FERNANDO IWASAKI
CARLOS VEL ÁZQUEZ
UN CL ÁSICO AL AÑO
ONLY LOVERS LEFT ALIVE
ESGRIMA
ROGELIO NAR ANJO
El Cultural N Ú M . 2 8
S Á B A D O
0 2 . 0 1 . 1 6
[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
DOS POETAS Y UNA NOVELA PARA RECORDAR C. K. WILLIAMS JA M E S TAT E
Versiones de Rafael Vargas
EL GOLEM
De Gustav Meyrink
POR HÉCTOR ORESTES AGUILAR
Ilustración de Hugo Steiner-Prag, en la edición original de El Golem, 1915.
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El Cultural SÁBADO 02.01.2016
Dos excelentes poetas norteamericanos desaparecieron en el año 2015. El primero de ellos, James Tate, falleció el 8 de julio; el segundo, C. K. Williams, el 20 de septiembre. Ambos fueron distinguidos con el premio Pulitzer (Tate en 1992, Williams en
1998) y son quizás los autores de su generación menos conocidos en nuestro idioma. El Cultural inicia el 2016 con una breve muestra de su trabajo, traducida y presentada por Rafael Vargas, que hace evidente su singular visión poética.
“A T E N T O S I E M P R E A ESE M U R M U L LO E RÓT ICO”
C . K. W I L L I A MS N O TA Y V E R S I O N E S D E R A FA E L VA R G A S
O C H O F I C H A S PA R A L A L E C T U R A DE C. K. WILLIA MS Aunque en la obra de Charles Kenneth Williams no faltan poemas dedicados a la evocación de objetos, animales y paisajes, el asunto central de su obra, y el que más rápidamente es posible identificar cuando se quiere definirla, es la conciencia: ese teatro de sombras en el que, aun a solas, jamás estamos solos.
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Williams se muestra fascinado por la manera en que operan nuestros mecanismos mentales, la manera en que se construyen la culpa, el odio, el remordimiento, la manera en que asociamos emociones e ideas, la manera en que nuestros apetitos nos iluminan o nos confunden, la manera en que nos aturde el miedo, o bien, como lo ilustra “Política”, la manera en que disfrazamos nuestros sentimientos por mera incapacidad de manifestarlos. Exponer tales procesos equivale a desmontarlos y, por supuesto, a comprenderlos. La conciencia se desdobla, ejerce la autocrítica y se sorprende de sí misma.
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Williams se pregunta: “¿Acaso no es posible abordar de manera más directa e intensa la verdadera materia de la vida, las cru-
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das, turbulentas tormentas emocionales en las que parece arraigarse incluso la más trivial de nuestras experiencias?” Y sus mejores poemas se convierten en una respuesta afirmativa. Dice el poeta y crítico Edward Hirsch: “Ningún otro poeta contemporáneo nos ha brindado una versión más texturizada o presurizada de lo que es pensar, tratar de pensar, poner el inconsciente bajo la luz del lenguaje.”
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En el análisis de las causas profundas de 5 nuestra conducta Williams se emparenta con un vasto universo de pensadores, desde los moralistas franceses —en especial La Rochefoucauld y Chamfort— hasta los maestros del psicoanálisis —Freud, Adler—, sin olvidar a Kierkegaard. Al igual que todos ellos, Williams es un observador, un vigilante. La vigilia (The Vigil) es uno de los mejores libros de C. K. Williams. Su título alude a la vigilancia que debe ejercer el pensamiento frente al mundo y frente a nuestros propios actos, a la conciencia como centinela insomne en el castillo de las horas.
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Para una conciencia despierta cada detalle cuenta y da lugar a la reflexión. De allí que Williams se demore con frecuencia en datos que para otro poeta podrían parecer insignificantes, pero que para él son la principal sustancia de las impresiones y recuerdos que presenta en sus poemas. A partir de ellos extrae relaciones e ideas que configuran la experiencia poética.
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Casi parece una ironía que una mirada tan minuciosa requiera de un espacio tan amplio para desplegarse. Pero quien desarma un reloj de pulso muchas veces necesita ocupar una mesa entera. De ahí que, en el aspecto formal, Williams haya llegado muy pronto (a partir de su tercer libro) a la construcción de un verso largo que casi desborda la página y parece acercarse a la prosa, pero que en definitiva no lo es, gracias a que Williams es un consumado maestro en el arte de la prosodia: en versos tan largos como los suyos es muy difícil equilibrar los acentos, pero una y otra vez lo logra. Así, a pesar de algunas caídas —y sin duda gracias a muchas horas de reflexión— Williams logró forjar un tono personal inconfundible.
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EL CORAZÓN Cuando vi el corazón de mi hijo amplificado en blanco y negro en el sonograma en la pantalla como una masa gelatinosa, ameboide, apenadas contenida por invisibles [capas de membrana, casi sufrí un desvanecimiento Jed, de ocho años, yacía, libre de todo temor, conectado a la máquina
CRIMEN Juan el sastre había subido corriendo las escaleras de la parte posterior [de su tienda y como estaba tan asustado había saltado por la ventana a la calle donde se fracturó el brazo aunque no gravemente. Un policía montado que acababa de estar con su amante a la vuelta [de la esquina escuchó los gritos y llegó a medio galope justo cuando el asaltante salía con una pistola en la mano. El policía sacó su pistola, disparó una vez, le dio al ladrón en el pecho Y allí acabó todo.
con alambres, mientras el doctor nos mostraba una pestaña plateada, plegable, que según nos dijo era la válvula, que padecía un prolapso benigno que a mí me pareció una criatura lunar extraviada, mordiendo [con demasiada avidez, desesperadamente, en una atmósfera ajena, la pequeña parte de esa esencia en la que —siempre me he permitido [creerlo así— radica el alma. Ahora aparecía expuesta, en una desnudez que casi no debería mirarse como un fantasma muscular majestuosamente henchido y contraído, mientras yo permanecía de pie ante él, temblando de amor, de miedo.
Para cuando yo llegué, todo mundo aguardaba que apareciera una ambulancia, Juan todavía temblaba, el ladrón yacía junto a un charco de sangre cuajada, denso y oscuro como bosta de vaca, y los niños corrían entre la multitud, peleaban por las monedas que se le habían escapado cuando cayó.
UN VIEJO Especial de tetas grandes, dice el anuncio de una revista de pornografía [suave en el puesto de periódicos de nuestro vecindario, pero olvidémonos de sus pechos: es una rubia opulenta, labios jugosos, piel
MEDUSA Una vez, en Rotterdam, una puta, en un bar, en un bar de marineros, [un antro de putas, abrió las piernas —sus piernas, dios mío, gordas como troncos—, se levantó la falda [y comenzó a acariciarse, comenzó a acariciarse con ambas manos, allí, justo allí, como si hubiese habido allí otra cosa, como si esa [otra cosa fuese algo que por casualidad ella tuviera allí, algo que ella quería [que yo viese. Yo apenas tenía veinte años, andaba buscando una muchacha, [a la muchacha, así como todos, siempre, andamos en pos de una muchacha, y la mujer se reclinó allí, [sobándose el coño con ambas manos, hablándole; le preguntó si me quería, y luego, muerta de risa, me preguntó [si yo lo quería, mientras mi virginidad, ese temor que tanto había luchado por perder, piedra a piedra [se levantaba nuevamente dentro de mí, como un muro.
