FERNANDO IWA SA K I
C ERVA N T E S Y EU R OV ISI Ó N
J E S Ú S R A M Í R E Z- B E R M Ú D E Z
NEURO CIRUGÍA EN L A BIBLIOTEC A
El Cultural N Ú M . 5 8
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
EL PERICAZO SARNIENTO
(SELFIE CON COCAÍNA) UN RELATO DE CARLOS VELÁZQUEZ
ELISEO ALBERTO (1951-2011)
UNA ENTRE VISTA Y P OEMA S RECOBR AD OS
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El goce, el vértigo, el abismo, el sufrimiento. “Los paraísos artificiales” que precisó Charles Baudelaire en el siglo XIX y han ocupado a incontables autores como un tema constante de la literatura moderna y contemporánea, urden este relato y retrato implacable de la adicción. Forma parte de un libro en proceso y concluye, sin reservas y sin tregua, el ciclo de los consejeros en el primer aniversario de El Cultural.
EL PERICAZO SARNIENTO (SELFIE CON COCA ÍNA) CARLOS VELÁZQUEZ
“N
unca me di cuenta en qué momento la merca me dejó de provocar placer”, se lamenta Gustavo Escanlar en el texto “Mis vidas como ex”. Es un pensamiento que muerde con frecuencia a los adictos. El cocainómano jamás se cuestiona por qué continúa metiéndose si ya no la disfruta. Reniega de su relación con la droga. Pero no renuncia a ella. Cualquiera que haya tocado fondo en la coca sabe que no existe nada peor en el mundo que el polvo comience a sentarte mal. Es como perder un súper poder. Es la más cruel de las fases de la cocaína. Mientras todo el mundo a tu alrededor goza los efectos de una raya violenta, tú te paniqueas o te quedas en mute por horas. O te ataca una taquicardia de maratonista. O se te traba la quijada como a un
perro de pelea. O sudas como un maldito pollo a medio rostizar. O tu nariz sangra con tan solo respirar. Sin embargo, sabes que no vas a parar. No importa que no experimentes placer. En cuanto la próxima línea se materialice te la vas a aspirar. Meterte coca es lo mismo que estar atrapado en un matrimonio en eterno conflicto. Rompes con la droga. Regresas con ella. Vuelven a tronar. Tienen sexo de reconciliación. Se gritan otra vez. Hasta que se divorcian. No existe nada más duro que la separación emocional con la droga. La coca cobra una factura exorbitante. Cuando te metes y cuando no. Si la sacas de tu rutina el hipotálamo se rebela. Se crea un vacío en tu vida. Algunos tratan de suplir su necesidad con alcohol o comida. El metabolismo se dispara. A diferencia de los alcohólicos
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anónimos, jamás se corta la relación con la sustancia. El cocainómano que ha reñido con la droga entra en estado de hibernación. Unas vacaciones de la droga es el mejor afrodisiaco para tomar un segundo o tercer aire en la relación. Atravesaba por mi tercer o cuarto divorcio con la coca cuando recibí una invitación para viajar a Perú. Todos los días me repetía a mí mismo las palabras de Penny Lane en Casi famosos: “I’m retired”. Y como Escanlar lamentaba que me invitaran con dos décadas de delay. Pero hace veinte años ni quien soñara con Perú. Era un cliente satisfecho del Cártel de Sinaloa. Ingenuidad pura. Si los cocainómanos mexicanos sospecharan levemente el nivel de la coca inca y el bajo precio del producto se mudarían todos a Lima mañana mismo. La capital del turismo de drogas no es Ámsterdam, es Perú. No por nada fue el destino de los Stones en los setentas. Andaba emputecido con la coca por la mala mano que me había tocado en Madrid. Un episodio típico que deseas borrar de tu memoria. Pero es imposible. Porque conforme avanza la adicción tu vida está repleta de momentos como ése. La jodida coca es la madre de las tentaciones. No importa que sea mierda, sucumbes. Sabes que te la pasarás mal. Pero te vale madres. Eres un adicto ¿no? Existen cocas malas y la coca que se vende en España. Nunca discutas con un español la calidad de la mercancía. Es como hacerlo con un millenial. Siempre abogarán por lo que consumen. Es parte de la fantasía del adicto. Nadie aceptará jamás que no está enganchado al clorhidrato de coca. Sólo he conocido a una persona que ha aceptado que lo que le prende es el corte. Que asume sin tapujos que la cochinada que pretenden hacernos pasar por coca es su debilidad. En México