Crimen y Escritura

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FR ANCISCO HINOJOSA TE DIGO QUE NO

CARLOS VEL ÁZQUEZ AMY WINEHOUSE

ESGRIMA

ANDRÉS R AMÍREZ

El Cultural N Ú M . 3 5

CRIMEN Y ESCRITURA TRUMAN CAPOTE

S Á B A D O

2 0 . 0 2 . 1 6

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

» UN CUENTO DE JUVENTUD » Medio siglo después A SANGRE FRÍA, EL DIARIO Por Alejandro Toledo

TRUMAN CAPOTE. Foto > IRVING PENN. 1965.

TOPO CHICO: UN VIAJE HACIA LA NOCHE Por Margarito Cuéllar


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Aunque ya había ediciones de los Cuentos completos de Truman Capote (1924-1984), en el año 2015 aparecieron algunos relatos hasta entonces desconocidos, como “La mariposa en la llama”. Capote lo publicó al principio de los años cuarenta, en el periódico de su preparatoria. Anticipa su interés por el crimen como tema de indagación y demuestra —como él mismo lo declara en estas páginas—, que desde su temprana edad fue capaz de escribir con la “destreza técnica” de sus años de madurez.

UN CUENTO DE JUVENTUD

L A M A R I P OS A E N L A L L A M A T RU M A N C A P OT E TRADUCCIÓN ANTONIO SABORIT

I

E

m pasó la tarde entera echada sobre la cama de metal. Tenía un edredón sobre las piernas. Se quedó recostada y pensando. La temperatura era baja, incluso para Alabama. George y los demás señores del rumbo buscaban a la vieja loca, Sadie Hopkins. Se había fugado de la cárcel. Pobre Sadie, pensó Em, corriendo entre pantanos y sembradíos. De joven había sido tan bella —pero se mezcló con la gente equivocada, me parece. Acabó loca de remate. Em se asomó por la ventana de su cabaña; el cielo era gris pizarra, oscuro, y los campos parecían surcos congelados. Se tapó mejor con el edredón. Sí que uno estaba aislado en esta parte del campo, sin una sola granja en cuatro millas a la redonda, sembradíos de un lado, pantanos y bosque del otro. Sintió que tal vez había nacido para estar sola, tal y como algunas personas nacen ciegas o sordas. Miró en torno a su pequeño cuarto, las cuatro paredes a su alrededor. Se quedó sentada en silencio, escuchando su despertador barato, tic-toc, tic-toc. De pronto, una sensación muy extraña le recorrió la espalda, una sensación de miedo y terror. Supo, como la luz cegadora de un destello, que alguien la observaba, que muy cerca estaba al-

guien y que la miraba con ojos fríos, calculadores, enfermizos. Por un momento permaneció tan quieta que pudo escuchar el latido de su corazón y el reloj sonaba como un mazo contra un tocón hueco. Em sabía que no imaginaba nada de esto; sabía que había alguna causa para su miedo; lo sabía por instinto, un instinto tan claro y vital que le colmaba el cuerpo. Se levantó lentamente y echó un vistazo por el cuarto. No vio nada; y sin embargo sentía que alguien la miraba, siguiendo cada uno de sus movimientos. Cogió lo primero que tocó, un leño de ocote. Luego dijo con atrevimiento: —¿Quién es? ¿Qué quiere? Sus preguntas se toparon con un silencio frío. A pesar del frío que sentía, todo su cuerpo entró en calor; sintió arder sus mejillas. —Sé que está ahí —gritó histéricamente—. ¿Qué quiere? ¿Por qué no sale? Salga, cobarde... Luego, a sus espaldas, oyó una voz, cansada y asustada. —Em, soy yo: Sadie, Sadie Hopkins. Em se dio la vuelta. La mujer frente a ella estaba semi desnuda, su cabello revuelto sobre la cara raspada y rasguñada. Sus piernas estaban cubiertas completamente de sangre.

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“EM SE SENTÓ EN LA CAMA, HORRORIZADA Y ATURDIDA, CON LA MIRADA PERPLEJA, ATERRADA. SADIE LA HABÍA HIPNOTIZADO CON SU RISA OSCURA Y MALIGNA.”

II Em se dejó caer sobre la cama y empezó a llorar. Lloró hasta caer en un sueño febril. La despertó el ruido de unos hombres que conversaban. Se asomó al patio obscuro y vio que George, Hank Simmons y Bony Yarber venían hacia la casa. Se paró de un salto, tomó un trapo húmedo y se limpió la cara. Prendió una lámpara en la cocina y estaba sentada leyendo cuando ellos llegaron. —Hola, amor —dijo George, dejándole un beso en la mejilla—. Vaya, estás ardiendo. ¿Te sientes bien? Ella asintió. —Hola, Em —dijeron los otros dos. No se molestó en contestarles. Siguió sentada leyendo. Los tres to-

maron agua de la jarra—. Qué bien sabe —dijo George—, pero qué tal algo con un poco de piquete, ¿eh? Le dio un codazo a Bony. De pronto Em bajó su revista. Miró alrededor con cautela. —¿Hallaron a Sadie? —preguntó con voz nerviosa—. Sí —respondió George—, la hallamos en uno de esos remolinos, en el fango del pantano de Hawkins. Se ahogó, se suicidó, yo creo. Pero no hablemos de eso; fue espantoso. Fue... No concluyó. Em se levantó de un salto, tiró la lámpara y corrió al cuarto. —Y ahora me pregunto: ¿qué diablos le pasa? —dijo George.

Foto > RICHARD AVEDON. 1958.

—Em —le pidió—, ayúdame por favor. Estoy cansada y hambrienta. Escóndeme en algún lugar. No dejes que me atrapen, por favor. Me van a linchar. Creen que estoy loca. Pero no estoy loca; tú lo sabes, Em. Por favor, Em —lloraba. Em estaba demasiado impresionada y aturdida para responder. Tropezó y se sentó en el borde de la cama. —¿Qué haces aquí, Sadie? ¿Cómo entraste? —Por la puerta de atrás —respondió la demente—. Me tengo que esconder en alguna parte. Vienen hacia acá por los pantanos y pronto lo encontrarán. “Yo no quería hacerlo; yo no quería, Em. Dios sabe que yo no quería hacerlo.” Em la miró desconcertada. —¿De qué hablas? —preguntó. —Del hijo de los Henderson —gritó Sadie—. Me alcanzó en el bosque. Me detuvo y me tenía agarrada y les gritaba a los demás. No supe qué hacer; me asusté. Lo empujé; cayó de espaldas y me le eché encima y le di en la cabeza con una piedra enorme. No podía dejar de golpearlo. Sólo quería ponerlo fuera de combate, pero cuando me di cuenta... ¡Dios mío! Sadie se recargó contra la puerta y empezó a reír entre dientes y luego a carcajearse. En un momento el cuarto fue invadido por una carcajada salvaje, histérica. La tarde caía, y las llamas brillantes que salían de la chimenea de piedra proyectaban unas sombras extrañas por el cuarto. Bailaban en la negrura de los ojos de la desquiciada; y parecían azotar su histeria con un frenesí todavía más salvaje. Em se sentó en la cama, horrorizada y aturdida, con la mirada perpleja, aterrada. Sadie la había hipnotizado con su risa oscura y maligna. —Pero me vas a dejar que me quede, ¿verdad, Em? —gritó la mujer. Luego fijó su mirada en Em y dejó de reír. —Por favor, Em —suplicó—. No quiero que me atrapen. No quiero morir; quiero vivir. Ellos me hicieron esto; ellos me hicieron lo que soy. Miró el fuego. Sabía que tendría que irse. Entonces preguntó: —Em, ¿qué parte del pantano no van a revisar hoy? Em se sentó con toda intención, sus ojos ardían con lágrimas histéricas. —La sección de Hawkins la van a revisar hasta mañana —al decir esta mentira sintió un hoyo en el estómago; sintió envejecer mil años. —Adiós, Em. —Adiós, Sadie. Sadie salió por el frente y Em la vio hasta llegar a la orilla del pantano y desaparecer en sus profundidades de selva negra.

