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Nimphie Knox
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Muchas gracias por descargar este relato, espero que lo disfrutes.
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Adrián, mi amor, ¿te acordás cómo era nuestro departamento cuando recién nos mudamos? Ni cama de dos plazas teníamos. Tuvimos que juntar nuestras tristes camas de hombres solteros y llenar el hueco con almohadones. Me acuerdo y me da tanta risa, tanta nostalgia. Qué jóvenes éramos. Y no nos importaba no tener cama de matrimonio. No necesitábamos que ninguna cama nos confirmara que éramos una pareja. Nos acostábamos tarde, mirábamos tele o hacíamos el amor. Y por la mañana nos despertaba el sol, quemándonos los párpados y haciéndonos cosquillas en el cuello. Yo siempre me despertaba primero y me quedaba mirándote. Nunca te lo dije. Dormías con la boca un poquito abierta, con el ceño relajado. Y cuando te empezabas a despertar, fruncías las cejas, cerrabas la boca y comenzabas a abrir los ojos. Teníamos veintiún años. Yo nunca te lo dije pero ¿te acordás de Juan y Noelia, esos compañeros nuestros de la facultad que también se fueron a vivir juntos ese año? No te lo conté, porque sabía que te ibas a poner triste: hicieron una apuesta para ver cuánto tiempo durábamos. Pensaban que ellos, por ser heterosexuales y tener el apoyo de la sociedad y la religión, eran inmunes a las rupturas, a las diferencias, a las peleas. Y que nosotros, porque éramos dos gays, dos maricas, dos putos, no podríamos estar juntos. ¿Te acordás, mi amor? ¿Te acordás de que a los seis meses se separaron? ¡Y nosotros ya llevamos diez años juntos! No teníamos heladera. Qué mal lo pasamos ese verano. Tomarnos una bebida fría era como arrodillarse en el oasis de un desierto y meter la cabeza en el agua. Otra cosa que no te dije (no importa, te lo digo ahora en esta carta, vos sabés que yo no soporto que sufras): Juan y Noelia se burlaban de que fuéramos tan pobres. Noelia tenía plata. Juan no sé, supongo que no le iba mal. Pero ¿viste, Adrián? La plata tampoco puede comprar el amor. Y nosotros solo necesitábamos una heladera… No nos fuimos de vacaciones y compramos una baratita, usada, en MercadoLibre. Y fuimos felices. Y esa noche me acuerdo de que la luna estaba llena como una bola de helado de crema y yo pensaba que si alargaba el brazo hacia ella podría alcanzarla para darle un mordisco.
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Esa mañana, cuando salimos, vimos que habían plantado un pino justo debajo de nuestro balcón. No nos preocupamos. Mi amor, ahora sentado acá, en ese balcón que es este balcón, lo veo. Este pino que creció tanto desde esa mañana en que lo dejaron junto a nosotros me hace compañía mientras te escribo esta carta. Me gusta pensar que es nuestro amigo, que nos mira mientras dormimos y que si no se aburrió durante estos diez años fue porque nos tuvo a nosotros para evadir su soledad: dos maricas enamorados cocinando mejunjes en la cocina, recitando de memoria los pasajes de El capital (¡ya debe odiar a Marx este pobre pino!), aguantándonos el sueño mientras nos turnábamos para teclear los parciales en nuestra única y vieja computadora. ¡Ay, Adrián, si este pino hablara! Esta tarde hay viento, y veo su copa mecerse suavemente. Dos hojas pinchudas se le vuelan y caen sobre el teclado de mi netbook. Supongo que esa es su forma de expresarse, de agradecerme que le haga un lugarcito en esta carta tan importante. ¿A vos qué te parece? Nuestro departamento parecía una feria de las pulgas. Teníamos una mesita plegable, un par de banquitos. Compramos platos en un bazar de todo por dos pesos. Platos y vasos de plástico, porque los de porcelana y cerámica eran muy caros y la comida sería la misma en donde fuera que la comiéramos. Cómo nos dolió la sartén, ¿te acordás? Qué cara fue para nuestros bolsillos de estudiantes de Historia y trabajadores precarizados. Pero lo valió, porque cuando cobramos el sueldo hiciste unas tremendas milanesas con papas fritas que me sabieron a gloria, a paraíso, a que no importaba que no tuviéramos un mango, que tuviésemos que ir a la facultad en bicicleta aun cuando lloviese, que no pudiéramos irnos de vacaciones, que no tuviéramos televisión por cable. Nos teníamos el uno al otro y eso nos hacía luchar, seguir adelante. Pasamos frío en invierno. Y el único calor nos lo dábamos nosotros, nuestros propios cuerpos, nuestro aliento, el sudor que se nos escapaba de los poros cuando hacíamos el amor, cuando nos abrazábamos como si nuestra pequeña habitación tuviera paredes de hielo. Pero en nuestra cama había fuego y gracias a eso no nos enfermamos. ¡Qué bueno! Y qué caros nos habrían salido los medicamentos… Los vecinos no decían nada, pero creo que lo sospechaban. Ahora ya todos lo saben, supongo. ¡Dos tipos viviendo juntos por diez años! Si no son gays… http://nimphie.blogspot.com
