Patti Smith: Mi amigo Sam Shepard

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FRANCISCO HINOJOSA TIEMPO PARA ESCRIBIR

CARLOS VELÁZQUEZ

VEINTE AÑOS DE PEACE & NOISE

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ESGRIMA

DIEGO COHEN

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

PATTI SMITH

MI AMIGO SAM SHEPARD CONCIERTO EN LA CASA DEL LAGO ROGELIO GARZA

GUADALUPE DUEÑAS DESCONOCIDA E INÉDITA GER ARDO DE LA CRUZ Arte digital > A partir de una foto de Robert Mapplethorpe > Staff > La Razón

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En estas páginas escritas con motivo de la reciente desaparición de Sam Shepard (1943-2017), la cantante, compositora, escritora y “madrina del punk” Patti Smith comparte la evocación de la amistad larga y profunda que la vinculó con este personaje —reconocido autor de más de cuarenta obras de teatro, narrador, ensayista, guionista; actor y director de cine; músico y letrista son algunas de sus facetas— en una fértil conjunción de afinidades, como lo prueba este recuerdo colmado de afecto y teñido por los tonos azules del pintor Yves Klein.

MI A MIG O SA M SH EPA R D PATTI SMITH TRADUCCIÓN R O B E RT O D I E G O O RT E G A

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e podía llamar tarde en la noche desde algún punto del camino, un pueblo fantasma en Texas, una estación de descanso cerca de Pittsburgh, o desde Santa Fe, donde se estacionaba en el desierto y escuchaba el aullido de los coyotes. Pero con mayor frecuencia, me hablaría desde su casa en Kentucky, en una noche quieta y fría en la que uno podía oír la respiración de las estrellas. Sólo una llamada telefónica a media noche, surgida de un azul tan sorprendente como una tela de Yves Klein; un azul para perderse en él, un azul que podía conducir a cualquier parte. Yo despertaba feliz, me preparaba un Nescafé y platicábamos de cualquier cosa. Sobre las esmeraldas de Cortés, sobre las cruces blancas en los Campos de Flanders, sobre nuestros hijos o la historia del Derby de Kentucky. Pero sobre todo, hablábamos de escritores y sus libros.

Los escritores latinos. Rudy Wurlitzer. Nabokov. Bruno Schulz. “Gogol era ucraniano”, dijo una vez, al parecer desde la nada. Sólo que no desde cualquier nada, sino desde una franja multifacética de la nada que, bajo una cierta luz, se convertía en alguna parte. Yo seguiría el hilo y nos pondríamos a improvisar hasta el amanecer, como dos destartalados saxofones tenores que intercambian acordes. Envió un mensaje desde las montañas de Bolivia, donde Mateo Gil dirigía Blackthorn [Sin destino]. Había un aire enrarecido allá en Los Andes, pero él lo sobrellevó, sobrevivió y sin duda rebasó a los compañeros más jóvenes, cabalgando a no menos de cinco caballos distintos. Dijo que me traería un sarape, uno negro con franjas de color ladrillo. Cantó en esas montañas junto a una fogata, viejas canciones escritas por hombres rotos, enamorados de su propia naturaleza evanescente.

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Envuelto en cobertores, durmió bajo las estrellas, a la deriva en las Nubes de Magallanes. A Sam le gustaba la acción. Podía lanzar una caña de pescar o una vieja guitarra acústica en el asiento trasero de su camioneta, llevar tal vez un perro, y de seguro una libreta de apuntes, y una pluma, y una pila de libros. Le gustaba empacar y tomar el camino justo así, partir. Le gustaba obtener algún papel que lo llevara hasta algún lugar donde en verdad no quisiera estar, pero que terminaría por asimilar en su extrañeza; alimento solitario para trabajo futuro. En el invierno de 2012 nos encontramos en Dublín, donde recibió un Doctorado Honorario en Letras por el Trinity College. Solía incomodarse con los reconocimientos pero aceptó éste, que provenía de la misma institución donde Samuel Beckett caminó y estudió. Adoraba a Beckett, y tenía algunas piezas escritas por la mano del propio Beckett, enmarcadas en la cocina junto con los retratos de sus hijos. Ese día vimos la máquina de escribir de John Millington Synge y los lentes de James Joyce y, por la noche, tocamos con unos músicos en el pub favorito de Sam en la localidad, el Cobblestone, al otro lado del río. Y mientras nos tambaleábamos jugando en el puente, él recitaba montones de Beckett por la libre. Sam prometió ese día que me iba a mostrar el paisaje del sureste, pues aunque yo había viajado bastante no conocía mucho de nuestro propio país. Pero Sam recibió un naipe por completo distinto y fue golpeado por un sufrimiento extenuante. Tuvo que dejar de recoger su equipaje y partir. Desde entonces, yo iba a visitarlo y leíamos y platicábamos, pero sobre todo trabajábamos. Al aplicarse en su último manuscrito, con valentía, convocó una reserva de fuerza mental y afrontó cada reto que el destino le presentó. Su mano, con una luna creciente tatuada entre el pulgar y el dedo índice, reposaba en la mesa. El tatuaje era un recuerdo de nuestros días de juventud, el mío era un rayo en la rodilla izquierda. Al revisar un episodio que describía el paisaje del oeste, de pronto me miró

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Fuente > patricialeesmith.tumblr.com

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Patti Smith con Sam Sheppard Foto > Judy Linn.

“NO NECESITÁBAMOS PLATICAR, Y ESO ES LA AMISTAD VERDADERA. JAMÁS INCÓMODA CON EL SILENCIO, QUE EN SU FORMA GRATA ES TODAVÍA UNA EXTENSIÓN DEL DIÁLOGO. NOS CONOCIMOS DURANTE MUCHO TIEMPO.” y dijo: “Lo siento, no puedo llevarte ahí”. Yo sólo sonreí, pues de algún modo era justo lo que acababa de hacer. Sin decir palabra, con los ojos cerrados, vagamos a través del desierto estadunidense que desplegaba una alfombra de colores múltiples —polvo de azafrán, luego marrón, incluso el color de vidrio verde, verdes dorados y luego, de repente, un azul casi inhumano. Arena azul, dije, colmada de asombro. Azul en cada cosa, dijo él, y las canciones que cantamos tenían un tono propio. Seguíamos nuestra rutina: Despertar. Prepararse para el día. Tomar café, comer algo. Ponerse a trabajar, escribir. Luego un receso, afuera, para sentarnos en las sillas Adirondack a mirar el campo. Entonces no necesitábamos platicar, y eso es la amistad verdadera. Jamás incómoda con el silencio, que en su forma grata es todavía una extensión del diálogo. Nos conocimos durante mucho tiempo. Nuestros modales no podían definirse o descartarse con unas cuantas palabras descriptivas de una juventud negligente. Fuimos amigos; buenos o malos, fuimos sólo nosotros mismos. El paso del tiempo no hizo sino fortalecer eso. Los retos aumentaron, pero nosotros continuamos y él terminó de trabajar en su manuscrito. Estaba sentado a la mesa. Nada había quedado sin decir. Cuando partí, Sam estaba leyendo a Proust. Pasaron días largos y lentos. Era una noche de Kentucky repleta de los dardos de luz de las luciérnagas, y del sonido de los grillos y los coros de los sapos. Sam caminó rumbo a su cama y se acostó y durmió, un sueño estoico y noble. Un sueño que condujo a un momento insospechado, mientras el

amor lo envolvía y respiraba el mismo aire. Empezó a llover con su último suspiro, suavemente, tal como él lo hubiera deseado. Sam era un hombre reservado. Algo he aprendido de esa clase de hombres. Uno debe dejarlos que dicten cómo van las cosas, incluso hasta el final. La lluvia cayó, oscureció las lágrimas. Sus hijos, Jesse, Walker y Hannah se despidieron de su padre. Sus hermanas Roxanne y Sandy le dijeron adiós a su hermano. Yo estaba lejos, de pie bajo la lluvia frente al león durmiente de Lucerne, un león colosal, noble y estoico labrado en la roca de un bajo acantilado. La lluvia cayó, oscureció las lágrimas. Yo sabía que iba a ver otra vez a Sam en algún lugar del paisaje de un sueño, pero en ese momento imaginé que estaba de regreso en Kentucky, con los campos ondulantes y el arroyo que se ensancha en un pequeño río. Vi los libros de Sam alineados en los estantes, sus botas recargadas en la pared, bajo la ventana desde la que él observaría a los caballos pastar junto a la cerca de madera. Me vi a mí misma sentada a la mesa en la cocina buscando alcanzar esa mano tatuada. Hace mucho tiempo, Sam me envió una carta. Una larga, donde me contaba un sueño que había esperado que nunca terminara. “Sueña con caballos”, le dije al león. “Hazle el arreglo, ¿sí? Ten Big Red lista para él, un verdadero campeón. No va a necesitar una montura, no va a necesitar nada”. Enfilé hacia a la frontera con Francia, una luna creciente se elevaba en el cielo negro. Le dije adiós a mi amigo y le hablé en medio de la noche. The New Yorker, agosto 1 de 2017.

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Hace justo una semana, el 2 de septiembre, Patti Smith se presentó en la Casa del Lago, en la culminación de su nueva visita a la Ciudad de México: un potente concierto que fue anunciado como una lectura de poesía. Fue también un homenaje a Roberto Bolaño, de quien la poeta y cantante ha manifestado su admiración como lectora. Un rastro cuyas huellas son visibles en esta crónica, donde aparecen también una asistencia colorida y los propósitos políticos de Patti Smith, en nombre del activismo que profesa desde sus inicios.

