De-Social Fanzine nº2

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DE-SOcIAL n潞 02 / 2014

ObjETIvO InDIScRETO Habla popular para guiris gAfAS gRADUADAS Mansilla. La Sevilla de la (He)ruina DIccIOLEnTES Naci贸n digna, naci贸n indigna MIRADA TORcIDA 驴Las drogas ya no matan?


SUMARIO

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OBJETIVO INDISCRETO

De botellonero a botellinero

IMAGEN DE TEMPORADA

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LA mirada torcida De políticos y periodistas

8 LENTES DE AUMENTO España, destino del imaginario rockero

13 GAFAS GRADUADAS La Sevilla de la (He)ruina

16 DICCIOlentes Top 10 horror films 1980

19 LA LUPA DESCREIDA Calibre 47

Rincón gafapasta 22


EDITORIAL ¡Ey, ya ha llegado el número dos de De-Social Fanzine! Aquí vuelve el retrato original de la sociedad del siglo XXI que propone una visión distinta para revisar, cómodamente, diversos aspectos de nuestra realidad a través de las lentes de la experiencia, el conocimiento y la sátira. Una vez más, damos las gracias a todo el grupo de mecenas que sigue apoyando desinteresadamente el proyecto en una época donde lo que menos abunda es el altruismo. ¡Nunca nos cansaremos de agradecerlo! Gracias, también, a todos los colaboradores y colaboradoras que, de manera igualmente altruista, nos escriben fantásticos artículos y nos hacen unos dibujos llenos de arte para deleite de nuestra masa lectora, porque son muchas las personas que nos leen y nos esperan. ¿Por qué todos los pueblos del mundo han heredado el temor, el odio, el espíritu de sangre, el instinto de destrucción en lugar del amor, la libertad, el sexo y un principio básico de solidaridad? En este nuevo número de De-Social vas a encontrar algunas repuestas y también posibles alternativas.

Al segundo número le hemos echado al Fanzine una pizca de sevillanismo y de habla popular; conversamos con Mansilla y deambulamos por la calle Feria y la Alameda; os proponemos ejercitaros tanto físicamente con el subeybaja del botellín como mentalmente revisando palabras de nuestro dicciolentes; ofrecemos cigarrillos del humor para unos y puros para otros; debatimos sobre la conveniencia o no de legalizar las drogas, y hasta cotilleamos sobre películas de terror que nos acercan a la pareja de al lado. Y, ¡cómo no!, en De-Social volverá a sonar la música a toda pastilla. Esta vez hemos querido recordar a grandes de la música moderna como Paul Weller y Joe Strummer y sus correrías por tierras altas y bajas de Andalucía. Si quieres colaborar en la elaboración de esta publicación, no dudes en contactar con nosotros. De-Social Fanzine se basa, fundamentalmente, en la unión de fuerzas: muchas manos y mentes lúcidas unidas para crear este espacio de reflexión independiente y participativo, que es vuestro. Luis Navarro Ardoy desocialfanzine@gmail.com FB: De-Social Fanzine @desocialfanzine

De-social nº 02 / 2014 - Publicación según disponibilidad económica Dirección: Luis Navarro Ardoy Colaboración: Jorge Molina , LuisFer Navarro , César Romero, David Herrera, Manuel Pérez Yruela, Víctor Sánchez, Santi Reviejo, Jaime del Hoyo, Moncho Alvedro, Neyman, Lola Pardo, Antonio Fuentes, Federico Pozo, Jose L. Ordóñez, Ana Delgado, Quike Ramírez, Mariola Fernández, Carlos Mármol, Tony Lara, Rubén Martín, Julio Rollán Diseño y maquetación: María Sabater Impresión: Publidisa S.A.


objetivo indiscreto DE BOTELLONERO A BOTELLINERO Jorge Molina / Ilustración LuisFer Navarro

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l punto de inflexión que anuncia el paso hacia la madurez en el Homo sevillanis viene señalado por la conversión de botellonero a botellinero. Hay diversas teorías respecto al momento en que ocurre. Algunos autores señalan -tras estudiar las circunvoluciones cerebrales- que una hormona impulsa este salto evolutivo de alta sofisticación. Otros aducen causas de economía de recursos naturales, o incluso de fuerza física, la necesaria para el intenso esfuerzo que requiere el subeybaja de las botellas.

Sea como fuese, la organización social se sustenta en el beber y beber. Los encuentros, los desencuentros, el amor, el odio, el éxito o el fracaso, están punteados siempre por el acento que supone el alcohol. Pero como ya nos hemos acostumbrado no hay ninguna incidencia reseñable. Es más, cuando alguien decide dejarlo el resto del grupo lo asaetea a preguntas para asegurarse de la cordura del espécimen: ¿pero nunca-nunca? ¿ni siquiera una copita? ¿y qué haces en Nochevieja? ¿y en la romería del Rocío? - No me gusta el Rocío ni los rocieros. No hace falta más. Cuando oye esta frase, el Homo sevillanis se tranquiliza: en efecto, el chavea no bebe y bebe porque tiene un problema, no rige, no es uno de los nuestros.

Wilco. Theologians


BREVE GUÍA DEL HABLA POPULAR PARA GUIRIS, RATONES Y DEMÁS ESPECIES DE LA GALAXIA César Romero, el Funcionario Rockero / Ilustración David Herrera

“Eso es asín”: Fórmula mágica por la que se acaba cualquier conversación – esté en el estadio que esté- y todo el público presente calla y otorga. “Está petao”: Normalmente esta expresión se refiere a un lugar o espacio -al cual se quiere acceder-, donde la densidad de población es muy alta. Si finalmente accede al recinto en cuestión, es probable que escuche alguna frase tipo como “la de puntasos que nos están dando” o “qué agobio io, pide tú”. En ambos supuestos actúe con total normalidad y prosiga la acción que tenía en mente realizar; es decir, ni caso. “Estás esnortao”: Se supone que usted en el momento de recibir este comentario anda ensimismado en sus pensamientos y no está en lo que tiene que estar. Espabile, si le resulta de su agrado la compañía, o siga profundizando en su fuero interno en caso contrario. “!!!Ein!!!: Ante esta interjección puede reaccionar de dos maneras; bien puede responder con otro “!!!Ein!!!”, o bien puede elevar con cierta sincronización la mirada y el cuello sin

