Pacheco JosĂŠ Emilio
1939-2014
CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES
Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO
Salvador Jara Guerrero Gobernador de Michoacán Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Paula Cristina Silva Torres Secretaria Técnica Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Particular María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Argelia Martínez Gutiérrez Directora de Vinculación e Integración Cultural Eréndira Herrejón Rentería Directora de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmon Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura
Pacheco José Emilio
1939-2014
Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Consejo Nacional Para La Cultura y Las Artes
Primera edición, 2014 © Raúl Casamadrid © Héctor Ceballos Garibay dr © Arturo Morales Campos dr dr
© Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx
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Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Diseño editorial y formación: Jorge Arriola Padilla ISBN: En trámite
Impreso y hecho en México
Índice Presentación Marco Antonio Aguilar Cortés
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José Emilio Pacheco: su generación, sus batallas y sus inventarios Raúl Casamadrid
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Retrato de José Emilio Pacheco en tres tiempos Héctor Ceballos Garibay
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Polifonía en El viento distante de José Emilio Pacheco: modernidad y tragedia Arturo Morales Campos
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Presentación Marco Antonio Aguilar Cortés
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n el mundo de la literatura durante el año 2014 se generó una baja significativa y sentida: la muerte de José Emilio Pacheco; obvio que por la calidad de sus obras y a través de ellas, sigue vigente en ese espacio de las letras; sin embargo, quedó concluida su producción personal en la cultura. Con motivo de su fallecimiento, la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Michoacán le rindió un homenaje con varios eventos. Uno de ellos fue un panel de textos leídos por reconocidos escritores michoacanos, ante un público participativo. Parte de los asistentes solicitaron, en virtud de la calidad de los trabajos, que dichas reflexiones se editaran, por lo que estamos respondiendo, con satisfacción, a ese pedimento. Raúl Casamadrid leyó su trabajo bajo el título de José Emilio Pacheco: su generación, sus batallas y sus inventarios; con el encabezado de Retrato de José Emilio Pacheco en Tres Tiempos, Héctor Ceballos Garibay hizo lo propio; y,
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Arturo Morales Campos, nos presentó su ensayo con el enunciado: Polifonía en "El viento distante" de José Emilio Pacheco: modernidad y tragedia. Tres estilos, tres perspectivas, tres críticos, en esta obra que hoy se publica. Lo vale por José Emilio, pero sobre todo, lo merece el lector michoacano. Mi invitación, estimado lector, es la de adentrarse a los aceptables niveles que las letras tienen en Michoacán y en México. Morelia, Ciudad del Arte y la Cultura, Otoño del 2014.
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José Emilio Pacheco: su generación, sus batallas y sus inventarios RAÚL CASAMADRID
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l poeta, ensayista, traductor, novelista, periodista, cuentista, profesor y antologador mexicano José Emilio Pacheco Berny nació en la ciudad de México el 30 de junio de 1939. Fue integrante de la llamada Generación de los cincuenta o Generación de medio siglo, compuesta por artistas y literatos nacidos durante el segundo cuarto del siglo XX. De origen campechano, José Emilio estudió en la UNAM y ahí inició sus actividades literarias, en la revista Medio Siglo, de donde toma precisamente su nombre la Generación de los 50. Junto a Carlos Monsiváis compartió la dirección del suplemento de la revista Estaciones; fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México y de México en la Cultura, suplemento de Novedades, y fue jefe de redacción de La Cultura en México, suplemento de Siempre! Fue especialista en literatura mexicana del siglo XIX, investigador del Centro de Estudios Históricos del Instituto
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Nacional de Antropología e Historia (INAH) y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Colegio de México y en otras prestigiadas universidades de Estados Unidos y Europa. Ganó una veintena de importantes premios; entre ellos, recibió el Premio Cervantes (2009); el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009); el José Donoso (2001); el Octavio Paz (2003); el Pablo Neruda (2004); el Ramón López Velarde (2003); el José Asunción Silva (1996); el Xavier Villaurrutia (1973); el García Lorca (2005) y el Premio Alfonso Reyes otorgado por El Colegio de México (2011). Como académico, José Emilio Pacheco fue miembro de El Colegio Nacional desde 1986; creador emérito del Sistema Nacional de Creadores Artísticos (SNCA) y miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua en mayo de 2006 y del Seminario de Cultura Mexicana. En México, la Generación de los 50, también nombrada Generación de Medio Siglo, surge en un período de transformaciones económicas, políticas y culturales, y de ruptura con
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los viejos valores revolucionarios. La sociedad mexicana estaba cambiando, la población crecía cada vez más y del interior de la República había un alto índice de migración hacia la capital; los espacios urbanos se desarrollaban aceleradamente: a principios de los años cincuenta proliferaban los centros nocturnos, los cines, las cafeterías, los teatros, los restaurantes y las librerías; eran punto obligado de reunión para aquéllos que gastaban su tiempo libre en las calles iluminadas y bulliciosas de la capital. Ciudad Universitaria, recién inaugurada en los terrenos del Pedregal de San Ángel, la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, el Colegio Nacional, la Casa del Lago de Chapultepec, la Academia de la Lengua, el Palacio de las Bellas Artes, el Café Paris en Avenida Reforma, el Club Leda y las grandes librerías de la época (la Robredo, la Porrúa, la Madero, la del Sótano y las de Cristal, entre otras) eran puntos de confluencia que abrían espacios plurales a la conversación, a las tertulias y a la amplia red de conferencias, exposiciones y mesas redondas que llenaban la vida cultural de la capital del país.