PAT T I SM I T H EL L AG O EN LL A M AS ROGELIO GARZA

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Foto > Cuartoscuro

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e anunció como una lectura del poema Hecatomb de Patti Smith, dedicado al escritor chileno Roberto Bolaño, y resultó ser un concierto. Tampoco esperaba un mitin en honor a Frida-Diego, Bolaño y Ayotzinapa, sin embargo, para uno que se decanta por la música fue un conciertazo acústico en el que leyó, recitó, compartió anécdotas y cantó, acompañada por su guitarrista de cabecera, el también escritor y productor Lenny Kaye. Sábado a la una de la tarde en la Casa del Lago Juan José Arreola, creí que sería un atasque de gente por la gratuidad del asunto. Pero a caballo regalado no se le ve el diente, mucho menos si son los Caballos de la doña, la bruja del punk. Éramos unos dos mil quinientos afortunados bajo la carpa y los alrededores: rockeros, esmithianos, punketos, bolañeros, izquierdosos e invitados especiales con expresión profunda. La tribu que sobresalía era la de los lectores hardcore del chileno a quienes ubiqué como Los Bolañitos. Cortados con la misma tijera. Frente a mí había algunos que parecían sus hermanos trillizos: suéter rotito, blazer gastado, lentes de arillo, pelo revuelto y rostro abismado. Todo menos el talento. Por suerte, entre ellos y yo mediaba la obra completa de Bolaño y la reja de un espacio reservado para los invitados. Sobra decir que yo estaba del lado del populacho. Hasta en los conciertos gratuitos en recintos públicos hay VIP. En vez de buscarme un lugar para ver a Smith, sacarle fotos y videos, mejor me acomodé cerca de una bocina para grabarlo todo, junto a un deadhead autorizado con una sudadera de Grateful Dead. Y ya sabemos que donde dos o más se reúnen en nombre de Jerry Garcia, ahí está la grifa. Patti Smith apareció sonriente, vestida de rojo y negro, como si subiera a la azotea de su casa para otear el vecindario. Y empezó recitando “People Have the Power”, una de tantas canciones que coescribió con su esposo, el fallecido Fred Sonic Smith, guitarrista del tremendo MC5, el grupo de activistas del ácido y el garage rock más ruidoso de Detroit. Luego platicó sobre el espectacular que la Galería Kurimanzutto colocó en las calles de

Patti Smith con Lenny Kaye.

Nuevo León y Sonora (con un número telefónico al que si marcas escuchas un poema en voz de Patti Smith), antes de leer un fragmento de su libro Just Kids sobre el fotógrafo Robert Mapplethorpe y el espectacular navideño que colocaron John y Yoko en Nueva York: “WAR IS OVER. If you want it.” Y aquí Lenny Kaye se acomodó la guitarra y empezó a rasgarla. Un guitarrista no menos legendario que ha tocado en los discos más importantes de Smith, además de tener una docena de libros y colaborar con R.E.M., Susan Vega (le produjo el fino Solitude Standing y el éxito “Luka”) y The Fleshtones, quienes tocaron acá el año pasado. Además es el compilador del clásico del garage rock Nuggets. O sea que no estábamos frente a cualquier guitarrista, sino ante un chingón que siempre ha evitado las pirotecnias, un artífice del sonido punk. Se reventaron la balada espacial del disco Gone Again, “Wing”. El momento incómodo para los que no contábamos con una “manifestación” (porque nunca se mencionó en la difusión) llegó cuando Patti Smith hizo un comentario polite sobre Ayotzinapa. “Desaparecidos por fuerzas terribles. No podemos traerlos de regreso. Pero sí podemos llevarlos en nuestros corazones.” Hay quienes consideran que el arte y la política deben ir de la mano. Pero a mí no me cuadra poner el arte al servicio de ninguna ideología, causa o lucha, con el argumento del “compromiso político del artista”. Además, apreciar el arte a través de

cualquier ideología o religión es como ponerse una venda en los ojos antes de entrar al museo o unos tapones en los oídos para filtrar el concierto. Smith cantó a capela un fragmento de la canción “Mothers of the Dissapeared” de U2, se la dedicó a las madres de los 43 normalistas desaparecidos, antes de entonar “Ghost Dance” con Lenny Kaye. Después contó que en días pasados fue a la Secretaría de Educación Pública a conocer los murales de Diego Rivera, “a ser educada”. Y dijo que un color la penetró en ese momento, el rojo, al que le escribió un poema en la SEP, “Red Song”. Se puso los lentes y lo leyó. Su voz salió volando, las palabras flotaron en el aire como lenguas de lumbre entre los árboles del Bosque de Chapultepec, y se apagaron en el lago donde remaban los paseantes. Siguió recordando, aquél poderoso concierto del Anahuacalli en 2012, cuando conoció la Casa Azul de Frida Kahlo. Que se acostó en la cama de Diego Rivera y se le ocurrió una canción. La escribió en una hoja y se las dejó de regalo. No supo más de ella hasta que volvió y la encontró escrita en una pared de la casa. Confesó que no se sabía la letra de memoria. Entonces alguien del público le alcanzó un celular con una fotografía de la letra en la pared. Y con esa imagen cantó a capela “Noguchi’s Butterflies”. Se siguieron con la clásica “Dancing Barefoot”, una canción a la que se le han hecho más de veinte covers, escrita con su bajista Ivan Kral en el disco Wave. Se transformó en una bruja,

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“HE VISTO LOS SAGRADOS CORAZONES DE DEE DEE Y JOEY RAMONE, ENVUELTOS EN LAS FLAMAS DEL ROCK. ESCUCHANDO A PATTI SMITH, PENSÉ QUE ELLA TAMBIÉN ERA UN SAGRADO CORAZÓN DEL PUNK.” con el pelo plateado y el corazón ardiendo. He visto los sagrados corazones de Dee Dee y Joey Ramone, envueltos en las flamas del rock. Escuchando a Patti Smith, pensé que ella también era un sagrado corazón del punk, tan solo con una guitarra y su voz. Me pareció chingón que a los setenta años, y habiendo perdido a su marido, a su hermano y a sus mejores amigos, la Patti Punk mantuviera la energía, la intensidad musical y el humor. Artista y rockera que hasta la fecha hace encabronar a sus haters sin proponérselo y sin darse cuenta. Cantó una gran canción del disco Gung Ho, “Grateful”, dedicada a las personas que hicieron posible su presencia en México. Y a todos los presentes, por estar ahí y acompañarla. Tocaban sus guitarras y ella cantaba, atrayendo con melancolía lo mismo a las abuelitas que a los milenials, a los vendedores de algodones de azúcar y a los policías que se comían una torta en armonía con el planeta. Por un instante tuvimos paz en esta ciudad que nos despoja de la energía, el tiempo y la tranquilidad para

sobrevivirla. Un oasis donde brotaba la música. Entonces llegó el momento estelar, la hora en que Los Bolañitos empezaron a mojarse. La canción dedicada al escritor. Para serles honesto sólo he leído un par de libros de Bolaño, Putas asesinas y Los detectives salvajes, que me dejaron satisfecho; es decir, sin hambre de seguir leyéndolo. Por supuesto, el ciego soy yo, porque no alcanzo a leer la grandeza que se le atribuye. Pero se ve que Patti Smith es fan del great Rowertu Bowlano, así que cantó “My Blakean Year” del disco Horses al autor de los Savage Detectives. A continuación presentó al mexican writer Guan Vieworo, quien subió al escenario a leer una traducción del poema Hecatombe. Villoro, fogueado con el grupo Mientras nos dure el veinte, subió puestísimo al palomazo y dijo, entre otras cosas, que Smith considera 2666 “la primera obra maestra del siglo XXI”. Y procedió a leer. Aún no leo esa novela, tan solo sé que trata sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez —supongo que algún allegado le regaló a Smith Bones in the desert del fallecido Sergio González Rodríguez—, pero quién es uno, pobre diablo, para dudar así de la palabra de los grandes. Patti Smith apareció de nuevo y habló sobre un homenaje que en esos momentos se le rendía a su ex amante y amigo, el actor y escritor Sam Shepard, fallecido a finales de julio. Dijo que Sam amaba México y siempre planeaban venir en coche a descubrirlo. Entonces cantó “Beneath the Southern Cross”,

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del disco Gone Again. Y aquí es donde para mí llegamos al meollo de la tarde, al vórtice del concierto, un paisaje sonoro que sirvió para construir un puente musical con sus muertos. No un escritor chileno que nunca conoció en vida, sino un amigo del alma, un personaje entrañable para ella. Así ha sucedido desde tiempos remotos y repachecos, y sigue sucediendo en todas las culturas, nos comunicamos con los muertos a través de la música. Smith terminó haciendo un ejercicio liberador que seguramente le aprendió a su magister Allen Ginsberg: Rise your hands. Feel your blood. Feel your life. Feel you creative spirit. Feel your fucking freedom. Después, abierta la puerta y establecida la conexión con el inframundo, la voz femenina en los discos del enigmático Blue Öyster Cult, le dedicó “una canción y sus letras, a mi hermoso amor Fred Sonic Smith”, fallecido en 1994. Y se aventaron “Because the Night” del disco Easter, una canción que desde el título estremece. Terminaron con una versión de “Can’t Help Falling in Love” de Elvis. Y así como abrieron, cerraron de nuevo con la guitarrera “People Have the Power”. Dont forget it. Use your voice. We love you.

