J. M. SERVÍN
FUMIGADO EN INFIERNAVIT
CARLOS VELÁZQUEZ
EL RECALENTADO ME VA A MATAR
N Ú M . 8 0
S Á B A D O
NAIEF YEHYA LA LLEGADA
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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
JAMES JOYCE CIEN AÑOS DEL RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE UN TEXTO RECOBRADO DE EZR A P OUND
UN ENSAYO
DE ALEJANDRO TOLEDO
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El 29 de diciembre pasado se cumplieron cien años de la primera edición del Retrato del artista adolescente. Tres años antes, en 1913, James Joyce había conocido al gran crítico y poeta Ezra Pound, sin saber que su encuentro sería definitivo para esa publicación y, con el tiempo, para consolidar el destino de Joyce como un autor fundacional y de enorme influencia en las letras modernas.
Rescatamos uno de los ensayos que Pound escribió sobre Joyce —su última traducción para un libro en español cumple cerca de medio siglo. Esta versión actualizada nos muestra a un lector de exigencia, agudeza y conocimiento excepcional, en defensa y celebración de la gran literatura que aprecia en los primeros títulos de Joyce. Dos clásicos modernos en las páginas de El Cultural.
E L JOV E N JA M ES JOYCE L A PROSA Y EL V ERSO 1
EZRA POUND T R ADU C C I ÓN Y NO TAS R AFAEL VARG AS
A
pesar de la guerra, a pesar de la escasez de papel y a pesar de esos viejos editores exitosos cuyo dios es su panza y cuyo padrino fue el difunto F. T. Palgrave,2 hay una nueva edición de Retrato del artista adolescente,3 de James Joyce. Es muy gratificante que este libro haya “alcanzado su cuarto millar”, y el hecho es significativo porque marca el comienzo de una nueva etapa en la actividad editorial de Inglaterra, una etapa comparable a la que hace algunos años inició el Mercure,4 en Francia. Puesto que las viejas casas editoras, incluso aquellas, o sobre todo aquellas que alguna vez tuvieron una tradición literaria, o por lo menos pretensiones literarias, han dejado de preocuparse por la literatura, los amantes de la buena escritura han dicho “basta” y han reunido lo suficiente para meter unos cuantos buenos libros a la imprenta, y hasta para ponerlos en circulación. La actual producción es pequeña en cantidad: unos cuantos cuadernillos de traducciones, el Prufrock, de Eliot, Retrato, de Joyce y Tarr, de Wyndham Lewis, pero sé de buena fuente que por lo menos otra revista empezará a publicar libros de sus colaboradores después de la guerra, así que habrá penalizaciones contra el viejo contingente de panzones y la generación de acartonados.
El Retrato de Joyce es literatura; para un puñado de personas casi se ha convertido en la biblia de la prosa, y creo haber encontrado por lo menos a trescientos admiradores del libro, un número de personas que, “gusten” o no del libro, ciertamente forman un grupo convencido de sus méritos. He leído una nota del señor Wells en la que opina que Joyce tiene una obsesión por descender a las cloacas en lo que escribe, pero también dice que Joyce escribe literatura y que su libro debe figurar al lado de los de Sterne o de Swift. Wells no es quien para parlotear de obsesiones, pero digamos en su honor que ha tenido un amable arranque de admiración por un escritor más joven y semidesconocido. De Inglaterra y de Estados Unidos ha llegado una cantidad de elogios para esta novela mucho más amable que para cualquier otra que yo pueda recordar. También han llegado escupitajos impotentes y reproches surgidos de regiones lejanas y del asistente de oficina del señor Dent5 y, como una suerte de compensación, interesantes comentarios en griego moderno, francés e italiano. Los poemas de Joyce han sido reimpresos por Elkin Mathews, sus cuentos cortos han sido reeditados, y ha empezado a publicarse una segunda novela suya en The Little Review.6
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Apuró hasta el fondo la tercera taza de té aguado y se dedicó a roer las cortezas de pan frito que yacían diseminadas alrededor, mientras contemplaba fijamente el negro hoyo del tarro. El unto amarillento había sido excavado en él formando como un hoyo en tierra pantanosa; la contemplación de aquella sima le trajo a la memoria el recuerdo del agua terrosa y obscura que había en el baño de Clongowes. Una caja, recientemente revuelta, de papeletas de empeño, yacía junto a su brazo; fue cogiendo mecánicamente con sus dedos manchados de grasa aquellos papelitos, blancos y azules, llenos de dobleces y de arena, mal garrapateados con la firma de un prestamista: Daly o Mac Evoy. 1 par borceguíes... Etc. No quiero dar a entender que una novela sea necesariamente una mala novela porque una persona la toma y no se ve impelido a leerla, sino indicar el curioso y seductor interés que suscitan las oraciones precisas y definidas. Tampoco debe suponerse, y en esto soy enfático, que la literatura de Joyce es meramente una descripción de lo sórdido. Lo sórdido está presente en ella de una manera deliberada como lo está en De Goncourt, pero el poder de Joyce está en su capacidad de abarcar las más diversas cuestiones. La amplitud de su visión va desde las cortezas de pan frito y las semillas de higo incrustadas entre los dientes de Cranley, hasta el análisis informal de Aquino: —¿Quién sabe? —dijo Stephen sonriendo—. Tal vez Santo Tomás me podría entender mejor que tú. Era poeta también. Escribió un himno para el Jueves Santo. Comienza con las palabras Pange lingua gloriosi. Afirman que es la joya más preciosa de todo el himnario. Es un himno intrincado y confortante. Me gusta. Pero no hay himno que pueda ponerse al lado del Vexilla Regis, el canto procesional, triste y majestuoso de Venancio Fortunato. Lynch se puso a
cantar, suavemente, solemnemente, con una voz de bajo profundo: Impleta sunt quae concinit David fideli carmine Dicendo a nationibus Regnavit a ligno Deus. —¡Eso sí que es hermoso! —dijo, satisfecho—. ¡Estupenda música! Se metieron por Lower Mount Street. A pocos pasos de la esquina se encontraron con un mozo gordiflón que llevaba una bufanda de seda... En casi cada página de Joyce uno encontrará esta rápida alternancia de la belleza subjetiva y la miseria exterior, la mugre y la sordidez. Son el bajo y el agudo de su método de composición. Y su capacidad de abarcar excede la de novelistas que son sus contemporáneos hasta el extremo de que extensiones enteras de teclado a las que Joyce accede quedan fuera del alcance de ellos. La conclusión, o corolario moral de todo esto, es que los grandes escritores de cualquier periodo deben ser también mentes notables de ese periodo; deben conocer los extremos de su época; no deben representar un status social; no pueden ser el “Tendero” o el “Diletante”, con egregia letra mayúscula, ni el catedrático ni el usuario de Jaeger o el herbívoro profesional. En las trescientas páginas de Retrato del artista adolescente no hay ninguna omisión; nada es tan bello en la vida que Joyce no pueda tocarlo sin profanarlo —sobre todo, sin profanar la sentimentalidad y la sensiblería— y tampoco hay nada tan sórdido que no pueda tratarlo con su metálica exactitud. Creo que pocas personas pueden leer a Shaw, Wells, Bennett, o incluso a Conrad (quien se encuentra en una categoría aparte), sin sentir que hay valores y tonalidades a las que estos autores son totalmente insensibles. No quiero decir que sea imposible la existencia de un arte excelente dentro de limitaciones precisas, pero el artista no puede darse el lujo de ignorar sus limitaciones; no puede darse el lujo de ignorarlas o de parecer que las ignora. Debe elegir sus limitaciones. Si pinta una caja de rapé o una escenografía no debe ignorar ese hecho ni creer que está pintando un paisaje al óleo de sesenta por noventa centímetros. Creo que lo que más me cansa de los autores que ahora se hallan en su madurez, es que siempre parecen dar por sentado que nos están entregando la totalidad de la vida moderna, todo el panorama social, todos los instrumentos de la orquesta. Joyce pertenece a otro grupo sanguíneo. Su libro anterior, Dublineses, contenía varios cuentos bien construidos, y algunos esbozos más bien carentes de forma. Era una promesa evidente de
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A pesar de que el libro nos resulta muy familiar, es agradable tomar un ejemplar del Retrato en su nuevo formato reducido, y entrar en muchas nuevas especulaciones, quizás más que en la lectura inicial. No es tanto que uno pueda abrir el libro en una página olvidada como que uno puede recomenzar la lectura del libro en cualquier página en que se le abra, y encontrar párrafos como: “Stephen pasó fríamente la mirada sobre el cráneo oblongo cubierto de una maraña de cabellos de un desvaído color de bramante”.7 O bien: “Había sentadas en el borde de la acera delante de sus cestas unas muchachas desharrapadas.” O bien:
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James Joyce con Ezra Pound. París, 1923.