[brillante cual oro la que aparece desplegada allí, resplandeciente. Casi he cumplido sesenta, sin embargo, estas mujeres, casi intangibles, [apenas mejores que putas, aún me pueden excitar. Tal vez el haber crecido en la sensual oscuridad norteamericana, sin ver jamás un pezón tachado, una vagina velada por la censura, me ha dejado infectado para siempre por una insaciable lujuria ocular, atento siempre a ese murmullo erótico —casi no soy yo si no me hallo [en un estado de incipiente excitación. Dios es testigo, no obstante, de que nuestras obsesiones pueden adoptar [formas peores: el año pasado, en Israel, un joven rabino ultra-ortodoxo, que guiaba a unas adolescentes a través del museo de la Shoah, les prohibió mirar en una de las salas porque en ella había imágenes que, según dijo, eran licenciosas. Lo que se exhibía en esa sala era una foto: hombres y mujeres desnudos, algunos tratando de cubrirse los genitales,
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otros demasiado asustados para preocuparse, alineados en la nieve en espera de ser fusilados y arrojados a una zanja. Las chicas, para mi horror, apartaron la mirada: ¿qué temores carnales infundió en ellas su maestro? Aunque eso, sin embargo... Otra confesión: una vez, en un libro [sobre la Polonia anterior a la guerra, un retrato de estudio, un ángel absoluto, con ojos atormentados y atormentadores; una y otra vez [yo regresaba a esa página: el que ella hubiese muerto en los campos de concentración la hacía ante [mis ojos, no me atrevía a pensar por qué, más cercana, más preciada.
EL VESTIDO
“Que muriera en los campos”: en ese entonces la gente, por lo menos [los judíos, también le ocultaban eso a sus hijos, pero al igual que sucedía con el sexo, nadie tenía que decirle nada a uno. El sexo y la muerte: cuán cercanos pueden parecer. Hoy soy tan consciente de que la muerte está cada vez más cerca, que creo que a veces los confundo. La hermosura de mi mujer casi me aniquila, mi pasión por ella va más allá de los límites razonables; cuando hacemos el amor, me abraza, siento como me envuelve, y yo estoy y no estoy allí; mi mente hierve, se confunde a fuerza de rostros, voces, impresiones: vivo mi vida como si estuviera a punto de ahogarme. ... Y me estoy ahogando, me siento desesperado por tener que dejar a mi [mujer, dejar esto, aquello, todo: es algo terrible, insoportable... No obstante, morir sin tener que arrepentirse de algo en especial, sin [haber sido esclavizado o destazado,
En aquellos días, esos días que ahora existen para mí sólo como el recuerdo más esquivo, cuando muchas veces lo primero que se escuchaba en la mañana era un atronador canto de pájaros, luego el eco apagado de los cascos del caballo que tiraba del carro de la leche por tu cuadra, y el último sonido de la noche, por lo general, era el que hacía tu padre cuando volvía tarde del trabajo, tarde siempre, y estacionaba su auto, para después dirigirse con pesado paso al sótano, a sacar las cenizas del calentador y humedecer el tiro antes de subir a su cuarto y tirarse en la cama... En aquellos lejanos días, las mujeres, mi madre y las madres de mis amigos, nuestras vecinas, todas las mujeres que yo conocía, usaban, la mayor parte del día, vestidos que podrían llamarse “caseros”, ligeros vestidos de algodón, baratos, estampados, vulgares, que al parecer carecían deliberadamente de forma,
sin enterarse de la siguiente atrocidad o regresión de la historia, acaso sea un alivio.
y podían ponerse encima del camisón de dormir cuando había que ir a buscar a los niños a la escuela
Pero no, no y no otra vez. No es eso lo que quiero decir, lo que quiero [decir es que todo en el mundo me llama con tanta fuerza, lo bueno y lo malo, mis locuras y debilidades —incluso
—mientras la ropa se secaba al sol—, o correr a la tienda de la esquina cubiertas con un abrigo bajo el cual asomaba siempre, fruncida, delgada y amarillenta, la bastilla del camisón.
esta Venus falsa, con su ardor impostado y sus pechos hinchados artificialmente con alguna pomada— me conmueven tanto que me arrancan el aliento.
Más que los rizadores que algunas mujeres parecían llevar en el pelo con frecuencia, listas para el gran acontecimiento —un baile, suponía uno— que jamás llegaba a ocurrir;
Vampiresa, sirena seductora: su mirada de tinta revela mucho más de lo que se imagina;
y más que sus rostros, que la mayoría de las mujeres nunca se arreglaba durante el día,
qué manera de encarnar nuestra humana necesidad de ser mirados, nuestro [deseo de vivir en la belleza, de ser bellos, acariciados con la mirada si no con otra cosa, o por algo [parecido al amor, ya que no el amor mismo.
por lo que lucían más bien desteñidas, sin color, casi —con las cejas [depiladas— como máscaras espectrales; más que todo eso, lo que hacía que las mujeres parecieran tan tentadoras [y misteriosas, afectas a enigmas
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inaccesibles para los hombres y que los muchachos ni siquiera imaginaban, eran esos vestidos. Sólo andando el tiempo me daría cuenta de que esos vestidos eran también una proclama: que lo que las mujeres nos dejaban ver en sus opacas cocinas, sus sótanos, sus desolados patios de concreto, era una pantalla; su auténtica naturaleza sensual, velada bajo esas prendas asexuadas, era su dominio exclusivo. Uno también ocultaba muchas cosas en aquel entonces: los hombres adultos no se abrazaban entre sí a menos que alguien hubiera muerto, y no siempre; uno se saludaba de mano o, en un juego de pelota, le daba una palmada al amigo en la espalda e intercambiaba unos cuantos [golpes que cifraban el afecto; no bien dejaba uno atrás la infancia, nunca volvía a sentir el roce de las patillas del padre en la mejilla, no hasta que las costumbres finalmente cambiaron y un hombre pudo abrazar a otro,
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incluso estrecharlo un poco, e incluso besarlo (las patillas del padre para [entonces eran como fibras blancas y duras).
Un grito de un niño en la calle, no de dolor ni de miedo, Más bien uno de esos llamativos, inarticulados Pero perfectamente expresivos trompetazos de indignación:
Qué alivio a fin de cuentas ese abrazo: aunque éramos cautos —parecía algo tan audaz—
Algo que se deseaba ha sido negado, Algo querido ha sido pospuesto.
cuánta alegría inconfesada había en esa afirmación de igualdad y comunión, más allá del dolor y los malentendidos que hubiesen ocurrido entre ustedes.
Sería tan útil llevar siempre con uno ese higiénico aullido; cumple tantas funciones... Sus equivalentes verbales son tan poco útiles, Requieren tanto tiempo emocional
Sabíamos tan poco en aquellos días —como hoy, supongo—
Obligan a tantos eufemismos, tantos atenuantes, tantas limitaciones.
sobre cómo curar esas heridas: ni siquiera las mujeres, con sus mejores vestidos, sus corpiños bordados con cuentas y lentejuelas,
Y qué bueno sería cuando clamamos al cosmos, Hartos de nuestra imperfección, nuestras teodiceas, ideales traicionados,
con lápiz labial y maquillaje, las cabelleras sueltas, podían hacer
mantener ese duro núcleo de ira dentro de nuestra ira
[otra cosa
Para culpar, confrontar, acusar, deplorar, vengar
que estrujarse la manos
nuestros deseos absurdamente frustrados.
suplicando paz, mientras el padre y el hijo, como matones, como bandidos, como romanos, hervían de rabia y se maldecían y se odiaban, infligiéndose heridas que perduraban —por lo menos las más graves— a pesar del beso y el abrazo, y se transmitían de hermano a hermano. En aquellos días el campo todavía estaba cerca de la ciudad, las granjas, las vacas, los maizales; no estaba lejos ni siquiera de nuestro edificio con sus ladrillos manchados y su largo zaguán sombrío; alrededor había terrenos con árboles y colinas que uno podía convertir en bosques y montañas. Uno podía salir solo, e ir a un baldío a media cuadra, meterse entre los arbustos; y acechar agazapado, reptante, como una criatura vegetal, simple, salvaje, sola: ya entonces era claro el anhelo de que las cosas fueran simples, el anhelo de no volver si te llamaban.
