Un poema/Un relato/Un ensayo

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FRANCISCO HINOJOSA AMOR A LA CAMISETA

CARLOS VELÁZQUEZ

DON’T LET THE FUCKERS GET YOU DOWN

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S Á B A D O

ESGRIMA

CARLO AYHLLÓN

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

UN POEMA UN RELATO UN ENSAYO AÑO DEL GALLO

UN CORAZÓN INQUIETO

FR ANCISCO HERNÁNDEZ

ANA CLAVEL

MIGUELHERNÁNDEZ EL APRENDIZ PERPETUO ARTURO DÁVILA

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Luego de cuatro décadas de escribir y publicar, el distinguido poeta Francisco Hernández (1946) nos comparte, en el marco del “Año del gallo de fuego” del horóscopo chino, este poema inédito. Un privilegio para iniciar el tercer año de existencia de El Cultural.

Dedicamos esta edición al poeta, editor y maestro Raúl Renán (1928-2017), cuya lamentable pérdida tuvo lugar el pasado miércoles 14 de junio. La calidez y generosidad de su existencia y su obra es un recuerdo que acompañará por siempre a sus amigos, colegas y discípulos.

AÑO DE L GA L LO FRANCISCO HERNÁNDEZ

I

De súbito, el gallo recobra la vitalidad y en un descuido del barrendero le saca

El cacareo

el ojo derecho de un picotazo.

lo ponen las plumas

Chilla el barrendero tapándose

cayendo de los árboles.

el agujero sanguinolento.

El gallo canta,

Nadie lo mira. No le cae bien a nadie.

pero nadie lo ve:

Al borde de la fuente, el gallo aletea jubiloso.

se oculta en su garganta.

Y canta cinco o seis veces,

del suburbio, se funde al rojo

como si anunciara un reloj despertador.

de una cresta por tu esplendor erguida.

II

¿Te habrás percatado alguna vez III

de la simple invidencia? Gallos ciegos abundan.

Plaza Río de Janeiro, seis de la mañana. Un perro labrador, negro de coraje, persigue

Entre escombros, donde el piso

¿Tuertos? Uno que otro.

a un gallo blanco que corre, salta y trepa

no es de mosaico ni de cemento

¿Y si alguien, con una aguja capotera,

a un fresno, donde una ardilla lo carcome,

sino de tierra, tu canto de corral

te sacara los ojos?

hasta hacerlo caer a un bote de basura.

labra cetro y corona, rodeado

Canta, gallo giro mitotero,

Quien conduce el bote le pega con una escoba

por ladrillos de adobe y sacos de cal.

tan uruguayo como urogallo.

hasta dejarlo inconsciente.

Picudo canto, ancla idéntica

Canta, carajo. Si pudiera mirarte,

(El gallo y el perro se encienden en abrazo

a la gravedad continua, se hunde

otro gallo me cantara.

avivado por el viento. Después se apagan

por la agudeza de su repetición.

lentamente, dejando sólo brasas).

Grito citadino, del azar inquietante

Mayo, 2017.

DIRECTORIO

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UNA ROSA DE LOS VIENTOS LLAMADA CORAZÓN Desde hace varios años trabajo en un texto extenso cuyo tema es el corazón. En Historia del corazón, desde la antigüedad hasta hoy, de Ole Martin Høystad, di con el concepto del cor inquietum de San Agustín: un corazón que zozobra por encontrar la unidad con Dios. Me pareció que aunque Horacio, uno de mis protagonistas, no era precisamente religioso, buscaba en sus veleidades una experiencia que lo trascendiera. Así, su “corazón inquieto” le iba marcando derroteros como una brújula secreta, una rosa de los vientos interior que lo animaba a embarcarse en nuevos rumbos. Sucede que a menudo, en mis procesos de creación, trabajo imágenes que me

permiten una mayor introspección. Así, tomé varias Stellæ maris, mejor conocidas como “rosas de los mares” o “rosas de los vientos”, que adornaban las esquinas en mapas de Christopher Saxton, Pedro Apiano, Ortelius y Tolomeo, incluidos en el libro Joyas de la cartografía, editado por John O. E. Clark en 2006, y las retrabajé con motivos y objetos en forma de corazón. Supongo que las imágenes “transliterarias” así surgidas acompañarán la edición del relato final. Aquí una muestra, al iniciar el tercer año de El Cultural, gracias a la complicidad de Roberto Diego Ortega y Delia Juárez. —Ana Clavel

U N COR A Z ÓN INQUIETO ANA CLAVEL ... el corazón del hombre es traicionero para consigo mismo y engañoso por encima de todo... —LAURENCE STERNE, Tristram Shandy

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esde que te operaron del corazón no fuiste el mismo. Te sigues llamando Horacio pero dejaste de amar a Norma y a tus dos pequeños. Te cuesta reconocerte en ese hombre que eras y contemplas tu pasado como si le hubiera ocurrido a otra persona. Te miras en el espejo del baño de este departamento adonde has tenido que mudarte desde la separación y tratas de descubrir quién es este desconocido que no siente demasiada culpa de dejar atrás a su familia, de cambiar de trabajo y hasta de vida. En realidad, sientes simpatía por este extraño que no cedió a los ruegos ni se dejó intimidar por las amenazas ni las lágrimas. Norma puso en tu contra a toda la legión de familiares, compañeros de trabajo, amistades, incluso a los enemigos, reclamándote el antiguo papel de páter familias y proveedor que desempeñabas de maravilla. Por supuesto te inventó una aventura con tu secretaria, y cuando no pudo probarte nada, te acusó de egocéntrico, homosexual, pervertido. Nunca ha podido aceptar lo que esgrimiste como tu “verdad”, tal vez por simple pero no por ello menos irreductible: que desde la cirugía fue como si te hubieran cambiado el corazón. Que cuando despertaste era otro el que abrió los ojos contigo. Que todo aquello que antes te importaba había dejado de ser prioridad y que en cambio te surgieron deseos ocultos. “Es lo que llevo de desconocido en mí, lo que me hace ser yo...”, leíste en un libro que te reveló más que todo lo que habías aprendido en los cielos y los volúmenes científicos

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que acostumbrabas leer por tu profesión de astrónomo. Como esa pasión por coleccionar corazones de todo tipo que antes nunca se te hubiera ocurrido: de hojalata, bronce, cerámica, en cuadros, ilustraciones, esculturas. Y te descubriste con una vocación de anatomista irredento, ávido por los grabados renacentistas y el funcionamiento del sistema circulatorio que por poco te lleva a matricularte en la carrera de medicina si no fuera porque sus métodos modernos poco conservan de la magia antigua y la veneración a la prodigiosa fábrica del cuerpo humano, concebida como ese templo de la sabiduría que sólo la divinidad fue capaz de crear con suma perfección. Claro que también estaba el hecho de que ya no eras tan joven para reemprender de manera formal una nueva carrera, y en cambio podías indagar esos territorios ahora codiciados con la liberalidad de tu propio azar e intuición. Tus propias y nuevas palpitaciones, corazonadas que les dicen. Curiosa palabra, piensas. Corazo-Nadas, disectas. Y sin saber muy bien por qué, concluyes: Corazo-Todo. Por Agustín de Hipona te enteraste del cor inquietum, el corazón inquieto, que siempre está en busca de algo más y que se esfuerza por conocer las causas de su desasosiego. Antes ni siquiera se te hubiera ocurrido que tu corazón fuera así. Tus familiares y tus amigos siempre te vieron como un ser sedentario en gustos y apetencias. Un hombre tranquilo que podía contemplar las estrellas y las constelaciones durante horas, como si el mundo y las bajas pasiones no existieran. De hecho, cuando ese loco amor de la universidad que fue Bárbara decidió romper contigo, te dijo que lo hacía porque eras demasiado predecible. A ella, que era una marea cambiante y vital, terminaste por hartarla. De nada sirvió que la amaras, que para ti ella fuera ese torbellino de locura y juego que te llevaba al

borde de ti mismo. (Aún hoy, recordarla abriéndose la falda para que en el metro o en cualquier autobús le metieras mano por debajo del morral con el que disimulaba sus intenciones a la mirada de los otros, vuelve a excitarte al punto de que tu miembro se hincha y punza casi con dolor.) De algún modo fue una suerte que a los pocos años conocieras a Norma, una abogada jurista con una vida tan ordenada como la tuya, a quien no podía molestarla que tus horarios y rutinas fueran inquebrantablemente los mismos cada día. Ni la llegada de los hijos cambió demasiado tus actividades de la casa al observatorio y del observatorio a tu casa. Antes, más bien, tuvo ella que abandonar el despacho de abogados los primeros años para dedicarse a la crianza de los cachorros, como les decías. Los cachorros nacieron gemelos. Entonces aquello te intrigó del mismo modo que se contempla a una pareja de golondrinas construir un nido, o a las hormigas llevar a cuestas un cargamento cincuenta veces mayor a su propio peso. Extrañamiento. Como quedarse hechizado bajo el dominio de una sombra: a-sombrado. Cierto que en la bóveda del cielo solías recordarlos cuando te topabas con la constelación de los mellizos Cástor y Pólux y te preguntabas si como en el mito uno de ellos sería más fuerte e invulnerable que el otro. Norma no aceptó que los bautizaras así, pero tú contigo y con ellos, les decías así: Cástor y Pólux. Y para no inclinar tendenciosamente la balanza sobre su destino, solías alternarles el nombre de tiempo en tiempo. Pero lo de pensar que compartían un corazón vino después de tu cirugía. Por eso te explicas ahora que tuvieran un lenguaje cifrado que nadie salvo ellos entendía, que de hecho, a veces ni siquiera fueran necesarias las palabras para saber lo que pensaba o sentía el otro, el mismo.