“LO QUE MÁS ME CANSA DE LOS AUTORES QUE AHORA SE HALLAN EN SU MADUREZ, ES QUE SIEMPRE PARECEN DAR POR SENTADO QUE NOS ESTÁN ENTREGANDO LA TOTALIDAD DE LA VIDA MODERNA. JOYCE PERTENECE A OTRO GRUPO SANGUÍNEO.”
lo que habría de venir. No hay mucho que pueda decirse en su alabanza que no pueda repetirse con mayor fuerza respecto de Retrato. Me doy cuenta de que quien lee uno de esos dos libros inmediatamente buscará el otro. La calidad y distinción de los poemas de la primera mitad del libro de Joyce, Música de cámara (nueva edición, publicada por Elkin Mathews, 4A, Cork Street, W. 1., a 1s. 3d.), se debe en parte a la estricta preparación musical de su autor. Aquí tenemos la lírica en una de sus mejores tradiciones, y uno perdona ciertas inversiones triviales, hechas contra el gusto del momento, por el gusto de lograr un pulido marfileño, y por el interés en los ritmos, en el entrecruzamiento del compás y la palabra, como el del viento que corta las ondas que se dibujan en la superficie brillante de un estanque. El fraseo es isabelino, y la métrica por momentos sugiere a Herrick, pero en ningún caso he podido encontrar un poema que no pertenezca a Joyce de una manera o de otra, aunque parecería tratar, de manera muy marcada, de alejarse de la originalidad, como en: ¿Quién va entre la espesura del [bosque con la primavera adornándola toda? ¿Quién va entre el alegre bosque [verde para hacerlo aún más alegre? ¿Quién pasa a la luz del sol por senderos que reconocen la sutil [huella? ¿Quién pasa por la dulce luz del sol con aire virginal? Todos los caminos del bosque brillan con un fuego dorado y suave: ¿Por quién porta el soleado bosque tan bello atuendo? Ah, es por mi bella amada que los bosques lucen sus mejores [galas; ah, es en nombre de mi amada, que luce tan joven y tan bella.8 Aquí, como en casi todos los poemas, el motivo es tan leve que el poema apenas existe cuando uno lo imagina con música; y su maestría es tan delicada que apenas uno de cada veinte lectores
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notará su finura. Si reviviera, Henry Lawes podría componerle una música apropiada, pues la cadencia de esta poesía es digna de su arte: ah, es en nombre de mi amada, que luce tan joven y tan bella.
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La tarea del músico ya casi está hecha; no obstante, qué pocos compositores de canciones serían capaces de terminarla y de darle un acompañamiento adecuado. El tono del libro se profundiza desde el poema que comienza: Oh, amada, escucha la historia de tu amante; un hombre ha de sufrir cuando le engañen sus amigos. Pues entonces sabrá que los amigos mienten y en puñado de cenizas se vuelven sus palabras.9
Música de cámara, primera edición, Elkin Mathews. Londres, 1907.
oído fantasmal de este poema se suma, en el siguiente, una visión fantasmal, y una robustezza en la expresión:
La colección de poemas llega a su final y clímax con dos poemas profundamente emotivos; bastante diferentes —en cuanto a tono y calidad rítmica— de los de la primera parte del libro:
Escucho un ejército cargar sobre la [Tierra. Y el trueno de los caballos [precipitarse, con espumas sobre las rodillas.
Todo el día escucho el ruido de las [aguas sollozando, triste como el pájaro de mar cuando [al partir solitario escucha el grito de los vientos a las [aguas, desolado.
Arrogantes, con armaduras negras, [de pie detrás de ellos, desdeñando las riendas con ondulantes látigos, los aurigas [permanecen. Gritan en medio de la noche sus [nombres de batalla: yo sollozo durmiendo cuando oigo, [lejos, sus arrolladoras risas. Ellos parten las tristezas de los [sueños con llama cegadora, golpeando, golpeando sobre el [corazón como sobre una [bigornia.
Los grises vientos, los fríos vientos [soplan adonde vaya. Escucho el ruido de muchas aguas, [lejos, abajo. Todo el día, toda la noche las oigo [deslizarse aquí y allá.10 La tercera y la quinta líneas no deben leerse haciendo un alto al final. Creo que difícilmente alguien dejará de advertir la fuerza con que fluyen las palabras. Al
“MÚSICA DE CÁMARA ES UN ANTÍDOTO PARA AQUELLOS QUE ENCUENTRAN ‘DESAGRADABLE’ LA PROSA DE JOYCE Y CONCLUYEN QUE TIENE UNA ‘OBSESIÓN POR DESCENDER A LAS CLOACAS’.”
Arriban sacudiendo en triunfo sus [largos cabellos verdes: salen del mar y corren gritando por [la playa. Corazón mío, ¿has perdido la [sabiduría para desesperarte de [este modo? Amor mío, amor mío, amor mío, [¿por qué me abandonaste? En el sonido de ambos poemas tenemos una fuerza y una fibra que casi
prohíben pensar en ponerles música, o cualquier tipo de música que no sea la que poseen cuando son dichos en voz alta; pero no tardamos en advertir que su técnica es similar a la de los primeros poemas, en la medida en que la belleza de su movimiento es producida por una interrupción muy diestra —o quizás haya que decir: profundamente intuitiva— de la regularidad mecánica de la métrica. Es la irregularidad que siempre aparece en los mejores periodos. El libro es un excelente antídoto para aquellos que encuentran “desagradable” la prosa de Joyce y que de inmediato concluyen (como Wells, por ejemplo) que Joyce tiene una “obsesión por descender a las cloacas”. Aún me falta encontrar, en las obras publicadas por Joyce, una frase violenta o maloliente que no se justifique, no sólo por su veracidad, por su manera de resaltar algún efecto contrario, por la intensidad que imprime a una emoción o un frustrado deseo de belleza. El rechazo a lo sórdido es sólo otra manera de expresar sensibilidad hacia las cosas más bellas. No hay percepción de la belleza sin el rechazo correspondiente. Si el precio por artistas como James Joyce es muy elevado, es el artista mismo quien lo paga. Y si el Armagedón nos ha enseñado algo, debió enseñarnos a abominar de las verdades a medias, y de los propagadores de medias verdades en la literatura. C
N O TA S 1
Bajo el título de “Joyce”, Ezra Pound publicó este artículo en la revista The Future en mayo de 1918, a raíz de la tercera edición (segunda en Estados Unidos) del libro Retrato del artista adolescente. 2 Poeta, crítico y editor, Sir Francis Turner Palgrave (1824-1897) es recordado principalmente por la antología The Golden Treasury of English Songs and Lyrics (1861) que tuvo una fuerte influencia entre los lectores de lengua inglesa por más de treinta años (Palgrave corrigió y aumentó su antología en sucesivas ediciones, todas bien acogidas por el público). En 1916 Pound propuso una antología de poesía universal en diez volúmenes que propuso a Macmillan Company, la misma casa editora de The Golden Treasury. En el proyecto enviado a Macmillan Pound se permitió apuntar: “Es hora de contar con algo que sustituya el libro de Palgrave, ese viejo estúpido.” Macmillan, que había
hecho estupendas ventas de la antología de Palgrave, rechazó el proyecto de Pound. 3 A Portrait of the Artist as a Young Man, Egoist, Ltd., 4 chelines y 6 peniques [nota del autor]. 4 Le Mercure de France era una exitosa revista bimestral a finales del siglo XIX que comenzó a publicar libros hacia 1905. Bajo su sello aparecieron las primeras traducciones al francés de Nietzsche y los primeros libros de Guillaume Apollinaire, André Gide, Colette y Paul Claudel. 5 Joseph Malaby Dent (1849-1926) fue un editor británico que creó la célebre colección Everyman’s Library. 6 The Little Review fue una revista literaria estadunidense, fundada en 1914 por Margaret Anderson. Con la ayuda de Jane Heap y Ezra Pound, Anderson creó una revista que publicó a una gran variedad de modernistas de ambas orillas del Atlántico
—norteamericanos, británicos, irlandeses y franceses. Además de publicar una gran variedad de literatura internacional, The Little Review dio a conocer los primeros ejemplos de arte dadaísta y surrealista. La publicación más conocida de esta revista fue la serialización del Ulises, la novela a la que Pound alude aquí. 7 Ésta, y todas las siguientes citas en prosa, proceden de la excelente versión en español de Retrato del artista adolescente publicada por Dámaso Alonso en 1926. 8 Versión de Hernán Lara Zavala, en la revista Casa del Tiempo, núm. 89, UAM, junio de 2006. 9 Versión de Lilia Barbachano, incluida en Poesía completa de James Joyce, Premiá, México, 1981. 10 Este fragmento, y el que se cita enseguida, pertenecen a Música de cámara, en las versiones realizadas por Pablo Neruda en 1933 para la revista argentina Poesía.
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Esta lectura revisa, desde una mirada retrospectiva, el trayecto, los antecedentes, el planteamiento y desarrollo, los sentidos e implicaciones que animan el Retrato del artista adolescente, punto de partida de una resonancia, una simbiosis distintiva que comunica al autor con su personaje y alter ego Stephen Dedalus —como un reflejo que habrá de continuar en la culminación total de Ulises.
