El verano después de la guerra

Page 1

CARLOS VELÁZQUEZ

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK & ROLL

ESGRIMA

JIMENA LÓPEZ / CELAYA BROTHERS GALLERY

El Cultural N Ú M . 1 2 7

S Á B A D O

0 9 . 1 2 . 1 7

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

KAZUO ISHIGURO

PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2017

EL VERANO DESPUÉS DE LA GUERRA UN TEXTO DESCONOCIDO

LA IMAGINACIÓN SIN FIN

150 AÑOS DE MARCEL SCHWOB

UN ENSAYO DE HÉCTOR ORESTES AGUILAR

Arte digital > Zeus G.M. > La Razón > A partir de una obra de Hiroshi Yoshida (1876-1950).

EC127.indd 2

08/12/17 17:26


02

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

Este domingo 10 de diciembre, Kazuo Ishiguro, el escritor de origen japonés —nacionalizado británico— recibe el Premio Nobel de Literatura 2017, en reconocimiento a una obra novelística relativamente breve pero de gran alcance. Sus libros emblemáticos se han traducido a nuestro idioma. Sin embargo, no hay indicio de que este relato de 1983 se haya vertido antes al español. Es el embrión de uno de sus títulos distintivos, Un artista del mundo

flotante, y una formidable noveleta de aprendizaje en el Japón recién asolado por las bombas nucleares de Estados Unidos, que despliega un recurso predilecto de Ishiguro: el monólogo que refleja no sólo una conciencia individual —en este caso un niño—, sino también, a través de sus personajes y relaciones afectivas —en este caso filiales—, el modo en que funciona, se estructura y perfila, con precisión asombrosa, una época, una sociedad, un mundo.

EL VER A NO DESPUÉS DE L A GU ER R A KAZUO ISHIGURO TRADUCCIÓN R O B E RT O D I E G O O RT E G A

A

lgo como un cobertor en jirones —no podía ver con claridad en la penumbra de la tarde— quedó atrapado en las ramas altas de un árbol, inflado suavemente por el viento. Otro árbol se había derrumbado sobre los arbustos. Había hojas y ramas rotas tiradas, dispersas por todas partes. Pensé en la guerra, en la devastación y ruina que había visto durante mis primeros años, y observé en silencio el jardín mientras mi abuela explicaba cómo un tifón había azotado Kagoshima esa mañana. En unos cuantos días limpiaron el jardín, el árbol caído fue apilado contra una pared junto con todas las ramas y el follaje muerto. Sólo entonces advertí por primera vez los escalones de piedra que formaban un pasaje entre los arbustos, hacia los árboles en la parte posterior del jardín. Esos arbustos conservaban pocos indicios del atentado que habían resistido hace tan poco tiempo; estaban en plenitud, con el follaje abundante y el colorido extraño —sombras de rojo, naranja y morado, distintas a cualquier cosa que yo

hubiera visto en Tokio. En su conjunto, el jardín dejó de parecerse al lugar derrotado que vislumbré en la noche de mi llegada. Entre la veranda de la casa y el comienzo de los escalones de piedra estaba la superficie plana del césped. Ahí, cada mañana antes de que el sol se elevara, mi abuelo colocaba el colchón de paja para sus ejercicios. Yo despertaba con los sonidos que llegaban del jardín, me vestía pronto y salía rumbo a la veranda. Entonces veía la figura de mi abuelo, vestido con un kimono holgado, que se movía con la primera luz de la mañana. Se inclinaba y estiraba con fuerza, y su paso era ligero cuando corría por la superficie. Yo me sentaba y esperaba con tranquilidad durante sus movimientos de rutina. Al fin el sol se elevaba lo necesario para inundar la pared y el jardín; y a todo mi alrededor las maderas pulidas de la veranda lucían cubiertas por manchas de luz solar. Por último, el rostro de mi abuelo se tornaba severo y comenzaba sus secuencias de judo: giros veloces, posturas congeladas y —lo mejor de todo—

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Twitter:

@ElCulturalRazon

Roberto Diego Ortega Director @sanquintin_plus

Delia Juárez G. CONSEJO EDITORIAL

Editora

Facebook:

@ElCulturalLaRazon

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez Director General ›Rubén Cortés Fernández Subdirector General ›Adrian Castillo Coordinador de diseño ›Carlos Mora Diseño ›Iolani Ferráez Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 9

EC127.indd 3

08/12/17 17:26


El Cult ural S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

Las obras que ilustran estas páginas son del artista japonés Tsuguharu Foujita (1886-1968). La batalla final de Attu. 1943.

los movimientos de ataque, cada uno acompañado por un grito breve. Mientras lo miraba, podía ver con toda claridad a los asaltantes invisibles que le llegaban de todas partes, sólo para caer desvalidos ante su proeza. Al terminar cada sesión, mi abuelo seguía los escalones de piedra hacia la parte posterior del jardín, para confrontar al mayor de los árboles que crecía junto a la pared. Se detenía ante el árbol por unos segundos, completamente quieto. Luego, con un grito súbito, se lanzaba contra él e intentaba derribarlo con un giro de su cadera. Repetía el ataque cuatro o cinco veces, y comenzaba cada vez con esos segundos de silencio contemplativo, como para tomar al árbol por sorpresa. Tan pronto como mi abuelo regresaba a cambiarse, yo iba al jardín e intentaba reproducir los movimientos que había visto. Esto inducía mi elaborada construcción de situaciones en torno a los movimientos —situaciones que siempre eran variantes de la misma trama. Comenzaban siempre conmigo y mi abuelo caminando rumbo a casa en la noche, por el callejón que estaba atrás de la estación de trenes de Kagoshima. Desde la oscuridad surgían figuras que nos obligaban a detenernos. Su líder daba el paso al frente —un hombre de habla desordenada, ebria— y reclamaba que le diéramos dinero. Mi abuelo les advertía con tranquilidad que nos dejaran pasar o saldrían lastimados. Ante esto, reían las voces en la oscuridad que nos rodeaba —risas sucias, malignas. Mi abuelo y yo nos mirábamos con serenidad, luego nos colocábamos espalda con espalda. Entonces ellos llegaban por todas partes en cantidad incalculable. Y ahí, en el jardín, yo escenificaba su destrucción; un equipo en perfecta coordinación —mi abuelo y yo— los sometía, uno tras otro. Al final, revisábamos con cuidado todos los cuerpos a nuestro alrededor. Entonces él asentía, y continuábamos nuestro camino. Desde luego, no mostrábamos una excitación impropia sobre el tema y seguíamos rumbo a casa sin mencionarlo.

EC127.indd 4

Había momentos, en medio de semejante batalla, en que Noriko, la sirvienta de mis abuelos, me llamaba a desayunar. Pero yo terminaba mi rutina tal como hacía mi abuelo; iba al árbol, me detenía en silencio ante él durante esos segundos decisivos, y luego lo acometía de súbito, como era necesario. En ocasiones actuaba una situación en la cual, ante la mirada perpleja de mi abuelo, lograba arrancar el árbol y lo arrojaba rodando sobre los arbustos. Pero el árbol era infinitamente más sólido que el que derribó el tifón, y aunque yo era un niño de siete años acepté como improbable esta situación particular, con un rango de posibilidad distinto a la anterior. No creo que mi abuelo haya sido un hombre especialmente rico, pero la vida en su casa parecía muy cómoda luego de las condiciones que yo había conocido en Tokio. Había salidas con Noriko para comprar juguetes, libros y ropa; y muchas variedades de comida —aunque bastante comunes en nuestros días— que probé por primera vez en mi vida. Además la casa parecía espaciosa, pese a que todo un sector quedó dañado al punto de resultar inhabitable. Una tarde, poco después de mi llegada, mi abuela me llevó para mostrarme los ornamentos y pinturas que decoraban las habitaciones. Cada vez que me gustaba un cuadro, lo señalaba con una pregunta: “¿Ese lo hizo mi abuelo?” Pero al final, aunque habíamos examinado cada uno de los numerosos cuadros en la casa, ninguno era obra de mi abuelo. —Pero yo creí que Oji era un pintor famoso —dije—. ¿Dónde están sus cuadros?

03

—¿Tal vez quisieras algo de comer, Ichiro-San? —¡Los cuadros de Oji! ¡Tráelos ya! Mi abuela me miró con curiosidad. —Ahora me pregunto —dijo—. Supongo que la tía de Ichiro le contó de su abuelo. Algo en sus modales me indujo a guardar silencio. —Me pregunto qué más le dijo a Ichiro su tía —continuó—. Vaya que me lo pregunto. —Ella sólo dijo que Oji era un pintor famoso. ¿Por qué no están aquí sus pinturas? —¿Qué más te dijo ella, Ichiro-San? —¿Por qué no están aquí sus pinturas? ¡Quiero una respuesta! Mi abuela sonrió. —Supongo que se los llevaron. Podemos buscarlos en otra oportunidad. Pero tu tía contaba que tú tienes gran pasión por el dibujo y la pintura. Que tienes un gran talento, me dijo. Si se lo pides a tu abuelo, Ichiro-San, estoy segura de que se sentiría honrado de enseñarte. —No necesito un maestro. —Discúlpame, era sólo una sugerencia. Tal vez ahora quisieras algo de comer.

