El Cultural en la FIL 2017

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ROBERT LOWELL DOS POEMAS

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ESGRIMA

ENRIQUE ABRAHAM VÉLEZ GODOY

S Á B A D O

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

DEL PEYOTE AL JOVEN MANOS DE TARJETA CARLOS VELÁZQUEZ

UN LUSTRO DE LA FIL TRAS BAMBALINAS JULIA SANTIBÁÑEZ

Sergio González Rodríguez

DEL ARTE DE CONVERTIRSE EN FANTASMA DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN

EN LA FIL 2017 Arte digital > Zeus GM. > La Razón

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El columnista de El Cultural, Carlos Velázquez, ha entregado a la prensa dos nuevos libros en este 2017: los cuentos de La efeba salvaje —bajo el sello de Sexto Piso— y un relato autobiográfico, El pericazo sarniento. Selfie con cocaína —bajo el sello de Cal y arena—, cuyo punto de partida publicamos en el número 58 de este suplemento, y donde aborda sin ninguna reserva las rutas implacables de la adicción: un testimonio de sinceridad radical y escritura vertiginosa, del que adelantamos esta entrega. Será presentado en el Salón Mariano Azuela de la FIL de Guadalajara, a las 13:00 hs. del primero de diciembre.

DEL PEYOT E A L JOV EN M A NOS DE TA R J ETA CARLOS VELÁZQUEZ

I. PEYOTE En este desierto, después de Torreón...

E

RAFAEL CATANA

xisten dos maneras de aproximarse al peyote. La primera: después de haber leído a Castaneda. Y la segunda, sin antecedentes. Yo me acerqué desde lo naif. El lector de Castaneda se prepara para ingerir peyote. No bebe, deja de comer carne: intenta desintoxicarse lo más posible. Viaja a Real de Catorce, y participa en una ceremonia con un guía, un chamán. El no lector va al desierto y simplemente traga. A una hora de mi casa, por la carretera libre a Saltillo, se encuentra Estación Marte. Un ejido dominado por una meseta de mil 347 metros. La zona goza de altos niveles de magnetismo. Se presume que es un área ufóloga. Se han reportado decenas de avistamientos de ovnis. La NASA ha estado interesada en adquirir terrenos en la región para profundizar en sus estudios sobre dichos fenómenos.

En los alrededores de Marte hay brotes de peyote. Macho, del que pega. Desde siempre he sido consciente de mi papel como occidental respecto al pueblo indígena. Sé que existen cosas que escapan a mi comprensión como mestizo. No importa que me ponga huaraches jamás voy a tener una experiencia con el peyote como si fuera un huichol. Desde los diecisiete años comencé a hacer expediciones al desierto. Si alguna parte de mi cuerpo es fuerte son las piernas. Caminar por el desierto bajo un sol de 42 grados y con un galón de agua en una mochila ayuda a fortalecer la zancada. Aunque no puedo participar de la cosmovisión huichola, una cosa me quedó clara desde mi primer contacto con el peyote: es un ente vivo. Cuando lo arrancas de la raíz, el cacto no muere. Basta que lo tragues para que te percates de que lo que acabas de ingerir es un animal. Gruñe. Y tu estómago es ocupado por él. El peyote es un huésped. Y el tiempo que dura en tu interior entablas un diálogo con ese animal.

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El peyote es impredecible. En ocasiones se oculta, tarda hasta dos horas en manifestarse. Otras veces apenas pisas el desierto el cacto te sitia. Abundan las explicaciones al respecto. Todas infundadas. Según los enterados el peyote se oculta porque eres indigno de él. Otros dicen que es al contrario, que emerge de inmediato porque desea darte una lección. El peyote no da lecciones. Yo soy la prueba viviente de ello. Existen dos tipos de experiencias con el peyote. El viaje en el campo y el viaje en la ciudad. Los protojipis aseguran que los mejores trips son en el desierto. Yo he tenido buenos viajesotes tanto en el ámbito rural como en el urbano. En pocas palabras: se pueden asumir muchos tics sobre el peyote pero es imposible cronometrar su comportamiento. Dentro de este mismo sistema de creencias que se ha conformado de manera autónoma, también se presume que el peyote no debe ser trasladado a la ciudad. Conocí a no pocos sujetos que se presentaban en el desierto con el único fin de saquear. Volvían a la urbe con costales rebosantes de peyote. Yo nunca hice algo así. Sólo en una ocasión corté algunas cabezas y me las llevé a casa. En mi juventud la única manera de trasladarme a Estación Marte era pedirle raite a los traileros. Pero de regreso era complicado que te levantaran. Siempre te cuestionaban si portabas peyote. Y sólo hasta que abrías tu mochila ante sus ojos accedían a que subieras al tráiler. Si deseabas llevar peyote a Torreón tenías que ir en coche. Lo cual también suponía un problema. Si te detenían los soldados estabas frito. La pena por posesión de peyote, depende de la cantidad, por delitos contra la salud, va de los diez hasta los 25 años de prisión. Los que regresaban con la cajuela llena presumían que nada les ocurriría, la superstición de que el peyote los protegía hacía que se envalentonaran. No siempre surtía efecto la superchería. Existen también distintas maneras de consumir el peyote. Los famosos peyotes, que aparecen en los libros de Castaneda. Los gajos, que es el peyote en crudo. En extracto. Y en té. Es sumamente difícil que el cuerpo retenga el peyote. En cuanto lo engulles el cuerpo lucha por expulsarlo. Yo lo probé de todas estas formas. Los botones, en mi caso, no eran viables. Insisto, como persona que no forma parte de la cultura indígena, mi relación con el cacto era distinta. Y las cantidades y el modo de ingesta no obedecían a fines religiosos. Mi viaje más portentoso ocurrió con extracto. Machaqué veinte cabezas y llené una cantimplora. Es un método bastante dilatado. Me tardé dos horas en llenar la cantimplora. Y como cinco en tomarme el contenido. Debía dar pequeños sorbos. Porque si te avorazas vomitas y ya no existe poder divino que te haga volver a soportar el peyote. Se vomita, pero hasta después de hacer la digestión. Que lleva varias horas, desde dos hasta cinco. Por lo que un viaje de peyote exige un nivel de

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paciencia superior a un juego de ajedrez. No puede hacerse un hábito. La forma más efectiva y sencilla es en té. Me llevaba al desierto una olla. Cortaba las cabezas y las hervía con azúcar y jamaica. Bebía varias tazas y entonces pum, a alucinar. En una de mis visitas al desierto me llevé veinte cabezas a casa. Había tenido uno de los viajes más fuertes en el desierto, pero apenas llegué a casa herví las cabezas y comencé a tomarme el té como agua de uso. La nobleza del peyote es inestimable. En algún punto después del segundo litro una voz dentro de mí me ordenó que parara. Y lo hice. Es la prueba evidente de que el peyote está vivo. Y que su sabiduría es palpable. Con cualquier otra sustancia habría ocurrido un accidente. He oído historias de personas que han tenido malviajes con el peyote. No lo dudo. A mí nunca me ocurrió. Lo único que he recibido yo del peyote ha sido bondad. Un amigo de la banda al que apodábamos Marlon Brando tuvo una disputa con el peyote que lo mandó al limbo. Se encerró en su casa con varios kilos de cacto y se armaba unos licuados monumentales. La bronca es que comenzó a combinarlos con anfetaminas. Su cerebro no lo resistió. Desde entonces no fue el mismo. Su vida consistió en entrar y salir de instituciones mentales. Sufría de una paranoia exacerbadísima. Afirmaba que lo vigilaban. Hacía elaboradas descripciones de los drones que lo seguían a todas partes. Al final murió de manera un tanto accidentada. Según otro compa, su familia, harta de lidiar con él, lo orilló a una sobredosis. Es el único caso del que tuve noticia

en el que estuvo inmiscuido el peyote. Lo menciono porque se me quedó grabado. Yo siempre quise probar la coca con peyote. Que según dicen los enterados, es la experiencia más potente del mundo de la droga. Pero me daba miedo por lo que le había ocurrido a Brandon. El peyote es muy claro al respecto. Encuentra la manera de ponerse en contacto contigo. Y te advierte cuando ha llegado el momento de parar. En mis viajes más poderosos vi coyotes correr en la luna, vi a un monstruo de peyote destruir la ciudad, me vi a mí mismo como un peyote más, enterrado en el subsuelo, y vi mi muerte. Con el ácido he visto el mundo de soda de raíz, con el MDMDA he visto a los autos desaparecer, con los hongos he visto osos bajar de las montañas y tomar la ciudad, pero ninguna de estas experiencias ha sido tan significativa como ese viaje de peyote en que vi la forma en que moriría. Y después de eso me quedé en paz. No volví a probar el peyote. Y no he sentido el impulso de hacerlo. Antes de que eso ocurriera sí que probé la coca con peyote. Se me cortó el viaje alucinógeno pero probé un poquito de esa gloria tan presumida. Es la ocasión en que más cerca me he sentido de Supermán.

