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Con esta edición, el suplemento El Cultural cumple su primer año de existencia. Una etapa —y todavía un comienzo— donde resalta la libertad que hemos disfrutado y ejercido en las páginas de La Razón, sumada a la aportación de diseñadores, colaboradores y —desde luego— al invaluable interés de los lectores. En ese marco, convocamos a los distinguidos integrantes
del consejo editorial de este suplemento, para un breve ciclo que ahora inicia con un relato de luces autobiográficas narrado por Carmen Boullosa. Para las próximas entregas anunciamos a Ana Clavel, Guillermo Fadanelli, Francisco Hinojosa, Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra, Alberto Ruy Sánchez, Carlos Velázquez. Y seguimos.
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n la ciudad de Oaxaca, alrededor de 1914, un batallón irrumpió en el salón de clases de la escuela de veterinaria de San Jacinto, alguien preguntó al maestro quién era el mejor de sus estudiantes, y lo levantaron. Querían al joven para que atendiera la salud de sus caballos durante alguna campaña bélica. El estudiante al que se llevaron los armados era mi abuelo materno, Enrique Velázquez Canseco, que había nacido en esa ciudad en 1893. Con el ejército del que involuntariamente formaba parte, recorrió el sureste y suroeste de México. El joven ya tenía historia, su papá (mi bisabuelo) había sido militar, si no de carrera, sí de ocasión, y con sus compañeros había estado preso en Perote cuando traía consigo a mi abuelo, su niño. Como era aún pequeño, Enrique se escurrió entre las rejas de la celda, caminó sobre la vía del tren, y fue a dar el pitazo para que vinieran a liberarlos. El cuento lo oí mil veces en mi infancia. Volvamos a los tiempos de la Revolución. En el fragor de las batallas, mi abuelo quedó convertido en el médico del regimiento, porque les hizo falta y él se atrevió. Llegó a Tabasco investido en Doctor Velázquez. Terminadas las refriegas, se estableció en ese estado. Conoció a mi abuela. Obtuvo un título profesional con el trámite requerido. En 1923, se casó con mi abuela en Comalcalco (Tabasco), muy en contra de la voluntad de la familia de ella. Los parientes de mi abuelo viajaron desde Oaxaca para estar presentes en la boda religiosa (mi bisabuela Esperanza Canseco, la tía abuela Margarita, y otros), pero los familiares de mi abuela Esther no se presentaron, aunque estuvieran a tiro de piedra. Mi abuela contaba que en la noche de bodas, al irse a acostar, para su horror, el novio se despojó del arma que traía escondida al cinto. Ella le pidió sacarla de la habitación, él dijo que de ninguna manera: un hombre dormía con la pistola en la mesa de noche. Mi abuelo montó una farmacia en Comalcalco con su cuñado Gustavo; ahí daba consulta a humanos y a animales. También fabricaba parte de sus propias medicinas. Le iba tan bien que un cacique de Comalcalco —su nombre sonaba a los ojos de mis tías a algo así como David Bosada, de origen libanés—, lo mandó matar. En la versión de mi abuela Esther, se salvó porque ella lo encerró.
El gobernador de Tabasco, Tomás Garrido Canabal había importado ganado de alto registro para subir la calidad de la ganadería. Un toro se le enfermó. Alguien le recomendó a mi abuelo, por su fama de buena mano con los animales. Viajó Enrique en barco, de Comalcalco a Villahermosa, la capital del Estado. El toro se curó. Mi abuelo fue el encargado del Departamento de Salud de Tabasco —el equivalente al secretario de Salud—, atacó el paludismo, lo eliminó. Alguna escuela allí tiene su nombre. Hasta mi abuelo oaxaqueño me da raíz tabasqueña. Carlos Martínez Assad escribe que, según los adversarios de Garrido, su tarjeta personal decía “Enemigo personal de Dios” (no era de él, sino de un colaborador suyo), y que las cabezas de las efigies de santos se bateaban en los partidos de beisbol; nos ahorra las menciones de cuáles obscenidades se infligían a las santas imágenes. Yo sí oí decir que a los niños se les ponían nombres como Lenina o Tresequis, por estarles vetado registrarlos con nombre bíblico, que el gobernador Garrido Canabal había prohibido la palabra “adiós”, reemplazando el saludo por “salud”, y (hasta que fui adulta) que algunos de mis tíos participaron en las quemas de efigies de santos y cruces, en hogueras encendidas por los cuerpos “civiles” y estatales que Garrido Canabal usaba como un fuelle para encender el anticlericalismo en las conciencias infantiles, entre ellos mi tío Jesús, al que desde entonces llamaron Chucho, el primogénito de mi abuelo. Mi mamá (Esther) no le entró al aquelarre porque era menor, nació en 31. Al declinar el poder de Calles, con Cárdenas, en 1934, Garrido Canabal salió del estado como otro buen número de tabasqueños, incluyendo a mi abuelo, su mujer e hijos. Ya instalados en la Ciudad de México, tras una breve estancia en Cuernavaca, mis abuelos maternos abrieron el Laboratorio Velázquez Canseco (mi abuela se quebraba el lomo, pero no estaba su nombre), “materia prima para la industria farmacéutica”. Tuvieron dos hijos más. En 1948 cumplieron sus bodas de plata. Mi mamá, a los 17, los convenció de aceptar que les organizara una misa para celebrarlo. El garridismo quedó desvanecido en el horizonte. Mi abuelo entró a los Caballeros de Colón, lo invitó
DIRECTORIO
El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
Roberto Diego Ortega Director @sanquintin_plus
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CONSEJO EDITORIAL
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Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez Director General Rubén Cortés Fernández Subdirectores ›General Adrian Castillo ›De Información Raymundo Sánchez ›De Diseño Fernando Montoya Corrección Carlos Olivares Baró Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 7
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Peniche, un yucateco que tenía algún negocio farmacéutico, para el que el laboratorio de los abuelos era proveedor. En 1950, murió Enrique.
rudo. No sé quién ganó, pero imagino que la mujer de mi familia, porque yo nunca llevé una imagen del nacimiento para representar a Juárez, ni me acuerdo de haber visto a Don Benito de pie entre el musgo, rodeado de borregos, un burro, una vaca y gallinas (como él, de barro), al costado de un pesebre, al pie del ventanal donde al acercarse la Navidad la escuela disponía el Nacimiento.
Pasé la mayor parte de mi infancia en la Ciudad de México. Mi abuela viuda, la esposa del garridista, iba a la iglesia todos los domingos, su cabeza cubierta por un velo largo de encaje negro, la hermosa mantilla. En casa, rezaba el rosario. Compraba indulgencias papales, con la foto de Pío XII. Cuando salía de casa, vestía de negro riguroso —en el laboratorio la bata blanca, impecable. Pero la verdaderamente mocha era mi mamá, de mantilla menos grande y blanca como nuestros velos, más pequeños, y que se volverían más cortos con los años —fueron encogiendo su tamaño al mismo tiempo que lo hacían las faldas, minifaldas-minivelos, llegaron los hot pants y los velos se esfumaron de nuestras cabezas. Cuando los velos aún eran de tamaño respetable, recibíamos en casa la revista católica Señal. Otra llegaba de vez en vez, no recuerdo cómo se llamaba, era española, leí ahí que “flirtear” (verbo desconocido totalmente para mí y que no entendí) era pecado. También teníamos a mano las Vidas ejemplares, cómics que relataban vidas de santos (Santa Úrsula, Santa Lucía, San Pablo, Santa Gudulita), un predilecto recurrente era Felipe de Jesús, el santo novohispano del siglo XVI que había querido ser franciscano, había abandonado la orden, navegado como mercader hacia Filipinas, sentido en Manila otra vez el llamado religioso, ingresado a un convento franciscano, y viajado al Japón —en la versión que me repetían de niña, a predicar la palabra de Dios; según otras llegó ahí por una tormenta cuando su intención era regresar a México para obtener la tonsura; según imagino, con intenciones mixtas, tanto comerciales como culturales, y claro que cabe la posibilidad de que no hubiera habido tormenta, plan o deseo, y que el capitán del barco haya simplemente perdido la ruta. La versión felipejesusina que circulaba en mi infancia no tiene coherencia geográfica, si prestamos atención a un mapa del Japón. Decía que en Kioto, los japoneses tomaron presos a Felipe y otros 25 frailes misioneros. Mocharon a todos una oreja, incluido el japonés Pablo Miki, y los crucificaron en Nagazaki. Después de pronunciar la palabra Nagazaki, se hacía el silencio. Por las cabezas de los adultos cruzaba la memoria de la bomba atómica, pero esto no se mencionaba a los niños; los adultos adquirían un aire solemne, rematando la historia de San Felipe de Jesús con un escueto “ellos fueron los mártires del Japón”. Había en la frase una ausencia. Una ausencia tan grande como el hongo de una bomba atómica. La estampa de San Felipe aparecía a diestra y siniestra. Los mismos que repartían estampitas e impresos con su imagen, adherían aquí y allá calcomanías de “Cristianismo sí, Comunismo no”. Yo pegué alguna, me acuerdo, azul y blanca (si no la adherí, me acuerdo haberlo hecho).