La madrina del punk Respuestas de Patti Smith a David Fricke > Mi padre peleó en la Segunda Guerra Mundial. Lo reclutaron y sintió que debía cumplir con su obligación patriótica. Pero era un pacifista. Cuando lanzaron la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki se sintió devastado. Mis padres eran idealistas. Ni siquiera puedo llamarlos liberales. Eran personas que desconocían las diferencias por homosexualidad o raza. Abrían su casa a cualquiera. Crecí en una casa sin prejuicios. Y crecí sin creer en un enemigo. > Soy una persona de los años setenta. Abracé los sesentas

mí el primer rock vocal hecho por una mujer, era el principio del género. Yo no pensaba en cantar en esos días, pero me atraía, siento que esa experiencia primigenia con Grace Slick me dio una facultad especial. Johnny Winter es uno de los grandes intérpretes que he visto. Te confronta con su humor demoniaco. Salta directo al público y te canta a la cara. Causó un gran impacto en mí.

> Mi esposo Fred [el último guitarrista de MC5, Fred

Sonic Smith] solía decirme que los MC5 creían en vermusical e ideológicamente, pero no como un estilo de vida dad que podían cambiar el mundo. No sólo lo decían. arrogante. No me gustaba la idea de una cultura de las droEstaban intoxicados con el sentimiento de que podían gas masiva... Pienso que las drogas eran una cosa sagrada detener la guerra de Vietnam, acabar con los prejuicios. que los indios americanos usaban para purificarse y autoY su música lo reflejaba. Estaban dispuestos a comenzar Foto > Robert Mapplethorpe rrealizarse; los jazzistas las utilizaban para hablar con Dios. la maldita revolución. No como una herramienta recreativa. Luego algunos las convirtieron en un estilo de vida. Al final, terminaron cansados, consumidos. Se divirtieron > Odié las tarjetas de crédito cuando aparecieron. Debí protestar contra las mucho pero querían formar una familia, hacer una vida, vivir en el confort. tarjetas de crédito. Mis amigos las adquirían por correo, compraban cosas. Lo consiguieron en las administraciones de Reagan y Clinton. Yo les decía: “¿Qué están haciendo? No pueden pagar eso”. Y me respondían: “¿Qué van a hacer, arrestarme?”. Eso transformó a nuestra sociedad de una manera insana. > La guerra de Vietnam me deprimió mucho en el sentido de hacia dónde me dirigía y dejé de hacer arte por un tiempo. Me sentía inútil como ser humano. Sentía que el arte carecía de sentido, que era una manera equivo> El rock & roll es más que música. Es una conciencia. Se fusionaba cada de pensar. Me prometí que no volvería a permitir que las acciones del con nuestras ideologías, el movimiento por los derechos humanos, mundo me deprimieran tanto como para ser improductiva. Vietnam. La música de los años sesenta era sinónimo de lo que ocurría en nuestro mundo. Y siguió siendo, de manera consciente o inconsciente, un patrón para el activismo. > Lo que me decepciona es cómo, si todos nosotros vimos lo horrible que fue Vietnam, otra vez nos hemos permitido —con los líderes que elegimos— caer en lo mismo. > Yo sólo rezo y doy gracias a Dios por la gente que no sólo es consciente sino también activista. > Me encantaba Grace Slick [Jefferson Airplane]. No era una cantante de rhythm & blues o jazz o blues. Su vocalización en “White Rabbit” era para Entrevista en Rolling Stone, mayo de 2007. Traducción: Carlos Velázquez

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Ante la publicación de las Obras completas de Guadalupe Dueñas, esta lectura cuestiona la disparidad de los criterios que la organizan, incluidas algunas pifias que pueden resultar lamentables. La voluntad exhaustiva que anima este volumen delata inconsistencias, pues no presenta unas “obras completas”, sino tal vez, apunta el crítico, “demasiado completas”, con inclusiones y omisiones desconcertantes. Sin embargo, contiene la posible revelación literaria del año —una novela antes inédita: Memoria de una espera.

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bras completas, de Guadalupe Dueñas, se terminó de imprimir y encuadernar en marzo de 2017”, reza el colofón de esta edición que “consta de 1600 ejemplares”, pocos para la cuentista más disruptiva de los años cincuenta en México, presencia fantasmagórica y exquisita del catálogo del Fondo de Cultura Económica durante las dos o tres últimas décadas. El pretexto aparente: el 10 de enero se cumplieron quince años de su fallecimiento, y como el Fondo ya nos ha hecho saber que “el mejor homenaje es leerlos” una vez que los reedita, voilà, se hizo la magia. Por fortuna, el planteamiento no se reduce al de una edición conmemorativa, sino que es resultado de un largo trabajo de investigación, acopio de material, de gestiones, de antesalas, de convencimiento, que pedía a gritos ver la luz. El libro exhala una urgencia fatal por presentar todo —y todo es todo— cuanto escribió Guadalupe Dueñas, o Lupita, Pita Dueñas (1920-2002): libros publicados, textos dispersos en revistas y suplementos, inéditos, trabajos inacabados, variaciones de la misma obsesión; cuentos, poemas, invenciones, novela, estampas de personajes (reales e imaginarias), semblanzas literarias, reseñas de libros y de películas, versiones de sus relatos, reportes de trabajo, síntesis bibliográfica, incluso atribuciones y adjudicaciones erróneas y, para bien y para mal, reveladoras. En fin, unas Obras completas demasiado completas, como si los editores supieran tanto como sus herederos que, para el singular universo de Lupita, no habrá nuevas oportunidades. Reunión y museo del trabajo literario de Dueñas, que lo mismo permite instalarse en los salones más elegantes de la casa que en el desván de los papeles destinados al olvido. En cualquier caso, el sendero de las “obras completas” es complejo y se puede transitar por diversas vías; sumando, como Alfonso Reyes, o restando, como deseó Jorge Luis Borges. Patricia Rosas Lopátegui, autorizada estudiosa de la literatura escrita por mujeres y agente literario de Guadalupe Dueñas, figura como autora

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de la selección, es decir, como editora principal de la obra. El término “selección” choca de entrada con el concepto de “obras completas”, pero es que ella ha optado precisamente por la ruta de Reyes: sumar a la obra publicada la de archivo —no toda—, con la finalidad de redimensionar el lugar que ocupa Guadalupe Dueñas en nuestra literatura. Es una decisión arriesgada que problematiza cualquier edición posible, ya que requiere la colaboración del autor, y a falta de éste, implica entrar en el terreno de la especulación. Para suplir esta carencia, Rosas ha recurrido a los familiares de la autora, particularmente a su sobrina Luz María Díaz Dueñas (Z Mar), a los allegados a Lupita y al modesto aparato crítico que la cobija. Para quien publicó en vida cinco breves libros (cuatro, si contamos que el primero se incluye en el segundo), las ochocientas páginas que integran este volumen desconciertan e inquietan. La revisión del índice produce enseguida algo de sosiego y vértigo. Sosiego, porque de nueva cuenta estará disponible la obra narrativa de Lupita; vértigo, porque además de incluir

una larga lista de colaboraciones para la revista Kena, supuestamente de su autoría, al fin se entrega completa Memoria de una espera (1962), legendaria novela que nunca se animó a publicar. El volumen es presentado por Beatriz Espejo, quien recupera una amena, informada e informativa semblanza de la cuentista tapatía, no exenta de crítica: “Guadalupe Dueñas, una fantasiosa que escribía cuentos basados en la realidad”, tomada de Seis niñas ahogadas en una gota de agua ( DEMAC-UANL, 2009). El título alude al contenido profundamente biográfico de las narraciones de Pita: hacía ficción de sí misma. O al menos eso pretendía que creyeran sus lectores, que su visión del mundo, su universo literario, es más registro que recreación de la realidad —Miguel Sabido y Vicente Leñero han reforzado esta idea—; sin embargo, la tentativa de descifrar ese cosmos a partir de lo anecdótico puede ser tan infructuosa como insatisfactoria.

LA OBRA PUBLICADA Rosas Lopátegui organiza las Obras en dos grandes corpus, las publicadas y las inéditas. La primera parte concentra sus libros en orden cronológico, aunque omite la separata Las ratas y otros cuentos (Bajo el signo de Ábside, 1954), incluido en Tiene la noche un árbol (FCE, 1958), títulos que recibieron una atención inusual de la crítica; siguen los descatalogados No moriré del todo (Joaquín Mortiz, 1976), Imaginaciones (Jus, 1977) y Antes del silencio (FCE, 1991). Poco más de cien piezas en cuarenta y tantos años de producción literaria, de las cuales apenas una docena sigue rodando entre lectores curiosos. Raro fenómeno el que representó

“EL LIBRO EXHALA UNA URGENCIA FATAL POR PRESENTAR TODO —Y TODO ES TODO— CUANTO ESCRIBIÓ GUADALUPE DUEÑAS: LIBROS PUBLICADOS, TEXTOS DISPERSOS, INÉDITOS, TRABAJOS INACABADOS.”