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Esta generación no estaba sólo formada por poetas y escritores, sino por todo tipo de artistas e intelectuales. La lista es larga: había historiadores como Eduardo Blanquel, Luis González, Miguel León Portilla, Jorge Alberto Manrique, Xavier Moysen y Román Piña Chan; lingüistas, como Antonio Alatorre, Margrit Frenk y José Pascual Buxó; científico sociales, como Guillermo Bonfil, Víctor Flores Olea, Pablo González Casanova, Arturo Warman, Ifigenia Martínez, Rafael Segovia y muchos más. También estaban los filósofos del grupo Hyperión, entre cuyos miembros más destacados se encontraban: Samuel Ramos, Ricardo Guerra y Luis Villoro, Leopoldo Zea, Jorge Portilla y Emilio Uranga. Este grupo se empeñó en construir una filosofía de lo mexicano, una filosofía como "saber de salvación", que influyó definitivamente en escritores como Octavio Paz. Había pintores, como los hermanos Pedro y Rafael Coronel, Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Kasuya Sakai, Alberto Gironella, Fernando García Ponce, Vlady y
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Roger Von Günthen. Junto a ellos estaban, por supuesto, los autores teatrales: Héctor Azar, Emilio Carballido, Juan José Gurrola, Luisa Josefina Hernández, Vicente Leñero, Juan José Arreola y Sergio Magaña. Y, entre los poetas: Isabel Fraire, Ulalume González de León, Jaime García Terrés, Eduardo Lizalde. Marco Antonio Montes de Oca, Ruben Bonifaz Nuño, Álvaro Mutis, Jaime Sabines, Tomás Segovia, Luis Rius, Gabriel Zaid y muchos más. Los años cincuenta constituyeron, históricamente, el impulso a la inversión económica y el crecimiento de la ciudad, La Generación de Medio Siglo representó, por su parte, "una primavera florida" en las letras mexicanas, con escritores como Inés Arredondo, Josefina Vicens, Huberto Bátis, Julieta Campos, Henrique González Casanova, Jorge Ibarguengoitia, Amparo Dávila, José De la Colina, Salvador Elizondo, Sergio Fernández, Carlos Fuentes, Sergio Galindo, Juan García Ponce, Carlos Valdés, Ricardo Garibay, Juan Vicente Melo, Ernesto Mejía Sánchez, María Luisa La China Mendoza, Margo Glantz, Luis Guillermo Piazza, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, Edmundo Valadés, Sergio Pitol y, destacadamente, Carlos Monsiváis
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y José Emilio Pacheco. Ellos fueron parte de una fase histórica rodeada de progresos en casi todos los órdenes; sus preocupaciones giraron en torno a problemas filosóficos, históricos, literarios y políticos. Algunos miembros de esta generación establecieron nexos desde la adolescencia y durante la juventud; muchos llegaron de provincia y otros más eran extranjeros. Monsiváis y Pacheco fungieron, de alguna manera, como una especie de anfitriones citadinos para todos aquellos jóvenes que migraron hacia el centro y arribaron con avidez por integrarse al medio cultural capitalino: Inés Arredondo, de Sinaloa; Huberto Bátis y Carlos Valdés, de Guadalajara; Jorge Ibargüengoitia de Guanajuato; los hermanos Pedro y Rafael Coronel, de Zacatecas; Juan Vicente Melo, Sergio Pitol y Sergio Galindo, de Veracruz; los hermanos Juan y Fernando García Ponce, de Mérida; José Carlos Becerra, de Tabasco y así muchos creadores más. La Generación de Medio Siglo llegó a ejercer una influencia colectiva en las aulas universitarias mediante revistas, libros, artículos, mesas redondas, conferencias y reuniones;
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así, sus integrantes educaron ideológicamente a la siguiente generación intelectual, con una crítica al viejo orden revolucionario que, a fuerza de institucionalizarse, se había anquilosado. Abarcaba la Generación a un extenso y variado número de individuos y procesos quienes, sin embargo, podrían pensarse todos como parte de una misma voluntad crítica a la realidad mexicana, pues fueron producto de las mismas lecturas y de la posibilidad de vivir finalmente de sus investigaciones intelectuales y artísticas. Estos artistas, literatos y académicos se percataron por igual del agotamiento del nacionalismo cultural como vehículo de expresión y empezaron a dar visos de una producción de ideas que la cuestionaba. Fue una generación que, en voz de José Luis Cuevas -entonces muy joven pintor- haría un llamado a romper con la trabazón de “la cortina de nopal”, impuesta por el nacionalismo revolucionario. Sin embargo, la actitud de Carlos Monsiváis y de José Emilio Pacheco fue doblemente importante: por un lado criticaron esta momificación de los valores que animaron el
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proceso revolucionario y su consecuente institucionalización; y, por el otro, rescataron la comprensión y el entendimiento de la parte tradicional y de las raíces que dan luz y alimentan los procesos identitarios del mexicano. Y lo hicieron con profundidad en sus planteamientos, pero también con humor en sus descripciones. Monsiváis, crítico e irónico, lleno de gracia y calidez en sus ensayos; y Pacheco -como un artista en toda la extensión de la palabra- impregnó a su poesía y a su narrativa en la esencia de la mexicanidad que emana de un profundo conocimiento de la historia del país, de la condición ideológica del mexicano, y de los procesos que rigen, ya no solo a la mexicanidad, sino a lo mexicano inserto en la globalidad mundial de hoy en día. Es decir, José Emilio Pacheco se alzó como un escritor de talla internacional. José Emilio escribió su último Inventario la noche en que cayó enfermo, y lo dedicó a Juan Gelman. Aquí hay que hacer un pequeño paréntesis para mencionar que su columna Inventarios, en la revista Proceso, constituye quizá una de las piezas más importantes y bellas de la literatura escrita en nuestra lengua: tenía