Lo que sucedió fue que mi abuelo

comenzó a ayudarme a pintar sin que yo se lo pidiera. Un día caluroso, yo estaba sentado en la veranda, intentando componer un cuadro con mis acuarelas. El cuadro iba mal y yo estaba a punto de arruinarlo, enojado, cuando mi abuelo llegó a la veranda, puso un cojín cerca de mí, y se sentó. —No permitas que interrumpa tu trabajo, Ichiro. Se inclinó para ver el cuadro, pero lo oculté con mi brazo. —De acuerdo —dijo risueño—. Lo veré cuando esté terminado. Noriko trajo té, lo sirvió y se fue. Mi abuelo continuó sentado ahí, con un aire satisfecho, bebiendo té y mirando el jardín. Su presencia me inquietó, y simulé trabajar en mi cuadro. Luego de unos minutos, sin embargo, la frustración se apoderó de mí otra vez y arrojé el pincel a través de la veranda. El abuelo volteó hacia mí. —Ichiro —dijo en completa calma—, tiraste pintura por todas partes. Si Noriko-Sam ve esto se va a enojar mucho contigo. —No me importa. Se rió, y una vez más se inclinó para mirar mi cuadro. Intenté ocultarlo otra vez, pero él apartó mi brazo. —No está tan mal. ¿Por qué te enoja tanto? —Dámelo. Quiero destruirlo. Él mantenía el cuadro fuera de mi alcance y continuaba mirándolo.

“AL “ TERMINAR CADA SESIÓN, MI ABUELO SEGUÍA LOS ESCALONES DE PIEDRA HACIA LA PARTE POSTERIOR DEL JARDÍN, PARA CONFRONTAR AL MAYOR DE LOS ÁRBOLES QUE CRECÍA JUNTO A LA PARED.”

08/12/17 17:26


04

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

—No está mal en absoluto —dijo, pensativo—. No deberías darte por vencido tan fácilmente. Mira, Oji te va a ayudar un poco. Luego tú intentas y lo terminas. El pincel había botado por los tablones del piso hasta cierta distancia de nosotros, y mi abuelo se incorporó para recuperarlo. Cuando lo levantó, tocó la punta con las yemas de sus dedos, como para rehabilitarlo, luego regresó a sentarse. Por un momento estudió el cuadro con detalle, mojó el pincel en agua, luego lo puso en contacto con dos o tres colores. Y después, con un solo movimiento suave, pasó el pincel goteante por la superficie de mi cuadro, y su estela dejó un rastro de hojas pequeñas: luces y sombras, pliegues y racimos, todo con un solo movimiento suave. —Ya. Ahora inténtalo tú y termina. Hice mi mejor esfuerzo para no mostrarme impresionado, pero no pude evitar que mi entusiasmo se encendiera de nuevo con semejante hazaña. Una vez que mi abuelo volvió a beber su té y mirar al jardín, mojé el pincel en pintura y agua, y luego intenté repetir lo que había presenciado. Logré pintar algunas líneas húmedas y gruesas a través del papel. Mi abuelo vio y movió la cabeza, creyendo que yo borraba mi cuadro.

“CADA NOCHE, ANTES DE IR A DORMIR, YO LLAMABA A MI ABUELO A TRAVÉS DEL BASTIDOR, Y AL DESLIZARLO DESCUBRÍA LA HABITACIÓN LLENA DE VAPOR. HABÍA UN OLOR COMO DE PESCADO SECO, QUE ME PARECIÓ ADECUADO PARA EL CUERPO DE UN HOMBRE MAYOR.”

En un principio, asumí que el tifón había

causado los daños de la casa, pero pronto descubrí que en su mayor parte fueron originados por la guerra. Mi abuelo había estado en el proceso de la reconstrucción de esa parte de la casa, cuando el tifón destruyó la estructura y arruinó mucho de lo que había logrado durante el último año. Mostró poca frustración por lo ocurrido, y durante las semanas posteriores a mi llegada siguió su trabajo en la casa con un ritmo constante —quizá dos o tres horas diarias. Algunas veces lo ayudaban trabajadores, aunque por lo común trabajaba solo, con el martillo y el serrucho. No era un asunto urgente. Había muchísimo espacio en el resto de la casa y de cualquier modo el avance se complicaba por la escasez de materiales. A veces él debía esperar varios días por una caja de clavos o alguna pieza de madera. La única habitación en uso de la zona dañada de la casa era el baño. Era muy sencillo; piso de concreto con canales para permitir que el agua fluyera bajo la pared exterior; y las ventanas orientadas hacia los escombros y la estructura exterior, de manera que uno sentía que estaba en un anexo de la casa más que dentro de ella. Pero mi abuelo había colocado en una esquina un cajón de madera en cuya profundidad podía vertirse más o menos un metro de agua humeante. Cada noche, antes de ir a dormir, yo llamaba a mi abuelo a través del bastidor, y al deslizarlo descubría la habitación llena de vapor. Había un olor como de pescado seco, que me pareció adecuado para el cuerpo de un hombre mayor, y mi abuelo estaba en su baño con el agua caliente hasta el cuello. Y cada noche yo estaba de pie y platicaba con él en ese cuarto repleto de vapor —a menudo sobre temas que yo nunca mencionaba en ningún otro lugar. Mi abuelo escuchaba, luego me respondía con palabras escasas y reconfortantes, al otro lado de las nubes de vapor. —Ahora esta es tu casa, Ichiro —dijo—. No necesitas irte antes de que hayas madurado. Incluso entonces, puede ser que

EC127.indd 5

Glorias matinales. 1922.

prefieras quedarte aquí. No hay problema. Ninguno en absoluto. Una de esas noches en ese baño, le comenté a mi abuelo: —Los soldados japoneses son los mejores guerreros. —Nuestros soldados, en efecto, son los más decididos. Tal vez los más valientes. Son soldados muy aguerridos. Pero incluso los mejores son a veces derrotados. —Porque los soldados del enemigo son demasiados. —Porque son demasiados. Y porque el enemigo tiene más armas. —Los soldados japoneses podían seguir en la lucha incluso cuando tenían heridas muy graves, ¿cierto? Porque tenían determinación. —Sí, nuestros soldados pelearon incluso con heridas muy graves. —¡Mira, Oji! Ahí, en el baño, comencé a actuar la situación de un soldado, a quien rodeaban los enemigos, que combatía sin armas. Cada vez que recibía un balazo me detenía un instante, luego continuaba la lucha. —¡Ya! ¡Ya! Mi abuelo reía, levantaba sus manos del agua y aplaudía. Estimulado, yo continuaba la batalla —ocho, nueve, diez balazos. Cuando me detuve un instante para recobrar el aliento, mi abuelo seguía con sus aplausos y su risa. —Oji, ¿tú sabes quién soy? Cerró sus ojos otra vez y se hundió con más profundidad en el agua.

—Un soldado. Un soldado japonés muy aguerrido. —De acuerdo, ¿pero quién? ¿Cuál soldado? Fíjate, Oji. Adivina. Oprimí con la mano mis heridas dolientes y reinicié la batalla. La gran cantidad de balazos que había recibido en el pecho y estómago me obligaron a usar mis técnicas más vistosas. —¡Ya! ¡Ya! ¿Quién soy yo, Oji? ¡Adivina! ¡Adivina! Enseguida noté que mi abuelo había abierto los ojos y me observaba a través del vapor. Me observaba como si fuera un fantasma, y un escalofrío me estremeció. Me detuve y lo observé. Entonces su rostro volvió a sonreír, pero la mirada extraña persistía en sus ojos. —Basta ya —dijo, mientras se reclinaba otra vez en el agua—. Demasiados enemigos. Demasiados. Permanecí inmóvil. —¿Qué pasa, Ichiro? —me preguntó, risueño—. De repente tan tranquilo. No contesté. Mi abuelo volvió a cerrar los ojos y suspiró. —Qué cosa tan horrenda es la guerra, Ichiro —dijo, fatigado—. Horrenda. Pero no importa. Ahora tú estás aquí. Esta es tu casa. Y no hay de qué preocuparse.

Una mañana en pleno verano, al entrar encontré un lugar adicional dispuesto para la cena. Mi abuela dijo en voz baja: —Tu abuelo tiene un visitante. En un momento llegan. Por un tiempo, mi abuela, Noriko y yo nos sentamos en torno a la mesa del comedor. Cuando empecé a demostrar mi impaciencia, Noriko me dijo que bajara la voz. —El caballero acaba de llegar. No puedes esperar que esté listo tan pronto. Mi abuela asintió. —Supongo que tienen mucho que decirse después de tanto tiempo. Al fin mi abuelo apareció con el invitado, que tal vez rondaba los cuarenta años —entonces no tenía mucha idea de la edad de los adultos—, un hombre corpulento y de estatura baja, con las cejas tan negras que parecían entintadas. Durante la cena, él y mi abuelo hablaron mucho del pasado. Se mencionaba un nombre, mi abuelo lo repetía y asentía con seriedad. Pronto una atmósfera solemne gravitó en la mesa. Pero cuando mi abuela comenzó a felicitar al visitante por su nuevo trabajo, él la detuvo. —No, señora, no. Es usted muy amable, pero se anticipa. El nombramiento no está de ninguna forma asegurado. —Pero como usted dice —añadió mi abuelo— no tiene competidores verdaderos. Usted es por mucho el mejor calificado para el puesto. —Es usted muy amable, Sensei —dijo

08/12/17 17:26


El Cult ural S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

el visitante—. Pero de ninguna forma es seguro. Sólo puedo esperar y mantener la esperanza. —Si esto hubiera ocurrido hace unos cuantos años —dijo mi abuelo— , yo hubiera podido recomendarlo. Pero no creo que mi opinión importe mucho en estos días. —En verdad, Sensei —dijo el visitante—, que comete una grave injusticia contra usted mismo. Un hombre con sus logros siempre merece respeto. Ante esto, mi abuelo rió de modo un tanto extraño.