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Mis papás se casaron en 1952, sólo por la iglesia, porque al matrimonio no lo debía bendecir el Estado, sino Dios. La hija de Enrique el garridista era también radical, pero de otro bando. A nosotras no nos llevaron a registrar al Registro Civil. Mi hermana y yo estudiamos preescolar y el primer año de la primaria en la escuela del Opus Dei, el Margarita de Escocia. Un día, mi maestra me pidió llevara una estatuita de algún pastorcillo del Nacimiento para representar a Juárez. Don Benito sería parte de una especie de altar laico —no lo llamó “altar”, ni lo calificó de “laico” pero era las dos cosas—, para la visita de un inspector oficial de la Secretaría de Educación Pública. Cuando se lo conté llegando a casa a mi mamá, ella montó en cólera. Ese maldito enemigo de la iglesia, ¿iba a ser representado como un pastorcito, con su borreguito en los hombros? ¡Definitivamente no! Al día siguiente se presentó en la escuela, para quejarse personalmente con la directora de lo que ella consideraba un “improperio”. ¿Cómo podía ser que Benito Juárez, enemigo de la iglesia, fuera a ser personificado por una imagen “casi” santa, extraída del nacimiento de Jesús mismo? El match entre el Opus Dei y la hija del garridista tiene que haber sido
En 1962, dejamos la Ciudad de México para pasar un año de familia misionera. No en el Lejano Oriente, aunque mis papás habían tenido la primer intención de que nos fuéramos a la India. Un sacerdote (el padre David) los convenció de que también hacía falta “su labor” en México, y los enlazó con el padre Lona. Vivimos un año en el estado de Hidalgo. Se hablaban lenguas indias, mayormente otomí y náhua. Recorríamos caminos lodosos en un jeep heroico que más de una vez estuvo por ser arrastrado por las corrientes crecidas de agua. De la noche a la mañana los riachuelos cobraban fuerza. (No había puentes. Tampoco había bolsas de plástico flotando.) Llegábamos a las rancherías o poblados, instalábamos la pantalla, conectábamos el tocadiscos a la batería del jeep y proyectábamos vidas de santos: “Mambo, el niño mártir —piiip”, sonaba la grabación, anunciando el momento de cambiar la imagen de la filmina. “En un país del África…”. El Santo Mambo terminaba en la olla de los caníbales. Otra que recuerdo era la muy gustada saga de San Felipe de Jesús, al que habían crucificado los japoneses. Creo que sólo íbamos Lolis mi hermana la mayor y yo. María José era muy chiquita, tendría tres años, y Pedro aún gateaba. No habían nacido ni Pablo ni Mercedes. Cuando no íbamos del tingo al tango, estaba la escuela. Yo había entrado a segundo año. Sin considerar el calorón, las monjas usaban el hábito gris oscuro, y manto en la cabeza. Los uniformes de telas gruesas —las niñas nos alzábamos las faldas para abanicarnos las caras encendidas. Terminó el año misionero, y regresamos a la Ciudad de México. Nos inscribieron a las tres hijas mayores (María José a kínder) en la escuela de monjas ursulinas, sólo para mujeres, el Merici. Ya no hubo remedio, nos tuvieron que llevar al Registro Civil, porque si no no tendrían validez nuestros estudios, y no podríamos obtener ni certificado de primaria. Era 1963. Se equivocaron en el acta de mi hermana mayor, le pusieron en ese año la fecha de nacimiento. Entré a tercero de primaria. Mi inglés era muy defectuoso, comparado sobre todo con el de las demás que ya llevaban por lo menos dos años previos. No lo he acabado de dominar, y desde entonces cargo un torpe acento en el que parece me he esmerado. Las órdenes religiosas no tenían permitido, por ley, encargarse de la educación de los niños. Eso no impedía que en mi escuela estuvieran inscritas las nietas e hijas de presidentes y ministros del partido en el poder, dizque
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anticlerical y muy dizque revolucionario. Cuando llegaba el inspector de la sep, nos escondíamos las medallitas guadalupanas que colgaban de nuestros cuellos, guardábamos en los pupitres los libros en inglés, y sacábamos de éstos el Libro de Texto Gratuito. Mother Michael desaparecía de la escena, y en su lugar aparecía la Madre Ángela (la única mexicana de la orden), que se quitaba tanto el “Madre” como el “Ángela” y se llamaba no sé cómo. El libro de texto gratuito acababa de estrenar portada. La primera, en 1959, había sido de Alfredo Zalce, una imagen del pueblo armado. La nueva tenía una mestiza (de cuya identidad ya se ha escrito) pintada por González Camarena: representaba a la Patria, era una Matria de rasgos indios, cabello suelto a la moda sesentera, brazos y hombro desnudo, vestida con toga griega, una Matria estoica y grecoindia. Instaurada ya por el régimen post-revolucionario, no requería luchar. En su impenetrable rostro podría leerse su empecinamiento, y su resignación. Encarnaba el pueblo perfecto para gobernar, y para resistir. Con la toga bastaba para saber que era lo contrario de un salvaje. Estaba feminizado, pasivo aunque extendiera la mano como un asta bandera. Éste sí que iba a resistir todo, aguantar de todo. Era bella, y aunque algo sexy no era una ofrecida, parecía incapaz de un flirt. La imagen respondía al foco del colonizador; la Matria, que era nuestra, no era precisamente nosotros, sino más bien “esos”, un objeto de deseo para el poder, y la resistencia. En sus páginas, entre muchas otras enseñanzas, el libro de texto daba indicaciones o consejos para la vida privada. Era la educación laica, no la que había en casa. No se hablaba de pecado. No aparecía Jesús, nada de Cristo ni Dios, ni una palabra para el personaje central de la saga: la Virgen María. Por supuesto que ni una sola sílaba sobre el en otros lados célebre San Felipe de Jesús, y menos todavía del Japón. Detalles como ejemplo: el libro gratuito pintaba un mundo neutro; el católico, al negar encarnizado la posibilidad del erotismo, sexualizaba todo contacto —se era niño o niña, mujer u hombre; el cierre de la cremallera de los pantalones masculinos era un peligro, los cuerpos de las mujeres eran depositarios de las candelas de los templos del Espíritu Santo, etcétera infinito (sólo de las cremalleras varoniles podría escribir varios párrafos, por no hablar de “nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo”)—. Las figuras de las páginas interiores eran neutras, como soñó serlo Sor Juana, también los mensajes, no separaban a las niñas de los niños, pero en las escuelas elegidas por mis papás, las señoritas recibíamos un trato distinto (aclaro: mis papás se conocieron siendo los dos estudiantes universitarios, venían de tiempos “antiguos” de pupitres mixtos). Último ejemplo, el más insignificante a primera vista, es que el libro gratuito recomendaba mantener las ventanas abiertas para dormir; en casa, esta práctica era considerada
Portada de la publicación Vidas ejemplares que se repartía en escuelas católicas. Alegoría de la Patria, de Jorge González Camarena, 1962, portada emblemática del Libro de Texto Gratuito.
dañina, como si el mundo exterior fuera ponzoñoso. El libro gratuito contenía información clave sobre nuestro pasado. Leí que proveníamos del Estrecho de Bering. Accedí en mi imaginación a una originaria mítica patria Beringia: veníamos de ahí, habíamos cruzado el puente que formara el frío al congelar las aguas que median entre Asia y América. Empecinados caminantes, habíamos resistido las borrascas, nevadas y tormentas del Polo Norte. Después, tras mucho caminar, gracias a un señalamiento de los dioses (esos sí ya por completo muertos, Huitzilopochtli y sus compinches), nos habíamos establecido en el lago del valle de México, sobre un islote diminuto, y con nuestros propias manos habíamos hecho islotes, cada vez más grandes y más estables, hasta que creamos la Nueva Venecia americana, la paradisiaca Tenochtitlan que se volvería la Ciudad de los Palacios, la de México. “Nosotros” éramos nómadas para fundarnos. Ser originalmente nómadas nos volvía invencibles. El mito (o la verdad científica) de que provenimos del Estrecho de Bering nos despojaba del origen —nosotros también habíamos “arribado” al continente, preparándonos para el trauma de la Conquista con un arma doble. La verdad, éramos tan poderosos que no requeríamos ni del hielo, podríamos haber caminado como cristos sobre las aguas, éramos seres elegidos, nuestra religión a prueba de hogueras, según probaban científicamente las vidas de santos que leíamos en casa. Eran los remanentes de la vasconcelista idea de nuestra raza de bronce, la “raza superior”. Pero Beringia no era Siberia. Sí, habíamos cruzado, pero no teníamos nada en común con la parte “comunista” del planeta, como el Gulag de Alejandro Solzhenitsyn —One Day in the Life of Ivan Denisovich regresó en la bolsa del saco de mi papá de algún viaje, donde transportaba, enroscados, los libros de bolsillo—. El horror a los
campos de concentración estalinistas incensaban el altar de la fe católica que opacaba con una película traicionera el sueño de nación, como antes lo habían intentado hacer las hogueras garridistas. Después de aquella Beringia no descrita en “el” libro —pero provocadoramente clavada en mi imaginario—, el libro contenía páginas cargadas de información impenetrable, donde culturas y gobiernos (mayas, teotihuacanos, olmecas, tlaxcaltecas, matlatlzincas y demás) florecían o colapsaban. La redacción era confusa para mí, y la narración imposible de seguir. Lo que retrataba era impenetrable. Quedábamos lejos de ese fragmento de nuestro pasado. No había cómo identificarse con ese mundo. Se pasaba por siglos de nuestra historia sin tener en claro una fábula coherente, viva o atractiva —como lo era el ser caminantes por Beringia—, a excepción de la fundación de Tenochtitlan, que en verdad carecía de principio, como un cuento trunco. Aprobar el examen de comprensión era un simple ejercicio de mnemotecnia. Hasta que aparecían Cortés y la Malinche. Con ellos había principio, encuentro, drama, traición, y final. Que yo me acuerde, en el libro de texto no aparecía el romance entre ellos dos. Ni hacía falta la salsa fácil, ni había espacio en ese texto para acercarse al fenómeno sentimental de un encuentro así. En esos años, cuando aprendí que mis originarios habrían cruzado Bering, y memoricé los pueblos indios sin bien comprender la narración de su caída en las manos del imperio mexica, tomé clases de baile folclórico. La joya de la corona que se podía obtener de las lecciones era bailar al son del “Jarabe tapatío” vestida de china poblana, la falda tricolor (los tres colores de la bandera mexicana, verde-blanco-y-colorado) adornada con lentejuelas que representaran el águila parada sobre el nopal devorando la serpiente (prueba mitológica de la funda-
