Una dama cachaca 1940

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1940


Provengo de un pueblo pequeño de Boyacá llamado Santana. Allí crecí felizmente y disfruté mi niñez. Sin embargo, con las guerras entre los godos y cachiporros tuvimos que mudarnos a Bogotá, pues allí teníamos una oportunidad de progresar y vivir tranquilamente.


Viajé en tren hasta la ciudad. Nunca había viajado en un transporte como este, aunque mi padre ya lo había hecho y me contaba lo emocionante que era viajar. Estaba triste por dejar mi pueblo, pero también estaba emocionada por conocer la ciudad. Llegamos a la Estación de la Sabana. Qué lugar tan maravilloso y esplendoroso. Estaba lleno de muchas personas de distintas partes de la ciudad, escuchaba acentos distintos. Me encantó ver tantos trenes, escuchar su bocina y ver su humo desvanecerse.


Desde que nos establecimos en el centro de la ciudad empecé a movilizarme al colegio en tranvía. En las tardes solía ir a la empresa del tranvía para que me vendieran una tiquetera, ya que cada pasaje me salía por 2 y medio centavos. Aunque ya se solía ver muchos vehículos privados y de buses en la ciudad.


La ciudad de Bogotá era acogedora y más bien pequeña, era muy tranquila, y la gente era muy educada, siempre veía que todos se saludaban. Las actividades de este bella ciudad se daban mas que todo en el centro. Solía estar entre la plaza de Bolívar y en el parque Santander. Y como al medio día o dos de la tarde, casi todo el mundo salía de su trabajo y nos encontrabamos en la plaza o en el parque. Adoraba la plaza de Bolívar. Tenía una fuente luminosa muy bonita, y, cuatro fuentes en cada esquina.


En poco tiempo me convertí en una cachaca de pura cepa. Solía vestirme con sastres con hဩbreras, usaba tazones de plataforma y me peinaba con bucles altos. Ccuando caminaba los señores me elogiaban: Ala, que mujer tan chusca!


Recuerdo cuando conocí a mi esposo, estaba caminando por calle Real. Recuerdo ver a un hဩbre tan chirriado!, un hဩbre alto, de cabello oscuro y una piel blanca, qué buen mozo! El solía trabajar en el hotel Granada y yo trabajaba cerca de allí también. Un día me invitó una taza de café en una cafetería concurrente frente al parque Santander y desde ese mဩento nos volvimos inseparables. En esa época cuando fuimos novios tenía que pedirle permiso a mi padre y madre para poder salir. Nos daban el permiso de ir a cine, pero teníamos que ir con mi hermano mayor. Nuestras citas eran muy cortas, recibía a mi novio en mi casa y siempre solía estar mi papá con nosotros, no pasaban más de las ocho de la noche, porque el ya debía de estar en su casa. Luego nos casamos en santo matrimonio.



Mi esposo era uno de los dueños del hotel y era una de las familias más adineradas de la ciudad. Así que nos instalamos en una quinta en Teusaquillo. Nuestra casa era hermosa, tenía jardines muy amplios con anteportón. La casa tenía varias alcobas, el cuarto de nosotros era independiente, el de mis hijos, mi niña y mi niño tenían cuartos por separado. Estaba la cocina, el comedor, la sala; también estaba el despacho donde mi señor trabajaba, y tenía mi cuarto de costura, todo por separado. Mis decoraciones eran figuras de la Inglaterra victoriana en porcelana que adornaban las mesas y repisas.


Normalmente en las mañanas servíamos chocolate santefereño caliente y en las tardes, como a las 4 servíamos lo mismo de onces. También nos gustaba tဩar en las tardes un whisky, aunque esa bebida la tဩaba seguido mi señor. Siempre nos reuníamos alrededor de la mesa a cenar a la misma hora.


Éramos una familia consagrada al hogar, espiritual, ya que sin faltar íbamos juntos a la misa.


Me apasionaba la costura y la cocina. Solía bordar mis manteles y mantas. También solía tejer en croché y bordar mis cojines con encaje. Mientras bordaba solía escuchar la radio. Escuchaba boleros de María Luisa Landin y al maestro Barros. Pero también las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial, Virgen Santísima, fue una guerra muy dura, aunque gracias a Dios nunca llegó al país. Nosotros teníamos nuestras propias guerras.


En las fiestas bailábamos música tropical y canciones como Mဩposina y Las Pilanderas.


Para divertirnos íbamos al parque Gaitán, el de las atracciones mecánicas y con un lago donde solíamos remar con los botes. También nos gustaba ir a La Plaza de Toros, a jugar bolos en el Bolo San Francisco y al Estadio del Campín y a donde nos gustaba ir más era a La Media Torta que lo fundó en ese entonces nuestro alcalde Gaitán.


Íbamos seguido al cine, a los principales teatros como el Apolo, Atenas, el teatro Colón, el Faenza, entre otros, donde veíamos muchas películas mexicanas y americanas con subtítulos en español.


A veces nos hospedĂĄbamos en el hermoso Hotel del Salto en Tequendama y a veces hacĂ­amos piquetes.


Mi esposo se vestía deportista como si fuera a jugar Polo. Vestía de trajes cortados en Londres, con sဩbrero Look, corbata Trembled y paraguas Briggs, para ir a esas reuniones de alto tumerqué en el Country Club los sábados o los dဩingos y allí bebíamos whisky.


Junto con mis amigas nos encantaba ir al hotel Granada a jugar una partida de bridge y al hipódrညo a ver las carreras.


Con los amigos de la familia solĂ­amos ir a los nuevos cabaretes de la ciudad.


Amaba ir de compras y usar la última moda. Solía mandar a hacer mis trajes, así que compraba mi tela y una costurera me los confeccionaba con los nuevos figurines que llegaban en sus revistas. Otras veces iba a tiendas de ropa o íbamos a los almacenes Ley y el Tía para encontrarnos con mis amigas.


Finalmente el 9 de abril de 1948 a la 1 de la tarde asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, aquel día llamado “Bogotazo” lleno de muertes, saqueos, incendios. Aquel día que llevó la destrucción de la ciudad.


Qué vida de aquellos tiempos…


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