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la virtud de ser un espacio libre donde cabía la nota ensayística, el poema, el cuento, la historia, el homenaje y el artículo periodístico de actualidad. Redactado cada Inventario con una prosa exquisita, en estos textos Pacheco hacía gala (siempre con modestia) de una enorme erudición. Sus textos daban luz sobre aspectos muchas veces importantísimos que se habían extraviado en la Historia. Conjugaba detalles prácticamente desconocidos con realidades que a veces rayaban en lo inaudito y en lo increíble. Además, se daba el lujo de describir un hecho histórico como si los acontecimientos reales no hubieran sucedido (como por ejemplo: qué hubiera acontecido si Juárez, Obregón o Colosio no hubieran muerto), dándole una perspectiva literaria a la Historia y un giro dramático a la realidad. La edición de todos sus Inventarios será, sin duda, una pieza fundamental dentro del canon de la literatura mexicana. Firmaba por cierto, sus Inventarios con la modestia que lo caracterizaba, sólo con sus iniciales JEP. Regresando a la última nota que escribió, en ella describe a Juan Gelman como el “mejor
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poeta vivo de la lengua”, y quien, a partir del día de su fallecimiento, se habría vuelto “uno de nuestros clásicos modernos”. Pues bien, una vez desaparecido el poeta argentino, la crítica estará de acuerdo en que, al menos durante los pocos días en que le sobrevivió, Pacheco se convirtió en el sucesor de Gelman como el mejor escritor de nuestra lengua. No se trata –parafraseando a Kennedy– de lo que el poeta mexicano hizo por su país, sino de lo que México hizo por José Emilio Pacheco y la manera en la que él supo retribuirle. Él amó a México como el que más y nos enseñó a sus lectores a amarlo a partir de conocerlo y de comprenderlo. Dedicado en cuerpo y alma a las letras, también su obra estuvo ligada al cine, el cual se impregnó –de su obra narrativa- con esta sensación de la vida como un conflicto: del mundo como una batalla llena de marcas temporales y espaciales donde reina el tiempo, su devenir, y su inescrutabilidad. Su primer contacto creativo con el séptimo arte fue durante el Primer Concurso de Cine Experimental, de 1965, donde se exhibió con gran éxito El viento distante, película compuesta por tres episodios, cada uno con su
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propio director: El parque hondo, realizada por Salomón Laiter, Tarde de agosto, de Manuel Michel y El encuentro, de Sergio Béjar. El parque hondo y Tarde de agosto se inspiran en dos cuentos homónimos de José Emilio Pacheco. Posteriormente, participó junto con Arturo Rípstein en la elaboración del guión de El castillo de la pureza, una película multipremiada que trata sobre el terrible caso de la vida real en que un hombre encierra durante largos años a toda su familia dentro de su propia casa, intentando así no exponer a sus hijos a la contaminación de un mundo corrupto y amoral. Al fin, en 1987, Alberto Isaac lleva a la pantalla grande una adaptación de la novela Las batallas en el desierto, con el nombre fílmico de Mariana, Mariana. Se trata de una película planeada por José El Perro Estrada, cuya prematura muerte, antes de iniciar el rodaje, depositó el proyecto en las manos de Alberto Isaac. Destaca en este filme el guión de Vicente Leñero, la fotografía de Daniel López y la edición de Carlos Savage.
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Se trata de una película cuyo personaje principal no es sólo Carlitos, el niño que llega a fines de los años cuarenta con su familia de Guadalajara, para instalarse a vivir en la ciudad de México, sino la propia ciudad que fue también uno de los grandes amores del autor de la novela. Es notable como, al igual que Rulfo, a José Emilio Pacheco únicamente le bastó escribir una novela para situarse entre los mejores novelistas mexicanos del siglo pasado. Es de llamar la atención la cantidad de personas –muchos de ellos gente joven– que se presentó en el Colegio Nacional de las calles de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, a presentarle sus respetos en el homenaje que de cuerpo presente allí se llevó a cabo. Esto nos habla de la calidad artística de un persona que trascendió y superó con su estatura moral las expectativas que el mundo moderno guarda para con los creadores intelectuales. En más de cincuenta años de actividad creativa, José Emilio Pacheco deja una obra concentrada, pulida, dialogante con la cultura
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de todos los tiempos y de todos los orígenes. Lo mismo en la poesía, en la narrativa, en la crónica o en el ensayo cada página es una gran metáfora interna que crea relaciones insospechadas y “un diálogo latente entre los vivos y los muertos”. 30 de enero de 2014. Cd. de Morelia, Michocán.
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Retrato de JosĂŠ Emilio Pacheco en tres tiempos HĂŠctor Ceballos Garibay
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ue un viernes de junio de 2003 cuando tuve la suerte de platicar por primera vez con José Emilio. Ocurrió en Morelia durante una tarde imantada por el calor de la amistad y la impronta gozosa de la poesía. En el recinto –el auditorio de la Escuela de Letras- el público escuchaba atento los versos del bardo capitalino, quien visitaba la ciudad a fin de estar presente en el homenaje a su gran amigo José Carlos Becerra, autor fallecido en un trágico accidente automovilístico en Europa, cuando apenas tenía 33 años.