abunda coca igual o peor que la madrileña. Pero no vale sesenta euros. Un par de editores suicidas madrileños me invitaron a su guarida. Sé que mi fama me precede. No pocos me han confesado que apenas escuchan mi nombre se les antoja meterse una raya de cocaína. Lo mismo experimento yo con las canciones de Alejandra Guzmán. La etiqueta de la popularidad dicta que no existe mala publicidad. Fogwill confesó en una entrevista que la cocaína apestó su obra y su vida. Circula la leyenda de que escribió Los Pichiciegos hasta el culo de soda. La fama es inmanejable. Nadie espera de mí que rechace un saque. Soy un apestado. No existen las vacaciones perfectas de la coca. El break se rompe a la primera oportunidad. No importa que no se te antoje. Uno trabaja de adicto. Es tu chamba. Si lo disfrutas o no a tu reputación le vale
“SÉ “ QUE MI FAMA ME PRECEDE. NO POCOS ME HAN CONFESADO QUE APENAS ESCUCHAN MI NOMBRE SE LES ANTOJA METERSE UNA RAYA DE COCAÍNA. LO MISMO EXPERIMENTO YO CON LAS CANCIONES DE ALEJANDRA GUZMÁN.”
NÚMERO ILUSTRADO CON IMPRESOS PUBLICITARIOS DE LOS SIGLOS XIX Y XX, EN AMÉRICA Y EUROPA.
madre. Así como la reputación se construye, también se destruye. De aspiradora Koblenz pasa uno a ser un bulto. En ocasiones basta esnifar sólo una línea para saber que el destino va a torcerse. Meterme la primera no me arrojó indicios de que debía parar. Una vez alcanzado cierto nivel de adicción meterse coca es jugarse un volado. No sabes si te va a pegar sabroso o te va a convertir en un desastre. No soy del tipo paranoico. Nunca he sentido delirio de persecución. Ni me he apostado en las ventas a espiar la calle. En un día bueno soy capaz de atravesar una convención de policías con varios gramos encima. Pero en los días malos preferiría estar muerto. A la tercera raya supe que aquello sería una parranda de cocaína. Como mexicano debía sacar la pelaje. Pero así como Escanlar no supo en qué momento dejó de causarle placer la merca, yo no me enteré en qué instante la coca me sumió en un silencio inexplicable. Eso no impidió que continuara metiéndome. La coca es la droga de la motivación. Puede convertirse en tu enemiga. Pero es un libro de superación personal. La humanidad desea sentirse bien. Y la falsa sensación de seguridad que otorga
es suficiente para caer. Así como Escanlar dejó de sentir placer, yo empecé a quedarme callado. No a rumiar la droga. A disfrutarla en silencio. No. Malsanamente callado. Por qué. Ninguna explicación médica me satisface. Ni tampoco psicológica. Mi psiquiatra asegura que tiendo hacia la autoagresión. Cuando me molesto con alguna de mis parejas no peleo. Guardo silencio. Puedo agarrarme a madrazos con quien no tengo lazos emocionales. Pero me trago los corajes en relaciones amorosas. Según la filosofía new age por culpa de esta actitud enfermaré de cáncer. Pero por el momento tengo un problema más grave. Quiero disfrutar la coca como antes. De entre mis múltiples talentos destaca mi actitud antisocial y mis cualidades de intratable. La coca los ha exacerbado. Pero en aquella tertulia me sorprendieron. A mitad de la noche se nos unieron los amigos de los editores suicidas. Cuatro morros y tres morritas. Todos en plenitud de sus facultades como consumidores. Me fue imposible convivir. En ocasiones la droga te empuja a la soledad. Los cocainómanos son voyeurs profesionales. Gastan cientos de horas mirando pornografía. No para excitarse. Para matar el tiempo. Otras veces simplemente no deseas ver a
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me taloneaba un díler. Pero estaba escamado. Y no quería repetir el oso que había hecho en España. Me consideraba oficialmente retirado. Pero como Penny Lane en Casi famosos tenía mi último proyecto. El primer día me contuve. Por la ventana de mi habitación contemplé caer la noche sobre la plaza San Martín. Ya estás viejo, Carlos. Tenía 37 años. Aún no había publicado una novela. Y estaba en la tierra del oro blanco mermado. Aterido. En ocasiones así puedes dejar que tu mente te traicione. Estuve a punto de resignarme. Si no pruebo no pasa nada. Qué pendejo. Casi me convencí. Pero estaba vaticinado que la coca peruana derrapara por mi torrente sanguíneo.
