas cosas personales 5.- De cosas varias. En todos los textos recorre un hilo conductor que le da coherencia al libro y es el protagonista escritor, Emilio con sus universos en constante movimiento hacia la recreación del mundo que vive con toda intensidad. Libro que muestra finalmente un oficio narrativo constante y un trabajo pacientemente depurado. LOS HOMBRES MEAN DE PIE PAYÁ VALERA, Emeterio. Ediciones Michoacanas y del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Colectivo/Narrativa. Morelia, Michoacán. 1999. 13 pp.

Plaquette que contiene un puñado de cuentos cuya temática es la escatología de los desechos del organismo humano. Narrados con un gran desparpajo y desenfado. El tema de por sí ya es poco propicio para la solemnidad pero la forma en que son manejados por Payá son de un gracejo encantador. Con lo cual demuestra, fehacientemente, que la literatura se hace de cualquier tema y lo que hace la diferencia es la forma y habilidades para su tratamiento. Todo lo humano es susceptible de procesar estéticamente. Aún lo aparentemente desagradable a los sentidos. Conocido popularmente como el Cónsul de los Niños Españoles deMorelia, Emeterio Payá desempeñó, entre sus numerosas actividades, la de periodista y escritor. Aquí aparecen ambas que, como se observa, son indisolubles. Sus temas escatológicos obedecen a un reto que se le hizo en uno de los Encuentos, al que repondió con los trabajos reunidos en este ejemplar: “Los hombres mean de pie”, “El niño Fidelio”, “Entrevista a un pedo” y “Pedosville, una historia de olor”. CALEIDOSCOPIO PERDOMO, Ma. Teresa. Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria. UMSNH. Morelia, Michoacán. 1993. 140 pp.

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Veintiséis cuentos cortos conforman este libro donde las historias breves colindan con la descripción poética y los personajes son descritos de una manera magistral desde su yo interno, captando esa riqueza de matices emotivos que conforman la personalidad del ser humano. Con una economía de lenguaje, la autora sintetiza tramas que partiendo de lo real concreto, lindan con lo fantástico y en algunos casos con el absurdo. Como es el caso del cuento un lugar quieto. A pesar de ser el primer libro de cuentos que publica la autora, se revela en ellos oficio y manejo de las técnicas narrativas. Perdomo incursiona en este inagotable género, donde utilizando técnicas de interpretación tanto sicológicas como hermenéuticas, logra intercalar fragmentos poéticos como parte integral del cuerpo fundamental de la obra, generando un hibridaje de géneros que tradicionalmente se han desarrollado en vías paralelas pero cada uno siguiendo su propio camino. En este caso se imbrican e intercalan, dando como resultado un texto de tonos originales. Es necesario mencionar que la variedad temática enriquece considerablemente este volumen sin olvidar que la prioridad aquí son los seres humanos, quienes están perfectamente ubicados en el máximo rango del tratamiento literario. Pero sin olvidar que personajes sin anécdota pierden su sentido narrativo. Aunado a ello es digno de destacar también y en varios de los textos, el papel que juega la ironía que es manejada con sutileza y discreción. COMO QUERIENDO DIBUJAR LA VIDA PERDOMO, Ma. Teresa. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Secretaría de difusión cultural y extensión universitaria. Morelia, Michoacán. 2000. 142 pp.

María Teresa Perdomo es una escritora formada en la academia. Doctora en letras e investigadora, es autora de varios libros de análisis y crítica literaria: El lector activo y la comunicación en Rayuela, Ser y hacer de Rubén Romero, Ramón Martínez

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Ocaranza. El poeta y su mundo y La poesía de Manuel Ponce. Podemos afirmar categóricamente y sin temor a equivocarnos, que es la primera y más destacada crítica de la literatura michoacana. También ha escrito varios libros de poesía: Periferias, Lluvia de ramas, Navegaciones y Este Racimo de palabras. En el género narrativo ha publicado: Caleidoscopio y la obra que ahora nos ocupa. Todos estos libros han sido editados por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde Perdomo ha realizado sus actividades, concretamente en el Centro de Estudios de la Cultura Nicolaita (Ahora ya desaparecido). Vale decir que en los cuentos de Perdomo campea de manera frecuente la tragedia en forma de accidentes involuntarios. Sus personajes viven una cotidianidad ajena a sus futuros desenlaces. Ni el narrador extradiegético logra percatarse de las vicisitudes por venir. Los personajes son sorprendidos por las oscuras fuerzas del destino que de manera velada acechan tras cada nimia circunstancia. Por supuesto que no todos los cuentos son producto de este esquema que se repite en varios textos, pero que tampoco es la constante del libro en mención. De temática politonal como afirmara Bajtín, la variedad de sus registros enriquece la temática, mientras que permanece el estilo personal de contar historias con la voz de una mujer culta y exquisita en la descripción de personajes y en el pudor de sus lenguajes. UN PUÑADO DE NADA SÁNCHEZ TORRES, Raúl. Ediciones del lugar donde brota el agua. Biblioteca de obras breves. No. 10. Cd. Netzahualcóyotl. Estado de México. 2000. 51 pp.

Diez cuentos breves conforman este primer libro de narrativa del joven escritor jaconense Raúl Sánchez Torres. Como toda ópera prima, esta se encuentra llena de vigor y entusiasmo juvenil, fuerza en los argumentos y dinámica en las acciones. Algún crítico estricto y riguroso diría que sus defectos, son sus virtudes. Tal vez. Sin embargo estos cuentos tienen vida propia y

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respiran con una ansiedad sorprendente. “Los relatos de este breve volumen son temas que incursionan en los sentimientos, los odios, las pasiones humanas. Cada uno de ellos nos lleva a un conflicto del cual no hay salida. El hombre, para el autor, está inmerso en un universo que lo condena al castigo, a la pena. No hay salvación. El mundo indígena, descrito con trazos sombríos se opaca permanentemente desde su inocencia y grandeza, al mundo de los otros, los que llegaron y están ahí para destruirlo. La incomprensión de los hombres, entre unos y otros, es un devenir que los conduce hacia su destino ineludible. Cada individuo, cada personaje nos lleva por la mano del autor a su infierno personal (ya sea por el amor de uno) a encrucijadas insalvables. Los sentimientos, las emociones, desde su locura misma chocan con el mundo de los otros, el cual es opaco, oscuro y también, irreal. Melquiades ama a los animales más que a los hombres; y es amor tan extraño como sincero cuando se vuelve hacia los insectos porque entre los hombres sólo encuentra el desprecio, la soledad. Tatle, entre un mundo real y un mundo mágico, elige este último; Felipe quien, en alta mar descubre, después de perderse, un puñado de nada. Y así, el gallero, en otro de los relatos, enfrenta a su destino en un gallo transfigurado en su benefactor. También se encuentran personajes no ajenos del humor negro como el desequilibrado Sinso que sale corriendo para darle alcance a la Revolución o el mismo Domingo en “Las únicas testigas” que bajo el sentimiento de orfandad se lanza al lago para ir tras de su padre, ahogado meses antes. Almas pueriles y pensamientos ingenuos que coinciden en personajes nobles y puros. Es pertinente mencionar también el conflicto que genera el abandono de los indígenas de sus comunidades para emigrar a las ciudades bajo el espejismo del progreso y la posibilidad de

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mejoría económica, así como el retorno de los jóvenes desencantados y fugitivos, asunto tratado de forma por más destacada en el cuento “Matanchen”. La búsqueda de Raúl Sánchez Torres es la de un joven escritor preocupado, obsesionado por las razones o sin razones de las acciones, bondades y maldades humanas. Penetra en ellas e inflexible las ausculta. Nos grita a través de las voces de sus personajes, y ese es uno de los rasgos de un buen escritor, y Raúl se halla en la primera etapa de este promisorio recorrido.” (Ramón Gil Olivo). LA RAZÓN DE LOS MONSTRUOS MONREAL, Sergio J. Secretaría de difusión cultural y extensión universitaria. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Morelia, Michoacán. 2000. 115 pp.

Narrativa nueva, fresca y desprejuicida, que muestra la visión que tienen del mundo los jóvenes posmodernos. Quienes generalmente –y qué bien que así sea- se encuentran conflictuados con el entorno social que los margina, pero que también los busca manipular para incorporarlos al consumismo y a la maquinaria neoliberal. Junto a ello se observa la manera subjetiva de enfrentar la problemática de las relaciones afectivas y de pareja. Encuentros y desencuentro con los otros y consigo mismo de los personajes que viven la caótica realidad en consonancia con otro caos que estremece la interioridad y de los cuales casi nadie sale ileso. La voz de las nueve narraciones que integran este volumen, pese a sus específicos énfasis, podría en el fondo ser la de cualquiera. ¿Quién no ha debido alguna vez romper con el amor, separarse del amor, decirle adiós al amor? Los particulares desencuentros amorosos de cada quien, acaso no sean sino variaciones de un mismo desencuentro inmemorial, cuyo misterio se renueva en nosotros con cada nueva pérdida. Si entendiéramos eso, el adiós no sería la cancelación de los hallazgos

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del amor, sino una renovada demanda de lo real exigiéndonos interpretar la dimensión de lo posible. Las razones de los monstruos bien pueden ser las mismas razones que tiene cualquier humano para vivir y seguir existiendo en este mundo. AZÚCAR, SAL, LIMÓN27…Y MÁS HISTORIAS PARADA, Martha. Coedición Red Utopía/Jitanjáfora Morelia Editorial. Morelia. Michoacán. (1988) 2003. 103 pp.

Libro que reúne siete relatos cuya peculiaridad consiste en presentar -en su mayoría- mujeres como personajes protagónicos. Parada acude a los elementos y atmósferas propias del ámbito femenino para mostrar no únicamente las anécdotas y destacar sus caracteres sino también las ideologías y conductas propias del mal llamado “sexo débil”. Sus relatos plantean una crítica implícita –y en algún momento, bastante explícitas- a los roles tradicionales que la sociedad le ha asignado a las mujeres, como esposas y madres abnegadas. O muestra también el caso de mujeres jóvenes, que han optado por un proyecto de vida independiente ajeno a los esquemas tradicionales. Finalmente rompen el rol asignado y gritan a todo pulmón: ¡Ni santas ni prostitutas: solo mujeres liberadas! Aunque este libro se encuentra fuera del periodo histórico a estudiar, consideramos necesaria su inclusión debido a que responde al muy significativo fenómeno de emergencia de la narrativa escrita por mujeres. Si bien es verdad que poca obra cuentística se observa en las dos décadas que planteamos de análisis, es destacada la forma en que se ha incrementado el número de mujeres escritoras en el estado de Michoacán. La obra de esta escritora trotamundos se inscribe en el contexto de una nueva narrativa en el que las mujeres plasman su propia visión del mundo 27

AZÚCAR, SAL Y LIMÓN se publicó en una primera edición de manera individual por el Instituto Michoacano de Cultura. Colección los tejedores. Primera serie. Morelia, Michoacán. 1988. 15 pp.

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y lo hacen emitiendo su propio lenguaje. Podemos mencionar de manera general algunos nombres de narradoras que bien pueden ser consideradas pioneras o precursoras de lo que ahora se puede considerar un “boom” de cuentistas michoacanas: María Luisa Puga, Girálcea Lassani, Rosalinda Oviedo, Martha Parada, Elba Rodríguez, Silvia Mercedes Hernández- Mejía, Josefina Cendejas, María Teresa Cortés Zavala, Nektli Rojas, Adriana Pineda, Ana Aridjis, Ma. del Rosario Ortiz Marín, Gabriela Eos, Isabel Zúñiga Morales, Mariela Gómez, Leticia Carrera López, etc.

IV.- 3.- ANTOLOGÍA MÍNIMA

LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA Por entre las tejas rotas del sol picoteaba la tierra parda y fundía los minutos en un repique de gallos trasnochados. Todo era sol, silencio y cacareo del mediodía. Y él sentado en el pedazo de tronco al borde del camino. Era como el horcón que sostiene el tejabán, como el mecate mocho que se iba pudriendo al sol olvidado de la cerca o como el mezquite chaparro de la esquina, así él era parte viva y muerta de aquel paisaje campesino. Se hurgaba las muelas con una espina de huizache tratando de pescar una semillita de tomate que jugaba como diminuto pescadillo en las minúsculas rendijas de la dentadura. -Yo no sé pa’ qué te vas p’al norte –le decía su padre-, aquí hay tierra, aquí hay trabajo. Lo que te gusta es andar de vago. ¡Pero anda y vete, ya verás que no onde quiera está la canasta de las gordas igual de baja! -Mire, pá’, si no voy a durar mucho, nomás hago unos centavitos y me vengo pa’ comprarle una tierra al rico. ¡Qué vamos hacer todos los siete con su parcela! Y yo ya estoy grande, pos ya quisiera casarme…

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Y fue y vino del norte y no trajo más que una maleta llena de trapos viejos: una yompa a cuadros, camisas de soldado, botas de trabajo y unas camisetas para los hermanos, y también cien dólares que se gastó en Jiquilpan en cantinas y burdeles en menos de una semana y en el abrazo el día del bautizo del hijo de su compadre Juan al que quiere como hermano. -Adiós, Mon, ¿cómo siempre su mujer?... te vas a volver lagartija nomás debajo del sol… De menos vete al cerro a trair una carguita de leña, güevón… Estamos igual, Mon, nomás viendo pal campo pero ni qué hacer… -Pos sí pues… Y no es que fuera holgazán, es que no daban ganas de trabajar por cinco pesos y es que ya se estaba enfadando de aquella vida. -¿Y si fuera p’al Mante? Dices que pagan rebién en el algodón, pero que hay mucha plaga pa’ la gente. O pa’ los Michis. ¡Ya no sé ni qué hacer! ¡Qué gacho es eso de no tener ni un pedazo de tierra en que cairse muerto uno! ¡Pa’ cairse muerto no hace falta tener tierra propia, cualquier tierra es tu parcela cuando te mueres –le decía su compadre Juan. ¡Y tan bueno que se dio el temporal! ¡Con una parcelita que tuviera! Y se le iban los ojos por los caminitos verdes y rojos, grises y pardos y empezaba a soñar, porque a él le gustaba soñar: orita sería el tiempo de barbechar pal garbanzo y si la helada no es dura, sacaba mis buenos pesos, me compraba mi par de puercos y los iba engordando y los iba cruzando hasta que se hicieran unos diez, con eso compraba la semilla p’al trigo y una vaquita pa’ la leche… -Vente pa’ echarnos una cerveza, Mon, ¡qué estás haciendo a’i de más? Cómo le harán éstos, pensaba Ramón, pa’ tener esos caballazos, esas yeguadas de tierra y trair siempre tanto dinero?

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-¿Cómo no don Tano, hasta dos nos achamos! Porque al viejo no le gustaba que le dijeran Tanila apreciándole su nombre que era Estanislao, le sonaba afeminado el apreciativo. Era de un pueblo de Jalisco y vino aquí, a Paracho, apenas hacía cinco años. ¡Pero qué suerte! Una ordeña de veinte vacas finas, como diez parcelas a medias y ya lleva como quince suyas, unas compradas, otras arrebatadas, otras concedidas por el Departamento de Asuntos Agrarios donde lo miran como un ejemplo de progreso y colaboración de Paracho. -Tráite dos coronas y salecita. -¿Qué haciendo, pues, don Tano? -Pos dando la vuelta. ¿Cómo te fue en el norte? -¡De la jodida! Me le escapé a la Migración, pero como íbamos chuecos nos agarró un patrón bien mula y nos dijo: “Aquí hay trabajo, pero a dólar la hora y si no lo agarraban aquí mismo yo los denuncio.” Y ni quien pudiera repelar. Nos la pasamos en el campo todo el tiempo, dormíamos todos juntos y sólo pudimos comprarle unas garrillas viejas a un fayuquero que iba los domingos al rancho. ¡No don Tano, eso est´s de la tiznada! -Pero te vas a emparejar en la cosecha. -¿Pos cuál cosecha? No se burle don Tano. -¿Qué no sembraste tu parcela? -¡Qué va! Yo soy de los meros daos a la fregada aquí: ni tierra, ni animales, casi ni trabajo. ¿Pos por qué cree que me la paso siempre en el camino? -Pos si tú quisieras… Pero no, está medio enredada la cosa… -¿Qué, de qué se trata? Usté nomás diga, don Tano; un perdido a toda va. -Sí, pero ya ves a la gente. Se mete uno a ayudar a los demás y lo juzgan mal. A’i tienes lo que andan diciendo de mí, que yo mandé matar a Porfirio “El Machete” pa’ quedarme con su tierra. Cuando todo lo que hice fue ayudar a su viuda pa’ que lo pudiera enterrar decentemente y claro, uno se cobra; no están

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los tiempos ya pa’ andar regalando dinero. No, yo creo que tú no le entrarías, eso sí es una oportunidad muy buena. -Pos ya le digo, si usté cree que yo pueda servir, nomás diga. Se quedaron callados. Don Estanislao se torció el bigote y se acomodó la pistola, luego estuvo acariciándose la nariz con una mano y con la otra acariciando la botella de cerveza. Entró una chiquilla con un vaso en la mano: -Diez de chiles jalapeños… -No se venden por diez, nomás por veinte. Y con zalamería a don Tano: -Éstos creen que estamos en el tiempo en que amarraban a los perros con longaniza. Ramón se le quedaba mirando por si descubría algo en los ojos de aquel hombre, pero no veía más que indiferencia y una falsa bondad pintada en el rostro. -¿Así que cómo vez? -¿Pos a’i usté diga. -Pos yo quiero ayudarte, no creas, pero la cosa no es fácil. Mira, vamos al grano. En la orilla de La Laguna se quedaron unos retacitos de tierra cuando subió el agua y ahora que se retiró pos hay buenas parcelas en esos pedazos. Unos los van a repartir y otros se le vuelven a los dueños de esos pedazos. Por a’i en el ejido de La Palma está un pedazo, era cosa de nada, unos quinientos metros hasta hace poco, pero ahora se han convertido en varias hectáreas. El que era dueño dejó eso y se fue; bueno aquí pa’ ti y pa’ mí, se murió. Andan ahora peliando por eso algunos de La Palma. Yo hablé con el comisariado, es mi compadre y él es compadre de un licenciado en Morelia que es compadre del mero Secretario de Agricultura. -Pos no le agarro el hilo ni de qué se trata. ¿Yo pa’ qué sería bueno en eso?

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-Pos nomás que tú serías el dueño. Ramón estuvo a punto de echarse de rodillas y besar las manos de aquel hombre, le parecía un sueño. ¡La tierra, su tierra! ¡Con las ganas que tenía de echar una laborcita de garbanzo! Pero no dijo nada, se le quedó mirando. -Pasao mañana va a venir un ingeniero del Departamento Agrario que viene a hacer la medición y a declarar propiedades y a hacer repartos. Va a llagar a mi casa, le vamos a matar un puerquito y le vamos a embarrar la mano, tú sabes cómo es esto. Ya para entonces tú te llamarás Aniceto Partida que salió de La Plaza hace tres años, eres peón mío. Como el pedazo que pegaba con La Laguna no se cultivó nunca, ni hay quien tenga derechos. Los que reclaman son gente que nomás andan detrás de la tierra. -¿Y así está de fácil, don Tano, nomás de decirle al ingeniero ése? -Bueno hay que hacer algo más. Hay que ir a La Palma y exigir tus derechos y seguirla… -¿Cómo? -Mira, la cosa no es muy fácil. Tú te quedas con esas tierras, pero como tú ni podrías entrar pa’allá, pos, por de pronto me la pasas, pa’ mí no hay problema y ya después vas yendo tú o te paso un pedazo por áca o de cualquier modo le hemos de hacer, por eso no vas a pelear, y como tú dices, un perdido a todas va, si pegó pegó y si no, despegado estaba. Así que ¿cómo la ves? -Pos fíjese que ya desde así se pone medio peliagudo. Porque ésos no se van aquedar tan calladitos conmigo y luego pa’ venir a quedarme sin la tierra. -Tienes razón… Sólo entonces le brillaron los ojos con odio a Ramón, golpeó la masa con el casco de cerveza, sacó un rollo de billetes y dejó uno de cinco pesos sobre la mesa mientras se arriscaba las puntas tensas del bigote negro. -Bueno, pero… -le decía Ramón mientras don Estanislao

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se ponía de pie y se iba saliendo de la tienda. -No te preocupes, así pasa siempre por andar uno queriendo ayudar a la gente, pero sobra quién quiera ese pedazo que vale muchos miles. La tierra está nuevecita, nomás pa’ meterle el arao y tirarle la semilla, de lo que sea, y ¡qué chulada de cosecha! Pero no te apures, nomás eso sí, boca de palo porque de otro modo… -y se reía con odio contenido mientras se acomodaba con desplante de hombrón la pistola. -Pos haga de cuenta que no había dicho nada y vamos a entrarle. -Bueno, pero como tú dices, no sea que los de La Palma… que luego sucede algo vayan a decir que es por mí… Ya conoces tú cómo habla la gente. -Usté no haga caso de la gente. Aquí está Ramón Montes o Aniceto Partida o lo que sea. Vamos a jugarnos el pellejo por un pedazo de tierra y si algo pasa, ya estaría de Dios, de algo hemos de morir… -Así me gusta. No hay más que hablar. Paso mañana, en mi casa, a comer con el ingeniero. Y no te olvides, Aniceto Partida, cinco años en Estados Unidos, dos años por donde tú quieras y los últimos tres años de peón conmigo. Y le echó el brazo al hombro y le estrechó mano con fuerza y se fue saludándolo con la mano en alto por el camino inundado de sol y de gritos de niños que salían de la escuela. Giros de canciones salían de las ventanas, ondeaban al viento los gritos de las mujeres por el aire claro del mediodía: “Voy a cantar un corrido de un amigo de mi tierra, llamabase Valentín que fue fusilado y colgado en la sierra. Ni me quisiera acordar era una tarde de invierno…” ¡Jálele a ese animal, muchacho!... Adiós, Mon, ya te cayó chamba con don Tano… Puerca jija de la ch… “¿Qué de dónde amigo vengo?, de una casita que tengo más abajo del trigal…” -Ay, Ramón, qué ingrato eres, el niño tan malo y tú sin pararte por aquí. ¡Oí nomás cómo chilla, ya no jayo ni qué hacerle!

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-No te preocupes que pronto se nos van acabar las penas. Pasao mañana viene un ingeniero a repartir una tierras y don Tano me va ayudar pa’ que me den un pedazo. -A ese viejo no le creo ni el Bendito. Ándate creyendo y verás. Tú no te metas en sus cosas, ya ves cómo es de chueco en todo. -¿Y qué le hiciste al niño? -Pos le di una agua de yerbabuena y se calmó tantito, pero a’i está otra vez con el chillido. Hay que llevarlo a la medecina con el doctor del pueblo. -¿Y con qué, vieja?; ya ves cómo estamos? Casi no durmió aquella noche, en parte porque el niño no dejaba de llorar y en parte porque él no dejaba de hablar en sus sueños a la mujer. -Ya con la tierra nos vamos alivianar un poco. Entonces sí vas a ver cómo le pego al trabajo. Si hasta parece que ya miro el materío de garbanzo y los jilotes de la milpa. Pa’ luego de la primer cosecha nos hacemos una casita y te saco de aquí ya ves que tú no quieres vivir en juntas y mercamos unas sillas y otra cama y yo me voy a conseguir un buen caballo. Pídele a Diosito que no se me haga pa’ atrás don Tano y que jale el ingeniero ése. -Con forme al Código Agrario y a las disposiciones del Departamento… -Ingeniero, permítame que le presente a Aniceto Partida de La Palma. Es el muchacho del que le venía hablando hoy en la mañana, compadre. -Sí, ya se presentó una comisión de La Palma negando su existencia. Susto que se van a llevar los que fueron a decir que estaba muerto desde hace años. -Pa’ servirle, ingeniero, Aniceto Partida, un servidor. Yo viví cinco años trabajando del otro la’o y luego anduve dos años por varios laos hasta que don Tano, su compadre, ingeniero, me dio trabajo, soy pion de él. Yo le agradecería…

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-Ya arreglamos eso aquí con Estanislao, no te preocupes, muchacho. -Ingeniero, ¿se tomo una copita de vino o quiere una cerveza? -Ingeniero, ¿quiere oír un poco de música ranchera?... Si se le ofrece pasar al baño ingeniero… Mire ingeniero, compadre siéntese mejor aquí, en este equipal, aquí estará más a gusto… Sí, él es el comisariado ejidal, pero, como le decía esta mañana nos ayudamos mutuamente, él no tiene experiencia, da igual tratar las cosas con uno o con otro. Aquí todos nos llevamos muy bien… -Pues sí, les decía que conforme al Código Agrario y a las disposiciones del Departamento las tierras que han quedado libres al haberse retirado La Laguna deberán adjudicarse a los propietarios de tierras invadidas por La Laguna, siempre que no excedan la extensión marcada por la ley, lo sobrante entre los vecinos que no tienen propiedades hasta ahora y han hecho debidamente su solicitud. Porque conforme al Código Agrario y a las disposiciones del Departamento… Era la tercera o cuarta copa, primero el chorro claro de tequila, luego las burbujillas del mezcal de olla rebosando en las copas y ahora la espuma de las cervezas precipitándose por las bocas de la botellas como queriendo ahogar aquella farsa. La camioneta cabeceaba por el camino de tierra que va al borde del río. El sol empezaba a declinar y los trabajadores se encaminaban al pueblo. Manejaba don Estanislao y le acompañaba en la cabina el ingeniero y su guardaespaldas. Detrás iba la peonada de Paracho, amigos, cómplices y comprometidos con don Estanislao, sólo Ramón iba sudando. -Cuidao, Mon, esos de La Palma son matones y no se tientan el corazón pa’ soltarle a uno una descarga de plomo, no vaya a ser que ni tierra ni vida… -Ya estaría de Dios. Al cabo lo que ha de ser ha de ser.

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Unos pensamientos se iban y otros venían, o se encontraban en el callejón oscuro de su corazón y se hacía el pleito. ¿Quién me manda a mí andar metido en esto, buscándome enemistades? Pero no hay otro modo de salir de la miseria… Lo que has de hacer es meterle al trabajito que aquí te ofrecen y no andar pensando en hacerte rico de la noche a la mañana. El que ha de ser pobre ha de serlo siempre. Y el niño llorando, llorando, llorando con aquel dolor que le llenaba de sudor el cuerpecito que se retorcía. Iban llegando a La Palma, se secó el sudor y aventó a una dimensión lejana los sueños inútiles. La realidad estaba allí, empistolada y con rifles en la manos. -De acuerdo con el Código Agrario y las disposiciones del Departamento -empezó diciendo el ingeniero. Tenía a su derecha a su compadre Estanislao, detrás a la peonada y de frente, miraron a La Laguna, a un hosco grupo de cincuenta campesinos que apenas y respondieron al saludo de los recién llegados. El único que se mostró amable fue el comisariado ejidal con quien de antemano se habían arreglado las cosas. -Las tierras que La Laguna ha dejado al descubierto deberán volver a sus primitivos propietarios, siempre que no excedan la extensión marcada por la ley. Empezaremos por este lado. -Esta parcela, con su perdón ingeniero, no tiene dueño, el que era dueño murió hace años. -¡No señores, no, se equivocan! Y voy a pedir que colaboren con el Departamento de Asuntos Agrarios y sean razonables. Obra en mi poder el título de esta tierra a favor del señor Aniceto Partida, aquí presente. Como picados de alacrán los rancheros escrutaron con mirada terrible a todos los acompañantes del ingeniero. Don

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Estanislao echó el brazo a Ramón y éste se destacó un poco del grupo. A una voz gritaron todos: -¡Ese no es! El sol iba de caída sobre La Laguna y afilaba la daga de su fuego en la tersa superficie de oro. Los tordos ondeaban al viendo bandera de muerte. -Nosotros nos vamos a permitir que nos arrebaten lo que nos pertenece. Aquí, ingeniero, tenemos muchas familias sin tierra y no porque ese mentiroso dice ser Aniceto Partida nos vamos a quedar tan campantes. -Aniceto vivía al otro la’o de mi casa. ¡Qué va a ser este carajo!... -No supondrán que el Departamento Agrario se deja llevar por lo que le viene a decir el primero que pasa, sabemos bien que este hombre es Aniceto Partida. Pero hay aquí otras tierras en litigio, yo vengo para arreglar sus dificultades con el ejido de Venustiano Carranza y les prometo que haré todo lo posible porque el fallo les sea favorable, eso no es cosa de cinco hectáreas como esto. Así que ustedes verán. Pero les sugiero que acepten la determinación del Departamento y sean razonables. De otra manera yo no tengo nada que hacer aquí, informo de todo esto al Departamento, levantamos aquí mismo una acta en que conste que ustedes no quieren cooperar con el Departamento Agrario y el fallo será muy distinto del que yo ofrezco ahora. -Bueno, pero… ¿qué ya está determinado que este hombre se quede con la tierra? -No está determinado nada. Vengo para discutirlo con ustedes y espero que sean razonables. -Pos aquí delante de todos yo quiero decirles que éste no pisa el ejido así tope en lo que tope. La tierra es para el que la trabaja y no pa’ los güevones que se hacen pa’ donde les conviene.

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-¡Entonces resuelvan ustedes su asuntos a su antojo! Quiso ponerse el sombrero y dar la media vuelta el ingeniero. El comisariado ejidal le salió al paso. -Le ruego que nos disculpe, pero yo creo que pensándolo bien hay que estar de acuerdo con usted. Si usted nos promete arreglar el asunto con el ejido de Venustiano Carranza, estamos de acuerdo. ¿O cómo ven muchachos? Los interesados en el asunto rezongaron. -¡Sí, cómo no, estamos de acuerdo! -Háganle como quieran, yo arreglo mis cosas a mi modo –dijo alguien. -Entonces, señores, de acuerdo con el Código Agrario y según las disposiciones del Departamento de Asunto Agrarios… En lo alto de la torre reventaba la rosa de las campanas y nadie supo si repicaba a gloria o doblaban a muerto… -Préstame cien pesos, te los pago la semana que entra. Ya no jallo qué hacer con el muchacho, cada noche casi se nos muere. La mujer lo va a llevar a la medecina a Sahuayo. -Pos ando muy recortao orita, pero si quieres con el diez. Me dejas diez pesos orita, y son diez cada semana. -Como quieras. Ya no jallo la puerta. -Pero ya eres rico. Mon, ¿luego la parcela de La Palma? Pero ándate con cuidado ya ves lo que dice el dicho: “Del plato a la boca se cae la sopa.” -Buenos días, ¿no está don Tano? -Sí, pero está muy ocupado. -Dígale, por favor, que quiero hablarle, que ya he venido muchas veces. -Eres tú. ¿Qué tráis por acá? -Pos como ya van dos meses de lo de la tierra, de eso de La Palma, venía a ver en qué íbamos a quedar. -Sí, sí. No me acordaba que tú nos acompañaste ese día.

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¿Y qué? -No, pos yo quería saber si voy a trabajar la tierra o si me va a pasar aquí un pedazo o ver cómo le vamos a hacer. -Oye, pero ¿tú tomaste en serio aquello? No hombre, si nomás te llevamos pa’ que dieras la cara. ¡Ah, qué muchacho éste! Ramón se puso pálido, no supo qué contestar, la rabia y el odio se hicieron nudo en la garganta, el llanto de su hijo, la deuda con Aurelio el tendero que ya era de ciento cincuenta pesos, las ilusiones todas de su vida se le fueron subiendo a los ojos. -No te preocupes. Nadie hubiera podido ir a trabajar aquello. Ya le echamos garbanzo. ¡Buena tierra ésa, está nuevecita! -Pero usté me dijo, usté me prometió… -Sí, en algo te voy ayudar. Toma estos doscientos pesos. Y cuidao con andar contando lo que platicamos. -Mire, don Estanislao, aquí onde me ve soy hombre de vergüenza. Si usted no sabe cumplir su palabra yo sí. -¿Qué puedes hacer? No tienes ningún papel, a La Palma no puedes entrar, conmigo, conmigo ¿si quieres arreglar las cosas de otro modo? -Déjese sus doscientos pesos, don Estanislao, déjeselos; con eso no alcanzo a comprarme una pistola. -¿Ah, con que no alcanza? Pero puede que alcance pa’ mandar matar a alguno. A’i tú verás. El camión que venía de Sahuayo lo envolvió en la polvadera. Le dio un fuerte latido el corazón y sintió por media alma un latigazo de vergüenza. Desde la punta del rancho vio cómo se arremolinaba le gente en el camión y luego cómo caminaba toda la bola de gente. Se le nublaron los ojos y quiso gritar. ¡No, no podía ser, era imposible que sucediera también eso! Ya llegaban los llantos desgarrados hasta él, ya la gente lo miraba llegar en silencio, sin decirle palabra. En un momento todo se le quedó solo, negro silencio. Estaba él solo en el mundo, caminaba por el desierto, llevaba tantos años caminando, ni

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una gota de agua, ni un güizachito para sestear un rato, ni siquiera un camino para saber que iba a alguna parte, los pies le pasaban mucho, mucho, el corazón le quería reventar y él era tan viejo como el mundo y no se moría por más que caminaba sin dormir ni comer… Pasó mucho tiempo, como una eternidad, hasta que sintió la carne fría de su niño, su niño chiquito, entre las manos solas, inútiles, sin un arado, sin una guadaña., sin un puño de tierra, sin una pistola. Se fue a pie, iba abriendo el camino de su muerte. Ya estaba muerto desde hacía tres días. Sin tierra, sin esperanzas y sin hijo. No quiso irse en el camino, quería ir desenredando la madeja de su rencor y de su pena. La cara roja del ingeniero sonriéndole aquella tarde, la mano caliente de don Estanislao estrechándole la suya, aquella tierra que pisaba con tanta alegría y soñaba mojada con su trabajo. Aurelio que ya se lo comía por los réditos de cien pesos que ya iban en ciento cincuenta. ¿A dónde se volvía? ¿A quién le reclamaba? El pobre está solo, sin nadie… Y empuñaba las manos hasta hacerse sufrir. Pasó por La Palma y se fue por el campo y anduvo por la tierra, por esa tierra barbechada y verdeando de garbanzo. Pisaba con odio, maldecía con rabia y lloraba mirando la cara de su niño, sintiendo el frío de su carita pálida, de muerte. ¡Y no haber podido conseguir ni siquiera para una pistola!... -¿Cómo que mataron a Mon? Pero si no le hacía mal a naiden! Ánimas benditas, pobre mujer, y ni en qué caerse muerta le dejó. -¿Así que lo mataron los de La Palma? -Pos quién sabe. Lo hallaron en la parcela que le habían prometido, la de don Tano, todo lleno de sangre, todo lleno de tierra, con cada mano tenía apretado un terrón. -Pobre Mon, con las ganas que tenía de un pedazo de tierra. ¡Dios lo tenga en eterno descanso! LUIS G. FRANCO (Hombres de tierra)

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LA LEYENDA DE LA LAGUNA DE TEQUESQUITE Pero el tiempo transcurre, y como producto de las nuevas parejas nació un niño dotado de buena inteligencia; era alegre y laborioso. De la laguna sacaba cencuates pintos, y por ser inofensivos, se los enredaba en el cuello. Se divertía cazando venenosas coralillas con resorteras que él mismo construía; atrapaba verdes mayates a los que amarraba largos hilos y los hacía volar por las márgenes de la laguna. Imitaba el trino de diversidad de pajarillos: saltaparedes, canarios, conguitas, cititos, zentzontles, y hasta el fúnebre canto de los tecolotes. Este niño era Lino Martínez Pérez Nava (kilométrico nombre para tan exigua estatura), quien pronto quedó huérfano de padre y madre. Su peor tragedia consistía en haber venido al mundo con su pie derecho bien zopo. En plena adolescencia, para que las muchachas no se percataran de su congénito defecto, a diario se levantaba con la luz tranquilizante del alba; internándose en la espesura de los montes y praderas, practicaba la caza, su deporte favorito; en esta forma lograba consideraba cantidad de presas: ciervos, conejos, liebres, tigrillos y gatos monteses. Los grandes amores de Lino eran dos hermosas doncellas: Camila, la de los ojos negros de dulce mirada, blanca tez y brunas trenzas; Lavinia, rubia y de sonrosado cutis, poseedora de una sonrisa tan afable, que aumentaba su encanto el par de hoyuelos de sus fragantes mejillas. Del grupo de emigrados era muy popular “El Niño Fidencio”, audaz sujeto que, carente de estudios profesionales, conocía valiosos secretos de la medicina; aplicaba la hipnosis durante los partos cuando el producto era de tamaño normal, y hasta realizaba admirables trabajos de ortodoncia. De vez en cuando ejercía la brujería, pero el gobierno matriarcal se opuso a sus supercherías. Su fama fue tal, que tiempo después la prensa nacional hablaba

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de asombrosas curaciones, y a él acudían verdaderas caravanas de enfermos procedentes de los más apartados lugares del país. “El Niño Fidencio” y los pedagogos convencieron a las nuevas parejas de contrayentes para que recurrieran a las oficinas del Registro Civil de Tanhuato con objeto de legalizar sus matrimonios. En esa forma, al transcurso de algunos lustros olvidaron la poligamia, y como dato curioso, jamás recurrían al divorcio. Era admirable ver a las espigadas mujeres atravesar la laguna llevando a cuestas a sus enanos en calidad de raptos; éstos consistían en el respetuoso hecho de depositar al novio en la casa de algún pariente o amistad radicado en el poblado. Cumplido el plazo, recurrían al enlace civil y posteriormente al eclesiástico. Lino estaba dispuesto a dejarse raptar por la bella Camila. Como era costumbre, al despuntar el alba, Lino toca a la puerta de su amada con los cinco golpes de rigor. Ella aceptó a su pretendiente sellando con un ósculo ardiente el pacto de amor; acto seguido, la fémina carga en sus nacarinas espaldas a su prometido y se desliza majestuosa a través de la laguna. Los rayos del sol bañaban de luz el bucólico paisaje. Ya en plena orilla, Lino no podía dar crédito a los que sus pequeños y vivaces ojos descubrían: el cuerpo escultural y semidesnudo por la transparencia de su vestido empapado por las tibias aguas… Ella también, con cierto rubor contemplaba al monicaco de bronceada piel. -¿Qué tienes en el pie, amado mío?...... …… . -Sólo una pequeña herida, bella Camila; tómame en tus brazos y sigamos hasta el poblado. Empero, la beldad suplica a Lino que se quite la venda para curar su herida… -¡Qué horror!, exclama sorprendida; ¡tienes una fea bola en lugar de pie! Camila desilusionada, retorno a su hogar víctima de la

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treta del deforme enamorado. El infeliz de Lino se sentó a llorar su desventura. Un poco repuesto de su pena de amor, hizo una bolsa con cuilotes de cacahuate; con este artefacto volvió a su humilde morada, mojadas sus ropas y con el alma rota. Cubrió de nuevo su bola deforme. Compungido y en franca derrota, acudió cabizbajo ante la presencia del “Niño Fidencio” y llorando le contó sus cuitas de amor. -Escúchame, Lino: si deseas curarte tendrás que ir de inmediato a la ciudad de Guadalajara y someterte a una operación; éste debe practicarla el eminente cirujano Nicomedes Cuanajo. Con unos mil pesos que ahorres le pagarás al galeno y te aseguro que te dejará tan bien que podrás conquistar a la mujer que amas. -Me parece muy buena idea; ahora que para reunir mil duros no habrá mejor solución que engancharme de bracero. Así lo hizo; permaneció en el vecino país del Norte por espacio de un año; transcurrido este lapso se trasladó a la Perla Tapatía llevando a cuestan un cargamento de ilusiones y los mil del águila. Su sueño dorado era presentarse ante Lavinia. Hurgando las reminiscencias de su desventurado rapto con Camila, hacía de tripas corazón y ahora abrigaba la esperanza de caer en brazos de su último refugio. El doctor Cuanajo no sometió al paciente a ningún tratamiento especial que corrigiera su deformidad; se concretó a cercenarle el pie. Internado Lino en el sanatorio, pasados ocho días, sobre la misma herida le resultó una protuberancia que a la postre le quedó permanente; la cubrió con un zapato ortopédico y así se presentó al hogar de su amada. Al llamado tradicional del pretendiente, se abren las puertas del recinto; pero quien salió al presuroso llamado fue el progenitor de Lavinia, quien le dijo compungido:

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-Lo siento, Lino; mi hija se ha casado con un forastero visitante; de esto hace poco más de seis meses… El desafortunado galán decidió suicidarse. Con el dolor reflejado en su rostro prematuramente envejeció por su profunda pena, regresa al pueblo de Tanhuato; sudoroso, gimiendo y llorando se presentó en la carpintería de don Agustín Hernández, a quien se dirige con admirable aplomo: -Señor don Agustín: he venido a que me tome medidas; son mis deseos, es mi voluntad expresa en estos momentos de angustia insoportable, en el sentido irrevocable para que mañana mismo me sepulten en el último rincón del panteón viejo. -Tus deseos son órdenes, muchacho; permitidme tomar mi cinta métrica… bien… 1.47 m. de largo, pero le dejamos 10 cm. más por lo que estires; de ancho… 40 cm.; clavos, cola de pegamento y una buena chapa… total, te sale el cajón en modestos cincuenta pesos. -De acuerdo, señor carpintero, sólo que a la cuenta le agrega lo que me cueste una cruz con su respectivo retablo, para que mis amigos sepan dónde quedó el más infeliz de los mortales de la laguna y sus contornos. Así que pongo en sus manos la bonita cantidad de cien duros contantes y sonantes; lo que sobre es para gastos del entierro. ¡Ah! Y mañana mismo mande por mi cadáver a eso de las once de la mañana; quedaré bien tieso allí por fuerita de la cantina del “Picao Herrera”. Confortado por su rotunda decisión de abandonar este mundo cruel y llevarse el amargo de sus dos imposibles amores, salió de la carpintería, renqueando con su “pata boloncha”, añorando su feliz infancia de anacoreta, donde la naturaleza era su solícita madre. Caminaba solitario con la añoranza lejana del trino de las avecillas de su vieja campiña; al compas de sus pequeños y desgarbados trancos, con un dejo de amargura, comenzó a imitar con sus silbidos el canto de los pájaros, sus grandes amigos; lágrimas furtivas, mezcla de sangre y hiel humedecían sus trémulos labios, interrumpiendo la melodía de sus torturas…

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Llegó la noche y el bálsamo tranquilo de un sueño profundo lo transporta al fatídico nuevo día. En efecto, a las nueve de la mañana se presentó en la cantina, era Lino el primer cliente. Circunspecto y mesurando, ordena al joven cantinero: -Dame dos botellas del mejor tequila que tengas; de esas de a litro, pero envuélvemelas para llevar. -Llévate mejor la damajuana; te sale más barato para tu fiestecita. -No son para ninguna fiestecita, Rubén; las quiero para un velorio. -Muy bien, enano, son tres pesos de las dos botellas. Lino no se fue muy lejos, de acuerdo con lo pactado con dos Agustín. Cómodamente se sienta en la acera de enfrente, y sin más respaldo que la vieja pared de adobe. Entre pecho y espalda, y con la botana de sus lágrimas, a grandes sorbos apura el contenido de la primera botella. En esos momentos llegó a la cantina Silvestre Tamayo, el invidente guitarrista de Celaya. Lino se percata de su presencia y lo llama de inmediato: -Escúchame bien, cieguito: tócame como sólo tú sabes, “Hasta la Tumba Mujer”, y luego déjame sólo. ¿Entendido? Así que viene de allí. El virtuoso artista coloca su fina guitarra de Paracho sobre sus piernas y ejecuta magistralmente la fúnebre melodía pedida por el desdichado beodo. -…El moderado contenido de ese pomo fue a salud de la ingrata Camila, pero estas tranquilizantes aguas de las verdes matas, meentira que tuumben y haagan andar aaagatas. Ahooora que como diiicen: “aamores paasados son copas vaacías”, y eso a mí mee vale…, pero a lo que te truje Lino. Esta otra miinuúscula bootella va por la pérdida Lavinia que se fue con otro meenos feo que yo, verdaaa buena… y cuando la charrasca de la mueeerte llegue, todo este cielo azul será mi sudario ¡qué caray!

