E. L. DOCTOROW (1931-2015)

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FERNANDO IWASAKI CUADERNOS

N Ú M . 8

CARLOS VEL ÁZQUEZ GUATEMAL A S Á B A D O

ESGRIMA

JOSÉ SOLÉ

0 8 . 0 8 . 1 5

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

E. L. DOCTOROW (1931-2015)

TRES ENSAYOS INÉDITOS

LA POESÍA VISUAL DE MATHIAS GOERITZ


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El Cultural SÁBADO 08.08.2015

Esta muestra perfila con claridad algunos intereses y registros fundamentales de E. L. Doctorow (1931-2015). Desde su infancia en el Bronx neoyorquino durante la Depresión, hasta el descubrimiento de la ruta impredecible que lo confirma como un escritor, y de ahí a la denuncia de la mediocridad política imperante en Estados Unidos, sometida a los intereses corporativos que operan como enemigos declarados de la sociedad.

E . L . D OC T OROW T R E S E NS AYO S I N É DI T O S N O TA Y T R A D U C C I Ó N D E R A FA E L VA R G A S

A

Doctorow no le gustaba mucho escribir textos de crítica. Sentía que lo distraían de su tarea principal: la narrativa, esa especie de género omnicomprensivo en el que todo cabía: los dramas íntimos y las revoluciones sociales, las matemáticas y la poesía, la brizna de pasto y la estrella. No obstante, de cuando en cuando cedía a un compromiso o a una petición y redactaba un ensayo. En buena parte de los casos, escribió prólogos y posfacios. Otras veces, escribió a consecuencia de una distinción académica o de un premio literario. A veces también lo hizo llevado por la indignación o como respuesta inmediata a un acontecimiento (como el atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001). Aunque no le gustaba, dejó un considerable número de textos dispersos en revistas y periódicos. Algunos de ellos han sido recogidos en tres libros: Poets and Presidents: Selected Essays 1977-1992 (1993); Reporting the Universe (2003), y

Creationists: Selected Essays, 19932006 (2007). Hasta donde sé, todavía no existe una hemerografía actualizada y probablemente pasará un par de años antes de que veamos reunidos todos sus ensayos y artículos en un solo volumen. La pequeña muestra que ofrecemos enseguida puede dar una idea de los intereses de Doctorow, que grosso modo pueden agruparse en tres grandes apartados: la historia, la literatura y la política. El primer texto, en el que Doctorow recuerda las calles en las que transcurrió su infancia, apareció en las páginas de New York Magazine el 8 de abril de 2013. Los dos siguientes pertenecen a Reporting the Universe, compilación de catorce ensayos breves que en su mayor parte fueron escritos para responder a la invitación que la Universidad de Harvard le hizo en el 2003 para dictar las conferencias William E. Massey Sr. sobre la Historia de la Civilización en Estados Unidos. Los tres ensayos habían permanecido inéditos en español.

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“EL BRONX ERA UN CONJUNTO DE SUAVES COLINAS Y HONDONADAS. ALLÍ ESTABA NUESTRA ESCUELA, LA ESCUELA PÚBLICA NÚMERO 70 CON SU ENORME PATIO EN EL QUE TODOS LOS DOMINGOS POR LA MAÑANA LOS PADRES JUGABAN BEISBOL.”

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DE MI INFANCIA EN NUEVA YORK

n el oscuro Bronx de los días de la Gran Depresión, yo vivía en una calle cuyo nombre se debía al arroyo o riachuelo que alguna vez tuvo allí su cauce. Yo bajaba los escalones que había al frente de mi casa y me encontraba en un mundo soleado, tibio y limpio. Ninguno de mis vecinos tenía automóvil, de manera que la calle nos pertenecía a los niños. Era nuestro campo de beisbol, nuestro mercado de baratijas. Hacíamos rebotar monedas de a centavo contra un muro, cambiábamos estampas de beisbol, jugábamos carreras de coches con corcholatas, ensayábamos el delicado arte de hacer pasar una pelota por un estrecho agujero en una caja y nos entregábamos a prolongados juegos de “escondidas”, “bote pateado” y “quemados”. Un personaje eminente que vivía en nuestra cuadra era capitán del Departamento de Limpieza, motivo por el cual, durante el verano, uno de cada dos días pasaba por la calle una pipa de agua que dejaba escapar por cada uno de sus costados finos arcos de agua que solían convertirse en relucientes arcoiris. Parecían impalpables ángeles pastoreando ese camión bestial. Y cuando la pipa daba la vuelta en la esquina y desaparecía la calle se quedaba repentinamente silenciosa salvo por el agua que corría por la orilla de la banqueta hacia las coladeras produciendo burbujas y pequeños remolinos y arrastrando flotas enteras de cáscaras de nueces y palitos de paleta que seguíamos con la mirada para ver hasta dónde llegaban antes de encallar en el pavimento. Al final de la cuadra terminaba la parte baja del lado norte, pues el Bronx era un conjunto de suaves colinas y hondonadas. Allí estaba nuestra escuela, la Escuela Pública número 70 con su enorme patio en el que todos los domingos por la mañana los padres jugaban beisbol. Algunos eran grandes bateadores capaces de lograr home runs por encima de la elevada reja que se alzaba sobre los seis metros del muro de concreto en el lado este de la manzana. Bajando el suave declive hacia el sur de nuestra cuadra se encontraba lo que llamábamos el Óvalo: una hilera de pequeñas plazas con bancas, fuentes de agua y camas de tulipanes blancos y amarillos que señalaban el final de Mount Eden Avenue, justo antes de que se convirtiera en Grand Concourse. Las madres se sentaban allí con sus bebés en las carriolas y miraban con reprobación el que yo alentara a Pinky, mi perra, a tomar agua en el bebedero,

cosa que hacía con ruidosas lengüetadas, sostenida en sus patas traseras mientras yo le abría la llave. Pero el Óvalo no era el mejor de los lugares. El mejor lugar era el parque Claremont, del otro lado de Mount Eden Avenue, una gloriosa reserva ecológica a la que se llegaba a pie subiendo unas escaleras de piedra a cuyo término uno se encontraba al pie de árboles muy altos, entre cañadas sombrías, veredas serpenteantes y mazos de flores misteriosamente cuidadas. Había hormigueros que me gustaba estudiar y, durante una semana en el verano, se presentaba una exposición itinerante: “La granja en el parque”, manejada por el Departamento de Parques, en la que se instalaban pequeños establos y corrales con lechos de paja llenos de cabras y ovejas y conejos que los niños podían acariciar. Dejé muy pronto “La granja en el parque”, sintiéndome superior a los niñitos a los que les encantaba. Pero lo que me interesa es cómo, en aquellos días sombríos de la Depresión, la ciudad le daba todo lo que tenía a los niños. La Escuela Pública número 70 estaba plenamente equipada —libros, mapas, tortugas en sus tanques. En términos académicos, los maestros estaban sobrecalificados. Y cómo no iban a estarlo, dada la tremenda competencia para ocupar los pocos empleos. Esta parte del Bronx, nueva y abierta al cielo, había florecido en pocos años luego de que se hiciera la ampliación de una de las líneas del metro desde Manhattan, que hizo posible un rápido traslado a la ciudad. El Bronx era el condado de escape falsamente rural para todos aquellos trabajadores que trataban de salir del Lower East Side. Entonces nuestra sociedad era igualitaria: ninguno tenía un centavo. Todos tratábamos de economizar. Serios problemas de sobrevivencia se esparcían en círculos concéntricos desde mi casa hasta Europa. Yo escuchaba disimuladamente lo que decían los mayores y lo sabía todo. Pero hay un egoísmo natural en la niñez, y por mucho que aprendiera sobre la temible vida de los adultos yo vivía instintivamente en el momento, como lo hacen todos los niños. ¡Y qué momentos hubo! Para mí el cambio de las estaciones estaba marcado por la llegada, en junio, de Joe, el vendedor de raspados, que transportaba un bloque de hielo en una carretilla, a cuyo costado vertía ceremoniosamente un jarabe rojo sin nombre sobre un cono de papel lleno de hielo recién arrancado del bloque, y que en diciembre reaparecía transfigurado como Joe, el vendedor de camotes, con un carrito en el que se asentaba una estufa de carbón llena de brasas para asar los hirvientes camotes