Después de la cena, le pregunté a mi abuela: —¿Por qué le dice a Oji “Sensei”? —El caballero fue alguna vez discípulo de tu abuelo. Uno de los más notables. —¿Cuando Oji era un pintor famoso? —Sí. El caballero es un artista espléndido. Uno de los discípulos más notables de tu abuelo. La presencia del visitante me despojó de la atención de mi abuelo y esto me puso de mal humor. Durante los siguientes días, evité en todo lo posible al visitante y apenas le dirigía la palabra. Luego, una tarde, alcancé a escuchar una conversación en la veranda. En lo alto de la casa de mi abuelo había una habitación de estilo occidental, con sillas y mesas altas. El balcón daba al jardín y la veranda estaba dos pisos abajo. Yo me entretenía en ese cuarto, y por un tiempo estuve consciente de las voces en la parte baja. Luego algo llamó mi atención —algo en el tono de la plática— y salí a escuchar al balcón. Sin duda había un desacuerdo entre mi abuelo y su invitado; según entendí, el asunto tenía que ver con una carta que el visitante le había pedido a mi abuelo que escribiera. —Sensei, Sensei —decía el hombre—, a mí no me parece ilógico. Durante mucho tiempo creí que mi carrera había terminado. Seguro que Sensei no quisiera verme abatido por lo que ocurrió en el pasado. Hubo una pausa silenciosa, luego el visitante dijo: —Por favor no me malinterprete, Sensei. Estoy tan orgulloso como siempre de tener mi nombre vinculado al suyo. Es sólo con el fin de satisfacer al comité, nada más. —Así que por eso viniste a verme —la voz de mi abuelo sonaba más cansada que enojada—. Así que por eso has venido luego de tanto tiempo. ¿Pero por qué quieres mentir acerca de ti mismo? Hiciste lo que hiciste con orgullo y con brillo. Sea o no un error, un hombre no debería mentir acerca de sí mismo. —Pero tal vez lo ha olvidado, Sensei. ¿Recuerda aquella noche en Kobe? ¿Luego del banquete para Kinoshita-San? Esa noche usted se enojó conmigo porque me atreví a expresar mi desacuerdo. ¿Lo recuerda, Sensei? —¿El banquete para Kinoshita? Me temo que no. ¿Sobre qué discutimos? —Discutimos porque me atreví a sugerir que la escuela había seguido un rumbo equivocado. ¿No lo recuerda, Sensei? Dije que no nos correspondía emplear nuestra capacidad de esa manera. Y usted se enfureció contra mí. ¿No lo recuerda, Sensei? Hubo otro silencio. —Ah, sí —dijo por último mi abuelo—. Ahora recuerdo. Fue en el tiempo de la

EC127.indd 6

Mujer ante el espejo. 1922.

campaña china. Un momento crucial para la nación. Hubiera sido irresponsable continuar trabajando como antes lo hacíamos. —Pero yo siempre estuve en desacuerdo con usted, Sensei. Y tenía sentimientos tan fuertes al respecto que de hecho se lo dije en la cara. Todo lo que ahora pido es sólo que reconozca ese hecho ante el comité. Tan sólo que declare cuál era mi opinión desde el principio, y que llegué hasta el punto de manifestarme en franco desacuerdo con usted. Seguro que eso no es ilógico, Sensei. Hubo otra pausa, luego mi abuelo dijo: —Tú te beneficiaste mucho con mi nombre cuando era respetado. Ahora el mundo tiene una opinión diferente de mí, y eso lo debes afrontar. Hubo un lapso de silencio, luego oí movimiento y puertas corredizas que cerraban. En la cena, busqué señales de conflicto entre mi abuelo y el visitante, pero ambos se trataron con amabilidad perfecta. Esa noche, en el baño repleto de vapor, le pregunté a mi abuelo: —Oji, ¿por qué ya no pintas? En un principio guardó silencio. Luego dijo: —A veces, cuando pintas tus cuadros y las cosas no van bien, te enojas, ¿verdad? Quieres destruir los cuadros y Oji ha tenido que detenerte. ¿No es así? —Sí —dije, y esperé. Sus ojos permanecían cerrados, su voz baja y cansada.

05

—Así le pasó más o menos a tu abuelo. No hacía las cosas bien, así que decidió dejarlo. —Pero tú siempre me dijiste que no destruya los cuadros. Siempre me impulsaste a terminarlos. —Es cierto. Pero tú eres muy joven, Ichiro. Vas a mejorar mucho. La mañana siguiente, el sol ya estaba en lo alto cuando fui a la veranda para observar a mi abuelo. Poco después de sentarme escuché un ruido atrás de mí, y el visitante apareció vestido en un kimono oscuro. Me saludó, y como no dije nada se rió, siguió sus pasos y me rebasó hacia la orilla de la veranda. Mi abuelo lo miró y detuvo su ejercicio. —Vaya. Te levantaste muy temprano. Espero que no te haya perturbado —mi abuelo se inclinó para enrollar su colchón de paja. —De ninguna forma, Sensei. Dormí estupendamente. Pero por favor no permita que lo interrumpa. Noriko-San me dijo que hace esto cada mañana, en verano y en invierno. Es por demás admirable. No, por favor, en verdad. Me impresionó tanto que me prometí levantarme esta mañana para verlo. Jamás me perdonaría si yo fuera la razón de que Sensei interrumpiera su rutina. Por favor, Sensei. Al final, mi abuelo siguió sus ejercicios —había estado corriendo en el lugar— con cierta resistencia. Se detuvo otra vez, casi de inmediato, y dijo: —Gracias por ser tan paciente. En realidad con eso basta por esta mañana. —Pero Sensei, este pequeño caballero quedará decepcionado. He sabido cuánto disfruta sus entrenamientos de judo. ¿No es así, Ichiro-San? Fingí que no había oído. —No nos hará daño que no ocurran esta mañana —dijo mi abuelo—. Vamos adentro y esperemos el desayuno. —Pero yo también quedaría decepcionado, Sensei. Tenía la esperanza de que me recordaran su proeza. ¿Recuerda que alguna vez intentó enseñarme judo? —¿En serio? Sí, creo recordar algo. —Murasaki estaba entonces con nosotros. También Ishida. En aquel estadio de Yokohama. ¿Lo recuerda, Sensei? Por más que intentaba derribarlo, yo acababa en el piso, boca arriba. Después me sentí muy desmoralizado. Vamos, Sensei: a Ichiro y a mí nos gustaría verlo entrenar. Mi abuelo rió y levantó las manos. Estaba de pie, un tanto incómodo, en el centro de su colchón. —Bueno, lo cierto es que hace mucho tiempo que abandoné el entrenamiento en serio. —Como sabe, Sensei, durante la guerra yo me convertí en todo un experto. Entrenamos mucho en combate sin armas —al decir esto, el visitante me miró. —Estoy seguro de que tuviste un entre-

“LA PRESENCIA DEL VISITANTE ME DESPOJÓ DE LA ATENCIÓN DE MI ABUELO Y ESTO ME PUSO DE MAL HUMOR. DURANTE LOS SIGUIENTES DÍAS, EVITÉ EN TODO LO POSIBLE AL VISITANTE Y APENAS LE DIRIGÍA LA PALABRA.”

08/12/17 17:26


06

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

“OBSERVAMOS EL CARTEL. MOSTRABA A UN SAMURAI QUE SOSTENÍA UNA ESPADA; ATRÁS DE ÉL HABÍA UNA BANDERA MILITAR JAPONESA. EL CUADRO ESTABA PINTADO SOBRE UN FONDO ROJO OSCURO QUE ME PRODUJO UN SENTIMIENTO DE INCOMODIDAD.”

namiento muy bueno en el ejército —dijo mi abuelo. —Como digo, me convertí en todo un experto. Aun así, si me enfrentara con Sensei otra vez, estoy seguro de que mi destino no sería distinto. Enseguida estaría tirado boca arriba. Los dos rieron. —Estoy seguro de que tuviste un entrenamiento excelente —dijo mi abuelo. El visitante volteó hacia mí de nueva cuenta, y vi que sus ojos sonreían de un modo extraño. —Pero contra un hombre con la experiencia de Sensei, todo ese entrenamiento no serviría de mucho. Estoy seguro de que mi destino sería el mismo que en aquel estadio. Mi abuelo permanecía de pie en su colchón. Entonces el visitante dijo: —Por favor, Sensei, no permita que lo interrumpa. Haga su ejercicio como si yo no estuviera aquí. —No. En verdad que ya es suficiente por esta mañana —mi abuelo apoyó una rodilla y comenzó a enrollar su colchón. El visitante recargó el hombro en el poste de la veranda y levantó la vista al cielo. —Murasaki, Ishida... Parece que ha pasado tanto tiempo —era como si platicara consigo mismo, pero hablaba con el volumen suficiente para que lo oyera mi abuelo, quien estaba de espaldas a nosotros mientras seguía recogiendo el colchón. —Todos ellos se han ido —dijo el visitante—. Usted y yo, Sensei, al parecer somos los únicos sobrevivientes de esos días. Mi abuelo hizo una pausa. —Sí —dijo, sin voltear—. Es trágico. —La guerra fue tan devastadora. Un absurdo —el visitante observaba la espalda de mi abuelo. —Sí, trágico —repitió mi abuelo con serenidad. Pude advertir que su mirada se detuvo en un lugar del piso, y ante él estaba el colchón de paja a medio enrollar.