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“NO SABÍA QUE ‘CHINO’ SIGNIFICABA UNA DE LAS CASTAS COLONIALES, TRES CUARTAS PARTES NEGRO, UNA CUARTA INDIO. NI UNA MENCIÓN, COMO SI SE HUBIERA BORRADO POR COMPLETO DEL IMAGINARIO COLECTIVO.” ción de Tenochtitlan). La blusa blanca de algodón de bajo cuello que dejaba ver los huesitos de los hombros, con un reborde bordado de flores de colores tenía algo de tehuana o zapoteca, y algo de “maja”. Los ingredientes del vestido apuntaban bipolares a un cosmopolitismo y a un auténtico mexicanismo. Con el largo cabello trenzado, anudadas las puntas en amplios lazos de artisela rojos, como las mexicanas de las películas del cine de oro nacional —las bellas, las lupevélez—, el baile ideal convocaba a una identidad nacional. Pero ser una china poblana no era un honor reservado para nosotras. Bailábamos con vestidos de algodón de cuello alto y manga larga, anchas faldas de no tan ligero algodón con vuelos (de adelitas urbanas), aunque en la imaginación y en el deseo taconeásemos vestidas con las faldas cargadas de corcholatas de colores —bordadas con las lentejuelas que representaban, tal vez, el sueño de los beringios—. El nombre del traje ideal, “china poblana”, era a mis oídos de niña también un sinsentido. La palabra “chino” sólo podía querer decir proveniente de la China o en general de cualquier país del Este, y si aplicado al cabello, “rizado”. No sabía que “chino” significaba una de las castas coloniales, tres cuartas partes negro, una cuarta indio. Ni una mención, como si se hubiera borrado por completo del imaginario colectivo. Había otro sentido para “chino”: “Está en chino”, para “no se entiende”. El traje de la china poblana tenía un nombre que estaba en chino. Pero la imagen de china poblana en realidad no estaba en chino. Quedaba muy claro qué encerraba: su carácter femenino, nada oriental, sino de coquetona. Sin que supiéramos su definición, encarnaba a la “china”, la mujer del pueblo que no dependía de varón, ni del marido, ni del padre o del hermano —como el personaje de Cecilia de Los bandidos de Río Frío de Payno. Se acercaba a las imágenes de la Patria con que ilustraron el Centenario de la Independencia en la época de Don Porfirio, y que corresponden también al vuelo “femenista” del ambiente liberal de entonces. Bella, juvenil, autónoma, mujer de largos cabellos sueltos, la tez clara, las faldas coquetonas que permitían ver el tobillo, el cinto resaltando la forma del cuerpo, montando a horcajadas (como los varones) el caballo. La “china” no pudiente, de las clases populares, que se gana la vida con sus propias manos y no depende de varón. No precisamente india, no se sabe si es blanca, no tiene marca racial. Nadie es su dueño, ni el papá, ni sus tías, ni el cura, ni la madre
José Clemente Orozco, Hernán Cortés y La Malinche (detalle). Pintura al fresco. Colegio de San Ildefonso.
superiora. Una “alebrestada” a los ojos de los varones respetables, como por ejemplo Guillermo Prieto —¿quién se acuerda que el prócer aceptó darle a la amada de Manuel Acuña (la Méndez de Cuenca) vales de comida, siempre y cuando fueran a cambio de favores sexuales?—. Guillermo Prieto describió a “la china” como un bombón comestible. Pagaba sus propias cuentas, y ahí la irritación que causaba en la hombrunidad. La imagen de china poblana era la sobrevivencia de la identidad de la “china”, esa mujer de vida independiente en el ambiente rural o urbano de fines del XVIII y principios del XIX que no dependía económicamente del varón, y que con los años se fue alimentando también del imaginario cinematográfico mexicano. Era nueva, la nueva raza para la generación post-revolucionaria. Laica y sexy, independiente e Independencia y Patria, con el traje creación del siglo diecinueve autodenominándose “mexicano”, era a mis ojos considerablemente más atractiva que la Matria de los Libros de Texto (ni que hablar del millaje que le sacaba a la Virgen). Si hasta cierto punto ella nos encarnaba (versión no pesada de México) es porque el Pueblo era lo que había que respetar en la Nación. El Pueblo: nuestro cuerpo sexy, otra vez “el otro”, el objeto de deseo a conquistar: aquí, nosotras mismas. A mis papás, no es sorpresa, les disgustaba particularmente la china poblana, esa blusa de escote muy bajo, los huesitos de los hombros desnudos. No le perdonaban a la china-tentación su
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existencia, ignoraban si era común que se adhiriera a su imagen la leyenda de Catalina de San Juan, la beata milagrosa que tenía diálogos directos con las autoridades divinas, que fue esclava, que vivió en Puebla, que llegó con la Nao de China, que era, según parece, originalmente de la India. A la beata, mis padres la hubieran respetado: Mirta, de la India, raptada, esclava, vendida, adoptada, desheredada, amparada por los jesuitas, casada, virgen, visionaria, viuda, encerrada en el convento, quien conversaba con los ángeles y con la imagen de Jesús, y (como Santa Teresa) también con los diablillos, una verdadera santa que muere en 1680 en México. Mis papás veían claramente en la china poblana lo mismo que yo veía en ella. No se tragaban la confusión histórica que inició Antonio Carreón, sabían que Mirta, la india “china”, la esclava iluminada, la casada virgen, no tenía nada que ver con el traje que yo deseaba —nunca usó nada parecido—, desconocían la falsa atribución. Tanto les disgustaba a ellos el traje de la china poblana, como me atraía a mí, por no ser como la Virgen María, ni neutra, como el mundo del libro de texto gratuito. No me explicaron el motivo preciso de su disgusto por la china poblana, la asociación de su falda con los “picos pardos” y no sólo por su falda en picos. En Puebla, en el xix, la autoridad municipal, por ley, ordenaba a las prostitutas vestir falda de “picos” para distinguirlas de las mujeres “honorables”. Todas las mujeres que se ganaban la vida solas, que no tenían familia, eran un peligro para la moral, y esto no sólo en México. En el refranero popular mexicano, “andar de picos pardos” significa ir de parranda con mujeres casquivanas. La china poblana “olía” a picos pardos. No eran los “picos pardos” lo que deseaban infundir a las niñas a quienes daban a leer vidas de santos, en quienes incentivaban el culto a la Virgen, a quienes impartían clases de baile folclórico y en éstas una pertenencia a la Nación. Su ombligo quedaría en su casa, en México; enraizadas, siempre en el círculo familiar, no como ésas volátiles, posiblemente meretrices, de picos pardos. Una vieja leyenda dice que, si un hombre tenía la suerte de casarse con una sirena (que, sobra decirlo, hubiera llegado a él con piernas), ella sería la mejor ama de casa, la mejor de todas las esposas. Pero, tarde o temprano, ella regresaría al mar, sin anuncio. Por esto había que esconderle peine y collares —peine y collares eran sus armas femeniles, embellecimiento, apariencia—. Con la falda cargada de brillos, la china poblana más se identificaba con una escapadiza sirena de cola recubierta de brillantes escamas (collares tenía, también, de cuentas del mismo cristal que las esferas navideñas), que con un San Felipe a punto de ser crucificado en el Oriente. El traje de Adelita con que nos uniformaban en las lecciones de baile folclórico me parecía tan rígido como el atuendo de la intérprete y compositora de la famosa canción Dominique
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(nique-nique), la monjita canadiense Jeanine Deckers. La regla magna, “Nuestros cuerpos son templos del espíritu santo”, se hubiera roto si hubiéramos usado el trajecito coquetón de china poblana. Yo sí lo porté en la imaginación, quería ser libre, una sirena escurridiza. Pero me escondían los collares y la falda de brillos (por creerla de picos, me la arrebataban). No se tomaban lecciones de baile folclórico con varones, porque las clases privadas, como la escuela, eran sólo para niñas, pero sí aparecía a media coreografía un elemento masculino. El charro estaba ausente, pero no su sombrero. El sombrero era clave en el baile, tanto como lo eran los zapatos que usábamos, que eran para bailar flamenco vendidos sólo en la tienda Miguelito. Porque una verdadera china poblana, si iba a bailar, no podía no usar tacones. No es sorpresa que, frente al tacón flamenco, el sombrero de charro se identificara mejor con la Nación. Sería mucha imagen de mujer en las portadas del libro gratuito, pero esa Matria no le llegaba ni al tobillo al charro del sombrero. A pesar de la portada, a pesar de la neutralidad del texto del “libro”, las mujeres quedábamos un pasito afuera del baile nacional, y no sólo en el “Jarabe tapatío”. El sombrero de charro es muy similar al sombrero del vaquero de la Colonia, el de la imagen de vaquero que había operado en el imaginario del mexicano que no sabía provenía de Bering. Jugaba un papel importante: su imagen aportaba oxígeno contra el sentimiento nacional de la Gran Derrota. Habíamos sido un imperio, lo habíamos perdido a manos de los gachupines. Éramos una nación de Los Vencidos. Pero no éramos imagen de La Derrota en nuestro Lejano Norte de fines de la Colonia y principios de la Independencia. El vaquero, el ranchero, con su atuendo vistoso, era quien llevaba la colonización, él era el vencedor, el victorioso; le ganaba la partida a la indomable naturaleza, y a los temibles apaches, los “salvajes”. No en balde el primer retrato público que se mandó hacer el Padre Hidalgo fue vestido de vaquero mexicano, el sombrero de ancho vuelo. Como el que era parte de nuestro baile cuando soñábamos con ser chinas poblanas. (La historia oficial archivaría a Don Miguel Hidalgo con el retrato de un cura que no es él, sino su primo.) (Transacciones entre el México laico y el religioso: a la china poblana se le impuso la trama de una beata que no tenía nada que ver con ella; a Hidalgo,
“EL “ VAQUERO, EL RANCHERO, CON SU ATUENDO VISTOSO, ERA QUIEN LLEVABA LA COLONIZACIÓN, ÉL ERA EL VENCEDOR, EL VICTORIOSO; LE GANABA LA PARTIDA A LA INDOMABLE NATURALEZA.”