“NUESTRA SOCIEDAD ERA IGUALITARIA: NINGUNO TENÍA UN CENTAVO. TODOS TRATÁBAMOS DE ECONOMIZAR. SERIOS PROBLEMAS DE SOBREVIVENCIA SE ESPARCÍAN EN CÍRCULOS CONCÉNTRICOS DESDE MI CASA HASTA EUROPA.”

que abría en dos antes de envolverlos en un cono de papel periódico. La primavera llegaba con los gorriones a los alféizares de nuestras ventanas, y el otoño con un cuaderno nuevo de composición en el que aún no había dibujado mi escuadrón aéreo o mi nombre en letras de molde. Finalmente, el invierno era una época de grandes esfuerzos que constituían un triunfo sobre el frío maligno e innombrable. Tan obstinados como Shackleton al cruzar el Antártico, mis amigos y yo explorábamos el vecindario en busca de la calle con la mejor nieve, y cuando la encontrábamos nos trepábamos sin mayor ceremonia a nuestros ligeros trineos de madera y corríamos con todas nuestras fuerzas para alcanzar la suficiente velocidad para saltar sobre ellos boca abajo y deslizarnos hacia la avenida mientras la nieve volaba cubriéndonos el mentón y nuestros pequeños corazones hacían rezumar todos los poderes de la vida en nuestros cuerpos escuálidos. 8 de abril de 2013, New York Magazine.

E.L. Doctorow junto al puente de Manhattan, 1984.


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“UNO APRENDE A CONFIAR EN EL ACTO MISMO DE ESCRIBIR. UNO SE TOPA CON UNA IDEA, UNA IMAGEN O UNA VOZ COMO UNA SUERTE DE DESCUBRIMIENTO. Y ASÍ COMO EL MONTAÑISTA NO ES DUEÑO DE LA MONTAÑA QUE ESCALA, UNO TAMPOCO ES DUEÑO DE LO QUE ESCRIBE.”

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MI PRIMERA NOVELA

reo que la satisfacción intelectual que me produjo estudiar crítica literaria y filosofía en la Universidad de Kenyon estropeó la vocación instintiva que yo tenía para escribir ficción. La rigurosa enseñanza que recibí sobre las formas, las estructuras y tropos de la composición literaria era completamente analítica y me hizo cobrar conciencia respecto de mis aspiraciones. Las grandes preguntas filosóficas eran, sucesivamente, apasionantes y aleccionadoras. Las categorías filosóficas eran útiles de manera inmediata y permanente, pero resultaba demasiado fácil perderse en la jerga filosófica. De modo que a pesar de la relevancia y el enorme valor que mi educación tendría para mi vida como escritor no logré arreglármelas para escribir mi primera novela sino años después de haberme graduado, casado y hecho mi servicio militar. Al final de mi tercera década de vida ya era un veterano. Escribí algunas páginas en Kenyon, pero no logré nada más allá de ejercicios intelectuales. Había retrocedido, me había apartado de la

necesidad urgente de expresar algo, lo que fuera, y convertirlo en otra cosa. Si no había retrocedido, ciertamente me encontraba en un periodo excesivamente racional, entregado al cálculo, al estudio, la investigación, la aplicación consciente del conocimiento, todo ello estrechamente ceñido por los apetitos del ego. La verdad del asunto es que el acto creativo no satisface el ego sino que transforma su naturaleza. Cuando se escribe uno se vuelve un poco menos la persona que se es ordinariamente —escribir le confiere a uno cierta fortaleza de ánimo. Uno aprende a confiar en lo que recibe sin haberlo solicitado. Uno aprende a confiar en el acto mismo de escribir. Uno se topa con una idea, una imagen o una voz como una suerte de descubrimiento. Y así como el montañista no es dueño de la montaña que escala, uno tampoco es dueño de lo que escribe. Los escritores escriben tratando de descubrir qué es lo que escriben. Alguien le preguntó alguna vez a Marcel Duchamp por qué había abandonado la pintura. “Porque la mayor parte del hecho de pintar consistía solamente en rellenar espacios” , dijo. Es mejor que el

E.L. Doctorow en su oficina en Dial Press, 1966. Foto de Martha Holmes.

artista renuncie, sea cual sea su medio, si descubre que tan solo está “rellenando” lo que antes concluyó mentalmente, lo que ya ha declarado un fait accompli creativo. No es que uno no emplee la inteligencia cuando escribe. No es que uno no tenga convicciones o creencias. Es que nada bueno habrá de resultar del mero hecho de rellenar lo que uno ya conoce. Es indispensable confiar en el acto de escribir para escudriñar todas las pasiones y convicciones que guarda nuestra mente, pero éstas deben someterse al carácter fortuito de la obra, deben ser parte de ella. Un libro comienza como una imagen, un sonido en el oído, la persistencia de algo que uno no quiere recordar, o quizás un gran arrebato de ira. Pero no es sino hasta que uno encuentra una voz para contar lo que ocurre en nuestra cabeza que uno puede comenzar a redactar un texto coherente. El lenguaje que uno descubre antecede a nuestro propósito o, si no, seguramente lo transformará. A manera de ilustración me detendré por un momento en cómo, por accidente, llegué a escribir mi primera novela. Luego de concluir mi carrera universitaria y después de cumplir mi servicio militar en la Alemania ocupada por los aliados, volví a casa con deseos de escribir y me di cuenta de que no podía hacerlo. Esbocé diversos libros, investigué temas que me parecían interesantes para dar pie a un libro e incluso intenté escribir varios libros. Pero no llegué a escribir ninguno de ellos. En ese momento encontré empleo como lector profesional de una compañía de cine. El trabajo requería que yo leyera novelas y preparase resúmenes para los ejecutivos cinematográficos que no tenían tiempo para leer —o quizás no sabían leer— pero que buscaban relatos que pudieran adaptarse para la pantalla. En aquellos días, a finales de los años cincuenta, las películas de vaqueros eran muy populares, de manera que tuve que leer novelas de vaqueros a pasto, cada una más mala que la otra. Harto de mis fallidos esfuerzos como novelista y de la penosa basura que tenía que reseñar, decidí abandonar la escritura. Entonces recordé el consejo que Henry ] ames daba al escritor: ser la persona para la cual nada se pierde. Decidí que yo podía mentir sobre el Oeste mejor que cualquiera de los autores que estaba leyendo. Puse una hoja de papel en la máquina de escribir y mecanografié “Capítulo primero” en lo alto de la página, justo como lo hacen los escritores en las películas. No tenía ningún plan, ni esbozo ni investigación. Todo lo que tenía era el impulso de escribir una parodia. Pero por casualidad me había topado poco antes con un extraordinario libro de geografía: Las grandes llanuras, de Walter Prescott Webb. Según Webb no había árboles en las llanuras. Era algo que yo podría haber sabido a fuerza de ver películas de vaqueros con sus mesetas y sus rebaños de ganado, pero por algún motivo el dato me pareció inmensamente evocador. Se formó en mi cabeza la imagen de una planicie vasta y desierta, un uni-


