POESÍA
JUAN MANUEL GÓMEZ
CARLOS VELÁZQUEZ
NAIEF YEHYA
DE-GIFTERS Y DES-GIFTERS
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CAMERAPERSON
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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
JUAN GARCÍA PONCE D LA VIOLENCIA DE A LA SEDUCCIÓN
Por Geney Beltrán Félix
BICICLETAS Y LITERATURA
200 AÑOS DESPUÉS Por Rogelio Garza
ANDRÉS NEUMAN AND
LA VENGANZA DE LA ESCRITURA Por Julia Santibáñez
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Juan García Ponce fue un novelista clave en la literatura mexicana del siglo pasado, y en sus inicios tuvo además una vertiente notable como cuentista. En ambos géneros, la mirada del hombre que observa a la mujer incita la seducción, el asedio, el deseo que impulsa una “marea de sensaciones” en la escritura de García Ponce, reveladora también por lo que no menciona, por la violencia latente que entraña. Este ensayo se concentra en la primera etapa de su obra.
Juan García Ponce
DE LA VIOLENCIA A L A SEDUCCIÓN GENEY BELTRÁN FÉLIX
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rolífico, voraz y ambicioso. También: desmedido, irregular, reincidente. Con esos adjetivos y otros afines, el escritor Juan García Ponce, nacido en 1932 en Mérida, Yucatán, se fue de este mundo a la edad de 71, el 27 de diciembre de 2003. El temple creador de García Ponce asumió, gracias a la incesante estela con que entregó media centena de títulos a la imprenta durante poco menos de medio siglo, estaturas continentales: inició en la dramaturgia, se lanzó al cuento, la nouvelle y el ensayo sobre literatura y artes visuales, y se convirtió en uno de los mayores protagonistas de la novela mexicana. Ejemplo de un aliento fecundo —reiterativo, sí, pero raramente desprovisto de intensidad—, Juan García Ponce se volvió la figura mayor de su promoción literaria, conocida como la Generación de la Casa del Lago. Desde los primeros instantes, y a lo largo de casi toda su vida literaria, su escritura fue difundida con hospitalidad por sellos editoriales de relieve y admitió el reconocimiento de las voces predominantes en el concierto de la crítica.
GARCÍA PONCE DENTRO DE LOS LÍMITES Expansivo y desmesurado como pocos, García Ponce atendió también la forma literaria discernida en la
modernidad como el emblema de la contención: el cuento. De hecho, su primer registro en los territorios de la ficción fue en este género, en 1963, con dos libros: La noche e Imagen primera. No deja de ser significativo, sin embargo, que luego de este inicio doble, García Ponce sólo publicó, una por década, tres compilaciones de relatos, un ejemplo de perfección (Encuentros, 1972) y dos de medianía y decadencia (Figuraciones, de 1982, y Cinco mujeres, de 1995), mientras su fertilidad en la nouvelle y la novela, con todo y la enfermedad que lo dominó las últimas décadas de su vida, fue de abundosos resultados. Es el cuento, por eso, un sitio revelador de la escritura de García Ponce: una franja desafiante, quizá incómoda o insuficiente para su feracidad, también un vibrante laboratorio en que se dejan ver sus dotes superiores. El primer movimiento del García Ponce cuentista trae ya una de las señales fundadoras de su escritura de ficción: el papel central de la mirada. El esquema es sencillo: un varón observa y especula. El objeto de su mirada es, usualmente, el cuerpo, el temperamento, el destino de una mujer. “La noche”, el relato que da título al primer tomo de cuentos, revela un narrador cuyo mayor interés se encuentra en seguir a hurtadillas, espiando detrás de una ventana, los desencuentros de un matrimonio vecino en su camino a la disolución,
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“EN GENERAL, LOS PERSONAJES VIAJAN, VAN A FIESTAS, DEPARTEN, BUSCAN UNA PAREJA, HACEN EL AMOR, SE DESASOSIEGAN A RAÍZ DE SUS TRAVESÍAS POR EL REINADO DEL CUERPO Y SUS EFECTOS.” con especial énfasis en los cambios de conducta de la esposa. En “Tajimara” y “Amelia”, los otros dos textos de La noche, voces masculinas registran la vida ajena, sobre todo la de las mujeres. El narrador de “Tajimara” desliza una oración elocuentemente contradictoria sobre esta tendencia de mirar, describir y calificar la otredad femenina: “ni he logrado que ella, la Cecilia verdadera, se vea tal cual es: niña frágil, absurda, tímida y descarada, exasperante, imposible, exigente y débil, sorprendente siempre y desesperadamente independiente, inasible, tan difícil de penetrar y tan desequilibrada, y a veces, también, tan tonta, empeñada en vivir en una edad irrecuperable...”. Hay, así, una inquietud del discurso en La noche que va de la observación a la especulación. A través de una prosa minuciosa y elástica, García Ponce pone en el centro de su escritura de una vista despierta y ágil en aprehender la complejidad de los seres y los sucesos, con el difícil propósito de reconocer su catadura moral: “es extraño que jamás descubramos el sentido de nuestros actos y, sin embargo, en una forma u otra, siempre seamos responsables de ellos”, consigna el narrador de “Amelia”.
LAS CEREMONIAS DE LA VISTA Posterior a su debut en el cuento, y de entre los títulos de su primera década de existencia editorial en la narrativa, conviene destacar en García Ponce una novela publicada en 1969: La cabaña, el moroso arquetipo de una prosa sintácticamente viva y elaborada que se deshilvana en una multitud de pormenores, reflujos, derivas y evocaciones. El corazón de esta densa selva prosística es la mirada y sus imbricaciones con las pautas de la seducción y la posesión sexual. Claudia, la protagonista, es una profesora veinteañera que, luego de mudarse a una pequeña ciudad, conoce a un ingeniero. El deseo que surge requiere ceremonias oficiadas por la espera y el acercamiento merced a un paciente y magnético don: el sentido de la vista. En una escena inolvidable, en la que él le toma, a ella, al borde mismo de la desnudez, una serie de fotografías, la prosa levanta una marea de sensaciones producidas por el asedio del mirar intensa y obsesivamente, potenciada además por la resonancia erótica de la cámara fotográfica. Hay en estas páginas una condensación del tempo narrativo que, al congelar la acción, lleva el enfoque de la voz narrativa al mundo de la sensorialidad, un lento, emocionante río de imágenes, figuraciones y
repliegues de la condición experimental, anímica de la existencia. Más aun: antes y después de esa escena, la odisea interior de Claudia se despliega de forma meticulosa, con una incisiva capacidad de conocimiento psicológico que deja de lado otras premisas, como las de la velocidad y la facticidad. Ciertamente, estamos hablando de una novela. Traigo a colación este ejemplo, diríamos, extremo, del primer García Ponce, porque me interesa enlazarlo con la tendencia de su obra cuentística por comprimir, sin anular, las facultades de la mirada. Mientras que en La cabaña narra de forma calmosa y a ratos exasperante los movimientos de la mirada, los relatos en cambio parecerían sí respetar una lógica de mayor contención, al mantenerse finalmente en los límites de lo episódico.
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narrativos de García Ponce. Es decir, en este autor hay un deslinde frente a la noción de conflicto dramático, por lo menos en lo que respecta a los conflictos que el personaje puede tener con su sociedad o su familia. Un ejemplo: el protagonista masculino de La vida perdurable (1970) vive en una familia y un entorno propicios, ante los que no halla oposición a sus inquietudes o búsquedas. Su atracción por la joven Virginia se desliza por los días y las semanas y los meses hacia las formas del amor y el matrimonio sin resistencias de ninguna clase, al grado de que cuando deciden vivir juntos la única contrariedad tiene que ver con el rechazo de ella hacia los perros que él ha tenido como mascotas desde siempre. Es decir, el conflicto no existe, o existe sólo a la manera de una fisura al interior de la pareja o del individuo; los perros significarían la última valla que ella no quiere traspasar en el camino de entrega total al destino de su esposo. Pero hasta ahí: no hay explosión. Ángel Rama apunta “una tenue afectividad que no encuentra sus rumbos, se disuelve y se rehace sin cesar, no alcanza las formas que se dicen adultas, y convive de modo
MÁS ALLÁ DEL TRABAJO No olvidemos una cosa: los personajes de García Ponce viven en la esfera del placer. Las referencias al mundo laboral son escasas y, a menudo, intrascendentes para los efectos de la trama, como se puede apreciar en la novela corta El nombre olvidado (1970), sobre el heredero de una empresa maderera cuyo vínculo con el trabajo es muy tenue, al grado de que termina apartándose, o liberándose, de él. En general, los personajes viajan, van a fiestas, departen, buscan una pareja, hacen el amor, se desasosiegan a raíz de sus travesías por el reinado del cuerpo y sus efectos. Como señalara Ángel Rama en un ensayo de 1969, titulado “El arte intimista de Juan García Ponce”, el rol medular que tiene la esfera de lo lúdico convierte al narrador yucateco en “el autor donde más visible es la rebeldía contra el régimen de prestaciones que fatalmente impone la sociedad industrial del siglo XX”. El devenir del goce es una negación del utilitarismo burgués. Al mismo tiempo, este predominio anecdótico del placer incide en la acusada desdramatización de los textos
Juan García Ponce (19322003).