Al finalizar el acto principal, con la noche despuntando, los funcionarios de la Secretaría de Cultura me convidaron a la cena que se ofrecía para las figuras estelares del encuentro literario. Hugo Gutiérrez Vega, con quien tenía amistad a partir de que me había publicado textos en La Jornada Semanal, aceptó trasladarse al restaurante Las Mercedes en mi
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coche. Durante el corto trayecto, acompañados por mi esposa Magui, ambos lamentamos que José Emilio fuera un mal lector de su poesía, pues carecía de buena dicción, manejo del escenario, destreza mímica y versatilidad en la entonación. ¿Por qué razones, se preguntaba Hugo en voz alta, José Emilio no permitía que otros más avezados que él leyeran con elocuencia su valioso material literario? Y tal pregunta, pensé, podía hacerse también a multitud de excelentes escritores, incluido Octavio Paz, cuyos versos se escucharían mejor en las voces de lectores profesionales. Ya sentados a la mesa, Magui y yo quedamos ubicados en el mejor de los sitios posibles: Hugo a la izquierda y José Emilio a la derecha. ¡Bendita noche! El ilustre escritor, aprovechando un interludio gastronómico, me comentó que había leído con admiración la obra de José Ceballos Maldonado, mi padre; agregó un agradecimiento a mi persona por los varios libros de mi producción que le había dejado como regalo en las oficinas de Proceso. De inmediato anhelé que agregara alguna opinión sobre mis textos, pero evitó el tema y volvió a concentrarse en sus alimentos. Era
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costumbre mía, desde que publiqué mi libro sobre Foucault, en el lejano 1988, visitar el edificio de la revista en la colonia Del Valle y dejarles ejemplares dedicados a Julio Scherer, Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa y José Emilio Pacheco (JEP), autor de los célebres Inventarios. Tuve, desde entonces, la curiosidad de saber si habían leído mis textos. Transcurría con altibajos la velada, hasta que José Emilio protagonizó la tertulia con su riquísimo anecdotario, mezcla afortunada de datos eruditos y sabrosos chismes sobre las grandezas y miserias que aderezan la vida diaria de los escritores, tan avasallados por la vanidad personal. Ahí, con su estilo trompicado y su memoria prodigiosa, relató a los comensales dos historias deliciosas que resumo aquí, excusándome si no reproduzco fielmente la manera como nos fueron expuestas en aquel momento sublime. En la primera estampa aparecen Salvador Novo y Rodolfo Usigli, el día de la inauguración de la puesta en escena de El Gesticulador en el Palacio de Bellas Artes. El mundillo literario sabía de la envidia mutua que existía
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entre ambos escritores, pero nadie hubiera imaginado que al toparse casualmente a la salida del recinto cultural, la disputa personal terminaría en una sonora cachetada propinada por el poeta al dramaturgo. Ante tamaña escandalera, los periodistas le pidieron a Novo que explicara la causa de su reacción extrema; y su respuesta, dicha con parsimonia, fue que no había sido una cachetada sino que, emocionado por el éxito rotundo de la obra y por los vítores interminables en honor al autor de la pieza teatral, simplemente había proseguido los aplausos del público… pero en la cara de Rodolfo. La segunda estampa tiene como personajes a Salvador Novo, otra vez, y al poeta tabasqueño Carlos Pellicer, amigos cercanos y miembros del grupo literario Contemporáneos; ambos conocidos por su predilección homosexual. En el primer caso, expresada de manera abierta y ostentosa; y en el segundo, de forma sigilosa y discreta. Cierto día, el azar hizo que se encontraran en la Alameda Central. Carlos iba acompañado de un jovencito apuesto, y al ver a lo lejos a Salvador intentó escabullirse del lugar con
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prontitud. Al percatarse de la intentona de escapatoria de su colega, Novo apresuró el paso y con morboso placer se parapetó frente a la pareja. No hubo más remedio, pues, que hacer las presentaciones de rigor: “Salvador, te presento a mi sobrino”, dijo Carlos. Con sonrisa malévola, Novo exclamó: “Sí, conozco bien a este muchachito, el año pasado le tocó ser mi sobrino”. En aquella velada inolvidable, al amparo de una Morelia refulgente de belleza, me quedó claro que José Emilio no sólo era un sabio en asuntos capitales de la historia universal y nacional, sino que también tenía un gusto muy peculiar por el detalle específico, sin que importara lo nimio que éste fuera. Así entonces podía memorizar datos precisos de lugares, fechas, vidas, obras y contextos que, bien estructurados en su poderoso intelecto, conformaban una sapiencia coherente e integral. Su pasión-obsesión por conocer el significado trascendente tanto de la literatura como de la sociedad en general nunca se contrapuso a su deleite por atesorar información de sucesos aparentemente triviales, los cuales en realidad descubrían matices muy propios de la condición humana.
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Otro dato revelador de la personalidad de José Emilio sucedió durante aquella cena donde también salió a relucir la problemática política del país, una preocupación constante que atizaba el ánimo proverbialmente pesimista del poeta. Y en medio de las críticas a la politiquería nacional, el escritor suspendió súbitamente sus comentarios al recordar que ya era la hora de reportarse con Cristina, la compañera que con tanta ventura le deparó el destino. Se excusó y salió en busca de una cabina telefónica callejera, ya para entonces muy escasas en la ciudad. Magui, que lo acompañó en esa insólita travesía nocturna, le rogó que aceptara usar su celular y así evitarse molestias. El escritor, amablemente pero con firmeza, se negó a utilizar el artilugio que ella le ofrecía y prefirió seguir caminando hasta encontrar el ansiado teléfono público, donde por fin pudo intercambiar saludos con su esposa. A su regreso al convivio, José Emilio tenía un rostro radiante: ya sabía las novedades de los suyos, entonces podía seguir tranquilamente la velada: regocijándose con su propia plática amenísima y encantándonos con su sabiduría sin par.
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Unas horas antes, en la mesa redonda que me correspondía y antes del recital poético que nos brindó José Emilio, yo había disertado en torno a los hitos histórico-culturales que enmarcaron la poesía de José Carlos Becerra, y que son los mismos de la gloriosa Generación del Medio Siglo, a la que también pertenecen Pacheco y escritores de la talla de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Fernando del Paso, Vicente Leñero, Sergio Pitol, Sergio Galindo, Juan Vicente Melo, Eduardo Lizalde, etc. Expuse en mi breve intervención la curiosa paradoja de que precisamente en los diez años de mayor autoritarismo político padecidos en el México contemporáneo, entre 1958 y 1968, durante los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz, fue también una de las épocas más gloriosas de la literatura y el arte nacionales. En efecto, la asfixiante conjunción del presidencialismo absolutista, el corporativismo sindical y la presencia aplastante del partido de Estado no fueron obstáculo, sino más bien un estímulo intelectual para que aconteciera una producción estética excepcional. El propio Becerra publicó su iluminador poemario, Relación de los hechos, en 1967.