“Crimen” y “Medusa”: del libro Flesh and Blood (Farrar, Straus & Giroux, 1987). “Política”: A Dream of Mind (Farrar, Straus and Giroux, 1993). “El corazón” y “Un viejo”: The Vigil (Farrar, Straus & Giroux, 1998). “El vestido” y “Rabieta”: Repair (Farrar, Straus & Giroux, 2001).
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James Tate —como apunta aquí Rafael Vargas— “se antoja ajeno a casi cualquiera de las tradiciones, escuelas o corrientes poéticas de Estados Unidos que uno pueda tener presente. Es, en realidad, un solitario”, que se distingue por la hondura de su lirismo, la sutileza y el humor de su imaginación, tal como lo evidencian estas páginas.
“E S T R ÁGICO, P OR E SO E S TA N DI V E RT I D O”
JA M E S TAT E DE L A COM ICI DA D A L A I M AGI NACIÓN POÉ T IC A
J
ames Tate nació el 8 de diciembre de 1943. Después de luchar más de una década contra el cáncer, falleció el pasado 8 de julio, en su casa, en Springfield, Massachussets, una pequeña ciudad de 150 mil habitantes, muy cerca de la aún más pequeña ciudad de Amherst, donde nació, creció y murió Emily Dickinson, poeta a la que Tate veneraba: Es domingo por la mañana en Amherst. ¡Acabo de ver un búfalo de agua! Emily Dickinson ha decidido comprarse varios sacos de angora, pero es domingo y lamento informar que en estos últimos tiempos no ha sido muy buena vecina. “Ahora las lágrimas son mis ángeles guardianes”, me dice a las 4 a.m. Pero aunque vivió más de la mitad de su vida en la región de Nueva Inglaterra (desde 1971, cuando comenzó a dar clases de literatura en la Universidad de Massachussets) y en una entrevista que le hizo Charles Simic en el 2004 dijo que al escribir tenía siempre como escenario las calles, casas y comercios de Amherst, Tate es un poeta muy distinto de aquellos a los que suele identificarse con Nueva Inglaterra —un linaje que nace con Anne Bradstreet y Ralph Waldo Emerson, pasa por Robert Frost y se extiende hasta Elizabeth Bishop y Robert Lowell. En realidad, Tate se antoja ajeno a casi cualquiera de las tradiciones, escuelas o corrientes poéticas de Estados Unidos que uno pueda tener presente. Es, en realidad, un solitario. Pese a que entre sus coterráneos haya poetas —Russel Edson, Billy Collins, Tom Clark, a ratos— que aparentemente comparten con él algunos rasgos definitorios (el sentido del humor), cuando uno lee con detenimiento la docena de libros que conforman la parte medular de su obra, Tate se distingue por un lirismo mucho más hondo y una imaginación humorística mucho más sutil.
Sus poemas están lejos de ser chistes —aunque muchas veces nos arranquen una carcajada— o bromas elaboradas al amparo del lenguaje, a las que jamás volvemos una vez que hemos admirado y aplaudido el malabarismo verbal: las cosas que escribe, como ha dicho John Ashberry —poeta al que no suele asociarse el nombre de Tate, pero que quizás le resulte más cercano que los mencionados—, “jamás dejan de asombrarnos, deleitarnos, perturbarnos y confundirnos; nos hacen reír a la vez que mejoran la calidad de nuestras vidas.” El sentido de lo cómico y la imaginación poética —observa Charles Simic— tienen mucho en común. Dependen de la yuxtaposición de elementos disímbolos, de la unión de dos realidades distantes cuya semejanza no se ha comprendido hasta ese momento. En los poemas de Tate nada es estable. La erupción repentina de la metáfora es la única realidad y esa realidad cambia constantemente. El poeta está a merced de su imaginación. Es el anti-héroe de una tira cómica que busca refugio en un castillo de naipes que ha construido con sus metáforas. Sabe que su situación es absurda; también sabe que es vivificante. Si James Tate pertenece a alguna tradición, dice Simic en el ensayo que dedicó a su poesía en The New York Review of Books (28 de febrero de 2002), es a la de Mark Twain, Buster Keaton y W. C. Fields. Tal vez la lectura de esta brevísima muestra de sus poemas puede servir para comprobarlo. Al igual que ante muchas de las irrepetibles escenas de las películas de Buster Keaton, en las que lo vemos a punto de ser aplastado por una casa que se desploma o arrollado por una locomotora sin control, al leer lo que James Tate nos cuenta en sus poemas podemos decir, repitiendo sus palabras: “es trágico, por eso es tan divertido.”
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JUNTO AL TENDEDERO Millie está en el patio tendiendo la ropa. La miro desde la ventana de la cocina. ¿Por qué me produce tanto placer mirarla? Porque la amo de mil maneras, y porque me encanta pensar en la ropa ondeando con el viento. Es una imagen intemporal, promesa de un mañana, emblema de un nuevo comienzo. ¡Pinzas para la ropa! Dios, adoro esas pinzas; deberíamos comprarlas por cientos. Acaso un día dejen de fabricarlas, ¿qué haríamos entonces? Si yo fuera pintor, pintaría a Millie colgando la ropa. Ese sería un cuadro feliz. Te conmovería hasta el alma. Jamás sabrías lo que le pasa por la cabeza: grandes ideas, ideas mezquinas, ninguna idea. Ya se marcha. ¿Habrá visto el halcón que volaba en círculos sobre su cabeza? ¿Aborrecerá tender la ropa? ¿Tendrá planes de huir con un marinero? Henchidas, las sábanas semejan las velas de un antiguo esquife, los calcetines dicen adiós. Millie, oh, Millie, ¿me recuerdas? Soy el hombre que te hizo el amor sobre un pequeño mantel bajo la gran tormenta.
EL PINTOR DE LA NOCHE Una mujer llamó para decir que había visto a un hombre pintando en la oscuridad junto al lago. Enviaron una patrulla para que investigara. Los dos oficiales con sus grandes linternas le dieron la vuelta al lago, pero no encontraron nada sospechoso. Hatcher, que era el más joven, le dijo a Johnson: “¿Qué crees que estuviera pintando?” Johnson lo miró, divertido, y dijo: “La oscuridad, imbécil, ¿qué otra cosa podría pintar?” Hatcher, un poco herido, dijo: “Ranas en la oscuridad, lirios en la oscuridad, el propio lago en la oscuridad.
P E G GY A L ATA R D E C E R Peggy pasaba la mitad de cada día tratando de despertar, y la otra mitad preparándose para dormir. Cerca de las cinco se preparaba un trago ridículo y muy de los cuarentas: un Grasshopper o un Brass Monkey, por ejemplo,
Hay en la oscuridad tantas cosas como bajo la luz.” Johnson guardó silencio, exasperado. Luego Hatcher añadió: “Me gustaría ver sus cuadros. Caray, quizás hasta le compraría uno. Tal vez haya en la oscuridad mucho más de lo que sabemos. Después de todo, somos la policía. Debemos averiguarlo.”
añadiéndole un toque de alegría a su derrota. Esta especie de vida disfuncional le sentaba. Irradiaba siempre un cierto brillo; es decir, le daba un aura de inocencia a la vez que de muerte.