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TRUMAN CAP OTE C O N M O T I VO D E L A A PA R I C I Ó N DE A SANGRE FRÍA Un día se me ocurrió que un crimen podría ser un excelente tema para realizar con él mi gran experimento. A sangre fría es, sabe usted, lo que llamo una novela sin ficción. Es un tipo peculiar de forma híbrida. Se me ocurrió hacer una obra ambiciosa, en verdad seria; sería precisamente como una novela, con esta diferencia: cada palabra en ella sería cierta de principio a fin. Esto lo llamé, para mí, novela sin ficción. Una vez que me decidí sobre las posibilidades de un crimen (y el crimen no me interesa per se, odio la violencia), al revisar la prensa, de manera semi consciente, me detenía en cualquier nota que hablara de un crimen. Así, un día de noviembre de 1959 que revisaba el New York Times vi este pequeño encabezado, unos párrafos sobre el caso. Fue como si hubiera pasado largo tiempo observando a la espera de que apareciera cierta ave (de ser un observador de aves), y de pronto apareció ahí. Casi en el acto pensé, bueno, tal vez sea esto lo que quiero hacer, pues no sé nada de esa parte del mundo. Nunca he ido a Kansas, menos al occidente de Kansas. Todo me parece nuevo. Iré sin ningún prejuicio. Y fui. Tengo esta teoría: si como artista se quiere conmover a alguien, uno mismo debe sentirse sumamente conmovido por lo que se está escribiendo, sólo que hay que seguir explotando la propia emoción una y otra y otra vez hasta quedar frío ante ella, o lo suficientemente frío, y luego escribir, pues desde esa distancia se sabe exactamente cómo reproducir lo que originalmente te conmovía. Empecé a escribir seriamente, como se dice, a los quince años, con toda seguridad, y ya tenía cuatro escribiendo. Suena tonto, pero de hecho no lo fue. Todo lo veía en términos literarios o de escritura. A los dieciocho ya era un escritor formado y completo. Todo lo que tenía que hacer entonces era algo para mí mismo. En cuanto a destreza técnica, a los dieciocho años podía escribir tan bien como lo puedo hacer ahora. Técnicamente, digo. Pero tenía que hacer algo para mí mismo. Tenía que recrearme, ¿me entiende? De la entrevista con Haskel Frankel para The Saturday Review. Enero 22 de 1966.


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La creación de la pieza emblemática de Truman Capote, A sangre fría, fue un proceso difícil, al grado de amenazar tanto la salud como la estabilidad emocional del escritor, según lo narra en estas páginas. Sin duda alguna, desde el comienzo, Capote sabe que tiene en las manos lo que sería una obra maestra de la literatura del siglo XX. Así la percibió hasta culminarla, como detalla en este diario sobre la escritura de A sangre fría, que revisamos al cumplirse medio siglo de su publicación.

MEDIO SIGLO DESPUÉS

A S A N G R E F R Í A, E L D I A R IO TRUMAN CAPOTE N O TA Y S E L E C C I Ó N ALEJANDRO TOLEDO

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os detalles de esta historia han sido ya referidos en diversas fuentes, e incluso hay un filme que recrea estos sucesos (Capote, Bennet Miller, 2005), en el que Philip Seymour Hoffman hace una inquietante personificación de Truman Capote (que mereció al actor un premio Oscar). Mucho de lo que sabemos se debe al dedicado biógrafo del escritor, Gerald Clarke. El comienzo es simple: la mañana del 16 de noviembre de 1959 Capote leyó el siguiente encabezado en la página 39 del New York Times: “Rico granjero y tres miembros de su familia asesinados”. Decía la nota: “Un adinerado agricultor, propietario de campos de trigo, su esposa y sus dos hijos han sido hallados muertos hoy en su casa. Les habían disparado a bocajarro con una escopeta después de ser atados y amordazados”. Ahí vio Capote la semilla de un buen reportaje literario; y logró viajar a Kansas como enviado del semanario The New Yorker, en el que colaboraba. Convenció a su amiga Harper Lee, entonces autora inédita, para que lo acompañara. Entre tanto, los asesinos de la familia Clutter, Dick Hickock y Perry Smith, fueron arrestados el 30 de diciembre, llevados a juicio, encontrados culpables y sentenciados a muerte en marzo de 1960. “Esto es más que un reportaje, es un libro”, habrá pensado Capote. Y, desafiando las leyes de la física periodística (según las cuales lo escrito hoy se publica mañana mismo o a más tardar la próxima semana), dedicó los siguientes cinco años de su vida (con estancias en España y Suiza) a lo que pronto habría de bautizar como A sangre fría... Demoró tanto el cocimiento como lenta fue la espera para que se eje-

cutara la sentencia. Fueron vías paralelas: el ahorcamiento de Hickock y Smith ocurrió el 14 de abril de 1965, con Capote como testigo; luego, The New Yorker publicó la obra en cuatro entregas en el otoño de ese año. Y el tomo, en pasta dura (bajo el sello de Random House), salió a la venta en enero de 1966. Dice Gerald Clarke: “El libro obtuvo la recepción con que sueña todo escritor: elogios casi universales, unas ventas formidables y una fama que de costumbre está reservada sólo a las estrellas de cine”. El parto no fue sencillo. Mientras Capote escribió A sangre fría, en esos largos años de exilio, muchas cosas sucedieron en los Estados Unidos. Por ejemplo: Harper Lee publicó su primera novela, Matar un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1960), con la que ganó el Pulitzer, que se convirtió también en una cinta exitosa; murió además no un ruiseñor, sino una bella actriz, Marilyn Monroe, en condiciones misteriosas; ocurrió la crisis de los misiles, como un episodio más de la Guerra Fría; el presidente John F. Kennedy fue asesinado... Y alrededor de Capote ocurrieron algunos hechos también preocupantes, como accidentes automovilísticos, tormentas, inundaciones o incendios forestales. De esto último, con la posibilidad de que se prendiera la casa en que habitaba por el fuego de una finca vecina, rescató lo que llevaba escrito y los materiales de apoyo de su “libro de Kansas”, como lo llamaba. De la correspondencia de Capote (Un placer fugaz, 2013), al extraer pasajes referidos a la construcción de A sangre fría se obtiene algo así como el diario de la escritura de la novela. Para armar esa bitácora omito, pues, a quién se dirige la carta y conservo las fechas. Sigamos al autor en ese recorrido.

Primera edición en su idioma original.

28 de abril de 1960 ... lo del robo en Syracuse era realmente hilarante: voy a guardar la lista de objetos robados; puede que la use para el libro que, por cierto, he empezado a escribir esta misma mañana. Principios de junio de 1960 Nunca en la vida había trabajado tanto, pero me va a salir un libro muy bueno... aunque será largo, vaya si lo será. Mediados de junio de 1960 Alvin tenía razón cuando dijo: “¿Cómo conseguirás hacer un libro sobre todo este caos?” Bueno, puede que tarde años, pero será todo un libro. Aunque es como hacer encaje de bolillos...

“DEMORÓ TANTO EL COCIMIENTO COMO LENTA FUE LA ESPERA PARA QUE SE EJECUTARA LA SENTENCIA. FUERON VÍAS PARALELAS: EL AHORCAMIENTO DE HICKOCK Y SMITH OCURRIÓ EL 14 DE ABRIL DE 1965, CON CAPOTE COMO TESTIGO; LUEGO, THE NEW YORKER PUBLICÓ LA OBRA EN CUATRO ENTREGAS EN EL OTOÑO DE ESE AÑO.”


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20 de junio de 1960 Como dije: el trabajo va bien pero muy lento. Es como hacer un elaborado punto de cruz. He prometido entregar el manuscrito final dentro de un año, a partir de octubre. 27 de junio de 1960 A mí me va bien. Vivo en plena tranquilidad; no veo a nadie, literalmente; y estoy volcado por completo en A Sangre fría. Estoy tan entusiasmado como siempre. No, aún más. Va a ser una obra maestra: lo creo de verdad. Porque si al final no lo es, entonces no valdrá nada y habré malgastado dos o tres años. Pero estoy muy confiado, y no siempre ha sido así. 25-31 de julio de 1960 No quiero volver a casa hasta que haya terminado el libro de Kansas, y como es muy largo (creo que serán unas 150 mil o 200 mil palabras), puede que tarde otro año o incluso más. Tampoco me importa mucho: tiene que ser perfecto, y por eso me estimula tanto y estoy completamente dedicado a él. Si tengo la suficiente paciencia, podría ser una especie de obra maestra: el material es de primera, y he recopilado una gran cantidad (más de 4 mil páginas de anotaciones mecanografiadas). A veces, cuando pienso en lo bueno que puede llegar a ser, casi me cuesta respirar. Vaya, todo este asunto fue la experiencia más interesante de mi vida, y sin duda ha cambiado mi vida, ha alterado mi punto de vista sobre casi todo. Esto es una Gran Obra, y por mucho que fracase, saldré ganando. 6 de septiembre de 1960 He trabajado con constancia y muy intensamente en el libro de Kansas. Lo aborrezco, aborrezco tener que lidiar con estos materiales y hacer el esfuerzo día tras día, pero me tiene absorbido y dedicado por completo, estoy involucrado emocionalmente a un nivel que en pocas ocasiones he experimentado. Quiero quedarme en el extranjero hasta que termine el libro, así que es posible que no vuelva a casa hasta el otoño del año que viene. 15 de septiembre de 1960 Me figuro que tardaré unos dos años más en terminar el libro, y no sé si podré aguantar tanto tiempo sin sufrir un colapso. Además, es tan atroz que no sé quién va a ser capaz de leerlo.