II. EL JOVEN MANOS DE TARJETA Soy un bulto para picar la coca. La impaciencia y la ansiedad me vuelven bien trochote. Lo que ha provocado que tenga la nariz más damnificada por culpa de los pinches riscazos. Vivo eternamente mormado. Molerla bien

“EN ALGÚN PUNTO DESPUÉS DEL SEGUNDO LITRO UNA VOZ DENTRO DE MÍ ME ORDENÓ QUE PARARA. Y LO HICE. ES LA PRUEBA EVIDENTE DE QUE EL PEYOTE ESTÁ VIVO. Y QUE SU SABIDURÍA ES PALPABLE.”

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es un talento que me negó Dios. Y a la hora de hacer rayas soy el peor. Existe una regla no escrita. Aquel que arme las líneas aspira primero y tiene derecho a la más nutrida. Lo que siempre desata disputas. Lo óptimo es que las porciones sean uniformes. Para evitar inconformidades. Como todo adicto que se respete soy abusón a la hora de servir un saque. Siempre me preparo la raya más choncha para disgusto del personal. He cosechado más de una enemistad, pero el cocainómano, con todo y sus atributos de acelerado, es perezoso para partir. Debilidad que aprovecho para irme al baño. No todos los adictos son tan burdos. Existe una clase, una alcurnia, de drogo que posee habilidades artísticas. Yo conocí a uno. El joven manos de tarjeta. En 2004, en un encuentro de escritores jóvenes en Monterrey, me dijeron él trae coca y señalaron a El joven manos de tarjeta. Fue como conocer a Santo Clos. Trae coca es el eufemismo más pendejo que he oído en mi vida. Portaba una roca el pinche Rockefeller. A la que le rascaba y armaba ataditos que repartía entre la banda. En lo primero que pensé cuando lo conocí fue en el personaje del cuento “Jesús, el de la Crush” de Gustavo Escanlar. El adicto es el ser menos generoso sobre la Tierra. Ser desprendido no es uno de sus atributos. Hay que ser conchudo, avaro, abusón. El adicto siempre establece sus relaciones en función de la droga. Yo, por ejemplo, casi nunca regalo coca a quien me pide. El joven manos de tarjeta me brindó un saque. Craso error. Es lo peor que un adicto puede hacer. Porque compartir un pase significa que te pedirán otro. La adicción es un ejercicio mendicante. Yo me había terminado mi merca y deseaba continuar el paryzon. Me aproximé a El joven manos de tarjeta por un segundo jalón. Para que no lo molestara con ordinarieces, me obsequió un pellizquito de su piedra. Porción que me duró toda la noche. La generosidad de El joven manos de tarjeta me desconcertó. Le caí bien o quizá le desperté lástima. De lo que no tengo dudas es que tenía todo calculado. La droga que había desperdiciado en mí formaba parte del presupuesto. Los encuentros de escritores en realidad son convenciones de drogadictos. Al año siguiente volví a coincidir con El joven manos de tarjeta en Nuevo León. Habíamos cultivado una amistad a través de MSN. Varios le encargamos unos cuantos gramos de cocaína. Se había convertido en el díler oficial del encuentro. Mi consumo se había elevado considerablemente. Ya no me conformaba con un gramito. A pesar

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de meterme coca como psicópata, era un amateur. El maestro era El joven manos de tarjeta. Y me reclutó como aprendiz. El joven manos de tarjeta tenía acceso a esa calidad y cantidad de droga porque vivía con su díler. El sueño de todo adicto. También el más peligroso. La adicción no es como la obesidad. No puedes convivir con la comida para aprender a alimentarte. Si tienes la droga a la mano no paras. Te metes hasta que se detenga el corazón. Pero El joven manos de tarjeta era un adicto inusual. Con el tiempo enfrentaría su propio averno, pero en aquellos días era un carmelita descalzo que esnifaba cocaína. El espíritu desprendido de El joven manos de tarjeta era un agasajo. Si todos los dílers fueran como él, este mundo traidor sería un mejor lugar. Cuando llegó al encuentro repartió con la elegancia de un crupier. Me entregó mi encarguito y un pilón. Éramos unos animales. Con El joven manos de tarjeta aprendí a no andar con pichicateces. Nada de rayitas, rayotas. Nos confeccionábamos unas orugas albinas del tamaño de una víbora chirrionera y aspirábamos sin miramientos. Nada de agarrar aire a media línea. La esnifábamos de un trancazo. Porque para eso teníamos a nuestro proveedor. En dos días nos metimos una onza entera. El joven manos de tarjeta, algunos de los invitados del encuentro, y yo. No exagero. La toxicomanía del norteño es como la plaga. Arrasa con hectáreas en segundos. Entonces comenzó el suplicio. La ansiedad se apoderó de nosotros. Lo que obedecía era un aquí se rompió

“ABANDONADO EN UNA ESQUINA, SIN COCA Y DE A PERRO. EL JOVEN MANOS DE TARJETA ME DIO UNA LECCIÓN. NO IMPORTA QUÉ TAN SÓLIDA SEA UNA AMISTAD, NUNCA BAJES LA GUARDIA CUANDO SE TRATE DE DROGA.”

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una taza y cada uno a chingar a su madre. Pero el adicto es un ser malcriado. Se mal acostumbra con facilidad. En casos como éste lo que opera es que cada quien se rasque con sus propias uñas. Pero nunca falta el adicto con el síndrome de niño héroe. Así que para combatir la abstinencia El joven manos de tarjeta y yo nos ofrecimos a salir a la noche regia a conseguir coca. Sabíamos que no encontraríamos algo de la misma calidad, pero ya jareosos y necesitados vieran qué rica sabe la pastilla molida. Nos dirigimos a la Nuevo Repueblo, uno de los barrios bravos de Monterrey. Me quedé a esperar a El joven manos de tarjeta en una esquina mientras se internaba en la colonia con una morra por la droga. No importa qué tan compa sea un adicto de otro no debes olvidar que la droga es la ley. El joven manos de tarjeta no volvió. Pasé de la decepción al emputamiento y de ahí a la preocupación. No lo busqué porque no sabía dónde hacerlo. Dos horas después volví al hotel. Ojalá siga con vida, pensé al subir al taxi. A la mañana siguiente El joven manos de tarjeta me relataría lo ocurrido. La morra y él habían tocado en la puerta de un departamento y les había abierto una chava en brasier. Pinshis shishotas, me dijo desorbitando la mirada. Las morras y él comenzaron a esnifar cocaína y se olvidó de mí. Después hicieron un tribilín. Mientras yo era subyugado por la angustia, el cabrón se cogía a dos. Y a mí que me cargara la chingada. Abandonado en una esquina, sin coca y de a perro. El joven manos de tarjeta me dio una lección. No importa qué tan sólida sea una amistad, nunca bajes la guardia cuando se trate de droga. Y desde aquel día no lo he hecho. Y cuando ha sucedido lo sé de antemano. Sé que cuando La Paleta Payaso se rifa solo a Tepito por coca en la madrugada se va a meter una grapa en las escaleras. Es el impuesto que uno debe pagar si no desea moverse de sitio.

