El boom de las biografías musicales

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JAIME MESA

LA LEYENDA DEL HIJO QUE RESCATÓ A SU MAMÁ

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S Á B A D O

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

LAS ERRATAS DE LA BIOLOGÍA HUMANA

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

EL BOOM M DE LAS BIOGRAFÍAS DEL ROCK

DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN

Fotto Fo o>C Colecccciió ón n Museo

Rein na Sofía ía. Mad drid.

CARLOS VELÁZQUEZ

JOSÉ LUIS CUEVAS EL MAESTRO DEL DIBUJO

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La residencia de estudiantes I. Técnica mixtaa Técnic mixt mi sobre papel. s e pa sobr so apel. 1997. 19 7. 199

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Una tendencia del mercado editorial —derivada de la contracultura, no sin paradoja— se ha expandido en nuestro idioma durante varias décadas, mediante traducciones publicadas en España, México, Argentina. Es el caso de las (auto)biografías de celebridades, grupos y figuras de culto de la escena del rock —desde Elvis Presley hasta Mick Jagger, el punk, el grunge y otras sorpresas— que atraen a los iniciados y los fans desde su mundo de glamour, donde conviven el exceso y la desgracia. Este recorrido las documenta en extenso y a la vez valora sus apuestas y riesgos, así como sus destrezas literarias.

Rock & Words

EL BOOM DE L AS BIOGR A FÍ A S M USIC A L ES CARLOS VELÁZQUEZ

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l monstruo de dos cabezas conformado por el Nuevo Periodismo y el Periodismo Gonzo no sólo sacudieron la redacción de The New Yorker y alentaron un fracción literaria dentro de Rolling Stone, legitimaron lo que la Gran Revista Norteamericana había mandado a la basura: el Periodismo Contracultural. Corriente cuyos principales intereses eran el rock y la cultura sesentera y sus derivados. A Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y cía. se sumó un tumulto de plumas, algunas continúan vigentes hasta nuestros días, para documentar la época a través de los acontecimientos del mundo musical. Este tipo de periodismo es el responsable del auge que experimenta desde hace dos décadas la no-ficción. Sin proponérselo, los Rolling Stones se convirtieron en pioneros de la explosión de la biografía de rock que vivimos en el presente. En 1972 Robert

Greenfield, miembro de la plantilla Rolling Stone, acompañó a sus Satánicas Majestades a una gira por Estados Unidos. Era su primer tour después de la tragedia de Altamont. El periodista contó con una libertad total para trabajar. El resultado, Viajando con los Rolling Stones (Anagrama, 1977), fue la gota que derramó el vaso respecto al acceso a la privacidad de la banda. El mundo de la música y los reporteros se divorciaban. Aunque antes otras bandas habían tenido diferencias con el periodismo rockero, los Stones fueron los primeros en crear un departamento encargado de diseñar una estrategia para contener a la prensa. En “The Mud Shark” Frank Zappa ventiló una anécdota atribuida a Led Zeppelin. John Bonham en compañía de otros había masturbado a una grupi con un tiburón en una habitación de hotel. Un acontecimiento que narrado en una canción

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resultaba inofensivo, formaba parte de la mitología del rock & roll. Una de las tantas historias que se distribuían de boca en boca. Pero en la que no estuvo presente ningún periodista. Para el proyecto Stone a mediano y largo plazo la privacidad había que restringirla. El recelo propiciado por el libro de Greenfield puso fin a su relación con la prensa escrita. Ya luego se preocuparían por los detalles en relación a sus posibles biógrafos. En Almost Famous, la película de Cameron Crowe, William Miller, el periodista de Rolling Stone, es conocido con el sobrenombre de “The Enemy”. En los setentas las estrellas de rock comenzaron a mirar a los reporteros como el enemigo. La última persona en el planeta a la que le harías revelaciones o le permitirías observar tu privacidad. Durante la década de los ochentas, los noventas no fueron tan prolíficas en libros sobre rock. En parte por el distanciamiento sufrido y en parte por el reblandecimiento del periodismo musical. En La banda que escribía torcido. Una historia del Nuevo Periodismo (Libros de K.O., 2013), Marc Weingarten relata lo aburridísima que se había puesto The New Yorker en 1965 según Tom Wolfe. Lo mismo podría decirse de la Rolling Stone de la década del 2000. Una revista que había hecho el análisis musical a un lado y se había convertido en un reducto de lo más frívolo del espectro musical, hasta con una sección de moda. Entonces el periodismo musical encontró un nuevo refugio. Las revistas indies web. Pero el problema del texto de largo aliento persiste. Es imposible leer textos extensos en la pantalla. Por lo tanto, el renacimiento de ese tipo de periodismo se presentó a través del libro. Y en particular en la división de la autobiografía. AUNQUE SU GESTACIÓN es casi paralela, el éxito de la no-ficción dispuso el mercado para el encumbramiento de la autobiografía rockera. Para mantener una relación estrecha con el fan, mostrar sólo lo que se deseaba mostrar, los Stones recurrieron al documental. Una fórmula que mantienen hasta el momento. El último corresponde a la gira Olé Olé Olé! Pero tarde o temprano debían aparecer los documentos biográficos en torno a la banda. Después de Bob Dylan, no existe otro sujeto más biografiable que Keith Richards. Y aunque se publicaron libros y biografías sobre rock antes, los Stones marcaron el camino con el tratamiento que le dieron a los volúmenes sobre su vida. Esta suma de factores, el Periodismo Contracultural, el

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TOP T EN: L A S M E JOR ES 1.LA MADRE DE TODAS LAS BIOGRAFÍAS Bruce Springsteen: Born To Run (Random House, 2016). Con frecuencia olvidamos que las multimillonarias estrellas de rock tuvieron un pasado. Y si el camino a la fama es complicado, existen personas para q u i e n e s r e s u l t a d o b l e m e nt e arduo. Como si fuera la pluma de Sherwood Anderson reencarnada, Springsteen relata los primeros años de su carrera con una vehemencia inédita en las estrellas de rock. Antes de esta biografía su vida era poco conocida para el lector en español. En Desayuno con John Lennon (Turner, 2010), Robert Hilburn arroja noticias de las dificultades de Bruce con el estrellato. Imprescindible también es el retrato de David Remnick en Reportero (Debate, 2015). Pero este es el retrato definitivo de Springsteen. Su voz y su talento al servicio de la literatura. Más que una biografía un documento de la época. 2. UN LIBRO EN SERIO SOBRE UNOS BROMISTAS Mötley Crue y Neil Strauss: Los trapos sucios (EsPop, 2013). Mötley Crüe no coqueteó nunca con el epítome de la mejor banda de rock. Pero sí cuentan con el monopolio de la más divertida. No es que no exista el sufrimiento en estas páginas, lo hay y cruento. Pero es sobre todo un libro muy divertido sobre un cuarteto de músicos que le rendían culto al diablo al principio de su carrera. Y lo más sorprendente, correspondiendo al desmadre Mötley, está envidiable, inexplicablemente bien escrita. No, no se trata de restar mérito a Strauss, pero sonaba bastante improbable meter en cintura las divagaciones de estos cuatro chiflados y escribir con ello uno de los mejores documentos que el mundo del rock nos ha legado. 3. CONFIESO QUE ME HE METIDO TODO Ozzy Osbourne y Chris Ayres: I Am Ozzy (Global Rhythm, 2011). Para ser el Príncipe de las Tinieblas, Ozzy no es tan amenazante. Como Los trapos sucios, sus memorias son una serie de bufonadas que te arrancan risotadas todo el tiempo. Si quieres pasarte el mejor de los ratos lee la biografía de Ozzy. Entenderás por qué este hombre ha

sobrevivido a todo: a un reality show familiar, a las drogas, a Black Sabbath y a su esposa y manager Sharon. Por fuera puede parecer el libro más pendenciero posible pero por dentro es lo opuesto. Ozzy es un eterno niño que está en constante descubrimiento del mundo. Las anécdotas más memorables e hilarantes del rock están en estas páginas. 4. HEY, MR. BIÓGRAFO, NO ME TOQUES ESA CANCIÓN How a rd S o u n e s : B o b D y l a n . L a b i o g ra f í a (Mondadori, 2002). Difícilmente Dylan va a autorizar algo que no cuente con la supervisión de Sony. Basta ver la publicación de sus bootlegs para llevarle la contra a los coleccionistas que por siglos han juntado su material pirata. Y menos va a darle el visto bueno a un texto sobre su persona. Pero a Sounes eso lo tiene sin cuidado. Y en su retrato sobre la leyenda ventila hasta el último de sus pedos. Cosa que obvio no enorgullece a Dylan. Receloso de su vida privada al nivel Stone. Hasta el momento el de Sounes es el retrato más completo y el más completo sobre la inalcanzable figura. Un texto indispensable no sólo para todo dylanómano, sino para el amante de los buenos libros. 5. EL BIÓGRAFO HA ESTADO BEBIENDO, YO NO Barney Hoskins:Tom Waits. La coz cantante (Global Rhythm, 2009). E x i s te n v i d a s l o c a s y la de Tom Waits. Si ustedes se espantaron con el aspecto de las uñas de Dylan en los sesentas, eso no es nada. Waits era un verdadero mugroso. Se cuenta que durante su estancia en el Tropicana vivía entre bolsas de basura. Y que tuvo que hacerle un orificio a la pared de su habitación para meter un piano. Todo sobre el primer Waits, esa mezcla de crooner con poeta beat e hijo de Dr. John: las drogas, las mujeres, la música y la noche. Las carreteras y Los Ángeles. Nadie para hacerle justicia a la figura de Waits como Hoskins. Un librazo. 6. TALKING BY MY GENERATION Pete Townshend: Who I Am (Malpaso, 2014). Ninguna figura tan polémica dentro del mundo del rock en los últimos años como el guitarrista de The Who. Si hubiera sido planeado a lo mejor