N U N C A H AY SUFICIENTES DARDOS
La conocí en una fiesta hace casi treinta años. Ya en esa época era tarde para las mujeres trágicas, para
Un oso entró al pueblo la semana pasada.
cualquier cosa trágica. Sin embargo, cuando se abrazó las rodillas
Era un oso grande, un macho. Empujó la puerta
y se quedó dormida en un rincón, me sentí desbordante de amor
de la pizzería y se comió toda la pizza
por ella. Diminutos ángeles negros y dorados se sentaron
que había en los platos de los concurrentes.
en sus hombros y la arrullaron con canciones de cuna.
Todos se quedaron inmóviles, boquiabiertos.
Fui a la habitación contigua y le pedí a nuestro anfitrión una cobija para Peggy.
El oso salió entonces a la calle y llegó al pequeño local de hamburguesas e hizo lo mismo.
“¿Peggy?” dijo. “Aquí no hay nadie con ese nombre.”
El cocinero se las ingenió para llamar a la policía.
Así comenzó mi vida amorosa.
La policía llegó de inmediato, pero con el juego de futbol se les habían acabado los dardos somníferos desde la noche del viernes. Así que sólo siguieron al oso a la distancia. Éste, una vez que se sintió ahíto, salió del pueblo. La gente con la que hablé parecía encantada De estar nuevamente en contacto con la naturaleza. Mientras hubiera suficiente para comer a nadie se le ocurriría presentar una queja.
“Junto al tendedero” y “Peggy al atardecer”: del libro Distance From Loved Ones (Wesleyan University Press, 1990). “El pintor de la noche”: Memoir of the Hawk (Ecco/ HarperCollins, 2001). “Nunca hay suficientes dardos”: Lost River, 2003 (Farrar, Straus and Giroux, 2003).
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La primera edición de la alucinante novela El Golem, del escritor praguense en lengua alemana Gustav Meyrink (1868-1932), cumplió cien años en el pasado 2015. Las siguientes líneas proponen mínimas aproximaciones a una de las obras más enigmáticas y perturbadoras de la literatura universal, que conserva una legibilidad a toda prueba y aún desconcierta y maravilla a miles de lectores que la encumbran como referencia cardinal del expresionismo.
D OS I NST RUCC ION E S
PA R A A C E R C A R S E A E L G O L E M HÉCTOR ORESTES AGUILAR Doce horas tuvo el día. En la primera hora se amasó la tierra en la segunda, ésta se convirtió en un Golem; en la tercera, le fueron estirados los miembros; en la cuarta se infundió en él el alma; en la quinta se puso de pie… SANEDRÍN TALMÚDICO
Ilustraciónes > DE LA EDICIÓN ORIGINAL POR HUGO STEINER-PRAG
¡I
lumíname San Ripellino, ilumíname! ¡Condúceme por esos pasadizos tan diestramente recorridos; dale a mis pasos secuencia y pausa para adentrarlos en los misterios de la arcilla, de la niebla; llévame ante el ignoto custodio de tu ciudad mágica! ¡Ilumíname San Borges, ilumíname! Lector inaugural de aquellas páginas, tú que tres veces llegaste al umbral del arduo laberinto, ¡dame fuerza para al menos entrever algo de su entraña! ¡Alabado seas, San Bachelard! Si, como bien predicas, el sueño de la noche no nos pertenece, ¡alumbra mi agudeza ante el enigma de la ensoñación perpetua! San Egon Erwin, patrón y guía del cronista presuroso, historiador de los siete Ghettos, ¡socórreme en esta noche de Walpurgis! Ante ti me santiguo para iniciar mi fugaz atisbo de lo inextricable. Ninguna otra novela moderna de lengua alemana ha llegado hasta nuestros días con la perturbadora fuerza de El Golem, debut como autor de largo aliento de Gustav Meyrink (18681932), que el pasado 2015 cumplió cien años de haberse publicado por primera vez en forma de libro. De todas las obras vinculadas al expresionismo impulsadas por el editor Kurt Wolff, fue la única en canonizarse como emblema de una vanguardia y, al mismo tiempo, como lectura popular de amplio alcance, de venta masiva y duradera. Los contemporáneos no podemos sino darle la razón a Jorge Luis Borges, quien fue el primero en frasearlo así en 1938: El Golem es un libro único. Irrepetible. En sus menos de trescientas páginas están contenidas tal cantidad y diversidad de componentes ―literarios, históricos, cabalísticos, simbólicos, aun políticos―, que admite una cantidad inaudita de abordajes. Con la sola excepción del integral de la obra
de Kafka, ningún otro clásico de la literatura praguense en lengua alemana del siglo pasado puede hoy estremecernos tanto y de formas tan distintas.
INSTRUCCIÓN PRIMERA. LA NOVELA DE UN SUEÑO Y cuando se ha vivido mucho, cuando ya se han vivido unas veinte mil noches, nunca sabemos en qué noche antigua, muy antigua, hemos partido hacia el sueño. GASTÓN BACHELARD
Schnitzleriana: El Golem es el extenso relato de un sueño. Un genuino Traumroman. El prolongado deambular del narrador por los meandros de un rapto onírico. La agobiante caminata de un desesperado, que intenta des-
pertar a la realidad o recomponerla al azar, como si fuera un rompecabezas desprovisto de esquinas u otros fragmentos ancilares reconocibles. Cursar las páginas del libro inicial de Meyrink implica sumergirse en un estado de conciencia espeso y por momentos turbio. Casi impenetrable. Como cierta niebla invernal. Durante mi primera noche en Praga, a principios de marzo de 1992, la palpé. La bruma desciende sobre las calles con un peso doloroso, se adhiere a las paredes, forma inmensos arreboles que inhiben el paso. No puede haber algo más sobrecogedor que saberse tragado por la tiniebla. No hay luz artificial que alivie esa pérdida transitoria de la visibilidad, pues el descomunal vaho callejero todo lo cubre y el caminante no sabe dónde o cuándo terminará esa nube oscura a ras de suelo. Relata el narrador de El Golem: Tomé la dirección por la que había venido tanteando a través de la densa niebla a lo largo de enormes filas de casas y de plazas dormidas, vi aparecer amenazadores y negros monumentos, casas señoriales aisladas y las volutas de las fachadas barrocas. La mortecina luz de un farol aumentó en el aire hasta convertirse en gigantescas y fantásticas aureolas de los colores del arco iris, tras lo cual fue disminuyendo y apagándose hasta formar un ojo amarillento y penetrante, que por fin se deshizo en el aire tras de mí.