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Las dos botellas vacías rodaron por la pulida acera y desventurado y neófito bebedor, dando muestra de mortal congestión, también descendió sin llegar más allá de media calle. El cantinero, al darse cuenta del delicado estado de su cliente -con quien se había persignado- al instante le trae un vomitivo consistente en una buena jarra de barro de Patamban con agua salada al 10% y yerba del ahito. Era infalible el experimentado barman en casos como el ocurrido. Acto seguido la arroja al minúsculo borrachín cinco cubetadas de agua serenada de la pila de la Plaza de Armas. El eficaz menjurje hizo sus esperados efectos y el abundante contenido alcohólico se evaporó en el candente y simétrico empedrado de la amplia avenida. Dos compadecidos transeúntes lo dejaron tirado de bruces en la sombreada acera. Una buena siesta de dos largas horas recuperaron las energías del pseudosuicida tequesquiteño. Rubén “El Picao” se lo lleva a la taberna y le sugiere que se tome un tonificante “bull”; se sintió tan bien, que le sirvieran un abundante plato de “menudo” con pata, panza, cayo y cuajo, que devoró con una docena de tortilla de maíz nuevo. Dando algunos tumbos, ya con la cruda muy moderada, y por si acaso, deteniéndose de las paredes, se presentó en la carpintería. -Por obra y gracia del santo “Picao”, aquí estoy, don Agustín; afortunadamente he vuelto a la vida y… también a pedirle que si le quedó algo del dinero que le pagué por adelantado, pues me lo dé. -Tratos son tratos, Lino: ahí tienes tu caja de muerto y la cruz que me pediste; como ya pagué por los trámites del entierro, sólo me quedaron cinco pesos y no te los voy a regresar. -¿Y por qué jijos se va usted a quedar con el vuelto, don Agustín? -Con estos cinco morlacos te haré un buen cajón para que des grasa. Aquí en Tanhuato no hay limpiabotas; serás el único aseador de calzado y ganarás muchos cobres.

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Así sucedió y desde entonces grita en la plaza todos los domingos y días festivos: ¡Grasa, joven, grasa! Aquí está Lio el bolero. Dejo como nuevos: zapatos, guaraches, botas y botines. ¡Pasen, brujas y catrinas! Ya llegó su mero mero… A dos tlacos el trapazo y a cinco fierros la boleada ¡hasta que rechinen el cuero! TELÉSFORO MIRÓN (Tanhuato. Anecdotario bohemio y humorístico)

LOS DÍAS MÁS FELICES DE TU VIDA Chofi era bajita y ancha, pero no gorda, tendría algo más de setenta años. Su cara era chata como una cebolla, la boca lucía solamente una hilera de cuatro dientes: los de abajo. Cuando se reía, cosa que ocurría a menudo, mostraba su encía despoblada, sin ninguna vergüenza, y con un raro encanto. El pelo había empezado a perder su tonalidad gris para tornarse blanco, era muy lacio y ralo, tanto que la trenza que con él podía tejerse apenas alcanzaba el grosor de su dedo meñique. Esta anciana vivía en una casucha de barrio de San Trinidad situado a orillas de la ciudad, lugar poblado en su mayoría por gente llagada del campo y empleados modestos, que tenían además, la curiosa característica de ser el barrio donde más viejos habitan. Ocasionalmente Chofi recibía la visita de Almita, aquella hija de

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una prima lejana que era su única pariente. Ella hubiera preferido no ser visitada por la chiquilla, por los muchos dolores de cabeza que ésta le ocasionaba. Primero: molestaba a su ganso, un animalazo de blanco plumaje que era toda su compañía. Almita lo agarraba con sus manillas y lo lanzaba al aire para ver si volaba; no volaba, el pobre animal caía siempre al suelo dándose tremendos porrazos. También le arrancaba plumas, y lo correteaba por todo el patio engañándolo con trozos de galleta que nunca le daba. Segundo: Almita robaba los moldes en los que Chofi cocinaba las galletas que vendía en su canasta afuera de su casa. Al término de la visita el patio quedaba siempre hecho un desastre, con las plantas maltratadas y privadas de sus mejores flores. Tercero: si Chofi reprendía a la chiquilla; ella corría a su alrededor muerta de la risa y, si intentaba detenerla en la puerta y negociar la devolución de los moldes, aquellos terminaban en un lío: ni cuatro bolsitas de galletas, ni tres monedas, ni la promesa de un polluelo cuando el ganso empollaba, nada lograba convencer a Almita. Si Chofi insistía, cosa frecuente, entonces escuchaba esto: “Eres una viejita tacaña y malagradecida, voy a acusarte con mi papá… Y le diré además que me jalaste los cabellos”, y acto seguido empezaba a despeinarse, para que se viera que la cosa realmente iba muy en serio. Fuera de estos pequeños incidentes todo marchaba, pues Chofi era una persona muy conocida en el barrio, y la gente simpatizaba bastante con ella. En un tiempo había estado casada con Teófilo el zapatero, pero Teófilo había muerto, dejándole aquella casa que era todo lo que poseía. Era una casa con un patio grande, que siempre estaba limpio y enjarrado. Por las orillas crecían matas de yerbabuena y de manzanilla, hacia el fondo había un manchón de carrizos y por el centro cruzaba un canalillo de agua ceniza proveniente de una desbordada pileta ubicada junto al árbol de gigante que

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daba sombra a toda la casa. Además del patio estaban los dos cuartos, ambos con piso de tierra y techado con tablas y teja. Uno servía de cocina y en el otro dormía Chofi. Ocurrió después del año nuevo; porque las mañanas eran frías y en las equinas se vendía té con alcohol, porque las señoras salían a comprar la leche envuelta en chales de estambre, los perros castañeaban los dientes, el suelo estaba húmedo y en los setos había gotas de rocío… Chofi vió por primera vez a aquel hombre; era bastante robusto, al caminar encorvaba la espalda y estiraba el cuello hacía delante, sus brazos se movían nerviosamente a los lados, al igual que un ave pesada a punto de emprender el vuelo. Cuando estuvo muy cerca de ella, Chofi descubrió que tenía una enorme cicatriz en la mitad de la cara. Es el quemado de la cara –pensó, sobresaltándose-, dicen que estuvo en la cárcel porque mató a su familia. No se ve que sea tan malo. El hombre agachó la cabeza para no mirarla, y Chofi sonrió. Ningún oficio tenía el quemado de la cara, empleaba su tiempo en caminar de un lado a otro observando en secreto la vida de los demás. La vida de aquellos para quienes él parecía tan temible; quizá era mejor así, que los otros le tuvieran miedo; miedo por su mirada agresiva y por su rostro repugnante, por mantenerse al margen de ellos y disfrutar su anonimato, por su pasado infame. Era el mes de Abril. Un domingo por la mañana, mientras Chofi sacaba la canasta de galletas de nata se encontró al quemado de la cara tomando los primeros rayos del sol afuera de su casa. Al verla, el hombre bajó el pie que tenía recargado en la pared y destrabó las manos cruzadas. -Es que el sol pega mejor aquí –dijo con torpeza. -Quédese-dijo Chofi- ¿Hace poco que llegó aquí verdad?, al barrio. -Sí.

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-Como siete meses ¿no? -… -Aquí todos nos conocemos… -… -Quiere una galleta. -…No. -¿Siempre ha vivido así? -¿Quiere decir en la calle? No, no siempre, pero sí la mayor parte de mi vida… He estado también en la cárcel, muchos años… -¿Cuántos tiene? -Sesenta… -Dicen que usted tenía una familia. -…Hace tiempo que vivo solo. Mi mujer murió… No… no es cierto me abandonó, pero no vaya a contárselo a nadie. -Dicen que usted mató. Ya sabe… la gente inventa cosas. -A ella no. -¿Y a los niños? -Me enfermaban… No quiero hablar de eso. Nunca lo hice. Sólo sé que ahora me siento mejor… De mi mujer todavía tengo esto –sacó una cadena con un estuche plateado, dentro había una pastilla de perfume-, cuando se fue lo dejó caer y yo lo escondí. Estaba loca por lo que yo había hecho. Desde entonces lo guardo, me gusta olerlo y recordarme viviendo en esa manera, pero, el perfume ha empezado a perder la fragancia, seguramente no era de buena calidad, mire… Al oír aquello Chofi soltó una carcajada, pero se disculpó enseguida, porque sentía pena por aquel hombre. Al día siguiente el quemado de la cara volvió. Chofi lo esperaba con té de yerbabuena y galletas con miel. Y después regresó todas las mañanas. A Chofi le encantaba charlar con él, porque no la trataba como a una anciana tonta, como hacían los demás, ni platicaba boberías como las ancianas que llevaban sus sillas junto

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a ella para platicar por las tardes hasta que se ocultaba el sol. -¿Por qué no se queda a vivir conmigo, Pedro? –dijo Chofi una vez, en tono casi suplicante. El quemado de la cara sonrió con tristeza. Semanas más tarde se casaron. Chofi se mandó hacer un vestido especial para su boda, un vestido café con holanes blancos como el que había visto una vez dibujado en una revista. Pidió a Lucero la hija de Sebastián que le hiciera el peinado más hermoso que ella supiera. Lucero le hizo uno como chongo. -Oiga Chofi- le había dicho Lucero mientras la peinaba-, no le da miedo ese hombre, tiene cara de malo, ya ve lo que dicen… Los muchachos nada más lo ven y corren, el otro día asustó a mi niño con su carota. Cuídese, seguro que éste nada más quiere quedarse con su casa. Si algo sucede usted me avisa a mí –y le enseñó su puño regordete y protector-. Poca gente fue a la boda. Chofi entró a la iglesia portando un sombrero de plumas verdes, regalo de una señora a la que antes lavaba la ropa. Este sombrero que a ella parecía de lo más elegante, era su orgullo; lo había guardado durante años para cuando se presentara una ocasión realmente importante y, la ocasión había llegado. Miró por encima del hombro a las otras ancianas y tomó al quemado de la cara por el brazo. A los lados, los demás murmuraban burlonamente por lo bajo. Al escucharlos, Chofi recorrió con sus ojos vivos aquellos rostros ajenos, en seguida torció la boca y levantó la cara con gran dignidad. En lo sucesivo Pedro salió también a la calle con una canasta de galletas para vender a la salida de las escuelas, mientras Chofi seguía vendiendo afuera de la casa. Era extraño, pero las ventas lejos de mejorar habían disminuido considerablemente. Pedro no tenía ninguna habilidad como negociante. Y para colmo, los chicos del barrio habían empezado a perder interés por aquellas galletas caseras. Porque en las nuevas tiendas que recién se habían instalado las había de formas más

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atractivas, mucho más baratas, selladas en bolsas brillantes y generalmente con regalos adentro. Las ancianas que platicaban con ella por la tarde ya ni siquiera iban a verla, y cuando Chofi se topaba en la calle con ellas, éstas se volteaban para no saludarla o se metían apresuradamente a sus casas, espiándola a través de los cristales. Chofi ya no tenía quien le preguntara por su ganso, ni quien le recomendara remedios para la reuma. “A él no lo quieren, y a mí, me tienen envidia porque ellas no tienen marido”, pensaba a cada rato, haciendo una mueca de resignación. Por eso pidió a Pedro que ya no saliera, que se quedara a su lado porque se sentía muy sola. Fue peor; las otras ancianas ya no sólo no le hablaban sino que cuchicheaban entre ellas barbaridad y media a costillas de la pareja. Resultaba curioso que la gente mostrara hospitalidad hacia su marido. Porque a pesar de su apariencia, repugnante para muchos, él era un hombre bastante amable y acomedido, además, el quemado de la cara sabía muchas cosas, cosas que no todo el mundo sabe, y que él había aprendido en los libros. No era un ser ordinario, para todo tenía respuesta, había estudiado durante muchos años una cosa rara que Chofi no comprendía, pero que debía ser sumamente importante.., algo que tenía que ver con líquidos, números y humos de colores. Laborando en ellos se había quemado la cara. Pero a pesar de su inteligencia y de su sabiduría, Pedro no podía evitar que ahora se le viera como a un zopenco. Ejemplo de ello era Clemente, un tipo peleonero, chaparro, peludo como un simio, versado en las artes de la brujería, que no le tenía ningún miedo. Al contrario, Clemente lo acosaba constantemente lo acosaba constantemente ya que decía que el quemado de la cara era portador de la mala suerte y la desgracia que un día azotarían a San Trinidad. Al verlo pintaba cruces en el suelo para conjurar el maleficio, llenándolo de injurias y arrojando sobre su espalda negras y crueles maldiciones que (supuestamente) habrían de perseguirlo a lo largo de cuatro generaciones.

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Andrés el de la tienda, pasaba cada mes para dejar los costales de harina que Chofi necesitaba para hacer sus galletas, por llevárselo a casa cobraba cincuenta pesos. Pedro juzgó conveniente que ahorraran ese dinero pasando él mismo a casa de Andrés por los costales. Tenía también una esperanza, la esperanza de ganar la simpatía de la esposa de Andrés, mujer sumamente piadosa que ejercía una gran influencia sobre los habitantes del barrio. Porque la gente ya no sentía por él ningún respeto. Pero se enfrentó a ella de la manera más amable que pudo, se quitó la cachucha y le brindó la mejor de sus sonrisas. La mujer lo examinó fríamente de arriba abajo, y no quiso contestar a su saludo, porque sabía que el quemado de la cara no creía en los santos y además estaba casi segura de que tomaba vino. El tiempo pasó, Chofi volvió a quedarse sola vendiendo en su canasta afuera de la casa. El quemado de la cara había desaparecido. Los vecinos empezaron a regalarle ropa y comida, ahora todos le dejan casi siempre dinero de los cambios. Chofi empezó a levantarse más temprano que de costumbre; antes de las cinco de la mañana el patio lucía ya limpio y lleno de luz, el piso de los cuarto se encontraba alisado con agua, y una columnilla de humo que salía del perol donde se asaba la canela y el azúcar subía entre las ramas del árbol de gigante. El ganso sacudía las alas pleno de gozo. Cierta vez, cuando Chofi se disponía a salir a la puerta, descubrió bajo las piedras de la barda un nido de ratas; eran pequeñas porciones de carne rosada con ojillos saltones y cerrados. La madre se hallaba agonizante, echada a un lado y los pequeños bebían su sangre. Chofi corrió por una escoba para darles de palos, sin embargo se contuvo. Arrimó a los animalillos donde les pegara el sol y salió dejándoles migajas de pan remojado. Afuera no sólo las cosas habían cambiado, también ella era distinta, ya podía mirar sin temor, hablaba cuando era necesario, y sabía callar. Se había vuelto muy viva para tratar a la gente. Era

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difícil que pudieran engañarla o tratarla en esa forma idiota y llena de compasión que tanto le irritaba, ella no era un niñito tonto. Ahora podía hablar de cosas que antes no entendía, esto le agradaba porque le habían hecho ganar el respeto no sólo de los ancianos sino también de los otros vecinos. A veces hablando con ellos, escuchaba de pronto en sus palabras el sonido de otras palabras cuyo significado desconocía; entonces enrojecía y sonreía nerviosamente, porque se sabía inculta y no le quedaba sino agregar a continuación: “como decía mi marido” o “como dicen los que saben”. Al llegar la noche entró a la casa. Afuera se escuchaban la música y el tronar de los cohetes, porque eran los festejos nocturnos del santo que daba nombre al barrio; festejos de los que ella ya no participaba, ni tampoco los otros ancianos que seguramente estarían acurrucados en sus camas tapándose los oídos y esperando una larga noche de insomnio. Allá, atrás de los muros y bajo la luz chillante de los focos de colores, las parejas estarían bailando o comiendo aquellos bocados que a esa hora freían en manteca por todas partes. Las muchachas traerían vestidos nuevos y andarían en pequeños grupos, y los muchachos estarían en las esquinas emborrachándose con cerveza. Segura ya de que no dormiría, se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua, después fue al patio y dió algunas vueltas, luego se dejó caer sobre una vieja silla de tule; pensaba en el quemado de la cara. Después de todo Pedro no podía ser tan listo, porque si lo fuera: ¿Entonces por qué se había marchado? ¿Por qué se había dejado doblegar por los otros? No sabía cómo manejar su situación. Ella no hubiera actuado de esa forma, hubiera sabido qué hacer en ese momento, aunque no supiera como él tantas otras cosas. Al día siguiente recordó a las ratas que había dejado en el sol. No había de ellas ni huella. Tiró nuevamente migajas por si salían, y unas horas después, ante su asombro; se encontró al ganso persiguiendo a picotazos a un grupo de unos diez animalillos grandes y hambrientos. Inmediatamente tomó al ganso por

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una de sus alas y lo sostuvo un rato entre los brazos, mirando a aquellos seres que no mostraban ningún miedo. Sacó tortillas tiesas y las desmoronó por todo el patio. Pronto salieron otras ratas, y luego más. Hasta que un día fueron tantas que podían cubrir rápidamente la superficie del patio, llenando como si fueran un enorme tapete gris en movimientos. Ahora Chofi tenía que alimentar a todas. Después de la comida le gustaba sentarse en su silla de tule con una bandeja de desperdicios sobre los muslos. Hasta ahí acudían sus criaturas rodeándola, corriéndole entre los pies y apoyando sus patitas sobre los bordes de sus zapatos rotos; chillando de hambre. Y ella les lanzaba el alimento al aire, sobre la multitud de cabecitas levantadas, como si se tratara de una granja de pollos. El ganso se había acostumbrado ya a los nuevos inquilinos, había dejado de castigarlas con su pico. Eran las mismas ratas quienes se herían entre sí, a cada rato andaban mordiéndose los lomos y lanzando dolosos chillidos; esto alarmaba a la anciana, porque no le gustaba que pelearan. Desgraciadamente, lo que ella tenía no era mucho, y tenía que pedir a los vecinos los restos de la comida, argumentando era para su ganso que se había vuelto exageradamente tragón y que además había comprado un cerdito. Las ratas ocasionaron nuevos cambios en casa, Chofi tuvo que alterar sus horas de trabajo y acortar las charlas de la tarde. Quería estar más tiempo al lado de sus criaturas. Le gustaba agarrarlas y acariciar la pelusa de los críos. Antes salían solamente en las tardes, pero ahora lo hacían a cualquier hora, y pasaban confiadamente por todos los rincones de la casa. A Chofi no le importaba que destruyeran la ropa para hacer sus nidos, ni que en las noches pasaran sus colas frías a lo largo de su cara haciéndole cosquillas mientras ella dormía. El ganso veía ahora su espacio reducido, por ello pasaba más tiempo en la pileta; al salir de ella para echarse bajo la sombra del árbol de gigante, las ratas podían treparle encima o meterse debajo de sus alas sin que eso le molestara. JUAN PABLO VILLASEÑOR (Los Náufragos del Arca de Noé)

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PRESENTACIÓN DE GORI GONZÁLEZ Ruperto Godina siempre había sido un luchador mediocre. Su trayectoria contaba con muy pocas victorias y ninguna relevante. A pesar de eso, sabía todo acerca de la lucha libre. Sus conocimientos eran tantos que se había permitido desarrollar una técnica propia. Y con ella se lanzó a probar fortuna como entrenador. Tal vez alguno de sus discípulos pudiera darle los triunfos que él siempre había anhelado. Muchos fueron los candidatos, muchos los jóvenes a los que Ruperto Godina convirtió en campeones. Los llenó de dinero y de fama. Sin embargo, estos tarde o temprano terminaban por abandonarlo, faltaban a los entrenamientos dejando el aprendizaje inconcluso, se enviciaban y le ocasionaban enredos con el dinero. “Tengo que construir al luchador perfecto –pensaba Ruperto-. Alguien que no busque solamente la gloria y la riqueza.” Cierto día, paseando por el zoológico, el entrenador tuvo un arrebato de inspiración al pasar junto a la jaula de los monos. Se detuvo absorto. Vio cómo realizaban cabriolas y ejercicios de equilibrio. En un rincón estaba un gorila pequeño al que los grandes ignoraban. Un gorila huérfano recién traído de la jungla. Esa misma noche Ruperto raptó al pequeño y lo llevó a casa. Ayudado por libros pudo enterarse de todo lo que le interesaba acerca de la vida de los monos: su estructura ósea, sus capacidades físicas, su alimentación, fisiología y comportamiento. Meses más tarde, Gori (tal era el obvio nombre que le había puesto) creció. Hacía tiempo que nadie visitaba al entrenador. Sus discípulos se habían marchado porque él no tenía atenciones para nada que no fuera su proyecto secreto: el único luchador perfecto. Gori era un simio listo. Pronto aprendió a utilizar sus manos y a

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manipular objetos con ellas. Su espina dorsal fue enderezándose gracias a los artefactos que Ruperto le ponía, y en poco tiempo conquistó la posición erecta. Se le quitó el pelo de pies a cabeza con ayuda de cremas, afeites y tratamientos dérmicos. Para entonces Gori ya sabía moverse como cualquier luchador. Pronto aprendería a aplicar llaves. Cuando los diarios capitalinos anunciaron la presentación de Gori González en la Arena Coliseo, aquel luchador rudo, enfundado en mallas y camiseta, con máscara roja y espectacular capa de lentejuela, ya era bien conocido en provincia. Sus admiradoras dicen de él, que es feo y contrahecho, pero dueño de una gran simpatía. Es la noche del debut y la Arena está repleta. La multitud aclama la extravagante aparición del popular campeón Ángel Caído. Hay un silencio respetuoso ante la torpe llegada de Gori González. Inicia la pelea. Ángel Caído sube a las cuerdas para abrir con su famoso “tope volador” y se lanza en pos del enemigo, pero Gori lo atrapa en el aire con gran facilidad y lo avienta fuera de los encordados rompiéndole la nuca. Clamor absoluto. El triunfador es levantado en hombros. Los reporteros se pelean por entrevistarlo. Ruperto envía a Gori a los vestidores y dice que él contestará por su muchacho ya que éste es mudo. El empresario de la Arena ofrece un festejo al nuevo campeón. Hermosas mujeres atienden a Ruperto y a Gori. Luego de unos minutos la rubia que acaricia al luchador huye despavorida. Las revistas especializadas publican la foto del nuevo ídolo, se fundan clubs de admiradores, hay propuestas para cine y Ruperto se hincha de dinero. Gori ha empezado a ponerse irritable. Las pocas veces que sale a la calle viste gabardina y lentes oscuros, así como un sombrero de tela. La mayor parte del tiempo se la pasa encerrado viendo televisión. Ruperto le promete que pronto comprarán un gorila hembra.

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Siguen los triunfos. Vienen nuevos contratos. Ruperto está feliz. Poco a poco, Gori va cayendo en una profunda depresión. Un día ve en la televisión unas imágenes que lo perturban. En un lugar cubierto de árboles y matorrales hay animales de diversas especies que retozan bajo los rayos del sol. Desde ese día se queda pegado a la pantalla, esperando que vuelvan aquellas imágenes de la jungla, pero estas no aparecen. Gori destruye la televisión y empieza a beber. Ruperto hace esfuerzos sobrehumanos para rescatar a Gori del vicio y la tristeza. Finalmente lo logra a base de tranquilizantes. Ha llegado el tiempo en que expondrá nuevamente el título de campeón. Gori se prepara. La pelea se llevará a cabo en Chiapas. Ruperto ha mostrado a Gori fotografías de aquel lugar y eso lo tiene tranquilo, pues ahí existen las cosas que le gustan: árboles, animales, ríos. El viaje es ampliamente disfrutado por Gori, que no deja de asomarse a la ventanilla del auto para contemplar el paisaje. Está contento. Por la noche Ruperto lo lleva al cine mientras él arregla los últimos detalles de la pelea. Compra el boleto, lo acomoda en un asiento, le promete que pasará a buscarlo en cuanto acabe la función y sale. La película elegida por Ruperto es una vieja cinta de Tarzán. Gori está fascinado. En el recuadro de la pantalla aparecen nuevamente aquellas imágenes de la selva que tanto lo inquietan. Un grupo de simios salta entre las ramas y emiten sonidos que parecen haber sido producidos sólo para él, para Gori. De pronto un hombre llama a los simios desde el lomo de un elefante y los simios acuden a su llamado. Gori se levanta de su asiento. Corre hacia la pantalla y choca contra la tela. Golpea. La gente grita, vocifera. En la pantalla los simios y el hombre del elefante han iniciado una batalla contra un grupo de exploradores que acaban de invadir su territorio. Se encienden las luces. La película sigue

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corriendo. Entra la policía. Gori se lanza contra el primero de los uniformados y lo azota contra el muro, avienta al siguiente encima de los espectadores, pero el tercero ha sacado ya una pistola y el cuarto también. Gori gruñe de la misma manera que hacen los simios en la pantalla. La gente huye al escuchar los disparos. Gori cae echando sangre y baba por el hocico. En la pantalla el hombre del elefante y los simios han ganado la batalla. Un pequeño chimpancé salta de gusto sobre los hombros del hombre del elefante, de pronto sus ojos parecen detenerse en los de Gori. En ese momento, el gran Gori González, campeón mundial de Lucha Libre, deja de respirar. Ruperto Godina entra al cine y luego de rato sale con el cadáver de quien fuera el mejor de sus discípulos. JUAN PABLO VILLASEÑOR (Hermanos)

POR FALTA DE LA BESTIA BLANCA De plano no le latió tomar aquel autobús. Debió de haberlo hecho pero ni siquiera quiso acercarse a la ventanilla quién sabe por qué carajo. La corazonada le salió de lo hondo y mejor se le había ocurrido regresar al coche del Camaleón a decirle que ya no tenían boletos para Tijuana. Después ya era tarde para rectificar; estaban lejos y ni pedo dijo Alfredo. Ya era penoso decirle al Cama que se regrese porque siempre sí, sí me voy, pensaba mientras el Camaleón hacía el cambio de primera a segunda en el impala contando que estos mugrosos chevrolitos con la palanca al volante son del caramba: “de los caribes escuentras refacciones hasta en las farmacias, y a estas fregaderas lo único que les falta por descontinuar es la factura”. Ahí fue cuando él había pensado: “si cabrón, pero tú tienes coche” y habían entrado al periférico. Las lámparas del alumbrado público comenzaban a

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alejarse una a una hacia atrás con mayor rapidez. La luz que le salía a estas cochinadas era amarilla y viscosa; tal parecía que las fabricaron, las vendieron, las compraron y las plantaron en medio de la autopista ya con aquella luz colgándoles de la punta como falda. Por detrás del parabrisas, el Camaleón tenía la vista fija en el pavimento que se acercaba, a lo mejor para que no se le fuera a descontrolar la “Bestia Blanca” como le decían al impala. Él recordó que desde chamaco le había puesto ese nombre, y recordándolo se dio cuenta de buenas a primeras que aunque nunca hubiera sido suyo y aunque siempre hubiera tenido más cara de estufa que de coche, le tenía un chorro de cariño; nomás había que acordarse de los reventones que armaba con la Coquis en el asiento de atrás, cuando se lo prestaba el Cama. Todo era cuestión de pasar por ella, dos otres chupes, unas miraditas raras y toma chango tu banana, de repente la Coquis –que siempre había dicho que ese asiento estaba más cómodo que sillón de diputado- le decía con la voz de Gatúbela, así sin sacarse de onda, que párate por ahí mi vida y vamos a “sesionar”, y él que se hacía menso solo y sólo por divertirse hasta que la vieja casi de le iba encima para que se dieran un agarrón de película. Ni modo, con el chicharrón que traía la Coquis en la delantera por esos días no había dios que se negara, y como diría el famoso Pepe el Toro: “Ni hablar mujer, traes puñal”. Él nomás se dejaba querer, se soltaba a lo que el Señor disponga porque la carne es débil. Y ya habían pasado las torres habitacionales que están a la derecha de la autopista, cuando el Cama le había preguntado qué onda, que qué tenía que lo veía medio jodidón. Nunca supo si el Camaleón entendió la respuesta al contestarle que lo que le pasaba era que le había entrado el “Silencio del Periférico”. En realidad lo había dicho para que el Cama se callara; era una especie de “no estés jorobando”, pero como el Camaleón había vuelto la cara para mirarlo con un airecito así como de que no entendí, de todos modos tuvo que explicarle que si se fijaba se daría cuenta de que toda la gente que transita por las noches en el Periférico

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está callada, nadie platica y todos van muy serios como en entierro ajeno, y que a él le había entrado la inquietud –chin, ya se me salió decirle a este cuate- porque no sabía si habría sido mejor subirse al camión ése, en el que la mera verdad sí tenía boletos mi Cama, o quedarme como en este momento, sentado sobre el sarape de Saltillo que tienes para cuidar el asiento de tu lanchón, viéndote agarrar el volante con una mano y con la otra meter la tercera que tronó al entrar, y pensando que de todas maneras la nochecita está de miedo porque no era el hecho de treparse o no al Tres Estrellas, sino que igual sentía que en donde estuviera algo muy grueso le iba a pasar, que lo olía y lo sentía venir, como que lo presentía en serio. Entonces el Cama había parado el coche a medio Periférico y le había soltado un “¿Ah sí, me lo juras?” medio cotorreándolo. Apagó el impala y se bajó para abrir la cajuela y regresar con un pomo de a litro, diciéndole que orita vas a oler otra cosa mugre Roberto, que son puras jaladas las tuyas, y que no fuera mamila y se pusiera al tiro, mira que mejor vamos a echarnos un chupe a ver si se te quita esa cara de muerto en formol, y que si algo le iba a pasar, que era mejor que se fuera calientito así no sientes tan duro el mandarriazo cuando dejen embarrada hasta la conciencia en la carretera a Tijuana. Él nomás había podido sonreír forzado por la bromita, y le había contestado: “métete el dedo”, mientras el Cama se carcajeaba dándole vuelta a un botón de los muchos que tenía el tablero. Debajo del peluche azul y por un lado del relicario de la Virgen del Tepeyac, la Sonora Ponceña se salió de las bocinas de ese estereo que según su cuate era muy fregón melodiando aquello de: “pensándolo bien, tu cumpleaños no es cada año…”, y él había dicho que qué suave, que hasta que por fin los de la tropiloca del cuadrante se lucían poniendo a los betóvenes de la salsa, después de que toda la vida sacaban sus nahualadas musicales de Rigo y de unos cumbieros que no eran colombianos y eran chafísimas. Sentado frente al volante y con la botella en la mano, el Camaleón le contestó que lo que pasaba era que la tropiloca era una estación para puro pinche naco, y él le repondió

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que sí pero pensando: “puta, cómo estarán las cosas que hasta este nopalteca les dice nacos a los demás”. Entonces se le ocurrió que le pasaba lo mismo que a todos: mientras más dices que los demás son nacos, más naco eres manito, y al hacer la Ponceña el corito que dice que tu fecha de nacimiento es la madrugada, –que era la parte más sabrosona- le pidió la botella al Cama, se echó un buche para elefante y se había puesto a recordar rabiosamente los días en que la Coquis había dejado de ser la Coquis y se convirtió en Georgina porque como que no queriendo se fue medio enamoriscando de ella, era medio acelerada, no había que hacerse güey, pero de todos modos la hubiera adorado así, total, la conocía desde los trece y le había visto crecer hasta el vellito en el bigote. Es más, le perdonaba hasta que se hubiera querido alocar como a los quince, cuando lo ofendió diciendo no Roberto, yo no me quedo en este mugrero de barrio limpiándole y trapeándole la casa a algún prángana, y él sabía que lo decía por él. Últimadamente, en cuanto pueda me largo con un chavo de lana y él creyó que eran puras habladas, puros sueños de opio de escuincla –que vive en departamento rentado y peleado al casero. Todos parecían condenados en esos días a vivir por toda la eternidad en el barrio, y el único sueño de la Georgina, según le había dicho, era que su foto saliera en la sección de sociales de Vanidades. “Órale mi Robert, no te agüites” gruñó su carnal y él había levantado la vista. Una barda larguísima se deslizó por enfrente de la ventanilla del coche con la propaganda del Partido Socialista: “UN FUTURO LUMINOSO”. Se le ocurrió que de verdad que Braulio, el único “fresa” que tenía entre sus cuates –y no porque tuviera más dinero, sino porque era menos reventado - le había atinado en la definición: “somos la clase media jodida tirándole a clase alta jodida”. Quién lo viera al bato, siempre de pantaloncito popis y suetercito mamón, el que nunca le entró a la mota y hasta medio comunistón era, ese menso, que después no resultó tanto; primero se había metido de policía bancario y todos lo habían choteado, y en cuanto empezó a traer carrito y luego el carrito arreglado y más, muchos suéteres más de los dos

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que tenía al principio y a invitar a Sanborns a las chamacas que no podían ir más que al Tok´s, ese güey fue el ganón, porque la Georgina –que ya tenía como dieciocho y se ponía hasta la piedra del chile encima- vió burro y se le ofreció viaje. Se pintaba y se arreglaba el pelo como dos horas mientras el otro baboso se paraba el cuello frente a su edificio enseñándoles a todos que su nuevo estéreo no sonaba; bufaba. Y luego la méndiga bajaba con toda la tlapalería puesta en la cara y con una blusa de las que vendía doña Elena a plazos en su casa, en la que se notaba a la legua que la idiota le había pegado el cocodrilito para que dijeran que era “chemis lacos”. Tarada, sus payasadas que según ella eran de la “gente bonita” para que terminara con un camote influyente, que le había puesto un departamento de querida cuando de verdad que se merecía más que eso. Era medio maje, a no dudarlo, pero era mucho más que una secretaria de buena nalga. Que se lo dijeran a él, que en ese momento, sentado como estaba en el carro del Cama y echándose unos chupes, hubiera dado lo que le pidieran por tenerla junto aunque fuera un ratito, solamente para abrazarla y tratar de revivir viejos tiempos y preguntarle que si lo de los revolcones en el impala nomás había sido de relajo, nomás para aprender con cualquier chavo y nunca había sentido ni un poco de cariño por él, que ya estaba medio panzón y seguía sacando lana de donde la encontrara porque lo jodido no se quita con facilidad. Al resonar sumbando el motor por el paso a desnivel, la idea de que si la “Bestia Blanca” hubiera sido suya la Coquis lo hubiera pelado, se le vino a la mente. En ese instante, en serio que le había dado mucho coraje. “Trabajar de mesero… me cai que está de la fregada” había pensado mientras que el Cama –“¿ya estás persa verdad güey?”- bailoteaba el coche de un carril a otro al compás de la canción. Bueno, de todos modos sus cuates de Tijuana se habían visto bien al ofrecérselo y es un buen billete aunque esté en casa del carajo. Además no creo que la hagan mucho de tos si llego un día después y pues ya estando allá de Solimán nadie lo iba a ver de mesero y no le iba a dar pena. Levantó la botella para echarse otro trago al momento en

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que aparecieron los nefastos esos del coche negro que iba por el otro carril. “Pinches popis” había dicho el Cama y hasta le había acelerado para ver si querían echarse unos picones. Él les había vuelto la cara porque no tenía ganas de descontones con nadie y cuando los rebasaron le había dicho al Cama que cuánto pasado de chorizo anda por la calle mi Cama, puro joto que se peina con pistola muy lanzados a ver qué ligan aunque luego les salgan ligados los machines pero nada más, no dijo nada más, porque no les dio importancia. El Cama le había contestado que tenía razón, que estaba bien que chingaran pero que a su madre…la respetaran y torció el volante para salir a la lateral. Ya mero llegaban a la entrada del barrio y ninguno de los dos se dio cuenta que estaba atravesado el carro negro allá enfrente, hasta que tuvieron que pararse porque no podían seguir. “Qué raro, quién sabe cómo nos pasaron”, pero eso no tenía importancia porque estaba viendo desde el asiento como los bien peinados bajaban del carro como de rayo gritando que bájense babosos, Policía Judicial del Estado de México y clavándose unos fuscones entre el pantalón y la camisa. No hubo manera de huirles ya cuando se dieron cuenta los habían rodeado y para qué sacarle. El Cama apagó el impala y le bajó el volúmen al radio diciéndoles que qué pasó jefes y ora qué hicimos, pero le contestaron un “bájate con cuidado cabrón porque te mueres”. Habían abierto las puertas del lanchón muy lentamente y ni de broma se habían imaginado que en cuanto salieron, el más alto de los tiras le iba a gritar al Camaleón que dónde traía la mota y tran…le iba a acomodar un reatazo que lo tiró al suelo, “este hijo de su bomba madre, sin su pistolita me pela los dientes” pensó, pero no podía hacer nada. El Cama todavía persa había dicho quién sabe si en serio que no fueran gandallas porque él traía amparo, pero seguramente la jalada los calentó todavía más. Le habían empezado a poner una sanjuaniza en el suelo a patadas. Él había estado encañonado y por eso no armó una madriza en grande. Tenía ganas de llorar y de gritar del coraje y hasta se acordó de cuando soñaba que en el barrio le decían el Rocky de su banda, de los “bufandos”, porque

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era el más perrucho para los cates; una vez en un sueño se había surtido a un menso que a la hora de la hora sacó su cadena y él a mano limpia se la quitó y hasta con ella le dio. Aunque eso no le servía de nada porque en ese momento estaba indefenso. Entonces se le ocurrió implorarles que lo dejaran, rogarles por dios o por lo que más quisieran que ya no le den, carajo que lo van a pasar a perjudicar, pero cuando vio al Cama tirado en un charco de vómito con sangre que le salía por la boca y que nomás gritó “Ay Rober” antes de que otro patadón lo dejara muy quieto, recordé que a lo macho que era bien cuate y bien jalador cuando se le necesitaba y ni la pensé dos veces; le había soltado un trancazo al de la pistola, se la había logrado arrebatar y en cuanto ví que se le venían encima troné el primer plomazo. Fue entonces cuando sentí que debía de haber tomado el autobús para Tijuana hoy y no mañana, porque tenía que trabajar al otro día allá, y porque si lo hubiera tomado de seguro que todavía estaría yo vivo. GABRIEL MENDOZA JIMÉNEZ (Inquisiciones, No. 2. Mayo-agosto. 1986)

METEMSOMATOSIS Nadia terminaba su trabajo del día. Había atendido en su consultorio instalado en su propia casa a pocos pacientes; ningún caso grave que preocupara a la doctora. Consultas de rutina que no habían requerido de consideraciones serias para extender las recetas. El consultorio quedaba en la parte baja de la casa, con acceso independiente por el exterior y una puerta que comunicaba con la gran sala de muebles coloniales que armonizaban con la decoración de tipo sevillano. La doctora había arreglado con sencillez su sitio de trabajo. No había muchos muebles, sólo el escritorio, su silla, un cómodo diván, dos sillas más para los pacientes, un librero y estantes con medicamento. El lugar alfombrado y dos pequeñas plantas se unían a los cortinajes de la ventana para crear esa atmósfera acogedora que proporcionaba bienestar anticipado

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a los pacientes. En una pared estaba colocada la foto panorámica del grupo de la Escuela de Medicina a que pertenecía Nadia. Se leía con claridad la referencia: “Generación 1978” y cuando alguien se detenía a observar a los integrantes del grupo, distinguía fácilmente a Nadia, en el centro, en la segunda fila. No había cambiado mucho. En cambio, su esposo, ya no tenía el mismo rostro que se apreciaba en la foto. Él se colocó en el extremo izquierdo, separado de su esposa Nadia por una docena de compañeros. En aquel tiempo no pensaban en casarse ni uno ni otra… en la pared de enfrente, Nadia había colocado un cuadro al óleo que irradiaba luminosidad y la calma de un día de verano. Era un paisaje con una arboleda cuyos ramajes se reflejaban en el lago. Las aguas copiaban un trozo de cielo y la superficie sin ondas delataban su tranquilidad. Antes de salir del consultorio, Nadia revisó que todo quedara en orden y al pasar su vista por la foto panorámica, la detuvo un instante en el compañero que había quedado detrás de ella. No había notado pero era Andrés… sí, era él. Ahora descubría su mirada con una extraña atracción. Percibía la voluptuosidad de la pose inclinándose levemente sobre los hombros de ella. “¡Qué raro!” –Dijo ella-. “¿Por qué nunca antes me había detenido a mirarlo? No creo que haya cambiado de un momento a otro” Y volvió la mirada sobre su compañero para confirmar el descubrimiento. Sí. Andrés no ocultaba esa intención de avasallarla entre sus brazos. Ahora recordaba aquella solicitud de Andrés para acompañarla a todas partes: de aparecérsele a la salida de clases o en la biblioteca; en el camión urbano para ir al hospital y, a veces, en la entrada del cine. Incluso llegó a ir a bailar con él algunas tardes y presionando la memoria, recordó lejanos paseos por el parque zoológico, remando en el lago, a veces bajo una brisa inofensiva o bajo un aguacero que festejaban con su risa espontánea. ¡Qué distante quedaba todo aquello! Desde que se casó, todas las huellas de su soltería habían palidecido para dejar esplendentes las páginas de su nueva vida.