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pronunciar sonido o palabra alguna. De una u otra forma está usted ofreciendo una respuesta al uso y perfectamente comprensible por su interlocutor. “Me cago en to tus mulas”: No es una declaración de amor ni una invitación para ir a ver la última película de George Clooney. Básicamente se trata de una frase hecha que cita a sus parientes, cercanos y lejanos, en un sentido que ahonda entre lo metafórico y lo escatológico. Pura poesía, vamos. “Me voy pal kely”: La persona que le dice esto se va para su casa, para su hogar dulce hogar. Así de sencillo y transparente. “No te cabe ná” / “Te cabe el Mani empanao”: No se trata de ahondar o explorar sus cavidades corporales; qué va. Estas dos breves frases las debe de interpretar como un halago en toda regla, como un piropo atemporal y entrañable. Siéntase dichoso de tener tan buenos colegas e invite sin dilación a una o varias rondas; qué menos. “Quillo, qué”: No se pregunte que significado tiene esta expresión, simplemente limítese a

contestar algo así como “pos ná, quillo”. Diálogo de besugos, sí, pero diálogo al fin y al cabo.

dicho eso, la conversación proseguirá sin mayor problema.

“Te gastas meno que Portugá en espía”: Nunca el servicio de inteligencia del país vecino se ha caracterizado por su relevancia en el complejo universo del espionaje internacional. Pues lo mismo pasa cuando llega la hora de invitar a algo: usted nunca paga; ni por equivocación.

“Tú lo que ere es una mamona”: Se puede entender, según el contexto en el que se produzca y la persona que realice el comentario, como un cordial saludo entre amigos o como una auténtica declaración de guerra. Como se le presume inteligencia y perspicacia, sabrá cómo actuar llegado el momento.

“Te pego el toque si eso”: Se supone que quien le dice esta frase le va a llamar o ponerse en contacto con usted en algún momento no lejano en el tiempo. Desengáñese, esto no va a ocurrir. ¿Por qué?, se preguntará. Pues por la misma razón que cuando se le cae una tostada al suelo siempre lo hace por el lado donde se ha untado la mantequilla o mermelada de frambuesa. Cuestión de estadística.

“Sí o qué”: El autor de esta breve guía nunca ha entendido esta expresión, por lo que, querido lector o lectora, le aconsejo que ante esta interpelación responda como le venga en gana.

“Tequiereiya”: Así, todo junto. La persona que le dice esto se muestra disconforme con lo que acaba de decir o con lo que acaba de hacer. Puede responder – si le apetece, claro - con un escueto y directo “eso es lo que hay”. Una vez

“Vamo que nos vamo”: Se supone que van a alguna parte, pero igual se quedan tomando cervecitas en el mismo lugar un par de horas más... o cinco. “¿Y Enrique?”: ni se le ocurra contestar “¿qué Enrique?”. Advertido está.

Veneno. La muchachita / Canción antinacionalista zamorana


imAgen de temporada Texto Manuel Pérez Yruela / Ilustración Víctor Sánchez Cidoncha

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a abuela ha visto con satisfacción cómo los vecinos unidos han conseguido que se les escuche, se atiendan sus peticiones y se pare una obra que no querían en su barrio. No obstante, en los corrillos de la calle en los que se comentan estos acontecimientos, la abuela ha insistido a sus vecinos para que no se queden ahí y saquen todas las lecciones que esta experiencia puede proporcionarles, que son muchas: el valor de la identificación de intereses comunes y, por tanto, colectivos, aunque el disfrute de lo conseguido sea individual porque cada uno lo experimenta a su manera; el valor de la participación y de la movilización para alcanzarlos; el valor de la unidad y de la perseverancia en el esfuerzo para lograr lo que se quería; el valor de la negociación para resolver conflictos. Y es que a la abuela, que ya tiene algu-

na experiencia, le llama la atención y no alcanza a comprender por qué los ciudadanos no hacen uso de esas lecciones aprendidas para intervenir más en tantos asuntos como les conciernen y les afectan. Sabe que muchas acciones colectivas son frágiles y no duran lo suficiente para alcanzar lo que se proponían. La abuela sabe, por su experiencia, que éste no es un asunto fácil, porque los ciudadanos no siempre están dispuestos a actuar de manera unida y perseverante, aunque puedan ser conscientes del enorme poder que tendrían si lo hicieran. Por eso, les viene insistiendo para que piensen y busquen la forma de superar esta contradicción y hacer valer en beneficio de la mayoría ese poder que tienen y no acaban de saber utilizar. Nada más y nada menos, pero merece la pena el esfuerzo para encontrar la solución.

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lentes de aumento ESPAÑA, DESTINO DEL IMAGINARIO ROCKERO Moncho Alvedro, pinchadiscos / Fotografía LuisFer Navarro

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a película Vivir es fácil con los ojos cerrados, dirigida por D. Trueba, la gran triunfadora de la 28ª edición de los Goya, recuerda el viaje de John Lennon por el litoral almeriense. Pero el músico y cantante beatle no fue el único. En este reportaje no aparecen todos los rockeros que consideran España el destino ideal de sus composiciones o viajes, pero sí son todos los que están.

ni van der Boer, más conocido como Tony Ronald, autor de éxitos como Help, Lady Banana y Dejaré la llave en mi puerta, se estableció en Barcelona a finales de los 60. El teclista Rod Mayall (hermano del prestigioso bluesman John), y el guitarrista portugués Johnny Galvao, figuraron entre los miembros de Los

Paul Collins, productor del disco de La Granja Azul eléctrica emoción, residió durante los 90 en Mallorca. Allí escribió Paco & Juan y FDR, entre otras composiciones que forman parte de su obra Flying High. Paul Weller, fundador, autor, guitarra y voz solista de The Jam y The Style Council, protagoniza la foto de LuisFer junto a nuestras amigas María José, Raquel y Sonia en la playa gaditana El Palmar durante el pasado verano.