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verso sembrado de rocas en el que, a la distancia, unas cuantas casas de palo tratan de constituirse como una civilización. Mi deseo de acabar con el género para siempre se convirtió en una seria investigación de sus posibilidades: si escribía de una manera contrapunteada con sus convenciones conseguiría crear una parodia, si no en el tono, sí en la estructura. Todo esto se me ocurrió en el momento en que pude ver esa imagen. Desde la primera oración tuve la voz del narrador y la situación en la que se encontraba. No había pensado en nada de esto antes de empezar a escribir. Me fue posible escribir el libro porque no lo había planeado y porque no estaba calificado para hacerlo, puesto que Ohio era lo más lejos que había llegado hacia el Oeste. Como neoyorquino, creo que incluso había llegado a pensar que Ohio era el Oeste. Fue un libro que simplemente surgió de la circunstancia en la que me encontraba. Welcome to Hard Times [El hombre malo de Bodie, Grijalbo, 1981.] es el título bajo el cual fue publicado. Una novela situada en el territorio de Dakota en la década de 1870. Debo admitir sin mayor rodeo que las reseñas que mi libro recibió fueron lo suficientemente buenas como para sentir que se me había certificado como escritor. Pensé que había logrado hacer un buen libro, y que lo había extraído de mí de la misma manera en que Kafka lo había hecho con su primera novela: América, que escribió sin jamás haber salido de Praga. Y entonces recibí una carta de una anciana señora de Texas. Con una caligrafía delgada y enmarañada decía lo siguiente: “Joven amigo, lo seguí con mucho gusto hasta que su Sr. Jenks luego de acampar en la llanura se hizo un asado con el cuarto trasero de un perro de las praderas. En ese momento supe que probablemente usted jamás había viajado más allá de Ohio, porque el cuarto trasero de un perro de las praderas no llenaría siquiera una cucharita de té”. Conminado a defender las prerrogativas de mi arte, contesté: “Lo que usted dice, querida Señora, puede ser cierto respecto de los perros de las praderas de hoy, pero en la década de 1870...”. De hecho el hambre de Jenks podría haber magnificado su magra porción a las dimensiones de una cena. Pero, bien o mal, dejé que esos renglones se mantuvieran en las subsecuentes ediciones del libro. Desconfío de la perfección. En el hermoso cuento de Hawthorne “La marca de nacimiento” un hombre dedicado a las ciencias naturales insiste en preparar una poción que borrará una marca de nacimiento de la mejilla de su joven y hermosa mujer. La considera como una tacha en su perfección. Porque lo ama, la joven bebe la poción. La marca lentamente se desvanece hasta que su belleza es por fin perfecta. En ese momento, fallece. Esa es la razón por la que he dejado que Jenks siga allí, en la llanura, cenando el cuarto trasero de un perro de las praderas.

EL CANTO XXV

T

“LAS EMPRESAS Y CORPORACIONES QUE SE ENFRENTAN CONTRA LAS NECESIDADES MANIFIESTAS DEL PUEBLO ESTADUNIDENSE, SEGÚN LOS ASUNTOS QUE SURJAN, ALTERNAN PARA CONVERTIRSE EN ENEMIGAS DEL PUEBLO.”

E. L. Doctorow, en su oficina de la Universidad de Nueva York, 2004.

al como se gobierna hoy desde Washington, los asuntos fundamentales de la política pública se manejan de acuerdo con los deseos de aquellos que controlan el Congreso con su dinero. Una y otra vez la instauración de leyes socialmente deseables para el interés popular —ya sea que tengan que ver con la salud, la seguridad pública, la protección ambiental, la preservación de nuestros recursos naturales, o cualquier otro aspecto de evidente relevancia para la sociedad entera— es rechazada o saboteada con una jerga legalista que la pervierte y la transforma en lo opuesto. Esto es algo recurrente en Washington, tan rítmicamente repetitivo como el latir del corazón. Las empresas y corporaciones que se enfrentan contra las necesidades manifiestas del pueblo estadunidense, según los asuntos que surjan, alternan para convertirse en enemigas del pueblo. Ninguna otra cosa ocurre en Capitol Hill de manera tan previsible y recurrente. Este hecho de la vida política difícilmente resulta novedoso. Hace mucho, mucho tiempo que dejó de ser noticia. Ahora, esta es simple y obviamente la manera en que ocurren las cosas. Los intereses corporativos que operan en Washington en pos de beneficios para sí mismos —evasión de impuestos, prebendas, acceso privilegiado a recursos naturales, desregulación de normas legales— sin importar el efecto que ello tenga sobre el conjunto de la sociedad, soslayan la existencia de una comunidad, desprecian el ideal nacional, los Estados Unidos como realidad comunitaria deseable. No son capaces de imaginar una nación justa, sino una confederación cuyos habitantes deben vivir unos a expensas de otros. Desde la perspectiva de semejante darwinismo social los ideales de la democracia resultan ingenuos. Un destacado senador dijo hace unos cuantos años, en un acto para respaldar una iniciativa de ley redactada por cabilderos de corporaciones, que después de todo ellos eran los especialistas en la materia y quienes conocían el asunto mejor que nadie. Ese no puede ser sino el pronunciamiento de un político que no está al servicio de la gente sino al de aquellos que gobiernan el país para su provecho, un político confiado en que la mayoría de la población está tan nimbada y enajenada que ni siquiera se molesta en votar en las elecciones nacionales. Esos son los valores que ostenta un político que sabe que los periodistas del conglomerado de los medios de difusión masiva privados no harán una investigación “a