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Ahora recapacitaba en la cercanía que llegó a tener Andrés en su vida. Pero, hubo un día en que no se encontraron y otro día y otro, hasta que la ausencia se hizo cotidiana y entonces apareció Carlos… “¡Qué raro!”. Repitió Nadia mientras avanzaba hasta la puerta que cerró para volver a quedar inmensa en su mundo de hoy. Por fin, después de tanto tiempo detenido en la inmovilidad fotográfica, Nadia me ha devuelto a la vida: Pensó Andrés siguiendo el impulso que lo había aproximado a su amada en aquel momento de la fotografía. Se desprendió del cuadro y poco a poco se fue corporizando hasta recobrar su estatura natural. Habían pasado varios años y sus músculos requerían de tiempo para adaptarse de nuevo al movimiento. Además, no podría salir y aparecer ante Nadia así nomás. Aún era temprano. Caminó en pequeños círculos dentro del consultorio, hasta que el silencio invadió la casa. Oyó que la sirvienta dijo sus “Buenas noches, doctora” mientras Nadia veía un programa de televisión. Andrés tenía necesidad de salir de ese sitio, pero su prudencia lo detenía. Nadia apagó el televisor y ya en la cama buscó un libro para esperar el sueño. Un poco después, apenas alcanzó a apagar la luz. Es el momento de salir de aquí –se dijo Andrés-. Salió emocionadamente decidido. Observó a su alrededor y deduciendo la ubicación de la recámara se dirigió hacia allá. Un ligero temblor de miedo recorría su todavía torpe cuerpo. Abrió la puerta. Nadia dormía ya. La presencia de Andrés parecía que la cubría de un sopor donde la vigilia cedía totalmente. -¿Carlos..? ¿Ya estás aquí?- Alcanzó a balbucear al distinguir en la penumbra la silueta masculina en bata blanca. Andrés calló. Se quitó la ropa y ya desnudo se introdujo bajo las sábanas. A la primera caricia, aún temeroso, siguieron otras decididas y apasionadas sin ser violentas, que Nadia no rechazó. Vinieron después sinfonías de ternura, sonoridades marciales con estruendo de platillos y timbales, scherzos de las cuerdas que se prolongaron en el pizzicato de los violines. Era la traducción de

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palabras guardadas en el silencio… La ola fue después manantial y catarata, río en descenso y lago por fin en remanso… Hubo palabras que provocaron en Nadia la necesidad de despertar para escucharlas con toda su claridad. Fueron declaraciones y halagos que nunca antes había conocido. Pero el estado casi hipnótico la mantuvo en ese desconocido nirvana. Después, el sueño cubrió con ritmo acompasado los dos cuerpos. Cuando la sirvienta llegó en la mañana, ellos dormían todavía. Doña María tenía la costumbre de entrar temprano al consultorio para dejarlo listo por si la doctora lo requería. Al empezar a hacer el aseo, notó un defecto en la fotografía de la generación 1978. Qué mal se ve ese espacio en blanco –se dijo- no puedo dejar el cuadro así. Y sin pensarlo mucho lo descolgó. Ahora se ve peor la pared. Era natural porque la pátina dejada en el muro era más notable que el blanco de la figura de Andrés detrás de Nadia. Mientras la doctora me dice qué hacer, voy a cambiar los cuadros de lugar. Y así lo hizo: colocó el cuadro del paisaje en el sitio donde estaba la fotografía y ésta en el lugar del paisaje. Había amanecido. Andrés despertó sobresaltado comprendió que no debía quedarse un segundo más ahí, con Nadia. Se irguió rápidamente y vistió su bata blanca. Nadia empezaba también a despertar. Sentía que algo raro había ocurrido; SALVADOR C. GONZÁLEZ GARCÍA (Onirilia)

EL MECO Cuando la conocí, me gustó…Era alta, trigueña, de carnes blondas y antogitosas, con esas redondeces características de las mulatas, de esas hembras naturales de nuestro trópico michoacano, costa bravía, llena de verdaderas hembras y verdaderos machos. Cuando pasó junto a mí, caracoleando sus caderas de buen paréntesis en perfecta armonía con su provocación carnal,

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dejó para deleite de mi voluptuoso olfato, un aire ardiente, impregnado de perfume barato… -Chico -dijo-, aquí está tu comía. A quien se dirigía era su hombre, un mocetón fuerte y membrudo, tierracalenteño, barbudo y velloso como un oso, uno de esos hombres que desde que nacen traen la estrella de Marte, color escarlata. Era un verdadero macho, como he conocido pocos…La esperaba colocadas las manos a los barrotes de la cárcel municipal de Tacámbaro a donde me encontraba por una temporada para tramitar algún asunto penal. Allí le había conocido a él, Nicasio Rodríguez (a) “El Meco”, procesado por haberle propinado un navajazo a un tal por cual, dizque por haberle dicho “nomás que era más macho que el Meco”… Semejante grosería no la aguantó y se la dio de a jeme, pues no pudo dársela más grande porque el tal puso pies en polvorosa, más rápido que una gacela. Fue acusado y difícilmente aprehendido, sentenciado después a dos años y tres meses de prisión y ya tenía completos dos años, allí, en aquella “inmunda ratonera”, desesperado por su libertad. Era todo un tigre, un verdadero macho… Pero esa mañana, después de haberse ido Leonarda, su prieta, la mujer de otro presidiario le había contado gratuitamente, sin impuesto alguno, que Leonarda andaba metida con el estudiante de Leyes que lo había defendido durante su proceso, defensa que en verdad en lugar de favorecerlo, lo había perjudicado…¡y ahora se explicaba la causa! Pero también le había dicho la comunicativa gratuita que los había mirado la noche de ayer en la cercanía de la plazuela sobándose y besuqueándose… Y él no quiso oír más. La casuela del almuerzo la estrelló furibundo entre las garras de sus manos; la botella del agua la estrelló entre los barrotes de su celda, pues a lo mejor había bebido en ella su competidor amoroso y rugiendo como animal enjaulado, pateó como toro banderillado y luego, muy luego, se recostó en la tabla de su lecho a esperar con paciencia a su prieta para la hora en que llevara la comida…

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-Chico -repitió la costeña -aquí traigo tu comía… -¿Por qué tan tarde y tan fría? –dijo, sin haberla probado siquiera. -Estoy muy ocupá…no púe má temprano, pué… -Me mientes… te la pasas sobándote con ese tinterillo, me engañas, ya lo sé pero anda por Dios –e hizo un signo religioso y lo besó- que me las pagarás cuando salga de aquí…y a él…que lo degüello con ésta. –Y sacó de entre su camisa, a escondidas de los policías vigilantes, un machete curvo de a cuarta y relumbrante filo-. Con que atente y ya lo sabes… -dijo mascullando horribles incoherencias… La mujer no contestó en absoluto, pero su faz tomó un tinte más azabache y llena de odio y de temor, dejó caer la comida entre la reja y dando media vuelta tomó la salida de la cárcel atropellándome en su prisa. -Geniuda la prieta he… exclamó algún policía. -Espérate prieta, espérate –exclamaba “Meco” desesperado, volviendo a tomar la comida para estrellarla en la pared pintarrajeada de su celda. Rugió, gritó, pateó y qué sé yo qué más hizo aquel desesperado. -Ya me la pagarás prieta endemoniada. -Ya deja de pensar en esa hembra, -le decía un compañero de cárcel al “Meco” que se encontraba con sus amigos en una cantina, en los portales de la población. Ese día lo habían dado en libertad juntamente con otros reos y para celebrar el acontecimiento se habían ido a la cantina que al fin y al cabo tenían hartos reales reunidos por tejer palma para sombreros y con los que se habían bebido casi un cuarto de garrafón de mezcal, del mero que hacen en la sierra, del que toman los machos, habían dicho- y que al fin, viejas como esa abundan, todo es contarles “cosita buena” para que acepten la compañía. Pero la verdad era que Nicasio la quería mucho, como animal en celo, pues recordaba las veces que la había tenido junto a sí haciendo vibrar su cuerpo nogal como cuerdas de guitarra…

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-Mía o de naiden… Se paró de su asiento para salir del lugar cuando miró pasar por la acera de enfrente a una mujer. Bebido y moviéndose como péndulo, fijó lo mejor que pudo sus ojos gatunos sobre ella. Sí, no se equivocaba. Al pasar la mujer por bajo el farol de la farmacia de al lado la reconoció. Era Leonarda, su prieta. Regresó a la mesa de sus acompañantes y se sirvió tan rápido como pudo, un buen tarro de mezcal y salió nuevamente, sin despedirse y ya en la calle siguió a la mujer. Ella, al sentirse intuitivamente perseguida, apresuró el paso. Él pensaba…no, no le hagas nada orita…los quiero a los dos, a esa prieta y al ajotao tinterillo…ella me llevará con él y entonces…, por ésta me las pagan y volvió a hacer una cruz besándola con rabia… La muchacha apresuró más su paso. Empezó a llover y tuvo ocasión para correr. Presentía su corazón femenino la desgracia. Llegó a su vivienda y se introdujo rápidamente lívida y asustada. Efectivamente ahí se encontraba el estudiante de Leyes esperándola como todas las tardes. -¿Qué te pasa?... -Naa chico, que un hombre me persigue y creo que es “Meco”. Atranca la puerta porque me ha visto entrá. Apenas si alcanzó a cerrar la puerta el estudiante cuando Nicasio tambaleándose como tronco llegó a la vivienda y gritó a la puerta… -Abran condenados… abran… que salga ese tinterillo amujerado si es que es tan macho…cobarde, por ésta que ahorita me las pagan. Las incoherencias se proseguían tras los golpes terribles de la puerta. Nicasio aún beodo parecía tigre humano. Sus fuerzas eran las de un toro en ruedo. Estaban ya por ceder las bisagras de la puerta cuando, por la lluvia y el empedrado mojado, resbaló y fue a caer tambaleante. Ya muy entrada la noche pasó la ronda y encontró a un hombre tirado en el empedrado de la calle, con las facciones de

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la cara horriblemente desfiguradas, las uñas de los dedos terriblemente encajadas en su pecho y de entre las barbas le escurría un espumante hilillo sanguinolento…Y uno de los policías lo sarandeó enérgicamente y dijo: -Amigo…¡Este pelao está muerto! JOSÉ FABIÁN RUIZ (Tres casi cuentos)

SEPULTUREROS Soy el sepulturero del pueblo. Este oficio fue la única herencia que me dejó mi padre. Él también fue hijo de sepulturero. Asunto de generaciones. Felizmente, la tradición se interrumpirá debido a que nunca me casé; sí, tuve uno que otro amorío, pero hijos, hasta donde yo sé, no. Estoy viejo y enfermo y por lo mismo me preocupa quién me va a enterrar ante la ausencia de mi suplente. A fin de cuentas, si no hay quien sepulte al sepulturero, es cuestión que otros tendrán que resolver, pues no creo que me dejen pudrir por ahí, así nada más. Ahora que ya escucho los pasos de la muerte, vienen algunos recuerdos y anécdotas que se han dado durante los cincuenta años de trabajar aquí en el panteón. He visto un montón de muertos y muchas situaciones. Acostumbrado al llanto y al dolor de los deudos, me fui haciendo huraño, precavido, sin palabras, sin ánimo por la vida. Cuando se está tantas veces junto a la muerte tú también vas muriendo, poquito a poco y terminas por no saber si estás vivo o muerto. De niño mi papá me llevaba a su trabajo, para que, “me fuera acostumbrando”, para que entrara en ambiente. Aparte de cobrar por enterrar a los muertitos, mi papá fue buen actor y con tal de ganarse unos centavitos más lloraba, al tiempo que peleaba la tierra sobre el ataúd. -¡Chille, chiquillo!- me ordenaba para que nuestros llanto familiar se tradujera en más monedas.

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Una tarde de diciembre enterramos al ricachón del pueblo. Mi padre cumplió con el ritual. Yo estaba distraído y no prestaba colaboración. Entre dientes externó su exigencia para que me sumara al coro de lloriqueos. Por más que me esforcé no pude derramar una sola lágrima; llegando a casa me dio una tunda. Desde entonces preví esas contingencias amargas; antes de entrar a la faena panteonera me restregaba cebolla en los ojos, con un resultado excelente. En ese sentido terminaron los problemas con mi papá. Al viejo se le fueron acabando las fuerzas, hasta que ya no pudo trabajar. Tendría quince años cuando me animé a decirle que me gustaría hacer otra cosa diferente en la vida; que en vez de cavar tumbas y palear tierra a los muertos prefería dedicarme a las tareas del campo, como casi todos los muchachos del jodido pueblo. Después de escuchar mi atrevimiento reaccionó, primero, con violencia y reproches. -¡Eres un inútil, bueno para nada, sólo buscas pretextos para no trabajar! Alcanzó un leño de mezquite y me tupió duro. Resignado a no protestar más, sólo me encorvé para que no me cupieran tantos tiznadazos. Ya más sosiego empezó a hablarme y a justificarse: -Mira, debes entender que en la familia tenemos un destino sagrado. Estar cerca de los muertos tiene muchas ventajas, entre otras, que nos vamos acostumbrando a la muerte y así le perdemos el miedo. Eso ya es mucho porque nos da tranquilidad y dejamos el temor que todos los mortales tienen acerca del momento y la situación en que morirán. Es muy noble nuestro oficio porque con tanto rezo estamos cerquita de Dios. Hayan sido buenos o malos los que enterramos, lo cierto es que todos entregamos el equipo en la espera santa de la reencarnación. Además, lo que hacemos es sembrar cadáveres para que éstos se transformen en plantas y árboles. Por si fuera poco, desde que se fundó el pueblo, hace muchísimos años, esta encomienda es algo que

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honra a nuestra familia. Y por último, no te puedes quejar, no ha faltado la comida. Así ha sido siempre y no pueden ni deben cambiar las cosas. -Pero papá, nada grave pasaría si yo me dedico a otra cosa. -¡Imbécil!, ¿acaso no piensas darme cristiana sepultura? -El sepulturero podría ser alguien de otro pueblo –propuse. -Deshonraría la tradición –concluyó de una vez por todas al tiempo que me daba más golpes. Después de aquél suceso y de tremendas friegas me resigné a aceptar mi destino. Mi madre nunca se atrevió a opinar. Al terminar de arrojar los últimos terruños sobre su tumba, ufano, mi padre sentenció: -Y no me digas que hubieras permitido que alguien ajeno enterrara a tu madre, sin cariño, como si se tratara de un perro. En el transcurso de los años fue rutinaria la actividad. Palear y llorar, llorar y palear. A los más jodidos les llorábamos poquito; no valía la pena desgastarse tanto, a sabiendas de que la propina sería escasa. Cuando más trabajo tuvimos fue en la época de la epidemia. Enterrábamos hasta cinco cuerpos diarios, no me acuerdo durante cuántas semanas. Al último ya era una pestilencia tal que, con la autorización de los sobrevivientes, mejor les prendíamos fuego a los cadáveres amontonados. No sobrevivieron muchas personas. -Ya ves hijo, como este trabajo uno se hace inmune a las enfermedades. Si nos dedicáramos a otras cosas, seguro que ya también estaríamos bajo tierra en el panteón. Siempre estoy en la espera de defunciones y con el deseo profundo de que estas ocurran. Para la gente soy ni más ni menos que un ave de mal agüero que representa a la misma muerte. Me soportan porque saben que de todas maneras van a requerir de mis servicios. Doña Epifania había enfermado de un mal incurable. Su agonía fue larga y mi espera desesperante. Un día que la dejaron sola me metí a su casa y le apreté el cogote hasta que dejó de respirar. Fue

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una obra piadosa y todos salimos ganando. A mi abuelo, a mi padre y a mí nos consideraron loquitos indispensables. Aunque yo sé bien que el abuelo colaboró en apresurar algunas muertes. Asuntos, pues, de familia. También sé que el abuelo fue hábil para tejer intrigas que dieran por resultado enfrentamientos mortales. Por ejemplo, él corrió el rumor de que doña Petra, la esposa de don Arturo, se metía con su compadre Indalecio. El chisme se resolvió durante una borrachera en la que Indalecio le sonrajó un balazo a su compa en la merita media frente. Si la muerte no se daba de manera natural, de vez en cuando había que colaborar, porque si no hay muertos, entonces ¿para qué carajos servíamos los enterradores? El día más bello del año es el dedicado a los muertos. El panteón se llena de gante; hay música, comida, discursos, alboroto, vino, chiquillos y de todo un poco. Ese día me harto de beber y comer, además de que obtengo buen dinero. Me divierto observando las reacciones de la gente que viene a visitar las tumbas. Ya están tristes y al rato contentos; parecen más zafados que yo cuando en voz alta se dirigen a sus difuntos, como si éstos escucharan. Llegan al panteón expiando las culpas del olvido y se van bien tranquilitos para regresar hasta el siguiente año. Qué solos están los muertos. Y precisamente, un día de muertos llagó un borrachito a visitar la tumba de su madre. Todo el día se la pasó llorando abrazado a una cruz colocada en la cabeza de la tumba. Anocheció y la gente se fue retirando poco a poco; el fulano seguía en su drama. Le dije que era hora de cerrar el panteón y ni caso que hizo. Por lo general soy ausente de sentimientos, pero la mera verdad me dio mucha pena esa escena. Por eso decidí ayudarle para que nunca más se separara de su mamacita. Ni quien pueda decir que soy malo… al contrario. Claro está que también he observado situaciones simpáticas. No podría olvidar el día que enterré a la mamá de Glafira.

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La muchacha entró en terrible trance cuando me dispuse a hacer lo mío. -¡Llévame contigo!, gritaba patética mientras lentamente descendía el ataúd. -¡No me dejes sola! –imploraba con desgarradoras frases entrecortadas y llanto semejante al lastimero aullar de lobos. En medio de esas y otras expresiones sucedió que Glafira resbaló y cayó al pozo ante el azoro de la gente. Sin embargo, la apenada mujer muy pronto cambió de parecer. -¡Sáquenme de aquí! –gritó repetidas veces con desesperación. Todavía escucho esa súplica que atolondra mis sentidos. Nada más habría que ver la expresión de su cara. Quién entiende. Si no estuviera tan buena y no hubiese testigos, de buen agrado le habría cumplido el gusto de no apartarse de su mamá. No cabe duda que el muerto al pozo y el vivo al gozo. La buena Glafirita regentea el mejor antro del pueblo. Y ni cómo dejarla sola. Desde el más apartado rincón del tugurio espero que algún día se me haga consolarla. Debo presumir lo bonito que siempre mi familia ha tenido el panteón. Esta casa propia tiene flores por todos lados y árboles frondosos que sembraron mis antepasados. Las tumbas están bien arregladitas y cada una de ellas representa un recuerdo. Para no aburrirme, casi todos los días hago memoria de un muertito determinado, cuando menos de los que yo he enterrado y que no son pocos. Me divierto ubicando a cada uno tal cual fue en vida, aunque parece que todos juntos tuvieron una existencia igual: rutinaria y pendeja; ni más ni menos. Y ahorita que estoy frente a la tumba de don Gaspar recuerdo bien clarito el día de su sepelio. Este vejete siempre fue egoísta y abusivo; era el más mula del pueblo. No le importaba la miseria de la gente; él se dedicaba a especular y acaparar las cosechas de la región. Fue un cacique odiado por todos. Cuando corrió la

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noticia de que había muerto de un ataque al corazón hasta los perros se alegraron. Después del velorio me lo trajeron a enterrar. Nada más acompañaron al cortejo unas cinco personas, incluyendo la esposa y dos amantes del finado. De pronto se soltó una tormenta que ahuyentó a la comitiva. Me dejaron la caja mortuoria para que le diera sepultura; estaba haciendo el hoyo cuando escuché como arañidos dentro de la caja; entonces le abrí y cuál fue mi sorpresa que el recondenado muerto estaba bien vivo y me pelaba unos tremendos ojotes. No dudé ni un instante en darle duro con la pala hasta que dejó de dar lata. Yo continúe cavando el hoyo en medio del aguacero. ¡Faltaba más! Y aquella tumba, la que tiene más flores silvestres, es la de mi papá. No creo que descanse en paz y por lo mismo todos los días le dedico una oración. Murió con remordimientos y con mucho miedo. ¿No decía que los sepultureros estábamos bien cerquita de Dios? ¿No presumía que nos acostumbrábamos a la muerte? Me dio gran pena atestiguar sus últimos días de vida. Le tenía rencor y también compasión. Justifiqué por qué me había metido en el camino de la herencia maldita de una familia de desquiciados que, quién sabe cómo y por qué, decidieron hacerse sepultureros. Un día antes de morir me dio indicaciones sobre la forma que debía ser su entierro. Con su amplia experiencia previó todos los detalles. Como siempre fue muy tacaño, me pidió que fuera a ver a don Austreberto, el carpintero, para pedir precio de un ataúd de cedro rojo. Regresé con la información y cuando supo de la elevada cantidad hizo uno de sus últimos corajes. Entonces me pidió que pidiera precio de una caja de pino. Tampoco aceptó la oferta. La víspera de su muerte se la pasó rechazando y llorando. Pobrecillo. Muy de mañana llegó don Austreberto a la casa para anunciarme que por ser mi papá viejo conocido suyo, había terminado por obsequiarle el ataúd. Entré al cuarto de mi papá para darle la buena nueva. No estaba en su lecho el viejo condenado. Para no

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gastar, determinó irse por su propio pie al panteón y echarse un clavado a la fosa. Ya nada más le cubrí con un petate y le eché su tierrita. Pese a mi también oficio de plañidero, no puedo derramar ni una méndiga lagrima, con todo y que me unté manojos de cebollas en los ojos. De veras que me alegro de no haber tenido un hijo. Y aquí estoy, rellenando de tierra una fosa vacía. Coloqué una cruz que lleva mi nombre, mi fecha de nacimiento y el día de mi supuesta muerte, que es hoy mismo. Acerqué a mi tumba varios ramilletes de flores. Al carajo lo que fue mi tenebrosa existencia; con cada palada de tierra sepulto profundamente mis recuerdos y temores. Antes de morir empiezo por fin a vivir. Nada más que termine este trabajito me largo del pueblo; buscaré algún lugar donde un piadoso sepulturero cumpla con su encomienda. Aquí no habría nadie quien me entierre. JUAN MANUEL IRIARTE MÉNDEZ (El último de los Románticos)

JUSTO A TIEMPO Caminaba por mitad de la calle abstraído en mis pensamientos. De pronto, al cruzar, un auto se me vino encima. Mi sombra, al verlo, saltó rápidamente a la banqueta. Pasado el susto, regresó a refugiarse bajo mi cuerpo destrozado. DESEADA CARNE Acaricio tu cuerpo húmedo, con la yema de mis dedos para sentir el placer de mi piel sobre la tuya. Acaricio tu cuerpo con un deseo creciente porque conozco tu espíritu, porque sé que en tu interior late la esencia divina y el demonio; eres portadora del bien y el mal. Lenta y cuidadosamente voy despojándote de la piel que te cubre, y siento agua en la boca al pensar en tu carne blanda y dulce.

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Te observo, desnuda ya, y me extasío en la contemplación. Paso voluptuosamente la lengua sobre tu superficie, para lamer las gotas del néctar maravilloso de tus secreciones. No puedo resistir por más tiempo el deseo y muerdo, desgarro, despedazo, mastico, revuelvo y trago tu carne con desesperación, eres maravillosa como la vida y breve como la felicidad. Con desenfado arrojo las semillas con un impulso de la lengua y arranco de aquel racimo otra uva a la que voy quitando despacio y cuidadosamente la piel. SUEÑOS Dentro del sueño me ha sido revelado el secreto de la vida y la muerte, pero como mi memoria es mala y los sueños siempre se me olvidan, despierto a mitad de la noche y los escribo. Enseguida vuelvo a dormir. Al día siguiente busco lo escrito y encuentro las páginas en blanco. Eso me hace sospechar que también sueño que escribo. HÉCTOR CANALES GONZÁLEZ (El más feliz)

LA MUERTE Aún siento escalofríos que me recorren la espalda cuando recuerdo su mirada maldiciente, sus ojos de mariguana que traspasan su pelo largo y grasoso que cubre su cara y se posan sobre mí, me dificultan la respiración por el sopor del frío espéso que se forma a mi rededor, hasta que un estremecimiento total me despierta, agitado y sudoroso. El mismo miedo que me vaciaba el estómago cuando, de 13 años, contraviniendo las órdenes de mis padres, mi curiosidad me hacía merodear su casa. Agazapado en la oscuridad observaba su ritual. Vestido con túnica negra, adornada con estrellas y lunas, salía al patio de su casa, prendía un bracero grande donde colocaba

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tres ollas de barro, a cada una le ponía deferente hiervas y flores y, mientras echaban los primeros hervores, se sentaba a un lado del bracero a fumar algo que después supe era mariguana. Los carbones de fuego hacían brillar sus ojos y los cuatro dientes superiores, dos de cada lado, que cubría con papel oro de cajetillas de cigarro. Daba sorbos a cada olla regularmente y, de pronto, gritos inesperados a la luna o las estrellas me hacían brincar del miedo y bajar desbocado la loma de piedra lajeada hasta sentir el resguardo de mi cama protectora. Con el tiempo logré dominar el miedo a sus gritos, ganó mi curiosidad por ver si era cierto todo lo que chismorreaban en el pueblo acerca de Remigio, el curandero-brujo que vivía en la loma lajeada. Después de más o menos una hora de tomar sus brebajes y platicar con nadie, caía pesadamente hacia atrás, inmóvil, como muerto. La primera vez que lo vi así, de cerca, fue cuando llegó el forastero de piernas temblorosas, pálido como la cera, a preguntar por un curandero de nombre Remigio. Su fama y su clientela no eran de este pueblo. -Ai subiendo la loma lajeada llega a su casa, eran las señas escasas que le daban. Pero al forastero lo llevé hasta su meritita casa, pos cómo no si me había ofrecido buen dinero, aunque a lo mejor era más bien el vicio curioso que tenía. Adivinó nuestra llegada. Ya nos esperaba. No era tan alto como lo miraba desde mi escondite y de entre sus pelos, que cubrían su cara aguileña, tiznada, salió una voz tranquilizadora, como silbidito de alicante. -Tardaron mucho en subir. Mis piernas temblaron al ritmo de la del forastero, quien no contestó, limitándose a vomitar una pequeña bocarada verde, como sin necesidad, sin darse cuenta. -Pase, pase por favor. Le indicó la entrada y en mi hombro colocó

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su mano izquierda, flaca, abrazadora, alargada por mi miedo, de uñas con tierra escondida. -Tú tienes la suerte; cualquier noche que vengas a espiarme acércate a platicar, me dijo silbando las palabras. Me alejé rápidamente sin esperar el dinero ofrecido. Por la tarde ví al forastero bajar la loma lajeada, llevaba dos frascos en las manos y menos temblor en las piernas; yo tenía pensamientos encontrados, por una parte quería que fuera ya de noche para ir y platicar con el brujo Remigio, así como si me jalara un hilo extraño, mágico. Sin embargo, el miedo y el saber que me estaba prohibido me hacía dudar. Más tarde que de costumbre subí la loma; Remigio, con la luz de bracero y de la luna se veía sentado con la cabeza gacha, inmóvil. Perecía dormida. Me acerqué silencioso. Del bulto que hacía Remigio salió una orden de sentarme, que obedecí sin pensar. Él se levantó lentamente, hablando con su chiflidito seductor. -No tengas miedo. Tú tienes la suerte; desde que me observas por las noches todo me está cambiando, mis hechizos dan más resultado, el dinero está llegando. Levanta las manos y su mirada roja hacia la luna. -Ya ves, Cristina, si te hubieras esperado. Te lo dije, la suerte estaba cerca, ilumina mi camino, señora mía, regresa. Toma sorbos de sus brebajes, voltea y me observa, tratando de ser dulce. -Tú vas a ser mi discípulo, vas a ser el hijo que no tuvimos con Cristina -mira rápidamente hacia la luna-, te voy a enseñar todos mis secretos. Anda, toma un poco de té descubridor. Yo me niego, aturdido. -Tú tienes la suerte, tienes que aprender a conocer a la gente, las estrellas, todo. Hoy me siento muy contento, empiezo a ganar mucho dinero. Dentro de poco podré ir por Cristina al burdel de San Francisco en Guanajuato. Ya no la mancharán con

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amores prohibidos y no volverá a dejarme porque estás tú con tu suerte y tendrá dinero suficiente, ya verás, te lo dije, Cristina, te lo dije. La emoción le hacía gritar y temblar, abría unos ojotes mientras elevaba sus manos hacia las estrellas. -Tú verás cómo les saco las solitarias de diez metros a los niños panzones; prepararás junto conmigo, para que den más resultados las pócimas de helecho macho con cáscara de granada, te enseñaré los rezos necesarios para cada caso. Podremos comprar los vestidos que le gustaron a Cristina en el mercado de Zacapu, me pondré mis dientes de oro verdadero tú también tendrás tu dinero. Porque has de saber que el forastero que me trajiste hoy está enazogado, sí enazogado, ¿sabes lo que eso significa? Que la estrella mayor me está guiando, que el forastero se encontró una olla de barro repleta de monedas de oro y, en su avaricia, se tragó el gas mercurio. Suelta una sonora carcajada y luego se transforma en el mismo ser sigiloso, como víbora. -Le froté en las piernas aceite con lombrices cocidas a fuego lento y le di mariguana en alcohol para las reumas, claro, se sintió un poco mejor. Me creyó que tiene que regresar con todas la monedas de oro, para quitarle el hechizo y así poderlas gastar y aliviarse del azogue. ¡Serán mías, todas! ¿Lo entiendes? Se acercó despacio, hacía mí, colocó su mano larga y sucia sobre mi pierna derecha y volvió a chiflar. -…Pero tienes que ayudarme, tú tienes la suerte, no me abandones. No soporté el manoteo libidinoso y regresé loma abajo. Pasaron tres días y no podía dormir tranquilo; no había subido más a la loma lajeada. Me atraía enormemente conocer tantas cosas pero me detenía un asco interior, un algo que me hacía sentir sucio, eso que me alejaba de la iglesia del pueblo.

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Al cuarto día, la llegada del forastero tembloroso con su maleta pesada aumentó, mi intranquilidad; esperé toda la tarde a que bajara de la loma, pero no apareció. De noche volví a subir la loma; en lo oscuro alcancé a ver al brujo Remigio enterrando algo tras de su casa. Guardó la pala y el pico y prendió el bracero para preparar sus brebajes, pero antes de probarlos empezó a cantar, más contento que de costumbre. En mi escondite imaginaba, aterrorizado, el destino del forastero. -¡Ven!- gritó. -Suerte, estás conmigo, acércate, eres mi hijo, mi discípulo, mi socio. No hice caso y bajé rápidamente a mi casa. Estuve aturdido varios días, con deseos de platicar aquello con alguien. Lo demás pasó rápidamente, como si mi aturdimiento no me dejara verlo claramente. Yo, sentado en la orilla del camino que da a la loma lajeada; veo a un joven acompañado por policías rurales preguntando por su padre. Me enseña una fotografía del forastero tembloroso. Ahora los veo bajar, traen al brujo Remigio con sus manos amarradas con alambre y lo empujan para que baje más rápido. Uno de ellos trae la maleta pesada. Al llegar hasta donde me encuentro sentado, cabizbajo, me preguntaba ¿es éste? Y al asentir alcanzo a ver sus ojos de mariguana que traspasan el pelo largo y grasoso que cubre su cara, con una mirada incrédula primero, rencorosa después y por último maldiciente, que me hace sentir escalofrío que recorre mi espalda cuando la recuerdo. Sigue llegando gente a buscar al brujo y yo he tenido que improvisar remedios para no dejarlos ir con desesperanza. HERIBERTO GUZMÁN HEREDIA (De brujos y otros cuentos)

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EL FANTASMA DE DON LUIS. LEYENDA DEL TEMPLO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Me encontraba en el antiguo templo de la compañía de Jesús que hoy alberga la biblioteca de nuestra querida Universidad, leyendo un magnífico tomo de Historia Universal, cuando alguien tocó mi hombro y con voz baja dijo: -Miguel, qué gusto me da encontrarte, hace años que no te veía. -Voltié y me di cuenta que un amigo, compañero de escuela me saludaba. -Eduardo, que alegría me proporciona saludarte, siéntate. ¿Qué has hecho? Estimado abogado. Contestó que por razones de trabajo residía en Guadalajara, y como era admirador de nuestra bella Morelia, cada vez que tenía un día libre venía a gozar de nuestra ciudad. Nuestra plática empezó a caer sobre la magnificencia de la construcción del Colegio de la Compañía de Jesús, que fue centro educativo y que ahora son oficinas de gobierno. El Palacio Clavijero. -Es un edificio bellísimo de soberbia y elegante construcción –dijo-, para edificar un palacio como este, se debió llevar bastante tiempo y dinero, creo que los jesuitas, debieron haber tenido mucho oro. Así que es posible que los sacerdotes de este colegio, cuando tuvieron que salir del país, expulsados en tiempo de la Colonia por el Rey, debieron haber dejado oculto un gran tesoro. ¿No crees? No supe qué contestar ante lo planteado. Nuestra conversación cambió de giro y con los cumplidos de costumbre, mi amigo se despidió y yo quedé reflexionando sobre lo platicado. -¿Dejarían realmente un tesoro? Quizás no, ya que lo único que tenían era la voluntad de hacer las cosas bien. Pero nuevamente volví a pensar en un posible tesoro, cuando advertí la presencia de un sacerdote de aspecto amable que se encontraba con sotana a mi lado, lo que me llamó enormemente la

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atención, fue la palidez de su rostro, como tirando al blanco mate, como si se hubiera puesto de ese polvo que usaron nuestras abuelas; al notar que él me veía, quise exhalar un grito de sorpresa o de miedo, ya que un terrible escalofrío me sacudió, pero él, llevándose el índice a sus labios, calmó milagrosamente mi sobresalto. -¿Quién es usted y por qué está vestido así? –pregunté. Con una voz tranquila que inspiraba confianza contestó: -Soy Don Luis Arce y Núñez, sacerdote jesuita nacido en esta tierra de la que estás orgulloso. Y vengo para aclararte una duda sobre nuestro posible tesoro. No digas una palabra y aprieta fuertemente mi mano. Una fuerza irresistible me llevó a obedecer al desconocido, y al hacerlo, sentí como que en un vertiginoso giro todo se movía, cerré los ojos y cuando nuevamente sentí calma, los volví a abrir estando todavía apoyado de la mano del sacerdote. ¡Qué enorme sorpresa llevé! Las cosas no eran iguales, la Biblioteca había desaparecido, me encontraba en una iglesia frente al altar, rodeado de cirios y de imágenes. Pregunté: -¿Qué es esto, en dónde estoy? -Serénate amigo, únicamente viajamos a través del tiempo unos doscientos veintiséis años atrás, no temas, nada te pasará, estás en el mismo lugar y ponte esta sotana para que no llames la atención de los hermanos que aquí estudian. Obedecí y caminamos por un pasillo donde se encontraban bellos óleos de retablos e imágenes, pasamos a los corredores del claustro donde se domina el magnífico patio de honor. Un hermoso sol iluminaba el recinto y grandes macetones que contenían las más variadas plantas de ornato embellecían el lugar. Las risas y el bullicio de los estudiantes que inundaban los corredores, daban también un aspecto agradable al colegio. -Mira -dijo mi guía- nuestro reloj de sol va a marcar las once de la mañana, hora que empezará la cátedra de un padre que deseo que escuches.