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Desde El Pájaro nadie me había vuelto a hablar de agujas. Entonces la carrera de drogadicto de El joven manos de tarjeta cobró un vértigo inusitado. Comenzó a inyectarse. Así como yo, El joven manos de tarjeta es proclive a enviciar a la gente. No le gusta caer solo, quiere hacerlo en quórum. Por eso tanta dádiva. Extrae placer de que la gente se enganche. Pese al incidente de la Nuevo Repueblo o gracias a él, nuestra amistad se consolidó en tiempo récord. Compartíamos la droga y la literatura, además de que es mi doctora corazón. Siempre que me atiricia alguna de mis relaciones sentimentales lo llamo en busca de coucheo. Comencé a viajar a Zacatecas para visitarlo. A El joven manos de tarjeta le aprendí a meterme coca en público. Como si fuéramos Paco Stanley y Mario Bezares nos retábamos a aspirar en los lugares menos apropiados. Esta técnica la perfeccioné a tal punto que me he metido coca hasta enfrente de mi madre y no se ha percatado. En una ocasión lo hice en el programa de radio de Mariana H, mientras fingía estornudar aproveché para aspirar de mi ziploccito. Lo paleta no se quita, ni aunque caigas en las garras de César Millán. En uno de mis viajes a Zacatecas, El joven manos de tarjeta me confesó que se estaba picando. No me extrañó ni tantito. Sólo San Judas sabe por qué no estaba haciendo yo lo mismo en aquellos tiempos. Unos años después, en uno de mis intentos más serios por alejarme de la coca, acudí a consulta con una psiquiatra especialista en trastornos de adicción. La doctora declaró que me entendía a la perfección. Que la coca era una droga súper chingona. Y que si ella no tuviera que dar consulta también la consumiría. Cuando le pregunté por qué no había sucumbido al encanto de las jeringas o del crack me respondió que mis neurotransmisores no estaban diseñados para eso. Que yo era un adicto social y no presentaba problemas con mi consumo. Me dio de alta y me invitó a salir. Me la estuve cogiendo un año, hasta que se casó y con la frialdad de Elsa de Frozen me indicó que no podíamos continuar como amantes. Nunca he constatado si lo que decía la psiquiatra era verdad. El hecho de que no hubiera probado las jeringas hasta el momento no significaba que no habitara un tecato en mí. Y vaya que El joven manos de tarjeta hizo campaña para que lo descubriera. En una de nuestras juergas de cocaína comenzó el voluntarioso proceso de lavarme el cerebro. Me resistí. El temor de descubrir una nueva y peligrosa vertiente de mi adicción me paralizaba. Pero el quebrantamiento tiene fecha de caducidad y tanta insistencia de El joven manos de tarjeta me doblegó. Eran las dos de la mañana, lo recuerdo, me levanté y grité, ok, vamos a picamos, como si fuera Cerebro y estuviera presto a tratar de conquistar el mundo. Al fin y al cabo era lo que se esperaba de mí. ¿Acaso no era yo miembro distinguido de la Generación Trainspotting?

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“A EL JOVEN MANOS DE TARJETA LE APRENDÍ A METERME COCA EN PÚBLICO. COMO SI FUÉRAMOS PACO STANLEY Y MARIO BEZARES NOS RETÁBAMOS A ASPIRAR EN LOS LUGARES MENOS APROPIADOS.” El joven manos de tarjeta contaba con su kit de tecato. Maldito juego de química Mi Alegría cuánto daño nos había procurado. Algodón, jeringas, catéter, la cuchara, el mechero. Y decían que la clase de laboratorio no era útil. Lo único que faltaba era el agua oxigenada. Nos trepamos al tarjetamóvil y salimos a buscar una farmacia abierta. No la encontramos. Eran épocas en que en provincia los establecimientos 24 horas no existían. Recorrimos la ciudad sin éxito de norte a sur y de este a oeste. La única solución a nuestro problema era conducir hasta Guadalajara, pero nos abstuvimos. El joven manos de tarjeta dio vuelta en U y nos encerramos a liquidar nuestras reservas de cocaína. Fue lo más cerca que he estado de inyectarme. Quién lo diría, fui salvado por la provincia. Si hubiéramos estado en la Ciudad de México aquella noche habría perdido la virginidad. A lo mejor hubiera sido un punto sin retorno. A lo mejor no. Tal vez algún día lo descubra. Poco tiempo después El joven manos de tarjeta desapareció y el plan de que me iniciara en lo intravenoso se desvaneció. Una mañana al Joven manos de tarjeta lo despertó el tamborileo de los dedos de un extraño en la ventanilla de su topolino. Se había quedado inconsciente después de haber chocado. El carro se había salido de la carretera para estrellarse con un peñasco. Estaba desnudo y con una botella de Jack Daniel’s en la mano. Aquel accidente lo asustó a tal grado que decidió anexarse. Se apuntó en una clínica de rehab. Y no se lo comunicó a nadie.

La guerra vs. el narco había convertido a Zacatecas en una de las sucursales Zetas por excelencia. El acto de desaparición de El joven manos de tarjeta sólo sugería una cosa: que lo habían secuestrado, encobijado, empozolado o ejecutado. No contestaba e-mails, no respondía el teléfono y de mis conocidos en Zacatecas ninguno sabía algo acerca de él. Asumí lo peor. Un año después El joven manos de tarjeta reapareció completamente regenerado como El pequeño Alex en Naranja mecánica. Era padre de dos hijas, y por mucho que el lado oscuro lo sedujera, había tenido que meter el freno, porque una cosa era ser un irresponsable en cuanto a sí mismo, y otra darse el lujo de dejar huérfanas a las fuerzas básicas. Nos volvimos a topar, y a diferencia de otros adictos reformados, nunca te regañaba por tu consumo de drogas y alcohol. Lo de El joven manos de tarjeta no era una simple patología. Amaba las drogas y no pudo estar alejado de ellas mucho tiempo. Comenzó a consumir ácidos y tachas y contrario a lo que se podía inferir, no recayó en la coca ni el alcohol y se convirtió en un gurú del Éxtasis y del LSD.

Por fin había encontrado un equilibrio en su vida. El fantasma de la cocaína siempre está presente en la vida del adicto rehabilitado. Más de diez años después El joven manos de tarjeta fue derrotado, volvería al chupe, el perico y el crack. No con la misma dedicación, pero con convicción. Lo que demuestra que para los adictos no existen finales felices. C

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En las tres décadas que este año cumple la Feria Internacional del Libro de Guadalajara —hoy inicia la edición 2017—, su relevancia, convocatoria —y desde luego asistencia— han crecido en forma espectacular, y la han convertido en reunión de escritores, artistas, editores de México y del mundo entero. Este recuento de la FIL destaca sus episodios memorables en los años recientes, pero también los desencuentros, desatinos, polémicas, fiestas y celebraciones del acontecimiento donde libros y escritores son —por unos días— el “espectáculo central”.

U N LUST RO DE L A FIL T R A S BA M BA L I NA S Libros , rockstars , escándalos y ausencias JULIA SANTIBÁÑEZ

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ver, ¿para qué va alguien sensato cada año a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara? No sé. Es más, nadie lo sabe, porque los sensatos no repiten visita de manera compulsiva. Somos los afectos al desfiguro, los excesivos, los que “no tenemos llenadera” quienes reincidimos en los pasillos de algarabía de ese reality show, de esa “Coachella de los nerds”, como oí decir a Laura García, en la que por unos días libros y escritores somos espectáculo central.

LAS ACTIVIDADES QUE IMPLICA son diver-

sas: celebrar lanzamientos, hacernos de títulos necesarios, presentar alguno propio y de otros, oír el mismo día a Salman Rushdie y a Laura Restrepo para aprenderles, conocer editores, ver, ser vistos y, sobre todo, entrar en contacto con los lectores para saber quiénes nos leen y cómo lo hacen (a veces me han dado ganas de construir ahí mismo un Arco del Triunfo, con todo y monumento Al Lector Desconocido). Pero también se trata de beber, oír en concierto a varios grandes, abrazar a colegas que no vemos el resto del año, entrarle a la cumbia y desvelarnos hasta la náusea. Si la escritura se cuenta entre las actividades más solitarias, ¿cómo ocurre que la frecuencia anecdotera y pachangosa de Guanatos nos atrapa? ¿Cómo es que los autores, que siempre estamos tras bambalinas, pasamos gozosamente al proscenio en esta bulliciosa cita anual?

“INMENSA PLATICADERA”, así la llamó José Agustín. Y lo es, pero no sólo. El año pasado pregunté a varios escritores qué le urge

“COSAS SINGULARES, COMO CUANDO ADOLESCENTES CELEBRARON A JAIME SABINES CUAL SI FUERA MICK JAGGER. O CUANDO ITALIA FUE EL PAÍS INVITADO Y JORGE F. HERNÁNDEZ ANUNCIÓ SER EL HIJO PERDIDO DE PAVAROTTI.”

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a esa vendimia de libros, que ya rebasa los treinta años de vida. Fabio Morábito pidió actos menos convencionales, Antonio Calera-Grobet dijo que debería buscarse “convertir a la gente en lectora y no sólo en compradora” y Geney Beltrán optó por menos sometimiento a intereses de las grandes editoriales, mientras Carmen Boullosa se lució: “Le urge una playa nudista”. Las respuestas acaso condensan algunas expectativas que provoca esa alta concentración de hormonas literarias. Al mismo tiempo, creo que quienes cada año tomamos un infame vuelo de Interjet lo hacemos también, en parte, por el masaje al ego de sentirnos parte de “algo” (nosotros, que siempre somos los raros), por las complicidades que allá relampaguean, por la cofradía que compartimos quienes creemos en las palabras.

autor de Pedro Páramo aceptó con entusiasmo. Durante varios años la cosa más o menos fue, pero en 2005 se lo concedieron a Tomás Segovia, quien al conocer la noticia del reconocimiento declaró: “Rulfo es un tipo de escritor muy peculiar, que tiene el puro don [...] No tuvo una vida muy deslumbrante, no fue un gran estudioso ni un gran conocedor, él simplemente nació con el don”. La Fundación Rulfo se quejó en voz bastante alta por lo que consideró una actitud despectiva del poeta y pidió que, a partir del siguiente año, se retirara el nombre de Rulfo de ese reconocimiento. No valieron las negociaciones a todo nivel ni las explicaciones de Segovia sobre su tremebunda admiración por el narrador de Sayula. Desde entonces se llama Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, whatever that means.