Chuck Berry figura como el compositor, vocalista y guitarrista de Hey Pedro, parecida más a una ranchera que a un rock and roll, publicado por Chess durante 1959. Ben E. King, al empezar su carrera tras su paso por The Drifters, cantó Amor, Granada y Frenesí, con sus estribillos en español, entre otros temas incluidos en Spanish Harlem (Atco, 1961). La canción que da título al disco está compuesta por Jerry Leiber, Mike Stoller y Phil Spector. La consolidación durante los 60 como destino turístico resultó determinante para que un gran número de músicos se afincasen en España, enriqueciendo el sonido de numerosos grupos volcados en el soul. El holandés Anto-

junto a Mick Jones, la popular Spanish Bombs, integrada London Calling (CBS, 1979).

Buenos, uno de los supergrupos españoles de finales de esa década. El líder de The Clash, Joe Strummer, mientras vivió varios años en Granada, produjo el álbum Más de cien lobos de 091. Y coescribió,

Pete Townshend, guitarrista, teclista y autor de la mayoría de canciones de The Who, arribó a Mahou a bordo del Eva, un cutter diseñado en 1906 por el legendario William Fife. A punto de cumplir los 70, su armador participó en 2013 en la Copa del Rey de Barcos de Época. Al igual que a mi me ocurre, la música y la vela figuran como dos de sus pasiones. Pero el sensacional guitarrista precisa: “mis guitarras me hacen ganar dinero, mientras los barcos me cuestan dinero”. Ben E. King. Spanish Harlem


mirada torcida ¿LAS DROGAS YA NO MATAN? Santiago Fernández Reviejo / Ilustración Víctor Sánchez Cidoncha

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a marihuana no es más peligrosa que el alcohol. Esta frase, que a muchos les puede parecer de perogrullo, ha alcanzado una trascendencia ‘universal’ porque la ha pronunciado en una entrevista con un periódico el mismísimo presidente de los Estados Unidos de América, el país que más ha hecho por la criminalización del consumo y comercio de sustancias estupefacientes, origen de tantas muertes, corrupción y guerras en el mundo. Ellos fueron, más que nadie, los que un día hicieron ver al resto del planeta que las drogas era un asunto meramente penal, de seguridad ciudadana, no de salud, y las prohibieron a cal y canto, como habían hecho anteriormente con el alcohol en los años de la llamada ley seca que tanto hizo medrar a las organizaciones mafiosas de Chicago. De ese mismo país del que han partido en el último siglo todas las cruzadas contra las drogas en el mundo llegan ahora esas ‘sabias’ declaraciones del jefe de la Casa Blanca y también nuevas leyes permisivas con el consumo del cannabis como las que han aprobado en los estados de Colorado y Washington. ¿Nuevos tiempos? Está todavía por ver. Pero del mismo continente americano, aunque mucho más al sur, desde Uruguay, llegan otros puntos de vista sobre el tratamiento de las drogas que hacen aventurar algo de optimismo. El gobierno de José Mújica ha convertido a Uruguay en el primer país del mundo que ha aprobado una ley que legaliza toda la cadena de fabricación, venta y consumo de cannabis, bajo control del Estado. Los vientos de cambio que llegan desde América no parecen mover nada en la vieja Europa. Golpeado de muerte el estado del bienestar, los países europeos dan la impresión de estar sólo preocupados en los

Mújica ha convertido a Uruguay en el primer país del mundo que ha aprobado una ley que legaliza toda la cadena de fabricación, venta y consumo de cannabis, bajo control del Estado

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asuntos de las finanzas y los ajustes de cuentas presupuestarios. En España, además, caminamos hacia atrás como los cangrejos con medidas como la que ha tomado recientemente el Gobierno de endurecer la llamada ley de seguridad ciudadana, que aumenta de trescientos a mil euros la multa mínima por posesión o consumo de droga en la vía pública. Siguen queriendo matar moscas a cañonazos y las moscas no dejan de revolotear alrededor de sus cabezas. Pondrán muchas sanciones, cobrarán muchos miles de euros, pero no impedirán que una multitud continúe comprando sustancias estupefacientes a los únicos que se las pueden ofrecer, esos traficantes a los que persigue la policía cada día con el esfuerzo del mismo erario público que podría estar dedicado a otros menesteres.

En España caminamos hacia atrás como los cangrejos con medidas como la que ha tomado recientemente el Gobierno de endurecer la llamada ley de seguridad ciudadana

Desgraciadamente, todo seguirá igual mientras las drogas no dejen de ser un asunto penal que atañe únicamente a jueces y policías para convertirse en un tema de mera salud pública, como las pastillas con potentes efectos sedantes que recetan cada día los médicos para aliviar los males del alma o la mente. La droga mata, claro, y el güisqui y el ducados y el café con leche y la grasa animal y el trabajo a destajo y el desempleo de por vida y los desahucios y la hipocresía del poder cuando se ríe de la ciudadanía inerme. Todo depende de la dosis, de quien la administra y de quién y cómo la toma. Y si no, prueben. Lou Reed. Heroin

CONTROL CIUDADANO David Márquez

Cualquiera que haya vivido o leído lo suficiente sabe que en España y el resto del mundo conviven y se enfrentan dos bandos, desde siempre. Uno es el de la gran mayoría que va a lo suyo, a lo nuestro. Dentro de esta podrán existir distintas facciones, colectivos implicados en diferentes causas, minorías de individuos libres, tramposos, llorones, joyas de primera, héroes y microbios. Pero, en general, todos consideran como prioridad ocuparse de sus asuntos, porque la jornada ya es de por sí demasiado escabrosa y feroz y no queda tiempo: hay que levantarse, buscarse la vida, distraer el dolor, recordar, olvidar y darse un minuto de respiro. Nada de esto es ajeno a los integrantes del otro bando que, sin ser mayoría, tampoco pasan desapercibidos en cuanto a número. También ellos, ya sean príncipes, vagabundos o políticos, saben lo que es la vida, pero hay algo que los une, que los lleva de la mano y dirige sus maniobras, su mayor vicio: meterse en la vida de los demás. Son ellos los que imponen o suscriben cámaras de curiosidad, cascos, ¡horarios y lugares para tomarse una caña!, permisos, recetas, identificaciones, colas interminables y paisajes y palabras. Ellos son los encargados de complicar la cosa, el día a día hasta el absurdo. Da igual si las leyes de control ciudadano de todos los tiempos salen o no adelante. El proyecto, la intención, está ahí, desde los orígenes de la Humanidad, y transciende el flagrante y vil interés recaudatorio. Pasó en Egipto y Grecia y Roma y se daría en Júpiter y más allá del infinito. No hay más. Sólo nos queda propinar codazos en las urnas (de momento). Eumir Deodato. Thus spoke Zarathustra