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decaimiento de Rolling Stone, el despunte del biopic, y el ejemplo de los Stones de mantener a raya a la prensa incómoda y sobre todo su obsesión por controlarla originaron el boom de la autobiografía de la estrella de rock. La misma situación que Rolling Stone experimenta desde los 2000, con portadas dedicadas al pop, la atravesaba el género biográfico. Las biografías no pasaban por su mejor momento en las mesas de novedades. Qué figura despertaría tanto el interés como para despertar un mercado adormecido. Sin duda, Bob Dylan. El anuncio de la publicación de Crónicas I, la primera parte de sus memorias, sacudió el mundo editorial. Pero su salida a la venta en 2004 fue una decepción. Crónicas I como libro es irreprochable, pero como biografía es un desastre. Dylan, como un Stone, cuenta sólo lo que desea que el mundo sepa de su vida. Y lo que sus fans esperaban de una versión de primera mano era que ventilara por fin todos los rumores sobre su supuesta adicción a la heroína y relata los pormenores de sus divorcios. Existen grandes textos sobre Dylan. Pero ninguno como la biografía no autorizada de Howard Sounes, también biógrafo de Bukowski. En la que sí se indaga en todo lo que Dylan quedó a deber en Crónicas I. Sin embargo, lo que Dylan dejó en claro fue que el rockstar no dependía de los escritores para contar su historia. El que ocuparía su lugar como libro de las revelaciones sería Vida, de Keith Richards. Que se encuentra en el extremo opuesto del espectro. Keith confiesa sus aventuras. El texto comienza con un ingreso del guitarrista por posesión de drogas. Un revés para el mundo periodístico. Los tesoros Stones son demasiado valiosos como para que sean relatados por un tercero. Aunque ya existía una biografía desautorizada de Richards, escrita nada menos que por Víctor Brockris, Vida es el prototipo de la biografía del músico. El más biografiable de

“EXISTEN GRANDES TEXTOS SOBRE DYLAN. PERO NINGUNO COMO LA BIOGRAFÍA NO AUTORIZADA DE HOWARD SOUNES, TAMBIÉN BIÓGRAFO DE BUKOWSKI.”

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“LO QUE WHO I AM PONE DE MANIFIESTO ES QUE THE WHO NO SON CUALQUIER BANDA, NO HAY QUE OLVIDARLO. SON PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD. Y SU SILENCIO TENÍA QUE ROMPERSE. Y QUÉ MEJOR QUE LA VERSIÓN DEL GUITARRISTA, FUNDADOR Y CEREBRO.”

no le resulta. Tras el escándalo de pornografía infantil en que se vio envuelto, le descubrieron en su computadora visitas a sitios web, la carrera de The Who volvió a despegar. La banda ha emprendido varias giras alrededor del mundo. Han lanzado recopilaciones, reediciones y discos en vivo. Lo que Who I Am pone de manifiesto es que The Who no son cualquier banda, no hay que olvidarlo. Son patrimonio de la humanidad. Y su silencio tenía que romperse. Y qué mejor que la versión del guitarrista, fundador y cerebro. 7. BRINGING THE PUNK BACK HOME Legs McNeil y Gillan Mc C ain: Por favor mátame. La historia oral del punk (Libros crudos, 2010). La importancia de este libro es capital para la historia del punk. Todavía hasta hace una década el mundo pensaba que el punk era un producto inglés. William Burroughs lo señaló. Por favor mátame reivindicó los orígenes del género. Confeccionado a partir de cientos de entrevistas, cuenta a detalle las menudencias de una de las mejores generaciones musicales que han existido. Aquellos que dieron la espalda al virtuosismo del rock setentero y fueron el embrión del noventero grunge. Todas las figuras que formaron el movimiento aparecen retratadas. Desde la seminal The Velvet Underground, pasando por Richard Hell, Iggy Pop y Johnny Thunder hasta el final de los Ramones. Este es uno de los libros sobre rock mejor escritos. Y desde ya un clásico. 8. HENDRIX, LÉVANTATE Y HABLA Jimi Hendrix: Empezar de cero (Sexto Piso, 2013). Cuando menos lo e s p e rá b a m o s s u rg i ó una biograf ía sobre Hendrix. ¿Escrita por él mismo? Pero si está muerto. No, no es un d o c u m e nt o p e r d i d o entre sus papeles. Es una innovación narrativa. Ni el propio guitarrista en sus fantasías futuristas lo habría imaginado. A partir de entrevistas, papeles sueltos y apuntes del zurdo de oro, Peter Neal y Alan Douglas crearon un relato cronológico que

narra la corta y turbulenta vida de Hendrix, publicado en forma de libro. Un libro de una entrañable belleza, donde a partir de las confesiones del propio guitarrista atisbamos el desmoronamiento de su salud mental, mezcla del abuso de drogas y de la presión artística y musical. Pero no por conocer el desenlace este libro resulta menos impactante. 9. PAZ Y RUIDO Patti Smith: Éramos unos niños (Lumen, 2010). Esta biografía se inscribe en la categoría de libros que más que meras noticias de la vida del artista son una obra literaria por sí misma. No existe otra manera de describir la prosa de Patti Smith que como entrañablemente bella. Y de entre las vidas que merecen ser contadas está la suya. La historia de su vida instauró por fin a Smith en el mundo de las letras. Una vertiente que la acompañó desde el principio, tiene varios libros de poemas, pero jamás sospechamos q u e d e t rá s d e l a p u n ke t a y la front woman existiera una narradora tan prominente. Es una de las más gratas sorpresas que ha ofrecido este boom de las biografías de rock. Que gente con un gran talento se ponga a teclear. 10. DROGADICTOS EJEMPLARES Bob Woodward: Como una moto. La vida galopante de John Belushi (Global Rhythm, 2009). No es la biografía de una estrella de rock, pero como si lo fuera. Qué vida tan rockera la de Belushi. Este es un libro triste, porque cuenta la muerte de uno de los talentos más grandes del cine cuando se encontraba en la cumbre de su carrera. Pero es ante todo un documento periodístico monumental. Una investigación sin cortapisas sobre los hábitos que llevaron a Belushi a la tumba. Qué manera de drogarse. Y qué manera de sufrir. Belushi fue el primero en vivir como una estrella de rock sin serlo. Tenía todo lo que deseaba en el momento que lo pedía y se drogaba como un Steven Tyler cualquiera. Más de quinientas páginas a toda velocidad, como el título mismo.

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los Stones. Lo cual no significa que tanto Jagger como Ron Wood no tengan las suyas. Con el tiempo se descubrirá que ningún grupo como los Stones ha generado tanta literatura y prensa escrita. Lo más interesante está por venir. Lo que se contará de ellos cuando ya no estén aquí. Como no todas las estrellas de rock cuentan con el talento literario de Dylan, muchos se ven obligados a contratar los servicios de un negro literario y han narrado sus vidas en colaboración, unas ocasiones otorgando el crédito y otras no. En Ropa música chicos (Anagrama, 2017) Viv Albertine cuenta cómo su manager quería imponerle un escritor para sus memorias. Ella se resistió y sacó su proyecto adelante sola. Un gran acierto, porque Ropa música libros es un librazo. Difícilmente otra voz que no fuera la de la propia Viv hubiera conseguido narrarlo mejor. Pero no todos los rockeros cuentan con la misma suerte. Leer en la portada Los trapos sucios (EsPop, 2013) de Mötley Crüe que fue escrita en colaboración con Neil Strauss provoca un gran escepticismo. Basta revisar la prosa de Nicky Sixx en Heroin Diaries para percatarse de que no derrocha talento literario. Lo anterior ha desencadenado una gran cantidad de títulos. Y un nicho en el mercado que antes se encontraba huérfano. Y lo que era un género menor, la biografía de rock, se convirtió en un suceso editorial. El avance de la no-ficción le abrió la puerta a un producto con un alto potencial. Más allá de si eres fan o no, una de las cuestiones que hace atractivas a las biografías es lo que contienen. La historia de los excesos, las traiciones, los amoríos, las rupturas, las tragedias y desgracias de varios de los personajes más sobresalientes del siglo XX. Una de las primeras editoriales en traducir libros sobre rock fue Anagrama, debido a su interés en el Periodismo Contracultural. Penguin Mondadori Random House, Alba y otras tantas cuentan con una división musical. Pero la primera en establecerse como una editorial

“LO QUE ERA UN GÉNERO MENOR, LA BIOGRAFÍA DE ROCK, SE CONVIRTIÓ EN UN SUCESO EDITORIAL. EL AVANCE DE LA NO-FICCIÓN LE ABRIÓ LA PUERTA.”