la imagen de cura que él no quiso, no la del emprendedor que, entre otras, quiso crear una empresa exitosa de cultivo y producción de seda, leía a Molière —y recuerdo la película de Antonio Serrano, delicioso—, y que usara sombrero vaquero). El sombrero, el atuendo por el que optaron Zapata y Villa: el hombre que viene a liberar al mexicano. Al que acompaña, por cierto, una mujer que más se parece a una china poblana que a la única, indestructible, intocable y también múltiple Virgen madre de Dios encarnado —¡no cualquier cosa!. También Garrido Canabal se hizo retratar de charro. Consta la foto en wikipedia. En los años en que tomábamos clases particulares de baile folclórico, pasábamos las vacaciones en Acapulco. Era un acto de independencia de mi mamá, para liberarse del yugo de la suya —a mi abuela tabasqueña le horrorizaba que nos expusiéramos al sol, ¿para qué deseábamos volvernos morenas?, y para colmo en ese puerto de vicios. De niña, mi abuela sólo dejaba la casa bajo la protección de una sombrilla, debían proteger a toda costa la blancura de su piel; y vivía bajo la estricta supervisión familiar, el yugo que no le permitía saltar la cuerda o perseguir la pelota. Aquel Acapulco no tenía monumento público o museo o exposición que recordara su liga con el Oriente. La Nao de China tardó décadas en ser recordada oficial y colectivamente en el puerto. No se oreaba memoria o leyenda de la Nao de China que había hecho grande al puerto. Ningún mantón de la China-la China-la; eso lo oí cantado
porque hubo una gala de la Verbena de la Paloma en honor de no sé qué causa benefactora, durante días las niñas cantaban sobre el mantón. Sólo eso, apenas un atisbo, bizco, del Oriente. El Acapulco de mi infancia no estaba en el Lago de España sino en la corriente marítima que lo conectaba con los Estados Unidos, con Tarzán y otras estrellas de jóligud. En abril del 1964, el mundo indio regresó a ocupar el papel protagónico en la ciudad cuando el gran monolito del dios Tláloc llegó a la de México con gran desplante: a bordo de un vehículo con llantas fabricadas para ello especialmente por la llantera Euzkadi (propiedad del inmigrante exitoso —Ángel Urraza, famoso por su calle—, en esa generación que ya no fue de indianos que regresaran a Iberia, sino de emprendedores que harían su mundo aquí), irrumpió Tláloc, el dios de la lluvia. Entró a la ciudad atado. Pero apenas ponerse en pie demostró que no era un prisionero vencido: se ha dicho cientos de veces, llovió sin parar por semanas. En ese año, se inauguró el Museo de Antropología. En 1965, tomamos un curso de verano ahí para conocerlo mejor —veníamos de Cuernavaca a las clases, nos regresábamos el mismo día—. Gracias a él, la historia de los antiguos nosotros no era ya un masacote incomprensible. Se escapaba de un hilo cronológico intrincado y enredado. Era eterno. Se imponía en nuestro presente y nuestro futuro. Éramos modernos porque teníamos un pasado que tenía pies y cabeza, hilo, cordura histórica, aunque la cronología aún no terminara de sernos comprensible.
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La nueva edición de la correspondencia entre Octavio Paz y su editor Arnaldo Orfila, Cartas cruzadas 1965-1970, le añade un formidable bagaje documental para situar en su contexto las referencias múltiples que hilvana el epistolario, mediante un trabajo de anotación que
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multiplica la densidad del texto y su lectura. Por cortesía de la editorial Siglo XXI, presentamos una muestra de este volumen que comienza a circular, enriquecido por la experiencia —como advierte el escritor Adolfo Castañón— de que “anotar es practicar un arte de la memoria”.
O C T AV I O PA Z Y A R N A L D O O R F I L A
L A P U B L I C A C I Ó N D E P O S D AT A PRESENTACIÓN Y NOTAS DE ADOLFO CASTAÑÓN
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Qué es un editor? ¿Qué es un poetaeditor? ¿Puede una antología llegar a ser una obra de arte? ¿Qué es una revista? ¿Qué significa para la sociedad? ¿Cómo una antología poética puede transformar la historia literaria que la recibe? ¿Qué significa el oxígeno intelectual? ¿Qué es una sociedad literaria? Algunas de estas preguntas encuentran respuesta en Cartas cruzadas. La correspondencia sostenida entre el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz (1914-1998) y el editor argentino Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998), abarca un periodo que va del 18 de junio de 1965 al 24 de diciembre de 1970, casi cinco años de fecunda relación editorial. Inicia cuando Orfila todavía estaba en el Fondo de Cultura Económica, pero sobre todo da cuenta de los primeros años de la Editorial Siglo xxi, fundada cuando fue destituido o desaforado de la dirección del Fondo por el gobierno y por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Un golpe que determinaría —sobra decirlo— la historia de la editorial. Eran momentos delicados en la vida pública de México. [...] El epistolario abarca temas y cuestiones que resultarán esenciales para comprender la historia de la cultura en México entre 1965 y 1970. Cartas cruzadas logra expresar la solidaridad, amistad y respeto que rigió las relaciones entre ambos personajes. Surge de sus animadas páginas un retrato a dos voces a la par de ambas figuras que, sobra decirlo, son por diversos motivos claves entrañables y admirables para la comprensión de la historia de las letras mexicanas en particular y de las letras y de las culturas hispanoamericanas en general.
Un tercer tema es la publicación de Posdata, título rescatado de las cartas de Paz por la compañera de Orfila, Laurette Sejourné, quien por cierto, cabe señalarlo, era una mujer francesa como lo sería y es Marie José Tramini, la viuda de Octavio Paz sin cuya autorización magnánima no se hubiesen podido publicar estas cartas. Pero quien dice Posdata, dice 1968, y es precisamente ese año, tanto en su vertiente francesa como en su vertiente mexicana, otra de las atmósferas que recorren estas cartas. Al leerlas hay que imaginar a México en 1968, al licenciado Gustavo Díaz Ordaz, el presidente intolerante y feroz que se encuentra detrás tanto del desafuero de Orfila del Fondo de Cultura Económica como de la violencia contra los estudiantes y maestros mexicanos, e incluso contra los presos políticos cautivos por esas circunstancias (como el escritor José Revueltas). Además de tener presente el desafuero
OCTAVIO PAZ A ARNALDO ORFILA (Austin, 14 de diciembre de 1969) Querido Arnaldo: Le envío ahora, como se lo había anunciado en mi carta de hace unos días, el prólogo a Posdata. Son cuatro páginas, de modo que con ellas, las de las portadas, los subtítulos, índice, etc., podemos llegar a las 128 —si ustedes emplean un tipo grande, espacios interlineales amplios y márgenes generosos. Le ruego que me acuse recibo de este envío. Tengo curiosidad por conocer su reacción y la de Laurette frente a mi texto. Marie-José se une a mis saludos. Un abrazo cordial Octavio Paz P. D. Salimos de aquí el 9 de enero. Espero tener noticias suyas, nuestra dirección futura: Churchill College (Flat No. 5), University of Cambridge, Cambridge, England.
de Orfila del Fondo de Cultura Económica en 1965, el epistolario registra la renuncia de Octavio Paz en 1968 tras la renuncia a la embajada de la India y la muerte de la hermana, el cuñado y el sobrino de Marie José Tramini de Paz el 11 de septiembre de 1968.
A cada una de las cartas que aquí se presentan la comenta un conjunto de notas que se incluyen al final y, sobre todo en lo que toca al año de 1968, cada una de las notas a las cartas de ese año, trae una noticia condensada de lo sucedido. Se aspira a dar cuenta así no sólo de lo que estaba sucediendo en México y en el mundo, sino a subrayar hasta qué punto inteligente tanto Arnaldo Orfila como Octavio Paz eran observadores comprometidos —para emplear la voz de Raymond Aron— con y en su circunstancia.[...]
Tres ejes cruzan esta correspondencia: la historia de México, América y el mundo en esos años que culminan en 1968; la fundación y primeros años de la editorial Siglo xxi; y la obra individual y colectiva en proceso de creación y organización de Octavio Paz en esos prodigiosos años: Poesía en movimiento, Corriente alterna, Posdata, Renga, los trabajos e intercambios previos a la revista Plural, la estancia del poeta en la India como Embajador, y, a partir de 1968, su peregrinar por los Estados Unidos, Inglaterra, Francia donde participara en coloquios y actividades, como por ejemplo, en la Universidad de Austin, dando como charla y conferencia lo que luego será el polémico “libelo” filosófico-político intitulado Posdata, una obra profética que no ha perdido actualidad como prueban las numerosas ediciones y reimpresiones de que ha sido objeto.