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Con Lupita Dueñas nace una cuentista. Mejor aún: nace un poeta. ¡A soñar, Lupita! ¡A sufrir gozando y a gozar sufriendo! ¡Bienvenida al reino de la perduta gente! Fuertes alas. Fantasía valiente. Y una mirada que traspasa el misterio... ¿Puede un veterano entreabrir la puerta para augurar triunfos y palmas? “Excelente cuentista”, señala Poniatowska, y Hernández agrega: “la mejor de México, al lado de Juan Rulfo y Ferretis”. Es una locura, para alguien que apenas ha publicado quince cuentos. Su consagración en realidad llega con Las ratas y sus colaboraciones en México en la Cultura. Cuando aparece Tiene la noche un árbol sólo confirma lo que sus seguidores ya habían advertido. Es un caso excepcional en nuestra literatura. A pesar de ser considerado uno de los mejores libros de cuentos, lo único que le da unidad es el propio estilo de Dueñas, no su arquitectura interna, como en el caso de Confabulario (1952) de Arreola, El Llano en llamas (1953) de Rulfo o Los días enmascarados (1954) de Fuentes. Y es el estilo de Lupita, cada vez menos entusiasta y más caprichoso, lo que volverá frágiles a No moriré del todo y Antes del silencio, dos colecciones con muestras extraordinarias de talento, como “El ruiseñor y la rosa” o “Feliz año” en el primero, y “Los huérfanos” o “Serias divagaciones sobre el amor” en el segundo. Su inventiva y agridulce sentido

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del humor, sello particular de su obra, evolucionan y transitan de la sonrisa lúdica a la mueca sombría. Pita se hace pasar por tonta —insiste en ello cuantas veces puede—, pero su literatura revela tal malicia que supera a sus contemporáneos. En mis cuentos no existe la fantasía —declaró a Beatriz Espejo—. Soy absolutamente realista a la hora de contar cosas. Cuando los bondadosos críticos afirman que tengo mucha imaginación, me siento avergonzada. Todo me sucede, hasta los sueños. He deambulado por ellos.

“EL TIEMPO FUE ARRINCONANDO SU NARRATIVA Y SE CONVIRTIÓ EN ‘AUTORA SECRETA’ —EUFEMISMO PARA QUIEN CAE EN LA IGNORANCIA Y EL OLVIDO, PORQUE SUS LIBROS ERAN, SON INCONSEGUIBLES.” —eufemismo para quien cae en la ignorancia y el olvido—, materia de interés para estudiantes, investigadores, escritores, lectores y bibliófilos, porque sus libros eran, son inconseguibles.

Ficción o crónica descarnada, Lupita Dueñas termina haciendo del cuento lo que se le antoja. Ella es el estilo, el tema y la trama. Su narrativa podría presentarse como un solo libro publicado en cinco entregas, incluyendo Imaginaciones, que es un proyecto personalísimo cultivado por más de veinte años. Es su propia versión de Vidas imaginarias de Marcel Schwob: toma a un personaje real o ficticio, muy cercano a ella, y echa a volar la imaginación para construir una visión, un encuentro, un episodio, una versión biográfica. El resultado es un texto en prosa cargado de poesía —como muchas de sus ficciones—, testimonios de amor y gratitud que revelan la delicada orfebrería lingüística de Dueñas. Un libro desestimado por la crítica, desatendido por sus lectores y desperdiciado por los editores. A la postre, los cuentos más requeridos en selecciones y antologías procederán de su primer libro: “Historia de Mariquita”, “La tía Carlota” y “Al roce de la sombra”, aunado a “No moriré del todo” del segundo. Del tercero, ninguno. ¿Por qué? Las lecturas de Eduardo Mejía y Leonardo Martínez Carrizales, que ningunean No moriré del todo y Antes del silencio frente a Tiene la noche un árbol, arrojan luz al respecto. Su estilo, a partir de la década de los setenta, tras el boom, le resulta almidonado a sus lectores y a la crítica joven —mientras sus contemporáneos siguen alabándola, a veces con notoria condescendencia—, pero no pueden sustraerse al prestigio seductor de Tiene la noche un árbol. Por otra parte, entre cada colección de cuentos hay más de quince años de distancia; cuando publicó No moriré del todo e Imaginaciones volvía a presentarse como autora, pero sin ser ya una presencia constante en los medios. El tiempo fue arrinconando su narrativa y se convirtió en “autora secreta”

Foto > Especial

Dueñas como autora. Desde Las ratas y otros cuentos irrumpe en la escena literaria entre comentarios afectuosos, alabanzas, bombos, platillos y alfombra roja. En un mundo de machos, ella se abre paso con su encanto de mujer madura —dice que tiene treinta y tantos, pero tiene más de cuarenta—, siempre elegante y hábil para tejer relaciones. Julio Torri, Andrés Henestrosa, Carlos Valdés, Emmanuel Carballo, Efrén Hernández, Alfonso Reyes, hasta Elena Poniatowska, Dolores Castro y Rosario Castellanos, opinan y se ocupan de ella y sus relatos que recrean y producen atmósferas de horror, sensaciones de extrañamiento, dramas retorcidos, inocente sarcasmo. Henestrosa, al frente de Literatura del INBA, la incluye en los anuarios del cuento mexicano y la invita al único encuentro literario que por entonces organiza Bellas Artes, los Viernes poéticos; Valdés le señala mejoras de estilo que atenderá en la edición final de Tiene la noche un árbol, que pensaba titular La hora desteñida; Carballo solicita “Historia de Mariquita”, el cuento más popular de Dueñas, para incluirlo en Cuentistas mexicanos modernos, y le dedica un extenso comentario crítico que vale para toda la obra de Dueñas: “confía más en las sugerencias del lenguaje que en los sucesos que describe... Cuando la realidad le es intolerable, la sustituye por otra del tamaño de sus apetencias”, y la invita a participar en Universidad de México y México en la cultura, una colaboradora bastante mimada en el legendario suplemento de Fernando Benítez, donde Reyes no disimula el entusiasmo por ella:

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LA OBRA DISPERSA

Guadalupe Dueñas.

A los libros publicados le sigue una selección de colaboraciones recopiladas de diferentes publicaciones. Primero los “Cuentos”, uno marginado por la autora (“Diplodocus Sapiens”), más cuatro versiones de sus relatos que, por sí mismos, constituyen textos significativamente distintos a los recogidos en libros, como “Zapatos para toda la vida” o “Juicio final”, aparecidos en Ábside, Revista Mexicana de Literatura y Universidad de México; le siguen cuatro textos catalogados como reseñas: dos colaboraciones para Nivel y otras tantas para Revista de Bellas Artes. Entre 1963 y 1970 es articulista y editora literaria de la revista Kena, etapa de la cual se ofrecen treinta y tres contribuciones, de las cuales once, advierte Rosas Lopátegui, son atribuciones: “Aunque ciertos textos no tienen su firma se los atribuimos a Guadalupe Dueñas (sin dejar de considerar el beneficio de la duda) por la inconsistencia con que algunos de estos materiales presentan su nombre y otros no en las mismas columnas, y por la similitud en el estilo y el tratamiento de los temas”. La revista Kena fue un producto de la revolución femenina para la mujer moderna, con ambiciones y cierto bagaje cultural. Ampliar este bagaje era el objetivo de la sección coordinada por Lupita, y por lo general lo hace contando la vida de personajes históricos: artistas, líderes y, mayoritariamente, mujeres atrevidas. Su única pretensión es informar, quizá por ello no teme en recurrir a textos de otros autores para cumplir su misión; quizá firmó los artículos más como responsable de la sección que como autora. Esta urgencia por presentar a una Guadalupe Dueñas activa y polifacética —contraria a la imagen de vieja solterona que va a misa de siete, solitaria, recluida en un caserón apolillado de la colonia Roma—, llevaron a las editoras del libro a dedicarle un amplio espacio a lo que no merecía más que una mención en su biografía y, acaso, el rescate de cuatro o cinco textos, porque más de la mitad de las colaboraciones que le atribuyen no son del todo suyas. La “similitud en el estilo y el tratamiento de los temas” se debe a que la mayoría de los textos sin firma, y algunos firmados por ella, se desprenden de Las grandes amantes de la historia (De Gassó Hermanos, Barcelona, 1958) de José María Tavera, un popular autor catalán