JOYC E , DE DA LUS Y S U A RT ISTA A D OL E S C E N T E ALEJANDRO TOLEDO
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También: Como un alquimista se aplicó en su obra, uniendo los misteriosos elementos, separando lo sutil de lo burdo. Para el artista, los ritmos de la frase y el punto, los símbolos de la palabra y la alusión, eran cuestiones supremas.
Retrato del artista adolescente. La primera edición.
“LA PALABRA ‘PARÁLISIS’, O ESA PERCEPCIÓN DE UNA COMUNIDAD INMOVILIZADA E INMOVILIZADORA, DEFINE LOS CUENTOS DE DUBLINESES Y ACASO TAMBIÉN DEFINIRÁ LA MISMA NOVELA AÚN EN GERMEN.”
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ichard Ellmann, el gran biógrafo de James Joyce (18821941), confirma la fecha: la primera edición mundial de Retrato del artista adolescente fue publicada en Estados Unidos por W. B. Huebsch con fecha del 29 de diciembre de 1916. Poco antes, ese mismo mes, apareció además la primera edición estadunidense (o nortearmoricana, como diría el irlandés) de Dublineses. Así, Joyce cerró el año con la convicción de que en 1916 había tenido muy buena suerte. Y era cierto, las cosas empezaban a mejorar. Mucho de ello se lograba gracias a los oficios de Ezra Pound, que lo puso en contacto con Huebsch y con muchas otras personas. También, por ejemplo, con Harriet Shaw Weaver, editora en Londres de The Egoist, revista que publicó la novela en forma seriada entre 1914 y 1915. Antes que fatigar a los lectores con datos y fechas (que encontrarán concentrados en el volumen biográfico de Ellmann), habría que intentar cifrar el movimiento espiritual que se percibe en las obras iniciales de Joyce, en el camino hacia los libros mayores. Aunque el término “evolución” no suele aplicar en las artes, en su escritura siempre hay avances. Va de lo simple a lo complejo, de los relatos tersos de Dublineses al gran caos de Finnegans Wake, con sus estaciones intermedias, que son Retrato... y Ulysses, en las que Stephen Dedalus es protagonista. Por ello, en esta escalada narrativa lo mejor para leerlo (“para leerlo mejor”, diría el lobo) es seguir puntualmente su recorrido. Habría que detenerse, primero, en 1904 (“año vórtice, año centrífugo”, lo
llama el crítico español Mario Domínguez Parra en el prólogo a los Escritos breves —Ediciones Escalera, Madrid, 2012—), que es cuando Joyce conoce a Nora Barnacle y abandona la patria, entre otros sucedidos. Publica entonces los primeros relatos de lo que será Dublineses, algunos bajo el seudónimo de Stephen Dedalus; y escribe en un cuaderno escolar de su hermana Mabel el ensayo “A Portrait of the Artist”. Lo ofrece a la revista Dana, y con razón (pensaría uno ahora, al leerlo) se lo devuelven. Es el germen de la novela que habría de terminar más de diez años después, en ese bosquejo una concentración algo confusa (abigarrada, oscura) del personaje en que se estaba convirtiendo. Habla de sí mismo en tercera persona. Cuenta ahí, por ejemplo: Una noche, al comienzo de la primavera, encontrándose al pie de la escalera de la biblioteca, dijo a su amigo: “He abandonado la Iglesia”. Y mientras regresaban a casa a través de las calles codo con codo, le contó, en palabras que parecían eco de su separación, cómo la había abandonado por las puertas de Asís.
Es significativo que en ese breve ensayo se mencione el aislamiento como condición para el artista; y al final a éste se le describa “en medio de la parálisis general de una sociedad demente”. La palabra “parálisis”, o esa percepción de una comunidad inmovilizada e inmovilizadora, define los cuentos de Dublineses y acaso también definirá la misma novela aún en germen. El hermano de Joyce, Stanislaus, apunta el 2 de febrero en su diario que Jim ha decidido convertir su ensayo en una novela, “y habiendo tomado esa decisión, está tan feliz, según dice, de que fuera rechazado”. Más: “Jim va a empezar su novela, como empieza normalmente cualquier cosa, medio enfadado, mostrando que al escribir sobre sí mismo tiene un tema de más interés que su discusión sin objetivo”.
PARÁLISIS Y EPIFANÍA El ensayo se transforma en novela y cambia también de título. De 1904 a 1906 se llamará Stephen Hero (Stephen el héroe), y Joyce llegará en ese lapso a unas novecientas cuartillas. Se dice que la insatisfacción del escritor por esa versión, que calificaba de trabajo escolar, llevó a una parte del manuscrito a ser destruido por el fuego. Theodore Spencer, editor de Stephen Hero (1944), precisa que se perdieron (en esa quema o en otras circunstancias) las primeras 518 páginas, y quedaron a salvo 383... A salvo, mas no tomadas en cuenta; Joyce prefirió empezar de cero y es ahí donde retoma el título del ensayo de 1904, con el complemento de “As a Young Man”. Como Joyce y Dedalus son prácticamente uno mismo (aunque siempre
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común, describe a tal hombre, según la intención de Joyce, del modo más pleno y cabal de lo que haya sido descrito antes cualquier ser humano; es la epifanía de Leopold Bloom. [...] Igualmente, Finnegans Wake puede mirarse como una vasta ampliación, que desde luego Joyce no podía concebir cuando adolescente, de la misma visión.
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¡PARNELL HA MUERTO!
Estatua de Joyce en Dublín.
hay que distinguir entre el personaje y el autor, tanto en este caso como en el del Marcel de En busca del tiempo perdido y el escritor que lo reinventa, parecidos mas no idénticos), Stephen Hero enriquece algunos puntos de la formación del artista. Si en la novela terminada se detalla el intento de los jesuitas por hacer del joven uno de ellos (al atender el llamado de Dios), en ese borrador participan de una actitud similar los nacionalistas, que buscan entusiasmar a Dedalus con las leyendas de la antigua Irlanda e incluso convencerlo de que, ya que se perfila para ser escritor, lo sea no en inglés sino en gaélico. Huye de ellos con la misma convicción con la que se separa de la Iglesia. En esas conversiones tendrá un valor especial su encuentro con el dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Spencer nos pide atender un pasaje de Stephen Hero, aquel que arranca de este modo en la página 227 de la edición de Sur (traducción de Roberto Bixio, 1960): “Un atardecer, un atardecer neblinoso, marchaba por Eccles St. con todos estos pensamientos danzando en su cerebro la danza del desasosiego...” Se reconocerá la calle Eccles, en donde estarán domiciliados los Bloom en Ulysses. Llama la atención de Stephen una pareja: “Una joven estaba en las gradas de una de esas casas de ladrillos pardos que parecen la propia encarnación de la parálisis irlandesa. Un hombre joven se recostaba sobre las herrumbradas rejas de la verja”. (Asoma, de nuevo, la palabra parálisis.) Y escucha fragmentos de su coloquio. Ella dice: —Oh, sí... Estaba... en la... ca... pi... lla... Y él: —Yo... Yo... —Oh... pero usted es... muy... ma... lig... no...