nadie. Pero llega el día en que la droga te transforma en un fantasma. En un fardo que sólo se hace presente cuando emerge la siguiente línea. No articulas palabra. Sólo transpiras. Y aunque a estas alturas lo que se diga de ti te vale madres, no puedes negar que estás acabado. Que los buenos tiempos no han de volver. Hubo un tiempo en que fui famoso, célebre por el brillo que desprendían mis ojos cada vez que escuchaba la palabra cocaína. No sé cómo resistí hasta las cinco de la mañana. La fiesta se termina en cuanto se agota la cocaína. Salí de ahí con el corazón roto. Hasta aquí, me dije. Es inútil aferrarse. Siempre estuve consciente de que la coca es una droga para jóvenes. Que tenía que abandonar mi estilo de vida algún día. Pero no a los treinta y ocho años. Conozco escritores que a sus sesenta se sirven un saque en ocasiones especiales. Era mi meta. Mi única aspiración. No existe nada que un enfermo envidie más que la salud. Un adicto que no puede saborear la droga aborrece que otros la disfruten. Yo ya odiaba al mundo. Pero después de aquella noche comencé a odiarlo más. Quién diría que el fin de mi vida como consumidor se presentaría en Madrid. Yo no sabía nada sobre Perú. Excepto que era el mayor productor de cocaína en el mundo (o el segundo, como en el juego de dónde quedó la bolita cambia de lugar con las cuarenta principales); que los Rolling Stones habían pasado ahí una
temporada durante los setentas pero nunca habían ofrecido un concierto, tocarían por primera vez en el país apenas el 6 de marzo de 2016; que de ahí eran originarios Los Saicos, el grupo protopunk sesentero; y que Jynx Maze, mi actriz porno favorita, es hija de una peruana. Acepté la invitación con un solo propósito. Probar la cocaína peruana. Mis anfitriones me hospedaron en el Hotel Bolívar, y en el cuarto piso, el mismo en que se alojaron los Stones en su visita a Lima (Los Rolling Stones en Perú de Sergio Galarza y Cucho Peñaloza dixit). Circa más, circa menos, contemplar el vitral de la cúpula del hotel y dormir en el mismo piso que Mick Jagger y Keith Richards me despertaron unas ganas locas por meterme una raya. El morbo del adicto es incombustible. Nació para catar droga. Cuando dos consumidores se encuentran quieren probar el material del otro. A menos que uno de los dos sepa que el suyo es de mejor calidad, no resistirá la tentación de saborear la ajena. En mi juventud inhalé cocaína estupenda. Pero a pesar de eso y de mis años en la cuchara, nada me había preparado para Perú. Me había sacado el billete dorado de Willie Wonka del mundo de la droga. Me inundaba el miedo. Si con la pésima droga comprada en Madrid me desfondé, con un solo saque peruano me dará un infarto, calculaba. Venir a morir a Lima. Pero calculaba mal. En mis años dorados de sodinómano apenas pisaba una ciudad
“HACÍA “ SIGLOS QUE NO VEÍA TAL CANTIDAD DE COCAÍNA EN UN MISMO RECIPIENTE. SENTÍ QUE TODA LA AMARGURA QUE HE ACUMULADO EN AÑOS, POR LOS MOTIVOS QUE QUIERAN, MIS DIVORCIOS, MIS DEUDAS, MIS PELEAS, SE IBA POR EL EXCUSADO.”