La densidad narrativa de El Golem comparte la nebulosa sustancia de los sueños. Vertebrada en veinte capítulos, no es fortuito que el primero de ellos se titule, precisamente, Traum (Sueño), y que otros (Noche, Despierto, Visión, Luz, Miedo, Impulso) aludan a diversos estados psíquicos vinculados directamente a la ensoñación o a periodos de seminconsciencia o de una consciencia aturdida, alterada. A lo largo de la novela se mantiene, además, cierta forma de sonambulismo continuo. Pero a diferencia de los personajes protagónicos de un Hermann Broch, por mencionar a otro gran escritor austriaco, el narrador de Meyrink alcanza, incluso, un estado cataléptico. Sin duda, en El Golem
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G U S T AV M E Y R I N K : UN NUEVO CLÁSICO* PETER PANTER (Seudónimo de Kurt Tucholsky) Kurt Tucholsky (1890-1935) fue uno de los periodistas y escritores más importantes de la República de Weimar. Crítico mordaz, dedicó estas líneas para celebrar la compilación de relatos que lanzaría a la fama a Gustav Meyrink un año antes de la aparición de El Golem como libro: ¿Quién lo hubiera pensado? ¡Nuestro Gustav Meyrink en tres volúmenes! Precisamente en un lindo estuche con el título Obras reunidas. Uno se hace viejo. Sí. Ahora los escolapios deberán estudiarlo en los libros de texto y ya escucho cómo mi pequeña nieta, afanosa y entusiasta, deletrea: “Per-do-ne-usted¿qué-es-Bu-shi-do?-pre-gun-tó-la-pan-te-ra-y-sa-cóla-car-ta-con-el-as-de-bas-tos…”. Y su dedito gordo subirá y bajará por las páginas y ella leerá la historia de la Urna de San Gingolph y la sentimental leyenda del león Alois y, para acabar pronto: ahora, aquí, ante nosotros, tenemos toda la Biblia del Diablo bien ordenada en tres tomos. Uno se hace viejo.
“EL GOLEM ES LA GRAN NOVELA EN LENGUA ALEMANA SOBRE EL GHETTO DE PRAGA EXACTAMENTE ANTES DE SU DESAPARICIÓN.” predomina un ambiente onírico; pero ese onirismo envolvente deriva en el sonambulismo del narrador, que se descubre transformado en alguien más y tiene la capacidad de observar lo que sucede a su alrededor e indagar laboriosamente cómo ha sucedido. El sonambulismo le permite percatarse de “la amenazadora aparición de [un] fantasma en el reino de la realidad”.
INSTRUCCIÓN SEGUNDA. LA NOVELA DEL GHETTO El Ghetto de Praga probablemente terminó de construirse en el cambio del siglo XII al XIII. Sin embargo, para 1885 el cuadrante había sido transformado por completo, remozado, saneado y asimilado como un barrio más próximo al resto de la ciudad, Josefov, relativamente parecido a lo que pueden conocer los visitantes hoy en día. El Golem es la gran novela en lengua alemana sobre el Ghetto de Praga exactamente antes de su desaparición. Si bien no hay muchos pasajes en los primeros capítulos de la novela que sean suficientemente descriptivos de la forma en que estaba trazado el Ghetto para finales del siglo XIX, es muy explícita la sensación de estar en un enclave cerrado, caótico, umbrío, en el que no es nada fácil identificar las calles y donde resulta habitual desaparecer en rincones inesperados. Los pasajes, traspatios y callejones interiores del Ghetto son, como la calle que cobija al narrador de la novela al principio del segundo capítulo, lóbregos y sucios. Al describir su calle, la Hanpaβgasse, como una vía poblada por vendedores y buhoneros,
el relato transmite una ominosa sensación de hacinamiento de antiguallas, objetos robados o inútiles, (en)seres inanimados que, sin embargo, tienen historia y pueden cobrar una existencia inesperada. Como exclama uno de los personajes ante el narrador: Supón que el hombre que llegó a ti, y al que tú llamas el Golem, significa el despertar de la muerte a través de la más intensa vida espiritual. ¡Todas y cada una de las cosas de la tierra no son más que un símbolo eterno cubierto de polvo! [...] ¿Cómo piensas con la vista? Cada forma que ves la piensas con la vista. Todo lo que ha adquirido una forma fue antes un fantasma.
Almacén de bienes escondidos u olvidados que despertarán a otra vida en algún momento, el Ghetto es narrado también como nido de muy diversos malestares. Por un lado, las tensiones lúbricas y libidinosas. Hay un sutil, oscuro y muy retorcido erotismo en El Golem, una sensibilidad contenida que parece a punto de explotar. Y a otro nivel, sin forzar demasiado la exégesis, puede leerse en la novela el trasfondo del antisemitismo judío, algo que la generación de escritores y filósofos austriacos posterior a Meyrink pienso, por supuesto, en Otto Weininger, iba a explorar de manera más directa y profunda. Hay un párrafo memorable al respecto: Estas estirpes [se refiere a los judíos del Ghetto] mantienen entre sí una repugnancia y aborrecimiento ocultos, que rompen incluso las barreras del estrecho parentesco de sangre ―pero saben ocultarlo al mundo exterior, del mismo modo que se guarda un secreto peligroso.
Y con cariño, no como la primera vez, sino en silencio, en el recuerdo, leemos otra vez todo lo que alguna vez nos conmovió. Cada uno tenía su propio Meyrink, cada quien sabía dar cuenta de nuevas agudezas que el otro ni siquiera había descubierto, y cuando en la noche estábamos en casa, en cada rincón pegábamos de alaridos (que despertaban a los vecinos) porque, una vez más, habíamos reparado en algo nuevo escrito por este diablo de hombre. Bien que conocemos a los cien Meyrinks: al lírico y al abominable y al risueño y al triste y al desalmado y al rotundo y al asesino. Y ahora, al pasar las páginas, debemos dejar que se deshaga en la boca lo que antes habíamos buscado aquí y allá en viejos números de März y de Simplicissimus: “El asedio de Sarajevo” y “Praga” y “Montreux”. Lo ven, ¡tampoco ustedes los conocían! Y si después se ha sobrevivido uno puede alegrarse de encontrar las por completo desconocidas “gotas de la verdad” en la historia del Sr. Ohrringle, y a “Verónica, la jabalí” y al “Automóvil”. Lo mejor de todo en estos preciosos tomitos es el título [El cuerno maravilloso del burgués alemán]. Es ingenioso, tentador, y lo descosido se nota apenas en sus pantalones desgarrados cuando el discreto autor, ya en la lejanía, con el sombrerito inclinado sobre su oreja izquierda y silbando suavemente, canta: “Tres liiilas, tres liiilas: las plantaré en mi tumba...”. * Título original, “Ein neuer Klassiker”. Reseña de El cuerno maravilloso del burgués alemán, aparecida el 8 de enero de 1914 en el semanario Schaubühne de Berlín. Hay una edición en español en un tomo publicada por Felmar en 1977 (colección La Fontana Literaria). Algunos de esos relatos (“El ópalo”, “Bal macabre”, “El gabinete de las figuras de cera”, “El albino”, “El horror”) están incluidos en el volumen El monje Laskaris y otros relatos extraños y esotéricos, publicado por Valdemar en 2006.
Publicada al calor de la Primera Guerra Mundial, El Golem avistó y metaforizó al menos dos de los fenómenos que no tardarían mucho en acontecer: la desaparición de los tradicionales enclaves judíos de ciudades como Praga y el forzoso cambio de identidad al que tendrían que someterse los judíos centroeuropeos para sobrevivir a la catástrofe. Novela onírica, testimonio de una época, El Golem también es un relato visionario acerca de la condición humana moderna y nos deja una enorme lección al respecto: para sobrevivir la pesadilla estás obligado a transfigurarte.
Nota: Existen al menos tres versiones al español de El Golem accesibles en librerías, publicadas por las editoriales Lectorum, Tusquets y Valdemar.