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oscilante con una melancolía que tampoco llega a ser tragedia”. En este sentido, García Ponce sí constituye el ejemplo de una generación de escritores que desatendió la historicidad de los problemas de una sociedad tan desigual y represiva como la de México a mitad del siglo XX, en aras de una visión estetizante de lo literario, exclusivamente virada a los requerimientos de la creación, derivada del influjo de los autores de Contemporáneos y en general del ideal del arte por el arte de tan fuerte resonancia en occidente desde la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, este distanciamiento no impide la posibilidad de que, más allá de las probables intenciones del autor o su actitud ante los apremios políticos del entorno, podamos discernir en sus libros una visión relevante de los conflictos humanos.
LA VIOLENCIA ENMASCARADA En García Ponce importa la insistencia en retratar la mirada del varón sobre el cuerpo y destino de las mujeres por lo que revela de las relaciones entre aquellos y éstas en una época y bajo unas condiciones determinadas. Es decir: no es viable considerar la dinámica mujer-hombre de estas obras de ficción en tanto la manifestación de un fenómeno universal, como se desprendería del prólogo de Octavio Paz a Encuentros. En este laboratorio, lo que tenemos es una pauta: el ansia de posesión sexual no es suficiente para el varón, pues también llega hasta el control de la voluntad y el mundo interno de la mujer, sin que haya una dinámica explícita de violencia. Al contrario: lo que hay es persuasión y tenacidad
civilizadas. De manera significativa, la mujer no goza de los mismos recursos económicos y familiaries que el hombre. Puede vivir con libertad y decidir sobre el placer de su cuerpo, pero, aunque no veamos que se llame la atención sobre la dimensión económica, es el varón quien usualmente detenta un mayor dominio sobre los dineros. No sobra añadir que García Ponce se enfoca en personajes adultos, criollos de clase media alta de la capital del país, en el México de la modernidad, a partir de la década de los cincuenta. El hombre pertenece a una familia que le confiere una situación de privilegio. No sería desmesurado ver el ansia de posesión conciencial de los varones sobre las mujeres en García Ponce como un rasgo exacerbado por el color blanco de la piel, la crianza elitista y la sin duda generosa cuenta bancaria. Encuentros presenta dos distintos ejemplos del temperamento masculino privilegiado. “El gato”, un ejemplo de maestría técnica y prosa exuberante, reduce el enfoque al interior de un departamento: D tiene una amiga con quien lleva una relación libre y placentera. El cuento está narrado en tercera persona, pero es la perspectiva del varón la que se ve focalizada. De ahí se desprende una dinámica en la que el placer físico le es insuficiente, pues también trastoca la consideración concreta de lo femenino, a partir del gusto por la contemplación del cuerpo de ella: “para D el cuerpo tenía casi un carácter de objeto”. Entonces, un tercero entra a escena, llevado por D. Se trata de un gato que, quién sabe cómo, ha tomado los pasillos del edificio como su residencia. En un primer momento, el gato es un sustituto. D lo introduce al departamento una mañana de domingo en que, mientras su
“GARCÍA PONCE SE ENFOCA EN PERSONAJES ADULTOS, CRIOLLOS DE CLASE MEDIA ALTA DE LA CAPITAL DEL PAÍS, EN EL MÉXICO DE LA MODERNIDAD, A PARTIR DE LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA. EL HOMBRE PERTENECE A UNA FAMILIA QUE LE CONFIERE UNA SITUACIÓN DE PRIVILEGIO.”
amiga dormita, él sale a comprar los periódicos. El gato es una manifestación inconsciente de la necesidad de dominio del varón, más allá de su propio cuerpo, desde la ausencia así sea temporal. El gato se incorpora en el juego sexual de la pareja como el tercero sin el cual el placer parecería limitado, pero que también colabora para cimentar una relación que transita pronto por una época de falta de actividad sexual debido a que él enferma. El otro ejemplo relevante es “La gaviota”, último texto de Encuentros, un relato largo sobre los días de verano que dos amigos adolescentes, Luis y Katina, pasan con sus familias en la playa. Profuso en diversiones, compañeros, escapadas y aparentes coqueteos, el cuento perfila el vínculo huidizo entre los dos chicos, y la ardua forma en que la atracción física debe pasar por las fronteras de la timidez, el desconocimiento, el orgullo y la incomunicación. Aquí también la voz narrativa se centra sobre todo en la visión del varón. Lo que distingue a este texto es el desenlace. Luego de semanas de flirteo, acercamientos y distancias, él fuerza el acto sexual. El episodio viene antecedido por un hecho: Luis dispara y mata a una gaviota. No está de más hacer ver cómo en este texto la dinámica se resuelve en violencia, aunque ella también parezca experimentar el deseo y el placer: “y de pronto él estaba ya en Katina sin que ella se quejara a pesar de que Luis podía sentir la resistencia del cuerpo de ella mientras entraba”. A diferencia de la historia de “El gato”, el conflicto aquí sí deriva en algo excesivamente parecido a la agresión. ¿Podríamos quizá sospechar que esto se debe a la edad, aún adolescente, de Luis? ¿Son los varones adultos más sofisticados porque han aprendido a canalizar su violencia hacia las formas de la persuasión y la seducción?
LAS SUPREMACÍAS No sería correcto simplificar los asedios de García Ponce en torno de los temas del deseo. Me he detenido sólo en algunas páginas de su primera década, la más reveladora, según pienso, por plural, pues una obra literaria interesa por lo que tiene pero llama la atención muchas veces por lo que omite. García Ponce omite a grandes franjas de la población varonil de la sociedad y se enfoca en un tipo reiterado, el de la clase media alta domada por la cultura pero obediente a los impulsos de un deseo que pretende el dominio absoluto de la otredad. La seducción es una pátina exigua, pero una pátina al fin; debajo está todo un conglomerado de privilegios que sólo parcialmente esconde, pero no anula, una deriva violenta. Entre Luis y D hay una distancia, la del camino que se vive con los años, los cuerpos y el goce, pero algo pervive entre el adolescente de la playa y el adulto de un departamento citadino: el placer no como gozosa disolución de dos cuerpos en una sola identidad, sino como la última frontera de la supremacía de un sexo sobre el otro. C
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Durante su evolución que cumple ya dos siglos, la bicicleta ha sido motivo de usos y transmutaciones diversas, para convertirse no sólo en medio de transporte, recreación, goce, deporte, sino también, en los años recientes, un símbolo de corrección ecológica y política. A lo largo de esa ruta, como lo ilustra este recuento, “el paso de la bicicleta por las páginas de la literatura es indeleble”.
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ste año la bicicleta cumple dos siglos de rodar en la historia y dejar sus huellas en la cultura. “El invento más noble de la humanidad”, como la llamó el novelista William Saroyan en La comedia humana, también es una máquina de letras con dos ruedas: el ciclismo y la escritura. “Son oficios que pueden convertirse en arte”, dice el poeta Sandro Cohen, “la diferencia es que el ciclismo es efímero y al terminar de andar se acaba el arte. En cambio, la escritura permanece”. La primera ficción bicicletera es el mismísimo conde Mede de Sivrac y su Celerífero, el personaje creado en 1891 por el periodista Louis Baudry de Saunier en su Historia general del velocípedo para atribuirle a un francés el origen del invento. Este es uno de los mitos del ciclismo más extendidos, tanto como la bicicleta de Leonardo da Vinci. El origen de la bicicleta es una tragedia llamada “El año sin verano”, un fenómeno climático que afectó a Europa en 1816, ocasionado por la erupción del Monte Tambora en Indonesia. En aquel invierno volcánico no hubo cosechas y todos los animales fueron sacrificados como alimento. En 1817, a falta de caballos y carruajes, el inventor alemán Karl Drais Von Sauerbronn ideó un medio de transporte de autopropulsión humana: la Draisiana o Máquina corredora. A partir de ella se encadenaron una serie de contribuciones que resultaron en la bicicleta moderna de John Starley en 1885, cuyo desarrollo se debe a las competencias deportivas y bélicas. Desde aquellas versiones clásicas del velocípedo los escritores han sido ciclonautas seducidos por la libertad al pedalear y esa
La Draisiana o Máquina corredora, antecedente de la bicicleta moderna.