Digan lo que quieran, pero los dílers son un regalo del cielo. Mi díler peruano me lo envió Dios. Se llamaba Ángel. ¿Existe nombre más propicio para un proveedor? Era una señal. Acordamos un encuentro por teléfono. Tengo un díler chilango que sólo distribuye en la Condesa, Roma, Del Valle y Escandón. Ángel surtía también pura zona fresa de Lima. Barranco, Miraflores, Callao. Pero haría una excepción. Si le compraba tres gramos se acercaría hasta el centro. Mejor, me recogería afuera de mi hotel. No en una limusina. No en un auto del año. Pero con el pase del año. Saqué mi iPhone. Tenía señal porque lo primero que había hecho al llegar a Perú fue comprarme un chip local. Los tres gramos costaban cien soles. Hice la conversión. Eran 550 pesos mexicanos. La guerra contra el narco me convirtió en un adicto desconfiado. Me habían soplado que la coca en Perú era barata. Pero mi experiencia conectando en el norte de México me impedía bajar la guardia. Lo primero que pensé es que se trataba de un robo. Seguro es pura chingadera, pensé. Ángel me recogió en la Plaza San Martín en un auto negro. El tráfico le impidió detenerse por completo. Me subí al coche en movimiento. Mi psiquiatra asegura que poseo una gran intuición. Pero aquel día la traía en modo off. Déjame verla, le exigí a Ángel. Del bolsillo de su pantalón sacó una bolsa de plástico transparente con los tres gramos. Se me disparó la nostalgia. Hacía siglos que no veía tal cantidad de cocaína en un mismo recipiente. Sentí que toda la amargura que he acumulado en años, por los motivos que quieran, mis divorcios, mis deudas, mis peleas, se iba por el excusado. Sonará bastante pendejo, pero por un instante sentí que el mundo era un lugar mejor. Ángel me rebautizó como México. Me ofreció otros tres gramos. Me informó que no podría volver al centro. Que era el momento para mercarlos. Yo llevaba encima otros cien soles. ¿Está buena? ¿está buena?, no paraba de preguntarle. En otra época habría invertido todo mi dinero en polvo. Pero idiota de mí, desconfiaba de la calidad. Se me olvidaba que no estaba en Madrid. Que me encontraba en el mismísimo Perú. Apenas un par de meses antes había visto la serie Narcos. ¿Qué no había aprendido nada? La insistencia de Ángel terminó por convencerme de que no debía comprarle más de lo solicitado. En última instancia, qué iba a hacer con tanta cocaína, ja, si estaba retirado. Qué pendejo soy. Me bajé del carro de Ángel a
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unas cuadras de mi hotel. Corrí de regreso a mi habitación. Siempre que me meto coca en Torreón con alguien menor que yo le tiro la charra de los años dorados. Que las nuevas generaciones no han probado la coca de verdad. Que en los noventas avionetas cargadas de polvo aterrizaban en un aeropuerto clandestino de San Pedro de Las Colonias. Así como yo les embarro en la jeta eso, cualquier peruano me podía tachar de loser por nunca haberme metido coca auténtica. Desaté el nudo de la bolsa y vacié un poco sobre la portada de Vicio propio de Thomas Pynchon. Siempre me gustó oler la coca. Como los libros nuevos. Como ciertas vaginas. Con tan solo olerla uno puede saber si el material es bueno o no. Aunque tampoco es definitorio. Una coca lavada sabor uva puede oler muy bonito, pero sepa la chingada cómo te pegue. Me improvisé un popote con un billete de cien soles. Y me persigné como obligan a los niños enfermos a que lo hagan antes de tomarse la medicina. No podía quitarme de la cabeza lo ocurrido en Madrid. La coca que más amo es aquella que refuerza la idea de que he sido timado. Que no sabe a nada. Que no te pica en la nariz. Que ni siquiera la sientes. Pero que pasados un par de minutos te patea intensamente. Te adormece la cabeza. Tu rostro saborea el camino que tocó el polvo para llegar a tu cerebro. Aspiré una línea y tuve una revelación de adicto. Todo estaría bien. No se repetiría la experiencia de España. En ese momento me percaté de que lo que me había jodido era la altura. Y no era la primera