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Dije que desde tu operación habías dejado de amarlos. He sido imprecisa. Antes los querías con ese amor extraño del varón por su descendencia: con curiosidad y lejanía. Nada que ver con el amor-entraña de la madre, esa que puede padecer el sufrimiento de un vástago como si fuera su propio y encarnado dolor. (No lo sabes, pero acaso lo intuiste cuando Norma se acongojó y sintió escalofríos sólo de saber que los gemelos, nacidos de ocho meses, necesitarían permanecer en la incubadora pues todavía no habían aprendido a regular su propia temperatura. Si la transubstanciación existe entre los seres humanos, tiene un momento visible en la maternidad intra y extrauterina. No lo sabes y en realidad nunca has sentido una experiencia semejante por otro, ni siquiera en la pasión amorosa, bueno, hasta ahora.) Y contemplas a los cachorros como constelaciones de un cielo que te maravilla pero ya no te conmueve ni corresponde. Como si fueran los hijos de otro —y por eso mismo, puedes observarlos y permitirles una vida ajena y propia, de alguna manera confiado en que tarde o temprano encontrarán su camino como ahora tú, que sientes que el sendero atraviesa por un bosque interior, donde la única brújula viene entre los latidos y los silencios de tu corazón. Un saber espeso y profundo que te orienta a golpes de incertidumbre. Norma y los otros se sorprenden. Pero se sorprenderían aún más si supieran que en tu pecho anidaban las semillas de lo que vendría después. Que sólo hacía falta que tu corazón despertara de nuevo. Si esto sucedió en el preciso momento en que la cirujana escudriñó tu órgano vital y lo tocó con sus manos, es una circunstancia que en realidad carece de importancia. Lo cierto es que sucedió. Porque, por ejemplo, quién iba a decir que cuando te inclinaste muy joven por la astronomía estabas siendo fiel a un mandato desconocido. Y que en las constelaciones se escribía una enramada de deseos tan semejante a los finos corales de tu laberinto arterial. Por eso has tenido que indagar, que seguirle la pista a las fulguraciones que aquí y allá envían señales de una red de coincidencias y sentidos. Como ésa que tiene que ver entre el deseo y los astros. Así descubriste que en un principio, cuando las palabras guardaban una relación cercana con las cosas, el verbo “desear” tuvo su origen en un término de la lengua de los augures: desiderare, derivado del latín sidus, sideris: astro (de donde viene precisamente “sideral”). Así, mientras considerare tenía que ver con contemplar o examinar un astro, desiderare se empleaba para lamentar su ausencia: echar de menos la presencia de un astro favorable en nuestro firmamento. Como pudiste darte cuenta, en ese remoto origen el deseo tenía los ojos puestos en algo muy alto y muy lejano: inaccesible. Nada que ver con la dimensión erótica y terrenal que llegaría a tener después para el mundo en general, pero ahora muy especialmente para ti. Entonces “escogiste” tu carrera sin saber lo mucho que tenía que ver contigo, sin imaginar hasta qué punto las

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enramadas estelares podían reflejar las sinuosidades y fases de tu astro interior. Si la Luna veleidosa ha sido cantada pero también desdeñada por los poetas, si Julieta le ruega a Romeo que no jure su amor por la Luna inconstante y mudable... Pero no es la única cambiante. ¿Acaso en tus primeras clases no te enteraste que Galileo vio con un primitivo telescopio que la esplendente Venus presentaba también fases como la Luna? Desde Shakespeare sabemos que de lo que se trata es del corazón, porque muestra lo que llevan las personas por dentro. Pero habría que añadir, lo que llevan las personas por dentro incluso sin saberlo. Curioso que buscaras en el lejano horizonte lo que sólo muy cerca y dentro podía revelársete. Si en algún momento de la vida uno tiene que dejar de ser quien es para convertirse en quien quiere ser, ese fue el tuyo. Que te compraras un Alfa Romeo color rojo prácticamente al salir del hospital, que viajaras a Damasco apenas pudiste subirte a un avión, que tengas ahora por mujer a una joven a la que le doblas la edad fueron sólo titubeos y ensayos de alguien que empezaba a caminar con nuevas piernas por el mundo. Un comenzar a moverte adentro del sarcófago que había sido tu vida. Porque estabas muerto. O por lo menos, tu instinto y tus pasiones verdaderas estaban hibernando. Sabes que no he sido descuidada al usar la palabra “sarcófago” para describir el estado anterior de tu vida. ¿Acaso no te fascinó el significado de sarcophagus (del latín sarcos: carne, phagos: comer) cuando te lo topaste en un libro sobre las costumbres funerarias de los antiguos: devorador de cadáveres? En realidad, la mayoría vivimos nuestras vidas dejándonos devorar por la muerte. En tu caso, ese sarcófago resultó ser una crisálida porque, por así decirlo, sólo moriste para renacer.

La cardióloga diría después que se trató de una calcificación en la válvula mitral, producto de una fiebre reumática mal tratada en tu infancia, que hubo que remover y sustituir por otra de metal. Antes tu corazón no dio señales de ningún percance. Pero un día... regresabas tú y tu familia de un viaje en carretera por horas y al bajarte del coche, intentaste cargar una maleta. Entonces todo se precipitó, un fragmento de la válvula petrificada se desprendió provocándote una embolia. Hubo que internarte de emergencia a ti que nunca habías pisado un hospital más que para visitar a tus padres, a Norma, a los pequeños Cástor y Pólux, a algunos amigos accidentados. Para tu fortuna la embolia no dejó secuelas, pero entonces los médicos descubrieron la válvula calcificada y entraron en acción. Literalmente no te cambiaron el corazón, no se trató de un trasplante, y sin embargo, al recuperar la conciencia, al abrir los ojos y reconocer a Norma y a sus hermanas que se turnaban para cuidarte, al salir del hospital días después y volver a tu casa y acostarte en tu cama de siempre, ya no eras el mismo. Habías comenzado a moverte fuera del sarcófago que había sido tu vida. Pero habría que precisar: un sarcófago en la mayoría de los casos en que el corazón permanece esclavo, una crisálida cuando despierta. Los cristianos como San Agustín son despertados por Dios, un poeta como Dante por el amor que lo guía hasta la divinidad, pero tú, un agnóstico consumado, ¿por quién habrías de despertar? La voz del corazón se escucha en el silencio. La voz del corazón se escucha no en las pulsaciones, sino, precisamente, en sus silencios. Revisas uno de tus cuadernos de notas. Junto a los apuntes del fenómeno astronómico que por entonces estudiabas —la estrella de Barnard, una enana roja fulgurante con mayor movimiento aparente vista desde la Tierra—, descubres una cita del filósofo que por entonces leías. Para otros puede parecer un galimatías pero a ti te encantaba que en una forma tan rigurosa pudiera hablar así de ese asunto que ha desvelado a los humanos desde que decidieron adoptar un dios por padre omnipotente: su existencia o inexistencia como un absurdo para el razonamiento lógico. Haces a un lado tus observaciones astronómicas en torno a la estrella de Barnard, que antes te había obsesionado al punto de que la convertiste en tema de un estudio que publicaste en The Astronomical Journal y te valió comentarios favorables de la Space Interferometry Mission de la NASA, y en cambio lees la minuciosa nota al margen:

“AL RECUPERAR LA CONCIENCIA, AL ABRIR LOS OJOS Y RECONOCER A NORMA Y A SUS HERMANAS QUE SE TURNABAN PARA CUIDARTE, AL SALIR DEL HOSPITAL DÍAS DESPUÉS Y VOLVER A TU CASA Y ACOSTARTE EN TU CAMA DE SIEMPRE, YA NO ERAS EL MISMO.”

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Llamemos a eso desconocido Dios. Esto que le damos es sólo un nombre. Querer probar que eso desconocido (Dios) existe, apenas se le ocurre a la razón. Si Dios no existe, entonces es imposible demostrarlo, pero si existe, entonces es una locura querer demostrarlo, pues en el momento en que comienzo la demostración, lo he supuesto no como algo dudoso —eso es lo que una suposición no puede ser, ya que es suposición—, sino como algo establecido, porque en caso contrario no hubiera comenzado, ya que se entiende fácilmente que todo esto se haría imposible si Dios no existiera. Si pienso, en cambio, que con la expresión “demostrar la existencia de Dios” quiero demostrar que lo desconocido que existe es Dios, entonces me expreso de una manera poco afortunada, pues con ello no demuestro nada y mucho menos una existencia, sino que desarrollo una determinación conceptual. El apunte está, curiosamente, escrito en tinta roja —¿un hilo de sangre desde tu corazón ciego pero avizor?— con esa caligrafía ordenada que tenías antes. Pero su contenido sigue pareciéndote rotundo. En tu vida pasada nunca te fue preciso probarte si un dios regía el movimiento de los astros. Ahí estaban la constelación refulgente de Andrómeda o la impresionante nebulosa Hélix Nébula, el misterio de los Agujeros Negros y los Universos Sombra como realidades incontestables... Pero desde que encontraste a Daniela, esa joven que comparte tu lecho y que se parece a la antigua Bárbara con su voluptuosidad desaforada, que te ha hecho descubrir la carnalidad subyugante y aturdidora del deseo como nunca antes la habías vislumbrado, te preguntas cómo su corazón desenfrenado es capaz de apaciguar el tuyo y hacerte percibir esa dimensión oscura y vital en la que te fundes cada vez que la posees. ¿O es ella la que te posee a ti, la que inagotable, hace retumbar con marejadas espasmódicas hasta el último rincón de tu ser? El hecho de que sea bailarina, de que habite su cuerpo como una casa propia, que sea capaz de adentrarse en su interior a la vez que puede estar tan presente en la inmediatez de la piel y los sentidos —o como si su interioridad estuviera expuesta en la tensión o delicadeza de cada uno de sus miembros—, debió sin duda de ejercer una atracción sideral para el aerolito en fuga que eras tú cuando acompañaste a Mauro, tu mejor colega en el observatorio, a la titulación en danza contemporánea de una de sus hijas mayores. Entonces la descubriste entre las otras que también se titulaban en aquella función especial. La percibiste. Oliste, a pesar de las filas de butacas que te separaban del escenario, la sangre galopante y fresca de esa bestezuela irremediable que después conocerías con el nombre de Daniela. Tan sólo verla cerca de ti, cuando finalizó la función y Mauro se obstinó en que fueran a cenar los cuatro —él y su hija, tú y Daniela—, y presentiste