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Sería mentir decir que no sufríamos las carencias. Sufrimos, sí, sufrimos mucho. Me acuerdo cuando teníamos que recorrer el barrio buscando precios baratos, o cuando teníamos que compartir un abrigo, o comprar champú en sobrecitos porque no nos alcanzaba la plata para comprar un frasco entero. O cursar las mismas materias para ahorrar en apuntes. O comer porquerías: arroz con porotos, porotos con arroz, polenta, lentejas, fideos con aceite y sal. Sufrimos, pero nuestro amor pudo más porque no necesitaba dinero para alimentarse. Se alimentaba con cada beso, cada caricia, cada mirada. Adrián, mi amor, ¿tuviste miedo alguna vez? ¿Te imaginabas que pasarían diez años y estaríamos acá y que si elegimos comprar este departamento tan chico fue porque le tenemos demasiado cariño e irnos sería como dejar atrás un pedazo de nuestra alma? Yo tuve miedo, porque varias veces me llamó mi papá para pedirme que volviera a casa. Que no podía seguir llevando esa vida de indigente. Así dijo “vida de indigente”. Y yo le contesté que no llevaba ninguna vida de indigente, que pasábamos necesidades pero teníamos un techo, trabajo y estábamos estudiando. Y que si pasábamos necesidades y no deseaba que yo sufriera tanto como él decía, que nos comprara una heladera, una cama, una estufa para pasar el invierno porque nuestro dormitorio era muy frío. Que de esa manera me haría un bien, no llamándome para chantajearme y usar mi supuesta felicidad como una excusa. Porque él jamás pudo comprender que mi felicidad eras, y seguís siendo, solo vos. Y tuve miedo porque sé que a vos también te llamaba tu familia. A veces sonaba el teléfono y cortaban cuando atendía yo. Nos costó hablar de eso, mi amor, porque todavía éramos muy jóvenes y el miedo nos ganaba. ¿Te acordás de la fiesta de inauguración? Al principio no queríamos hacerla porque no teníamos plata para comprar ni una cerveza. Pero los chicos del partido hicieron una vaquita y compraron birra, pizza, papas fritas y maní. Éramos como quince en este departamentito minúsculo. Y el pino chiquitito, que en este momento me mira y mide más de quince metros, habrá escuchado la música y se habrá aprendido las letras de Soda, Charly, Calamaro. Si este pino pudiera cantar, ¿qué pensás que cantaría? Hace calor, hace calor, estaba esperando que cantes mi canción y que abras esa botella y brindemos por ella, y hagamos el amor en el balcón. http://nimphie.blogspot.com
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Nos tocaron la puerta los vecinos porque hacíamos mucho ruido. Sí, disculpe, señora, vamos a bajar la música, disculpe señor, vamos a dejar de gritar. Cuando cerramos la puerta nos empezamos a morir de la risa. ¡Era la primera vez que nos pasaba! Nunca nos habían dicho nada cuando oían nuestras noches fogosas, y estoy seguro de que escuchaban. Era (y es) inevitable. A los dos años pudimos comprar nuestra cama de dos plazas y su respectivo colchón. Y cuando llegamos, cansados de tanto recorrer la ciudad y solo queríamos tirarnos ahí y dormir, nos dimos cuenta de que no teníamos sábanas de dos plazas. ¿Te acordás? Los del flete no dijeron nada, dejaron las cosas en su lugar sin pronunciar palabra. ¡Cuántas camas les habrán vendido a parejas homosexuales! Estarían acostumbrados. Esa noche contemplamos nuestra nueva adquisición, nuestro tesoro, y vimos que algo le faltaba. Nos miramos y… nos empezamos a matar de la risa. En silencio, con el pecho repleto de carcajadas, buscamos las sábanas viejas y las unimos con alfileres de gancho. Estábamos cansados, pero le dimos un buen estreno, no podía ser de otra forma. Adrián, te quiero contar algo, espero que no te enojes, porque ya pasaron ocho años. Tiene que ver con nuestras primeras sábanas de dos plazas, esas que te dije que había comprado con la