“HE VUELTO A TRABAJAR EN EL LIBRO. AHORA YA LO HAN CONTRATADO SIETE EDITORIALES EXTRANJERAS: EN INGLATERRA, FRANCIA, ITALIA, ESPAÑA, ALEMANIA, POLONIA Y JAPÓN.”

Con Marilyn Monroe, quien declaró:“La verdad, no sé quién es él.” 1955.

22 de septiembre de 1960

9 de noviembre de 1960

He trabajado a buen ritmo. No podría ser más difícil, ni ir más lento, pero lo que hasta ahora tengo hecho me parece bastante bueno. Sigo en contacto permanente con Kansas; han ocurrido muchas cosas (demasiadas para contar en una carta). Perry y Dick aún esperan el resultado del recurso, aunque Perry empezó una huelga de hambre que lo ha hecho pasar de 75 a 50 kilos, y no creo que llegue vivo a la horca. De todos modos, ya ha perdido la razón: cree que se puede comunicar directamente con Dios, y que Dios es un gran pájaro que revolotea encima de él y está a punto de acogerlo en sus alas. El viejo señor Hickock ha muerto de cáncer. Vaya historia más espeluznante y terrible. Esta es la última vez que escribo un “reportaje”.

He terminado la primera parte del libro (que tendrá cuatro partes), y son más de 35 mil palabras, ¡más de la mitad de la extensión de un libro normal!

Verbier es un pueblo muy bonito, muy aislado, muy saludable, extremadamente nevado e insufriblemente aburrido. Pero no he venido hasta aquí, como se dice, a buscar diversión. Sólo a probar suerte y seguir con el libro; ya he escrito 35 mil palabras y aún me quedan 70 mil: todo cuesta arriba y el aire está cada vez más enrarecido. Este será mi último intento en el mundo de los reportajes; y en cualquier caso, si salgo vivo de ésta, habré dicho todo lo que tengo que decir sobre el género. Mi interés por él siempre ha sido completamente técnico; no me parece, ni me ha parecido nunca, que a esta disciplina le hayan dado alguna vez forma artística. Creo que A sangre fría (el título del libro) tiene bastantes oportunidades de convertirse en una obra de arte. Por desgracia, estoy demasiado implicado emocionalmente con el material; por Dios, ojalá se acabe esto. Por una parte, me gustaría volver a casa, pero por la otra, me he prometido no hacerlo hasta que el libro esté acabado.

17 de octubre de 1960

24 de noviembre de 1960

He terminado, o casi, la primera parte de mi libro, que tiene más de 35 mil palabras. En total va a tener unas 125 mil, más o menos el doble que un libro normal. Ahora me pregunto si en The New Yorker lo van a poder sacar. Nunca habría pensado que yo, de entre todos los escritores, fuera a tener problemas con la extensión. De hecho, está escrito de una forma muy compacta, y no se puede acortar (lo he intentado). Bueno, si no me pongo de acuerdo con Shawn (y me imagino que lo van a pensar bastante antes de dedicar cuatro números enteros a este proyecto, sobre todo porque no es una lectura “fácil” ni demasiado “entretenida”, en el sentido en que se usan normalmente estas palabras), mi único remordimiento será que he gastado más de 8 mil dólares durante la investigación, que no voy a poder devolver. Pase lo que pase debo seguir con el libro. Supongo que sonará pretencioso, pero me siento en la obligación de escribirlo, aun cuando los materiales que barajo me dejan cada vez más exhausto y paralizado, por no decir horrorizado. Cada noche tengo pesadillas. De verdad que no sé cómo pude ser tan insensible.

Sí, la tercera parte (de nuestro libro) será tan extensa como la primera; y las otras dos no son especialmente cortas. En cuanto a la dificultad relativa de todas ellas, bueno, todas lo son, que yo sepa.

10 de octubre de 1960

16 de enero de 1961 He vuelto a trabajar en el libro. Ahora ya lo han contratado siete editoriales extranjeras: en Inglaterra, Francia, Italia, España, Alemania, Polonia y Japón. 12 de febrero de 1961 Sigo aquí, y con el trabajo, pero ahora está la dificultad añadida de que he tenido que dejar el tabaco (a causa de una grave intoxicación de nicotina que me ha afectado al corazón). De todas formas, el libro continúa su camino y yo sigo completamente absorbido por él. 29 de junio de 1961 Pensar que tengo que pasar otro año o más esperando que el juicio [de


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Hickock y Smith] se resuelva me deprime enormemente. 4 de julio de 1961 Voy por la mitad del libro, y creo que debería quedarme en el extranjero hasta que lo acabe; pero a lo mejor no. 11 de julio de 1961 Mi libro se está convirtiendo, poco a poco, en un libro. De no ser porque he estado enfermo, aún habría avanzado más. Con todo, no puedo estar insatisfecho. Pero no te imaginas la cantidad de correspondencia que requiere el asunto: estoy en comunicación diaria y directa con siete u ocho personas en Kansas. Agosto de 1961 Me temo que todavía queda otro año de trabajo en el libro; con eficiencia y la más firme de las suertes, podría tenerlo acabado en un año a partir de septiembre. 16 de agosto de 1961 ¿Cuándo se pronunciará el tribunal sobre el segundo recurso? Dios mío, ojalá supiera cuándo acabará todo este maldito asunto. 2 de noviembre de 1961 El señor Shawn, que ha leído 60 mil palabras del manuscrito (que es un poco menos de la mitad) y cree que es “con mucho, el mejor trabajo” que he hecho, me preguntó el otro día en una carta: “Todos esos Dewey [la familia de Alvin Dewey, detective encargado del caso Clutter], los cinco (incluyendo el gato), ¿son de verdad tan encantadores, amables e inteligentes?” La respuesta fue: sí, por supuesto. 4 de noviembre de 1961 Estoy hundido en la desesperación. Hay novedades muy lamentables. Ya hace año y medio que condenaron a los chicos, y ahora, de repente, a causa de alguna putada legal, parece que va a haber un

nuevo juicio. Lo que significa que pue-

“TODAS Y CADA UNA DE LAS MAÑANAS VOMITO POR LAS TENSIONES QUE ME PRODUCE ESTAR ESCRIBIENDO ESTE LIBRO.”

den pasar otros dos años ante de que el maldito asunto quede sentenciado y yo pueda acabar el libro. Es deprimente, me repatea. A ver qué pasa. 9 de diciembre de 1961 Si hay un nuevo juicio, y todo apunta a que el asunto se alargará como mínimo otros dos años, voy a tener que abandonar el proyecto. Sería una decisión espantosa, después del tremendo trabajo, el dinero y el tiempo que he invertido (y con el libro más allá de la mitad). Pero no me puedo permitir, ni siquiera con el apoyo económico de The New Yorker, un retraso tan largo. Ni tampoco podría soportarlo mentalmente: este tipo de trabajo creativo y prolongado me mantiene en una constante tensión nerviosa, y cuando se le añaden todas estas incertidumbres y angustias, la presión ya es insostenible. Todas y cada una de las mañanas vomito por las tensiones que me produce estar escribiendo este libro. Pero valen la pena, porque es el mejor trabajo que he hecho en mi vida. Dios, ya no sé qué hacer. Por el momento, intentaré seguir adelante y esperar a ver qué pasa. Desde luego, no tengo intención de darme por vencido hasta que me vea forzado a hacerlo.

26 de abril de 1962 Espero tener acabado el ochenta por ciento del libro por Navidad, o incluso antes. Si es así volveré a casa, para bien o para mal, e intentaré terminarlo allí. En cualquier caso, quiero estar más cerca de Kansas. Nada podría haberme obligado a llevar esta vida fantasmal excepto el libro. ¡Dios, más vale que sea una obra maestra! 28 de abril de 1962 El Tribunal Supremo de Kansas ha denegado la apelación, y se espera que la primera semana de julio los jueces determinen una nueva fecha para los ahorcamientos. Por supuesto, eso queda al margen de lo que diga el Tribunal Federal, pero tengo entendido que el abogado de la defensa va a abandonar el caso. Así que no sé qué pasará. El consenso en las opiniones legales es que se va a disponer algo definitivo en los próximo doce meses. Recibí carta de Perry Smith: realmente fantástica, de cincuenta páginas. De algún modo logró convencer a un guardia para que la sacara a escondidas de Lansing y me la enviara.