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fondo” ni sacarán los trapos sucios en la pantalla de la televisión, que el carácter plutocrático de nuestro Estado hoy día no será definido como tal. Y quien se atreva a hablar del desconcertante e inmenso fracaso de la mayor parte de nuestras políticas públicas y de la mendacidad y descuido con que se trata la vida humana con un tono un poco más elevado que un lamento con sordina se verá marginado y calificado por su indecorosa transgresión como un izquierdista o un rabioso populista; alguien, en cualquier caso, tan apartado de los “valores sociales” que no puede ser tomado con seriedad. Dadas las reglas del juego que hoy prevalecen, no es sorprendente que se denigre el ideal de la educación pública, se privaticen las prisiones para hacer negocios, se destruya el medio ambiente y se vuelvan corporativas todas las formas de comunicación —libros y revistas y periódicos y estaciones de radio y canales de televisión y películas y música— para crear una fuente de ingresos en la que le lavan la cara a la realidad. Encima de todo quieren hacernos creer que se trata de medios controlados por el Estado. Pensar en los políticos electos hoy en día es añorar la época en que la vocación de servicio era parte de la cultura política. Uno puede reconocer la integridad y la honestidad de muchos los funcionarios electos si sabemos que para algunos de ellos, buena parte de ellos, su visión política no llega más allá de las mesas que se ubican en los extremos de los salones donde celebran sus cenas para recaudar fondos. Escuchar las opiniones de algunas de estas personas —la manera en que se han transformado por entero en las fuerzas que los han comprado— es advertir que no se les puede acusar de hipocresía: se han metamorfoseado. La instructiva imagen procede del Canto XXV del Inferno de Dante. Estamos en una fosa del Octavo Círculo, donde residen los ladrones. Un intercambio típico sucede entre un ladrón y una de las manifestaciones del infierno, en este caso una criatura monstruosa, semejante a un lagarto de seis patas que salta sobre el ladrón, ciñe su vientre con las patas de en medio, sujeta sus brazos con las patas delanteras y le abraza las rodillas con las patas traseras, luego le da un coletazo entre las piernas y le encaja los dientes en el rostro. Así entrelazados, el monstruo y el ladrón comienzan a fundirse uno en otro como cera ardiente. Sus cabezas se unen, sus sustancias se mezclan, y nace una nueva criatura aunque en cierta forma evoca a los dos. Luego se aleja y se pierde lentamente en la oscuridad.

“QUIEN SE ATREVA A HABLAR DEL DESCONCERTANTE E INMENSO FRACASO DE LA MAYOR PARTE DE NUESTRAS POLÍTICAS PÚBLICAS Y DE LA MENDACIDAD Y DESCUIDO CON QUE SE TRATA LA VIDA HUMANA... SE VERÁ MARGINADO Y CALIFICADO POR SU INDECOROSA TRANSGRESIÓN COMO UN IZQUIERDISTA O UN RABIOSO POPULISTA.”


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Serpiente, Museo Experimental El Eco, ca. 1952-1953.

LA POESÍA VISUAL DE M AT H I A S G OE R I T Z La magna exposición de Mathias Goeritz que el Palacio de Iturbide presenta en estas fechas, además de actualizar el proyecto de una visión artística distinta —que cuestionó en su tiempo la hegemonía del muralismo mexicano—, ilustra una propuesta que no sólo sobrevive sino que diversificó el sentido y los alcances de nuestras artes visuales.

Alicia Quiñones

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En 1949, Mathias Goeritz llegó a México, donde vivió el resto de sus días y maduró la idea de su poesía escultórica y de la arquitectura como una visión estética marcada por un sentido espiritual. En su Manifiesto de la arquitectura emocional escribió:

Fotos > Daniela Hernández

a poesía no es sólo un puñado de letras que intenta contener el mundo. La poesía es una serpiente, un “lamento incrustado en el muro más luminoso”, según la definió el escultor, pintor y arquitecto Mathias Goeritz, uno de los creadores más relevantes en el arte del siglo XX . Visionario y polémico, su concepción artística estuvo marcada por la huella de su propia historia: el exilio y la guerra. En una carta que envió a su madre, Goeritz escribió: “Me siento como andando a través de un pasado remoto, en un extraño ambiente bíblico y no sé cómo coordinar esta nueva realidad con aquella otra de la que estoy huyendo”. Werner Mathias Goeritz Brünner nació en Danzing, Alemania, en 1915, y cuatro años después fue llevado a Berlín. En 1931 se inscribió a la carrera de medicina, renunciando casi de inmediato para integrarse a la Escuela de Artes y Oficios de Berlín. En 1941 fue enviado a trabajar al área cultural del consulado alemán en el norte de África. Pasó de ser un agente gubernamental a ser un artista en busca del mundo moderno. Al término de la Segunda Guerra Mundial se vio obligado a viajar a España, por ser uno de los pocos países que ofrecía asilo a los alemanes. España es el lugar donde inicia su verdadera búsqueda estética. Fundó

la Escuela de Altamira, un pequeño taller de arte experimental que tenía como objetivo vincularse y difundir las vanguardias españolas y las corrientes plásticas europeas que se gestaban entre los años de 1947 y 1948. Fue entonces cuando Mathias comenzó a desarrollar un arte más sintético, donde la figuración pierde terreno; una estética en la que predomina la geometría, es decir, un trabajo con formas puras mediante el cual intenta desvincularse de su pasado alemán, y que lo sitúa como un creador de avanzada.

El arte en general, y naturalmente también la arquitectura, es un reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo. Pero existe la impresión de que el arquitecto moderno, individualizado e intelectual, está exagerando a veces —quizá por haber perdido el contacto estrecho con la comunidad— al querer destacar demasiado la parte racional de la arquitectura. En México consolidó su carrera, formó parte del movimiento de la Ruptura y se enfrentó al desdén de los representantes de corrientes estéticas como el muralismo, quienes lo acusaron de “cosmopolita, decadente y agente del imperialismo”. Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros lo descalificaron como “un simple simulador, carente en absoluto del más mínimo talento y preparación para el ejercicio del arte del que se presenta como profesional” e, incluso, exigieron su deportación a Europa.


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“EL ARTE EN GENERAL, Y NATURALMENTE TAMBIÉN LA ARQUITECTURA, ES UN REFLEJO DEL ESTADO ESPIRITUAL DEL HOMBRE EN SU TIEMPO.” —MATHIAS GOERITZ. Esta “guerra fría cultural” y los momentos culminantes de su obra son los ejes de la magna exposición El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional, organizada por el Museo Nacional Centro Arte Reina Sofía de Madrid, que ahora se presenta en el Palacio de Iturbide, en la Ciudad de México, como parte de los festejos por el centenario del nacimiento de Goeritz. La muestra reúne más de quinientas piezas en diversos formatos: pintura, escultura, fotografía y dibujo. En ella se recorre el legado que dejó en España, México e Israel, también los momentos más representativos de su trayectoria —el Museo Experimental El Eco, las Torres de Satélite y la Ruta de la Amistad, entre otros—, así como sus manifiestos, la poesía visual y la lucha política que enfrentó a lo largo de cuarenta años.

