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Pensamiento digital en Mipymes: una oportunidad de expansión

A mediados de junio, el Instituto Nacional de Estadística dio a conocer los resultados de la VII Encuesta de Microemprendimiento. Entre sus conclusiones, figura que durante la pandemia más de 410 mil personas iniciaron su propia actividad, aunque la mayoría lo hizo por “necesidad” y no por encontrar en este contexto una “oportunidad”.

Es cierto. Muchas veces la reinvención es la respuesta a una circunstancia azarosa, que nos obliga a tomar nuevos desafíos para surfear la ola. Pero formalizar un negocio y avanzar en su desarrollo y escalabilidad, no es nunca producto de la casualidad. Al contrario, esta decisión requiere siempre de una planificación bien pensada dónde la tecnología adquiere total protagonismo.

Gracias a ella, los emprendimientos mejoran la ejecución de sus procesos, mantienen la gestión dentro de un ambiente seguro, permiten el desarrollo de sus colaboradores y siguen ofreciendo bienes o servicios de forma eficiente, mientras van ampliando su cartera de clientes.

Sin embargo, para dar el salto no basta con utilizar la tecnología disponible al alcance de la mano. Es necesario que pymes y mipymes piensen de forma digital, visualizando lo que necesitan hacer y dónde deben invertir para iniciar una transformación que les permita consolidarse o crecer.

Muchas veces, el desafío será incorporar soluciones acordes al presupuesto para atender en menor tiempo y de forma rentable a los clientes. En otros casos, el reto será cumplir con obligaciones fiscales, sumar colaboradores o

David Iacobucci Director comercial Cirion Technologies en Chile

conseguir el financiamiento para iniciar una expansión.

En cualquiera de las situaciones, la recomendación es partir definiendo procesos y mecanismos de gestión adecuados al negocio y sus clientes, para después adoptar la mejor tecnología que dé soporte a la etapa de desarrollo en la que se encuentra. Luego, pensar en cómo se pueden cuidar mejor los recursos, en especial los relacionados con la información sensible de clientes, productos y gestión, destinando alguna parte de su inversión tecnológica a las soluciones que eviten fraudes, robos o secuestros de datos, de tal manera de mantener siempre a salvo uno de los principales activos de cada iniciativa comercial.

Pensar de forma digital hoy es más que una necesidad. Es la oportunidad de pequeñas y medianas empresas de desarrollarse, crecer y escalar.

CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA (II parte)

-Ciclo de Literatura y Sistema de Justicia. –Corte Suprema – 31/5/2023

Autor: Gabriel García Márquez. Novela, editorial Oveja Negra, 115 págs., 1992. “Dadme un prejuicio y moveré al mundo.”

-Gabriel García Márquez-

El mal se ha enquistado en quienes rodean al hecho con una morbosidad prejuiciosa. - “Dadme un prejuicio y moveré el mundo”-. Escribe el juez instructor turbado en el sumario ante la falta de pruebas en contra de Santiago Nasar.

Existe una acción penada social, moral y hasta religiosamente: Santiago Nasar terminó con la virginidad de Ángela Vicario. Ya deja de ser relevante si el hecho es o no cierto. El que esa verdad emane de la novia desposada, que sus labios lo hayan sindicado como el autor, es motivo suficiente para que Nasar sea “el culpable” de un hecho que, de ser irrefutable, no tendría más relevancia que una ocasional sanción de desprecio o hasta de resentimiento, privado y público. Pero no. No será de ese modo.

Acá la verbalización de su identidad se traduce en una conducta reprochable. Santiago Nasar ha invadido un espacio prohibido. Ha trasgredido las normas básicas de un machismo acentuado. Bayardo San Román, el hasta hace unas horas novio feliz, se transforma en una víctima del destino patriarcal: su nombre y su honra de macho cabrío han sido vergonzosamente humilladas.

La expiación del mal causado solo tiene una acción reparatoria y un destinatario culpable: la muerte de Santiago Nasar. La sanción corre por las calles del pueblo como un reguero de pólvora invisible que, no obstante, todos perciben y contribuyen a su explosivo desenlace.

A lo lejos la abortada aparición del obispo en su fastuosa embarcación, surge como un esperpéntico desfile sobre una pantalla muda. En el seno de apariencias consagradas, la ausencia del desembarco del obispo y su comitiva refleja, subliminalmente, la hipocresía del honor seudo religioso de lo que está en juego: el obispo apenas dará una bendición indiferente sobre un pueblo atribulado, que asiste al puerto como una manada irreflexiva a recibir el gesto frío, con el beneplácito de una sociedad manipulada por la fe del carbonero, esa fe que mira expectante hacia el cielo, mientras bajo sus pies la tierra se verá ensangrentada en pocas horas.

Se suma al implícito ritual eclesiástico, la abulia de otro poder institucional: el del alcalde. Ese ex coronel que ostenta el mando político local, avisado del hecho irremediable no ve mejor solución que quitar a los hermanos Vicario los cuchillos con los cuales ejecutarían la tarea homicida. Y a propósito de la borrachera de los hermanos les dice: “¡Imagínense

Juan Mihovilovich qué va a decir el obispo sin los encuentra en ese estado!” Esa acción indulgente da por sentado que con ello la posible víctima será salvada: al no existir el arma criminal no habrá homicidio ni tampoco armas futuras. De ahí que Clotilde Armenta, testigo presencial, sufriera una desilusión más por la ligereza del alcalde, pues pensaba que debía arrestárseles hasta esclarecer la verdad. Pero el alcalde le muestra los cuchillos como argumento final: “Ya no tienen con qué matar a nadie.”-

En ese acto que bordea los límites de un paternalismo ramplón y la desidia del poder, el alcalde deduce que los hermanos Vicario se irán hacia su casa desprovistos de causa, motivo y acción.

Toda la novela, vista en la perspectiva de un cronista participe de los hechos y reconstituidos en un sumario a medias, se nutre de los envejecidos testimonios de quienes revisten su actuar con un velo de duda que el tiempo implacable y un evidente sentido de culpabilidad colectiva los envuelve. Aquella constatación va dejando en el lector una impresión del sinsentido: las acciones humanas tienden a ser desvirtuadas, porque al fin de cuentas es mejor olvidar y conformarse con el irremediable destino de los hechos consumados.

Y los hechos como tales no revisten ni tienen mayor sentido que el de la aceptación, así se trate de un crimen sanguinario perpetrado hace 27 años en medio de una interminable serie de equívocos que se desmadejan en la narración con una destreza poco común.

En este desconcierto individual y colectivo el derecho como sustrato y la justicia humana como resultado, surge con una meridiana incomprensión literaria: la conformidad póstuma de que el autor que mancilló el honor de Ángela Vicario no fue ni pudo ser nunca Santiago Nasar.

Que, en definitiva, su asesinato solo obedeció a la consumación de un delirio personal transformado en pasivo delirio colectivo. Una pasividad que contrae las vísceras de sus protagonistas, pero que no alcanza ni remotamente a eximirlos de culpa, más allá de que los hermanos Vicario, por esa congruente acción visual y auditiva de moros y cristianos y el consecuente desatino judicial, hayan sido absueltos.

Con esa absolución la figura de Santiago Nasar deja de ser gravitante. Si es que alguna vez lo fue.

Su estar y ser en el mundo formal quedó desprovisto de una doble exigencia para ser condenado a muerte: haber cometido un delito del que debió ser culpable. Algo que nunca ocurrió.

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