FRANCISCO HINOJOSA ASPIRINA
CARLOS VELÁZQUEZ BAREBACK TO BASICS
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ESGRIMA
DIONISIO CEBALLOS
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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
DOS NOVELISTAS DEL SIGLO XX
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MALCOLM LOWRY
WILLIAM FAULKNER
EN UN BOSQUE DE SÍMBOLOS
DUEÑO Y SEÑOR DE YOKNAPATAWPHA
MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ
HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ
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El destino personal y la obra capital de Malcolm Lowry, Bajo el volcán (1947), mantienen correspondencias que no sólo comunican a la novela con la biografía: marcan también el destino del autor y su personaje el Cónsul, en la caída que los identifica rumbo al desastre final. Este ensayo recorre ese camino y la difícil consumación de Bajo el volcán, donde alternan a un ritmo de vértigo el alcohol, la escritura y el caos; otro viaje al fondo de la noche que hizo posible esta novela definitiva del siglo XX.
Malcolm Lowr y
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a vida de Malcolm Lowry está directamente relacionada con su obra, ambas se nutren de las mismas perturbaciones e instantes caóticos. En el universo lowriano resulta complicado separar su producción literaria de su vida, el narrador asimila lo que experimenta cotidianamente y más tarde lo incorpora a la ficción. Para entenderlo, acaso habría que retomar varios momentos de su infancia y adolescencia con el propósito de suponer por qué decidió vivir de la manera que lo hizo. Indagar en su biografía remite a desentrañar pasajes que conducen hacia ámbitos contrastantes: tanto al paraíso como al infierno que protagonizó. Seguirle los pasos a Lowry no es una tarea sencilla, se requiere de la habilidad de un espeleólogo que desentraña con paciencia los intrincados laberintos forjados por el autor. La ruta a seguir en esta travesía que el propio Lowry habría llamado “El viaje interminable”, se apoya en la azarosa vida que llevó el escritor inglés y en su incursión narrativa,
poética y epistolar. Publicó en vida un par de libros: Ultramarina (1933) y Bajo el volcán (1947). Los otros títulos son póstumos: las historias cortas vertidas en Escúchanos, oh Señor, desde el cielo tu morada (1961); el poemario Un trueno sobre el Popocatépetl (1962); y las novelas La mordida (1966), Piedra infernal (1968), Oscuro como la tumba donde yace mi amigo (1968) y Ferry de octubre a Gabriola (1970). A Lowry le gustaba escribir cartas, incluso guardaba borradores de algunas de ellas. A veces redactaba una y luego pensaba en cuál de sus libros vendría bien agregarla. Sus misivas resultan fascinantes. Si bien la mayoría se encuentran recopiladas en la correspondencia que va de 1926 a 1957, traducidas por Carmen Virgil en El viaje que nunca termina (2000), hay un par de cartas memorables incluidas en El volcán, el mezcal, los comisarios, dentro de una colección que hizo circular la Universidad Veracruzana en 2008, en donde se hace énfasis en la faceta de Sergio Pitol como traductor.
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EL NÚMERO SIETE En la primera de esas epístolas, dirigida a Jonathan Cape, editor inglés de Bajo el volcán (1947), el narrador elabora una defensa de su novela y analiza cada uno de los doce capítulos que la integran. La carta parece más bien un lúcido ensayo sobre la poética de Lowry, está impregnada de pasión y defiende con argumentos las críticas que le hace un lector de su novela en vías de una posible publicación. En dicha misiva, Lowry refiere la importancia del número siete en su historia, por eso él habla de correspondencias mágicas o coincidencias misteriosas y fatales. Habría que recordar que desde la antigüedad, esta cifra encerraba un halo enigmático. Pitágoras lo consideraba como un número perfecto, Dante Alighieri lo usa en sus obras y en la Biblia aparece con frecuencia. Existen principios universales ligados a ciertos dígitos que son avalados por todas las religiones y civilizaciones. Entre los más importantes está el siete que, según la Cábala, representa la ley que rige el universo. El número siete, por sus virtudes ocultas, tiende a realizar todas las cosas; es el dispensador de la vida y fuente de todos los cambios, pues incluso la Luna cambia de fase cada siete días: este número influye en todos los seres sublimes —sostiene Hipócrates. La simbología del número siete se obtuvo, muy probablemente, a partir del orden del septenario que está formado por el sol, la luna y los cinco planetas visibles: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. La mayoría de los símbolos de siete elementos derivan del modelo celeste de las siete esferas. Lowry sabía que el número siete es considerado mágico porque se compone del sagrado número tres (Platón decía que el tres era la imagen del ser supremo en sus tres personalidades: la material, la espiritual y la intelectual) y del terrenal número cuatro, y que de esta manera se establecía un puente entre el cielo y la tierra. Si se asocia el número cuatro con los cuatro elementos (y sus cuatro puntos cardinales) más el número tres que pertenece a lo divino, se obtendrá el siete que representa la totalidad del universo en movimiento. En la carta a Cape, Lowry recuerda que en el capítulo siete de Bajo el volcán, un caballo que tiene grabado el número siete en las ancas es el que mata a Yvonne (personaje inspirado en su primera esposa, la actriz Jan Gabrial) y a las siete es la hora en que
“LOWRY SABÍA QUE EL NÚMERO SIETE ES CONSIDERADO MÁGICO PORQUE SE COMPONE DEL SAGRADO NÚMERO TRES Y DEL TERRENAL NÚMERO CUATRO, Y QUE DE ESTA MANERA SE ESTABLECÍA UN PUENTE ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA.”
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muere el Cónsul, Geoffrey Firmin. Fuera de la ficción, el autor identifica que también el siete ha estado en su vida: el 7 de junio de 1944 se incendió la cabaña donde vivía él con su segunda esposa, Margerie Bonner; también se quemó el manuscrito de En lastre hacia el Mar Blanco. La casa estaba ubicada en Dollarton, cerca de Vancouver, en la Columbia Británica. “Cuando volví al sitio incendiado alguien había trazado, por vaya uno a saber qué razón, un número siete en un tronco quemado”. Otra coincidencia es que vuelve a Dollarton, a otra vivienda a la que se muda el siete de enero. El número siete continuará acompañando al escritor. Malcolm Lowry conoce la ciudad de Cuernavaca (Quauhnáhuac en su novela) en 1937, recorre las cantinas, prueba el mezcal y el tequila. En esa época escribe la primera versión de Bajo el volcán. La novela se publica en 1947, casi de manera simultánea en Estados Unidos (19 de febrero en la editorial Reynal & Hitchcock) y en Inglaterra (1 de septiembre en la editorial Jonathan Cape). En 1967 la editorial Galerna en Argentina publicó Bajo el volcán con prólogo de Juan García Ponce, uno de los acercamientos más lúcidos que se han hecho de la novela.
GRACIAS A MARGERIE Tras el incendio de la cabaña donde vivían los Lowry, su esposa Margerie Bonner hizo lo posible por reunir y rescatar las hojas dispersas de aquel manuscrito (Bajo el volcán) que el escritor llevaba tiempo trabajando. Mucho se debe a Bonner esa dedicación y empeño por reestablecer lo más que se pudiera de la novela, aunque también existe una historia paralela: en un artículo de D. T. Max, publicado en el New Yorker, traducido por Roberto Diego Ortega en julio de 2008 para Nexos, se menciona que Lowry escribía a mano, en tanto que su compañera le ayudaba a mecanografiar su historia: El ritmo del manuscrito mejoró gracias a Margerie, y tuvo un extenso acabado gracias a Lowry, que fue un admirador de Baudelaire. “Siento que es el primer libro de verdad que he escrito”, le confió entonces a Conrad Aiken... Estoy más que satisfecho, sin ella jamás hubiera tenido la oportunidad de terminarlo. Margerie Bonner no sólo estaba dedicada a mecanografiar los textos de su marido, sino que incursionaba en la ficción. Ella le cuenta a Douglas Day, autor de Malcolm Lowry: Una biografía, publicada en 1973 (la segunda gran biografía lowriana es Perseguido por los demonios, de Gordon Bowker, 1993) que estaba ocupada en la escritura de Las formas que se mueven sigilosas y El último giro del cuchillo, títulos que más tarde fueron publicados por la editorial Scribners. D. T. Max tuvo acceso a los archivos de Lowry que su esposa vendió a la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, y pudo constatar que
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El joven Malcolm Lowry.
varias versiones de la novela tenían anotaciones tanto de Margerie como de Lowry. Esto quiere decir que ambos participaron en el proceso de edición de la versión final, pues como relata el propio autor, el manuscrito fue rechazado en doce ocasiones hasta que con apoyo de su compañera pudo lograr una versión más depurada. Es posible imaginar que la vida de Bonner al lado de Lowry era muy intensa, acelerada. Acompañaba a Lowry en su proceso de escritura, en sus borracheras, cuidaba de la salud de su compañero, quien tarde o temprano tendría que sobreponerse a la cruda y continuar con la reescritura de Bajo el volcán; mientras tanto ella buscaba tiempo para dedicarse a su novela en turno, pues desde que conoció a Lowry cuando era actriz de cine mudo, nunca abandonó su interés por escribir.