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L AS M ÁS A M BICIOSA S 1. Philip Norman: John Lennon (Anagrama, 2009). La vida de Lennon ha sido contada por todos. Por la tele, por el cine, por Yoko, por Cynthia (John, Ma Non Troppo, 2005). Pero ninguna de manera tan exhaustiva como la de Philip Norman. John Lennon es el ejemplo de la biografía total. Tiene el afán enciclopédico de contarlo todo y de contenerlo todo. Como ningún otro Beatle, John encarna la figura mesiánica y mundial para establecer una empresa narrativa de tales magnitudes. Dimensionado, sobredimensionado, calumniado, amado e incomprendido. Como biógrafo hay que contar con una gran pasión para contar una gran vida. 2. Peter Guralnick: La biografía definitiva de Elvis (Global Rhythm, 2008). Antes que Dylan, Lennon o Bowie, estuvo Elvis. Y es sin duda una de las fijaciones más enraizadas en la psique de los fans de la música. Dividida en dos partes, “La construcción del mito” y “La destrucción del hombre”, más de 1,300 páginas separadas en dos libros dan cuenta del fascinante mito de El Rey. Un esfuerzo titánico el de Guralnick para desmembrar la historia de una figura compleja. Si Dylan era escurridizo y Lennon un anacoreta, a Elvis era imposible seguirle el paso. Por lo que una biografía de estas dimensiones es un cofre del tesoro para los amantes de El Rey. Es una caja gigante de bombones en la que te puedes perder por horas, días, años. 3. Philip Norman: Mick Jagger (Anagrama, 2012). Desde siempre, Richards, por su tren de vida, fue la figura más misteriosa de los Stones. Pero en los últimos lustros Jagger no sólo ha tomado el control de la banda en cuanto a imagen. Y a la bibliografía de Keith sólo se le puede contrarrestar de una manera. Con una catedral narrativa que cuente la vida de Jagger a su altura. Y quién mejor para hacer el trabajo sucio que el biógrafo de Lennon, el Homero de las biografías rockeras. Con este tabique Jagger se puso al frente en materia de biografías. Más que un relato es una epopeya. La Ilíada y la Odisea del rock & roll en un solo tomo. Pocos objetos en la historia de la memorabilia como este tabique stoniano.

EL NOBEL Bob Dylan: Letras (Malpaso, 2016), Tarántula (Malpaso, 2017) y Crónicas (Malpaso, 2017). Lo que Malpaso ha hecho con Dylan no se lo vamos a pagar nunca. Surgió la coincidencia de que tenían fichado a un Premio Nobel

antes de que se lo otorgaran. Siempre sospechamos que le darían a Bob el galardón, pero hasta el año pasado se convirtió en una realidad. Era necesario que la producción de Dylan volviera a circular. Y lo ha hecho. En unas ediciones bellísimas. Letras es el Corán del rock y Tarántula una gema de la hipertextualidad. Quizá el menos atractivo sea Crónicas, por varias cosas, es un proyecto trunco y su autor cuenta la verdad a medias, lo que no le resta mérito como libro en sí. Como los Stones, Dylan se ha mantenido en la mente del público gracias a bootlegs, reediciones y discos de nuevas canciones. Y por si fuera poco ha saltado la valla de lo musical para ingresar en el campo literario. Y por la puerta grande.

EL PADRE Jimmy McDonough: Shakey. La biografía de Neil Young (Contra, 2014); Neil Young: El sueño de un hippie (Malpaso, 2014) y Special deluxe. Mi vida al volante (Malpaso, 2015). Tras Cohen y Dylan, la figura más relevante del rock es Neil Young. Quien es un músico incansable. Está todo el tiempo de gira, aunque este 2017 es sabático. Y su biografía no es para nada un periplo exento de emociones. Heroinómano, padre de un hijo con discapacidad, padre del grunge, sin él no existirían ni Nirvana ni Sonic Youth o Dinosaur Jr. Y responsable de grandes discos del rock como Zuma, Harvest, Ragged Glory o Mirror Ball. En El sueño de un hippie y Special Deluxe pone de manifiesto que de haberlo deseado podría haberse dedicado a la escritura. Por su parte Shakey es un monumento a su persona de casi ochocientas páginas, imperdible.

SU MAJESTAD Paul Trynka: Starman (Alba, 2011); Walter Tevis: El hombre que cayó en la tierra (Contra, 2016); Simon Critchley: Bowie (Sexto Piso, 2016). Si existe un intento por ofrecer un relato exhaustivo de Bowie es el de Trynka. Pero la muerte del músico supuso una nueva mirada sobre su obra y su persona. Y para completar el retrato los otros dos textos son indispensables. El de Critchley, una entrañable carta de amor a lo que Bowie ha inspirado en la vida cotidiana del filósofo que nos lleva a meditar lo que Bowie ha inspirado en cada uno de nosotros. El libro de Tevis es la confirmación de que Bowie será siempre un músico inasible. Su complejidad sigue desarrollándose pese a su ausencia. Y ante la falta de una versión personal, que existe en la música, la fascinación de cómo nos vamos a contar el mito de Bowie recién comenzado.

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“LA PUBLICACIÓN DE LA BIOGRAFÍA DE ROCK EN ESPAÑOL VIENE DE LA MANO DE UNA GENERACIÓN DE EDITORES INTERESADOS EN LA MÚSICA.” especializada en música, y en particular en rock, fue Global Rhythm, ahora extinta. Su excentricidad consistía en tener una colección de literatura. Entre sus riesgos más espectaculares se encuentra publicar las letras completas de Bob Dylan. Editorialmente era otro momento. Ahora Malpaso las ha reeditado. Pero en aquellos años era un suicidio. OTRA EDITORIAL con un énfasis especial en la música es Ma Non Troppo. Cuenta con una colección bastante amplia que abarca los géneros de rock, jazz, blues, punk. Por desgracia ha sido pobremente distribuida en México. Han circulado escasos títulos. Su trío de libros sobre Bob Dylan de Paul Williams son imposibles de conseguir en nuestro país. Otro título que se antoja indispensable y no está disponible es la Historia oral del punk de Phil Strongman. El lector mexicano tendrá que esperar un tiempo para que estos libros se distribuyan. Exceptuando uno que otro que ha arribado como importación, pocas noticias tenemos de Ma Non Troppo. La publicación de la biografía de rock en español viene de la mano de una generación de editores interesados en la música. EsPop, Libros Crudos, Contra y Malpaso en España, Sexto Piso en México y Caja Negra en Argentina, por citar algunas editoriales, han inundado el mercado de rock & word. A algunas les urge una reedición para México, por ejemplo Bon Scott, Camino del infierno, vida y muerte de la primera voz de AC/DC de Clinton Walker y Syd Barret: Una sesera peligrosa de Robert Chapman. Otras están por publicarse y otras en proceso de escritura. Más allá de la moda, el gran acierto de los libros sobre música es que han elevado un género empolvado, la biografía, al rango de lo mejor de las letras. Born to Run (Random House, 2016) de Bruce Springsteen más que una historia de su vida parece una novela rusa. Las pretensiones, nada gratuitas, de Morrissey de que su biografía fuera incluida en la colección de clásicos de Penguin dice una cosa: la biografía de rock es la nueva novela.