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lo que terminaría por pasar. La suspensión de todo juicio, un estado de gracia, la exaltación más allá de ti mismo. Como sumergirse en el abismo más íntimo: un goce sin más límite que la extenuación de la carne. Pero entonces, siempre, mordiente, recuperándose en una nueva ola altiva, la concupiscencia del deseo. Y bastaba ver a Daniela inclinar la cabeza cuando concentraba la mirada en ti para empezar a reconocerte, o ese caminar como de yegua majestuosa inconsciente del poder que derramaba, para que la sed y el hambre te incendiaran. Tienes que confesártelo: ¿acaso no has deseado, momentos antes del éxtasis, abrir su pecho para contemplar su corazón y tomarlo entre tus manos como si se tratara de un cáliz de sangre, cuya sola visión sería capaz de revelarte los secretos que ahora te son necesarios? Tu corazón se inclina para escuchar el doble misterio: el latido y su silencio. En su pecho y en el tuyo. En el borde del abismo. Y luego en la caída y la ascensión. En realidad, tú sólo obedeces. Coleccionas corazones de todo tipo. Y cuando observas el muro donde tienes colgada una buena cantidad de especímenes de vidrio y de hojalata, corazones brillantes y al rojo vivo, llameantes y heridos, orlados de flores y espinados, ¿no te viene acaso una nostalgia súbita como si echaras de menos el que por imposible más desearías atesorar? Todo empieza por un fragor que te coloca fuera de sitio —¿sitiado en tu interior?—, descolocado, enajenado: convertido en extraño de ti mismo, desasosegado, inquieto. Es el deseo. Susurrante y a la vez ensordecedor. Por él has sabido que el cuerpo es cartografía y constelación. Ahí refulges y te colapsas en esa dimensión sin límites del orgasmo o la iluminación: el instante en que montas a Daniela y todas las galaxias se fusionan en un grito expansivo

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“TU DESEO EN TODAS SUS FACETAS SURGE AL FROTAR ESA LÁMPARA MÁGICA QUE GUARDAS EN TU PECHO. AHORA LO SABES: LA VERDADERA LÁMPARA DE LOS DESEOS ES TU PROPIO CORAZÓN.” de goce y rendición. El instante en que tocas la otra orilla. Y te pierdes en la marejada que te alza y te suspende. Ese instante único en que tu corazón palpita en todo tu cuerpo porque los dos se han vuelto uno. Pero tu deseo en todas sus facetas surge al frotar esa lámpara mágica que guardas en tu pecho. Ahora lo sabes: la verdadera lámpara de los deseos es tu propio corazón. Sonríes al recordar la historia de Aladino y la lámpara maravillosa que tu madre te leía de pequeño. Una y otra vez se la hacías repetir para frotarla con tu imaginación: cuánto gozo en la repetición de una historia conocida que te permitía en cada oportunidad completar un detalle más del retablo fantaseado. Porque en ese ola tras ola que se desencadenaba, surgían también nuevas posibilidades para que el placer se expandiera dirigido por tu brújula interior. Ahora sonríes al escucharme comparar tu corazón con una brújula. ¿Acaso no te ha ido indicando la dirección de tu propio Oriente? ¿No llaman a eso los marinos, los cartógrafos, los beduinos, los astrónomos, la gente de la calle “orientarse”? Una simple aguja imantada en una vasija de agua fue suficiente para marcar los derroteros en la antigüedad tanto como la Estrella Polar o la Cruz del Sur para los navegantes. ¿De qué imanes ha sido tu pecho “obediente acero”, inclinándote hacia un polo magnético no señalado en ningún mapa ni cartografía conocidos? Pero si de imágenes se trata, siempre te sedujo la Rosa de los Vientos dibujada en brújulas y mapas. No sólo por sus representaciones gráficas sino por el nombre mismo: una flor etérea como los aires —y los sueños— para indicar los invisibles puntos cardinales. Rosa de los Vientos, Estrella de los Mares, Stella Maris, Lucero de la Voluntad, Veleta del Deseo. Y te imaginas que podrías tatuarte una en el pecho. Una muy especial. Pruebas a recortar el grabado de un corazón y lo colocas en el interior de la imagen de una rosa de pétalos abiertos. Tendrás que preguntarle a tu cardióloga si no afectará de algún modo a tu recuperación. Aunque te parece que al contrario, que si pensaras en términos animistas con un tatuaje así estarías inyectándole nueva sabia y nuevo aliento a ese órgano que de manera inusitada se te revela una flor sangrante. Pero ha sido Daniela quien ha terminado por tatuarse el corazón de rosa. Encontró el diseño que hiciste en tu escritorio y, sin avisarte, un día apareció con el tatuaje en el pecho. Ahora cuando haces el amor con ella has llegado a creer que sus pétalos laten y se desbordan en el éxtasis. C

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El pasado 28 de marzo de cumplieron 75 años de la muerte del poeta español Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942), motivo de relectura y celebraciones diversas. Por ejemplo, esta incursión en su manera de apropiarse, de incorporar a su mirada la poética del Siglo de Oro, del hermetismo gongorino a “la luz de Garcilaso”, con la novedad de sus hallazgos, más el aprecio de sus lectores y compañeros de la Generación del 27.

Miguel Hernández

EL A PR EN DI Z PER PET UO DE L A S FOR M A S ARTURO DÁVILA

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a estela que deja la figura de Miguel Hernández es cada día más extensa. Visitar las miles de páginas críticas que lo estudian constituye una tarea casi imposible. Los 75 años de su muerte han sido motivo para celebrar al poeta oriolano: el rayo de su poesía no cesa. Esbozo algunas reflexiones que han surgido al releer su obra.

EL “ACERTIJO POÉTICO” un día fue arquitectura, fue voz métrica de piedra JOÃO CABRAL DE MELO NETO1

En el prólogo a Perito en lunas (1933), Ramón Sijé adjetivó la poesía de Miguel Hernández de “terruñera”, porque nunca abandonó su Orihuela; de “provincial”, porque le dolía la ciudad, sus tranvías, sus asfaltos; y de “querencioso de pastoreo de sueños” porque como toro, se enredó con la luna, y fue pastor de sueños lingüísticos y sociales. Sin embargo, lo que marca su formación poética fue el encontronazo con la obra de Góngora. Ese deslumbramiento produjo inusitadas imágenes. Pronto se incorporó a la Generación del 27 y se convirtió en un perito en Góngora. Estudió las delicadezas verbales del cordobés, su esgrima retórica, y los exploró con magisterio. En las enigmáticas octavas de su primer poemario imita al maestro barroco en sus más intrincadas texturas. Cano Ballesta apunta que Hernández “describe con virtuosismo neogongorista exquisito una serie de cuadritos, objetos y escenas de la vida real” (57). Vicente Aleixandre resumió esa etapa con claridad: “En esa obra se veía más que nada al prodigioso artífice temprano, cuajadas sus octavas en los últimos efluvios del centenario de Góngora, que todavía había alcanzado a su sanísima juventud” (20). Un ejemplo es paradigmático de su filigrana poética. En las Soledades, Góngora viste a un gallo de sultán celoso, con un turbante púrpura, vigilando a las gallinas de su harén:

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Cuál dellos las pendientes sumas [graves de negra baja, de crestadas aves, cuyo lascivo esposo vigilante doméstico es del Sol nuncio canoro y, de coral barbado, no de oro ciñe, sino de púrpura, turbante. El joven oriolano recupera esa imagen púrpura en su octava XIII, donde retoma al gallo entonando su canto para anunciar el alba —ahora teñida de un aire religioso— y dispuesto a la lucha sensual con las gallinas: La rosada, por fin Virgen María. Arcángel tornasol, y de bonete dentado de amaranto, anuncia el día, en una pata alzado un clarinete. La pura nata de la galanía es ese Barba Roja a lo roquete, que picando coral, y hollando, suma, “a batallas de amor, campos de pluma”. (OC, I, 258). La octava se vale de la perífrasis gongorina y cita un verso de la primera Soledad del cordobés. Otro ejemplo de alusiones y elusiones que invitan al “descifre” es la octava XIV: Blanco narciso por obligación. Frente a su imagen siempre, espumas [pinta, y en el mineral lado de salón una idea de mar fulge distinta. Si no esquileo en campo de jabón, hace rayas, con gracia, mas sin tinta; y al fin, con el pulgar en ejercicio, lo que le sobra anula del oficio. (OC, I, 259). Se requiere conocer la estética de Góngora que, en esos días, Dámaso Alonso desentrañaba en gruesos volúmenes académicos: hipérbaton, arcaísmos, metáforas dobles, metonimias, sinécdoques, recursos y destrezas retóricas que ayudan a evadir el significado del texto. Una evaporación del objeto poetizado, una abstracción hermética de la realidad. Gerardo Diego señala: “No creo que haya un solo lector, que lo

hubiera en 1933 tampoco, capaz de dar solución a todos los acertijos poéticos que propone” (182). Concha Zardoya pensaba que el “tema central se relaciona con la luna, aunque muchas veces se enlaza tangencial o internamente con otras realidades” (53).2 Felizmente, en 1962, Juan Cano Ballesta refirió la existencia de un ejemplar de Federico Andréu Riera, de Orihuela, con los títulos de las octavas dictados por el mismo Miguel Hernández. Prodigioso regalo para la crítica, “por ser de un valor precioso para descifrar su contenido y captar la ingeniosidad y audacia de las metáforas” (57).3 La citada octava XIV llevaba por título “Barbero”. En efecto, el personaje aparece erguido como un blanco narciso, pinta espumas que son un mar distinto y fulgurante, corta —esquilea— lana o vellones en un campo de jabón —espléndida imagen gongorina—, hace rayas mas no usa tinta y, al final, desecha y anula la blancura que sobra en las mejillas del cliente, satisfecho. Un juego verbal afortunado, un “acertijo poético” que se despeja al saber el título que Hernández decidió eliminar para (de)esclarecer el poema. La lírica se vuelve pura y “el mínimo de realidad” que exigía Alfonso Reyes (198) para sostener el poema, se adelgaza al máximo y casi se evapora. Góngora, Mallarmé y Valéry hubieran apoyado los delicados ejercicios de este joven que, a sus escasos veintidós años, se adscribía con plenitud y elegancia a las sutilezas estéticas de los maestros de la evasión verbal.