L A GU E R R A F R Í A C U LT U R A L Francisco Reyes Palma, curador de la exposición, dedicó una parte importante de la muestra a la guerra cultural que Goeritz vivió en México, como una forma de mostrar el contexto sociopolítico. —Lo que ayuda a entender qué pasa con Mathias es el Edificio del Museo Experimental El Eco, su obra-manifiesto de la arquitectura emocional. Cuatro años después de llegar a México, un mecenas le ofrece hacer lo que él quiera y Mathias diseña El Eco. Ya que necesitaba autosustentarse, funcionaba también como restaurante y bar. Lo que Goeritz construye ahí es una propuesta que tiene mucho que ver con lo que hizo en España: dar difusión al arte en Estados Unidos, ésa era su propuesta. Él quería dar a conocer un tipo de creación que no tenía visibilidad en México. Y eso fue, en esencia, una llamada a la confrontación directa con el grupo de muralistas mexicanos que mantenía la hegemonía del arte desde la década de 1920. El hecho de que El Eco fuera un esfuerzo de la iniciativa privada lo enfrentó también con el Estado, que apoyaba al movimiento mural ya que éste reafirmaba las acciones del gobierno como instancia de integración nacional. El Eco, cuyo proceso creativo puede apreciarse en El retorno de la serpiente, fue un espacio que intentó difundir el arte experimental y operó como bastión del “abstraccionismo”, inspirado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Mientras esto sucedía en 1952, en París se llevaba a cabo la gran exposición de arte mexicano, un símbolo del triunfo de la pintura mural (Siqueiros, Rivera, Orozco, entre otros). —Después de que El Eco se inaugura — añade Reyes Palma—, a los pocos meses

muere el mecenas y el museo termina convertido en un cabaret. Después, Mathias es nombrado museógrafo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM ), lo que significó una competencia directa al muralismo y en especial a Fernando Gamboa, quien tenía el control del arte mexicano destinado a la exportación. El 15 de junio de 1954, el periódico Excélsior publicó una nota sobre la protesta por la asignación a Mathias Goeritz de ese cargo en la UNAM: “Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros censuran el nombramiento”; el siguiente mes (como se puede comprobar en la exposición), en el diario Nuevo San Carlos se decía: “Siqueiros, Rivera y alumnos de San Carlos derrotan a los malinchistas”. —Aquí es donde se manifiesta —precisa Reyes Palma— la gran discusión que tiene lugar entre los muralistas y Goeritz, por qué suceden tantas confrontaciones y por qué lo quieren echar del país. Como extranjero, él no se podía meter en política de manera clara, de ahí que su estrategia fue trabajar desde sus obras y las organizaciones privadas, sin confrontarse con este grupo.

T R E S MOM E N T O S C L AV E Después del Museo Experimental El Eco, hay tres momentos clave para entender la trayectoria artística de Goeritz: son las Torres de Satélite, la Ruta de la Amistad y el Espacio Escultórico en la UNAM.

“EL 15 DE JUNIO DE 1954, EL PERIÓDICO EXCÉLSIOR PUBLICÓ UNA NOTA SOBRE LA PROTESTA POR LA ASIGNACIÓN A MATHIAS GOERITZ DE ESE CARGO EN LA unam: ‘DIEGO RIVERA Y DAVID ALFARO SIQUEIROS CENSURAN EL NOMBRAMIENTO’. ”


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“LA RUTA DE LA AMISTAD QUE GOERITZ CONCIBIÓ PARA LAS OLIMPIADAS CULTURALES DE MÉXICO 68 Y QUE SIN DUDA SE DESDIBUJÓ DESPUÉS DE UN CRIMEN DE ESTADO COMO EL QUE SUCEDIÓ EN TLATELOLCO, FUE UNA PROPUESTA CULTURAL MUY FUERTE.” — FRANCISCO REYES PALMA, CURADOR. Las Torres de Satélite son un gran ejemplo de la arquitectura emocional, es decir: un objeto que puesto en un espacio lo activa y genera una serie de reacciones. Reyes Palma da cuenta en la exposición de cómo las Torres provocan tal respuesta que, de hecho, se convierten en el símbolo de la modernidad y el progreso en México. —Toda esta visión desarrollista que se da en la posguerra —señala Reyes Palma— puede apreciarse en las Torres de Satélite. Por otro lado, la Ruta de la Amistad que Goeritz concibió para las Olimpiadas Culturales de México 68 y que sin duda se desdibujó después de un crimen de Estado como el que sucedió en Tlatelolco, fue una propuesta cultural muy fuerte (el corredor escultórico más grande del mundo, con 17 kilómetros y 19 obras de artistas de distintos países), que quiso mostrar a México como un país de cultura, aunque finalmente apareció como un país de barbarie. La Ruta de la Amistad es una respuesta a lo que planteó Siqueiros cuando decía: “No hay más ruta que la nuestra”. El tercer momento significativo para Goeritz, también otra asignación de la UNAM, fue el Espacio Escultórico, un proyecto importante para la tradición escultórica de México y que reunió la obra de artistas mexicanos como Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Hersúa, Sebastián y Federico Silva. —Goeritz deja en este proyecto una herencia de escultores que se vuelven virales, ya sin ningún concepto y apartados de la arquitectura emocional. Me refiero, sí, a los artistas que hacen megaobras que sólo tienen un sentido decorativo, y a quienes han masificado los recursos. El abuso ha destruido el sentido del arte público. Aunque no quiero decir con esto que Mathias producía obras puras: las Torres de Satélite —caracterizadas por su intensidad y fuerza— son, de hecho, un gran anuncio para promover un proyecto inmobiliario, aunque él las llamara Oraciones Plásticas. De acuerdo con el curador, “La Bitácora” es una de las piezas más importantes de El retorno de la serpiente. Es una suerte de biografía intelectual, un cuaderno de notas donde podemos ver las fotografías y los avances de sus proyectos, las anotaciones sobre sus obras y las referencias a los cristos y los campos de concentración. Es una prueba de su desarrollo como artista y de cómo fue fijando sus posiciones estéticas. Goeritz también fue un representante muy temprano de la poesía visual a escala monumental, como se muestra en esta exposición. Recreó la escultura a través de las emociones y fue un poeta de la arquitectura.

Exposición: El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional. Organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en colaboración con Fomento Cultural Banamex, A.C. y Fundación Amparo, I.B.P. Mayo a septiembre de 2015. Palacio de Cultura Banamex – Palacio de Iturbide Madero 17, Centro Histórico Ciudad de México Lunes a domingo de 10:00 a 19:00 horas Entrada gratuita fomentoculturalbanamex.org

“‘LA BITÁCORA’ ES UNA DE LAS PIEZAS MÁS IMPORTANTES DE EL RETORNO DE LA SERPIENTE. ES UNA SUERTE DE BIOGRAFÍA INTELECTUAL, UN CUADERNO DE NOTAS DONDE PODEMOS VER LAS FOTOGRAFÍAS Y LOS AVANCES DE SUS PROYECTOS.”