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Entramos y nos sentamos atrás para no llamar la atención. ¡Qué erudición de la exposición, con qué claridad trató sus temas de historia sobre los antiguos mexicanos, qué riqueza de conceptos, qué mente más clara! –dije a Don Luis cuando salimos. Nunca había asistido a una clase de esta categoría, que excelente maestro, estoy asombrado de la sabiduría de ese padre. -Qué bueno que te agradó. ¿Sabes quién es él? -No, pero por favor dígame quién es. -El que acabas de escuchar es nada menos que el ilustradísimo humanista que tanta gloria dio a México. Don Francisco Javier Clavijero. No salía de mi asombro, cuando volvió a preguntarme: -¿Y sabes quién era el jovencito que preguntó sobre la libertad natural de nuestros indígenas y que expuso sus sentimientos lleno de fogosidad sobre la libertad? -No sé –contesté pero sin duda ese joven, por su ímpetu y amor al estudio, sería de grande alguien de mucha importancia. -De tanta importancia fue, que en el colegio de enfrente, en el que fundara el ilustre y gran Don Vasco de Quiroga; le erigieron un monumento en el patio principal. -¡No puede ser! ¿El joven que acabo de ver, es el padre de mi patria? -Si, él es Don Miguel Hidalgo y Costilla. Como has experimentado en tu interior tantas sorpresas y ya es mediodía, te llevaré a la cocina, es justo que comas algo. Entramos y nos recibió un anciano fraile obeso y de aspecto gruñón, quien secándose las manos, se apresuró a besar la del padre Luis, diciéndole: -Reverendo padre, me alegro de que hayáis venido a nuestra cocina. ¿En qué puedo serviros? -Este joven tiene hambre haz el favor de servirle de comer.

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Nos sentamos en una mesa bien dispuesta y me ofreció ricas frutas. -Come, son las excelencias de nuestro huerto. En seguida me sirvieron un chocolate bien espeso que jamás había tomado, acompañado de riquísimos bizcochos acabados de salir del horno, después pollo almendrado con exquisita ensalada, como postre me ofreció en un rico plato, ate de guayaba y membrillo de sabor tan agradable, que no puedo explicar, por último me insistió en que tomara un jamoncillo que a la vista parecía magnífico, pero que por estar mi apetito satisfecho, no quise aceptar. Me insistió nuevamente que lo guardara para después y, agradeciendo sus atenciones, lo tomé. El fraile cocinero, no pudiendo contener su curiosidad dijo: -Padre superior ¿quién es este señor que habla tan extraño? Don Luis se limitó a pronunciar unas palabras en el oído del cocinero, a lo cual éste sonrió. Nos despedimos dando las gracias. -Ahora sí podrás ver nuestro tesoro para satisfacer tu curiosidad, la cual me hizo traerte a través del tiempo hasta aquí. Llegamos a la biblioteca llena de estantes con hermosos libros, así como de estudiosos que en silencio leían. Al llegar al fondo donde un cuadro grande se encontraba con un retrato al óleo de San Ignacio de Loyola, el padre Luis sacó de su bolsillo una llave y por un lado del marco la introdujo, la volteó y el enorme cuadro, a manera de puerta, se movió. Pasamos a una estancia donde dos religiosos de gruesas gafas interrumpieron su lectura diciendo: -Padre director, como los tesoros que guardamos son de valor incalculable, es necesario que vuestro acompañante se identifique. Al notar mi asombro, el padre me rogó que diera mi nombre, lo hice, pero al notar que no estaba en su registro se disponían a negarme la entrada, pero Don Luis dijo algo que no escuché, sólo oí las risas sanas de los padres custodios de la segunda

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puerta de reforzada cerradura, la cual abrieron con grande llave. -Aquí tienes los verdaderos tesoros. Obsérvalos. Era un salón bien iluminado con altos y grandes ventanales, donde varios jesuitas, ocupados en transcribir de añejos libros a legajos de pergamino, otros escribían y otros más estudiaban. -He aquí el verdadero tesoro del ser humano, he ahí la luz de la inteligencia que Dios dio al hombre por medio del saber. Aquí se encuentran todas las ciencias y artes que han ilustrado al mundo hasta este siglo. Debes saber, y hazlo saber a los de tu siglo, que sólo por medio del estudio bien asimilado y puesto en práctica, se llega ser dueño de estos tesoros. Lo material no tiene importancia ni es duradero. -Así que espero que tu inquietud sobre nuestro tesoro haya quedado satisfecha, regresa a tu siglo y haz el bien. Me dio su mano, la estreché, me tocó el hombro y me dijo: -Ve en paz… Una inmensa luz me cegó instantáneamente, me froté los ojos y seguí sintiendo su mano sobre mi hombro, por lo cual voltié, y escuché la voz del bibliotecario diciéndome: -Profesor Bedolla, tiene un rato dormido y vamos a cerrar, disculpe que le haya despertado. Agradeciendo su atención, entregué el libro, me despedí, salí de la biblioteca todavía con el sabor agradable que me había proporcionado aquel sueño. Y afuera, al buscar en mi cartera para abordar el auto, ¡oh grandísima sorpresa llevé! Encontré en mi bolsillo, el rico dulce de jamoncillo que me regaló Don Luis. MIGUEL BEDOLLA HERRERA (Cuentos y leyendas de la colonial Valladolid a la señorial Morelia).

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LA MULA DE DON ADOLFO AYVAR Cuando concluyeron los últimos movimientos mal llamados de la "Revolución Mexicana", tema hasta la chingada que aún quieren seguirle encasquetando a los pendejos, en todos los pueblos pequeños de nuestro jodido país, surgieron leyendas, corridos, cuentos, anécdotas y miles de consejas que los abuelos comentaban con ese lenguaje y sabor propio que solamente la gente campirana sabe ponerle a las cosas. Siempre hablan en sus fantasías de cruentas y épicas hazañas en las cuales fueron protagonistas y de momentos cruciales en que estuvo en peligro su existencia y que debido a su valor y pericia sin igual, contribuyeron a salvar vidas y a la patria. Siempre fueron héroes que luchando con denuedo, con sus gritos patrióticos inyectaban ánimo a sus soldados casi exangües, ya montados sobre brioso corcel o arrastrándose entre témpanos de cadáveres, enarbolando siempre su espada y su bandera... Nadie de nosotros ha escapado de escuchar con atención esos relatos de héroes que vivieron en los miles de combates de la "Revolución Mexicana", pero que lo más seguro sea que ni siquiera percibieron el olor de la pólvora, sino que esos relatos los asimilaron también de algún otro pariente o amigo que sí se rifó la vida para que otros cabrones, ahora estén llenándo los costales de dinero y llevándoselo al extranjero. Afirmo con seguridad que aún existen esos personajes que poco a poco han ido olvidando tales peripecias revolucionarias, ya que de tanto contarlas y no creérselas, su espíritu belicoso se va apagando y quedan como reliquias pintorescas necesarias e indispensables en la región. Son algo que le dan vida a nuestro pueblo, como si fuera el alma misma de nuestra idiosincracia, porque cuando alguno de ellos muere, es como si también muriera una esencia de nuestro pueblo. Donde quiera que usted vaya, si se toma la molestia de

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conversar con cualquier persona de edad que vea sentada en las plazas, en sus bancas, le informará de estos personajes típicos. Son pues como el "Pito Pérez" de Santa Clara del Cobre, en Michoacán, "Bache Valencia" de Técpan de Galeana, Guerrero, también por esa región "El Padre Herrera" que embarazó a un chingo de beatas y tuvieron que sacarlo del pueblo vestido de mujer para que no lo mataran. En Acapulco, Guerrero, "Don Canuto Nogueda", Baltazar Hernández, Don Toño Rosas Abarca, Eustolio Moreno Hernández y tantos personajes que son el alma del pueblo auténtico. En mi pueblo natal, San Luis San Pedro, Costa Grande del estado de Guerrero, en mi niñez conocí a "Calingas", personaje cuyo origen era desconocido. Vivía de hacer mandados a la gente, por cuyo favor conseguía un poco de alimento o unos centavos pa curarse "la cruda". Andaba descalzo, jamás le vi huaraches, sus pies callosos y rajados, con niguas entre las uñas. Alto, como de un metro ochenta centímetros; ropa sucia, sin bañarse nunca, con pantalones arremangados hasta la rodilla. Era el mandadero y la burla del pueblo, de la gente ignorante que no sabe de sentimientos. Siempre fue víctima de escarnios, de sadismo, de vituperios. Nadie se preocupó jamás por hacerle un favor o indagar su origen. Nunca le conocí un pariente. Como yo estaba muchachillo, jamás supe si murió o se fue del pueblo. De repente ya no lo volví a ver pidiendo de comer o haciendo mandados. Después conocí otros. "Marquitos", "Toño Mantecas", "El Bitillo", Rommel Serna (a)"El Guime", "Chavitos", etc., etc., Pero quien más me causó admiración y atención, pero de respeto, fue un señor que conocí cuando iba a la escuela. Diariamente veía una mula ensillada y comiendo ya calabazas o maíz. Cuando por la tarde, como a las dos, yo regresaba a la casa a comer, no estaba mi personaje en su silla mecedora y tampoco la mula. Intrigado por tal individuo, quien diariamente se levantaba de su silla para mentarnos la madre cuando en bola

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robábamos los tamarindos a pedradas, le pregunté a mi padre que quién era ese señor. -Ese señor que vive cerca de la escuela en la casa que tú me dices, se llama don Adolfo Ayvar. -Sí, ¿quién es? ¿Con quién vive? ¿Qué hace? ¿Por qué cuando voy a la escuela todas las mañanas lo veo sentado en su silla mecedora y la mula amarrada en el tamarindo y ya en la tarde no está él ni la mula. -Pos la historia de don Adolfo Ayvar es muy larga de contar y triste a la vez. Yo nomás te voy a decir lo que sé o lo que dice la gente. Don Adolfo Ayvar fue un personaje muy grande cuando la revolución, según me lo platicó tu abuelo. Me dijo que don Adolfo anduvo en los chingadazos arriesgando la vida, pero que no le tocó nada, ni un méndigo pedazo de tierra. O sea, que se sacrificó como tantos mexicanos arriesgando la vida pa que ora otros cabrones estén robando diariamente. -Pero entonces ¿qué hace? Pos yo todos los días lo veo sentado en su silla, sostenido en el bastón, meciéndose y con la mirada ida, perdida en la lejanía, como si al ver no viera nada y ya en la tarde no está. -Don Adolfo Ayvar tiene muchos hijos, hombres y mujeres. Ellos lo mantienen. Ya es un pobre hombre muy viejo y cansado. -¡Sí! ¿Pero qué hace cuando sale de su casa? -Mira, primero te voy a contar su historia, luego te digo lo demás. Dicen que cuando la revolución iban a asaltar la Aduana de Acapulco, por lo que el gobierno decidió trasladar a Zihuatanejo todo lo de valor que había allí. Así es que huyendo el gobierno, llegaron a este pueblo, en donde don Adolfo era el Jefe de las Fuerzas Rurales. Esa gente llegó a la casa de don Adolfo a pedirle hospedaje y comida pa más de veinte mulas que llevaban cargadas con barras de oro de varios kilos cada una, don Adolfo, como era su obligación, los complació y al día siguiente siguieron su camino pa Zihuatanejo, pero en la mañana cuando se estaban despidiendo, no se dieron cuenta que una mula cargada de oro

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se fue comiendo zacate pa atrás de la casa. Esa gente salió del pueblo, cruzaron el río y siguieron sin novedad pa Zihuatanejo. ¡Ni cuenta se dieron de la mula perdida! -¿Ninguno se la encontró? -Sí, después de muchas horas alguien la vio y le dijo a don Adolfo que atrás de la casa estaba una mula cargada. Al darse cuenta don Adolfo, agarró la mula y salió del pueblo, cruzó el río, ya en la tarde quién sabe hasta dónde fue a alcanzarlos y a entregarle la mula cargada de oro que se les había perdido. ¡Una mula cargada de oro! ¿Te imaginas? ¡Si ya esa gente la daban por perdida y él fue a entregarla! -¿No le dieron nada por eso? -¡Pura chingada! Cuando la gente se dio cuenta de tal hecho, don Adolfo fue la diversión de todos los cabrones. No cabe duda que Dios no les da alas a los alacranes. Todo mundo hablaba mal de él. Que cómo era posible que hubiera sido tan pendejo al ir a entregar la mula cargada de oro. Que con esa mula se hubiera ido pa la sierra y ni quién lo encontrara, que al cabo era dinero robado por el gobierno. Cuando don Adolfo se dio cuenta de lo que la gente decía de él, le afectó tanto que se la pasó encerrado por mucho tiempo. -Pos yo creo que don Adolfo hizo bien en devolver la mula. -¡Pos sí, pero ya ves cómo es la gente! ¡Si haces una cosa como esa, todo mundo se burla de ti y no te bajan medio dedo de pendejo! ¡Pero si matas o robas, te felicitan! ¿Cómo la vez? ¡Así es la gente y no la vas a cambiar! ¡Felicitan al delincuente, al malo, al bandido, al matón! -¿Y ora qué hace? -Pos como eso pasó hace un chingo de años, ya la gente ni se acuerda. Solamente unos poquitos comprendieron que sí hizo bien en devolver la mula, pero todo el tiempo que se burlaron de él, lo perjudicó mucho. Lo mantienen sus hijas, porque sus hijos salieron unos cabrones, borrachos y putañeros. Cuando don

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Adolfo se retiró, ni las gracias le dio el gobierno. Allí se pasa los días sentado en su silla mecedora, achacoso, esperando el día en que Dios lo llame. -Pos yo pensé que tenía unas grandes propiedades, potreros, huertas de palmeras, varias parcelas, como sale en su mula todos los días. -No. La Revolución no le dejó nada a don Adolfo. ¡Ni tierras en las uñas! Fue un hombre honesto, de esos hombres que ya no existen. Dedicó su vida por entero a servir al gobierno y le valió pa pura chingada. -Entonces ¿pa’ onde va cuando sale en la mula? -Mira, cuando tú pasas por su casa pa la escuela ves la mula ya ensillada y comiendo ¿verdad? Bueno, como a las doce del día se sube a la mula. Esa mula que casi no es mula, porque es muy noble con él, nomás se da cuenta que su amo ya está encima de ella, sin que le indique el camino a seguir, la mula sale caminando despaciosamente pa no molestar a su amo y se dirige a la primera cantina que ya sabe de memoria en donde está. Una de esas cantinas en las que ponen mesas debajo de los árboles y allí se sientan los borrachos a beber mezcal de la Sierra. La mula llega, se acerca a la mesa, don Adolfo saluda respetuosamente, un borrachito se levanta y le da a don Adolfo “un marrazo”, un vaso de mezcal. Se queda un rato platicando o escuchando la boruca de los bebedores. Luego le dan el segundo y cuando la mula se da cuenta que se terminó el mezcal y devuelve el vaso, sin que él se lo ordene, el animal sale rumbo a la cantina que sigue en su itinerario. De nuevo se acerca a la mesa de los que se “la están curando”. Cuando los bebedores lo ven llegar, ya le tienen preparado el vaso con mezcal, así es que nomás se para la mula y luego se lo dan. Terminando el segundo vaso y sale la mula pa la cantina que sigue. Es una mula tan educada que a las doce del día ya está desesperada porque su amo se le suba y llevarlo a las cantinas.

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No creas. La gente lo respeta y lo aprecia. Siempre le dan el vaso de mezcal con mucho cariño y no se ha sabido que alguno lo haya ofendido. Como a las cinco de la tarde, cuando ya han visitado como unas cinco cantinas, al sentir el noble animal que su amo ya se comienza a tambalear, con un resoplido se despide y se dirige a su domicilio. Llega frente a la puerta de la casa y sus hijas ya lo están esperando, lo bajan. A la mañana siguiente se vuelve a repetir la historia. Como a las diez de la mañana la mula ya está desesperada pa que su amo la saque del corral y le dé de comer su maicito y prepararla pa la misma caminata. ¿Cómo la ves? -¡No, pos a todo dar! ¡Ora que yo sea grande quiero que me compres una mula como la de don Adolfo Ayvar! -¡Qué mula, ni qué la chingada! ¡Agarre sus tiliches y como de rayo se me va a la escuela! ¡no me lo vayan a reprobar por güebón y pensar en cosas malas! Cada vez que iba a la escuela y pasaba por esa casona, examinaba con más profundidad a ese anciano y a la mula. ¡Qué animal tan inteligente! Ya no pasaba corriendo por allí, ni le robaba los tamarindos. Al contrario. Su personalidad me intrigaba. ¿Qué hubiera hecho otro en su lugar? ¿Hubiera entregado la mula cargada de oro? ¿Todavía sufría don Adolfo el error cometido o la burla de sus amigos? ¡Jamás se podrá conocer los recovecos de la mente humana! ¡Es tanta la mierda que tenemos adentro de la cabeza que se nos sale por las orejas, boca y otras partes del cuerpo! LEOPOLDO DE LA CRUZ AGÜERO (Enemigos de muerte).

LA CAJA -¡No se atrevan a aproximarse!- gritó el gigantesco ser, parado en actitud amenazadora, sobre la cima de aquella colina -la protegeré hasta el último suspiro de mi vida, si es preciso; nadie se acercará a ella, sólo los elegidos podemos abrirla y beber de los secretos que encierra, ¡yo soy un elegido! ¡Fuera todos de aquí! –

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volvió a gritarle a la turba que se arremolinaba entre decidida y reservada, a sus pies; mientras apoyaba una de sus manos sobre la tapa de la pequeña caja. Aquella diminuta caja, según contaban todas las leyendas que venían de boca en boca desde el principio de los siglos, contenía todo el saber, quien miraba en su interior conocería toda la verdad sobre el universo, sobre la vida, en su interior se hallaba la respuesta a todas las preguntas. El único problema para llegar a tener todo el saber del universo era lograr abrirla y mirar en su interior, aunque…bueno, había otro pequeño problema y ese… problema, era vencer al hombrón aquel que vociferaba; así había sido desde siempre, cuando el guardián del saber se hacía viejo o bien surgía un joven más fuerte, peleaban a muerte, frente al populacho para preservar el secreto de la caja, entonces el vencedor subía a la cima lentamente, llegaba hasta la caja, la destapaba y miraba en su interior, en su rostro se mostraba un gran gesto de estupefacción, soltaba enseguida una sonora carcajada e inmediatamente se volvía a enfrentar a todos; la tradición se cumplía, el más apto era el elegido, el único guardián del saber, el más sabio, hasta que alguien pudiera vencerlo, siempre había sido así. -¡Atrás, atrás todos! ¡So ignorantes! ¿Alguien se atreve a retarme? ¿Hay algún atrevido? ¿Lo hay? No pude contenerme, así que grité un tanto indeciso -¡Yo! -¡¿Quién…quién es el ignorante atrevido?! –Vociferó el gigantón. -¡¡Yo!!- grité un poco más convencido. -¡Pues adelante jovenzuelo ignorante!- gritó amenazante el guardia. Peleamos como dos fieras en el celo, sin saber cómo, le vencí, así que subí a la cima, abrí la caja y… ¡¡estaba vacía!! ¡¡la caja estaba vacía!! ¡no había nada en su interior! ¡nada! ¡ninguna verdad había en su interior!... pero cómo era posible. ¿Cómo?...Nadie, nadie debería saberlo, así que volviéndome hacia todos exclamé: -¡Fuera, fuera de aquí, ignorantes! FRANCISCO GUZMÁN MARÍN. (Notas al margen)

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LA SUPERNOVA Durante toda su vida dibujó con letras las imágenes de su mente; con un sentimiento de bondad quiso compartir con el mundo las ideas de su pluma. Habló de su obra con el vecino y solo obtuvo una palmada en el hombro y una sonrisa; leyó para toda la comunidad, que en la sala se redujo al mínimo y mientras recreaba con una voz los misterios de sus escritos, la concurrencia se dedicó a hablar de la última moda que había llegado del extranjero, de la película más reciente y del libro más comentado. Sin menguar su ánimo, recogió sus pobres enseres y recorrió mil caminos que lo llevaron a mil apatías; tocó mil puertas que apenas se entre abrieron y sin apenas escuchar sus palabras se cerraron sin mayores posibilidades; repartió mil copias que se llenaron de telarañas en algún rincón perdido en el polvo. Cansado de tanto vagar, una noche en medio de la nada, en un arranque de impotencia levantó una gran hoguera con sus sueños; sin ningún sentimiento reflejado en el rostro vió como las letras, ¡sus letras!, se quebraban y se fueron convirtiendo, bajo el apetito voraz del fuego, en cenizas que fueron barridas por el viento. En el mismo instante, en otro tiempo, en otro lugar, un astrónomo jubiloso gritó: -¡Una supernova! ¡Qué belleza! FRANCISCO GUZMÁN MARÍN. (Notas al margen)

EL BAÑO DE LA GATA Tristán Robles es un hombre circunspecto y solemne. A sus hijos, Tristán, de 11 años; Josefina, de 9 y Atilano de 8, les da sabios consejos induciéndolos al bien. Atilano, a quien por cariño llaman Atila, un sobrenombre que le queda como una segunda piel, es el más destrampado, los otros

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dos son muy tranquilos. Cierto día muy caluroso, el pequeño Atila se compadeció de la gatita que tenían para cazar ratones y decidió bañarla. Cuando Tristán se dio cuenta del proyecto de Atila, ya iba apresurado rumbo a su trabajo, pero alcanzó a sermonear a su hijo finalizando su homilía con esta dramática advertencia: a los gatos no se les baña porque se mueren… Cuando Tristán regresó de su trabajo encontró a su esposa Josefina y sus tres hijos en pleno duelo por la muerte de la gata, así que resopló, bufó, montó en cólera e inició una encendida y moralizante proclama: ¿Ven? Uno les dice las cosas pero ustedes no le hacen caso; estas canas que tengo me han salido por la experiencia que tengo de la vida. Les advertí que a los gatos… -No, papá –dijo Atila. -Cállate, mequetrefe, no interrumpas a tu padre, por eso les salen mal las cosas, porque no entienden, porque piensan que uno los regaña sólo por molestar, pero esta gata muerta es la prueba de que… -Pero, papá déjame explicarte… ¿Explicarme? ¿Qué vas a explicarme? Claramente les dije que a los gatos no se les baña porque se mueren… -Oye, papá… la gata no se murió porque la bañé… Ah, ¿no?..¿Luego…? -Se murió cuando la metí a los rodillos de la lavadora para exprimirla… ERNESTO MORENO LEAÑOS. (Concentración mental y otros cuentos.)

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MALAQUÍAS YA NO ERA EL MISMO Apenas empezaba a clarear el amanecer cuando llegamos a Pátzcuaro. Nos fuimos caminando directamente al tianguis a ofrecer tres cargas de frijol negro. Aunque era nuevo y estaba muy limpio, tuvimos problemas para venderlo porque en la región el frijol de este color no les gusta. Como era domingo entramos a oír misa en la Basílica de Nuestra Señora de la Salud. Al salir sonaron las campanas del templo. El reloj marcaba las meritas doce, medio día. En un árbol, muy cerca de la esquina de la plaza, estaba recargado un señor ya de edad mirando para todos lados como si esperara a alguien. Mi tío se acercó y lo saludó con respeto, yo hice lo mismo. Sentí su mano húmeda y muy fría. Quise verle la cara, pero no pude, porque traía el sombrero echado hacia adelante, más o menos a la altura de los ojos. Sólo distinguí su piel muy arrugada y amarilla, tan amarilla que parecía de muerto; sobre todo por el paliacate rojo que llevaba amarrado al cuello y el gabán negro; del negro que se usa para vestir a los difuntos por acá. Habló mi tío: -¿Qué es de tu vida? Hacía años que no te miraba. El contestó con una voz sin sonido, como de ronco sin voz: -Artemio, fíjate muy bien en lo que te voy a decir. A quince pasos de la piedra del indio hay un pino, partido por un rayo. Entre la roca y el árbol, exactamente a la mitad está una cruz de cantera a flor de tierra, allí puedes encontrar un tesoro. No dijo nada más. Se fue rápidamente, corrí tras él, pero había mucha gente y se me perdió, aunque yo clarito vi que se iba borrando poco a poco hasta que desapareció en el aire, como si el viento se hubiera llevado su alma, porque aquel cuerpo para mí que ya no era de él. Artemio se pasó la noche en vela por la preocupación. No he

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podido pegar los párpados. A cada rato oigo la voz del hombre que yo conocía muy bien, pero no me acuerdo quién es. Esa voz apagada no era de este mundo. No sé por qué presiento que me va a traer algo muy malo. Ya los gallos están cantando, voy a pasar por mi sobrino Malaquías para que vayamos al lugar donde dijo el individuo que está el entierro. -Figúrate, Malaquías, que no pude dormir en toda la noche. Las mismas ideas iban y venían dando vueltas y vueltas en mi cabeza. Llegué a sentir miedo, mucho miedo. -Lo que le pasa, tío, es que los resortes de los calzones ya los trae muy vencidos. -No seas tan hablador. Muchos se han muerto por tener la lengua tan suelta. Respétame y obedece. Trae tu caballo para ir a buscar la cruz de cantera ¿o tienes miedo? -¿Miedo? Ni al diablo, al fin que para morir nacimos. Poco después íbamos por una ladera, subimos por un cerro lleno de huizaches y nopales. Ya en el lugar que nos dijo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Escuché la voz aquí pegada a mi oído, como si ese remolino la hubiera traído desde muy lejos y se la llevara hasta quién sabe dónde. Esa voz ya la he oído, pero ¿de quién es? –se preguntaba repetidamente Artemio. -Mire, tío, ¡Todo está tal como nos dijo! Regresaron a Chimilpa y se dedicaron a reunir todo lo necesario: picos, palas, botes, reatas, una escalera y alimentos. No le dijeron nada a nadie. La madrugada del día siguiente, que era martes, empezaron la excavación y a dos metros de profundidad encontraron una caja metálica herrumbrosa. En ese preciso instante, Artemio le gritó a su sobrino Malaquías: -¡Ya me acordé del hombre que nos habló de esto! Es el finado Lucas que fue administrador de la hacienda de don Leopoldo de la Mora y, cuando se vino la bola, se robó el dinero. Este tesoro está maldito, mejor vamos a dejarlo.

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Malaquías no le hizo el menor caso y le indicó en tono imperativo:Amarra muy bien la caja con esta reata para poderla sacar con los caballos. Artemio tuvo que obedecer, pues Malaquías ya no era el mismo. En sus ojos brillaba la codicia por eso le habló a su tío de este modo:A tu edad se creen muchas cosas que no son ciertas. Tú estás ya muy viejo. ¿Para qué necesitas dinero? Por eso me pides que lo deje. En cambio yo todavía estoy nuevo para gozar. Fuera de sí, enloquecido por la ambición, agregó:¿Sabes una cosa? Te voy a dejar en este hoyo, porque no voy a compartir este dinero con nadie. ¡Es sólo mío! ¡Todo mío! ¿Oíste?Cálmate, por favor – le suplicó Artemio. Malaquías no quiso escucharlo, tomó una pala y le dio un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo caer inconsciente. De inmediato arrojó algunas paladas de tierra sobre el cuerpo exánime de su tío, las cuales lo hicieron darse cuenta de lo que estaba sucediendo y levantó la voz para decirle: -¡Desgraciado! ¡Malagradecido! ¿Y para esto te recogí desde niño cuando tu madre te abandonó para irse con Bardomiano. -Esas son puras habladurías. El pasado no me importa, lo que vale es el presente y ahí te va la tierra. -Estás loco. Sácame de aquí, llévate el dinero, pero no me mates, no seas cruel. Por Dios Nuestro Señor, no me mates. Sin pronunciar palabra alguna, siguió cubriéndolo de tierra hasta que terminó de sepultarlo vivo. Cargó uno de los caballos con la caja y se fue, como si nada hubiera ocurrido, con rumbo a una troje que había sido de su abuelo. Apenas había partido cuando se vino un aguacero tan fuerte que borró cualquier posible rastro. Bajó la caja en medio de la tormenta, se encerró y la abrió como pudo. De pronto se le desorbitaron los ojos, con el rostro desencajado, el corazón le latía aceleradamente y las manos temblorosas; en fin todo su cuerpo y su cerebro se sacudieron. No

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podía ser de otra manera después de ver tantísimas monedas de oro macizo. Escondió la caja y sabiéndose dueño de tanto dinero decidió seguir viviendo igual. Pero su preocupación de que lo fueran a robar no lo dejaba dormir e iba constantemente a la troje a contar una y otra vez el dinero. Andaba muy nervioso, no tenía ni un momento de tranquilidad. A cada rato recordaba a su tío y le remordía la conciencia. No transcurrieron ni tres meses, se fue poniendo pálido, pálido como la cera, y se fue secando, secando hasta que era un montón de huesos. Hablaba sólo incoherencias, relataba de un tesoro, se hincaba, pedía perdón con los brazos en cruz. En menos de un año el hombre fornido que siempre fue Malaquías murió, llevándose a la tumba el secreto del sitio exacto donde había escondido su tesoro. Dicen que fue por el azogue o que se le derramó la bilis. Yo creo que empezó a morir el mismo momento en que se dejó llevar por la codicia. ¿Quién sabe cuándo volverá para decir dónde escondió el tesoro? Algunos dicen que espanta en diferentes sitios, y otros que se aparece por la Basílica de nuestra Señora de la Salud, en la misma forma como lo hacía el alma del finado Lucas. Miguel Ángel Martínez Ruíz (La Nueva Vida de Pueblo Viejo)

EL CELOSO Te lo advertí, Nicacio, y muy claramente. No es bueno casarse con mujeres mucho más jóvenes que uno, pero no me hiciste el menor caso y ahí vas de bruces hasta el reclinatorio. El día de la boda, Azucena lucía fresca, hermosa, radiante de juventud y belleza; en cambio tú, perdóname hermano, pero parecías su papá: ya con la tonsura bien definida, el pelo ralo y canoso, con la cara arrugada, medio jorobado, panzón y si a eso

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le agregamos que estás chaparro y feo, ¿qué podía esperarse? El organismo se va esclerosando y, pasados los sesenta años, uno sirve para maldita la cosa. ¿Cómo le vas a responder a una mujer tantos años menor que tú? Ni en sueños. En efecto, tienes tu dinero, pero eso no te va a sacar del apuro. Cada oveja con su pareja, dice el refrán y, por alguna razón, los ha inventado el pueblo. Ya hasta te dicen El venao. Años antes aquel individuo se había enamorado perdidamente de Azucena. La pretendió y terminaron contrayendo nupcias. Él empezó a celarla por todo. Si la veían se enojaba como si la vista no fuera libre. Por eso la obligaba a mantenerse encerrada y cuando salían a misa, ella no debería voltear para ninguna parte que no fuera el suelo, cubierta con velo negro y con la falda hasta el tobillo. Toda la ropa holgada para disimular su bien formado cuerpo y no despertara la concupiscencia de los varones del pueblo. Nicacio la quiso hacer como tantos que en las mismas circunstancias las llenan de hijos, y siempre se la pasan embarazadas, como si esto fuera garantía de fidelidad. Yo conocí a una mujer que daba pláticas de orientación a las parejas dispuestas a casarse y andaba bien entrada con un chofer, pero tenía razón, pues su marido ya estaba muy viejo y achacoso y la sexualidad a veces no se controla tan fácilmente. Así que abordaba el camión urbano como cualquier persona, pero se iba hasta la terminal. Allí su amante sacaba una colchoneta y la tendía en el pasillo del autobús, cerraba perfectamente las puertas y los asientos cubrían a la pareja de cualquier mirada indiscreta. Llegó la crisis y el negocio de Nicacio se vino abajo. Ahora no sólo tenía la pobre muchacha qué soportar las presiones de este Otelo de Rancho, sino también las limitaciones de una vida austera. Pero no faltó por ahí un jovenzuelo, más o menos de la edad de ella, que supo esperar la oportunidad. A diario le hacía

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llegar una flor fragante por medio de una vecina; después una breve cartita perfumada que decía: “La amo como a ninguna mujer podré querer. No me importa nada. Sólo el primor de su mirada me tranquiliza. La adora… Carlos.” Y se la pasaba rondando y ella que vivía encerrada bajo llave, sola y triste, apenas si se atrevía a mirar por la orilla de los visillos de las ventanas. Él, que la amaba profundamente, pasaba silbando la tonada de una canción, mientras ella se estremecía y temblando de amor no le quedaba más que ponerse a llorar. Un día empezaron a demoler la casa contigua, y Carlos se puso sus peores ropas, llegó a pedirle trabajo al maestro de la obra como peón de albañilería. Ahora sí estaría muy cerca de la mujer que le robaba el sueño. Desde lo alto de las bardas, podía contemplarla y ella volteaba de vez en cuando con sus mejillas ruborizadas. Transcurrieron varios días hasta que él finalmente se atrevió a dirigirle la palabra: Oiga, señora, me puede hacer favor de obsequiarme un vaso de agua. Ella muy solícita, le llevó una jarra de agua de limón con cubitos de hielo, servilletas y una azucarera para que él se sirviera a su gusto. Esa escena se repitió varias veces hasta que una calurosa mañana de primavera, se saltó el muro y la besó con tanta pasión que ella sintió desvanecerse, pero Carlos la sostuvo con su musculoso cuerpo y la llevó hasta su recámara. Él se mostró respetuoso, pero aquel acercamiento la dejó gratamente impresionada. Es un muchacho decente –pensaba-, recordando la ocasión en que estuvo en sus brazos. Aun en los momentos que pasaba con su marido, venía a su mente la imagen imborrable del joven. Entonces apareció en el mercado un producto farmacéutico para curar la impotencia. De inmediato, el marido celoso

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compró varias cajas y esa misma noche se tomó una tableta y… nada, después otra y… nada; hasta la tercera pudo realizar el coito. Al día siguiente otra sobredosis. El infarto no se hizo esperar. Murió con una sorisa de satisfacción. Después del sepelio, no se volvió a saber de ella ni de Carlos. MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ RUIZ (Cuentos de la crisis).

MARÍA DE LA CRUZ Te voy a contar un recuerdo que se me ha venido a la cabeza, y vas a ver cómo al principio no es fácil mirarle el fin. Tendría 9 ó 10 años cuando llegó Titina al rancho, procedente del Distrito Federal. Su familia era dueña de una parte de la hacienda y año con año venían al rancho a recoger la cosecha. Su papá era militar y su mamá creo que era descendiente de los que habían sido dueños de la hacienda. Titina tenía dos hermanas, señoritas ya, y se burlaban de nosotras las niñas del rancho. Dante, así se llamaba su hermano, era cuatro años mayor que nosotras. Y Dante fue mi primer amor. Titina tenía blanca la piel y suave como los pétalos de las margaritas. Y cómo no iba a estar chula si comía bien y vestía más que bien; no como yo que comía carne sólo cuando había boda en el rancho; a pesar de todo, teníamos la misma edad y la misma estatura, y aunque esté mal decírtelo, yo también era una varita de nardo. El pelo me llegaba a la cintura, y tenía tanto, que mi mamá se daba gusto al peinármelo y orgullosa me decía: “ La niña Titina podrá tener todo el dinero del mundo, pero ¿cuándo éste pelo bruno de mi niña?”. Y me daba un dulce beso al terminarme la trenza. Yo conocí las muñecas de sololoy, gracias a mi amiga Titina. Y un día me prestó una para que me la llevara a mi casa. ¡Cómo recuerdo de ese día! No me podía dormir de gusto y por acariciar

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a la muñeca que tenía los ojos azules. Parecía que tenía vida; la paraba y abría los ojos; la acostaba y los cerraba; no me respondía, pero yo le contaba todas mis ilusiones. Fui tan feliz esa noche, que todavía la felicidad de ese tiempo me da fuerzas para aguantar el infortunio en que vivo. Bueno, pero yo más bien quería contarte de mi primer amor de niña; contarte de mi inocencia. Ahora me ven como si sólo hubiera maldad en mi vida; pero yo tengo mi cielo, allá, en los recuerdos de mi infancia. Un día fue Titina a pedirle permiso a mi mamá para que me dejara ir a jugar a su casa. Mi mamá me cambió de ropa, me limpió la cara con crema y recogió bien bonito mi pelo en una trenza. Los mejores zapatos que tenía estaban agujerados de las suelas y con un cartón disimulé su pobreza. La mamá de Titina no quiso que jugáramos en el cuarto de mi amiga y nos ordenó que jugáramos en la cochera. Allí estaba Dante con sus amigos y creo que les contaba de lo alto que está la Torre Latinoamericana. El “Chicle” y el “Diez”, así les decía a los chiquillos que eran los amigos de Dante, abría tamaña bocota de admiración, y cómo no iban a abrirla, si las paredes más altas que habían visto en su vida eran las de la hacienda del rancho. Dante le dijo a Titina que jugáramos con ellos a la “roña” y a las “escondidas”. El juego nos permitía tocarnos del hombro, de las manos y del talle. Y a mí me gustaba que Dante me agarrara las manos y me pegara la roña abrazándome la cintura. Me gustaba su risa y su piel blanca como la flor del alcatraz. Titina quería que comiera en su casa, pero sus hermanas le dijeron que no querían chiquillas rancheras y mugrosas en su mesa. Pero yo tampoco quería comer con ellas. Me daba grima su arrogancia. Y me fui a comer sopa de corazones a mi casa. Socorro Aguilar era mayor que nosotras; a ella ya se le notaban sus chichillas, paraditas, bonitas, iguales a dos picudos piloncillos. Con esa ventaja nos ganaba la atención de los muchachos, y

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a mí me dolía que Dante la siguiera, que le hablara, que se riera con ella. Un día no me aguanté y le dije a Socorro que yo quería a Dante, que se peleara con él, que ya no fuera amiga de Titina. Tenía miedo que Dante se enamorara de ella y que a mí sólo me viera como una chiquilla que aun jugaba a las muñecas. Socorro, para burlarse de mí, le contó a Dante lo que yo le había dicho. Y Dante se negó a jugar conmigo; incluso dejó de hablarme y me hizo sentir que lo avergonzaba mi cariño. Como no quería sufrir más, le dije a Titina que ya no quería ir a jugar a su casa y que tampoco quería seguir siendo su amiga. Hice un columpio en el fresno del corral, que también sirve de patio de la casa; y horas y horas me pasaba columpiando en él, hasta que mi mamá me gritaba que le fuera a comprar manteca o un cuarto de sal. Cuando iba a la tienda temía encontrarme a Dante o a Titina; yo sabía que con cualquier señal que me hiciera se doblegaría mi orgullo y luego luego iba a correr a jugar con ellos. Y es que la mera verdad, Titina era una novedad en mi vida, una mariposa en el paisaje triste del rancho. También la casa de Titina y la vida de su familia me servían de escuela, de escaparate para ver cosas bonitas: muebles, espejos, vestidos, perfumes y alimentos que en mi casa jamás íbamos a tener. Me servía para hacerme éstas preguntas, ¿quién dispuso que una familia tengan más dinero que otras? ¿Por qué hay niñas que nacen teniéndolo todo? ¿Por qué yo no tengo nada? A nadie encontré cuando fui a la tienda, por eso descaradamente volteaba y volteaba para la casa de Titina. Por la tarde fue Socorro a decirme que Dante me extrañaba; que ya no jugaba con la misma alegría como cuando yo jugaba con ellos; que fuera, que necesitaba verme. Yo era una niña aún, pero sentía que tenía poder aunque no tuviera dinero. Yo los necesitaba, pero me habían ganado en humillarse. Y me propuse obligarlos a que me rogaran más. Por ello le dije a Socorro: Dile a Dante y a Titina que soy feliz sin ellos.