MIENTRAS

HAY MÁS resbalones sabrosos, que cada

OTROS eventos similares, como el de Frankfurt, se concentran en la negociación de contratos y derechos, el de Guadalajara presume otros genes. Se trata de un carnaval vivo, como de pueblo: se pasean chamaquitos, divas orondas, gente de a pie que oye a un famoso para embarrarse de celebridad, narradores y poetas emocionados con su nuevo lanzamiento, adolescentes que persiguen al youtuber de moda, premiados recelosos, estudiantes y mamás, políticos que cada vez asisten menos “porque el bullying”, amigos que se ponen al día sobre divorcios, proyectos e hijos. Y también pasan cosas singulares, como cuando adolescentes celebraron a Jaime Sabines cual si fuera Mick Jagger. O cuando Italia fue el país invitado y Jorge F. Hernández anunció ser el hijo perdido de Pavarotti, para acabar fotografiado por fans del tenor. O cuando en 2013 se inauguró un área para el libro electrónico y algunos entendimos que se hacía oficial el amasiato entre bits y tinta.

PERO BAJO la superficie también ocurren

malentendidos, rencillas, animosidades. El botón más representativo tiene que ver con Juan Rulfo. En 1990 se instituyó el Premio con su nombre, que la familia del

año ha ido arrojando al recuerdo. Y también buenas historias, momentos épicos de la Feria para el gremio de escritores multichambistas que volvemos a casa agotados y felices. Julio Patán lo definió con máxima eficacia en su columna “Malos modos”: al dejar Guadalajara tenemos “depresión postparto, estrés postraumático, resaca, síndrome de abstinencia, síndrome de Estocolmo”. Todo junto. Aquí va mi recuento subjetivísimo de lo más granado de los últimos cinco años y lo que anticipo de este 2017. 2012 / INVITADO: CHILE Carlos Fuentes iba a asistir, como desde hace mucho, pero tuvo un problema personal: se murió. Y se murió antes del Nobel. El presidente del evento, Raúl Padilla, no sólo le dedicó palabras, sino la FIL entera: “Querido Carlos, porque creíste en este proyecto, por el profundo afecto que te tenemos, ésta es tu Feria”. De todos, el ausente más mencionado fue el peruano Alfredo Bryce Echenique, acusado de plagio de al menos dieciséis trabajos periodísticos, pero recibidor del Premio FIL. Las críticas de la comunidad intelectual llegaron

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Fuente > www.posta.com.mx

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“2014: LA DESAPARICIÓN DE LOS NORMALISTAS DE AYOTZINAPA FIGURÓ EN PERFORMANCES, CONSIGNAS Y EL POEMA HOMÓNIMO DE DAVID HUERTA, COLOCADO EN EL LOCAL DE EDITORIAL ERA.” muerto en septiembre, y quien vivió en México casi sesenta años. Una mujer del público se le puso al tiro a Josefina Vázquez Mota al final de la presentación de su volumen testimonial El sueño que unió la frontera: “¿Por qué los políticos son vendepatrias y traidores?”. La señora se quedó con la duda.

Darth Vader en la FIL 2015.

a tal punto que el reconocimiento tuvo que serle entregado antes, con tal de que no asistiera a Guadalajara. En los pasillos de la Feria vi pasar a varios con camisetas que aludían al asunto: “Fue sin querer queriendo” y “Plagio FIL 2012”. Cuando supo de las críticas, Bryce pronunció, infalible: “¡Que se jodan!”. Juan Villoro trató de evitar el error. Escribió: “Lo que en verdad está en juego no es la reputación de un escritor de cumplida trayectoria, sino la forma en que se difunde la cultura en México” y añadió que la Feria no debía entregar el premio porque “violaría las normas éticas de la Universidad de Guadalajara y de la Feria Internacional del Libro”. El premio igual está desde 2012 en la sala de Bryce. Una manifestación de #YoSoy132 a la entrada de la Expo Guadalajara por poco me manda al otro lado de la banqueta, en sentido literal y figurado, abrazando mis bolsitas de libros. Hubo vallas, policías, golpes. Todo a manos llenas. Como parte de la delegación invitada destacaron nombres que se han amistado con los mexicanos, como Damiela Eltit, Alejandra Costamagna, Pedro Lemebel, Javiera Mena y Los Bunkers. La también chilena Lina Meruane recibió el Premio Sor Juana para obra publicada por mujeres, por la novela Sangre en el ojo. Fue instituido en 1993 y en años previos lo recibieron Margo Glantz, Gioconda Belli y Ana García Bergua, entre otras. En el Salón de la Poesía oí a Elsa Cross y a Óscar Hahn. Lujo total. El año previo, la Feria hizo una selección de autores latinoamericanos jóvenes a los que hay que dar seguimiento. Los agrupó bajo el nombre pomposo Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, entre los cuales estuvieron Daniela Tarazona, Emiliano Monge, Fernanda García Lao, Fabián Casas. Este año, la propuesta de plumas se llamó Latinoamérica Viva. Y no incluyó a ningún mexicano. La crisis económica española no afectó la venta, dijeron las autoridades de la FIL, aunque varias editoriales de la península sí que ajustaron sus precios. Así me quedé sin mi ejemplar de Cerca del corazón salvaje, de Clarice Lispector, en edición de Siruela.

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2013 / INVITADO: ISRAEL Luego de una década al frente de la FIL, en abril de ese año Nubia Macías renunció a la dirección general de la misma por “motivos personales”, que los sospechosos vinculamos con el Echenicazo. Marisol Schulz se convirtió entonces en directora, hasta hoy. El presidente Peña Nieto no llegó al corte de listón del evento inaugural, aunque se dijo que iría. Parece que le quedó grabada con fuego su visita de 2011, como candidato, cuando un periodista le preguntó por los tres libros que habían marcado su vida y vino el empezóse del acabóse, diría Mafalda. Titubeó, se hizo bolas, mencionó La Biblia y luego La silla del águila, “creo que lo escribió Enrique Krauze” (es de Fuentes). ¿Y el tercero? Desde entonces no ha vuelto. “Nos jodieron la Feria”. Ese fue el lema de muchos asistentes, según uno de ellos (y yo coincidí). El asunto fue que Israel, país invitado, temía bombas y terrorismo, así que la Expo Guadalajara se convirtió en un búnker, en especial cuando estuvo de visita el presidente, Shimon Peres. Cada día, manojos de guardias rondaron los pasillos, los hoteles y las calles cercanas. Sólo pudieron entrar al evento de inauguración quienes tenían boleto. Lo que sí padecimos todos fue el bloqueo de señal de celular adentro del recinto. Pero qué necesidad. El israelí David Grossman dio dos notas: por un lado, señaló que Palestina tiene derecho a un hogar. Luego, su firma de ejemplares juntó gente de a de veras. Él fue todavía más aplaudido cuando desacató a los agentes de seguridad, quienes querían dar por terminado el evento luego de cincuenta minutos de estampamiento de autógrafos. Grossman firmó hasta el último libro. Alessandro Baricco fue uno de los más perseguidos. Nicolás Alvarado lo entrevistó ante más de mil jóvenes. La edición mexicana de la revista SoHo hizo acto de presencia en la Feria: en el stand de Almadía, fotografió a una modelo mostrando pezones y nalgas. Myriam Moscona, Jorge F. Hernández, Piedad Bonnet y Alberto Ruy Sánchez recordaron a Álvaro Mutis,