DE LA HERMANDAD AL ODIO D. T. Max detalla que a Margerie también le gustaba beber y que la vida caótica al lado de su marido era totalmente previsible si ya conocía su forma de relacionarse con el mundo. No obstante, había un amigo cercano a Lowry que nunca simpatizó con ella, Conrad Aiken. ¿Por qué fue importante este escritor estadunidense en la carrera literaria de Lowry? ¿Qué tanta influencia tuvo en él? Tiempo atrás, cuando Lowry conoció Blue Voyage (Viaje azul), novela de Aiken, supo que se trataba de alguien capaz de crear en medio de un estado de angustia interior y desasosiego. Tras su lectura, Lowry reconoció que
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“su obra cayó sobre mi psique herida... como un rayo”. Su curiosidad se acrecentó al percatarse que el nombre de Conrad Aiken era prácticamente desconocido en Inglaterra y que la mala crítica al libro que tanto admiraba lo había considerado como un pésimo imitador de James Joyce. En ese entonces tenía 18 años, su conciencia quedó cimbrada por la fuerza de un relato de gran intensidad psicológica y filosófica, su imaginación quedó arrobada y nunca pensó que con el tiempo su obra iba a ser más celebrada que la de su admirado maestro. En 1929 Arthur Lowry, el padre de Malcolm, costeó el viaje de su hijo a Boston para emprender unas clases con el autor vivo que más lo había impresionado. La sorpresa de Aiken fue que el joven inglés sabía de memoria pasajes vertidos en Blue Voyage, incluso Aiken sugirió con ironía que Malcolm conocía sus libros tan bien que debía haberlos escrito en otra vida. Para Lowry fue muy valioso tener a alguien que podría haber sido su padre, con quien conversaba libremente sobre sexo y literatura. A Malcolm Lowry le gustaba decir que había llegado a Nueva York tan sólo con una playera de futbol y un ejemplar de Moby Dick. Además de la admiración que sentía por la obra de Melville, desde su juventud adoptó a escritores tutelares: Robert Holmes (cuyos cuentos causaron siempre admiración en él), P. G. Wodehouse (gran ejecutor del humor inglés) y Rudyard Kipling (por sus magistrales relatos de aventuras); en esa época Conrad Aiken se convirtió en su maestro, amigo y cómplice de arriesgadas juergas. Tanto Aiken como Lowry tenían debilidad por el alcohol. Ambos escritores oscilaban en los límites de la conversación amena y los excesos, su cercanía literaria aceptaba cierto trato rudo entre ellos y bromas pesadas que derivaban muchas veces en la violencia. En una ocasión, Lowry le hizo una fractura en el cráneo a Aiken con la tapa de un inodoro. Años después, Aiken se refería a este
“EL CAPÍTULO SEIS DE BAJO EL VOLCÁN TIENE MUCHO DE ULTRAMARINA. COMO EL PROPIO LOWRY RECONOCE EN LA CARTA QUE LE MANDÓ A CAPE, ACABÓ DÁNDOLE AL LIBRO UN AIRE MARÍTIMO MUY NECESARIO.” episodio tan altamente emblemático y premonitorio como “el comienzo de una bella amistad”. Tras el primer acercamiento con Aiken, Lowry salió de Nueva York con dirección a Liverpool. Cumplió su deseo: viajó en el barco de vapor Cedric, en donde Aiken escribió Blue Voyage. Así transitó en el imaginario Pequod para, al igual que el capitán Ahab, encontrarse con su ballena blanca. Deslumbrado por el talento de Aiken, motivado por la fuerza narrativa del escritor noruego Nordhal Grieg, autor de la novela La nave sigue adelante y, por supuesto, bajo la influencia de Melville, Lowry emprendió la escritura de Ultramarina. A Gordon Bowker le llama la atención que el héroe autobiográfico de Ultramarina, Dana Hilliot, sea visto por el novelista como “un niño pequeño perseguido por las Furias”. Añade Bowker, autor de la biografía más completa de Lowry: Se puede reconocer su sensación de haber sido elegido por dioses de su propia invención para recibir castigos crueles, tema recurrente en toda su poesía y en su ficción y que se confirmó por muchas experiencias dolorosas.
Margerie Bonner, segunda esposa de Malcolm Lowry.
El capítulo seis de Bajo el volcán tiene mucho de Ultramarina. Como el propio Lowry reconoce en la carta que le mandó a Cape, acabó dándole al libro un aire marítimo muy necesario. Para el personaje de Hugh, sus problemas con la guitarra representan las frustraciones, triunfos, derrotas y problemas de todoslos-hombres aunque el pretexto sea una guitarra (Lowry tocaba el ukelele). Y su deseo de ser compositor o músico es el deseo innato de todos-los-hombres de ser de algún modo poetas, mientras que su deseo de ser aceptado en el mar representa el anhelo consciente o inconsciente de todos-los-hombres de formar parte —aunque ésta no exista— de la comunidad humana.
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Bowker registra una anécdota interesante que puede leerse como una necesidad de Lowry de superar a su maestro. En cierta ocasión, Aiken le espetó a su discípulo inglés que se proponía reinventarlo,
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y en ese preciso instante emergió la bravura y rebeldía del joven Lowry, más seguro de sí mismo. El alumno reviró diciendo que absorbería a Aiken hasta el punto de la aniquilación y de esa manera el parricidio quedó sentenciado.
En esa época de su vida, Lowry estaba cansado de que Aiken le dijera que al escribir Ultramarina le había plagiado Blue Voyage. Juan Villoro asienta que para Martin Amis, la innecesaria tendencia de Lowry a plagiar revela el alcance de su masoquismo. Tarde o temprano, el plagiario es descubierto: el verdadero móvil de su transgresión no es engañar sino humillarse al ser desenmascarado. El primero de abril de 1933, Lowry realizó un viaje de Tilbury a Gibraltar, a bordo del Ormonde, en compañía de Aiken, su esposa Clarissa y del escritor Ed Burra, quien rivalizaba con Lowry por la amistad de su tutor. Cada vez que Aiken estaba con Burra, Lowry prefería irse a otra parte, caminar solo por la cubierta del barco, leer, evitar a Burra que cada vez subía más su tono irónico y ridiculizaba a Lowry a la menor oportunidad. Lowry se llevó las pruebas tipográficas de Ultramarina, el Ulises, su ejemplar de La nave sigue adelante y su inseparable ukelele. Durante ese recorrido por España tanto el maestro como su alumno presumían cada vez que podían su atracción por la fiesta brava y Aiken no perdía la oportunidad de contar que tenía un preciado tesoro: una fotografía de Hemingway, firmada por él, posando junto a un toro. “¡Qué maravilla!”, exclamaba Lowry, mientras chocaban sus vasos de whisky en las rocas. Mientras viajaba por la península ibérica conoció a su primera mujer, la actriz Jan Gabrial, en quien se inspiró para crear el personaje de Yvonne. (Cuando Lowry estaba enfrascado en la reescritura de Bajo el volcán, Margerie le sugirió que Yvonne fuera el amor del Cónsul y que no sostuvieran una relación fraterna, como originalmente lo había pensado). Relata Bowker que Aiken fue el primero que se fijó en la belleza de Jan Gabrial, incluso mandó a Clarissa a que le invitara un helado a la joven y así comienzan una amistad. Luego se unieron a la conversación Aiken, Burra y Lowry, como abejas a la miel, buscando que la actriz le hiciera caso a alguno de ellos. No obstante, Lowry fue al que ella prefirió y este hecho provocó que Aiken guardara cierto rencor hacia ella y su alumno, pues en algún momento el mentor acarició la idea de que él y Lowry podrían compartir el cariño de la rubia Jan y así convertirse en un trío amoroso, cómplices de una sólida amistad y su atracción por las letras. Sin duda, la presencia de una mujer como Gabrial despertaba la
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Te quiero, Jan, te quiero con el corazón encendido, alguien dijo que la voz de tus ojos es más profunda que la de las mismas rosas (se refiere a un poema de e. e. cummings incluido al principio de la carta) y, por Dios, que podría llorar cuando pienso en ti, nadie, ni siquiera la lluvia, tiene unas manos tan pequeñas... ¿Acaso puede haber una palabra más cruel que “aventura”, una palabra más despreciable, cruel y asesina que ésa? “No voy a tener una aventura con usted, señor Lowry, si eso es lo que me propone.” Pero supongo que tenías razón. Ni Dios Todopoderoso, ni todos los principados, postestades y arcángeles, incluido el que se llama como tú, podían saber lo que se proponía el señor Lowry, aunque quizá Dios sí lo sabía —bueno debía saberlo, ya que fue él quien lo había planeado—, y guiñando su gran ojo (el otro ojo miraba hacia otro lado) al tiempo que se ajustaba las gafas, dijo: “Dios eternamente maldice y rechaza la palabra aventura, tal como la usan Jan Gabrial [y] Lowry”, y alguien dijo... De otro modo, si deseas estar cerca de mí, yo y mi vida nos cerraremos de súbito, como cuando el corazón de esta flor imagina que la nieve cae cuidadosamente por todas partes; nada de lo que podríamos percibir en ese mundo iguala el poder de tu intensa fragilidad, cuya textura me deslumbra con el color de sus campos, exhalando la muerte y la eternidad cada vez que respira... ¿Fue Edward Estlin Cummings quien dijo esto un día, a las Dios y media, en Granada?