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Nomás diles eso. Al otro día, Socorro me entregó este papel. “Diciembre 23 de 1980. Mañana nos regresamos a México. Vamos a volver hasta el año que viene. Eres la niña más bonita del rancho y me da gusto decirte que te quiero. Adiós, María, y recibe un beso. Dante Izquierdo Ricarday ” Nunca he olvidado una sola palabra escrita en ese papelito. Dante, ahora es ingeniero y su esposa es güera como él. Conozco a sus hijos que, ¿pudieron ser míos?!Claro que no¡ La distancia entre su familia y la mía era enorme y nuestras vidas tenían que seguir caminos diferentes. La pobreza se iba metiendo a mi casa con ganas y a placer; la enfermedad de mi mamá fue acabando con lo mejor que teníamos: la vaca, el tronco de mulas, la cosecha de maíz. Hartos médicos la recetaron, pero mi madre no tenía alivio. Mi papá la llevó hasta con los curanderos de Las fraguas y con los de La Monteza; Pero en lugar de curarse se iba poniendo así, como loca. Pero la vida no puede ser únicamente dolor. Mi mamá se marchitaba y yo me hacía mujer, señorita pues. Me veía en el espejo y a mis ojos les gustaba mirarme. Pronto empecé a sentir armonía en mis senos y abajo del empeine. De bien a bien no comprendí qué era aquello que sentía; pero el gallo y la gallina me abrieron los ojos para que viera lo que yo necesitaba. Quiero describirte mi casa para que tengas idea de cómo era mi castillo. Está hecha de adobes y techada con sábanas y salitre; es chaparrita, con piso de tierra y oscura como boca de lobo; tiene tres cuartitos y la cocina está negra de humo de leña y de cagarrutas; el patio es el corral, como ya te dije, y hacemos nuestras necesidades entre la huerta de nopales. Mi mayor lujo, era un radio de pilas que trajo mi hermano Alfredo de los “yunaites tates”. El agua la iba a traer de presa, y me gustaba ir por ella. Con el cántaro en el hombro lucía mi cintura y las curvas provocativas

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de mis senos; había día que llegaba a la casa cubierta de “flores”. La pobreza me obligó a trabajar en los viñedos de Tres Valles, y según yo, ora sí iba a comer uvas hasta hastiarme, como tenían harta las tunas de mi huerta; pero cuál no sería la realidad, por tener que cosechar 70 y hasta 100 toneladas de uvas, no teníamos tiempo ni para comernos una. Lloviera o tronara teníamos que cosechar el pedido. De tanto trabajo en la cosecha de uvas, les agarré coraje; por culpa de ellas me dolían las piernas, la cintura y mis manos se me estaban poniendo burdas y ásperas como las de los hombres. Ser pobre no quiere decir ser sucia, y menos cuando una no está de mal ver. Las ganas de que me besara y me abrazara un hombre se me iban acumulando como gotas de rocío en todo el cuerpo. Me gustaba ir al baile y de adrede me les juntaba a los muchachos, pero sólo a los que me llenaban el ojo. Pronto agarré fama de coqueta y jóvenes y viejos creyeron que iba pa´ piruja que volaba. Yo sabía que tarde o tempano me le entregaría a un hombre. Pero no llegaba al rancho el esperado. Uno de los choferes que cargaban las uvas en sus trailers me cayó bien cuando me dijo: -¿Cómo te llamas, palomita? Se me hace que las uvas de tus labios son más dulces que las uvas que cortan tus bonitas manos. ¿Me das una probadita de las uvas de tu boca? Le contesté: -Los besos son para los que se quieren, y usted no me quiere a mí. Y, además, el que me quiera probar ha de hacerlo por completo, pues mis labios no se hicieron para darse en caridad. Seguí arrastrando la caja donde iba poniendo los racimos de uvas, y Alejandro, así se llamaba el chofer, se río bonito y me dejó tranquila. Me daba rabia pensar que el futuro de las mujeres del rancho sólo fuera el matrimonio que, a veces, era como salirse del infierno para vivir sobre las llamas.

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Yo quería volar, irme a la cuidad, respirar otros aires, conocer otro mundo, no vivir mirando siempre al paisaje desolado del rancho y ser pretendida únicamente por los muchachos pobres, iguales que yo. El sueño se me quitaba pensando en la negrura de mi destino y lloraba por no poderme soltar de las crueles cadenas de la pobreza. Mi mamá cada día se ponía más peor y su enfermedad nos tenía enfermos a todos los de la casa. Mi único consuelo era salirme al corral por las noches y mirar, hasta cansarme, a las estrellas. Un día de plano no me pude dormir, me levanté y me paré en el quicio de la puerta que miraba al patio de la casa. Mi papá hacía poquito que había hecho una pila, sombreada por una mata de higo y por un laurel. Me había salido a gozar la luz de las estrellas, porque has de saber que de mi rancho lo más hermoso es su cielo estrellado. Cuando se me cansó el cuello de tanto mirar los ojitos del firmamento, bajé la cara y descansé mis ojos en la pila; y mis ojos se quedaron encantados y boquiabiertos: siete muñequitos brincaban y bailaban sobre los bordes de la pila. Vestían trajes brillantes y del color del arcoíris. Te juro que no me dio miedo mirarlos, pero tampoco acerté a arrimármeles y jugar con ellos. Mi encanto era mayor que mi alegría. Tú verás si me crees o no, lo que te cuento; pero te juro por la virgen que vi a siete hermosísimo duendes. Esa visión me hizo el efecto de una pastilla para dormir, y amanecí con un bullicio en el corazón. Con los ahorros que había ido haciendo con mi trabajo en la cosecha de uvas, compré una bicicleta en abonos, y así pude librarme de irme al trabajo como animal en un camión de redilas. El viento frio de las mañanas me ponía rojos los cachetes y me gustaba que me los pusiera así, de manzana de California, pues cómo no me chuleaban por ello. Alejandro iba a cargar su tráiler dos veces por semana, y dos veces por semana mi corazón empollaba sus piropos. Alejandro era diferente a los muchachos del rancho. Usaba tejana, pantalón

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vaquero y calzaba brillantes botas; me gustaba su bigote de alacrán, su pelo rizado, su nariz coqueta y el pocito que se le hacía en el cachete cuando se reía; pero lo que más me enamoraba de él, era su atrevimiento para decirme cosas bonitas. Sus requiebros poco a poco fueron apoderándose de mi ser, a tal grado, que ya me daba vergüenza trabajar como cualquiera de los hombres del rancho. Me sentía humillada y fea ante sus ojos. Nunca como entonces maldije tanto a mi pobreza. ¿De qué me servía trabajar de sol a sol, si la maldita pobreza no se alejaba de mi casa? Llegué a odiar a mi padre y a mi madre por haberme traído al mundo únicamente para vivir en la miseria. Titina ya tendría hijos, sirvienta, un hogar feliz. Y su piel seguiría blanca como los lirios o como las estrellitas de San Juan. ¿Y sus vestidos? !Qué chula se ha de ver con los vestidos de moda¡. Alejandro se fue metiendo en mi corazón hasta ocuparlo por completo. Casi todos los días tenía fantasías: Titina me prestaba su piel, sus manos y sus vestidos, y más hermosa que una gardenia, me le presentaba a Alejandro que, viéndome así, como una estrella, se quedaba mudo y ningún piropo sabía decirme. Segura de mi belleza me aprovechaba de su turbación, y ahora era yo la que le coqueteaba, la que lo ponía a temblar y a que sintiera lo que se siente estar en desventaja; pero lo besaba al final y, como por arte de magia, me alejaba de él envuelta en una nube. La verdad es que ya ni vivía tranquila, una pasión salvaje me recorría de pies a cabeza. Me acostaba como mi madre me trajo al mundo y me acariciaba con desesperación mis piernas, mis nalgas, mis pechos y mi sexo. Sentía al deseo morderme las entrañas y un jugo sediento de amor bañaba la flor de mi virginidad. Necesitaba un hombre. Necesita al chofer que cargaba su tráiler de uvas dos veces por semana. Le confíe a mi amiga Enriqueta lo que sentía por Alejandro, y ella me animó; me dijo más o menos: “Mira, Marica, el primer amor dos veces no pasa. Si no es casado tienes la esperanza de que se case contigo; pero si es casado, no tienes ninguna. Y en ese caso

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solamente tú debes decidir sobre tu vida y tu cuerpo. Tu felicidad puede ser también tu desgracia”. Me le entregué, Lupe, agotada de resistir por tanto tiempo aquel bárbaro deseo que no me dejaba vivir en paz y me quitaba el sueño. Me le entregué en el campo, bajo la sombra de un palodulce. No le pedí nada, esperando que de él saliera llevarme. Le había entregado mi tesoro y con él mi destino de mujer. Un día antes de parir el producto de mi locura, anduve bailando el “Pipiripao”; pero el amor se me había ido de mis labios, de mis brazos y, desde hacía mucho, de mi corazón. Y sólo vivía por vivir. Disimulaba la barriga de mi embarazo con una faja y poniéndome vestidos holgados. Los dolores del parto me empezaron como a las doce de la noche y antes de que saliera el sol, parí una niña. Ni un quejido salió de mi boca, y a la niña tampoco la dejé llorar. Cuando vi que ya no respiraba ni se movía, le quité la almohada de su carita, la envolví en una cobija vieja y como pude me salí a la huerta de nopales, escarbé un pozo y luego lo cubrí con pencas de nopal. A los tres días los perros sacaron a la criatura de donde la había enterrado; empezaron a investigar y la judicial me sacó del catre donde estaba tirada, pálida y con calentura. Y ahora, Lupe, ¿quién sabe cómo irá a terminar mi asunto? Pero me da igual, conozco la libertad y también me ajusto a la prisión. Aunque, viéndolo bien, nada es mejor que la libertad. JOSÉ RAFAEL ÁVALOS TINOCO (Las mujeres de César)

MI PADRE Atrapo rayos de sol con una mano o con las dos y, de repente, sin que nadie me vea, echo unos puñitos en la bolsa trasera del pantalón. Por la noche, en la soledad, saco esos rayos solares y los extiendo; al hacerlo, aparecen trozos de recuerdos de mi infancia en la memoria…y me veo correr por aquel campo polvoriento, correr

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rápidamente sintiendo gotas de sudor escurrir por las mejillas. El recuerdo de esa vida me reconforta, me hace sentir bien; al tiempo me sirve como un puente sólido entre mi infancia y mi mundo actual. En aquel entonces me aprisionaban las dudas, la desolación, la incertidumbre y muchas cosas más. Llegaba a la escuela y cavilaba si debía entrar o no. En una bolsa delantera del pantalón llevaba enrollado un cuaderno delgado y un pedazo de lápiz. En realidad me gustaba asistir a la escuela porque me sentía bien, porque encontraba algo que me servía, porque aprendí a leer y escribir y manejar números. Pero esa necesidad de trotar por los campos cuando niño fue importante, necesaria para mí. Esos recuerdos van ligados, siempre, a la escuela de la Coyuya: la “V-720” que se me aferra a la memoria, la pequeña estación de ferrocarril y el camino diario de la casa a la escuela y viceversa; con esos sueños infantiles para imaginar la vida en otra forma, pues brincando durmientes o caminando sobre los rieles me transformaba para entrar al hogar hecho una locomotora. Cuando hago memoria me veo niño viviendo en un cuarto pequeño pero alto, como esos cuartos de viejas casonas de hacienda. Ahí, entre un montón de herramientas, de fierros viejos, pedazos de flechas, tubos, tornillos de diferentes medidas y cuerdas y tuercas con diferentes cabezas, se encontraba la cocina (que también era comedor y bodeguita); en la esquina había una cómoda muy fuerte a la que le faltaba una hoja de la puerta, era una especie de santuario donde tú, padre mío, guardabas las herramientas con que trabajabas: pericos, stilsones, españolas, estrías, un caimán (llave vieja en desuso), tarrajas, machuelos, seguetas, serrotes, punzones, cinceles, martillos, marros, trapos viejos, estopa; en fin, un tesoro tuyo de mecánico. Para pasar de la cocina a una piecita que servía de recámara, había que saltar todo el montón de fierros. Recuerdo que teníamos un ropero viejo, y que una vez, jugando con un carrito con ruedas de baleros que nos habías hecho, nos deslizábamos mis hermanos Lupe, Tulia y yo, cuando una rueda de atrás se atoró en una pata del ropero y se nos vino encima. Ya

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mayores, al ropero le pusimos el nombre de SANTANA porque se quedó sin una pata, igual que aquel presidente que vendió, obligado por las circunstancias dicen sus defensores, pero vendió al fin y al cabo, gran parte de nuestro territorio a esa plaga de la humanidad que son los gringos. Padre, diariamente, te veíamos llegar borracho, tambaleándote, balbuceando una canción o hablando en voz baja: llegabas a tenderte en la cama y joder al que pescabas, con una mano lo cogías como si fuera pollo, un perro o un gato y lo apretujabas para sentirte acompañado; a veces, cuando no llegabas borracho (pocas veces que yo recuerde), nos pedías que te sobáramos los pies; quizá esta es la sensación más grande de cercanía contigo. Recuerdo, pero recuerdo bien, que estuve mucho tiempo cerca de ti sintiéndote, queriéndote a través de cada masaje. Ahora, evocando esos momentos, pienso que mi amor hacia ti haya entrado con el contacto de la piel de tus pies. Atrapo rayos de sol con una mano o con las dos y los guardo, cuidadosamente, en la bolsa trasera de mi pantalón; por las noches los extiendo en mi memoria y al hacerlo aparecen trozos de recuerdos de mi infancia e imágenes tuyas, padre mío. ÁNGEL GUTIERREZ. (El Fantasma Regresa).

DE POR QUÉ LOS MICHOACANOS LE CAEMOS BIEN AL DIABLO Desde mi oscuro origen fui creado para la maldad. Así lo entendí y lo entiendo…pero no para esa maldad violenta y alevosa al estilo “Fierro”, el asistente de mi general Villa; tampoco para la de esos detestables torturadores de mazmorra o desos d’izque desalmados que destazan gente a machetazos. También me incomodan los que arrastran vivos a los pobres campesinos que

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se niegan a seguir siendo explotados o a sembrar sus campos de “mota”, jalándolos con una reata sujeta a la silla de un caballo, despedazándolos entre el cerro; detesto a los que arrancan los testículos al padre delante de la familia y violan con todo tipo de excesos a las doncellas. Eso lo hace con destreza cualquier aspirante a judicial para ser admitido en la corporación; por cierto, los desmanes de estos malnacidos se conocen en todo México, y en el extranjero también. Aquí, en Michoacán, les ha tocado vivirlos en carne propia, imagínese ¡en Michoacán!, en donde se canta: “Palomas mensajeras deténganse en su vuelo si van al paraíso sobre él volando están. Dios hace mucho tiempo que lo quitó del cielo y por cambiarle nombre le puso Michoacán.” Hágame favor, en estas tierras abundantes en tradiciones y leyendas, tener que soportar tanta chingadera y perdóneme usted lo de soportar, porque lo otro está muy bien dicho, así como la persecución sufrida por los morelianos; hechos sangrientos propiciados entre los patrulleros y los judiciales, estos últimos bajo el efecto de estimulantes y con armas de alto poder, suceso que costó la vida a varios de esos enajenados, niños, mujeres y otras personas inocentes. Debo enterarlo que antes compadecía a los michoacanos porque tenían muy mala fama, pero ahora los comprendo mejor ¡no se asuste! Hay actitudes que me emocionan y desde hace tiempo influyen para que los respete y a últimas fechas hasta los estime. Antes de seguir con

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esta plática ¡déjeme echarle un buen trago a este “mezcal de flor” con el que hasta los ojitos me lloran! ¡Aaaahhh, y ahora con su salecita y su limón!: Esta lumbre sí me gusta Matarile-rile ron… Como le comentaba, a mí todos esos prepotentes y corruptos de los que sobran en todos lados, me tienen sin cuidado, o como dicen ustedes los mexicanos, con esa frase tan elocuente y viril que me gusta mucho, como tantas otras que usan: “ a mí esos güeyes me la pelan”. Pero no quiero enfadarlo. Nada más, imagínese, tener que estar en distintos lugares al mismo tiempo, desde antros, barrios bajos, cárceles, corporaciones policíacas, organizaciones políticas prioritarias y hasta laborales: se teme (CTM) pensar en líderes charros, cómplices de negreros y explotadores que integran el gremio de los privados de iniciativa; piensa, nada más, en laboratorios de investigación en donde me disfracé de reacción en cadena y rayo lasser. Preocupado porque la bomba de neutrones sea más efectiva y también la cocaína, heroína, mariguana, LSD y otras drogas que son un negocio ilícito que sirve como fuente de enriquecimiento a cientos de “narcofuncionarios”; tener que batirme entre los virus de la sífilis, la peste, la lepra, el cólera, el cáncer y el SIDA… ¡No le saque! ¿Cómo que le da asco y se le revuelve el estómago?...Bueno, bueno, no todo es repugnante…déjeme contarle mis experiencias en Hollywood y las Vegas. ¡Ah, sí, verdad, ahora sí peló tamaños ojotes! Bueno, pues viera qué trabajos pasé para salir de ahí, más bien mis ayudantes tuvieron que ir a sacarme. ¡Esos pinches gringos me deslumbraron con su maquillaje, escenografía y todo tipo de artificios, me convencieron de que…no dolía en absoluto y por el contrario era fascinante…ya me andaban… ya me andaban… bueno, deveras me costó trabajo “salir enterito”.

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Aunque en los tiempos de Nerón y Calígula, también me las vi negras, y no es albur…¿Qué ahora lo estoy “apantallando”? ¡Discúlpeme pero no es mi intención! ¡Salud, aaaaahhhh, qué bárbaros. Qué coñac ni que 8/4! ¡Mezcal, sí señor! En fin, periódicamente me doy un descansito y me visto de lugareño como en este caso; visito las agencias de viajes y alijo la región que me agrade. Pues ahí tiene usted que seleccioné Morelia, porque según los estudiosos reúne las características para ser Patrimonio de la Humanidad, y me vine. ¡Dónde me voy encontrando con unos pinches diablos hechos de barro horneado, feos y malhechos hasta la jodida, pintados con colores chillantes. ¡Cómo dicen por acá, más feos que usté y yo juntos y no agraviando a los presentes! ¡Ah, pero eso sí, muy originales, yo nunca los había visto! Lo que más coraje me dio, fue enterarme de ¡cómo se vendían, señor mío!...Mire, que haciendo negocio a mis costillas y sin pasarme ninguna “mochada”. Y todos, alemanes, japoneses, gringos, canadienses, sudamericanos y escandinavos, riéndose en mitad de incontables elogios para las figurillas que en un principio me parecieron “puras pendejadas”. ¡Me encabroné! ¡Sí, así como lo oye, me encabroné! Viera cómo me puse cuando supe que andaba de “souvenir” por todo el mundo, y que hasta los niños se reían de mí. ¡Yo de “hazme reír”! N’omás eso me faltaba, dije; el colmo sería que se supiera en el Vaticano! Pero no, para mi tranquilidad el mentado “souvenir” no había llegado tan allá…Pero deje echarme otro “mezcalazo” porque cuando me acuerdo de eso que le platico, hasta me duele el “locon”. ¡Perdón, el colon! Total que investigué y me hablaron de un pueblito “metido en el culo del…” bueno, usté conoce el dicho mejor que yo. ¿Y cómo se llama el pinche pueblo ese? Pregunté enojado. ¿Ocu…qué… ¿Ocumicho?... Sí, sí O-CU-MI-CHO, me lo silabearon ¡Uuuhhh, así ha de estar, exclamé con desprecio! ¡Nombre, la sorpresota que me llevé! Yo, en figuritas de barro horneado, agarrándome…bueno este… agarrándome “el dese”. ¡Hágame favor! ¡Me ganó la risa! Pero además ¡ja, ja, ja,! Me ponen con figuritas

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femeninas que semejan, según ellos, a cualquier mujer, hasta de entre las Once Mil Vírgenes. Y ahí estoy, con la lengua de fuera y los ojos pelones agarrándoles…agarrándoles, bueno usted sabe, ¡son figuritas de barro! Después de que me pasaron primero la bilis y luego la risa, no supe qué hacer. “En calidad de mientras me puse una mescaliza de aquellas”. Todavía me acuerdo de la cruda. Ya más tranquilo me enteré de que los habitantes de OCU-MI-CHO, obtienen su diario sustento de la venta de esas figurillas y, todos, inclusive los niños, desde su más tierna infancia recogen y amasan el barro para elaborar los diablos; sin ninguna malicia. ¡Imagínense YO el que hace estremecer los mismísimos cielos, convertido en fuente de trabajo! ¡Y una fuente de trabajo honesta! ¡Oiga, qué honor para mí!...¡Yo, el maldecido!...¡Como dicen los delincuentes “mamones” cuando se ven perdidos y no falta un pendejo que los alabe: si lo viera mi mamá! Confieso que se me rodaron “las de San Pedro”” ¡hic! Pero deje echarme otro “mezcalazo” a la salud de mi compañero de andanzas bíblicas, al que por poco me llevo entre las espuelas, antes de que el gallo cantara tres veces: ¡salud Pedrito! ¡Hic!... Por eso empecé a estimar a los michoacanos, porque ¡increíble! Ellos sí supieron hallarme el lado bueno…es el colmo ¡hic!... Así es que cuando quiera echarse unos mezcales conmigo o encontrarme el lado bueno ¡en buena onda!, venga a Ocumicho, aquí en Michoacán, y a la mejor hasta cantamos a dúo: “Palomas mensajeras ¡hic! si van al paraíso ¡hic! sobre él volando están ¡hic! Dios hace mucho tiempo ¡hic!... CARLOS OSEGUERA GARCÍA (Concurso de poesía y relato).

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AHORA SÍ, TE LO JURO Todo empezó cuando en el restaurante le pregunté directamente, sin darle tiempo a reflexionar, una respuesta estudiada, que qué pasaría si me enamorara de él. Con mucha calma continuó masticando con la mirada fija en el cuadro que estaba a mi espalda. En ese momento me di cuenta de que dos años de relación sin ningún compromiso de por medio son muchos días de zozobra. Son casi mil y un periodo de soledad infame. Al principio todo parecía fácil e incluso emocionante: tener novio y amante. Nada de complicaciones. Esa doble vida siempre deseada, tan interesante. Roberto odiaba mi amistad con Miguel, le parecía que me trataba con cierto desprecio y no entendía que defendiera tanto a un tipo tan corriente, pero, bueno, terminó por aceptar el hecho porque inventé que antes de que siquiera imagináramos que seríamos novios, “ese naco” ya era mi amigo. No le quedó más remedio. En cambio a Miguel no le importaba nada que estuviera enamorada de otro y al mismo tiempo fuera su amante, creo que hasta le excitaba el hecho y eso me molestaba muchísimo. ¿Cómo podía tomar tan a la ligera esa falta de respeto de mi parte? Decía que no le importaba: -Nunca disputaré un ápice en el terreno de tu amor Bob, querida pulguita –me decía y no sé por qué, pero siempre que me decía “pulguita” me preguntaba si acaso él daba por hecho que yo brincaba en cualquier colchón. Ya ves cómo es de vulgar, a veces lo odio, pero siempre que discutimos o cuando algo deja de funcionar digo lo mismo, que no lo quiero ver o que no le voy a hablar, sin embargo tú sabes, siempre se encuentran explicaciones, disculpas y perdón para seguir en la misma. Procuro no tocar el tema de nuestra doble vida –mejor dicho mi doble vida- porque la única que sufre soy yo.

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Entiendo el enojo de Roberto. Yo siempre andaba en las nubes y se dio cuenta. La última vez que nos vimos fue muy raro todo: él estaba ocupado en una exploración detallada de topografía: con una lupa grandísima se entretenía aumentando el tamaño de mis partes, pasaba la punta de sus dedos por mis pezones para después pegarse al lente y exclamar: ¡Es increíble! ¡Es un par de escalables y libidinosas montañas! Mientras él trepaba las montañas sin dejar de decir boberías, la imagen de Miguel empezó a ser testigo de la escena. No sé qué habré contestado a una pregunta de Roberto, tal vez me equivoqué de nombre cuando me hizo cosquillas en los muslos o ve tú a saber, el caso es que se levantó de la cama como loco, diciendo que desde que el tal Miguel era parte de nuestras vidas tenía la impresión de compartirme y eso no estaba dispuesto a soportarlo. Yo sentí bien feo; me puse a recoger mi ropa al tiempo que le decía: -¿Eres capaz de insinuar que soy una cualquiera, Roberto?, ¿Me crees capaz de?... -¡Entonces demuéstrame que no es verdad lo que estoy pensando, maldita sea! –vociferó. Me dirigí a la puerta ofendidísima. Desde ahí contesté: -¿Qué quieres decir con eso? -Simplemente que decidas: Miguel o yo. -Estás loco –dije al momento de salir y dar un portazo, aunque alcancé a escuchar cuando gritó que si cruzaba la puerta de la calle (dos pisos más abajo) todo habría terminado entre nosotros: crucé la puerta de la calle. Sólo unos días me sentí mal, luego dejó de importarme. Hasta llegó a aburrirme con sus posteriores disculpas telefónicas. ¡Cómo hay gente sin una pizca de dignidad! No lo soporto.

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Una semana después le hablé a Miguel para darle la noticia y sugerirle celebrar nuestra libertad: -Buenas noticias, Belcebú –dije tratando de ser simpática -. Ni te imaginas lo que te voy a decir, ¿verdad? -Jomo finches foy a jaberlo –masculló. -¿Qué te pasó?, ¿por qué hablas así? -Me estoy lafando lof dietef. -Adivina qué. -Mmmmh. -Roberto me terminó. Somos libres, ¿no es maravilloso? -Mmmh –murmuró antes de escupir-. Ven al departamento. Y me colgó. No sé, esperaba algo más… normal. Por ejemplo que le diera gusto, carajo; que me invitara a cenar, o bueno, ya que eso es lo único que le interés, pues hacerlo sin la carga moral de ser la novia de Bob. Algo así de cursi, de sencillo, pero no, sólo dijo “ven al departamento” y como una babosa me puse el vestido rojo –que él mismo me compró, el que Roberto decía que parecía que andaba encuerada -, las medias…bueno, todo eso, lo que a Miguel le gusta. Durante el trayecto, me repetía que era una locura, que tenía razón la vieja de las cartas cuando me dijo que me esperaba una temporada en el infierno. Se refería a Miguel, ¿a quién más?, ni modo que al tierno de Roberto. Ya en el departamento me sentí fuera de lugar. No tenía caso hablar de mi libertad. Me besó en la mejilla, ni se fijó en mi ropa, me llevó a la sala para leerme algunas notas del periódico, luego, vimos la tele un rato; como a las diez me preguntó si quería dormir en su casa. Le dije que sí. Pasó sus manos por mi cuerpo. Me pregunto si acaso es para él algo diferente mi carne o la de otra: me voltea, arriba, abajo, con

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luz, sin ella. Una corriente surge de mi centro, me reconozco, me gusto, soy libre, pero no lo puedo decir sino para mí misma. Hace que me sienta utilizada, como si sólo para hacer el amor sirviera…pero no se lo dije. Llegué a pensar que eso era estar enamorada, tú sabes, que él me amaba también…a su manera, aunque ahora, visto con más tranquilidad, era mi deseo solamente. Hace unos días me pidió que hiciéramos el amor en la cochera de cualquier casa, con el riesgo de ser sorprendidos. Me excitó la idea pero mis sentimientos eran ya muy encontrados, ¿hasta dónde era capaz de llegar él y hasta dónde lo permitiría yo? Fue una de esas ocasiones en que desde muy dentro tuyo una voz repite “basta, basta”. Por eso lo invité a cenar hace dos días. Le pregunté lo que pasaría si me enamorara de él. Supuse que dejaría de comer y no tendría tiempo de inventar una respuesta, pero con los dedos me indicó que esperara a terminar el bocado; mientras, detuvo la vista en el cuadro que estaba detrás de mí. ¿Crees que me contestó? No. Me pidió repitiera la pregunta ¿te das cuenta? Eso me humilló bastante, pero –cerrando los ojos y contando hasta diez- le repetí las palabras. Le pregunté si me amaba, ¿qué crees que me contestó el muy maldito?, que no sabía ni se iba a poner a investigarlo. Me recordó que su vida ya estaba hecha y no la cambiaría por nada (es decir, no por mí). Supe, ¡al fin!, lo que yo era para él: una simple puta –pero tampoco se lo dije. De ahí en adelante opté por no seguirlo en sus locuras. Nunca más –pensé-. Trataré de llevar la relación al terreno de la pura amistad y con sorpresa, frustración, coraje, descubrí que conforme pasaba el tiempo, él perdía todo interés en mí o disimulaba muy bien que tenía ganas de hacerme algo. Ayer en la mañana, cuando terminé de bañarme, encendí la grabadora del teléfono para saber si me habían llamado, pero el único hombre que insistía en obtener mi perdón era Roberto. ¿No tendrá un poquito de vergüenza este

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idiota? –pensé-. Si le pidiera que se me arrodillara, estoy segura que lo haría inmediatamente. Apagué el aparato de muy mal humor, me puse el vestido rojo, el liguero, las medias… el uniforme de batalla y enfurecida enfilé rumbo al departamento de Miguel dispuesta a hacer las paces: está bien, cabrón, tú ganas. Creo que sí le dio gusto verme. Me llevó de la mano hasta la computadora estaba jugando ajedrez –nivel cinco-. Estuve un rato observando las jugadas pero terminé por aburrirme y empecé a dar vueltas por la estancia, hasta que, sin poder disimular mi mal humor me dejé caer en el sillón y le lancé una mirada asesina. Santo remedio. Se levantó para sentarse junto a mí: “¿por qué esa cara?”, me dijo el muy desgraciado. “A ver, a ver, ¿qué querrá esta cosita?”, susurró en mi oído y metió sus manos entre mis piernas, “de seguro quiere hacer el amor esta pulguita, ¿verdad?” y ¡zas!, me dio un cabrón coraje que sentí que lo iba a matar; la sangre se me agolpó en la cabeza, apenas tuve fuerzas para articular las palabras: -No, pinche Miguel –le dije-, no quiero que me toques siquiera, no quiero volver a coger contigo nunca más, ¿lo oyes?, nunca más. Estoy decepcionada de ti, ¡perro! Quita tus manos de ahí o te vas a arrepentir, desgraciado. No me creyó. Empecé a zafarme de sus manos, pero no pude evitar que me quitara la pantaleta, traté de arrebatársela, pero con la mesa de por medio me pareció grotesco andar corriendo como locos alrededor; después de todo, ¿de qué pueden servir unos calzones? -Está bien, orate pervertido, quédate con ellos, pero te advierto que si intentas otra cosa te arrepentirás –le dije tratando de conservar la calma; él se puso la pantaleta en la cabeza como si fuera un gorro y avanzó hacia mí con una mirada lasciva, entonces, no sé por qué empecé a reírme. -¿Ahora me vas a quitar el brasier, verdad? –le pregunté al momento de tomar el monitor de su Hewlett-Packard y ponerlo sobre mi cabeza dispuesta a todo, a impedir que se acercara. Como

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no le vi ninguna intención de detenerse, cuando estaba a unos dos metros de mí le lancé el aparato y vi cómo su cara pasaba de la lascivia al estupor cuando se estiró tratando de atrapar la preciada joya cibernética que explotó al estrellarse en el piso. Se hincó ante el humeante objeto y luego casi llorando aulló: -¡Desgraciada!, ¡destruiste mi computadora, te voy a matar, por Dios que te voy a matar! Mientras él apagaba el fuego yo aproveché el momento de confusión para recoger mis cosas y alcanzar la puerta. Miguel, con mis calzones en la cabeza seguía tratando de apagar el fuego que su Hewlett-Packard producía animosamente sin dejar de dictar mi sentencia: -¡Morirás, méndiga, morirás! No pude evitar sonreír ante lo grotesco de la escena: un hombre todo lujuria que estaba a punto de violarme, ahora deshecho con unos calzones en la cabeza. Cerré la puerta. Me puse a pensar, luego de mi acto criminal, si en verdad Miguel sólo me quería hacer el amor. Nuestra relación tenía mucha comunicación… a su manera, claro. Me sentí muy injusta con él, por eso hoy fui al departamento, abrí sin hacer ruido. Ahí estaba, en la mesa del comedor arreglando algo –supuse que alguno de los componentes de su computadora-. Con un ademán, sin mirarme siquiera, señaló el sillón para que me sentara. Estaba arreglando la plancha. Cuando vi su monitor en la basura sentí bien feo. Saqué mi libreta para escribir una disculpa e irme, luego, al final, transcribí un poema que a ambos nos gusta mucho y que siempre creyó –él- que era mío: -Miguel –le dije-, perdóname. Dejó de conectar cables y se volvió hacía mí.

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-¡Qué estás haciendo? –preguntó hoscamente. Y le contesté con el poema, tratando de que eso fuera la declaración de paz: Dicen que un buen baño lo borra todo yo tengo años de bañarme frotarme enrojecerme y no he podido arrancarme tus manos. -¡Vaya!, andas muy romántica hoy. Ayer eras una pinche bruja de mierda –me recordó. -Ayer yo era eso que dices –acepté-, pero tú siempre has sido un demonio, un barbaján. Me utilizas, Miguel… y yo te amo. Dejó su actitud despreciable y acercó su silla al sillón. Puso sus manos en mi cuello, “Si me va a matar –pensé- éste es el momento”. Tomó mis manos y me besó tiernamente. Era algo inusitado, por primera vez tendría la ocasión de conocer al Miguel cariñoso, al hombre terrenal, humano, pero lo impidió la entrada intempestiva de una mujer. Era alta y muy guapa. Se separó de mí y nos presentó despectivamente, antes de volverse a ocupar del aparato descompuesto. Algo en la tipa me chocó, tal vez que al hablar no dejaba de echarse montoncitos de cacahuates japoneses a la boca para masticarlos ruidosamente o la confianza que tenía con Miguel. No sé si te he dicho que él es un alburero y pues se me pegó algo de malicia para esas cosas, por eso cuando ella preguntó con un tonito acá, medio pirujón: “¿Ya calienta el aparatito, Miguelín?”, supuse cualquier “aparatito”, menos que la muy piruja se refiriera a una plancha (eso me aclaró, después, Miguel) sobre todo por la respuesta del cínico: -No te la vas a acabar con tanto calor, mi estimada Mesalina.

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Releí el poema transcrito. Eran palabras prestadas para pedirle perdón y entregármele sin condiciones. Me sentí ridícula. La mujerzuela esa esperó por la plancha y se despidió de él –a mí ni me tomó en cuenta-, pero desde la puerta lanzó el último dardo: -Oye, Mike, ¿podrías ir hoy en la noche a darle una checadita a mi cocina?, necesita una inspección muy detallada, ¿sale? Miguel, con cara de idiota, movió afirmativamente la cabeza aceptando la propuesta. Me levanté dispuesta a no volver nunca más, pero ahora sí, nunca más. Miguel intentó detenerme –eso era lo que yo deseaba- pero sonó el teléfono y el muy maldito prefirió atender la llamada que a mí. Me detuve prudentemente en la puerta para agotar la última posibilidad, pero él, tapando la bocina, me despidió diciéndome: “luego te hablo, nena”. Por eso estoy aquí, confundida. ¿Qué tal si Miguel sí se dedica a arreglar planchas y revisar cocinas? Mañana voy a visitarlo. RAÚL MEJÍA (Banquetes)

EL TESTIGO Nuestro viaje tenía otras razones más allá de la diversión o de la búsqueda de experiencias nuevas; nos interesaba, más bien, caminar hasta el cansancio y el aturdimiento, con la intención de reconocer nuestro propio cuerpo, nuestra presencia en nosotros mismos. Al inicio no hubo mucho que pueda servir para el comentario. Nos divertimos un poco, jugueteamos, comimos bastante, descansamos también. A los pocos días nos topamos con una manada de lobos hambrientos que nos adelantaron al llegar a un poblado, al que entraron destrozándolo todo. Estaban locos y, en su locura, rompían y desgarraban lo que se encontraban:

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puertas, ventanas, la tibia carne de los niños, los suaves huesos de los ancianos, llenaban sus hocicos con la caliente y abundante sangre de mujer y hombre, despellejándolos para luego dejar un reguero de huesos por todas partes. Cuando llegamos aquello parecía campo de batalla, zona de desastre, nada se podía reconocer con certeza. Allí nos dimos cuenta de que nuestro viaje ya tenía sentido. Fuimos tras aquella manada de fieras, no puedo ocultar que nos llevaba un claro afán de venganza, deseábamos matarles como ellos hacían, pero poco a poco se nos fue bajando el coraje, sobre todo porque en varios días no logramos alcanzarles, nos llevaban mucha ventaja. El crimen siempre va delante de la justicia. Los destrozos que fuimos encontrando a nuestro paso, más que incentivar nuestro deseo de venganza, nos sumió en una gran preocupación. ¿Qué podía suceder a aquella manada? Ningún animal, por fiero que sea, causa tantos destrozos. Entonces vimos a otra manada que corría con el hambre a cuestas y la desesperación en sus hocicos; nosotros también teníamos hambre, el saqueo que hacían esos animales nos impedía obtener provisiones, pero no era como para volverse loco, como manifestaban aquellos lobos en sus miradas, en sus movimientos, en su carrera frenética que no parecía tener sentido. Luego encontramos a otra manada que, al igual que las anteriores, no advirtieron nuestra presencia o tal vez nos ignoraron en su vertiginosa urgencia de llegar a una cita a la que no deseaban retrasarse. ¿De dónde salían tantos lobos? Quién sabe, nosotros sólo tratábamos de no separarnos demasiado de ellos, pero no podíamos correr, saltar, lanzarnos como flechas al igual que ellos. Ni cuenta nos dimos, pero de pronto nos envolvía una delicada niebla que, lejos de desaparecer, se hacía cada vez más densa hasta llegar a ser, prácticamente, espesa. Quisimos alejarnos de ella pero estábamos totalmente desorientados, en vez de salir nos hundíamos más en su viscosidad. Comprendimos que aquella

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niebla sucia, maloliente, atraía a los lobos, entraban como tromba y prácticamente los oíamos pasar zumbando junto a nosotros, nada los detenía, se oía el grito sorprendido de algunos de nosotros al ser atropellado por la veloz carrera de los animales. No había forma de observar la niebla, pues estábamos atrapados por ella, emitía un extraño brillo y producía pequeñas ráfagas eléctricas que nacían de pronto con un leve chasquido, zumbaban zigzagueantes y luego morían a corta distancia, como latigazos luminosos que hacían a los lobos gruñir y correr más aprisa. En lugar de detenernos para explicarnos aquél fenómeno, caminamos con mayor rapidez, al grado de que pronto estábamos jadeantes, sufriendo un cansancio poco común, mareados por la pestilencia de la extraña neblina que cada vez se tornaba irrespirable. Pero no dejamos de caminar, íbamos tras las sombras de los animales, cuya vertiginosa carrera nos impedía ni siquiera tocarlos, a pesar de que sentíamos su roce, oíamos que chocaban -contra ellos y contra nosotros o contra las rocas- y caían, pero con su fatigada respiración volvían a levantarse y volvían a correr. Nos dimos cuenta de que todo lo que pisábamos estaba reseco y quebradizo. Tropezamos contra un enorme lobo, el miedo que tuvimos se hizo más intenso al darnos cuenta de que no rugía, sino que agonizaba entre horribles estertores. Más allá nos topamos con otro, luego otro más y así muchos lobos muriendo. Uno de ellos caminaba hacia atrás, lanzando grandes bocanadas de sangre por el hocico, ahogándose, hasta que cayó. Todos perdían su sangre por los oídos, las narices, el hocico, los ojos… nos llenaban de sangre al pasar, la lanzaban con roncos sonidos desde la garganta, como si les impidiese respirar, y todo quedaba impregnado de su sangre. A ese horror se sumó el darnos cuenta de que se les caía el pelo en manojos, peor aún, cuando nos rozaba alguno o lo tocábamos, nos quedábamos no sólo con los mechones de pelo, sino que también se les desprendía la piel. Un lobo se nos lanzó, pero no con la locura homicida que les habíamos visto anteriormente, sino en los estertores de la muerte,

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cayendo entre nosotros y, al quedar yerto, nos dimos cuenta que estaba seco, como lobo de taxidermista. Tocamos la arena y, aunque seca también, se nos adhería a las manos como si fuese lodo, pero quemaba. Nos topamos con un lobo macho que, con su hocico sangrante, empujaba a la hembra para que siguiese caminando. Muchos otros animales estaban despatarrados por aquí y por allá, intentando ya no caminar, sino solamente mantenerse de pie. Veíamos escasamente sus sombras entre la niebla quemante, pero cuando teníamos oportunidad de mirar a algunos más de cerca, nos daba horror ver sus ojos e inflamados, a punto de reventar, llenos de lágrimas. Todo su cuerpo parecía a punto de estallar y, en realidad, eso es lo que ocurría cuando les comenzaba a salir la sangre por los agujeros que pudiesen tener; a algunos les reventaba la panza, el cuello o la cabeza y quedaban tirados en los calambres de la muerte, para luego estarse quietecitos pero secos, bien secos. Varias veces vimos al macho empujar a su hembra, como si intentara protegerla, animarla, como si quisiera hacerle creer que más adelante se encontraba el paraíso de los lobos y que ya estaba cerca. Caía uno, luego otro, a veces ambos, pero él la obligaba a pararse y continuar; sus movimientos eran de ciego, pero algo les obligaba a continuar. En ese momento me di cuenta de que no eran los lobos, sino algo ajeno a ellos y a nosotros lo que nos obligaba a continuar adentrándonos en la niebla. Entonces intentamos mirarnos a través de nuestros cosquilleantes y ardorosos ojos. Nadie reconocía a nadie, teníamos los pómulos hundidos, el cabello se nos había caído, la sangre nos manaba de nariz, oídos, boca y ojos, la piel estaba agrietada y se nos veían los huesos, como si fuese papel untado en el cráneo. Nuestras manos y nuestros cuerpos estaban llenos de llagas. El terror se apoderó de nosotros, aullábamos peor que lobos y nos arrastramos como pudimos hasta que, después de mucho