9 de febrero de 1962 Fui a ver a los asesinos a la prisión de Lansing. Fue una vivencia extraordinaria y terrible. 25 de febrero de 1962 Me inquieta bastante el grado de obsesión que he alcanzado con este libro. Apenas pienso en otra cosa. Lo raro es que odio darle forma, es decir, tener que escribirlo. Sólo quiero pensar en ello. O mejor dicho, no quiero darle vueltas, pero no puedo evitarlo. A veces entro en una especie de estado de trance que dura cuatro o cinco horas. Calculo que me quedan otros dieciocho meses para acabar. Para entonces, ya estaré bastante loco.

14 de mayo de 1962 Truman Capote con sus personajes, Richard Hickock y Perry Smith, los asesinos de A sangre fría.

Me siento aprisionado por A sangre fría, y dudo que sea capaz de escribir otra cosa hasta que haya acabado el libro. Es como una enfermedad: no puedo soportar “escaparme” de él, por decirlo de algún modo. Y las últimas cuatro mañanas me he despertado con una sensación de tristeza horrible, por mucho que tenga claro que ahora debo Concentrarme en Otra Cosa. Por desgracia, la simple y llana verdad es que no puedo. 3 de junio de 1962 Probablemente volveremos a casa después de Navidad aunque no lo puedo asegurar del todo. Depende de cómo vayan las cosas en Kansas. Es casi increíble ver cómo el caso se alarga y alarga. Nada va a poder compensar la cantidad de trabajo y sufrimiento que he dedicado a este libro. 15 de junio de 1962 Trabajo cada día y no veo a nadie. Se supone que la semana que viene el Tribunal Supremo de Kansas fijará nueva fecha para la ejecución de Perry y Dick, presumiblemente el 1 de octubre. De todos modos, estoy convencido de que les van a dar otro aplazamiento. Parece ser que casi todos los juristas creen que todavía van a seguir vivos otros ocho meses más o menos.


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No obstante, es verdad que se trata de la obra más difícil que haya escrito en mi vida (vaya si lo es), algo doloroso con lo que he convivido día y noche largo tiempo. Pero habrá valido la pena: lo sé. 8 de octubre de 1962 Por Dios, ¿se dan cuenta de que pronto hará tres años que empezó todo esto? Sí, por entonces yo era un tipo joven y apuesto, pero para cuando acabe el libro seré un cuarentón gordo y calvo. Sabe Dios que voy camino a eso. 15 de octubre de 1962 En fin, estoy de nuevo embebido por mi libro interminable, que va camino de llegar a su cuarto año.

Foto > JACK-MITCHELL

5 de diciembre de 1962 He vuelto al trabajo en el libro con energías renovadas y la cabeza despejada. Estaba realmente cansado, pero la escapada a París y Londres me ha venido de maravilla. 11 de diciembre de 1962

27 de junio de 1962 En lo que se refiere al libro, aún me queda un largo camino por recorrer, otro año o quizá dos. *** No es verdad que haya estado trabajando siete años en mi último libro. Sólo tres, y aún me queda otro para acabar. Es muy largo, y mis editores creen que es, con mucho, lo mejor que he escrito. 8 de agosto de 1962 Ayer pasó una gran aventura: un incendio forestal quemó la finca de al lado de la nuestra y casi nos engulló. Cuando los bomberos (eran casi cuatrocientos) nos dijeron que teníamos que abandonar la casa, lo único que cogí fue El Libro y todo el material relativo a él. Pero la casa se libró del fuego, gracias a Dios. 4 de septiembre de 1962 Es horrible por mi parte ponerme tanto “de los nervios”, pero me he involucrado tanto con este libro que ha llegado un punto en que de lo que salga va a depender todo mi futuro como artista, y tanta incertidumbre afectando a la obra, pues bien, acaba desmontándome. 10 de septiembre de 1962 Sigo trabajando en la tercera parte (de las cuatro): es la más larga, unas 40 mil palabras, y cuando la acabe (espero que en febrero) voy a ir directo a casa. Para entonces, ya estarán escritas tres cuartas partes del libro, y la última la redactaré allí. Evidentemente, no puedo terminarlo hasta que el caso alcance un final jurídico, ya sea la ejecución de Perry y Dick (el final más plausible), o la conmutación de la pena (altamente improbable). Con las apelaciones pendientes de resolución en el Tribunal Federal, el asunto aún se puede alargar hasta el próximo verano, por lo menos.

No sé cuándo va a publicarse mi libro. Pero aún falta un año o más. Es bastante extenso, quizá tengo ya el ochenta por ciento acabado. 26 de diciembre de 1962 Mi trabajo sobre Kansas va muy bien: estoy muy satisfecho, aunque exhausto. 11 de enero de 1963 Mi libro pronto estará acabado en dos terceras partes (algo más de 100 mil palabras), y me muero por irme de aquí. 4 de febrero de 1963 Cada mañana me levanto a las tres o a las cuatro para trabajar. Ahora son las cuatro. Pero ¡ayer acabé la tercera parte! Nunca en mi vida había trabajado tan duro. Ha quedado como quería, que es mucho decir. Pero estoy exhausto, tenso como nueve pianos recién afinados. No sé cómo voy a recargar energías para escribir la cuarta y última sección, que me va a robar al menos otro año. Ojalá pudiera, por un solo momento, vaciar de todo ello el alma, el corazón y la cabeza.

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de resolución en el Tribunal Federal: si lo consiguen (el nuevo juicio) voy a sufrir una crisis nerviosa, seguro. La Vista es el 9 de octubre y la decisión será comunicada hacia el 15. De hecho, no creo que lo consigan, pero nunca se sabe. En fin, si todo va bien debería acabar el libro en primavera. Si es que llego vivo. 22 de agosto de 1964 A sangre fría está casi acabado. 28 de diciembre de 1964 Verdaderamente llevo una vida espartana: me levanto a las cinco de la madrugada, voy trabajando a ratos durante todo el día, a las seis y media de la tarde me tomo unas copas, ceno a las ocho y me voy a la cama a las nueve. 27 de enero de 1965 Estoy terminando las últimas páginas del libro: me lo tengo que sacar de encima pase lo que pase. Ya casi me importa una mierda lo que suceda. Está en juego mi cordura, y no lo digo a la ligera. 18 de febrero de 1965 Salvo por una página o dos de vital importancia, hoy he terminado el libro: irónicamente, el día 18. Estoy exhausto. Vuelvo a casa en unas tres semanas. 20 de febrero de 1965 Ayer acabé A sangre fría, sólo quedan unos cuantos párrafos. Va en serio que son sólo unos párrafos. 20 de febrero de 1965 Sí, es verdad que he terminado el libro, con la excepción de unos cuántos párrafos vitales. La cuarta parte tiene 140 páginas. Shawn me ha telegrafiado: “Incomparable. Una auténtica obra maestra”. Bueno, como mínimo ya existe, aunque la he parido con el agua al cuello. 19 de abril de 1965 El caso está cerrado, y mi libro saldrá el próximo enero. Perry y Dick fueron ejecutados el martes pasado. Lo presencié porque así lo quisieron ellos. Fue una experiencia horrible. Es algo de lo que nunca me recuperaré.

14 de febrero de 1963

16 de junio de 1965

He acabado la tercera parte, y los días siguientes lloré sin control: había estado sometido a una tensión espantosa.

Terminé las últimas páginas de mi libro hace tres días. Alabado sea Dios. De repente, es increíble volver a sentirse libre (relativamente) tras todos estos años y más años de tensión y envejecimiento. De momento, siento que me han despojado de algo. Pero se agradece. ¡Nunca más!

15 de febrero de 1963 La semana pasada le envié al señor Shawn la tercera parte del libro. Me mandó el siguiente telegrama: “Una obra maestra. Una obra de arte que la gente seguirá leyendo dentro de doscientos años”. 17 de septiembre de 1963 Estoy en un estado espantoso, tenso y con ansiedad. La apelación de Perry y Dick para un Nuevo Juicio está pendiente

20 de septiembre de 1965 He pasado unos días frenéticos. La primera entrega de mi libro sale en el New Yorker de esta semana. Se hace difícil creerlo, después de tantos años. Estoy demasiado inquieto y tenso para quedarme aquí sentado, de modo que me voy a Nuevo México a pasar dos semanas, yo solo.


