El Notición La pista del ‘Galileo’ robado en la Biblioteca Nacional de España conduce a Buenos Aires Redacción / Desiderata
César Ovilio Gómez Rivero, principal sospechoso de sustraer el ‘Sidereus nuncius’, ya fue procesado por el robo de unos mapas en 2007 en la Biblioteca Nacional. EL PAÍS accede al sumario de aquel juicio para reconstruir su ‘modus operandi’ César Ovilio Gómez Rivero viajó a Madrid el 28 de mayo de 2007. Al día siguiente, visitó como “investigador” la Biblioteca Nacional, robó una decena de documentos —entre, ellos dos mapamundis de Ptolomeo, arrancados con un cúter de Cosmographia, incunable de 1482— y, sin demora, tomó un vuelo de regreso a Buenos Aires. El 6 de agosto repitió el operativo. Una vez cruzado el Atlántico, Gómez Rivero intentó vender su botín en el mercado negro. La justicia argentina lo descubrió aquel mismo año, lo investigó, lo procesó... y lo dejó libre. Su nombre desapareció entonces de las portadas de los diarios. Hasta ahora. Este uruguayo radicado en Argentina fue el último que tuvo en sus manos el galileo robado, se supone, en 2004 de la Biblioteca Nacional y cuya desaparición destapó EL PAÍS el domingo pasado. El expediente de 2007 abierto en Buenos Aires contra César Ovilio Gómez Rivero y dos cómplices son una foto detallada de cómo fue el robo de los mapas de Ptolomeo y de por qué la justicia argentina poco pudo hacer para encarcelar a los culpables.
hington Luis Pereyra. Los tres eran sospechosos de intentar vender los documentos robados en Madrid.
La calle Arroyo serpentea por Recoleta, el barrio más caro de Buenos Aires. Es corta, menos de 900 metros, pero concentra los más bellos edificios de estilo francés y las tiendas más exclusivas. En el 971 hay un local de venta de zapatos. Lleva allí seis años, cuando sucedió a Imago Mundi, el comercio de venta de libros “del siglo XVI al XIX” del anticuario más famoso de Argentina: Daniel Guido Pastore. La librería Imago Mundi sonaba solo entre los entendidos (si eran ricos, mucho mejor), pero en 2007 todos los argentinos escucharon hablar de ella, de Pastore y de un tal Gómez Rivero. También de Was-
La investigación estuvo a cargo de juez Ariel Lijo. “Recuerdo el caso”, dice el magistrado, “intentaron vender los planos de Ptolomeo y al que se los ofrecieron denunció que eran robados. Por eso los descubrieron”. La causa en Argentina se limitó a investigar el delito de “estelionato en grado de tentativa”, es decir, el de intentar vender como propio algo ajeno. La pena es baja: entre seis meses y seis años, con pocas probabilidades de ir a la cárcel. Lijo siguió la pista de Gómez Rivero en Buenos Aires y lo describió en el expediente como “un hombre calvo, que usa muchas pulseras y reloj de oro”. En aquel entonces, el sospechoso se movía “a bordo de un BMW oscuro” entre Buenos Aires y su casa en un barrio ubicado a 60 kilometros. Vivía allí con una mujer llamada Erika Hoyos, nacida en Bolivia. Hoy, ese hombre es un fantasma. El juzgado le perdió el rastro una vez cerrado el sumario, ya no responde en sus teléfonos habituales y no consta que haya salido del país.
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El juez Lijo pudo reconstruir cómo operó la banda: Gómez Rivero consiguió los documentos y los ofreció a “su amigo” Washington Pereyra, un experto en libros antiguos quien, a su vez, se los pasó a Daniel Guido Pastore, el hombre que desde la librería Imago Mundi tenía los contactos internacionales necesarios para ubicarlos en el mercado. Pastore era propietario de un puesto en la feria de libros antiguos de Nueva York, donde contactó con el italiano Massimo Milliano, de Altea Maps, una librería ubicada en el 35 de St. George Street, en Londres. “Massimo entabló nego-