“LEÓN TOLSTOI APRENDIÓ A PEDALEAR A LOS 67 AÑOS EN UNA SAFETY QUE LE REGALARON, PARA ELLO TUVO QUE TRAMITAR UNA LICENCIA PARA RODAR EN MOSCÚ.”
percepción distinta que se adquiere del mundo. El paso de la bicicleta por las páginas de la literatura es indeleble, las llantas dejaron sus marcas de tinta sobre el papel. Mark Twain montaba una High wheeler o Grand Bi, inventada por el inglés James Starley en 1869, con una rueda delantera gigante para alcanzar mayor velocidad y distancia. Entusiasmado, en 1884 Twain escribió el ensayo “Domando a la bicicleta”: Andar en bicicleta no es como estudiar alemán durante treinta años; y al final, justo cuando crees que ya lo dominas, te descubren el subjuntivo. La gran pena del idioma alemán es que no te puedes caer ni lastimar. No hay nada como eso para atender estrictamente el asunto. Pero también he visto, por lo que he aprendido en bicicleta, que la única forma correcta de estudiar el alemán es con el método ciclista: te caes de un lado, quizá del otro; pero te caes. Te levantas y lo haces otra vez; y una vez más; y después muchas veces...
Consigue una bicicleta. No te arrepentirás si vives. John Starley (sobrino de James) diseñó la Safety Cycle, la bicicleta con las dos ruedas del mismo tamaño, transmisión de cadena con bielas y pedales, frenos de varilla y los neumáticos inventados por el veterinario escocés John Boyd Dunlop en 1888. León Tolstoi aprendió a pedalear a los 67 años en una Safety que le regalaron, para ello tuvo que tramitar una licencia para rodar en Moscú. Acostumbraba pedalear por las mañanas después de escribir. Se dice que así logró superar la depresión causada por la muerte de su hijo Ivan Lvovich “Vanechka”. Tolstoi defendió su pasatiempo favorito en un Diario de 1895, cuya entrada tituló con tres siglas “S.L.V.” (Si logro vivir): “Siento que tengo derecho a compartir mi alegría y no hay nada de malo con disfrutarse uno mismo simple, como un niño. La vida puede ser un gozo interminable, si sólo pudiéramos tomarla por lo que es, en la forma en la que se nos otorga”.
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LA BICI EN LAS CARRERAS, LAS GUERRAS Y LAS LETRAS
De pronto dejé todo, no hacía nada. Nada, salvo pedalear mi bicicleta. Seguido estaba en el asiento, es decir, desde la mañana hasta el atardecer. Rodaba a todas partes y siempre a buen ritmo. A veces me encontraba con los ciclistas de las carreras de los seis días y me dejaban acompañarlos a Coney Island... Habituado a pasar tantas horas al día en mi bicicleta, empecé a sentir menos interés en mis amigos. Mi bici se había convertido en mi única amiga. Otro apasionado fue Ernest Hemingway, quien presuntamente conducía una bicicleta de la Cruz Roja cuando cayó herido en 1918, mientras repartía chocolates y cigarros a los soldados italianos. En su libro París era una fiesta, cambia las carreras de caballos por las de bicicletas y describe su experiencia en el velódromo: Algún día lograré meter en unas páginas la pista de madera y sus empinados virajes, el zumbido de los tubulares al pasar los ciclistas, y el esfuerzo y las tácticas y los corredores desviándose arriba o abajo en la pista, convertidos en una parte de sus máquinas, con sus cascos pegados a los manubrios, sus piernas que hacían girar a gran velocidad los pedales y las ruedas. Durante las dos guerras mundiales surgieron las bicis todo terreno, plegables y portátiles, con suspensión y equipamiento. Y se masificó como un medio de transporte civil en la economía de guerra. En su novela de 1928, La Vagabunda, Alain Fournier apunta:
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La evolución de la bicicleta ha tenido como meta la velocidad, la ligereza, la resistencia y la portabilidad. Se convirtió en un vehículo de proezas deportivas en las competencias del siglo XX, como el Tour de France y las Carreras de los Seis Días, “el deporte de la era del jazz”. Ciclista y aficionado a las competencias, Henry Miller escribió en su novela Mi bicicleta y otros amigos:
La Safety Cycle de John Starley.
Una bicicleta es justamente divertida para un hombre ordinario: ¿Qué significa para un pobre tipo como yo, quien tan solo hace poco arrastraba su pierna sudando una milla? Bajar por las colinas, adentrarse en el valle y entrar a la villa; cubrir con alas los lejanos caminos adelante y encontrarlos floreciendo; atravesar la villa en un momento, y llevarte todo en una mirada... Sólo en sueños he conocido semejante placer. Alguien que también soñó con pedalear es H. G. Wells, quien seleccionó los puntos clave de La guerra de los mundos en bicicleta y escribió Las ruedas de la fortuna, novela en la que introduce a Jessie, la primera ciclista en la literatura que rompió con el estigma de ser mujer en bicicleta: Después de tu primer día de rodar, un sueño es inevitable. La memoria del movimiento permanece en los músculos de las piernas y parecen moverse en círculos una y otra vez. Tú pedaleas a través de la Tierra de los Sueños en bicicletas fantásticas que cambian y crecen Montada y encarrerada en este rol, Simone de Beauvoir escribió en El segundo sexo:
A los 18, T. E. Lawrence fue a un recorrido por Francia en bicicleta; a una joven mujer nunca se le permitiría realizar semejante aventura... Aun así, esas experiencias tienen impacto estimable: así es como un individuo embriagado por la libertad y el descubrimiento aprende a mirar a todo el mundo como a sí mismo. Deportista obsesivo, Samuel Beckett le dedicó tanto a la bicicleta que Janet Menzies escribió el ensayo “Las bicicletas de Beckett”. Es célebre la carta de Molloy a su bici verde. También las historias de Belacqua en Sueño con mujeres mediocres y en Más pinchazos que pedaleos: Era una bicicleta buena y ligera, con llantas rojas y rines de madera. Él la montó y volaron colina abajo hasta que llegaron al prado donde se encontraba la iglesia. La máquina estaba construida para rodar, a su mano derecha el mar se hacía espuma entre las rocas, las arenas adelante eran de otro amarillo, atrás de ellos, en la distancia, las cabañas de Rush brillaban rojas. La tristeza de Belacqua cayó de él rápidamente. William Saroyan fue más allá en su ensayo El ciclista en Beverly Hills:
L A BICICLETA DE MOLL OY ASÍ, PUES, ME LEVANTÉ, ajusté las muletas y bajé hasta el camino, donde encontré
mi bicicleta (vaya, esto sí que no me lo esperaba) en el mismo lugar donde debía de haberla dejado. Lo cual me permite hacer notar que, lisiado y todo, en aquel tiempo yo montaba en bicicleta con cierta soltura. Lo hacía del modo siguiente. Sujetaba las muletas en la barra superior de la armazón, una a cada lado, apoyaba el pie de mi pierna inválida (no me acuerdo de cuál era, ahora tengo inválidas las dos) en el extremo del eje de la rueda delantera, y con la otra pierna pedaleaba. Era una bicicleta sin cadena, de rueda libre, si es que existe tal cosa. Querida bicicleta, no te llamaré bici, estabas pintada de verde, como tantas bicicletas de tu promoción, ignoro por qué causa. Con qué gozo vuelvo a verla. Me gustaría describirla. Tenía una pequeña bocina o trompeta en lugar de esos timbres que ahora gustan tanto. Hacer sonar esta bocina era para mí un verdadero placer, casi una voluptuosidad. Diré más, si tuviera que establecer la lista de honor de las cosas que no me han dado demasiadas ganas de vomitar en el curso de mi interminable existencia, el bocinazo y trompeteo ocuparían un lugar de preferencia. Y cuando tuve que separarme de mi bicicleta, le quité la bocina y la guardé. Creo que todavía la conservo en alguna parte, y si ya no me sirvo de ella es porque se me quedó muda. Hoy en día, ni siquiera los automóviles llevan bocina, en el concepto que yo
tengo de bocina, o la llevan muy raramente. Cuando yendo por la calle diviso una tras la ventanilla abierta de un coche aparcado, muchas veces me paro y la hago funcionar. Habría que escribir otra vez todo esto en pluscuamperfecto. Hablar de bicicletas y de bocinas, qué descanso. [...] Mientras reponía fuerzas, de pie, busqué mi bicicleta con la mirada. Lousse me hablaba. Rápidamente saciado, partí a la búsqueda de mi bicicleta. Lousse me siguió. Terminé por encontrar la bicicleta apoyada en un matorral que la ocultaba a medias. Tiré las muletas y tomé la bicicleta entre las manos, por el sillín y el manubrio, con la intención de hacer girar unas cuantas veces las ruedas, hacia adelante y hacia atrás, antes de montar en ella y alejarme para siempre de aquellos lugares malditos. Pero por más empujones y tirones que di, las ruedas se negaban a girar. Se diría que los frenos estaban atascados, pero no era este el caso, porque mi bicicleta no tenía frenos. Y sintiéndome de pronto invadido por una gran fatiga, pese a hallarme en la hora de mi mayor vitalidad, volví a dejar la bicicleta apoyada en el matorral y me tendí en el suelo, sobre el césped, sin preocuparme por el rocío, nunca le temí al rocío. Samuel Beckett: Molloy, traducción de Pere Gimferrer, Alianza Editorial, Madrid, 1973.