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El baño de sangre en el Penal del Topo Chico, en Monterrey, puso en evidencia una vez más la vulnerabilidad y corrupción que envenena al sistema penitenciario mexicano. Fue además una jornada de terror sin precedentes, de la que aún no se conocen testimonios presenciales sólidos. A la vista, sólo está el rastro de una noche que relata esta crónica, desde la desesperación y el abandono de los familiares a las puertas del presidio.

PENAL DEL TOPO CHICO

U N V I A J E H AC I A L A NOC H E MARGARITO CUÉLLAR

LOS PRESAGIOS Y LOS MUERTOS Ahora que ha amanecido se oye el grito solitario de una mujer. El grito se pierde en la nada o se confunde con los gritos de los presos, que por momentos son intensos y a ratos se apagan. El helicóptero vuelta y vuelta. La primera cifra, así, en frío, es escalofriante: cincuenta muertos. Con la claridad llegan más familiares de los internos. Se empiezan a amotinar afuera de las dos entradas principales y en las dos laterales. Rostros desvelados, llorosos, con la angustia y el coraje reflejados, como quien carga el presagio de la muerte. “Cincuenta muertos son un chingo, pienso, ¿pero por

Foto> SUSANA ROBLES

E

l día empieza la madrugada del 11 de febrero: larga, tensa, angustiosa y de intenso ir y venir en las calles oscuras que rodean al Penal del Topo Chico, al norte de Monterrey. Faltan unos minutos para la media noche. En la ventana hay una silueta de pie. La silueta, que ha abierto un poco la cortina y mira hacia afuera, desde hace rato oye gritos, golpes de portones o de rejas y de gente que corre en tropel. En las calles cercanas a la cárcel hay doble fila de camionetas de Protección Civil y grupos de marinos, soldados y policías buscando algo o a alguien en los alrededores. Pronto se suma un helicóptero volando en círculos sobre el área donde hace media hora empezó a salir humo. Las llamas y los gritos presagian que algo sucede adentro o está por ocurrir. El movimiento es intenso. Patrullas, ambulancias, torretas, más gritos de adentro y de afuera. “Déjenlos, culeros”, se escucha con insistencia, a lo que se suma el coro: “¡Culeros!, ¡culeros!, ¡culeros!” Dos detonaciones, más tarde otras dos. No se sabe a ciencia cierta lo que pasa ni a qué se debe la movilización policiaca, pero los gritos de los internos suben de tono y en grupos, afuera, elementos de la Fuerza Civil y soldados buscan reos en fuga. A las cinco de la mañana empiezan a llegar los primeros periodistas a la puerta que da a la avenida Aztlán. En las redes sociales empiezan a circular fotos del incendio. Se habla de un motín, de un intento de fuga, de un enfrentamiento entre integrantes del Cártel del Golfo y Los Zetas y hasta de integrantes del mismo bando en disputa por el control territorial.

Afuera del penal se formaron dos vallas de personas llenas de temor: los guardias y los familiares de los presos.

qué si nada más se oyeron cuatro detonaciones?” Incluso creímos que eran de gases lacrimógenos para dispersar a los presos. Más tarde se sabrá que la mayoría de las víctimas fallecieron a causa de los golpes y de heridas con armas punzocortantes. Algunos reos fueron arrojados a los colchones y a las esponjas de los dormitorios y les prendieron fuego. Las voces que gritan los nombres de sus familiares se multiplican. Las mujeres y los hombres más jóvenes suben por la malla metálica y gritan a todo pulmón. De vez en cuando un preso responde con otro nombre. Las voces cruzan. Difícil entenderlas con claridad, mezcladas como están, con llanto y gritos de todos lados. “¡Pipiluyooooo!”, dice una voz de afuera hacia adentro. “Negraaaaa”, dice una voz de adentro hacia afuera. Los nombres de Nallely, Huevo, Oziel, Óscar, Alex, Fide, Macario se pierden en el viento o se confunden con los chiflidos. Los “¿están bien?”, “aquí estoy”, “acá estoy, apá”, “m’hija”, se mezclan con los reclamos: “Van a ver, pinches perros”, “lo van a pagar, cabrones”, “no nos vamos a ir”, “pinches policías jotos”, “¿dónde está

el pinche Jaime?” (Rodríguez, El Bronco). A veces la vida real parece la escenificación de una tragedia o de un diálogo de sordos. La mañana sorprende a los familiares de los presos que hacen valla frente al portón principal y tratan de minar la barrera humana que lo resguarda. La barrera humana refleja miedo tras el casco protector. La mirada de los guardias más jóvenes es de terror, la de los familiares de los internos, de ira. Gritan, se abalanzan a la cuenta de tres, lanzan piedras, envases, zapatos viejos. Una llanta es arrojada contra los policías, que de ponto se repliegan, resisten un rato hasta que llegan refuerzos y se organizan en hileras de tres y protegidos con escudos. Al fondo hay otra multitud presionando. Entra una unidad encargada de trasladar presos. Al grito de “queremos las listas” los familiares de los reos embisten de nuevo. Tres personas tratan inútilmente de detener a un hombre que quiere arremeter contra los policías. Patalea, manotea, insulta, avanza, lo hacen retroceder y termina llorando en brazos de una mujer. Entran las primeras unidades de Semefo y de las cruces Verde y Roja.


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La cifra de los fallecidos es de 52, según un titular de prensa. Familiares de los internos, con información de adentro, dicen que los muertos pueden ser más de cien. El teléfono descompuesto a todo lo que da. En el penal había tres mil 900 reclusos, aunque su capacidad era para dos mil 500; un déficit de custodios de 84 por ciento; esto es, un custodio para cada cien internos. Una reportera con el pelo pintado de rubia entrevista a los representantes de Derechos Humanos. Los gritos de “¡güera adentro!”, “¡güera adentro!”, “¡güera adentro!”, no se hacen esperar. Cada uno trae un block de hojas en blanco. Los familiares creen que son las listas. Piden a la gente que anote los nombres de los familiares presos para ver si están entre los vivos o los muertos. Desconfianza. Los ánimos se vuelven a encender. Nueva embestida. Una anciana sale lastimada y pierde el conocimiento. “Pinche capacitación que tienen, y eso que los entrenan con nuestros impuestos”, dice un flaco tatuado que encara a la muralla humana de cascos azules. “Tú y yo, solas, sin uniforme”, le dice una mujer menuda a una uniformada. Hasta las 10 de la mañana no parece que la situación esté bajo control, a no ser del caos y la incertidumbre, de la angustia y la desesperación. Jaime Rodriguez Calderón, El Bronco, dirá en rueda de prensa, ocho horas más tarde, que la situación estaba bajo control. Que el conflicto partió de una disputa entre los grupos de Jorge Iván Hernández Cantú, El Credo, y Juan Pedro Saldívar Farías, El Z-27, y que durante el enfrentamiento varios reos prendieron fuego a las bodegas de víveres. Que desde las 1:30 horas elementos del Ejército, la Marina y la Policía Federal apoyan las tareas de vigilancia. Bajo control del enemigo, porque llega más gente a presionar por las listas de los muertos, los heridos y las personas trasladadas. El personal de Derechos Humanos intenta hacer su labor, pero es imposible. La gente les dice que reporten la verdad, que adentro hay cuerpos quemados, acuchillados, balaceados, que no se trató de un motín ni de un enfrentamiento sino de una carnicería. Piden que dejen entrar a la prensa. Hablan bajo entre ellos o gritan con el rostro cubierto. Saben que a los presos les va como en feria si declaran a los medios. Una de las puertas laterales del penal da al Hotel Santa Fe y al Mercado Rodrigo Gómez. Periodistas, familiares de los presos, policías, elementos de Protección Civil y mirones se concentran ahí. Las autoridades han instalado toldos, sillas, contenedores de basura y hasta baños portátiles. Las visitas se reanudan nueve horas más tarde. Los familiares entran a visitar a los reos, pero sin cruzar palabras, comunicados sólo por el silencio, ademanes, lágrimas. Primero entran de cinco en cinco, después de diez en diez, en su mayoría mujeres. El día termina con una noche en tensa calma. “No nos vamos a ir”, dice una mujer que trepa por la malla y agita su mano hacia los edificios donde están los internos. Ya para entonces los muertos no son 52 ni 50 sino 49. La confusión, dicen los voceros de El Bronco, es porque entre los muertos hay tres personas no registradas. “¿Se fugaron?”, pienso. “¿A esos buscaban en la madrugada en las calles aledañas?”

Foto> SUSANA ROBLES

EL IMPERIO DEL CAOS

Una escena que se multiplicó el 11 de febrero: angustia y desolación ante la incertidumbre.