Y: Esta trivialidad le hizo pensar en recoger muchos momentos semejantes en un libro de epifanías. Por epifanía entendía una súbita manifestación espiritual, ya fuere en la vulgaridad de la alocución o del gesto, ya fuere en una faz memorable del mismo espíritu. Creía que el hombre de letras debía dejar registradas tales epifanías con sumo cuidado, dado que son los momentos más delicados y evanescentes. Dirá, enseguida, a su amigo Cranly: Imagina que los vistazos que lance al reloj sean tanteos de un ojo espiritual que procura ajustar su visión a un foco exacto. Apenas se produce ese ajuste, tiene lugar la epifanía del objeto. Y precisamente en tal epifanía hallo la tercera, la suprema cualidad de la belleza. Recuérdese que para Santo Tomás los tres requisitos esenciales de la belleza son integridad, simetría e irradiación. Tenemos aquí, pues, dos conceptos fundamentales en la creación joyceana: parálisis y epifanía. Este último se extenderá a toda la obra, como lo demuestra Theodore Spencer: Podemos decir que Dublineses constituye una serie de epifanías que relatan momentos aparentemente triviales pero en realidad cruciales y reveladores de las vidas de diferentes personajes. Retrato... puede ser considerado una suerte de epifanía, una manifestación del propio Joyce como adolescente; Ulysses, al tomar un día en la vida de un hombre
Aunque Joyce pretendió publicar tempranamente los relatos, pleitos editoriales aplazaron el proyecto hasta 1914. Gracias a ello pudo incluir “The Dead”, un cuento en el que revisa su relación con Irlanda, tan personal que tiene como fuente anecdótica algo que le ocurrió a su esposa, y reconocemos en la pareja de Gabriel y Greta a Nora y James. En su intento por tomar distancia de sus compatriotas va de la denuncia directa (un ustedes, los dublineses, son así) a un reconocerse como parte del paisaje. Las escrituras de Dublineses y Retrato... terminaron por casi emparejarse. El arribo, en un caso (en ese viaje del ellos al nosotros), y el punto de partida, en el otro, fue él mismo. Retrato... abre con tres epifanías. La primera tiene que ver con el día en que muere el líder político Charles Stewart Parnell, y por lo mismo puede ser fechada: 6 de octubre de 1891. ¿Qué edad tiene Stephen? Diez años. Es estudiante del Colegio de Clongowes Wood, administrado por los jesuitas. Un chico abusador, Wells, lo arroja a una fosa; y como resultado de ello el jovencito se sentirá mal y terminará con fiebre en la enfermería. Nada dice a los curas de lo ocurrido, pues su padre le ha impuesto este precepto: nunca acusar a ninguno de sus compañeros, hiciese lo que hiciese. Es en la enfermería donde se entera de la muerte de Parnell. Éste es otro leitmotiv de la obra. Hay un cuento de Dublineses, el de “Ivy Day in the Committee Room” (traducido en alguna versión como “El día de la hiedra en la sala del comité”), también ubicado el 6 de octubre, en una conmemoración de esa jornada, conocida como el Día de la Hiedra. Y en Ulysses, en el capítulo del entierro de Paddy Dignam, Bloom y acompañantes se detienen frente a la tumba de Parnell, al que llaman El Jefe y le rinden tributo. En un artículo publicado en Il Piccolo della Sera de Trieste el 16 de mayo de 1912, así describe Joyce la caída de Parnell: Se enamoró locamente de una mujer casada, y cuando el
“RETRATO... ABRE CON TRES EPIFANÍAS. LA PRIMERA TIENE QUE VER CON EL DÍA EN QUE MUERE EL LÍDER POLÍTICO CHARLES STEWART PARNELL, Y POR LO MISMO PUEDE SER FECHADA: 6 DE OCTUBRE DE 1891.”
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van a dormir temprano. Se entabla un ríspido debate alrededor de Parnell. Una vecina muy persignada, Dante Riordan, celebra la actitud de los curas en contra de ese “pecador público”; el tío Charles y Simón Dedalus, el padre de Stephen, deploran lo que consideran una traición.
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—¡Hijos de perra! —grita el señor Dedalus—. Cuando estuvo caído, se echaron sobre él como ratas de alcantarilla para traicionarle y arrancarle la carne a pedazos. ¡Miserables perros! ¡Y que lo parecen! ¡Por Cristo que lo parecen!
marido de ésta, el capitán O’Shea, solicitó el divorcio, los ministros Gladstone y Morely se negaron terminantemente a promover medidas legislativas en favor de Irlanda en tanto el pecador siguiera siendo jefe del partido nacionalista. Parnell no apareció en las vistas para defenderse. Negó el derecho de un ministro a poner el veto en los asuntos políticos de Irlanda, y se negó a dimitir. Más: Por orden de Gladstone, Parnell fue depuesto. De los 83 representantes que acaudillaba solamente ocho le permanecieron fieles. El alto y bajo clero se unió a sus adversarios para acabar con él. La prensa irlandesa vertió en Parnell y en la mujer que amaba las bilis de su envidia. Los ciudadanos de Castlecomer le arrojaron cal viva a los ojos. De condado en condado, de ciudad en ciudad, fue Parnell como un “ciervo acosado”, como una figura espectral con la marca de la muerte en la frente. Al cabo de un año moría de tristeza, a la edad de cuarenta y cinco años. Es entonces cuando Stephen escucha desde la enfermería un gemido de pena que se eleva desde la muchedumbre: —¡Parnell! ¡Parnell! ¡Ha muerto! La segunda epifanía ocurre ese mismo año, en diciembre, cuando Stephen asiste a su primera cena de Navidad. Los hermanos pequeños se
Bajo el pseudónimo de Stephen Dedalus, publicación de “Eveline”, un relato incluido en Dublineses.
Educado por los jesuitas, el niño está en medio de todo esto y acaso no sabe aún dónde ubicarse. Y se sorprende por las reacciones de unos, los partidarios de Irlanda (su padre y el tío Charles), y la otra, Dante Riordan, defensora de los curas. A la vez, vuelve al día en que circuló en el colegio la noticia de la muerte de Parnell. Este asunto político va más allá de ser una mera seña histórica. Joyce consideraba que la traición estaba en la raíz del modo de ser irlandés. Y ese linchamiento público conocido en su primera infancia fue a la vez una advertencia, una señal para huir de la isla tan pronto como pudiera. Stephen se siente un poco como Parnell y sabe que en Irlanda sus amigos (notoriamente Buck Mulligan en Ulysses) son a la vez sus enemigos. Tendrá que cuidarse de ellos y, para no vivir a la defensiva, alejarse. No se detallarán aquí todas las epifanías del libro. La tercera tiene que ver con la crueldad y la injusticia que Stephen descubre en el colegio al ser reprendido por el prefecto de estudios (“¡Holgazán, haragán!”, lo acusa. Ha roto sus gafas y se le ha permitido en esos momentos no realizar los ejercicios de la clase. “Es una treta de estudiantes ya muy antigua esa”, lo acusa el prefecto). A la vez, fuera del salón se practica cricket y los ruidos del juego (pic, pac poc, puc), puestos aquí y allá, le darán una resonancia peculiar al fragmento, un efecto musical ya utilizado en los relatos y que crecerá narrativamente en las siguientes novelas. Poc.
NOVELA DE INICIACIÓN Así arranca Retrato del artista adolescente, que es, como el lector habrá advertido, una novela de iniciación o bildungsroman. Anthony Burgess (autor de un par de trabajos sobre el irlandés, Re-Joyce y A Shorter Finnegans Wake) considera que algo esencial del ejercicio novelístico es la transformación del protagonista, que haya un cambio notorio entre el personaje que inicia la historia y el que la
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termina, más allá del paso del tiempo y el obvio crecimiento natural. En Retrato... observamos cómo se conforma la personalidad del artista; como diría Ortega y Gasset, es él y su circunstancia: las vacaciones forzadas del colegio por la bancarrota paterna, las continuas mudanzas, la venturosa inscripción al Colegio Belvedere, la subasta en Cork de los bienes familiares, primeras becas y premios literarios, y cómo es atrapado por las devoradoras llamas de la lujuria: “Necesitaba pecar con otro ser de su misma naturaleza, forzar a otro ser a pecar con él, regocijarse con una mujer en el pecado”. Los jesuitas tienen el antídoto: un retiro en honor de San Francisco Xavier, patrono del colegio. Y como figura acusadora está el padre Arnall, quien con sus virtudes oratorias hace sentir a los muchachos (a quienes se refiere todo el tiempo como “queridos hermanitos en Cristo”) como si hubieran estado una temporada en el mismísimo infierno. En la cinta de 1977 de Joseph Strick que adapta Retrato..., sir John Gielgud hace una magnífica interpretación del padre Arnall. El efecto de sus palabras es atemorizante para Stephen, quien luego de sus experiencias en el barrio de las prostitutas siente que está siendo juzgado. Lo que leemos de los sermones lleva a los lectores a pensar en aquello que se mueve al interior de Stephen, en el conflicto que se establece entre el deseo de la carne y la necesidad de pureza espiritual. Las preguntas que el padre Arnall hace al auditorio parecen tener un único destinatario: ¿Por qué pecaste? ¿Por qué prestaste oídos a las tentaciones de los amigos? ¿Por qué te apartaste de las prácticas piadosas y de las buenas obras? ¿Por qué no evitaste las ocasiones de pecado? ¿Por qué no abandonaste aquella mala compañía? ¿Por qué no abandonaste aquella lasciva costumbre, aquel hábito impuro? ¿Por qué no seguiste los consejos de tu confesor? ¿Por qué, después de haber caído la primera vez, o la segunda, o la tercera, o la cuarta, o la centésima, por qué no te apartaste del mal camino y te volviste a Dios, que sólo esperaba tu arrepentimiento para absolverte de tus pecados? Esto podría calificarse como tortura espiritual. Y crea una suerte de suspenso: ¿cómo reaccionará Stephen ante ello? La puntilla viene cuando es llamado a la oficina del director y éste lo invita a seguir la vida religiosa. Entiéndase que en las circunstancias de Stephen, con una familia en caída libre y con un
“JOYCE CONSIDERABA QUE LA TRAICIÓN ESTABA EN LA RAÍZ DEL MODO DE SER IRLANDÉS. Y ESE LINCHAMIENTO PÚBLICO CONOCIDO EN SU PRIMERA INFANCIA FUE A LA VEZ UNA ADVERTENCIA, UNA SEÑAL PARA HUIR DE LA ISLA TAN PRONTO COMO PUDIERA.”