JESUITA Y CAMPESINO Olvidemos la leyenda de la rusticidad. LEOPOLDO DE LUIS Y JORGE URRUTIA (OPC, 11).

El poeta de Alicante se distingue del cordobés barroco. Góngora fue cortesano, retórico, clerical. Su sensualismo naturista es un ejercicio poético, una actitud estética. Estudió en la Universidad de Salamanca y fue racionero de la Catedral de Córdoba. Frecuentó las cortes de España y sólo pastoreó a sus enemigos literarios. Conoció el campo

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—¡Mira Efrén!... hoy he visto echada majestuosamente una vaca con su lengua roja, grande, colgando como una corbata. Otro día llamaba “cohete vegetal” a la palmera. Todas las imágenes las iba anotando con un simple lápiz de escuela en un papel cualquiera, que luego metía en su bolsillo. (Miravalles, 290). Equiparar la lengua de una vaca a una corbata larga y roja es un ejercicio poético dirigido y moderno. También, cuenta Efrén Fenoll, disparaba con tremenda puntería piedras a las palmeras y bajaba cordones de dátiles, “corazones de azúcar” (ibid.). “En el joven Miguel —anotan Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia— existía una predisposición barroca, y el astro del Polifemo sería una revelación deslumbrante” (34). Ramón Sijé, su compañero del alma, anotó tres cualidades centrales de ese primer libro: “transmutación, milagro y virtud”. (OC, I, 253).

EL ESPEJISMO BANAL ¡Asfalto¡: ¡qué impiedad para mi planta! ¡Ay!, qué de menos echa el tacto de mi pie mundos de arcilla M. H. (OC, I, 376).

Miguel Hernández se instaló en Madrid desde diciembre de 1931 hasta mayo de 1932, en una estancia difícil, un semestre cargado de penas. Regresó a su pueblo natal, hambreado y triste. La segunda residencia madrileña, entre 1934 y 1936, trascurre con mejor suerte. Cano Ballesta señala que, aunque el poetapastor se encontraba “no-sincronizado con la metrópoli”, aportaba algo nuevo a la urbe: “pasión telúrica, aires puros de

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campo, ingenuidad, un clima de autenticidad. Su presencia fue muy pronto advertida” (1975, 130). Madrid le duele, lo lastima el tráfago citadino y la modernidad. En carta a su novia, Josefina Manresa, del 5 de abril de 1935, le refiere su extrañeza: Voy sonámbulo y triste por aquí, por estas calles llenas de humo y tranvías, tan diferentes de esas calles calladas y alegres de nuestra tierra. ¡Lo que voy a sentir no ver las procesiones contigo, darte caramelos con mis labios y besos con la imaginación! (OC, III, 2340).4

“A MIGUEL HERNÁNDEZ LE INCOMODA LA URBE Y EXPRESA SU DOLOR EN HEPTASÍLABOS Y ENDECASÍLABOS RIMADOS. SORPRENDEN LOS ‘BARRANCOS DE ESCALERAS’ Y LAS ‘CATARATAS DE ELEVADORES’, ESPACIOS UBICUOS QUE HOY NOS DOMINAN.” la multitud, a un “dichoso aquel” perplejo, que exclama: “¡Ay, no encuentro, no encuentro / la plenitud del mundo en este centro” (OC, I, 376). Su lamento constituía casi un sacrilegio para los intelectuales del momento, urbanos y cosmopolitas. No obstante, el 25 de noviembre de 1935, en La Voz de Madrid, Juan José Domenchina lo recibió con una explicación elogiosa: “¿Hay algo ilícito en las expresiones de la hermosura? Miguel Hernández nos hace sentir como realidad legítima el triste hecho de que la belleza regüelde” (144). Al joven poeta le falta la verdura de las eras, la “terruñera” vida campesina. Su limonero, su higuera y su ganado. Sus baños en el río Segura, seguidos de un sol robusto sobre la piel curtida. La ciudad es un espejismo banal:

Su relación con la capital española será de amor-odio. La necesita para iniciar su nombradía. Establece profundas amistades —con Bergamín, Aleixandre, Neruda, Altolaguirre, Alberti, García Lorca—, sin ajustarse al asfalto. De esos avatares urbanos surgió un “silbo” —creaciones hernandianas con un eco de San Juan de la Cruz, a la par que su afición a “silbar”—, donde expresa su inadaptabilidad y su angustia. “El silbo de afirmación en la aldea”, un típico Beatus ille de menosprecio a la ciudad madrileña —esa corte moderna—, inicia con audaces líneas en la vanguardia del creacionismo: Alto soy de mirar a las palmeras, rudo de convivir con las montañas... Yo me vi bajo y blando en las aceras de una ciudad espléndida de arañas. Difíciles barrancos de escaleras, calladas cataratas de ascensores, ¡qué impresión de vacío!, ocupaban el puesto de mis flores, los aires de mis aires y mi río. (OC, I, 373).

¡Cuánto labio de púrpuras teatrales, exageradamente pecadores! ¡Cuánto vocabulario de cristales, al frenesí llevando los colores en una pugna, en una competencia de originalidad y de excelencia! (OC, I, 374). El poeta se siente enfermo en el gran teatro del mundo madrileño, en la feria de las vanidades:

A Miguel Hernández le incomoda la urbe y expresa su dolor en heptasílabos y endecasílabos rimados. Sorprenden los “barrancos de escaleras” y las “cataratas de elevadores”, espacios ubicuos que hoy nos dominan. Incluso hallamos destellos futuristas que, aunque negativos, deslumbran:

No concuerdo con todas estas cosas de escaparate y de bisutería: entre sus variedades procelosas, es la persona mía, como el árbol, un triste anacronismo. (OC, I, 376). Con esta fina imagen, Hernández define su estancia en Madrid: antiguo y lejano, anhelando, en fin, “la soledad cerrada de mi huerto” (ibid.). Sin embargo, el cerebro encendido y creador del joven poetiza la ciudad, no la puede eludir. Citemos la primera composición del primitivo Silbo vulnerado, siete versos dedicados a “El aeroplano”:

Y miro, y sólo veo velocidad de vicio y de locura. Todo eléctrico: todo de momento. Nada serenidad, paz recogida. Eléctrica la luz, la voz, el viento, y eléctrica la vida. Todo electricidad: todo presteza eléctrica: la flor y la sonrisa, el orden, la belleza, la canción y la prisa. (OC, I, 375).

Redención del acero: cisne de geometría que en la gloria canta y muere: cigarra del enero y el agosto giganta y transitoria. En el pico una estrella giratoria, por el viento camina, barítono pastor de gasolina. (OC, I, 392).

Su rechazo a la ciudad es casi epidérmico. Lo hiere “el mundo asfáltico” como bien apunta Ricardo Gullón: “Electricidad y fugacidad frente a serenidad y eternidad” (31). El oriolano encarna al exiliado entre

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a través de Virgilio. Angélica y Medoro surgieron del Orlando Furioso de Ariosto. Polifemo fue una elaboración barroca y resurrección de la antigüedad grecolatina. Era un ser literario, grave, intelectual: un letrado entendido y cabal. Por el contrario, Miguel Hernández fue un pastor. A los quince años, tuvo que abandonar la escuela de los jesuitas para cuidar el ganado de la familia. Su padre se enfurecía y lo golpeaba cuando, perdido entre sueños y nubes, descuidaba a las cabras. No quería que leyera ni estudiara. Y sus zapatos nunca se desprendieron de ese (d)olor campesino. No trato de ensalzar al poeta-pastor, lego e inspirado, sino al lector profundo y estudioso, de amplia inteligencia e intuición certera, instalado en medio de la naturaleza. “No hay ingenios legos y Miguel no lo fue”, afirman Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia (10). Miguel Hernández tuvo la suerte de recibir la educación más elitista de España, a manos de los jesuitas en el Colegio de Santo Domingo. Acaso también tuvo la gracia de dejarlos a los quince años, para no volverse un señorito demasiado almidonado. Un talento natural y el menester pastoril ahondan su mirada. Esa azarosa combinación resulta asombrosa: educación jesuita y antigua sabiduría campesina. Gerardo Diego lo notó: “El nuevo poeta venía del agro, y al campo le debe lo fundamental de su inspiración y la razón de ser de su arriscada personalidad artística” (181). Además, una tenaz disciplina y un rigor creativo envidiable. Debemos a su amigo Efrén Fenoll una anécdota de esa temprana imaginación poética:

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En 1936, Miguel Hernández se alista en las fuerzas republicanas para luchar contra Franco.

Aunque es “árbol anacrónico” en la ciudad, imagina que el aeroplano redime al acero. Lo compara con un cisne geométrico que surca la gloria del cielo, con una cigarra transitoria y, en fin, lo personifica, cami nando por el viento como —genial imagen—un “barítono pastor de gasolina”. No se puede pedir una figura más creacionista que este endecasílabo. Miguel Hernández transfigura sus experiencias diarias en sutiles y mágicas imágenes. Juan José Domenchina anota: “Sin propósito de

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aconsonantar los dones característicos de este poeta, no es inútil decir que ‘puericia’ y ‘pericia’ se acomodan en él como pasmo y conciliación de virtudes incompatibles” (143). Desde la ciudad, sin abandonar su huerto en Orihuela y sus lecturas del Siglo de Oro, sintetiza sus contrarios, convierte en virtud sus contradicciones, modela su imaginario y lo ilumina.