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En las artes plásticas floreció la Generación de la Ruptura: José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Pedro Coronel, Lilia Carrillo, Juan Soriano, Carlos Mérida, García Ponce, Manuel Felguérez, etc., quienes dejaron atrás los clichés ideológicos de la “cultura del nopal” y gracias a ello pudieron experimentar con la abstracción, el neo expresionismo y muchas otras técnicas en boga durante los años sesenta. Una década convulsa cuando hizo furor la revuelta juvenil, los movimientos contestatarios (feministas, gays, pacifistas, negros) y la contracultura sicodélica: la revolución sexual, la ruptura generacional y la experimentación con drogas, sobre todo en los conciertos masivos del rock. La creación literaria mexicana igualmente se caracterizó por su ánimo experimental, muy a tono con la “nueva novela francesa” (Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Michel Butor) y en línea paralela a la variada propuesta estética de la novelística norteamericana (Saul Bellow, Norman Mailer, William Styron, Philip Roth, J.D. Salinger, etc.), influencias nutricias cuyo punto de convergencia se remontaba a las obras señeras de los autores vanguardistas
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de las primeras décadas del siglo XX: Proust, Joyce, Woolf, Mann, Faulkner. Imposible dejar de mencionar el benigno influjo de la literatura del boom latinoamericano: Vargas Llosa, García Márquez, Julio Cortázar y compañía, quienes dejaron su huella narrativa y también abrevaron de las mejores novelas de los autores tanto del Medio Siglo como de la literatura de la onda: José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña. Así entonces, desde la publicación de La región más transparente de Carlos Fuentes, en 1958, proliferó la edición en los años sesenta de una larga lista de textos importantes en nuestra literatura. Aludí, por economía de tiempo, sólo a novelas: Los albañiles, de Vicente Leñero; Farabeuf, de Salvador Elizondo; La señal, de Inés Arredondo; José Trigo, de Fernando del Paso; Morirás lejos, de José Emilio Pacheco; La obediencia nocturna, de Juan Vicente Melo; Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia; Gazapo, de Gustavo Sainz; De perfil, de José Agustín; obras que se dieron la mano con el auge sin parangón de las revistas y los suplementos literarios: La Revista Mexicana de Literatura, La Revista de la Universidad, Cuadernos de Bellas Artes, Cuadernos al Viento, Diálogos, México en la Cultura y La Cultura en México.
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Este esplendor artístico sucedió, dije en mi intervención, no obstante el clima represivo impuesto por los gobiernos priístas de aquella época, cuando padecían cárcel Demetrio Vallejo, Valentín Campa y Siqueiros, se asesinó al líder campesino Rubén Jaramillo y a su familia, ocurrió la represión del movimiento de los ferrocarrileros y los médicos, y se produjo la matanza de Tlatelolco. Y a pesar de la antidemocracia y la mojigatería reinantes en el país, escritores como Becerra y Pacheco formaron parte de una generación de artistas que, al conjuntar su luz estética con las protestas políticas y civiles de la sociedad, contribuyeron de manera crucial al parteaguas histórico que surgiría a partir de 1968. 2 El 30 de enero, cuando apenas alboreaba este año, salí precipitadamente de Uruapan rumbo a Morelia para participar en una mesa redonda organizada por la Secretaría de Cultura. El objetivo, noble y oportuno, consistía en rendirle un homenaje luctuoso a José Emilio Pacheco, quien había fallecido el día 26, producto de un accidente doméstico. Sabía yo,
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por amigos comunes, que el escritor padecía achaques en sus piernas y espalda, pero nada de gravedad. Además de tristeza, la noticia me produjo sorpresa pues en mi memoria aún persistía la grácil imagen de un rostro rozagante y extasiado por el júbilo a raíz de la cauda de premios que en el transcurso del 2009 reconocieron el valor de su obra literaria: el Premio Reina Sofía, la Medalla de Oro de Bellas Artes y, sobre todo, el Premio Cervantes de Literatura. Fue en ese contexto de algarabía y tributos prestigiosos a su obra que platiqué nuevamente con él, acaso unos quince minutos, en los pasillos de la Feria Internacional de Guadalajara correspondiente a ese año tan halagüeño para él. Me dio gusto percatarme que el poeta no había sufrido ofuscación alguna por culpa de la celebridad, ya que su trato con las personas seguía siendo el mismo de siempre: amable y respetuoso. A penas nos adentrábamos en comentarios más de fondo, luego de las salutaciones de rigor, cuando con mucho tacto se excusó dado que no podía conversar más tiempo conmigo: lo estaban esperando para una entrevista de prensa. Lo vi marcharse con su timidez a cuestas, como si a pesar de su felicidad evidente
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lamentara el no poder estar en su biblioteca leyendo libros y periódicos, quizá su mayor placer en la vida. ¿Qué dije de José Emilio durante esa tarde apacible y lúgubre en Morelia, rodeado de escritores y estudiantes que ocupaban los asientos del acogedor auditorio de la Casa Natal de Morelos? Hablé, a vuelo de pájaro, de sus principales facetas creativas y de su papel como un intelectual rara avis en nuestro país. Comencé ponderando al traductor notable que con sus versiones personalísimas y al mismo tiempo precisas le había dado un nuevo lustre en nuestro idioma a ciertas obras de autores emblemáticos de la literatura universal: T. S. Eliot, Oscar Wilde, Cavafis, Tenesse Williams, Samuel Beckett y Marcel Schwob. En su calidad de poeta insigne de la lengua española, expuse lo que a mi juicio son las aportaciones principales del bardo, cuya obra completa está compilada en el libro Tarde o temprano: el estilo directo y coloquial; la técnica rigurosa e impecable; y el talante hipercrítico, pesimista y hasta apocalíptico. Un ánimo iracundo y desesperanzado que contrastaba, sin duda, con su personalidad plena de instinto vital,
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generosidad hacia sus congéneres y apego amoroso a sus amigos y familiares. Pacheco, que conocía como nadie la poesía del siglo XX, contribuyó al torrente lírico contemporáneo no tanto en virtud de su capacidad metafórica, como lo aseveró Carlos Monsiváis, sino más bien por habernos revelado la belleza sonora y el sentido profundo que subyace en el lenguaje cotidiano. En este sentido, Pacheco logró su cometido de legar una obra trascendente en la historia de la literatura mexicana gracias a su producción poética, el oficio creativo al que le dedicó más tiempo y devoción a lo largo de su fructífera vida. Dicho lo anterior, no le resultó sorpresivo al público lo que expuse a continuación: que tanto los libros de cuentos como las novelas de José Emilio, habiendo sido importante en su momento Morirás lejos (1967) y todavía muy popular Las batallas en el desierto (1981), no constituían sin embargo su parte más gloriosa. Ahora bien, con independencia de las ponderaciones literarias de largo plazo, aproveché la ocasión para precisar que a mí lo que más me enriquece y cautiva de la obra de Pacheco no son sus poemas ni su narrativa, sino