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de biografías literarias; y a que Dueñas emplea la misma técnica para reescribirlos: prepara sin excesos la entrada y, conforme avanza en los datos históricos, transcribe, sintetiza, recuenta o reconstruye el texto de Tavera. Con citar brevemente un caso queda claro el procedimiento, en “Lola Montes” refiere Tavera: “Luis I de Baviera, a sus sesenta años en servicio activo, estrena la perplejidad más absoluta. // No hay duda alguna de que Lola Montes es una mujer de rompe y rasga” (p. 308); Dueñas, con mayor sencillez, le mejora el estilo: “Luis I de Baviera, a sus sesenta años en servicio activo, se llena de perplejidad y no duda ya que Lola es una mujer de ‘rompe y rasga’.” (p. 387). El hecho de que el procedimiento se reproduzca en otras semblanzas firmadas por Lupita confirmaría que son de ella. “Mesalina”, “Lucrecia Borgia”, “Madame du Barry”, “Lola Montes”, “Catalina de Rusia”, “Ninon de Lenclos”, “Ana Bolena”, “Lady Hamilton”, “Sarah Bernhardt”, “La emperatriz Josefina”, “Mata Hari”, “María Walewska” proceden de Las grandes amantes de la historia; pero también “Salomé”, texto donde suma dos rarezas bibliográficas, la narración —casi íntegra— del argentino Miguel Escalada y un poema del costarricense Eduardo de Ory, y “Santa Rosa de Lima”, de la biografía homónima del peruano Luis M. de Cádiz, etcétera. Es probable que un examen más cuidadoso revele que las semblanzas biográficas de “Pablo Picasso”, “Simón Bolívar”, “Madame Curie” o la atribución de “Abraham Lincoln” están francamente fuera de su registro y más cercano al de Selecciones del Reader’s Digest, aunque se elaboraron con datos biográficos de fuentes similares (ensayos biográficos, enciclopedias, revistas), tal como Dueñas se apoya en antologías y manuales literarios para redactar las notas que anteceden a sus selecciones poéticas: para la de Vicente Aleixandre retoma a Gerardo Diego; para Concha Urquiza, Enrique González Martínez, Carlos Pellicer, Salvador Novo, la única fuente que cita es Antonio Castro Leal. A pesar del enorme boquete que se abre entre los textos recuperados de Kena —que la sitúa en la borgiana tradición de Pierre Menard, mirado con ánimo dueñesco—, es una selección bastante disfrutable. Y hay textos que tienen su inconfundible impronta, como “Giuseppe Verdi”, que a partir de una imagen elabora el perfil del personaje: “El gran anciano de la ópera está en la terraza; contempla la luna que alcanza el cenit, y sigue con la mirada el vuelo de un murciélago (...) El aire fresco y perfumado de la noche de verano contribuye al hechizo misterioso de la escena y el canto de los grillos forma un tema para un nocturno en re menor”. La reunión de la obra publicada

“LA VORACIDAD NOS LLEVA A IGNORAR SU VOLUNTAD CON TAL DE OBTENER HASTA LA LISTA DEL MANDADO ESCRITA EN UN BILLETE DE LOTERÍA.”

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concluye con un homenaje a Emma Godoy, en Ábside; dos textos sobre su obra y el arte de escribir; y una “Miscelánea”: un libreto de La gallina degollada, adaptación para televisión del cuento de Horacio Quiroga, de gran valor documental pero sin datos de producción, por lo cual no es posible saber si en efecto puede considerarse “publicado”; un testimonio sobre Julio Torri y un comentario a una edición de autor de Z Mar. La “Miscelánea” incorpora un documento en la tónica biográfica de Kena, “La princesa fantasma de Europa”, quince páginas que relatan la azarosa vida de la emperatriz Carlota de México, el cual se publicó “en algún rotativo. Lamentablemente no se guardó la fuente hemerográfica” y “no fue posible ubicar su impresión”. ¿Cómo habrían de dar con el folletín, si no es de Guadalupe Dueñas? El texto es una sinopsis de Carlota. Infidelidades de Maximiliano (Populibros La Prensa, 1958) del periodista mexicano Fortino Ibarra de Anda, y en la primera línea informa que “Un autor dice con relación a Carlota”, con lo que sería válido asumir, como lo hace Rosas Lopátegui, que son apuntes para la telenovela histórica Carlota y Maximiliano (1965) de Ernesto Alonso, escrita en colaboración con Margarita López Portillo. Se extrañan muchas colaboraciones de Lupita en otros medios, principalmente México en la Cultura, del cual fue colaboradora constante entre 1954 y 1961. No es una omisión menor, pues además de publicar un buen número de cuentos y ficciones, en un número dedicado a “La tarea en marcha de los novelistas mexicanos”, Benítez dio a conocer un capítulo de Antesala, novela incluida en la segunda parte de estas Obras bajo el título de Memoria de una espera.

LA OBRA INÉDITA Hay quienes en vida hacen labor curatorial antes de entregar un manuscrito a imprenta: Juan Rulfo, Alí Chumacero, Josefina Vicens. Dueñas se encuentra en este caso, su obra abarca lo que a juicio suyo debe abarcar. No es necesario presentar como joyas lo que tal vez ellos mismos consideraban baratijas; pero tampoco hay que desdeñar las baratijas cuando en realidad son joyas. La voracidad nos lleva a ignorar su voluntad con tal de obtener hasta la lista del mandado escrita en un billete de lotería, en la creencia de que nos

revelará la materia prima de una página anodina o un verso deslumbrante. Y sí, a veces hay que contrariar voluntades. La segunda parte de Obras completas no es menos problemática que la primera, pues mezcla tipologías documentales que debieran disociarse, o al menos no atribuirles un estatus que no tienen. La obra creativa que no pasó por un proceso editorial reclama un cuarto propio frente al material de archivo con valor más bien testimonial, donde cabe de todo: textos inacabados, pautas de algo que no fue, apuntes que esbozan una idea que al final se hace humo, notas que prefiguran un relato, trazos que, perdido el impulso, no trascienden a la copia en limpio ni llegan a borrador. En el primer caso hay un producto creativo acabado, quizá no a satisfacción del autor, pero que bajo un cuidado editorial riguroso puede circular sin reparos. Los poemas de Dueñas, pórtico prometedor al universo inédito de Lupita, están más a la orilla del testimonio que de la obra acabada. Renunció a publicarlos, o siendo más precisos, Alfonso Méndez Plancarte le sugirió que los sepultara. Dueñas siguió a medias el consejo, se jactaba de que “su poesía fue el arsenal de donde extrajo el material abundantísimo que luego ha ido utilizando en su prosa”. ¿Serían estos ensayos los que motivaron la radical sugerencia del editor de Ábside? Se rescatan cuarenta y tres composiciones, procedentes de dos cuadernos, corregidas por Patricia Rosas y el dramaturgo y traductor Reynol Pérez Vázquez, ya que fue “necesario editar los textos no sólo para imprimirles mayor ritmo, sino también con la finalidad de mantener su cosmos poético lo más fiel y cercano posible a su imaginario”. Del “Cuaderno 1” se desprenden dos poemas fechados en 1937 y una serie de veintisiete textos de 1951, precedidos por una curiosa nota (se entiende que de la misma autora): “Se aconseja a la magna poetisa que escriba los ensayos poéticos con tinta para que no vayan a borrarse con el tiempo. // Se le aconseja también que escriba sólo poemas negros, porque al fin de otro color no le salen”. Las cursivas son mías, para resaltar la intención de fijar el texto y el ánimo de Dueñas, contagiado por los catorce “ensayos poéticos” bajo el título de Poemas extraordinarios (1950), en el “Cuaderno 2”, que inicia con los clásicos versos de los libros del colegio: “Si este libro se perdiere, / como suele suceder...”, y una segunda leyenda: “Aquí empiezan los poemas negros de Pita Dueñas”. Los epígrafes dicen mucho del proceder de Lupita: presenta algo como salido de la pluma de una aprendiz, se burla de ella y le resta importancia —una especie de mecanismo de defensa crítico—; pero al adentrarse en los poemas, fallidos o no, el lector tropieza con esa media luz que palpita en su obra. Un poema fechado entre octubre de 1950 y mayo de 1951, “Baila gitana”, lleva a suponer que, si la transcripción es fiel, Lupita puso en limpio algo largamente trabajado. Sin embargo, la calidad es muy dispar: “Seré un jardín extraño / con la muerte albina / y la pobre gente / mirará a lo lejos / mi

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féretro pasar”, o “Qué cosa lejana / este amor que se quiebra, / y ay cómo duele / no saber de recuerdos”, entre los de 1937... Por error le adjudican unos “Versos sueltos” del colombiano Fernando Arbeláez (“Pero no habrá reposo para el hombre que pasa...”), quizás epígrafe del poema que los precede, “Sinfonía de muerte”, fechados el mismo día. Es una mezcla de modernismo finisecular (Nervo, López Velarde, González Martínez), de Contemporáneos (Gorostiza, Novo, Pellicer, algo de Villaurrutia), de la Generación del 98 y del 27 (con fuerte presencia de Unamuno, Jiménez, Machado, Lorca, Cernuda), en versión romántica y nocturnal, desgarrada y rimbombante, con una fijación desmedida por la muerte. Prevalece una atmósfera opresiva y una religiosidad que se regodea en el sufrimiento, la abstinencia, la castidad, en pugna obsesiva contra la vida, contra la sexualidad. Como en sus cuentos, Tánatos se impone a Eros; pero en la mayoría de sus ensayos el ritmo del poema se rompe y el discurso remata en desahogo, en reproches a la vida. Quien escribe estos versos es una mujer de cuarenta años, que cuanto ha hecho en su vida es cuidar a su familia, rezar, cultivarse, escribir y, por lo que se desprende de sus poemas, angustiarse por el hecho de estar viva (“el don de vivir vuelto suplicio”). Pero no es factible ser indulgente con ella, la misma autora que está esbozando las ficciones de Las ratas y otros cuentos. Tuvo razón Méndez Plancarte al recomendarle que volcara su ímpetu poético en la narrativa, pues a su (in) voluntario humor negro, al sarcasmo chocante de sus historias, a la saña ingenua y malévola que retuerce lo trivial, sumó un registro retórico cargado de imágenes y sensaciones metafóricas, bien equilibrado en Tiene la noche un árbol, apenas contenido en Memoria de una espera, cuidadosamente cincelado (acariciado) en Imaginaciones, desbalanceado en No moriré del todo y desbordado en Antes del silencio. Le sigue un inciso que debería enriquecer los cuentos publicados, “Variaciones del mismo tema”, que incluye dos versiones del mismo texto: el borrador “La cita triste”, fechado el 8 de diciembre de 1933 (cosa que da para especular) y “La cita” —sin relación con “La cita” de No moriré del todo—, publicado en marzo de 1955 en la revista Nuestro Banco, bajo la firma de su hermana María de los Ángeles, quien afirma ser protagonista y autora original de la anécdota. Las Obras no dan cuenta de la tercera versión de “La cita”, firmada por Lupita, fechada en 1954 y publicada en enero de 1955 en Repertorio americano. Cuadernos de cultura hispánica, añeja revista literaria de San José de Costa Rica. Continúan seis textos en desarrollo; quizás el más notable, por el acento confesional, sea “María Antonia”, retrato grotesco de una mujer que ha alcanzado el medio siglo; seis dictámenes de obras dramáticas para el IMSS que, a lo sumo, hablan de los gustos e inclinaciones teatrales de Dueñas, y seis borradores de seis cuentos diferentes,

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que se añaden a las versiones publicadas. Todo este material, desde los poemas hasta los borradores de cuento, ha sido tomado del archivo personal de Guadalupe Dueñas y transcrito por Patricia Rosas y Z Mar.