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Octavio Paz a Arnaldo Orfila (Cambridge, 28 de marzo de 1970) Querido amigo: Gracias por su carta del 13 del que corre. Me alegra que el libro se venda bien. Lo que más me inquieta, no obstante, es la posibilidad de lecturas más o menos aberrantes —en el sentido lingüístico, no en el intelectual ni moral. Aludo a esas confusiones que a veces surgen entre interlocutores de buena fe pero que no hablan el mismo lenguaje o, más bien, que hablan distintos dialectos de una misma lengua. Esto es lo que ocurre, con frecuencia, entre nosotros. No pienso, por supuesto, en el pobre Carballo.1 (Sí, cometí la falta, intelectual y moral, de citarlo con elogio en Corriente alterna: no porque lo mereciese realmente sino porque yo estaba arrepentido de haber expresado con cierta dureza, en otras ocasiones, juicios en su contra…2 y claro Lautréamont-Shakespeare tenía razón: toda el agua del océano no basta para borrar una mancha de sangre intelectual.3 En el castigo llevo la penitencia…) No, mi reflexión sobre los problemas de la comunicación intelectual en México se refiere al artículo —serio y honesto— de García Cantú. Él cree, si lo entendí bien, que yo postulo una interpretación mítica de México o algo así. No, para mí la “crítica de la pirámide” es la crítica del mito y de sus fundamentos inconscientes y la misma dificultad de García Cantú para aceptar esa crítica revela el carácter inconsciente de ese conjunto de creencias e imágenes del poder político que simboliza la forma piramidal. La crítica de la pirámide designa lo que Marx llamaba “la crítica del cielo”, es decir, la ideología metafísica o mítica (generalmente religiosa) de una clase o de una sociedad. La crítica de la pirámide es, en términos de Marx, “la crítica de la conciencia absurda del mundo”. Esa crítica (aquí interviene Freud) asume la forma de un desciframiento porque lo que llamaba Marx la “conciencia absurda del mundo” (religión, mito, etc.) generalmente no es consciente del todo y, además, se presenta siempre en forma de símbolos y no de conceptos. Así, mi crítica de la pirámide no es antimarxista ni mucho menos; es parte de esa crítica de la ideología que Marx consideraba como la base de toda crítica.4 Cierto, mi método le debe más a Freud que a Marx… Pero lo importante (y esto sí lo ha visto García Cantú)5 no es que yo tenga o no razón (Posdata no es un libro de ciencia: es un folleto de crítica social y política) sino comenzar una revisión crítica de nuestro presente y de nuestro pasado, un examen serio del régimen y de sus raíces históricas.6 [...] Saludos dobles, míos y de Marie-José, para Laurette y para usted. Un abrazo, Octavio Paz
N O TA S Emmanuel Carballo (1929-2014), crítico literario, escritor, editor y periodista mexicano dedicado tanto a la escritura, como a la investigación, la crítica y el rescate de la historia literaria. Colaborador de Ariel, Artes, Letras y Ciencias, Casa de las Américas, El Día, El Gallo Ilustrado, La Cultura en México, La Gaceta del fce, México en la Cultura, Odiseo, Ovaciones, Revista Universidad de México, Sábado, Unomásuno y fundador de la revista Diógenes. Codirector, en su primera época, junto con Carlos Fuentes, de la Revista Mexicana de Literatura y editor de Empresas Editoriales, donde se publicaron las antologías de Carlos Monsiváis y de José Emilio Pacheco. Algunas de sus obras son El cuento mexicano del siglo xx (1964), Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix (2001), los dos primeros tomos de sus memorias Ya nada es igual (2004), Diario público 1966-1968 (2005) y Protagonistas de la literatura mexicana (1965). En su Diario público (1966-1968), México, Conaculta, 2005, se pueden encontrar al menos cuarenta y seis referencias a Octavio Paz, entre las que destacan: del 31 de octubre al 6 de noviembre de 1966: “Voto por Octavio Paz”, pp. 106-110; del 24 al 30 de julio de 1967: “Octavio Paz vuelve a México”, pp. 264-268; del 4 al 10 de septiembre de 1967: “La estación violenta”, pp. 285-289. También en su Diario público escribe de Orfila: del 18 al 24 de julio de 1966: “Homenaje a Jaime Torres Bodet”: “[Arnaldo Orfila] me contó que en el próximo mes de septiembre salen los primeros diez títulos de Siglo xxi, y que en octubre su editorial hará acto de presencia con otros diez libros. Llegué a casa feliz porque Siglo xxi será, pronto, una de las casas editoriales más importantes de lengua española. Y quien sepa de estas cuestiones compartirá conmigo el buen sabor de boca que me produjeron las noticias de Arnaldo Orfila Reynal” (p. 48). Del 19 al 25 de septiembre de 1966: “Diarios, memorias y autobiografías. Las mejores novelas mexicanas”: “Siglo xxi, después de seis meses de preparación, ha puesto a la venta los primeros diez títulos de su catálogo. Dirigida por un hombre que conoce bien el oficio, Arnaldo Orfila Reynal, esta editorial principia sus tareas en forma impecable. Por fuera, los libros son sobrios y bellos. Lejos de cualquier indicio de amaneramiento, las portadas, diseñadas por Antonio España, figuran entre las más sugestivas y eficaces con que a últimas fechas puede enorgullecerse la industria editorial de lengua española. Por dentro, la tipografía, de tan correcta, no se advierte a primera vista. La habilidad de Orfila se nota en la elección de los títulos. De los diez, 1
dos tratan temas económicos, y los ocho restantes pueden inscribirse en las siguientes materias: filosofía, sociología, medicina, psicología, historia, política, arquitectura y literatura. De los diez libros, cuatro fueron escritos en español (tres por mexicanos y el otro por el ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada), tres traducidos del inglés (dos publicados por casas inglesas y el restante por una editorial norteamericana) y tres más del italiano, el alemán y el francés. El tiraje más bajo fue de 4 000 ejemplares (cifra que excede el tiraje promedio de las editoriales mexicanas, 3 000 volúmenes) y el más alto ascendió a 6 500. El tiraje total fue de 49 500 ejemplares. Entre los primeros títulos de Siglo xxi Editores figura la novela de Fernando del Paso, José Trigo, que aun antes de aparecer ha despertado la curiosidad de lectores y críticos” (pp. 85-86). 2 Ésta es la cita que hizo Paz sobre Carballo en Corriete alterna: “Es un secreto a voces que la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana. Lo mismo sucede en España. No es que falten, por supuesto, buenos críticos. Sería ocioso recordar, entre los de América, a dos excelentes: Anderson Imbert y Rodríguez Monegal (para no hablar de los más jóvenes, como el mexicano Emmanuel Carballo o el poeta venezolano Guillermo Sucre)” (Octavio Paz, Corriente alterna, p. 39). 3 Frase perteneciente a Lautréamont (1846-1870), poeta francés precursor del surrealismo, quien escribió en su libro Poesías y cartas la referencia mencionada por Paz, textualmente dice: “No bastaría toda el agua del océano para lavar una mancha de sangre”, y es un eco de la que pronunciara el Macbeth de Shakespeare, dentro de la escena iv del segundo acto: “¿Tendrá el océano bastante agua para lavar esta sangre que mancha mis manos?” 4 Conceptos sobre la crítica expuestos por Marx en su libro La crítica de la filosofía del derecho de Hegel, México, Grijalbo, 1967. Dentro de las Obras completas de Paz se hacen al menos doscientas referencias a Karl Marx. Un ejemplo de ello está en Ideas y costumbres i, t. ix: “Tiros por la culata […] Si en algo no se equivocó Marx, fue en pensar que nuestra sociedad sufría un padecimiento mortal y que sólo un cambio radical en los sistemas y las estructuras podría devolvernos la salud, es decir, asegurar la continuidad de la vida civilizada en Europa y en el mundo. Se equivocó en el remedio: no basta con cambiar el sistema de propiedad de los medios de producción ni es cierto que la estructura económica sea la determinante y el resto —política, religión, ciencia, artes, ideas, pasiones— meras superestructuras
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“ES “ ALENTADOR QUE EL LIBRO SE VENDA. ESO ES LO QUE CUENTA. LOS ATAQUES ESCRITOS Y VERBALES (SIN EXCLUIR LA MEZQUINA ‘ACLARACIÓN’ DE RELACIONES) HAN SIDO HASTA AHORA NECIOS.”
A Arnaldo Orfila (Cambridge, 3 de abril de 1970) Querido amigo: Contesto a su carta del 24 de marzo. Ante todo: recibí ya otra remesa de 10 ejemplares de Posdata. Supongo que es la primera. Que yo creí perdida. Así, he recibido 30 ejemplares ¡Gracias! De todos modos, por favor, envíeme otros 20, como le pedía en una carta anterior. De nuevo: ¡gracias! Es alentador que el libro se venda. Eso es lo que cuenta. Los ataques escritos y verbales (sin excluir la mezquina “aclaración” de Relaciones) han sido hasta ahora necios. La nota de García Cantú, aunque no es un ataque, es abstrusa y absurda: no sé qué es lo que quiere decir y creo que a él le ocurre lo mismo: no sabe qué es lo que yo quise decir. ¿Puede enviarme lo del Presidente del pri? Me cuentan que un diputado me acusó de “traición a la patria”. ¿Es verdad? Todo esto sería divertido si no revelase la incapacidad del régimen ante la crítica, su creciente anquilosis y, por tanto, su miedo y temor ante cualquier contradicción. Ese miedo los ha llevado (y los llevará cada vez más) a la violencia: no tienen otra arma que las armas… Lo inquietante es la dificultad de los llamados intelectuales para aceptar también la crítica de nuestros mitos y de nuestras creencias y sus raíces inconscientes. ¡Que Marx y Freud me amparen! [...] Saludos afectuosos a Laurette, míos y de Marie-José. Y para usted, con nuestro afecto, Un abrazo Octavio Paz
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—OCTAVIO PAZ Primera edición, Siglo XXI Editores, 1970.