“EL AUTOGOBIERNO TENÍA PERMISO PARA ROBAR, SOMETER, EXTORSIONAR, CONTROLAR LA COMIDA Y LOS DORMITORIOS, HACER FIESTAS AMENIZADAS CON GRUPOS MUSICALES, COBRAR DERECHO DE PISO, TRAFICAR DROGAS Y HASTA SALIR A LA CAZA DEL ENEMIGO AL MENOS UNA NOCHE A LA SEMANA.” Es ya otro día y el rompecabezas sigue sin armar. El Bronco informa que 233 reos han sido trasladados a otros reclusorios. Que en el transcurso de la tarde a noche hicieron un cateo completo para tomar el control del reclusorio y encontraron 23 paquetes de cocaína, 38 con mariguana, 130 puntas arsenales, 60 martillos, 400 encendedores, 16 memorias, 10 mp3, 28 piezas mecánicas y 86 cuchillos.

CRÍMENES Y ESCOMBROS Los testimonios de algunos periodistas, familiares de presos y las evidencias mismas parecen indicar que el inicio de la larga noche del jueves 11 de febrero en Monterrey, y que dio la vuelta al mundo previo a la visita del Papa Francisco, no fue ni motín ni enfrentamiento, sino un artero ataque de internos pertenecientes a Los Zetas contra una fracción de la misma. Las autoridades del penal dejaron que la sangre llegara al río y dieron tiempo suficiente para el exterminio. Por eso no hubo más que cuatro detonaciones. Y cantidad de cuchillos, varillas, púas, tubos, fuego, bats y armas hechas a mano. Empieza un nuevo día. Las toneladas de escombro que ahora salen en camiones (frigobares, muebles, estufas, altares y figuras de la Santa Muerte, baños sauna, pantallas de plasma, televisores, mini splits, acuarios), más que privilegios para celdas de lujo, son el saldo de las componendas y los acuerdos entre las autoridades del penal y el autogobierno. Componendas que atraían ganancias, de acuerdo a la indagación de Juan Alberto Cedillo (Proceso, febrero 14 de 2016), de unos 15 millones de pesos al mes “por cobro de cuotas, venta de droga y otros negocios, fondos que permitían financiar la narcoguerra que asolaba al estado de Nuevo León.” Por lo

menos cinco millones iban a parar a los bolsillos de jefes de guardia, custodios y directivos. Tres personas han sido detenidas y sus oficinas y casas cateadas: la directora, Gregoria Salazar Robles; el encargado de los controles del penal, Jesús Fernando Domínguez, y el custodio José Reyes Aguilar Hernández, El Gordo. El autogobierno tenía permiso para robar, someter, extorsionar, controlar la comida y los dormitorios, hacer fiestas los miércoles, sábados y domingos amenizadas con grupos musicales, cobrar derecho de piso, traficar drogas y hasta salir a la caza del enemigo al menos una noche a la semana. Mientras los familiares que despiden a sus muertos dan fin a un calvario: el de la extorsión a cambio de que sus seres queridos no sean golpeados, lo que sigue es otro calvario: cargar con el peso de un muerto y sobrevivir a la tragedia. Matar, secuestrar, traficar, robar un celular, manejar un auto robado, estar en el lugar equivocado con las personas equivocadas tiene en la tragedia del Penal del Topo Chico un desenlace cruel. Un desenlace que tiene muchos hilos y que tal vez se empezó a fraguar desde finales del año pasado con el traslado del Z-27 de un reclusorio tamaulipeco al penal del Topo Chico. Y con los argumentos de dos jueces: uno señala que el Z-27 “no es un reo peligroso” y otro ampara al Credo para evitar su traslado. Camino a mi trabajo, una enorme máquina se empeña en comprimir lo que fueron enseres de uso cotidiano en el Hotel Topo Chico. José Ovejero tiene razón: el horror no deja una huella visible en los lugares por donde pasa. La mayoría de los deudos ya enterraron a sus muertos. Siete cuerpos calcinados yacen sin ser identificados en un anfiteatro.

MARGARITO CUÉLLAR. Escritor y periodista. Su libro más reciente es Las edades felices.


10 Por

FRANCISCO HINOJOSA

El Cultural SÁBADO 20.02.2016

LA N OTA NEGRA

TE DIGO QUE NO

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na amiga que se la pasa pescando perlas por la calle me contó que en un puesto de tacos escuchó la siguiente frase: “con todo menos sin cilantro”. No es difícil imaginar el contexto: el taquero pregunta si el taco lo quiere con jardín y salsa y el cliente responde con una doble negativa: “menos sin”, lo que confirma el rechazo que el cliente le tiene a esa yerba. Al parecer el problema de algunos hablantes es dudar ante la doble negativa, no saber decir que no: el que me lo desniegue que tire el primer sí. Ese prefijo des- causa muchos desaguisados: alguien que tiene su casa en el rincón más apartado del pueblo vive en un lugar desalejado; una señora se queja de que su hijo se quedó sin desempleo, lo que trae como consecuencia que ahora esté desaburrido. El prefijo in- también es causa de muchas barbaridades, ya que no falta quien le quiera asignar solo su valor negativo y no sepa que también significa “en”. Como los dueños de las gaseras, que decidieron corregir, según su conciencia lingüística, un error del habla vulgar: ¿cómo que “inflamable”?, precisamente todo lo contrario: el gas es “flamable”. El Diccionario panhispánico de dudas no reflexiona al respecto de este barbarismo, tan solo se limita a decir que son equivalentes. Un amigo que se besuqueaba en la vía pública con su novia fue detenido por un policía que lo acusó de “faltas a la inmoralidad”. Mi amigo, por supuesto, le dijo que lo acompañaba a la delegación siempre y cuando mantuviera la

Las Claves

AL PARECER EL PROBLEMA DE ALGUNOS HABLANTES ES DUDAR ANTE LA DOBLE NEGATIVA, NO SABER DECIR QUE NO: EL QUE ME LO DESNIEGUE QUE TIRE EL PRIMER SÍ.

acusación en pie. Una señora me comentó que su hijo todavía no llegaba a la edad de la inmadurez, cosa que por cierto era verdadera. Por su parte los bancos no se quedan atrás en esa histórica tarea que se autoimpusieron de darle glamour a la lengua: se apertura una cuenta, no se abre; se accesa a cierta información, no se accede. La hipercorrección no está tan lejos. Alguna vez conocí a un corrector de estilo de una editorial que le metió mano a un texto mío. Donde decía “no vino nadie”, él decidió que era más exacto gramaticalmente hablando decir “vino nadie”, y donde había escrito “no quiero nada”, lo cambió por “no quiero algo”. La doble negativa, en ambos casos, en vez de anularse, como creyó el corrector, funciona como refuerzo. Tratar de concebir la lengua como si fuera un problema de lógica está lejos de ser aplicable. Hay quien pide “un vaso con agua” y no “un vaso de agua” porque cree que al decirlo con la preposición “de” convierte al recipiente en el líquido que debería contener. Una editora me cuestionó cuando dije “literatura infantil”. “¿Literatura escrita por niños?”, me regañó. No me tocó nunca (“me tocó nunca”) decirle que había salido el sol, ya que seguramente me hubiera explicado que el sol no sale, sino que existe un movimiento de rotación de la Tierra que genera los días y las noches. Cada quien habla y escribe la lengua como mejor le viene. Hace un par de años me robaron la cartera al salir del metro Pino Suárez. Un niño pasó co-

Foto > Especial

@panchohinojosah

rriendo junto a mí y a su paso me untó en el pantalón algo que parecía crema de afeitar. Una señora me hizo notar la plasta que me habían echado y se ofreció, servilleta en mano, ayudar a limpiarme. A su lado, un joven se encargó de distraerme para que ella me extrajera la billetera sin que yo lo notara. En lo que me di cuenta y cancelé mis tarjetas, ellos se dedicaron por supuesto a usarlas en distintos comercios. El banco se ofreció a reponerme lo robado, siempre y cuando levantara un acta en el ministerio público. Y así lo hice. Me pidieron que redactara con mis palabras el suceso tal y como lo recordaba. El agente que lo leyó fue contundente: me dijo que yo no sabía narrar y me dictó mi testimonio. Por ejemplo, donde yo escribí “mujer”, él lo corrigió como “persona del sexo femenino”. Ya lo decía Cantinflas: “Lo que es la falta de ignorancia”.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