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“TIM CRABBÉ, AJEDRECISTA Y CICLISTA PROFESIONAL, DEDICÓ SU NOVELA EL CICLISTA AL TOUR DEL MONT AIGOUAL, NARRADA EN PRIMERA PERSONA DESDE EL SILLÍN Y EL MANUBRIO.” Lo que quiero recordar sobre mis bicicletas es la forma en que las pedaleaba, lo que pensaba mientras rodaba, y la música que vino a mí. Primero que nada, mis bicicletas eran de segunda mano y reconstruidas. Eran esbeltas, rápidas y diseñadas para uso rudo. Las rodé con velocidad y estilo. Encontré el estilo rodando en ellas. El estilo escritural, quiero decir. Estilo en todo... La acción de la imaginación le revela al ciclista el potencial ilimitado en todas las cosas. Descubre que hay muchas formas de pedalear una bicicleta, y la relación de esas formas y sus comparaciones le dan conciencia del potencial paralelo en otras acciones. De esa acción de la imaginación también vienen la música y la memoria.
así como el bloqueador de liberación instantánea para cambiar las ruedas del campeón italiano Tullio Campagnolo, revolucionaron las carreras ciclistas en 1927. Quizá fueron las dos aportaciones esenciales durante el siglo XX que hicieron de la bicicleta una máquina deportiva épica. Tim Crabbé, ajedrecista y ciclista profesional, dedicó su novela El ciclista al Tour del Mont Aigoual, narrada en primera persona desde el sillín y el manubrio:
Era una Raleigh de segunda mano; no le faltaba un solo accesorio: tenía timbre, un faro, una parrilla y un reflector en la rueda de atrás... Loco de orgullo y de alegría galopé en mi bicicleta hacia mi escondrijo tras de la casa. Y allí, en donde nadie podía verme, besé el manubrio, y luego me besé el dorso de las manos una y otra vez, y en un susurro tan alto que parecía un grito, exclamé: Bendito sea Dios Todopoderoso.
Y el abismal Holden Caulfield en El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger:
Doscientos años después, la bicicleta volvió a cobrar importancia como un medio de transporte en medio de la crisis urbana, causada por mala planeación y sistemas de transporte público deficientes, el tráfico, la contaminación y el precio del
Cualquiera puede montar una bici y experimentar lo que Gabriel García Márquez en Memoria de mis putas tristes: Cuando fui a comprar la mejor bicicleta para ella no pude resistir la tentación de probarla y di algunas vueltas casuales en la rampa del almacén. Al vendedor que me preguntó la edad le contesté con la coquetería de la vejez: Voy a cumplir noventa y uno. El empleado dijo justo lo que yo quería: Pues representa veinte menos. Yo mismo no entendía cómo conservaba la práctica del colegio, y me sentí colmado por un gozo radiante... Esa semana, en homenaje a diciembre, escribí otra nota atrevida: Cómo ser feliz en bicicleta a los noventa años. En ese ir y venir de las bicicletas, Sandro Cohen reflexiona en sus meditaciones de El zen del ciclista urbano: El ciclista sano nunca debe tener prisa. Obedecer a la presión del reloj es ceder a la tentación de la muerte. La mejor defensa del ciclista es no querer ganarle a nadie. Que la vida de todos fluya, cada quien en su respectivo carril.
CICLISMO URBANO, LA MOVILIDAD, EL ESTILO Y LA MODA
El velocípedo de Kirkpatrick Macmillan, la primera bicicleta con tracción trasera.
O como fantasea Edgar Borges en La ciclista de las soluciones imaginarias:
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El cambio de velocidades y el desviador trasero del francés Paul de Vivie,
Una bicicleta es sobre todo un viaje a Ítaca (“llegar allí es tu meta / pero no apresures el viaje”): es el mejor mirador para ver sucederse a la inopinada, implaneadamente, en calles, callecitas, parques, banquetas, rutas inéditas, como un Marco Polo de la cotidianeidad; para detenerse donde la curiosidad lo haga menester en un mercado, una fachada, una miscelánea, un aparador.
Pero la bicicleta no sólo puede encumbrar a una persona, también la puede conducir al éxtasis, como sucede en la novela de Amos Oz, La bicicleta de Sumji:
Para su cumpleaños le compré una bicicleta, esa encantadora máquina semejante a una gacela, y añadí a ella una Historia de la pintura norteamericana moderna. Todo lo relacionado con su manera de ir en bicicleta, es decir, el modo como la sostenía, el movimiento de su cadera al montarse en ella, su gracia al pedalear, me proporcionó un placer supremo... Me gustaba verla pedalear arriba y abajo por la calle Thayer en su hermosa bicicleta: se encaramaba en los pedales para trabajar sobre ellos, y después volvía a sentarse en actitud lánguida mientras la máquina iba perdiendo velocidad gradualmente.
De pronto empecé a hablar con Allie en voz alta. Es una cosa que suelo hacer cuando me encuentro muy deprimido. Le digo que vaya a casa a recoger su bicicleta y que me espere delante del jardín de Bobby Fallon. Una vez, Bobby y yo íbamos a ir al Lago Sedebego en bicicleta. Allie nos oyó y quiso venir con nosotros, pero yo le dije que era muy pequeño. Así que ahora, cuando me siento muy deprimido, le digo: “Bueno, anda. Ve a recoger la bici y espérame delante de la casa de Bobby”. Casi siempre nos acompañaba. Pero aquél día no le dejé. Él no se enfadó —nunca se enfadaba por nada—, pero siempre me viene ese recuerdo a la memoria cuando me da la depresión.
combustible. Bicis plegables, bicis personalizadas y bicis públicas toman zigzagueantes las calles por gusto, necesidad, activismo y moda. Ante la cultura imperante del automóvil, Pablo Fernández Christlieb, en su ensayo La velocidad de las bicicletas, afirma:
Una persona consta de dos partes: una mente y un cuerpo. De las dos, el ciclista es, sin duda, la mente. Esa mente dispone de dos instrumentos —un cuerpo y una bicicleta— que deben ser lo más ligeros posible... El ciclismo es un deporte de paciencia... Cuanto mayor sea el sufrimiento, mayor será también el placer. Ésa es la recompensa que la naturaleza otorga a los ciclistas por el homenaje que le rinden con sus padecimientos. Por eso hay ciclistas. Sufrir es preciso; la literatura es superflua... Sigo acelerando directamente desde mi cerebro.