plata que me había ganado en una raspadita. Te mentí. Esas sábanas fueron un regalo de tu abuela. Supongo que habló con el portero del edificio y él le contó que nos habíamos comprado una cama… Llegó una mañana, cuando vos ya te habías ido a la facultad y yo estaba acá, estudiando para un parcial. Me asusté, pensé que venía a gritarme, a insultarme. Vos me habías contado que te había dicho cosas muy feas y que ni movió un dedo para evitar que te fueras de tu casa. Esa era la primera vez que la veía. Estaba vestida con una blusa azul y una pollera larga, muy elegante. Tenía el pelo rubio muy peinado y me miró seria, desafiante. Me preguntó por vos y le dije que no estabas. Pensó que le mentía y la invité a pasar. Se negó. Y me dijo les traje un regalo, espero que les sirva. Yo me di cuenta de que quería pedirte perdón, que esa era su forma de disculparse de la forma en que te había tratado. Así que acepté el regalo. Y si te mentí fue porque yo sabía lo orgulloso que eras y de verdad necesitábamos esas sábanas. No sabés las http://nimphie.blogspot.com
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veces que me pinché el culo cuando los alfileres se salían. Tu abuela abrió la boca y quiso decir algo, pero se calló. Mi amor, tu abuela me acaba de llamar por teléfono. Está internada porque le volvió el cáncer. Eso era lo que no me había dicho aquella vez. Por orgullo. Adrián, andá a verla, ella quiere verte. Por favor. Está internada en el Hospital Alemán, preguntá en la recepción porque ella no se acordaba en qué habitación está. Me dijo que estaba llamando a escondidas de tu papá, con el celular que le prestó una enfermera. Te quiere ver, te extraña, te quiere pedir perdón. Dale, ya pasaron diez años. Mi amor, vos ya te diste cuenta de que todos nuestros amigos están casados. Sí, sé lo que me vas a decir. Que nosotros llevamos mucho más tiempo juntos. Y es verdad. Pero, mirá Adrián, te voy a contar algo que le pasó a Laura, la chica que limpia mi despacho: su marido no la pudo afiliar en la obra social porque no están casados y ella ahora está embarazada. Yo le pregunté ¿y por qué no te casaste? Me dio un sermoncito feminista y yo qué sé, ya sabés bien que cuando uno es joven cree que puede cambiar el mundo. Bueno, yo lo sigo creyendo, eh. Y sé que vos también. El mundo se cambia haciendo quilombo, si lo sabremos bien nosotros dos, que cuando tomamos la facultad compartimos un colchoncito piojoso en la 108 y los pibes del partido se reían al vernos dormir ahí, junto a la tarima del profesor, bien juntitos y abrazados… Adrián, ¿qué nos falta? Amor tenemos de sobra y yo pensaba que en diez años la pasión se entibiaría y sin embargo puteo, grito y toco bocina como loco cuando salgo tarde del laburo y hay alguna manifestación que me impide llegar a nuestra cama y a tus brazos. Ahora podemos darnos el lujo de tomar bebida gaseosa de primera marca, pedir pizza cuando no queremos cocinar, tenemos un televisor con ochenta y nueve canales, y cuando vemos un libro que nos gusta, entramos y lo compramos. La bicis las usamos para salir a pasear porque tenemos un auto que aunque lo hayamos comprado usado, nunca nos dejó tirados. Tenemos calefacción para pasar el invierno y una gata que nos hace compañía y se mete en nuestra cama cuando se pone mimosa. Podemos irnos de vacaciones e invitar a nuestros amigos a cenar… Mi amor, ya sabés que yo no soy un buen orador. Esa cualidad es tuya, solo tuya. Por algo eras el dirigente del partido y siempre en las asambleas te http://nimphie.blogspot.com
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aplaudían de pie. Adrián, cuando leas esta carta ya voy a estar en el aeropuerto. No, no me voy a olvidar de traerte alfajores de fruta, te lo prometo. Esta noche vas a dormir solo con Lupe y mientras le acaricies el lomo quiero que pienses en esto: quiero que nos casemos. Pensalo, y cuando vuelva el lunes me das una respuesta. Esto es diferente, ¿no te parece? Porque nosotros ya nos amamos y este paso es solo una formalidad. Acá no hay ningún príncipe azul arrodillado con un diamante en la mano. Si te quedás sin laburo, quiero poder afiliarte a mi obra social. Quiero que mi documento deje de decir soltero y que el tuyo también, porque no estamos solteros. ¿A vos qué te parece, mi amor? ¿Te querés casar conmigo?
Elías
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