EL MAGISTERIO DEL SONETO Este aprendiz perpetuo de las formas, Pretéritas, actuales, ya futuras JORGE GUILLÉN (127).

Conocemos innumerables poemas que Miguel Hernández no incluyó en sus libros. No se pueden tildar de borradores. Algunos son excelentes. Por ejemplo, el primer poema que le dedicó a Josefina Manresa, en 1934, cuando la ve entrar en un taller de costura. Se prende de su palidez y de su cabellera negra. Con timidez, la ronda y la quiere conocer. Un día, decidido, le entrega un soneto escrito con tinta gongorina: Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo, nacida ya para el marero oficio;5 ser graciosa y morena tu ejercicio y tu virtud más ejemplar ser cielo. ¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo dando del viento claro un negro indicio, enmienda de marfil y de artificio ser de tu capilar borrasca anhelo. No tienes más quehacer que ser [hermosa, ni tengo más festejo que mirarte, alrededor girando de tu esfera. Satélite de ti, no hago otra cosa, si no es una labor de recordarte. —¡Date presa de amor, mi carcelera! (OC, I, 479-80). Basta esta muestra de amor y de poesía para señalar el magisterio de Miguel Hernández en el soneto. El pelo oscuro y ondulado. La piel morena y la gracia celeste de la amada. El anhelo de su cabellera abundante —“capilar borrasca”. El amante como un satélite, girando ante la esfera plena de su prometida. Y en hermosa antítesis, le pide a Josefina-carcelera que se dé por presa, que le otorgue señas de reciprocidad al prisionero de su amor. Ella será el catalizador de la poesía hernandiana. Concha Zardoya anota: Ha encontrado el amor único y la mujer única. Ha ido a ella sin vacilaciones, con impulso a la vez ciego y clarividente, con firme determinación del alma y del cuerpo. Ni la guerra ni las cárceles —tristes separaciones— atenuarán la fogosa llama de este amor purísimo, enraizado en la carne y en el espíritu [...] Agónico amor que nada será capaz de atenuar o separar. (18). Los grupos de poemas que nombró Imagen de tu huella y El silbo vulnerado desembocan en un libro magistral, El rayo que no cesa (1936), obra culminante de su ejercicio poético. Rafael Alberti recuerda: Verdadero rayo deslumbrador, revelador, de poeta nativo, sabio. Un rayo

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milagroso, pues lo pensaba uno del revés, surtiendo de la piedra hacia lo alto, escapando, lumínico, de aquel ser tan terreno, desmanotado y hosco. (18). Cifraba la imagen neogongorina —ya sin el preciosismo anterior—, atemperada por la luz de Garcilaso, y agudizada por la fragilidad existencial de Quevedo. Dice Cano Ballesta: “El empaque quevedesco y la perfecta forma clásica del soneto sirven de cáscara que aprisiona una pasión de enamorado trágica y llena de patetismo” (32). Hernández ya ha absorbido y destilado lo mejor del Siglo de Oro. Si bien esta colección cuenta con “un espejo garcilasiano de quejas y lamentos”, según Leopoldo de Luis y Urrutia (210), las composiciones se alejan de “las melancolías eglógicas y de los vuelos místicos” (210), y se impregnan de un tono fatídico y personal. Un aire trágico y quevedesco vincula la experiencia amorosa, la sucesión de instantes que se abisman, y el ser-para-la-muerte que tanto aquejó a ambos poetas con su ominosa sombra. Desde la primera octava del conjunto surge esa fractura, la pena que marcó el destino del oriolano:

“UN AIRE TRÁGICO Y QUEVEDESCO VINCULA LA EXPERIENCIA AMOROSA, LA SUCESIÓN DE INSTANTES QUE SE ABISMAN, Y EL SER-PARA-LA MUERTE QUE TANTO AQUEJÓ A AMBOS POETAS CON SU OMINOSA SOMBRA.” leído el soneto de El rayo que no cesa, que dice: Ya de su creación, tal vez, alhaja algún sereno aparte campesino el algarrobo, el haya, el roble, el pino que ha de dar la materia de mi caja. Ya, tal vez, la combate y la trabaja el talador con ímpetu asesino y, tal vez, por la cuesta del camino sangrando sube y resonando baja. Ya, tal vez, la reduce a geometría, a pliegos aplanados quien apresta el último refugio a todo vivo. Y cierta y sin tal vez, la tierra umbría desde la eternidad está dispuesta a recibir mi adiós definitivo.

Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. (OC, I, 493).

riéndose decía: “Este soneto es de Quevedo. Increíble. Aquí hay un error, dice que es de Hernández”. Y concluyó: “Pero Quevedo habría deseado que fuera suyo.” (OC, II, 533-534).

La negra herida y el diente corrosivo de la muerte rondan este poemario. La ausencia es tan presente que lastima. Un cuchillo que abre, que cercena el interior del poeta, es dulce y homicida a la vez, vuela y brilla, mata y da vida. Lo mismo sucede con el corazón enamorado del poeta que, aunque jubiloso y robusto, se sabe perecedero y antiguo:

Podríamos hacer eco de Carmelo Samonà y adjudicar sonetos, octavas, liras, décimas de Miguel Hernández a Garcilaso, Góngora, Fray Luis, Calderón o Quevedo, sin riesgo a deshonrarlos. Bebió como pocos de las fuentes del Siglo de Oro y en su destreza formal alcanzó cumbres admirables.

Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negro está, y mi corazón, y mi corazón con canas. (Ibid.)

EL CEREBRO DEL POETA EnverdadnohaypoemadeMiguelHernández que no esconda una sorpresa verbal, que no seduzca al oído y procure “halagos sonoros”, como finamente los llama Ricardo Gullón. Su absorción de la retórica clásica y barroca fue contundente. Luis Miravalles se dirigió a Valladolid para entrevistar a uno de los Fenoll, Efrén, “el chico negro que rima con tren” (OC, 303), amigo muy querido del poeta. Junto con su hermano Carlos y su hermana Josefina, Pepito Marín —o “Ramón Sijé”— y otros muchachos, se reunían en la tahona de los Fenoll, en el número cinco de la calle Arriba, para leer poesía y representar obras de teatro.6 Miguel decía de aquel recinto juvenil: “En este horno se hacen versos como panes y panes como lunas” (OC, 303). Ellos fueron los primeros en escuchar sus versos. Efrén lo acompañaba a cuidar las cabras a su huerto y enocasionesabañarsealrío.Recuerdalosviajes de Miguel a Madrid y sus alegres regresos al pueblo. Nos interesa uno en especial:

La mente juvenil, como un balcón de ideas claras y floridas, se sabe mortal. Y su corazón “con canas” se viste de luto. Difícil creer que el poeta cuenta con escasos veinticinco años. Sentimos estupor ante esta conciencia mortuoria, ante el Weltschmerz que lo acompaña. Acaso tenía la premonición del hachazo homicida que lo derribó —tan temprano—, algunos años más tarde. Lo rondan las tres heridas, amor, vida y muerte, en turbulenta conjunción. Francisco Lobera Serrano nos regala una anécdota ejemplar sobre la condición quevedesca del poeta: Deseo recordar aquí al gran maestro y gran hispanista Carmelo Samonà, que pocos meses antes de su temprana muerte, durante unos exámenes orales en la Universidad de Roma, y tras haber

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—Un atardecer oscuro de invierno, en una de sus visitas aisladas desde Madrid, nos cuenta Efrén, yendo al cine los dos, durante el camino me leyó la égloga de Garcilaso y me explicó que el cerebro del poeta es como un prisma encendido, un cerebro poliédrico, capaz de transfigurar lo cotidiano en imágenes, en belleza. (Miravalles, 301). Si bien se maravilló con la obra de Góngora, cuando se acerca el cuarto centenario

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de la muerte de Garcilaso de la Vega, en 1936, “Miguel sustituye el culto a Góngora por el de Garcilaso” (ibid.).7 De familia noble y acaudalada, Garcilaso fue un humanista cabal de educación cortesana. Trajo el Renacimiento italiano a la poesía española. Guarda imperial de Carlos V, murió en Niza en 1536. Garcilaso se disfrazó de pastor y dejó las más célebres églogas del Siglo de Oro. Por el contrario, Miguel Hernández, pastor, lee su obra cuatro siglos más tarde y escribe una égloga en que lo retrata de una manera memorable: Un claro caballero de rocío un pastor, un guerrero de relente eterno es bajo el Tajo, bajo el río de bronce decidido y transparente. (OC, I, 540). Este cuarteto captura la delicadeza del hombre Garcilaso y de su suelo natal. Si atendemos a la idea de Paul Valéry de que el primer verso es un regalo de los dioses, este endecasílabo inicial lo confirma. Miguel Hernández absorbió con maestría la lección del toledano, una de las más finas plumas de la lengua. Con elegancia, dejó plasmada su eternidad, su ilustre posición en la lírica española: El tiempo ni lo ofende ni lo ultraja, el agua lo preserva del gusano, lo defiende del polvo, y lo amortaja y lo alhaja de arena grano a grano. Un silencio de aliento toledano lo cubre y lo corteja, y sólo va un silencio a su persona y en el silencio sólo hay una abeja. (OC, 540). La égloga, publicada por la Revista de Occidente en junio de 1936, deslumbró de nuevo a la comunidad artística. Es una de las composiciones más bellas del oriolano, con líneas suaves y cristalinas, un verdadero “halago sonoro”, brillante homenaje al “caballero de rocío” que reposa a orillas del Tajo, en la Iglesia de San Pedro Mártir, en Toledo.