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FUERA DEL HUACAL

CUADERNOS

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Por

FERNANDO IWASAKI

L

eo que en las escuelas de Finlandia —espejo de todos los sistemas educativos del planeta— los niños dejarán de aprender a escribir a mano porque van a recibir clases de mecanografía para escribir directamente en los teclados. Sin duda esa corriente pedagógica y digital terminará imponiéndose en todo el mundo, lo cual acarreará la progresiva desaparición de lápices, bolígrafos, rotuladores y estilográficas, por no hablar de los cuadernos, los blocs de notas y los papeles artesanos. Carezco de autoridad para opinar sobre las ventajas o desventajas de tamaño cambio de paradigma, mas sí puedo proclamar el inmenso placer que me produce escribir a mano, semejante al que me produce acariciar cualquier trasto de escribir como las antiguas máquinas, los frascos de tinta o los tipos emplomados de los abolidos talleres de tipografía. Desde hace años, cada vez que viajo a países remotos y ciudades literarias, compro lápices, cuadernos, sacapuntas y papeles verjurados que atesoro como alhajas, porque pienso que a mis hijos, a mis futuros nietos y a los que vengan más adelante, les parecerá un regalo poseer tales reliquias. Somos los últimos habitantes de un estilo de vida que se extingue, y nada como la caligrafía, los dibujos y los libros subrayados para dejar fragmentos vivos de nuestra efímera humanidad. En realidad, quienes tenemos la costumbre de garabatear los libros escri-

Las Claves

SOMOS LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE UN ESTILO DE VIDA QUE SE EXTINGUE, Y NADA COMO LA CALIGRAFÍA, LOS DIBUJOS Y LOS LIBROS SUBRAYADOS PARA DEJAR FRAGMENTOS VIVOS DE NUESTRA EFÍMERA HUMANIDAD.

bimos una suerte de autobiografía en fichas, márgenes u hojas de respeto. Hace unos días me puse a hojear un libro que subrayé hace más de veinte años. ¿Cómo dialogarán los nietos de mis nietos con los subrayados que les aguardan en esta biblioteca que algún día será centenaria aunque todavía no haya cumplido los sesenta? Cuando era alumno universitario adquirí la costumbre de resumir en un cuaderno los libros que leía para mis estudios, y más de una vez releyendo aquellos apuntes me he sentido hermano mayor e incluso padre del muchacho que fui. Tal vez dentro de unos años me sienta su abuelo y entonces no me importe perdonarme. A comienzos de los noventa, mi madre me obsequió algo que ella consideraba un tesoro personal: los poemas que mi abuela copiaba a mano en unos papeles que recibí cuando carecía de la conciencia que ahora tengo y que me vino de sopetón el día que cumplí los cincuenta. ¿Cómo así la mamama Manuela copiaba versos de Amado Nervo, Rubén Darío, Villaespesa o Herrera y Reissig? ¿Se los entregaría la mamama en persona para que los salvara o tal vez mi madre los encontró en un cajón mientras vaciaba armarios una desolada mañana de enero de 1973? Ya nunca podré saberlo, porque la memoria de mi madre se disuelve risueña en una niebla mágica. Sin pena, sin prisa, sin dolor. En casa guardamos poemas y dibujos de mi suegro Eduardo, las postales que el joven teniente Iwasaki le man-

Fotos > Especial

www.fernandoiwasaki.com

daba a su madre desde la helada Ilave y más de un cuaderno, tarjeta o esquela manuscrita. Por eso quiero que los cuadernos de casa le expliquen a quienes me sobrevivan por qué tantos libros, tantos árboles y tantas memorias, porque sospecho que las computadoras, las tabletas y los pendrives de ahora se volverán inútiles como los disquetes antiguos o su contenido se disolverá en otra niebla, como los chats del WhatsApp de una BlackBerry reseteada.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

DICEN QUE CUANDO PERCY Heath (Carolina del Norte, 1923-Nueva York, 2005) tocaba el bajo, una tristona alegría se adueñaba de la refulgencia: todo se atenuaba dócilmente, mansamente, como si una humedad de insomnio invadiera el mundo. / Dicen que cuando Percy Heath ponía sus dedos en las cuerdas del contrabajo una muchacha lloraba mientras un beso residía en sus labios y un muchacho la ponderaba en su pecho. / Dicen que cuando Percy Heath tomaba el arco para tocar el cello el otoño derramaba una resina dulce del centro de los árboles y todo parecía más certero y la brisa elevaba la cabellera de los niños y los folios se deshojaban y el invierno tardaba en llegar y un balbuceo de abejorros brotaba de las matrices. Percy Heath sustituyó en 1952 a Ray Brown como bajista en The Modern Jazz Quartet (MJQ): a partir de esa fecha, fueron otros los matices en la eje-

cución del bajo dentro del jazz y muy especialmente en el cool. Heath venía del bebop: había tocado con Gillespie, Parker y Monk. Aceptó los desafíos del pianista Lewis: reconcilió el acompañamiento instrumental con el arte. Se escuchaba a MJQ y un pizzicato sugerente coloreaba los motivos melódicos: ahí estaba Percy. El vibrafonista Jackson, paciente, sacudía los horcones; el baterista Kay esquinaba los platillos; Lewis arpegiaba sus mixturas de música europea y jazz con absoluta libertad. Heath fue determinante en la consolidación del timbre de MJQ. Aparece una reedición de Percy Heath. A Love Song (Daddy Jazz Records, 2003): reunión de dos jóvenes jazzistas: Jeb Patton (piano) y Peter Washington (bajo) con su hermano el percusionista y baterista Albert Tootie Heat. Siete piezas que recorren distintas gamas (blues, cool, balada, ragtime, bebop, trazos clásicos impresionistas…)

con vestimenta de sólido swing jazzístico. “A Love Song” (P. Heath): pretexto para que el bajo de Percy haga gala de sutilezas improvisadas en pizzicato de lúdica costura. “Django” (Lewis): homenaje a la sonoridad del MJQ. La hermosa suite que Percy dedica a su padre (“Suite for Pop”) ribeteada con trencillas cool se entronca con cepas clásicas de emboques neo impresionistas. Estamos en presencia de una obra maestra de la música contemporánea. El piano dibuja tiempos de ragtime en enunciaciones muy perspicaces; la batería se acompasa a las especulaciones melódicas y el principiante Washington se acopla a los vuelcos airosos del maestro. Dicen que cuando Percy Heath tocaba, en el estudio un murmullo abejero se asomaba por el vientre de su cello. Eso dicen. Después de escuchar este fonograma uno siente las abejas en los contornos de los ojos.

A LOVE SONG

Artista: Percy Heath Género: Jazz Disquera: Daddy Jazz Records, 2003 (Reedición, 2015).


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CARLOS VELÁZQUEZ

El Cultural SÁBADO 08.08.2015

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

G U AT E M A L A

@charfornication

V

iajé a Guatemala para asistir a la feria del libro. México era el país invitado. Participé en una mesa de escritores jóvenes mexicanos y guatemaltecos. Como habitante del norte mi conocimiento del sur del país es limitado. Y mis noticias sobre Guatemala son más bien inexistentes. Y desconocía por completo la literatura guatemalteca, con excepción de Rey Rosa. No por desdén o falta de interés, porque a pesar de las redes sociales, el correo electrónico y de que se trata del país vecino, mantener comunicación es un asunto remoto. Mi generación está aislada. Fuentes mantenía contacto por correo postal con Vargas Llosa y Cortázar. Estaban enterados de lo que sucedía en el panorama de las letras latinoamericanas. Se leían. Hoy leer a un autor del continente obedece a la tendencia del mercado. Era mi primera vez en Centroamérica. Y estaba preparado para cualquier cosa, menos para lo que sucedió. El primer tema que se tocó en la mesa era el ser latinoamericano. Cuál es el rasgo de identidad que nos hermana. Por supuesto es una pregunta que no obtuvo respuesta. La constante en la mesa fue que a Latinoamérica la define hoy la diversidad. Es una explicación que no me satisfizo. Lo mismo podría decirse de Estados Unidos. Pero lo que termina por definir a los gringos como tales es su exacerbado nacionalismo. Por lo vertido en la mesa el guatemalteco no posee la misma exaltación nacionalista. Algo con lo que yo, como norteño, me siento identificado. Desde el arranque de la mesa los escritores guatemaltecos estuvieron a la defensiva y rebatían todos los argumentos sistemáticamente. Enton-

UNO DE LOS RASGOS QUE MÁS ME LLAMARON LA ATENCIÓN DE LOS GUATEMALTECOS FUE QUE NO SE SIENTEN PARTE DE UN PAÍS NI DE UN CONTINENTE. NO SE SIENTEN NI GUATEMALTECOS NI MEXICANOS. Y AL FINAL ESTA ES LA ENSEÑANZA SOCIAL MÁS IMPORTANTE QUE ME LEGÓ LA MESA.