El visitante partió ese día después del desayuno y nunca volví a verlo. Mi abuelo era renuente a platicar sobre él y

EC127.indd 7

Ramo de rosas. 1918.

sólo me contaba lo que yo ya sabía. Pero supe algo por Noriko. Solía acompañarla cuando salía a comprar provisiones, y durante esas salidas le pregunté: —Noriko, ¿cuándo fue la campaña de China? Como es obvio, ella asumió que yo le había planteado una pregunta “educativa”, pues respondió con el tono satisfecho y paciente que adoptaba cuando yo le hacía preguntas sobre temas como a dónde van las ranas en el invierno. Antes de que estallara la Guerra del Pacífico, explicó, el ejército japonés emprendió una campaña por China con algún éxito. Le pregunté si había algo equivocado al respecto y por primera vez me miró con curiosidad. No, nada estuvo equivocado, pero hubo mucha discusión en su momento. Y ahora, hay quienes dicen que la guerra no hubiera ocurrido si el ejército no se hubiera lanzado contra China. Volví a preguntar si el ejército se había equivocado al invadir China. Noriko respondió que no hubo nada equivocado, pero sí mucha discusión al respecto. La guerra no era una cosa buena, ahora eso todos lo sabían. Al tiempo que el verano avanzaba, mi abuelo pasaba más y más tiempo conmigo —a tal punto que casi dejó de trabajar en las reparaciones de la parte dañada de la casa. Con su estímulo, mi interés en la pintura y el dibujo ascendió a un entusiasmo auténtico. Me llevaba a paseos diurnos y cuando llegábamos a nuestro destino, nos sentábamos a la luz del sol y yo dibujaba con mis crayones de colores. Por lo común, íbamos a algún lugar apartado de la gente —tal vez la ladera de una colina con hierba crecida y una vista espléndida. O bien íbamos a los astilleros, o a una fábrica nueva. Luego, en el tranvía rumbo a la casa, revisábamos mis dibujos del día. Nuestros días aún comenzaban con mi llegada a la veranda para observar los ejercicios de mi abuelo. Pero entonces ya habíamos agregado un rasgo nuevo a la rutina matinal. Una vez que terminaba su ronda de ejercicios en el colchón me llamaba: —Ven ya. Veamos si hoy estás más fuerte. Y yo salía de la veranda, iba a su colchón y sujetaba su kimono como él me había enseñado —con una mano lo tomaba del cuello, con la otra de la manga, cerca del codo. Luego yo trataba de ejecutar el derribo que él me había enseñado, y después de varios intentos conseguía tirar a mi abuelo en el piso, boca arriba. Aunque me daba cuenta de que él dejaba que lo derribara, de cualquier modo me colmaba de orgullo cuando finalmente caía. Mi abuelo cuidaba que yo tuviera que esforzarme cada vez un poco más antes de conseguirlo. Luego, una maña-

na, por más que lo intenté, mi abuelo no consintió que lo derribara. —Vamos, Ichiro, no te rindas. No tienes bien sujeto el kimono, ¿verdad? Lo sujeté de nuevo. —Bien. Ahora intenta otra vez. Giré y lo intenté una vez más. —Casi. Tienes que meter toda la cadera. Oji es un hombre grande. No puedes hacerlo sólo con las manos. Volví a intentarlo. Mi abuelo seguía sin caer. Descorazonado, renuncié. —Vamos, Ichiro. No te rindas tan fácil. Sólo una vez más. Haz todo bien. Eso es. Ya, ahora me tienes a tu merced. Derríbame ahora. Esta vez mi abuelo no opuso resistencia, tropezó con mi talón y cayó de espaldas. Quedó sobre el colchón con los ojos cerrados. —Te dejaste —le dije con disgusto. Mi abuelo no abría los ojos. Me reí al pensar que se fingía muerto. Mi abuelo seguía sin responder. —¿Oji? Abrió los ojos y sonrió al mirarme. Se incorporó con lentitud, en su rostro una expresión de desconcierto, y se frotaba con la mano la parte posterior del cuello. —Bien. Ese fue un buen derribo —tocó mi brazo, pero la mano regresó enseguida a la parte posterior de su cuello. Luego rió y se puso en pie. —Hora del desayuno. —¿No vas a ir al árbol? —Hoy no. Ya tuviste bastante para una mañana con Oji. Una fuerte sensación de victoria surgió en mí; por primera vez, pensé, había derribado a mi abuelo sin que él lo consintiera. —Voy a practicar con el árbol —dije. —No, no —mi abuelo me llamó, frotando todavía su cuello. —Ahora vamos a comer. Los hombres necesitan comer para no perder su fuerza.

Fue hasta los primeros meses del

otoño cuando por fin vi una muestra del trabajo de mi abuelo. Ayudaba a Noriko a guardar algunos libros viejos en la habitación occidental del piso superior de la casa, cuando advertí que de una caja de cartón sobresalían varios rollos grandes con hojas de papel. Saqué uno y lo desplegué sobre el piso. Lo que encontré parecía el cartel de una película. Traté de examinarlo con mayor detalle, pero había estado enrollado tanto tiempo que no podía extenderlo sin que se doblara. Le pedí a Noriko que lo sostuviera por un lado y me volteé para sostener el otro. Observamos el cartel. Mostraba a un samurai que sostenía una espada; atrás de él había una bandera militar japonesa. El cuadro estaba pintado sobre un fondo rojo oscuro que me produjo

08/12/17 17:26


El Cult ural S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

un sentimiento de incomodidad pues me recordó el color de mis heridas cuando caí y me lastimé la pierna. En el borde inferior había atrevidos ideogramas kanji, de los cuales sólo reconocí los que decían “Japón”. Pregunté a Noriko qué decía el cartel. Ella examinaba otra zona con interés, y leyó el encabezado con cierta distracción: “No hay tiempo para pláticas cobardes. Japón debe ir hacia adelante”. —¿Qué es eso? —Algo que hizo tu abuelo. Hace mucho tiempo. —¿Oji? —me sentí decepcionado, porque el cartel no me gustó y porque siempre imaginé que su trabajo era de un carácter por completo distinto. —Sí, hace mucho tiempo. Mira, aquí en la esquina está su firma. Había más texto en la parte inferior de la hoja. Noriko lo miró y comenzó a leer. —¿Qué dice? —pregunté. Siguió su lectura con expresión seria. —¿Qué dice, Noriko? Soltó su porción de la hoja que de inmediato se enrolló en mi mano. Intenté extenderla de nueva cuenta, pero Noriko perdió el interés. —¿Qué dice, Noriko? —No sé —dijo ella, de regreso a los libros—. Es muy antiguo. Antes de la guerra. Dejé de insistir en el tema, pero decidí investigar más sobre mi abuelo. Esa noche, como de costumbre, fui al baño y le hablé desde la pared divisoria. No hubo respuesta y le hablé más alto. Luego puse mi oído en la mampara y escuché. Adentro todo parecía muy quieto. Se me ocurrió pensar que mi abuelo había descubierto que yo vi el cartel y que estaba enojado conmigo. Luego me recorrió un temor, me deslicé de la pared divisoria y miré adentro. El baño estaba invadido de vapor, y por un momento no distinguí con claridad las cosas. Luego vi, junto a la pared, a mi abuelo que intentaba salir de su baño. Pude ver su codo y hombro entre el vapor, trabados en el esfuerzo de sacar al cuerpo del agua. Su rostro estaba inclinado, casi tocando la orilla del baño. Estaba detenido por completo, como si no pudiera hacer nada más y su cuerpo se hubiera inmovilizado. Corrí hacia él. —¡Oji! Mi abuelo permanecía inmóvil. Me

EC127.indd 8

07

“ME FUI A MI CUARTO Y ESCUCHÉ LA CONMOCIÓN QUE RECORRÍA LA CASA. HABÍA VOCES QUE YO NO RECONOCÍA, Y CADA VEZ QUE ABRÍA MI PUERTA Y ME DISPONÍA A SALIR, ALGUIEN ME DECÍA CON ENOJO QUE REGRESARA A LA CAMA.”