LA OBRA PÓSTUMA Cierra el volumen Memoria de una espera, manuscrito de la novela que en la contraportada de No moriré del todo se anuncia como Máscara para un ídolo, de la cual publicó dos adelantos: en 1960 un capítulo intermedio para México en la cultura, bajo el título de Antesala, y en 1968 el arranque de la novela, para una de las memorias conmemorativas del Centro Mexicano de Escritores, donde la trabajó. Patricia Rosas Lopátegui transcribe e interpreta las numerosas correcciones que, según ha informado la investigadora Allyn García Vázquez, presenta el manuscrito. Desalienta saber que se trata del borrador depositado en los archivos del Centro Mexicano de Escritores, y no del archivo de Dueñas. Visto con frialdad, significa que nunca realizó la versión trabajada, pulida, con cambios relevantes que señaló en diversas entrevistas, o bien destruyó el manuscrito que alguna vez aseguró que ya estaba en poder de la editorial Jus. Esto no disminuye lo mucho que tiene de interés, ni que pueda convertirse en el acontecimiento literario del año, y que deba enfrentarse a la crítica y a los lectores de manera independiente. Bajo una atmósfera que recuerda a “El guardagujas” de Juan José Arreola, a Esperando a Godot de Samuel Beckett, a Kafka, pero también a Doce hombres en pugna de Reginald Rose, Guadalupe Dueñas desarrolla una historia que, como es su costumbre, no trata de lo que parece tratar, ni de lo que dijo que trataría. Mónica, una elegante dama distraída y parlanchina, coqueta y ambigua, se presenta en la oficina del “Señor Ministro” un día sí y el otro también, con la esperanza de que la atienda personalmente. Desde luego, esta esperanza es la de una decena más de personas que, día a día, comparten con ella la sala de espera. Pero el ministro es un hombre muy ocupado, nadie sabe cuándo puede recibirlos. Sólo tienen al conserje —ni siquiera un secretario— que los recibe y trata como si fueran su familia. Los personajes

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“MEMORIA DE UNA ESPERA YA NO ES EL ‘MECANOGRAMA BORRADOR’ DE UNA NOVELA: ES LA OBRA PÓSTUMA, ENCANTADORAMENTE INCÓMODA Y EXTRAÑA, DE GUADALUPE DUEÑAS.” típicos de esta galería —las monjas, las hermanas solteronas, el lector, el licenciado corrupto, el joven adinerado, la gringa promiscua, etcétera— terminan por relacionarse más allá de la antesala, hablan mal unos de otros, fraguan planes infalibles para lograr una entrevista con la máxima autoridad y, conforme pasan los días, revelan sus carencias, sus vicios, el patetismo de quienes se confrontan y huyen de sí mismos con el pretexto de que esperan, como si fuera ésa su principal ocupación. No pueden dejar la antesala porque no pueden estar consigo mismos, porque en el fondo esperan que una instancia superior les resuelva la vida. Sin duda, no es una versión definitiva, pero contra lo que han afirmado quienes conocían el texto, demuestra con creces que es una historia bastante acabada. La novela amarga e incisiva, absurda y sin explicación como la vida, que la autora pretendía rematar con un pensamiento positivo, y quizá pensando ese final que no llegó, terminó por sentirla fuera de onda. Si Dueñas renunció a publicarla, no fue por su cercanía con el poder ni por falta de oportunidad, menos porque considerase que estaba inconclusa: simplemente no pudo darle esperanza a Mónica, no pudo traicionarse a sí misma. Es irónico: ella, precursora de los melodramas televisivos, deseaba un final de telenovela que fue incapaz de proveer. Publicada, Memoria de una espera ya no es el “mecanograma borrador” de una novela: es la obra póstuma, encantadoramente incómoda y extraña, de Guadalupe Dueñas. Merece pararse sola en las mesas de novedades, como ha ocurrido con Harper Lee o Pearl S. Buck y el fenómeno Bolaño, no como una curiosidad encuadernada al fondo de un tomo de ochocientas páginas.

LAS OBRAS COMPLETAS El proyecto original de Patricia Rosas Lopátegui era preparar dos volúmenes, así lo revelan sus respectivos prólogos a la “Obra publicada” y la “Obra inédita”. Habría sido un acierto del Fondo de Cultura Económica seguir este plan, que además habría permitido enriquecer el archivo de Dueñas con otro tipo de contribuciones, quizás “un necesario dossier que resume la historia crítica de la obra” —como se lee en el prólogo al segundo tomo de las Obras completas de Efrén Hernández—. Por ahora está lo que está y es digno de celebrarse. Y como es costumbre cada quince años, Guadalupe Dueñas regresa tan desconocida e inédita a ganarse, otra vez, un lugar vivo entre los lectores, y no una mención curiosa en un manual de literatura mexicana.

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10 LA N OTA NEGRA

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Por

FRANCISCO HINOJOSA

TIEMP O PAR A E SCRIBIR

@panchohinojosah

A

dmiro mucho a mis colegas que pueden escribir una nota o un ensayo en unas cuantas horas, una facilidad que les envidio. A mí me lleva varios días hacer lo mismo y seguramente con menos eficacia e inteligencia. Un amigo me decía que redactar una reseña de un libro en más de dos horas no era redituable. A mí me cuesta hacerla al menos una semana. Es común que los autores o editoriales que publican un nuevo título quieran hacer su bautizo en público e invitan a dos, tres o cuatro presentadores que leen o improvisan un comentario sobre la obra. No me gusta ir, ni siquiera como espectador y menos si se trata de un libro mío. Tengo algunos amigos que, por ejemplo, en la FIL Guadalajara pueden llegar a presentar entre siete y ocho libros, además de dar una conferencia y asistir cada día a uno o dos brindis. Escribir, para mí, es algo más que un modus vivendi: es un modo de vida, que disfruto al máximo. Casi no pasa un día en el que no escriba algo. Y me siento satisfecho cuando logro tres o cuatro cuartillas, que por supuesto serán después corregidas. Desde el año pasado copié una decisión que tomó en algún momento Oliver Sacks. En sus memorias (En movimiento. Una vida, Anagrama, 2015), reproduce una fotografía en la que se le ve en su

LA MAYORÍA DE LAS VECES SUCUMBO ANTE LAS INVITACIONES... NO SÉ SI SEA GENERACIONAL, PERO A MÍ ME CUESTA MUCHO TRABAJO DECIR QUE NO.

La Canción # 6

estudio, al teléfono, y al fondo un letrero que dice “NO!”. Al pie de la foto escribe: “En mi casa de City Island pegué un cartel para acordarme de decir no a las invitaciones, a fin de tener tiempo para escribir”. Y no solamente publicó una quincena de libros, sino que tuvo una intensa actividad como neurólogo, tanto en la clínica como en la investigación y la docencia. Tiempo para escribir. Si bien el letrero que tengo frente a mi escritorio es parecido al suyo, eventualmente le hago caso. Lo voy marcando con palitos cada vez que me niego a participar en algún evento. Pero la mayoría de las veces sucumbo ante las invitaciones y las acepto porque lo siento como un deber o simplemente por debilidad. No sé si sea generacional, pero a mí me cuesta mucho trabajo decir que no. A veces, cuando me hacen algún ofrecimiento que no me interesa o bien que me restaría tiempo para trabajar en todos mis pendientes, pido un pago muy superior a lo que acostumbro. Para mi sorpresa, en algunas ocasiones aceptan pagarlo. Me identifico con el protagonista de un libro para niños de Rafael Barajas, El Fisgón (Me planchas mi elefante, por favor, Alfaguara, 2007). Simón se ve impedido a negarse ante las solicitudes que le hacen sus compañeros para que les cargue la mochila y les resuelva sus trabajos escolares. Terminaba acostándose a las

cuatro de la mañana después de hacer treinta y siete tareas ajenas. Quizás al letrero del año que entra le añada algunos sinónimos: niguas, nel pastel, nop, nanay, naranjas, nones, para reafirmar la negativa. Tengo en la agenda de hoy escribir tres prólogos, un libro sobre las emociones y los sentimientos destinado a estudiantes de diez a doce años, varios cuentos (para niños y para adultos), una bitácora de viajes, esta columna quincenal y ser jurado de un concurso. Si bien tengo un cuento que he escrito en tiempo récord (La peor señora del mundo, cinco horas), el promedio va entre los seis o siete años. Desde que empecé De domingo a lunes hasta que salió publicado, pasaron catorce. Además voy a dar charlas a unas veinte escuelas por año y a varias obras de teatro, conciertos y exposiciones. Y viajo con cierta frecuencia. En el 2015, que obtuve el nombramiento de embajador de la FILIJ, tomé cincuenta y nueve vuelos, más una veintena de trayectos por carretera. Tiempo para escribir. Quizás esta nota debió comenzar de otra manera: Queridos amigos: por favor no me inviten a escribir sobre un libro suyo, que por supuesto leeré con mucho gusto. Y no me gusta inventarme una excusa que me haga añadir un palito al NO que tengo frente a mi escritorio.

