FRANCISCO HINOJOSA
LOS NOMBRES DE LOS GATOS
CLYO MENDOZA
“L A MUJER MÁS FELIZ DEL MUNDO”
ESGRIMA
CARLOS HAGERMAN
El Cultural N Ú M . 4 1
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
DOS NOCHES CON LOS ROLLING LA HABANA CIUDAD DE MÉXICO STONES ANTÓN C ARLOS ARRUFAT
VELÁZQUEZ
ENSAYO SALVADOR ELIZONDO Y LA PINTURA Daniel Rodríguez Barrón
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En días recientes, la isla de Cuba atrajo la atención internacional por dos acontecimientos que hace unos años o meses parecían inconcebibles: la visita de un presidente de Estados Unidos, y desde luego el primer concierto de los Rolling Stones en La Habana —gratuito—, una pausa de la censura del régimen contra el rock que fue toda una fiesta y disfrutaron cientos de miles de cubanos. Aquí la crónica de esa noche en que la isla retumbó y bailó bajo el impulso lúdico y liberador de los Stones.
G A N A R L A Ú LT I M A FRON T ER A A N T Ó N A R RU FAT
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l campo de juego de la Ciudad Deportiva esta vez se podía entrar por dos calles. Escogimos Primelles, una de ellas. Dejamos las viejas motos guardadas en el portal de una casona antigua, donde había muchas más, casi todas de la misma marca y de la misma época, y echamos a andar por Primelles. Como el tráfico fue suspendido desde la una de la tarde, toda la calle, sus aceras y sus portales, era solamente para nosotros. Y nosotros éramos miles, cientos de miles avanzando en busca de una experiencia, una aventura, la restitución del recuerdo: en el campo de juego, a las ocho y treinta de la noche, se celebraría el concierto de los Rolling Stones. El único que, desde la fundación de la banda en abril del 62, realizarían en La Habana, cincuenta y cuatro años después. Oiríamos luego a Mick Jagger, ya en pleno concierto, en tanto recorría veces innumerables el enorme escenario de ochenta metros de largo, decirnos de pronto en español: “Aquí estamos finalmente. Seguros de que será una noche inolvidable”. Caminábamos rodeados de curiosos, de admiradores, de fanáticos. Gente que nunca los había visto o apenas escuchado. Poco a nada sabía de ellos, y estimulados por la prohibición, por el hecho de que durante años oírlos era correr peligro, avanzaban por la calle libre, conversando unos con otros. Aunque no fueran amigos ni se conocieran, el futuro encuentro con Los Rolling Stones los aproximaba y los hacía preguntarse. Oíamos “esto es único”. “Ni en sueños lo esperé”. “¿No es fantástico?” “Oye, tú, ¿ellos qué tocan?” “Aunque los vea a un kilómetro, no me los pierdo”. “Vinieron los mikis y vamos a gozar”.
Todos íbamos hacia ellos, tomando agua, chupando caramelos, mascando chicharrones. Multitud integrada de “tembas” —gente de sesenta y setenta años, como nosotros—, jóvenes, muchachas y muchachos, adolescentes, niños de la mano de sus padres. En tal multitud, sabríamos al final que casi llegó a 400 mil personas, muchos vestían parecido a los Rolling, camisas de colores, pantalones ajustados, pulseras y aretes, bandós en la frente, que les sujetaban en alto el pelo rizado, como a Jagger o Keith Richards. La moda a veces produce, con sus evoluciones inopinadas, semejanzas y atemporales acercamientos. Entramos al campo. Pisamos el césped. Delante había otra multitud de pie, miles y miles de personas de espalda, que habían llegado antes y llevaban horas esperando. Entramos sin que nadie se tocara el bolsillo, mostrara un ticket, abriera una cartera. Era completamente gratuito. Un sueño que no costaba un centavo. Colofón de la gira latinoamericana del grupo, el único gratis, como el que dieron en Río de Janeiro en 2006. Nosotros también esperamos tres o cuatro horas sentados en el césped y otras veces de pie, hasta que se hizo de noche. De vez en cuando mirábamos nuestros relojes. No hacía calor. En el cielo, estrellado y espléndido, apareció la luna, redonda, plena. Sería la perfecta acompañante del concierto. Tomábamos café, del termo que uno de nosotros dos llevaba. De pie o sentados, con las piernas estiradas, nos fumábamos a cada rato un cigarro. “¿Tuviste el pelo largo?” “Siendo muchacho, en la década del setenta, no se podía. Me hubieran
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botado de la escuela. ¿Y tú?” “Ingresado con hepatitis, me creció. En curando, me lo tuve que cortar”. Callados un rato, mirábamos el maravilloso escenario, todavía apagado, y de una complejidad tecnológica nunca vista por ninguno de nosotros. “Tenía dos o tres disquitos de placa negra de Los Beatles y de los Rolling. Escondidos. Les ponía carátulas de música cubana cuando los sacaba de casa”. “Fenomenales prohibiciones, ¿eh? Ahora nos parecen tontas”. “Tontas, pero nos hicieron sufrir”. “Siempre resultan contraproducentes. Mira cuánta gente esperando para escucharlos”. La espera llegó al clímax. Las cinco pantallas se iluminaron, colores apenas existentes en la naturaleza, como invención humana, con una fuerza enceguecedora, promesa de algún meteoro que llegaba al campo. Todo era de dimensión nunca vista por nosotros para estos espectáculos, estos megaconciertos. Amanecía dentro de la espléndida noche tropical, con un sol inmensamente rutilante. Miramos nuestros relojes: en efecto, marcaban la hora de llegada a esta tierra cubana del meteorito, las 8 y 32. Oímos una voz: “Ladies and gentlemen, the Rolling Stones!” Ahí estaba Keith Richards, tocando su guitarra, con un talante estrafalario, como si fuera un cuerpo que sus dedos violentos pudieran moldear. Ahí estaba, dentro de aquella luz imaginaria, con el pelo muy blanco, a unos meses de cumplir 75 años, sentado al fondo y al pie de su batería, Charlie Watts, uno de los tres fundadores en activo, con Richards y Jagger, de la banda más longeva de la historia del rock. Ahí estaba ese guitarrista escurridizo, Ronnie Wood, de actitud agresiva, con aspecto de gente mala, que parece dispuesto a abusar del instrumento. Ahí estaba Mick Jagger, chaqueta plateada refulgente, camisa de tono morado, pantalón negro ajustado a las piernas. Aquella vestimenta nos hizo recordar un tiempo en que muchachos más decididos que nosotros, en la década del setenta, se ponían pantalones en algo semejantes. Grupos de la vieja guardia los detenían en plena calle y los hacían pasar una prueba: obligarlos a deslizarse por dentro de los pantalones un limón desde la cintura. Si no llegaba a salir por los bajos del pantalón, de un tijeretazo enérgico se los cortaban. Desde que Mick Jagger salió al escenario nos convirtió en mirones apasionados. Dejamos de tomar café y de encender cigarros. El caminar incesante, sus pies rockeros que parecían llamear en la tierra, los movimientos únicos de cadera, sus brazos solitarios avanzando en el aire, los dedos de las manos muy abiertos, se sumaban de pronto al ambiente que los otros tres ya habían empezado a crear. Sin que no sólo nosotros, nadie de entre aquella multitud pudiera escapar, ni quisiera intentarlo, al influjo de su energía adictiva. Ya oíamos silenciosos o entonando de repente, comenzando a mover el cuerpo, los primeros acordes de uno de los grandes éxitos de la banda en los años setenta, “Jumpin’ Jack Flash”. Un sinfín de cámaras analógicas, algunas del noventa, como la que uno de nosotros sacó de su mochila, un sinfín de teléfonos móviles, iluminaron el campo de juego de la Ciudad Deportiva. Queríamos registrar el hecho inaudito que había empezado a desarrollarse ante nuestros ojos asombrados: los
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“A TODOS NOS PARECIÓ GANAR ALGO. TRAS ESE EJERCICIO DE LIBERTAD, HABÍA LLEGADO EL MOMENTO: LAS COSAS, CIERTAS COSAS, SE HICIERON MÁS NATURALES, COMO SIEMPRE DEBIERON SER.”