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tiempo, logramos salir de aquella densa niebla, dejando pedazos de nuestro cuerpo regados por todas partes. Por pura inercia seguimos arrastrándonos, alejándonos de la nauseabunda nube hasta que no pudimos más y nos detuvimos. Éramos ya muy pocos y nadie podía saber quién era quién. Volteamos hacia la niebla en busca de los demás, en busca de las sombras de los lobos y sólo vimos un gigantesco hongo que subía hacia el cielo, como un homenaje a Dios nuestro Señor. JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ÁVALOS (Escritos para el WC)

SOLISTAS EN PELIGRO "Ahora sí", pensó M mientras se sacudía seis meses y medio de escepticismo sentimental. "Esto es diferente". Apenas dos semanas atrás ni siquiera se le hubiera ocurrido abandonar su maquillado, pulido y estoico celibato. Por primera vez en años, la teoría de la muerte del amor le parecía realmente convincente. Es más la había ido perfeccionando a través de conversaciones con amigos íntimos y en sesudas meditaciones vespertinas. Al fin, la paz del alma que su padre le reprochaba no tener estaba ahí, suave y redonda como una señora gorda. Pero justo cuando se disponía a bailar, agustinianamente, cantando "¡Se acabó el deseo, se acabó el deseo!", apareció M. Sus requerimientos eróticos le parecieron una grosera intromisión en su nuevo limbo, conquistado con tanto esfuerzo. Aceptó las primeras citas por pura curiosidad, aunque no sin cierta molestia. Casi de inmediato se dio cuenta de que M era una persona intratable, que en cada encuentro no hacía más que saludar y, acto seguido, enroscarse en una concha silenciosa. Esto enfureció a M, que se odió por haber roto su pacto íntimo sólo para darse de topes contra un crustáceo. Decidió poner fin a tanta insensatez, no sin antes explicar

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detalladamente a M que estaba ejercitándose en el arte de la ascesis para alcanzar la soledad perfecta, y que ahora, merced a esos encuentros incomprensibles, sus logros se verían violentados. Por lo tanto, lo mejor sería no alargar más la cosa. M escuchó atentamente. Dijo que no era su intención violentar nada, ni mucho menos entorpecer tan loable empresa. Dió las buenas noches y se fue. A partir de allí todo sucedió al margen de cálculos y voluntades. M y M se buscaron al día siguiente con sus respectivas noches de insomnio y llanto solitario a cuestas, y la luminosa certeza de que habían cometido un error al separarse sin haberse dado siquiera la oportunidad de empezar. “Hay señales inequívocas”, pensó M, “¿Quién soy yo para ponerle piedras de tropiezo al destino?" Ciertamente, M no había dejado de ser un crustáceo intratable, pero su absoluta necesidad de amor, su desesperación ante el abandono, estaban muy por encima de las burdas apariencias. En las dos semanas que siguieron casi no pudieron verse, M tenía que cumplir múltiples compromisos sociales y laborales, además de atender a un viejecito hospedado temporalmente en su casa y estar en ascuas esperando noticias sobre un curso en Nueva York. M, por su parte, debía correr de un lado a otro entrevistando mujeres violadas, presentar currículums en decenas de oficinas y entregar guiones en las emisoras de TV. Sin embargo, se llamaban por teléfono varias veces al día, y las conversaciones eran tan ardientes, que les fueron envolviendo en una especie de hoguera mística. “Y yo que no quería volver a saber de ti…”, decía M con inagotable sorpresa. “Pero yo insistí”, contestaba M del otro lado de la línea, “porque supe desde el primer momento que tu alma, aunque distinta, era como el espejo de la mía”. Las dificultades para encontrarse no hacían sino aumentar el fervor, M se levantaba cada mañana sintiéndose parte de una corriente cósmica de energía positiva. Dedicaba a M cada

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uno de sus gestos, de sus palabras, de sus pequeñas acciones cotidianas, aunque M no pudiera verlos. También M vivía anhelando a M, y felicitándose porque sus secretos encantos habían sido al fin descubiertos. Elaboraba frases prodigiosas para decírselas en la siguiente llamada telefónica. “Ahora sí esto es, seguro que esto es”, pensaba M, y resolvió no hacer más uso de su incredulidad y su cinismo anteriores, a menos que fuera estrictamente necesario. Valía la pena arriesgarse por alguien como M. Proyectaron ir al cine un martes, pero M tuvo que ir al dentista debido a un repentino y muy feroz dolor de muelas. Luego, propuso invitar a cenar a una pareja amiga el jueves, pero el amigo se enfermó del estómago y decidieron posponer la cena para otro día. El viernes M llamó a M para renovarle su promesa de amor y hacerle una formal invitación a su casa. Lástima que M tuviera que llevar su ropa a la lavandería, pasar por el supermercado y terminar de hacer las notas para una conferencia. ¿Qué tal si lo dejaban para el domingo? Hicieron todo lo posible, pero cuando M estaba a punto de salir, llamó a una prima desde el aeropuerto, venía de París con destino a Sao Paulo y sólo tenía esa tarde para conversar. Las llamadas fueron haciéndose cada vez más breves. Y después más espaciadas. Era de no creerse, comentaban M y M con desaliento sincero: el destino, que primero se había empeñado en unir a sus dos soledades –cosa que parecía a todas luces imposible- ahora no permitía que se reunieran a celebrar su Epifanía. Una mañana, con toda la resolución de vencer cualquier obstáculo, M llamó a la oficina de M. Una voz extraña le informó que M ya no trabajaba allí. ¿Qué hacer ahora? Se dio cuenta de que no sabía el número de teléfono de la casa de M, y el suyo no funcionaba desde hacía varios días. “¡Maldita sea!”, pensó M, “no es que no exista el verdadero amor, es esta ciudad, que lo complica todo”. JOSEFINA MARÍA CENDEJAS (El occidente de México cuenta.)

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INVENTARIO Aún ahora, mientras me preparo para la siguiente tanda, no entiendo cómo inicié esta afición de cazar animales en mis sueños y sonidos imaginarios mientras estoy despierto: a veces reales, cuando atrapo un ejemplar único, y desilusionado cuando éstos se extinguen de mi mente. Una mañana, mientras reposaba el desayuno en la hamaca, me sentí observado: fue un sentimiento de vergüenza, lo reconozco. Pero la verdad, me encontraba completamente vestido y no estaba entregado al ejercicio de los hombres sin mujeres. Me lo tomé con calma… estaba dispuesto a encontrar y castigar ejemplarmente al intruso que de alguna manera venía a destrozar mi rutina trascendental de todos los días… lentamente giré la cabeza y empecé, como si nada importara en el mundo, a revisar desde mi parapeto cada una de las rendijas de mi casa… quiero confesarles que sentí un alivio cuando descubrí que a través de las rendijas de luz, no encontré los ojos indiscretos de mi vecino o de un niño curioso, atraído por las actividades de un hombre solitario. A fuera sólo un pájaro desarrollaba su canto matinal. Continué como si el mundo se hubiera detenido: volaba por el aire ayudado por una cuerda amarrada a una viga. Sentía que ese objeto, en mis manos, cobraba un sentido extraño… me seducía: la vi retorcerse como una bailarina que me pasaba sus brazos cálidos por el cuello. Sentí ganas de orinar, de inundar la taza: noté que mis testículos se ocultaban como la cabeza de una tortuga en su concha. Se protegían de lo desconocido… Fue entonces cuando escuché una vocecita dulce que me llamaba a explorar territorios vírgenes: “Ven, ven, conoce un mundo feliz… -la voz era un imán irresistible- ven y verás la luz del otro lado… te dejarás caer y sabrás que la noche dura un solo instante”. Cuando abrí los ojos, descubrí que la cuerda era una serpiente que guiaba mis manos… me conducía por la pista como si ensayara un vals de quinceañera. Me hablaba por su boca de henequén y me hacía señas con su lengua bífida.

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“El mamífero que busco no es blanco ni tigrado, más bien es oscuro… Anoche salí a buscar un gato negro. Deambulé mucho. Pude haberme topado con cientos o miles de gatos negros, pero no logré ver alguno porque me cegó la oscuridad”, les cuento a las personas en la calle…

Aseguran que estoy loco, que nada valgo… esta noche, lo confieso como un primerizo, he aceptado: la cuerda me ha llamado a bailar la segunda pieza. RAMÓN LARA GÓMEZ (Circuito interior)

ACASO EL MAR Sigue lloviendo ritualmente; ha pasado un avión del que sólo se distingue el ruido. Me sigue preocupando la carta, esa respuesta exageradamente lacónica, fría, cortés, casi metálica; la última frase como un relámpago o un indiferente beso en la mejilla:”… recibe un saludo desde un sano rincón del desastre”. Por las noches, casi siempre después de las 12, pronuncio su nombre más de diez veces, sonriendo como si la tuviera frente a la cabecera de la cama; cinco letras silenciosas, desesperadas, siempre como un anzuelo o como una obligación al espejo indolente. Coincidimos en la visión trágica de Silvia Plath como si hubiéramos abierto la misma ventana los dos al mismo tiempo. Continúa lloviendo, a veces es el ruido de las gotas pesadas sobre el techo de lámina del cine, otras, es casi imperceptible; el agua se filtra por la puerta negra de fierro a través de la rendija de la esquina derecha que nunca cierra completamente ¿Por qué una respuesta de nueve líneas?, ¿Sorpresa estremecedora y aceptada, o rechazo indignado por ese paquete?; ¿Escuchará todas las canciones para fundamentar su odio?; ¿Será grotesco y malo el pequeño poema? Una golondrina choca contra el cristal de la ventana y comienza su vuelo escapatorio. En el jardín las rosas en cadena

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sangran de sus pétalos abiertos. El carrete de la máquina de escribir es un melón dentado gigantesco; los techos como palas mecánicas o dragas invertidas y devastadoras. Tu rostro es un ojo bestial e incandescente que me mira. ¿Por qué la dirección en el sobre si no quería respuesta? La hoja elegante llega al techo ahí donde mi hermana sepultó al “Rodrigo”. ¿Recuerdas cuando tradujimos aquel poema de Prevert y nos acariciamos durante 6 horas, y nunca supimos dónde terminaba el trabajo alquímico, desgarrador, del desciframiento del poema y dónde empezaban nuestras caricias o al revés? Se oyen campanas sordas a lo lejos, lentas y pesadas como si las tocaran bajo el agua y nuestras cabezas fueran el badajo. El aire empuja las hileras de lluvia hacia un muro ensangrentado y va cuadriculando con las letras despintadas el espacio gris. (Esa alianza tuya con el mar, la complicidad sin concesiones con la espuma azul y el horizonte; el largo malecón de cemento con los barcos anclados como un telón de fondo a la ternura). Una ola pesada golpea mi oído izquierdo, otra mi oído derecho; tu risa y tus dientes de loba en la mitad de agosto. Ahora viene el mar de frente inundando los ojos, la nariz, la memoria, entra violento y con cristales molidos en mi cuello y mis costillas. Corto una rosa casi líquida para ti, la pongo en tu pelo en medio de la lluvia, te corono; beso el borde de tu largo vestido negro, lloro sobre tus píes de niña húmeda. Un pájaro canta estremecido. Anochece. Tiembla bajo mis píes adormecido. Anochece otra vez. Ahora el sol encandilante como si hubiera caído al techo de mi pequeño cuarto oscuro. Ha dejado la lluvia su cicatriz en la ciudad. Llevo la carta a la función de cine, la acaricio, siento un miedo terrible de abrirla aunque casi adivino lo que dice con la mayor sutileza del mundo:”…vuelve los ojos del corazón a otra parte”. Te acaricio y retrocedo al mismo tiempo. Te reconstruyo. Tus cabellos revueltos caen sobre mi cara como plomo caliente, tus labios me tapan la nariz y la boca; me hundo y sobrenado en el centro de tu cuerpo sin alcanzar la orilla; por

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las veinte uñas penetra el fuego acerado, los cigarros se apagan en el pecho y la piel como en un charco frío; las alas de un pájaro de piedra me taladra la nuca; el frío negro entra por los testículos; el mar se viene encima; la lluvia chilla como un loco; en cada flor hay un puñal brillante; todo vuelve a girar inevitablemente; se oye a lo lejos: confiese…,repiten como hablando en un vaso de cartón vacío: confiese cabrón… GASPAR AGUILERA DIAZ (Noviembre y pájaros)

RENCILLAS Estaba sentado, frente al televisor –blanco y negro-, cuando oyó los disparos. Se sacudió como si él mismo los hubiera sentido metérsele en la carne, perforándole el pecho. Un golpe terrible, como de sobresalto o corazonada, le hizo nudo de angustias en la panza. Se levantó de su equipal de cuero con los ojos nublados por el presentimiento, buscó el sombrero, mal se lo puso en la cabeza; con el hombro derecho golpeó la hoja de la puerta y, con sus pasos lerdos, agarró la línea de la media calle. Nunca volvió los ojos para mirar la puerta que se quedó entreabierta. Sus pies, macizos todavía, quebraban los charcos que la lluvia había dejado sobre el pavimento, hinchándole, con la humedad, las suelas de sus guaraches de tres correas. No podía correr ni trotar siquiera. Sus ochenta y seis años le pesaban como pesa la vida. Pero firme, decidido, iba seguro al punto en que lo citaron los disparos. Pasó la calle de las Cuatro Esquinas y la cantina de Juan Picazo. No se detuvo ni con el rabo del ojo, para mirar las cabezas de los que se asomaban a la puerta cuando iba pasando. Alto, todavía. La anchura de sus hombros, el peso de su cabeza y el tiempo, le inclinaban los ojos hacia la línea de sus huellas. Y su rostro, surcado por los arados agresivos de los días, dibujaban contra el renglón de la calle su caminar resuelto.

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Pasaba por la farmacia de Jorge Pérez cuando vio la bolita de hombres rodeando el bulto. El corazón como que le golpeó más fuerte. No alargó el paso porque ya no pudo. Y sólo echó a correr con la mirada. Cuando llegó se abrieron todos para dejarle el paso y vio, con los ojos quebrados por los vidrios del llanto, el cuerpo desmadejado de su único nieto. No se asomó a la cara para verle los ojos. Mucho menos le buscó en las pupilas la sombra del hechor. Eso ya lo sabía. Con un ademán enorme, desde el cielo a la tierra, le cerró los párpados para que no siguiera viendo las costras ásperas de la muerte. Le metió las manos por la espalda y, acunándolo en sus brazos con el mayor de los cuidados, inició, con una lentitud dolorosa y armónica, el regreso a casa. Las miradas del pueblo se le fueron colgando a la sombra irascible de su pena y un llanto amargo, como de historia contada a martillazos en el corredor de los recuerdos, caía por los canales de las tejas, como un regalo de la lluvia. Nunca contó mi madre la verdadera historia de Epigmenio Cabrera. Ella la empezaba siempre cuando los alzados del 27 treparon por el cerro de Santiaguito, hicieron campamentos en las cuevas y en las barranquillas, entre los uvalanos y los tepames, entre los cacirpes y las zarzamoras, entre los ciruelos y los pitayos; y decía que se subió al cerro con ellos, llevando en el puño de su mano derecha la guadaña cortadora de leña, y al hombro el yelgo de la paja. Más de seis meses duraron en el monte hasta que vino el exhorto y se abrieron los templos. Repicaron las campanas cuando bajaban las sendas altas que desembocaban a la calle del Pedregal, con los ojos hundidos por el hambre y azorados por el miedo incomprensible de una amnistía de polvo, apuntaba la fila de los diez y ocho cristeros. Jerónimo González iba al frente, y al último, al final de todos, arrastrando los pasos, con los ojos al piso, como no queriendo volver, como raspando con sus guaraches de tres correas la piel escamosa de los empedrados, Epigmenio Cabrera traía en el puño de la mano derecha su guadaña

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cortadora de leña y sobre el hombro el yelgo de la paja. Hubo fiesta y música de banda. Sonaron las ristras de pólvora en todas las esquinas, festones de papeles de china escribían en la calle un mensaje de paz. Y todos, los que se quedaron escondidos en los tapancos de sus casas y los que volvieron, vestidos de hombres, de otros pueblos, bailaban y bebían el mezcal de maguey bruto alrededor del quiosco. Al rato, de los diez y ocho cristeros ya nadie dijo nada. Humildes, nostálgicos y enfermos, se perdieron en las calles estrechas de Tortuga, sangrando por la luz de sus ojos la herida de los barrios y tocando las puertas de las casas; las casas de sus madres, las casas de sus hijos que se abrían temerosas con el crujir del miedo. Nunca contó mi madre, porque no lo supo, las penas que pasaron los cristeros cuando volvieron a sus casas, el sobresalto en el corazón por cualquier ruido extraño, el susto y el temor por todo y el esconderse detrás de la puerta, debajo de la cama, junto al fogón de la cocina cuando alguien tocaba con el puño de sus manos y las hojas de las puertas les enfermaron la vida. Días después, sin aviso, se fueron muriendo de repente. No había explicación posible, sólo quedaban con los ojos abiertos, alucinados, colgándose al cielo del tapanco, sostenidos del caballete de la casa. Sólo quedaron vivos Jerónimo González, entre las magueyeras del Pedregal, y Epigmenio Cabrera en la huerta de Basilio Frutos. Mi Chirongo lo dijo una tarde en el pasillo de su casa, detrás de los helechos, bajo la parra amarga; la misma tarde en que le mataron, a Epigmenio Cabrera, el tercero de sus hijos. “Las cosas vienen de más atrás, antes de la guerra de los alzados. Y ustedes sabrán que el Zamorano y Cabrera eran amigos, pero amigos de los buenos, de los de ley, de los que comparten todo, de los que van por todas partes chorreando juventudes, rasgándose las fuerzas con una vitalidad que no detiene el tiempo. Trabajaban juntos en la leña y en la paja; desafiaban juntos la creciente del río después de la tormenta; juntos se tiraban,

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desde los brazos gruesos de los uvalanos y, nadando como peces, llegaban casi al mismo tiempo hasta las jaras y los andenes de la otra orilla. Y así, era una competencia en todo, quién cortaba más leña, quién aventaba más paja, quién subía la cuesta del santuario, quién era el primero en todo. Y la última tarde de la amistad, la hora de los rompimientos, el alto punto de las definiciones se dio cuando los dos, jinetes de los mejores caballos, se jugaban en una carrera la gloria de los triunfadores, el galardón de los campeones bajo los ojos de María Moreno. Salieron igual, siguieron igual y a mitad de la pista, tal vez un chicotazo, tal vez un grito enorme, tal vez… señaló el punto virtual de la derrota. Alguien –por una nariz, como se dice- le ganó al otro. Sólo ellos lo supieron. Como que lo sintieron en la sangre. Como que lo escribieron en sus ojos, como que lo marcaron en su piel. Y los dos se bajaron de los caballos todavía corriendo. Y los dos se fueron al encuentro como para abrazarse pero se dieron de golpes, cayeron sobre la tierra suelta de la pista, era lo más parecido a una pelea de gallos. Se revolcaron, se mordieron, se patearon, se hincharon la cara con los golpes y de pronto, entre la rueda de los asuzadores y los curiosos, se separaron jadeantes, respirando el aire de su propia rabia y los dos, al mismo tiempo, agarraron: el Zamorano la guadaña cortadora de leña y Epigmenio Cabrero el yelgo de la paja. Los dos se amagaron con las armas. El coraje se les metía por la sangre de los ojos. Las venas de la ira se les brotaban por los brazos. Una fuerza volcánica les salía por los poros; el Zamorano se avalanzó con la guadaña, su impulso tenía las ganas de partirlo en dos. Epigmenio, sentado sobre la tierra suelta, trillada por los cascos de los caballos, sintió venir el golpe y, como para defenderse, de esas veces que las manos las apunta el instinto, su yelgo fue derecho a la panza de su amigo y se clavó, pero no en la panza. El yelgo amellado le perforó el astro virgen de sus hijares, el Zamorano soltó la guadaña y se llevó las manos a donde, el que había sido su amigo, se lo había clavado. Sus manos temblorosas e incrédulas se llenaron

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de sangre rayada por un líquido lechoso. El doctor Estrada dijo “le perforó el izquierdo”. Y la gente de Tortuga comentó en las esquinas:”caparon al Zamorano”. Los días de la convalecencia el Zamorano se los pasó rumiando su desgracia. Era duro saber que ya no se era hombre para nada. Y más duro, todavía, era sentir que se le había cortado el hilo de la sangre. Nadie nacería de él. Sería un árbol seco, estéril, vacío, anovillado. Y en esos días, con esos pensamientos, con esas razones, con esas tragedias, se vino la turba de la cristiada rayando con el hierro de su insidia los empedrados estrechos de Tortuga. Y el Zamorano se hizo de los de arriba, se juntó con Luis El Chunde, Alfredo La Guada, los Picazo, La Chiscuaza, El Bofe, El Zarco y La Violeta. Se engavillaron en los altares de los templos y en los puños altos de los campanarios; salían después de la queda y se metían a las casas para robarse, por un rato, a las mujeres. A los hombres los lazaban con sus reatas de Chavinda y, a cabeza de silla, los arrastraban por la plaza. Fusilaron a algunos, colgaron a otros y los que volvieron, heridos en su cuerpo y en su orgullo, escaparon entre la mezquitera contra el oscuro muro de la noche. Algunos, vestidos de mujeres, huyeron a Jalisco. Otros se subieron a los tapancos y de allí no bajaron hasta lo del exhorto. Y Epigmenio Cabrera tomó su guadaña de cortar leña, se echó al hombro el yelgo de la paja y en la madrugada de un día no señalado, se subió al monte para unirse a los cristeros. Pero aquello pasó y el infierno de los pueblos pequeños echó lumbre a los hachones de julio. El Zamorano masticaba el mosto amargo de sus impotencias y Epigmenio Cabrera hacía crecer la mata de su raigambre, a los pies del corral, en la huerta de Basilio Frutos. Y le nacieron los hijos igual que los quelites sobre la tierra buena. Y la llaga en el alma del Zamorano se pudrió sin remedio. “Díganle que tenga hijas, porque a los hijos se los voy a matar, uno a uno, cuando más le duelan. Lo mismo voy a

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hacer con sus nietos”. Y Epigmenio tuvo cuatro hijos, los mismos que murieron violentamente. Nadie puede decir que, personalmente, el Zamorano mató a los hijos de Epigmenio Cabrera, pero todo Tortuga sabe que él lo hizo. Nunca, nunca, los recados del Zamorano hirieron tanto la voz de la respuesta. Todo se pagaba con un silencio complicado, como de aceptar el castigo, como de pagar con la moneda ajena la deuda personal, como de pagar con la vida de sus hijos la vida de los hijos que el Zamorano no pudo tener por aquel yelgo clavado en sus hijares. Epigmenio Cabrera pensó muchas veces que ya todo estaba en paz, que ya nada valía la pena insistir en el hierro clavándose en él para quitarles la vida a sus hijos; que ya era mucho estar aquí, a dos cuadras de distancia uno del otro, pagando con lo que no era suyo. No sé cuántas veces Epigmenio tuvo deseos de llegar a la puerta del Zamorano para decirle que allí estaba él, que no tenía que mandar matar a sus hijos, que lo matara a él y que se acabaran todas las cosas, para que esos retazos de familia que le quedaban pudieran salir a la calle sin el temor de recibir, como todos los demás, el golpe de la muerte en las espaldas. Las fuerzas y el valor le sobraban para hacerlo. Y lo hizo, más de mil veces, a todas horas, en la mañana, al medio día, en la tarde y en la noche. Pero no encontró respuesta. “Déjenlo que se canse, que toque cuanto quiera, que grite y se desgarre por la muerte de sus hijos que yo no pude tener. Y más le va a doler cuando le mate al nieto”, decía el Zamorano. Y así fue. Epigmenio Cabrera llevaba el cuerpo acunado en los brazos y una quemazón en las venas le incendiaba por dentro. El dolor y el coraje se mezclan sólo para vencer al hombre. Ninguna herida causa tanto daño como la que se hace para cortar el tronco que sostiene la vida. Y que le mataran al nieto en plena flor de la edad: el que escuchaba sus pláticas, el que sabía sus secretos, el que le ayudaba con los trabajos del ecuaro, el que le traía el pan y el agua en la tarde más alta de su vejez, el que cada noche

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pasaba para decirle “nos vemos abuelo”; el que estaba al pendiente de abrirle la puerta todas las mañanas, el que le untaba puños y puños de crema de coco para suavizar las tecatas de sus piernas, el que le daba sus pastillas a tiempo, el único que sabía, a ciencia cierta, lo poco que le importaba la vida. Y se lo mataron la tarde del aguacero. Con el hombro izquierdo volvió a golpear la hoja de la puerta al entrar a su casa, por la caja de la televisión –blanco y negro- salían unas voces que no le decían nada. Puso el cuerpo sobre la cama y empezó a amortajarlo con sus sábanas cuando se asomó Mariquilla, la de Candelaria. Encendió las cuatro velas gastadas que ya tenía y las puso en las cuatro esquinas de su cama. Se sacudió las manos en los costados del pantalón y le dijo: “cuídamelo, voy por la caja”. Mariquilla no supo para qué quería la guadaña de cortar leña hasta que Epigmenio torció la esquina. Llegó a la casa del Zamorano. Con el puño de la guadaña le tocó al zaguán, una y otra vez. Los vecinos asomaron la cara contra el cuchillo de la calle. Las mujeres abrieron los postigos de todas las ventanas mientras los golpes, rotundos y pesados, herían el cuerpo plano de la madera seca. La noche iba creciendo. El agua de los charcos se quebraba con el peso del hombre. A los guaraches de tres correas se les hinchaban las suelas. Por la mano baldada por tanto guadañazo le escurría un hilillo de sangre. La guadaña manchada y la camisa rota. En su casa había duelo. Las mujeres rezaban. Él entró a la cocina y se lavó las manos, arrinconó la guadaña y se vino al velorio. Dos gendarmes, de los de Mateo Gutiérrez, se estuvieron con él toda la noche y, al día siguiente, después de sepultar él mismo, con su pala y sus manos, el cuerpo de su nieto, lo escoltaron hasta la cárcel LUIS GIRARTE MARTÍNEZ (Rencillas).

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AHÍ TÚ VERÁS La tía Emma fue la que envenenó al huésped. Ella tenía el único restaurante por estas tierras; cuando a lo lejos se levantaba una nube de polvo o se oía el asmático claxon del camión de pasajeros, calentaba, solícitamente, las cazuelas. Sabía que en él vendrían clientes hambrientos, pues el camino es largo por cualquier lado. En esta parte, todos los pueblos o rancherías están más que retiradas. Aquí descubres que la distancia se mide por cerros y no por kilómetros. Los cerros te llevan al paraíso del olvido. Porque al mundo del que tú hablas le somos completamente indiferentes. Nuestra realidad es ésta: la plaza, como la has visto, es nuestro punto de referencia para hablar de los de arriba o de los de abajo, y en ella dominicalmente dan la vuelta las mujeres por la derecha y los hombres por la izquierda. También en ella consigues mandaderos o alcahuetes. Todo esto te lo digo porque tengo años viendo desde esta puerta idilios y balaceras. Pero, bueno, un día llegó el camión. Se estacionó como de costumbre de frente al negocio de mi tía Emma. De él bajó el huésped y mi tía desde ese momento se sintió despreciada: el aroma de sus cazuelas no detuvo ni un instante al apuesto visitante. Saltó del camión y, directamente, se dirigió al ayuntamiento. Era el esperado inspector de rentas, por lo que mi tío Nacho, entonces presidente municipal, lo vino a hospedar a esta casa. Aquí la abuela le asignó el cuarto más apartado de nuestra habitación y cambió su cama cerca de la puerta, a la que desde entonces le pone dos trancas. Mi abuela bien que presintió que el huésped podía desatarnos la primavera, sobre todo a la tía Carmelina.

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Mi tía Carmelina se sorprendió al ver que todas las mujeres del pueblo pasaban a dejarnos que natillas españolas, que dulces de pasta, que esto y que lo otro. Inventaban pretextos para visitar la casa y de pasada coquetear con el extraño. Tú, aquí, has visto que abundamos las solteronas y que somos un pueblo con más muertos que vivos. Según eso, mi tatarabuelo junto con otros parientes fueron los colonizadores de estas tierras donde dicen que un día hubo oro, pero ahora lo único que hay es tristeza, muchos viejos y muchas mujeres. ¡Y para colmo, casi todos somos parientes!... Antes de que tú llegaras, el cura era el que nos calmaba el hormigueo de las piernas. Por eso, aquí somos muy devotas y él no te mira con buenos ojos. Pero, bueno, te estaba platicando del huésped. Yo pensaba que iba a durar uno o dos días, pero quién sabe qué cuentas se le atravesaron que se tuvo que quedar por el resto de sus otoños. La abuela, como siempre, ha pecado de pudorosa, decidió que ella le lavaría la ropa. No quería que sus muchachas vieran prendas íntimas de un caballero. Mi tía Carmelina hacía los alimentos, yo, como de costumbre, aseaba toda la casa. Cuando alguien se aloja mi abuela es la que indica la hora en que puedo pasar a asear la habitación. Al huésped yo le estiraba bien las sábanas y le enjuagaba rápidamente la bacinilla, aunque siempre amanecía vacía, pues nunca la usó. Ya te he explicado que aquí las noches son frías y que, además, los baños o letrinas quedan lejos de los cuartos y por eso se acostumbra a dormir con bacinilla o bote amplio al lado. Bueno, mientras yo me esmeraba en limpiarle la habitación me imaginaba que el huésped me hacía el amor. Me di cuenta de que mi tía ya había transitado por esa cama. La chimenea, como si estuviera embrujada, sacaba los olores más apetitosos que existieron. No tuve la menor duda: mi tía Carmelina le enjarraba el sueño al visitante.

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Por eso fue que mi tía Emma vino a husmear en la cocina; ella se jactaba de que en toda la región nadie lograba la seducción de sus platillos; las tripas de envidia se le retorcían y no se equivocó al presentir que el culpable de aquellos exquisitos olores era el huésped. De buenas a primeras, a la mañana siguiente, la tía Emma se apareció en el portón, diciendo que le traía queso recién hechecito al visitante. Todas nos sorprendimos porque ella nunca daba algo nada más porque sí. El huésped, para no desairarla, tomó una gorda hecha por las manos de mi tía Carmelina… En realidad disfrutó el mentado queso fresco y lo elogió; la tía, complacida, le susurró algo al oído que lo hizo sonreír, le guiñó un ojo, dio la media vuelta y se fue dejando su inconfundible aroma a incienso. La abuela apretó los labios y le dijo: “Vete Satán”. La pobre tía Carmelina se consumía en celos. La abuela no quiere para nada a la tía Emma, porque además de que viste estrafalariamente, con vistosas túnicas, que ni así se le disimulan sus generosas carnes, la abuela sabe que ella maneja a las mujeres de renta del pueblo… Aunque aquí todas las mujeres, si nos tienen paciencia, nos damos solitas, claro a excepción de la abuela. Al alba siguiente, mientras mi abuela, como todas las mañanas, estaba en misa, yo decidí aventurarme y entrar al cuarto del huésped. Esa mañana estaba dispuesta a insinuármele por completo. ¡Cuál va siendo mi sorpresa! El desventurado huésped estaba todo tieso y desnudo; antes de salir toda espantada y alarmada, le di vueltas a la cama y vi que la bacinilla tenía por primera vez orines. Inmediatamente descubrí que no había pasado la noche solo y que además, tenía como canela molida en los labios. Para mi adentro me dije: fue la tía Emma, de eso no hay duda. El cura, hacía mucho, me había confiado que él ni de chiste le chupaba o le agarraba un seno a doña Emma porque

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llevaba muchos polvos untados. Me le quedé viendo al desdichado. Los dedos como si fueran de trapo me los retorcía, los tronaba o apretaba, sentía que la angustia se me enroscaba en la garganta. No tuve más remedio que tapar al infortunado huésped, y toda nerviosa aguardé a que regresara la abuela. La abuela y el tío Nacho decidieron no comunicarle a nadie la muerte del huésped. Lo enterramos en el huerto, la única que lloró fue la tía Carmelina. La abuela la regañó, le dijo secamente: “cállese, taruga, lo hubiera cuidado”. Desde entonces, nada más la tía Carmelina es la que entra al huerto. Las vecinas se molestaron porque no les avisamos que se iba a ir la visita. Se fue intempestivamente, les aclaró la abuela. El pueblo dudará de la palabra del cura pero jamás de la de mi abuela. Así que ahí tú verás, te puedes meter con quien tú quieras, pero aguas con la tía Emma. Así que, ahí tú verás, te puedes meter con todo el pueblo, pero menos con la tía Emma y la abuela. ADRIANA PINEDA (Octubre y sus Sorpresas)

ERES LO QUE SUEÑAS El hombre se despertó sobresaltado, a hurtadillas incorporó su pesada humanidad de entre las sábanas mojadas por el sudor que le provocara la pesadilla, Angélica dormía plácidamente a su lado ajena a sus desasosiegos nocturnos, si le hubiese visto en aquel estado de agitación seguramente le recriminaría su gula nocturna a la que achacaba esos sueños convulsos que atacaban de continuo a su pareja. Moderación en la cena le recomendaba

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cada noche mientras él la urgía a prepararle otra hamburguesa doble. Era sencillo para ella recetar moderación, su frágil cuerpecito resultaba casi invisible al compararlo con el suyo por lo tanto era obvio que le resultaba simple conservarse delgada, en tanto a él su enorme complexión le impelía a devorar cuanto de comestible ponía a su alcance Angélica, única encargada de proveer aquel hogar. El hombre mira en silencio el rostro de Angélica arrebujado entre las cobijas y consulta el reloj constatando la hora, es fácil dilucidar que las dos y media de la madrugada no es hora propicia para ponerse a escribir pero una fuerza superior le obliga a levantarse con sumo cuidado para no despertarla y dirigirse con tiento hacia la mesa del comedor, con las imágenes del sueño aún frescas en la memoria se dijo que aquello si daba hasta para una novela policiaca, con cuidado acomodó las hojas en su vieja Olivetti y antes de pulsar cualquiera de esas teclas convino en que lo primero era pensar, pensar antes de escribir es lo mejor que puede hacer todo aquél que se precie de intelectual y él lo era sin duda alguna, escuchó algunos ruidos que guarda la noche, el zumbido del refrigerador, la tos nocturna de su vecina de departamento, una sirena lejana, la respiración acompasada de Angélica soñando con ese ascenso que tan bien les vendría a ambos; su propio carraspeo una, dos, tres veces y nada; no aparecía esa mano mágica que guiara la suya, en alguna ocasión leyó o escuchó a un escritor famoso relatar cómo cada palabra de sus novelas le había sido dictada por una voz interior y que sólo había que dejarse llevar por el pensamiento oculto, por esas voces internas que todos poseen en el subconsciente pero nada de eso le acontecía en ese momento, recapacitó que lo mejor era sentir, sí, eso, un escritor que no siente no vale nada ni será capaz de mover a sus lectores a emociones supremas, él era un escritor que sí pensaba en sus lectores y ante el acicate que estos seres hipotéticos le proporcionaran escribió confianzudamente “Eres lo que sueñas”, al terminar la frase se dio cuenta que tendría que apurarse a teclear más de prisa, las imágenes del sueño

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comenzaban a diluirse entre las sombras, más cuentas todavía, de la vigilia y continuó, “me hallaba en esta misma cocina acuchillando a un tipo al que nunca he visto en mi vida. En ese mismo sueño aparece un hombre –que bien puedo ser yo u otra persona- con carácter de asesino quien mata sin ningún remordimiento y a su vez es muerto al ser capturado por sus enemigos no sin antes ser torturado en terribles circunstancias”. Como era su costumbre continuó tecleando frases inconexas, ideas captadas a vuelapluma, fragmentos de diálogos escuchados en alguna película, no sabía qué haría con dichos apuntes, rechazó de inmediato la idea de un poema de aliento extenso, nadie lee esta clase de poemas y él se preocupaba por difundir la lectura y no por volverla tediosa, reflexionó un rato sobre el ensayo, este género le atraía más pues la idea de erudición que rodea al género le entusiasmaba a leer, a investigar, sin embargo lo descartó nuevamente al recordar los múltiples ensayos sobre el sueño y las pesadillas escritos por diversos literatos e investigadores como Gide, Bachelard, Jacobi, Freud y el más acertado en cuestiones de premonición onírica, José, el soñador a quien hace referencia el Génesis. Decidió que lo más acertado era escribir un cuento, una historia corta ubicada en el presente, donde los temas policiacos, gansteriles y de ocultas vendettas están a la orden. Después de rondar por la cocina imaginando el inicio de la trama, retorna, retorna a la mesa, ubica el inicio de su relato, se dice que le gusta el tema, que éste puede ser el disparo que le permita concursar en el próximo certamen de narrativa, la mano continúa posada sobre las teclas de la máquina y por fin decide comenzar el relato que antes ha bocetado en la imaginación: un hombre joven, sin escrúpulos y con gran apego a los placeres contemporáneos se ve envuelto en gran intriga [de qué tipo] es torturado y muere a manos de sus captores en plena juventud, tal vez haga falta añadir una que otra escena de sexo, de fiestas desenfrenadas, de drogas, debe sentirse un ambiente lascivo y elegante; sofisticado y desgarrador.