ELEGÍAS GEMELAS Siempre he pensado que la “Elegía” dedicada a Josefina Fenoll, novia de Ramón Sijé, debería ser parte de El rayo que no cesa (1936). Es un poema admirable. No demerita al dedicado a su “compañero del alma”. Algún día, alguien se atreverá a ponerlo en su lugar. Según Concha Zardoya, el mismo Miguel Hernández lo hubiera querido así. En carta dirigida a Carlos Fenoll, en febrero de ese año, le escribe: Recién editado mi libro El rayo que no cesa, en cuanto me den ejemplares estará entre vosotros. Incluyo en él la elegía a nuestro compañero, que es lo más hondo y mejor que he hecho. Es una edición preciosa [...] Estoy a punto de acabar una segunda elegía sobre la muerte de Sijé y en ella la persona a la que me dirijo es tu hermana. Tengo ya el alma ronca [y tengo ronco el gemido de música traidora... Arrímate a llorar conmigo [a un tronco: retírate conmigo al campo y llora

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a la sangrienta sombra [de un granado desgarrado de amor, como [tú ahora. Caen, desde un cielo [gris desconsolado, caen ángeles cernidos para el trigo sobre el invierno gris desocupado. Arrímate, retírate conmigo: vamos a celebrar nuestros dolores junto al árbol del campo [que te digo. Panadera de espigas y de flores, panadera lilial de piel de era, panadera de panes y de amores...

“MIGUEL HERNÁNDEZ ABSORBIÓ CON MAESTRÍA LA LECCIÓN DE GARCILASO, UNA DE LAS MÁS FINAS PLUMAS DE LA LENGUA. CON ELEGANCIA, DEJÓ PLASMADA SU ETERNIDAD, SU ILUSTRE POSICIÓN EN LA LÍRICA ESPAÑOLA.” sido estrellados por la muerte. Sobreviven retratos que encarcelan la memoria de su amor, y una “lluviosa pena” que inunda de lágrimas la escena. Tal vez algún día veremos las elegías unidas en alguna edición de El rayo que no cesa y escucharemos la dedicada a Josefina Fenoll, con la espléndida voz y la música de Joan Manuel Serrat, como ya lo hizo, magistralmente, con la de José Marín Gutiérrez, “Ramón Sijé”, fallecido en la Nochebuena de 1935. Ojalá. Y este año que se conmemoran los 75 años de la muerte de Miguel Hernández, debemos celebrar —sin elegías— que el hachazo homicida que lo derribó no haya terminado con el manantial claro de su poesía, con el rayo de sus versos que no cesa. C Laney Collage, Oakland

Siento mucho haberla hecho después de haber publicado mi libro: me hubiera gustado incluirla en él también. (OC, III, 2367-68. El subrayado es nuestro.)8 Miguel Hernández sabía de la estatura de ambos poemas y los quería juntos, porque se pertenecen. De Luis y Urrutia asienten en este sentido al señalar: “La Elegía es, en realidad, pareja de la dedicada a Ramón Sijé. Gemela hasta en su forma” (OPC, 251). Se adelantó la edición de Manuel Altolaguirre. Hernández plasmó el dolor que albergaba el corazón de Josefina Fenoll, novia del compañero fallecido y hermana de sus amigos panaderos, Efrén y Carlos. Miguel la llama, con inmensa compasión: “Novia sin novio, novia sin consuelo, / te advierto entre barrancos y huracanes / tan extensa y tan sola como el cielo” (OC, I, 516). El inminente desposorio de los enamorados fue quebrado por la muerte: Ibas a ser la flor de las esposas, y a pasos de relámpago tu esposo se te va de las manos harinosas. (Ibid.).

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Una versión extendida de este ensayo se encuentra en Arturo Dávila, “Meditaciones sobre Miguel Hernández: Los halagos sonoros y el cerebro poliédrico”, en Miguel Hernández desde América, edición de Aitor L. Larrabide y Elvia Ardalini, prólogo de Juan Cano Ballesta, The University of Texas-Pan American Press, Edinburg, Texas, 2011, pp. 79-112.

NOTAS “Encuentro con un poeta”, en Homenaje a Miguel Hernández, traducción de Gabino-Alejandro Carriedo (ver Cabral de Melo Neto, 75) En cuanto a esta octava en particular, Zardoya la clasifica dentro de la “temática metafórica” de Hernández, como un ejemplo de “[v]egetalización de lo astral y de lo inerte: la luna es ‘blanco narciso por obligación’ (xiv)” (53). 3 El invaluable hallazgo, cuenta Cano Ballesta, ocurrió como un “[t]estimonio oral al autor, Orihuela, 11 de enero de 1960”.“l invaluable hallazgo ocurrio como «gaciya la clasifica dentro de su tem 4 Carmen Zardoya indica la fecha del matasellos de esta carta así como también enfatiza esta ansiedad sentida por el poeta durante su permanencia madrileña (20). 5 Ver “marero. (De mar) 1. adj. Mar. Dicho del viento: Que viene del mar. viento marero.” (Diccionario de la Real Academia Española). http://dle.rae.es/ 6 La familia del poeta vivía en el número 73 de la misma calle de Arriba, en Orihuela. 7 Miguel Hernández conocía bien el trabajo de Garcilaso desde antes. Al acercarse su centenario, en 1936, compuso su “Égloga” pensando concretamente en el poeta castellano. 8 Cf. también Carmen Zardoya, p. 24. 1

Con qué elegancia y sutileza se teje la idea del pan, la harina, el trigo y la novia panadera: “A echar copos de harina yo te ayudo / y a sufrir por lo bajo, compañera, / viuda de cuerpo y de alma yo viudo” (OC, I, 517). La “Elegía”, compuesta de veintiún tercetos encadenados y un cuarteto final, recuerda el soneto XI de Garcilaso, en el que incita a las ninfas del río a dejar un rato su labor y a escuchar su lamento: “que o no podréis de lástima escucharme, / o convertido en agua aquí llorando, / podréis allá de espacio consolarme” (en Rivers, 36). Miguel Hernández se duele junto con su amiga: “¡Cuántos amargos tragos es la vida! / Bebió él la muerte y tú la saboreas / y yo no saboreo otra bebida” (OC, I, 517). El poeta le pide a Josefina que deje su labor en la tahona y que, llorando juntos, hagan que nazca hierba de las rocas: Retírate conmigo hasta que veas con nuestro llanto dar las piedras [grama, abandonando el pan que pastoreas. Finalmente, le aconseja que se disponga para velar a su enamorado: Levántate: te esperan tus zapatos junto a los suyos muertos [en tu cama, y la lluviosa pena en sus retratos desde cuyos presidios te reclama (Ibid.). Cierra la dolorosa imagen de los zapatos enlutados en la cama nupcial. Calzados, juntos, en la íntima alcoba, los novios han

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OBRAS CITADAS Alberti, Rafael, “Imagen primera y definitiva de Miguel Hernández”, en Miguel Hernández, edición de María de Gracia Ifach, Editorial Taurus, Madrid, 1975, pp. 18-19. Aleixandre, Vicente, “Evocación de Miguel Hernández”, ibid., pp. 20-21. Cano Ballesta, Juan, La poesía de Miguel Hernández, Editorial Gredos, Madrid, 1962. ____________, “La renovación poética de los años treinta y Miguel Hernández”, en Miguel Hernández, op. cit., pp. 130-138. Diego, Gerardo, “Perito en lunas”, ibid., pp. 181-183. Domenchina, Juan José, “Anunciación y elogio de un poeta”, ibid., pp. 143-145. Góngora, Luis de, Soledades, Editorial Alba, Madrid, 1997. Guillén, Jorge, “A Miguel Hernández”, en Homenaje a Miguel Hernández, presentación y antología de María de Gracia Ifach y Manuel García García, Plaza & Janés, Barcelona, 1975, pp. 127-128. Gullón, Ricardo, “El rayo de Miguel”, en Miguel Hernández, op. cit., pp. 26-35. Hernández, Miguel, Obra Completa (citada como OC), edición crítica de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany, 3 vols., 3a. ed., Espasa Calpe, Madrid, 1992. ____________, Obra Poética Completa (citada como OPC), introducción, estudios y notas de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia, Zero, Madrid, 1976. Luis, Leopoldo de y Jorge Urrutia, “Introducción, estudios y notas”, en Miguel Hernández. Obra Poética Completa, op. cit. Melo Neto, João Cabral de, “Encontro com um poeta” / “Encuentro con un poeta”, en Homenaje a Miguel Hernández, op. cit., pp. 74-77. Miravalles, Luis, “Primeros pasos poéticos de Miguel Hernández”, en Miguel Hernández, cincuenta años después, vol. I, Alicante, 1993, pp. 289-304. Renaissance and Baroque Poetry of Spain, With English Prose Translations, introduced and edited by Elias L. Rivers, Waveland Press, Prospect Heights, Illinois, 1988. Reyes, Alfonso. El deslinde. Obras completas, vol. XV, Fondo de Cultura Económica, México, 1963. Zardoya, Concha. Miguel Hernández (1910-1942). Vida y Obra. Bibliografía. Antología, Hispanic Institute in the United Status-Columbia University, New York, 1955.