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hijo mayor que ha logrado subsistir escolarmente gracias al apoyo de los jesuitas, esa propuesta solucionaría muchas cosas. La madre, por ejemplo, se ilusiona por la sola posibilidad de verlo vestido de sacerdote. Narrativamente, y más allá de cómo concluye la novela, somos testigos de un proceso. En sus crisis el personaje define sus intereses. Rechaza los caminos que le marcan los jesuitas; y, si atendemos el manuscrito de Stephen Hero, también huye de los nacionalistas. Se resiste a servir a la Iglesia y a la patria. Pero las presiones son muchas. Dirá Stephen: Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme. Se trata, pues, de un despojarse de las redes y la búsqueda de una problemática libertad. El capítulo final está escrito desde ahí; y las palabras, liberadas de esos yugos, exploran a su antojo. El artista ha encontrado su verdadera vocación y empieza a expresarse. En el aire fresco del cierre se percibe ya la energía que habrá de mover al Ulysses; quizá allí, en esas páginas, arranca la siguiente novela.
EL VUELO Aunque se intente evitar a Ellmann, hay que concluir con él. En su ensayo “El desarrollo de la imaginación” proporciona algunas claves de lectura. Retrato..., resume, trata de la gestación de un alma: Desde el principio el alma se encuentra rodeada de líquidos, orina, légamo, agua de mar, mareas, “gotas de agua —escribe Joyce al final del primer capítulo— cayendo suavemente sobre el rebosante cuenco de la frente”. La atmósfera de la lucha biológica es necesariamente oscura y melancólica hasta que el brillo de la vida es percibido. En el primer capítulo, sigo a Ellmann, el alma fetal queda, durante unas
páginas, individualizada sólo muy ligeramente, el organismo responde solamente a las impresiones sensoriales más primitivas, luego se forma el corazón y congrega sus afectos, el ser pugna por alcanzar una culminación no especificada, no entendida, se ve inundado de modos que no puede entender ni controlar, avanza silenciosamente hacia la diferenciación sexual.
de vuelo”. En la traducción de Dámaso Alonso, este es el poema: ¿No estás cansada de ese ardiente [afán, tú, de ángeles caídos seducción? No me evoques encantos que se [van. El corazón del hombre es un [volcán por tus ojos que dueños suyos [son. ¿No estás cansada de ese ardiente [afán?
Más adelante, en el tercer capítulo, “la vergüenza permea todo el cuerpo de Stephen al evolucionar la conciencia; la naturaleza animal baja es puesta a un lado”. Luego, al final del capítulo cuarto, “el alma descubre el objetivo hacia el que misteriosamente había estado avanzando: el objetivo de la vida. Ya no tiene que seguir nadando puesto que ya puede salir al aire; la nueva metáfora es el vuelo”. Y:
Más que el fuego tus laudes altos [van, humo en el mar, desde uno a otro [rincón. No me evoques encantos que se [van. Nuestros gritos y layes cantarán eucarísticamente la canción. ¿No estás cansada de ese ardiente [afán?
El último capítulo muestra el alma, completamente desarrollada, tomando fuerzas para el viaje hasta que al final está lista para partir. En las últimas páginas del libro, el diario de Stephen, el alma queda liberada de su confinamiento, su individualidad es completa, y el estilo cambia con una brutal brusquedad. Es, como señalé arriba, ya el estilo abierto, brutal, sí, con el que se escribirá Ulysses... y acaso también Finnegans Wake. Algo asombroso de esa parte final de Retrato... es que, además de que logramos atestiguar el proceso de formación del artista (al deshacerse de aquello que lo condicionaba como ciudadano y católico devoto), lo veremos en acción al crear, verso a verso, un primer poema, una villanella, a partir de una serie de estímulos casuales y recuerdos, como si fuera, así lo diría Pellicer, una inicial “práctica
Mientras las manos levantando [están el desbordante cáliz de pasión. No me evoques encantos que se [van. Que aun, tuyos, a los ojos piedra [imán, mirar lánguido y forma plena son. No me evoques encantos que se [van. Es como si hubiéramos visto primero un huevo en un nido, luego el cascarón que se rompe, el ave que surge torpe... y así, hasta el instante en que controla sus articulaciones y su canto, y logra enfrentarse al abismo. Así pasa con Stephen, quien en la última página de la novela sale a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de su espíritu la conciencia increada de su raza. C
E L R E T R AT O D E DÁ M A S O A L O N S O Un suceso no muy documentado es cómo Retrato del artista adolescente se transforma, en castellano, primero en El artista adolescente (retrato) y luego en Retrato del artista adolescente, las dos veces gracias a la pluma del español Dámaso Alonso (1898-1990), quien firmó su traducción para la editorial Biblioteca Nueva (Madrid, 1926) como Alfonso Donado. Una primera pregunta: ¿por qué el traductor debió acudir al seudónimo? Las posibles respuestas las enuncia Carlos G. Santa Cecilia en su libro La recepción de James Joyce en la prensa española: 1921-1976 (Universidad de Sevilla, 1997): una es que lo utilizó para no dañar “la seriedad de su obra”, que apenas se iniciaba; la otra, que lo hizo para no molestar a su madre, doña Petra. El hispanista irlandés Ian Gibson (sigo a Santa Cecilia) dice haber confirmado esto último con el propio Dámaso Alonso, quien le dijo: “Porque mi madre era muy católica y se habría asustado grandemente de enterarse que yo había traducido aquel libro nefasto, aquella llamada a la rebelión”. Según el mismo Santa Cecilia, Dámaso Alonso trabajó esa traducción en Cambridge entre 1923 y 1925. Tuvo, incluso, un intercambio epistolar con Joyce, sobre el título de la novela y
algunas dudas menores. En cuanto a lo primero, ¿qué era mejor en español: artista joven o artista adolescente? Joyce se inclinó por esto último. Le escribe en una carta del 31 de octubre de 1925 (enviada desde París): “Como usted dice, la palabra española joven no se puede usar. No obstante, creo que el significado clásico de adolescencia se refiere a una persona entre las edades de diecisiete y treinta y un años y eso abarcaría sólo el quinto capítulo del libro y representa aproximadamente una quinta parte de todo el periodo de la adolescencia, mientras que, al menos en inglés, si bien la palabra adolescente no se puede aplicar a la persona representada en los capítulos 1, 2 ni, siquiera, 3, el término ‘jovencito’ puede aplicarse incluso al niño de la primera página, en broma, naturalmente”. (Cartas escogidas, volumen II, pp. 157-160, Lumen, Barcelona, 1982). Luego de aclarar algunas dudas específicas, dice Joyce: “Espero que me envíe un ejemplar de esa versión española cuando se publique. Si me envía su ejemplar de la inglesa, cuando haya acabado, se lo firmaré con mucho gusto, si lo desea”. —Alejandro Toledo
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El tema de esta crónica es un episodio de la vida cotidiana en las unidades habitacionales que ironiza su carga de opresión, hacinamiento, pobreza, delincuencia, el peligro de sus callejones, las ilusiones perdidas de una urbanización salvaje que destinó estas viviendas “a los asalariados de bajos ingresos”.
FUMIGADO E N I N F I E R N AV I T J. M. SERVÍN
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na de esas tardes de sábado de principios de otoño, un grupo de promotores-encuestadores de laboratorios Bayer se presentó, entre muchos otros domicilios, al de la señora Socorro Herrera de Martínez, en la sección Mezquite de la unidad habitacional Infonavit Iztacalco, al oriente de la Ciudad de México. El objetivo era promover placas antiinsectos y, mediante unas “sencillas preguntas”, encontrar lo que para el laboratorio sería el modelo de la mujer mexicana promedio. Como toda poderosa empresa de su tipo, a través de sus promotores trata de embaucar a la gente con una amabilidad y promociones chapuceras tal y como lo hacen nuestros gobernantes apuntalando fraudes, engaños y fantochadas. Así, bajo el pretexto de una campaña de “responsabilidad social”, Bayer invadió a través de un grupo de becarios en labor de misioneros, la intimidad de una de tantas familias mexicanas con la única finalidad de drenarle los bolsillos. La Unidad Infonavit Iztacalco fue construida en una de las zonas donde alguna vez hubo tres enormes lagos que cubrían gran parte de la Ciudad de México: el Texcoco, el Xochimilco y el Chalco. En sus colonias, caóticas, bravas y mal trazadas, alguna vez hubo un cauce original de canales, ríos y campos de cultivo. Las 35 hectáreas de la unidad fueron expropiadas por el presidente Adolfo López Mateos en 1962 y diez años después comenzó la construcción del complejo habitacional donde irían a parar cientos de familias como la de la señora Herrera a mediados de la década de 1970. Esos lagos desecados han sido el dolor de cabeza de una ciudad que desde su fundación padece inundaciones y falta de agua, la trágica paradoja histórica de una megalópolis condenada a sobrevivir en medio de desastres. La civilización azteca no tenía ni idea de lo que significaba construir un imperio en un islote rodeado de lagos en una cuenca sin salida natural. Las unidades habitacionales eran un proyecto nuevo que despertaba
“INFIERNAVIT PARECE UNA PESADILLA ORWELLIANA DONDE GENTE POBRE HABITA VIVIENDAS DE CONCRETO Y LADRILLO ROJO RODEADAS DE JARDINES DESCUIDADOS.”
