Salmann Rushdie & Angela Carter: Presentación y un cuento

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FRANCISCO HINOJOSA

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

CARLOS VELÁZQUEZ

ADICCIÓN A LA PATERNIDAD

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S Á B A D O

NAIEF YEHYA CHAVELA

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

SALMAN RUSHDIE

PRESENTACIÓN Y UN CUENTO DE

ANGELA CARTER

MÉXICO VISTO POR HARRY KESSLER ANTONIO SABORIT

PIEDRA DE SOUL ALAIN DERBEZ

POEMAS GER ARDO GR ANDE Angela Carter > Retrato de Asuman Tanyas

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La difusión en nuestro idioma de la escritora inglesa Angela Carter (1940-1992) ha sido escasa, en contraste con la atención que ha recibido luego de su temprana muerte, al grado de convertirse en “la escritora contemporánea más estudiada de las universidades británicas”. Figura de una pródiga generación de la narrativa inglesa —que incluye al reciente premio Nobel, Kazuo Ishiguro, Martin Amis, Julian Barnes, entre otros— Samuel Rushdie, a su vez, evoca en

estas páginas la amistad, el singular temperamento y los atributos que distinguen a esta autora, sin duda resistente a las convenciones de su tiempo. Sexto Piso lanzó La cámara sangrienta en 2013 —hay reedición de 2017—, valorada por Rushdie como su “obra maestra”. Presentamos el prólogo a Quemar las naves. Los cuentos completos de Angela Carter —esta entrega incluye uno— que publica este mismo sello y comienza a circular en breve.

PR ESENTACIÓN DE A NGEL A CA RTER SALMAN RUSHDIE TRADUCCIÓN RU B É N M A RT Í N G I R Á L D E Z

L

a última vez que visité a Angela Carter, pocas semanas antes de que muriese, había insistido en vestirse para el té, a pesar de los considerables dolores que sufría. Se sentó con los ojos brillantes y erguida, la cabeza ladeada como la de un papagayo, los labios fruncidos satíricamente, y abordó el grave asunto del intercambio de los últimos rumores propio de una merienda: aguda, mal hablada, apasionada. Así era: quisquillosamente franca —una vez, después de poner yo fin a una relación que ella no había aprobado, me telefoneó para decirme: “Bueno. Ahora me vas a ver mucho más que antes”— y al mismo tiempo lo bastante atenta como para sobreponerse al sufrimiento mortal por respetar la cortesía de una velada formal vespertina. La muerte verdaderamente enfurecía a Angela, pero tuvo un consuelo. Había contratado una póliza de vida “inmensa” poco antes de que la atacase el cáncer. La perspectiva de que la aseguradora se viese obligada, tras cobrar tan pocas cuotas, a entregar una fortuna

a “sus chicos” (su marido, Mark, y su hijo, Alexander) la complacía enormemente, y le inspiró una tremenda aria de comedia negra regocijada ante la que era imposible no reírse. Planeó su funeral cuidadosamente. Mis instrucciones consistían en leer el poema de Marvell “Sobre una gota de rocío”. Esto fue una sorpresa. La Angela Carter que conocía siempre había sido la más escatológicamente antirreligiosa y alegremente atea de las mujeres; y, no obstante, quería que se recitase sobre su cuerpo muerto la meditación de Marvell sobre el alma inmortal —“esa gota, ese rayo / del claro manantial del eterno día”—. ¿Era aquello un último chiste surrealista del estilo “muero atea, gracias a Dios”, o un gesto de reverencia a la lengua altamente simbólica del metafísico Marvell por parte de una escritora cuyas preferencias linguísticas también apuntaron alto y estuvieron repletas de símbolos? Deberíamos subrayar que en el poema de Marvell no aparece ninguna divinidad, salvo el “Sol Todopoderoso”. Tal vez Angela, siempre iluminadora, nos estaba pidiendo, en

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mitad Pálido fuego, exhuma el pasado al exhumar sus palabras muertas: In every snickert and ginnel, bonegrubbers, rufflers, shiveringjemmies, anglers, clapperdogeons, peterers, sneeze-lurkers and Whip Jacks with their morts, out of the picaroon, fox and flimp and ogle. En cada callejón de mala muerte y en cada calleja, espigadores de huesos, mendigos falsamente heridos de guerra, pedigüeños que ablandan la limosna con intemperie, cortadores de bolsillos, vagabundos con guardería ambulante, rufianes, ladrones que te despistan soplándote tabaco en la cara, falsos marinos venidos a menos con sus mujerzuelas que, abandonada la piratería, roban, atracan y ojean. Quedan avisados, estos cuentos tempranos dicen: “Esta escritora no es cualquier cosa; es un cohete, una girándula”. A su primera colección le puso el título de Fuegos artificiales. Varios de los relatos de Fuegos artificiales tienen que ver con Japón, un país cuya formalidad de ceremonia del té y cuyo oscuro erotismo magullaron y pusieron a prueba la imaginación de Carter. En “Un recuerdo de Japón” organiza imágenes pulidas de este país ante nuestros ojos. “El cuento de Momotaro, que nació de un durazno”. “Los espejos acaban con lo que tenga de acogedor una habitación”. Su narradora nos presenta al amante japonés como un objeto sexual, rematado con unos labios carnosos. “Me hubiese encantado hacerlo embalsamar [...] para poder mirarlo todo el tiempo y así no se me habría escapado”. El amante es, por lo menos, hermoso; la imagen que nos da la narradora de su huesuda

Foto > Fay Godwin

el final, que nos la imaginásemos disolviéndose en las “glorias” de aquella luz mayor: la artista que pasa a formar parte, simplemente, del arte. Era una escritora demasiado particular, demasiado extrema como para disolverse con facilidad, sin embargo: ahora formal y extravagante, ahora exótica y coloquial, exquisita y burda, preciosista y vulgar, fabuladora y socialista, púrpura y negra. Sus novelas no se parecen a las de nadie, de la coloratura transexual de La pasión de la nueva Eva al music-hall descocado de Niños sabios; pero lo mejor de ella, creo, está en sus relatos. A veces, cuando escribe en términos de longitud novelesca, la voz distintiva de Carter, esas cadencias humosas, de comedora de opio, interrumpidas por severas o cómicas discordancias, esa mezcla de opulencia y copete grabada en piedra lunar y piedra nula, pueden resultar agotadoras. En sus relatos es capaz de deslumbrar, tirarse de cabeza y ponerles fin antes de que se le vayan al traste. Carter llegó casi formada por completo; su relato temprano “Una señora, pero que toda una señora, y su hijo en casa” está ya repleto de motivos carterianos. Encontramos aquí el amor por lo gótico, la exuberancia de la lengua y la alta cultura; pero también por los olores bajunos —pétalos de rosa que al caer suenan como pedos de paloma, un padre que huele a caca de caballo, intestinos que resultan ser unos “niveladores estupendos”—. Encontramos aquí el yo como espectáculo: perfumado, decadente, lánguido, erótico, perverso; muy similar a la mujer alada, Fevvers, protagonista de su penúltima novela Noches en el circo. Otro relato temprano, “Una fábula victoriana”, anuncia su adicción a todos los arcanos de la lengua. Este texto extraordinario, mitad “Jabberwocky”,

Angela Carter en 1976.

“VARIOS DE LOS RELATOS DE FUEGOS ARTIFICIALES TIENEN QUE VER CON JAPÓN, UN PAÍS CUYA FORMALIDAD DE CEREMONIA DEL TÉ Y CUYO OSCURO EROTISMO MAGULLARON Y PUSIERON A PRUEBA LA IMAGINACIÓN DE CARTER.”