Por ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

El rock mexicano ESTA VEZ NO DIRÉ que es como las pilas Rayovac, ni que carece de neurona y testosterona. De inmediato me convierto en apátrida, malinchista e ignorante. Órale. Mi punto es que nuestro rock no tiene sus raíces en el blues y en el rhythm & blues, sino en la imitación producida desde la televisión: Enrique Guzmán, Angélica María, César Costa... Y para tocar rock hay que tener, por lo menos, una embarrada de negritud. Pero ni Johnny Laboriel la arma. ¿Y el Tri, que toca el mismo blues desde hace cuatro décadas, no cuenta? Sí, el Pri de Lora cuenta mucho, mantuvo vivo al rocanrol en los bajos fondos entre los setentas y los ochentas. Pero cayó en mis manos una edición especial de Rolling Stone, Los cien grandes artistas de todos los tiempos (2011), cien músicos y productores escribieron sobre su artista favorito. El resultado es muy interesante y enriquecedor. Salvo por un detalle: en la edición mexicana se agregó al artista 101, una página adicional después del índice dedicada a “Nuestra leyenda del rock mexicano” y representante de la Patria ante la comunidad internacional, Sir Alex Lora. Ni mois ni menos que nuestro

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Neil Young descrito por Sabo Romo como un músico “inmortal”, con una ilustración de Manjarrez que lo muestra sacando la lengua, con su playera de la Guadalupana y su bajopene. Sentí pena ajena. Con razón seguimos en el hoyo fonki. Esa página es un retrato fiel del rock mexicano. Nadie que me haya increpado logra responder: si no fuera Lora, ¿qué rockero mexicano merece estar en esa página? Aquí es donde se les cierra el mundo porque Santana está entre los cien. El problema de que un “crítico” compare a Café Tacuba con los Beatles y sus discos con el Álbum blanco, es que hay personas que se lo creen. Además, Café Tacuba no toca rock. Lo declararon muerto desde los años noventa. Fue durante los ochenta cuando nuestro rock se acercó a la noción de una identidad, un auténtico rock mexicano. Uno de ellos fue Rockdrigo González, el buen rupestre y “profeta del nopal”, nuestro Dylan sin premio Nobel. Y Botellita de Jerez con su idea del guaca rock, mariachis de barrio tocando charrocanrol y proclamando “naco es chido”. Sin embargo, con todo y sus letras ingeniosas, las canciones

no pasaron del chiste adolescente y la música siempre dejó mucho que desear. Ahora sí que diez en concepto, pero cuatro en ejecución. Un amigo trató de comparar a Botellita con Los Ramones —también entre los cien—, otra idea que sacudió la estructura del rock, desde la canción hasta la industria, con un elogio a la simpleza. Son referencia del rock universal por la música y el pensamiento que legaron. Ante eso, no me atrevería a poner a Botellita en esa página. ¿Entonces, todo nuestro rock vale madres en el mes patrio? No. Hay excepciones y Jaime López. Falta espacio para enlistarlos, pero cabe recomendar a los periodistas musicales que llevan a cabo una cruzada para reivindicar al rock nacional. Su argumento es que “No conoces lo que se ha hecho y lo que se está haciendo en el país”. Dicho lo cual, se han dado a la tarea de investigarlo, documentarlo y difundirlo. Los más serios y dedicados son David Cortés, Juan Carlos Hidalgo y Alejandro González Castillo. Esperemos que algún día alguno de esos grupos tan prometedores logre representar con dignidad a México ante los cien artistas de todos los tiempos.

CABE RECOMENDAR A LOS PERIODISTAS MUSICALES QUE LLEVAN A CABO UNA CRUZADA PARA REIVINDICAR AL ROCK NACIONAL.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

VEINTE AÑOS DE PEACE & NOISE

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

P

atti Smith es la prueba de que un artista, en toda la extensión de la palabra, lo es desde el momento que nace hasta su muerte sin importar a qué dedique su existencia. Si Rimbaud se hubiera propuesto volver de Abisinia y tomar por asalto la literatura francesa lo habría conseguido. La prueba es el regreso de una de sus alumnas más feroces. Tras su retiro voluntario, Patti Smith regresó con Gone Again, rompiendo el silencio de ocho años de vida monacal. En 1996 volvió con todo: con nuevo álbum y reclamando su lugar como sacerdotisa absoluta del punk y como la influyente figura que era del rock alternativo. En “E-Bow the Letter” de REM, un video que se viralizó en la MTV, Patti aparece entre sombras, extendiendo su manto sobre el fin del milenio. Los coros de la canción corren por su cuenta. Además publica su libro de poemas The Coral Sea. Era un hecho. Estaba de vuelta. Y con mucho power. Gone again es un discazo. Con músicos invitados de la talla de Tom Verlain, su eterno cómplice, y Jeff Buckley, que al año siguiente moriría y se convertiría en leyenda. Pero el trancazo de Patti, el regreso rotundo, se presentaría en 1997 con Peace & Noise. El mejor disco de la segunda etapa de su producción. Fue un año crucial para la Generación Beat. Murieron Allen Ginsberg y William Burroughs. Muchos músicos han hecho manifiesta su admiración y la influencia que la Beat Generation ha ejercido sobre ellos, pero Patti tenía con ellos demasiadas

EL TRANCAZO DE PATTI, EL REGRESO ROTUNDO, SE PRESENTARÍA EN 1997 CON PEACE & NOISE. EL MEJOR DISCO DE LA SEGUNDA ETAPA DE SU PRODUCCIÓN.

El sino del escorpión

cosas en común, además de su amistad. Los tres son escritores, recalcitrantes neoyorquinos y críticos observadores del sistema. Es evidente que Patti se sentía en deuda con Burroughs y Ginsberg. Saldar esa deuda fue el detonante de Peace & Noise. Gone again es un disco atemperado, reflexivo, en el que Patti buscaba la fuga a todas esas preguntas sin respuesta originadas por la muerte de su marido, su hermano Todd, de Robert Mappletorphe, su soul mate, y de Cobain. Eso desató en Patti la creatividad. Pero la muerte de Ginsberg y de Burroughs en lugar de conducirla por la misma senda le despertó su lado más rabioso. Peace & Noise es una elegía salvaje. El grito rabioso por tanta defenestración sentimental. Pero es también la muestra de que la muerte es el motor principal de la creación. La respuesta de Patti fue retomar el sonido furioso de sus primeros días. El disco abre con “Waiting Underground”, una pieza lenta a lo Tom Waits. Pero apenas oímos el riff del segundo track, “Whirl Away”, la realidad cobra otra velocidad. Es la Patti más potente. Con Lenny Kane como su escudero. El más puro y alto rock & roll. Cuando escuchas esta canción no queda más que agradecer que Patti esté de retache. A partir de este punto el disco aumenta su intensidad. “1959” es un rockcito semi bailable. Es imposible no notar el cambio en la voz de Patti. Canta mejor que nunca. Y todo esto sin perder lo combativa. Algunas de las mejores letras de su trayectoria están contenidas en Peace & Noise.

En “Spell”, el siguiente track, parece que se presenta un descenso en la velocidad, pero es sólo un efecto, no existe tal. La intensidad se mantiene. Es la musicalización de “Footnote to Howl” de Ginsberg. En tres minutos con diecisiete segundos Patti se desgarra recitando todos los versos del poema con una desesperación conmovedora. Transmite el desamparo ginsbergiano y el inherente a los tiempos que se viven. Esa angustia de ver los dos miles en el horizonte con tanta muerte a cuestas. La impronta burroughsiana en “Dead City” es palpable. La atmósfera a la que te induce produce una sensación de proximidad inigualable. Casi sientes que puedes tocar al viejo beat. Habla a través de Patti. El chillido energético que se puede aplicar a todas las ciudades contemporáneas. Esas ciudades que están muertas y nos están asesinado. La canción de protesta no está ausente. “Death Singing” es una gema. Una pieza folk punk. Tocada como sólo podría interpretarla la madrina del punk. Y tampoco falta la improvisación de tintes jazzísticos. “Memento Mori” son diez minutos treinta y cuatro segundos torrenciales vomitados en el estudio. Sin ensayo previo. 1997 fue un año de grandes discos. Ok Computer de Radiohead, Earthling de Bowie, The Boatman’s Call de Nick Cave, Blur de Blur. Pero sólo un disco de una artista de la vieja guardia alcanzó alturas notables: Peace & Noise. Veinte años después despide el aura de ser todo un clásico. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

¿Tuiteratura? DESDE EL FONDO de su nido en la hendidura del muro, el escorpión se divierte con la historia tuitera del madrileño Manuel Bartual, quien desarrolló una ficción breve, en supuesto tiempo real, con el relato muy cortazariano de sus vacaciones veraniegas. La trama era intrigante y despertaba la curiosidad, pues involucraba el hallazgo de un doble del narrador (el recurso literario multicitado y multiutilizado del doppelgänger) aparecido inopinadamente en el tranquilo pueblo costeño donde Manuel descansaba tomando el sol en la playa (https:// storify.com/ManuelBartual/todo-estabien-59a2f9051c2d8a7e840286d7). El arácnido también ha leído varios de estos experimentos narrativos desarrollados en Twitter por autores mexicanos (los de Alberto Chimal, por ejemplo), donde incluso se involucra a los espectadores asistentes al encuentro así como a quienes se pueden conectar en línea. Igualmente ha leído otros con mayores pretensiones poéticas o literarias.