MÉXICO, UN PAÍS DE CONTRASTES Los Lowry se casaron en París, el 6 de enero de 1934. Vivieron en varias ciudades de Estados Unidos. A finales de 1935 se encontraron con Waldo Frank, un intelectual de izquierda, que los alentó a conocer México, lugar que tenían planeado visitar pero que aún no estaban seguros de hacerlo. “Frank
conocía bien México y sin duda los animó en su proyecto de ir allá, hablándoles de las reformas campesinas del presidente Cárdenas y del emocionante movimiento artístico que representaba Diego Rivera”, refiere Bowker. Para ese momento, Lowry ya había leído Mañanitas en México y La serpiente emplumada de D. H. Lawrence y quería seguir los pasos de su autor admirado. La inquietud por visitar México estaba latente, más tarde logró su objetivo. Como D. H. Lawrence, Hart Crane, Graham Greene, Jack Kerouac, William Burroughs, John Reed, Evelyn Waugh, André Breton, Antonin Artaud, Aldous Huxley, Ambrose Bierce, Paul Morand, Italo Calvino, Joseph Brodsky y tantos otros, Malcolm Lowry llegó a México en pos de oráculos salvajes —comenta Juan Villoro en “Mezcal, dijo el Cónsul”, ensayo que forma parte del libro De eso se trata (2008). Entusiasmados por conocer ese nuevo país del que mucho les habían hablado, Jan y Malcolm llegaron al puerto de Acapulco el 30 de octubre de 1936, aunque en realidad a él le agradaba recordar que fue el Día de Muertos, fecha en la que transcurre Bajo el volcán. México fue para Lowry el lugar que inspiró su gran novela, el sitio donde probó el tequila y el mezcal. Conocer México del brazo de Lowry es descender a un universo marginal, etílico y voraz, es como estar en un sitio lleno de contrastes: ver el mar y el bosque, experimentar la calma y el estallido de la conciencia, hablar con Dios y, al mismo tiempo, arribar a un escenario infernal. No fue sino hasta ocho años después de su amistad con Aiken, cuando el narrador estadunidense visitó al matrimonio Lowry en su casa de Cuernavaca, que Malcolm se dio cuenta de lo perturbado que estaba su viejo maestro. Según relata Edward Butscher, autor de Conrad Aiken. Poet of White Horse Vale, a la edad de nueve años poco le faltó a Aiken para que presenciara la muerte de sus progenitores; estando en la recámara de al lado, presa de un arranque de celos, su padre le dio dos balazos a la madre y después se quitó la vida con la misma arma. Aiken encontró los cadáveres ensangrentados y culpó a su madre de la tragedia. A partir de ese momento, “empezó a ver a todas las mujeres como rameras indignas de confianza, y pasó el resto de su vida vengándose, humillando cruelmente a cuanta mujer pudo”. La presencia de Aiken con su nueva
“MÉXICO FUE PARA LOWRY EL ESPACIO DONDE SUPO DE LA FACILIDAD CON QUE SE HACEN LOS AMIGOS Y DE LA FATALIDAD CON LA QUE TERMINAN ESOS PACTOS ENTRE COMPADRES.”
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creatividad no sólo de Aiken sino de otros hombres que la veían pasar. Lowry se enamoró de la belleza de Gabrial y de su sensibilidad. A ella le gustaba leer y escribir. Él arribó a su vida como la persona ideal para mantener una conversación y lo que enamoró a la actriz de Lowry no fue su físico ni las simpáticas ocurrencias que tenía cuando estaban en una fiesta o verlo feliz tocando el ukelele, sino las cartas de amor que le enviaba:
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El joven Conrad Aiken.
esposa Mary y Ed Burra se convirtió en la peor pesadilla para Jan. Aiken odiaba México, pero le convenía económicamente pasar un tiempo hospedado con su amigo Lowry, mientras lograba divorciarse de su anterior mujer, Clarissa. Como era de esperarse, la relación entre Lowry y Aiken se fue empañando, pasó de la hermandad al odio. Mientras Aiken escribía su novela A Heart for the Gods of Mexico, en donde no perdió la oportunidad de incluir a Lowry como el ridículo y amable Hambo, Lowry se ocupaba de la redacción de Bajo el volcán, y el Cónsul, su protagonista, adquiría cada vez más rasgos de Aiken. En una carta a Jan, Lowry reconoce el otro rostro de su amigo: Finge la más estrecha amistad conmigo y su admiración a mi obra, pero en secreto sufre de envidia, de falta de razón o de amargura, pero la única medida de nuestra relación es la inconmensurable malicia de su odio; pero odia también la vida. Es la miseria convertida en maldad... México fue para Lowry un sitio de claroscuros: de calidez y abandono, un estallido de color en sus buganvilias y flores de cempasúchil y, al mismo tiempo, opacidad; fue el espacio donde supo de la facilidad con que se hacen los amigos y de la fatalidad con la que terminan esos pactos entre compadres. Estaba embelesado por los exuberantes paisajes y majestuosos volcanes que veía a su alrededor, y colmado de angustia por todos esos trámites burocráticos que tuvo que enfrentar cuando fue deportado del país. Cuando regresa a México, ya con su segunda esposa, con la idea de pasar unas vacaciones y mostrarle la cultura (para que ella fuera testigo del culto a la muerte), la bebida y los escenarios naturales que lo cautivaron, se llevó un gran desencanto. Descendió en el infierno al verse inmiscuido con papeleos, resellos, trámites, firmas, adeudos (sembrados por el gobierno mexicano), largas horas de espera (días, semanas), todo lo que implica el calvario de la burocracia en México; esa epidemia parasitaria, peor que la salmonela, la vivieron los esposos Lowry.
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La Secretaría de Gobernación se hallaba en ese entonces encargada a Primo Villa Michel, un oscuro abogado jalisciense, ya que Miguel Alemán, quien había sido su titular por casi cinco años, se encontraba en campaña, y la subsecretaría, responsable de los asuntos migratorios, la ocupaba desde junio el doctor Héctor Pérez Martínez, hombre de confianza de Alemán, y por sugerencia del consulado británico, Lowry intentó verlo pero su intento resultó infructuoso. Fueron enviados con su equipaje a la cárcel migratoria de Bucareli 113, en donde permanecieron incomunicados, y con el temor de que se les fuera a aplicar la “ley fuga”, dándoseles el trato de criminales viciosos, hasta que fueron enviados por tren a Nuevo Laredo para ser expulsados de México, al ser puestos en la línea fronteriza, ignorando los policías mexicanos que habían deportado a uno de los mayores escritores del siglo —escribe Luis Javier Garrido en un artículo publicado en Proceso, el 7 de enero de 2001. Juan Villoro relata que él y otros colaboradores del suplemento sábado de unomásuno, tuvieron la oportunidad de conversar con Fernando Benítez, director del suplemento, sobre el aciago episodio migratorio que vivió Lowry, ya que años atrás Benítez trabajaba en Gobernación como secretario particular de Pérez Martínez: Solíamos preguntar al decano de la prensa cultural si no tenía remordimientos de haber contribuido a sacar del país a uno de los mayores novelistas del siglo. Con voz grave, de obispo que catequiza en la nave de una iglesia virreinal, el autor de Los indios de México respondía invariablemente: “Era un borracho miserable”.
