Adiós Bowie

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REDES NEUR ALES

L A INVENCIÓN SILENCIOSA

FERNANDO IWASAKI

UN DUCHA ZO DE VANGUARDIA

ESGRIMA

JUAN CARLOS GONZÁLEZ Z.

El Cultural N Ú M . 3 0

S Á B A D O

1 6 . 0 1 . 1 6

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

L A HERENCIA DEL C AMALEÓN David Bowie ( 1 9 4 7 -2 0 1 6 )

UN ENSAYO DE CARLOS VELÁZQUEZ


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El camaleón de la cultura pop. Una amalgama de sonido, lenguaje y visión donde reinó el extraterrestre, el actor, el andrógino, el performer. Original, polifacético, dotado de un sentido incomparable del glamour y el estilo, David Bowie fue además un pionero de la liberación sexual que en su momento se reconoció lo mismo como gay que bisexual —aunque también ejerció como esposo y padre de familia. Pero fue sobre todo el letrista, compositor y cantante de una serie de discos y temas convertidos en himnos para generaciones. Un fenómeno de la industria que buena parte de la

prensa internacional despidió con el tono reservado a los artistas serios —sin faltar las conciencias ultrajadas por semejante despropósito. Bowie logró evadir los moldes y exigencias del mercado con las armas extrañas del maquillaje, el vestuario, la moda, los golpes de timón, los contrapuntos de melancolía desconocida, en la conformación de un icono por excelencia de la cultura pop. Carlos Velázquez recorre con detalle ese trayecto y propone el Top Ten de su discografía. Lo acompaña un puñado de frases del Camaleón, quien completa el retrato con sus propias palabras.

LA HERENCIA DEL CAMALEÓN DAV I D B OW I E ( 1 9 4 7 -2 0 1 6 ) CARLOS VELÁZQUEZ

E

xiste una postal histórica del mundo del pop: la figura de David Bowie recargado en una pared al final del video de “Where are we now?” Con esa aparición puso fin a diez años de incógnitas sobre su estado de salud. Una década de retiro tácito. Teorías, especulaciones, un supuesto infarto (que en realidad fue una cirugía a una arteria bloqueada en 2004 en Alemania) y otras leyendas acerca de su persona se derribaron con una imagen que te parte el corazón. Un Bowie sin secuelas. Sin evidencias de haber sufrido una enfermedad. Y en la cima de sus facultades musicales. The Next Day, su primer disco en diez años, se convirtió en el regreso más espectacular en la historia de la música. No sólo es su mejor álbum desde finales de los noventa, sino que se ubica entre los cinco más representativos de su discografía. Algo que no se antojaba posible después de trabajos medianos como Hours, Heathen o Reality. Y dentro de una carrera como la que se construyó durante más

de cuatro décadas en activo, parecía que Bowie ya lo había dado todo. Pero todavía faltaba su elegía a Lou Reed, fallecido en 2013. Y Blackstar, su último trabajo, testamento y despedida a un tiempo. “Where are we now?”, el primer sencillo de The Next Day, es una carta de adiós en clave para Lou Reed. Un pieza melancólica que remite sí, a la etapa alemana de Bowie, cuyo fruto fue la trilogía berlinesa compuesta por Low, Heroes y Lodger, pero también a su estancia en esa misma ciudad junto a Lou. El tributo a Reed no se encuentra encriptado en esa canción, se evidencia desde la portada de The Next Day: una intervención a la de Heroes. Que si bien esto podría parecer una genialidad de Bowie, no fue su idea. Lou lo hizo primero. Al utilizar la portada de Transformer y alterarla para dar vida a la de su disco The Blue Mask. Todo apunta a que desde que diagnosticaron las deficiencias hepáticas en Lou, Bowie pensaba en él. Pero detrás estaba toda la sombra de incertidumbre en la que

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

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D AV I D B O W I E : “ H A S I D O U N B U E N V I A J E ” - R E C O R T E S D E P R E N S A -

nos tuvo diez años. Qué ocurrió en su vida durante su ausencia. Repensó a Lou y una vez más hizo algo de lo que mejor sabe hacer. Vampirizar la obra de otros y endilgarles el sello Bowie. En el video de “The stars (are out tonight)”, segundo sencillo de The Next Day, en la pequeña intro antes del arranque de la canción, Tilda Swinton dice una frase que Bowie repite: “We have a nice life”. El mensaje que envía esta pista es el siguiente: quizá en el futuro las cosas puedan no resultar afortunadas. Que mirado a la distancia de estos dos casi tres años parece un corte de caja por parte de Bowie. Una recapitulación sobre su figura. Consciente de su peso dentro del mundo de la industria. De estas pistas nos seguiría inundando Bowie hasta su muerte el pasado 11 de enero. Nothing Has Changed, título de su último recopilatorio, arrojó una doble lectura que no supimos interpretar. Por una parte la que alude a un triunfo. Sigo siendo Bowie. Pero la otra que nadie sospechó: que nada había cambiado en relación a la salud física del cantante.

EXTRAVAGANCIA ESPACIAL Desde la irrupción de “Space Oddity”, canción que narra el lanzamiento al espacio de Major Tom, un personaje de ficción que ya forma parte del inconsciente colectivo, una especie de Tom Sawyer del nuevo milenio, Bowie estableció una manera distinta de encarar la música popular. Sus fantasías se alejaban del rock psicodélico que dominaba la escena y del jipismo de la década de los sesenta. Una obra que tiende puentes más con la ciencia ficción que con el mundo interior que dominaba la época. Bowie como un producto retorcido salido directamente de una historia de Arthur C. Clark. El ensimismamiento del que se era objeto, contra el que Bowie se reveló diciéndonos que hay un universo fuera, lo llevó

“Fui un adolescente terriblemente tímido, aislado. No tenía el valor para cantar mis canciones en el escenario. Decidí hacerlo disfrazado para no pasar por la humillación de subir al escenario y ser yo mismo.” —Musician, 1983.

hasta el extremo con la creación de uno de sus tantos y tan variados alter egos: Ziggy Stardust. El extraterrestre bisexual y rockstar. El nietzscheanismo al límite. Alienígena, demasiado alienígena. Por lo anterior resulta paradójico que Bowie haya muerto de cáncer. Una enfermedad en extremo humana. Este oscilar entre el cielo y la tierra fue su obsesión durante sus primeros años. Si en “Space Oddity” contaba la exploración de una parte de la galaxia, aterrizó en “The man who sold the world” sólo para dar el salto a Ziggy Stardust. Para renunciar a lo humano y abrazarse al alien. Con un quinto álbum con el que Bowie sacudió al arte más allá del ámbito musical. La teatralidad implícita en el personaje que creó lo llevó a decir que más que un músico quizá era un actor. Palabras que más de cuatro décadas después, con lo sucedido alrededor de su muerte cobran un nuevo significado. Esta declaración, soltada a la ligera en 1972 con un toque de ingenuidad, pero sin duda polémica, no era sino una prueba innegable de que más allá de performance existía un músico serio. Que además se burlaba del espacio que ya había conseguido en el espectro del pop. Pero a la vez lanzando cuestionamientos pertenecientes a otros ámbitos, como la ciencia, al preguntarse en Hunky Dory si existía vida en Marte. Conceptual y futurista, Bowie fijó en “Moonage daydream” la idea sobre la cual giraría toda su carrera. “I’ll be a rock’n rollin bitch for you”. Esta oración, que es, como todo en Bowie, anfibológica, atañe a la burla sobre la trivialidad de la estrella del rock, pero también es una declaración de principios. El músico serio, el ideólogo, el pensador, se entregó a nosotros. Fue la puta del rock por nosotros. Y de aquí se desprenden todas sus metamorfosis. Literalmente Bowie puteó con el rock and roll. Pero desde un dominio único del pop. La promiscuidad en la música se llama David Bowie. Este periodo prolífico se conoce como “Five years”. Título además del

“BOWIE ESTABLECIÓ UNA MANERA DISTINTA DE ENCARAR LA MÚSICA POPULAR. SUS FANTASÍAS SE ALEJABAN DEL ROCK PSICODÉLICO QUE DOMINABA LA ESCENA Y DEL JIPISMO DE LA DÉCADA DE LOS SESENTA. UNA OBRA QUE TIENDE PUENTES MÁS CON LA CIENCIA FICCIÓN QUE CON EL MUNDO INTERIOR QUE DOMINABA LA ÉPOCA.”

“Me gustaría reemplazar todas las partes de mi cuerpo con equivalentes plásticos. Así no envejecería.” —Music Scene, 1973.

“Siempre tuve la necesidad imperiosa de ser algo más que un humano. Me sentía muy insignificante como ser humano. Y pensé: a la mierda, quiero ser sobrehumano.” —Flavorwire.