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Por
FERNANDO IWASAKI
FUERA DEL HUACAL
AL MENOS UN CLÁSICO AL AÑO
www.fernandoiwasaki.com
M
e ha llegado por correo electrónico la publicidad de una de esas multinacionales que se han hecho muy populares vendiendo muebles desmontados para que uno los arme en casa, donde con gran alborozo anuncian que por fin han adaptado todos los arme de sus estanterías a la “inminente desaparición del libro impreso”. Vamos a suponer que es verdad y que dentro de poco todo el mundo tendrá una tableta llena de contenidos musicales, audiovisuales y hasta literarios. ¿Leerá más el personal por tener miles de títulos al alcance con sólo apretar un botón? Suponiendo que eso será verdad y que no ocurrirá lo mismo que pasó con las presuntas prestaciones educativas de la televisión, me atreveré a sugerir la lectura de algunos de esos libros cuyas descargas dizque serán libres y gratuitas: los clásicos. En realidad, espero de corazón que los nuevos soportes electrónicos no sólo permitan pasar de un libro a otro, sino traducirlo incluso de una lengua a otra, porque uno de los retos de la educación del futuro debería ser la enseñanza de lenguas modernas como el inglés, el francés o el alemán —por no hablar del ruso, el árabe o el chino—, pues el mercado de trabajo de los adolescentes de hoy ya no es nacional sino internacional. Por lo tanto, asumiendo que el libro impreso está en vías de extinción y que la mayoría
Las Claves
CERVANTES, SHAKESPEARE Y MONTAIGNE DEBERÍAN SER LEÍDOS POR TODO EL MUNDO, AUNQUE LA NOVELA DECIMONÓNICA SIGUE SIENDO LO MÁS ACONSEJABLE PARA COMENZAR A LEER.
de la gente prefiere descargar contenidos gratuitos antes que los de pago, me atrevo a sugerir a los poseedores de tabletas, e-readers y otras modernidades, que hagan la prueba de leer un clásico a lo largo del 2016 que se avecina y así —quién sabe—, a lo mejor adquieren la costumbre de leer al menos un clásico cada año. Por supuesto que los clásicos griegos y latinos son muy recomendables, pero sospecho que se le pueden atragantar a quienes no tienen adquirida la costumbre de leer. Por cierto que Cervantes, Shakespeare y Montaigne deberían ser leídos por todo el mundo, aunque la novela decimonónica sigue siendo lo más aconsejable para que los contemporáneos comiencen a leer. De ahí que sólo me atreva a proponer una lista de clásicos de los siglos XIX y XX, que además forman parte de la mayoría de “Reading Lists” de los departamentos de Literatura Comparada de las grandes universidades de los Estados Unidos. Ojo que mis recomendaciones no están basadas en los países sino en los idiomas originales en que fueron escritas las cuarenta obras que siguen a continuación: Francés: alguno de los tomos de La comedia humana (Balzac), Los miserables (Víctor Hugo), Madame Bovary (Flaubert), Rojo y negro y La Cartuja de Parma (Stendhal), En busca del tiempo perdido (Marcel Proust), Viaje al fin de la noche (Céline) y El Extranjero (Camus).
Alemán: Fausto (Goethe), La metamorfosis (Kafka), Muerte en Venecia y La montaña mágica (Thomas Mann). Ruso: Humo y Padres e hijos (Turgenev), Anna Karenina y Guerra y paz (Tolstoi), Los hermanos Karamazov y Crimen y castigo (Dostoievski). Inglés: Historia de dos ciudades (Dickens), Moby Dick (Melville), La señora Dalloway (Virginia Woolf), El corazón de las tinieblas (Conrad), Santuario y Mientras agonizo (William Faulkner), El gran Gatsby (Scott Fitzgerald) y Lolita (Nabokov). Portugués: Los Maia y El primo Basilio (Eça de Queirós), Teresa Batista cansada de guerra (Amado) y El año de la muerte de Ricardo Reis (Saramago). Italiano: Los novios (Manzoni), El gatopardo (Lampedusa), Perorata del apestado (Bufalino), Nuestros antepasados y Las ciudades invisibles (Calvino) y Sostiene Pereira (Tabucchi). Japonés: Hay quien prefiere las ortigas (Tanizaki), La casa de las bellas durmientes (Kawabata), Indigno del ser humano (Ozamu) y La mujer de la arena (Kobo Abe). No dispongo de espacio suficiente para enunciar mis recomendaciones de clásicos en español, pero si alguien leyera un clásico al año, en el plazo de una hipoteca convencional se habrá convertido en un tipo de interés. Incluso leyendo libros de papel.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
CÁNTICO: CANCIÓN, salmodia, copla, tonada, balada, serenata, romanza, arrullo, coral. / Himno: música de festividad, expresión de júbilo. “He querido en Anthem for a New Day cantarle, mediante mi piano y en armonías jazzísticas, a la dicha de amanecer. Creo en el jazz como música de celebración”, afirmó la pianista y compositora de Texas, Helen Sung. Activa desde 1997, es licenciada de piano y violín por la Universidad de Texas en Austin, y diplomada de Thelonious Monk Institute of Jazz. Helen Sung considera el jazz como un pretexto para aclamar el acto de estar vivo: “Cuando interpreto un tema, no importa su tonalidad, me propongo exaltar la belleza misma de la composición con la propuesta de que, tanto el público, mis músicos y yo, estamos ante un milagro: la música”. Liturgia instrumental de síncopas ascendentes/descendentes con la mirada de Dios como testigo. ¡Aleluya!, el jazz: copla y salmo para la vida. Anthem for a New Day: Helen Sung (piano), Seamus Blake, sax tenor & soprano; Ingrid Jensen, trompeta; Reuben Rogers, contrabajo; Obed Calvaire,
batería; Samuel Torres, percusiones; John Ellis, clarinete bajo. Invitados especiales: Paquito D’Rivera, clarinete; Regina Carter, violín. Compositores: Helen Sung, Chick Corea, Duke Ellington, Jay Livingston/ Ray Evans, Thelonious Monk y Stanley Cowell. La gala inicia con “Brother Thelonious” (Sung). Sugerente tributo a Monk estructurado en forma merodeante (rondó): introito de batería y bajo en tenues diálogos con el piano; trompeta dueña del motivo melódico en clara enunciación de bebop; walking bass adyacente a las recitaciones del sax: ingreso al silencio que a su vez permite la entrada del piano con clústeres monkianos y discurso yuxtapuesto de contrabajo y batería; regreso al primer tiempo: remate sobrio del piano. “Armando Rhumba” (Corea). Bombo en clave cubana y piano en tentativo planteamiento melódico que el clarinete sustrae para empalmarse sobre la euritmia flamenca de las percusiones. D’Rivera desafía al piano, dialoga con las percusiones en el logro de una atmósfera juguetona en que lo hispano se cruza con lo afrocubano. “Hidden” (Sung): ima-
ginativo diálogo de contrabajo y piano: el violín se columpia en acentuación clásica sobre las variaciones armónicas. Ellington: “It Don’t Mean a Thing (If it Ain’t Got That Swing)”: dominio del swing en clústeres powellianos. “Hope Springs Eternally”, “Anthem For A New Day” y “Chaos Theory” —tres composiciones de Sung—: exposición del imaginativo universo melódico/armónico de la pianista de Texas (sublimes motivos melódicos de “Hope Springs Eternally” subrayados por el saxofón y el piano; suculenta prosodia hardbop en “Anthem for...”). “Never Let me Go” (Livingston/ Evans): violín en diseños románticos de compasiva oratoria. “Equipoise”: esplendorosa versión (piano, contrabajo) de la famosa composición del pianista Stanley Cowell. “Epistrophy” (Monk): uno de los temas cardinales del pianista de Carolina del Norte: prólogo de batería y brass; contrabajo renaciendo del silencio, sección brass ascendente, piano en endiablado swing y saxo tenor en solo magistral. Anthem For A New Day: el jazz en todas sus ostentaciones. Irrefutable obra maestra.
ANTHEM FOR A NEW DAY
Artista: Helen Sung Género: Jazz Disquera: Concord Music, 2014.