El sino del escorpión

ces la charla derivó hacia el odio que profesan los guatemaltecos por los mexicanos. Como habitante del norte, desconocía por completo esta pulla. La rivalidad entre selecciones de futbol, el affaire cerveza Gallo, que en un anuncio publicitario apareció bajo el rótulo de El sabor de México, y la colonización cultural a la que los hemos sometido. Pero lo que más le duele al pueblo de Guatemala es el profundo desinterés que demostramos por su cultura. Su molestia radica en que si ellos han adoptado manifestaciones culturales mexicanas dentro de su idiosincrasia, por qué nosotros los ignoramos. Confieso que me asombró el giro que tomó la plática. Jamás en la vida me había tocado estar en la posición de colonizador. El fenómeno que experimenta el guatemalteco, en todos los espectros, incluido el fronterizo, es el que padecen muchos de mis paisanos en relación a Estados Unidos. Un elemento que yo planteé sobre las coincidencias entre los guatemaltecos y los mexicanos y los salvadoreños y los hondureños es nuestra predisposición a la violencia. Obviamente no somos únicamente eso, pero a mí me parece una constante social producto de la desigualdad económica y la ingobernabilidad. Quizá suene muy pesimista, pero la violencia se está imponiendo por encima del folclor y los usos y costumbres. Mi punto de vista por supuesto no le agradó a los guatemaltecos. Pero ahí está el continente cayéndose a pedazos para constatarlo. Ahí están las instituciones cayéndose a pedazos. O la reciente muerte del fotógrafo Rubén Espinosa. Aquí la práctica es el asesinato. Con todo respeto, que compartamos algunos productos, la queja constante

de los guatemaltecos de haber crecido con Chabelo, Chespirito y Televisa, no nos vincula. Todos tenemos la libertad de elección de los contenidos a los que nos sometemos. Desde niño odié a Chespirito. Me parece la representación más infame del peor lado del mexicano. Y en general desde muy chico dejé de ver la televisión. A mi hija no le prohibo casi nada, pero el Chavo del Ocho no lo puede ver. Quizá la estoy aislando socialmente. Quizá llegue a la escuela y todos sus compañeros hablen del programa y ella se sienta marginada. Me remuerde, pero creo que hago bien. La televisión mexicana impactó en Guatemala debido al interés de un empresario mexicano que tomó el control de las televisoras guatemaltecas. Pero nada nos obliga a consumir telechatarra. Uno de los rasgos que más me llamaron la atención de los guatemaltecos fue que no se sienten parte de un país ni de un continente. No se sienten ni guatemaltecos ni mexicanos. Y al final esta es la enseñanza social más importante que me legó la mesa. Guatemala parece ser que está entrando en una fase de laboratorio posmoderno. Que en algún momento va a estallar. En la literatura, en la música, en las artes. En alguna disciplina. Considero que el desarraigo nacionalista es el principal ingrediente de nuestra era para que se gesten los movimientos culturales. Tijuana es un ejemplo de ello. Fue bastante divertido que se me mirara como nosotros miramos a los gringos. Pero no somos gabachos. Y no somos el primer mundo. Todavía me sigo preguntando qué es ser latinoamericano, y no, no es colonizar con Televisa.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Un túnel hacia otra realidad ABRUMADO por tanta mala noticia, el escorpión no tiene ánimo para salir de su resquicio lunar en la pared. Incluso ha pensado en abrir un largo túnel para escapar hacia otra realidad, una donde el informe de Oxfam sobre la desigualdad preparado por Gerardo Esquivel no sea tan descorazonador. Si la gente no tiene un sistema extendido de protección social (salud, alimento, vivienda, educación) y la desigualdad aumenta cada día más, ¿existen posibilidades de acceso a los bienes culturales en nuestro país? De acuerdo con la encuesta Conaculta (2010), 25 por ciento de los mexicanos no ha ido nunca al cine, 43 por ciento no ha pisado un museo, 57 por ciento jamás ha entrado a una librería, 67 por ciento no ha asistido nunca a una función de teatro, 86 por ciento no ha presenciado una

exposición de artes plásticas y 91 por ciento nunca ha asistido a un concierto de música clásica. En ese mismo año, sólo 27 por ciento había leído un libro. Cifras desalentadoras en un país con la más extensa infraestructura cultural de América Latina, pues además de un centenar de organismos del Conaculta, incluye las instancias de promoción cultural de la UNAM, la UAM y el Politécnico, las de las universidades y gobiernos estatales —incluido el de la Ciudad de México—, y las actividades culturales promovidas por las secretarías de Estado. Monsiváis escribió en 2009: “Al ser tan intenso el forcejeo por los recursos y tan abrumador el miedo a las reacciones políticas, Conaculta sigue siendo mucho más que un proyecto, un programa colmado de términos

como identidad, democracia, libertad artística, etcétera”. Y un inmenso aparato burocrático, añadiría el escorpión, donde el “forcejeo por los recursos” llevó a la destitución de dos de sus presidentes (Víctor Flores Olea y Sergio Vela) y a cuestionar el papel de dos de sus titulares (Sara Bermúdez y Consuelo Sáizar) en un puesto al parecer tan conflictivo como el del Piojo Herrera. Ante la imposibilidad de acceso a los bienes culturales, la mayor parte de la población depende de la televisión abierta para entretenerse, informarse, recrearse, verse reflejada, pues en 93 de cada cien hogares del país hay al menos un televisor. Este dato y la angustiosa situación de los periodistas en Veracruz agobian aún más al escorpión y lo mantienen cavando en el fondo de su resquicio en la pared.

LA MAYOR PARTE DE LA POBLACIÓN DEPENDE DE LA TELEVISIÓN ABIERTA PARA ENTRETENERSE, INFORMARSE, RECREARSE, VERSE REFLEJADA.


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EL AMOR ES HAMBRE El próximo jueves 13 de agosto, Ana Clavel presenta su novela del mismo título, bajo el sello de Alfaguara. Del proyecto multimedia que la acompaña provienen las fotos y los textos de esta página: la historia de “una Caperucita contemporánea —señalan sus editores— que va por los bosques de concreto, cargada con su canasta de deseos y apetitos”. Una vez fui un ángel y como todo ángel fui también un demonio de pureza.

Nadie tuvo que contarme de Caperucita y el lobo. Advertirme como a la pequeña niña: “Cuidado con los extraños” porque lo supe por cuenta propia.

El amor es hambre.