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“Cuando era niño, yo era el primero del vecindario en tener el disco más reciente, y lo botaba rápidamente si comenzaba a gustarle a alguien más. Todavía me gustan la música, el arte y la literatura que tocan áreas del inconsciente poco estimuladas.” —USA Today, 1990.

primer track de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. Un lustro en el que grabó, además de los ya citados, Aladdin Sane. Álbum que en su momento no fue abrazado por la crítica con la convicción que había tenido sobre Bowie. Pero que escuchado a la distancia no hay duda que es una de sus obras maestras. Con las potentes y deslumbrantes “Panic in Detroit”, “Cracked actor” y “The Jane Genie”. Pero que más allá de lo estrictamente musical creó una de las iconografías más poderosas de la historia del pop. El rayo rojo y azul que surca la cara de Bowie en la portada del álbum. Si con Ziggy y el glam inherente había marcado una tendencia en el mundo de la moda, con el rayo universalizó y puso al alcance de todos la indumentaria pop. Aunque las plataformas fueran parte importante del look ya no eran indispensables para identificarse. Con un poco de maquillaje en la cara a partir de Bowie ya somos legión.


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“La música me ha dado unos cuarenta años de experiencias extraordinarias. No puedo decir que las tristezas de la vida o los episodios trágicos hayan disminuido a causa de ella, pero me ha permitido muchos momentos de compañía cuando

he estado solo, y un medio sublime de comunicación cuando he querido acercarme a la gente. La música ha sido mi portal de la percepción y la casa en la que vivo.” —Berkeley College of Music, Boston, Massachusetts, 1999.

CONSERVA TU OJO ELÉCTRICO EN MÍ La etapa “Five years”, que incluye no cinco sino seis discos, los antes mencionados y el debut David Bowie de 1967. Un trabajo que considera alejado estéticamente de su nueva visión hasta ese momento. “Five years” pone de manifiesto una más de las premisas en las que Bowie basará su carrera. La de un artista que trabaja por bloques. A la manera de un novelista, su trayectoria estará concebida a partir de trilogías, tetralogías, etcétera. Su obra escapa a los planteamientos del pop común. Pero a la vez posee una visión del mercado sabia. No importa el grado de conceptualización, publicaba sus obras de manera individual. Y nadie como él se aprovechó de las nuevas tecnologías. Hasta tal punto llevó la vanguardia. Bowie caminó al mismo paso de los avances tecnológicos. Lo demuestra “Blackstar”, el primer sencillo de su último disco. La versión original del tema duraba más de once minutos, pero la redujo a 9:57 porque iTunes no postea singles que rebasen los diez minutos. Bowie fue inflexible a la hora de escoger su primer sencillo. Pero no lo fue para adaptarse a la plataforma que lo difundiría. “Moonage daydream”, piedra angular de los postulados de los primeros años de Bowie, incluye el verso “keep your ‘lectric eye on my, babe”. La referencia a un robot. Resulta imposible no asociar esta imagen con el robot por excelencia de la ciencia ficción: Hal 9000 de Odisea 2001. Pero habla también de la necesidad que sentía Bowie por prostituir el rock & roll. Estaba demasiado consciente del papel y del rango que estaba alcanzando el género dentro del mundo del arte. Y que la fugacidad era la principal característica del presente. Por lo que se apetecía el cambio. Al concluir el periodo de “Five years” observamos cómo, más que una ruptura, Ziggy evoluciona hasta convertirse en un ser mitad alienígena mitad humano. Algo indefinido. Así lo constatamos en Diamond Dogs. Quizá el álbum con la portada más fea de su discografía. En la que vemos a un Bowie indefinido. Que pese a haber renunciado al personaje sigue en guerra con la idea de proyectar una forma humana.

BACK TO SOUL Entonces ocurriría lo indecible. Bowie daría un giro de ciento ochenta grados a su propuesta musical. Las transformaciones de su primera etapa se habían presentado todas dentro de la visión rock.

“Cada vez que grabo un disco tiendo a llevarlo al suicidio comercial porque suelo rebelarme contra el último disco que hice, en especial si fue exitoso. Creo que es para

Partiría la década en dos al incursionar en el soul. Realizaría un viaje a la inversa al emprendido por Dylan la década anterior. Que se inspiraría en el blues blanco británico para modelar su sonido eléctrico. Bowie se instalaría en Filadelfia para confeccionar su british soul. Young Americans además de emblemático marca otras dos vetas que exploraría a lo largo de su vida. La primera, que el músico estaba dispuesto a trabajar con géneros a los que se le suponía ajeno. Por esos sus transformaciones no se circunscribían únicamente a la figura del frontman eternamente enclavado en sí mismo. Y la segunda, que haría de la colaboración un sello distintivo. Y qué mejor manera de continuar esta tradición después de su relación con Lou Reed e Iggy Pop que con el ex Beatle John Lennon. Con quien grabaría la canción “Fame”. Una vez más Bowie deja claro que es un músico serio y uno de los mejores de su generación. Si las hamburguesas para el apocalipsis que producía la saga de Ziggy pusieron de relieve a Bowie en este lado del continente, Young Americans lo consagró en Estados Unidos. También se relevaría como un scout a considerar. Incorpora a Luther Vandross. Ocupando el lugar de un padrino de peso en la industria. Acción que repetiría la siguiente década al darle una oportunidad a un desconocido Stevie Ray Vaughan, al invitarlo a tocar el solo de guitarra en el track “Let’s dance”. El éxito de Young Americans radicó en que trascendió el anecdotario. No es una mera curiosidad pop. El álbum de un turista que viajó a Estados Unidos a darse un baño de negritud. El poderío del disco está a la altura de las pretensiones de Bowie. Por si no había quedado instituido con toda la obra anterior, éste álbum evidenció a Bowie como uno de los músicos más ambiciosos de la historia. Y sin asomo de parodia o manierismo. Puro power blanco soul. Su siguiente paso fue Station to Station. El álbum que marca su transición hacia el sonido que adoptaría la herencia de Kraftwer y el Neu rock. El trabajo deslumbra por su calidad pero sobre todo porque durante nueve discos Bowie se mantiene en la cima. Del 69 al 76 ha sacado una placa por año de altísimo nivel. Y hasta el momento no evidencia cansancio musical. Existe un agotamiento de estilo de vida. Su relación con la cocaína pasaría por uno de sus momentos más apasionados. Era oficial, era imparable. En menos de una década había lanzado diez discos, si contamos el debut y Pinups, una colección de covers. Proezas así sólo las realizaban los Beatles.

mantenerme en el borde de un desfiladero, porque si me siento demasiado cómodo, escribo terriblemente mal, hago canciones horribles.” —Record Collector, 1993.

“LA TRILOGÍA DE BERLÍN” En Please, Kill Me, la biografía oral del punk de Legs McNeil y Gillian McCain, se narra cómo Lou Reed y Bowie se establecieron en Alemania para grabar Transformer. Años después Bowie retornaría para vivir en el país y de paso confeccionar un trío de álbums, conocidos como “La trilogía de Berlín”, en compañía de Brian Eno. Muy probablemente ésta y la de Dylan (Bring it all Back Home, Highway

“YOUNG AMERICANS EVIDENCIÓ A BOWIE COMO UNO DE LOS MÚSICOS MÁS AMBICIOSOS DE LA HISTORIA, SIN PARODIA O MANIERISMO. PURO POWER BLANCO SOUL.”

“La peor broma que te puede hacer Dios es volverte un artista, pero un artista mediocre.” —NME, 1980.


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“Mis actuaciones tienen que ser experiencias teatrales tanto para mí como para el público. No quiero desechar mis fantasías con el fin de subirme al escenario. Quiero que suban al escenario conmigo.” —Glastonbury Festival, 2000.

“Toda lista de consejos que puedo ofrecerle a un músico termina con ‘Si te da comezón, ve a ver a un doctor.’” —The Big Issue, 1997.

“Sé que he escrito sobre los mismos temas durante treinta y cinco, casi cuarenta años. En mí no hay lugar para el cambio. Todo es melancolía, desesperación, temor, aislamiento, abandono.” —BBC, 2002.

61 Revisited y Blonde on Blonde) sean las trilogías más importantes en la historia del rock. Quizá la crítica se divida al momento de evaluar las distintas etapas de Bowie. Pero es probable que lo alcanzado por el cantante en Low y Heroes sea la cumbre más alta. No así con Lodger, el disco que cierra. Subestimado, pero que conserva la estela de experimentación que Bowie ha arrastrado por tantos años. Un trabajo que desmerece a ojos de algunos por no contener canciones tan significativas como los anteriores. Para cualquier artista, incluido el mismo

Foto > Especial

“HABÍA PASADO BASTANTES AÑOS EN LA CIMA Y CON UN NIVEL DE EXIGENCIA QUE REBASABA EL ÁMBITO DE LO HUMANO. A ESTAS ALTURAS YA NO ERA UN SECRETO QUE BOWIE ERA UN GENIO.”