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sus Inventarios, es decir, su prosa periodística, la cual, desdichada y extrañamente, él nunca permitió que se publicara parcial o integralmente en uno o varios libros. Lo maravilloso de estos ensayos breves –aunque también incluyo en este apartado sus Prólogos extensos sobre el Modernismo, Federico Gamboa y Salvador Novo- reside en ese cúmulo de destreza literaria donde se conjunta la erudición del autor, la investigación pormenorizada y la forma diáfana y coherente de exponer el tema o los temas abordados. ¡Joyas de precisión, concisión y sustancia prosística! ¡Un caudal de conocimientos divulgados generosamente en unas cuantas páginas! Terminé mi intervención con una caracterización rápida del tipo de intelectual que fue José Emilio, más de la estirpe de Alfonso Reyes que del linaje de Octavio Paz o Carlos Fuentes, acostumbrados a lucir su carisma en escenarios amplios y diversos. Pacheco, por el contrario, no obstante ser un connotado promotor cultural en revistas y periódicos, huía de las candilejas y repudiaba cualquier complicidad con las redes corruptoras del poder privado o estatal. Le eran sagrados su
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autonomía e independencia y su tiempo para leer y escribir. Resultado de su integridad personal e intelectual, además de ser admirado como escritor asimismo fue muy querido por sus pares y por las nuevas generaciones. 3 El 5 de marzo del 2010 leía en mi casa, vía Internet, las noticias del día en El País. De pronto visualicé en el costado derecho un anuncio llamativo: José Emilio Pacheco estaba en ese preciso momento en una plática virtual con los lectores del periódico español. Tal encuentro con los internautas del mundo se hacía en el marco del Congreso Virtual de la Lengua, organizado por Babelia, el magnífico suplemento literario del emporio periodístico, y era parte del preámbulo a la entrega del Premio Cervantes al escritor mexicano, a verificarse en Madrid el ya cercano 23 de abril. Luego de pensarlo un rato, decidí escribir mi pregunta al poeta, sin saber cuánto tardaría él en contestarme usando la magia del ciberespacio. Eran las 18:50 horas cuando apunté en el espacio correspondiente:
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“José Emilio, es un gusto saludarte. ¿Por qué, teniendo tu talento y tu sabiduría, todavía no nos has regalado un ensayo de largo aliento? Tenemos tus maravillosos Inventarios, prólogos y notas, pero creo que un ensayo literario tuyo se convertiría de inmediato en un clásico, tal como lo son algunas de tus novelas y poemas. ¿Tienes algún proyecto al respecto?” De inmediato, dejándome perplejo, apareció la respuesta de José Emilio: “Héctor, el gusto es mío. Lamento decir que no me fue dado el talento para esa empresa. Más bien, hago crónicas y notas, aunque por supuesto me encantaría escribir ensayos. Tampoco tuve la oportunidad: hacer estos trabajos fue siempre "prosa de prisa", un medio de ganarme la vida para hacer mis relatos y mis poemas. Tengo miles de proyectos pero ya no, por desgracia, ni el tiempo ni la energía para llevarlos a buen término. Tú estás haciendo, y muy bien, lo que ya no pude hacer”. Al terminar de leer el párrafo la euforia egocéntrica me invadió por completo. Por fin había hallado la respuesta a mis dudas: José Emilio,
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por lo menos él, había leído aquellos libros míos dejados con tanta ilusión en las oficinas de Proceso. Y por si ello no fuera suficiente, elogiaba mi trabajo en su respuesta. Minutos después, ya tranquilo, comencé a llamar por teléfono a varios amigos escritores para relatarles lo sucedido. Uno por uno, sin darle mayor importancia a mi asunto, se concentraron en contarme sus propias vicisitudes con el poeta, presumiéndome con entusiasmo los elogios recibidos: recomendó mi libro a la editorial x, dijo que mi poemario era el mejor del año, le fascinó mi artículo de la semana pasada, me citó en su Inventario…Al terminar ese día de emociones intensas, llegué a una conclusión definitiva sobre los sucedido: José Emilio no sólo era un sabio y uno de los intelectuales más destacados que han nacido en este país, también poseía el raro don de ser un hombre bueno, alguien que podía recurrir a las verdades a medias o a las mentiras completas con tal de apoyar a sus colegas escritores para que siguieran el camino ejemplar por él trazado, probablemente su mejor lección: amar a la literatura por sobre todas las cosas. 9 de septiembre de 2014, Sés Jarháni, Uruapan, Michocán.
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PolifonĂa en El viento distante de JosĂŠ Emilio Pacheco: modernidad y tragedia. Arturo Morales Campos Facultad de Letras U.M.S.N.H.
1. Introducción. La agresividad de los embates de la Modernidad en México es uno de los temas más recurrentes en la obra de José Emilio Pacheco. Un ejemplo claro de esto es su tan reconocida novela Las batallas en el desierto, de 1981. El libro de cuentos (publicado por primera vez en 1963 y que ha presentado varias transformaciones desde 1969) El viento distante se caracteriza por contener una serie de historias en los que niños o jóvenes son los protagonistas principales. El cuento homónimo, El viento distante, no es la excepción. A pesar de su brevedad, es un texto complejo en suma. Dos son las razones fundamentales que contribuyen en tan difícil imbricación, a saber: la polifonía (la presencia de varias voces narrativas) y el ambiguo final. Trataremos de abordar ambas estrategias narrativas para localizar un conflicto entre
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dos visiones antagónicas, desde donde se percibe parte del mundo, moderna una y anacrónica la otra. Como segundo objetivo, deseamos unirnos al merecido homenaje en memoria del escritor mexicano José Emilio Pacheco (19392014). Consideramos que la mejor manera de hacerlo es la de resaltar la importancia y actualidad de su obra a través de un análisis (siempre incompleto) del cuento mencionado. 2. Información preliminar. Notamos tres grandes partes en el cuento. En la primera, la voz narrativa extradiegética nos presenta el panorama de una barraca que funciona como espacio para presentar un espectáculo propio de las ferias ambulantes. El ambiente es denso en la barraca, el aire y el calor contribuyen a esa pesadez. La relación que sostiene el dueño del lugar con una “niña-tortuga”, Madreselva (quien es parte esencial del espectáculo), y el ambiente mantiene una determinada reciprocidad. El recuerdo del hombre acerca de un pasado contrastante con el presente abre una especie de vacío casi insalvable entre él y la niña.