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Hay que reconocer que hace falta valor para dedicarse a lo que se quiere, hace ya tres años que renunció, en una decisión inusitada, a su empleo como facturador de nómina en la fábrica más importante de la ciudad, el sueldo era bueno para un hombre como él acostumbrado a comer de todo y en abundancia, no obstante el escritor, piensa, carga con la noble misión de expandir los conocimientos, de imaginar lo que acontecerá en otras épocas, el verdadero escritor soporta sobre sus hombros la responsabilidad insoslayable de hacer la vida más llevadera, es un ser –o al menos debiera serlo- lúcido y dotado de dotes videnciales sólo que a veces se recrimina por no ser más coloquial y menos sensato; por no disfrutar un trabajo que se ha empeñado en tomar tan en serio que cada vez que le rechazan un manuscrito siente ganas de colgarse con su cinturón del caño de la ducha, es que la gente ha perdido sensibilidad, se consuela, ahora se precisa escribir sobre homosexuales, mujeres atormentadas, niños que sobreviven explotados por cinturitas corruptos y qué decir de los poetas, cada vez se entienden menos sus transverbaciones, se alejan de la belleza melodiosa de una rima bien estructurada para intentar otros derroteros, una mezcolanza entre narrativa y lírica a la que llaman prosa poética, invade los espacios cultos y reservados para los verdaderos vates pero esta vez, repite para sus adentros, dará una sopa de su propio chocolate a los editores que han rechazado sus textos, a los amigos que sonríen entre sí cuando les habla de su nueva novela y aconsejan regresar a la fábrica e incorporarse a la vida productiva, todos tendrán que tragarse sus palabras. Queda en su mente la imagen inocente de Angélica su compañera quien duerme despreocupada en la recámara contigua, hace ya tres años que se encarga sin protestas de su escritor como una madre de su hijo pequeño. Este sería el cuento de su vida, si Rulfo fue renombrado por Pedro Páramo él también podría serlo con este relato que aún carece de nombre, este último aspecto lo preocupó, de sobra sabía que un escrito con el nombre equivocado es como un

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náufrago en la noche, seguro que el título le vendría solo, igual que el tema, igual que la inspiración, lo mismo que el ímpetu con que escribía línea tras línea a las tres de la mañana. Nueve cuartillas era el límite que imponía la convocatoria y con cada tecleo la distancia se acortaba, un júbilo iba recorriéndole las manos mientras describía a Feliciano Araujo, niño precoz, delincuente juvenil y redomado criminal a los veinticinco, luego, sin ningún reparo tachar y tachar líneas enteras y aun párrafos sobre su vida, andanzas primeras, amores efímeros, cuantas saldadas y gastos incalculables; todo en aras de una buena manufactura, que una historia para que sea buena debe fluir con naturalidad, con la sencillez de quien domina el oficio, sin falsos artificios, sin retóricas alargantes, sin paja pues y venciendo la necesidad imperiosa de intercalar en el texto consejos moralinos, haciéndose líos entre pretérito pluscuamperfecto y pretérito imperfecto; entre noveleta, cuento, narración y relato; navegando como siempre con los verbos transitivos e intransitivos y pidiendo a Dios que la elocuencia dirija su mano. Después de luchar con la tormenta que significa hacer literatura de la nada el hombre ha concluido con los primeros trazos de su historia, descripción breve del personaje principal, desarrollo de los acontecimientos y presentación de personajes secundarios, por último el desenlace. Introducción, nudo y conclusión, no más. De súbito arroja con espanto el cigarrillo encendido sobre la taza de café al sentir dos manos sujetando su cuello, Angélica ha despertado pegándole tremendo susto que lo ha hecho malgastar el último de sus cigarros y la última cucharada de café. Después de besarle amorosamente las mejillas Angélica se dirige al baño mientras él se convence de que un golpe de suerte está a punto de llegar para terminar para siempre con esta clase de vida repleta de privaciones, si acaso gana el concurso podrá viajar a una playa y

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ahí en silencio y sin prisa podrá comenzar lo que tantas veces ha pospuesto: sus memorias, por lo pronto se dispone a pasar parte de la mañana sin cigarros y sin café y concluir el texto que espera los últimos toques que desatasquen una situación que sufre visos de caos, serán las últimas líneas en la vida de Feliciano Araujo y deben ser intensas como su vida anterior. Angélica le propina de nuevo un sonoro beso de despedida embarrando su labial escarlata en la mejilla, ha salido rumbo al trabajo dejándole con sus titubeos. A las diez en punto da por concluido su cuento con la certeza de quien ha realizado un trabajo de calidad, el título fue el adecuado: Eres lo que sueñas. El desenlace no por obvio, cree, deja de tener su atractivo, Feliciano Araujo ha sido ejecutado por el cártel luego de haber seducido a la mujer del jefe y escapado con la droga y el dinero. Restirando su pesada osamenta se dirige desvistiéndose a la ducha, se pregunta cuál fue el motivo que le impulsó para escribir una historia tan sangrienta. No obstante sus cuidados se corta el pómulo al rasurarse, la herida arde con el agua tibia. Una vez afuera se instala en el menos desteñido de sus jeans, calza unos tenis gastados, una camiseta manchada y una cazadora rota, piensa que él mismo es un desastre y sin desayunar se dispone a llevar el manuscrito a la oficina de Angélica quien acostumbra capturar sus escritos en la computadora a la hora del almuerzo. Débiles toquidos lo sacan de sus cavilaciones, debe ser el casero, de inmediato inventa la excusa que le dará esta vez, al abrir la puerta se le viene encima un tipo cubierto de sangre. La primera reacción fue recibirlo en los brazos y depositarlo en el suelo, despacio cerró la puerta y regresó donde el muerto pero no, no estaba muerto aún, el hombre intentaba decirle algo y al abrir la boca dejó escapar oscuras bocanadas de sangre, si al menos supiera primeros auxilios, piensa al tiempo que ahoga una maldición dicha desde el centro de sus sentimientos y no como licencia literaria, el tipo está casi colgando los tenis en la estancia de Angélica, sin más explicaciones –como en una película de Alfred Hichcock- el recién llegado extiende su brazo ofreciéndole

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un maletín negro con las iniciales F.A., antes de cerrar los ojos. La sangre se le hiela en las venas, no puede creer lo que le acontece, allí está el tipo, muerto ante sus incrédulos ojos y allí está él sosteniendo entre sus manos un maletín con esas iniciales que no quiere averiguar, que teme indagar a quién pertenecen. El primer impulso es la curiosidad, abre la valija y la curiosidad y el miedo dejan lugar a la codicia, perfectamente ordenados hay por lo menos cien mil dólares sujetos con bandas elásticas, cierra de inmediato la maleta y trata de ordenar su pensamiento, necesita un trago urgentemente, dando la espalda al cadáver se dirige al botiquín donde está el único atisbo de licor que hay en esa casa, de un trago bebe todo el alcohol que sobra en el frasco. De inmediato surge una especie de cordura que no sabía que poseía, el maletín es suyo por derecho propio, de seguro eso era lo que trataba de decirle F.A. (si es que así se llamaba el difunto) apretujando el oscuro bulto contra su pecho intenta correr hacia la calle y huir, correr hacia cualquier parte, abandonarlo todo, los medios están a su alcance pero se detiene a recapacitar un momento ¿y Angélica? No podría irse dejándole un muerto en plena sala; lo mejor será esconder esa maleta y contar la verdad a la policía, después de todo él no conoce a ese hombre, él es un hombre honrado y sin antecedentes penales; ahora la cuestión consiste en pensar dónde ocultará el dinero, su mente trabaja a toda velocidad, decide llevarlo a la azotea y esconderlo en el tinaco, no. Bajo el lavadero, no. En el cuarto de servicio, no. Después de descartar los lugares más comunes se inclina por el almacén de la herramienta, sólo él tiene la llave luego que el encargado renunciara. Sin pensarlo dos veces toma el maletín y al abrir la puerta una nueva sorpresa le golpea en plena cara; su ánimo está ahora por los suelos –dicho esto literalmente- al mirar cómo sangra su labio y mancha el tapete nuevo de Angélica. No entiende de dónde surgió el gorila que le golpea nuevamente mientras le pide, con modales poco ortodoxos, la dichosa maleta que se ha escurrido hasta llegar a la cocina, con poco esfuerzo el hombrón lo levanta del suelo y arrastrándolo hacia dicho lugar exige aquel bulto que ha engrandecido de tamaño hasta volverse causa de vida o muerte, ¿Dónde está? Pregunta el orate y lo arroja sobre la barra de la cocina, mientras se pasea de un lado a otro hablando

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de cuestiones que de momento no entiende, menciona unas mercancías, un dinero, una mujer prohibida, al oírlo recapacita que la historia le parece familiar en exceso, la podría repetir al dedillo sin titubear. No duda en seguir el impulso de abrir subrepticiamente el cajón de la cocina y extraer con cuidado el más grande de los cuchillos japoneses que Angélica compró con la excusa de que un cuchillo afilado siempre es de utilidad en una casa, haciendo de tripas corazón espera que el tipo se acerque para zarandearlo de nuevo, sólo que esta vez al avanzar también desenfunda una pistola que carga bajo el sobaco, él piensa que tiene toda la facha de un judicial y de pronto con la seguridad de quien tiene la situación dominada aguarda un poco, el individuo se acerca apuntándole con el cañón de su arma sobre la frente, en un rápido movimiento el hombre entierra repetidas veces la hoja en su abdomen, el tipo suelta el revólver, el otro lo toma y le dispara a quemarropa, sin más averiguaciones sale al pasillo a continuar con el rumbo preestablecido de su plan, trata de convencerse de una inocencia que está lejos de sentir, los sueños a veces son avisos, son el único patrimonio que guarda el hombre para sí, nadie podrá culparlo por soñar algo que se cumplió con exactitud. Mientras sube por la escalera de servicio discurre en telefonear más tarde a Angélica para que no regrese al departamento y vaya a comer fuera mientras soluciona el conflicto y no inmiscuirla en un asunto que no entendería, con sumo cuidado coloca el maletín en un rincón y lo oculta tras unos envases de pintura, las iniciales F.A., parecen resplandecer con luz propia en su mente. Cierra la puerta tras de sí y al acercarse a las escaleras lo interceptan tres tipos con cara de pocos amigos. El hombre repite insistente su ignorancia sobre el caso mientras los tres individuos lo someten a golpes por cada espacio de su anatomía, pasan los minutos y la tortura parece cada vez más ajena, las voces suenan apagadas y la pregunta le hace un último eco en la cabeza: ¿Dónde está Feliciano? MARIELA GIL SÁNCHEZ (Homenaje a Juan Gabriel y Otras Rolas Fallidas)

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LOS CURANDEROS Esperaba con ansia a mis amigos. Quería darles un abrazo en cuanto aparecieran por la vereda. No se pudo porque hube de llevar a Juana –la hija de nuestro velador- al doctor. Me enteré de que Juana sufría dolores desde hacía cinco meses y que muchas visitas a cuatro “doctores” (en el pueblo hay varios hueseros y curanderos de buena reputación) hicieron que su esposo concluyera: “La debo internar en la clínica de salud de Ario de Rosales: ahí no cuesta tan caro y pueque le atinen”. Y si se moría en esa clínica ya tenía las recetas de los otros doctores; para justificar que las medicinas no sirvieron, así que las autoridades tendrían que autorizar que la enterraran. “No le llego a tus tamaños”, le dijo el esposo de Juana al último doctor que consultó antes de que decidiera trasladarla a Ario. Cuando le ofrecí llevar a Juana con el que conozco en Pátzcuaro, me contestó casi igual: “no puedo llegarle a los tamaños de ningún dotor particular”. Ya no tenía dinero. Llevé a Juana, a su esposo, al papá de Juana y a su comadre (cargando al séptimo hijo de Juana –un bebé de meses-) a Pátzcuaro. Los convencí (para mí era urgente que algún doctor “serio” atendiera a Juana) diciéndoles que ese doctor ya me había tratado, y a varios conocidos, con éxito. Y que si no les caía bien, los llevaría a la clínica de Ario de Rosales. El doctor mostró asombro y enojo (aunque –o porque- ya sabe cómo es la cosa): los análisis y las radiografías, según él, señalaban una posible tifoidea; Juana tomaba medicinas contra la úlcera estomacal. Cuando el esposo de Juana extendió el brazo para mostrarle al doctor el frasco que el último galeno había recetado, lo rechazó con sólo verlo: eran vitaminas. Preguntó, creo que al aire, que por qué le habían diagnosticado úlcera, cuando los análisis mostraban (“todo está positivo”, dijo) la existencia de una infección. “La úlcera no produce fiebre”, murmuró después.

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Pregunté, dirigiéndome al esposo de Juana (algo me indicaba que le preguntaba al clan), si estaba de acuerdo en seguir los consejos de este médico. Me contestó que sí; los demás asintieron. Tuve la sensación de que lo hacían por deferencia al patrón, más que por convencimiento. Liquidé la cuenta y luego compré las medicinas. Los regresé al pueblo, pensando inquieto en mi imposición; en el riesgo de la recomendación. Imaginé con temor que el tratamiento fracasaba, más por la inhabilidad de Juana para seguir las instrucciones del médico –era casi seguro que seguiría bebiendo agua sin hervir o que no tomaría las medicinas con la regularidad prescrita-, que por dudar de la capacidad del doctor. Regresé pensativo y abstraído a mi casa. Una semana después estábamos, mis amigos y yo, en el velorio de Juana. Murió de cáncer. ISAAC LEVÍN (Antes de la Nada)

LOS HOMBRES MEAN DE PIE Meoncio era un hombre tímido, apocado y triste. Además tenía cara de pendejo. Con frecuencia eludía los encuentros callejeros con sus conocidos para evitar bromas que solían ser hirientes. Por si fuera poco, los perros le ladraban y, en ocasiones, lo meaban. En realidad, Meoncio no se llamaba Meoncio, sino Leoncio. Su nombre de pila se había corrompido a causa de un accidente que ocurrió en su etapa mamaria cuando, en un cambio de pañales, le había meado las orejas a su mamá. El suceso hizo reír tanto a toda la familia, que en aquel punto y hora se ganó el remoquete que le acompañaría toda su

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vida, una vida en la que abundaron burlas y bromas de mal gusto. Verdaderamente una cruz en la que todos los días habría de ser clavado. Los años de la primaria fueron simplemente asquerosos, pero lo peor vino en la adolescencia, tiempo en que su interés por las chicas se veía gravemente turbado, no sólo por el apodo, sino por aquello que había sido su origen. Y peor: por el efecto, pues es del caso referir que Meoncio, por un trauma punzante que databa de los días de la cuna, se meaba en la cama, acontecimiento que trascendió públicamente gracias a que el gordo Llerena –el odioso gordo Llerena que de todo se enteraba- se encargó de divulgar por el pueblo. La peor paliza que Meoncio recibió en su vida corrió a cargo de su padre, que un día vio arruinadas las sabanitas, bordada con primor por la abuela Renata, que había dejado en la labor mucho de lo poco que le quedaba del ojo izquierdo, el bueno. Semejante catástrofe indujo al papá a buscar los servicios de un sicólogo, preocupado porque el niño ya había cumplido sus cuarenta y tres añitos. Después de escarbar en las mentes de Meoncio y sus papás, el especialista concluyó que el nene se meaba en la cama en virtud de alguna agresión sufrida en su primera infancia. Fue entonces cuando la mamá recordó aquel accidente en que había prendido el pitirrín del nene con un alfiler de seguridad, suceso dolorosísimo que, sin bien su madre olvidó prontamente, quedó grabado en el subconsciente del muchachito, que por dicha razón había perdido el dominio sobre su esfínter urinario.

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Es lo cierto que jamás consiguieron que dejara de arruinar colchones y sábanas, ni aún con la ayuda del siquiatra, que lo único que logró de Meoncio fue que se meara en la cama sin mortificación alguna. La vieja torpeza materna había producido un sentimiento subconsciente de venganza en Meoncio, que arruinaba todo sitio en donde durmiera en un par de días, al cabo de los cuales había dado en la madre a las paredes de la habitación, cuyo conjunto había de ser sometido a desinfecciones frecuentes para ahuyentar la peste a meados. Pero de la aventura del alfiler de seguridad le había resultado a Meoncio una molestia adicional: por una razón nunca explicada, la herida cicatrizó mal y meaba con tres chorros, que se disparaban en direcciones distintas, molesta aspersión que obligaba a nuestro meón a mear sentado, para evitar el riesgo de salpicar techos y paredes y a cuantas personas se hallasen en el área de conflicto. “¡Los hombres mean de pie!” –rugía su padre al sorprenderlo acuclillado. Y Meoncio lloraba largamente, restándole caudal a la meada siguiente, más dolorido por la humillación que por los golpes, pues su padre reforzaba la última de las muchas bofetadas con un “¡sólo las viejas mean sentadas, cabrón!” Meoncio arribó finalmente a la edad del primer pelo púbico, de la primera masturbación húmeda, de la primera chica y del último juego de canicas. Cultivó amorosamente su vegetación púbica, disfrutó, con los ojos al revés, su primera eyaculación manual y lanzó al olvido sus canicas. Pero con las chicas sus experiencias fueron un fracaso repetido: inexplicablemente, el mear sentado le había creado a Meoncio una deformación síquica que le obligaba a copular de pie, posición incomodísima que, a partir de su iniciación viril, le había creado serios rechazos. En efecto: en cuanto confesaba su debilidad a la pareja, se quedaba sin más compañía que su mano derecha.

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El día en que Meoncio cumplió sus cincuenta años, se produjo un acontecimiento de cierta relevancia en su vida: murió. Pero no lo hizo de manera intrascendente, como era de esperarse en un ser como él, sin imaginación como se le suponía. En el último minuto de su vida había dado muestras de una inventiva poco común: se encaramó a una de las altar torres de la iglesia de su pueblo con intención simple y vulgar de arrojar al vació su apestosa humanidad. Pero una vez allá arriba decidió morir mediante alguna trascendencia. Decidió, pues que por primera vez mearía de pie –como los hombres- sin ninguna represión… Abrió la bragueta, sacó el falo, imprimió presión a la vejiga y, meando, se arrojó al abismo seguido por un surtidor de tres gloriosos chorros. El haber caído encima del gordo Llerena fue un simple, vengador accidente. EMETERIO PAYÁ VALERA (Los hombres mean de pie)

LA BENDICIÓN El fraccionamiento no tenía nada de extraño. Nada especial lo distinguía de otros de su misma categoría: casas grandes con pretensión de llamarse mansiones, altas bardas levantadas por la desconfianza, calles con mimosas, jacarandas, galeanas, ficus. Su semejanza era exterior. Su diferencia estaba oculta. La guardaban celosamente sus moradores, por lo menos en un principio. En su mayor parte eran gente joven. Los niños no escaseaban, pero tampoco proliferaban. Casi en todas las casas había dos, rara vez tres y en algunas, uno solo.

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Las señoras empezaron a reunirse sin más objeto que el de conocerse unas a otras, de intercambiar sucedidos caseros, sentimientos mínimos, aficiones domésticas. En la trivialidad de una de esas pláticas alguien hizo notar que allí nadie había muerto todavía. Tenían tan poco tiempo de haberse instalado en ese lugar que de ninguna manera les pareció extraño el hecho. Las reuniones se repitieron cada mes. Poco tiempo después de iniciadas, la atención fue canalizada a tareas de beneficio social, no para el fraccionamiento mismo, sino para las colonias que lo rodeaban. A unos cuantos pasos fuera de él había un orfanatorio que muchas de las damas reunidas ignoraban. Alguna propuso llevar allí ropa de desecho; pensaron también regalar a las colonias más pobres algunas nociones de higiene y de primeros auxilios, así como combatir la obstinación de la roña que aparecía en las manos de tanta gente, sobre todo en las de los albañiles. Se les llenaban de llagas y de ellos saltaba a las manecitas recién nacidas, a la cara, en donde prefería la cercanía de las orejas. Otras quisieron enseñar a las mujeres a cortar y coser vestidos para sus niñas y vestidos y delantales para ellas; otras, enseñarlas a leer. Entre toda esa actividad social, alguien volvió a hacer notar que nadie había muerto allí todavía; que curiosamente una señora que había vivido hasta hacía poco en el lugar, había fallecido la semana anterior, pero algunos meses antes se había mudado a otra colonia. No fue el primer deceso, hubo otros, como el de la señora Torres que al ir a un balneario se accidentó en la carretera. Ella y otras dos personas de su familia murieron instantáneamente. El señor González que fue operado de la vesícula biliar nunca volvió de la anestesia. Sin embargo, ninguno de los fallecidos vivía ya allí. Algunos se habían ausentado de ella. Se oyó otra vez la afirmación de que nadie que viviera allí había muerto.

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Las señoras siguieron reuniéndose y realizando su labor social. Varias dieron a luz a otros hijos. Algunos de sus maridos cambiaron de actividad: abandonaron su profesión y se dedicaron al comercio; algunos de los hijos recibieron un título universitario que les daba derecho a encontrar una plaza bien remunerada en otra ciudad, pero por propia decisión no quisieron apartarse del lugar. Habían crecido con la certeza de que si permanecían en ese lugar no morirían. Ninguno de los pobladores había muerto. Lo que parecía una coincidencia que al principio había pasado desapercibida, después de algunos años se convirtió en seguridad, recalcada por aquellos que por una causa o por otra se retiraron de allí y desaparecieron para siempre. Un joven que había tenido la desfachatez de reírse de esas afirmaciones, apenas llegado a su destino: la ciudad de México, donde pensaba establecerse, fue asaltado en el mismo taxi que lo transportaba a su nuevo domicilio. Opuso resistencia y fue asesinado. Entre tanto, la gente encanecía. Ese y otros ultrajes de la edad fueron apareciendo: los ojos se marchitaron, las bocas encogieron sus sonrisas, en su lugar se instalaron muecas. Pero nadie moría. Las espaldas de mayor edad empezaron a encorvarse; las bocas perdieron dientes y después de algunas décadas, no hubo dentadura que pudiera adaptarse a las descarnadas encías; los pensamientos se hicieron cada vez más estrafalarios y disociados; quedaban sin nombrar, con frecuencia, los nombres de las cosas o de las personas; algunos conservaron todos sus pensamientos consigo, como palomas domesticadas que acudían disciplinadamente cuando eran llamadas, pero tenían los ojos llenos de cataratas. Muchos veían bien, pero la vista sólo les servía para ver los movimientos de los labios de los demás, no para oír lo que decían. Un muro de silencio los separaba de todo. Pero nadie moría. Resistían impasiblemente la maldición, ya que para librarse de los añosos padecimientos hubiera bastado con salir de allí. Sin embargo, nadie lo hacía. La palabra “maldición”

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apareció por primera vez en la boca de un hombre más que centenario. Viajes esporádicos eran emprendidos sin consecuencias. Todos permanecían aferrados a su miseria. Se juntaron varias generaciones de menesterosos. La gratuita longevidad no había corrido parejas con un mayor desarrollo de la íntima personalidad. Con los muchos años nadie creció en comprensión, tampoco en benevolencia, pero todos crecieron en egoísmo. De modo que sólo considerado este aspecto, unido al deterioro corporal, hacía de la vida allí una injuria constante. Los jóvenes querían deshacerse de los viejos a toda costa. Querían el lugar para ellos mismos y para sus descendientes. Lo que había empezado como expresión innocua y baladí, el tiempo lo había convertido en hecho irrebatible. Y después de varias décadas de evidencia, el hecho se había propagado por todas partes. Llegaron gentes de remotos lugares para residir en el lugar en que nadie moría. Las epidemias que diezmaban al mundo, también llegaban allí, pero no se llevaban a nadie. Se elevaron torres altísimas en mínimos terrenos. Alguna casa vieja se vendía al precio de una mina de diamantes. Sus antiguos propietarios se reservaban sólo una mínima porción para después hacerla crecer verticalmente con desmesura. Aquella era una megalópolis aérea. Había varias pasarelas de uno a otro edificio y de una a otra manzana, para evitar bajar cientos y cientos de pisos con el fin de comprar las provisiones del día. Allá en las alturas el comercio florecía. Aunque había jóvenes y niños, a la vuelta de unos doscientos años dominaban los viejos. Todavía nadie quería salir de allí. Fueron científicos de todo el mundo a estudiar las posibles causas del extraño fenómeno, pero prolongaron su estancia en el lugar, con olvido de sus familiares y de todas sus relaciones. Ese rincón de la tierra era como un imán. Todo aquel que se instalaba allí no quería salir después y nadie salió nunca. Todos se quedaron allí, no por voluntad de hombre, sino por una fuerza venida quién sabe de dónde: un tornado arrasó todo con furia

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sólo allí ejercitada. Pasada la catástrofe o la bendición, quedó una montaña de escombros que sucesivas lluvias y vientos y remolinos de polvo cubrieron de olvido. MA. TERESA PERDOMO (Caleidoscopio)

EL PRECIO DE UN CUADRO Ese día, como tantos otros anteriores, Reinalda no pudo dormir. El dolor le mantenía los ojos abiertos. Hacía mes y medio que apenas dormitaba a ratos durante el día. Andrés sabía que esa situación, si se prolongaba un poco más, anunciaría el principio del fin. Después de tantos análisis y estudios hechos a su mujer en ese sanatorio, todavía no podían armar con ellos un diagnóstico de su mal. Todo se resolvía en conjeturas, en el abandono de hipótesis, antes tenidas más que seguras, y mientras tanto, el dolor se abría camino por las entrañas ya más que exhaustas de Reinalda. El padecimiento era un fuego que la estaba consumiendo segundo tras segundo, almacenando en algún secreto lugar de su cuerpo un montón de ceniza. Era esa ceniza, seguramente la que volaba hasta su piel, se esparcía por todo su cuerpo y su cara y le dejaba ese color plomizo, anuncio de una triste despedida. Andrés era espectador pasivo de ese paulatino y terco desmoronamiento. Esa pasividad lo enfermaba con una dolencia más honda que la padecida por ella. Y eso, sin pensar en lo demás. Por ejemplo, ¿qué iba a hacer él con el niño recién nacido? Ahora todavía estaba bajo el cuidado de las enfermeras, pero después si Reinalda no regresaba a la casa ¿qué iba a hacer él con el niño? ¿Cómo podría seguir trabajando? Él, tan necesitado de paz y de silencio para que todas las sensaciones, intuiciones y sucesos vividos anteriormente encontraran una salida por la puerta de la imaginación, en una síntesis que diera un cuadro

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con los colores que sólo una combinación armoniosa de presentimientos le podía entregar. Cuando pintaba se sentía no como el ejecutor de sus cuadros, sino como parte integrante de ellos. Los pintaba desde muy adentro. Por lo menos ése era su sentir. Hasta ahora nadie había captado su entrega totalizadora a los colores y a las formas. Nadie había visto su hondura, tampoco su obstinación de dádiva. Y hacía ya mes y medio que Andrés no trabajaba, ahora siempre ante el cuadro doliente que estaba obligado a contemplar. Sus ahorros ya hacía muchos días que se habían esfumado. Vivían de préstamos de amigos generosos. Andrés quería de nuevo ponerse a trabajar, no había concentración ni voluntad para dejar ni de día ni de noche el cuarto de la enferma. Al final de la octava semana de tortura para los dos, empezó a verse entre tanta palidez un fulgor de mejoría. Alguno de los muchos medicamentos extendió sus bondades hasta los antros oscuros del mal. La enferma empezó a dormir mejor, a comer un poco, a tener deseos de sentarse en la cama, a empezar a hablar. Con estos movimientos y manifestaciones de renacimiento, se fue desprendiendo poco a poco el polvo ceniciento de su piel y colores tímidamente resurgidos empezaron a hablar de vida. Esos colores animaron a Andrés a dejar por algunas horas, sobre todo matinales, el cuarto de la enferma para tratar de integrar lo ahora vivido en cuadros. Le empezaron a salir negruras perezosas que se negaban después a dar un solo paso y componer una figura. Esos intentos y frustraciones lo hacían sentirse como carcomido por un ansia que no sabía realmente en qué consistía, sólo sabía que lo llevaba a deslizar la mano por una y otra tela, sin sosiego y sin recompensa de una satisfacción bien hallada. De todos modos, cuanto más enfebrecida la mano, más lo ganaba la seguridad de ir avanzando por un camino que no podía adivinar a dónde lo llevaría, pero que intuía como la explosión de una flor en la mano. Entre los días en fuga descubrió

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que sus colores y sus figuras se le llenaban de luz, a medida que también se llenaba de luz y de mejor color la cara de Reinalda. Por fin, ella, un día, después de dos meses de ausencia, entró a la casa por su propio pie, llevando en brazos al recién nacido. Andrés supo que esos pasos eran la entrada no sólo a otra etapa de su vida, sino a un nuevo quehacer artístico. Empezó a bosquejar a una mujer como una llama viva, sin acompañantes, sólo ella y su poder de fuego crepitante, fuego de flor o de aurora, esto es, que ilumina sin daño. En otro bosquejo le puso al hijo en los brazos, todo blanco de inocencia. Después, colocó a ambos en un trineo. Le brotó entonces la idea de colocarse él también al lado de ella, en tonos verdes, matizados de doloridas sombras. Las manos eran un poco blancas, con tenues recuerdos de azul. De pronto entendió que toda la familia hacía un viaje. Sabía de dónde salían, de un dolor que no tenía ningún lugar en el cuadro, pero no sabía a dónde se dirigían, sólo sabía que flotaban sobre todo lo vivido, por eso se le ocurrió poner al trineo por los aires. Y ya que había concebido este sin sentido, lo unciría a otro: el trineo iría tirado por un caballo con cabeza y pecho de gallo azuloso, con destellos blanquecinos y un poco de amarillo en la tímida enanca, lo mismo que a media cabeza arriba del ojo. La cresta, orgullosamente roja casaba a la perfección con otro rojo caído bajo el cuello después del amarillo. Y ya que el trineo volaba, no fue difícil colocar abajo su propia casa y otras casas del pueblo. El techo de su casa servía de mantel sobre el que descansaba una taza y un samovar. Curioso que se le ocurriera lo del samovar, tan alejado de sus costumbres y aún de su mirada. Samovares había visto sólo en los libros, pero quiso poner uno de ellos en recuerdo del calor alimenticio que allá abajo dejaban. Ya en posesión de esa libertad, Andrés colocó una figura volante en azul de Prusia por encima de la pareja: ángel sin alas o músico, como mensajero de dicha. Atrás de él, a su espalda, dos rostros emergidos de la tiniebla, uno malevolente y otro con acidez de amargura contemplaban la escena.

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El cuadro quedó concluido y Andrés comprendió que había encontrado un nuevo estilo, una nueva manera de expresión, un descubrimiento de formas y colores que acataban sumisos el misterio de la intuición que se hacía prodigiosa al unir lo antes no unido. A esa libertad había aspirado desde hacía algunos años. Ahora, por fin, la había logrado. Con el entusiasmo de su descubrimiento, reunió como contraste sus trabajos anteriores y organizó una exposición. No sabía qué recepción le daría el público a su nuevo estilo. Un poco temeroso asistió a la inauguración. Todas las miradas se concentraron en la hermosa extrañeza del nuevo cuadro. Las críticas en periódicos y revistas multiplicaron su asombro y saludaron a su autor como el pintor más original del país. El cuadro alcanzó un alto precio en una subasta sólo concertada por el enardecido afán de diversos compradores. Andrés supo que la alta suma pagada no alcanzaba a cubrir el altísimo costo de dolor que él, durante un tiempo que parecían sin fin, había también pagado por él. MARIA TERESA PERDOMO. (Como Queriendo Dibujar la Vida).

EL VIGÍA Las casas eran blancas y estaban separadas por hileras de magueyes. De lejos parecían un rebaño de ovejas que pastaban a las faldas del monte. El lunes desde muy temprano estuvo Sinso a la entrada, detrás de una cerca. Con su arma colgada al hombro. El vigía de Villa Fuerte, desde que nace el sol hasta que muere. Miró el paisaje. El camino que se tendía a lo lejos y se perdía allá en la magueyera.

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Se incorporó, caminó pesadamente, lanzó miradas cargadas de hierro para todos lados. Oyó que se acercaban unos pasos por el camino. Se puso alerta, descolgó su fusil y apuntó, con una voz de mando dijo: -¡Alto! ¿Quién es? -Soy Juan García. -¿De dónde es? -De aquí mero, Sinso. -¿Para dónde vas? -Voy para la nopalera. -Tu ejército va muy bien uniformado. -¡Ah, que Sinso…! -Van encorvados para no ser descubiertos por el enemigo. En el rostro del hombre se dibujó una sonrisa. Uno de sus acompañantes lanzó un rebuzno que se perdió entre los magueyales. Cerca de las nueve de la noche sus padres fueron por él. Un tecolote rasgó el aire, mientras la luna barbechaba el firmamento. Llegaron a casa. Luisa se hincó y en su boca palpitaron oraciones. Blas se acomodó y durmió abrazado de sus armas. La casa era pequeña, construida con madera de encino y su interior estaba iluminado por veladoras que parpadeaban día y noche. El esposo pensó en las tareas del garbanzo, la mujer soñó en las fiestas de Ario y el hijo añoró la revolución. A las tres de la mañana, cuando cayó la madrugada se soltó una tormenta. Luisa despertó sobresaltada. -¡Blas, Blas, despierta! El hombre se incorporó y la miró con sus ojos lagañosos -¡Qué ocurre mujer! ¿Fuiste al rosario ayer? -¡No!

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Se alarmó Blas, se sentó en el catre. -Ni yo tampoco. San Antonio está enojado con nosotros. En lugar de aventarnos agua nos avienta piedras. Blas atemorizado miró hacia arriba. Las tejas bailoteaban ante la caída de las piedras. A lo lejos se escuchó un canto de rana. Otras siguieron el ejemplo. Al poco rato ya era un coro gigantesco. Aquello empezó a sobresaltar a Sinso. Sobre su rostro bajaron chorros fríos de sudor. Después se retorció como serpiente enferma. Rápidamente se despertó pelando los ojos como tomates, miró a todos lados y exclamó: -¡Ya llegaron! ¡Ya llegaron! Sus padres se incorporaron asombrados y le dijeron a Sinso: -¡Acuéstate! Su madre se acercó y lo acostó cariñosamente sobre la almohada. Pero Sinso no estuvo tranquilo. -¡Ya llegaron! -¿Quiénes? -Los de la revolución. Y Sinso se levantó alarmado. Buscó el arma y se dirigió a la ventana. Un viento frío golpeó sus mejillas. Blas rápidamente fue tras él. -Vamos hijo a que te duermas. -No, ¡voy a pelear! -¿Con quiénes? -Con los de la revolución. El padre vio al exterior y sólo escuchó que no había indicios de la revolución. El croa del croa del millar de ranas que estaban en la laguna. -No hay nadie, ¡vámonos! -Allí están escondidos en el agua. El papá con voz ronca le gritó a su mujer:

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-¡Luisa, trae el algodón! Blas con sus manos largas hizo dos tapones y se los metió en los oídos a la fuerza. Llegó el cuarto de octubre. El sol del verano era una esfera que desprendía fragmentos de luz y trazó los primeros relieves del horizonte. El viento despertó al silencio del valle. Varios hombres fueron a hacer sus labores al campo y Blas era uno de ellos. Agachado, con su sombrero roto, el pantalón remendado, se dirigió a la parcela. A unos se les dificultó caminar en el fango del barro. Cuando ya se le pasó a Sinso, su madre le quitó los tapones. Se incorporó, caminó. Miró a lo lejos, las espigas del trigal se movían. Se imaginó soldados amarillos uniformados, se tiró de bruces y gritó: -¡Allí están! Un pastor que pasaba le preguntó: -¿Quiénes? -Los de la revolución. Dijo Sinso. Mientras tanto en Ario lanzaban cohetes al cielo por ser la fiesta del cuatro de octubre. -¡Ya están atacando! Los vecinos fueron a buscar a Luisa y a Blas para comentarles lo que había ocurrido. Luisa con voz indecisa le dijo a su marido: -¿Qué hacemos? -Lo llevamos con el maestro de la escuela, a ver qué nos aconseja. -No, nos esperamos hasta el domingo, cuando venga el padrecito a dar la misa. Hubo un silencio profundo. Un gavilancillo nadó a lo lejos en los océanos del firmamento. Una lágrima resbaló por los surcos del rostro de Blas. -Hay que llevarlo con Zenaida para que le espante los espíritus malignos.

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-Saca el dinero de la alcancía, a ver si acabalamos. Se fueron en un burro, el perfume a guamúchil y mezquite los fue envolviendo. Una manada de cerdos los despidió. Cuando regresaron, Sinso venía dormido. Blas y su mujer traían la luna sobre la cara sonriente. Los vecinos admirados al ver al enfermo que ya estaba curado. Todos comentaron que San Antonio lo había aliviado. Era necesario hacerle una manda. Como irse de rodillas de Villa Fuerte hasta Ario. La vida tranquila siguió en Villa Fuerte. Y un día de febrero se encontraba Sinso sentado en una cerca, cuando dos ancianos dialogaban sobre el movimiento de 1910. -Por el norte atacó Pancho Villa. -Por el sur los zapatistas. -Peleaban por las tierras y contra las injusticias que había en nuestro país. -La revolución cambió la vida de los hombres. -¡Viva la revolución! Los dos hombres se asombraron al ver la actitud del muchacho. Sinso desesperado brincó de la cerca y corrió. Uno de ellos exclamó: -¿A dónde vas Sinso? -Voy a la revolución. -Hace setenta y siete años que pasó. -¡Voy a alcanzarla! RAÚL SÁNCHEZ TORRES (Un Puñado de Nada).

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NUNCA JAMÁS Cuando los años blinden el olvido, dejarás de dolerme; será en vano que el corazón recobre el instrumento que en tu nombre tocó marchas triunfales.28 Es tan fácil decirlo, tan fácil tantear en los portales mugrientos y sombríos de esta calle entre acogedora y profundamente hostil, ir contando una por una a las prostitutas pacientes que aguardan apoyadas en los muros o conversan en la puerta de una que otra posada con clientes que a veces quieren no parecerlos y a veces ostentan socarronamente su febril condición. Es tan fácil meter la nariz en la tienda de estambres y tejidos, y escuchar cómo el rito de compra-venta deriva invariablemente en la salud de los niños, las infelicidades amorosas de la televisión en horario vespertino, el accidente en la esquina la otra tarde, los innumerables vicios de vecinas perversas, la misa del domingo y quincena siempre lejana. Es tan fácil entrar a deprimirse en esa librería que nació vieja y creció caótica pese a la edad de la encargada y las intenciones clasificatorias del dueño. Es tan fácil ir de la A a la B con convicción de que una mierda (se anuda en la boca del estómago y deposita encima de los hombros un peso de vinagre congelado), de que las novelas policiacas siguen siendo las mismas en sus repisas grises de metal, de que esa bellísima edición del Decamerón de Bocaccio está ignominiosamente cara. Es tan fácil concluir que aquí dentro se está tan mal y tan bien como afuera, y resignarse a soportar la ácida melancolía de la música, lo monótono de los títulos y la ignominia de los precios (aunque tal vez esto último no sea sino una mera ilusión provocada por bolsillos previsiblemente vacíos). Es tan fácil irse al rincón más

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Vicente Quirarte. "Preludio del encuentro". De El Ángel es vampiro.

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alejado cuando el otoño y las lágrimas se confabulan sin aviso, y controlarse respirando profundo, de cara a los lomos enmohecidos, con la certeza de que estos libros de economía política, urbanismo y teología no le interesan a nadie, de que nadie va a venir hasta aquí, de que se tiene tiempo para controlar el naciente llanto, ensayar la media sonrisa y seguir repasando con el índice dos mil ciento ochenta y tres títulos de novelas (sin contar las repetidas). Es tan fácil decir <<nada más estoy viendo>> ante el acoso de la encargada y luego reírse como si aquello fuera una broma excelente, y después ser victimado por lágrimas y otoño a media docena de infinitos metros del rincón de economía, urbanismo y teología, valorando la posibilidad de aovillarse bajo una mesa colmada de revistas de moda. Es tan fácil darles la espalda a los escasos clientes que dudan entre hacerse los desentendidos, palmear la espalda convulsa o salir a buscar otra librería. Es tan fácil, tal fácil, seguir hacia adelante por el pasillo estrecho, tomar al azar un delgado volumen de la selección de poesía, tenderlo de cualquier manera junto al solitario billete (habrá que regresar a casa caminando) y esperar el trámite del sello en la portadilla, la nota de remisión, la bolsita de plástico (<<déjelo, así me lo llevo>>). Es tan fácil salir otra vez a la calle y descubrir que ya está ahí la noche. A la madera noble, quejumbrosa, que temblaba en el aire de tu reino, mi mano la tocará, como a la puerta tras la cual brillarán nuevas sonrisas. Es tan fácil decirlo. Es tan fácil decir mañana y al mismo tiempo tan fácil darse cuenta de que el reloj camina arrastrando los pies. Es tan fácil ver el título del libro a pesar de los restos de llanto y la pésima iluminación (El ángel es vampiro, Vicente Quirarte) y maldecir entre dientes los efectistas recodos de ese infantil melodrama conocido universalmente como vida. El ángel vampiro,

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la estrella que subyuga si la miras de lejos pero que te calcina si decides acercarte, otro nombre falaz para no decir pan al vino y vino a la modesta sangre derramada en nombre del amor. El ángel vampiro, la eterna viuda negra, el buitre que sigue siendo buitre aunque hayas ungido su pico con tu lengua y creas resguardadas tus entrañas. El ángel vampiro, otro antifaz necesario, porque decir llanamente amor es quemarse la boca o suscitar las risitas cómplices de cuarenta taxistas (1.¿Por qué aguardan pasajeros en esa larguísima fila en lugar de salir a buscarlos por la cuidad? 2.¿Por qué no?). El ángel vampiro… a la chingada. Sólo falta que en aquella discoteca se les ocurra poner a Vicente Fernández cantando ¿De qué manera te olvido?, pero no, la vida es siempre más ridícula, así que empieza a tararearla un hombre recargado en el anaquel de una vinatería, con una botella de brandy en la mano, mirando las primeras estrellas. Es tan fácil repetirse que uno es como los otros y no está exento de meter el zapato en una alcantarilla, pasar bajo el balcón justo cuando una anciana ha decidido jubilar una maceta o cruzar con el semáforo a favor (semáforo a favor, qué lamentable frase) cuando a un tráiler se le chorrean los frenos. Es tan fácil morderse los labios y entender que las puertas no se abren sin llave precisa, y que uno no puede ser siempre la llave precisa para las puertas cerradas de todos sus anhelos. Es tan fácil advertir que el inicio de un diálogo no garantiza nunca una respuesta. Es tan fácil sentir de repente que se ha dado por fin el primer paso en la pesada cuesta arriba del olvido, que el rasguño del vampiro va empezando a cicatrizar microscópicamente desde sus últimos bordes, que uno puede leer en voz alta un par de versos de la página 76 (y que chinguen a su madre los taxistas). Y te lo digo ahora cuando duele comenzar a sentir que dueles menos.