El Cultural SÁBADO 02.01.2016
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
O N LY LO V E R S L E F T A L I V E
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CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
L
a muerte me pasó por un lado. Hace unas semanas, en el edificio en el que duermo, en la avenida Allende, ya saben: basura del downtown, se suicidó una morra. Una noche, mientras me acomodaba unas cervezas entre muela y muela, mencionaron el nombre de la persona que se quitó la vida. Se me helaron los calzones. Era una antigua amante. Interrumpimos nuestro amasiato porque iba a casarse. Cuando se aburra del marido recapacitará, me prometí, como otras. Pero me quedé esperando. El primer sentimiento que me invadió fue el shock. Sabía que estaba loca pero no como para arrancarse la vida. Se apoderó de mí la incredulidad que corresponde a tales momentos. Enseguida me atacó la desazón. Me sentí triste y mallugado. Y aquella noche me entablé. Bebí hasta las siete de la mañana sin conseguir empedarme. Desde hacía meses pernoctaba en ese edificio. Deambulaba madrugada tras madrugada para comprar cerveza o internarme en El río de la plata. Me resultaba impredecible que nunca nos hubiéramos topado. No, no me inundó la falsa modestia de que un encuentro probablemente habría modificado los acontecimientos. Cuando alguien con güevos decide suicidarse se deshace de todo estorbo sin miramientos. Me incomodaba no haberla visto por última vez. Me sentía como el borracho que de tan pedo no puede meter la llave en la cerradura de la puerta de su casa. Antes de dormirme traté de rastrearla por las redes sociales pero no apareció. Chica lista, estimé, prefiere ahorrarse la hipo-
ES UN HECHO TRISTE QUE UNA PERSONA JOVEN SE DESPOJE DE SU EXISTENCIA. NO PUEDO NI ATISBAR EL GRADO DE DESOLACIÓN QUE SE DEBE ATRAVESAR PARA TOMAR ESE TIPO DE RESOLUCIÓN.
El sino del escorpión
cresía que seguro deviene en estos casos. El muro de Facebook tapizado de mensajes de esperanza, tardíos, por supuesto. Desde que recibí la noticia, tras el shock, la impresión y la pena, una cuestión desovó en mi mente. Y ya no conseguí dejar de pensarla. Era la primera persona con la que había cogido que dejaba de existir. Ignoro cómo arribé a tal razonamiento. Considero que es un asunto más allá del morbo. Cogí con ella y ahora está muerte, me repetía. Digo, desconozco por qué me perturbaba tanto. Como todos, tengo mis muertos punks. Familiares, amistades, mascotas. Pero nunca había fallecido gente a la que me hubiera cogido. Las analogías entre el acto sexual y la muerte siempre me han parecido una pendejada. En el orgasmo podrás desconectarte del mundo, pero también ocurre cuando te administras DMT. Sentí que con la muerte de esta morra perdía una parte de mí. Es un sentimiento estúpido, lo sé. Pero creo que lo único que le va a pertenecer a uno para siempre son los amantes. A la mañana siguiente ocurrió algo igual de perturbador. Una amiga en común me confirmó que mi ex amante no se había suicidado. Que había sido una chica cercana a ella y del mismo nombre. El desmentido me proporcionó alivio y a la vez me desconcertó. Si no era ella, ¿por qué se había activado mi intuición? ¿Se debía sólo al hecho de que mientras yo me alcoholizaba en aquel edificio la muerte campeaba por él? Semanas después mi ex amante reapareció en Twitter. Hablamos por DM. Continuaba casada. Le conté la historia de cómo la había creído
muerta. Entonces me reveló algo que me malviajó. Resulta que sí conocía a la persona que se había suicidado. En una cantina, tras la presentación de uno de mis libros, nos habíamos besado los tres al mismo tiempo, mi ex-amante, la chica ahora muerta y yo, en la barra, dando un turbo espectáculo. Que culminó en un trío. En el que no participé. Entonces me cayó el veinte. Por eso mis sentidos se agudizaron aquella noche. Porque sentí el pinche beso frío de la muerte. Yo conocía a la chica. En cuanto me dijeron lo que había ocurrido se me erizó la piel. Era la puta muerte que no desaprovechó la oportunidad para pasar a darme un besito. Andaba muy mal esa morra, me informó mi ex amante. No me corresponde juzgar a los muertos. Es un hecho insoportablemente triste que una persona joven se despoje de su existencia. No puedo ni atisbar el grado de desolación que se debe atravesar para tomar ese tipo de resolución. Y tampoco deseo averiguarlo. Desde entonces, cada noche antes de dormir me pregunto qué voy a sentir cuando me entere de que una de las personas con las que he tenido sexo ha muerto. He intentado dejar de pensar en ello, pero no lo consigo. Que un cuerpo del que se ha extraído gozo se pudra me resulta insoportable. Sospecho que sentiré que quien se marchita soy yo. No estoy convencido que con la vejez me deje de importar. Aunque no sea un cuerpo joven el que se vaya, me voy a aferrar a la memoria de ese cuerpo, del placer. Siempre creí que vivía por haber nacido. Pero no. Ahora lo sé. Vivo en mis amantes.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA
Vivir con miedo COMIENZA EL AÑO y el escorpión vuelve a su resquicio en la pared tras una decepcionante gira por el estado de Morelos. A su provecta edad, el ya abuelo había proyectado para este 2016 su pacífico retiro a un modesto chaletito en el bosque de la zona conocida como María Candelaria. El tranquilo y ecológico sitio es vecino del fraccionamiento Real Montecassino y se ubica cinco kilómetros antes de la ciudad de Cuernavaca, sobre la carretera vieja o “libre”, como también se le conoce. El rastrero recuperó sueños y esperanzas, hizo cuentas, planes, estaba dispuesto a endrogarse con tal de trasladar su biblioteca al chalet, sentarse en el porche a observar el atardecer y encender la chimenea con un trago en la mano. Un nido ideal con internet y comunicación por celular donde poder trabajar, leer, escribir...
Pero el precavido escorpión comenzó a indagar sobre el transporte, la comunicación y la seguridad en aquel entorno. María Candelaria está en el municipio de Huitzilac (junto con Tres Marías, Coajomulco, el parque Lagunas de Zempoala y otras comunidades). Allí, le informaron al escorpión, imperan el robo, el secuestro exprés, la tala clandestina, el asalto nocturno sobre la carretera, algunos homicidios. Hace poco se desplegó a la policía federal para atrapar a un grupo de atracadores de ciclistas y montañistas. Se habla de la banda Los Panales, cuyos delitos impunes obligaron a los pobladores de Huitzilac a bloquear en marzo pasado la autopista México-Cuernavaca para exigir se recuperara a un joven plagiado. El secretario de gobierno fue retenido en el lugar, lamentó la situación, reconoció la pérdida de control sobre la delincuencia
y declaró la zona como un foco rojo del estado. El sueño había terminado... El escorpión no cejará en su intento de retiro ni en su afán de lograr su tan ansiado outsourcing, aunque para poder establecerse pacíficamente deberá buscar un lugar más civilizado, menos aislado, donde no deba vivir con miedo. Recuerda entonces sus infantiles y regocijantes fines de semana en Cuernavaca en los sesenta y sus acampadas en el Izta, el Popo y La Marquesa en los setenta, pero no quiere exagerar su caso, pues lo sabemos bien: en poblados y comunidades menores, en ciudades medias y grandes, en vastos territorios de nuestro país, se vive con miedo. Por lo pronto, para afrontar este nuevo año el venenoso se fortalece en su hendidura en lo alto del muro descarapelado, y les desea vivir sin miedo...