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2014 / INVITADO: ARGENTINA La desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, un par de meses atrás, figuró en performances, consignas y el poema homónimo de David Huerta, colocado en el local de Editorial Era. El stand argentino fue todo lo deslucido que podía ser. Sólo tenían novedades y autores de catálogo, es decir, lo mismo que uno encuentra en Gandhi durante el año. Llegué a buscar joyas de Hebe Uhart y nada. Algo no reciente de Fabián Casas, lo mismo. Bioy Casares y Cortázar, muertos hace años, no se enteraron de que les rindieron homenaje. Tampoco de que con la delegación de su país se presentaron Samantha Schweblin y Eduardo Sacheri, de que Eduardo Casar y Fernando Rivera Calderón llenaron de adolescentes un auditorio e hicieron hablar fluidamente a una marioneta del Cronopio, de que los conciertos incluyeron uno de Enanitos Verdes. A Martín Caparrós no lo invitaron por su postura crítica ante el kirchnerismo, pero lo trajeron entre Conaculta y Milenio. Él se paseó por la FIL con un pin que decía “43” y luego, tipazo, me lo regaló. Otro que llegó de visita fue Rodrigo Fresán, argentino catalanizado. Presentó La parte inventada, una novela nada modesta, alucinante, compleja, retorcida pero de un engranaje aceitado como pocas. La literatura en español debería hacerle un altar a ese libro. De lo más disfrutable fue escuchar a Gioconda Belli, Ernesto Cardenal y Carmen Villoro en el Salón de la Poesía. Vicente Leñero se murió días antes de arrancar la Feria. Ojalá que el bonche de aplausos le haya suavizado el viaje. También hubo homenajes a Gabo y José Emilio Pacheco, quienes se despidieron del mundo en meses previos. Mientras yo comía mariscos con Carlos Velázquez y aprendía un poco de lo que significa andar on the wild side, Jis, Trino, José Hernández, Alberto Montt, Power Paola, Bef, Liniers y REP se aventaron un poderoso Jam de moneros, que se volvió tradición sacrosanta. Esta vez, la revista SoHo no llevó a una modelo de pocos pudores, sino a dos. Los elementos de seguridad de la FIL pidieron evitar los desnudos en los pasillos de la exposición, pero el

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stand de Sexto Piso fue el espacio donde Carlos Velázquez, Daniel Saldaña París, Leonardo Tarifeño, Francisco Hinojosa, Julio Trujillo, Alberto Montt y Rose Mary Espinosa posaron con una o ambas chicas totalmente desnudas. Cuando se publicaron las fotos en la revista alguno de los autores se sonrojó intenso. La bloguera Yuya atascó tanto el interior como el exterior de la Expo con la presentación de sus consejos de belleza. Firmó ejemplares durante nueve horas, dijeron.

2015 / INVITADO: REINO UNIDO Los normalistas de Ayotzinapa fueron el eje de varios libros presentados, entre ellos, Los 43 de Iguala, de Sergio González Rodríguez y La travesía de las tortugas, en el que 43 autores recrearon la vida cotidiana de los desaparecidos. También se les mencionó en mesas y pláticas, espontáneamente. El Premio en Lenguas Romances fue para Enrique Vila-Matas, a quien oí decir esta preciosura: “No me interesa tanto cómo escribo hoy, sino cómo me gustaría escribir”. Octavio Paz, quien en vida no fue personaje favorito en la Feria, siguió sin serlo. Krauze lo hizo notar: nadie en Guadalajara celebró los veinticinco años del único Nobel de Literatura recibido por un mexicano. Luego de su visita a la FIL en 2005, Salman Rushdie regresó para encabezar la delegación británica, recibir la medalla Carlos Fuentes y presentar su novela Dos años, ocho meses y veintiocho noches. Sus adeptos y adictos lo vieron pasar como un suspiro, entre un espantable cuerpo de seguridad. Cerraron el mítico bar del Hilton. Queda en la memoria de quienes ahí nos encontramos con cuates, tomamos cocteles esperando que pasaran Quino o Almudena Grandes, nos colamos a una comida sin tener excusa. Aunque hoy el bar ya no sea abierto, todos gravitamos en torno al paso peatonal del Hilton. El impecable Fernando del Paso me alegró con su merecidísimo Premio Cervantes, con su ochenta cumpleaños y con sus sacos adolescentes. Darth Vader fatigó los corredores de la Feria. Así, tal cual. Por el inminente estreno de El despertar de la fuerza, de Star Wars, Editorial Planeta convocó a quienes quisieran disfrazarse de los personajes de la saga, a formarse en una de las entradas de la FIL. Participaron más de quinientas personas. Luego de la presentación de un libro mío, fui a tomarme una foto con Vader y Rogelio Guedea.

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“2015: EL PREMIO EN LENGUAS ROMANCES FUE PARA ENRIQUE VILA-MATAS, A QUIEN OÍ DECIR ESTA PRECIOSURA: ‘NO ME INTERESA TANTO CÓMO ESCRIBO HOY, SINO CÓMO ME GUSTARÍA ESCRIBIR’.”

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Pasillo de la FIL 2016.

• Se realizó el Encuentro BookTube,

Jordi Rosado presentó S.O.S. Adolescentes fuera de control y el youtuber WereverTuMorro presentó entre apretujaderos su Guía del ligue. Qué cosa. Acudieron a la cita anual algunos de los mejores ilustradores y moneros hispanoamericanos: Bef, Liniers, Rep, José Hernández, Alejandro Magallanes, Alberto Montt. “¡A inmaduros, nadie nos gana!”. Julián Herbert citó así a los editores de Malpaso y Debate y, con ellos, a una parte importante de los autores que asisten (asistimos) a la FIL.

2016 / INVITADO: AMÉRICA LATINA “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”. Así tuvo a bien la editorial Drácena presentar a Elena Garro en la fajilla de su libro Reencuentro de personajes. Creo que buscaban hacerla interesante, pero ante el abalanzamiento de críticas tiraron el cintillo a la basura. Y Garro, que en 2016 hubiera cumplido cien años, vio todo en silencio desde Un hogar sólido. El Premio FIL fue para el rumano Norman Manea. Me parece que pasó sin pena ni gloria. Al frente del mariachi que cantaba “El son de la negra”, Marisol Schulz se paseó por los stands para reconocer los más vistosos. El de la UNAM ganó en la categoría Platino y ahí mismo vino el “¡Goya! ¡Goya!”. Ignacio Padilla fue recordado entre pesadumbres sopeadas en whisky. Un chavo le puso un cuatro a Margarita Zavala, quien presentó su autobiografía Mi historia. Francisco Rubén Rodríguez se formó en la fila para que la (entonces todavía) panista le firmara el ejemplar y aprovechó para tomarse una foto con ella, mientras mostraba una cartulina: “Su esposo le arrebató la vida a mi padre. ¿Usted quiere arrebatármela a mí?”. Así quedó registrado en muchas cámaras. Quién sabe si él leyó o no a Zavala. Quién sabe si ella vuelva a la FIL, ese campo minado para políticos. Como de costumbre, fue lo más para mí estar en eternas sobremesas y en la fiesta de Almadía con gente de mis cariños. Benito Taibo y Javier Sicilia platicaron con mil jóvenes. Y sobrevivieron. Entre los conciertos más comentados estuvo el Bolero rock de José Manuel Aguilera, Saúl Hernández, Cecilia

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Toussaint y Jaime López, además del de Alonso y Chema Arreola con Mardonio Carballo. 2017 / INVITADO: MADRID A la edición 31 de la Feria no asistirá ningún premio Nobel, pero sí autores que cada año imaginan qué se sentirá ganarlo, como Paul Auster y Emmanuel Carrère, quien recibirá los 150 mil dólares del Premio FIL. De la delegación madrileña se me antoja ver a Marta Sanz, Ray Loriga, Soledad Puértolas, Rosa Montero, Olvido García y Santiago Auserón, de Radio Futura. Ojalá también pueda ir a echarle ojo a la intervención urbana de Boa Mistura en muros de la colonia Infonavit. Otros taquilleros que se darán la vuelta son Sergio Ramírez (con su recién anunciado Premio Cervantes), Fernando del Paso, Claudia Piñeiro, Fernando Savater y Elena Poniatowska, además de Antonio Ortuño, con su bien ganado Premio Ribera del Duero. Paciencia. Seguro este año estarán también presentes muchos youtubers. Un tema de coyuntura que seguro va a aparecer son los recientes sismos (dijo Schulz, directora de la Feria, que habrá simulacros, pero ¿cómo le va a hacer con tantísima gente?). También sonarán por ahí el conflicto político en Cataluña y, claro, las elecciones presidenciales. Habrá homenaje para muertos recientes: Sergio González Rodríguez, Rius y Juan Goytisolo. Este año se inaugura un pabellón especial dedicado al cómic y la novela gráfica. Ya se habían tardado, con el arrastre que tienen. Habrá también que ver si las tendencias editoriales de los últimos años siguen vigentes, como la fuerza creciente de la literatura de terror y la novela policiaca, el buen negocio que son las novelas para adolescentes, la definitividad de la narrativa urbana. Alberto Ruy Sánchez recibirá el Homenaje al Bibliófilo por muchas razones, pero en especial por crear y creer en ese derroche editorial que es Artes de México. Más que merecido. Así, al hacer entrevistas para radio, abrazar a gente querida, comprar mundos, presentar un libro mío y alguno de otros, seré una más de los 800 mil asistentes que la FIL espera este año. Y sí, también me sentiré parte de un monumental concierto del rock más gestoso y delirante que hay. C

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La FIL 2017 realizará un homenaje a la memoria del escritor mexicano Sergio González Rodríguez, quien murió el pasado mes de abril, luego de escribir una obra infatigable y compleja, cada vez más reconocida dentro y fuera de México. Aún se dio tiempo de entregar dos títulos a las editoriales, Teoría novelada de mí mismo (Random House) y Amigas: Los años noventa fueron mejores (Almadía), ahora publicados de manera póstuma. Esta revisión articula de manera precisa algunas claves fundamentales de su trayecto en la narrativa y el ensayo.