ANTÓN ARRUFAT (Santiago de Cuba) es poeta, narrador, dramaturgo y ensayista. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 2000. Entre sus libros: Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud (1998), La noche del Aguafiestas (2000) y Vías de extinción (2014).
Rolling Stones realizaban su primer concierto espectacular en La Habana, gratuito y al aire libre. La técnica, como los ayudaba a ellos, ayudaba un tanto a sus espectadores: podíamos transformar el hecho que empezaba a ocurrir en un recuerdo oíble y palpable. Después de terminado, en algo que podíamos llevar con nosotros. “Sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música en Cuba, pero aquí estamos tocando para ustedes en su linda tierra. Pienso que finalmente los tiempos están cambiando”, dijo después, entre una canción y otra, Mick Jagger, en un claro español. Se había cambiado ya varias veces de ropa, quitándose la chaqueta de brillo con la que dio inicio al concierto, por simples camisas. Sin darnos mucha cuenta, el tiempo comenzó a pasar entre vítores, recuerdos, vibraciones, canciones elegidas. “Angie”, dedicada a “los románticos cubanos”, dijo Jagger, “Paint it Black”, de sus grandes éxitos de crítica social, “All Down the Line” o “It’s Only Rock and Roll”. Keith Richards, en los violentos acordes de “Honky Tonk
Woman”. Cuando ya la audiencia presentía que el concierto estaba por terminar, hubo un silencio intencionado de los Rolling, y tras él escuchamos a Jagger gritar esta pregunta: “¿están listos?”. Esperábamos o presentíamos tal cierre, cerca de las dos horas, anhelábamos escuchar ese final. Todos esperábamos. Esperábamos el himno del grupo. ¿Cuba está lista para escucharlo? Bajo la luna llena, bajo un cielo plagado de estrellas, en un escenario esplendente de luminarias, Wood y Richards rasgaron con sus guitarras los míticos acordes del himno a la eterna juventud, “Satisfaction”. Los 3:55 minutos de la versión original, estrenada en el 65, se duplicaron. Después, aquella muchedumbre echó a andar, ganada la última frontera del rock en el Caribe. A todos nos pareció ganar algo. Tras ese ejercicio de libertad, había llegado el momento: las cosas, ciertas cosas, se hicieron más naturales, como siempre debieron ser. Nos echamos el brazo por encima y fuimos en busca de nuestras motos, tarareando y silbando satisfechos.
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Toda posible reserva de los fans se suspendió cuando los Rolling Stones —una vez más— estremecieron el escenario del Foro Sol de la Ciudad de México, en sus dos conciertos recientes. Tanto los músicos como la mayoría de la asistencia formaban parte de “la ruquiza” —señala esta crónica—, pero la comunión de los Stones con su público detiene de algún modo el tiempo y desborda las distancias generacionales: justo cuando la banda que envejece como “punk puro y duro” ejerce en plenitud “el poderío del rock”.
L A STON EM A N Í A EN MÉXICO CARLOS VELÁZQUEZ
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a maquinaria de la stonemanía se ha mantenido imparable en los últimos diez años. Entre las giras Bigger Bang (2006) y Olé (2016) se han lanzado tres biografías: Vida de Keith Richards (2010); Memorias de un Rolling Stone de Ron Wood (2007); Keith Richards. A Rock n’ Roll Life de Bill Milkowski (2012) y la exhaustiva y titánica Mick Jagger de Philip Norman (2013). Además de Stone Me. The Wit and Wisdom of Keith Richards, extractos de la filosofía de la vida del guitarrista compilados por Mark Blake (2009); el libro infantil Gus and Me de Keith Richards, con ilustraciones de Theodora Richards (2014); y I Was Keith Richards’ Drug Dealer de Tony Sánchez (2011). Por mencionar sólo algunos títulos que cada cierto tiempo se suman a la extensa bibliografía sobre la banda. En el campo musical lanzaron las reediciones de lujo de Some Girls, Exile on Main Street y Sticky Fingers; Grrr! (una compilación que celebraba sus cincuenta años de carrera); el tercer disco de Keith Richards, Crosseyed Heart (2015); el documental Keith Richards: Under the Influence en Netflix (2015); y más de diez conciertos en video en distintas etapas de su carrera. Sin mencionar las toneladas de merchandising que se producen a diario sobre la banda de la lengua. En resumen: los Stones no permiten que el público los olvide. Y sin sacar un disco de canciones inéditas en once años son capaces de mantenerse vigentes y de emprender una gira mundial. Cuando se anunció la gira Olé, la noticia fue recibida con locura, los Stones salían a la carretera (es un decir) en diez años, pero también con cierta desazón. En primer lugar desconcertaba el título de la misma. Olé es una expresión de raigambre española. Lo que evidenciaba, al menos para un sector, el profundo desconocimiento que tienen los Stones sobre Latinoamérica. Incomprensible, porque durante los setentas los Rolling habían pasado temporadas en Perú y porque no era la primera vez que giraban por el continente. Un pecadillo que no para todos pasó desapercibido. En segundo, desazón porque las giras se realizan para promocionar un nuevo disco. Presentar al público las canciones en vivo. Pero cuando no es ese el
“MICK JAGGER PESA 67 KILOS, ENTRENA SEIS DÍAS A LA SEMANA KICKBOXING, CORRE 13 KILÓMETROS DIARIOS Y LA CINTURA LE MIDE 70 CENTÍMETROS A LOS 72 AÑOS. PERO LO QUE MÁS ADMIRACIÓN CAUSA ES SU PÚBLICO.” motivo, se tiene la sensación de que se trata de una vulgar recaudación de dinero. Por supuesto que el fan lo que desea escuchar son los éxitos de la banda. Pero detrás de estas dos incomodidades existe una verdad lapidaria: los Stones frisan los setenta años. Quizá sea su última gira. Esto se ha repetido contantemente a lo largo de su vida. Nunca se sabe cuándo resultará verdadero. Entonces, es la oportunidad para atestiguar por última vez a la considerada por muchos mejor banda de rock de la historia. Es probable que los Stones no puedan esperar a grabar un nuevo álbum para saltar al escenario. En México, una tercera incordia se sumó cuando los boletos salieron a la venta. El precio. El más caro costaba diez mil pesos. Pero no es ningún secreto que sus Satánicas Ancianidades han cambiado la simpatía por el diablo por la simpatía por el dinero desde hace tiempo. Sin embargo, el disgusto no hizo mella en la taquilla. La primera fecha en nuestro país fue sold out. Una multitudinaria compra de pánico. Más de cincuenta mil histéricos fans hicieron pacto con el diablo para agotar el boletaje. Era ahora o nunca. La última oportunidad para observar a unas auténticas leyendas. Aunque los Stones no parecen tener la intención de unirse a la oleada de rockeros que han fallecido en los últimos tres años (parece una plaga), suena improbable una próxima gira. Si la lógica que ha impulsado las últimas dos funcionara en una siguiente, todo apunta a que se realizaría cuando el promedio de edad Stone rondara los ochenta años. Algo en definitiva difícil. Pero no imposible. Con los Stones nunca se sabe. Pero nadie se imagina un concierto con unos Rolling sentados sobre el escenario.