DE POLÍTICOS Y PERIODISTAS Neyman / Ilustración Lola Pardo de Donlebún

Cuando un periodista y un político cruzan la línea, su relación se convierte en algo peligrosamente parecido a la de un mal amante y un mal casado. Se utilizan a su antojo. Siempre buscan un interés propio, a veces se ignoran, suelen pelearse, y en ocasiones no pueden vivir el uno sin el otro. Se espían y se investigan. Sospechan mutuamente el uno del otro. Nunca es una relación libre. Nunca sabré si lo que une a un político y a un periodista puede algún día llegar a ser sincero. Demasiadas conveniencias y no pocas mentiras que cuando se convierten en información sirven un medio condenado a los intereses supremos de otros. Para el plumilla de a pie, cuya única inquietud debe ser la de revelar lo que más se acerque a la verdad, distinguir si un político está intoxicando con su

filtración es en lo primero que debe dejarse la sesera desde que enciende la grabadora. Nunca debe confiar a ciegas. Hace poco recibí una llamada al filo de la medianoche: mi interlocutor quería desmentir la publicación de un prestigioso periodista. Dudé, contrasté, lo publiqué y horas después esa información se confirmó. Pero podría haber salido mal. Podría haber sido víctima involuntaria de mi propia vanidad. Alguien que no recuerdo me dijo alguna vez que no se es periodista de verdad hasta que no se cumple una década ejerciendo el oficio. Eso da una idea de por cuántas crueldades ha de pasar un plumilla, cuántas barbaridades ha de escuchar antes de forjarse una personalidad y convertirla en invencible. La de periodista es una profesión de alto riesgo. Riesgo intelectual y moral. Como la de un mal amante y un mal casado. Sabina. Los cuentos que yo cuento

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UN SILENCIO PERIODÍSTICO VERGONZOSO Jaime del Hoyo Pérez / Ilustración María Sabater

Aprovecho que De-Social no disfruta de momento de publicidad procedente del sector financiero (ellos se lo pierden) para contar a sus lectores una verdad que no todo el mundo sabe, aunque quizás algunos intuyeron o dedujeron. Los periodistas de

Los periodistas de los medios de comunicación locales han tenido durante años limitada su libertad de expresión por dos grandes muros los medios de comunicación locales (tal vez también los de los nacionales, pero nunca he trabajado en uno de ellos) han tenido durante años limitada su libertad de expresión por dos grandes muros: El Corte Inglés y la caja de ahorros provincial de turno. Se les hinchaba la vena al exaltar la independencia periodística, pero íntimamente guardaban este vergonzoso secreto.

Te podías meter con cualquier concejalucho de tu ciudad, con el alcalde o el presidente de la Cámara de Comercio (vale, sí, esto ya empezaba a ser algo peligrosillo ), escribir columnas incendiarias contra el presidente de Estados Unidos, el papa o, incluso, grandes poderes fácticos locales como el presidente de la asociación de belenistas o el hermano mayor del Rocío. Ahora bien, si caminabas en los citados terrenos pantanosos ya podías irte preparando. Más de uno recibió un finiquito por sacar una noticia previamente no bendecida sobre la Caja local. Afortunadamente, la gestión del Corte Inglés no ha afectado negativamente a los españoles. Pero, ¿qué me dicen de las hasta hace poco sacrosantas cajas de ahorros y sus incompetentes, cuando no mangantes, dirigentes? Estas nos han fastidiado pero bien y creo que algo de autocrítica periodística no iría mal por un silencio comprado a base de páginas de publicidad y cestas navideñas para redactores jefes y directores.

Rafaella Carrà. Para hacer bien el amor hay que venir al Sur


gafas graduadas La Sevilla de la (he)ruina Antonio Fuentes / Fotos: María Sabater

Cuando estás enganchado lo único que te importa es un chute, lo demás importa poco. Recuerdo a gente que conocía el peligro, que sabía cómo se transmitía el sida y cogía una jeringuilla de una papelera. Le decíamos: ¡pero cómprala en una farmacia, que te la van a regalar! Tenían una despreocupación absoluta”.

Fernando Mansilla (Barcelona, 1956) conversa durante minutos con un conocido en la alameda de Hércules un miércoles cualquiera y al rato acude al encuentro. Pide un café al director de De-Social, mejor no, te acompaño a la barra, y de paso saluda al camarero. Su fiel Maya observa su entrada en el local antes de iniciar un breve paseo que concluye con su desahogo particular frente a las dependencias de la Policía Nacional. Mansilla regresa a la calle, se sienta junto al periodista desconocido en el velador y escucha la primera pregunta que en realidad es un halago: He leído tu libro dos veces. La primera por recomendación de un amigo, ya sabes, el boca a boca; la segunda para preparar la entrevista. Me lo leí de un tirón. Y no sólo porque me fascinen los yonkis.

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Canijo, el protagonista que da título a la primera novela de Mansilla, llega a Sevilla, al barrio de San Julián, un tórrido verano de 1982. Espera otra noche más a Sofía y toca su clarinete hasta que se desespera, sisa mil pelas, y encamina sus pasos hacia la plaza del Pumarejo, el Espumarejo, como la llaman los vecinos del barrio.

“Sofía es como el pretexto de Canijo para acudir a la heroína, quiere paliar el desamor con la droga y parece que es el inicio de su enganche, pero no es verdad, porque nadie se engancha por una desventura amorosa, es su pretexto”, cuenta Mansilla, un habitual de la zona desde que eligiera Sevilla como residencia en los primeros 80.