Bowie, es difícil competir con un himno como “Heroes”. Después del soul, de la exploración de las raíces, Bowie necesitaba apuntalar la vanguardia. Y supo encajar la transición de la música orgánica hacia los sonidos electrónicos. No fue el inventor de la música inorgánica pero sí uno de los responsables de que se masificara. Se nutrió del neu y del kraft y los combinó con un arte que dominaba como nadie: el pop. Desde los primeros segundos de “Speed of life”, primer track de Low, el escucha puede percibir que no es sangre lo que escurre ahí. Es aceite. Es un sonido perturbador. Qué manera de arrancar un álbum para un artefacto pop. Con una pieza instrumental. De esos lujos que sólo Bowie se podía dar. Quizá una de las grandes virtudes del cantante fue que siempre estuvo al servicio del pop. “Sound and vision” es el ejemplo perfecto de la inclinación electrónica a los pies de la pieza con una duración de tres minutos. Los tintes de electrónica que salpicaron su obra obedecían al formato del pop. Los excesos de Bowie eran esos. No excederse. Contener. Los remixes de su obra casi siempre corrieron a cargo de otros. Y cuando Bowie expandió el tiempo de duración de un sencillo lo hizo desde otros géneros. Como por ejemplo en “Blackstar”, más cercana al jazz. “Always crashing in the same car”, otra de sus grandes canciones, plantea esa vertiente nietzscheana sobre la que descansa la obra de Bowie: la idea del eterno retorno, su nothing has changed. Tras “La trilogía de Berlín”, la relación entre Eno y Bowie se desgastó. Pero como siempre nos estrellamos en el mismo carro, durante los noventa volverían a colaborar en Outside. Si algo caracteriza a Bowie es su congruencia. Jamás traicionó los principios que exhibía en su obra. Alrededor de su relación con Eno, sobre todo a finales de los setenta, penden muchas leyendas. En los créditos finge como músico, pero se dice por ahí que fue productor, aunque la figura de Visconti sea la que se reconozca como tal. Esto, como todo en el planeta Bowie obedece al misterio que envolvía sus pasos. Enigmas que conservó hasta el momento de su muerte. Una cosa era evidente. Bowie había llegado a un punto del que le costaría reponerse. Había pasado bastantes años en la cima y con un nivel de exigencia que rebasaba el ámbito de lo humano. A estas alturas ya no era un secreto que Bowie era un genio. “Blackout”, track de Heroes, uno de los más bonitos de su cancionero, sería retomado en “Lazarus”, el segundo sencillo

“Soy una estrella instantánea. Sólo añade agua y agita.” —Who’s Who in the Movies, 2003.

05 “La fama no te consigue nada más que una buena mesa en un restaurante.” —Performing Songwriter, 2003.

de Blackstar, su último disco. Una vez más, aunque no tan rockero si se quiere, Bowie hacía uso, como en The Next Day, de Heroes. “I’ve nothing to lose”, dice en “Blackout”. La idea se repite en “Lazarus”. “I’ve got nothing left to lose”, dice en la segunda estrofa. Esta canción parece una oscura gema, la estrella negra que habita en la mente de Bowie. La similitud entre blackout y blackstar puede servir a una de esas especulaciones que tanto somos dados a realizar en torno a la obra de Bowie. Con un pie en la muerte, durante la grabación de sus últimos dos discos parecía que Bowie pensaba todo el tiempo en 1977. Por qué razón. Otro de los misterios de Bowie que ocuparemos los siguientes años en tratar de descifrar.

SCARY MONSTERS Las reducidas ventas de “La trilogía de Berlín” impactaron en Bowie. Además de experimental e innovador, era un artista mainstream. Y su objetivo era conseguir un equilibrio. Y éste aconteció con Scary Monsters (and Super Creeps). No es fácil que Bowie se derrotara. Ya el tiempo vendría a situar en su lugar a Low y Heroes, como finalmente ocurrió. Con Lodger no ha pasado, y quién sabe si se dé. Pero no era momento de sentarse a esperar que la gente saliera a comprar el álbum. Que la siguiente generación de músicos por nacer pusieran a Heroes en el altar que ahora está. Bowie tenía que ponerse a componer canciones. Y su respuesta a la incomprensión de un gran sector de su público fueron tres canciones entrañables: “Scary monsters (and super creeps)”, “Ashes to ashes” y “Fashion”. Esa fue su venganza.

LET’S DANCE Bowie fue un artista que poseía la virtud de hacer que su público creciera con él. Muchos fans se quedaron en el camino por los giros insospechados que el artista tomaba. Pero un número importante de seguidores ya había comprendido que a Bowie le encantaba el riesgo. Sin embargo, la década de los ochenta y los principios de los noventa no fue una etapa precisamente gloriosa para él. Su últimas dos grandes canciones fueron “Let’s dance” y “Modern love” de Let’s Dance. Este álbum que muchos consideran el inicio de una era condenable, ha terminado por ocupar un lugar en el corazón de la gente. El auge del metal en los ochentas estaba diseñando otro tipo


“Escribo principalmente sobre sentimientos muy personales y algo solitarios, y los exploro de manera diferente cada vez. Lo que hago no es intelectual, ¿sabes? Soy un cantante de pop, por Dios santo.” —GQ, 2002.

“Hace mucho tiempo tuve que resignarme al hecho de que no soy muy articulado para explicar las cosas que siento. Pero mi música lo hace por mí. En las cuerdas y melodías está todo lo que quiero decir. Las palabras juegan solas. Siempre ha sido mi manera de expresar

de público para el que Bowie no era un referente. Una fracción de la audiencia no se permitió aceptar a un Bowie que coqueteara con la música disco. Otra vez, sí, otra vez le pagamos con esa moneda que tanto nos gusta pagarle al artista: la incomprensión. Pero basta que suene “Let’s dance” o “Modern love” en una fiesta para que las personas bailen hasta reventar. Quién ganó al final, entonces. A partir de este punto, hay una apatía por la producción de Bowie. Estaba atravesando un bache. Por fin había llegado el cansancio. Y quién sabe si una crisis creativa, porque álbums publicó. Pero ya no era El Rey David. El que dictaba el rumbo de la música. No importaba que hubiera ochentizado “China girl”. Tonight, Never Let me Down y Black Tie White Noise fueron discos de oro. Pero algo faltaba.

LOS CUATRO GUITARRISTAS DEL APOCALIPSIS Pocos artistas como Bowie pueden presumir una nómina de guitarristas como los que lo acompañaron en sus distintos grupos. El primero fue Mick Ronson. Responsable en gran medida del sonido que consiguió en The Rise and Fall of Ziggy

lo inexpresable. Creo que he llegado a un estado de paz con mi escritura que no había experimentado antes. Creo que en los próximos años escribiré algunas de las cosas más valiosas. Ahora confío plenamente en mis capacidades.” —Livewire Interview, 2002.

Stardust and the Spiders from Mars. Carlos Alomar, de raíces puertorriqueñas, salido de la orquesta de James Brown. Fue el encargado de diseñar el riff de “Fame”. Robert Fripp, miembro de King Crimson y quien pasara a la historia como el guitarrista del álbum Heroes. Reeve Gabrels, que sería compañero de banda de Bowie en Tin Machine, y quien aportaría el sonido al mejor disco de Bowie desde Scary Monsters, quince años atrás: Outside.

NATHAN ADLER

“Es verdad, soy bisexual. Y no puedo negar que le he sacado provecho. Supongo que es lo mejor que me ha pasado. También ha sido divertido.” —Playboy, 1976.

David Lynch pusieron a Bowie donde más le gustaba estar. En un lugar donde era indispensable para entender el pop contemporáneo. “Strangers when we meet”, más las anteriores, junto al remix de “Hello Spaceboy” por parte de Pet Shop Boys, reinsertaron a Bowie como protagonista indiscutible de la industria. En diez años volvía a ocupar un puesto privilegiado. El post-grunge le sentó inmejorablemente.