vez que me pasaba. Pero en Perú estaba al nivel del mar. No, no consumiría como en mis mejores tiempos. Pero podía dejar de preocuparme por quedarme en estado catatónico. Eran apenas las doce del día. Estaba solo en mi habitación. Después de la primera línea me invadió la certeza de que no compartiría con nadie. Había arribado al paraíso. Me serví una segunda y una tercera a la salud de Escanlar. A las dos de la tarde estaba comiendo. En una mesa con doce personas. La verdadera coca te quita el apetito, pero no te impide alimentarte. Fue una de las ocasiones que más cerca he estado de la felicidad. Era un hecho. Nos habíamos reconciliado. La coca y yo. Y le dije lo mismo que le digo siempre que volvemos. Por favor no volvamos a pelear, nena. Terminé mi plato y acudí al baño a darme un son. Y volví a la mesa a interactuar con la gente. Parecía que era la primera vez en mi vida que me metía una raya. Benditas virtudes de la coca inca. Me había devuelto la fe en el adicto que habita en mí. Durante el resto del día no me detuve. Escapadas al baño, visitas esporádicas a mi habitación. No dejaba de meterme. Parecía un jodido atleta. Un argentino que conocí durante el viaje me apodó el Maradona Mexicano. Por la cantidad y la velocidad con la que esnifaba. Era mi recompensa. Por tanta coca mala que me he metido desde el estallido de la guerra contra el narco. Por todo el dinero malgastado en pagar coca que no es coca. La vida al final me recompensaba. Cuando nos despedimos, Ángel me había confesado que el producto era puro al 87 por ciento. Por supuesto que no le creí. ¿87 por
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“UN “ ARGENTINO ME APODÓ EL MARADONA MEXICANO. POR LA CANTIDAD Y LA VELOCIDAD CON LA QUE ESNIFABA. ERA MI RECOMPENSA. POR TANTA COCA MALA QUE ME HE METIDO DESDE EL ESTALLIDO DE LA GUERRA CONTRA EL NARCO.” ciento? Ni que estuviéramos en los ochentas y estuvieran tratando de introducir la merca en Estados Unidos. Soy un entusiasta, no existe duda. Pero no era tan ingenuo como para creérmelo. Desde hace mucho tiempo he dejado de confiar en los dílers. Sin embargo, a las nueve de la noche estaba dispuesto a creerlo todo. Acudí a una cena sólo para seguir maravillándome con las noblezas de la coca peruana. Convivir en estado de gracia. Extrañaba eso de la droga. Ese sentimiento de superioridad moral. Esa euforia de situarte en la cima del mundo. Pero sin los aspavientos propios de la juventud. Sin el exhibicionismo que me caracterizó durante tanto tiempo. Sólo un par de personas sabían qué ocurría. En otra época me habría evidenciado con una de mis típicas payasadas. Meterme un llavazo en la mesa. A la vista de todos, por ejemplo. Pero no. No me interesaba. Sólo quería disfrutar. Estaba cansado de lidiar con la coca rascuache. Si bien es cierto que en el DF había material decente, la más cara a la que tengo acceso, la que cuesta 1,500 el gramo, no le llegaba ni a los talones al producto peruano. Es un decir. Porque quizá la metáfora no le hace justicia. Ni siquiera la de que se encuentra a años luz. Es algo que no se puede describir con palabras. Tienes que probarla para entenderlo. En ocasiones la droga es recelosa. Te inculca soledad. Te obliga a retirarte. A
quedarte a solas con ella. No me sucedió con la coca peruana. Esto no significa que no me arrepintiera de no haberle comprado a Ángel otros cien soles. La necesitaba. Pero toda velada, por mucho que se prolongue, termina. Y tuve que resguardarme en mi habitación. No sin cierto temor. No puedes darle la espalda a la droga, aconseja Hunter S. Thompson en Miedo y asco en Las Vegas. Quizá en ese momento en que me relajara, la coca me daría la puñalada por la espalda. Apenas recargaría la cabeza en la almohada me atacaría la taquicardia. La mala. La que te pone apocalíptico. Y te incita a pensar en que en algún instante de la noche tendrás que arrastrarte hasta algún hospital a pedir ayuda. Pero cuando entré en mi habitación una extraña calma me envolvía. Abrí la ventana y contemplé