TOCAR EL UKELELE La música, la literatura, el deporte, el amor, el mar, los barcos y el alcohol se fusionaron de manera aleatoria en su vida. Los días y las noches interminables de Lowry estuvieron marcados por el alcoholismo. Comenzó a beber desde una edad temprana. Para que Lowry no les diera molestias a sus niñeras, le daban un vaso con vino antes de irse a dormir y así el pequeño las dejaba en paz. Era el menor de cuatro hermanos varones, su padre se comportaba de
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Era la primera vez que Margerie visitaba México y, por supuesto, no le quedaron ganas de volver. Los detalles de este mal momento están ampliamente descritos por Lowry en una carta a Ronald Paulton, su abogado en California. La misiva cuenta con una versión de Sergio Pitol, incluida en El volcán, el mezcal, los comisarios. Es brutal el trato que reciben, con total inconsistencia en los trámites. El motivo que llegó a oídos de los funcionarios del gobierno mexicano fue que el narrador inglés estaba acusado de hablar mal de México, eso le dijeron al final del viacrucis.
una forma estricta con ellos y su madre estaba cansada de cuidar a sus hijos, además de que con frecuencia caía en estados depresivos. Arthur Lowry, su padre, era un acaudalado comerciante de algodón, creyente de la iglesia metodista y abstemio por convicción. El niño Malcolm Lowry creció en un hogar sin amor, desamparado, sintiendo que le estorbaba a su madre y que era difícil sostener una buena relación con su progenitor. Hay una escena que da pie a que Gordon Bowker crea que Lowry, desde su niñez, se propuso ser alcohólico de manera inconsciente. En uno de sus cuentos de juventud, Lowry evoca que todas las mañanas acompañaba a su padre a que abordara el ferry para que se dirigiera a sus oficinas en Liverpool. Durante el trayecto en auto, se encontraban a un vecino que hacía el mismo recorrido que ellos, pero él iba a pie. El vecino era un abogado que, al verlos pasar, los saludaba con su bastón de una forma un tanto burlona ante la total indiferencia de su padre. Cuando el pequeño Lowry quiso saber por qué su padre no respondía al saludo, le dijo: “Ese hombre es un borracho sin disciplina”. La narración termina con una conclusión del pequeño: “Él ignoraba que secretamente yo había decidido convertirme en borracho cuando fuera mayor”. Bowker conjetura que a esa decisión llegó como una manera de rechazar el puritanismo y la rigidez paterna. Al igual que sus otros hermanos, a los siete años de edad ingresó a un internado. De esta manera se alejó del ambiente familiar. Cuando terminó sus estudios, a los 21 años, el padre de Lowry le pidió que hiciera un brindis; reinó el silencio y luego Lowry confesó que para él su infancia había significado un sufrimiento perpetuo porque la mayor parte del tiempo se sintió ciego, tullido o constipado. El alcohol fue un demonio para Lowry, una compañía de la que nunca pudo alejarse. Aunque pasaba temporadas en hospitales, tratando de curar su adicción, recaía. También estuvo internado en un psiquiátrico a causa de los delirium tremens que lo atormentaban.
En el poema “Consuelo”, que forma parte del libro Un trueno sobre el Popocatépetl, escribe: No eres el primer hombre que [padece delirium tremens, vértigos, horrores, se contagia de [gonorrea, ni siquiera la puta invencible acosada por miradas como redes. [Al inclinarte, duele el rostro de hierro con ojos de ágata, [y despierta el ángel de la guardia, que mira en el pasado un partenón de posibilidades... No eres el primer hombre al que se [sorprende mintiendo ni el primero al que se le dice que [está a punto de morir.
MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ (Ciudad de México, 1970) es autora de Entre la pluma y la brújula (crónicas, reportajes y entrevistas) y compiladora de la antología de ensayos La mirada del centauro. Publicó junto con Alejandro Toledo la antología Historias del ring (Ca l y Arena, 2012).
A Lowry le gustaba repetir una frase de Baudelaire: “La vida es un bosque de símbolos”. El número siete se volvió a presentar por última vez en la vida de Lowry: en 1957, el 27 de junio, falleció, en Ripe, Sussex, la región de los lagos, al norte de Inglaterra. Sucumbió ahogado en su vómito, por exceso de barbitúricos ingeridos durante una crisis alcohólica. “Muerte por desventura”, fue el diagnóstico del médico que certificó la defunción. “El Cónsul, Hugh, Yvonne, Jacques, Laruelle nos comunican con dolorosa intensidad esa sensación de destierro inevitable, de un viaje sin fin, que tan unida está a la concepción del mundo de Lowry”, propone Juan García Ponce. En la casa que el matrimonio Lowry alquiló en Cuernavaca durante su primera visita a México, había un lema en la pared que más tarde el escritor incorpora en su novela: “No se puede vivir sin amar”. La frase se volvió esencial en Bajo el volcán y también lo fue para el autor. Durante su infancia y adolescencia vivió sintiendo que era un estorbo, y que acaso merecía la serie de infortunios que ocurrieron a lo largo de su vida, como si los dioses se hubieran puesto de acuerdo y confabularan en su contra. En el fondo, Lowry seguía siendo un niño desamparado que buscaba la aprobación de su padre y el amor de su madre: un chico que sólo quería seguir tocando el ukelele.
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Desde la ciudad imaginaria que concibió para su ficción —un recurso que le heredaron no sólo sus admiradores del boom—, hasta su radical experimentación formal y literaria, William Faulkner es sin duda una influencia mayor en la novela del siglo XX, cuyos alcances rebasan por mucho el ámbito de su idioma original. Esta revisión apunta algunas de las claves y los recursos de este mundo narrativo complejo, por momentos laberíntico, que sin embargo se distingue por su alcance o resonancia universal.
William Faulkner
Ú N ICO DU EÑO Y SEÑOR DE YOK NA PATAW PH A HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ
Retrato de William Faulkner, por Jenny Hall.
“ANTES DE SER HEREDERO DE JAMES JOYCE (1882-1941) Y DE SHERWOOD ANDERSON (1876-1941), WILLIAM FAULKNER EMPEZÓ SU CARRERA ARTÍSTICA MÁS INTERESADO EN LLEGAR A SER UN PINTOR DE VALÍA QUE OTRA COSA.”
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illiam Faulkner (18971962) es el autor más influyente de la literatura norteamericana en la última mitad del siglo pasado. Sus personajes, sus historias, sus ambientes, junto con una serie de recursos que incorporó a la narrativa contemporánea le dieron un lugar primordial en el contexto americano y, posteriormente, en el europeo. El mundo que fundó en la mítica Yoknapatawpha influyó en numerosos autores cuyo enlistado iría desde Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo,1 Tony Morrison, Javier Marías, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez o contemporáneos como Pierre Michon, Ricardo Piglia y Juan Gabriel Vázquez. Basta abrir cualquiera de las obras faulknerianas para constatar que la experimentación literaria es parte inherente de la literatura y que nunca ha necesitado hacer ostentación de esto. La influencia de Faulkner en el ámbito literario tiene tal relevancia que Jean-Paul Sartre, por medio de su (poco estudiado) Qu’est-ce que la littérature?, al fincar sus conceptos políticos y literarios, lo tuvo —a él junto con su generación— como el mejor ejemplo de la literatura comprometida. A partir de la hipótesis de que la literatura es una “creación dirigida”, por lo cual esta unión de dos libertades (lector-escritor) debería producir más libertad aún, Sartre veía en las adecuaciones técnicas la respuesta para abordar una realidad cada vez más compleja y de mayor mutabilidad. Pero no era sólo por esto que la
literatura de Faulkner atraía en gran medida al gurú del Café de Flore, sino porque la faulkneriana es una literatura de lo concreto, así como definía él mismo al existencialismo. Sus historias narran los percances de los pequeños poblados que aspiran a proveerse de los servicios, describen la forma en que todo está por comenzar en la sociedad. Gabriel García Márquez decía que sus historias le recordaban las industrias bananeras que habían llegado a Colombia, y es cierto, en los ambientes de Faulkner se amalgama la inocencia de los recién llegados con la voracidad del que busca fortuna inmediata. Thomas Sutpen (¡Absalón, Absalón!) y Flem Snopes (El villorrio) son los mejores representantes de este espíritu voraz. Antes de ser heredero de James Joyce (1882-1941) y de Sherwood Anderson (1876-1941), William Faulkner empezó su carrera artística más interesado en llegar a ser un pintor de valía que otra cosa; debido a esto viajó a París, para acercarse a los artistas de Montparnasse. No es descabellado notar en algunos de sus relatos una influencia de la técnica cubista y de la forma en que los elementos se colocan en una suerte de simultaneísmo. Producto de esta etapa crucial es el cuento “Retrato de Elmer”. Asimismo,