TERRÍCOLA

Outside marca varios regresos en el quehacer artístico de Bowie. Vuelve a colaborar con Brian Eno. Retoma el formato de álbum conceptual. Y ensaya otro alter ego. El detective Nathan Adler. Un personaje que encarna Bowie pero al que no lleva a la vida pública como los anteriores. Firmado como 1. Outside suponía otra ola de discos en serie. Una trilogía cuando menos. Pero no se le otorgó continuidad al proyecto. Sin embargo, el disco lo reinstaló en la primera línea. Con Reeves en la guitarra y Mike Garzon en el piano, como base. Más la mano caliente de Carlos Alomar y la presencia de Eno en el synte. Y por supuesto como coproductor del disco con el mismo Bowie. La inclusión de “The hearts filthy lesson” en la película Se7en de David Fincher y de “I’m deranged” en Lost Highway de

Dos años después, Nathan Adler sería sepultado por la aparición de Earthling. El otro titán de Bowie de la década de los noventa. Atravesaba por un momento de esplendor creativo. El álbum fue producido por el mismo Bowie, Reeves y Mark Plati. Exhibe un sonido junglero y post-industrial. Ofrece una relectura del sonido de Nine Inch Nails. Y la banda que lo acompaña es un dream team. A Reeves y a Mark se le suman la bajista Gail Andorsey y el baterista Zack Alford. Un grupazo. En 1997, con este disco en el mercado, Bowie cumplió 50 años. Lo celebró con un concierto en el Madison Square Garden. Con invitados de lujo: Sonic Youth, Foo Fighters (con una interpretación con tres baterías de “Hello Spaceboy” sobre el escenario), Lou Reed, Frank Black, Billy Corgan y Robert Smith. El concierto fue transmitido por HBO. Pero para mala fortuna nunca fue editado en video o disco. Ahora que Bowie ha partido y con todo lo que nos falta por descubrir, éste debería ser un documento a ponerse a la venta. Bowie con su capa estilo El Principito y con la bandera de Inglaterra dominando la escena musical contemporánea.

NEW KILLER STAR

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Tras Earthling Bowie volvió a caer en el marasmo. Otro bache no tan grave como el de la década de los ochenta, pero tropezón al fin y al cabo. La publicación del soso Hours desconcertó a la audiencia. En la portada aparece un Bowie sosteniendo a otro Bowie moribundo. Una nueva metamorfosis. Pero desafortunada hasta la médula. Al paso de tres años consiguió reponerse con Heathen. La crítica lo trató bien y en Estados Unidos el disco se vendió como ninguno otro de Bowie desde Tonight. Y pese a que posee grandes tracks: “Slow burn”, “Sunday” y “Slip away”, más el enorme cover que hace a “Cactus” de Pixies, el disco no consigue sacudirse ese tufo de ser uno más de transición. Hacia dónde. No se veía claro. Hasta la irrupción de Reality. Un


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“Yo quise mucho a John (Lennon). Recuerdo que un día le pregunté qué pensaba del glam rock y me contestó: ‘Es el pinche rock and roll con lipstick’.” —Telegraph, 1997.

“Se hablaba muy poco del poder gay o bisexual cuando aparecí yo. Ingenuamente, puse todo el asunto sobre la mesa. Nunca, nunca escuché la palabra gay cuando llegué por primera vez a Estados Unidos. Se necesitó algo de exhibicionismo y algunos rumores sobre mi persona para que los gays

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dijeran: ‘Desconocemos a Bowie’. Y lo hicieron, claro. Sabían que yo no era eso por lo que ellos luchaban. Nadie entendía mi modo de vestir europeo y que asumiera una identidad asexual, andrógina. La gente se escandalizaba: ‘¡usa maquillaje y ropa de mujer!’.” —Playboy, 1976.

“Fui increiblemente promiscuo. Y creo que ahí lo dejamos.” —Friday Night with Ross and Bowie, 2002.

THE NEXT DAY

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trabajo que posee una joya: “New killer star”, pero medianón. Un disco más de esos que dejan mal parado a Bowie. Tras Reality sobrevino un silencio creativo que se extendería casi diez años. Y también un retiro gradual de la vida pública. Se le vio por última vez en un escenario en 2006. Después Bowie y el mundo tomarían distancia.

BOWIE PRODUCTOR Afirmar que Bowie es muchos Bowies sólo es una obviedad. Pero dejando de lado sus alter egos, y sus numerosas reencarnaciones, destaca su faceta como productor. En particular de dos príncipes del punk. Lou Reed e Iggy Pop. Tanto en Transformer como en The Idiot, qué visión de Bowie para participar en la creación de dos discos considerados ahora clásicos, podemos ver al Bowie detrás de la consola al servicio de la música. Hacer coros y segundas voces sin miramientos de ego. Lo relevante era que para presumir en 1972 que quizá no era sólo un actor, sabía más que cantar. Podía desempeñarse hasta como ingeniero de sonido.

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Si Bowie lo hubiera deseado hubiera podido dedicar su vida a producir. Lo hizo en sus álbums. Pero no se adentró demasiado en la obra de otros. De haberlo hecho quizá hubiera estado a la altura de Phil Spector.

EL COLABORADOR INCANSABLE A Bowie jamás le asustó nada en términos musicales. Comparte con Lou Reed un poco la incomprensión de su obra. Cuando salió Berlin fue un fracaso en ventas. Heroes corrió con suerte parecida. Aunque no recibió el rechazo de su disquera como en el caso de Reed. Es probable que sucesos de este tipo le quitaran a Bowie el miedo a meter las manos en las obras de otros. Desde su estatura prestó su talento a numerosos colegas. Siempre estuvo en los mejores momentos del pop. Siempre salía en la foto. Tanto con los músicos que tocaron en el concierto por sus cincuenta años, como con los mencionados, más Mick Jagger, hasta el dueto con Placebo en “Without you I’m nothing”. Y a últimas fechas, con Arcade Fire, en “Wake up”. El auténtico padrino del pop.

“LA ESTRELLA NEGRA. LA QUE SE HA APAGADO O ESTÁ PRÓXIMA A APAGARSE. LA ESTRELLA CALCINADA POR EL CÁNCER... LA MUERTE DE BOWIE FUE UN ACTO DE PRESTIDIGITACIÓN. NOS ANUNCIÓ SU PARTIDA.”

La historia se detuvo en Reality. Y nadie hubiera podido predecir lo que ocurriría, aunque se tratara de Bowie. The Next Day: catorce canciones (en su versión de luxe) sin desperdicio. No existe en todo el disco un solo track que no sea espectacular. Una placa perfecta. Redonda. Bowie is back, sentimos en ese momento. Disco del año en 2013. Y esa imagen de Bowie al final del video de “Where are we now?” diciéndonos lo que anhelábamos escuchar: Bowie está vivo. Está bien. Y sólo alguien como él podía sacar un álbum así. Todos los rumores dejaron de interesarnos. Los rumores de un supuesto cáncer ya habían aparecido. Pero nadie los tomó en serio. La buena nueva de The Next Day se extendió a una versión doble que incluía un remix de “Love is lost” por parte de James Murphy de lcd Soundsystem. Bowie continuaba con esa vocación de aliarse con los mejores músicos del momento. Bowie era Bowie. Una aproximación más al nothing has changed. Todo estaba en orden. Aunque nos acompañara la melancolía por la muerte de Lou Reed. Existe un ánimo de celebración en The Next Day. No todo es atmosfera sombría. Quizá era una manera secreta de Bowie de transmitirnos una recuperación. Me atreveré a faltarle al respeto. A decir que en la imagen del video luce rabiosamente sano.

BLACKSTAR El anuncio de un nuevo disco nos mantuvo a la expectativa. Gracias a The Next Day, que Bowie sacara nuevo material se convirtió en lo que debería ser. Un acontecimiento cultural. El primer track conocido “Sue (or in a season of crime)” no fue tan revelador como los primeros dos sencillos. “Blackstar” era una especie de código. “I’m a blackstar”, sentenciaba. Un símbolo que nos remite a la Biblia. Pero que como todo en Bowie siempre tiene varias nomenclaturas. La estrella negra. Por el llamado de la oscuridad. Pero también la que se ha apagado o está próxima a apagarse. La estrella calcinada por el cáncer. La muerte de Bowie fue un acto de prestidigitación. Nos anunció su partida. En el segundo sencillo, “Lazarus”, clama “I’m in heaven”. Pero en el video, estrenado el pasado 7 de enero, vemos al final a un Bowie que se encierra dentro de un armario y él mismo cierra la puerta. No la naturaleza, no la enfermedad, Bowie. El tema mismo de la canción estaba cargado de significado. A estas alturas de su vida que Bowie tomara a Lázaro


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“Las únicas drogas que uso son las que me permiten trabajar por largos periodos de tiempo. No me he metido nada fuerte desde el 68. Tuve un coqueteo absurdo con la heroína en ese entonces, pero fue sólo por el misterio y el enigma de probarla. En realidad nunca la disfruté. Me gustan las drogas rápidas.” —Playboy, 1976.

“Mi problema fue la cocaína, y de ahí pasé al alcohol, el camino de siempre. Tienes que ser muy afortunado y tener amigos alrededor que quieran verte triunfar, pero también tú tienes que detenerte.” —i-D, 1987.