Sergio González Rodríguez

DEL A RTE DE CON VERTIRSE EN FA N TASM A DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN

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uele mediar mucho tiempo entre el descubrimiento que hace el autor de sus propios temas, su apropiación plena, y la resolución que pueda darles, si puede dar alguna. Los intereses más visibles de su obra son consecuencia de procesos mentales y emocionales cuya serie completa se encuentra a lo largo de sus textos. Teoría novelada de mí mismo, libro póstumo de Sergio González Rodríguez (26 de enero de 1950-3 de abril 2017) puede leerse como un intento de ofrecer al lector una suerte de manual portátil para entender su obra, y en buena parte, su vida. Nos hace una lista de libros preferidos (siempre me ha resultado curioso y significativo que entre ellos esté El retorno de los brujos de Jacques Bergier y Louis Pauwels); un recuento de sus palabras clave que incluyen: “bajos fondos, oculto, centauro, erótico, huesos, imperfecto, cósmico, plan, sangre, vuelo” (p. 24); así como el gusto por los personajes ... que llegan a adquirir artefactos que les permiten abrir todas las puertas, amuletos que otorgan longevidad centenaria, pases mágicos por los que transitan el tiempo, el espacio, la realidad, los sueños o disfrutan de complicidades extrañas que les llevan a irrumpir en la vida de quienes los imaginan. (p. 25). Con ello bastaría para hacernos una idea de sus gustos, sus propuestas literarias e incluso su vida. Sin embargo, el libro abunda en tres temas esenciales para comprender su obra: el sueño, la violencia y los fantasmas.

ONEIROGRAMA Ya en El centauro en el paisaje, González Rodríguez había señalado: Las personas que olvidan sus sueños son peligrosas. Los ocultan para tender un velo sobre sus convulsiones íntimas, los pequeños o grandes crímenes. O encierran sus delirios porque un mal día reaparecerán como amenaza de dominio y sufrimiento de otros, la pesadilla encarnada en las profundidades de la noche. (p. 107). En este nuevo libro nos narra docenas de sus sueños; algunos, como le ocurre a todo

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el mundo, son más interesantes que otros; y muchos sólo guardan significado e interés para el propio soñador. Prefiero aquellos donde González Rodríguez se siente amenazado por presencias oscuras que lo insultan y lo retan, y donde descubre que “la sustancia del mal está en cada quien, y el empeño al respecto es saber contenerla”. (Teoría novelada de mí mismo, p. 69). Después de darnos un paseo por el mundo de sus sueños, González Rodríguez nos propone una teoría: el oneirograma. Un neologismo inventado por él y que podría traducirse como escritura del sueño. Si entendí bien, el oneirograma es el anhelo de todo autor: una máquina de escritura. Funciona de este modo: se padece o se vive un sueño, el que sea, y a partir de ese sueño se tira de los cabos sueltos para completarlo o como dice el propio González Rodríguez “especular, destruir, desarmar, contradecir, reinventar lo soñado”. (Ibid., p. 93). De este modo, cada sueño puede convertirse en un relato o en una propuesta de relato; en cualquier caso, en el conocimiento de uno mismo. El oneirograma no es otra cosa que un ejercicio de introspección, un autoanálisis.

LA VIOLENCIA DESCIFRADA Más interesante es la insistencia en el tema que permea todos sus libros, la violencia. Víctima él mismo de la violencia, se negó en redondo a verla como un acto irracional, espontáneo y sin sentido. Una y otra vez,

desde Huesos en el desierto hasta este libro póstumo, González Rodríguez se empeñó en buscar el significado de la violencia al insertarla en algún tipo de ritual, de concepto esotérico, y se empeñó en verla como el resultado de ideas, de preferencia religiosas. En suma, para González Rodríguez la violencia siempre era simbólica: “En la cultura de una sociedad subyacen creencias, estratos religiosos que surgen a la superficie cotidiana en momentos de tensiones”. (El centauro en el paisaje, p. 80). Allí, en los meandros de este tema, se hallan muchas cosas en las que el lector de su obra debe reparar: la más interesante, como digo, es su necesidad de entender. González Rodríguez era un intelectual y por tanto quería que todo dependiera de algún elemento conceptual; y no por una suerte de petulancia racional, no, al contrario: quien no entiende la violencia (o cree entenderla o se esfuerza por levantar un aparato crítico frente a ella) se queda completamente indefenso ante su embate, no puede oponerle siquiera un signo, un dato, una anécdota. A lo largo de sus libros, parece decirnos: si no comprendemos de donde viene este asalto de violencia, entonces sólo podemos padecerla como los animales que miran aterrados sin comprender porqué alguien querría matarlos, descuartizarlos, desollarlos. Su necesidad de entender se convierte en una fortaleza: pero, hay que señalarlo, es una fortaleza que nace del desconcierto, del despojamiento, de la debilidad. Y a pesar de ese esfuerzo, ni la violencia ni los violentos cambian. La violencia permanece idéntica a sí misma y sigue cayendo impasible sobre la víctima. Pero ésta se imagina protegida mágicamente, piensa: si entiendo por qué me hacen esto, tal vez podré sobrevivirlo. “Contra la ideología de lo ‘indecible’, lo ‘inenarrable’, ‘lo incomprensible’, en otras palabras el imperio de lo arcano, se requiere exponer e imaginar la barbarie para contrarrestarla”, escribió en El hombre sin cabeza (p. 154). En este nuevo libro también da cuenta de su encuentro con la tortura física y psicológica, cuando fue víctima de ... un grupo de criminales que buscaba detener con sus amenazas y golpiza mis investigaciones periodísticas sobre los asesinatos de mujeres en la frontera de

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México y Estados Unidos. (Teoría novelada de mí mismo, p. 111). A la única persona a la que sirve entender la violencia es a la propia víctima: entender es la única fortaleza del desamparado. Dice en Campo de guerra: La condición de víctima sólo puede superarse como intercambio simbólico respecto a la muerte. Y aun así la víctima aparece como anamorfosis de su propia memoria: rota, deformada, inscrita en una representación anómala de lo conocido, donde lo propio se vuelve ajeno, alienado, distante, ignoto, y lo afectivo cae en lo atroz y en la crueldad a manos de otros. (p. 166). En este libro vuelve a señalarlo casi con las mismas palabras (Cf. p. 124). Insisto, lo más interesante de este esfuerzo por entender la violencia es que González Rodríguez lleva ese horror puramente físico (tortura, golpizas) a un terror metafísico: señala que es imposible comprender la violencia del narco sin estudiar la fe de los sicarios en el culto a la Santa Muerte; observa los feminicidios como parte de un uso ritual del crimen para cohesionar al grupo de asesinos; y en El hombre sin cabeza, un sicario le cuenta que recoge la sangre de sus víctimas de decapitaciones para llevarla consigo como una suerte de talismán. Es aquí donde su lectura de El retorno de los brujos se hace patente, pues según él, Jacques Bergier “se propuso racionalizar las creencias religiosas, interrogar al recinto de las supersticiones y dejar la puerta abierta a las oscuridades del temor metafísico”. (El centauro en el paisaje, p. 73).

TEORÍA DEL FANTASMA Ese es el logro de Sergio González Rodríguez: su “capacidad para argumentar lo irracional” (Teoría novelada de mí mismo, p. 35) para darle, si no sentido, carta de existencia. Un buen ejemplo es su “Teoría del fantasma vivo” que desarrolla en este nuevo libro. Nos cuenta que hay un momento, una línea de sombra como la llamó Joseph Conrad, en la que ocurre un cambio radical en la vida de todo individuo. Para muchos es la conciencia de la muerte, pero González Rodríguez señala que no es su caso: lo que intenta “referir atañe a algo de mayor trascendencia que la muerte, que es, al final, un hecho trivial, un trance propio de la vida” (ibid., p. 141); para él, es su conciencia del devenir fantasma. A partir de ese momento y en la que es sin duda la parte más interesante del libro, González Rodríguez nos narra cómo

“SE TRATA MUCHO MENOS DE UNA ‘BIOGRAFÍA’ QUE DE UNA MUESTRA DE CÓMO PROCEDÍA SU RAZONAMIENTO, LAS FUENTES QUE MANEJABA —TEORÍA LITERARIA Y PSICOANALÍTICA, FILOSOFÍA Y CINE DE AUTOR, LECTURAS SOBRE ARQUITECTURA Y ARTES PLÁSTICAS.”