Los barrios de la Macarena o del Pumarejo, donde vivía la clase obrera y el hachís era la droga de trato corriente, se vio sacudida de repente, ¡plom!, con el mazazo de la heroína. “Cayeron los hijos de esa clase obrera y el lumpen se apoderó de todo”, recuerda Mansilla, que no limita el consumo a la marginación. “Consumía desde el más tirado al aristócrata. Yo también he probado la heroína, sé lo que es”. Anclado en el hiperrealismo, Mansilla cuenta la historia, las historias, de tipos que matan, roban, engañan y trafican sometidos a una posesión. Canijo es el ojo y la voz de los trapicheos al por menor de los Molina, una familia de gitanos desplazados de las 3.000 viviendas a San Luis 65, es el amigo/ cómplice de otros jóvenes buscachutes como el músico Carlos Serena, y es otra de las dianas de camellos salvajes como Rafael El Gamba.

Los personajes se mueven teledirigidos por una fuerza hipnótica en una Sevilla que nunca salió en las guías turísticas, donde aparecen bares como el Fausti (que sobrevive, aunque cerrado), el Amparito, el Metralleta... Un retrato de la Sevilla canalla donde los personajes se lanzan una amenaza: Vas a buscarte una ruina. Maya se acomoda entre mis pies, trastabilla la mesa y se acerca a saludar a Luna, otra perra. Mansilla desvela que el título original era precisamente ‘Buscarse una ruina’, pero la editorial lo cambió. El Rancho es el sello editorial creado por los músicos sevillanos Pony Bravo y Canijo es el primer lanzamiento. Paso a paso conquistan las librerías, los cafés y locales vintages del centro, la nueva Sevilla chip. La promoción les ha llevado a Madrid. La primera edición es de mil ejemplares.

Canijo, el protagonista que da título a la primera novela de Fernando Mansilla, llega a Sevilla, al barrio de San Julián, un tórrido verano de 1982

Los camellos de caballo no entran a sus clientes, no pregonan su mercancía. No hablan. Te miran a los ojos y esperan. Son los amos.

Mansilla se niega a sí mismo la etiqueta de ser uno de los grandes desconocidos de la escena. “A mí no me ha frustrado. Estoy bien

como estoy”. Es el autor de las letras de Mansilla y los Espías junto a los músicos Luis Navarro y Daniel Abad (su último trabajo, Ultramarinos), ha escrito decenas de relatos, es


gos profesores y estudia un nuevo desafío en novela. Confiesa que su obra favorita es La Regenta, idolatra a Torrente Ballester y a Sender. Su momento preferido para escribir es la primera hora de la mañana, escuchando algo de blues (Eric Bibb) o country sureño. “Supongo que esa añoranza que algunos tenemos de aquel tiempo se debe a la parte no domesticada, a la parte salvaje, a la sensación de que ahora ves la alameda con los guiris y las familias y es algo muy domesticado. Aquello tenía carácter, te hacía estar con un hormigueo constante. Yo lo que añoro es esa parte salvaje, y sé que no puede ser, era una situación muy conflictiva y tenía aspectos muy duros, pero es verdad que añoro un poco el trapicheo, las travestis, era algo más literario, más novelero”. Se contaban cosas terribles de Rafael El Gamba. Por la mañana, desde bien temprano, vende paquetillos de heroína en el Amparito, o en los alrededores del Pumarejo, por la calle San Luis, Relator, Malpartida... autor de varias obras de teatro independiente y tiene un libro de poesía, Poemas para la No Posteridad (Cangrejo Pistolero). Compone, colabora, recita en colegios si se lo piden ami-

Muy pocos sobrevivieron a la época. Conocían que su destino era fatal, ¿por qué consumían? “Creo que era por una atracción fatal hacia lo

prohibido. De repente apareció de una planta y trastocó los cerebros. Si fue producto de una época o de un negocio no lo sé, pero me gusta una explicación más mística”. Maya continúa con su ritual social y ahora olfatea a su amigo Flaquito. Pregunto a Mansilla por las posibilidades de una adaptación cinematográfica de Canijo. Y me sorprende: “Alberto Rodríguez se la leyó y le gustó muchísimo. Pero ya estaba muy avanzado el proyecto de Grupo Siete”, una película también ambientada en la Sevilla pre-Expo. Me lamento, porque quizá Carmelo Gómez no hará nunca de El Gamba como propone el autor de la novela, pero Mansilla no es de esas personas que se quejen de su suerte “al menos mientras podamos seguir dedicándonos a esto”. Mansilla recoge a Maya, cansada por la vida social de un perro a la hora del desayuno en la Alameda. Si su arte está infravalorado, si Canijo es una obra sórdida y genial, con un ritmo galopante que iguala su lectura a la más adictiva de las drogas, o si el éxito llegará y de qué forma, eso, a estas alturas de la vida, es lo de menos.

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dicciolentes NACIÓN DIGNA, INDIGNA ACCIÓN (Miradas a ras de palabra) Federico Pozo Cuevas / Ilustración Víctor Sánchez Cidoncha

S

egún el Diccionario de la RAE (www.rae. es) digna es una persona merecedora de algo, que tiene dignidad o se comporta con ella. Y digna es una cosa correspondiente, proporcionada al mérito y condición de alguien o algo. Dicho de un objeto o bien, digno es algo que puede aceptarse o usarse sin desdoro, de calidad aceptable. Dignidad sería la cualidad de digna o digno. También significa excelencia, adecuación en la manera

de comportarse. Y también se refiere a un cargo o empleo de autoridad u honor. El diccionario recoge que indigna es una cosa o persona que no tiene mérito ni disposición para algo. Indigno es también algo que resulta inferior a la calidad y mérito de alguien o que no corresponde a sus circunstancias. Asimismo, indica que indignidad es la cualidad de indigno o indigna. Indignidad significa también acción reprobable. Indignar es irritar, enfadar vehementemente a alguien Y, por último, indignación es enojo, enfado vehemente contra los actos de una persona, un sentimiento de desagrado ante quien se comporta de una forma que consideramos injusta o inmoral. Por tanto, estar indignado o indignada no es tener indignidad ni haber hecho indignidades. Pero ser indigna o indigno sí lo es, o sí lo hace probable, bastante probable. Uno se indigna ante lo indigno. Uno siente indignación ante quien se conduce indignamente. Unos están indignados frente a la indignidad de otros. Esos otros, por tanto,