Entonces apareció Lolita, de Nabokov, a mediados de los cincuenta:
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La ciclista volaba sobre su bicicleta como si fuese la materialización de un fuego sagrado; en un microsegundo giró en dirección a la tierra y bajó hasta caer en el espacio preciso. Rueda trasera, rueda delantera, asiento y hembra. El justo orden de un aterrizaje. Pedaleó de un extremo a otro, dio el gran salto y tomó vuelo (el gran vuelo). En el aire llegó al punto máximo, soltó las manos y en fracciones de segundo sacó la cámara fotográfica de la mochila y disparó hacia un lugar determinado... Vida en el aire II, nuevo desafío para guardar la cámara en otro microsegundo... La caída de la Diosa, la ejecución de cada bajada anunciando la buena nueva de que el paraíso sí es posible en la Tierra. Sin duda, andar en bicicleta es caminar en el aire y volar con los pies.
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Andrés Neuman define la lectura como “acción y efecto de viajar hasta donde uno se encuentra”. Así pinta de cuerpo entero tres de sus actividades cotidianas. No sólo se mueve entre continentes como si fueran patios de una casa sino que, lector compulsivo, navega a diario por sus propios cuartos interiores. Además, en su faceta de escritor compone escenas para que otros las habiten a través de novelas como La vida en las ventanas, que acaba de reeditar.
Andrés Neuman
L A V ENGA NZ A DE LA ESCRITUR A JULIA SANTIBÁÑEZ
“ALGUIEN HA DICHO QUE LA LITERATURA SE PARECE AL ONANISMO. NO COINCIDO. CREO QUE TIENE TANTO DE AUTOEXPLORACIÓN COMO DE ACERCAMIENTO A LOS DEMÁS.”
asomarse al punto de quiebre que fue el cambio de siglo, cuando frente a una pantalla electrónica empezamos a quitarnos capas de ropa: el protagonista es un nerd que intenta lidiar consigo mismo a través de palabras exprimidas a la computadora. Mientras llega a la entrevista, Neuman come una manzana, arrastra una maleta y un jetlag, afín a su reciente llegada a México. En diez minutos de conversación se sobrepone al agotamiento, retoma la cadencia suave que acostumbra. Por obra y gracia de una agilidad mental difícil de calcular va de un tema al otro sin perder vigor. Sin afectar la precisión. Transita de la política estadunidense a la literatura del siglo XIX, de Ricardo Piglia a las nuevas tecnologías, de teoría sobre la ficción a series de Netflix. Según articula sus comentarios como si llevara años amansando cada tema me pregunto qué lo mueve a explorar tan variados acentos. Me parece que, más que el rigor del futbolista aclamado por multitudes, en sus líneas se transparenta la avidez de quien pasaba tardes jugando a solas. Aquí, fragmento de lo que dijo.
EL SEXO Y EL CUBISMO Alguien ha dicho que la literatura se parece al onanismo. No coincido. Creo que tiene tanto de autoexploración como de acercamiento a los demás. Es más, en realidad toca tres ámbitos: resulta una mezcla feliz de fornicio, masturbación y voyerismo. Como un acto de sexo cubista. El arte ofrece un grado de soledad placentera, un contacto carnal con los otros y al mismo tiempo una posibilidad de verlos sin la necesidad de quitar el pie que tenemos afuera.
RICARDO PIGLIA Él ha sido una de las mayores suertes que ha tenido la literatura en lengua española. Como teórico, era un narrador ejemplar. Como narrador, fue un teórico inigualable. Esa sinergia me parece un modelo admirable y fértil. Parecía imposible repensar la literatura exactamente desde donde la dejó Borges, y construir con eso una voz propia, una perspectiva original. Esa proeza, entre
otras muchas, la logró Piglia. Y era, para colmo, un hombre de una educación y elegancia humana exquisitas. Me parece que esa referencia íntima vale tanto como la obra. Al fin y al cabo, él mismo nos enseñó que la vida se escribe. En su caso, hasta el último instante de la conciencia.
LA NARRATIVA DE LOS VIAJES Aunque la mitad de mi vida es de lo más sedentaria, parecida a la de un monje, de pronto hay temporadas en las que viajo mucho. Entonces me refugio en mis pensamientos para protegerme de la incertidumbre que me cerca al viajar y, al mismo tiempo, activo el reflejo de la curiosidad. Es una combinación rara de anestesia más despertador. Además noto una cierta estructura narrativa en lo que pasa. Por ejemplo, hace poco estaba esperando un despegue en el aeropuerto de Fort Lauderdale, Florida. Había tenido vuelos con escalas apretadas, sin embargo, todo había salido bien. Sentí una pequeña ráfaga de bienestar y en eso vi por el cristal que un avión se estrellaba, a metros de mí: el ala chocó contra la pista de aterrizaje. No hubo heridos pero sí un incendio, así que cerraron el aeropuerto varias horas. Empecé a platicar con una señora cuyo hermano es un escritor judío que vive en Nueva York. Nos divertimos muchísimo, todo gracias a una pequeña cadena de acontecimientos. Eso debe ser cada viaje, intentar que el accidente tenga sentido. A lo mejor eso también es vivir, ¿no?
TRUMP En el segundo semestre de 2016 estuve en unas diez ciudades de Estados Unidos para promover la traducción al inglés de mi libro Cómo viajar sin ver, recientemente aparecido allá. Justo me tocó ver el pre, el durante y el después del triunfo de Trump. El libro que yo presentaba, muy latinoamericano y vinculado a la inmigración, hizo que conociera a todo tipo de intelectuales que están en las antípodas del proyecto del que en ese momento era candidato a la presidencia. Ahí me di cuenta de
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na vez, hace años, me dijo que de chico jugaba futbol y que le hubiera gustado ser profesional, que entonces pensaba que patear un balón era el oficio de las personas decentes. Luego se lastimó ambas rodillas y tuvo que olvidarse de la cancha. No sé. No me lo imagino agarrándose a trompadas por un gol dudoso. Ni inflando el pecho de camiseta dry-fit. Más bien me parece que lo suyo es dominar las palabras como muñecos en manos de un niño acostumbrado a inventarse compañías. Nacido en Buenos Aires y hecho escritor en España, Andrés ha trabajado novela (entre ellas El viajero del siglo, Premio Alfaguara 2009), cuento, relato corto, ensayo, poesía, haikú, aforismo, traducción poética, columna, libro de viajes, blog (su espléndido Microrréplicas). Es decir que le falta explorar el cantar de gesta y la égloga. No mucho más. A días de cumplir cuarenta años, este acuariano con beneplácito es uno de los escritores hispanoamericanos más robustos. Pocos pueden presumir los casi treinta libros con su firma, publicados por editoriales de la estatura de Alfaguara, Anagrama, Hiperión, Acantilado, Páginas de Espuma y Almadía. Muy pocos han visto su obra en veintitantos idiomas. Todavía menos suman a lo anterior haber convocado entusiasmos en autores como Luis Antonio de Villena, Roberto Bolaño, Richard Gwyn, Joca Reiners. Me reencuentro con él a propósito de la presentación en México de su novela La vida en las ventanas, publicada en España en 2002 y ahora reeditada por Alfaguara. El libro permite
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que la mayor parte de la progresía norteamericana ni conoce su país ni veía venir la victoria republicana. Es más, todos estaban convencidos de que Trump no podía ganar. Me parece que “el malestar en el sufragio”, como lo llamé en un artículo, tiene consecuencias que van desde la legitimación electoral del fascismo hasta la desactivación del voto de izquierda.
CIUDADANOS DEL SIGLO XIX EN EL XXI Creemos que la historia funciona como los teléfonos, con un mecanismo permanente de reset, que cada nuevo modelo anula los anteriores, pero internet es antes que nada un recipiente de memoria mutante. No le hubiera resultado inconcebible a Borges: una mezcla de Biblioteca de Babel y libro de arena. Cuando apareció el correo electrónico creímos que sólo servía para mandar cartas de negocios. Luego vimos que a través de él se pueden desarrollar intensas historias de amor que, por supuesto, no se escriben de golpe sino minuciosamente, tardando días y eligiendo cada palabra. Es decir, nos comportamos igual que perfectos ciudadanos epistolares: aunque eludimos poner la estampilla, conservamos tanto el procedimiento de peinar línea por línea, como la expectativa de recibir una respuesta. Estamos más cerca de la lógica epistolar del siglo XIX que cuando se popularizó el teléfono, a mediados del siglo XX. En esos años, el mundo creyó que la comunicación por voz significaba el fin de la palabra escrita y henos aquí, más de medio siglo después, escribiéndolo todo.