Arnaldo Orfila a Octavio Paz (méxico, d.f., 28 de noviembre de 1970)
Mi querido Octavio: A mi regreso del viaje por Sudamérica encuentro su carta del 20 de octubre, que mucho le agradezco. Por estos días usted ha estado muy presente en nuestra preocupación, recuerdo y adhesión, ante la insólita referencia que el Señor Presidente se permitió hacer de usted en su también insólita entrevista por T. V.7 Sé que sus amigos le han hablado —como me lo informó José Emilio en larga visita que me ha hecho— y leí la excelente carta que publican en Siempre! 8 Supongo que este episodio no le habrá contrariado, sino por el contrario, satisfecho. ¿Escribirá usted alguna cosa a este respecto? [...] Seguimos con la buena salida de sus libros que seguramente será estimulada por el recuerdo presidencial. Están preparando la 4a. edición corregida, que pronto podré enviársela. Hasta pronto; tenemos muchos deseos de que lleguen por estas tierras y con los recuerdos afectuosos para los dos, va un cordial abrazo. Arnaldo Orfila Reynal
N O TA S y epifenómenos. Marx no fue, por lo demás, el único que en el siglo xix vio la sociedad civilizada como un organismo gravemente enfermo” (pp. 249-250). 5 El artículo al que se hace mención es Gastón García Cantú: “La crítica, una tradición nacional”, donde señala la importancia de la crítica para la revisión de la historia: “Sin duda alguna, Posdata es un alcance a una obra más vasta. Reflexiones de temas mexicanos. En El Laberinto de la soledad y en Corriente alterna, Paz se ha referido a esa labor que, a lo largo de veinte años, y en páginas magistrales, va subrayando como un fragmento de la historia de América Latina, los matices nacionales, haciendo un deslinde tanto más necesario cuanto la experiencia cotidiana, vista sobre una historia compleja y dramática, la hacen más urgente. Ya se sabe: la crítica no sólo en Paz, sino en nuestros mejores escritores ha sido la única posibilidad de libertad y de establecer las bases de la acción política para lograrla. Contrariamente a lo que se dice, la crítica tiene una tradición en nuestro país. Sin ella no hubieran sido posibles ni la Independencia ni el logro de ninguna de las libertades, reales o ficticias que se han establecido o tratado de establecer entre nosotros. A todo movimiento popular ha precedido siempre una crítica del régimen establecido, de sus instituciones, de sus mentiras y de sus exhortaciones públicas” (en La Cultura en México, núm. 424, 25 de marzo de 1970, p. x). Este artículo también forma parte del ensayo “Tránsitos de Paz” de Gastón García Cantú en Idea de México, t. iii, Ensayos 1, México, fce/Conaculta, 1991, pp. 318-347. 6 Una de las reseñas motivadas por la aparición de Posdata decía: “Desposeída de créditos y de alcurnia, Latinoamérica no ha encontrado sus propias soluciones ni sus propias definiciones. Paz sueña con la posibilidad de que seamos capaces de proyectar una sociedad ‘que no termine ni en los helados paraísos policiacos del este ni en las explosiones de náuseas y odio que interrumpen el festín del oeste”’ (El Heraldo Cultural, núm. 230, 5 de abril de 1970, pp. 14-15). Otras reseñas sobre Posdata son: 1) Miguel Capistrán, “El ensayo. Auge en cantidad. Auge en calidad”, La Cultura en México, núm. 465, 6 de enero de 1971, p. viii . 2) Manuel Durán, “Octavio Paz: Posdata”, Books Abroad, vol. 45, núm. 2, primavera de 1971, p. 285. Carlos Fuentes, “Mexico and its Demons. The Other Mexico: Critique of the Pyramid by O.P.”, New York Review of Books, vol. 20, núm. 4, 20 de septiembre de 1973, pp. 16-21. 3) Héctor Gaily, “Sobre la crítica invisible”, La Cultura en México, núm. 898,
9 de septiembre de 1970, p. xii . 4) Gastón García Cantú, “La crítica, una tradición nacional”, La Cultura en México, núm. 424, 25 de marzo de 1970, pp. x-xi . 5) Eduardo G. González, “O.P. and the Critique of the Pyramid”, Diacritics, vol. 2, núm. 3, otoño de 1972, pp. 30-34. 6) Augustin E. Martí, “Posdata”, Revista Mexicana de Cultura, núm. 75, 5 de julio de 1970, p. 6. 7) Floyd Merrell, “Some Considerations of the Notion of ‘Otherness’ in O.P.’s Posdata”, Kentucky Romance Quarterly, vol. 24, num. 2, 1977, pp. 163-174. 8) E. J. Mullen, “Some Possible Sources for O.P.’s Posdata”, Romance Notes, vol. 14, núm. 3, primavera de 1973, pp. 450-454. 9) Zoila E. Nelken, “O.P. Posdata”, Hispania, vol. 54, núm. 3, septiembre de 1971, pp. 604-605. 10) Iván Restrepo Fernández, “O.P. y su último libro”, Mundo Nuevo, núms. 51-52, septiembre-octubre de 1970, pp. 120-122. 11) Claude Roy, “O.P. entre le Mexique et l’Inde. Le monologue et le mausolée”, Le Monde, núm. 8. 511, 26 de mayo de 1972, pp. 17 y 18. En español, con el título “O.P.: poeta de carne y sangre integradas a México”, en Diorama de la Cultura, 4 de junio de 1972, p. 3. 12) Horacio Salas, “Cuerpos, almas e ideas”, Análisis, núm. 489, 28 de julio de 1970, pp. 52-54. 13) Mercedes Valdivieso, “Entre el tlatoani y el caudillo. O. P.: posdata a Posdata”, La Cultura en México, núm. 876, abril de 1970, pp. ii-vi. 14) Arturo Sergio Visca, “Libertad bajo palabras”, El País, 4 de octubre de 1970, p. 3. 7 El martes 17 de noviembre de 1970, en una entrevista televisada desde la biblioteca de Los Pinos, el presidente Gustavo Díaz Ordaz habló de los problemas de México y de su próxima salida de la Presidencia. En cuanto a la renuncia de Octavio Paz, dijo: “—¿Qué opina usted, señor presidente, del libro escrito por Octavio Paz y que trata sobre los consabidos sucesos de Tlatelolco? R: Pues oiga usted, no lo conozco honradamente. Si no me equivoco, en la época de lo que usted llama ‘consabidos sucesos de Tlatelolco’, el señor don Octavio Paz era nuestro embajador en la India. —¡Ah! Entonces fue cuando renunció Octavio Paz. R: ¿Qué dice usted? ¡Qué va a renunciar! Mire usted: muy cómodamente pidió que se le pusiera en disponibilidad; es decir, acudió al expediente burocrático de asegurar la ‘chamba’ y prácticamente está con licencia indefinida. Eso es todo.” (en Ernesto Sodi Pallares, “DO no sugerirá a Echeverría ningún miembro del gabinete”, Excélsior, año liv, t. vi, núm. 19 609, miércoles 18 de noviembre de 1970, p. 32). 8 La carta en cuestión es “Ante la opinión del presidente. Defensa de Octavio Paz”, de José Pagés Llergo, director de Siempre!
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E l C u lt u ral S Á B A D O 1 1 . 0 6 . 2 0 1 6
Por
FRANCISCO HINOJOSA
LA N OTA NEGRA
EL ESCRITOR INVISIBLE
@panchohinojosah
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espués de publicada su Autobiografía soterrada (Almadía), Sergio Pitol anunció que esto sería lo último que escribiría, algo difícil de comprender precisamente después de la lectura de estas páginas. Si algo queda totalmente claro es que Pitol está hecho de palabras, que la escritura es para él una necesidad, que su principal alimento son las obras de sus autores fundacionales y también las de aquellos que están produciendo la nueva literatura. A lo largo de su libro, el autor de El desfile del amor nos cuenta algunas cuantas cosas de su vida, rescata recuerdos de ciudades, de conversaciones, de amistades, de momentos que cambiaron el rumbo de su vida y de su producción literaria. Pero sobre todo reflexiona acerca del cuento como género literario, acerca del pozo del cual abrevan agua los personajes de su narrativa, acerca de la responsabilidad de los escritores insertos en una realidad social. Autobiografía que se impone también como tarea una búsqueda interior sobre la génesis de su obra. Descubrimos de su mano que sus cuentos y novelas tienen también algo de memoria, ya que están construidos con frases escuchadas al azar, fragmentos de canciones, escenas cinematográficas, conversaciones con amigos: “mis cuentos están muy ligados a cosas que he visto y escuchado que después transformo”. A propósito de la lectura de este libro, releí la autobiografía que Sergio escribiera a la edad de 33 años y que formaría parte de un cuerpo editorial más amplio, animado por Emmanuel Carballo, que incluía textos de García Ponce, Elizondo, Melo y Monsiváis, entre otros. Aunque
Las Claves
SI ALGO QUEDA TOTALMENTE CLARO ES QUE PITOL ESTÁ HECHO DE PALABRAS, QUE LA ESCRITURA ES PARA ÉL UNA NECESIDAD, QUE SU PRINCIPAL ALIMENTO SON LAS OBRAS DE SUS AUTORES FUNDACIONALES.