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10 LA N OTA NEGRA

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Por

FRANCISCO HINOJOSA

A M O R A L A C A M I S E TA

@panchohinojosah

La Canción # 6

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¿Q

ué es el amor a la camiseta? Vemos un estadio repleto de hinchas, todos con los colores de su equipo, que no paran de gritar, silbar, bailar y cantar durante los noventa minutos del partido. No importa cuál sea el marcador momentáneo: lo importante es apoyar a tus jugadores, festejarlos, levantarles el ánimo y por supuesto abuchear al contrario. Suponemos que ellos tienen ese mismo amor por la camiseta. Cada que anotan un gol se llevan la mano al escudo para hacer partícipes a los demás, no sólo de la gloria de tener un tanto más a favor de su escuadra y de su estadística personal, sino de compartir lo que sus seguidores ansían: un gol. Son raros los aficionados que pueden vestir dos camisetas simultáneamente de su liga o cambiar de un día para otro a la de un conjunto distinto, si no es que rival. En cambio, es bastante común que los futbolistas vistan a lo largo de su carrera varias playeras y sientan en apariencia lo mismo por ellas. Pasan de un equipo al otro, a veces porque son desechables, y otras porque son un producto negociable. Parafraseando a Piporro: With money dancing the love. ¿Por qué se le es fiel a un equipo y no a otro? Muchas veces tienen que ver razones familiares, otras por cuestiones de origen (si soy tijuanense debo ser xolo, aunque quizás en un futuro el sello se venda a otra ciudad), y unas más por diversos motivos, que van desde la empatía, el gusto por el uniforme, la admiración a un jugador o simplemente porque sí. Pero ese sí, suele prevalecer

COMPARTEN LOS PARTIDOS UN PRINCIPIO: LLEGAR AL PODER Y AFERRARSE A ÉL AUN EN CONTRA DE LAS PROMESAS DE CAMPAÑA.

de por vida en el ánimo del fanático a pesar de las adversidades: va a seguir siendo leal cuando obtenga un título y también cuando descienda a la segunda división, cuando gane y cuando pierda. Y si pasamos del amor a la camiseta al amor por una ideología y unos principios, los políticos son más proclives a coquetear con otros bandos, así sean lo más antagónicos posibles, siempre y cuando haya un posible hueso de por medio. With power and money dancing the love. La frase utilizada por Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la foto”, ya es obsoleta. Lo de ahora es salir en distintas fotografías según qué prometa el que maneja al que está detrás de la cámara. Sería difícil imaginar a un combinado Chivas-América que enfrente a otro equipo conformado por Monterrey-Tigres. Mucho más comprender que la derecha y la izquierda se unan en una candidatura común para ganar unas elecciones. Y no se trata de una capicúa en la que los extremos se tocan. Se trata de un oportunismo y una conveniencia que rayan en la perversión: la política se vive y se practica vestida con su uniforme más barato: la grilla. La lógica en la que las izquierdas se unan tendría una coherencia que difícilmente se cumple. Comparten

los partidos un principio: llegar al poder y aferrarse a él aun en contra de las promesas de campaña. Con una buena cantidad de billetes, más promesas y alianzas corporativas, puede nacer un instituto político. En cambio un equipo de futbol que pretenda ascender al primer circuito debe hacerlo desde abajo, con el apoyo de un estadio entregado a sus colores y con perseverancia. Ciertamente hay mucha corrupción documentada en el futbol y en casi todos los deportes, pero en el caso de los institutos políticos ya no se trata de una simple operación aritmética, sino de trigonometría y física cuántica. De escándalo en escándalo, esos por quienes votamos nos sorprenden (¿nos sorprenden?) con sus corruptelas: se apoderan de nuestro dinero, nombran a la cuñada taquimecanógrafa como directora de finanzas, mudan de colores a la mitad del encuentro y la mayoría de las veces quedan en libertad luego de sus latrocinios. Nunca he cambiado de equipo de futbol ni lo haré en el futuro, aun en el peor de los escenarios. En cambio, cada vez que voy a las urnas dudo por quién votar, y cuando lo hago no tiene que ver el amor a la camiseta.

Por ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

The Allman Brothers: Adiós a las jam bands A FINALES DE MAYO falleció Gregg Allman por cáncer de hígado a los 69 años. El compositor, tecladista, vocalista y metodista fue el cuarto miembro de los Allman Brothers Band en morir. El baterista Butch Trucks se dio un tiro en enero. Con ellos también desaparece la segunda jam band americana. La madre que parió esta corriente musical de las jam bands fue The Grateful Dead, cuya gira final ocurrió en 2016. Liderados por guitarristas alucinantes, La Muerte y Los Hermanos compartieron estilos e ideas (reinvención de la música popular, improvisación jazzística, el ritmo de dos bateristas), escenarios y personal como Warren Haynes. Es legendario el palomazo que despacharon juntos en 1970 en San Francisco, entre “Lovelight” y “Dark Star” tocan más de una hora sin cesar. “Los Allman Brothers —escribió Billy Gibbons de ZZ Top— definieron lo mejor

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de la música de Estados Unidos en su momento”. Los hermanos Duane y Gregg integraron el grupo en 1969 con el guitarrista Dickey Betts, el bajista Berry Oakley, los bateristas Butch Trucks y Jai Johanny “Jaimoe” Johansen. Les molestaba el término del “rock sureño”, ellos se consideraban progresivos. Además evitaban a los rednecks, su mejor argumento antirracista era el baterista “Jaimoe”, más negro que el blues que tocaban. Eran una hermandad de blues, country, rock y jazz con la tendencia a improvisar en sesiones eternas. Debutaron en Boston abriéndole a Velvet Underground y sus conciertos eran sold out, pero los primeros discos vendieron poco: TABB con la entrañable “Midnight Rider” y el Idlewild South con la kilométrica “In Memory of Elizabeth Read”. La solución fue un doble en concierto en 1971, At Fillmore East, un clásico entre los diez mejores discos de rock en vivo.

Canciones y versiones enormes como “You Don’t Love Me”, “In Memory of...” y la monumental “Whipping Post”. Llegó la fama, la lana y el reconocimiento a Duane como guitarrista extraordinario, magazo del slide. Pero se mató en su Harley ese año. Entonces todo fue una montaña rusa: sacaron los estupendos Eat a Peach con “Mountain Jam” y Brothers and Sisters con “Ramblin’ Man”, antes de que el bajista Berry Oakley también se matara en su Harley. En 1976, el grupo se metió en un broncón legal por cocaína y heroína, luego del cual surgió la Gregg Allman Band. Se reformaron dos veces más hasta su despedida en octubre de 2014. La corriente de las jam bands hoy es una feria de géneros musicales, pero pocas conservan la esencia como Phish. Los restos de La Muerte Agradecida todavía palomean. Pero ninguna como La Banda de los Hermanos Allman.

LES MOLESTABA EL TÉRMINO DEL “ROCK SUREÑO”, ELLOS SE CONSIDERABAN PROGRESIVOS.

En Fillmore East, marzo de 1971.

16/06/17 7:04 p.m.


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DON T LET THE FUCKERS GET YOU DOWN

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

E

l termómetro marca 45 grados. Podría estar en cualquier lugar. Tijuana, Barcelona o CDMX . Pero no. Estoy afuera de la clase de natación de mi hija. El calor me sube la presión, me pone de mal humor, me requema, hace que sude como enfermo terminal y me deshidrata. Es la razón principal por la que salí corriendo de mis últimos dos matrimonios. No el cambio climático. Tener más hijos. No se me malentienda. Adoro a mi hija. Pero no me veo en ocho, diez años afuera de la maldita piscina transpirando como la gorda de Marylin Manson en coca. Me aplasté rodeado de señoras a leer El vino de la juventud de John Fante. Las doñitas me abastecieron pero bien de miradas de resquemor. Ah, claro, mis tatuajes. Seguro me tomaron por cholo de la Pancho. Pero el horrorizado era yo. Cuarenta, sesenta, de distintas edades y distintos estratos sociales, chachalaqueando, metidas en sus celulares, con abanicos, pero ninguna con un libro en la mano. No soy el paladín de la lectura pero no leen ni en defensa propia. Tiré a león. Estoy acostumbrado. El día que no sea el apestado ese día entonces sí no voy a saber conducirme por el mundo. Cuando salió mi hija de la clase todas miraron con incredulidad que la niña viniera conmigo. Seguro pensaron que era su chofer. Horas más tardes acudí a una tienda de discos. Apenas entré el guardia se me pegó como Boateng a Messi. Al instante me deprimí. No por mí. Soy un cuate de la provincia. Sabía que al tatuarme quedaba estigmatizado. Por él. Aunque me estuviera muriendo de hambre jamás cuidaría los intereses de Carlos Slim. Sólo estaba haciendo su trabajo. Lo sé. Pero existen de chambas a chambas. Preferiría pedir limosna. Pero como dice Fadanelli el mexicano promedio no está para ponerse a discutir si el

MALDITOS CERDOS, LES HE DEJADO UNA FORTUNA EN TODOS ESTOS AÑOS QUE LLEVO COMPRÁNDOLES Y ME TRATAN COMO A UN DELINCUENTE. POR TATUADO. Y MORENAZO DE FUEGO.

El sino del escorpión

Sargento Pimienta es el mejor disco en la historia de la música o para esperar el nuevo libro de Don DeLillo. Mi único consuelo es que en muchos otros ciudadanos están trabajando en otras empresas de seguridad para comprarse el último disco de los Rolling Stones. Me gasté en dos minutos el sueldo que el guardia gana en toda la semana por perseguir ocho horas a cabrones tatuados como yo. No, no soy don billetes. Pero mis penurias son otras. Encima de mi inodoro tengo enmarcado un aviso de desahucio. Si no me pongo al corriente con la renta se me va a echar del departamento. No me siento orgulloso. Tampoco soy un irresponsable. Lo que ocurre es que en este momento de debacle espiritual me siento comprometido a defender mis vicios. Por eso me voy a seguir tatuando. Aunque en las juntas de padres de familia se me vea como un malviviente. Con lo que mi hija me cuenta que llevan sus compañeros de desayuno me hago una idea de lo buen padres que son quienes me miran con desconfianza. Qué clase de hijo o hija de puta envía todos los días a la escuela a su retoño con un hot dog como lonche. Fue la tarde de los desagravios. Antes de

que concluyera el día tuve que ir a Sam’s. La historia se repitió. Sentí como cuando llega el mail de las ofertas de HP a mi bandeja de entrada. Mandé un correo para pedir que no me lo envíen más pero continúa llegando. Lo bloqueé, pero no funcionó. Llamé por teléfono y me juraron que lo arreglarían. Hace más de diez años que no tengo una HP pero su publicidad no falla a diario. El guardia de Sam’s me siguió por toda la tienda lo que duré dentro. No me molesta. No estoy ahí para robar. Ese tiempo ya se acabó. Pero es que de entre todos los trabajos me parece el más indigno. Que un pobre explotado laboralmente por una empresa gringa persiga a otro pobre para que no se coma un cacahuate. Todo porque está tatuado de los brazos. Malditos cerdos, les he dejado una fortuna en todos estos años que llevo comprándoles y me tratan como a un delincuente. Por tatuado. Y morenazo de fuego. La única solución para este tipo de discriminación es que todos estemos tatuados. Así va a ser imposible para uno o dos guardias perseguir a todos los clientes. Eso ocurre en ciudades como El Paso. Donde no sólo no se te ve como ladilla si no que hasta la gente te fisgonea los tatuajes. Toda la ciudad es hommie. Y encima tienen la cultura del tatuaje muy arraigada. Los presumen con orgullo. Tampoco estoy proponiendo que nos volvamos gringos. Dios nos libre. Pero sí que nos tatuemos todos los mayores de 18 años hasta las abuelitas. Ganaremos por mayoría. Pero mientras eso ocurre me seguiré tatuando y ganando el desprecio de mis coterráneos. Porque como dijo The Clash: Go to hell, boys. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