LO SABEMOS BIEN: EN POBLADOS Y COMUNIDADES MENORES, EN CIUDADES MEDIAS Y GRANDES, EN VASTOS TERRITORIOS DE NUESTRO PAÍS, SE VIVE CON MIEDO.
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El Cultural SÁBADO 02.01.2016
EL DIBUJO Y LA IRONÍA SEGÚN ROGELIO NARANJO Cuando se habla del trabajo de Rogelio Naranjo (Peribán, Michoacán, 1937), suele decirse que convierte su plumilla en bisturí para diseccionar la realidad nacional. Sin embargo, al llegar a su casa, en el norte de la Ciudad de México, coincido con el afilador del barrio, quien deja relucientes varios cuchillos que el cartonista le había dado minutos antes. Eso me hace pensar que, por fin, he descubierto para el mundo cuáles son las verdaderas armas de este artista.
Una vez instalado en la sala, veo con decepción que los cuchillos van a parar a la cocina, donde una empleada doméstica pica cebolla, jitomate y otras verduras. Naranjo sigue utilizando plumillas, tinta china y hojas de papel para dibujar a políticos, empresarios y pueblo, este último casi siempre representado por cadáveres, al estilo Comala. En 2011, el colaborador de Proceso y El Universal donó más de 10 mil de sus trabajos a la UNAM, institución que desde entonces resguarda la colección.
En octubre pasado, la Feria Internacional del Libro de Oaxaca le rindió un homenaje y, con ese motivo, la editorial Almadía publicó Funerales preventivos, un libro en el que Juan Villoro escribe fábulas en torno a caricaturas de Naranjo “que el tiempo ha vuelto clásicas”. Villoro observa en el dibujante una gran capacidad de “transformar una noticia en obra de arte”, mediante “la ironía exprés y el dibujo detallado”.
Por ESGRIMA ¿Bajo qué requisitos cedió sus cartones a la UNAM? Primero, que se resguardaran en buenas condiciones, y que también se les diera la difusión necesaria. Eso sólo me lo podía garantizar una institución tan seria y de ese nivel como la Universidad. Todo lo tienen guardado en un lugar bastante grande, con un clima especial, y ellos se encargan de surtir muy buenas copias cuando se hace alguna muestra, como sucedió hace poco en el Senado, donde me dieron la Medalla José Guadalupe Posada. La donación me hizo sentirme muy aliviado porque a lo largo de mi vida se han perdido muchas cosas, sobre todo cuando enviaba originales a las publicaciones, y en los últimos años había gente interesada en el acervo, que se acercaba con otras intenciones. Raquel Tibol lo nombró a usted “heredero legítimo de Posada”. ¿Qué le parece? Es algo que agradezco, pero por ningún motivo pretendo equipararme con una figura de ese tamaño. Posada es un súper genio que aportó mucho al arte mexicano y universal. ¿A qué edad descubre a Posada? Desde muy chico, como a los nueve o diez años, cuando empecé a ver estampas del editor Vanegas Arroyo, en exposiciones mal montadas, pero que me hicieron ver la magnitud del trabajo de Posada. Efraín Huerta se refirió a usted como “el crítico de una época”. Me parece una exageración, pero qué puedo hacer si la gente ve con buenos ojos mi trabajo. Usted estudió artes plásticas y su destino parecía ser la pintura. ¿Qué lo desvió hacia la caricatura política? Definitivamente, el movimiento del 68 y la represión por parte del gobierno, el asesinato de estudiantes. ¿Fue una afrenta? Sí, y con mucho gusto la adopté porque era lo que yo necesitaba. Yo ya tenía dos o tres años fogueándome en periódicos y revistas, y en el 68 entregaba dibujos que otras personas llevaban a las imprentas para hacer hojas de difusión
política; se hizo mucho trabajo de esa índole para echar a andar el movimiento en términos gráficos. Fue así que, de manera muy natural, nos juntamos quienes estábamos interesados en dibujar de manera política, como Rius, Helioflores y otros. ¿Qué clase de trabajo realizaba en el periódico El Día, en 1965, hace exactamente medio siglo? Mis dibujos aparecían en el suplemento cultural El gallo ilustrado, acompañando textos bastante respetables. Ahí aprendí a hacer un esfuerzo muy grande para juntar mi trabajo con textos muy complejos. El director del suplemento, Enrique Soto Izquierdo, confió mucho en mí. ¿Ahí empezó a hacer retratos de escritores y de otros artistas? Yo diría que empecé a intentarlo, porque en esa época estaba muy verde. Luego vino Diorama de la cultura, en Excélsior y, casi al mismo tiempo, con Monsiváis, La cultura en México, de la revista Siempre! El libro Funerales preventivos está dedicado a Monsiváis. Sí. Eso fue idea de Juan Villoro, y me pareció muy bien. ¿Abel Quezada fue una influencia en su trabajo? Él era otra cosa. Yo nunca me he considerado a mí mismo como un humorista. Sé dibujar y tengo cierta ironía. En cambio, Abel Quezada hacía todo en función de la caricatura, y su intención ahí se quedaba. Claro, lo hacía con un talento increíble. Su trabajo se parecía al de muchos caricaturistas de Estados Unidos y él explotó eso muy bien. A usted se le relaciona con David Levine. Eso me lo han dicho mucho como para descalificarme como dibujante. Le tengo una inmensa admiración a Levine, fue uno de los mejores del mundo,
FERNANDO FIGUEROA pero no me parezco nada. Yo manejo otros elementos y la intención es muy distinta.
YO NUNCA ME HE CONSIDERADO A MÍ MISMO COMO UN HUMORISTA. SÉ DIBUJAR Y TENGO CIERTA IRONÍA. EN CAMBIO, ABEL QUEZADA HACÍA TODO EN FUNCIÓN DE L A CARICATURA, Y SU INTENCIÓN AHÍ SE QUEDABA”.
Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
¿A usted le sirvió de algo estudiar artes plásticas en Morelia? Sí, por supuesto. Era lo que estaba al alcance. Dos o tres veces vine a San Carlos y los maestros me daban permiso de quedarme en sus clases. Ahí gané un concurso de grabado, creo que en ocasión del 50 aniversario de la Revolución. ¿Y cómo fue su experiencia dando clases en la Universidad Veracruzana? Con muchos problemas, porque los alumnos se la pasaban grillándome en el taller de gráfica. Al poco tiempo, el rector me nombró director de la escuela y me tocó enfrentar más conflictos. Había un maestro de origen francés que daba un curso de fotografía, y los alumnos estaban muy molestos porque no les enseñaba retoque. Yo les decía que ellos querían aprender primero los trucos y luego el oficio. Me los eché encima a todos. Luego renuncié. ¿“Me vale madre” es su cartón más popular? Yo creo que sí. ¿Cómo surge la idea para hacerlo? Se organizó una exposición en la Universidad acerca de la muerte, y me habló Helen Escobedo para pedirme que participara. Así fue como hice “Me vale madre”. La exposición fue un gran éxito. ¿Recibió regalías del uso que se le dio en camisetas y otros objetos? Muy poco. Había un restaurante en San Ángel, en el que tocaban jazz en las noches, donde se vendían las camisetas. Ahí había un muchacho flaco, alto, que sí me dio como ocho mil pesos y me pidió autorización para seguir haciéndolo. Sé que en la frontera norte también se imprimieron camisetas, de éste y del otro lado, con los gabachos. En San Miguel de Allende los artesanos hacían monos de cartón con “Me vale madre”. Luego querían que les hiciera dibujos semejantes porque según ellos “tienen mucho pegue”.
Arte digital > STAFF >La Razón