UNA INYECCIÓN DE ADRENALINA La stonemanía hizo estragos en Latinoamérica. En Argentina un fan se quedó a dormir afuera del recinto para ser el primero en entrar al concierto. La noticia de la presentación en Cuba aguó la fiesta en México. El escenario monstruo que se empleó en Argentina y Chile sería montado en Cuba mientras que en nuestro país se utilizaría el escenario “pequeño”. Pero el 14 de marzo todas las reticencias quedaron a un lado. “We sold our souls for rock n’ roll”, diría Black Sabbath. A las siete de la tarde el Foro Sol lucía a la mitad de su capacidad. Era lunes. Y la avalancha de godínez se produciría hacia las ocho treinta. Aunque el clima promovido era de ambiente familiar, el público estaba conformado en su mayoría por la tercera edad. La ruqiza acudió a mostrarle sus respetos a las Piedras. Pero la atmósfera que reinaba estaba lejos de ser tranquila. En general se repartían empujones sin miramientos. La onda era agarrar el mejor lugar posible para observar a los ídolos. Y sí, Mick Jagger pesa 67 kilos, entrena seis días a la semana kickboxing, corre 13 kilómetros diarios y la cintura le mide 70 centímetros a los 72 años. Pero lo que más admiración causa es su público. Las ruquitas que a los mismos setentas, con juanetes, callos, espolones, várices y un catálogo de achaques estuvieron dos horas esperando a que los Stones aparecieran. A las nueve en punto, con el Foro hasta el full, se apagaron las luces y en las pantallas apareció una sucesión de imágenes. Luchadores, autos, instrumentos y los Stones mismos. De un extremo de lo alto del escenario salieron como un escupitajo irónico una probadita de fuegos artificiales. Que anunciaban el inicio
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del concierto. “Start Me Up” fue una inyección de adrenalina para las miles de extremidades que se pasaron dos horas entumidas y engarrotadas aguardando. Sería una injusticia decir que los Stones son un grupo en la plenitud de sus facultades. Desde los primeros segundos de la canción se hizo evidente que Jagger está cantando mejor que nunca. Y que por primera vez en mucho tiempo la personalidad de su voz opacó a su persona. Y al igual que en 2006 se dedicó a recorrer el escenario de punta a punta. Lo haría durante todo el concierto. Pero en el arranque fue ante todo una demostración de músculo. Vocal y físico. Lo que nos hace saborearnos descabelladamente una actuación de igual magnitud a los ochenta y tantos. Era evidente que la banda estaba en serio entusiasmada por tocar en México. Lucían entregados. Parecía que no venían de realizar otras presentaciones. Y aunque el playlist era casi idéntico (una sucesión de hits) al de otras fechas, sonaba como si no hubieran tocado esas canciones en mucho tiempo.
“It’s Only Rock n Roll” fue un recordatorio de lo que siempre ha sido el espíritu Stone, de la razón por la cual varias generaciones estaban congregadas en el Foro Sol. La declaración de principios que eclipsó toda la mercadotecnia que existe alrededor del grupo. Jagger cantó con un carácter que no demostró en la gira anterior. Parecía que en lugar de cantar se precipitara hacia un tsunami. Se plantaba con fuerza sobre el escenario con los brazos extendidos hacia abajo y mirando al frente. El poderío del rock. “Tumbling Dice” fue el primer gran momento emotivo del concierto. La única canción del Exile On Main Street que se interpretó. En las pantallas aparecieron unos dados animados en colores psicodélicos que danzaban. La nostalgia incendió el Foro. La fiesta Stone en pleno. No fueron pocas las lágrimas que se vertieron entre la audiencia. Era la canción que había hecho que valiera la pena la espera de diez años. El repertorio sólo incluía una canción posterior a la década del ochenta. En México se albergaba la esperanza secreta de que tocaran “Love is Strong”. En Argentina se había tocado “Anybody Seen my Baby?”. Pero la elegida fue “Out of Control” de Bridges to Babylon. Pese a no ser un hit stoniano no desmereció en lo absoluto. La intensidad nunca baja cuando Jagger está en el escenario. Sólo hay un par de momentos de tranquilidad. Cuando toca la balada. Y cuando Richards canta dos rolas en lo que Jagger respira. La siguiente fue la elegida por el público a través de las redes sociales: “Street Fighting Man”. No podría ser otra la ganadora. Es el soundtrack definitivo del DF. Esa canción es la representación perfecta de lo que para muchos significa habitar la Ciudad de México. “Wild Horses” congeló a Mick en el centro del escenario. Es momento de ponernos románticos, dijo antes de comenzar la canción. A varios se les hizo chiquito el corazón. Hacía apenas unos meses que había salido a la venta la
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DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS
edición de aniversario de Sticky Fingers, por lo que se pensó que presumiblemente durante la gira se tocarían más rolas de este álbum, pero nada más sonarían ésta y “Brown Sugar” en nuestro país. El Foro se volvió a alebrestar con “Paint it Black”. Sin duda la canción más coreada de la noche. Literalmente el recinto se cimbró mientras Jagger corría de un lado a otro del enorme “pequeño” escenario. “Honky Tonk Woman” fue la primera canción del Let it Bleed, el que al final aportaría más al repertorio. También fue la encargada de poner el toque cuasi country a la velada. No faltaron los chistes. En español Jagger se burló de Sean Penn por el affaire Chapo y Kate del Castillo. Para irse a descansar y dejar solos a los Stones restantes. “You Got the Silver”, la que canta Richards en Let it Bleed, fue interpretada por él y Ron Wood en un dúo de guitarras acústicas. Pero por muy inspirados que sean los Stones sin Jagger, apenas se larga lo extrañas. Y es que a Jagger no se le pueden quitar los ojos de encima. Después siguió el turno a “Before they Make me Run”, la que canta Richards en Some Girls. No importa que Richards sea el espíritu de los Stones. Este es el momento de Jagger. Como en ninguna otra gira. Es paradójico. Ron Wood, Richards y Charlie Watts suenan genial sin Jagger. Pero es evidente que sin Mick no sería lo mismo. Por su parte Jagger transmite la seguridad de que no necesita a la banda. Pero en sus incursiones solistas no ha conseguido destacar. Tras este lapso el cantante regresa al escenario para “Midnight Rambler”. Y entonces se cae el recinto.
EN EL ORIGEN FUE EL BLUES Si hasta el momento Jagger había demostrado una condición física y musical insuperable, en “Midnight Rambler” se supera a sí mismo. Cosa que parecía imposible. A los pocos segundos de que inicie la canción comienza a tocar la armónica y el blues se apodera de la noche. Ahí radica el verdadero secreto de los Stones. El auténtico pacto con el diablo. Lo dice Chuck Klosterman en Fargo Rock City: Pero también hay un segundo motivo para la eterna juventud de los Stones, que es el que nos lleva a la teoría de David Giffelds. Cualquier musicólogo pop les dirá que los Rolling se labraron un hueco en la historia del rock por su adopción del blues. Incluso si todos los Stones hubieran muerto en 1973, seguirían siendo importantes en un aspecto sonoro. Son el epítome de la banda británica de blues blanco; Cream, Led Zep y los primeros Fleetwood Mac llevaron el concepto más allá; pero los Stones fueron la fuente. Conectaron a Howlin’ Wolf con Bill Haley y Jagger restregó esa combinación contra la entrepierna del mundo occidental. Puede que fuese un gran espectáculo, pero lo más importante siempre fue el blues. Si los despojas de todo lo demás, los Rolling Stones son simples músicos de blues […]. En otras palabras, los Stones viven de tocar blues. En consecuencia, pueden envejecer y seguir siendo relevantes. Pero sí existe un ingrediente más. La forma en la que bailó Jagger en “Midnight
Rambler” no se comparaba a nada en la noche. Y a muy pocas cosas dentro del mundo del rock. He acudido a cientos de conciertos y en ninguno se despliega la energía que Jagger derrocha en esta canción. Una rola de 1969 pero que suena tan actual. Por las mismas razones que menciona Klosterman. Varios minutos Jagger se sacudió en el escenario a una velocidad nada atribuible a su edad. Además de la soltura asusta el dominio que exhibe sobre su cuerpo. No se está zangoloteando simplemente, baila como sólo lo hacen los grandes: como lo hizo Elvis. Y entonces vino el momento estelar de la noche. Jagger camina por la pasarela con Richards detrás. Y en un punto se detienen. Y Jagger se agachó un poco. Y por detrás Richards luce como su escudero. Y esa es la razón por la cual los Stones son indestructibles. Porque Mick y Richards son la pareja más sólida del rock & roll. Y se saben indestructibles. Y esta pose, uno detrás del otro, en franca posición de manada es lo que los eleva por encima de otras parejas del rock. Más grandes que PagePlant, Daltrey-Townshend y por supuesto de Lennon y McCartney. Los Stones son la locura. “Miss You” metió al Foro entero a la pista de baile. Se extrañaban canciones. En silencio se esperaban “Emotional Rescue”, “Beast of Burden” y tantas otras, pero la gente no conseguía dejar de bailar. “Miss You” fue un estallido que sacó al Foro del trance blues y de “Midnight Ramble”. La gente despertó y movió el cuerpo sin tregua. No se sabe cómo han soportado las estoicas viejecitas que continúan en sus lugares. Y que no se van a marchar hasta el final. Hasta darlo todo. Como los Stones mismos que no estaban dando un concierto complaciente, pese a interpretar éxitos. Es la número doce. Una canción del Some Girls. De 1978. Que no pertenece a la estirpe de “Paint it Black”, de “She’s a Rainbow”, pero que igual disparó a las viejitas hacia la epilepsia. Y no sé qué ocurría en otras secciones del Foro Sol. Pero estaba rodeado de viejecitas por todos lados.