indignan a aquellos unos por hacer cosas indignantes. Esto de señalar el constante ir y venir que caracteriza al significado de las palabras que se arremolinan en torno a lo que quiere decir no digno podría parecer banal. Una de esas florituras que permiten las cosas de la lengua y que ya celebrara Cela mejor que nadie, ilustrándonos sobre lo obviamente diferentes que resulta un participio de un gerundio cuando del dormir o del joder se trata. Pero la cosa no tiene nada de trivial y sí mucho que ver con la indignación, o con aquello que hace que la palabra indignado, los ruegos y llamadas a indignarse, resulten hoy tan presentes como, a tenor de lo que han escrito muchos, necesario (Hessel, 2010). Resulta pertinente acudir al diccionario de la RAE para poder decir que muchos nos sentimos indignados o nos indignamos por lo indigno de otros, porque los comportamientos de esos otros resultan inferiores a nuestra calidad y mérito o no se corresponden con nuestras circunstancias. Insisto, no se trata


de ningún juego de palabras. Es más bien indignación ante quienes tienen la posibilidad y la capacidad de usar las palabras y no de jugar con ellas. A esos me gustaría hacerles una pregunta. Se trata de una cuestión que desde hace tiempo me incomoda o aturde (por no decir que me indigna).

Unos están indignados frente a la indignidad de otros. Esos otros, por tanto, indignan a aquellos unos por hacer cosas indignantes Tal es la insistencia con la que algunos analistas y no pocos voceros presentes en el debate publicado desactivan la fuerza (poco fuerte por otra parte, pero eso ya es otra cuestión) de la indignación ciudadana. Y lo hacen obviando, restando importancia, a la presencia, pegajosa, insistente, venenosa, de la corrupción y el deterioro de nuestra vida y sistema políticos. Atribuyéndola al hecho de que la ciudadanía resulta indigna de otra de otra clase política y de otra clase de política. Diciendo que compartimos con ellas carácter, cultura o idiosincrasia. Es decir, afirmando que somos tan dignos o indignos como nuestros políticos y nuestras políticas.

¿De verdad que la corrupción o los malos hábitos y prácticas que ya no sólo salpican sino que caracterizan y condicionan la acción de nuestros políticos se produce porque todos haríamos lo mismo si estuviéramos en su lugar? ¿O porque en el fondo hacemos lo mismo en nuestra vida diaria sea esta la profesional, la vecinal, la lúdica o la fiscal? ¿De verdad que es una cuestión cultural? ¿Seguro que es por eso que el saber cotidiano llama idiosincrasia o la sociología llamaría cultura política? ¿Y lo es porque no lo castigamos ni en las urnas ni en la calle? ¿Y porque presenciamos sin quejarnos que vayan quedando sin castigo, pervirtiendo y dilatando a los tribunales? ¿Estamos dejando que nos digan que no nos indignemos ante el espectáculo diario que ofrece la democracia en nuestro país porque no somos dignos de otra cosa? ¿Quiénes son los que no tienen mérito o disposición para algo tan importante como la cosa pública? ¿No es la clase política actual la que resulta indigna? ¿Somos nosotros quienes por soportarlo o no combatirlo resultamos ser ciudadanos indignos? ¿Resultamos ser una nación inferior a la calidad y mérito de una democracia? ¿Un país que no se corresponde con las circunstancias que la hacen posible?

Al final va a resultar que quien deben indignarse son ellos, los que ocupan la política, por tener una ciudadanía tan indigna de una democracia avanzada. Y si somos una ciudadanía así, ¿para qué molestarse en ser políticos dignos? ¿Para qué hacer política en el digno sentido de las palabras hacer y política? Necesitamos respuestas dignas a estas y otras muchas cuestiones. Es preciso que nos hagamos preguntas y que dejemos de responderlas con referencias a cosas tan poco serias como las formas de ser o las idiosincrasias. Que lo hagamos con leyes y con debate público, es decir, con calle, con pulso social que es lo que hace y construye las normas y lo que debe o no debe ser normal. Necesitamos hacernos preguntas, aunque esas preguntas no sean estas de aquí, que quizá me hayan salido demasiado pegadas al diccionario, que quizá resulten un poco indignas por ser fruto de la indignación. Pero, eso sí, de una indignación muy digna.

Referencias Hessel, Stephane (2011) Indignaos. Destino. Barcelona

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TOP 10 HORROR FILMS 1980s Jose L. Ordóñez / Ilustración Ana Delgado

1. El resplandor (1980) Manual de uso rápido sobre las consecuencias de molestar a un escritor que trabaja a fondo en su obra. Y sí, además de eso, y a pesar de las quejas de Stephen King, es una nueva obra maestra de Kubrick. 2. Posesión Infernal (1981) El glorioso bautismo en sangre y celuloide de SamRaimi resiste el paso del tiempo gracias a secuencias hiperbólicas de sangre y otros líquidos, un último plano antológico y un bosque más cachondo que el cast de American Pie. 3. La cosa (1982) John Carpenter es el vaquero cinéfilo más outsider a ese lado del Atlántico. ¿Por qué? Por ese final antológico donde el héroe asume con firmeza su destino e invita a su compañero a esperar. Y no, no estaban esperando a la conclusión de la epopeya de Peter Jackson por la Tierra Media. 4. Poltergeist (1982) Siempre recordaremos las televisiones de tubo gracias al bueno de Steven Spielberg,

aquí en funciones de guionista. Cine mainstream de terror con toque familiar y un final con crítica a la caja tonta incluida. Magnífica. 5. Re-Animator (1985) Contiene instructivas secuencias de anatomía humana a cargo de Barbara Crampton, fugaz screamqueen de los 80, que comprueba cómo de fácil es perder la cabeza por ella y, aun así, satisfacerla de manera muy íntima. 6. El regreso de los muertos vivientes (1985) Velocidad, ritmo, desinhibición sexual, y un humor que no es óbice para disfrutar de gloriosas escenas de canibalismo y desmembramientos, todo en un tono punk de lo más original. 7. Terroríficamente muertos (1987) Trufada de mucho más humor que su predecesora, “Posesión infernal”, con míticas automutilaciones, sacrificios imposibles y viajes en el tiempo, sin olvidar un ojo volador que

se convierte en inevitable delicatessen. 8. Angustia (1987) Con Zelda Rubenstein (Poltergeist) brillante película española de terror que tiene como escenario un cine. Una cultmovie que sorprende y atrapa. A reivindicar. 9. Pesadilla en Elm Street 3 (1987) El vacilón Krueger era un héroe para los que aborrecíamos a esos despreciables alumnos de instituto tan bien vestidos y peinados. Por suerte, ahí estaba don Freddy para hacernos un poquito más felices entre sueños y cuchillas. 10. El corazón del ángel (1987) Atmosférico noir de tintes demoníacos. A ritmo de jazz y blues, Mickey Rourke y Lisa Bonet protagonizan la secuencia de sexo más macabra de los 80 bañados en sangre, goteras y gritos de dolor y placer. Bill Cosby casi sufre un síncope al ver a su hija en la ficción. LaVern Baker. Soul on Fire