una relectura reciente de esta vida resumida en sesenta páginas no satisficiera a su autor, decidió sí incluirla en la edición de sus obras completas, publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Hay algunas coincidencias entre el joven que apenas tenía unos cuantos libros publicados y el flamante Premio Cervantes: el desplazamiento como una necesidad vital que lo llevaría a lo largo de los años a vivir en Pekín, Venecia, Roma, Varsovia, Londres, Caracas y La Habana, entre otras ciudades. Y también la reflexión constante acerca del oficio del escritor y las dudas que hay que resolver en el camino para definir con claridad la vocación hacia las letras. Nos cuenta Pitol que se había concebido a sí mismo como la gran promesa futura del mundo editorial —del lado del que recibe manuscritos originales y no del que los produce. Y por consiguiente el camino que siguió para encontrarse con el escritor que hoy conocemos. Otra coincidencia entre ambas autobiografías es el reconocimiento de sus grandes maestros: Chéjov, Faulkner, James, Borges, Proust, Mann, Shakespeare, Cervantes y un largo etcétera que exhibe también a un Sergio construido página a página, un lector voraz y meticuloso, ése que nos recuerda la importancia que para nuestra cultura ha tenido el Pitol traductor incansable e introductor en México de muchos autores hoy imprescindibles: Pilniak, Gombrowicz, Conrad, Ford Madox Ford, Firebank, Déry, Iwaszkiewicz, Bassani y muchos otros que están en nuestros libreros como si hubieran llegado allí de manera natural. Y no sólo los libros, también las películas, las puestas en escena y los lienzos de
grandes artistas conforman ese amplio mundo que lo ha acompañado a lo largo de los años, desde aquel joven que había entrado a la escena literaria nacional con un cuento de escasa circulación (“Victoria Ferri cuenta un cuento”) hasta el que hoy amplía, rectifica y desacraliza su vida y que dejó de ser una promesa local para convertirse en uno de los escritores imprescindibles hoy en lengua hispana. El Sergio Pitol conversador y amigo de sus amigos está presente en ambos libros —incluye al final una charla con Carlos Monsiváis que nos ejemplifica muy bien el conocimiento que los dos tenían de la materia a tratar así como la amistad que los unía. Aquí entra también su inserción en el contexto cultural de México, al hablarnos tanto de sus contemporáneos como de su actividad como luchador social. A medio camino entre el ensayo, la crónica y el relato, la Autobiografía soterrada nos da a un Sergio Pitol que ya conocíamos, que ya queríamos, que ya admirábamos.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
LA NEOYORQUINA Mariah Carey (descendiente de madre irlandesa y padre venezolano) en su álbum de estudio número 14, Me. I Am Mariah... The Elusive Chanteuse (Yo soy Mariah... La cantante esquiva), en el que corrobora sus cualidades vocales de sorprendente poder melismático (prodigiosa altura en el fraseo, proporción de agudos y sucesiones de notas breves). Conocida como el “Ave cantora suprema” (Récord Guinness por su registro de cinco octavas: intervalo que separa dos sonidos extremos): soprano lírica que, con registro de silbido y prolongado uso del bajo y el medio ejecuta con rigor R&B, dance, hip hop, soul y pop. Me. I Am Mariah: la ganadora de 31 premios Billboard, 5 Grammy, 17 World Music y 11 American Music presenta 17 temas (16 con su rúbrica) con featuring del rapero neoyorquino Nas (“Dedicated”), del cantante y bailarín californiano Miguel (“Beautiful”), del hiphopero Wale (“You Don’t Know What To
Do”), del vocalista de Chicago R. Kelly (“Betcha Gon’ Know”) y del rapero de Brooklyn Fabulous (“Money”), entre otros invitados. Dance en apelaciones de R&B/soul de indiscutible sello en declamación de arrobada sensualidad. Desde su debut con Mariah Carey (1990), producido por su entonces esposo Tommy Mottola —productor ejecutivo en aquella época de Columbia Records— hemos sido testigos de una intérprete extraordinaria: Emotions (1990), Music Box (1993), Day Dream (1995), Butterfly (1997) o The Emancipation of Mimi (2005) son álbumes que confirman sus cualidades singulares que tienen raíces en Aretha Franklin, Billie Holiday o Sara Vaughan. Más de 63 millones de discos vendidos. Logró imponer durante 16 semanas consecutivas en el Billboard Hot el sencillo “One Sweet Day” (dúo con Boyz II Men). En 2002 la revista Billboard seleccionó a “We Belong Together” como “Canción de la década”.
“De niña escuché melodías y ritmos irlandeses de mi madre; por otro lado, mi padre ponía música tradicional de Venezuela; mis abuelos, óperas y a las divas del swing: sobre todo a la Fitzgerald. Toda esa sonoridad está en mi cabeza, cuando salgo al escenario todo eso brota con total naturalidad”, ha dicho la vocalista del éxito “Vision of Love”. Sin embargo, su influencia determinante fue la cantante de soul de los 70, Minnie Riperton: Mariah estudiaba canto y reproducía constantemente las altas notas de la intérprete de “Lovin’ You”. Bajo, guitarras, teclados, órgano, programaciones, batería, cuerdas, percusiones, efectos y coros, bajo producción de la misma Mariah Carey, en voluptuoso timbre desde claro influjo de Stevie Wonder, y ciertos apuntes de gospel (“Betcha Gon’ Know”). Me. I Am Mariah: disco que confirma a Carey como una de las grandes vocalistas de la canción estadunidense. Recita la Carey: un retumbo de afable y pujante exaltación inunda el mundo.
ME. I AM MARIAH. THE ELUSIVE CHANTEUSE Artista: Mariah Carey Género: R & B / soul, dance, hip hop... Disquera: Universal Music, 2014.
El Cult ural S Á B A D O 1 1 . 0 6 . 2 0 1 6
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
EL BLUES DE BET T Y DRAPER
Por
CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
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o existe personaje en la historia de la televisión más castigado que Betty Draper. Desde su planteamiento, Mad Men asumía ser un producto machista. Bajo la excusa de ser un reflejo de la época y del medio en que se desarrollaba. En el mundo de la publicidad las mujeres sufrían en serio. Sin embargo, con la esposa de Don Draper los guionistas se ensañaron. Pese al revuelo, los Globos de Oro y el volumen de audiencia, es claro que Mad Men siempre fue una serie medianona. Cada final de temporada amenazaba con dar el estirón que la situara en el olimpo de las series, pero jamás lo consiguió. Y el más que decepcionante final terminó por sepultar cualquier aspiración. Cuando la historia de Don Draper comenzó, la tercera era dorada de la televisión estaba próxima a morir. El clavo final se lo colocaría Breaking Bad. Mad Men no resultó competitiva porque mientras que los Soprano abrevaban de Shakespeare, la historia de Don Draper era lo más cercano a las telenovelas. El principal problema que exhibía la serie eran sus problemas de estructura. Si The Wire emocionaba a la crítica al evocar a las novelas rusas, Mad Men era confusa en cuanto a lo que pretendía contar. Su ritmo lento fue malinterpretado como una virtud. Que no pasara nada. Como la vida, defendían los entusiastas. En medio de la inacción estaba situado un protagonista borroso. Don Draper es el personaje peor dibujado en la historia de la televisión. En los terrenos de la ficción la imperfección de Don como personaje entorpecía la tra-
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CUANDO UN NARRADOR ES INEXPERTO OCURRE QUE OPTA POR LA SALIDA FÁCIL. MATAS A LOS PERSONAJES, QUE FINALMENTE FUE EL DESENLACE PARA BETTY.