CHISPAS EN EL ESCENARIO Los acordes de “Gimme Shelter” me recordaron a Los infiltrados de Martin Scorsese. No puedo escuchar esta canción sin pensar en la película. Es otro momento Jagger. La corista recorrió toda la pasarela y se situó en el extremo. Mick la alcanzó y se desarrolló otro de los highlights del concierto. Mick y la corista se enredaron en un duelo de voces y una danza alrededor uno de otro. Y sí, Jagger no es negro. Pero le faltó el respeto con la voz a su corista. Quien alcanza unos tonos más elevados. La madurez en la voz de Jagger la desbancó. Es la cumbre de lo que había ocurrido todo la noche. La voz de Jagger es un instrumento más en los Stones. Y la discusión en la pasarela es electrizante. Y eriza la piel. Para saltar a otro cañonazo: “Jumping Jack Flash”. Saltaron otra vez chipas por encima del escenario. Todo el Foro Sol saltó. Y Jagger volvió a desplazarse por el escenario. Y pienso que si yo corriera todo lo
rumbo de la música. El último y el más grande. Que ha desafiado todas las leyes. Las bandas de rock no son para perdurar. Lograr que una banda envejezca como lo han hecho los Stones es punk puro y duro. La canción se acabó y los Stones desaparecieron del escenario. Las luces se apagaron y comenzó la gritadera, la chifladera, que no duró lo suficiente. Para su encore la banda mandó a un emisario.
UNA LECCIÓN DE ROCK & ROLL
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“‘MISS YOU’ FUE UN ESTALLIDO QUE SACÓ AL FORO DEL TRANCE BLUES Y DE ‘MIDNIGHT RAMBLER’. LA GENTE DESPERTÓ Y MOVIÓ EL CUERPO SIN TREGUA." que él ha corrido esta noche me daría un infarto. Es la canción que eligió Hunter S. Thompson para musicalizar la versión cinematográfica de Miedo y asco en Las Vegas. El clásico stoniano por excelencia después de “Satisfaction”. Se echaban de menos un montón de canciones pero al parecer no faltaba ninguna. Porque la siguiente fue “Sympathy for the Devil”. El Foro Sol se contoneó malignamente mientras en las pantallas aparecieron unos efectos con la estética del Dr. Lakra. En el fondo sospechábamos que nos acercábamos al final. Pero Jagger lucía enterísimo. Al concluir la canción otro chisguete de fuegos artificiales salió disparado. Tocó el turno a “Brown Sugar”, para bajar el ritmo, pero sólo un poco, porque la audiencia no paraba. El blues había tomado la ciudad. Todas aquellas viejecitas congregadas con seguridad no habían probado la heroína. Y quizá no sabían que la canción hacía referencia a una droga. Pero eran capaces de sentir el influjo del blues. Y se dejaron llevar. Incansables como el mismo Mick. Y aunque entre el público había muchos jóvenes, aquellas viejitas viajaban sin nietos. Decididas a como dice Klosterman “adorar a Jagger” porque es el único que queda. Sí, el único de una estirpe de bluseros blancos que cambiaron el
Una luz azul iluminó a un coro de adolescentes. Que gospeleban los versos de “You Can’t Always Get What You Want” como en la versión original. El coro completo trepado en el escenario. Algo totalmente inesperado y muy emotivo. El 14 de marzo se esperaba cualquier cosa de los Stones. Menos que sorprendieran con un acto tan bello como ése. El Foro entero se estremeció y parecía que el tiempo se había detenido. Era imposible reconocer si estábamos en 1969 o en 2016. Los Stones nos habían dado una lección de rock & roll. Literalmente se estaban arrancando un pedazo de piel, lo estaban dejando ahí en el escenario. Entonces poco importó si saben que Olé no forma parte de las expresiones latinoamericanas, si se trataba del escenario pequeño. Lo único que importaba era la música. Y uno no siempre puede conseguir lo que quiere en la vida pero a veces oír a los Stones en vivo basta. Fue un enorme regalo de parte de la banda. Y las críticas alrededor del grupo se olvidaron. Si eran los nuevos abanderados de la libertad de expresión, etcétera. La música lo borró todo. Sonó “Satisfaction” y la calma y el hipnotismo que había instaurado el coro se evaporaron. El descontrol regresó. Mick no acusaba ningún síntoma de cansancio. Ni en la voz ni en el cuerpo. Como si el concierto apenas comenzara. Su arrugada piel lo mantenía en pie. No le dolía nada. A diferencia de las viejitas, que seguro llegando a sus casas se bañaron en árnica, pero que no se rajaron en el Foro. “Satisfaction” llegó a su fin y la banda completa se abrazó e hicieron una reverencia al frente. Luego sólo los cuatro Stones abrazados la repitieron. El escenario se oscureció y varios minutos de fuegos artificiales fueron la coda de una noche inolvidable. Con esas luces los Stones le ponían fin a un concierto memorable. Y como ha ocurrido en el pasado: los Stones no defraudan. Asusta el nivel de profesionalismo, historia de drogas incluida. Las luces del Foro no se encendían. Varios minutos la gente no se movió de sus lugares. Hasta que sonó música por los altavoces y se prendieron las luminarias. Entonces fue obvio que no regresarían para un segundo encore. Las hordas de rollingas nos dirigimos a la salida con la satisfacción de haber constatado que los Stones nunca nos van a fallar. Como banda de rock son más grandes que los Beatles. No se van a separar ni muertos. Pero la edad, más que nunca, ha comenzado a marcar un reloj en cuenta regresiva. ¿Seguirán activos los Stones otra década? ¿Volverán a México? ¿Tendremos que esperar diez años para saberlo? Ojalá sea menos. C
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Esta semana se conmemoró una década del fallecimiento de Salvador Elizondo (1932-2006), un autor que mantiene su presencia en librerías y a su vez el aprecio de nuevos y viejos lectores. En estas páginas se enfoca un ángulo poco atendido: la pasión de Elizondo por la pintura —que siempre reconoció como una vocación fallida—, evidente en el gusto por algunos pintores mexicanos de su tiempo.
S A LVA D O R E L I Z O N D O Y L A PINT UR A DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN
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n torno al año 400 a. C. el célebre pintor Parrasio de Éfeso, de quien se dice que inventó la pornografía por haber pintado desnuda a la prostituta Teodotea, compró un esclavo anciano con el fin de pintar un Prometeo que los ciudadanos de Atenas le habían encargado para el templo de Atenea. Se trataba de un Prometeo agonizante, de modo que mientras Parrasio preparaba sus colores y aglutinantes, un verdugo preparaba látigos y clavos para torturar al anciano. El esclavo sufría, pero a Parrasio su expresión no le parecía suficientemente dramática; quienes observaban la escena se apiadaban del anciano, sin embargo se trataba de un esclavo por el cual el pintor había pagado un precio justo. Así que pidió que lo torturaran más, las súplicas, las lágrimas no detenían al pintor; al final, en el instante de la agonía, el anciano gritó: ¡Me muero! El pintor contestó: ¡Quédate así! La condición esencial de la tortura es su antítesis: el sacrificio de quien la sufre. Sólo la relación que existe entre los amantes es tan estrecha y solidaria como la que existe entre el supliciador y el supliciado. El verdugo representa el extremo inquietante del compromiso. El artista da testimonio de ese polo. Estas palabras que parecen dedicadas justo a ese momento entre Parrasio y su esclavo anciano, en realidad fueron escritas por Salvador Elizondo ante la obra de Alberto Gironella. No sé si Elizondo conocía la historia de Parrasio, pero todos sabemos que conocía la tortura del Leng Tch’e sobre la que gira su obra más importante, Farabeuf. Para Elizondo, la pintura, la intervención quirúrgica, el coito y la tortura, estaban extrañamente relacionados. Tenían un mismo origen y buscaban los mismos efectos. ¿Cuáles?