desconfianza para mucha gente, pues estaban en las orillas de la ciudad. Según testimonios de funcionarios de Infonavit, en un principio había que ir a las empresas a rogarle a los trabajadores para que aceptaran los cómodos créditos a pagarse a veinte años con tasas de interés muy bajas. Los habitantes de Infonavit Iztacalco son vecinos de una ciudad perdida rebautizada como “Campamento 2 de Octubre”, hoy completamente urbanizada y donde se instala los fines de semana un concurrido tianguis de chácharas sobre la avenida Apatlaco; de la colonia Ramos Millán, de la Zapata Vela, la Tlacotal y la Mujeres Ilustres, y de las unidades habitacionales Picos I y II; todas ellas plagadas de delincuencia, gente rijosa y en muchos casos desempleada o dedicada al comercio callejero, de un proletariado emergente que compró lotes muy baratos o los invadió y fundó colonias de trazo caprichoso, llenas de callejones y calles estrechas, sombrías y peligrosas. “Infiernavit” (como se le conoce ahora), al igual que las colonias y unidades habitacionales aledañas, fue construida tan aprisa como lo exigían los proyectos similares que con la demagogia que distingue a los gobernantes mexicanos, se presumían como una solución de vivienda obrera que, hay que decirlo, es todo menos funcional. Infiernavit es un Frankenstein de los conceptos habitacionales desarrollados por Carlos Obregón Santacilia, el arquitecto que convocara en 1929 al Concurso Nacional de Vivienda Moderna para Obreros. Ése es el origen de los multifamiliares y sus parientes pobres: las unidades habitacionales. La historia oficial se desvive en elogios para arquitectos como Juan O’Gorman, Juan Legarreta y algunos otros por haber creado el concepto habitacional donde la gente, bajo la ilusión de poseer su propia casa, viviría hacinada en conejeras que vinieron a sustituir las vecindades que idealizó el cine mexicano. Infiernavit parece una pesadilla orwelliana de totalitarismo donde gente pobre habita viviendas de concreto y ladrillo rojo rodeadas de jardines descuidados. Y de un lago enorme con embarcadero que se agrietó y secó luego del terremoto de 1979, en algún momento tuvo lanchas, peces, patos y ahora ha sido rehabilitado como deportivo al aire libre. Sobre la avenida Río Churubusco había un campo de futbol que se convirtió en una plaza comercial y en estacionamiento de una bodega Aurrerá.
En Infiernavit hay un centro social y dos centros comerciales que en un principio fueron administrados por los propios colonos, pero debido a las riñas en las celebraciones y los malos manejos, todo fue vendido a particulares. La unidad está dividida en secciones que de algún modo antecedieron el furor ecologista de hoy en día: Sauce del agua, Oyamel, Raíz del agua, Sabinos, Ocote, entre muchas otras. Grafitis, jaulas enormes en los estacionamientos para proteger los coches y una tupida vegetación brota rebelde por todas partes como recordatorio de lo que alguna vez fueron tierras de cultivo. El llamado racionalismo arquitectónico es un concepto geométrico donde todas las construcciones parecen maquetas de alumnos de primaria. Horribles, paquidérmicas. Para los planificadores de estos conjuntos habitacionales que equivalen a lo que en Estados Unidos se conoce como projects y en Francia banlieues, la idea del bajo costo en los materiales, la simpleza, que no la sencillez, podrían darle a los asalariados de bajos ingresos una “vida digna” hacinados en edificios y casas conectados, por lo que en poco tiempo se convirtieron en peligrosos pasajes y callejones, donde cualquiera podría ser emboscado por las peligrosas bandas que se organizaron en muchas secciones casi al mismo tiempo que comenzó a colonizarse Infiernavit. La señora Socorro Herrera y su familia, como ya dijimos, viven en Mezquite en un cuarto piso y por costumbre, los fines de semana mantienen la puerta de entrada abierta durante el día. Eran tres mujeres y tres hombres jóvenes; todos con el perfil del empleado que hoy en día buscan las franquicias transnacionales: preparatoria terminada, poco ambiciosos, maleables y resistentes a largas y tediosas jornadas de empleos sin prestaciones ni posibilidades de ascenso. Con sus celulares tomaron algunas imágenes en video
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del edificio, del departamento y de los alrededores, se tomaron algunas selfies y luego de permanecer un rato sentados en la sala de la anfitriona mientras se ponían de acuerdo en su itinerario y las rutas, cinco de ellos se despidieron para aprovechar el tiempo visitando otros hogares en la misma unidad. Se quedó Luisito, un muchacho regordete que parecía sentirse a gusto observando en las paredes del departamento una enorme colección de cuadros de figuras míticas de la cultura pop anglosajona. Como millones de mujeres más en este país, la señora Herrera le podría restregar en la cara al INEGI sus estadísticas que señalan que México es un país de clase media: otra aspirina para curar con un espejismo la enfermedad crónica de la pobreza. Pese a su muy castigado presupuesto como ama de casa, a que todos los días se levanta de madrugada para hornear pays que vende entre sus conocidos para ayudar con el gasto de la casa y a que atiende a un esposo y a un hijo exigentes hasta el absurdo, la señora Herrera no pierde su buen humor y luego de invitar a Luisito a pasar al
Las Claves
comedor, puso atención al evangelizador-promotor, que no perdió tiempo para arrojar su perorata bien ensayada: —Con nuestros productos queremos ser útiles a la humanidad y contribuir a mejorar la calidad de vida. Al mismo tiempo, queremos difundir valores a través de la innovación, el crecimiento y una gran rentabilidad. Estamos comprometidos con los principios del desarrollo sostenible y como una empresa éticamente responsable. Economía, ecología y responsabilidad social son objetivos con un mismo rango dentro de la empresa. Es por eso que hoy le queremos mostrar nuestros nuevos productos amables con el medio ambiente. —Ajá. —Díganos señora, ¿qué telenovelas le gustan? —preguntó a rajatabla el representante del laboratorio, con una sonrisa entre la estupidez y el optimismo evangélico. —Mire, a mí no me gustan las telenovelas —respondió “Socorrito”, como la conocen sus amistades y familia—, a mí me gusta el tequila, los cigarros y el futbol. Le vamos a Chivas. —Pero sí le debe de gustar alguna, ¿no? —insistió el joven vestido con un atuendo soso, como para no llamar la atención en la calle a pesar del gafete. Playera polo de tela sintética color verde y gorra del mismo color con el distintivo de su empresa. —No, ni lo mande Dios. Son puras estupideces. Sin dejar de tomar notas en su tabla con el cuestionario, la sonrisa se desdibujó del rostro de Luisito y como no queriendo, comenzó a retirar de la mesa donde estaban sentados uno frente al otro, las placas insecticidas y chácharas promocionales que iba a regalar con
magnanimidad al ama de casa. Decidió darle otra oportunidad: —¿Qué opinión le merecen nuestras placas contra insectos? —Nosotros usamos la crema repelente Off!, los moscos ni se aparecen y además huele bien rico. Oiga, ¿y no trae aspirinas? En eso llegaron algunas vecinas, jadeantes luego de subir tantas escaleras. Socorrito empezó a invitar cerveza y tequilas de una botella nueva de a litro de Cabrito Reposado. Su marido, encerrado en la recámara, mataba el tiempo mirando una película del Piporro en lo que llegaba la hora de hacer berrinches viendo en alta definición otra derrota más del “Rebaño Sagrado”. Sin saber cómo eludir el acoso de las señoras que lo invitaban a beber y no se cansaban de hacerle preguntas sobre insecticidas, aspirinas y demás productos del laboratorio al que representaba, Luisito cedió a la presión y lo que había programado como una visita de máximo media hora, se prolongó por toda una tarde de lluvia torrencial a la que las bromas y carcajadas de las señoras ante las anécdotas y ocurrencias de Socorrito, frituras, cigarros, un par de cervezas y otro par de tequilas, quitaron el ambiente opresivo que envuelve la cotidianidad de esa unidad habitacional. Al anochecer Luisito se despidió “a medios chiles”, sin promociones en su mochila y sin convencer a nadie de las cualidades de su producto. Eso sí, mantenía la misma sonrisa, sólo que en ella no se reflejaba más la pánfila credulidad que se necesita para propagar las virtudes de otro producto milagroso. —Se fue bien fumigado —dijo Socorrito al cerrar la puerta, sólo para provocar más risotadas de sus vecinas. C
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
EL PIANISTA AUSTRIACO de jazz fusión Joe Zawinul (1932-2007), colaborador de Miles Davis y miembro de Weather Report, entró en 1992 a un club de París y se quedó maravillado con el joven bajista que amenizaba la noche: Richard Bona había llegado de su natal Camerún y se ganaba la vida como intérprete de ritmos africanos en los escenarios nocturnos de la Ciudad de la Luz. Por ahí trajinaban, en el mismo empeño, su compatriota el saxofonista y compositor Manu Dibango, y el vocalista de Mali Salif Keïta. Zawinul lo ficha para su banda; más tarde, el joven instrumentista aparece colaborando con Chick Corea, Mike Stern, Randy Brecker, Branford Marsalis y Pat Metheny. Escucha con interés a Miles Davis, Chet Baker, Ben Webster y a su ídolo: Jaco Pastorius. En Nueva York, donde radica actualmente, se ha convertido en una de las figuras más importantes del jam scene. Bona ha incursionado en el funk, pop, afroblue, afrocubano y el jazz con notable impacto en Europa y América. Heritage (QWest Records, 2016), producido por Quincy Jones: décimo álbum de estudio del multiinstrumentista camerunés. Acompañado por Mandekan Cubano: Osmany