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complexión propia vista en un espejo es claramente incómoda. “En el centro comercial hay una estantería de vestidos con la etiqueta: ‘Sólo para jovencitas monas’. Cuando los miro me siento tan basta como Glumdalclitch”. En “Carne y el espejo” la atmósfera exquisita, erótica, se espesa, acercándose al pastiche —puesto que la literatura japonesa se ha especializado bastante en estas perversiones sexuales subidas de tono—, salvo cuando la constante autoconciencia de Carter corta en seco (“¿Acaso no he recorrido trece mil kilómetros para encontrar un clima con suficiente angustia e histeria como para satisfacerme?”, pregunta su narradora; al igual que, en “La sonrisa del invierno”, otra narradora anónima nos advierte: “No piensen que no me doy cuenta de lo que hago”, y a renglón seguido analiza su historia con una perspicacia que rescata —devuelve a la vida— lo que de otra manera habría sido una estática pieza de música ambiental. Los jarros de agua fría de la inteligencia de Carter a menudo llegan al rescate de su capricho, cuando se le desboca demasiado). En los relatos no japoneses Carter introduce, por primera vez, el mundo de fábula que terminará haciendo suyo. Dos hermanos —chico y chica— andan perdidos en un bosque sensual, malevolente, cuyos árboles tienen pechos y muerden, y donde el árbol de la ciencia no enseña ni el mal ni el bien, sino el incesto. El incesto —un tema recurrente en Carter— vuelve a despuntar en “La hermosa hija del verdugo”, un cuento ubicado en la clase de aldea desolada en las alturas que es, quizá, la localización quintaesencial de Carter: una de esas aldeas donde, como dice en el relato de La cámara sangrienta “El hombre lobo”, “tienen clima frío, tienen corazones fríos”. Los lobos aúllan en torno a estas aldeas rurales de Carter y las metamorfosis abundan. El otro país de Carter es la feria, el mundo del artista de pacotilla, el hipnotista, el embaucador, el titiritero. “Los amoríos de lady Púrpura” lleva su inaccesible mundo circense a otra aldea montañosa centroeuropea donde se trata a los suicidas como a vampiros (ristras de ajo, estacas en el corazón) mientras que los brujos auténticos “practicaban ritos de bestialidad inmemorial en los bosques”. Como en todos los relatos de feriantes de Carter, “lo grotesco está a la orden del día”. Lady Púrpura, la marioneta dominátrix, es una advertencia moralista: tras comenzar como puta, se vuelve marioneta porque sólo se mueve “merced a los hilos de la Lujuria”. Se trata de una reescritura femenina, sexy y letal de Pinocho, y, junto con la metamórfica mujer-gato de “Amo”, una de las muchas damas oscuras (y rubias) dotadas de “apetitos insaciables” por las que Carter siente tanta inclinación. En su segunda colección, La cámara sangrienta, estas damas belicosas heredan su tierra ficticia. La cámara sangrienta es la obra maestra de Carter: el libro en el que su estilo elevado y vehemente casa a la perfección con las necesidades de sus relatos

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(lo mejor de Carter llana y coloquial está en Niños sabios; pero a pesar de la cómica mojiganga de modismos vulgares y refrito shakesperiano de esta última novela suya, La cámara sangrienta es la obra con más probabilidades de perdurar). La novelita corta que abre el libro comienza como un grand guignol típico: una novia inocente, un marido millonario ultracasado, un castillo solitario erigido sobre una orilla que se deshace, una habitación secreta que guarda horrores. La chica indefensa y el hombre civilizado, decadente, criminal: la primera variación de Carter sobre el tema de la bella y la bestia. Hay un giro feminista: en lugar del padre débil por cuya salvación, en el cuento de hadas, la bella accede a irse con la bestia, aquí tenemos a una madre indómita que corre al rescate de su hija. Es mérito del genio de Carter, en esta colección, haber convertido la fábula de la bella y la bestia en una metáfora de la miríada de anhelos y peligros de las relaciones sexuales. Ahora es la bella la más fuerte, acto seguido lo es la bestia. En “El cortejo del señor León” es responsabilidad de la bella salvar la vida de la bestia, mientras que en “La novia del tigre”, la bella será eróticamente transformada en un exquisito animal: “ [...] Y cada caricia de su lengua me arrancó una capa nueva de piel, todas las pieles de una vida en el mundo, dejando atrás una incipiente pátina de brillantes pelos. Mis pendientes se volvieron de agua y corrieron por mis hombros. Yo me sacudí para quitarme las gotas del precioso pelaje. Como si su cuerpo entero estuviese siendo desflorado y así metamorfoseado en un nuevo instrumento de deseo, dándole acceso a un nuevo (“animal” en el sentido de espiritual, así como atigrado) mundo. En “El rey de los trasgos”, sin embargo, la bella y la bestia no se reconcilian. Aquí no hay ni cura ni sumisión, sino venganza. La colección se expande para abordar muchos otros viejos cuentos fabulosos; sangre y amor, siempre cercanos, subyacen y los unifican todos. En “La dama de la casa del amor”, amor y sangre se unen en la persona de una vampira: la bella se vuelve monstruosa, bestial. En “La niña de nieve” nos encontramos en el territorio feérico de la nieve blanca, la sangre roja, el pájaro negro, y una chica blanca, roja y negra, nacida merced a los deseos de un conde; pero la imaginación moderna de Carter sabe que por cada conde hay una condesa que no tolerará a su rival de fantasía. La guerra de los sexos se libra también entre mujeres. La llegada de Caperucita Roja completa y perfecciona la síntesis brillante y reinventada de los Kinder-und Hausmärchen [cuentos de la infancia y del hogar]. Ahora se nos presenta la insinuación radical y sorprendente de que la abuela fuese realmente el lobo (“El hombre lobo”); o igualmente radical, igualmente sorprendente, la idea de que la chica (Caperucita Roja, la bella) pueda muy bien ser tan amoral, tan salvaje como el lobo/la bestia; que muy

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Foto > Especial

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bien pueda conquistar al lobo mediante el poder de su propia sexualidad depredadora, su lobuno erotismo. Este es el tema de “La compañía de los lobos”, y ver En compañía de lobos, la película que hizo Angela Carter con Neil Jordan, entretejiendo varias de sus narraciones lobunas, nos hace lamentar que no llegase nunca a escribir una novela lobuna en sí. “Lobalicia” plantea metamorfosis definitivas. Ahora no hay bella, sólo dos bestias: un duque caníbal y una chica criada por lobos que se cree un lobo, y que al llegar a la madurez como mujer es arrastrada al conocimiento de sí misma por culpa del misterio de su propia cámara sangrienta; es decir: su flujo menstrual. Por culpa de la sangre y por culpa de lo que ve en los espejos, que acaban con lo que tenga de acogedor una habitación. Desde la distancia, la grandiosidad de las montañas se vuelve monótona [...]. Se volvió y contempló la montaña un buen rato. Había vivido allí catorce años pero jamás la había visto antes como la percibiría alguien que no la conociese en tanto algo que formase parte de su ser, casi, así que, por primera vez, vio la primitiva, vasta, majestuosa, yerma, antipática simplicidad de la montaña. Mientras le decía adiós la vio convertirse en prácticamente un decorado, en el maravilloso decorado pintado para un viejo cuento rural, el cuento de una niña amamantada por lobos, tal vez, o de lobos criados por una mujer. El adiós definitivo a la región montañosa al final de su último relato de lobos, “Pedro y el lobo” (en Venus negra), señala que, al igual que su protagonista, también ella penetra “a zancadas, sin detenerse, en una historia distinta”. Hay otra fantasía absoluta en esta tercera colección, una meditación sobre Sueño de una noche de verano que prefigura (y es mejor que) un pasaje de Niños sabios. En este relato el exotismo linguístico de Carter está

desatado: aquí tenemos “brisas, jugosas como los mangos, que acarician mitopoéticamente la costa de Coromandel, lejos, en la orilla india de pórfido y lapislázuli”. Pero, como de costumbre, su sarcástico sentido común clava el relato en tierra firme antes de desaparecer en una exquisita voluta de humo. Este bosque de ensueño —“ni por asomo cerca de Atenas [...] está situado en algún punto de las midlands inglesas, tal vez cerca de Bletchley”— es un bosque lóbrego y encharcado, y allí todas las hadas están acatarradas. Además, ha sido, en el momento del relato, talado para dejar sitio a una autopista. La elegante fuga de Carter sobre temas shakesperianos se eleva hasta lo brillante con su exposición de la diferencia entre el bosque de Sueño y el “oscuro bosque necromántico” de los Grimm. El bosque, nos recuerda muy finamente, es un lugar aterrador; perderse en él supone ser presa de monstruos y brujas. Pero en un bosque, “uno se extravía adrede”; no hay lobos, y el lugar es “amable con los enamorados”. Aquí está la diferencia entre el cuento de hadas inglés y el europeo, precisa e inolvidablemente definido. No obstante, en su mayor parte, Venus negra y su sucesor, Fantasmas americanos y maravillas del Viejo Mundo, evitan los mundos de fantasía; la imaginación revisionista de Carter se ha vuelto hacia lo real, su interés se vuelca en el retrato más que en la narración. Las mejores piezas de estos últimos libros son retratos —de la amante negra de Baudelaire, Jeanne Duval; de Edgar Allan Poe; y, en dos relatos, de Lizzie Borden mucho antes

Salman Rushdie.

“EN ‘LA DAMA DE LA CASA DEL AMOR’, AMOR Y SANGRE SE UNEN EN LA PERSONA DE UNA VAMPIRA: LA BELLA SE VUELVE MONSTRUOSA, BESTIAL.”