LOS QUE AMAN LA PINTURA SON SOSPECHOSOS En su Autobiografía precoz de 1966, Elizondo escribe que luego de terminar la preparatoria,
Francisco Corzas: Músicos 67. Acuarela, tinta y óleo sobre papel. 1967.
cometí el error de aspirar a ser pintor. Ese error duró varios años, y mi carencia absoluta de talento me demostró, a la larga, que había yo estado perdiendo el tiempo. [...] Mi pintura pecaba, en general, de un filosofismo tremendista, realizado con una pobreza extrema de imaginación y de habilidad técnica. Un día, en una entrevista que le hice al pintor Arnaldo Coen, me contó un diálogo con Salvador Elizondo que reproduzco de memoria: —¿Y tú qué haces? —preguntó la voz nasal de Salvador Elizondo, que Coen imita a la perfección. —Yo soy pintor —contestó Coen con la suficiencia de un joven que acababa de salir de la adolescencia. —Ah, entonces conoces a Uccello. —Claro, gran pintor del quattrocento. —¿Has visto la B atalla de San Romano? —Sí —contestó Coen, aunque sólo la conocía por reproducciones.
—Pues al verla, colgué los pinceles. Elizondo pudo haber colgado los pinceles, pero jamás dejó de interesarse por las artes gráficas, sus textos sobre Alberto Gironella, Francisco Corzas, Sofia Bassi y Vicente Rojo dan cuenta de ello. Sin embargo, Elizondo se interesaba en ellos de maneras muy particulares. Para empezar, detestaba mirarlos desde la perspectiva de la historia del arte, reseñar “las mejores obras en aras de una continuidad inventada para explicar algo que si no fuera explicable, no tendría mayor interés” (“Federico Cantú”). Sus reflexiones estaban condicionadas por “experiencias de apreciación artística reales” (ibíd.). ¿Cuáles podían ser estas experiencias? Ninguna otra que las de su propia vida intelectual: haber visto otras obras, haber leído y viajado, haber intentado pintar y haber escrito. Si no le interesaba la historia del arte era porque “la obra de arte no evoluciona sino que degenera hacia la alucina-
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“ELIZONDO FRENTE A LA PINTURA NO SE CONFORMABA CON IDENTIFICARLA O COLOCARLA DENTRO DE LA HISTORIA DEL ARTE, ‘ESO LO PUEDE HACER CUALQUIERA’.”
Vicente Rojo: Señal antigua no. 10. Óleo sobre tela. 1967.
ción” (“Gironella”). Dicha alucinación era el último estado de un largo proceso de comprensión —como es el último estado que alcanza la víctima del Leng T’che—: lo que más le interesaba a Elizondo en todos los lugares vistos y oídos, leídos o imaginados, eran los modos, los rasgos, los signos palpables de inteligencia. Frente a la pintura no procedía de otro modo, lo que buscaba en un pintor era su inteligencia. En eso, como en tantas otras cosas, seguía los preceptos de Paul Valéry: “No conozco arte alguno que implique mayor inteligencia que el dibujo”, escribió en Degas Danza Dibujo, “¿Quién no calibra el intelecto y la voluntad de Leonardo o de Rembrandt tras examinar sus dibujos? ¿Quién no se percata de que hay que situar a uno entre los mejores filósofos y al otro entre los moralistas y los místicos más interiores?” Como Valéry, Elizondo buscaba más que un diálogo con la obra, una exégesis, de este modo, intentaba llevar sus reflexiones hasta el extremo, es decir, hasta el delirio con tal de alcanzar el conocimiento “que se obtiene de la contemplación de un suplicio, de la ingestión de una droga, de la realización erótica” (“Gironella”). Caravaggio afirmaba que “un cuadro es una cabeza de Medusa. Podemos vencer el terror mediante la imagen del terror. Cualquier pintor es Perseo”, pero también Perseo es el crítico que se enfrenta a esa imagen del terror que ha dejado un pintor. Para Elizondo la pintura era una cuestión de ideas: Quién duda que Las Meninas es 87216 centímetros cuadrados de instante, pero quién duda, también, que esos 87216 centímetros cuadrados de instante son todos misteriosos. La crítica es la aceptación del reto que nos supone ese misterio. Y no se trata,
ciertamente, de un desciframiento, sino del análisis de un poema. (“Gironella”, el subrayado es mío). Ahí está su método; como si se tratara de un investigador frente a un crimen, Elizondo acepta el reto no de descifrar, la pieza no es un jeroglífico, sino que exige herramientas de epistemología, el bisturí de la inteligencia. “Los que aman la pintura son sospechosos”, escribe Pascal Quignard. Sin duda, pero sospechosos ¿de qué?. Una brevísima digresión antes de continuar: en su Cuaderno de escritura, cuya primera edición de 1969 se debe a la Universidad de Guanajuato, los textos sobre artes plásticas (“Gironella”, “Francisco Corzas”, “Sofía Bassi y los continentes del sueño”, “Vicente Rojo”) reunidos bajo el título general de La cosa mental —que desde luego es un eco del famoso dictum de Leonardo: “La pintura es una cosa mental”— están dedicados a Juan Rulfo. ¿Por qué?, ¿habrán visitado juntos el estudio de algún pintor? Es una dedicatoria que hace volar la imaginación.
UNA METAFÍSICA “En todo problema filosófico serio, la incertidumbre se extiende hasta las raíces mismas del problema. Se debe estar siempre preparado para aprender algo totalmente nuevo”. No es en vano hacer notar que este fragmento se encuentra en las Observaciones sobre los colores (Capítulo I, fragmento 15), de Ludwig Wittgenstein; este era el mismo problema al que Elizondo se enfrentaba al ver, por ejemplo, la obra de Vicente Rojo: La pintura de Vicente Rojo se inscribe ya, ajustándose a ella con una congruencia perfecta, dentro de la extensión precisa de lo que abarca el mirar la pintura como una operación o un juego puros.
Este juego se ha jugado desde que Baudelaire comenzó a escribir sobre la pintura de sus contemporáneos. Así, para Roberto Calasso, “La crítica de arte que practicaba Baudelaire era metafísica camuflada” (La Folie Baudelaire). Y Elizondo sabía ver en la pintura un contenido “metafísico” en medio de esa “gran desesperación de la especie que es su evolución” (“Francisco Corzas”). ¿Dónde está el puente que lleva de la pintura a la metafísica? Para Valéry “hay una relación recíproca de las más importantes entre nuestro pensamiento y esa maravillosa asociación de propiedades siempre presentes que la mano nos anexa”, así a cada uno de los actos de la mano le corresponden funciones precisas de la inteligencia, frente a “poner; coger; apresar; colocar; asir; posar” tenemos “síntesis, tesis, hipótesis, suposición, comprensión” (“Discurso a los cirujanos”). Del mismo modo en que la cirugía es el arte de las operaciones, la mente es el lugar de las operaciones intelectuales, y en la pintura se cruzan ambos: “se trata tal vez de una manualidad que transcribe los signos abstractos e invisibles que la mente formula como ideas puras” (“Vicente Rojo”). La pintura, la intervención quirúrgica, el coito y la tortura, son operaciones de la mano tanto como lo son de la mente, los que aman la pintura son sospechosos de querer ver esas operaciones, acaso de practicarlas —¿sólo con la mente?—, de querer ver lo que no se debe, de espiar entre las cortinas o por el ojo de una cerradura el crimen, el sexo, la tortura quirúrgica. Elizondo frente a la pintura no se conformaba con identificarla o colocarla dentro de la historia del arte, “eso lo puede hacer cualquiera” (“Francisco Corzas”), Elizondo veía en la pintura un escenario donde se interpretaba la ceremonia que más le obsesionaba y que incluía todos estos ejercicios que llevaban al delirio, a la alucinación, es decir, a romper la realidad para ver algo más. Para él, “toda obra de arte es el origen de un delirio. Si no lo es, ha fracasado” (“Gironella”). Queda una íntima pregunta: ¿veía Elizondo en la pintura lo que quería ver, es decir, sus propias obsesiones, o de verdad Gironella y Rojo, Corzas y Bassi parecían remontarse a la escena primigenia de la pintura, la de Parrasio y su esclavo olinto? La respuesta está a la vista: hay que ver ese destazamiento de formas, de intenciones ópticas y psicológicas que Gironella lleva a cabo con las obras de Velázquez y del Greco; hay que ver con atención los cuerpos quebrados, borrados o reducidos a un confinamiento que pintaba Corzas (y que en alguno de sus cuadros lleva el título premonitorio de La empaquetada); hay que intuir las operaciones de lenguaje e ideas en los signos luminosos de Vicente Rojo para saber que Elizondo tenía buen ojo, el ojo del pintor.