TENER AMIGOS INVISIBLES La convención dice que los niños pueden hablar con los muñecos. Sin embargo, por una idea estúpida sobre la vida adulta, una de las grandes alienaciones de nuestra vida es el decreto de que para ser productivo uno debe
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“A MEDIADOS DEL SIGLO XX EL MUNDO CREYÓ QUE LA COMUNICACIÓN POR VOZ SIGNIFICABA EL FIN DE LA PALABRA ESCRITA Y HENOS AQUÍ, MÁS DE MEDIO SIGLO DESPUÉS, ESCRIBIÉNDOLO TODO.” dejar esas tonterías. Apenas entras a la universidad o votas por primera vez, los amigos invisibles merecen medicación o terapia, así que poco a poco nos van quitando esos elementos de ritualización poética. Se nos arrincona en una visión literal y empobrecedora de nuestra necesidad, hasta que sólo nos queda la ficción como acto interpretativo de lo real.
SALINGER EN EL MUNDO 2.0 La vida en las ventanas aborda la época cuando el e-mail era una suerte de protored social. Trata sobre esa primera generación de adictos virtuales que buscaban una escapatoria en la pantalla, aunque en el mismo acto eran regresados a su soledad. Quise explorar la paradoja actual de gente cuya educación es audiovisual y que, sin embargo, se comunica con más palabras que nunca. Al revisar la novela traté de mejorar algunos detalles de escritura, sin embargo, vi que la historia adquirió contornos más definidos. El tiempo hizo que se entendiera mejor, en particular en cuanto a cómo el mundo digital reactivó en nosotros la escritura. A pesar de todo, claro, hay mucha distancia estilística con lo que actualmente me interesa escribir. Digamos que traté de hacerle una edición a mi yo de hace una década y pico. Por otro lado, la prosa de la novela tenía una espontaneidad que debía respetar, teniendo en cuenta que no se sabe si el personaje principal miente o no. Intenté hacer una especie de voz tipo J. D. Salinger, un postadolescente indignado, lleno de misantropía y, a la vez, con gran necesidad de amor y un cinismo falso. Me pregunté: si el protagonista de El guardián entre el centeno hubiera tenido correo electrónico, ¿qué tipo de mensajes hubiera mandado?
PESIMISMO HISTÓRICO Hace quince años, cuando escribí esta novela, se intuía algo que ahora está claro: el quiebre de la promesa de un futuro mejor. En aquel momento crecía en España una generación que aprendió que su país era cada vez mejor: se modernizó, se democratizó, creció económicamente. Es decir, esos ciudadanos perfectamente burgueses creían estar construyendo el futuro y no sospechaban ser engranajes de un mecanismo de explotación. El protagonista de mi libro pertenece a ese grupo de edad que vivió las cosas distinto a como se las contaron, se dio cuenta de que luego de estudiar había desempleo y que la posmodernidad no significaba sólo flexibilizar nuestra concepción del mundo, sino también volvernos vulnerables con respecto a los llamados derechos incuestionables. Ahí se adueñó de nosotros una suerte de pesimismo histórico.
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN DIGITAL En años recientes hemos retrocedido a una época cuasidecimonónica en lo laboral. De pronto la defensa del trabajador vuelve a ser tan importante como en la primera revolución industrial y ahora estamos en la segunda, es decir, la revolución digital. El empleado lleva su oficina en el teléfono y así se ha vuelto esclavo de las posibilidades tecnológicas. Los aparatos han conseguido el sueño perfecto de la patronal: que el trabajador esté disponible 24 horas, que jamás deje de producir. Encima se nos vende bajo el envoltorio del entretenimiento: “Tienes el ocio cerca”. No. Tienes cerca a tu empleador.
LA VENGANZA DE LA ESCRITURA Escribir es una respuesta a la soledad, una herramienta poderosísima para crear compañía. En realidad prefiero hablar de la lectoescritura, porque las razones por las cuales leemos y escribimos son muy parecidas. El rol humano que se ejerce en ambas es el mismo. Recuerdo ahora un verso del escritor español Carlos Marzal: dice que escribir es “estar con la gente, sin la gente”. Así lo veo. Hacer un libro es una venganza contra la soledad, contra cierta orfandad básica que todos sentimos. Cuando estoy metido en una novela me voy a la cama con una familia más sólida que si fuera de carne y hueso.
SERIES DE TV Sólo amando a personajes imaginarios uno puede acercarse con algún grado de verdad a los seres reales, los de la vida diaria. Por ejemplo, únicamente después de ver la serie Six Feet Under pude hacer duelo por la ausencia de mi madre, que murió hace poco. Y no sólo yo, conozco a más de una persona que puede decir lo mismo. La serie me hizo un servicio en el campo de lo cotidiano que era imposible conseguir de otra forma.
LA CRUELDAD DE LOS LIBROS Estoy escribiendo los dos géneros que más me gusta que convivan: novela y poesía. Me había prometido no volver a hacer un libro tan extenso como El viajero del siglo, pero hace seis años estoy con una novela larga. Aunque por un tiempo no me hacía a la idea, el monstruo ha crecido y he terminado aceptándolo como la criatura gorda que es. Cada año digo “este año la termino” y todavía sigo con ella, disfrutándola mucho y sufriéndola mucho, a partes iguales. No sé cuándo voy a acabar. Además estoy con un libro de poemas que, a pesar de la lentitud propia de la poesía, seguro terminaré antes que la novela. Lo que más le gusta a los textos es llevarle la contra a sus autores. Es su gran virtud. Su gran crueldad. C
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En la compilación de la poesía de Juan Manuel Gómez, Como un pez rojo, el también poeta Luis Miguel Aguilar comenta que ciertas realidades “prometen una infancia mejorada”, y advierte que los poemas del autor “mejoran la infancia al ocuparse con singularidad y exactitud de ella misma”.
J I N E T E DE C A BA L L OS M U E RT OS JUAN MANUEL GÓMEZ
Allá, lejos Nueve años tienen todas las partículas [de tierra Y los árboles y las hormigas y el agua Nueve años mueve el viento a su [antojo Negro es Sin duda Pero el foco rojo Gotas de sudor Refracta Cristales de aumento Con calentura y sin calentura Luz incandescente Sobre las hojas del árbol Negro es El túnel Cuarto oscuro Donde se revela el mundo En sombras Enrojecidos espectros Docenas de murciélagos
Las Claves
Explotan Afuera Lo sé Las voces lo dicen Pero yo Adentro Sobre una cama inundada Bajo lanzas de luz que atraviesan [la madera podrida Y se clavan Con agujas de ciempiés Dientes de hormiga Sin cesar Escalando mi cuello Inmóvil caigo Me hundo Elevándome La sustancia gelatinosa de la [duermevela Entra por mi nariz Me ahogo Entre sábanas de plomo Escucho que las voces han atrapado
[un ser monstruoso Rata de alas negras Lo tienen ahí Crucificado Por la ciencia De los nueve años Lo sé Lo escuché claramente Lo escucho todavía No hace falta ya la fiebre
Al fondo de esta caverna Hay una salida diminuta Por la que entra el mundo Partículas de polvo girante En un haz de luz Al revés Desierta claridad Que los ojos Llenan de formas Aproximadas Contundentes
Microscópicas Revelaciones Que la memoria Guarda Y la lengua Repite Inconexas
El silencio Como la luz Está en nosotros Es la muerte que llevamos dentro Cuando aflore Nuestros oídos no podrán escucharlo Como tampoco podrán hacerlo con [música ninguna Negro es Como la luz El silencio Fragmento del poema Jinete de caballos muertos, incluido en el libro Como un pez rojo, de reciente aparición bajo el sello de la UAM.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
KENNY GARRETT (Detroit, Michigan, 1960) es un saxofonista y flautista de jazz que alcanza notoriedad por su participación, cuando apenas tiene 18 años, en la Orquesta de Duke Ellington, entonces dirigida por Mercer Ellington. Más tarde es integrante destacado en la agrupación de Miles Davis durante el “periodo eléctrico” de éste. Licenciado con honores en Mackenzie High School, ha colaborado con Art Blakey, Joe Henderson, Freddie Hubbard, McCoy Tyner, Chick Corea, Herbie Hancock, Marcus Miller y Ron Carter, entre otros representativos instrumentistas. El más sobresaliente sax alto de su generación y, según The New York Times, “uno de los más admirados sax altos después de Charlie Parker”. Desde el álbum debut Introducing Kenny Garrett (1984) su presencia en los escenarios de la música sincopada ha sido determinante. Prisoner of Love, African Exchange Student, Black Hope, Sonbook o Persuance: La música de John Coltrane son placas muy cotizadas por los conocedores del género. Beyond the Wall (2006), con las participacio-
nes del legendario sax tenor Pharoah Sanders y del pianista Mulgrew Miller, es uno de los grandes discos de jazz de estos años iniciales del siglo XXI. Dreyfus Night in Paris (2003) grabado en vivo en Palais des Sports en París con Marcus Miller, Michel Petrucciani, Biréli Lagréne y Lenny White, suculento agasajo instrumental. Do Your Dance! (Mack Avenue, 2016) es la más reciente producción discográfica del compositor e intérprete del éxito “Tsunami Song”. Nueve temas compuestos y arreglados por el saxofonista alto de Detroit en complicidad con músicos de primera línea: Vernel Brown, Jr. (piano), Corcoran Holt (bajo), Mcclenty Hunter/Ronald Bruner, Jr. (batería), Rudy Bird (percusiones), Donald Mista Enz Brown, Jr. (rapero). Haz tu baile en un catálogo de piezas que explotan cadencias de manera sorprendente. Compases de danza en oscilaciones de funk, latín, hip hop, sonido brasileño, calipso, postbop y hard. Nominación apuntada en un discurso melódico portentoso, armoniosamente retador y, sobre todo, muy seductor.