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“EL NÚMERO DE FUNAMBULISMO DE CARTER TIENE LUGAR SOBRE UN PANTANO DE MARAVILLAS, SOBRE ARENAS MOVEDIZAS ENTRE LO TRAVIESO Y LO AFECTADO.” de que “agarrase un hacha”, y de la misma Lizzie el día de sus crímenes, un día descrito con lenta y morosa precisión y atención al detalle (las consecuencias de abrigarse demasiado en plena ola de calor y de comer pescado recalentado desempeñan su papel)—. Por debajo del hiperrealismo, sin embargo, hay un eco de La cámara sangrienta; puesto que Lizzie es un caso sangriento y está, además, menstruando. Su propia sangre vital fluye, mientras el ángel de la muerte espera en un árbol cercano (una vez más, como sucedía con los relatos lobunos, uno se queda con ganas de más; con ganas de la novela sobre Lizzie Borden que no tendremos). Baudelaire, Poe, Sueño de Shakespeare, Hollywood, la pantomima, los cuentos de hadas: Carter se enfunda abiertamente en sus influencias, dado que es su deconstruccionista, su saboteadora. Toma lo que sabemos y, tras desmenuzarlo, lo reorganiza a

su espinosa y cumplida manera; sus palabras son nuevas y no-nuevas, como las nuestras. En sus manos, Cenicienta, con su nombre original, Ashputtle, es la protagonista abrasada de un cuento de horrorosas mutilaciones motivadas por el amor materno; el “Lástima que sea puta” de John Ford se convierte en una película dirigida por un Ford muy distinto; y son revelados los significados ocultos —quizá deberíamos decir las naturalezas ocultas— de los personajes de la pantomima. Abre un viejo relato como un huevo, para nosotros, y encuentra dentro el nuevo relato, el relato del ahora que queremos oír. No existe el escritor perfecto. El número de funambulismo de Carter tiene lugar sobre un pantano de maravillas, sobre arenas movedizas entre lo travieso y lo afectado; y no se puede negar que en ocasiones cae, sin quedar dispensada de esporádicos arranques de banalidad, y a algunos de sus menjurjes hasta sus más fervientes admiradores convendrán conmigo en que les sobra huevo. Un uso excesivo de palabras como “espeluznante”, demasiados hombres ricos “como Creso”, demasiado pórfido y laspislázuli como para agradar a cierta clase de purista. Pero el milagro es la de veces que lo logra; la de veces que realiza la pirueta sin

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caerse o hace malabarismos sin perder una pelota. Acusada por plumas perezosas de corrección política, fue la más particular, independiente e idiosincrática de las escritoras; desdeñada por muchos en vida como figura marginal, de culto, exótica flor de invernadero, se ha convertido en la escritora contemporánea más estudiada de las universidades británicas (una victoria sobre la corriente establecida que la habría alegrado). No había terminado. Al igual que Italo Calvino, Bruce Chatwin, Raymond Carver, murió en el apogeo de sus poderes. Para los escritores, ésta es la más cruel de las muertes: en mitad de una frase, por así decirlo. Los relatos de este volumen dan la medida de nuestra pérdida. Pero también son nuestro tesoro, un tesoro que podemos saborear y amasar. Se cuenta que Raymond Carver le dijo a su mujer antes de morir (también de cáncer de pulmón): “Ahora estamos ahí fuera. Estamos ahí fuera, en la Literatura”. Carver era el más modesto de los hombres, pero se trata de la observación de un hombre que sabía, y a quien a menudo se le había dicho, lo que valía su obra. Angela recibió menos confirmación, en vida, del valor de su excepcional obra; pero también ella está ahora ahí fuera, en la Literatura, un rayo del claro manantial del día eterno. C

L A N IÑA DE NIEV E Un cuento de Angela Carter TRADUCCIÓN JESÚS GÓMEZ GUTIÉRREZ

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leno invierno: invencible, inmaculado. El conde y su esposa han salido a montar; él, sobre una yegua gris y ella, sobre una negra, envuelta en brillantes pieles de zorro negro, con unas relucientes y altas botas negras de tacones rojos, y espuelas. Nieve fresca caía sobre la nieve que ya había caído; el mundo entero era blanco. —Quisiera tener una niña tan blanca como la nieve —dice el conde. Siguen adelante. Llegan a un agujero en la nieve y el agujero está lleno de sangre—. Quisiera tener una niña tan roja como la sangre —añade, y siguen al trote hasta que ven un cuervo, posado sobre una rama desnuda—. Quisiera tener una niña tan negra como las plumas de ese pájaro. En cuanto terminó su descripción, la niña apareció junto al camino, piel blanca, labios rojos, pelo negro, completamente desnuda; era la niña de sus deseos, y la condesa la odió al instante. El conde la subió al caballo y la sentó delante de él, en la silla; pero la condesa sólo tenía un pensamiento: “¿Qué puedo hacer para librarme de ella?”. La condesa dejó caer un guante en la nieve y le dijo a la niña que bajara a buscarlo; pretendía huir al galope y dejarla allí. Pero el conde dijo: —Te compraré guantes nuevos. Entonces, las pieles saltaron del cuello de la condesa al cuerpo de la niña desnuda, y la condesa lanzó su broche de diamantes contra el hielo de un estanque helado, que se lo tragó: —Zambúllete y tráemelo —ordenó, pensando que la niña se ahogaría.

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Pero el conde dijo: —¿Acaso es un pez, para nadar en un clima tan frío? fr Entonces, las botas de la condesa pasaron de sus s pies a las piernas de la niña. Ahora, la condesa s estaba como había venido al mundo y la niña, vestida y calzada. v El conde se apiadó de su mujer. Al llegar a un rosal, con todas las rosas en flor, la condesa dijo r a la niña: —Agarra una. Y el conde dijo: —Eso no te lo puedo negar. Así que la niña agarra una rosa; se pica un dedo con las espinas; sangra; grita; se cae. Entre lágrimas, el conde desmontó, se desabrochó los pantalones e introdujo su viril miembro en la niña muerta. La condesa rem frenó a su nerviosa yegua y miró a su esposo f con c los ojos entrecerrados. El conde terminó pronto. p Entonces, la niña se empezó a derretir. Pronto, t no quedó otra cosa de ella que una pluma que q un pájaro podría haber soltado; una mancha c de sangre en la nieve, indicio quizá de la captura de un zorro y, por último, la rosa que c la niña había arrancado del rosal. Ahora, la condesa volvía a estar vestida. Con su larga mano, acarició las pieles. El conde alcanzó la rosa, le hizo una reverencia a su mujer y se la dio. Cuando ella la tocó, la dejó caer. —¡Pica! —protestó. C

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A través del bagaje cultural, el itinerario múltiple del viajero y diarista alemán Harry Kessler —a quien dedicamos el número 85 de El Cultural— y de su libro Apuntes sobre México, esta lectura plantea con nitidez las claves que fundaron una percepción de este país desde la cultura europea del fin del siglo XIX; pautas que en ocasiones prevalecen, inclusive a contracorriente de las certezas más arraigadas en la historia de México, por ejemplo su manera de comprender el proyecto de Maximiliano y su fugaz imperio.

Harr y Kessler

MÉXICO DESDE EL FILTRO DE EU ROPA ANTONIO SABORIT

H

arry Kessler llegó a México el martes 10 de noviembre de 1896, tras navegar de la ciudad de Nueva York a la de Nueva Orleans y montarse en varios trenes para alcanzar primero San Antonio y luego la frontera con México y de aquí avanzar hacia la capital del país gobernado ya durante doce años ininterrumpidos por el general Porfirio Díaz. Por la noche, la Compañía de Ópera Italiana estrenó Los puritanos en el Teatro Nacional, la misma puesta en escena de Bellini a la que Kessler se refirió en uno de sus primeros apuntes sobre la “abulia de los nervios” del mexicano. México era apenas un limitado número de hechos en la rica imaginación histórica de Kessler. Se trataba del típico país colonial, por ejemplo, puesto que aún cuando se ufanaba de su vida independiente seguía sin participar en los procesos económicos que tenían lugar en su territorio. Lo anterior no hizo menos la disposición de Kessler a observar, estudiar y analizar la cosa mexicana a través del filtro azul de su pertenencia al “colectivo nacional europeo” al que él mismo se debía.