Luchadores. 1917.

estiré para tocarlo, pero con cuidado y temor de que su hombro colapsara y él regresara al agua. —¡Oji! ¡Oji! Noriko entró al baño de prisa, seguida por mi abuela. Una de ellas me hizo a un lado y ambas se esforzaron con mi abuelo. Cada vez que intenté ayudar me dijeron que me mantuviera a distancia. Sacaron a mi abuelo del baño con bastante dificultad y luego me ordenaron que saliera de la habitación. Me fui a mi cuarto y escuché la conmoción que recorría la casa. Había voces que yo no reconocía, y cada vez que abría mi puerta y me disponía a salir, alguien me decía con enojo que regresara a la cama. Me recosté y estuve despierto mucho tiempo. Durante los días que siguieron no se me permitió ver a mi abuelo y él no salió de su recámara. Cada mañana venía a la casa una enfermera y se quedaba todo el día. Mis preguntas recibían siempre la misma respuesta: mi abuelo estaba enfermo, pero pronto se aliviaría. Era sólo natural que, como cualquier otra persona, cayera enfermo de vez en cuando. Yo aún me levantaba temprano cada mañana para ir a la veranda, con la esperanza de encontrar a mi abuelo recuperado y otra vez en sus ejercicios. Como no aparecía, me quedaba en el jardín, sin abandonar la esperanza, hasta que Noriko me llamaba para desayunar. Luego, una noche me dijeron que podía visitar a mi abuelo en su recámara. Me advirtieron que sólo podía verlo muy brevemente, y cuando entré Noriko se sentó junto a mí, como si fuera a retirarme si yo hacía cualquier cosa inadecuada. La enfermera estaba sentada en la esquina lejana y la habitación olía a sustancias químicas. Mi abuelo estaba tendido de costado. Me sonrió, hizo un pequeño movimiento con la cabeza, pero no dijo nada. Percibí una formalidad en la situación y me sentí cohibido. Por último, dije: —Pronto vas a mejorar, Oji. Él volvió a sonreír, pero sin decir nada. —Ayer dibujé el árbol de maple —dije. Lo traje para ti. Aquí lo dejo. —Déjame verlo —dijo con tranquilidad. Le extendí el dibujo. Mi abuelo lo miró y se dio la vuelta. Mientras lo hacía, Noriko se removió a mi lado, incómoda. —Bueno —dijo él—. Bien hecho. Noriko se adelantó con rapidez y le quitó el dibujo. —Déjamelo aquí —dijo mi abuelo—. Me ayudará a mejorar. Noriko puso el dibujo en el colchón, cerca de él, y luego me condujo afuera de la habitación. Pasaron las semanas sin que me permitieran verlo. Yo todavía me levantaba

cada mañana con la esperanza de hallarlo en el jardín, pero él no estaba, y mis días se hicieron largos y vacíos. Después, una mañana en que yo estaba en el jardín, como de costumbre, mi abuelo apareció en la veranda. Tomaba asiento cuando yo corrí hacia él y lo abracé. —¿Qué has hecho, Ichiro? Un tanto avergonzado por demostrar mi emoción, me repuse y me senté a su lado en lo que consideré una postura masculina. —Sólo pasear por el jardín —dije—. Tomar un poco de aire antes del desayuno. —Ya veo —los ojos de mi abuelo erraban por el jardín, como si estudiara cada arbusto y cada árbol. Seguí su mirada. Para entonces ya era pleno otoño; el cielo sobre la pared era gris, el jardín estaba lleno de hojas caídas. —Dime, Ichiro —dijo él, mirando todavía al jardín—. ¿Qué vas a ser de grande? Pensé un momento. —Policía —dije. —¿Policía? —mi abuelo me miró y sonrió—. Vaya, ése es un trabajo para un hombre de verdad. —Tengo que entrenar duro si quiero tener éxito. —¿Entrenar? ¿Qué vas a entrenar para ser policía? —Judo. He estado entrenando algunas mañanas. Antes del desayuno. Los ojos de mi abuelo regresaron al jardín. —Es cierto —dijo con calma—. Un trabajo para un hombre de verdad. Observé a mi abuelo un momento. —Oji —pregunté—, ¿qué querías ser cuando tenías mi edad? —¿Cuando tenía tu edad? —siguió observando el jardín unos momentos. Luego dijo—: Bueno, supongo que yo quería ser pintor. No recuerdo un tiempo en el que yo hubiera deseado ser cualquier otra cosa. —Yo también quiero ser pintor. —¿En serio? Ya eres muy bueno, Ichiro. Yo no era tan bueno a tu edad. —¡Fíjate, Oji! —¿Adónde vas? —me llamó. —¡Fíjate, Oji! ¡Fíjate! Corrí a la parte trasera del jardín y me coloqué ante el árbol de mi abuelo. —¡Ya! —estreché el tronco y giré contra él mi cadera—. ¡Ya! ¡Ya! Miré hacia arriba y mi abuelo reía. Levantó sus dos manos y aplaudió. Yo también me reí, colmado de felicidad porque mi abuelo estaba de regreso conmigo. Luego me volví al árbol y lo desafié de nueva cuenta. —¡Ya! ¡Ya! De la veranda llegaban los sonidos de la risa de mi abuelo y sus aplausos. Granta, 1983.

08/12/17 17:26


08

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

El 23 de agosto de este año se cumplieron 150 años del nacimiento de Marcel Schwob, hombre de letras judío y francés; ejemplar erudito del fin de siglo XIX parisino; traductor, filólogo, periodista, ocasional autor de teatro y poeta de la prosa. Traducida en México por primera vez en 1922 por el embajador Rafael Cabrera, la obra de Schwob llega a la ultramodernidad con la potencia de un clásico ineludible. Las siguientes líneas invitan a visitarla por primera vez o a repasarla con urgencia.

L A IM AGINACIÓN SIN FIN DE M A RCEL SCH WOB HÉCTOR ORESTES AGUILAR

EC127.indd 9

Marcel Schwob (1867-1905).

Foto > Especial

Q

ueda mucho por escribir aún sobre Marcel Schwob (18671905), el escritor francés que de manera más contundente ha influido en las letras hispanoamericanas modernas y contemporáneas. Lo más importante a los 150 años de su nacimiento, celebrados el pasado 23 de agosto: aún queda mucho por leer y releer de su obra, un corpus en apariencia ya muy conocido en español, pero en realidad no explorado por completo y que, acaso, habría de abordarse ahora sí en forma más exhaustiva, con mayor rigor y profundidad, pues han venido recuperándose piezas de su bibliografía menor, por llamarle de algún modo —sus traducciones y prólogos— y van saliendo a la luz tanto obras inéditas como estudios puntuales sobre su repertorio, aunados a ensayos, monografías, estudios e incluso escritos de corte biográfico sobre el escritor o su entorno. Tan sólo en nuestra lengua debe consignarse un doble acontecimiento editorial actual sin la atención crítica oportuna y justa, tratándose, sobre todo, de un autor a tal grado magistral como Schwob: la compilación de sus obras narrativas mayores más un puñado de relatos breves no recogidos en libro, publicados bajo el título Cuentos completos por Páginas de Espuma a fines de 2015 y puestos en circulación internacional hasta el año pasado; y la salida simultánea a librerías bajo el sello de Alianza Editorial, en este 2017, del ineludible quinteto El libro de Monelle, Vidas imaginarias, Corazón doble, y El rey de la máscara de oro junto a La cruzada de los niños, cuatro tomos que hubieran tenido como primeros compradores y lectores en México a José Emilio Pacheco —traductor en su momento de varios de ellos— y a Carlos Monsiváis quienes, no obstante casi sabérselos de memoria, los cursaban en todas las versiones posibles a su alcance. La parte fundamental de la obra de Schwob está más disponible y vital que nunca. No voy a demorarme más en decirlo: todo lo que debe aprender un lector salvaje e impaciente por convertirse

en escritor está en sus obras. No falta casi nada. Para empezar, con Schwob se ahonda la pasión por los libros y la historia como si se tratara de una experiencia vital dura, extrema, una suerte de vitalismo de gabinete. La bibliofilia se vuelve algo más que una proclividad, una afición o un vicio. Se transforma en una especie de tara, una dependencia anímica, física, corporal, hacia el conocimiento libresco, hacia toda forma de saber proveniente de la lectura en apariencia distante de los sucesos de la vida cotidiana. Convertirse en erudito imitando a Schwob es, en buena medida, un ejercicio de acción directa. Mientras se lee un libro de piratas, uno termina por convertirse en pirata. También se aprende, pero cómo no, a convertir esa erudición libresca en

impulso épico, vale decir, a vivir entre libros como si se estuviera emprendiendo una aventura; uno se enseña a transformar lo leído en materia prima para construir situaciones y caracteres, las matrices de cualquier relato; cómo cincelar a un personaje y dotarlo de biografía, vale decir, de profundidad histórica, sea ésta documentable o no; se aprende a detectar la singularidad e irrepetibilidad de un episodio o un agonista para extraer de ahí algo inclasificable. La obra de Schwob muestra cómo funciona el orden simbólico de la creación literaria o, en otras palabras, cómo la imaginación interviene la memoria social “real” —personajes validados históricamente, episodios de la historia canonizados y sancionados como irrefutables— y la transforma en ficción, un metarrelato tanto o más real, más vívido, que su referente. Aprende, de manera mucho más clara y refinada que en decenas de armatostes novelísticos malhechos y chambones de nuestros días, a componer palimpsestos; es decir, aprende el principio de intervención aplicado a la narrativa. Con Schwob, el escritor en ciernes se instruye también a trasplantar el ritmo de la oralidad a la narración escrita; tiene todo para aprender a componer piezas para ser leídas en voz alta, llegado el caso; se enseña a modelar un fraseo y una respiración de acuerdo con su pulso interior, su tempo personal. Educa su oído, su capacidad expresiva, y queda expuesto a una lección de estilo cuyo fin muy evidente es lograr la perfección en cada página. Quizá lo más valioso: aprende a escribir poesía con la prosa.

“CON SCHWOB, LA BIBLIOFILIA SE VUELVE ALGO MÁS QUE UNA PROCLIVIDAD, UNA AFICIÓN O UN VICIO. SE TRANSFORMA EN UNA ESPECIE DE TARA, UNA DEPENDENCIA ANÍMICA, FÍSICA, CORPORAL, HACIA EL CONOCIMIENTO LIBRESCO.”