la noche limeña. Goloso como siempre he sido, me serví un saque. Constaté mis sospechas. Casi había liquidado la bolsa. No recuerdo hacía cuantos años me había atascado yo solo tres gramos. Era probable que antes del 2005. Me sentía orgulloso. Y sí lo sentía un triunfo. Mi paso era envidiable. Me acosté en la cama y todos mis temores se disiparon. No me atacó la taquicardia. Ni la paranoia. Ni la culpabilidad. Al contrario. Me invadió una sensación inédita. Que no había experimentado nunca antes. Entré en una especie de sopor. En un confort opiáceo, por llamarlo de una manera, pero era algo superior. Era como si alguien hubiera metido una aguja a través de mi cuero cabelludo y me
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hubiera inyectado varios shots de anestesia. O como si Hannibal Lecter me hubiera destapado el casco y me aplicara un masaje sobre el cerebro con una técnica ancestral. O como si me hubieran aplicado justo sobre la masa encefálica varias latas de xilocaína en spray. Podía tatuarme el cerebro si se me antojaba. Estaba volando. Cerré los ojos. No miento. Me despedí del mundo. Sin dramatismos, sin gimoteos, me dije, de esta no me levanto. Mañana voy a amanecer muerto. O loco. O cuadrapléjico. Lima se me había metido en el corazón, literalmente. Guardé un poco de coca para la mañana. Desperté y me puse los audífonos. Le di play a un disco de Dinosaur Jr. y procedí con el clásico almuerzo desnudo. Qué bien sienta una raya a las ocho de la mañana. A las diez llamé a Ángel. Aceptaba traerme otra vez material hasta el centro si le pagaba veinte soles extra para el taxi. Su auto andaba en diligencias propias del oficio. ¿20 soles? ¿Es una broma? Era una baba comparada con los 150 pesos que te cobra un taxista por ir a comprarte droga a la Durangueña, en Torreón. Quedamos a las dos de la tarde afuera del Hotel Bolívar. Toda la mañana turisteé por Lima. Dos horas antes de mi cita con Ángel me acerqué al río Rímac para visitar el tianguis de libros piratas. Una Pulga inmensa retacada de puestecitos con libros de todas las transnacionales pirateados. La coca ya se me había terminado pero aún no caía en las garras de la desesperación. A la una en punto recibí una llamada de Ángel. Tenía que ser puntual. Porque el díler
tenía prisa. Los beneficios de una clientela abultada. Me subí a un taxi. Al Hotel Bolívar, plis. El chofer cruzó el Rímac hacia la dirección opuesta a la que me dirigía. Era necesario. Porque era la única salida posible para tomar la calle que nos condujera hacia la Plaza San Martín. Un trayecto corto se convirtió en un infierno. El tráfico limeño es sin duda el culpable de que todas las relaciones se vayan al diablo. Las de pareja, las laborales. Y las que sostienes con tus proveedores de droga. Cruzar el Rímac dos veces nos llevó cuarenta minutos. Me invadió el mismo malestar que me inunda cuando me tardo cuarenta minutos en atravesar de la Roma hacia la Condesa en taxi. En veinte sí la hacemos, me aseguró el chofer. Pero no. Entramos al centro por una avenida paralela al Girón de la Unión. Los minutos avanzaban y el teléfono sonaba. México dónde estás. Desesperado, como hacía años no lo estaba, me bajé del taxi a la 1:55 de la tarde, y corrí, sí, corrí hacia la Plaza San Martín. Como si estuviera en una comedia romántica. Como Woody Allen corrió en Manhathan para alcanzar a Tracy antes de que se fuera a Londres. Hacía tanto tiempo que nada me importaba tanto. No tuve tiempo para discernirlo. Pero en Torreón vivo con un malestar generalizado. La ausencia de buena mercancía. Cuando por fin llegué a la Plaza San Martín Ángel se había largado. Grandísimo cabrón. Ahora tendría que ir a buscarlo hasta Miraflores. Lo cual retrasaría más el momento en que la coca entrara por mi nariz. Siempre he sido un suertudo hijo
“CON “ LA PROLIFERACIÓN DE DÍLERS EN PERÚ, CADA UNO TIENE QUE CUIDAR A SUS CLIENTES. DE LO CONTRARIO SE VAN CON OTRO. Y NO ES COMO EN MÉXICO, QUE PUEDES IR Y ELIMINAR A LA COMPETENCIA A BASE DE PLOMO.”