LOS SILENCIOS se dejan custodiar por una música callada de antigua epifanía y enfermizos otoños: ruedes sobre pétalos manchados por la racha. / Los silencios insisten en carcomer la cáscara del roble. / Los silencios regresan para enmudecer la recua que suscribe la noche. // Silencio: voz sin reverberación. / Silencio en la espalda del exiliado. / Silencio: única desconfianza de la sílaba errante. / Silencio que se agazapa que roe que lame que tiembla que musita el silencio. / Silencio frente al espejo: duplicada luz en los arrecifes de la sombra: sí, la oscuridad tiene un filamento de álgebra turbia en que las cifras aquietan todos los guarismos de los designios. / Silencio encabalgado en los nombres, interpuestos en el desvelo, desolado en el mismo estribillo del asombro. / “Silencio blanco, sin pájaros”. Marzo 10, NY se sostiene en diez grabados (técnica mixta) en formato

de 60 x 40 cm. realizados al buril y estampados a la poupée (método concebido en el siglo xvii por Johannes Teyler, en el cual se asientan distintos colores sobre una misma plancha, entintando y limpiando progresivamente hasta lograr un sugerente fundido) del pintor chileno Víctor Ramírez y versos de la mexicana Jeannette L. Clariond. Elaboración gráfica de Quim Díaz. Clariond escolta los labres de Ramírez. Los silencios hablan en la crispada cicatriz de la pausa. Laceraciones intercaladas en los poros de una perspectiva en que los grises musitan en los hilvanes del azul, que a su vez se desnuda en la quietud del blanco. Rojizo tenaz desafiando al negro. Punzas del asomo de un verde frágil, insinuante y quebradizo. Marzo poblado de “Árboles al soplo de las nubes / hieren el ritmo del paisaje” y se verifica el lazo que conjuga el “inacabado brillo del cristal”. Clariond

dialoga con los tallados de Ramírez, señales concurrentes: coloraciones empinadas sobre el aura de un marzo arrebujado en los reflejos de una esperanza desértica: “El miedo es encontrar la propia semejanza. / Interpretar los sueños / constituye nuestra peor pesadilla”. ¿Encontrará el hombre el envés del fuego? ¿Seremos testigos de los ramajes del silencio sustituyendo los centelleos de la luz? ¿Algún día marzo dará entrada a los pergaminos de la resurrección que anuncia abril? (No olvidar a T. S. Eliot). “Mejor ceder al resplandor / del horizonte. / Sueño de Dios la vida, sin paz los dioses / que inventaron la palabra y la guerra. / El fuego nombra”. El silencio se refugia en la sedienta luna del verano. Caen riscos en las esquinas de la noche. Marzo 10, NY: el ocre incrusta la posibilidad: el poeta advierte: “Lo fresco del rocío / ya es hoja quebradiza”.

MARZO 10, NY

Autor: Jeannette L. Clariond (versos), Víctor Ramírez (grabados) Género: Poesía Editorial: Abstracta, Barcelona, 2014.


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

AMY WINEHOUSE

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

M

e tocó ver el documental Amy en un vuelo MadridDallas. Estoy convencido de que el Hay Festival me odia. Programaron mi vuelo a las 7 a.m. Tuve que despertarme a las 5. Salí de Carabanchel, un barrio ya sin heavies y sin yonquis, a las 6 a.m. El metro estaba atascado de otros pobretones que como yo preferían la penuria que pagarse un taxi. Había amanecido en un mood muy Janis Joplin. Me puse mis audífonos y le di play al Pearl. Tenía que marcharme con dramatismo. Cuando el disco se terminó el random me restregó en la jeta “A song for you” de Amy Winehouse, como un presagio de lo que iba a ocurrir. Migración siempre es una pesadilla. A mi arribo a España no me jodieron. Pero por alguna razón, que todavía no comprendo, me interrogaron a mi despedida. La agente de la línea aérea me interrogó a propósito de mi estadía. Qué lugares visitó. Le gustó el país. Qué comió. A ver, pendeja, le inyectaba con la mirada, ya me largo. No estoy ingresando droga ni pretendo quedarme de ilegal. De España no hay coca que me pueda llevar. La comida de poca madre, ¿no ve los pinches kilos de más que me heredaron?. Me dejé 85 mil pesos en euros en tiempo récord. Lo único que anhelo es irme a la chingada. Qué desesperante es. Por favor déjeme de estar chingando. Tras veinte minutos de monosílabos me permitió pasar al mostrador. American Airlines te odio. Mi maleta traía un excedente de siete kilos. Embutidos y libros. Y querían que pagara cien dólares. Tan pendejos. Saqué siete kilos de libros y los metí en

VER SALIR A AMY TODA PUTEADA DE SU DEPARTAMENTO, CON LOS OJOS MORADOS Y UN DIENTE FLOJO ME DESATÓ LA CHILLADERA.

El sino del escorpión

una bolsa. Y así, hasta la madre, y cargado como burra me interné rumbo al puerto de embarque. Estaba irritable por la desmañanada, y en un estado de desesperación por el interrogatorio, y con un hastío por ir cargando kilos de libros que probablemente no fuera a leer en los próximos seis meses. Si fuera un hombre los habría tirado ahí mismo. En el aeropuerto. Pero no, los paseé por tres países hasta mi depa. Lo único que quería era dormir. Pero idiota de mí. Me había terminado mis reservas de rivotril. Llegué al vuelo más reseco que un terrón. Confiado en que el cansancio me abduciría, acomodé los viniles y los libros en el portaequipaje. Me disponía a desparramarme en mi asiento, me tocó ventanilla, odio la ventanilla, cuando me percaté que el asiento de pasillo estaba ocupado por un texano enorme. Medía más de dos metros. Era blanco. Podía oler su racismo a hectáreas. Éste es de los que cazan ilegales en la frontera, me dije. Excuse me, le espeté y vi en su jeta el desagrado que seguro experimenta todo miembro de KKK cada vez que ve a un chicano. Mierda, pensé, no me voy a poder ni levantar a miar en once horas. Sin medicamento controlado para desmayarme y encajonado en el asiento, el sombrero del texano, no se lo quitó en todo el vuelo, me tenía adherido como sticker a la pared del avión. Me pongo a leer, chingue a su madre. Pero la puta luz no funcionaba. Incapaz de dormirme, no me quedó otra que encender la pantalla que está incrustada en el asiento delantero. Como siempre, el contenido era pura mierda. Pero entre todo el

cochinero sobresalía una joya: Amy. El documental sobre Amy Winehouse. Y en lugar de distraerme me despeñé. La irritabilidad, la falta de sueño, el cansancio me pusieron en un estado vulnerable. Que combinado con el contenido del documental detonaron en llanto. Si las escenas de Kurt Cobain jugando drogado con la hija en Mountain of Heck me revolvieron el estómago, ver salir a Amy toda puteada de su departamento, con los ojos morados y un diente flojo me desató la chilladera. Entonces, mientras me sorbía los mocos, sentí la mirada del texano clavada en mí. No sólo prieto, también joto, cabrón, me decía con los ojos. Traté de contenerme, pero fue inútil. Me descosí. Oía al gringo carraspear. Se la estaba pasando peor que yo. Qué esperaba, que el avión trajera un documental sobre jaripeo. Cuando faltaban veinte minutos para que se terminara el documental la pantalla se congeló. Y no tuve más remedio que volverle a poner play. Y volví a llorar. Veinte minutos antes del final volvió a ocurrir lo mismo. Y le puse play una vez más. Así hasta llegar a Dallas. Eso y mis ocasionales idas al baño molestaron al texano a niveles de odio que pocas veces he sentido. Bájate aquí, sentí que me decía con los ojos, en Fort Worth, para matarte pinche homo. Con los ojos enrojecidos en llanto (y unas ganas locas de fumar crack) el destino se deshizo del texano y me marché a mi conexión a Torreón. Hacía tanto que no veía cosa tan triste. El documental es sencillamente insoportable. Es un festín de dolor. Amy llevaba la penitencia en el apellido.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

La crítica como bricolaje EN SU GUSTADO papel de teórico literario, el escorpión emerge de su nido en la rajadura del muro con una palabra sorprendente extraída de la profundidad de sus lecturas: bricolaje. Se define así a la tarea de creación, mejora, mantenimiento o reparación realizada por una persona; actividad creativa basada en reutilizar lo preexistente por medio del empleo de los más variados recursos. La idea fue utilizada por Claude LéviStrauss (1908-2009) para caracterizar el pensamiento mítico como una especie de bricolaje intelectual. Luego, el crítico estructuralista francés Gérard Genette (1930) la aplicó a la crítica literaria. El arácnido entiende como regla básica del bricolaje el retomar los residuos de estructuras viejas y emplearlos para crear una nueva estructura. Eso precisamente, asegura Genette, hace la crítica

literaria: extraer elementos de diversos conjuntos constituidos (análisis) y a partir de ellos constituir un nuevo conjunto en el cual ninguno de sus viejos elementos reencontrará su función original (síntesis). La crítica literaria se distingue de otras especies de crítica (cultural, de arte, musical) por utilizar el mismo material (la escritura) de las obras de las cuales se ocupa. Es pues, metaliteratura, “una literatura a la cual se impone como objeto la literatura misma”. El crítico literario sería entonces el bricoleur, quien trabaja con los materiales originarios de las obras literarias para proponer una obra nueva. La obra inicial (estructura), es desmantelada por el bricoleur para extraer los elementos útiles para sus fines (nueva estructura). Genette lo resume en una figura ní-

tida para el arácnido: si el novelista interroga al universo, el crítico interroga a la literatura. El riesgo de minimizar la tarea crítica (el carácter ilimitado y primero del material poético o novelístico frente al carácter segundo y limitado del material crítico), Genette lo compensa al apuntar cómo el escritor opera por medio de conceptos y el crítico por medio de signos. El sentido en el escritor (su visión del mundo) se convierte en signo en el crítico, tema y símbolo de naturaleza literaria. La doble función del trabajo crítico, la constante inversión del signo y el sentido, es la esencia de la crítica. Si el bricoleur habla por medio de las cosas, el crítico habla por medio de muchos libros, insiste el venenoso, ya declarado estructuralista, antes de sumergirse de nuevo en su hueco en el muro.