08/12/17 17:26


El Cult ural S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

09

“EN EL DESEO DE LO ÚNICO. TEORÍA DE LA FICCIÓN, LOS ESPAÑOLES CRISTIÁN CRUSAT Y ROCÍO ROSA PRESENTAN UNA SERIE DE ESCRITOS DE SCHWOB PUBLICADOS ORIGINALMENTE ENTRE 1889 Y 1905 SOBRE LA IMAGINACIÓN, EL ARTE, LA HISTORIA Y LA NARRATIVA.” cruzada de los niños en la colección “Sepan cuantos...” (Editorial Porrúa), de 1991:

Primeras ediciones de dos libros emblemáticos.

UN ESCRITOR LATINOAMERICANO Como lo pudo constatar a fines del siglo XX Hugo Hiriart en una incursión por las librerías de viejo de París, al preguntar a los anticuarios por obras de Marcel Schwob el bibliófilo era identificado de inmediato como latinoamericano, más específicamente como mexicano. Así le sucedió a él en la librería de 9 Rue du Cardinal Lemoine, el local de Sylvain Goudemare, autor de Marcel Schwob ou les vies imaginaires (2000), prologuista de las Oeuvres schwobianas en la edición de bolsillo de la editorial Phébus (2002) y redactor de la introducción a Maua, relato inédito exhumado por las ediciones de La Table Ronde en 2009. Al preguntar por alguna edición antigua de Schwob, lo primero que le espetó Goudemare a nuestro curioso e infatigable polígrafo es si venía de México, pues algo sabía el librero de la enorme influencia de su compatriota entre nosotros, en América Latina, y sobre Jorge Luis Borges, a diferencia de Francia, donde era prácticamente un autor olvidado a quien él se empeñaba en rehabilitar dedicándole una biografía. Hugo le contó todo. Por ejemplo, de la experiencia inolvidable que era ver y oír a Juan José Arreola interpretar en voz alta algún cuento de Schwob en el original. Entre la escrita por Goudemare y la primera biografía del autor de La cruzada de los niños, Marcel Schwob et son temps, de otro bibliófilo muy destacado, Pierre Champion, debieron transcurrir 73 años, pues ésta había sido editada por la casa Bernard Grasset en el lejano 1927. Es muy comprensible que, en una cultura literaria como la francesa, donde los autores más favorecidos por el canon gozan de una gran cantidad de aproximaciones biográficas y críticas, incluyendo ediciones integrales de sus correspondencias, diarios, escritos misceláneos y hasta álbumes especiales de fotografías, la figura y la obra de Schwob, carne de buquinistas, extraviadas para el mercado y el gusto masivo, hubieran quedado reservadas para muy pocos lectores, para devotos organizados en pequeñas sociedades secretas, como escribió Borges, o para los estudiosos del simbolismo y el decadentismo francés o los expertos en el fin de siècle parisino. No me resisto a evocar el esclarecedor prólogo de José Emilio Pacheco a su edición y traducción de Vidas imaginarias y La

EC127.indd 10

Schwob fecundó de manera imprevisible la literatura de nuestros países [...] La avidez intelectual y el don de sintetizar lo que en otras partes resulta inasimilable son la riqueza de nuestra pobreza. En este sentido Schwob parece un escritor latinoamericano. Casi olvidado en Francia, sigue presente hasta este fin de siglo entre nosotros y nutre dos tendencias ahora renovadas: la recreación de hechos históricos y el texto breve, a medio camino entre el cuento brevísimo y el poema en prosa. De las entrañables semblanzas concebidas por Champion y Goudemare, sólo el empecinamiento del polígrafo belga Hubert Juin (1926-1987) salvó a Marcel Schwob del olvido total para los lectores franceses de la segunda mitad del siglo XX. Poeta, novelista y muy generoso ensayista, Juin fue un crítico erudito y sensible, dedicado sobre todo en los años 1970-1980 a impulsar la edición en libro de bolsillo de autores como Sâr Péladan, Remy de Gourmont, los hermanos Goncourt, Maurice Barrès y León Bloy, entre otros, en una serie dirigida por él para el editor Christian Bourgois —dentro de la colección 10-18. Allí aparecieron en tres volúmenes las obras más representativas de Schwob en 1979, con sendos prólogos del crítico. Uno de los apuntes más interesantes de Juin en ellos es dar luz sobre el interés de Schwob por las variantes dialectales históricas del francés, en concreto por las lenguas marginales, como el habla de los Coquillards, un código entre ladrones y asesinos; el argot de los suburbios y las ciudades fortificadas de la Edad Media; o por las lenguas literarias aún en formación y no estandarizadas, como las empleadas con virtuosismo por François Villon, François Rabelais y Clément Marot. Schwob, se nos cuenta, fue un aventurero de la lengua y un traductor de una especie singular. Juin advierte que su método era historicista; o, si me permiten formularlo a mi manera, preterista: quiso dotar a sus traducciones de una pátina histórica mediante el uso de un léxico francés de la misma época que el léxico del texto de origen. Así tradujo Moll Flanders de Daniel Defoe y Hamlet de Shakespeare. Es lógico que de allí pasara a escribir Vidas imaginarias, ajusta el crítico. En aquella obsesión por las lenguas en formación también había una búsqueda implacable de la exactitud y la pureza del lenguaje. Pero es muy distinta esa obsesión al fanatismo crítico de, digamos, un Karl Kraus. En Schwob tenemos al esteta empeñado no sólo en escribir bien, con absoluta destreza en el conocimiento de

su materia verbal, dispuesto a extraer de ella los artefactos más depurados, sino en escribir con todo el preciosismo posible. Eso lo llevó a elegir para sus primeros textos, explica por su parte Juin, un vocabulario exotizante, argótico, arcaico, dejado atrás poco a poco al percatarse de que las antiguallas verbales resultarían ilegibles para sus contemporáneos.

SAN MARCEL CRISOGLOTA, EL DE LA LENGUA DE ORO Schwob fue un lingüista muy curioso, apasionado y lúcido. Es muy sabido que asistió a cursos de sánscrito, de fonética del indoeuropeo y tal vez de lingüística histórica con el suizo Ferdinand de Saussure y con Michel Bréal en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y en el Collège de France, entre 1887 y 1888. Bréal, considerado como uno de los padres fundadores de la moderna semántica en Francia, fue quien dirigió la primera publicación científica de Schwob, un reporte sobre las lenguas vivas en la enseñanza primaria de su época; y fue con Auguste Bréal, hijo de su profesor, con quien Schwob realizó una de sus primeras traducciones notables, en este caso del latín al francés: Los juegos de los griegos y los romanos, de Wilhelm Richter, obra publicada por el editor Émile Bouillon en 1891. Desde 1889 el joven Marcel pasó a formar parte de la Sociedad de Lingüística parisina, ante la cual presentó una interesante comunicación sobre las lenguas artificiales, su primer gran ensayo personal sobre un tema decisivo para su formación como escritor, el Estudio sobre el argot francés, documentado y redactado junto a su amigo Georges Guiyesse, quien trágicamente se suicidaría el 12 de mayo de aquel año disparándose al corazón. Es muy posible que a raíz de esto Schwob decidiera abandonar una carrera universitaria promisoria para dedicarse únicamente al periodismo y la literatura. No obstante su renuncia a la vida académica, el autor de La cruzada de los niños tuvo en ese breve periodo como filólogo una aproximación muy intensa a la historia social de Francia. En un volumen que nadie debe perderse, muchísimo menos los schwobianos —El deseo de lo único. Teoría de la ficción, aparecido bajo el sello Páginas de espuma en 2012—, los españoles Cristián Crusat y Rocío Rosa presentan una serie de escritos de Schwob publicados originalmente entre 1889 y 1905 sobre la imaginación, el arte, la historia y la narrativa. Varios ya habían sido traducidos a nuestra lengua al menos una o dos ocasiones, como “El terror y la piedad”, celebérrimo prólogo a Corazón doble, incluido también en Espicilegio, pero leídos

08/12/17 17:26


10

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

en conjunto forman un mosaico ensayístico en efecto muy cercano al tipo de teorizaciones que habría de emprender un Paul Valéry decenios más tarde. Uno de los rescates invaluables de esta antología, nunca presentado antes en español, es el fragmento de una obra mítica para los iniciados, extremadamente difícil de encontrar: Un Hollandais a Paris en 1891. Sensations de littérature et d’art, de W. G. C. Byvanck, mezcla de entrevistas, reportajes, crónicas y memorias literarias de Geertrudus Cornelis Willem Byvanck, bibliotecario y erudito escritor neerlandés, muy experto en temas caros a Schwob y quien, después de la incursión parisina que dio pie a su obra más conocida, sería nombrado director de la Biblioteca Nacional de La Haya en 1895. El deseo de lo único contiene pasajes de una conversación entre Byvanck y Schwob como el siguiente, donde se plasma la profundidad y los alcances de la inteligencia del autor francés. Cuenta el bibliotecario holandés:

“TENGO PARA MÍ QUE QUIEN HA RECOBRADO DE MEJOR MANERA LA FIGURA DE MARCEL SCHWOB COMO PERSONAJE APTO PARA UNA BIOGRAFÍA IMAGINARIA ES LA NARRADORA SUIZA EN LENGUA ITALIANA FLEUR JAEGGY, AUTORA DE VIDAS CONJETURALES.” en registros históricos. En ese momento apareció en la literatura francesa, como una epifanía, el narrador chrysoglotte —diría Agnès Lhermitte, usando el neologismo del propio Schwob para evocar a San Juan Crisóstomo—: San Marcel Crisoglota, el hombre de la lengua de oro.