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Una vertiente notable de la lírica mexicana es el poema en prosa —una especie de relato señalado por una densidad poética distinta. En esa línea puede leerse esta muestra que forma parte de Anamnesis, a punto de circular en librerías; es la opera prima de Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993), cuyas publicaciones en revistas nacionales y extranjeras aparecen en antologías diversas, entre ellas Poetas parricidas (ambos títulos bajo el sello de la editorial Cuadrivio).
“ L A M UJ E R M Á S F E L I Z DEL M U N DO” CLYO MENDOZA
M
i abuelo le mostró a mi abuela su rojo cuando ella tenía catorce años, ésa fue la noche de bodas. No quedó embarazada hasta un año después de que su primera, verdadera sangre llegara a ella una noche en que mi abuelo no estaba. Luego dio como fruto más de una decena de hijos y un par de niños muertos. Antes de eso, su sangre se había mantenido dentro de ella a pesar de rasguños de arbustos y caídas: sus heridas siempre eran sólo una mancha color salmón brillante, una rosa. Se acaricia las manos, veo las pecas en la dorsal de sus manos, sus uñas áridas y blancas. Una arruga larguísima atraviesa de su cabeza hasta el final de su dedo anular. Siempre parece que está llorando, tiene agachada la cabeza y el brillo y la nube en sus ojos parece venir desde el centro de su cuerpo donde, imagino, hay un aljibe. Mi abuela, contenida, toma asiento mirando aún hacia el piso mientras sus hijas la bajan con abrazos parcos y violentos hasta inclinarla. Sus hombros están húmedos, sus hijas gritan. Mi abuela tiembla por frío, comienza a ensordecer pero soporta, sentada y rendida, a las hijas que aúllan encima de ella porque en la cama que está junto a nosotras mi abuelo acaba de morir. uuu Después de nacer muerto su primer hijo, Ofelia cayó en un sueño blanquísimo. Su esposo, un pintor entristecido que había soñado con ser músico, dibujó alrededor de ella un círculo de cal por recomendación de un brujo. El hombre untaba por ella la crema con agua de rosas en sus pechos y el eucalipto en sus piernas y Ofelia, desnuda y clara, era como un faro aluzando. La hemorragia duró tres noches, luego ella despertó ahogada en llanto y se limitó a permanecer sentada en una silla mirando sus manos. Él llegó a ella desde atrás, besándole la espalda, besando el cuello, metió sus brazos dentro de la blusa y apretó tanto cuanto pudo el cuerpo oloroso de su mujer que seguía ida y silenciosa. La llevó al cuarto en brazos y atravesó de un golpe su cuerpo. La estocada rompió algo en Ofelia, que gritó escupiendo el rostro de su esposo; él tuvo que retirarse de ella, sucio, con los ojos abiertos de
Balthus: La falda blanca. Óleo sobre tela. 1955.
“LA ESTOCADA ROMPIÓ ALGO EN OFELIA, QUE GRITÓ ESCUPIENDO EL ROSTRO DE SU ESPOSO; ÉL TUVO QUE RETIRARSE DE ELLA, SUCIO, CON LOS OJOS ABIERTOS DE UN VENADO QUE HA SIDO SORPRENDIDO A MITAD DE UN CAMINO POR EL BRILLO DE UN AUTO.” un venado que ha sido sorprendido a mitad de un camino por el brillo de un auto. uuu El hambre siempre fue primero. Comer por mera disciplina, mero sobrevivir por costumbre. Ofelia trabaja de esto y lo otro, con el descubrimiento del naufragio guardado en su vientre. Y calla y sonríe y es para el mundo, Ofelia. Ahora deforme, ahora roca, luego dos segundos espíritu. Ofelia, pedazo de Dios, pedazo de ruido. Quizá su niño siempre estuvo huérfano. Renuncia al milagro, al futuro y bebe agua pero igual se comería al mar si pudiera. Conoce otras rabias, otros iguales a ella, que van y vienen, y esto y aquello, todos en la
antesala de la muerte, todos con los pies mordisqueados por la mujer del abismo. A veces Gabriel aparece en sus sueños con un traje de playa, parece Jesucristo. Otras veces aparece, tirano encantador, poniendo gotas en el trago de Ofelia para que se duerma pero oiga, huela, sufra el penetrar de los hombres que Gabriel ha invitado a gozar. Y Ofelia reconoce que eso es un recuerdo, no un sueño. Prefiere dormir en el abrazo de una droga que le haga perder la memoria. Sueña que las tentaciones de los otros la han llevado a la ruina, la blancura de una cabeza enterrada en su cérvix, el arrullo de plumas. Sueña que al mirar su rostro en el agua le rebota siempre Gabriel. Que el suyo ha quedado para siempre en la leche violenta.
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ÚLTIMA CARTA En lugar de fecha, la carta dice: Esto fue escrito para ti, abuelo, el día en que a los santos en los templos les vendan los ojos para que no miren la crucifixión.
Abuelo: He sabido cosas de ti que no me gustan. Tendré que dejar de escribirte. Mi madre me lo ha contado todo. No es Gabriel la primera persona que mata a alguien que lo ama. No es la última. Quiero devolverte tu nombre original. No más abuelo. Te regalo la última noticia de este día: Anoche hubo una protesta de gente con flores pegadas en sus costados. Un grupo de militares asesinó a cualquier persona que llevara una flor a treinta kilómetros a la redonda. El saldo: Cincuenta y siete muertos que se pudren bajo el sol para advertir a los marchantes. Más de diez eran niños.
Balthus: Tres hermanas. Óleo sobre tela. 1963-1964.
NO MIRARÉ EL LUGAR DONDE FUIMOS FELICES Ofelia había despertado dándole la espalda a Gabriel y él la abrazaba de la cadera con el rostro fiel a su espina dorsal. Él se levantó a las siete de la mañana y se bañó. Ofelia soñaba que su madre lloraba en un sótano. Aparecía canosa y arrugada y aseguraba que estaba embarazada de su último hijo. Ofelia tocó su vientre. Definitivamente había algo dentro. Mientras la madre más lloraba más envejecía, hasta que cayó al piso convertida en un pedazo de piel. Los poros eran finas montañitas como almenas. Sus huesos habían caído primero, parados como estacas. Con el filo se había abierto en tajos la belleza de su madre. Sus ojos seguían abiertos, con los cuencos llenos de palomillas. En los sueños no existe la culpa, así que Ofelia se alejó escuchando a su hermano llorar todavía ceñido al vientre. A cada paso sabía que al cadáver de su madre se sumaba el de su pequeño verdugo. Salió caminando del sueño. Abrió los ojos y escuchó las suelas de goma de Gabriel sobre la duela del pasillo. Iba hacia ella, se subió a la cama, como solía hacerlo a esa hora, con el cabello goteando agua perfumada. —Nos vemos en la tarde. —No, por favor, algo malo va a pasar, no te vayas. Él se quitó los zapatos y la abrazó. Se hace tarde, se hace tan tarde. —Deberíamos hacer el amor todo el tiempo ahora que ya no podemos perder nada. Ella se ríe y se recoge en su pecho. De su portafolios saca la foto del ultrasonido: una almendra blanca entre el tejido de venas, el hijo soñando.