ÉRASE UNA VEZ EN MÉXICO Tal cosa hacía Kessler todos los días, dondequiera que se encontrara, pues creía que cada pueblo contaba con un perfil psicológico definido y que valía la pena encontrarlo. Movido tanto por la volkerpsychologie como por sus gustos artísticos, Kessler reparó en la estridente decoración mural de la pulquería El Recreo de Fausto y

enseguida visitó la Academia, donde se demoró tanto en los óleos de Luis Juárez, Cristóbal de Villalpando y Miguel Cabrera como en los cuadros de los artistas de la hora —los cuales encontró “inefables”— como El suplicio de Cuauhtémoc de Leandro Izaguirre. Poco le importó consignar la entrega de la Gran Cruz de la orden prusiana del Águila Roja a Díaz y desde luego no se enteró que un día antes de su llegada, luego de tocar puerto en Tampico y al cabo de tres años y medio de residir en Estados Unidos, Inglaterra y Francia, regresaba a la ciudad el periodista de combate Joaquín Clausell, ex director del diario El Demócrata y coautor de la primera versión de la novela sobre las batallas del ejército federal en Tomóchic. El fin de siglo impregnaba las crónicas urbanas de Amado Nervo y Alberto Leduc, pero de ellas logró evadirse la sigilosa figura de Kessler, incluso al visitar en el panteón de San Fernando el “suntuoso sepulcro” dedicado a Benito Juárez, al lado mismo de las tumbas de los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón, sus víctimas, fusilados junto a Maximiliano. A la Ciudad de México llegó Kessler por la misma ruta que casi dos años antes consignó en sus crónicas el narrador Stephen Crane. Sólo que entre los saldos del pasado inmediato de Kessler no había sino un portentoso diario en formación colmado de diversas impresiones, entre las que destacaban sólo en 1896 la muerte de su admirado Paul Verlaine, el haber visto un suicidio cerca del Reichstag, su trabajo en el archivo de Friedrich Nietszche y la revista Pan, una corta visita a Florencia y al pintor Arnold Böcklin, dos visitas más a París —ambas

“A LA CIUDAD DE MÉXICO LLEGÓ KESSLER POR LA MISMA RUTA QUE CASI DOS AÑOS ANTES CONSIGNÓ EN SUS CRÓNICAS EL NARRADOR STEPHEN CRANE.”

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Harry Kessler por Edvard Munch. Óleo sobre tela. 1904.

colmadas de arte moderno—, unos días en Londres, la relectura del Principio de razón suficiente de Schopenhauer antes de zarpar a principios de octubre desde Hamburgo hacia América, y el estudio en alta mar de los Pensamientos de Pascal. Tras desembarcar en la ciudad de Nueva York se hospedó unos días en el Cambridge Hotel, y la calle de Broadway le pareció una visión salida de dos de sus autores predilectos, Edgar Allan Poe y Arthur Rimbaud, y en Chicago se dejó fascinar por la “moderna cultura del vapor y la electricidad”, acaso apenas apreciada por algunos grabados de Max Klinger, aunque digna de Francisco de Goya o, de nuevo, Poe. Kessler se afilió al Jockey Club, por el tiempo de su estancia en México, y en cuestión de nada formó un retrato político del presidente del país. Se refirió a la formación militar de Díaz y a su manera de emplear los “métodos de crueldad más sofisticados del siglo XIX”, a su guerra contra los bandoleros en el campo y contra el “saqueo

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descarado de los funcionarios del Estado”, a la transformación de una república constitucional en una monarquía absolutista, a los arrestos arbitrarios y a las ejecuciones sumarias amparadas en la Ley Fuga. Visitó las ruinas de Teotihuacán, la “Guiza mexicana”, según anotó el jueves 12 de noviembre en su diario, y el siguiente fin de semana ascendió el Popocatépetl, el martes 17 llegó a Oaxaca (en la que vio la “ciudad de alturas de claridad moderada que Nietszche añoraba en los días de su enfermedad”) y el viernes 20 a Puebla, donde coincidió con Díaz y su comitiva oficial, entregados a un programa que incluía: develar la estatua a Nicolás Bravo, colocar la primera piedra de un monumento a la Independencia nacional, visitar las obras del hospicio y asistir al banquete que la sociedad poblana daba en su honor. Por la tarde, en el transcurso de un juego de pelota, Kessler terminó sentado en un palco ubicado junto al de Díaz. El martes 24 de noviembre Kessler zarpó de Veracruz hacia el litoral de Progreso, en la península de Yucatán, y el jueves llegó a la ciudad de Mérida, en donde confió a su diario uno de sus recurrentes apuntes en clave nietzscheana, en este caso sobre la obligación que tiene el hombre de someter o destruir todo aquello independiente y libre que no le sirva de provecho. Yucatán fue un potente imán a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, gracias a las páginas e imágenes de John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood, respectivamente, o a las notas de Desirée Charnay y Ludovic Chambon. Los párrafos que añadió Kessler sobre Uxmal o Chichén Itzá importan porque en ellos registró la presencia y la voz de Teoberto Maler, ex soldado del ejército del emperador Maximiliano transformado en fotógrafo y estudioso de la historia antigua de México, entonces incrustado en el corazón de la selva maya. Maler guió los pasos de Kessler por Yucatán, pero sobre todo le ayudó a descifrar en los vestigios arqueológicos los vestigios de una raza, y con eso se sintió satisfecho.

LA IMAGEN DEL PAÍS EN LA CULTURA ALEMANA Kessler zarpó de Progreso hacia Veracruz el domingo 13 de diciembre, al tiempo que Díaz estaba de visita oficial en Guerrero, Tamaulipas. La Navidad de 1896 alcanzó a Kessler en Guadalajara, el Año Nuevo en el puerto de Manzanillo, Colima, y con la fecha del lunes 11 de enero de 1897 registró el último apunte en el Cerro de las Campanas. “De los tres monarcas que han sido ejecutados, Maximiliano es el que merece mayor interés”, anota Kessler en la cuidadosa traducción de José Aníbal Campos: Tenía más talento que Luis XVI y era más concienzudo que el inglés Carlos; su belleza y su juventud, la virilidad con que supo perseverar a pesar de traiciones y perfidias; la dignidad y la gallardía de sus

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“EL EX SOLDADO KESSLER CONFIÓ AL DIARIO SU VIAJE A MÉXICO A FINALES DE 1896 Y SE DIRÍA QUE EL FONDO NARRATIVO DE ORIGEN DE APUNTES SOBRE MÉXICO SALIÓ PRECISAMENTE DE AHÍ.” últimas horas, otorgan a su figura una magia singular, caballeresca y humana; en lo político, jamás ha podido justificarse su destino en lo que atañe al bien de México. En lo externo fracasó ante la consigna vacía de la libertad nacional y políticamente, es decir, en las cosas regidas por el azar, fracasó por el pérfido apoyo que Norteamérica garantizó a sus opositores. Sin embargo, en el fondo sucumbió por intentar gobernar a una raza subdesarrollada con medios europeos, esto es, de forma decente. Su gobierno es el más preclaro y económicamente más próspero que haya tenido México en este siglo y, con la excepción del periodo de la guerra, fue también el menos sangriento. Su fracaso sólo ha puesto de manifiesto la necesidad de gobernar México tal y como lo gobierna hoy Porfirio Díaz. Tras haberlo experimentado todo, Díaz, al final, ha tenido que afanarse en lo mismo que Maximiliano: la pacificación del país por medio de la monarquía. Y ha alcanzado su objetivo, ya que ha tenido la osadía de aplicar aquí el único recurso efectivo: la Ley Fuga. Kessler empezó a llevar un diario en 1880, a la edad de doce años. Tal vez ahora parezca extraño. En realidad, sin embargo, lo extraño no está en esta temprana vocación de Kessler sino en el hecho de que no interrumpiera el consuetudinario registro de sus días sino hasta su muerte, ocurrida en Francia en 1937. O bien también resulta extraño encontrar en la generación de Kessler otros diarios significados por su amplitud, como el de los hermanos Edmond y Jules Goncourt en Francia y el de Federico Gamboa en México. Kessler confió al diario su viaje a México a finales de 1896 y se diría que el fondo narrativo de origen

de Apuntes sobre México salió precisamente de ahí, lo que explicaría que de sus cuadernos desapareciera casi por completo la estancia mexicana de Kessler. La lectura de estos Apuntes sobre México ayuda a entender y reconstruir la forma en que a principios del siglo XX se integró la imagen de México en la cultura alemana, tal y como apunta en el prólogo Héctor Orestes Aguilar. Kessler, después de México, aparece en la ciudad de Boston pasando revista a la escuela del paisaje de Estados Unidos, antes de embarcarse rumbo a Londres. El diarista, después de sus Apuntes sobre México, se abstuvo de editarse a sí mismo, lo que en su caso entrañaba una suerte de saqueo. *** Los actos de su vida pública, o mejor dicho, cuanto Kessler realizó en reserva y al amparo de su prestigiada persona pública fue lo que lo llevó a temer auténticamente por la desaparición o malversación de sus cuadernos empastados en cuero, y lo que a fin de cuentas lo hizo tomar la decisión de depositar, a finales de 1933, una parte importante de su diario en el interior de una caja de seguridad en Mallorca, el sitio que eligió Kessler para escribir sus memorias y observar después el desarrollo de Adolf Hitler en el poder, pero en donde sólo permaneció hasta mediados de 1934. En esta misma caja de seguridad el diario permaneció cincuenta años, al margen tanto de la historia de su creador, quien siguió adelante con el diario, como del creciente interés por las páginas de Kessler —interés que acusó las primeras señales de existencia en una versión abreviada de los cuadernos conocidos en 1961, impresa en alemán bajo el título de Tagebücher, traducida al inglés y publicada como In the Twenties. The Diaries of Harry Kessler en 1971 y reimpresa en el 2000 como Berlin in Lights, con una introducción de Ian Buruma. W. H. Auden y los suyos no fueron indiferentes a estos diarios, toda vez que remitían a la Alemania que Stephen Spender, Christopher Isherwood y el propio Auden vivieron a fondo en los mil novecientos veinte y treinta. Y aún cuando el nombre de Kessler no aparece en los diarios de Isherwood cuesta trabajo no imaginarlo como una presencia real tras la elaboración de un título como Christopher and His Kind. Después de 1983 fue posible reintegrar el diario de Kessler pero no fue sino hasta este siglo que salieron de la imprenta los nueve volúmenes de un Das Tagebuch en el que habitan infinidad de personajes y escenas de un tiempo en espera de autor. C

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En este divertimento a manera de diario confluyen —décadas más tarde, al margen de su voluntad—, dos figuras primordiales del siglo XX, en una conjunción un tanto imprevisible. El reencuentro con un disco memorable de Jimi Hendrix y su coincidencia con el sesenta aniversario de “Piedra de sol”, momento capital de la poesía de Octavio Paz —y la literatura en su conjunto. A la vuelta de los años, una simbiosis para el título de ese poema: una “Piedra de soul” transfigurada por el tiempo, la música, la lectura.