ALFONSINOS, BORGESIANOS Y BOLAÑISTAS Lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges. “Consejos sobre el arte de escribir cuentos”

[Schwob] agitó frente a mí el fajo de papeles como si se tratara del cebo para... tiburones. Luego, dejó el sobre sobre la mesa, y —con una voz solemnemente cómica que mal disimulaba la satisfacción que sentía— me dijo: “Son los documentos del proceso contra los Coquillards, una banda de malhechores que fue juzgada en Dijon a mediados del siglo XV: interrogatorios, confesiones, delaciones y, además, dese cuenta, una lista de palabras de su jerga, redactada a partir del testimonio de un miembro de la asociación. ¡Qué tesoro!, ¿verdad? Con la ayuda de estos documentos y de otros datos que he recogido en los Archivos Nacionales voy a poder hacerme de una idea precisa de la manera de vivir de las clases peligrosas en el momento en que se estableció en Francia un poder central, a la hora exacta en que acababa de nacer el estado político y social de los tiempos modernos. En esos bajos fondos se encontraba gente de todos los órdenes sociales. Soldados sin medios de existencia confesables (toda vez que la gran guerra de los Cien Años tocaba a su fin), nobles, granjeros, obreros arruinados por la espantosa miseria que tantos estragos causaba, jóvenes que habían cometido un crimen en un momento de locura, clérigos que habían colgado sus hábitos y estudiantes huidos de la escuela. Todo esto lo hallamos en estas clases inferiores. Y es una imagen en miniatura de la sociedad; una nueva sociedad, en verdad, pero que extiende sus ramificaciones por todos los lugares de los que es desterrada, pues los sabe penetrar gracias a sus comediantes, sus artistas, sus mancebas y sus timadores de categoría”.

EC127.indd 11

Juan José Arreola y Jorge Luis Borges en México. Diciembre de 1973.

Foto > Especial

Al acercarse íntimamente al habla del hampa medieval, el lingüista se transfiguró en un indomable creador de mundos, desarrolló un imaginario hipersensible a las excentricidades y perversiones y encontró su mejor método, proporcionarles biografías ficticias pero muy verosímiles a personajes documentados

Roberto Bolaño

A no pocos lectores contemporáneos les resultará familiar el octavo inciso del socarrón dodecálogo de Roberto Bolaño inscrito aquí arriba. El sentido real de la sugerencia de Bolaño es que al leer Vidas imaginarias o El libro de Monelle, uno no puede dejar de leer, ya con ese antecedente, a todos los miembros de una familia literaria que se ensanchó y dejó un número no sólo amplio sino muy destacado de legatarios. La impronta dejada por Schwob en las letras hispánicas a lo largo del siglo XX es soberbia, por supuesto. Toca en las entrañas a escritores considerables por sí solos un continente literario, como Arreola, Borges y Reyes; está muy presente en las cada vez menos frecuentadas obras de Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Genaro Estrada, Francisco Monterde y Martín Luis

Guzmán; alcanza a magistrales autores excluidos del gran mercado como Julio Rodolfo Wilcock; le resulta esencial a la obra del propio Roberto Bolaño, por supuesto, sobre todo en La literatura nazi en América. Escritores mexicanos más recientes, como Álvaro Uribe, Javier García-Galiano, Pablo Soler Frost y Álvaro Enrigue no desestimarán un parentesco cercano con Schwob. En España, además de en los textos del mencionado Cristian Crusat, en la obra de Enrique Vila-Matas también puede percibirse un trato prolongado con la obra del escritor simbolista. En francés, la genealogía schwobiana, a pesar de haber quedado trunca desde la segunda posguerra mundial hasta bien entrados los años 1980, llega a nuestros días con especial garra. Hoy somos capaces de leer a ciertos descendientes históricos del Crisoglota con otros ojos e identificamos a prosistas recientes como indudables familiares suyos; desde ciertos libros de André Gide como Hojas de otoño, pasando por varios de los mejores libros de relatos de Pierre MacOrlan —sobre todo las Chroniques des jours désespérés, de 1927— hasta escritores muy celebrados y hoy representativos en Francia, como Pierre Michon, con sus Vidas minúsculas, de 1996, y Michel Schneider, autor de Muertes imaginarias, de 2005. Tengo para mí que quien ha recobrado de mejor manera la figura de Marcel Schwob como personaje apto para una biografía imaginaria, y ya no sólo como el dueño de una inagotable matriz de influencias, es la narradora suiza en lengua italiana Fleur Jaeggy, autora de un tríptico fascinante reunido bajo el título Vidas conjeturales (Alpha Decay, 2013), con semblanzas ficcionalizadas —no puede frasearse de otro modo— de Thomas de Quincey, John Keats y Schwob. Traductora de las Vidas imaginarias al italiano, Jaeggy es una narradora dotadísima en el espacio corto y sus tres historias de vida lo demuestran con creces. Su aproximación hace mucho énfasis en el conflicto inevitable que significó para nuestro escritor haber llevado una existencia escindida entre una pasión libresca totalitaria y un espíritu de aventura que bien poco pudo echar al vuelo. Ante la mirada piadosa de Jaeggy, el prematuro anciano Mayer André Marcel Schwob encamina sus pasos por el sendero de la morfina, entregándose a los infinitos meandros de su inteligencia literaria y su poderosa imaginación; agoniza como un viajero frustrado, un hombre de acción sedentario, condenado por un padecimiento incurable a permanecer aislado durante sus últimos días y a morir en absoluta soledad. C

08/12/17 17:26


El Cult ural S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

CU EN TO S D EL CI ELO D EL RO CK & RO L L

11

Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

1

The Song Remains the Same

Hoy en día Jimmy Page se abochorna por haber adquirido el castillo de Aleister Crowley. Sin embargo, que ahora se haga el escéptico no borra su pasado como devoto de la brujería. La historia es ampliamente conocida. Se achaca a sus prácticas la muerte del hijo de Robert Plant. Razón por la cual el cantante lo persiguió con un cuchillo con el objetivo de matarlo. Desde sus orígenes, Led Zeppelin está ligado a la magia negra. Y pese a que sus integrantes se han deslindado de esa práctica, el aura de oscurantismo pesa sobre el grupo hasta nuestros días. Para una parte importante de las huestes de sus seguidores, Led Zep es y será una banda con conexiones satánicas. Mi compa La Peineta, el tatuador, me relató una anécdota digna de la reputación del rock. Hoy en día que Plant se ha pronunciado en contra de una posible reunión, y la consiguiente gira, de su antiguo grupo, la nostalgia de los fans se ha recrudecido. Uno de sus fieles se presentó en el tattoo shop para tatuarse el anciano hechicero que aparece en la película The Song Remains the Same durante la canción “Dazed and confused”. El brujo es el mismo Jimmy Page envejecido. Se trata de una especie de viaje al futuro. Después de una sesión de tres horas y media el fan de Zeppelin salió del estudio con el anciano en la espalda. Una semana después murió en un accidente de coche. Y su muerte fue interpretada con mal signo debido al tatuaje. La parentela, consternada, decidió que en recuerdo de su familiar muerto se

harían el mismo tatuaje, para llevarlo consigo. Pero se arrepintieron. Temieron seguir los mismos pasos del fan de Zeppelin. Y para honrar su memoria se hicieron otro tatuaje en alusión, que no tenía absolutamente ningún enlace con la ex banda de Jimmy Page.

AL ROCK, COMO A LA NOVELA, LO HAN MATADO EN DISTINTAS OCASIONES. Y SIEMPRE REGRESA DE LA TUMBA.

2. Rock & roll is not dead Hace unas semanas participé en una mesa sobre música. Uno de los panelistas se quejó de que no existe una nueva generación de músicos que mantenga con vida al rock como en décadas pasadas. Radiohead, Foo Fighters, son bandas longevas. Dónde, preguntaba, están los chavos de veinte años. Ante esta incógnita existen infinidad de respuestas. Pero la principal es que el rock goza de una salud envidiable en el presente. The Black Keys, Artic Monkeys y Tame Impala son muestra del relevo generacional y de la alta calidad del rock de esta era. Si hiciéramos una comparación entre esta década y por ejemplo la de los ochenta constataríamos que somos más afortunados que en el siglo pasado. Además existe una nueva oleada de músicos más jóvenes creando productos portentosos. Bully, por ejemplo, una banda formada en Minnesota por Alicia Bognanno, que ha sacado dos discos en el último lustro y ha cosechado el entusiasmo de la crítica. Savages es otra muestra de la bonanza. Es comprensible la exigencia hacia el género. Al rock, como a la novela, lo han matado en distintas ocasiones. Y siempre regresa de la tumba. Si nos remontamos a los ochentas, el futuro del rock no era promisorio. El dominio del hair

El sino del escorpión

metal, el pop insulso y la música disco lo habían sepultado. Vean a Ozzy mismo durante ese tiempo, su outfit no tenía nada que envidiarle a la Tesorito. Hace unos días fui a Mixup a comprar una película para mi hija. Delante de mí, en la fila para la caja, estaba un morrito de unos catorce años contando monedas de uno y cinco pesos. Lo primero en lo que pensé fue en esas doñitas en la fila del súper que se tardan siglos en pagar. Cuando por fin reunió noventa y nueve pesos pude ver el artículo que iba a adquirir. Era Nevermind de Nirvana. Me conmoví hasta la médula. Comprendí que no todo está perdido. Que el poder del rock está intacto. No volverán a existir otros Beatles ni Rolling Stones, pero eso no significa que el amor por la música vaya a diluirse. Arqueólogos y estudiosos como Jack White le inyectan blues a las nuevas generaciones a través de sus canciones. 3. “We don’t need no education” A los tres años mi hija me daba el CD Mellon Collie de los Smashing Pumpkins para que se lo pusiera en el estéreo. Era el padre más orgulloso del mundo. Después conoció las telenovelas infantiles y fue cooptada por el pop bobo. Maldito Mundo de caramelo. El rock comenzó a provocarle urticaria. Hice de todo para tratar de regresarla al buen camino. Pero fue inútil. La semana pasada, a sus diez años, conseguí destaparle los oídos. Le puse el remix de “Another Brick in the Wall” de Eric Prydz y le encantó. Luego le puse la versión original y ahora no para de darle replay y de cantar la canción, gracias a Dios. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