El sino del escorpión
ma. Cuando muere su hermano Don no experimenta ningún tipo de aflicción. Cómo es posible que un suceso tan trascendental para el personaje principal sea tratado en unos breves minutos. Esta y otras faltas de respeto hacia el espectador inundan las siete temporadas. Los hechos (y uno tan severo como la muerte) deben impactar en la vida de los personajes. De lo contrario, lo mismo da si muere el hermano o no. En términos narrativos esto es un defecto. Cualquier otro guionista se habría ahorrado la aparición inútil del hermano. Igual de gratuita es la vida de Betty tras su divorcio con Don. Sí, gratuita porque tras dejar de girar en torno a su marido los guionistas se dedican a destruirla por el simple hecho de ser el personaje femenino. Al separarse de Don, Betty vuelve a casarse con Henry Francis. Un político en ascensión. Betty no es una loser. No vive a la sombra de Don. Ex modelo, continúa su vida con éxito. En este punto el personaje de Betty debió salir de la historia. Pero no ocurrió por error de los guionistas. Su desaparición habría creado un vacío. Que jamás supieron cómo resolverían. Y no me refiero a la pareja de Don, que luego volvió a casarse. Cuando en un relato comienzas la historia de un personaje tienes que darle un final. Por tal motivo no sacaron a Betty de escena. Cuando un narrador es inexperto ocurre que opta por la salida fácil. Matas a los personajes, que finalmente fue el desenlace para Betty. Pero antes de que los guionistas se sacaran de la manga el cáncer, hicieron a Betty gorda. Algo inexplicable. Por-
que el enemigo de Betty durante toda la serie fue el tabaco. Aspecto que retomaron y utilizaron para matarla. Le cobraron caro el hecho de no estar con Don. No es que la historia de Betty no valiera la pena ser contada. Lo fue. Y la cerraron. Volvió a casarse con un mejor hombre. Pero como no era el héroe tenía que sufrir. El mensaje es claro, si eres la ex mujer en Mad Men y no orbitas alrededor del personaje principal serás golpeada con crueldad. La segunda esposa de Don no recibió el mismo tratamiento porque era secundaria en la vida del protagonista. La que le dio hijos fue Betty. Convertir a Betty en una gorda fue un error estructural. Pero fue peor volver a adelgazarla. De una temporada a otra recobró su figura de manera milagrosa. Terminando así con las posibilidades de su personaje en una lucha contra el sobrepeso. Ésa hubiera sido la batalla de Betty. Pero decidieron recomponer el rumbo para acometer contra su belleza. Como si padecer cáncer siendo gordo fuera menos humano que siendo hermoso. Bastante tonto el concepto de lo femenino en Mad Men. Y de la misma manera, apresuradamente, de una temporada a otra Betty enferma de cáncer. Le quedan seis meses de vida en el último capítulo de la serie. Hasta el final los guionistas no se cansaron de desperdiciar a la que es quizá el personaje más interesante para ser explotado de Mad Men. Una serie fallida. El desenlace de Don, la recompensa por ser el personaje masculino, fue una epifanía con un anuncio de CocaCola.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
El rizoma de la red EL ECO DE ECO, entonado una vez más por varios periodistas, asciende hasta el nido en lo alto del muro donde el escorpión se atrinchera en tiempos de dispendiosas campañas electorales y votación ciudadana. Los columnistas de fondo reiteran al rastrero las críticas del medievalista y literato italiano a las redes sociales como si fueran palabra de dios. En aquel tiempo, dijo Umberto a los fariseos: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas. Es la invasión de los imbéciles”, peroraba el piamontés desde su Sinaí académico. El venenoso reconoce la validez de su aserto, pero también su parcialidad. Por fortuna, las redes sociales no son sólo eso. De arranque son un espejo de la sociedad. Ahí están nuestras creencias, filias y fobias, noblezas y bajezas, nuestras solidaridades y desprecios. Y
también son herramienta del marketing presto a vender en el tianguis tecnológico. Lo mostró aquí Naief Yehya hace unas semanas (El Cultural, número 42, 09-0416), cuando escribió sobre la Inteligencia Artificial (IA) insertada por Microsoft en Twitter como @TayandYou, y destinada a replicar la información captada por su programa. El resultado: racismo, xenofobia, sexismo, discriminación, violencia. Eso recibió en Twitter y eso espejeó, aunque en buena medida a causa de malintencionados boots deseosos de envenenar su IA. Y sí, ahí están los horrores y la discriminación (Rigoberta Menchú acaba de sufrir ataques racistas), la humillación sexual (el hashtag #putipobres), los trolls homófobos y violentos, la infinidad de vulgaridades y ofensas. Pero también los portales de valiosa información periodís-
tica, literaria y cultural; la comunicación directa en casos de emergencia, la necesaria denuncia contestataria; los links a organizaciones civiles, observatorios ciudadanos, libros, columnas, estudios académicos, bibliotecas, músicas, blogs. El rizoma de la red va mucho más allá de la maledicencia y el rencor. El arácnido hace cuentas, y a doce años de Facebook y una década de Twitter se ríe de los periodistas y académicos molestos porque perdieron el monopolio de la opinión, la columna semanal, el paper de moda y la “exclusividad” de la inteligencia. Hoy van como reyes desnudos. Por eso el venenoso no se amilana ante las nuevas tecnologías y, a pesar de su provecta edad y de ser uno los últimos ejemplares sin cuenta de Facebook, encomia las redes sociales y su potencial de informar y criticar.
EL RIZOMA DE LA RED VA MUCHO MÁS ALLÁ DE LA MALEDICENCIA Y EL RENCOR.
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JUAN CABELLO EL RETO DEL TEATRO INDEPENDIENTE Juan Cabello (Ciudad de México, 1988) es uno de los creadores teatrales cuyo trabajo comienza a destacar en la escena mexicana. Su pieza El cuerpo de Mercutio, en homenaje a la portentosa obra del Bardo de Avon, se presenta en el Foro Shakespeare, mientras que Ricardo III se reestrenó en el teatro Julio Castllo, del Centro Cultural del Bosque. ¿Cómo sobreviven los productores independientes de teatro en nuestro país? ¿Ser actor, productor o director te permite te-
ner una vida digna? En los últimos meses, cineastas, dramaturgos y artistas visuales han comenzado a recaudar fondos para sus proyectos a través de la página www. fondeadora.mx. Juan Cabello, joven actor, productor, dramaturgo y director mexicano, inició su campaña de recaudación de fondos para que su montaje El cuerpo de Mercutio continuara en escena. Logró su objetivo: obtuvo 35 mil pesos que usará para cubrir la renta del Foro Shakespeare,
reparar el vestuario o la escenografía y cubrir la nómina de los actores y actividades de difusión. De las dificultades que enfrentan los hacedores de teatro en nuestro país nos habla el también director de la compañía Nocturno Teatro, actor egresado de CasAzul. En Oxford, Inglaterra estudió la obra de Shakespeare. Cabello tiene tres piezas en escena: La ilusión, Ricardo III y El cuerpo de Mercutio, esta última de su autoría y dirección.
Por
ESGRIMA
¿Por qué recaudar fondos a través de Fondeadora? Soy un productor independiente e intento financiar proyectos escénicos en la compañía Nocturno Teatro. Me encargo de los proyectos de pies a cabeza. En el caso de El cuerpo de Mercutio, que ha tenido muy buena recepción del público, ha estado apoyada por fundaciones. La obra se presenta en el Foro Shakespeare, donde la publicidad y la nómina de los actores, por ejemplo, corren por cuenta de los creadores. Atrás de cada obra hay un mecanismo y en Fondeadora encontramos una herramienta efectiva para tratar de terminar las temporadas. ¿Qué significa ser productor independiente en México? Ser productor independiente tiene que ver con arriesgarse a crear propuestas distintas y generar los recursos para montar una obra. No tiene que ver con la calidad del espectáculo, tiene que ver con la forma en la que consigues los recursos. Pensamos en esta figura como esa persona que teje puentes entre instituciones y asociaciones, empresas o iniciativa privada. Sin embargo, un productor nunca será independiente, siempre dependerá del público y de las instituciones. ¿Es difícil ser productor de teatro en México? Sí. Es dificilísimo producir, actuar, escribir... En general, hacer teatro es complicado. Con todo y lo difícil que es, México tiene mucho teatro y valdría la pena que el gobierno apostara más por los proyectos escénicos. ¿Cuánto gana un actor o un productor de teatro? ¿Es rentable, se vive bien con este oficio? Hay muchos caminos... Se tiene que trabajar mucho. Yo soy actor de profesión, pero en el teatro le tienes que entrar a todo: producción, gestión y dirección, etcétera. La gente con la que me gusta trabajar también hace de todo: vestuario, escenografía, actuación.
ALICIA QUIÑONES
SER PRODUCTOR INDEPENDIENTE TIENE QUE VER CON ARRIESGARSE A CREAR PROPUESTAS DISTINTAS Y GENERAR LOS RECURSOS PARA MONTAR UNA OBRA. NO TIENE QUE VER CON LA CALIDAD DEL ESPECTÁCULO.” Hacer teatro significa que vas a trabajar todo el tiempo. El teatro es un mundo de contrastes e incertidumbres. Siempre te cuestionas por qué o para qué estudié esta carrera, que tiene una parte difícil y hostil, pero también tiene una parte hermosa. ¿Tú vives bien del teatro? Creo que sí. ¿Quién aporta más dinero a las producciones independientes? Asociaciones, empresas y fondos gubernamentales. El Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en la Producción Teatral Nacional (efiteatro) ha hecho posible que el teatro se pueda producir de una manera más grande, con un mayor impacto. Con este apoyo puedes acceder hasta a dos millones de pesos. Actualmente tengo dos producciones con este estímulo fiscal, una de las obras se llama La ilusión, y está en el Teatro Carlos Lazo (entrada libre); y la otra es Ricardo III, que reestrenó en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Shakespeare es tu especialidad ahora.
Has dicho que deseas traer al mundo actual a un clásico como el Bardo de Avon. ¿Cómo lo logras? Las obras de Shakespeare son actuales. Lo que intenté con El cuerpo de Mercutio fue construir un texto a partir de varias de sus obras. La pieza nace principalmente de la historia de Romeo y Julieta, específicamente de la relación entre Romeo y Mercutio, pero hay personajes alusivos a obras como Macbeth (nadie recuerda, por ejemplo, a los enterradores), Sueño de una noche de verano y Otelo. Para escribirla estudié toda la obra de Shakespeare, y me topé con personajes que llamaron mi atención, me inspiré en Macbeth y desarrollé los ambientes y la esencia de las brujas. También vemos a Desdémona. Quienes han leído la obra shakesperiana o son especialistas van a encontrar guiños todo el tiempo, pero no es un requisito para disfrutar de una obra sobre la amistad. La vida y la muerte es el gran eje de la obra de Shakespeare. Shakespeare reflexiona siempre en algún aspecto de la vida o de lo que nos conforma como seres humanos. La obra de Shakespeare permeó al mundo occidental e hizo que el
Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
mundo se construyera desde nuevas perspectivas. Hasta nos legó palabras. ¿Cómo cuáles? Asesino. ¿Mercutio puede verse como una metáfora de la insensatez? Este personaje ama la vida y muere trágicamente en el primer acto. Quería retomar ese amor a la vida que tiene el personaje y reflexionar sobre la muerte. Cuando escribía esta pieza, justo en México se hablaba de desapariciones y aumentaba el número de asesinatos. Mercutio significaba para mí un grito de desesperación: él muere joven, asesinado injustamente; para mí este personaje es también una idea de la injusticia de los asesinatos y una reflexión sobre los jóvenes desaparecidos y asesinados.