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se convirtió en fantasma, es decir cómo desde niño fue consciente de ver el mundo de otro modo, y aun más, fue consciente de estar en el mundo de otro modo. Usa como ejemplo las habitaciones de hotel, donde sólo se está de paso, y son escenarios propicios para el crimen o el sexo, para el suicidio o el olvido de sí. De este modo, “afantasmarse” es la tendencia a “inmaterializarse” conforme más se ensimisma uno: pasar desapercibido como niño, como adulto, hacer uso de la literatura y la melancolía para desaparecer, para no estar en el mundo, para escapar de obligaciones y falsos compromisos sociales, pero al mismo tiempo para observar y ser testigo de aquello que quienes no son fantasmas evitan ver: la violencia intrínseca del mundo, las paradojas del sexo, y nuestro esencial desamparo. ¿Qué significan estas teorías?, ¿qué entraña este libro que exige una lectura cuidadosa como la de quien escucha las confesiones íntimas de un amigo? Por un lado, se trata mucho menos de una “biografía” que de una muestra de cómo procedía su razonamiento, las fuentes que manejaba —teoría literaria y psicoanalítica, filosofía y cine de autor, lecturas sobre arquitectura y artes plásticas— y editaba en el sentido fílmico de la palabra para crear un filtro, una realidad cruzada y alterada por lo que vio y leyó. “Asociar lo disperso”, escribe en Huesos en el desierto, “ayuda bastante a contradecir la ‘verdad’ oficial... Cada acto, cada palabra, cada mutis expresan una arquitectura inversa: al principio opaca, pero luego evidente hasta hacerse corpórea” (p. 282), y más adelante, los beneficios del pensamiento analógico, es decir de la aptitud de trazar analogías, asociaciones, puentes en los hechos que la vida cotidiana presenta a gran velocidad, inconexos (...) la agudeza ante las anomalías, aquello que permite conjeturar y sirve de plataforma al análisis y las vislumbres prospectivas. (Ibid.). No es un método nuevo. Del mismo modo en que se hace fuego friccionando o percutiendo dos materiales, Walter Benjamin supo extraer, mediante la yuxtaposición de citas, sugerentes consecuencias teóricas. Y Borges inventó precursores de Kakfa al confrontar sus cuentos con ciertos pasajes de Kierkegaard y versos de Browning. También es un ejercicio que tiene algo de red protectora. A veces, González Rodríguez abusa de las Kristeva y las Sontag, los Agamben y los Lacan, como si temiera exponer sus propias teorías sin un supuesto marco crítico, digo supuesto porque en realidad lo suyo es el ensayo literario, libre, imaginativo y especulativo, donde esos

espaldarazos (seamos serios: fuera del mundo de la imaginación y las ideas, ¿qué otra realidad tienen esos ídolos?) resultan innecesarios, y con frecuencia, lejos de iluminar, estorban. Más aún, porque este libro es el resultado de una experiencia interior, absolutamente personal y única, allí se encuentran todos sus aciertos, e intentar justificarlos es irrelevante para la literatura. Sin embargo —hay que decirlo todo— su gusto por la teoría era el gusto culpable del autodidacta que no se resigna a serlo, y quiere mostrar credenciales, que a la altura a la que había llegado y con su prestigio, eran innecesarias y estrictamente escolares. Tanto en la teoría fantasmagórica como en la del sueño, lo que Sergio González Rodríguez hace es oponer la vida fugaz del individuo a la eterna (mientras dura) vida de la especie. Todos los hombres sueñan y todos se olvidan (se vuelven fantasmas). Este es, me parece, el verdadero logro de su teoría novelada: oponer los acontecimientos personales, finitos, limitados, acaso triviales, al abismo del sueño y a la piedad del olvido. Los fantasmas y el sueño son asuntos del espíritu. No sé si González Rodríguez era un hombre religioso, un hombre de fe, aunque no era necesario saberlo, ya Borges apuntaba que “todo hombre culto es un teólogo”. Supongo que debido a que también era un hombre de su época, no se atrevía a admitir alguna religiosidad y prefería sus correlatos: fantasmas y sueños, el mundo inmaterial del alma, la impronta de aquello que existe —se sabe, se vive, se piensa— pero no puede probarse (¿quién puede probar que sueña, quién puede probar que no es ya un fantasma de sí mismo?) o bien, para probarlo, exige una profesión de fe. Sergio quiso ser un fantasma como otros quieren tener fe. Es decir, convertirse en puro espíritu, ser sólo idea y no cuerpo (allí se entiende su atracción por las radiografías, que también trabaja en este mismo libro, los rayos que atraviesan el cuerpo y revelan el mundo interior). Quiso desaparecer para poder estar en todas partes, atravesar los muros para espiar a los demás, atravesar los signos para contemplar las ideas, volverse tan ligero y volátil que nada pudiera contenerlo. Quién sabe, tal vez lo logró. C BIBLIOGRAFÍA

Sergio González Rodríguez, El centauro en el paisaje, Anagrama, Barcelona, 1992. ________, Huesos en el desierto, Anagrama, Barcelona, 2002. ________, El hombre sin cabeza, Anagrama, Barcelona, 2009. ________, Campo de guerra, Premio Anagrama de Ensayo, Anagrama, Barcelona, 2014. ________, Teoría novelada de mí mismo, Penguin Random House Grupo Editorial, México, 2017.

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Robert Lowell cumple este año un siglo de su nacimiento. Su primer libro, Land of Unlikeness, se publicó en edición limitada. Con el segundo, Lord Weary’s Castle, obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía del año 1946 —y de ese volumen provienen las versiones que publicamos. El tiempo lo ha consolidado como un voz poética fundamental del siglo XX y en esta ocasión lo recordamos.

L a et er n i d a d c om ie n z a u n s áb a do

ROBERT LOWELL DOS POEMAS LOS MUERTOS EN EUROPA A Robert Lowell, este poema suyo, que le fui a leer a su casa de Manhattan cierta noche que ya recuerdo sólo a medias. Aquella lectura y la velada entera fueron un poco absurdas. Pero el poema sigue siendo memorable. —J. G. T.

TRAS EL FRAGOR aéreo sucumbimos en una fosa común, todos solteros, hombres y mujeres; ni corona de espinas, o de hierro, ni corona lombarda, ni fusiformes y calados chapiteles apuntando al cielo

las reverberaciones de la tierra y la trompeta que aúlla en mi catástrofe. ¿Daré (¡oh María!), yo célibe, yo títere de polvo, testimonio del Diablo? Escúchame, María, oh María, amadrina las bodas de tierra y mar y fuego y aire. Nos es condenación ahora nuestra tierra bendita.

LOS HIJOS DE LA LUZ

pudieron rescatarnos. Madre, levántanos, caímos solitarios aquí, dentro del glutinoso fuego: Nos fue condenación entonces nuestra tierra bendita. ¿Nos incorporaremos, madre nuestra, el día de María,

NUESTROS PADRES sacaron pan de troncos y piedras, crearon sus jardines con huesos de los indios; fueron los peregrinos que en Holanda embarcaron

en esta madre Tierra, dondequiera que hayan contraído los cadáveres nupcias bajo escombros, en un solo montón? Suplica por nosotros, deshechos y enterrados por las bombas; al llegar el momento de la resurrección, cuando Satán

(pues los dejó sin casa la noche de Ginebra) y sembraron aquí las semillas de luz de la Sierpe; y aquí los proyectores hunden las casas de cristal alzadas en la roca,

nos disperse, Oh Madre, nuestros cuerpos arranca de las llamas: Nos fue condenación entonces nuestra tierra bendita. Madre, mis huesos tiemblan y ya oigo

los cirios lagrimean junto a un altar vacío y la luz está donde la sangre de Caín hace arder, hace arder el insepulto grano.

El sino del escorpión

UN ESPACIO DEDICADO AL RESCATE DE RAREZAS Y RELIQUIAS LITERARIAS

FUENTES: “Los muertos en Europa”, versión de Jaime García Terrés en El surco y la brasa, selección de Marco Antonio Montes de Oca, FCE, México, 1974; “Los hijos de la luz”, en Antología de la poesía norteamericana, selección, versión y prólogo de Agustí Bartra, Colección Nuestros Clásicos, UNAM, 1959.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Catástrofes de la vida mexicana CON MEDITACIÓN Zen, terapia para con-

ciliar el sueño, el estudio de su perfil hormonal, mucho ejercicio y algunos ansiolíticos naturales, el escorpión apenas ha podido afrontar estos tiempos de catástrofes continuas cernidas sobre la vida mexicana. La catástrofe natural de los terremotos aún ensombrece al país mientras sus consecuencias se delinean con mayor claridad y los esfuerzos por remediar la situación de los miles de damnificados, en el sureste del país y la Ciudad de México, avanzan a tropezones e inconformidades. La administración de los recursos parece ser el tema central de disgusto entre la población más afectada, informan al alacrán, y muchos se preguntan dónde está el dinero de las multimillonarias donaciones si para retomar en lo posible el curso de su vida deberán endeudarse con los bancos (otra vez) por quince o veinte años.