PIEDR A DE SOU L ALAIN DERBEZ

H

ace décadas, varias ya, entraron a robar a la que fue mi casa unos hijos de su chingada madre con buen gusto. Entre los discos que se carrancearon —viniles ordenados alfabéticamente ya en la H de Humble Pie, la I de It’s a Beautiful Day y Iron Butterfly, la J de Jefferson Airplane y Jethro Tull, la K de King Crimson y los Kinks o la L de Led Zeppelin y Los Lobos— estaba ése de Jimi que hoy acabo de recuperar en un rincón del pasado, este escondite, este escondrijo que la nostalgia amante de buhardillas, de sótanos y de áticos, habita en una ciudad viva aún contra viento, marea, políticos de mierda, sismos, revolvedoras, microbuses, patrullas, genuflexiones y camiones de volteo que es el Distrito Federal de nombre arrebatado. Lo consigno en mi diario con esforzada caligrafía como si quisiera algún lector, una lectora, una lectura más allá de mis ojos: noviembre 10 del 2017 (ya no es octubre no, ni aroman ya gardenias en Perote, lo que huele es el sándalo y tal vez el patchouli)... Dibujo estupendo tal vez de Nancy Reimer ocupa toda la portada en azul, en blanco y un café casi negro. No hay necesidad de más, ni nombres ni mensajes: ése es Hendrix, Jimi Hendrix que estratégicamente colocado me llama, me habla, se dirige a mi oído: “Hello my friend, so good to see you again, been all by myself, I don’t think I can make it alone, keep pushing ahead.” [Hola mi amigo, tan bueno verte otra vez, sólo he estado conmigo y no creo hacerla solo, seguir tirando hacia adelante.] Lo conozco, lo reconozco, inquiero por el precio, lo pago y me marcho agradecido no gracias a usted y regrese cuando quiera ésta es su casa volveré dijo MacArthur que el nombre es Douglas como el del túnel del tiempo y el otro Tony como en Mi bella genio... Ahora lo coloco en tornamesa sustituta (los miserables cacos querían también tener en dónde oír ¡faltaba más si aquí está su pendejo!), luego de procurarme el enorme placer de abrirlo frotando de izquierda a derecha de derecha a izquierda, viejo truco, la orilla de la capa plástica contra mi pantalón de mezclilla, otro por supuesto y con distinta talla: “The Cry of Love”... Vaya, vaya: de tanto escribir diarios me he olvidado de hacer ejercicio: Querido diario te escribe un mofletudo, eres el diario de un panzón. Soy otro y soy el mismo y me aclaro la garganta

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Portada del disco The Cry of Love.

aunque no como tic ni vicio ante el micrófono. (Señor Paz, ¿le gusta el rock?, pregunta que nunca formulé al autor porque básicamente nos hablamos una vez y nada más, así que ni el tuteo ni el ustedeo o el intermedio y casi confianzudo mire Octavio permítame.... Si más hilo hubiera tenido aquella conversación tan corta y empedrada estoy seguro que le habría comentado que de gustar él de James Brown o de Tower of Power o de George Clinton y ya muy ancha la manga hasta Ray Charles, el título de aquel largo poema hubiera podido ser Piedra de Soul. Quizás reiríamos aunque él quizás se incline por un no seco, más que formal aunque de todos modos educado). Soy otro, ya les digo, y soy el mismo que compró ese disco de larga duración hace décadas y que acaba de pagar por él en un día frío de tatemantes rayos como de inversión térmica y boquetes celestes por donde ozono y hosannas ya se fugan. Revivo. Dirían los gringos: me revisito a treinta y tres revoluciones por minuto. Suena “Freedom”, la palabra es libertad, libertad bajo palabra, libertad sobre las palabras, libertad y sobran las palabras como quien dice en plan muy medieval alebrestado “Santiago y cierra España”. ¿Qué viernes es éste? Hendrix ha muerto un 18 de septiembre londinense y yo soy adolescente. Barros tal vez pueblan nuestra cara. Algún día, mis carnales,

vamos a tener novia, acaso alguien que guste como estos unos que somos, estos hunos, de “las galerías de sonidos”, “las presencias resonantes” de la lira del druida de Seattle en disco póstumo de larga duración. Ahora suena “Drifting” porque continúa el Lado A. Vamos a la deriva, navegamos por “los corredores de un otoño diáfano”. Son dos las caras y Hendrix hace claro que lo que aprendió a tocar desde el principio fue el blues. A Efraín Huerta le gustaba el blues y nació en 1914, justo cuando empezaba a sonar para el mundo el “St. Louis Blues” de W. C. Handy. Ya vendrá “Ezy Ryder” para el clímax y nos sobrarán surcos para recuperar aliento y ganas. Aquí toca el piano Stephen Stills o hace coros Steve Winwood y a la batalla vuelve Buddy Miles el de “Cambios”. Afuera no hay adultos y si hay no importan: toca Hendrix y el decibel es rey. ¡Bájale! grita nuestra madre ya muerta. Es noviembre. Mi madre no murió en noviembre, mi padre sí. Mi padre murió en el mismo mes que nació Hendrix y mi madre en el mes que nació Paz donde Mixcoac fue barrio y yo asistí al colegio que Madrid se llamaba como en el Madrid republicano donde en el 37 “en la Plaza del Ángel las mujeres cosían y cantaban con sus hijos, después sonó la alarma y hubo gritos, casas arrodilladas en el polvo...” He recuperado este momento suma

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de momentos, redondo y negro, en el penúltimo mes del año. Si mal no recuerdo Jimi nació en noviembre también, como José Revueltas que nació en el año 14 como Octavio y como Huerta y como Bioy Casares y como la Gran Guerra y como Cortázar que en Rayuela... sí ya, ya lo sabemos. Fenece el año, se desintegra la cuenta de los días, mendrugos festivos son los pocos que quedan por venir: aquí nació sor Juana y es día del libro, allá Concha se ha vuelto luto por John Lennon, acullá se apareció la virgen, acá el niño del pesebre, san Esteban el de los canelones y san Silvestre de las uvas y las doce campanadas y los abrazos de champán descorchado. En efecto, desde hace años en esta tierra baldía y a estas alturas todo parece buen fin. En este 2017 el poema de largo aliento —quinientos casi seiscientos son los versos— cumple sesenta. En el acetato el pájaro nocturno levanta el vuelo y luego toca tierra. Ahora suena “My Friend ” y canta Jaime. Si su segundo nombre tradujéramos se llamaría alguacil. Termina el Lado A... ¿Sabías o sabía usted Octavio que George Friedrich Handel y Jimi Hendrix vivieron en el 25 de la Brook Street, la calle del arroyo, “el alto surtidor”? ¿Y si nos damos Octavio un toque de la que no acaba de ser legalizada y recitamos mientras toca Hendrix y también mientras canta? “Yo dije ¡salte de tu tumba!, todo el mundo está danzando en las calles... I said get out of your grave, everybody is dancing in the street... Forget about the past baby, things ain’t what they used to be. [“Olvídate del pasado nene, las cosas ya no son como antes”.] Y dígame Octavio: ¿qué música le hacía ojitos? Yo ya le dije y ya se lee. Pongo el Lado B. Comienza “Straight Ahead ” y terminará todo con “Belly Button Window ”, “una oquedad que ya nadie recorre”, ese ombligo torbellino escrito en “Temporal”, el volumen se llama Salamandra. Los amantes de lo ajeno dejaron mi libro, la edición del sesenta que el Fondo de Cultura le sacó, así que lo cito y lo recito dando fe y todo entre comillas: Libertad bajo palabra... Conversamos y oímos. Vuelvo a Jimi también. Siempre se vuelve. Frente a nosotros hay otro calendario. “Sólo es real la niebla”, la neblina morada. C