Paredes (piano, teclados, composición y arreglos: Cuba), Dennis Hernández (trompeta: Cuba), Ludwig Afonso (batería: Cuba), Luisito Quintero (percusión: Venezuela), Roberto Quintero (percusión: Venezuela), Rey David Alejandre (trombón: México), Richard Bona (bajo, vocal, sitar, teclados, guitarras, percusión adicional, composición, dirección y arreglos: Camerún): ensamble mestizo en que el montuno dialoga con el jazz y el folclor de África oriental. Mandekan: ritual de ancestros bajo influjos de las lenguas duila, bambara y mandinga. Proemio: “Aka Lingala te” (arreglo de Bona) vocalizado en lengua douala: suerte de salmo coral en prosodia blues complementado con percusiones y bajo que da paso a “Bilongo”, la emblemática pieza del cubano Guillermo Rodríguez Fiffe (1905-1995) —conocida en México como “La negra Tomasa” (versión de Caifanes, 1988)— en arreglo de Paredes: el bembe se impone en montuneros clústeres del piano y riffs de trompeta en referencias a los conjuntos soneros cubanos de los años 50. “Matanga”, “Essewe ya Monique”, “Ngul Mekon”, “Eva” exploran elementos melódicosrítmicos de Camerún que Mandekan Cubano
ejecuta en complicidad con las vocalizaciones de Bona y superposiciones de conformes de percusiones, guitarra y coro. El álbum alcanza sus mejores momentos en los temas afrocubanos: “Jokoh Jokoh”: songo con reflujos timberos, “Cubaneando” (Paredes): sonoridades del mambo/timba y “Santa Clara con Montuno” (Paredes): estipulación de changüí con incitante tumbao del piano que remata en provocativo estribillo de son montuno (“Santa Clara tiene montuno / con mi tumbao / tumbao...”). “Muntula Moto”: regodeo charanguero de chachachá, protagonismo de percusión menor (güiro, campana, pailas) y elegantes solos de trompeta y trombón: diálogo en anuencias que cotizan tonalidades de La Casino de la Playa y Riverside. “Kivu”: se refugia también en el chachachá desde el alegato de piano que mambea con la sección brass. Solos de trompeta en siluetas jazzísticas y trombón columpiándose en las fincas de Generoso Jiménez. Breve arenga funk en “Kwa Singa”: insinuante costura de hip hop que remata con sandunga esta pachanga camerunés-cubana. Álbum de encomio: Richard Bona y un Mandekan Cubano que merecen atención. Joe Zawinul tenía razón. C
HERITAGE
Artista: Richard Bona & Mandekan Cubano Género: Fusión Disquera: QWest Records, 2016.
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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
E L R EC A L E N TA D O M E VA A M ATA R
Por
CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
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los cuántos días, después de Noche Buena, se debe tirar el recalentado a la basura. Tengo tanto en el refri que no me lo voy a terminar antes de Semana Santa. Una de las ventajas de ser soltero es que la gente te regala comida todo el tiempo. No importa lo panzón que estés para el mundo siempre serás un niño de la calle. En pleno siglo XXI la gente todavía piensa que la soltería es una desgracia. Nunca sabes cuanta lástima despiertas en tus familiares, tus amigos y tus vecinos hasta que no llegan a tu casa con una vianda. Uno siempre será el pobrecito (el pendejo) que arruinó su último matrimonio. Al que ninguna vieja soporta. Y por eso está solo. Y la soledad, lo sabemos, se mata con comida. He llegado a la edad en la que nadie me regala nada. Yo sí tengo que colmar a mi hija de juguetes, darle a mi madre su aguinaldo y pagar la cena de navidad. Si no fuera por mi jefita, que me regaló no un cobertor, ni un edredón, una cobijita, me habría ido en ceros la pasada navidad. Pero lo que sí me llueve es el recalentado. A veces me he preguntado si tengo cara de “pícheme un pan”. O como soy gordo la gente que no se va a comer las sobras me las obsequia. Tengo el refri atascado de tamales. Y obvio no me los voy a comer. Los odio. Pero no le voy a decir a mi vecina métaselos por el culo. No exagero, mi refrigerador apenas cierra. Como todo soltero que se respete (y sea hetero) tengo el refri vacío todo el
AL TERCER O CUARTO DÍA UNO SE ABURRE. MORTALMENTE. LOS TACOS DE RELLENO YA NO SON TAN EXCITANTES COMO AL PRINCIPIO. Y LA SEQUEDAD DEL PAVO CRECE CADA DÍA.
El sino del escorpión
año. Menos en invierno. En esta época soy millonario en recalentado. Soy un sentimental. Entonces me cuesta mucho tirar la comida. O regalarla. Los tamales sí, eso se los voy administrando a los pepenadores de cartón que hurgan la basura del edificio. Los primeros días de recalentado es pura felicidad. La noche de Navidad vienen a mi depa a cenar mi madre, mi hija y mi tía. Pero por mucho que coman es imposible acabarnos entre nosotros un pavo de ocho kilos, más relleno, más puré, más postre. Y entonces empieza el mito de Sísifo. Primero me debo comer el pavo y luego todo lo que me traen. Ah, tampoco como buñuelos. Y todos los años lo repito. Pero a la gente le divierte mucho surtirme de buñuelos. Decía que los primeros días es pura dicha. Pero al tercer o cuarto día uno se aburre. Mortalmente. Los tacos de relleno ya no son tan excitantes como al principio. Y la sequedad del pavo crece cada día. Hasta que no baja por la garganta ni con varios litros de sidra Santa Claus. Y por extraño que parezca, la primera en protestar es el alma. Pero al quinto día el cuerpo se revela. Se instala en la pesadez. Es como si uno mismo se estuviera convirtiendo en pavo. Es como el Cisne Negro pero con los hipopótamos de Disney. Tras el pavo hay que aniquilar la pierna. Qué crush de la gente con la pierna. Año tras año lo mismo. Y esa sí no baja nunca. Parece que toda la pierna se atora en la garganta. Soy como los adictos a la droga. Me voy a dormir diciendo ni uno más. Pero apenas amanece me veo imposibi-
litado para tirar nada. Y me sirvo ensalada navideña. Y me llevo cucharadas a la boca mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas. Cuando era niño me expulsaron de los Boy Scouts. Me llevaban contra mi voluntad. Nunca he sido bueno para recibir lecciones. La fábula de la hormiga y la cigarra siempre me pareció un gran embuste. La prueba de que la cultura mexicana se brinca cualquier lógica y sentido común. En este país la cigarra no se muere de hambre al llegar el invierno. Le retacan el refri de tamales. No me considero una cigarra, se necesita una habilidad fuera de serie para vivir de los demás. A mí la vida me dio talentos, pero no soy un vividor. Ese es un don especial que me fue negado. Pero por suerte tengo la cara de pobre niño sin amor. Y soy el receptáculo de todo el recalentado a varios kilómetros a la redonda. No puedo más. Me siento sepultado por el recalentado. La única solución posible es que me compre un refrigerador más grande. Para el diciembre próximo poder hacerle frente a la temporada. Eso o que definitivamente acabe conmigo. Ya veo el titular. Promesa (nunca cumplida) de la literatura mexicana muere intoxicado por recalentado. En fin, creo que después de todo, la navidad tiene algo bueno. Me acaba de dar una gran idea. Cuando ya no quiera vivir. Cuando me quiera ir de este cochino mundo, tragaré recalentado hasta la sobredosis. Será un muerte espectacular. Que esa gente que piensa que me va a salvar del desamor con comida sea el vehículo para mi suicidio. C
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
Rulfo y el pensamiento cultural oficial ¿EXISTE UN PENSAMIENTO cultural oficial?, medita el alacrán desde su nido en lo alto del muro descarapelado. Más allá de los beneficiarios y asalariados de ese pensamiento, siempre dispuestos a justificarlo y a solicitar o repartir recursos para sus proyectos, el rastrero observa en este “modo” de afrontar las tareas culturales gubernamentales una enorme burocracia, distribución clientelar y política del presupuesto y, desde luego, corrupción y conflictos de interés. Tras la maniobra del ex gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, quien disfrazó recursos para su promoción personal destinándolos falsamente a la Secretaría de Cultura local, inauguramos ahora el año con otro conflicto de interés: la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, a cargo de la priista Angélica Mondragón, asignó 16
millones de pesos para los proyectos Amor en tiempos de ópera, El color de México y Pueblerismo, presentados por su hermana Carmen Mondragón, cuyo único acercamiento conocido a la cultura es su homonimia con la poeta y pintora Nahui Ollín (María del Carmen Mondragón Valseca, 1894-1978). Todo mientras en los mentideros culturales se jugaba conquián con la baraja de candidatos a la Secretaría de Cultura (esa Matrix del pensamiento cultural oficial), y la ganadora resultó María Cristina García Cepeda. Al venenoso le urge conocer al subsecretario de Diversidad y Fomento a la Lectura para conocer sus funciones. El rastrero inició el año leyendo la carta de la Fundación Juan Rulfo, dirigida a la Presidencia y la Secretaría de Cultura, donde establece un programa propio para celebrar el centenario del
autor y les solicita por favorcito que se abstengan de realizarle homenajes públicos, así como de “gastar cualquier suma, por pequeña que sea, en otro tipo de actividades, generalmente de naturaleza efímera y evidente sesgo político a favor no siempre del homenajeado sino de quienes se acercan a su nombre en estas ocasiones. No queremos que el dinero siga justificando promoción de reflectores para un grupito de escritores de cuarta o quinta categoría, expertos en hablar en homenajes y en figurar bajo el reflector como expertos en todo, que no lo son en nada”, escribió Víctor Jiménez, director de la Fundación. Con estas precisiones sobre la lógica del pensamiento cultural oficial, el escorpión regresa a su cicatriz en el muro, como dicen los abogados, “con su argumento probado”. C
LA CARTA DE LA FUNDACIÓN JUAN RULFO ESTABLECE UN PROGRAMA PROPIO PARA CELEBRAR EL CENTENARIO DEL AUTOR Y LES SOLICITA POR FAVORCITO QUE SE ABSTENGAN DE REALIZARLE HOMENAJES.