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La catástrofe política de la lucha por la Presidencia ya se ha iniciado y mientras unos disfrazan de alianzas frentistas sus sueños más vulgares de llegar al poder y asaltar los recursos a toda costa (aún aliados con sus adversarios más opuestos), otros se sienten ya dignos, honestos y muy puros ganadores y regeneradores nacionales por derecho justiciero y ¿divino? En el otro extremo, como medio de asistencia a los damnificados por los sismos, el partido en el poder ensaya (una vez más) el uso de tarjetas bancarias para ejercer el control sobre la población (los votantes), mientras entre sus legisladores campea el oportunismo más pragmático y la incapacidad de nombrar al fiscal anticorrupción, al fiscal para delitos electorales y al mismo procurador-fiscal de la nación. Por si fuera poco, entre sus legisladoras prolifera el insulto “Ehhhhhh… ¡puto!” como prueba irrefutable de su calidad

ética en la lucha contra la misoginia, la homofobia y los crímenes de odio. De la variopinta catástrofe de los independientes, la catástrofe guiñolesca de la corrupción y la catástrofe de la violencia, el venenoso prefiere mejor ni hablar. En cuanto a la catástrofe intelectual, ya se sabe: recursos, publicidad, contratos para los intelectuales amigos, gozosos siempre en tiempo de elecciones, pues negocian ensayos, artículos y pronunciamientos de apoyo al régimen a cambio de “hozar”, como dijo el clásico, en el presupuesto público con mayor descaro. Y para muestra pronto los veremos festejar: “¡Viva la Feria de Guadalajara... Salud!”. El artrópodo no quiere ser pesimista, pero historiadores del Colmex, expertos del ITAM, analistas televisivos, intelectuales de signo diverso y los siempre serviciales encuestadores, han llegado todos a la misma académica y sesuda conclusión: el 2018 va a estar cabrón. C

LOS ESFUERZOS POR REMEDIAR LA SITUACIÓN DE LOS MILES DE DAMNIFICADOS AVANZAN A TROPEZONES E INCONFORMIDADES.

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ENRIQUE ABRAHAM VÉLEZ GODOY

“LAS ORQUESTAS NO PASAN DE MODA” Bustillos, entre otros. Con una sólida trayectoria académica, Vélez Godoy decidió que lo que conocemos como música de concierto tenga un toque moderno y llevarla a los públicos masivos. En 2007 dirigió la primera producción al aire libre en México del ballet El Cascanueces, en el Monumento a la Revolución, con más de diez mil espectadores; en 2008 y 2009 conciertos de arias y coros de ópera masivos y funciones en el Teatro de las Artes rompiendo récords de asistencia. ¿Qué hace que una Filarmónica independiente pueda sostener grandes producciones? De esto habla el joven director.

Enrique Abraham Vélez Godoy (Ciudad de México, 1987) es uno de los directores concertadores más jóvenes de México. Realizó sus estudios de dirección orquestal en la Escuela Superior de Música, siendo el único en obtener el título profesional en dicha especialidad en la historia de esa institución. Este año no sólo cumple diez años de trayectoria junto con la Filarmónica de las Artes, que fundó junto con sus colegas, sino que tiene la fortuna de haber creado la única filarmónica independiente de nuestro país. Como instrumentista estudió con Pablo Gómez y dirección de orquesta con José Luis

Por

ESGRIMA

¿Cómo se construye una filarmónica independiente? La Filarmónica de las Artes cumplió diez años ininterrumpidos. Empezó como un sueño, se nos ocurrió crearla cuando éramos estudiantes en la Escuela Superior de Música. En la escuela teníamos una orquesta muy básica, no se completaba y cuando se lograba reunir a todos, nos prestaban una sala y era un poco triste que había más personas en el escenario que en la sala. Tanto preparábamos y esperábamos para obtener ese resultado. A los estudiantes se nos ocurrió reunirnos y debutamos en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Al terminar nos mandaron llamar y pensamos que algo habíamos hecho mal, pero nos comenzaron a apoyar. Dimos el primer Cascanueces al aire libre con ballet y para nuestra sorpresa recibimos a diez mil personas por función. Fue el banderazo de que algo iba a funcionar. Al principio tuvimos apoyo de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, aunque después ya no recibimos más apoyos. Desde un principio se tuvo la idea de llevar la música al público masivo, pues tuve la oportunidad de trabajar tanto del lado comercial como del área más académica. He trabajado con músicos populares como Mirtha Maldonado, Chava Flores y he dado conciertos de arias, óperas, etcétera, en el Centro de la ciudad, aunque actualmente trabajamos en el Centro Universitario Cultural (cabe aclarar que no es de la UNAM, está a un lado); se ha hecho una buena mancuerna entre la administración del sitio y la filarmónica. Esto no es magia, se trata de saber qué quiere escuchar el público. Si funciona es que estará bien hecho. ¿Qué es lo que el público quiere escuchar de una filarmónica? Hay un concierto para todo público. No sé de alguien que diga que no le gusta la música. Hay a quien le gustan los conciertos clásicos, el rock, el metal, los tangos, etcétera. Revisando las tendencias de cada año es como decidimos hacer nuestra programación. El año pasado fue el Bicentenario de la Independencia Argentina y decidimos programar tangos, pensando en los argen-

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ALICIA QUIÑONES

tinos que están en México, pero para mi sorpresa la mayoría de los asistentes fueron mexicanos de todas las edades. Pienso que los jóvenes se sienten identificados con la música que propone una orquesta también hecha por jóvenes, y abarcamos este tipo de repertorios. Ahí está el ejemplo de que eso funcionó. Lo mismo hemos hecho con Metallica, y funcionó muy bien. Muchos de los jóvenes que asistieron van a ver otros conciertos como El Cascanueces. Pero este año también hicimos, entre otras cosas, las sinfonías de Beethoven, queríamos tener un reto mayor como sinfónica. Todos los conciertos se llenaron. Dimos alrededor de cuarenta funciones este año.

LOS JÓVENES SE SIENTEN IDENTIFICADOS CON LA MÚSICA QUE PROPONE UNA ORQUESTA TAMBIÉN HECHA POR JÓVENES.”

¿A qué edad empezó a ser director? Todos empezamos a la misma edad. Me integré a la música desde muy pequeño, desde los nueve años, y todos en la agrupación tenemos entre 28 y 38 años. Esto no es ciencia. Se trata de constancia y de escuchar al público. Las orquestas no pasan de moda. Una sinfónica tiene mucho atractivo y aquí está la prueba. Funciona. ¿Qué es difícil en una filarmónica? El reto y quizá lo más difícil es mantenerte. Más cuando eres la única agrupación en México que hace estas locuras. No tenemos ningún apoyo gubernamental ni privado. ¿Se ha enfrentado a las críticas con los músicos de lo que se conoce como música clásica? Hemos tenido todo tipo de críticas, y son bienvenidas todas. Pero lo que a mí me importa es el público, y ahí están los resultados.

Arte digital > STAFF >La Razón

¿Cuánto cuesta mantener una filarmónica independiente, sin apoyos? Mucho dinero. Cada vez los proyectos son más grandes. Acabamos de hacer la Ópera Payaso, de Ruggero Leoncavallo, como Dios manda: con coreografía, cuerpo de baile, coro, fue una gran producción. Hicimos tres funciones con teatro lleno y acabamos poniendo de nuestra bolsa. Éramos más de cien personas involucradas. Es muy caro. Pero hay filarmónica, y con otros proyectos menos complejos podemos darnos el lujo de pagar estos. Ahora vamos a poner El Cascanueces, de Tchaikovsky, con escenografía y bailarines de primer nivel, de la Academia Mexicana de la Danza, bailarines especializados en danza clásica. Nosotros llevamos a escena El Cascanueces en su forma original, completa, con el libreto de Marius Petipa, al cien por ciento, y al parecer nadie lo ha presentado así. Hay partes que no aborda la Compañía Nacional de Danza, por ejemplo. También realizaremos Las cuatro estaciones, que la hacemos de manera diferente. Al final, nuestra idea es formar una sinfomanía.

23/11/17 23:52


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