de puta. Además, para ser adicto tienes que poseer la habilidad de salirte con la tuya. Entonces lo vi. El coche negro dio la vuelta y la puerta trasera se abrió y salté dentro. Hicimos la transacción. Dos bolsas de tres gramos cada una por doscientos soles más veinte del taxi. Por ese dinero en México jamás he comprado tal cantidad de coca de la misma calidad. A estas alturas Ángel me amaba. Me preguntó cuándo regresaba a mi país. En tres días, le respondí. Subí a mi habitación y me serví unas paralelas. No, no me había timado. La cantidad y la calidad eran las mismas. En Lima todavía existe cierto código, que sobrevivió en México hasta antes del surgimiento del cártel de los Zetas. A cambio de tu dinero recibes material de calidad y con la cantidad correspondiente. Con la proliferación de dílers en Perú, cada uno tiene que cuidar a sus clientes. De lo contrario se van con otro. Y no es como en México, que puedes ir y eliminar a la competencia a base de plomo. Me podría quedar a vivir en Lima, concluí después de la cuarta raya. A estas alturas ya sufría de gripa peruana. Tenía la nariz taponeada por tanto golpe de polvo seco. Pero eso jamás detiene a un cocainómano. Nada lo detiene cuando está en pleno romance con la cocaína. Ni su madre, ni sus hijos, ni su pareja. En ocasiones ni su propio cuerpo. Me compré un inhalador nasal. Pensé en llenarlo de coca y llevármelo a México. Pero era mucho riesgo. Y no cometería una estupidez de ese tamaño. Luego pensé en fabricarme un agua de chango. Sería más fácil cruzarla por la aduana. Es una receta de mi libro The Pleasures of Cocaine de Adam Gottlieb. Consiste en disolver la coca en agua y administrársela como si fuera un spray nasal. Pero me contuve. Si me descubrían en el aeropuerto me metería en un broncón. Todos sabemos que por el aeropuerto de la Ciudad de México transitan toneladas de sustancia. Pero es con el consentimiento de las autoridades. Como se trata de territorio federal, si me llegaran a atrapar me podrían elegir para poner un ejemplo. El negocio es nuestro. Si desean consumir, no lo transporten desde Sudamérica. Vayan y cómprenlo en Tepito. Qué ritmo traía. Repetí la hazaña. Era como romper el record Guiness dos días consecutivos. Tres gramos en doce horas. Quería llorar de la emoción. Moqueaba en todo momento. Pero apenas me sonaba la nariz me resanaba con un llavazo, tarjetazo o línea, depende de donde me encontrara. Al anochecer la historia se repitió. No tuve problemas para dormir. Ni siquiera sufrí pesadillas. Pero antes de perder el conocimiento el placer era tan
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pronunciado que gemí un poco. La coca te anestesia. Es un hecho. Pero yo jamás me había sentido anestesiado a ese nivel en mi vida. Los pésimos cortes que emplean para rebajarla en México le han robado toda su mística a la droga. Te acelera. Te pone violento. Te induce a un estado alejado del objetivo principal. Y comienzas a creer que en eso consiste meterse cocaína. Pero no es así. Nada más porque veo que te la estás metiendo, si no, pensaría que la estás tirando, me dijo una persona el tercer día en un restaurante de mariscos. Tres gramos diarios es demasiado. Puede inducir a la intoxicación. Pero mi peso y mi experiencia como adicto son un hueso duro de roer. Aclaro, si se trata de coca. Si es basura, combinada con un factor como la altura, me voy directo a la catatonia. La buena coca tiene la propiedad de que una vez que te metes una raya, puede transcurrir hasta media hora antes de que experimentes la necesidad de otra. Entonces que yo me