“No se me ocurre una época en que no haya pensado en la muerte. Pero también he fumado toda la vida de modo que es difícil no hacer asociaciones” —The Big Issue, 1997.

“Estoy orgulloso de lo que he hecho. Ha sido un buen viaje.” —GQ.

H A M B U RG U E SA S PA R A E L A P O C A L I P S I S: M I S D I S C O S FAV O R I T O S D E B O W I E CARLOS VELÁZQUEZ

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The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972)

como tema, la Biblia en general, habla de que no importa el estado actual del mundo la muerte será nuestra obsesión primordial. El secreto que más entrañamos. Blackstar salió a la venta el 8 de enero. El 11 Bowie fallecería de cáncer. Fue su último performance. Vaya regalo el que nos otorgó. Y el cumpleañero era él. La muerte resultó sorpresiva porque mantuvo su enfermedad en el misterio hasta el último minuto. Blackstar se comenzó a gestar a mediados de 2014. En su búsqueda incesante se alejó del rock y se despidió con un disco de tintes jazzeros. Uno de los personajes que se pretendía fungiera como productor era James Murphy, pero sólo se desempeñó como músico de sesión. “Blackstar” en realidad son dos canciones que Bowie y Tony Visconti ensamblaron en el estudio. Y el álbum entero no es mejor que The Next Day pero es un discazo inolvidable, irrepetible. Su último gran gesto, además de todo lo que implicó la salida del disco, las pistas en los videos y su muerte, fue sin duda la fotografía que su esposa Iman subió el 8 de enero, día de su cumpleaños. En ella vemos a un Bowie elegante hasta la dolencia. De traje, con sombrero y sin calcetines. Está a menos de 72 horas de morir y está sonriendo. Nos está sonriendo.

Scary Monsters (and Super Creeps) (1980)

El 72 nos legó grandes discos, entre ellos Roxy Music, el debut de la banda de Eno y Bryan Ferry. Pero los indiscutibles son Transformer de Lou Reed y la obra glam galáctica de Bowie. Un álbum del que se desprenden “Moonage daydream”, “Starman”, “Five years”. Temas que se volvieron clásicos instantáneos. El choque musical de dos genios: Bowie y el guitarrista Mick Ronson. Este par nos enseñó a amar el plástico.

Sin este disco no se explicarían muchos grupos del indie, por ejemplo The Cure y Pixies. Una manera de arrancar los 80’s inmejorable. Qué le ocurrió a Bowie el resto de la década. Por suerte creó Scary Monsters y todos los que eran jóvenes durante esa época mamaron de él y en los noventa crearon bandas. Con Pete Townshend de The Who como invitado de lujo en “Because you’re young”. Qué energía despliega el álbum. Seguro dejaron sin energía varias manzanas a la redonda durante la grabación de este disco.

Aladdin Sane (1973)

1. Outside (1995)

Hamburguesas para el apocalipsis. Canciones para ir a un picnic de radiación. Un año después del pasón de diamantina, Bowie se recetó una sobredosis de maquillaje. Un disco perfecto. Aunque la revista que siempre vapuleaba a Led Zeppelin, Rolling Stone, lo sitúa en el puesto 77 de álbums de los setenta. Por su portada y sus canciones debería estar entre los mejores diez.

Contiene una de las más bellas melodías escritas por Bowie: “The Motel”. “No hay infierno como el de un motel”, afirma el cantante maligna y melancólicamente. Un disco para los huérfanos que dejó el grunge. “La música está afuera”, clamaba Bowie, como un reniego contra el mainstream, del que había formado parte. Y le salió el tiro por la culata. Produjo su mejor disco en década y media. Y volvió a las listas y a los canales de videos.

Young Americans (1975) Bowie desenamorado del rock. Y esclavizado por el alma. 20 mil coros de viaje submarino al corazón de Filadelfia para blanquear el soul y para espolvorearse un poco de negritud. Y darle luz al british soul antes que Amy Winehouse. Un Bowie en apariencia convencional, pero el track “Right” devela que sus obsesiones continúan intactas. La portada podría pasar por la de un disco de Tom Waits. Low (1977) En la revista Pitchfork se burlaban de David Byrne diciendo que era capaz de colaborar con cualquiera por una bolsa de Doritos. Lo mismo podría decirse de Bowie. Pero su asociación delictuosa con Brian Eno produjo los que presumiblemente son sus dos mejores discos, Low y el siguiente. “Sound and visión” suena al jingle con que hubieran comercializado el Atari si Bowie hubiera sido publicista. Heroes (1977) Bowie + Eno + Fripp = “Heroes”, la canción que todo mundo ha escuchado, hasta mis ex suegras que son de puro Javier Solís. Un himno, el “All you need is love” de Bowie en términos de popularidad. La cumbre de su amasiato techno con Eno. “Beauty and the beast”, “Blackout”, canciones que dieron la espalda a la faceta comercial de Bowie pero que lo posicionaron como el explorador musical más aventurado del mercado.

Earthling (1997) Después de Outside Bowie escribió “Little wonder” como una especie de respuesta y homenaje a Jesucristo Superestrella de Marylin Manson, que fue producido por Trent Reznor. Earthling contiene sólo ocho canciones pero es uno de los discos más poderosos de Bowie. A sus cincuenta años, en lugar de ponerse reflexivo le entró al jungle dance. Contiene dos de mis rolas preferidas de Bowie: “Telling lies” y “I’m afraid of americans”. The Next Day (2013) Amé Outside y Earthling porque fueron discos que oí adolescente. Pero The Next Day es sin duda el álbum que más he disfrutado de Bowie, de los que me ha tocado presenciar su salida al mercado. Me hizo sentir como quizá se cimbraron aquellos a los que les tocó la salida de Aladdin Sane. Un trabajo intachable. Que en mi opinión se cuela dentro de los cinco mejores discos de su carrera. No le pide nada a trabajos como Scary Monsters. No ostenta un “Ashes to ashes” pero sí un “The stars (are out tonight)”. Blackstar (2016) Por todo lo ocurrido alrededor del álbum en relación a la muerte de Bowie y por su calidad músical es desde ya uno de mis preferidos. Desde su salida hace cuatro días lo he escuchado aproximadamente unas veinte ocasiones. Un trabajo sombrío, escalofriante, pero con tracks que se me han convertido en vicio.


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LA INVENCIÓN SILENCIOSA REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

Foto>ESPECIAL

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mediados del siglo xix, un muchacho intentaba subir a un tren en marcha, pero quedó colgado del estribo. Un empleado del tren, alarmado, sujetó al joven por las orejas y lo subió. Salvó su vida, pero provocó un traumatismo del oído y un estado permanente de sordera. Este individuo sordo fue el primer inventor capaz de “hacer que una máquina hablara”. Inventó el fonógrafo y abrió el camino al cinematógrafo, aunque se le conoce mejor como el mago de Menlo Park, inventor de la bombilla. Hay versiones diferentes acerca de la sordera de Thomas Alva Edison. Algunos expertos piensan que el evento del tren es una leyenda, y afirman que padeció fiebre escarlatina durante su infancia, así como infecciones recurrentes del oído medio, las cuales habrían provocado sordera progresiva. Se le ofreció cirugía para corregir el defecto, durante la vida adulta, pero rechazó la oferta, ya que la recuperación del oído podría alterar sus procesos de pensamiento enfocados exclusivamente en la invención. Pero es imposible saber si esto es un hecho clínico o un capítulo más de una leyenda interminable. En su Libro de los sucesos, Isaac Asimov ofrece un apunte íntimo, según el cual “Thomas Alva Edison enseñó el código Morse a su futura esposa mientras la cortejaba. Cuando ella pudo enviar y recibir mensajes, Edison le propuso matrimonio mediante golpecitos en la mano. Ella le respondió en la misma forma. Una vez casados, se hablaban frecuentemente en clave Morse. Al asistir a una obra de teatro, la señora de Edison mantenía su mano sobre la rodilla de su esposo y le telegrafiaba las palabras del actor.” La historia clínica del mago de Menlo Park es uno de los casos más espectaculares en el capítulo médico de la discapacidad sensorial. La paradoja de un hombre sordo que revoluciona la experiencia auditiva de toda la sociedad humana, a través del fonógrafo, pone en escena la relatividad de nuestros prejuicios en torno a la discapacidad. Pero hay casos menos célebres, más cercanos a la geografía cotidiana. Suceden aquí y allá, en el norte de nuestro país, en las últimas décadas del siglo xx. Mientras escribo este apunte busco en mi biblioteca un libro escondido entre otros más voluminosos: se trata de un ejemplar delgado, con la fotografía de un vaquero a contraluz: es la silueta de un hombre maduro, resistente a los efectos de la vejez, con la piel arrugada, seca, dura. Un sombrero, un cigarro, una sábana crepuscular que tapa la ventana de una casa: así luce el perfil existencial de este sujeto que espera con fuerza y serenidad la lectura del libro. Se trata de Un vaquero que cruza la frontera en silencio, un libro de difícil clasificación

Thomas Alva Edison.