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En la segunda parte, de manera abrupta, el relato cambia de voz narrativa. Un joven que visita, junto con una chica, Adriana, la feria ambulante nos describe algunas de las atracciones del lugar. Debido a ciertas referencias, notamos que en ellos también existe un pasado que choca fuertemente con el presente. En algún momento, la pareja se detiene frente a la barraca en la que se exhibe la “tragedia” de Madreselva y ambos deciden entrar. Al final del espectáculo, Adriana expresa repudio por lo que acaba de presenciar. El joven, con una actitud un tanto jactanciosa, le explica el supuesto truco del espectáculo: el hombre es ventrílocuo y un efecto óptico hace ver a Madreselva dentro de una pecera, como si fuera una tortuga. Para comprobarlo, el joven invita a Adriana a espiar por entre una rendija de la barraca la escenificación del espectáculo. Después de un minuto, se apartan del lugar; perturbado, el joven nos explica: “–y nunca hemos hablado del domingo en la feria.” Finalmente, la tercera parte retoma la voz extradiegética para desvelarnos lo que realmente ocurre entre el hombre y Madreselva:
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el abismo al que aludimos consiste en que esta pareja subsiste gracias al espectáculo de Madreselva, dirigido por el hombre quien podría ser su padre. 3. El espacio ficcional. Tanto el narrador extradiegético como el joven, de manera escueta, nos aportan datos de los espacios y el ambiente en los que se desarrolla el relato. El primero dice: “La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.” Por su parte, el joven explica: Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que subiéramos a algunos aparatos.
Más adelante, abunda: Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encon-
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tramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
El primer narrador nos ofrece un concepto altamente significativo: ‘barraca’, puesto que expresa nociones de ‘rusticidad’, ‘precariedad’, ‘pobreza’, ‘improvisación’, ‘transitoriedad’, ‘anacronismo’, entre otras. La densidad del aire, el silencio y el calor acentúan, como ya dijimos, las nociones anteriores, además de la difícil relación entre el hombre y Madreselva. Por su parte, el joven expone los términos ‘desiertas’, ‘aldea’, ‘primitivo’, ‘sola’ y ‘miserable’. Notemos que las descripciones concuerdan, sin tomar en cuenta que los jóvenes, a su vez, mantienen una relación conflictiva. Mas debemos detenernos en la posición desde la que se emiten ambos discursos. La coincidencia nos permite dilucidar la clase social a la que pertenecen las dos voces narrativas; la distancia que mantienen con la otredad material circundante y el lenguaje evidencian una
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oposición, en principio, tajante, cuyos polos podrían ser moderno/atrasado. Más adelante, veremos que la anterior dicotomía encierra una relación dialéctica entre sus extremos. Las atracciones de la feria ambulante —la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, juegos de destreza, la casa de los espejos, etc.—, por la forma en las que se presentan, tienen un rasgo de tradicionalidad que contrasta con el de Modernidad. Pensemos, por ejemplo, en la máquina de los choques eléctricos y el pájaro amaestrado que adivina el futuro. Notemos, por el contrario, que la tecnología de los juegos mecánicos y del aparato de los choques eléctricos nos habla de instrumentos que, para cierta época pasada, se insertaban en una constelación nacional que va acorde con la Era Moderna. El caso particular del número de Madreselva, empero, tiene una larga historia que se extiende hasta las representaciones circenses ambulantes medievales1, en las que era común exhibir seres humanos y animales con alteraciones 1 Incluso, algunas crónicas refieren que ciertos gobernantes indígenas de Mesoamérica se complacían con la muestra de seres con características semejantes.
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genéticas congénitas, que estigmatizaban de “monstruosos” o “diabólicos” a dichos individuos. Ahora bien, la misma barraca de Madreselva es, ante todo, un lugar en el que se ve o, más específicamente, un lugar desde donde se ve. ¿Qué es lo que se ve? Una tragedia, la tragedia de Madreselva. Dice el hombre para invitar a los visitantes a entrar a la barraca: —Pasen, señores, vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
La palabra ‘teatro’, del griego theatrón, significa ‘lugar para contemplar o ver’. La tragedia griega constituye el origen del teatro. Ese género artístico es, en pocas palabras, la representación que llevan a cabo los personajes, en la que se encuentran sujetos a los designios o caprichos de los dioses. Las fuerzas divinas “juegan” con el destino humano; para algunos personajes, las consecuencias suelen resultar catastróficas.