LA LUPA DESCREIDA SANTOTOMASES Quike Ramírez Aramburo / Ilustración Mariola Fernández

Desconozco a cuántos gatos se habrá llevado por delante la curiosidad. O cuántas veces habrá matado al mismo. Lo que sí sé es que el ser humano es curioso hasta el extremo. Somos capaces de poner en peligro nuestra integridad, con tal de no quedarnos con la cosilla de no saber. Y si no es nuestra integridad o nuestro bienestar el que situamos al borde del abismo, es el de las cosas, animales, personas y entes diversos que nos rodean. Porque no buscamos satisfacer nuestra intriga mediante la teoría o el estudio de las situaciones. No. Tenemos que recurrir al método empírico, a ser unos santotomases, a desmigajar y desentrañar aquello que nos tiene en vilo. Y así llega un momento en la vida en que ya no aguantas más y tienes que descubrir cómo demonios funciona la luz de la nevera, y más importante aún, ver hasta dónde eres capaz de cerrar la puerta sin que se apague. Y llega también el día en que no podemos pasar sin desmontar ese aparato cuyas entrañas ocultas nos provocan desazón e inquietud. Inquietud que desaparece una vez descuartizado el ingenio mecánico, pero que aparece de nuevo cuando terminamos de volverlo a montar y no sabemos de dónde han salido los dos tornillos y la pieza con forma de herradura asimétrica que nos han sobrado.

Dicen que la curiosidad viene dada por la necesidad de adquirir conocimientos. Yo digo que hasta cierto punto por lo menos si entendemos información de provecho. ¿De qué sirve mirar de reojo para ver lo que calza el que está en el urinario de al lado? ¿O empaparnos de la conversación de la mesa contigua, sobre todo si se trata de una discusión de pareja? Es la curiosidad la que nos lleva a ver cuánto duele ponerse una pinza de la ropa en según qué parte del cuerpo, y la que nos hace pulsar ese botón que no sabemos para qué sirve y que acaba por desconfigurarnos algún ingenio electrónico o iniciar una secuencia que después no acertamos a detener. También la curiosidad se alía con la impaciencia y el atrevimiento, potenciando sus efectos y consecuencias pero no sólo para mal, porque también tiene su parte buena, y no es únicamente origen de desengaños, sino que es el comienzo de muchos descubrimientos y progresos. Yo soy curioso acérrimo y practicante, y como además soy un optimista empedernido, no puedo más que hacer un balance positivo. La curiosidad no hace sino enriquecernos cuerpo y alma, aunque sea a base de cicatrices o moratones, y que el sinvivir de no saber y el quedarse con la intriga no son buenos para nada. Mike & The Mechanics. The living years

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CALIBRE 47 [CUT-UP STORY] Carlos Mármol / Ilustración Tony Lara

agota enseguida. Vivimos entonces sólo para cubrir carencias: comida y abrigo, afecto, cobijo. La lista es infinita. Aún así nos desvivimos por añadirle más capítulos y sustancias: unos eligen el café, otros el queso –lo confieso: es también mi caso–, algunos el chocolate y una aristocracia selecta se inclina por el sexo, la droga más cara de todas aunque siempre parezca ser la más barata. Después hay que considerar las resinas blandas habituales y las duras, que son las que terminarán con nosotros, convirtiéndonos en sombras. Llegamos al mundo con carencias y nos vamos con necesidades. Una estafa. La vida sólo es una forma de llenar el vacío, un periodo entre dos paréntesis.

“Cuando sea mayor, fumaré opio”. William Burroughs

N

o sé cuándo me convertí en un adicto. Sucedió, eso es todo. Venimos al mundo solos y nos vamos solos. Mientras tanto, además de una patada en el culo para que salgamos pronto del vientre materno, nos tienen preparado un cheque al portador para pagar –hasta cierto límite– las primeras adicciones. El saldo se

¿Por qué se convierte uno en adicto? Es una buena pregunta. Me la hago cuatro veces al día como mínimo, más o menos después de cada comida. Antes, cuando fumaba en casa, no pensaba demasiado en todo esto. Siempre he vivido en domicilios diminutos y se puede decir que mi vida navegaba entonces en un mar de humo: las volutas densas del habano eran mi ecosistema, el único aire que respiraba, el alimento del que me nutría. El horizonte de cada amanecer, cuando la certeza del final es más cierta. Los efectos del consumo han sido devastadores. Mi salud se resiente. Las paredes del cuarto se han tornando de color marrón, igual que un sauce de madera mojada. Los lomos de los libros empezaron a amarillear. Vivía dentro de un océano de nicotina, igual que dentro de la galera de un barco abandonado. Durante una