“Es la cultura, estúpido” DESDE EL FONDO de su nido en la grieta del muro, el alacrán observó a varios escritores mexicanos bailar cancán en la Feria del Libro de Guadalajara. Con cara de Paul Auster, el arácnido quiso pensar en un performance crítico y no en un acto de etílico folclor tapatío, pero tras aquel simplón ridículo vino otro menos inocente, cuando varios escritores se unieron a “la cargada” en favor del precandidato priista a la Presidencia, quien por cierto esquivó la invitación a visitar la feria, acaso al recordar el tropezón del candidato Enrique Peña cuando estuvo ahí. El venenoso respeta las preferencias políticas de cada quien y además sabe de las alabanzas de Tablada a Huerta, de Vasconcelos a Obregón, de Novo a Alemán, de Fuentes a Echeverría, de tantos intelectuales a Salinas, de personajes de la cultura a Fox y de integrantes del Colegio Nacional a Peña Nieto, pero también recuerda cómo tundieron a Juan

EC127.indd 12

Villoro (por cierto uno de los escritoresbailarines) cuando se pronunció por López Obrador. Ante ello, el artrópodo destaca cómo en tiempo de elecciones los escritores también tienen un candidato cercano a su corazoncito según los haya tratado el régimen, si tienen becas, puesto público, apoyos o prebendas gubernamentales. El tema de la cultura en la política, no obstante, trasciende la frivolidad y debe cobrar importancia en los programas de gobierno de cada candidato, insiste el escorpión, pues urge la reforma del aparato cultural amparado por la Secretaría de Cultura, exigirle transparencia, equidad de género y rendición de cuentas, además de acabar con el patrimonialismo en el uso de los recursos destinados a la promoción y el desarrollo cultural. El alacrán destaca aquí la tarea del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), de la Universidad Autónoma Metropolitana y recomienda

visitar su sitio de internet (http://economiacultural.xoc.uam.mx) donde el lector encontrará investigaciones y aportaciones de peso para desentrañar, entender y reformar el kafkiano galimatías del sector cultural, y además podrá “bajar” el reciente libro Retablo de empresas culturales. Un acercamiento a la realidad empresarial del sector cultural de México. Por estos días se presentó también el libro ¡Es la reforma cultural, presidente! (Editarte), coordinado por Eduardo Cruz Vázquez, periodista y gestor experto en economía cultural, donde una treintena de investigadores presentan propuestas culturales para el sexenio 2018-2024 y urgen a los integrantes de las comunidades culturales a cobrar conciencia de su importancia como sector. El venenoso no puede terminar sin insistir: ¿Ya respondió el Colegio Nacional a las críticas de misoginia y opacidad? C

El tema de la cultura en la política debe cobrar importancia en los programas de gobierno de cada candidato.

08/12/17 17:26


12

E l C u lt u ral S Á B A D O 0 9 . 1 2 . 2 0 1 7

LA CIUDAD EN UNA GALERÍA

JIMENA LÓPEZ

CELAYA BROTHERS GALLERY así como asesoría para iniciar colecciones de arte, es decir, gestión cultural. El tiempo juzgará con su propia medida la brecha que ha abierto este proyecto, que desea retar los límites creativos de los artistas que en él participan. Jimena López, manager del espacio, nos habla de esta iniciativa, una de las más sólidas en el país, con apenas tres años de funcionamiento, que ha gestionado proyectos como All City Canvas —hace cinco años— que se realizó en la Ciudad de México y derivó en la creación de varias obras de arte público.

En la Ciudad de México han proliferado galerías emergentes que comienzan no sólo a ser un punto de encuentro con el arte actual, sino que quieren formar parte de la vanguardia. Entre las opciones que podemos encontrar en colonias como Roma, Condesa, Centro, por mencionar algunas, se encuentra Celaya Brothers Gallery (Mérida 241, Roma Norte), un espacio que no sólo muestra el trabajo de los nuevos creadores sino que apuesta por formar parte de la renovación del arte a través de impulsar residencias para creadores,

Por

¿Para qué o por qué crear una nueva galería de arte en la Ciudad de México? La galería fue creada por los hermanos Celaya. Antes de la galería, ellos se dedicaban a generar proyectos culturales que, en principio, no tenían nada que ver con el arte para estos espacios; eran proyectos de arte público o para el espacio urbano. Esto los llevó a conocer a distintos artistas que trabajan sobre todo en las calles, y a partir de esos proyectos se decidió crear la galería en el 2014, y la primera exposición fue con el artista Augustine Kofie, de California; a partir de ahí se ha evolucionado bastante, porque los artistas de la primera ronda se encontraban en un contexto de arte urbano muy marcado y conforme han pasado los años hemos migrado poco a poco al arte contemporáneo, que no tiene nada que ver con el arte urbano. De alguna manera llevaron el arte urbano a una galería. Es el modo en que conviven el arte contemporáneo y el arte urbano. En nuestro caso el arte urbano se convirtió en un tema y también una parte de la obra de los artistas. En ese caso tenemos a creadores españoles, italianos y mexicanos que toman los motivos de las ciudades y los trasladan a sus obras de pequeño y medio formato. En relación con el arte contemporáneo y el arte urbano, tratamos de establecer un punto medio. Hemos trabajado con artistas que hacen obras en la calle pero que en la galería usan otro tipo de medios o disciplinas, aunque tengan el mismo concepto o la misma base en su trabajo. Sus medios se extienden desde los muros a una galería. ¿Cuál sería la diferencia de esta galería en la gran oferta que existe en la zona, o en la Ciudad de México? Nosotros siempre decimos que, con cada proyecto, estamos aprendiendo. No queremos imponer un gusto o una verdad, sino dejarlo abierto a los artistas. ¿Qué sucede hoy en el arte en México? Estamos muy comprometidos con el arte mexicano. Por ejemplo, la obra de Juan Carlos Coppel, joven creador mexicano, maneja una estética muy simple y nuestro trabajo

EC127.indd 13

Foto > Sergio Martínez / Cortesía de Celaya Brothers Gallery

ESGRIMA

ALICIA QUIÑONES

De la exposición Trompe-l’oeil, del artista italiano Agostino Iacurci, que concluye este sábado.

en la galería tiene este tipo de estéticas. Él es un ejemplo del arte mexicano expuesto en la galería. Por otro lado, hay una tendencia a hablar de la relación del hombre con la naturaleza y el impacto de la tecnología. Laura Meza Orozco es otro ejemplo, ella es egresada de La Esmeralda y forma parte del proyecto SOMA; creemos que los artistas de SOMA están perfilados en un estilo más parecido al de Abraham Cruz Villegas, es decir, más interesados en el arte objeto y en proponer técnicas características de esa línea, como usar cosas de la calle: rejas o distintos materiales. En Celaya Brothers Gallery nos estamos enfocando en este tipo de corrientes. ¿Se vende este tipo de obra? ¿El arte es un negocio? Sí. De otra forma, nosotros no podríamos seguir funcionando. La venta de arte en México pasa por un buen momento. Ha tenido sus altas y sus bajas con la fluctuación del dólar o la política estadunidense de Donald Trump, pero en general está bien. ¿Qué legado han tenido las residencias? Nuestras residencias funcionan de la siguiente manera: abrimos una convocatoria o invitamos a los artistas interesados en

TENEMOS A CREADORES ESPAÑOLES, ITALIANOS Y MEXICANOS QUE TOMAN LOS MOTIVOS DE LAS CIUDADES Y LOS TRASLADAN A SUS OBRAS DE PEQUEÑO Y MEDIO FORMATO.”

hacer una interpretación de la ciudad en su obra o para la galería. Por ejemplo, la exposición actual, Trompe-l’oeil, del artista italiano Agostino Iacuri (Foggia, 1986), quien trabaja con formas sintéticas y colores brillantes, y es capaz de manejar múltiples capas de interpretación. Él estuvo como residente y lo invitamos porque, en principio, nos gusta lo que hace, y lo invitamos con la intención de que combinara su estilo e interpretara a la Ciudad de México. Es decir, que la influencia de la ciudad forma parte de esta exposición. Él llegó después del sismo y caminando por zonas como la Roma, hizo que su enfoque se dirigiera a contar historias retratadas desde ese umbral entre la inocencia y el artificio, la serenidad y la catástrofe. La exposición actual surge, entonces, de esos recorridos que él dio, y gracias a su observación de las casas, la arquitectura, las fachadas: de ahí surge la paleta de colores, las formas de las piezas que componen la exposición. Es un homenaje a la colonia Roma en cuanto a arquitectura y, de hecho, algunas de las piezas son plantas cuyo tallo está inspirado en los detalles de la casa en donde tenemos la galería. Las piezas incluyen al menos un detalle de las casas de la colonia; es un trabajo que es solidario con la gente y con las consecuencias del sismo.

08/12/17 17:26


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.