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Si bien es cierto que, en un primer momento, el narrador joven cree haber presenciado un acto falso, lleno de trucos, posteriormente, cuando la pareja regresa y atisba por entre una hendidura de las tablas de la barraca, se percatan de que no existe ardid alguno. La representación se ve superada por la realidad, mas la tragedia, a final de cuentas, no desaparece, se acentúa. La barraca, por tanto, es el lugar desde donde se ve la moderna tragedia humana. Llama la atención que el joven se niegue a entrar en la casa de los espejos. Una explicación radica en que la pareja, dentro de la feria, ve la otredad, pero el joven no quiere verse, no quiere reconocerse. Después de todo, ver la otredad es verse a sí mismo. 4. Animalización y cosificación. Retomemos el pasaje en el que el joven narrador y Adriana se encuentran a la puerta de la barraca de Madreselva. Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía:
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-Pasen, señores, vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
Queremos hacer notar, en principio, la estructura del discurso del hombre de la barraca. La especial condición de Madreselva tiene como origen la participación de fuerzas suprahumanas, es decir, divinas. La desobediencia que observó para con sus padres devino en un castigo que alteró radical, irreversible y dramáticamente su apariencia física. A raíz de esto, es objeto de explotación a cargo de su posible padre –según especula el joven narrador: “sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija”–. No obstante, este proceso, que denominamos como cosificación, tiene un antecedente: el proceso de animalización. Explicamos. El castigo divino convirtió a Madreselva en una niña-tortuga, una combinación de rasgos humanos con animales. Esta mezcla
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de características, por considerarse “extrañas”, “diferentes” y/o “monstruosas”, fuerza a la criatura a exhibirse bajo un contexto aleccionador, moralizante (recordemos la “letanía” del hombre) y comercial. Esta confluencia de ambientes plantea una contradicción insuperable: las intenciones moralizantes no pertenecen, en definitiva, al campo de las relaciones comerciales. Detrás de todo ello, prevalece el segundo ambiente sobre el primero:
el comercial el moral De esta forma, Madreselva es un objeto, una mercancía. Esto explica, en gran medida, la difícil relación entre el hombre y la niña. Él está consciente de la utilización que hace de Madreselva con fines de supervivencia. Sabemos que cada vez que inicia el espectáculo, ambos sufren. Los recursos literarios de animalización y cosificación aludidos nos permiten encontrar un punto de unión entre los mundos moderno
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y atrasado. Las relaciones humanas se ven alteradas, deformadas, monstruosas, por causa de la intervención de las reglas del capital. La pareja de jóvenes asiste a esa especie de ventana que es la barraca, en la que se escenifica una tragedia, la tragedia de la vida moderna. El atraso que representa el espacio de la feria no se circunscribe sólo a un desfase de orden temporal, sino también, como ya hicimos notar, a una diferencia tecnológica (el uso de materiales para la construcción y de máquinas para las atracciones). La presencia de la feria en el mundo moderno descompone las relaciones sociales. Notemos la correspondencia de esta descomposición con la “deformidad” de Madreselva. A su vez, la pareja de jóvenes sufre algunos de los efectos de la Modernidad: soledad, desamor, etc. Ellos buscan escapar de ese mundo que los ha desgastado y tratan de refugiarse en un espacio donde, supuestamente, reinan “el olvido” y “la inocencia”. La función primordial de la feria, brindar distracción, cae ante el abrupto encuentro con la tragedia. La pareja se sume en una nueva separación.
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5. Final incierto. Las últimas líneas del cuento son ambiguas en demasía. El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositarla sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato.
El narrador extradiegético llama a Madreselva ‘tortuga’, el hombre de la barraca la llama ‘niña’ y, además, por él sabemos su nombre, finalmente, la pareja de jóvenes entiende, o cree entender, que Madreselva es una mujer. La triste relación del hombre y la niña, su profundidad, alude más a la que se construye entre dos personas cercanas. Existen otras relacio-
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nes, no obstante, que lo son también intensas entre un ser humano y un animal, por ejemplo. Mas la referencia que hacen la voz narrativa extradiegética y el hombre de la barraca en cuanto a que Madreselva es capaz de hablar (“Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua.”, “La tortuga comienza su relato.”, “Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.”) nos inclina a ver en Madreselva una niña. A pesar de ello, no hemos superado la duda: Madreselva vive debajo el agua. Por si fuera poco, no es posible entender la siguiente oración: “Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza.” ¿Se deshace de una especie de máscara con rasgos humanos o animales? Si la voz narrativa la llama ‘tortuga’, entonces, estamos hablando de la primera posibilidad: la máscara presenta rasgos humanos. De ser así, ¿qué hacemos con los argumentos expuestos en favor de que Madreselva es una persona? La ambigüedad suma tensión al relato. Creemos que Madreselva usa una máscara de tortuga, pues la combinación niña-tortuga (en
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ese orden) hace más atractivo el espectáculo y acentúa los tonos moralizantes y comerciales que comentamos. De cualquier forma, esta estrategia narrativa, la ambigüedad, invita al lector a ser un elemento activo en el fenómeno literario, lo invita a construir sus propias conclusiones. Cerramos este apartado con una última reflexión. Otra de las funciones del final es la de enlazarse con el principio: es el momento en que va a iniciar el espectáculo. Esto hace del cuento una historia circular. El significado de esto es la permanencia y repetición de la tragedia humana en el mundo moderno, en pocas palabras, la deshumanización del humano. 5. Conclusiones. La conocida frase que Marx escribiera para la posteridad en su Manifiesto comunista, “Todo lo sólido se desvanece”, parece ser un eje vector en el cuento que hemos seguido. Las relaciones familiares, la ética, en fin, la vida tradicional parecen sucumbir ante un nue-
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vo orden en el que el otro, el semejante, es un medio y no un fin. Los dioses que antaño jugaban con el sino del ser humano, en la actualidad, es el dinero quien que asume ese papel divino. Madreselva, la encarnación de la inocencia, de la naturaleza (madre-selva), es signo de vulnerabilidad, de explotación, de víctima. La habilidad del maestro, de José Emilio Pacheco, es nada menos que, mediante metáforas y alegorías, componer un relato surreal, una ficción, que es un mirador hacia un escenario que nos muestra nuestra propia tragedia. El relato es, además, una aguda crítica a la Modernidad que no ha logrado su objetivo principal, a saber, el bienestar y la igualdad del humano.
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Bibliografía básica Dijk, Teun A. van, (coord.), 2006, El discurso como estructura, Barcelona, Gedisa. Pacheco, José Emilio, 1983, El viento distante y otros relatos, México, Era. Wodak, Ruth y Michael Meyer, (comp.), 2003, Métodos de análisis del discurso. Barcelona, Gedisa.
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Se terminó de imprimir en noviembre de 2014 en los talleres gráficos de Impresora Gospa ubicados en Jesús Romero Flores no.1063, colonia Oviedo Mota, C.P.58060 en Morelia, Michoacán, México. La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento de Literatura y fomento a la Lectura.