Textos: Ana Clavel Fotos: Ana Clavel y Rosibel López Caperucita: Zaira Ballesteros

No te apartes del sendero porque la lengua más dulce tiene los dientes más filosos…


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EL TEATRO SEGÚN JOSÉ SOLÉ A los 86 años de edad, José Solé es una institución de la dirección teatral y no quita el pie del acelerador. Actualmente está involucrado en tres proyectos que se harán realidad en los próximos meses: el montaje de la última obra que escribió Emilio Carballido, Un gran ramo de rosas; la puesta de Debiera haber obispas, dentro de un homenaje a su autor, Rafael Solana; y la dirección escénica de la ópera Elíxir de amor, de Donizetti.

Solé nació en la Ciudad de México, estudió actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral y escenografía en La Esmeralda. En dos ocasiones fue coordinador nacional de Teatro del INBA (1977-1987 y 1991-1995), y fundador tanto de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) como del Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli ( CITRU ). En 2008 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes por trayectoria artística.

José Solé lo mismo dirige una comedia ligera que una tragedia griega, una pieza experimental o una obra del Siglo de Oro español. Han sido célebres sus puestas en escena de El tío Vania (Chéjov), Medusa (Carballido) y Los encantos de la culpa (Calderón de la Barca); asimismo, gran parte del trabajo actoral de Ofelia Guilmáin fue realizado bajo su batuta. Recientemente dirigió 12 hombres en pugna, Panorama desde el puente (Arthur Miller) y Mame.

Por ESGRIMA

¿Qué es para usted el teatro? Para mí lo es todo. Mi gran pasión. Desde niño fui espectador, luego estudiante de teatro, actor aficionado, actor profesional, maestro, director y funcionario. Empecé como un boy scout del teatro y ahora soy Matusalén. Por algo le dieron una Luna Especial del Auditorio, en el rubro Una vida en el escenario. Sí, estoy muy agradecido por esa distinción y otras que he recibido. También es Premio Nacional de Ciencias y Artes, y un foro del sur de la Ciudad de México lleva su nombre. Siempre que le engordan a uno el ego, se tiene una sensación muy grata y se piensa que quienes han decidido hacer esos homenajes son unas personas muy inteligentes. Usted no descansa. Me moriría de aburrimiento si dejara de trabajar. Me encanta lo que hago. La felicidad es cuando Dios nos permite hacer lo que más nos gusta, y por eso creo que ha sido muy buena onda conmigo. ¿Ofelia Guilmáin fue nuestra mejor actriz de los últimos tiempos? Sí. La mayor parte de su vida teatral la dirigí yo: Las troyanas, Medea, Fuenteovejuna, María Tudor, etcétera. Fueron dieciséis obras. En Las troyanas era un mano a mano entre Ofelia y Carmen Montejo, algo muy impresionante. A Carmen la dirigí unas cuatro o cinco veces. ¿Dirigió a la Guilmáin en La Celestina? No. Ahí la dirigió Álvaro Custodio, antes de que apareciera yo. ¿Quedó satisfecho con su libro Teatro de autor? La idea original de Édgar Ceballos era hacer conmigo un libro técnico para directores, pero luego de las entrevistas que me hizo nos dimos cuenta de que eran más anécdotas que teoría, y así se quedó. También habla de sus amores. De joven fui muy enamorado, tuve un gran número de novias, y a todas les estoy muy agradecido porque me hicieron muy feliz. Tuve de todo: cha-

FERNANDO FIGUEROA

CON L AS OBRAS HAY QUE SER COMO L OS TOREROS. PRIMERO OBSERVAN CÓMO ESTÁ EL ANIMAL, SU CORNAMENTA, EL TROTE; SI PASA MÁS P OR L A IZQUIERDA O L A DERECHA, L OS DERROTES QUE DA.”

Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón

parras, altas, bonitas, feas, morenas, güeras, flacas, gordas... ¿Como Antonio Aguilar cantando “El aventurero”? Algo así. Su elección de Sara Maldonado para el papel de Catherine, en Panorama desde el puente, me pareció una genialidad. Tiene que ser una actriz muy sensual, que inquiete sin intención al padrastro. ¿Por qué dejó usted la actuación? Me dieron una beca para estudiar actuación en París, pero luego se suspendió porque era imposible que algún día llegáramos a actuar sin acento extranjero. Había becas para otras disciplinas del teatro como escenografía, pero yo ya había estudiado eso en México, con Julio Prieto. Otra opción era literatura dramática, pero se corría el muy serio riesgo de escribir en francés con faltas de ortografía. Entonces me decidí por estudiar allá dirección. Al regresar, volví a actuar, pero me empezaron a ofrecer trabajo como director. Pusimos Antígona, de Jean Anouilh, un autor que estaba en boga, y me fue muy bien. Entonces me fui más por la dirección, y hasta la fecha. ¿Cuál es su obra favorita de William Shakespeare? Su obra máxima es Hamlet, pero curiosamente nunca la he dirigido. Macbeth sí, como cinco veces; Romeo y Julieta, Otelo, Medida por medida, Sueño de una noche de verano. Mi tesis profesional como director fue con Pericles, príncipe de Tiro. ¿De qué manera convencería a un joven para que viera menos televisión y más teatro? Le diría que el teatro es un arte cálido, a diferencia de la televisión, que es fría. Le hablaría de la comunión que hay entre espectador y actores, y le aseguraría que disfrutaría más la anécdota en el teatro que en la pantalla. ¿Desde las instituciones hay que dar prioridad al teatro mexicano o al universal?

Cuando fui funcionario ocupábamos todo el año el Teatro Jiménez Rueda y el Teatro del Bosque, ahora llamado Julio Castillo. En las mañanas dábamos teatro escolar. Montábamos seis obras al año; dos eran mexicanas, una clásica y otra contemporánea. La otras cuatro abarcaban todo el abanico universal, desde los griegos hasta Bertolt Brecht. Usted como director ha hecho de todo, ¿verdad? Creo que soy el único director que ha hecho todos los géneros, desde títeres, cabaret, comedia, drama, tragedia, ópera y hasta la parte dramática del ballet. Y a todo le hace faena. Con las obras hay que ser como los toreros. Primero observan cómo está el animal, su cornamenta, el trote; si pasa más por la izquierda o la derecha, los derrotes que da. El director de teatro ideal es el que le hace faena al toro que salta al ruedo. ¿Le gusta la fiesta brava? Me encanta. De niño asistí mucho a la plaza porque mi papá era aficionado, y yo tenía un tío que era ganadero de toros bravos. Fui amigo de Valente Arellano, un gran novillero que tomó la alternativa y, al poco tiempo, murió en un accidente de motocicleta. También fui amigo de Silverio Pérez y de su esposa, Pachis, unas personas muy educadas y sencillas. ¿Quién fue su torero favorito? Mi papá era armillista y por eso yo también lo fui. ¿Qué opina de la prohibición taurina en Cataluña? Me cae en los tanates que hayan suspendido las corridas. Admiro mucho la cultura de esa región, y en Barcelona tienen una plaza magnífica que está desperdiciada. ¿Es verdad que usted fue un fumador sobreactuado? Hablar con un micrófono como un robot se lo debo al cigarro, que me provocó cáncer en una de las cuerdas vocales. Me fumaba cuatro cajetillas diarias. ¿Quién es el mejor actor de México? Ignacio López Tarso.


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