época, mientras era yo solo quien ocupaba la habitación –la soledad es el estado natural del hombre, dijo Pascal– estas incomodidades no me importaron demasiado. Cuando comencé a compartir la casa –y los gastos– las cosas cambiaron. Uno está dispuesto a habitar con sus propias miasmas pero no es nada receptivo a las de los demás. Tomé una decisión: trataría de fumar en la calle para conservar limpias las paredes de la casa, recién pintadas de un blanco que es como un grito silencioso. Este compromiso me ha obligado a cumplir un ritual: varias veces al día, sin faltar una, hago con disciplina de monje el recorrido sagrado. Los pasos iniciáticos. Bajo a la calle, empuño el habano –esa máquina perfecta– con la mano izquierda, le corto la cabeza con la derecha usando mi famosa guillotina jacobina e incendio una obra de arte. Igual que un nihilista. Regreso entonces al paraíso. La dosis de nicotina me llena la boca –los puros se testan con el paladar, no con los pulmones– y el tiempo se detiene. Mi cuerpo queda suspendido. La misa de la nicotina dura media hora. A veces más. Los fumadores de puros, además de hedonistas, somos gente paciente. Es necesario bajar a la calle preparado para pasar un largo rato. Generalmente lo hago con música. Unas veces es Bach, otras algo de blues pantanoso, pero la mayor parte del tiempo me dedico a escuchar en un bucle eterno The House of the Rising Sun en la versión de The Animals. Un canto salvaje, mercurial, terrible. La canción habla del mundo de los prostíbulos de Nueva Orleáns, el hogar de Ignatius, uno de mis héroes de la infancia. Los oídos quedan atrapados por el muro de sonido. La mente se para. Toma un descanso.

Entonces es cuando reparo en la evidencia: mi vida, hasta hace poco ordenada, casi vulgar, es ahora la vida de un yonki. Sin proponérmelo, soy un vagabundo que camina por las calles del barrio, entra en los bares, sale casi de inmediato –en ellos tampoco se puede fumar sin incumplir la ley–, persigue miradas por las esquinas y deja la imaginación volar. La vida, en el fondo, consiste en esto: bajar, consumirse y ascender. Del cielo bajas al infierno. Subes otra vez y te estrellas. La necesidad no mengua ni la rueda se detiene. Prácticamente almuerzo para fumar con el estómago lleno. Te sumerges en la música y apagas el ruido de tu mente con el humo. Olvidas. La droga es una muleta para sobrellevar el calendario. Aunque te mate. En mi caso ha pasado de ser un placer íntimo a un ceremonial social que perpetro ante los ojos de todos. Cada vez que salgo a la calle a ejercer el rito me encuentro a gente que conozco, que alguna vez he visto o a amigos de amigos que me hacen la misma pregunta. ¿Qué haces? El yonki, contesto. Nunca me creen, pero es sólo porque piensan que los yonkis dejaron de existir en los ochenta. No es cierto: todos somos, de una manera u otra, drogadictos necesitados que esperamos al dealer bajo el aguacero. Entonces me acuerdo de lo que decía Burroghs: “Cuando sea mayor, fumaré opio”. Sueños de infancia. Debo haber llegado a la encrucijada: he superado los cuarenta, que es la edad de todos los arrepentimientos posibles. Y sé que no será el opio quien me mate. Mi verdugo, elegido de forma consciente y suicida, es el tabaco. Una bala de 216 milímetros. Calibre 47. Un glorioso Partagás del nueve. Un asesino vestido con un traje de humo blanco.

Tomé una decisión: trataría de fumar en la calle para conservar limpias las paredes de la casa, recién pintadas de un blanco que es como un grito silencioso

The Animals. The House of the Rising Sun

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RINCÓN GAFAPASTA ALTOS NIVELES DE “CALVOFOBIA”

se convierte en una experiencia apocalíptica que va pasando por distintas fases.

Rubén Martín Gimeno

Desde bien pequeño aprendí que ser calvo no es un regalo de los dioses. Lo tuve claro cuando mi padre me llevó a uno de mis primeros partidos de fútbol. El estadio estaba lleno. Tendría cinco o seis años y lucía una rizada melena rubia. Cuando ves un partido de fútbol a esa edad no te enteras del juego, sólo de sensaciones que vienen de allí o de allá, entre gritos y caras extrañas de seguidores que maldicen y celebran. Pero me acuerdo perfectamente de un incidente. Algo pasó en el césped, y de repente todo el mundo empezó a gritar: “¡calvo cabrón!”, “¡vete a la mierda calvo!”. La calva de aquel tipo que vestía de negro se convirtió en el centro de la diana de los insultos de miles de personas. Aquella experiencia infantil se fue confirmando con el tiempo y poco a poco me di cuenta de que efectivamente vivía en un mundo con altos niveles de “calvofobia”. Y, sobre todo, lo percibes si eres tú quien empieza a quedarse calvo; la simple pérdida de pelo en la cabeza

EL PUNKI DE MOZART Y JUAN DEL ENCINA Julio Rollán Medialdea

Muchos aún lo dicen: “El punk es la actitud. Los primeros punk fueron los Sex Pistols.” Siempre supe que se equivocaban. Que esa actitud no era la primera vez que se daba en la música. Y es que conociendo al género humano, simplemente eso no podía ser. Los más doctos en el género musical incluso te remitirán a Los Saicos y sus destructivas letras que desde los años 60’ incitaban a la destrucción de las estaciones de tren peruanas. Hasta la Wikipedia los califica de proto punk, pero lo cierto es que también se equivoca. Busquen, busquen porque, cuanto más hurgues, cuanto más te adentres en tal despropósito y más profundo investigues, antes

encontrarás las raíces de la actitud musical punk; o punki, como me gusta llamarla. Incluso en Mozart podemos encontrar actitud musical punk. Algunos títulos sugerentes son: “LeckMichImArsch” K. 231/382c (“Bésame el culo”);“Leck Mir Den ArschFeinRechtSchönSauber” K. 233/382d (“Lámeme el culo bien hasta dejarlo bien limpio”). Pero hay otros que, aunque no tan sugerentes, también tienen una actitud bastante punki. “Bona Nox!” K. 561, que finaliza con los memorables versos “cágate en la cama hasta que cruja; guteNacht, duerme muy bien y ponte el culo en la boca” ¿Será este el mismo Mozart que recomiendan para estimular y desarrollar la inteligencia de niños y niñas? También en España hay ejemplos de esa actitud punki. Ahí está el salmantino Juan del Encina cuya polifonía “pseudopornográfica” deleitaba a los Reyes Católicos con sus obras contenidas en el Cancionero de Palacio. La obra“¿Si habrá en este baldrés?”, narra la historia de tres señoritas que jamás se aburrían solas, gracias a que siempre “desollavan una pija” o bien “desollavan un carajo”, según se terciara. No son las únicas. Sólo hay que ponerse a hurgar un poco para encontrar muchas más. De unos y de otros.


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