“UN SOMBRERO, UN CIGARRO, UNA SÁBANA CREPUSCUL AR QUE TAPA

L A VENTANA DE UNA CASA: ASÍ LUCE EL PERFIL EXISTENCIAL DE ESTE SUJETO QUE ESPERA CON FUERZA Y SERENIDAD L A LECTURA DEL LIBRO. SE TRATA DE UN VAQUERO QUE CRUZA L A FRONTERA EN SILENCIO, UN LIBRO DE DIFÍCIL CL ASIFICACIÓN ESCRITO P OR DIEGO OSORNO.” escrito por Diego Osorno y editado por el Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación. En las primeras páginas descubro la historia de una familia de Monterrey, dedicada a un negocio casero de alimentos, que no resiste la crisis económica mexicana de los años 1980 y queda expuesta a la avaricia inmisericorde de los banqueros. Las primeras páginas del libro están escritas en primera persona por Diego Osorno, en una extraña clave estilística: “La cocina de Casa es la cocina del barrio. Pero Casa es también otra cosa que nada tiene que ver con las paredes y los techos entre los que transcurrió mi infancia y adolescencia. Entonces, la palabra Casa remite a problema. Casa significa incertidumbre, banco, riesgo, mal, desempleo, pelea y, sobre todo, una extraña y muy agresiva palabra: Hipoteca. Hipoteca es la palabra que nadie quiere oír, decir, en Casa.” Providencialmente, cuando el banco está a punto de engullir el negocio familiar, un paquete de ayuda financiera viaja de Texas a Monterrey para rescatar a la familia. ¿Quién pudo enviar tanto dinero? Lo hizo un familiar discapacitado, Gerónimo González Garza, quien abandonó México algunas décadas antes, porque es sordomudo y la discriminación en México le canceló cualquier oportunidad de crecimiento laboral, a pesar de su inteligencia y la fuerza de sus instintos. La ironía elegante de un discapacitado que rescata a su familia de la crisis que estremece a una nación es, en resumen, el tono moral del libro: esta melodía o

armonía reconoce dos facetas sobrepuestas: por una parte, un discapacitado puede rescatar a una familia mexicana muy capaz. Pero esta incapacidad de la familia para resolver sus deudas no es una consecuencia de la pereza o alguna falla técnica, o moral: resulta de un sistema económico transnacional, basado en la especulación financiera con gradientes flagrantes: este es el caso, ciertamente, de la frontera entre México y Estados Unidos, esa membrana que los coyotes y otras bestias desconocen pero que ejerce extraordinarios efectos de fuerza sobre las vidas humanas. Como las membranas biológicas, la línea imaginaria entre México y Estados Unidos es una barrera semipermeable. La genialidad cruel de la barrera radica en su conveniencia estratégica. Gerónimo González Garza, emigrante de México, inmigrante de Estados Unidos, encuentra los orificios de la barrera; por allí lanza una corriente numérica que derrota a la hipoteca de los banqueros, y salva a la familia de la ruina. La historia de Gerónimo González Garza, escrita con imaginación formal y audacia estilística, es la de un migrante discapacitado que descubre, como Thomas Alva Edison, las claves de la invención, aunque no se trata en este caso de una invención tecnológica sino social: la ampliación de un espacio humano donde el lenguaje de señas, esa escritura de signos en el aire, puede unir a través de la frontera aquellos fragmentos de vida separados por vastos imperios de especulación financiera.


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El Cultural SÁBADO 16.01.2016

Por

FERNANDO IWASAKI

FUERA DEL HUACAL

U N D U C H A ZO D E VA N G UA R D I A

www.fernandoiwasaki.com

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ada vez que me alojo en un hotel donde predomina el diseño, la vanguardia y el minimalismo, me sobrecojo de sólo pensar cómo será la ducha, que es el lugar donde uno más tiembla cuando la llave del agua caliente no aparece por ningún sitio. Por supuesto, suponiendo que haya una llave y que además uno sea capaz de reconocerla. ¿Por qué los artistas contemporáneos tienen que meterse a crear “instalaciones” que echan agua? Odio las duchas que combinan sofisticados mecanismos con el diseño, porque en lo último que pienso cuando necesito bañarme es en el diseño. Con lo sencillas que son las bañeras de toda la vida, con sus griferías señaladas en azul y rojo para el agua fría y caliente, su palanquita central bien visible para bloquear el caño y abrir la ducha, y su redondo tapón negro engarzado a una cadenita lo suficientemente larga como para tapar y destapar la tina sin sobresaltos. Pero no. Los artistas del baño de vanguardia han creado toda una constelación de artilugios que sirve para cualquier cosa menos para bañarse. Por ejemplo, esa línea de griferías cilíndricas o tubulares, imposibles de manipular cuando uno está todo enjabonado, a no ser que nos duchemos con guantes quirúrgicos, porque hasta dentro de mil años no desarrollaremos ventosas en las manos como los pulpos. ¿Y qué decir de esas duchas que tienen una enorme regadera fija en forma de plato y una única llave al centro que gira en todas direcciones sin

Las Claves

NO SOPORTO ESAS DUCHAS DE VANGUARDIA DONDE HAY QUE BAÑARSE CON MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA DESCUBRIR POR DÓNDE SALE EL AGUA, CÓMO SE ENFRÍA O SE CALIENTA Y QUÉ HAY QUE HACER PARA ABRIR O CERRAR EL INVENTO.

que uno sepa cómo graduar la intensidad o la temperatura? ¿Y quién no se ha encontrado esas duchas traicioneras donde hay un grifo, una regadera fija y una ducha de mano, pero apenas una sola llave para accionar las tres cosas al mismo tiempo? Lo más probable es que el último grito de la moda en una ducha, haya sido un alarido mío. No obstante, la peor de todas las duchas de diseño es la cápsula-cohete-cabina telefónica que tiene cuchucientas bolitas distribuidas por todas las paredes de la cápsula y de donde salen tropecientos chorritos de agua fría, mientras una inmensa regadera fija nos amenaza desde lo alto con un helado y teratológico escarmiento, como cometamos el más mínimo error de interpretación. En esas infames duchas cápsula-cohete-cabina telefónica yo siempre me equivoco en el mismo orden inexorable: primero las bolitas me electrocutan de frío toda la espalda y la barriga, luego la regadera me congela al intentar cerrar las puñeteras bolitas, y siempre acabo quemándome porque jamás atino a cerrar la ducha y el agua se pone a hervir sin que hasta ahora haya descubierto cómo. Lo peor de todo es que así uno ni siquiera se jabona. Y de lavarse la cabeza ni hablemos. Qué horror: recién duchado y encima hecho un asco. No me importa que los lavabos de diseño parezcan iglúes volteados y juro que tampoco me molesta que los modernos inodoros tengan forma de volcán, aunque odio con toda mi alma los retretes digitales japoneses que tienen el bidé incorporado. Sin embargo,

no soporto esas duchas de vanguardia donde hay que bañarse con manual de instrucciones para descubrir por dónde sale el agua, cómo se enfría o se calienta y qué hay que hacer para abrir o cerrar el invento. Por eso, cada vez que llego a un hotel cuya arquitectura, vestíbulo y elevadores exudan un vanguardismo desatado, me encomiendo a Santo Domingo Savio —patrono de la bañera— y le pido que si no hay tina, que por favor la ducha sea normalita. Menos mal que ya se me pasó el arroz de ducharme con alguien, porque hacer el ridículo en pelota picada corta el rollo, da pánico y propicia la soledad.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

CADA MAÑANA se vestía cuidadosamente, como si fuera a salir para una cita importante: el más grande pianista de jazz de todos los tiempos, Thelonious Monk (1917-1982), no iba a ninguna parte. Como sabemos amaba los sombreros, dicen que llegó a acumular unos quinientos modelos. A continuación se reproducen algunos estribillos (monólogos), supuestamente escritos por él con diminuta caligrafía en papel de estraza, hallados dentro de una cofia modelo Capotain, una semana después de su muerte en la residencia de su protectora, la baronesa Pannonica de Koenigwarter: “Ensimismado, mirando el perfil mordaz de Manhattan y la fluidez del río Hudson, se montaron en mi cabeza las armonías de ‘Bye – Ya’ y ‘Misterioso’. // Miles Davis y yo nunca congeniamos: él intentaba con sus silbos musitar sobre mis conformes; yo quería mecer mi zozobra en los amarraderos de un blues perpetuo. // Me levantaba temprano y me ponía mi mejor traje, mis zapatos de dos números de más, mis calcetines de lana, un sombrero vietnamita y mi corbata combinada: me tiraba de nuevo en la cama a mirar el techo o a la televisión. // Vivo en la residencia de la baronesa Pannonica de Koenigwarter.