DOS P OE M A S GERARDO GRANDE Un tipo que va y hace el amor con 10 mucha-

la lluvia que va a caer negra el alma ne-

chas negras en la noche 11 muchachas inclu-

gro el blues benditamente negro el mismo

yendo a la misma noche antes que se quede

dedo índice que rasga la guitarra (o ilumi-

sin estrellas y cuando sale el sol toca un blues

na a las mujeres a través del gatillo entre sus

que cien años después seguirá sonando con

piernas) también aprieta ese otro gatillo

la misma fuerza con la que Leadbelly atacó la

que en un instante provoca la bala y vuela

vida 1908 Leigh Texas No crece su fama de

la cabeza para que el blues siga sonando

músico endemoniado pero sí la reputación entre las chicas Lead se convierte junto a sus

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O O O

amantes en los ojos de luz de esa bestia que atraviesa la noche y regala alegría a quien sin

Que el silencio se haga en mí que la unión

pena ni miedo entrega la música que lo habita

de los colores se haga en mí que el inicio de

sólo para dar un poco de armonía al mundo

los tiempos se haga en mí y que mis ojos

como los dioses Cuando la palabra violencia

miren todo por vez primera Que pueda

se convierte en un país y en sus habitantes

nombrar de nuevo las cosas Olvidar que el

crece la semilla de una guerra que durará para

árbol es árbol y regalarle la capacidad de vo-

siempre ¿a quién le importa la mucha música

lar Que la piedra cante caudalosa rumbo

que puede hacer un negro con un campo de

al mar del sueño Que descubra la sonrisa

girasoles dentro? Toca en cualquier cantina

de quien juega con la infancia del sol Que

Un cowboy lanza una botella para que se ca-

la danza el canto y la escritura me besen

lle hay momentos para hacer música y hay

otra vez que mi corazón aprenda de la ex-

momentos para matar piensa Leadbelly éste

pansión de este desierto pues bajo tormen-

tiene que ver con el último una Smith & We-

ta o a cincuenta grados a la sombra siempre

son limpia y alineada brilla brilla brilla como

está dispuesto a dar vida Que mi lengua no

sólo puede hacerlo la sonrisa de la muerte

olvide el sabor de tus pechos tú que ama-

la escena se congela El cantinero derrama

mantas a toda la flora y a toda la fauna y al

whisky en la copa de un borracho que horas

resto también Que alguien pruebe mi car-

después vomitará su hígado Un perro ama-

ne y conozca su cerebro y ese alguien ca-

rillo detiene el vaivén de su cola los ojos se

mine erguido y se distinga de los animales

le llenan de tristeza después cenará hígado

por su capacidad para tocar la armónica y

recién vomitado y los ojos se le caerán Las

arar el cielo y besar la tierra y por su capaci-

chicas se quedan con media falda arriba la

dad de tocarse a sí mismo Que de mí liben

boca de labios carmesí abierta como para que

las abejas y en mí se tire el toro a recordar

atraviese un tren furioso que va a ninguna

el día de su nacimiento Que pueda volver

parte pero va a destruir El joven Leadbelly

a la noche a la que siempre quise volver. C

aprieta el gatillo con la punta del dedo índiALAIN DERBEZ (México, 1956) es saxofonista y autor de las novelas Usted soy yo (a cuatro manos con Ángel Miquel, 2008) y La vida y no sus lamentos (2016). También ha escrito el poemario El jazz según don Juan (2015) y el libro El jazz en México. Su novela Antes muerto será publicada en breve.

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ce el mismo dedo que entra en el sexo de las mujeres y con suaves rápidos movimientos les pone los ojos en blanco lo único blanco

GERARDO GRANDE (Ciudad de México, 1991) es poeta, autor de los libros La edad atómica (La Bella Varsovia, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, 2015) y Seguir (Eloísa Cartonera, 2016). Ha leído su obra en diversas ferias y festivales internacionales como la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

que tendrán en vida tiempo negro negra

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10 LA N OTA NEGRA

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Por

FRANCISCO HINOJOSA

P R E G U N TA S Y R E S P U E S TA S

@panchohinojosah

C

on frecuencia tengo contacto con estudiantes, desde niños de edad preescolar hasta jóvenes universitarios, tanto de escuelas públicas como privadas. Por lo general leo, según el grado, La peor señora del mundo o A los pinches chamacos, y a partir de la lectura desato una charla. Al final, siempre hay preguntas que inevitablemente se repiten: “¿En qué te inspiraste, por qué eres escritor, cuántos libros has escrito, cuál es el más ‘gordo’, vas a escribir una segunda parte, eres famoso?” A veces también me piden que les diga qué sigue después del final, y la respuesta es la misma: yo conozco el mismo libro que tú. En fechas recientes estuve en varios colegios públicos de Iztapalapa dentro de un programa titulado El Fondo visita tu escuela, que incluye la participación de autores, ilustradores y cuentacuentos. A pesar de encontrarse en zonas muy marginadas, el entusiasmo de alumnos, maestros y autoridades escolares ha sido muy impactante. Una de las escuelas fue eliminada del programa a pesar de haber sido seleccionada previamente por ser muy combativa. Como ya nos esperaban y se habían preparado para recibirnos, uno de los maestros consiguió nuestros teléfonos y nos pidió, a El Fisgón y a mí, que fuéramos por nuestra cuenta. Aceptamos, por supuesto, aunque al final volvieron a incluir a la escuela. Hubiera sido inaceptable dejar a tantos niños con sus preguntas en la boca.

La Canción # 6

UNA NIÑA SE MOSTRÓ TÍMIDA PARA HACERME LA PREGUNTA QUE TENÍA EN MENTE: “¿ESTÁS LOCO?”

El pasado octubre fui invitado a un programa del Instituto Distrital de las Artes llamado “Bogotá contada”, que consiste en llevar a escritores de distintas partes de Hispanoamérica (incluidos algunos colombianos) y España para que escriban sobre la ciudad. Los textos resultantes se publican en una colección llamada Libro al viento, de distribución gratuita. Han pasado por allí Alberto Barrera, Bef, Fernanda Trías, Fabio Morábito, Gabriela Wiener, Élmer Mendoza, Wendy Guerra, Rodrigo Rey Rosa e Ivan Thays, entre otros. Mi agenda, bastante nutrida, incluía conversatorios, visitas a escuelas, encuentros con madres de familia con bebés en brazos, entrevistas, la exhibición de una película y la presentación de una obra de títeres, estas dos últimas basadas en libros míos. Una de esas actividades se llevó a cabo en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, del Fondo de Cultura Económica, situado en el viejo barrio de La Candelaria. Se trató de una conversación con un autor colombiano de libros para niños, además de pediatra: Francisco Leal Quevedo, y una treintena de colegiales. Las preguntas y las respuestas fueron las mismas que siempre me formulan y que contesto de manera muy similar, salvo la que me formuló una niña que se mostró tímida para hacerme la pregunta que tenía en mente. Al fin Francisco Leal, que también podría ser psicólogo infantil, logró que la

formulara: “¿Estás loco?” No sé qué hice que provocara en ella esa sensación de que quien estaba al frente le fallaba un tornillo. Por supuesto tuve que admitir que algo tenía de razón. Días después me llevaron a un “encuentro con la comunidad educativa del proyecto pedagógico Chilenka” en la escuela Liceo Nuevo Chile. Pasé por cada una de las aulas para escuchar por boca de sus autores cuentos y otros textos de carácter ecológico y personal. Al final hubo un concierto de la orquesta escolar, de corte andino, con guitarras, zampoñas y tambores. Y como despedida una sesión de preguntas. Más que un cuestionamiento, un niño me hizo una solicitud: “¿Podrías escribir un libro que se llame Mi papá tiene muchas deudas?” Hubiera querido escuchar dudas y no deudas. Mi carácter empático me habría llevado a darle un abrazo y quizás a prometerle pensarlo, pero su invitación a escribir sobre algo que ciertamente sufría me dejó paralizado. Si en un cuento como La peor señora del mundo, la encarnación del mal es combatida con imaginación, por qué no solucionar, así sea de manera ficticia, el problema que enfrenta no uno, sino millones de niños en el país, cuyos padres están desesperados por los apuros económicos que enfrentan a diario. Por supuesto que voy a escribir un cuento basado en esa petición.