cuando decidió dedicarse a la literatura, su primera obra fue un libro de poemas, el cual fue valorado por Phil Stone, quien detectaba un gran talento en el joven “Bill”. Faulkner siempre dijo que había dejado la poesía por su dificultad, que se había refugiado de este fracaso en el cuento y, como el naufragio también lo perseguía en este género, optó finalmente por volverse novelista. Es una linda frase, aunque nunca dejó de escribir cuentos realmente, mediante los cuales podía obtener dinero con celeridad. De los autores que lo marcaron, Joyce le proporcionó esa capacidad de transgresión, de jugar con las palabras, con la sintaxis y con la gramática. Michael Millgate, uno de sus biógrafos, asegura que Faulkner fue sorprendido por la lectura del Ulises y que lo leyó un par de veces. No en balde, el autor de Las palmeras salvajes declaró: “Uno debe aproximarse a Ulises de Joyce como un ignorante predicador baptista se acerca al Antiguo Testamento: con fe”. Curiosamente, si algo aportó Faulkner a la literatura latinoamericana es esta voluntad por el “escribir de manera incorrecta” que se opone a “la escritura correctísima”, lo cual proviene del irlandés, ya que en su concepción las palabras estaban vivas y podían copular entre ellas. Asimismo sendas obras muestran algo que la literatura ha exhibido desde tiempos de El asno de oro, de Apuleyo, el albur y los tonos que cargan al subtexto de connotaciones sexuales. En Joyce y en Faulkner hay un guiño a la idea de Victor Hugo de regresar a lo grotesco y a sus derivados: lo hortera, lo cutre, lo naco, lo kitsch, sin prejuicios ni purismos de ningún tipo. Por su parte, de Sherwood Anderson, especialmente en Winesburg, Ohio, Faulkner aprende a concentrarse en las historias de la gente pequeña, no hay héroes espectaculares (y el que pretende serlo, como en Una fábula, tiene algo de patético que no lo deja ser totalmente), su mundo es el de los perdedores —tal como Sartre hablaba de que la literatura
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“LA RUPTURA CON CIERTAS ARMONÍAS DE LA PROSA EN FAULKNER RECUERDAN UN FRASEO DE JAZZ. EL CROMATISMO Y SU JUEGO CALIDOSCÓPICO NO PROVIENEN DE WALT WHITMAN NI DE HAWTHORNE, SINO DE LA ORALIDAD DE LOS SPIRITUALS NEGROS.” comprometida se aliaba con los personajes de poca monta. La escritura de Faulkner busca capturar los giros verbales de la gente que quiere contar su anécdota, con digresiones y un sinfín de detalles, como cuando se habla en el coloquio familiar o en la cantina. Las narraciones de Anderson son contadas a un aprendiz de periodista, George Willard que trabaja en el Winesburg Eagle, una suerte de Hemingway de veinte años, que pasa revista a los pobladores de esa pequeña ciudad. En Faulkner las cosas no son diferentes, las conciencias juveniles se vuelven las mirillas a través de las cuales conocemos todo lo que pasa. Recordar al chico Charles Mallison que narra en La ciudad los fraudes, las tropelías, los chanchullos que efectúa Flem Snopes, dota a las novelas de una inocencia que a ratos es una omnisciencia desoladora —el mismo tipo de narrador juvenil aparece en Los invictos y en el cuento “Incendiar establos”. Por su parte, estas generaciones se suceden sin cobrar conciencia de ello, viven, fincan su familia, tuercen sus vidas, matan a alguien, van a la cárcel, ven morir y mueren en un mar incesante de apellidos y anécdotas que el olvido disuelve. Siempre me ha gustado la puntualización que hizo Edmund Wilson de dos virtudes de la obra de Michelet, y que yo aplicaría a Faulkner: [La primera:] fundir materiales dispares e indicar las relaciones entre las diversas formas de la actividad humana... [La segunda] consistía en captar de nuevo, por así decir, la forma y matiz peculiares de la historia tal y como se presentaba a los hombres que la vivieron: regresar al pasado como si fuera presente y contemplar el mundo sin un conocimiento previo definido del aún no creado porvenir.2 La serie de narradores que relatan la Trilogía de los Snopes —conformada por El villorrio, La ciudad y La mansión— logra una suerte de panóptico sobre lo que sucede en el Recodo del francés, a pesar de tener sólo una barrera, un espacio infranqueable: la conciencia de Flem Snopes. Quizá éste sea uno de los detalles más perturbadores de la historia, porque nunca terminamos por enterarnos cómo vive ni qué piensa aquel hombre que llegó una tarde, vestido con un overol, una camisa, un sombrero (que vendió por tres centavos) y una corbata de moño color negra y que se volvería el hombre más acaudalado de la ciudad. En ese detalle está concentrada la condición que consiste en que nunca
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sabremos del todo cómo vive el poder. Dentro de las infamias de Flem Snopes, por lo cual es un ser fascinante y deleznable a la par, está su boda con la mujer más bella de la ciudad, quien despierta estas animadas líneas de Faulkner: Yo no estaba allí para ver y ahora sé que Gowan tampoco entendió lo que estaba viendo. Porque después de algún tiempo nací yo, y más adelante fui lo bastante mayor para ver a la señora Snopes y muy pronto crecí lo suficiente para sentir lo que tío Gavin y el señor De Spain (y todos los restantes varones de Jefferson y de Frenchman’s Bend y de cualquier otro sitio que llegaran a verla, imagino, incluidos los hombrecillos cautelosos que no eran tan valientes y desafortunados como tío Gavin ni tan valientes y afortunados como el señor De Spain, aunque probablemente ellos hablaran de ser razonables) sentían sólo con mirarla.3
FAULKNER Y LO POLÍTICO El mundo de Faulkner se nutre de la Guerra de Secesión estadunidense (1861-1865),4 el enfrentamiento de dos concepciones de la cosa pública, dos maneras de concebir el desarrollo y la función de los recursos para concretar los ideales de los pioneros. La polémica de la esclavitud es el tema central, el ojo del huracán. Tal y como sucedió en la Nueva España con la Controversia de Valladolid, que tan bien dramatizó Jean-Claude Carrière, la discusión acerca de si todos aquellos que no son blancos tienen alma, si son capaces de gobernarse a sí mismos y si se les debe dar el derecho a la libertad, desencadenó la Guerra entre el Norte y el Sur, la Unión contra los Confederados. Tanto en Luz de agosto, Desciende, Moisés, Los invictos y en algunos relatos la negritud es el tema a tratar. Faulkner dedica Desciende, Moisés “A Mami Caroline Barr (Mississippi 1840-1940), que nació en la esclavitud y que dio a mi familia una fidelidad sin límite ni cálculo de recompensa y a mi niñez inconmensurables devoción y amor.” Por su parte, en Los invictos, hace que sus personajes encuentren a un grupo de negros que no se sienten entusiasmados, vaya, ni siquiera están interesados en la libertad, e incluso algunos temen ser liberados.
Del mismo modo, en ¡Absalóm, Absalóm! está presente la discriminación a quienes son producto de una relación interracial; el estigma que representa que “El Señor Sutpen” haya procreado un niño con una esclava. Los personajes como los McCaslin, menospreciados por tener un porcentaje de sangre negra, ofrecen el retrato del espíritu de una época extemporánea, que parece regresar con el actual presidente de Estados Unidos. A su vez, pensar en Sutpen y su obsesión por engrandecer la hacienda familiar que vigorizaba su ánimo por ir a las Antillas en busca de negros para hacerlos esclavos y venderlos retrata la manera en que ese país ha usado la explotación racial como uno de los motores principales de su economía —el documental Enmienda XIII , dirigido por Ava DuVernay, hace un recuento exacto de esta lamentable situación. A esto Faulkner no rehuyó la mirada, al contrario, habló de la cuestión y, por momentos, uno se plantea si el fraseo, las nociones rítmicas y los contrastes de elementos disímiles en su literatura no provendría de una cultura abigarrada como la negra, más que de los sureños del Mississippi. Como tal, la ruptura con ciertas armonías de la prosa en Faulkner recuerdan un fraseo de jazz. El cromatismo y su juego calidoscópico no provienen de Walt Whitman ni de Hawthorne, sino de la oralidad de los spirituals negros. Alguna vez Ricardo Piglia dijo con bastante acierto que “Faulkner es literatura del Caribe”. Leerlo con el oído muy atento a los ritmos lo confirma y nos hace pensar que esta literatura escrita por un descendiente de antiguos hacendados sureños tiene más que ver con la poesía de Saint-John Perse o Derek Walcott que con la de Edgar Allan Poe o Emerson. Así como sus proyectos narrativos se emparentan más con poetas como William Carlos Williams, T. S. Eliot o Ezra Pound.
SÓLO LO DIFÍCIL ES ESTIMULANTE Por su parte, el corpus de la novelas faulknerianas presenta un espectro muy amplio en su grado de dificultad para el lector. Ni las novelas ni los cuentos están libres de obstáculos, nombres o lazos consanguíneos laberínticos, silencios y fragmentaciones
Los tomos de la Trilogía de los Snopes, editados por Alfaguara.