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LA LLEGADA
DE DENIS VILLENEUVE FILO LUMINOSO
Por
NAIEF YEHYA
Foto > ESPECIAL
E
l encuentro entre dos mundos implica siempre una serie de incógnitas pero sin duda la más elemental es: cómo comunicarse. Usualmente tras la sorpresa del descubrimiento viene el temor a las intenciones del extraño, del aparecido, del recién llegado; así como la proyección de los miedos e inseguridades, y obviamente, la ambición de los bienes y conocimientos del otro. Buena parte de la ciencia ficción trata acerca de las relaciones entre mundos distintos: guerras planetarias o bien esfuerzos de buena voluntad entre extraños. Sin embargo, pocas veces alguien se ha enfocado con tanta inteligencia y detalle al problema de la comunicación como el escritor estadounidense Ted Chiang en su espectacular relato “La historia de tu vida (The Story of Your Life). La llegada, séptimo largometraje del director canadiense Denis Villeneuve (Incendies, Prisioneros y Sicario entre otras) es una magistral adaptación de ese cuento que tiene un formato epistolar y arranca con la carta que escribe una madre, Louise Banks (Amy Adams) a su hija Hannah. Banks, quien es una profesora de lingüística comparativa, describe las alegrías y tristezas de la maternidad en una serie de flashbacks (o flashforwards) que culminan de manera devastadora y la presentan como una persona solitaria, ensimismada y melancólica que un día al entrar a su salón de clases en la universidad, lo encuentra semivacío. Debido a su indiferencia por lo que sucede a su alrededor no sabe que doce naves espaciales han llegado a la Tierra y flotan de manera inquietante en varios países, un poco al estilo del monolito de 2001 Odisea del espacio (Kubrick, 1968). Las naves parecerían gigantescos guijarros cóncavos de río, sin ventanas ni tecnología visible, ni armas ni luces ni detalles. Los encuentros cercanos se han tratado en el cine en numerosas ocasiones, por lo menos desde The Day the Earth Stood Still (Robert Wise) y Man From Planet X (Scott Derrickson), ambas de 1951, uno de los momentos más álgidos de la Guerra Fría, hasta la fallida y ambiciosa Interstellar (Christopher Nolan, 2014), pero quizá nunca antes habíamos visto una reflexión tan vital sobre cómo confrontaríamos con nuestro modo de percepción secuencial a una civilización con una conciencia simultánea. Los motivos de los visitantes, heptópodos que parecen pulpos elefantinos con siete diestras extremidades que terminan en una estrella de siete extensiones dactilares, con las que pueden escribir al disparar tinta, no son nada claros. Al contrario de los temores gubernamentales, los visitantes no
parecen tener intenciones bélicas pero tampoco parecen ser comerciantes ni aventureros ni misioneros ni cazadores interplanetarios. Banks es contactada por el coronel Weber (Forest Whitaker) para tratar de descifrar la grabación de las voces de los extraterrestres. La profesora logra convencerlo de que su presencia es indispensable para descifrar su lenguaje y es integrada a un equipo de científicos al que pertenece el físico Ian Donnelly (Jeremy Renner). Villeneuve y su guionista Eric Heisserer enriquecen la trama de Chiang al añadir una tensión política, dramática y conspiratoria alrededor de los esfuerzos lingüísticos de Banks, en particular tras la mención de la palabra arma, por parte de los heptápodos. Asimismo, eliminan las brillantes reflexiones científicas de Donnelly y las aún más reveladoras conclusiones que Banks obtiene de ellas. En el relato, dado que los heptápodos no emplean un razonamiento científico que dependa de acciones y reacciones, sino de principios variacionales (ejemplificados por el Principio de Fermat), Banks confirma que no tienen una percepción secuencial del mundo. Como esto es omitido en el filme, se emplea una narración en off que describe cómo se va descifrando el complejo lenguaje de los visitantes y su poder. La inclusión del vértigo de un atentado y una posible guerra planetaria parecen distracciones forzadas en una historia elegante y extraña, sin embargo Villeneuve las utiliza con inteligencia e incluso discreción para no robar importancia a la historia e imprimir un ritmo impetuoso a la mitad de la película. Uno de los principales aciertos del filme es la manera en que experimentamos la llegada y la relación
LOS VISITANTES NO PARECEN TENER INTENCIONES BÉLICAS PERO TAMP OCO PARECEN SER COMERCIANTES NI AVENTUREROS NI MISIONEROS NI CAZADORES INTERPLANETARIOS.”
con los heptápodos a través de los ojos y expresiones de Banks, quien es interpretada con dolor, fortaleza e ingenio por una actriz de un talento extraordinario como Adams. La revelación de Banks tiene lugar al expresarse por escrito con los visitantes y hacerlos “escribir” a su vez. Así descubre que los heptápodos tienen un sistema de comunicación semasiográfico, en el cual el significado es transmitido por signos (dibujos circulares con numerosos trazos que funcionan como frases y parecen manchas de una taza de café), que no es una representación del lenguaje hablado, es decir que no es glotográfico. Esto es importante ya que al aprender heptápodo escrito, Louise comienza a pensar como ellos y de esa manera comienza a ver el futuro. Las imágenes del cinematógrafo Bradford Young, icónicas, con pocos efectos especiales y mucho énfasis en cielos, nubes y paisajes espectaculares, así como la música de Jóhann Jóhannsson, que se vale de coros en un lenguaje sin significado, sonidos sintetizados espectrales y una combinación de estructuras clásicas y vanguardistas, son de una belleza austera y melancólica digna del mejor Terrence Malick. Pero independientemente de su buen ojo, Villeneuve es un extraordinario contador de historias que sabe dosificar la información al minimizarla. El filme comienza cuando Banks dice en off, mientras juega con Hannah recién nacida: “Yo solía pensar que este era el comienzo de tu historia...” A partir de ahí se construye un relato circular que llega a su verdadero principio hacia el final, aunque el orden de los acontecimientos pierda importancia. Al poder ver el futuro, Banks no se convierte en un superhéroe sino que encarna un dilema humano irresoluble: “¿si pudieras ver de antemano el desarrollo de toda tu vida cambiarías algo?” Chiang y Villeneuve hacen que Louise se pregunte si conocer el futuro vuelve irrelevante el libre albedrío y esto se pone en evidencia cuando ella elige tener a Hannah (cuyo nombre es un palíndromo en honor a la simetría radial y existencial de los heptápodos) a pesar de las inevitables consecuencias. La llegada puede parecer confusa, redundante y por momentos complaciente con los cánones de Hollywood, sin embargo es una obra intensamente emocional, de una inteligencia deslumbrante y de una belleza asombrosa, pero sobre todo se trata de gran cinematografía que va más allá de géneros y convenciones para reflexionar al respecto de lo que nos hace humanos.