Las composiciones “Philly” y “Chasing the Wind” hacen referencia a los años sesenta quizás en guiñadas indirectas con la sonoridad de Coltrane. “Backyard Groove” se regodea en pausas y biseles armónicos/ rítmicos que nos hacen recordar “Freedom Jazz Dance” ejecutada por el quinteto de Miles Davis en los sesenta y, asimismo, la versión del sax tenor Eddie Harris en el álbum The In Sound (1965). “Bossa”: expresivo sondeo en sutiles inflexiones de reflujos brasileños. “Wheatgrass Shot (Straight to the Head)” con el rapero Mista Enz: prosodia en contraste de gozoso groove. En “Waltz (3 sisters)” y “Persian Steps”: lo exótico juega un papel clave con Garrett ejecutando el saxo, flauta y el Shruti box (caja india). “Calypso Chant”: tributo al Sonny Rollins de Saxophone Colossus. Desborde de un humor lleno de arrojo: muestra de gran imaginario rítmico. ¡Haz tu baile!: Kenny Garrett invita a un paseo de elocuencia en atajos que acarician la maestría. C
DO YOUR DANCE!
Artista: Kenny Garrett Género: Jazz Disquera: Mack Avenue, 2016.
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DE-GIFTERS Y DES-GIFTERS
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
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CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
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xiste un capítulo en Seinfeld que trata sobre un arte ya milenario, el reobsequiar regalos. Cuántos de nosotros no somos unos degifters. Hace unos días Daniel Guzmán se quejaba de un amigo que le había obsequiado en su cumpleaños una licorera para whisky. Yo bebo puro mezcal. Ofendido porque según él su compa no lo conoce, Guzmán urdió una venganza a mediano plazo. Se la voy a regalar a mi cuate de regreso el día de su cumpleaños. Con seguridad esa licorera la recibió el amigo de Guzmán en algún intercambio o de parte de un familiar, comenzando así una cadena que puede extenderse por tiempo indefinido. Hasta que caiga en las manos de un amante del whisky o de un acumulador. O de alguien que la considere apropiada para embarazarla de dos litros de curado de piñón. Existe una subespecie más obvia que el de-gifter: el des-gifter. Es decir: aquel que ya te había obsequiado algo y te lo reclama de regreso. También habita un grado de esta categoría en todos nosotros. En cierto grado. Esto viene a colación por un tuit que leí de Luigi Amara hace unos días. Cito: “Una amiga me regaló un libro raro. Lo acepté como pago del taller que daba. Sucede que le dijeron que es costoso... ¡y lo quiere de vuelta!” No queda muy claro si el objeto en cuestión es un pago en especie, o como afirma el inculpado se trate de un obsequio, pero el caso sirve para ilustrar al des-regalador. Sujeto despreciable entre los despreciables. Ambas anécdotas me hicieron ñáñaras en el alma. He sido víctima del des-gifteo.
YO SOY DE LOS QUE PUEDEN VOLVER A COMENZAR DESDE CERO. EN LAS RELACIONES, EN LOS TRABAJOS, EN LO QUE SE LES ANTOJE, MENOS SI SE TRATA DE DISCOS, LIBROS O SERIES DE TELEVISIÓN.
El sino del escorpión
Una ex, cuyo nombre no mencionaré, me regaló la serie completa de Breaking Bad en blu-ray. Edición especial. Una réplica del barril en el que Walter guardaba el dinero. Cuando nuestra relación terminó la serie estaba en su poder. Yo de pendejo se la presté porque no la había visto (nunca la vio). Cuando rompimos decidió que se quedaría con ella. Estamos de acuerdo en que una cosa es que una pareja (dos individuos) se vaya a la chingada (por las razones que se les hinche) y otra echarse para atrás. O sea, no estamos en la secundaria. Si yo me rajara de las cosas que regalo estaría sepultado por kilos y kilos de material sentimental. Me traumaticé. Sentí que me amputaron un miembro. No se debe jugar con la psique de una persona de esa manera. Uno se va a dormir con un conteo de sus pertenencias. Está almacenado en la mente y en el corazón. Saber cuáles son tus posesiones te otorga tranquilidad. Hasta que un día te cortan las alas. No te fíes de un animal herido, dice Nacho Vegas. No quiero ni imaginar cómo me sentiría si un día despierto y mi biblioteca ha desaparecido. Yo soy de los que pueden volver a comenzar desde cero. En las relaciones, en los trabajos, en lo que se les antoje, menos si se trata de discos, libros o series de televisión. Si un día pierdo todo me volveré loco o me deprimiré. Y me convertiré en un indigente. Y cuando me vea la gente durmiendo en la calle sobre cartones dirá: el autor que no pudo soportar que lo despojaran de su biblioteca.
Pero mi trauma no concluye ahí. Como si se tratara de una película de terror, nos volvimos a encontrar. Ya se habían bajado los ánimos. Yo la había dejado para salir detrás de otra. La amargura y el coraje habían abierto paso a la indiferencia asistida y la conmiseración. Siempre seré el pobre güey que no pudo resistir su calentura. Con la tranquilidad del ave que cruza el pantano sin mancharse me confesó que le había regalado la serie a un amigo. Se me arrugó el corazón. Vaya que las mujeres saben hacerte pagar caros tus errores. Y ella, de des-gifter se convirtió en re-gifter. Y me sentí dentro de un capítulo de Seinfeld pero escrito por Nacho Vegas. Y me fui a mi casa con las manos en las bolsas del pantalón y pateando un bote. Más emo que cualquier fan de My Chemical Romance. No recuerdo que yo haya des-obsequiado algo. Existe un capítulo de Malcolm in the Middle en el que Francis rompe con una morra y uno al otro comienzan a regresarse todos los obsequios que se hicieron. Nunca he sentido tal impulso. La última navidad que pasé con mi última ex esposa le di su regalo sabiendo que tronaríamos. Era inminente. Pero aún así se lo di. Pude quedármelo. Pude hacerme pendejo. Pero ya le había dicho. Era la serie completa de Seinfeld. La primera semana de enero decidimos que nos separaríamos. No me arrepiento de habérsela dado. Pero tengo que reconocerlo: en mis noches de soledad e interminable zapping me hace falta, no mi ex: Seinfeld. C
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
Trump vs las artes y las humanidades EN SU GRIETA en lo alto del muro el alacrán lee sobre las agencias federales de apoyo a las artes y las humanidades en Estados Unidos y la ominosa posibilidad de su cierre, luego de la feroz llegada de Donald John Trump a la Casa Blanca cual delirante rey Joffrey al trono de hierro. El National Endowment for the Humanities (NEH) y el National Endowment for the Arts (NEA), son los dos fondos encargados de las tareas de promoción, difusión y estímulo a las artes y a los estudios y proyectos en humanidades. Creadas en 1965, estas agencias realizan actividades en todos los estados de la Unión Americana a pesar de recibir poco presupuesto (alrededor de 147 millones de dólares cada una en 2016); no obstante, han vivido siempre amenazadas por los republicanos y conservadores, a quienes, como es sabido, el arte les resulta inmoral
cuando no sacrílego, en tanto las humanidades les suenan a un asunto familiar y privado en el cual el gobierno no debe meterse. El venenoso escucha las amenazas del bizarro equipo de asesores de Trump, decidido también a privatizar la Corporación de Radiodifusión Pública (CPB), el muy respetado Servicio de Televisión Pública (PBS) y la Radio Pública Nacional (NPR), junto con otros canales públicos de televisión y radio, organismos considerados por los radicales trumpeteros como “alejados de los verdaderos sentimientos del pueblo americano”. El escorpión destaca una coincidencia devenida premonición en 2014, cuando las agencias para las humanidades y las artes debieron dejar su tradicional ubicación, en el antiguo edificio postal de la avenida Pennsylvania en Washington,
porque ahí, con una inversión de 200 millones de dólares, se instalaría el nuevo Hotel Trump de la capital. El horno gringo no está para bollos de arte, cultura y humanidades, medita el arácnido, y para no caer en la desesperanza, también lee de la extendida conciencia entre los artistas y creadores de aquel país, decididos a resistir las andanadas trumpistas. Entre ellos destaca el escritor Paul Auster, quien “para defender la libertad de expresión” aceptó presidir el PEN Club a partir de 2018. Ante las deprimentes perspectivas, el artrópodo se encamina mejor al Museo de Antropología, de donde los domingos parte el autobús del “corruptour”, un recorrido por diez lugares de la capital donde se han dado casos de corrupción: la Casa Blanca, la Estela de Luz y el Senado son algunos de ellos. C
EL HORNO GRINGO NO ESTÁ PARA BOLLOS DE ARTE, CULTURA Y HUMANIDADES, MEDITA EL ARÁCNIDO.