—Este es apenas su corazón. —Y un poco de piel y huesos milimétricos. Se abrazan. —Soñé que este niño se parecerá a ti. Mintió Ofelia.
ME HAN SACADO DEL MUNDO Mientras la lumbre me cantaba, mientras rodaba abrazada por mi hijo hasta caer con él en el océano, tuve mi último sueño: Mi madre me hacía señas desde un rascacielos, en lo alto vi su mano agitarse, oía su voz como si me hablara al oído diciendo: —Hija, ven aquí, tengo que presentarte a la mujer más feliz del mundo —yo me reí mucho. ¿La mujer más feliz del mundo? ¿Cómo alguien puede saber quién es la mujer más feliz del mundo? —No te creo, mamá, perdóname pero no entiendo cómo alguien puede saber eso —mi madre estaba exaltada.
Balthus: Paciencia. Óleo sobre tela. 1955. Detalle.
“ANOCHE HUBO UNA PROTESTA DE GENTE CON FLORES PEGADAS EN SUS COSTADOS. UN GRUPO DE MILITARES ASESINÓ A CUALQUIER PERSONA QUE LLEVARA UNA FLOR A TREINTA KILÓMETROS A LA REDONDA.”
—Está en todos los diarios, Ofelia, en todos los canales, en todas partes dicen que ella es, y está acá arriba. Sólo ven, Ofelia, te juro que es la mujer más feliz del mundo. Subí el rascacielos en un elevador de cristal desde donde podía ver montañas azules. El cielo de siempre era una armadura de agua en la que viajaban minúsculos caballos de piernas tronantes, sus colas dejaban un eco de claveles rojos. Cuando entré a la habitación, mi madre observaba a una mujer que estaba de espaldas viendo un jarrón pintado por mí cuando era niña. —Pero qué trazo, qué precisión —decía la anciana—. Esto es tan bello. Las tres estábamos solas en esa habitación, blanca, llena de ventanas desde donde se veían cerros cubiertos de pétalos y niebla. Mi madre sonreía como nunca, me hacía señas para que me atreviera a hablarle. Yo sólo estaba parada a espaldas de la vieja, que tenía puesto un suéter de estambre color menta. La anciana volteó para abrazarme. —Hola, hija, ¿cómo te llamas? —Ofelia. Mi madre interrumpió para decir: —Anda, pregúntale lo que quieras, ella es la mujer más feliz del mundo. Sin atinar a preguntar nada más, segura de que efectivamente esa era la mujer que aseguraba mi madre (lo sentía en todos mis huesos: todas mis ruinas se unieron en un reino de polvo) sólo quise preguntarle: —Señora, ¿hay inconvenientes con ser la mujer más feliz del mundo? Afuera se nubló. Mi madre asentía con su cabeza, la anciana dejó de sonreír. —Querida, sí, hay un problema con ser la más feliz: si veo luces artificiales mis ojos se queman. Se convierten, sin cura, en dos manzanas de carbón. Así caí al fondo del océano, justa como un sueño, encerrada en una gota infinita, mi hijo, que me arrullaba con la canción de calcio de los muertos.
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Por
FRANCISCO HINOJOSA
LA N OTA NEGRA
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LO S N O M B R E S D E LO S G ATO S
@panchohinojosah
N
o soy un gatófilo por decisión propia, a pesar de haber tenido y tener muchos gatos en mi vida y de ser amigo de varios que lo son con creces. Y no lo soy porque prefiero cuidar seres humanos que animales. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones he sido yo quien termina cuidándolos y encariñándose con ellos. Y me agradan especialmente porque son más independientes que los perros y menos demandantes, aunque también he tenido muchos perros. Más bien diría que soy felinófilo y canófilo por herencia. En Grecia los gatos abundan. Se encuentran por todas partes. En la Acrópolis, en Delfos, en los conventos de Meteora, en Kalambaka, en Mikonos, en las calles y plazas de Atenas. Exhiben su ciudadanía con la seguridad de quien forma parte imprescindible de la polis. Están acostumbrados al contacto con el hombre y se dejan ver en toda su elegancia. Según cuenta Heródoto, algunas parejas de gatos fueron traídas de contrabando por marinos fenicios desde Egipto —en donde se consideraban seres sagrados—, ya que estaba prohibido su comercio con fines de exportación. Primero para acabar con la plaga de ratas y ratones que amenazaba sus cosechas, dado su prestigio como buenos cazadores, y luego como animales de compañía. Antes eran las comadrejas y los hurones los encargados de cuidar el campo, que fueron fácilmente reemplazados por los felinos ya que eran más dóciles y limpios. Más tarde los propios griegos se encargaron de expandir
Las Claves
COMO MUCHOS DE LOS GATOS GRIEGOS, AUNQUE VIVAN EN LAS CALLES, SU CUIDADO ES COLECTIVO.
su presencia en los países mediterráneos. Una leyenda urbana dice que los gatos griegos provienen de Bizancio: en la basílica de Santa Sofía en Constantinopla uno de ellos dio caza a un roedor que estuvo a punto de caer en un cáliz. Desde entonces, hace veinticinco siglos, los felinos obtuvieron el derecho de poblar las iglesias griegas y de ser siempre bien recibidos. Como bien dice T. S. Eliot en El libro del Viejo Zarigüeya de los gatos pragmáticos ponerles un nombre “es un asunto delicado / no es un simple pasatiempo”. Suelen tener tres nombres distintos: primero el familiar “como Pedro, Augusto, Alonso o Jaime”, aunque también pueden ser más imaginativos, “como Platón, Admeto, Electra, Deméter”. El segundo tiene que ser exclusivo, individual, uno que los distinga de todos los demás; Eliot propone “Mankustrap, Quaxo o Coricopat / Bombalurina, o bien Jellylorum”. Y el tercero es un nombre secreto, inconfesable, que solo cada gato conoce y que está vedado al entendimiento humano: “su inefable, efable / efinefable / profundo e inescrutable nombre único” (traducción de Alberto Girri). “Mínimo tigre de salón”, como lo describe Pablo Neruda en una de sus odas, el gato griego es omnipresente en Grecia. No le teme a las cámaras de fotografía: dueño de su papel protagónico, posa con desenfado. Tampoco a las caricias que propios y extraños le prodigan. Nora, nuestra anfitriona en Atenas, sale por las noche a alimentar a al menos doce gatos que viven en los alrededores de su casa. Todos tienen
nombre (Parlanchín, Rurris, Tulis, Nostradamus, Thalia, Lola, Rico, Marcos, D’Artagnan, Nikolakis, Aspruklis, Magrula) y siempre la esperan porque saben que a la misma hora aparecerá con una bolsa cargada de croquetas. Son suyos y de sus vecinos: como muchos de los gatos griegos, aunque vivan en las calles, su cuidado es colectivo. Hoy regresó uno a su casa de asfalto luego de haberse sometido a una operación en un hospital veterinario. Hace dos años Pere, esposo de Nora, se encontró en la calle uno recién nacido y lo adoptaron ambos para tenerlo consigo. Hubo que alimentarlo con un biberón para que subsistiera. Se llama Félix y como sobrenombre catalán al que también responde, Gatet. Seguramente ninguno de los otros, los homeless, se acostumbraría a vivir bajo el cobijo de un hogar que no sea el que ha hecho suyo en las calles, ahora entre los andamios que ocupan buena parte de la catedral que está en reconstrucción luego del sismo de 1999 en la Plaza Mitropóleos.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
DENTRO DE LA TRADICIÓN hispana, Calaita Flamenco Son ha innovado la sonoridad del flamenco fusionando la fuerza vocal, el virtuosismo guitarrístico, la intensidad de la percusión y los silbos sincopados de flauta y saxofón. Agrupación integrada por Chico Pere (voz, guitarra), Glenn Sharp (guitarra), Leo Paredes (cajón), Diana Castro (vocalista), Matt Nickson (flauta, saxofón) y el invitado Gavin Barras (bajo). Resonancias de tangos, alegría, seguiriya, rumba, guajira, bulería, colombiana… Calaita Flamenco Son (Riverboat Records, 2014): álbum de prosodia híbrida en que se conjunta lo ibérico con el mestizaje del son afrocaribeño, consonancias africanas, hilvanes de soul, halos funkeros y salpiques de jazz. Diez composiciones marcadas por el espíritu flamenco abierto a todos los patrimonios de la corriente World Music. Trabajo conjuntado con el virtuosismo de los instrumentistas y el donaire de la
cantaora Diana Castro y el cantaor Chico Pere. “Nuestro primer fonograma, hemos trabajado con todas las posibilidades que brinda el flamenco en su nobleza rítmica. Consonancias de saxofón y flauta dialogando con guitarras, percusiones y voces. Abordamos los acentos del son cubano en fraternidad con la riqueza rítmica de los géneros cubanos: huellas del guaguancó, la guajira e incluso guiños al mambo. Propuesta heterodoxa, pero respetando las cepas flamencas”, ha dicho el director de Calaita, Chico Pere. Fandango de una primera ronda integrada por “Muy ocupada” (Chico Pere/ Glen Sharp): guitarras en diálogo consonante y fraseo atinado de Pere; “Entre El Tardón y Triana” (Pere/Sharp): alegría de propuesta fiestera en cantes de Cádiz de provocativa invitación bailable; “Un mensajito” (Pere): palo de tango con cadencioso silbo de sax tenor en contrapunto con las guitarras; “Quédate con
Tus Anillos” (Pere/Sharp): palo en seguiriya de auténtica recitación flamenca; y “Tu Mirada Flamenca” (Pere): exposición redundada de incitantes cantes. Segundo recorrido con “El puente” (Pere/Sharp) y la cadenciosa “Si tú me cantas la Caña”: palo de guajira de total consonancia cubana —tentadora pista del álbum por su correspondencia con tradiciones bailables cubanas—; “Rumba del Siete” (Pere/Merigui): palo de rumba contiguo a medidas acompasadas afrocubanas; “Qué lejos está Japón” (Pere/ Sharp): palo de bulería en bulliciosa oratoria respaldada por apremiante y jubiloso entone; “Una mujer como tú” (Pere/ Sharp): palo de colombiana apegado a la autenticidad flamenca con singular ejecución. Incitaciones armónicas-rítmicas de realces instrumentales: palmas/percusiones en conexiones de compases contrarrestados, recitaciones legítimas, guitarras fieles y flauta/sax en cómplices soplos jazzísticos.