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CHICAS Kim Gordon: La chica de la banda (Contra, 2015). Existen libros que te atrapan por lo bien escritos, pero hay otros que te desarman por su honestidad brutal. Más que la historia de Sonic Youth, éste es un retrato personal. Si alguna objeción le han señalado son los pasajes de cuasi telenovela de su ruptura con su marido y el guitarrista de su banda. Pero sin eso el testimonio estaría incompleto. En este caudal de biografías rockeras se ha revelado que las chicas poseen las mejores plumas. El estilo que desarrolla Kim Gordon causa envidia por lo maduro y contundente de su prosa. Confesión, memoir, relato de iniciación, La chica de la banda es de una incalculable belleza. Viv Albertine: Ropa música chicos (Anagrama, 2017). Uno de los libros del año. Viv Albertine estuvo presente en la consolidación del punk inglés. Y en sus memorias cuenta los affaires que tuvo con algunos personajes del movimiento. Su paso por la banda de The Slits. El auge y la caída de su carrera. Y su regreso. Un romance con Vincent Gallo. En este libro hay mucha sangre. Mucha. Por los problemas que tuvo primero para poder embarazarse y después para combatir al cáncer cervicouterino. Es una historia dura. Contada con una honestidad refulgente. A la autora no le apena confesar que a los cuarenta, cincuenta años se siguen cometiendo errores. Y de los graves. Un libro contra los cuentos de hadas. En los que el final feliz significa seguir respirando.

PUNK Greil Marcus: Rastros de carmín (Anagrama, 2006); Marky Ramone: Mi vida en Los Ramones (Planeta, 2015); Johnny Ramone: commando (Malpaso, 2013); John Lydon: La ira es energía (Malpaso, 2015). Si existe algún libro que pueda pelear por el epítome de Biblia musical es Rastros de carmín. Este monumental volumen es el escupitajo perfecto al siglo XX. “El punk es una experiencia intelectual”, dijo Marcus. Y este es el manifiesto de su más grande teórico. Por qué será que las mejores historias del rock & roll las cuenta el punk y el heavy metal. En Mi vida en Los Ramones, las escenas que cuenta Marky de Dee Dee y él recorriendo el Muro de Berlín en busca de reliquias nazis es un deleite. Ver hasta dónde el punk llevó a dos chicos de Queens es lo que lo hace a uno creer en el poder del rock & roll. Commando es el relato del mismo Johnny sobre su paso por Los Ramones. Algo que cobra una relevancia capital si tomamos en cuenta de que se trata de la mejor banda de la historia. Y Johnny uno de sus guitarristas mayúsculos. Y para completar la pintura, la estrafalaria vida del ex líder de Sex Pistols. En el cuadro de honor de las vidas llenas de penurias,

John Lydon tiene un lugar primordial. Hijo de la pobreza más paupérrima, sus memorias son un puñetazo a las buenas conciencias, a tu cara y al mundo de la música. El punk no ha muerto.

GRUNGE Michael Azerrad: Nuestro grupo podría ser tu vida (Contra, 2013); Mark Yarm: Todo el mundo adora nuestra ciudad (Espop, 2015); Vvaa: De viaje por el pop independiente (Reservoir Books, 2004). Azerrad eligió trece bandas para contar la gestación del grunge. Y los relatos son sensacionales. Black Flag, Sonic Youth, Fugazi, Dinosaur Jr., son historias que pertenecen al cielo del rock & roll. La portada no podría ser más elocuente. Una foto de Mudhoney. El autor indaga en las pistas que conformaron el sonido de la música alternativa que dominaría la escena mundial durante los noventas. Todo el mundo adora nuestra ciudad es la historia del nacimiento del grunge en su capital mundial, Seattle. Conformado como Por favor, mátame, a base de entrevistas, Yarm cuenta la génesis del movimiento, la migración y la rotación de miembros entre bandas, una implosión que catapultó a los adolescentes de un pueblo deprimido a la fama internacional. Todos aportan su versión, Buzz de los Melvins, Kurt Cobain, Chris Cornell, etcétera. Ten spirit es una recopilación de textos periodísticos que proponen no tanto una historia del rock como una guía de la música alternativa. Desde Nirvana, pasando por los Smashing Pumpkins, hasta Radiohead. Durante mucho tiempo fue el libro de cabecera de muchos fans de la nación alternativa, era uno de los pocos productos al alcance de todos aquellos que no leyeran Spin en inglés.

LAS GRANDES AUSENCIAS Si crees que el mundo ha sido injusto contigo, llega a Los Ángeles con 14 dólares y una cinta con tus demos. Es el arranque de la biografía Petty de Warren Zanes, un libro que ha sido aplaudido con fervor. Pero cuyos derechos de traducción nadie ha comprado todavía. Otro de los títulos que inexplicablemente no han sido traducidos es I Dreamed I Was a Very Clean Tramp. An autobiography de Richard Hell. Ex miembro de Television, fundador de The Voidoids, y a quien Malcolm McLaren le robó la imagen para crear a los Pistols. Otro título que se suma a la lista de urgentes por aparecer en español es Lobotomy. Surviving The Ramones de Dee Dee Ramone. El espíritu autodestructivo más incansable de la música. Y el mejor compositor de su generación.

LO QUE ESTÁ POR VENIR Sexto Piso prepara dos cañonazos. La autobiografía de Jeff Tweedy, líder de Wilco. Y el relato definitivo de Lou Reed.

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El pasado lunes de 3 de julio trascendió la noticia de la muerte de José Luis Cuevas. Llamado a permanecer como un artista plástico de primera línea —no sólo de México y no sólo del siglo XX—, concentró en el dibujo sus más altos registros expresivos, que desplegaron la originalidad radical de su mirada desde la segunda mitad del siglo pasado. Fue también, desde luego, un rebelde ante la estética dominante del muralismo mexicano y un personaje público que atrajo veneraciones y antipatías. Estas páginas destacan los atributos esenciales de su quehacer artístico.

JOSÉ LU IS CU E VA S EL M A EST RO DEL DIBUJO DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN

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ste 3 de julio murió quien se llamaba a sí mismo el enfant terrible de la pintura mexicana. Vanidoso y polémico, José Luis Cuevas (Ciudad de México, 1931 o 1934) creó un personaje, como lo hicieron Dalí y Warhol, que le permitió figurar durante mucho tiempo en el paisaje del arte mexicano. Aunque al final, ese mismo personaje desfiguró su verdadero talento: el dibujo.

Sin los grandes maestros solitarios como Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Gunther Gerzso y Mathias Goeritz no existiría la llamada Generación de la Ruptura. De hecho, estos artistas ya habían hecho el trabajo más duro que consistió en abrirse paso entre el nacionalismo que no sólo permeaba el arte plástico de la época, sino la música, el cine y la literatura. A principios de los años cincuenta, Vlady —hijo del revolucionario Victor Serge— y su esposa Isabel montaron en su propia casa la Galería Prisse. Sus miembros fundadores fueron el propio Vlady, Alberto Gironella, Josep Bartolí y Héctor Xavier. Para el año 52, la galería era el centro de reunión para artistas, poetas y narradores. Un año después se incorporó José Luis Cuevas. A lo largo de la siguiente década abrieron —y en ocasiones cerraron— un grupo de galerías donde podía verse el arte joven, la Galería Proteo y frente a ella, la Galería Antonio Souza, pero fue

Autorretrato. Milán, 1980.

“‘LA CORTINA DE NOPAL’ FUE UNA SUERTE DE MANIFIESTO QUE BUSCABA ABRIR LAS PUERTAS DEL ARTE MEXICANO A LOS MOVIMIENTOS DE VANGUARDIA QUE PERMEABAN EN TODO EL MUNDO.”

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GENERACIÓN DE LA RUPTURA

la Galería Juan Martín, situada primero en la Cerrada de Hamburgo y luego en la calle de Amberes, la que reunió al grupo de artistas a los que se les conocería bajo el nombre de Generación de la Ruptura: Lilia Carrillo, Fernando García Ponce, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, Vicente Rojo, Gilberto Aceves Navarro, Arnaldo Coen, Pedro Coronel, Enrique Echeverría, Roger von Gunten, Brian Nissen, Vlady y desde luego José Luis Cuevas. Muchos años después, siempre que se le preguntaba, y es más, incluso cuando nadie lo preguntaba, él decía que había sido el iniciador del movimiento de ruptura en la pintura mexicana: “La ruptura soy yo”,1 me contestó, como a tantos otros, en una entrevista. Pero era otra de sus salidas de tono, de sus ganas infantiles por ser el primero, el consentido. Es verdad que escribió un texto clave para el entendimiento de grupo: “La cortina de nopal”, publicado en 1956 en México en la cultura, suplemento cultural del periódico Novedades, fue una suerte de manifiesto que buscaba abrir las puertas del arte mexicano a los movimientos de vanguardia que permeaban en todo el mundo. El texto fue traducido al

inglés, y publicado en la revista Evergreen Review en 1959, donde llamó la atención que un jovencito con sólo papel y lápiz en mano se enfrentara a los llamados Tres Grandes de la Pintura Mexicana: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Al grupo lo unía, sobre todo, su pelea contra la Escuela Mexicana de Pintura; por lo demás, cada uno tenía intereses artísticos y camino propios: imposible comparar el abstraccionismo de Lilia Carrillo con el geometrismo de Felguérez, inútil resultaría intentar traducir en términos de igualdad el imaginario figurativo de Von Gunten con el de Gironella. Entre todos ellos, el que se interesó, casi por completo, por el dibujo, fue José Luis Cuevas. Casi: realizó un famoso mural efímero en la Zona Rosa en 1967, algunos cuadros e incluso una suerte de ready-mades (como el trapo embolsado y firmado: “Sudor auténtico de José Luis Cuevas”) y hacia el final de su vida se abocó a la escultura, pero no destacó en ninguno de esos ejercicios. Su famosa Giganta es un dibujo con gigantismo. Del mismo modo que su muerte

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nos permite escapar definitivamente del personaje público, también nos exige desbrozar su obra para ver aquello que, en sustancia, constituía el arte de Cuevas.