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El asunto del relato de Bartual destaca porque se volvió viral y su cuenta de Twitter escaló rápidamente hasta cerca del medio millón de seguidores. El relato se fue complementando con fotografías de los escenarios y hechos narrados, y aun con videos del desarrollo de la acción. Sumado a todo lo anterior, el alacrán apenas pudo repasar algunos de los ciento de tuits enviados por otros tuiteros, donde se desarrollaban hipótesis sobre la historia, narraciones paralelas, soluciones inesperadas a la trama, trasuntos de otros personajes y, en fin, una narrativa múltiple casi a partir de una ocurrencia y con repercusiones inusitadas a los largo de seis días (del 22 al 27 de agosto). El tema tampoco es nuevo. Desde la aparición de los blogs y luego del microblogging ha proliferado el ejercicio de esta “literatura hiperbreve”, dice al respecto Marcos Martínez en su blog de curiosidades literarias. Es una

literatura mínima (si cabe el término) para ser leída mediante teléfonos inteligentes en cualquier cafetería o parque, e incluso en el transporte público, y en tan sólo media hora. Tampoco son nuevos los “odiadores” de este tipo de prácticas, quienes las descalifican ácidamente como ejercicios simplones ajenos a la verdadera literatura (con mayúsculas), de la cual sin duda se sienten los representantes. Más allá de la pedantería de los poseedores del verdadero arte literario (y del galano arte de leer), al venenoso no deja de parecerle gracioso este cultivado odio hacia lo novedoso, tan propio del conservadurismo, como si Joyce o Proust fueran traicionados por estos practicantes de una narrativa directa y de entretenimiento. Ante ello, el escorpión sólo propone no temerle a las novedades tecnológicas y a sus posibles repercusiones, sino procesarlas, utilizarlas y masticarlas hasta agotar su sabor de novedad. C

EL RELATO DE BARTUAL DESTACA PORQUE SE VOLVIÓ VIRAL Y SU CUENTA DE TWITTER ESCALÓ RÁPIDAMENTE.

08/09/17 4:50 p.m.


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E l Cultural S Á B A D O 0 9 . 0 9 . 2 0 1 7

Informamos a los lectores de El Cultural que este suplemento no aparecerá el próximo sábado 16 de septiembre. Regresamos el sábado 23. Hasta entonces.

EL CINE DE GÉNERO SEGÚN DIEGO COHEN el terror psicológico y el gore extremo (un tipo de cine también conocido como “de género“), también forma parte del Sindicado del Terror, un grupo de realizadores mexicanos que desean “buscar las mejores ideas para asustar mejor al público”, más aún después de que México fue reconocido como uno de los países que más consume cine de terror. Sobre sus producciones cinematográficas, la industria mexicana y las nuevas apuestas de los creadores, Cohen habla en esta charla.

“In Gore We Trust”, se lee en las redes sociales del cineasta mexicano Diego Cohen, al celebrar que México Bárbaro II forma parte del Brooklyn Horror Film Festival, en el que participaron nueve jóvenes directores mexicanos con el fin de narrar las tradiciones y leyendas más brutales, despiadadas y extrañas de nuestro país, combinadas con aquellas historias que forman parte de nuestra cultura popular. Diego Cohen, creador de Luna de miel, Perdidos y Amores oxidados, filmes que transitan entre

Por

ESGRIMA

¿Qué tan complejo es crear cine de género o su mercado en nuestro país? Se abre más cada día. Ahora vivimos una etapa muy afortunada para los que hacemos cine de género en México. De algún modo se puede considerar como el resurgimiento del cine mexicano de género y, en general, quienes hacemos ese tipo de cine hemos allanado el camino y hemos ganado mayor credibilidad, por ejemplo con los exhibidores, quienes se dan cuenta de que este cine está funcionando. De pronto voltearon a ver este tipo de cine independiente —es importante mencionar que debe ser producido de manera independiente, porque los nuevos comités de selección de los fondos oficiales tampoco están muy acostumbrados a juzgar proyectos de esta naturaleza. Recordemos que hace no mucho tiempo el cine mexicano en sí mismo se consideraba como un género. La dificultad ha sido cambiar la percepción de quienes consideran que no hay géneros dentro del cine mexicano, prin principalmente la de los exhibidores. Poco a poco, se están abriendo las puertas. En el caso de mis producciones, he tenido la fortuna de que se exhiban en Escandinavia, Alemania, Italia, Reino Unido, Colombia, China. Netflix compró Luna de miel, lo que también nos habla de la apertura que tiene el mercado internacional para este cine mexicano. Al ver la posibilidad de hacer negocio, los festivales lo incluyen cada vez más. ¿Por qué hacer un cine con violencia en un país tan violento como México? Es raro ver reflejado en el cine aquello que podemos ver en el día a día. Todo aquello que forma parte de nuestra cotidianidad como habitantes de la Ciudad de México o de cualquier sitio. En este momento de mi carrera estoy muy comprometido con este tipo de creación, y me interesa mucho también indagar en la violencia, como es el caso de Luna de miel. La manera en la que quise contar esa historia requería exposición gráfica y explícita del secuestro, pero también es un recurso que cumple más su objetivo dentro de la película como obra de género, que el de reflejar una realidad. La violencia que vemos en la película,

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ALICIA QUIÑONES

o por lo menos en tres cuartas partes de la película, no se expresa —digamos— de forma gratuita ni para hacer sufrir a la otra persona: en este caso se utiliza como un método dentro de un experimento de condicionamiento conductual. Lo que intenté hacer fue traducir cómo podría funcionar un experimento de esta naturaleza con un personaje cuya psicopatía esté acentuada. El uso de la violencia en esta historia recae en el tema central que es la historia de amor. Nosotros vemos la historia desde la víctima y el victimario, pero el hombre no la considera así: es su amada y esa persona “merece” todo su afecto y todo amor. ¿Qué objetivo tiene tu cine? Las películas tienen muchísimas lecturas. Mi interés al momento de hacerlas y compartirlas tiene mucho que ver con esas lecturas sociales. Trato de narrar alguna historia, por ejemplo, de amor y de psicopatía. En un inicio, mi objetivo ha sido narrar historias desde diversas situaciones, condiciones, etcétera, como lo sería la violencia, pero en ningún momento lo he hecho con el propósito de plantear una película de denuncia. Refleja cosas que vivimos dentro de la sociedad mexicana y puede permitir también un espacio para la reflexión sobre los mismos temas. Creo que si la película tiene esas herramientas, uno puede preguntarse naturalmente por qué o para qué sucede; los espectadores pueden cuestionarse en su vida cotidiana qué pasa con la gente con la que convivimos a diario. Este descubrimiento o posible descubrimiento de las distintas realidades existentes detrás de cada una de las puertas es parte de lo que muestro; por ejemplo, hay un tema también que puede ser relacionado con

L OS ESPECTADORES PUEDEN CUESTIONARSE EN SU VIDA COTIDIANA QUÉ PASA CON L A GENTE CON L A QUE CONVIVIMOS A DIARIO. ”

Luna de miel (en una interpretación un poco más libre) y tiene que ver con todo lo que sucede alrededor de estos grupos religiosos que defienden la existencia de las familias tradicionales. Esta historia de terror refleja a una pareja tradicional, determinada simplemente porque son un hombre y una mujer, pero eso no implica que esa familia tenga una vida saludable, relaciones normales de afecto y demás. También se puede relacionar con ese tema y puede existir una lectura en ese sentido. Sin embargo, hago hincapié en que finalmente estas interpretaciones son posibles dentro de la película, pero el objetivo primordial no es hacer cine de denuncia sino una película de género. ¿Qué es lo más complejo al hacer cine de género en una sociedad tan conservadora como la mexicana? Leí en una nota de periódico que algunos llegan a salirse de las salas de cine. Sí, eso pasó, tuve la oportunidad de verlo. Fue durante unas funciones que dimos en Seúl, en Corea del Sur, y hubo personas, sobre todo de edad avanzada, que se salían justo después de algo que sucede en el minuto cuarenta y cinco. La violencia explícita está ahí. Aunque es una película realista, no hay exceso de sangre. Lo estudiamos muy bien. Este tipo de cine tampoco es un incentivo a la violencia; nunca en la historia, ni la música ni el arte en general lo ha sido. Hoy, la gente tiene más tolerancia a las imágenes fuertes, y lograr ese efecto de impresionar o de impactar al espectador con una película de terror creo que es muy valioso para el momento que estamos viviendo. C

Arte digital > STAFF >La Razón

08/09/17 4:50 p.m.


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