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Y resulta tan fácil despeñarse en la esquina, descomponer el sano rumbo del sano pensamiento. Resulta tan fácil convertirse en un guiñapo de miradas curiosas, sentado en la banqueta con la cabeza entre las manos. Resulta tal fácil caminar buscando oscuridades de sepulcro en la cantera. Resulta tan fácil inventar oraciones con un solo nombre en la última banca de un sinfín de iglesias. Resulta tan fácil ser otra vez el mismo de antes pero con tosferina, gangrena y escorbuto. Resulta tal fácil descubrirse como el fauno que ayer correteaba luciérnagas a la luz de la luna, y que hoy que la luna no sale va precedido por la campana de la peste. Es tan fácil advertir que se está muriendo algo que no quiere morirse, y que hay que matarlo a pesar de los ojillos suplicantes y el balido lastimero. Es tan fácil concluir que un futuro de larvas no es futuro, que el tiempo es una copa de cristal rebotando en el piso sin que uno sepa cuántos golpes le faltan para por fin romperse. Es tan fácil caminar con la mirada clavada en el libro abierto, a pesar de los empujones, los insultos y las bocinas de los automóviles. Es tan fácil sentir que el interlocutor se aleja de a poco sin saberlo, sin haber sabido nunca lo interlocutor que ha sido, lo interlocutoramente (lo interlocomotoramente) que llegó a estar instalado en el sitio de junto, en la sombra de al lado, en el rostro de enfrente. Todos se quiebran, amor, todo se gasta. A deshoras irrumpen las pasiones y cuando dices quiero ya han cerrado. Es tan fácil descubrirse como un infinito adolescente. Es tan sencillo advertir que la suerte y el destino no tienen grandes gamas de matices y que todas las historias terminan por verse repetidas. Es tan fácil concluir que se es el mismo muchachito imberbe y pálido con uniforme de secundaria que leía a Amado Nervo y escuchaba a Los Panchos. Y que pálidas pieles irán y vendrán. Y que pálidos labios volverán a revolotear, ineludi-

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bles e inalcanzables, en las noches de abril (especialmente en abril). Y que los pasos volverán a ser los mismos, con un pie más cansado, y otras lluvias mojando la piel, con otros azules embargando los párpados, pero siempre los mismos. Siempre los mismos. Siempre a traspiés. Siempre concluyendo en lo fácil que es despedirse y lo difícil que es irse. Es tan fácil besar un muro y decirle a la gran puta que ella es la única, para toda la vida, con sus fuentes y sus callejones, su asfalto envilecido y su voz deformada. Y después irse a casa a descansar, a lidiar con las letras, a buscar en pantalla una jugada de pared, de fantasía, que haga al respetable alzarse en la tribuna. Y es tan fácil aceptar, por último, con llanto reprimido, que la gran puta de piedra que vela encendida en la ventana no es ninguna garantía para salvarse del ángel vampiro. Que el poema está terminándose, que los créditos están corriendo sobre la imagen final, que el libro se ha cerrado, que mañana será otro día (melón y sandía) pero que la suerte como siempre, como una bestia enorme y gorda, está echada. La vida se adelanta o se retrasa en este reino oscuro de relojes. Sólo el tren y la muerte son puntuales. Es tan fácil decir “nunca jamás” y tan difícil creer realmente en Peter Pan. SERGIO J. MONREAL (La razón de los Monstruos)

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UN CUENTO CHINO Dchuang Dsi era discípulo de Lao Tse, en una ocasión se quedó dormido durante el día y soñó que era mariposa que volaba con gran gozo por los árboles y las flores de un inmenso jardín. Al despertar contó el sueño a su maestro, quien le dijo: -En un principio, en el origen de los tiempos, eras tú una mariposa blanca. Pero libaste de las flores de melocotón en el jardín de las nefritas, y en castigo, el pavo real verde que anidaba bajo el trono de la reina madre te mató a picotazos. Luego regresaste al mundo en la forma de un ser humano. Al escuchar esto, Dchuang Dsi recordó vagamente su vida anterior y se formó el propósito de reformar su vida. Lao Tse se dio cuenta de ello y lo inició en los misterios del libro del sentido de la vida y de la muerte. Desde ese momento Dchuang Dsi aprendió a desdoblarse, a hacerse invisible, a adoptar cualquier forma. Pasado un tiempo decidió viajar al sur, a la región florida de su país. Un día caminando por las montañas, vio a una mujer joven, vestida de luto sentada ante una sepultura reciente. Dchuang Dsi le preguntó lleno de asombro por qué lo hacía. -El tonto de mi marido, respondió la mujer, se ha muerto desastrosamente. En vida siempre fue bueno conmigo. Al morir me ordenó que antes de casarme con otro, esperase a que secara la tierra de su sepultura. Yo he pensado que la tierra fresca amontonada no puede secar así de pronto y por eso abanico la sepultura. -¿De manera que usted desea –dijo Dchuang Dsi- que se seque pronto la nueva sepultura? Nada más fácil. ¿Me permite ayudarla un poco? Tomó el abanico y dijo un conjuro, abanicó un par de veces la sepultura y la tierra se secó. La mujer se puso contenta, le dio las gracias, le regaló al despedirse el abanico de seda y se marchó alegremente.

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-Dchuang Dsi se fue a su casa y se sentó en el jardín, tomó una taza de té y se quedó contemplando. Se sentía triste y suspiraba sin cesar. Su mujer que era de la familia de los Sung, procedía de una casta principesca. Era joven y hermosa, era su tercera esposa. La primera había muerto, la segunda la repudió y más tarde se casó con ésta. Tomándole del hombro se preguntó: -¿De dónde has sacado el abanico y por qué suspiras de ese modo? Fue entonces que Dchuang Dsi le contó la historia de la joven viuda que encontró al pie de la sepultura. Su mujer se incomodó mucho y le dijo: -Esa mujer quería casarse cuando ni siquiera se había secado la tierra de la tumba del marido. No tiene vergüenza. Dchuang Dsi se puso a cantar en voz baja una antigua canción: “Mientras viven hablan de amor. Pero al muerto le abanican la sepultura. La piel sólo sirve para conocer al tigre. Del hombre se conoce la cara pero no el corazón...” Esto indignó todavía más a la esposa que escupió en la cara de su marido y le dijo: -En el mundo no todas las personas son iguales. ¿Cómo puedes injuriar al sexo femenino? -No pronuncies palabras vanas –contestó Dchuang Dsi- Supón que yo tuviese la desgracia de morir. No quiero pensar en que me guardes fidelidad eterna. Pero creo que no resistes ni un par de años. -Un criado fiel no puede servir a dos amos –dijo la mujer-. Una mujer buena no se casa por segunda vez. Si alguna vez te alcanza la desgracia, yo nunca sería de otro. -Y yo no te creo. Entonces la mujer se puso a llorar de rabia. -Nosotras las mujeres somos más fieles que ustedes. ¡Eres un

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hombre sin corazón! Se te muere la primera y te casas con la segunda, la repudias y me tomas a mí. No te has muerto todavía y me hablas así. ¿Cómo crees que los demás son iguales a ti? Y diciendo esto le arrancó el abanico y lo rompió en mil pedazos. -Querida mía –dijo Dchuang Dsi- si realmente sientes lo que dices, que me quieres tanto, mejor para mí. ¿Por qué te incomodas? Así terminó aquel día. Unas semanas más tarde, Dchuang Dsi enfermó repentinamente y cada día empeoraba. Se dirigió entre lágrimas a su mujer. -Esto va mal. Puedo morir de un momento a otro. ¡Qué lástima que hayas roto el abanico! Si lo hubieras conservado, te serviría para abanicar tú mi sepultura. La mujer lloraba y daba grandes gritos, jurándole fidelidad eterna. -En eso reconozco el cariño que me tienes, dijo Dchuang Dsi. Pero cuando me haya muerto tendré los ojos cerrados. Dicho esto murió. La viuda encargó el ataúd y se puso vestido de luto. Pasaba el día entre gritos y llanto. Así transcurrieron siete días. En eso apareció a la puerta un joven estudiante. Su cara era de una rosado hermoso. Llevaba vestido de seda y zapatos bordados. Era un mancebo extremadamente encantador. Lo acompañaba un viejo sirviente y decía ser un príncipe de la provincia de Tchu al sur del país, y que desde hacía años tenía el propósito de estudiar con Dchuang Dsi. ¡Y ahora se encontraba con que el maestro había muerto! Se puso de luto, se arrodilló y con una vara de incienso rezó al espíritu del muerto. El destino me ha negado, oh maestro, el placer de escuchar tus palabras, pasaré cien días de pie en tu ataúd, para testimoniarte mi veneración. Cuando terminó sus oraciones derramó abundantes lágrimas y se puso de pie. Luego pidió ver a la viuda, y aunque ésta se negó, la insistencia del Príncipe la obligó a recibirle.

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-Los amigos viven juntos se permiten unos a otros ver a sus mujeres. Cuanto más a mí que había convenido con su esposo ver a su discípulo. A la primera ojeada la viuda se dio cuenta de que el Príncipe era un señor muy fino y esto le movió a sentir compasión por él. -Quisiera que me dejase usted una habitación, dijo el joven, para pasar con ella el tiempo de luto que consagraré a mi maestro. Además quisiera ver los escritos del maestro para poder instruirme en ellos. La viuda accedió y le dejó el pabellón del jardín. Buscó también los escritos y se los entregó. El joven príncipe dándole las gracias arregló un sitio al lado del ataúd para leerlos. La viuda iba a llorar todos los días ante el ataúd y como era natural trababa conversación con el joven, haciéndose cada vez su trato más íntimo y no faltaron miradas tiernas que delatasen los sentimientos del corazón. Finalmente la viuda no pudo resistirse más. Llamó a su habitación al viejo sirviente; le dio del mejor vino y le pidió que sirviera de intermediario matrimonial. El viejo dijo: -Mi señor está tan encantado con su hermosura que la relación de maestro y discípulo ya no tiene importancia para él. Pero quedan por resolver tres puntos que serán difíciles. Primero, el ataúd está en la habitación del norte. Celebrar ante él la ceremonia, ni podría soportarlo mi amo, ni parecería bien. En segundo lugar usted ha vivido con su difunto esposo en una unión feliz. Pero mi amo no puede comparecer con él, ni en saber ni en talento, y teme que el nuevo marido no le haga olvidar el antiguo. En tercer lugar, mi señor no tiene ni un céntimo en el bolsillo para pagar los regalos de la boda y la fiesta. Por esas tres razones es de temer que la cosa no llegue a arreglarse. La viuda respirando profundamente contestó: -¡Si no es más que por eso! En la parte de atrás de la casa hay una habitación vacía, a ella puede llevarse el ataúd. Por lo que hace al segundo punto, yo fui la tercera mujer de mi difunto marido.

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Una se murió, la otra fue repudiada y todas comentaron su falta de corazón. El Rey de Tchu quiso darle un cargo, pero él sabía que sus conocimientos no eran bastantes para desempeñarlo, por eso huyó y llegó aquí, para prepararse. Por consiguiente no puede decir que haya sido un hombre de talento, además su señor es un príncipe y yo soy de sangre real; así que nuestras familias son iguales. Nuestra edad es también proporcionada. En cuanto al tercer punto todavía es más fácil de resolver. Yo he ahorrado lo suficiente para sufragar un gasto como éste. La tarde es buena para celebrar hoy la boda. Cuidé de que todo sea dispuesto. Mandó al viejo a buscar gente para trasladar el ataúd, el pabellón se arregló para celebrar la boda, se encendieron los cirios y se colgaron magnificas cortinas. La viuda se vistió de brocado y seda adornándose con gran esmero. El príncipe no tuvo más remedio que ceder. Hizo una reverencia, entró en la recámara nupcial y bebió vino con la novia, el vino del desposorio. Cuando iban a acostarse en el lecho nupcial, el príncipe dio un grito y cayó de la cama. La mujer le abrazó amorosamente, preguntándole qué pasaba, pero el príncipe no podía responder, tan fuertes eran sus dolores. En ese momento llegó el viejo: -Mi señor sufre de cuando en cuando desmayos y palpitaciones. Un médico le recetó un extraño remedio. Para que se alivie hay que mezclar el cerebro de un hombre vivo con vino. Una vez que le dio al ataque, su padre el rey de Tchu mandó ejecutar a un criminal y se preparó la receta con su cerebro. Pero ¿cómo encontraremos aquí un cerebro? ¡Se acabó mi señor! ¿Qué podemos hacer? Nerviosa, la mujer respondió: -¿Acaso sirve el cerebro de un muerto? -Si no hace más de cinco semanas que ha muerto puede utilizarse. -Mi marido tiene apenas quince días de muerto. ¿Qué le parece si sacamos el ataúd y se lo extirpamos?

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-Pero me temo que no pueda usted soportarlo. -Amo tanto al príncipe que daría mi vida por él. ¿Por qué voy a compadecerme de unos huesos viejos? Luego le encargó al viejo que cuidará del príncipe, y provista de un martillo se fue a la cámara mortuoria. Puso a su lado la lámpara, cogió el martillo con las dos manos y golpeó con toda su fuerza, partió la tapa del ataúd. Cuando éste quedó abierto oyó que Dchuang Dsi daba un largo suspiro. Se estiró y se incorporó. La mujer quedó paralizada, cayó al suelo y al lado quedó el martillo. Entre tanto Dchuang Dsi se fue al pabellón del jardín. Finalmente la mujer pudo incorporarse y secándose el sudor corrió al pabellón. El príncipe y su acompañante habían desaparecido. Ella trató de disculparse. -Desde que has muerto no he dejado de llorar, de pensar en ti día y noche. Había escuchado ruidos en el ataúd y recordé que hubo casos en que algún muerto resucitó. Por eso escogí el martillo y lo abrí. Y en efecto estás vivo. ¡Qué feliz estoy! Dchuang Dsi, tomando una copa de licor de dijo: -Muchas gracias por tus cuidados, pero no te ha durado mucho el luto. Vas vestida de brocado y seda. -Confiaba en tener suerte al abrirlo, por eso vestí así de fiesta, como signo de buena suerte y felicidad. -¿Pero por qué no está el ataúd en el sitio de honor? ¿Será también como signo de buena suerte y felicidad? La mujer guardó silencio y su rostro enrojeció. Dchuang Dsi le mandó que trajera mas vino y siguió bebiendo. Ella no se cansaba de decirle dulces palabras, pues deseaba que la perdonara y quedarse con él. Pero el marido se emborrachó y empezó a cantar: “Ahora estoy libre de toda carga. Tú quisieras que te perdonara, Pero si sigues viviendo conmigo Me partirías el cráneo…”

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Luego prorrumpió una carcajada y le dijo: -Te voy a enseñar a tu nuevo marido. Extendió la mano y de pronto la mujer vio al príncipe y al viejo entrar por la puerta. Se espantó y miró alrededor, pero Dchuang Dsi había desaparecido. Volvió la cabeza al otro lado y el príncipe y el viejo también se habían ido. Fue entonces que la frustrada viuda comprendió que su marido había hecho uso de la magia para hacerla caer en sus palabras, y con un lazo tirado en el suelo se ahorcó de vergüenza y desesperación. LUIS ORTIZ ARIAS (Texto inédito)

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IV.4.- FICHAS DE AUTORES AGUILERA DÍAZ, GASPAR (Parral, Chihuahua.1947) Poeta, na-

rrador, ensayista e incansable promotor cultural. Ha colaborado en diarios, revistas y suplementos culturales, tanto nacionales como internacionales. Estudió la carrera de leyes en la Universidad Michoacana. Fue profesor de literatura mexicana en el Bachillerato Nicolaita y Jefe de la Editorial de UMSNH. Ha publicado varios poemarios: Informe de labores (1981), Pirénico (1982) Los siete deseos capitales (1982), Zona de derrumbe (1985), Los ritos del obseso (1987), Tu piel vuelve a mi boca (1992). El libro de relatos: Noviembre y pájaros (1998), Los últimos poemas de Dante (2005). Y las antologías: Un grupo avanza silencioso. Poetas cubanos nacidos entre 1958 y 1972. Continuación del canto: muestra de poesía michoacana de poetas nacidos entre 1943-1969 y Paisaje a medio cuerpo. Antología de poesía erótica 1977-2005. También ha incursionado en el ensayo con los libros: Plenitud y fugacidad del encuentro amoroso en la poesía de Octavio Paz (2007) e Imago mundi (2010). Fungió como encargado del Departamento de Literatura y ediciones del Instituto Michoacano de Cultura. En 2008 recibió el Premio Estatal de las Artes Eréndira otorgado por el Gobierno del Michoacán por su destacada trayectoria artística. ÁVALOS TINOCO, JOSÉ RAFAEL. Nació en Copándaro de Galeana,

Michoacán en 1951. Es médico, cirujano y partero egresado de la UMSNH. Poeta, narrador, periodista e historiador de su pueblo natal. Publicó la Monografía de Copándaro (1990). Ha colaborado en programas radiofónicos culturales. Investigador de fiestas paganas y religiosas que han fructificado en un libro inédito. También tiene sin publicar el poemario Para no morirme en el silencio. Ha escrito la novela: Las cruces y el libro del cuentos: Las mujeres de César.

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BAEZA CAMPOS, JOSÉ G. (Yuriria, Gto. 1914-+ Morelia, Mich. 1993). Estudió en su ciudad natal y cursó algunas materias en la Escuela Normal de Guanajuato, de donde pasó a trabajar en Escuelas primarias de aquel estado. Sin embargo su pasión era el periodismo y, con otros jóvenes fundó el periódico Acá y la revista Nosotros, en Yuriria, al mismo tiempo que iniciaba su colaboración en periódicos de Morelia, como El Heraldo de Morelia y El Sol de Michoacán, y de la capital del país: El Nacional, Atisbos y Novedades. En este último publicó durante varios años, su columna Mecanogramas en el suplemento dominical. Con Raúl Arreola Cortés, inició El Diario de Michoacán la columna Pasarela, que escribían al alimón, es decir en forma conjunta, de donde surgió el pseudónimo “BAC”, que usó Baeza Campos desde entonces. Fundó El Diario de Morelia y varias revistas informativas. En 1958 fue director del Periódico Oficial del Gobierno del Estado. Su obra narrativa fue recopilada y publicada en parte por Los cuadernos Casa de San Nicolás y la revista El Centavo. El colectivo Artístico Morelia, A.C. publicó en 1999, un cuadernillo en su colección Colectivo/Narrativa, No. 9, con los cuentos que Baeza Campos participó en el Tercer EnCuento de 1988. BEDOLLA HERRERA, MIGUEL. Es moreliano, estudió bachillera-

to en el ilustre Colegio de San Nicolás de Hidalgo, y posteriormente en la Facultad de Derecho de la UMSNH. Es profesor de civismo e historia, por vocación. Sin considerarse escritor ha publicado el libro de cuentos: Mágico mosaico mexicano. Escribe narraciones y cuentos para revistas y radio emisoras de su ciudad natal. Dos escritores michoacanos de feliz memoria, despertaron en él su afición a escribir: el padre y poeta Don Manuel Muñoz Mendoza y el maestro Don Manuel López Pérez.

CANALES GONZÁLEZ, HÉCTOR. (El Grullo, Jalisco. 1949) Ave-

cindado en Zamora, Michoacán desde la década de los setentas, donde ha sido promotor de la cultura, escritor, periodista

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y editor. Ha fundado y dirigido varias revistas y suplementos y coordinado talleres de creación literaria. Riguroso y parco en la publicación de su obra, su producción se encuentran en los siguientes libros: Apariciones (1981), 13 Cuentos (1984), Maniático y obsesionado, Sombras de la luz y Epílogo del vuelo (1985), Justo a tiempo (1988), El más feliz (1989), Diario de viaje y otros relatos (1999) y Deseada carne (2006). Actualmente labora en el Colegio de Michoacán. CENDEJAS, JOSEFINA MARÍA. (Apatzingán, Mich. 1960) Realizó

estudios de filosofía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Dirigió la SOGEM en su delegación Morelia. Publicó un libro de relatos: Días no navegables (1991). Fue antologada en: El occidente de México cuenta. Antología del cuento reciente (1995) y en: Antología de cuentistas michoacanos (1996).

DE LA CRUZ AGÜERO, LEOPOLDO. (San Luis San Pedro, Gro.

1938). Estudió en la Escuela de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde obtuvo el título de abogado. Ha ejercido su profesión en importantes cargos de la judicatura en la ciudad de México. Es autor de algunos estudios y ensayos sobre el derecho de amparo, incluyendo un libro de texto de la materia. En cuanto a la narrativa es autor de dos libros de cuentos: ¡Levántate campesino! Cuentos y narraciones (1990) y Enemigos de muerte (1991). FABIÁN RUÍZ, JOSÉ. (Morelia, Mich. 1930). Abogado, historiador

y narrador. Sus inquietudes artísticas e intelectuales se manifestaron desde su época estudiantil en el Histórico y Primitivo Colegio de San Nicolás colaborando en revista y periódicos como El Nicolaita y El Espíritu Nicolaita. Posteriormente fue redactor deportivo de El Sol de Michoacán, colaborador de la revista Policía Michoacana (1950-1952) y del periódico La Voz de Michoacán.

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Autor prolífico en temas de historia michoacana, ha publicado: Semblanzas michoacanas, Tribuna histórica michoacana del siglo XVI, Los antiguos michoacanos, Yácatas: visión arqueológica de Michoacán, ¿Dónde están los restos de Morelos?, Toponimia michoacana, Jornadas turístico-culturales de Michoacán, Valladolid, hoy Morelia y su crónica insurgente, Tres casi cuentos, entre otros tantos. Es actualmente el director del Museo Casa Natal de Morelos, en Morelia, Michoacán. FRANCO, LUIS GUSTAVO. (Pajacuarán, Mich.1936- +Zamora, Mich. 2008). Sacerdote, periodista, profesor, narrador y poeta. Fue editorialista de El universal y de El Porvenir de Monterrey. Sacerdote que convivió con los marginados y las comunidades indígenas de Michoacán. Publicó los siguientes libros: Poemas de viaje (1973), Casa sin puerta (1975), Matrimonio, Sacramento de Amor (1978), Hombres de Tierra (1980), Zamora la Vieja (1979), Poemas de Luz y Sombra (1981). GIL SÁNCHEZ, MARIELA. (Apatzingán, Mich. 1971). Cursó medicina en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Realizó estudios en la SOGEM de Morelia. Ha ejercido el periodismo y la creación poética. Ha obtenido el Premio de Creatividad Juvenil convocado por el CNCA a través de la Dirección de Culturas populares; el segundo lugar en el Concurso de Cuento “Carmen Báez” de Morelia, en 1994; mención honorífica en el III Concurso Literario Xicoatl, que organiza la revista del mismo nombre en Salzburgo, Austria. Obtuvo el Premio del XVII Concurso Nacional de Cuento de Humor Negro 2011, convocado por la SECUM. GIRARTE MARTÍNE, LUIS. (Sahuayo, Mich. 1945). Alterna la ac-

tividad docente con su trabajo de narrador y poeta. Sus trabajos literarios han recibido numerosos premios y reconocimientos.

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Es coautor de dos antologías poéticas: De esta tierra nuestra y Anticipo del amor intemporal. Ha publicado algunos poemarios: Para incendiar la tierra, antes que salga el sol. En el género narrativo ha publicado el libro de cuentos Tortuga (2008). El 2012 recibió el Premio Estatal de las Artes Eréndira. GONZÁLEZ GARCÍA, SALVADOR C. (México, D. F. 1942). Realizó

sus estudios en la Escuela Normal de Morelia, donde se tituló de maestro. Se especializó en la Escuela Normal Superior de México, y ha prestado servicios en instituciones de enseñanza media y en la misma Normal de Morelia de donde se ha jubilado. Su obra se caracteriza por una amplia y variada producción que abarca la mayoría de los géneros literarios. Ha publicado los siguientes libros, la mayoría como edición de autor: Bajo la parota (1982), Tiempo de la siembra (relatos), Siega Diacrónica(poesía), Romances de Santa Clara(poesía), Cercanía del final(poesía), Onirilia (cuentos), 140 decibeles (cuento), Cartas a una normalista, Huréndahperi, el educador; Morir por la causa(novela), Otra Tentación (novela), Falsas palabras (novela), Viaje sin retorno (novela), Del sueño a la utopía (novela), Mejor solo (novela), La mujer liberada (novela), Los días sin Eva (cuentos), Recuento, (antología de cuentos).Colaboró durante varios años en publicaciones periódicas como “Noticias”, “Verdad”, “Élite”, “Informe”, “Poder” etc. Produjo el programa “Educatemas” en Radio Nicolaita y participa en actividades del Colectivo Artístico Morelia, A.C. GUTIÉRREZ, ÁNGEL. (México, D.F. 1938). Realizó su educación bá-

sica en el estado de Guerrero y los profesionales de historia en la Universidad Patricio Lumumba, de la Ex Unión Soviética. Hizo la maestría de historia en la UNAM. Desempeñó varios cargos en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde ha publicado múltiples libros de su especialidad. En creación literaria publicó en coautoría con Ma. Teresa Cortés Zavala: El fantasma y la sombra (1982) y de su peculio: El fantasma regresa (1994).

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GUZMÁN HEREDIA, HERIBERTO. (Zacapu, Mich. 1953) Ingenie-

ro industrial y escritor. Activo miembro del Colectivo Artístico Morelia, A.C. para el que ha realizado teatro, programas de radio y promoción de actividades artísticas en el Estado y su ciudad natal. Esta asociación ha publicado sus libros de cuentos: De brujos y otros cuentos (1989) y Mensaje sin rencores; así como su novela, Días de madera (2012). GUZMÁN MARÍN, FRANCISCO. (Morelia, Mich. 1962) Poeta, na-

rrador y ensayista. Es maestro en filosofía de la cultura por la UMSNH y Doctor en Ciencias Sociales por la UAM. Ha participado en los Encuentos estatales organizados por el Colectivo Artístico Morelia, A.C. Ha colaborado en los programas de radio Exlibris y Ágora Cultural, también ha coordinado el programa radiofónico: UPN Comentarios. Tiene publicados Ansiedades de la inconsciencia (colectivo). Ha colaborado en las revistas Pensamientos y expresión (UPN, 1987) y Teix-Tlalmachiani (independiente, 1987- 89). Ganó el Premio Nacional de Ensayo “Alfonso Reyes”. Publicó el libro: Notas al margen (1991). Escribió el poemario virtual Ventanas (2008).

IRIARTE MÉNDEZ, JUAN. (Morelia, Mich. 1955). Estudió en el Colegio de San Nicolás, y desde muy joven se dedicó al periodismo, distinguiéndose por la agudeza de sus comentarios políticos en el periódico El mosquito, que él dirigió durante bastantes años. Participó en la colección El puro cuento, de un grupo de escritores nicolaitas (Colección Desperdicios, 1982). Ha desempeñado diversos cargos públicos, entre ellos el de Director de Cultura y Civismo en el H. Ayuntamiento de Morelia y Diputado local. Publicó El último de los románticos y otros cuentos (1989), auspiciado por el Colectivo Artístico Morelia, A.C. que ha alcanzado su tercera edición, corregida y aumentada: UMSNH, (2004).

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JUÁREZ VEGA, SAÚL. (Morelia, Mich. 1957). Egresado de la Fa-

cultad de derecho de la UNAM. También ha sido promotor y funcionario de cultura. Como creador literario ha practicado los géneros de poesía, crónica y cuento. Es autor de los siguientes poemarios: Piedras del viento (1991), Es agua esta luz (1994) y El viaje de los sentidos (2000). Cuenta con la antología temática: La muerte en el cuento mexicano (1988). Ha publicado los libros de cuentos: Paredes de papel (1981), Más sobre la muerte (1983), Si van al paraíso (1994) y Señales de viaje (1995).

LARA GÓMEZ, RAMÓN. Nació en Palenque Chiapas, en 1972. Desde 1988 radica en Morelia, Michoacán, donde realizó estudios de leyes en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Perteneció al taller de literatura “Tomás Rico Cano” de la Casa de la Cultura de Morelia. Ha publicado en los suplementos culturales “Voz-es Jóvenes”, del Diario La Voz de Michoacán y “Entre Jóvenes” del periódico Cambio de Michoacán. En las revistas especializadas: El Abismo y la gran nada del Instituto Michoacano de cultura y en ABCs, marginal e independiente. Fue becario del FOESCAM en donde escribió el libro de narrativa: El mono ermitaño (2001). De 1999 a 2001 fue director de la Casa de la Cultura de Palenque “Fray Pedro Lorenzo de la Nada”. En 2004 ganó los juegos florales nacionales “Ramón Martínez Ocaranza” y el Premio de Poesía de Uruapan. Fue finalista en el premio Charles Bukowski convocado por la editorial Anagrama y la revista Generación. En el 2010 se publicó su novela: La puerta de enfrente, por la Universidad Autónoma de Chiapas. LEVÍN, ISAAC. (México D.F. 1936). Registrado en Guadalajara y

michoacano por adopción desde 1985. Abandonó la carrera de contador público, después de ejercerla durante 27 años para dedicarse a la literatura. Ha publicado: un cuento en el libro: Los siete pecados capitales (INBAm, 1987), veintena de cuentos y maquinazos en periódicos y revistas de 1985-1988; Antes de la

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nada (Matasellos, Bramaro Films.1999) y La Hora, Llega (Secum, 2007). Impartió talleres literarios en El Molino, Erongarícuaro de 1988 a 2002. MARTÍNEZ RUÍZ, MIGUEL ÁNGEL. (Morelia, Mich. 1943). Estudió

en la Escuela Normal de la misma ciudad y obtuvo el título de profesor. También fue alumno en la Facultad de Altos Estudios de la UMSNH. Ha sido profesor de idiomas en el Tecnológico de Morelia y la UMSNH. Colaborador de diversos periódicos y revistas. Publicó la semblanza biográfica del profesor Rafael C. Haro, de quien fue discípulo. También ha incursionado en la poesía y en el cuento. De este género publicó: La nueva vida del Pueblo Viejo (1994) y Cuentos de la crisis (1998) Su más reciente obra se titula: Cosmovisión de la muerte (2010). MEJÍA GARCÍA, RAÚL. (México, D.F. 1956) Ha radicado por lar-

gas temporadas en Morelia, Michoacán. Ha sido profesor de literatura y conductor de un programa de radio. Entre 1991 y 1994 coordinó la revista Babel. Colaboró en la revista Tierra Adentro, el periódico El Nacional, La voz de Michoacán y Cambio de Michoacán. En 1993 obtuvo el premio estatal de Relato convocado por el Instituto Michoacano de Cultura. Ha publicado tres volúmenes de cuentos: Triques (1988) y En la línea (1992) y Banquetes (1995). Tres libros de crónicas: Estaciones de paso (2002), Filias y fobias (2005) y Sueños húmedos. Crónicas de la migración (2006). Su primera novela, Pertenecer, fue publicada en el 2008. Ganó el Premio de Cuento de Humor Negro 1999, convocado por el IMC, con el cuento “La autopsia dirá si ha muerto”. MENDOZA JIMÉNEZ, GABRIEL. (Jaripo, Mich. 1964) Ha publica-

do cuento y novela. Fue miembro del taller de narrativa que impartiera en Morelia en la década de los ochenta Rafael Ramírez Heredia. Ha ocupado varios puestos en la administración pública del D.F. y Michoacán. Su primer libro de cuentos Nadie se

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muere la víspera (1991) fue publicado por Conaculta en su colección tierra adentro, No. 15. Obtuvo el premio “Efraín Huerta” de cuento, Tampico 1987, del cual recibió también mención honorífica en 1986. Publicó en las revistas Travesía e Inquisiciones de la UMSNH y del Colectivo Artístico Morelia, A.C. En su creación novelística destaca la obra Se me olvidó que te olvidé. MIRÓN, TELÉSFORO. (Daniel Mora Ramos) “El autor vio la luz

primera en la luminosa y poética villa de Tanguato, Michoacán el año de gracia de 1928, un martes 13 de febrero, memorable día en que llovió ceniza, viniéronse en picada las torres de la iglesia, y se detuvo por espacio de 72 horas el chisguete geotérmico de milenario géiser de Ixtlán de los Hervores.” Autor del libro: Tanhuato. Anecdotario bohemio y humorístico (1982).

MONREAL, SERGIO J. Nació en México, D.F. en 1971. Radica en

Morelia, Michoacán desde 1984. Es narrador, poeta, ensayista y dramaturgo. Ha obtenido varios premios, reconocimientos y becas a nivel estatal y nacional. Ha publicado dos libros de dramaturgia: Los ojos perdidos de Mirmidón (1996) y Como esperando a Godoy (1998). Una novela: La sombra de Pan (1997), dos poemarios: El manar de la sombra (1996) y Las raíces del aire (2008) Así como los libros de relatos: La razón de los monstruos (2000) y El canto de las ranas (2004). MORENO LEAÑOS, ERNESTO. (Zamora, Mich. 1927- +2009). Na-

rrador y periodista autodidacta. Realizó su labor periodística en el Semanario Independiente Guía y posteriormente en el Diario Z de Zamora. Es considerado maestro del buen humor narrativo. Publicó Boda Marinera y Concentración mental y otros cuentos.

OSEGUERA GARCÍA, CARLOS. (Morelia, Mich. 1946). Narrador y

poeta. Ha publicado los libros: Costales con papas, Cinco relatos

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muy nuestros y Magnos Aniversarios. Escritor dedicado de tiempo completo a la escritura; sumamente productivo, pero de poca obra publicada. Conserva inéditas una veintena de novelas así como varios poemarios. Es el primer poeta publicado por El colectivo Artístico Morelia, A.C. en su colección de plaquettes poesía/ colectivo. Varias de sus obras han sido adaptadas para el cine y la televisión. En 1993 ganó el primer lugar del Concurso Estatal de Relato Rural convocado por el Instituto Michoacano de Cultura. ORTIZ ARIAS, LUIS. (Uruapan, Mich. 1960- +2003). Poeta, narrador, ensayista, crítico literario y estudioso de las ciencias naturales. Publicó en revistas, periódicos y suplementos literarios sus trabajos de creación e investigación. Entre sus obras más destacadas se cuentan: Plantas autóctonas y productos volcánicos de las inmediaciones de Morelia (ensayo, 1987) y la novela El secreto del caracol (1997). Becario del FOESCAM 1998, con la novela Porque la noche. El Colectivo Artístico Morelia, A.C. editó su plaquette de poesía No. 57, Todavía la vida (2000). Importante promotor y representante de la cultura universal en su ciudad natal, su prematura muerte dejó un acervo importante de proyectos literarios sin concluir y abundante obra sin publicar. PARADA, MARTHA. Originaria del estado de Chihuahua. Realizó

estudios de pedagogía en la UNAM. Perteneció al taller narrativa de María Luisa Puga y de Silvia Molina. Radicó varios años en Morelia, donde publicó: Azúcar, sal y limón, colección Los tejedores, primera serie. Ediciones del Instituto Michoacano de Cultura, (1988) y Azúcar, sal y limón…y otros cuentos. Editorial Jitanjáfora, (2002). PAYÁ VALERA, EMETERIO. (Barcelona, España. 1928- +Morelia, Mich. 2003) Relevante periodista y cuentista. Llegó a Morelia en 1937, en el contingente de niños que el gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas protegió de los peligros de la guerra civil española.

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Las experiencias de ese viaje, la estancia en Morelia y el ulterior desarrollo de ese grupo, los recogió en su libro Los niños españoles de Morelia (1985, 1987). El Colectivo Artístico Morelia publicó un cuadernillo con varios de sus cuentos: Los hombres mean de pie (1999). Desarrolló una importante actividad de crítica periodística en Morelia, ciudad donde también falleció. PERDOMO, MARÍA TERESA. (Pátzcuaro, Mich. 1927) Estudió en el Colegio de San Nicolás. Se tituló de licenciada y maestra en Literatura Española (UNAM). Hizo el doctorado en Lingüística y Literatura en el Colegio de México. Realizó estudios de especialización en Literatura francesa en la Universidad de Toulouse, Francia. Perteneció al prolífico grupo de investigadores del Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita. Su obra es muy basta y abarca ensayos, crítica literaria, poesía y cuento. Destacan sus libros: Ser y hacer de José Rubén Romero (1985), Ramón Martínez Ocaranza, el poeta y su mundo (1988), La poesía de Manuel Ponce (1994), El lector y la comunicación en “Rayuela” (1980), Periferias (1982), Lluvia de ramas (1984), Navegaciones (1990), Caleidoscopio (1993), Este racimo de palabras (1994) y Como queriendo dibujar la vida (2000). PINEDA, ADRIANA. (Apatzingán, Mich. 1969). Cursó la licen-

ciatura en historia en la UMSNH y el doctorado en historia de México en la UNAM. Asistió a talleres de creación literaria con María Luisa Puga, Neftalí Coria y Gaspar Aguilera. En 1997 fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en la categoría de jóvenes creadores. Actualmente se desempeña como profesora, investigadora y jefa del archivo histórico de la UMSNH. RODRÍGUEZ ÁVALOS, JOSÉ LUIS. (Guadalajara, Jalisco. 1947). Dra-

maturgo, actor y director teatral. Fundador y destacado miembro del Colectivo Artístico Morelia, A.C. Se ha destacado por ser uno de los más activos e infatigables promotores culturales en Michoacán.

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Poeta, cuentista, periodista y editor. Ha publicado los libros de cuentos Días de lluvia y otros desastres (1981) y Escritos para el W.C. Cuentos, historias, narraciones, y minificciones para la hora del baño (1995). Ha fundado y dirigido múltiples publicaciones culturales. Su programa de radio en la Universidad Michoacana, Ex Libris, ha superado los treinta años de existencia ininterrumpida. SÁNCHEZ TORRES, RAÚL. Nació el 30 de octubre de 1962 en Jacona, Michoacán. Perteneció al taller literario Signos de Zamora. Escribe poesía y cuento. Ha publicado en varias revistas y periódicos del país. Participó en el Primer encuentro de escritores y poetas de occidente. Representó a su taller en el Encuentro nacional de escritores organizado por el Instituto Michoacano de Cultura. Ha publicado los siguientes poemarios: Buscando la luz (1988). El cadáver tragando agua (2001), Mi último reino (2001), Punto de partida (2007) y Ruta de sal (2008). También ha publicado narrativa: Un puñado de nada (2000), El sopor de las avispas. Cuentos de la sierra y el mar (2009). Ha sido profesor del Colegio de Bachilleres de su ciudad natal, donde dirigió la revista literaria El unicornio azul. VILLASEÑOR, JUAN PABLO. (Morelia, Mich. 1956) Es egresado

de la Escuela de Filosofía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y del Centro de Capacitación cinematográfica (D.F.) Dirigió las revistas literarias michoacanas: Alabastro y La espina en la Garganta. En 1983 publicó el libro de cuentos titulados Los náufragos del arca de Noé y en 1992, Hermanos, del mismo género. Ha realizado una destacada carrera en la dirección cinematográfica nacional. En 1989 recibió el premio Ariel al mejor cortometraje del año por su película Y yo que la quiero tanto. También dirigió en 1997 la cinta de comedia costumbrista Por si no te vuelvo a ver.

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Cuentística Michoacana d e Francisco Javier Larios

se terminó de imprimir en octubre de 2013 en Gráficos Moreno ubicado en Vicente Santa María #749 colonia Ventura Puente, C. P. 58020 Morelia, Michoacán. La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del autor y el Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura.


El siguiente trabajo es el resultado de una investigación y análisis crítico sobre el cuento publicado en el estado de Michoacán durante las dos últimas décadas del siglo XX. La inquietud por el tema del cuento michoacano surgió después de conocer algunas publicaciones y observar la poca o nula información sobre la obra producida por los cuentistas nacidos o avecindados en Michoacán. Siendo el género narrativo más joven por excelencia, su historia en México como texto escrito apenas rebasa el siglo y medio de antigüedad. Y durante la centuria que comprende el siglo XX se considera que han sido publicados una cantidad aproximada de 1500 libros de cuentos, de ellos se han seleccionado los 100 más importantes y por desgracia no encontramos ningún autor michoacano en la selección referida. Nuestra incredulidad no tenía límite. No podíamos aceptar que la literatura michoacana no contara con un solo autor capaz de ser incluido entre los cien mejores libros de cuentos mexicanos.

9 786078 201457


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