“EL AUTORRETRATO, TAL COMO LO EJERCÍA CUEVAS, CONSISTÍA EN APRENDER A VERSE A SÍ MISMO SIN OPINIONES AJENAS NI INTERMEDIARIOS: UN APRENDIZAJE PENOSO E INTERMINABLE.”

YO, YO, Y YO En artes plásticas hay dos grandes familias: los artistas del claroscuro y los artistas de color. Los del claroscuro vienen de Caravaggio y de Rembrandt, buscan la expresión gracias al contraste de sombra y luz, y los otros logran ese mismo contraste gracias al color. Cuevas pertenecía a las sombras, a los maestros del imaginario saturnino. Pero antes de adentrarnos al catálogo de seres fantásticos que salían de su mano, hay que hablar del autorretrato. Muchos, sino no es que todos los artistas plásticos se han pintado o dibujado a sí mismos, pero sólo algunos han hecho de esa práctica una declaración de intenciones como es el caso de Cuevas. En su testamento, el poeta Rainer Maria Rilke, escribió: “ya de niño, nunca pedí otra cosa que el peso que me corresponde, mi peso, lo que ha de sucederme a mí, y no —por descuido— lo que ha suceder al carpintero o al cochero o al soldado, porque quiero reconocerme en lo que más pesa para mí”. Y es probable que nada pese tanto, y nada relacionemos tan definitivamente con nuestra propia existencia como nuestro rostro. Para bien, y la mayoría de las veces para mal, nuestro rostro se nos adelanta, dice lo que desearíamos ocultar, nos expone al ridículo, en él se reconocen nuestra timidez, nuestro temor, nuestra sorpresa, nuestra repulsa. Pero si bien, para los demás nuestro

rostro está expuesto, abierto, legible, para nosotros mismos es una realidad que se escapa y se disgrega. El autorretrato es un ensayo sobre uno mismo, nunca es un ejercicio tranquilizador porque intenta reproducir la imagen secreta de lo que se ve a primera vista, el reverso de lo que nos ofrece la mirada inquisitiva de los demás. El autorretrato, tal como lo ejercía Cuevas, consistía en aprender a verse a sí mismo sin opiniones ajenas ni intermediarios: un aprendizaje penoso e interminable, pero que lo obligaba a ser lo que era. En sus autorretratos lo vemos ensayando diversas posturas, lo vemos jugando con objetos, con figuras femeninas, todos elementos pictóricos cuya suma intenta completar su rostro, porque el rostro no es lo que vemos, sino lo que descubrimos en lo que vemos. Nuestro rostro, tal como se puede comprobar en los autorretratos de Cuevas, no nos ha sido dado, es en realidad el resultado de un esfuerzo, de una obligación, de una responsabilidad o de otro modo estamos condenados a vivir una realidad ajena, la que nos preparan los cosméticos y la actuación social, la que nos exige la cortesía y el pudor, la que nos hace creer quién nos ama o nos odia, la que imaginamos todas las mañanas y se esfuma apenas entramos al metro, a la oficina, al hogar, cuando vemos otros rostros idénticos: el rostro de cárcel, de lunes por la mañana, de tarjeta sin pagar, de sueldo no cobrado. Por ello, sin este esfuerzo, el de inventarnos un rostro propio, estaríamos condenados a vivir con uno que no nos pertenece, condenados a que nos vean la cara, como dice, con acierto, la sabiduría popular. Cuevas como el gran artista que fue, descubría, inventaba y modificaba la realidad, y por supuesto también lo hacía con su rostro. Sus autorretratos van a quedar como un ejercicio de hipnótica crueldad.

Coloso. Litografía, 1987. Colección INBA/MACG.

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DEL DIBUJO

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Volvamos al problema real, al más importante: el dibujo. Dibujar es un modo de pensar. No necesariamente en fórmulas abstractas —uno puede deducir por sus textos que Cuevas no tenía talento para las ideas—, más bien podía descifrar y, lo mejor para un pintor, podía representar los más profundos y complejos sentimientos, especialmente los propios, porque dibujar es sustituir nuestras lagunas por combinaciones de luz y sombra, crear con ellos volumen y perspectiva, dibujar es ver y a ver se reduce todo conocimiento. Porque si no vemos aquello que deseamos analizar, si no lo vemos ya sea afuera en la realidad o en la mente, no podemos conocerlo en absoluto.

Trazo a trazo, en el dibujo y en el grabado, Cuevas inventaba una tensión entre la superficie y los contornos afilados de los personajes que nos recuerdan unas veces al arte expresionista, y otras a las figuras góticas, cortadas como por un hacha donde el individuo parece atrapado en un espacio donde se sofocan lo mismo los objetos que otros individuos. Cuevas es un narrador de las deformidades que habitan nuestra conciencia, esas que Goya descubrió en nuestra razón. Desde sus primeros dibujos se interesó por los locos —su hermano lo llevó a La Castañeda a dibujar a los pacientes—, las prostitutas y los vagos, seres marginales con los que el artista puede entenderse en términos de igualdad. Más tarde encontró en Kafka la angustia del hombre atormentado por el absurdo del mundo, y ése fue su motor para crear un estilo donde logró representar la incertidumbre de la existencia. “¿Quién no calibra el intelecto y la voluntad de Leonardo o de Rembrandt tras examinar sus dibujos? ¿Quién no se percata que hay que situar a uno entre los mejores filósofos y a otro entre los moralistas y los místicos más interiores?”, se pregunta Valéry en su libro sobre Degas. Es verdad, Cuevas no era ni Leonardo ni Rembrandt, aunque su admiración por Rembrandt se nota muchísimo en su capacidad para crear luz a través de la oscuridad, en obligarnos a ver a tientas como si entráramos de pronto en una habitación a oscuras y de pronto una mirada, un gesto se iluminara y nos iluminara sobre lo humano y lo monstruoso. Pero no nos acobardemos: si tuviéramos que sopesar el carácter de Cuevas por su dibujo, ¿qué diríamos? Acaso también él, justo al contrario de lo que nos muestra su coquetería, sus escándalos, sus amores, no se veía a sí mismo como una suerte de Mauricio Garcés del arte, sino como un monstruo que para sobrevivir tuvo que jugar el papel de guapo de circo: en sus piezas se exhibe como un condenado a ser, en el círculo de su vida, un niño perpetuo — con deseos intensos, pero infantiles y caprichosos— que se tuvo que meter a hurtadillas en un personaje inventado para sobrevivir. Como todos —artistas o no— era un monstruo herido buscando salir de esta gran oscuridad. NOTAS Manuel Felguérez: Disidencia sin fin. Documental de mi autoría que puede verse en YouTube. Rainer Maria Rilke, El Testamento, Alianza Tres, España, 1985, pp. 83-85. 3 Paul Valéry, Degas Danza Dibujo, Nortesur, Barcelona, 2012, p. 80. 1

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CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 9 Dilecto lector: nos acercamos a ti en mitad de esta selva de textos, librerías, editoriales, autoras, editores, narradoras, poetas y libros, para decirte bajito que entendemos que la exuberancia vegetal puede ocultarnos el bosque; pero que nosotros, desde estas páginas, intentamos desbrozar el terreno y señalar el movimiento cuentístico

que late por debajo de la piel de esta tierra letrada, letra.herida y proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos donde recogemos voces y texturas con la idea de obtener una muestra de lo que se cuece a lo largo y ancho de este país nuestro. —Edson Lechuga, coordinador

L A LEY EN DA DEL H I JO QU E R ESC ATÓ A SU M A M Á JAIME MESA (Ciudad de Puebla, 1977)