Por ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

La efeba salvajemente musical EL PLACER de leer literatura lo reservo para la noche. Sólo ahí encuentro el silencio adecuado para escuchar el sonido de las palabras y el audio completo del cuento, el poema o la novela en cuestión. Todo importa, desde el zumbido de los insectos hasta la música descrita. En La efeba salvaje (Sexto Piso, 2017) la música es esencial, Carlos Velázquez deja caer las canciones cual diyei radiofónico para armar sus cuentos de humor eléctrico. Seis cuentos y treinta canciones —en una playlist de Spotify—, libro que abre sus páginas de cantina con una patada de Los Pellejos: “Amo a los que se matan”. Unos son puro realismo absurdo, historias desternillantes sobre personajes y situaciones que suceden a diario. “Muchacha nazi” —o “Nazi Girlfriend” de Iggy Pop—, sobre la relación de un coco futbolero y apostador con una rubia acaudalada, el soundtrack incluye “Never Let Me Down Again” de Depeche Mode, “Why Can’t I Be You” de The Cure y “Don’t You Want Me” de Human League. Pero también “Yo te amo, te amo” de Yuri, “Pobre secretaria” de Daniela Romo y “Te quiero tal como eres” de José

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José. “La efeba salvaje” trata sobre la Barbie Moreno, la chica del clima trasplantada a deportes que inventa una conspiración para chingarse al jefe Gómez Yonque, con “Eminence Front” de The Who, “Empty Souls” de Manic Street Preachers y “Big Bang Baby” de Stone Temple Pilots. “Stormtrooper”, acerca del Rober, un repartidor desempleado que vende una malteada milagrosa y sospecha que su mujer lo engaña con el vecino al ritmo épico de “Star Wars Main Title” de John Williams, “What It Takes” de Aerosmith y “Home Sweet Home” de Tommy Lee. Y This is not a love song —título de la canción de PIL—, sobre el adorable Tony Porcel, un adicto a la comida y al amor por quien pelean las mujeres mientras retumban “Brazilian Rhyme” de Earth, Wind and Fire y “Hungry Heart” de Bruce Springsteen. Los otros dos son cuentos fantásticos, cuyo entramado psicológico se mete en la estructura y las relaciones de familia y de pareja. “Mundo Death” está escrito desde el interior de Aída, quien observa el impacto que tiene la muerte de un familiar directo en la vida sexual de su novio Al-

berto, quien percibe a la muerte como una sombra. La relación sexo-muerte es uno de los grandes misterios de la vida, responde a dos de nuestras pulsiones más potentes, como las canciones que la animan: “El Mundo Extraño” de Él Mató A Un Policía Motorizado, “A Girl Like You” de Edwyn Collins y “Hate It Here” de Wilco. “El resucitador de caballos” viene marcado con “L. A. Woman” y “Queen of the Highway” de los Doors, “Land (Part 1: Horses)” de Patti Smith y “A Horse With No Name” de America. Ed contrata los servicios del indio Mr. Mojo Risin para traer de vuelta a un equino del más allá. El autor nos saca del ambiente urbano y nos ubica en un pueblo imaginario, en un lugar y un tiempo imprecisos, su atmósfera de sincretismo vaquero sólo se rompe por una botella de Coca Cola. Termina como canción de country, el coro dice: “No lleves esa yegua a tu casa, Ed”. Velázquez nos queda a deber la druglist de La efeba, pero sigue renovando el cuento, labor iniciada en La Biblia Vaquera y La marrana negra de la literatura rosa. Creo que su mejor libro de cuentos está por venir.

EN LA EFEBA SALVAJE CARLOS VELÁZQUEZ DEJA CAER LAS CANCIONES CUAL DIYEI RADIOFÓNICO.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

A D I C C I Ó N A L A PAT E R N I D A D

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

E

stoy echando a mi hija a perder. Según su madre la malcrío hasta lo impúdico. Porque le compro todo lo que me pide. Su colección de muñecas (Barbie, Bratz, Monster High) asciende, aproximadamente, a unas doscientas. Más los cientos de chunches que se acumulan cada semana. Los monitos que salen en la Cajita Feliz, Playmobil, Kitty, libros para iluminar, etc. Hace dos años me lanzó una advertencia: ni un puto juguete más. Se queja de que ya no caben en su casa. Me amenazó con retacarme el departamento con las tantas cajas de juguetes si no paraba. Qué pendejo soy, me dejé convencer. Y me contuve. Al grado de que sólo le he comprado cinco Neonato, unos monos de peluche horrendos, la nueva moda entre las niñas. Un embuste del tamaño del mundo. Las tienen cautivas a niveles indecibles. Y me siento un tacaño. Una de las vecinitas del edificio tiene doce Neonato. Pero la Bestia ha despertado. Existe una nueva sensación. Los juguetes Funko Pop. Personajes de series, películas y animaciones. Una tarde, mientras compraba cervezas en el centro comercial, me topé con la Harley Quinn de la línea Funko Pop. Y no resistí la tentación. Se la compré a mi hija. El problema es que el asunto no va a terminar ahí, obvio. No descansaré hasta armarle una buena colección. Ya me pidió a Ray de Star Wars. Ya veo venir el sermón que me espera. Que estoy mal educándola. Que la niña se debe ganar cosas. Que está castigada (por no

DE NIÑO MI MADRE SE ESMERÓ EN QUE NUNCA ME FALTARA NADA. Y ME FALTÓ TODO. MENOS JUGUETES.

El sino del escorpión

sé qué cosa). Pero no puedo actuar de otra forma. Tuve una infancia difícil. Mi padre se fue de casa cuando cumplí cinco años. Me dio pocas cosas en la vida. No, mi manera de proceder hacia mi hija no es resultado de un trauma. De niño mi madre se esmeró en que nunca me faltara nada. Y me faltó todo. Menos juguetes. Para ser un hijo sin padre era el segundo en la colonia en tener más monos de Star Wars. Es decir: así fui educado. Mi madre sufría una gran culpa por haberme granjeado un hogar roto. Fui estigmatizado desde muy pequeño. A partir de los cinco años tuve que vender chicles. Porque como era un niño sin padre mi abuela consideró que tenía que aprender a ganarme la vida. Pero no sirvió de nada. A punto de cumplir los cuarenta no he aprendido a ganarme la vida. No soy feliz, pero sin los juguetes mi niñez habría sido menos afortunada. Por suerte mi hija no tiene que atravesar por eso. En cuanto a la educación de un niño, nada está escrito. No sabemos qué hace buenas personas. Si la carencia o la abundancia. Y a riesgo de que este espacio parezca cada vez más consultorio de psicóloga, conforme avanzan los años descubro que cada vez soy más adicto a la paternidad. Siempre pensé que a los diez años mi hija se independizaría de la idea del padre. Sí, como literatura es un tema jugoso. Y en la consulta siempre es el asidero de los terapeutas ineptos. Pero en la vida real los nexos entre padres e hijos se desdibujan cada vez más por culpa de la tecnología. Me propuse hacer

aficionada a mi hija a los Funko Pop porque deseo que tenga una dedicación. Por supuesto que corro el riesgo de convertirla en una ñoña. Pero no creo que llegue a los cuarenta años comprando juguetes. Además de su colección de libros infantiles comienza a ser significativa. Y estoy seguro que esa dedicación y cuidado que tiene de sus Funko Pop la trasmitirá a su biblioteca. La que comenzaré a conformarle en breve. No falta mucho tiempo para que esté en condiciones de leer libros sin ilustraciones. Hace dos noches me preguntó si mis libros eran para niños. Lo que indica que probablemente los primeros libros que lea sean los míos. Lo cual ni me asusta ni me preocupa. En uno de mis libros bromeé sobre la mala influencia que puedo resultar para mi hija. Esto es algo inherente a todo padre. Sea o no sea escritor. Hasta el momento las dos actividades que más me ve mi hija realizar es la lectura y la escritura. El ejemplo lo tiene. Lo que deseo es que vea al libro como objeto. Son este tipo de preocupaciones las que me han hecho considerar la paternidad como una adicción. Esta obsesión por aportar a su educación sentimental algunos placeres de la vida. Pese a lo que dice su madre y la juguetiza de la que goza, creo que no lo he hecho tan mal. Cuando le pregunto a mi hija cuál es su libro favorito no lo duda. Responde que El principito. Lo que indica que a su corta edad intuye un significado esplendoroso de la vida. Entonces, por más juguetes que le dé a mi hija, lo verdaderamente importante ya lo trae consigo. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Al menos googleen nuevas masculinidades LAS

CARCAJADAS del escorpión emergían sonoras desde el fondo de su nido en la hendidura del muro ante la retórica contorsionista de varios intelectuales, columnistas y hasta un par de directores de periódicos nacionales, esforzados en retorcer la sintaxis para descalificar a las numerosas mujeres denunciantes de abusos sexuales cometidos por santos varones de toda ralea. Pero la risa no le duró mucho al venenoso: el asunto es revelador e incluso triste. Estos personajes dudan de la veracidad de las denunciantes y señalan su aviesa intención de llamar la atención o hacerse famosas, sobre todo en aquellos casos en los cuales habían llegado a un arreglo económico hace una década o más como “resarcimiento” por el abuso y la violencia sufrida. Al rastrero le parece insólito vivir al final de la segunda década del siglo XXI y continuar leyendo columnas decimonó-