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“AL RECORRER LA YOKNAPATAWPHA, DE LA CUAL FAULKNER HIZO UN PLANO Y SE AUTONOMBRABA ‘ÚNICO DUEÑO Y SEÑOR’, PODREMOS CONSTATAR LA FORMA EN QUE HABRÁ ELEMENTOS AFINES CON LOS INSÍPIDOS POBLADOS EN AMÉRICA LATINA.”
que pueden llegar a exasperar; personajes dos o tres generaciones diferentes que llevan el mismo nombre; paralelismos narrativos que perduran todo el libro (Las palmeras salvajes); exploraciones en la mente de seres peculiares (El ruido y la furia o Mientras agonizo); o la narración deliberadamente oscura por la cual el lector va casi a tanteos; el juego calidoscópico de la novela fragmentaria (Desciende, Moisés), todo esto y muchos elementos más le imponen a esta obra un precio por el que el lector deberá de pagar. La única garantía es que ninguno de sus ejercicios presenta una puerta falsa donde la exploración sea inútil. Desde las menos complejas como Mientras agonizo o la trilogía de los Snopes, las cuales plantean el cambio de perspectiva a medida que los hechos son relatados por cada uno de los personajes. En el caso de Mientras agonizo, que enumera las calamidades de la familia Bundren, la cual transporta el cadáver de su madre en la carreta para ser enterrada a varios kilómetros de distancia, cuyo afán es atizado por el paterfamilias, por un falso interés en cumplir la voluntad materna, hasta la hija que va embarazada de quién sabe quién, Cash, el hijo que pierde la pierna, para finalizar con Tull, el niño loco. O la Trilogía de los
Snopes, en la cual se muestran las repercusiones de una economía capitalista de mayor desarrollo contra una economía rural que aún posee los vestigios de algunas prácticas artesanales a las que se les pondría en una crisis permanente. Con sólo ver el desenvolvimiento de los Snopes (de origen norteño) y su incorporación al sur y su manera de hacerse de los espacios de comercio y su ambición por lograr un cargo público para medrar desde ahí, ¡con sólo seguir a Flem Snopes durante las tres novelas, uno entiende los pasos que ha seguido Estados Unidos en su ambición por dominar el resto del continente americano! Por su parte, están las más complejas, las más desarticuladas y laberínticas, como El ruido y la furia o ¡Absalóm, Absalóm!, que no es casual que estén unidas por medio de una familia en común, los Sutpen; y que en éstas se narren los destinos nefandos de los descendientes de Candance, quien se embarazara siendo muy joven, y que fuera chantajeada por su hermano, Jason, aduciendo la ilegitimidad de los hijos. Así como existen obras de una complejidad expresiva, como Desciende, Moisés, que repiten los modismos y expresiones rurales, las frases distintivas como “Turl el de Tomley”, que —casi casi— recuerda la
reiteración de provincia cuando a uno le llaman por su nombre y de quien es hijo —“Pancho el de Chuy”. No cabe duda de que por razones como éstas los ambientes de William Faulkner alcanzan una lectura universal, ya que los orígenes de los poblados y su manera de desarrollarse no han sido muy diferentes sobre la faz de la Tierra. Al recorrer la Yoknapatawpha, de la cual Faulkner hizo un plano y se autonombraba “único dueño y señor”, podremos constatar la forma en que habrá elementos afines con los insípidos poblados en América Latina, las Antillas, la provincia francesa, Europa del Este, Australia o Japón, ¿por qué no? La literatura de Faulkner contradice y desestabilizaría la creencia de que un escritor, un buen escritor, necesita una zona de confort para concretar su obra, precisamente porque son las geografías agrestes, inhóspitas, los poblados inciviles, las familias disfuncionales o impresentables, los vecinos mezquinos y sandios, lo que ayuda a conocer un poco de lo mucho o poco miserable que puede ser el ser humano. Quizá por esto, Faulkner es el padre indiscutible del boom latinoamericano y de una serie de escritores de auténtica valía y vitalidad literarias. NOTAS 1 Sobre las recurrencias entre William Faulkner y Juan Rulfo escribí este ensayo en Nexos: http:// bit.ly/1IUG6jR 2 Edmund Wilson: Hacia la estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer la historia, traducción de R. Tomero, M. F. Zalén y J. P. Gortázar, RBA, España, p. 38. 3 William Faulkner: La ciudad, traducción de José Luis López Muñoz, Alfaguara, España, p. 83. 4 También desarrollé este tema en Este país: http://bit.ly/29lGSva
En fuga hacia lo oscuro ADOLFO CASTAÑÓN En memoria de Juan Goytisolo, Monique Lange y Carole Achaché
“Nunca sabremos nada de la verdad de las [personas”, dicen a pie de página los libros de historia.
sus pies disfrazados de zapatos. Su fulgor en fuga hacia lo Oscuro: en nosotros acostumbrados a leer libros que nosotros mismos escribimos y que hemos olvidado que escribimos.
Apenas conoceremos un poco su piadosa [mentira,
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10 LA N OTA NEGRA
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Por
FRANCISCO HINOJOSA
ASPIRINA
@panchohinojosah
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ace veinte años publiqué un artículo en La Jornada sobre el centenario de la aspirina. Lo escribí porque en ese entonces había leído que Oliver Sacks (La jaqueca, Alianza Editorial, 1985) aseguraba que no existía un remedio único para curar los distintos tipos de migraña: el que aconsejaba como más eficaz, aunque insuficiente, era tomar un café o una infusión con una aspirina y soportar el dolor en un lugar lo más oscuro posible. En una edición aumentada y revisada (Migraña, Anagrama, 1992), el neurólogo daba algunas esperanzas farmacológicas que podrían lograr un mayor éxito para calmar los dolores e incluso para abortarlos. Mauricio Ortiz, médico, escritor y editor que había leído ese artículo, me pidió que escribiera un libro sobre mi experiencia como doliente de una muy particular cefalea: Migraña en racimos, también conocida como mal de Horton o migraña del suicidio. En él cuento todos los remedios a los que acudí durante veintisiete años para combatirla con resultados muy variables. Desde que lo escribí (Cuadernos de Quirón, 2006) hasta su reedición (Almadía, 2016), las migrañas desaparecieron sin saber cuál de esos remedios fue el responsable. Si bien la aspirina no lograba combatir el dolor, encontré otro remedio que no curaba, pero que sí hacía que el tormento disminuyera en intensidad y duración: el oxígeno, que sólo responde a este muy particular tipo de padecimientos.
La Canción # 6
EL PASADO 15 DE JUNIO LA ASPIRINA CUMPLIÓ CIENTO VEINTE AÑOS DE HABER SALIDO AL MERCADO. SU DESCUBRIMIENTO SE LE DEBE A UN QUÍMICO ALEMÁN, FELIX HOFFMANN, EN 1897.
Entre una edición y la otra, me enteré del descubrimiento de nuevos tratamientos: uno tiene que ver con el ácido lisérgico (LSD) y el otro con los hongos alucinógenos, que igualmente sólo son útiles en esta minoritaria manifestación de las migrañas. Una vez publicada la segunda edición, me vi con un cirujano maxilofacial que me aseguró que las migrañas no están dentro de la cabeza, sino afuera, y que por lo tanto no son competencia de los neurólogos. Con microcirugías, me aseguraba, es posible lograr un modo de vida más digno para los dolientes. El pasado 15 de junio la aspirina cumplió ciento veinte años de haber salido al mercado. Su descubrimiento se le debe a un químico alemán, Felix Hoffmann, en 1897. Según un artículo de El Universal, tan sólo en México se producen alrededor de 700 millones de tabletas anuales. Sirve como analgésico y antiinflamatorio, combate la fiebre y puede prevenir infartos al adelgazar la sangre y prevenir que se formen coágulos. A diferencia de otros analgésicos, como el paracetamol y el ibuprofeno, el ácido acetilsalicílico irrita el estómago y, como todos los medicamentos, se debe tomar con ciertas precauciones. Según el Vademecum y la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, el médico debe evaluar si lo receta a aquellas personas que toman tres o más bebidas alcohólicas todos los días, restricción poco conocida entre quienes
consumen aspirinas, a diferencia de la muy difundida creencia de que los antibióticos se anulan si quien los ingiere lo hace con una copa en la mano. Al menos eso es lo que leo en la literatura médica al respecto de las interacciones que tienen algunos medicamentos con el alcohol etílico. Aunque no es buena la idea de mezclarlos, existe otro riesgo: hay quien prefiere tomarse una copa y saltarse la toma del antibiótico, lo cual fortalece la resistencia de las bacterias. Desde hace años, tomo por las mañanas una aspirina protect, con prescripción médica, y trato de no consumir analgésicos. Aunque no siempre es posible cuando hay dolores intensos (hace poco me rompí una costilla) o cuando la fiebre quiere combatir alguna infección. Pero lo que yo haga, es mi problema. Lo que decida el lector de esta nota debe seguir el protocolo profesional: antes de meterse cualquier químico a la boca, la nalga o la sangre: consulte a un especialista. Cito a Montaigne: Siempre he despreciado la medicina: cuando me enfermo no me resigno a ella, sino que la aborrezco y le temo, y les pido a quienes quieren que tome medicamentos que por lo menos esperen hasta que haya recuperado las fuerzas y la salud para poder soportar el esfuerzo y el riesgo que implica tomarlos.