CALAITA FLAMENCO SON
Artista: Calaita Género: Flamenco Jazz Disquera: Riverboat Records, 2014
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CARLOS HAGERMAN
LA HONESTIDAD COMO PUNTO DE PARTIDA Este fin de semana se estrena El patio de mi casa, del director, productor y actor Carlos Hagerman (Ciudad de México, 1966), una historia que parte de las siguientes preguntas: ¿cómo se prepara uno para la muerte?, ¿qué significa el éxito? De esta
historia, que presenta en primer plano la vida de los padres de Haggerman, nos habla el también editor, quien en 2002 recibió el Ariel con su trabajo en De la calle. Carlos Hagerman es maestro en dirección de cine por la Universidad de Nueva York, y ha sido
galardonado en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, DocumentaMadrid, Los Ángeles Film Festival y el Festival de Biarritz; junto a Juan Carlos Rulfo, realizó Vuelve a la vida, su segundo largometraje documental.
Por
ESGRIMA
¿La familia es una de tus obsesiones cinematográficas? Siempre me han gustado las historias de familia, como lo reflejo en Vuelve a la vida (2010) o Los que se quedan (2009). En El patio de mi casa quise contar la historia de mi familia y partir de ahí para hablar sobre el puente que necesitamos establecer entre dos realidades: la ciudad y el campo. También quería hablar de lo que se siente tener una satisfacción al final de tu vida profesional. La película fue rodada en una comunidad muy cerca de donde filmamos Los que se quedan, con gente que conocíamos desde hace muchísimos años. Retrato una misma comunidad pero desde otro punto de vista. No abordamos la historia desde una temática como la migración, sino que vamos y les hacemos preguntas sobre el legado que ellos quieren dejar. Te atraen los contrastes a través de temas como la educación y el nivel socioeconómico. Creo que tenemos que acercarnos más a los contrastes. En México hay muchos documentales que nos hablan, desde la denuncia, de las cosas que están sucediendo, de lo que está mal. Esos trabajos son muy importantes porque nos obligan a enfrentar los problemas que vivimos en el México de hoy, pero esta vez quise abordar una historia esperanzadora sobre México. Ese contraste también lo necesitamos. Debemos conocer a gente que inspire a quienes también están haciendo cosas para que esta realidad cambie. Aunque no haces propiamente un “cine de denuncia”, un artista siempre denuncia algo. Sí, pero necesitamos complementarlo con otro tipo de denuncia, como la de mostrar a esta gente que hace cosas por cambiar. Pero por cambiar al país, para tener un
ALICIA QUIÑONES mejor México. Resulta muy difícil ponerte a contar una historia positiva, de amor, una historia llena de admiración, porque vas casi contra la corriente.
NOS PASAMOS UNA GRAN PARTE DE NUESTRA VIDA BUSCANDO UN ESPEJISMO DEL ÉXITO, ENTENDIDO DESGRACIADAMENTE COMO SINÓNIMO DE FAMA Y FORTUNA, ES DECIR, DE QUÉ TAN IMP ORTANTES SOMOS.”
Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
¿Cómo la ha recibido el público frente a panoramas tan desalentadores o violentos en nuestro país? La respuesta ha sido muy buena. Es un película que puedes ir a ver con la familia, y te dan ganas de salir y seguir platicando con tu familia sobre tu familia. ¿Es difícil sobrevivir para este tipo de cintas que tienen otra naturaleza, es decir, frente a los documentales “tradicionales”, o de denuncia? En diversas muestras de cine y festivales hemos tenido funciones con el público, con sesiones de preguntas y respuestas. De pronto, alguien se quiebra, comienza a llorar, a hablar de su propia familia. Es decir, la película te llega a través de un contacto emotivo, te hace pensar en tu propia familia, y yo creo que eso es una parte muy importante de lo que queríamos lograr con la historia. Sí, sé que es la historia de mi familia, pero el espectador, al ver esta historia, se identifica con su propia familia y se emociona. Hay una enseñanza en toda disciplina artística. ¿Cuál fue la tuya? Nos pasamos una gran parte de nuestra vida buscando un espejismo del éxito, entendido desgraciadamente como sinónimo de fama y fortuna, es decir, de qué tan importantes somos. Y aquí se plantea otra idea de éxito muy distinta y que tiene que ver con terminar tu vida con la satisfacción de haber hecho algo con y por los demás. Es una visión de éxito mucho más fácil de tener, y al final creo que también mucho más satisfactoria. ¿Con el cine puedes llegar a ese tipo de éxito?
Yo espero que se contagie con la película. El cine es un legado para que quede constancia de esos deseos. ¿Cuánto cuesta hacer un documental en México? Mucho trabajo, muchos años, mucha dedicación. Los documentales en México, además de trabajo y de recursos, de dinero que podemos conseguir por parte de fundaciones o concursos, requieren de mucho cariño y de un gran equipo que te respalde. Esta película la empecé a filmar hace algunos años con una cámara prestada y con ayuda de amigos. Se percibe que el mercado del cine de ficción nacional es complicado, más aún el de los documentales. Nos podemos quejar mucho sobre el tipo de espacios que deseamos para nuestras películas, pero yo creo que cualquier película mexicana está luchando por un espacio. Afortunadamente, en México existen festivales que están exhibiendo este tipo de películas. Esto parece complicado. Yo creo que a lo largo de los años se ha formado un público que ya está interesado en este cine. Aunque siga siendo difícil, cada vez tenemos más adeptos y más gente interesada en ver nuestras películas. ¿Le pedirías algo a la industria fílmica? A mí me gustaría que se crearan más espacios para ver nuestro cine. No sólo en la salas cinematográficas, sino que hubiera más salas especializadas para competir con filmes afines, con películas más parecidas a las nuestras. Le pediría al público que se arriesgue, que se atreva a ir con su familia. ¿Es un trabajo “honesto”, más allá de las vanidades? El punto de partida para contar una historia es la honestidad. Mucho más cuando estás hablando de una historia con personajes reales.