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nicas, tanto en su estilo como en su contenido y sus ideas, sin una pizca siquiera de lecturas teóricas sobre feminismo, estudios de género, abuso y violencia hacia la mujer. Y algo peor, sin acusar registro de uno de los problemas graves y profundos de la sociedad mexicana: la desaparición y el asesinato de mujeres en buena parte del territorio nacional. Aunque sería propio de intelectuales y periodistas informados, el rastrero sabe de su desprecio por la teoría y los estudios académicos, por ello no les pide lecturas de Butler, Kristeva, Walker o la recién fallecida Kate Millet, ni claridad en el entendimiento de las tres olas del feminismo, el posfeminismo y los estudios de género, pero sí un mínimo conocimiento de los temas abordados en sus escritos y no meras ocurrencias (por lo general sexistas). A todos estos articulistas y opinadores el artrópodo les sugiere, con humildad, al menos googlear el término

“nuevas masculinidades”: ahí encontrarán, en esquema de guía para principiantes, algunas de las características de la masculinidad tradicional (restricción emocional, obsesión por los logros y el éxito, fortaleza irreductible, comportamiento afectivo limitado, actitudes basadas en modelos de control, poder y competencia; subordinación de la mujer) contrastadas con estrategias para alcanzar una nueva masculinidad con una concepción igualitaria y no jerárquica, antisexista, antihomofóbica, antirracista y anticlasista. El rastrero entiende a estos personajes de ideas fijas y pensamiento rígido, pues ante la fragmentación del viejo orden, el mundo como lo entendían antes ya no existe y ven con temor cómo sus seguridades se desvanecen en el aire. Pero si quieren seguir escribiendo, sugiere el escorpión, empiecen por aceptar el “desorden”, o sus textos serán irrelevantes. C

AL RASTRERO LE PARECE INSÓLITO VIVIR AL FINAL DE LA SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XXI Y CONTINUAR LEYENDO COLUMNAS DECIMONÓNICAS.

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CHAVELA UNA HISTORIA DE FASCINACIÓN Y DESENCANTOS FILO LUMINOSO

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na de las características de la cultura del siglo XXI es el reconocimiento masivo de una cierta fluidez de los géneros, de que la identidad sexual no es tan binaria como algunos pensaban o querían. En la primera mitad del siglo pasado, las cosas no se veían así y la androginia, en particular, no era particularmente tolerada. Por tanto fue sorprendente y perturbador que en un medio extremadamente conservador como es el de la música ranchera (particularmente a principios de los años cuarenta) destacara una cantante muy singular que no usaba vestidos tradicionales ni el cabello largo y suelto ni maquillaje, sino que en cambio se cubría con un poncho, usaba pantalones y cantaba a la agonía del desamor, entre trago y trago de tequila, con una voz ronca, rasposa y desgarradora. Chavela Vargas fue desde sus inicios una figura transgresora y un acertijo. Su manera de interpretar, especialmente la música de José Alfredo Jiménez, alcanzaba niveles emocionales y conmovedores pocas veces escuchados. En más de sesenta años de carrera, Chavela dejó una obra monumental y una abrumadora colección de clásicos que tuvieron un éxito inmenso en su momento, pero que además sortearon el tiempo y las fronteras para engendrar un silencioso culto mundial. Las cineastas, Catherine Gund (On Hostile Ground, Born to fly) y Daresha Kyi decidieron contar la historia de este personaje extraordinario a partir de una entrevista que le hicieron en 1991 y de una formidable selección de fotografías, videos y testimonios de gente como Tania Libertad, Eugenia León, Patria Jiménez, Diana Ortega y José Alfredo Jiménez Jr. entre otros, quienes describen una historia de redención, desde la caída hasta el regreso triunfal a los escenarios. Esta poderosa y cándida entrevista es la piedra de toque de todo el filme. La primera contestación que da Chavela es: “Comencemos con hacia dónde voy. A mi edad es más interesante para todos preguntar hacia dónde voy y no dónde he estado”. Pero a pesar de esta advertencia las cineastas cuentan la historia de Chavela con una estructura lineal convencional, de tres actos, que comienza en el seno de una familia costarricense conservadora y poco cariñosa que optaba por esconder a la hija marimacha que nació en 1919. Chavela decide escapar de ese

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NAIEF YEHYA

ambiente represivo y huye a México, donde cantó por las calles hasta que la suerte le sonrió y comenzó a aparecer en programas de radio y en diversos escenarios. En poco tiempo Chavela se abrió paso, conquistó al público y se volvió cercana a numerosas figuras de la cultura, el arte y la política. Siempre quiso demostrar con su actitud y su atuendo masculino (“Cuando me vestía de mujer parecía travesti”, dice) que podía ser más macha que cualquiera en ese medio misógino, por tanto bebía igual o más que los hombres y conquistaba a más mujeres de las que los otros podían contar. Sus conocidos aseguraban: “Se acostó con medio México”. Los excesos y el desenfreno, pero también los engaños de promotores y agentes, la llevaron poco a poco a la ruina, al delirium tremens y a sobrevivir, casi milagrosamente, en el olvido y abandono. Fue ahí donde la directora, actriz, empresaria teatral y de cabaret, Jesusa Rodríguez, y la compositora Marcela Rodríguez (quien aparece tocando con Chavela al inicio), entre otros, la encontraron, lograron rescatarla y llevarla de vuelta al escenario (en primera instancia al desaparecido y legendario El Hábito), pero incluso pudieron hacer algo aún más difícil: llevarla a la sobriedad. Además lograron que hiciera lo impensable, salir al escenario sin haber bebido. Aunque el asunto de su retirada de la bebida es complicado ya que también una de sus amantes, la abogada Alicia Pérez Duarte, dice que fue ella quien logró que Chavela dejara el alcohol. Y la cantante misma dirá en otro momento que se hizo abstemia gracias a la ayuda de un brujo. A partir de este regreso ya no hubo límite, sus fans en el mundo, quienes en su mayoría creían que había muerto, revivieron la leyenda y uno de sus admiradores más devotos, Pedro Almodóvar, se encargó de ayudarla a alcanzar el éxito y reconocimiento que se le había negado. Con su apoyo y el uso de su música en sus filmes, Almodóvar consiguió que llegara a Bellas Artes, al Carnegie Hall y al teatro Olympia, en París, con lo que la música popular fue celebrada por la alta cultura. El filme hace un trabajo extraordinario al revelar su magnetismo, su poder de seducción y la curiosa manera en que vivió su sexualidad,

CHAVELA VARGAS FUE DESDE SUS INICIOS UNA FIGURA TRANSGRESORA Y UN ACERTIJO.”

sin negarla pero sin hacer alarde de ella. De hecho, Chavela no salió del closet públicamente sino hasta que tenía 81 años, a pesar de que cantó toda su vida canciones de amor y dolor dirigidas a mujeres sin intentar cambiar los géneros ni pronombres. Por eso se convirtió en un poderoso icono LGBT, como ya antes había sido una fabulosa iconoclasta que se acostaba con las esposas de millonarios y políticos, lo cual la había convertido en una heroína popular que llevaba a cabo una especie de pequeña venganza en contra de un sistema corrupto e injusto como el mexicano. Asimismo, sus amoríos con Frida Kahlo y supuestamente con Ava Gardner son motivo de leyendas y de historias que le han dado proyección más allá de las barreras lingüísticas. Pero así como Chavela construyó un personaje sólido y amenazante, que sacaba la pistola a la menor provocación, fue una mujer que también padeció de los golpes, rechazos y humillaciones de la vida, los cuales quizás borró de su recuerdo pero sin duda dejaron cicatrices en su espíritu y dieron forma a su peculiar estilo. De cualquier manera, en un momento la cantante dice: “Qué bendición del cosmos fue haber nacido mujer”. Chavela era un caldo de contradicciones, amó a muchas mujeres pero no tenía que esforzarse demasiado para ser cruel, así como tampoco necesitaba del alcohol para ser violenta, como explica una de sus amantes, la escritora Betty-Carol Sellen. Era solitaria pero le fascinaban los reflectores y “no podía concebir la vida sin el escenario”, como comenta Almodóvar. Durante un tiempo decía: “Estoy preparando mis maletas para irme definitivamente”. Deseaba morir en el escenario, lo cual no logró en su último viaje a Madrid. Chavela no trata de borrar los misterios y ambigüedades que rodearon a la vida de la cantante que alguna vez le dijo a Miguel Bosé: “Si yo hubiera sido hombre tú hubieras sido mi mujer ideal”. El acierto de Gund y Kyi es no insistir tanto en la precisión biográfica y en cambio tratar de pintar un retrato pasional, una historia de fascinación y desencantos que nos lleva a una segunda, y esa sí irremediable caída, cuando en 2007 pierde su autonomía y su muy apreciada libertad, por el deterioro de la edad hasta su muerte en Cuernavaca en 2012. C

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