En un departamento contiguo reside el pianista Barry Harris. La cama es un ataúd. Harris se está aprendiendo ‘Straight no Chaser’: cierro los ojos y me quedo inmóvil: tres gatos de Pannonica me orinan los zapatos. // Cuando la baronesa me albergó en su casa dejé de tocar el piano; escuchaba a Barry Harris ensayando los temas que en la noche ejecutaba con el saxofonista Yusef Lateef. No me gustaba, se parecía demasiado a Bud Powell. // Todo lo que sé de música lo aprendí con una predicadora: yo tocaba el piano: ella cantaba. Nadie entiende mis ondulaciones sonoras, las cuales hago que convivan en fluctuantes espacios de silencio. Con unas cuatro o cinco notas edifico un motivo melódico de cierta elegancia que relleno con disonancias superpuestas. Siento en mi cabeza un merodeo. Me voy al vacío. // No soy estridente como dicen. Sólo intento configurar un ritual, un trance cenagoso, sonámbulo. Algo llueve dentro de mí: así compuse ‘Criss Cross’. // Más de una vez lloré sobre las teclas del piano del Minton’s Playhouse. Nadie se dio cuenta entre la bruma del humo del tabaco. // Bird y Dizzy precipitan demasiado las notas. Yo prefiero refugiarme en la frugalidad contem-

plativa, me valgo de un mínimo de conformes que someto a un proceso de reiteración extraviada: escuchen ‘Evidence’. // No toqué otra cosa en mi vida que no fuera un blues. Sí, un blues lánguido con hilvanes de Spiritual. En el fondo ejecuto himnos que aprendí de memoria en las iglesias de mi infancia. ¿Por qué no prestan atención a ‘Blue Monk’? // La única razón de ‘Round Midnight’ es el desabrigo nocturno que padezco. Cootie Williams le impuso cierto lirismo. La he interpretado muchas veces. La versión que más me complace es la del álbum Mulligan Meets Monk. Miles Davis también la adaptó para su placa ‘Round About Midnight’. // La vida es un afán dudoso. Quizás, por eso las desolaciones temblorosas de mis composiciones. El domingo me acorrala: imagino dos o tres acordes sobre un piano imaginario: confirmo la belleza atrapada en el tedio de tanta soledad. Uno de los gatos se mea en mi sombrero Fedora. // Benditos los que no necesitan del silencio. Benditos los que nada esperan, los que nunca se atreven a profanar la luz. Benditos, la gracia de Dios untará sus gestos. // Nunca hice el amor con la baronesa Pannonica: olía a orina de gato.”

THELONIOUS MONK

Artista: Thelonious Monk Género: Jazz Disquera: Cardar Records, 1980.


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Ciudad anónima

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Por DELIA JUÁREZ G.

Walter Benjamin y el locutor de radio “DESPUÉS DE HABERLO solicitado durante meses, recibí de la dirección de la emisora el encargo de entretener a los radioyentes durante varios minutos con un reportaje sobre mi especialidad, la crítica de libros. En el caso de que mi charla gustara, se había considerado repetirla regularmente. El jefe del departamento tuvo la amabilidad de advertirme que lo decisivo, además de la consistencia de las cuestiones tratadas, era el modo y manera de exponerlas. ‘Los principiantes —me dijo— cometen el error de creer que han de dar una conferencia ante un público más o menos numeroso aunque circunstancialmente invisible. Nada más equivocado. El radioyente es casi siempre uno solo, e incluso admitiendo que le escuchen varios miles, siempre serán varios miles de individuos; debe comportarse, por consiguiente, como si hablase para una sola persona, o para muchas personas solas, como más le guste. Nunca al conjunto. Eso por un lado. Pero todavía una cosa más: aténgase exactamente al reloj, porque si no lo hace lo haremos nosotros por usted, y desconectaremos sin mayores consideraciones. Si no lo cortamos de inmediato, el programa se desajusta por completo. Por tanto no lo olvide: ¡exposición relajada! ¡Y no se exceda ni un minuto!’ […] Me encontraba por primera vez en una sala de emisión, donde todo estaba pensado para la mayor comodidad del locutor y para el relajado despliegue de sus facultades. Uno podía quedarse en pie junto a la mesa o bien sentarse en uno de aquellos amplios sillones e incluso pasear arriba y abajo llevando consigo

el micrófono. Además, un reloj de pared, cuya esfera no indicaba las horas sino los minutos, advertía de lo que valía un instante en aquella cámara isonorizada. Había que cortar cuando la manecilla marcase cuarenta. Ya había leído más de la mitad del guión, cuando eché una ojeada al reloj en el que el segundero recorría igual trayecto que el minutero pero a una velocidad sesenta veces mayor. ¿Me habría equivocado en el tempo? Lo que estaba muy claro es que había consumido ya dos tercios de mi tiempo. Entretanto, desgranaba palabra tras palabra en tono amable, buscando una salida con enfebrecida calma. Sólo saldría adelante con una fría resolución. Tenía que sacrificar párrafos enteros e improvisar consideraciones que llevaran al final. Reuní todas mis energías y salté varias páginas del manuscrito mientras culminaba un largo párrafo y al fin aterricé felizmente, como un piloto en el aeródromo, en las conclusiones finales. Con un suspiro de alivio recogí mis papeles y rutilantemente satisfecho de la hazaña que acababa de realizar me aparté de la mesa para recoger tranquilamente el abrigo. Era entonces cuando tenía que hacer su entrada la voz del locutor, pero se retrasaba. Me dirigí a la puerta al tiempo que miraba el reloj. ¡El minutero marcaba treinta y seis! ¡Faltaban aún cuatro minutos para los cuarenta! ¡Lo que había visto antes de pasada tenía que ser el segundero! Empecé a comprender el retraso del locutor. En aquel preciso instante, una especie de sosiego, todavía gratificador, me envol-

El sino del escorpión

vía en sus redes. En aquella cámara regulada por la técnica, y a través de ella, por las personas que la dominan, sentí un novedoso escalofrío que, sin embargo, se asemejaba a los más antiguos de que tenemos conciencia. Presté atención a mis oídos que momentáneamente no percibían sino mi propio silencio. Creí que era el de la muerte, que me arrebataba en miles de oídos y en miles de recintos. Entonces se apoderó de mí un miedo indescriptible, e inmediatamente después, una súbita decisión. ‘Hay que salvar lo que pueda salvarse’, me dije arrancando el manuscrito del bolsillo del abrigo. Cogí las hojas que primero me vinieron a las manos y empecé a leer con una voz que pretendía acallar los latidos de mi corazón. Ya no podía permitirme ocurrencia alguna, y como el trozo de texto que había atrapado fuera corto, arrastré las sílabas, alargué las vocales, dejé rodar las erres e introduje pausas reflexivas. Llegué nuevamente al final; pero esta vez al final verdadero, y apareció el presentador, que me despidió tan amablemente como me había recibido, aunque mi intranquilidad persistía. Cuando, al día siguiente, encontré a un amigo que yo sabía a ciencia cierta que me había escuchado, le pregunté como de pasada, por su impresión. ‘Estuvo muy bien —me contestó—; lo que falla como siempre es el aparato de radio. El mío se quedó un minuto absolutamente en blanco’.” “El minuto”, en Historias y relatos, Península, 1997.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

La industria de la violencia y el crimen FEBRIL Y ACATARRADO, víctima de una inclemente resfrío de estornudos seriados y dolores entre pecho y espalda, el escorpión yacía al fondo de su resquicio en lo alto del muro en la pared cuando fue asaltado por el delirio. Y deliró sobre un país donde la industria de la violencia y el crimen eran boyantes. Donde los medios de comunicación se disputaban la transmisión de la balacera más sangrienta mientras los niños soñaban con ser narcotraficantes y las niñas con ser novias de los narcos. Un país donde las novelas sobre la violencia y el crimen se vendían como bolillos recién horneados y la música del narcotráfico invadía el espacio sonoro con sus historias de camionetas blindadas, avionetas, armas recubiertas de pedrería y muchachas rubicundas en ropa mínima. Entre las toses y la neblina del va-

porizador de eucalipto, el arácnido barruntó a los antihéroes de ese país: hombres arrogantes, inestables y de ignorancia supina, pero armados hasta el cogote con instrumentos sofisticados de muerte y destrucción comprados a precio de baratillo en la frontera del territorio. Traficantes, sicarios, torturadores, verdugos a quienes el país protagonista de este delirio sólo les ofrecía el camino rápido del crimen, el dinero efímero y la muerte joven, merecida; además, claro está, de fama, admiración inicua, entrevistas, programas de televisión, series de acción y hasta películas donde esparcir su visión criminal y “empresarial” del mundo. Entre los picos de la fiebre, el venenoso vislumbró a la violencia y el crimen como inherentes al hombre. Desde el primer día de su conciencia hasta el

sol de hoy, violencia y crimen siempre han acompañado al hombre. En Grecia y Roma, en la Edad Media, en tiempos prehispánicos, en conquistas y colonialismos, durante las guerras independentistas y mundiales, en el asesinato masivo e industrioso de la solución final, las explosiones nucleares y los terrorismos políticos o religiosos de hoy. Pero en el país de su alucinación, la industria de la violencia y el crimen florecía y boyaba acaso por la enorme cantidad de personas viviendo alrededor del fenómeno. Desde músicos hasta escritores y periodistas. Desde políticos hasta empresarios y policías. ¿Un reflejo de la banalidad del mal, como escribió Arendt?, se preguntó el rastrero antes de controlar la fiebre, asimilar su resfrío y volver a la realidad tras la delirante visita a la nada última detrás de tanta barbarie.