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a leyenda del hijo que rescató a su mamá es muy popular en la frontera. Mira que eso ya no se ve en estos tiempos, que alguien, arriesgándolo todo, vaya a proteger a su familia. La señora se había ido en busca de su marido. Dejó a su hijo de 15 años al cuidado de los tíos o una abuela. Se llevó parte de su dinero, y luego de pasarse por Zacatecas, Hermosillo, terminó en Tijuana. Nadie sabe por qué hizo esa vueltota. Traía otro plan o quién sabe, es imposible creer que alguien haga ese tramo tan desigual nomás porque sí. La señora tenía bien clarita la dirección de su esposo en Los Ángeles, no había falla, entonces por qué dio tanta vuelta. Total que en Tijuana la secuestraron. Unos compas llegaron, vieron quién era la más guapilla del salón y ahí estuvo el asunto. Se llevaron a tres, a una la mataron esa misma noche, si ves las fotos es la más fea, y a las demás las llevaron a San Diego y ahí se dedicaron a despacharlas con el público bien acá. Ya sabes, señores de buen diente y de fin de semana, o hijos de papi con cuenta bancaria de varios ceros. Para esto, el esposo ni preguntó dónde andaba su mujer ni nada. Él sabía que ella iba en su búsqueda pero estaba confiado que cuando llegara a Los Ángeles y no lo encontrara se iba a regresar y asunto acabado. Unas vacaciones para la mujer, se lo merecía. En ese tiempo a la familia le iba bien. Él era escolta de unos malos y poco a poco le había dejado de temblar la mano. La gente dice que le decían el Punch, sabía dar unos putazos de ensueño porque había sido boxeador, y fue escalando desmadrando vatos con los puños, luego con un bat

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que le prestó su jefe y luego con la fusca que se compró en el mercado negro. Mandaba para su casa el veinte por ciento de lo que ganaba y el resto lo guardaba, un cuartucho que de tan miserable a nadie se le ocurrió robar. Total que el único que recibió noticias fue el hijo. Tuvo paciencia porque esperó casi un año y a unos meses de cumplir dieciséis recibió, de pura chiripa, un mensaje de su madre que le decía: “Manuel, estaré en el hotel La Fragua del día 14 al 17 en Tijuana. Tengo mucho miedo y me tienen raptada”. Entonces, ese “niño” que rescató a su mamá le dijo a la familia, trató de convencer a sus tíos para que viajaran al norte y hasta fue a la Policía a mostrar en su telefonito de cuatro pesos el mensaje de su mamá. Nadie le hizo caso. Ya había pasado casi un año y muchos la daban por desaparecida y, casi todos, pensaban que se había fugado con alguien más. El dinero que mandaba el Punch seguía llegando y con eso estaban aplacados todos. ¿Para qué moverle? ¿Para qué hacer enojar al Punch JAIME MESA (Puebla, 1977) es novelista: ha publicado en Alfaguara Rabia (2008), Los predilectos (2013), Las bestias negras (2015) y La mujer inexistente, que acaba de aparecer. Es profesor en la Escuela de Cine de la BUAP y autor del ensayo “100 protagonistas de la Generación Inexistente” que apareció en Literal Latin American Voices. El cuento que publicamos es la primera indagación de una novela en proceso.

porque era claro que ni preguntaba por su mujer? Pero Manuel, o Ariel, nadie se ha puesto de acuerdo, no pensaba así. Encontró un huequito en el ropero de sus padres en donde estaba la cajita en la que guardaba su madre los ahorros. Separó un poco, que era bastante, y con unos huevos del tamaño del mundo, los que tienes a los dieciséis años si estás destinado para algo grande, cargó su mochila y se fue. No le dijo nada a nadie pensando que toda esa pinche malaria de perros ya no eran su familia. Viajó en autobús hasta Tijuana, se sembró un ratito porque quería acostumbrarse a ese nuevo mundo y porque, aunque tenía huevos, traía un miedo de esos que alocan a la gente. Era día 11 o 12 cuando llegó. En la ciudad pequeña en donde vivían ya se había puesto desde los catorce años sus borracheras así que al menos una noche se fue de bares, bebió hasta no poder más pero se contuvo de andar a rastras. Le contó a una puta lo que pasaba, cambiando nombres, haciéndole un poco al investigador, fingiendo que estaba más pedo de lo que estaba, y por ser el amigo del amigo la puta terminó aceptando que sabía del asunto y de lo que pasaba en el hotel La Fragua: “No es el único en el que pasa pero sí el más usual”, le dijo. La puta se llamaba Mercedes y era de Veracruz. Era blanca blanca y por eso tenía la cara salpicada de pecas. El pelo cortito cortito y negro azabache como caballo de corrido. Tenía unas caderas enormes y el vestido rojo que iba intercalando con otro verde, le hacía subir las tetas hasta el cuello. Había perdido a sus dos hijos cruzando la frontera. Ya ni se acordaba pero le

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dolía. Eran bebitos y se habían quedado sin agua y sin nada y se le habían muerto como pajaritos, como cualquier cosa. Andaba sola porque el Pedro, el dizque padre, se había adelantado como hacen todos los hombres. Una señora intentó ayudarla a revivirlos pero al final se dio cuenta de que ya no había nada que hacer y la ayudó a medio enterrarlos para que, al menos, los coyotes no se los comieran tan fácil. “¿Pero y si no están muertos?”, le decía Mercedes a la señora, como con culpa, como si diciéndolo en voz alta convocara a una suerte de milagro. “No llores porque te funden”, le decía la señora en medio de la noche y cuando estaba a punto de amanecer. Mercedes se quedó dormida llorando en silencio, sin entender lo que había pasado hasta que el sol se le pegó en los párpados y al apretarse el pecho no encontró nada. Mientras todos se levantaban antes de que clareara bien, ya estaban en el último tramo y los Border Patrol se iban a desayunar a esa hora, Mercedes se tragó los gritos, empezó a morderse el labio y comenzó a caminar con los demás. Así que cuando vio aquella tarde, tan temprano, entrar a ese hombre en miniatura, con su chamarra negra Adidas, medio gordo y medio flaco, pero con papada y con unos ojos de zopilote adelantado, se puso a platicar con él y, sobre todo, le puso atención cuando contó lo de su mamá. Si hubiera sido cualquier otro, uno de esos hombrones machos que llegaban preguntando por alguien, o uno de esos pendejos policías encubiertos que descubrías en dos patadas, lo habría cantado. Un mensajito y ya, estaba listo, venían por él para levantarlo. Pero no, aquel niño medio hombre le había hecho pensar que de vez en cuando, sólo por chiripa, sólo por un milagro, hay un cabrón que sobresale del montón y se pone a proteger a su familia. Así que le ayudó, le dijo ya en la noche que se fuera para su hotel y que ahí se veían. Le dijo que se anduviera con cuidado y que todo estaría bien. Manuel, o Ariel, nadie se pone de acuerdo, antes de despedirse con un beso en la mejilla como si Mercedes hubiera sido su tía, le dijo que necesitaba una pistola. En la madrugada llegó Mercedes con uno que se hizo famoso en ese tiempo: el Estalión. Era uno de los jefes de los contras del otro grupo que dominaba por ahí. Cosa curiosa, el Estalión había encontrado en la historia de Mercedes, en los brazos de Mercedes, en ese cariño denso y sintético de Mercedes, ese globo inflado que le llenaba el vacío de toda su infancia. Así que le tenía una ley de hierro. La mujer le había hablado de aquel chiquillo y aunque primero se le había hecho una curiosidad, luego se interesó, al menos, en escucharlo. Las cosas cuando andan calmadas en personas como el Estalión funcionan al

revés que para nosotros. Se ponen más ansiosos, se ponen a buscar proyectos, cosas que hacer todo el tiempo. Así que como no queriendo, luego de una mamada que le dio Mercedes en el auto y de meterse un par de rayitas se fue con ella a ver al chamaco. Cuando llegó y Manuel, o Ariel, nadie se ha puesto de acuerdo, les abrió no lo encontró tan chamaco. Tenía la furia en los ojos, ésa que le reconocía a los más jóvenes pero que, lo sabía por tantos años, les daban la única oportunidad: tener el pulso para matar, saber salvarse de las balas, y, entonces, escalar de a poco. “¿Y si te olvidas de todo eso y te vienes a trabajar conmigo, mano?”, le dijo. Manuel, sin saber quién era, un poco con miedo, un poco con nervios, le dijo que sí mientras le dejara ocuparse de algo y que, además, le ayudara. El Estalión le dijo que qué necesitaba y Manuel, como si pidiera un hot dog más, le dijo que un auto y una pistola para ir por su madre al hotel. “Pero ¿sabes cuánta raza va a estar ahí custodiando?” y, entonces, el chavo contestó lo definitivo: “me vale putas madres”. El Estalión le dijo que sí de la pistola pero que el auto sería un riesgo. “Pero te presto al Cuernos que es un culero bien hecho” y el trato quedó cerrado. Cuando se fueron, a Manuel le dijeron que sería en la noche siguiente, que el Cuernos pasaría por él, y que se estuviera quieto. “Si sobrevive ese morro, me lo llevo para el jale”, le dijo el Estalión a Mercedes cuando se subieron al auto de vuelta. Las cosas según cuentan los viejos ocurrieron así: el Cuernos era bien entrón y venía de Tamaulipas. Llevaba unos meses trabajando pero el Estalión todavía no le daba el paquete completo aunque venía recomendado. Había algo en su soledad, en esos modos de hacerse bien silencioso y en sus formas medio distantes de comportarse. No es que estuviera mal pero no era el típico azota puertas de todos los días. El Estalión vio en aquella misión suicida una oportunidad: si el Cuernos no rajaba, iba y ajusticiaba a todos y salía vivo, se podría convertir en la mano derecha que le iba haciendo falta porque el Rulo, el actual, ya iba pidiendo que lo bajaran. Llamó al Cuernos, le dio una escuadra medio vieja, medio jodida pero que aún roncaba y le dio instrucciones: “Te chingas un coche, te pasas por el morro, te llevas tu Chivo y te me matas a los que puedas mientras el chavillo hace lo suyo. Le das esta pistola. La Paula me dice que en la madrugada se quedan dos cabrones solamente, igual hasta uno, y que a todas las putas las tienen en el segundo piso. Mátame a la comadre y a su asistente, que siempre me han caído gordos