Por ROGELIO GARZA @rogeliogarzap
La Batimúsica de Neal Hefti y Nelson Riddle NUESTROS RECUERDOS INFANTILES y adolescentes de la serie Batman están conectados a la música con la que empezaba cada capítulo. La baticanción ha sido parte esencial del programa desde 1966, un tema vertiginoso que anima el cómic donde desfilan El Pingüino, El Guasón y una pandilla de villanos que vuelan tras las onomatopeyas de una ¡Santa madriza, Batman! Esa canción escrita por Neal Hefti, que Nelson Riddle arregló e interpretó para la televisión, mantiene viva la serie en la memoria de millones de personas. “Batman Theme” tiene los súper poderes de su autor en DC Comics y 20th Century Fox, Hefti la grabó con su orquesta para la serie de William Dozier basada en el cómic de Bob Kane y Bill Finger. Músico, compositor y arreglista, Hefti empezó a tocar la trompeta en los cuarenta con las bandas de jazz y swing de Bob Astors y Woodie Herman. Pero tuvo una epifanía
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bebop cuando escuchó en vivo a Dizzy Gillespie. Durante la década del rocanrol fue el compositor consentido en la orquesta del gran Count Basie, en esa compenetración grabaron el disco Basie Plays Hefti como legado de su simbiosis. Dejó Nueva York porque el horizonte creativo brillaba en California, donde trabajó nada menos que con La Voz e hicieron el disco Sinatra and Swingin’ Brass. Como habitante de Hollywood hizo la música de películas y series, entre ellas Batman. El álbum original de Greenaway Productions incluyó una docena de “batsongs” que surfeaban entre el blues, el jazz orquestal y el rock, como “The Mafista”, “Batman Chase”, “Mr. Freeze”, “Just a Simple Millionare” y “Evil Plot to Blow Batman”. Pero Hefti no estaba disponible para hacer la versión de televisión, la suya era más bluesera, lenta y oscura. Así que Dozier le pidió a Nelson Riddle que interpretara
el tema con los arreglos necesarios y de paso hiciera la música incidental de la serie. Riddle también era egresado de las orquestas de swing de los cuarenta, tenía las mismas credenciales y se mudó a Ciudad Gótica en los cincuenta. Igual trabajó con Sinatra, Ella Fitzgerald e hizo mancuerna con Nat King Cole, antes de hacer la música de las series Ruta 66 y Los Intocables. Su versión de Batman es más rápida y colorida, omitió algunas partes y agregó otras con mayor instrumentación. Brillante, así la deseaba 20th Century Fox para que fuera un éxito comercial. Y lo ha sido, si ponemos en la balanza al centenar de grupos que la han interpretado. Y a la multitud de televidentes que desde entonces recordamos la serie —al fallecido Adam West bailando a go-go—, moviendo la patita y coreando. Una canción inolvidable, como las curvas de Gatúbela y Batichica.
RIDDLE TAMBIÉN ERA EGRESADO DE LAS ORQUESTAS DE SWING DE LOS CUARENTA Y SE MUDÓ A CIUDAD GÓTICA EN LOS CINCUENTA.
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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
BAREBACK TO BASICS
11 Por
CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
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a nueva novela de Wenceslao Bruciaga es toda una leyenda. Fue rechazada por varias editoriales de prestigio. No por no cumplir con los estándares de calidad, por su alto contenido gay calórico. Existen distintas formas de definir la vida. La de Hip, protagonista de Bareback Juke-Box (Moho, 2017) es ésta: “8977 compactos, 4001 acetatos de 12 pulgadas y 320 viniles de 45 revoluciones”. Esta no es una declaración de principios cualquiera. Es el currículo vital de un gay melómano y barebackero. Que una noche decide, por despecho, contraer VIH. En un arranque tan memorable como repulsivo. Si en Kids Larry Clark cerraba los noventas con Jen llorando en el asiento trasero de un taxi por haber contraído el virus, Hip enfrenta el nuevo siglo exigiéndole a gritos a un australiano una carga viral inmanente. Así comienza esta rocola de sexo homosexual sin protección en la que el protagonista, un hijo de padres divorciados, se arrastra por la Ciudad de México después del suicidio a mediano plazo que significa infectarse de SIDA por iniciativa propia. Como un disidente punk cubano. Todo por culpa de Fernando, obsesión de Hip, un cincuentón que lo deja plantado varias veces. ¿El motivo? Se va a vivir con otro gay. Y lo que al protagonista le duele no es la traición en sí. Sino que le ocultara el amasiato. Entonces Hip se forja una misión. Volver al gimnasio de box a entrenar para ponerle una golpiza a Fernando. En lo que cumple su meta, Hip salta de acostón en acostón y de orgía en orgía. Con
NO EXISTE SERVILISMO DE NINGÚN TIPO EN ESTAS PÁGINAS. SI ACASO LA COMPULSIÓN POR ESCUCHAR MÚSICA.
El sino del escorpión
escenas en 3D. Y el escenario donde todo esto transcurre es la Ciudad de México. En qué otro lugar podría ser. Sólo una metrópoli de estas dimensiones podría albergar a un narrador como Wenceslao Bruciaga. Quien, obvio, tiene un pasado, Torreón, que es el objeto favorito del autor para practicar el escarnio. La novela es al mismo tiempo una historia de revanchismos e invectivas y una guía de bares gays y una enciclopedia musical. Bruciaga mixerea descripciones de escenas sexuales con opiniones musicales. Lo que es un palo se convierte en las liner notes de la contraportada de un disco. Y lo que es una sesión de fisting se convierte en una crítica musical. El sesgo autobiográfico es evidente, las similitudes entre Hip y el autor son amplias, el padre comunista y la madre rockera, pero Bruciaga las utiliza como un salto a lo mejor de su ficción. Bareback Juke-Box es una novela divertidísima, quizá la más divertida de su autor. Si bien Hip, como Bruciaga, utiliza su gusto musical para menospreciar a los otros gays, el sentido del humor que desprende es irresistible. Desde el pedestal de la superioridad moral del melómano, Hip despacha arengas no sin asomo de verdad. ¿Tanta lucha por salir del clóset para derretirse por Jeans? Como producto de padres ilustrados, Hip no escapa a lo culterano. Para él la vida se trata de tomar posturas. Y él adoptó la de gay. Pero no la del gay que se deja intimidar por el machismo circundante. Sino aquel que responde los agravios con golpes. Y aventura una teoría, bastante
atinada, de por qué el joto es tan dejado en nuestro país. Culpa a Novo. Según Hip gracias a él “se institucionalizó en México esa manía de agredir joteando sin esperar un puñetazo porque de lo contrario eres un bruto”. Pero él vive la homosexualidad desde otras culturas, en las que la sumisión no está por encima de la resistencia. En Bareback Juke-Box Hip menciona recurrentemente a Ballard. Uno de los héroes literarios del autor. Pero con quien más está en deuda Bruciaga es Dennis Copper. Cualquiera que haya leído las columnas de Bruciaga se habrá percatado que es un escritor inclasificable. Uno de los narradores más singulares del panorama. Y con Bareback Juke-Box atraviesa por uno de sus mejores momentos estilísticos. “Si no puedes con tus traumas, para qué chingados te drogas”, increpa Hip. No existe servilismo de ningún tipo en estas páginas. Si acaso la compulsión por escuchar música. Que Hip emplea como defensa ante la homosexualidad generalizada. Que representa el infierno para él. Ser gay y amueblar la casa como cualquier señora clasemediera lo horroriza. Se aferra al frasquito de poppers como si fuera un tanque de oxígeno para escapar de la época a través de la risa. Bareback Juke-Box es un novelón de una nocividad irresistible. Es como una bebida energética que sabes que te va a joder pero no puedes dejar de darle tragos. Pero también es como esa risa que te induce el popper. La risa del popper cristalizada en novela. C
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
Tan sólo un placebo EL ALACRÁN por fin salió de su nido en lo alto del muro y su recorrido por la ciudad en transporte público lo puso filosófico y jacobino. Dos jóvenes indigentes, olorosos a solvente y orín, subieron al vagón del Metro a amenazar-solicitar-mendigar unas monedas. Como sabida coartada advirtieron de su capacidad para despojar a las personas de sus bienes, pues eran clientes frecuentes del Reclusorio; no obstante, preferían “el respeto y la fe en Dios” para afrontar su situación (así dijeron). Sus tatuajes con cristos sufrientes, los colgajos con cruces, los anudados escapularios ¿hablaban de fe? El venenoso recordó al Fedor cuando en Los hermanos Karamazov, cuestiona: “¿Qué será del hombre sin un Dios y una vida inmortal? Si todas las cosas están permitidas, ¿ellos pueden
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hacer lo que quieran?”. La afamada cita se resume en el aserto: “Si Dios no existe, todo está permitido”. También Sartre y Camus parecen coincidir: sin Dios, la vida humana carecería de sentido y resultaría imposible dar razón de cualquier concepción ética o distinción entre el bien y el mal. Pero el escorpión no se cuece al primer padrenuestro y ha visto por el mundo todo tipo de fanáticos. Desde quienes al grito de Alá Akbar se sacan del refajo un AK-47 y asesinan a mansalva o estallan como hombres bomba, hasta quienes en el nombre de Cristo persiguen, reprimen y asesinan a los diferentes. Para no ir más lejos, el arácnido recuerda a los capos del narcotráfico confesando-negociando sus crímenes con el nuncio Prigione, así como la irredenta fe en Dios de sicarios y criminales, quienes se encomiendan timoratos
al creador y piden perdón de antemano para cometer luego atroces torturas, mutilaciones y homicidios. Y de la Santa Muerte mejor ni hablamos. Por todo ello, el rastrero acude a la irreverencia cáustica de Žižek cuando invierte el postulado de Dostoyevski y crítico propone: “Si Dios existe, todo está permitido”, y justificado en su nombre, añade el artrópodo. La idea del esloveno amplía la discusión acerca de las consecuencias de la creencia en un ser superior. ¿La religión ayuda al ser humano a encontrarse consigo mismo o puede llevarlo a su destrucción? El escorpión podría ceder a la tentación de la ortodoxia y traer a este espacio a Marx: “La religión es el opio del pueblo”, pero como no quiere ponerse pesado, mejor llama a declarar al doctor House: “La religión no es el opio del pueblo, es tan sólo un placebo”. C
¿LA RELIGIÓN AYUDA AL SER HUMANO A ENCONTRARSE CONSIGO MISMO O PUEDE LLEVARLO A SU DESTRUCCIÓN?