El aleph de los misterios AL FONDO DE SU GRIETA en el muro, el alacrán sacude nostálgico sus libreros polvosos. Hay morbo en limpiar las tapas, repasar contraportadas, reordenar títulos, releer al azar, sorprenderse con los subrayados temblorosos. Esta tarea se trastoca en una suerte de bibliomancia mezclada con terapia cuando el bibliófilo se reconoce en sus textos favoritos, desecha novelas antes imprescindibles, celebra hoy cuentos desapercibidos ayer, se conmueve con poemarios amarillentos o recobra recuerdos ante dedicatorias borrosas. El aleph de los misterios literarios. El arácnido se abocó a estas minucias tras el repaso de nuevas escrituras y lecturas digitales captadas en la red. Desde la construcción de ficciones diseñadas para ser leídas en smartphone o tablet hasta el concurso de relatos Homcrisis promovido por la editorial

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y sitio @saltodepagina, donde con el tema “La tecnología respira” se debe enviar un relato donde aparezca la aerotermia como alternativa a los métodos de climatización por combustión, es decir un sistema limpio de climatización. En la plataforma independiente @ libroensayo, el escorpión lee también sobre el volumen La odisea del libro (Retos digitales), de Antonio PérezAdsuar Belso, donde se interroga: “¿Es posible reinventarnos para seguir conectando con el nuevo lector del siglo XXI y sus preferencias?”, y advierte: “La mutación desencadenada por las redes ha significado un cambio de paradigma cultural ineludible, que hace imprescindible una refundación de la industria del libro”. Este autor funde peculiares capacidades, advierte la promoción, “es un humanista formado

en historia y filosofía y técnico superior de marketing”. En ese mismo sitio se ofrece un curso de “Marketing digital para escritores”, porque “el mundo de la edición de libros ya cambió. Ya no es suficiente escribir una obra literaria grandiosa: ahora hay que saber atraer a los lectores para que la compren”, lee el rastrero con el ánimo destemplado. Pero como el artrópodo participa también del cambio civilizatorio, abraza gustoso el aleph de los misterios digitales. El venenoso apenas asoma la testa cuando piensa con tristeza en añadir un obituario permanente a su sino semanal. Así de constantes son ya los adioses. El 11 de junio falleció Lucinda Ruiz, viuda del poeta Hugo Gutiérrez Vega, quien lamentó “que a los amigos les bastara un segundo para morirse”. El aleph de todos los misterios. C

COMO EL ARTRÓPODO PARTICIPA TAMBIÉN DEL CAMBIO CIVILIZATORIO, ABRAZA GUSTOSO EL ALEPH DE LOS MISTERIOS DIGITALES.

16/06/17 7:05 p.m.


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E l Cultural S Á B A D O 1 7 . 0 6 . 2 0 1 7

CARLO AYHLLÓN “COLOREO LA VIDA CON INSTRUMENTOS” que se presentó en Los Ángeles para trabajar en la película Dodo. Tanto por su obra para cine como por su trabajo de concertista clásico se ha presentado en Canadá, Chile, Estados Unidos, Francia, Suiza, Alemania, Italia, Guatemala y México, y fue seleccionado para el proyecto Hey, Mozart por su “excelente orquestación” en Washington. Ha musicalizado más de una veintena de cintas y series de televisión, así como piezas teatrales. Es egresado de la Escuela Superior de Música del Centro Nacional de las Artes, y sobre el trabajo que realiza para las pantallas, muchas veces silencioso o, mejor dicho, escondido, nos habla en esta entrevista.

Compositor, guitarrista y director de orquesta, Carlo Ayhllón (Ciudad de México, 1981) es uno de los músicos emergentes más atractivos y con una sólida trayectoria en cine, documentales, televisión y música de cámara y orquesta. En días pasados su obra fue nominada a la mejor música original en los premios Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, por el score de la película Las tinieblas (dirigida por Daniel Castro Zimbrón), distinción a la que anteriormente fue nominado por La vida después, La extinción de los dinosaurios y Las elegidas, filme éste último con el que fue invitado al Festival de Cannes, en 2015, mismo año en

Por

ESGRIMA

¿Cuál es el proceso al que se enfrenta un compositor cuando crea música para cine? Una parte de mi filosofía se centra en la participación global en una obra de arte, y esta idea se encuentra bien representada por el cine, que es una conjunción de disciplinas. La música que he hecho para películas surge de entender cómo extraer la esencia de una obra preconcebida, e intentar darle sentido y forma a la mía para integrarla. Sé que al final mi obra va a subrayar una estética o personalidad sonora. Después de ese análisis, elijo un estilo y la instrumentación, y por último trabajo con el director para que la música conviva con la obra cinematográfica. Las tinieblas, película por la cual está nominada tu música al Ariel 2017, tiene una particularidad de tu trabajo, el suspenso. ¿Cuál es la mejor música para este tipo de género? En este filme conviven tanto el suspenso como el terror. Las tinieblas es un drama psicológico, y como tal, incluí ciertos clichés, esos ruiditos para subrayar el suspenso; sin embargo, creo que la música contemporánea es la que mejor va con este tipo de cine. Para esta cinta elegí música contemporánea abstracta, con un registro o influencia de compositores como Gÿorgy Ligeti, Krzysztof Penderecki y Giacinto Selsi. La composición para Las tinieblas es, digamos, experta en música contemporánea. La película transcurre en un espacio apocalíptico, no tiene una temporalidad, es como una metáfora en sí misma, porque no tiene una historia en concreto, habla de varias cosas; por eso, encontrar el significado y una experiencia narrativa y pictórica tiene su chiste y sofisticación. Lo que un músico intenta es crear una estética contemporánea basada en los ruidos de los lugares que suceden en las historias, en sus espacios, y también en el ruido interno de los personajes. Es ahí donde sutilmente entra la música. ¿Cómo un músico explora el ruido de un personaje de cine o literario?

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ALICIA QUIÑONES

Lo más importante es leer el guión, y luego, cuando ves la película, tienes otra lectura y experiencia. Por ejemplo, si un personaje recuerda el perfume de otro, y abre la posibilidad de hablar sobre la sensación que quizá vivió en algún momento de su vida a partir del perfume, ahí se empieza a recrear un personaje desde la música. Pienso, por ejemplo, en qué escuchará en su cabeza, en sus recuerdos, me pregunto cuál es la personalidad sonora de éste o aquél personaje. Si existe un abuso, por ejemplo, de un padre de familia, ¿cómo se podría representar en música ese dolor o abuso?, ¿cómo podrá escuchar edo representar esa sonoridad?, ¿cómo puedo ntimientos con simbólicamente esos sentimientos ruidos contemporáneos? Entonces, la música en cine se convierte en una cuestión pretación sobre muy subjetiva, de interpretación ación, historia u interpretación de una situación, obra. Es un acumulado de ideas muy interesantes, porque a raíz de los significados ógrafo, los escrique tiene el director, el fotógrafo, tores y el músico, se crean puntos de vista estéticos. agen, una histoEn el cine tienes una imagen, cebida... En la ria, una estética preconcebida... creación propia, ¿cuál ess la base de un compositor? La creación propia tienee que ver con las neralmente me necesidades internas. Generalmente tra musical, por baso en “un algo”, algo extra eso coincido tanto con el cine o la literatura. En mis obras para piano y coro mixto suelo inspirarme en alguna o pensanpintura. También lo hago do sólo en música, sin ninguna reativo, referencia. Mi proceso creativo, por decirlo así, comienza por un análisis semiótico de lo quee quiero, y voy contagiando a mii comdades. posición de esas necesidades. odo. Lo Es decir, voy cuadrando todo. ncargan mismo hago cuando me encargan mentales algunas piezas instrumentales para festivales, y tengo que cumplir con cierto tiempo. Mi música en osas, como general piensa en varias cosas, en la aleación química que existe

entre instrumentos. La música es como colorear la vida con instrumentos. Pienso en el público, y sobre todo en poder conmover de diferentes maneras.

MI MÚSICA EN GENERAL PIENSA EN VARIAS COSAS, COMO EN L A ALEACIÓN QUÍMICA QUE EXISTE ENTRE INSTRUMENTOS.”

¿Cómo es la composición en México hoy? Por un lado, la huella digital es irreversible. Y por otro, la música se enfrenta a la lucha entre lo digital y el saber encontrar una resonancia interior para poder generar una música contemporánea más directa, que conmueva. Cada creador explora sus propios intereses. En mi caso, mi búsqueda es una música más sencilla, a diferencia de otros compositores que incluso tienen creaciones matemáticas o crean con bases logarítmicas que no tienen nada que ver con el arte; pienso que crear piezas tan complejas hace que la música se torne un poco fría. Si vivimos en México, en momentos tan violentos, agresivos, donde la sociedad se pierde en medio de muchas situaciones y su crecimiento por una u otra situación está impedido, pienso que la música debe expresar y convivir, debe generar impulsos, sentimientos, y conmover. C

Arte digital > STAFF >La Razón

16/06/17 7:28 p.m.


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