LA DOBLE FUNCIÓN DEL TRABAJO CRÍTICO, LA CONSTANTE INVERSIÓN DEL SIGNO Y EL SENTIDO, ES LA ESENCIA DE LA CRÍTICA.


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El Cultural SÁBADO 20.02.2016

EL MUNDO EDITORIAL SEGÚN ANDRÉS RAMÍREZ Andrés Ramírez es algo más que uno de los tres hijos varones del escritor José Agustín. Actualmente es director literario del grupo editorial Penguin Random House (México), y como poeta es autor de Un canto para los navegantes (1992), En nuestros ojos (1997) y Zapping (2006). Cuando le pido que nombre a poetas mexicanos vivos que le gusta leer, menciona a cuatro nacidos en los años setenta: Julián Herbert, José Eugenio Sánchez, Luigi Amara y Luis Felipe Fabre. ¿Y extranjeros?:

Roberto Juarroz, Robert Graves y Samuel Beckett. Ingenuamente le pregunto si acaso Beckett no es dramaturgo; responde: “También tiene poemas excepcionales”. Luego le pido que mencione a un escritor de bestsellers que le interese: “Murakami ha sido muy estigmatizado por la crítica, pero lo que yo he leído de él me parece interesante”. ¿Y Stephen King? “Él es un genio total. Su autobiografía, Mientras escribo, sirve para saber cómo funciona profesionalmente.

En su caso el éxito no está reñido con la calidad”. En su adolescencia, Andrés Ramírez escribió las letras de “unas cuantas” canciones de rock, y más tarde tuvo una columna en la revista La Mosca. Es fan de los Rolling Stones y Pixies. Le hubiera gustado ser bajista de un grupo, pero nunca aprendió. ¿Por qué el bajo? “No sé. Es un instrumento que está atrás de los acordes finos, el que marca la pauta de lo que hacen los demás”. ¿Como el editor? “No lo había pensado, pero sí”.

Por ESGRIMA

¿Cómo brincaste de poeta a editor? No hubo brinco sino simultaneidad. Empecé escribiendo poesía, y cuando tuve que trabajar acabé de editor. Me inicié en Joaquín Mortiz, en 1994, como asistente editorial. ¿Qué cualidades debe tener un buen editor? Tienes que ser osado y poseer una sensibilidad especial para este trabajo. Te tiene que gustar la literatura en toda su amplitud, la novela, el ensayo, la crónica, los cuentos. ¿Los editores se ganan muchos enemigos? Supongo que sí, pero no sé qué tantos. La gente no toma bien un rechazo editorial. Lo más complicado de este trabajo es decirle que no a un escritor, y la negativa no siempre se debe a que el libro sea malo. A veces son otros factores, como la situación de la editorial en particular o la situación en general del mundo editorial. Recuerdo haber leído un texto muy sarcástico de Vicente Leñero, en el que decía que la editorial iba a destruir ejemplares de uno de sus libros, que quiso hablar contigo y nunca te encontró, y que siempre rechazaste a escritores que él te recomendaba. A mí me dio mucho gusto reencontrarme con Leñero seis u ocho meses antes de que muriera. Fue un encuentro muy cálido. Me dijo que luego se arrepintió de ese texto porque había sido un poco excesivo. Yo pagué el pato de una situación que me rebasaba. Ese día le comenté que sólo me había recomendado a dos autores y que sí publiqué a uno de su taller: Ernesto Murguía, en Mortiz. ¿Has abierto puertas a jóvenes que nunca habían publicado? Me siento muy orgulloso de haber publicado por vez primera a David Toscana con Estación Tula, y a Álvaro Enrigue con La muerte de un instalador. También a periodistas que publicaron su trabajo en libro por vez primera, como Diego Enrique Osorno, Alejandro Almazán y José Gil Olmos. ¿Has tenido presiones cuando editas asuntos periodísticos?

A mí no me ha sucedido, pero hay otros casos en que sí, como a Lydia Cacho con su primer libro. ¿Encargas libros en los que tú eliges el tema? Sí. Los editores estamos haciendo eso cada vez más, pero no es tan sencillo. Tiene que haber coincidencia entre el tema que quieres y los intereses del escritor a quien se lo pides. Debe ser alguien a quien de verdad le interese el asunto, porque de lo contrario queda algo muy hueco. ¿Sólo editas libros sobre literatura y periodismo? No, de todo, también juveniles, por ejemplo. ¿Y de superación personal? Sólo hice uno y no resultó. ¿Por qué? Supongo que era una autoayuda más compleja, y lo que se publica tiene un nivel un poco elemental. ¿Crees que están sustentadas las críticas a los grandes consorcios editoriales? ¿Le hacen daño a la industria de ese ramo? En el caso de México con Penguin Random House y Santillana, apenas tiene un año, habrá que ver. No lo creo. Las condiciones de equidad sí se vuelven distintas, pero no es debido a las cadenas libreras sino a la inercia del mundo editorial, que está armado para que los libros que se venden mucho tengan más presencia. No hay un cuidado para la diversidad cultural de las librerías y eso es algo que nadie está tratando de remediar. En Radio Pasillo también se habla de concursos literarios que se mueven con criterios comerciales. Se habla mucho de los premios en general, de los intereses. Ningún premio es inocente, pero en los que yo estoy involucrado en Random hemos tratado de evitar eso. En el premio que tenemos con Gandhi sólo se responde a intereses estéticos. Lo ganó Aura Xilonen, una “niña” de 19 años, ¿no? Parece una niña, pero no lo es. Fue una gran fortuna que nos topáramos con ese libro (Campeón gabacho).

FERNANDO FIGUEROA Una pregunta absurda: ¿Qué buscan los lectores? No se puede hablar en abstracto de lectores sino de varios tipos de lectores. Hay quien lee por entretenimiento, y hay lectores de literatura dura muy conocedores. Hay otros que se mueven por las tendencias de lo que se lee en determinado momento, como Las sombras de Grey. Hay un público que igual puede ver una película de Al Pacino o de George Clooney, y que igual puede leer un libro de José Agustín o de Paulo Coelho. Veo que La tumba (1964), de José Agustín, está en el lugar 22 del top 100 de la colección De Bolsillo. ¿Qué sensación te produce eso? Me pone muy contento. La volví a leer a raíz del cincuenta aniversario y otra vez me pareció muy buena novela. Esa edición la cuidé personalmente. ¿Has editado otras novelas de tu papá? Sí, varias. De hecho, la primera que edité fue Dos horas de sol, en Seix Barral, en 1994. ¿Han tenido fricciones como autor y editor?

Sí, pero muy pequeñas, nada grave. Al ser hijo de una celebridad, te pudiste convertir en un bueno para nada. ¿Qué te salvó? Empecé a trabajar en cuestiones editoriales a los 21 años y me encantó desde el primer día. Yo creo que de eso depende que sigas tu propio camino. Yo había querido editar una revista con uno de mis hermanos, así que ya tenía cierta vocación para esto. José Agustín no sólo es un buen escritor sino también un buen padre, ¿no? Siempre ha sido un padre muy presente. El otro día decía Juan Villoro que valoraba más a un buen escritor si además era un buen padre, porque no es nada fácil esa combinación.

Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón

EL MUNDO EDITORIAL ESTÁ ARMADO PARA QUE L OS LIBROS QUE SE VENDEN MUCHO TENGAN MÁS PRESENCIA”


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