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DIONISIO CEBALLOS “LA BELLEZA DEL CAOS” Pedro Coronel, y también con la escuela expresionista americana y la iconografía precolombina. Ha exhibido su obra en diversas ciudades de México y Estados Unidos, y obtuvo el premio Emmy por su trabajo como artista y animador visual en cine. Es fundador de Studios Dio y de la organización Committed Couples, junto con su esposa. Realizó, entre otras piezas, las reproducciones de la obra de Frida Kahlo para la cinta protagonizada por Salma Hayek. Su obra se expone de manera permanente en la galería del MoMA (Museum of Modern Art) de San Francisco, California.
El juego de los claroscuros y los contrastes del color conforman la propuesta visual de Dionisio Ceballos (Ciudad de México, 1972), un artista multidisciplinario que ha sobresalido por sus murales abstractos y de colores intensos. A través de una combinación de técnicas, el pintor ha sobresalido en Estados Unidos como un creador que desea legar al arte su manera de ver al México violento del siglo XXI. Pintor autodidacta, egresado del área de comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ceballos se formó con las obras de Rufino Tamayo,
Por
ESGRIMA
¿Para qué se es pintor en el siglo XXI ? ¿Cómo tomaste este camino? Para mí, el arte ha sido un accidente. Estudiaba con la idea de dedicarme a la publicidad, y un día, en un ejercicio de cine, debía transformar un cuarto en un bar y se me ocurrió pintar un mural. De pronto, alguien llegó y me pidió que le pintara un cuadro para su casa, lo compró y entonces pensé que podía vivir del arte... Después de eso, me dediqué a pintar por un año y conseguí una exposición en el Museo Nacional de Culturas Populares, en la Ciudad de México. Soy autodidacta, y he explorado diversos caminos. Definitivamente, de cada disciplina he aprendido algo, sobre todo del cine y de los grandes maestros. Cuando me invitaron a hacer las reproducciones de Frida Kahlo, para la película que protagonizó Salma Hayek, estudié su técnica muy de cerca. Pude identificar cómo preparaba los lienzos o la masonita. Gracias a dichas reproducciones me di cuenta de cómo trabajaba el chapopote, y comencé a experimentarlo. Después llegué a Estados Unidos por un asunto familiar, y un día me llamaron del periódico local de Kentucky, yo no le di importancia pero mi esposa fue al periódico a preguntar qué había sucedido, y aunque sólo querían venderme publicidad, decidieron entrevistarme por mi trabajo en la película. Resulta que la entrevista apareció en primera plana y la leyó la vicepresidenta ejecutiva de Jack Daniels, y me contrataron para crear un mural para su lobby. Y así empecé mi carrera. En realidad, fue un golpe de suerte, porque llegué sin nada. Así empezó mi historia. ¿Por qué apostar por la mexicanidad “fresca”? Alejarme de mi país me ha permitido ver en perspectiva su historia cultural, y decidí crear este tipo de propuesta. El color representa mi idea de México en el arte. Es curioso que visitantes de exposiciones como American Woman, que es sólo obra de desnudo, cuya modelo es norteamericana y, por cierto, nada tiene que ver con mi trabajo como colorista, notan la mexicanidad. No sé cómo ni por qué lo perciben, pero ahí está. Lo atribuyo a que para
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ALICIA QUIÑONES
mí, ser mexicano es, de alguna forma, reconocerse desde el caos, desde la violencia de la cultura. Pienso que a través del arte puedo encontrar la belleza en el caos, y desde ahí puedo celebrar a mi país. Creo que la puedo encontrar también en el caos actual, como lo es la corrupción, el crimen, el clima social y político que vivimos en el México de hoy. Encuentro la belleza, y entonces todo eso se vuelve un descubrimiento estético. El arte es una manera de simplificar. Si tuviera que reducirlo a una frase: la pintura es la belleza del caos. Este caos que reconstruyes o interpretas se sostiene en la combinación de colores vivos. El color es una influencia de mi país, de nacer y crecer en la Cuidad de México, de aandar por las calles y por el mercado de Jaue maica, de la arquitectura, de las bolsas que otejen los artesanos. Me identifico como coloho rista, el juego de los colores me gusta mucho e. y cada cuadro me afecta emocionalmente. Puedo notar también cómo conmueve al npúblico —como en todo, algunos sí se conmueven, pero otros pasan por encima de mi obra.
PARA MÍ, SER MEXICANO ES, DE AL GUNA FORMA, RECONOCERSE DESDE EL CAOS. DESDE L A VIOLENCIA DE L A CULTURA. PIENSO QUE A TRAVÉS DEL ARTE PUEDO ENCONTRAR L A BELLEZA EN EL CAOS.”
un mural con su rostro en Los Ángeles, y resultó ser muy controvertido, porque después de que pasaron las elecciones querían quitarlo. Hice el mural en un edificio histórico, de la década de los cincuenta, icónico por películas que se filmaron ahí, y un grupo de personas protestó. Al final, se ganó el pleito legal y el mural se conserva. ¿De qué manera contribuye el arte a una coerción social, si es que lo hace? El arte tiene un lenguaje único, y justo en la capacidad que tiene de sintetizar y darle voz a la sociedad es donde está el secreto para poder representar nuestra historia: darle a su gente un contexto social y artístico. C
Arte digital > STAFF >La Razón
to ¿Cómo vives desde el arte este momento político entre Estados Unidos y México? eEs un tema que me preocupa y entristence, pero desde esos sentimientos encuenn tro la experiencia estética. El arte es un es refugio. Son lamentables las situaciones do que se viven en ambos países, sobre todo os para la gran mayoría. En México, algunos eaún tienen acceso a la educación, a la sean guridad y quizás al confort, pero la gran nmayoría no lo tiene. Sin embargo, aún tengo go esperanzas de que podamos hacer algo es como sociedad, y sin mirar a los líderes n políticos mexicanos. Desde mi posición na como artista haré algo. Al menos tener una posición pública en la que se defienda la capacidad creativa y el arte en México. Entonces crees en el arte político. oLo consideraría más apolítico que pon lítico. Mi única participación concreta en ila política fue hace poco, en Estados Uniie dos, cuando apoyé la campaña de Bernie ra Sanders, cuando él me pidió que pintara
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