“TENÍA LA FURIA EN LOS OJOS, ÉSA QUE LE RECONOCÍA A LOS MÁS JÓVENES PERO QUE, LO SABÍA POR TANTOS AÑOS, LES DABAN LA ÚNICA OPORTUNIDAD: TENER EL PULSO PARA MATAR, SABER SALVARSE DE LAS BALAS.”

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y que empiece la pinche guerra”. Lo que no le dijo al Estalión y que fue definitivo es que a la misma hora de esa incursión, el resto de los hombres estaría asaltando la casa del otro jefe. Cinco puntos serían tasajeados al mismo tiempo para liberar la plaza. Total que el Cuernos llegó como a las dos por Manuel, entró a su cuarto, le mostró la pistola y en unos minutos le enseñó cómo usarla. Le dijo que no se preocupara y que se pusiera justito detrás de él todo el tiempo. El Cuernos iba con dos compas que necesitaban jale así que la cosa estaría fácil. Cuando llegaron a La Fragua serían las tres de la mañana. Había un silencio bruto y muchas de las luces estaban apagadas. El Cuernos mandó a Martín, el Pochito, por delante porque le sacó de onda que al frente no hubiera al menos un carro con gente dentro. Se esperó cinco minutos y entonces les dijo a Manuel y al otro que lo siguieran. Alguien medio se asomó en uno de los primeros cuartos y por las dudas el Cuernos tumbó la puerta lo más silencioso que pudo, aunque tronó en medio de la noche como si se cayera un edificio y con el cuchillo se echó a dos compitas que se habían refugiado en un rincón, detrás de las camas. Buscó armas o algo y supo que sólo era un par de desconocidos con plan fiestero que, quizá, se habían cogido juntos y habían fumado crack por el olor rancio que le llegó. Entonces los cuatro subieron de a dos los escalones y fueron abriendo puerta por puerta. No había vigilancia ni nada y al menos los primeros tres cuartos del segundo piso estaban abiertos. Puta muerta en el primero, tres más bien frías en el segundo y dos cabrones tumbadotes y con tiros en la cabeza en el tercero. “Mijo, usted se queda acá un rato”, le dijo el Cuernos a Manuel. Caminaron los otros para revisar los demás cuartos y encontraron lo mismo. La primera idea es que alguien había pitado de la madriza que se estaba dando en algún punto, porque, esto sí lo sabía el Cuernos, estas carnicerías se dan cada que hay batalla o ajusticiamientos en masa. Algo estaba pasando en otro lado. Primero se enojó porque el jefe lo había dejado afuera pero luego se calmó al entender que era una especie de prueba de confianza. En el último cuarto, en medio de la cama, toda desparramada como un marrano en el mercado, con la cabeza colgándole estaba una mujer muy guapa y muy blanca. Sin saberlo, o quizá sí porque las otras se veían como muy humilditas y porque ésta tenía esa pinta de caderas anchas y algo en su piel que le dio al Cuernos la seña de que era la madre, fue hasta ella, la medio acomodó en la cama, le puso una almohada debajo de la cabeza, le quitó tantito la sangre con unos kleenex que sólo se le pegaron a la piel y la tapó con una sábana. Parecía, para un amateur, que sólo estaba dormidita. “A ver, mijo, venga...”, gritó. Manuel ya sabía antes de entrar. Pero no lloró. Tenía la cabeza toda adolorida de ver tanta cosa en tan poco tiempo, de la peste a mierda que le llegaba, de los charcos de sangre cuando fue entrando a los cuartos, aunque le habían dicho que se quedara allá

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“A LA DISTANCIA, PARECÍA QUE ESTABA VIVA Y QUE SU CANSANCIO LA HACÍA RECOSTARSE EN EL CUERPO DE SU HIJO. UNA BORRACHITA, UNA HERMANA TERMINANDO LA FIESTA.” y cuando llegó a ver a su madre, sólo se sentó en la cama; traía la pistola aún en las manos y no la soltó, y sintió como si el largo camino no hubiera valido la pena. Sintió como si en aquel cuarto maltrecho de ese pinche motelito no hubiera nadie y tenía de dos: seguir buscando o regresarse. El Cuernos, con toda la delicadeza que pudo que no fue mucha, le dijo que tenían que pelarse, que hiciera lo que tenía que hacer. “Me la llevo”, se oyó retumbar en aquel silencio. “Ni madres, vatito, eso no se puede”, contestó el Cuernos y entonces sin pedir permiso, Manuel se encajó la pistola al frente del pantalón, envolvió bien a su madre con la sábana y con un cobertor que encontró en una silla e intentó cargarla. No pudo. Pero lo siguió intentando hasta que el Cuernos le dijo a otro que lo ayudara. Entre los dos la cargaron y la metieron en el auto. La pusieron en medio de Manuel, o Ariel, nadie se ha puesto de acuerdo, y del otro en el asiento de atrás. Así, envuelta, como una monja, y a la distancia, parecía que estaba viva y que su cansancio la hacía recostarse en el cuerpo de su hijo. Una borrachita, una hermana terminando la fiesta, una mujer cualquiera descansando. Se metieron por una calle oscura de vuelta a la ciudad y en un momento se pararon. “Tienes de dos, morro. O dejamos todo acá y nos vamos; o te pelas en

este coche ahorita mismo hacia donde tengas que ir. Yo tengo que ir a ver al jefe y si metes el cuerpo a tu hotel te van a cazar o de perdis la policía te apaña.” Los tres hombres, complacientes quizá porque sabían lo que se siente perder a tu jefa, se quedaron callados esperando la respuesta. Entonces Manuel se hizo hombre, si no es que ya se había hecho tantas veces antes, y les dijo que se iba para su casa. El Cuernos le dijo que si tenía dinero y Manuel bufó que sí. Los cuatro hombres se salieron del auto y ayudaron al morro que ya no era morro a trepar a la jefecita a la cajuela. El Cuernos, como una especie de padre postizo, revisó a Manuel por si no tenía sangre, sobre todo en la cara, o algo raro, y le dijo que se pelara ya. Cuando los tres hombres se perdieron en la noche, el chamaco prendió el auto, metió primera y manejó de vuelta a su ciudad, sin detenerse más que un par de veces para dormir ahí en cualquier parte pero bien oculto. Unos días después llegó. Sacó a su mamá que ya apestaba y casi se le

El sino del escorpión

deshizo entre los brazos, chorreándose por todas partes y la metió a su casa. Los vecinos empezaron a medio asomarse a la vivienda y como a las dos horas llegaron sus tíos y la abuela. Nadie dijo nada ni preguntó nada. Había una pistola en el comedor y la cara que era sólo ojeras de Manuel les propuso respeto. Uno de los tíos se fue a la funeraria, sin siquiera pedir dinero, y las mujeres armaron en la pequeña sala lo necesario para velarla aunque ya llevaba quién sabe cuántos días muerta y, seguro, su alma se había ido. Compraron flores y el cuerpo estaba tan mal que la abuela le pidió a Manuel que la enterraran ya. Luego de que allá en el panteón todos lo abrazaron y le decían de cosas, el morro se regresó a su casa, armó otra maleta, durmió dos días seguidos y al tercero se levantó y se fue. Según los viejos, nadie supo más de él. Y esa es la leyenda del hijo que rescató a su mamá y que sigue siendo bien popular allá en la frontera. Nadie se pone de acuerdo sobre si se llamaba Manuel o Ariel.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Thoreau y el SAT LUEGO DE SALIR de las oficinas del Servicio de Administración Tributaria (SAT) de la Ciudad de México, el escorpión reptaba en pleno Paseo de la Reforma cuando recordó al humanista Henry David Thoreau (1817-1862) y su famoso ensayo Desobediencia civil. Como es sabido, en 1846 el estadunidense fue a dar a la cárcel en su natal Concord, Massachusetts, por negarse a pagar impuestos “a un Estado esclavista y promotor de una guerra injusta contra México”. En esa prisión escribió el ensayo de marras, donde sustenta los principios de la desobediencia civil, algunos todavía aplicables hoy en cuanto a nuestros impuestos se refiere. El alacrán abrevia su queja por la franca torpeza del SAT. Desde mayo, esa oficina advirtió sobre una nueva versión 3.3 del Comprobante Fiscal Digital por Internet (CFDI), en sustitución