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CAMERAPERSON DE KIRSTEN JOHNSON FILO LUMINOSO
Por
NAIEF YEHYA
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l poder del recuerdo y el tsunami del olvido. En el primer fotograma de la cinta Cameraperson, la directora de fotografía de documental, Kirsten Johnson, nos anuncia que más que un filme esta obra es una memoria, una colección de ciertas imágenes sacadas de sus filmaciones y películas, que de alguna manera la impactaron y han definido su carrera y vida. A partir de ahí se desarrollan una serie de secuencias aparentemente descontextualizadas, fragmentos de filmes que fotografió en Serbia, Uganda, Afganistán, Missouri y Darfur, entre otros. Pero así como es una memoria profesional también es un testimonio personal, por tanto hace un contrapunto entre aquellos episodios y su propia intimidad familiar: sus hijos y sus padres. Vista superficialmente se podría interpretar que se trata de una autobiografía visual, bella pero indulgente, un monumento al ego y un lucimiento de su notable talento con la cámara; como si quisiera exhibir lo que pudo hacer independientemente de las intenciones y voluntades de los diferentes directores con quienes colaboró originalmente. Asimismo, podríamos entender que el filme consiste en una serie de vivaces e intensos contrastes, un experimento en cómo determinar la duración de una toma, un estudio de antagonismos y paralelos, de similitudes y diferencias. No obstante, lejos de ser un ejercicio técnico o un relicario o un confesionario, se trata de una obra casi filosófica y poética. Estas imágenes, su ritmo y pausado flujo narrativo determinan, sin requerir explicación alguna ni voces en off, que el tema es el género documental mismo, así como la memoria y su desaparición. Johnson sitúa su propia experiencia en esta reflexión, poniendo en evidencia que las decisiones técnicas, estéticas y morales son lo que realmente define el discurso. La elección de qué se debe mostrar y qué no es apropiado llevar a la pantalla determina la naturaleza del filme más que las intenciones y buena voluntad del documentalista. Cameraperson es una obra singular que por un lado muestra la variedad de asuntos que tratan los filmes en que ha trabajado, desde Jacques Derrida, mientras camina por el Village neoyorquino y le dice: “La camarógrafa lo ve todo y a la vez está ciega de lo que sucede a su alrededor, como el filósofo que por ver una estrella se cae a un pozo”; hasta un hospital de maternidad en Nigeria donde, entre docenas de partos
exitosos, le toca presenciar el de un bebé que no puede ser salvado ya que no cuentan con el oxígeno que necesita desesperadamente. Al presentar diferentes maneras de abordar a cada sujeto, lugar y situación, la cineasta pone en evidencia tanto la espontaneidad de ciertos encuadres, como la meticulosa búsqueda de una posición ideal, de los ángulos más reveladores, de las tomas que reflejen con la máxima intensidad lo que se quiere mostrar. Es una obra hecha de accidentes y de hallazgos, de casualidades y pietaje sobrantes, pero es a la vez un documento fascinante que respeta una metodología estricta y severa. De esta forma Johnson ofrece destellos de la forma en que opera el caos de la memoria. “A veces uno se mueve entre cosas banales y de pronto descubre algo interesante”, comenta fuera de cámara la cineasta y eso mismo sucede con su filme. Vemos personajes que parecen intrascendentes y que más tarde regresan y dejan de ser secundarios para volverse protagonistas. Asimismo vemos lugares aparentemente irrelevantes que resultan tener una historia espantosa. La cinta evoca el horror de algunos genocidios recientes simplemente al mostrar espacios desiertos, espectrales y abandonados como Wounded Knee, donde cientos de sioux fueron asesinados, el Hotel África en Liberia donde tuvieron lugar masacres de civiles, la piscina Bibi Mahru Hill, donde el Talibán llevaba a cabo ejecuciones públicas, la Casa Karaman donde esclavizaban
ESTAS IMÁGENES, SU RITMO Y PAUSADO FLUJO NARRATIVO DETERMINAN, SIN REQUERIR EXPLICACIÓN ALGUNA NI VOCES EN OFF, QUE EL TEMA ES EL GÉNERO DOCUMENTAL MISMO, ASÍ COMO LA MEMORIA Y SU DESAPARICIÓN.”
y violaban mujeres musulmanas en Bosnia, el Motel Miljevina que servía de cuartel a los soldados serbios que llevaron a cabo las violaciones y la iglesia Nyamata en Ruanda, donde los hutus masacraron a unos diez mil tutsis. Johnson evita el tradicional uso de fotos o pietaje de archivo de muertes o violencia para imprimir autenticidad o impactar al público. A su vez, evoca la atrocidad de la guerra por medio de entrevistas a víctimas, cuyos rostros no enseña y en cambio filma sus manos. Una estrategia cuestionable ya que al proteger la identidad del sujeto (en este caso una mujer que fue violada) se le protege de represalias y de la vergüenza pero a la vez se omite un elemento fundamental para la denuncia. Aquí lo que resalta es el dilema de qué tanto se debe presionar a un entrevistado para recordar el horror y de qué sirve hacerlo. La cinta toca de varias maneras el dilema de lo mostrable y lo inmostrable. Johnson retoma las palabras de otros para explicar su posición. Así tenemos al abogado que trata de obtener una sentencia contra los asesinos de James Byrd Jr., un hombre al que arrastraron con una camioneta por la carretera hasta matarlo, y describe las espantosas heridas del hombre en vez de mostrar las fotos: “Oír a alguien hablar de eso y verlo es diferente”. Por otro lado tenemos al portavoz del colectivo disidente de cineastas sirios Abounaddara, Charif Kiwan, quien explica a un público que mostrar imágenes de muertos es una falta de respeto y un recurso para vender. “Cuando te enfocas en la muerte eso es el final del argumento, nada más se puede hacer ni decir. Tenemos que encontrar la manera de representar el horror y la muerte sin violar la regla de oro que es respetar la dignidad de los individuos”. La única sangre que se muestra es la de los bebés recién nacidos, con lo que lo visceral es una reafirmación de la vida. Igualmente importante es la idea de la memoria, de cómo recordamos y nos definimos por el pasado. Johnson muestra a su madre, Catherine Joy Johnson, quien padece de alzheimer, primero a tres años de su diagnóstico y más adelante la vemos deteriorarse hasta su muerte. Su mente borrándose irremediablemente y haciéndola perder contacto con la realidad es la devastadora contraparte de una vida de acumular imágenes y recuerdos y de emplearlos para la denuncia, el placer o la revelación.