DESDE EL PRIMER DÍA DE SU CONCIENCIA HASTA EL SOL DE HOY, VIOLENCIA Y CRIMEN SIEMPRE HAN ACOMPAÑADO AL HOMBRE.


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El Cultural SÁBADO 16.01.2016

EL AJEDREZ Y CAPABLANCA SEGÚN JUAN CARLOS GONZÁLEZ ZAMORA Juan Carlos González Zamora es uno de los cuatro Grandes Maestros mexicanos que avala la Federación Internacional de Ajedrez. Tal rango se alcanza gracias a la suma de puntos ganados en competencias respaldadas por ese organismo, y González lo obtuvo desde 2004. Nació el 24 de junio de 1968 en La Habana, Cuba, pero desde hace 22 años vive en México y compite por nuestro país. Por el momento sólo tiene la residencia permanente, aunque planea obtener la nacionalidad (“hace algún tiempo inicié los trámites, pero un abogado me

transó”, nos dice entre risas de resignación y con el acento isleño que no ha perdido). González Zamora tenía nueve años de edad cuando cursaba el cuarto grado de primaria. En esa época, un compañero de nombre Rolando le enseñó a mover las piezas en un tablero y quedó “prendido y fascinado con la magia del ajedrez”. Juan Carlos se cambió de escuela y no volvió a ver a Rolando, pero tiempo después se inscribió en un club de La Habana, donde aprendió algo más que los fundamentos del juego ciencia.

Inspirado en los logros del campeón mundial cubano José Raúl Capablanca (1888-1942), nuestro entrevistado hizo del ajedrez su vida, aunque también obtuvo en Cuba la licenciatura en Cultura Física. Vivió 19 años en la Ciudad de México, pero se cansó de los congestionamientos viales y buscó un clima semejante al de La Habana. Fue así que llegó a Mérida, Yucatán, donde vive con su esposa y su hija Daila, una niña de siete años que ya debutó en un torneo de ajedrez; su hija mayor, Zulma, también juega en el DF.

Por ESGRIMA

Tuviste la fortuna de nacer en un país con gran tradición ajedrecística. Sí. Cuba llegó a ser sede de campeonatos del mundo. Hubo una época en que el ajedrez estaba en todas partes: en las escuelas, las academias, los parques. El gobierno puso al ajedrez como prioridad para masificarlo, pero ya no lo es tanto. ¿Por qué? Son tiempos de crisis. La mala noticia del año pasado fue el cierre de un icono del ajedrez en La Habana, el Club José Raúl Capablanca, que se fundó en los años cincuenta y donde yo me formé. ¿Capablanca te influyó? Sí, por supuesto. Lo estudié muy a fondo y mi juego tiene que ver con él, salvando las grandes distancias. ¿Para conocer a ese genio es imprescindible leer Capablanca, leyenda y realidad, de Miguel Ángel Sánchez? Es interesante, pero hay más cosas. Carlos A. Palacio también escribió mucho de él. Yo aprendí muchas cosas de Capablanca oyendo a señores muy ancianos. Por ejemplo, Francisco Planas nos llenaba de anécdotas que vivió con Capablanca en la Olimpiada de Buenos Aires, en 1939. Capablanca perdió su título precisamente en Buenos Aires, ¿no? Sí, eso fue antes, en 1927, contra Alexander Alekhine. Decía Cabrera Infante que Alekhine fue el Salieri de Capablanca. Sí, es que Alekhine impuso condiciones muy duras con tal de no darle la revancha. ¿Cómo se definiría el estilo de Raúl Capablanca? Capablanca es la pureza, la armonía; tenía un pensamiento cristalino y profundo. Hacía parecer fácil la ejecución de una partida. Cuando analizas sus juegos, te maravillas. Para los que no saben mucho de ajedrez, habría que hacer una comparación con personajes de disciplinas deportivas, como cuan-

do Nadia Comaneci obtuvo diez de calificación en la Olimpiada de 1976; o cuando Mohamed Alí estaba en la cúspide de su carrera, o Ayrton Senna en el automovilismo. ¿Y cómo es tu estilo de juego? Yo juego según la posición en el tablero. Hay posiciones que requieren mucha paciencia y trabajo. En otras ocasiones requieres de explosividad, dinamismo, astucia, y un poco de intrepidez cuando se llega el momento oportuno. Una parte importante es conocer las fortalezas y debilidades de oponente, y a partir de ahí enfocar ataque a donde él no se mueve con naturalidad. Esa era la especialidad del maestro Bobby Fischer. Él fue un jugador impresionante, con una preparación sicológica muy fuerte. Fischer se enfrentó a solas contra toda una escuela rusa muy sólida. Lástima que esa misma tensión lo fue derrumbando y surgieron en él grandes miedos e inseguridades que lo pusieron en una situación de indefensión. Su preparación previa a las partidas era muy buena y llevaba a sus rivales a situaciones extremas. ¿Sueles disfrutar o sufrir tus partidas? Muchas personas que me conocen me han dicho que quisieran jugar tan relajados como yo. Disfruto cada juego. Para mí no hay presión, no hay nervios. Doy mi

FERNANDO FIGUEROA máximo esfuerzo y me impongo retos, pero no me angustio. ¿En el mundo del ajedrez prevalece el juego limpio? En términos generales, sí. Hay reglas no escritas que la mayoría sabe cumplir. Esta es una actividad, como muchas otras, que puede potencializar el ego de las personas, pero conforme avanzas te vas puliendo. El lema de la Federación Internacional es Gens una sumus, es decir: Somos una familia.

DISFRUTO CADA JUEGO. PARA MÍ NO HAY PRESIÓN, NO HAY NERVIOS. DOY MI MÁXIMO ESFUERZO Y ME IMP ONGO RETOS, PERO NO ME ANGUSTIO.”

Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón

¿El ajedrez crea mejores personas? A lo largo de los años he visto, no sólo como jugador sino también como maestro, que este juego sí forma buenos individuos. He tenido alumnos que son arquitectos, médicos, empresarios, y son hombres de bien; pienso que el ajedrez los ayudó de alguna forma. ¿Por qué en México no surgen grandes jugadores de ajedrez? Porque no existe una estructura. He visto a muchos niños y jóvenes con talento que no pudieron seguir adelante por falta de apoyo. Aunque el ajedrez es un juego muy barato, llega un momento en que necesitas enfrentarte con rivales de mayor nivel en torneos regionales, nacionales e internacionales. Alguien puede decir que de una favela pueden surgir jugadores que luego lleguen al Barcelona o al Real Madrid, pero son excepciones. ¿En Mérida trabajas para alguna institución oficial? Yo trabajo por mi cuenta. Afortunadamente, la gente me conoce y siempre estoy dando clases, clínicas y conferencias en Yucatán y en muchas ciudades del país. Hace muchos años trabajé para instituciones en el Estado de México y en el Distrito Federal, pero quedé muy decepcionado por el manejo de quienes están al frente del ajedrez. Todo es un problema, hay muchas ambiciones mezquinas, pago de favores, cosas así. Un ambiente poco favorable para una persona libre como yo. ¿Te gusta leer libros que no tengan relación con el ajedrez? Me gusta leer novelas y textos de sociología, sicología, historia. El conde de Montecristo me marcó mucho de joven, luego me interesé por autores como Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle. Después me apasionaron escritores que analizan el comportamiento humano, como el Marqués de Sade y Nietzsche, entre otros. ¿Y aplicas todo ese conocimiento al jugar ajedrez? Sí, por supuesto.


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