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de la anterior versión 3.2, con la cual se trabajó desde 2013. En síntesis, los recibos de honorarios gracias a los cuales vivimos los freelancers cambiarían a partir del primero de julio. No obstante, se garantizaba la utilización de la anterior versión 3.2 hasta el primero de diciembre. El procedimiento será “mucho más fácil”, nos sonreía el SAT, y para contradecirse en la misma oración emitía como “Instructivo para el llenado de la versión 3.3 del CFDI”, un mamotreto de 62 cuartillas de lectura inextricable. El venenoso es cumplidor con sus impuestos; así pues, en julio procedió a elaborar sus recibos digitales en la versión anterior (3.2), pero ya no fue posible. El sistema del SAT sólo tiene disponible la nueva versión (3.3). El arácnido hubo de soplarse el mentado instructivo-mamotreto para poder elaborar

sus nuevos recibos, pero (¡Canta, oh, musa, la desdicha del contribuyente!), el sistema del SAT rechazó sus envíos digitales una y otra y aún otra vez. El artrópodo se forzó a la calma, acaso había cometido un error. Optó entonces por asistir a las oficinas centrales del SAT, en cuya sala de internet ha elaborado sus recibos varias veces. Ahí se formó en la fila para obtener su turno y luego esperó unos quince minutos para acceder a la sala de computadoras, donde los asistentes le informaron con amabilidad de la imposibilidad de elaborar su CFDI, pues ni en la misma oficina del SAT se había liberado aún la nueva versión 3.3 ni existía otra posibilidad de solucionar el problema. A estas alturas el rastrero no sabe si llegará a la quincena, pero continuará reportando las desventuras de esta tierra kafkiana. C

“INSTRUCTIVO PARA EL LLENADO DE LA VERSIÓN 3.3 DEL CFDI”, UN MAMOTRETO DE 62 CUARTILLAS DE LECTURA INEXTRICABLE.

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LAS ERRATAS DE LA BIOLOGÍA HUMANA REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

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a medicina y la literatura profundizan en el lado problemático de la condición humana. Quizá por la zona de intersección entre ambas disciplinas eso es tan amplia. En un extremo del territorio se encuentran los escritos de Paracelso, Alexander Luria o Rita Levi Montalcini, y en el extremo opuesto encontramos a Shakespeare, Cervantes o Thomas Mann. Si menciono los grandes nombres de la ficción no es por mero fetichismo: es que el propio Cervantes, por ejemplo, invoca en las primeras páginas de su obra maestra los conceptos de la enfermedad y el cerebro. Durante la transición del siglo XIX al siglo XX, entró en escena un nuevo recurso de la medicina y la literatura: el diálogo psicoterapéutico se convirtió en una herramienta clínica y en un espacio narrativo: algo así como una habitación cálida donde la intimidad da condiciones para una reconstrucción paulatina de la identidad personal. La literatura captura, entonces, ese proceso de evaluación y crítica de la memoria autobiográfica, como si tuviera una cámara intersubjetiva: como si la psicoterapia fuera una caja de resonancia, donde el sujeto busca y encuentra a veces su tiempo perdido. La primera novela en la cual tuve conciencia de las posibilidades narrativas que ofrece el recurso de la terapia psicológica, fue una obra de ficción científica: Más que humano, de Theodore Sturgeon (en un ejemplar hermoso de la editorial Minotauro). Uno de los personajes es confrontado en consultas sucesivas hasta que logra discernir el conflicto ético que constituye la intriga central de su propia vida. Desde entonces, leo obras de ficción y ensayos clínicos que exploran posibilidades literarias de la consulta psicológica. La mujer que no quería amar, y otras historias sobre el inconsciente (Editorial Debate, 2014) relata escenas fragmentarias del psicoanalista Stephen Grosz, quien nos recuerda que el suspenso es un punto de convergencia entre la literatura y la psicología clínica. Aunque las historias de Grosz suceden en Londres, la terapia como recurso narrativo nos plantea la hermandad de las lenguas. En México, por ejemplo, la entrañable pieza autobiográfica de Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací (Editorial Anagrama, 2011) utiliza la escenografía clínica para mostrarnos el desarrollo de la personalidad como un juego de perspectivas: la experiencia

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LAS MUTACIONES OBSERVA A LOS INDIVIDUOS QUE TRANSITAN JUNTO AL PROTAGONISTA, QUIENES FORMAN PARTE DEL CRUCIGRAMA IMPERFECTO DE LA ENFERMEDAD.”

primordial de nuestras vidas sucede en primera persona, pero incorporamos paulatinamente la mirada y la voz de las otras personas que nos miran, y que deforman o corrigen nuestro autoconcepto. La terapia —según las obras de Nettel, Grosz y Sturgeon— es un proceso especializado que desarrolla una inteligencia basada en perspectivas múltiples. El año pasado leí una estupenda novela clínica, que reúne preocupaciones dispuestas a lo largo del arco amplísimo que conecta la literatura con la medicina. Me refiero a Las mutaciones, de Jorge Comensal (Antílope, 2016). Hasta donde sé, se trata de la primera novela de este escritor (y epistemólogo) nacido en la Ciudad de México, en 1987. Por lo general, la edad de un autor me resulta irrelevante, pero la madurez de esta obra me obliga a compartir la sorpresa de la edad. Y es que el planteamiento de Las mutaciones tiene que ver con la pluralidad de discursos de la enfermedad: los lectores podemos asomarnos a los momentos críticos de un abogado exitoso, quien desarrolla cáncer en la lengua y se ve amenazado socialmente por las limitaciones en la comunicación oral y las pérdidas económicas. Pero también escuchamos el vaivén de su mundo social, constituido por su esposa, quien es leal a su esposo, pero prefiere ignorar su código de valores, a diferencia de la sirvienta, quien despliega un amor incondicional, basado en la gratitud, el

sacrificio, y un sentido de empatía más auténtico, porque no entra en conflicto con una lucha por el poder. La exploración de los límites de este amor incondicional es una de las muchas paradojas de la novela. Un perico acompaña al abogado y la sirvienta, y funciona como un toque de comedia donde el cinismo se encuentra con la ternura, y a la vez, como un agente vicariante que expresa con desvergüenza las maldiciones que el abogado calla tras la cirugía que lo deja sin lengua. ¿Qué sucede con la conducta humana cuando el pensamiento se disocia de la comunicación oral? ¿Qué mutaciones ocurren en la personalidad, de qué manera se transforman las relaciones humanas que dan soporte a las estructuras subjetivas? Las mutaciones observa a los individuos que transitan junto al protagonista, quienes forman parte del crucigrama imperfecto de la enfermedad. Jorge Comensal cita a Rosario Castellanos: “Y tienes la penosa sensación de que en el crucigrama se deslizó una errata que lo hace irresoluble.” En efecto, para comprender las tentativas de composición colectiva frente a las erratas biológicas que conducen a la enfermedad, el autor presenta las vidas paralelas de un médico oncólogo hechizado por sus fantasías (más ingenuas que fraudulentas) de gloria científica, y de una psicoanalista lacaniana especializada en víctimas y supervivientes del cáncer, quien prefiere ahogarse y ahogar la angustia de sus pacientes mediante el hechizo farmacológico de unas galletas de cannabis. Con una enorme naturalidad, Jorge Comensal expone las contradicciones, las creencias, las convicciones y puntos ciegos de sus personajes, dentro de una trama hilarante y trágica. Una capacidad de mentalización como la desplegada en Las mutaciones, indudablemente, es el resultado de la experiencia que da la edad, los años de práctica psicoanalítica como paciente y analista, las vivencias como investigador clínico y médico oncólogo, y los años en un doctorado en biomedicina molecular. O no. Porque el autor es joven, no es médico, oncólogo, biólogo molecular, psicoanalista, o superviviente del cáncer. La composición de esta novela es entonces el punto de encuentro de la imaginación intersubjetiva y la inteligencia: lo que llamamos talento literario.

07/07/17 7:49 p.m.


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