despachara tanto en un día sólo se explica por una cosa. He sido, soy y seré un atascado. Y así los bulímicos tienen atascones de comida. Yo sufro de atracones de cocaína. El cocainómano es bulímico por accidente. Hace algunas pausas pero son involuntarias. En cuanto la droga vuelve a familiarizarse con su organismo se atrabanca. Mi tercer día equivalía a nueve gramos en el organismo. Se estima que la cantidad necesaria para llegar a la sobredosis es de diez gramos inhalados. Pero insisto, depende de la capacidad de resistencia del individuo, de la experiencia y de su constitución física. Sin embargo, nada está escrito. Uno debe acercarse a la cocaína con la actitud de un cantante de soul. Estaba fuera de forma, no había duda. Pero la memoria corporal me sacó adelante. El hecho de no compartir la coca con nadie era un riesgo. Sin embargo, en ningún momento me sentí mal. Era de madrugada cuando calculé que me quedaba merca suficiente para el día siguiente. Cuando uno se mete asiduamente debe guardar un poco para el día siguiente. O de lo contrario no te puedes despegar de la cama. Era sábado y me despediría de Lima con honores. Llamé a Ángel y le compré tres gramos más. Para rematar. Si vienen amigos tuyos de México dales mi teléfono, me rogó el díler. Mi vuelo era a la cinco de la mañana del domingo. Me dedique a la poesía cruel de meterme el material durante el día. Y a las ocho de la noche me fui a un bar en el barrio de Miraflores. Mientras me bebía una cerveza Cusqueña se me terminó la coca. Doce gramos, guau. Qué bueno que estaba retirado. Qué caprichosa es la cocaína. Te maltrata. Te cierra la puerta en la nariz. Pero el día que menos lo esperas te abre las piernas. Lo mejor de todo era que no me dolía absolutamente nada. Faltaban todavía horas o días para que el síndrome de abstinencia me incordiara. Mi única preocupación consistía en no perder el avión. En el bar un amigo decidió invitarme unas líneas como parte de mi despedida. Y durante varias horas esnifamos como profesionales. Como si hubiéramos asistido a la universidad de la cocaína. Calculo que me debió compartir alrededor de un
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“MI “ TERCER DÍA EQUIVALÍA A NUEVE GRAMOS EN EL ORGANISMO. SE ESTIMA QUE LA CANTIDAD NECESARIA PARA LLEGAR A LA SOBREDOSIS ES DE DIEZ GRAMOS INHALADOS. PERO INSISTO, DEPENDE DE LA CAPACIDAD DE RESISTENCIA DEL INDIVIDUO.”
gramo. Una bolsa la dividimos entre tres personas. En total me metí trece gramos en cuatro días. Lima es un peligro para un tipo como yo. Ya no me parecía tan buena idea mudarme a Perú como al principio del viaje. Dicen que la coca colombiana es mala en comparación con la de Perú. Ellos se dedican a hacer negocios. Los incas son los encargados de producirla. Siempre envidié que fulano o mengano viajara a Colombia. Ahora ya no les envidio nada. En un momento de mi vida pensé que si un día pisaba Medellín moriría de un pasón. Ahora estoy seguro de que no será así. Ni siquiera se me antoja ya viajar a Colombia. Capaz que si algún día voy ni coca me voy a meter. ¿Hasta creo? Antes de partir del lugar hacia el hotel para recoger mis cosas, un editor me invitó a un bar de mala muerte. Quédate, trató de convencerme. Y no miento, sí lo consideré. Quedarme un par de días más. Pagar la penalización por el cambio de vuelo y seguir en el paryzón. Pero no. Sabía que no serían dos días, encarrerado me tomaría una semana más. Y entonces sí me podría morir. Y aunque es tentador retar a la muerte me trepé a un taxi rumbo a mi hotel. Tenía la maleta hecha. Sobre la portada de Vicio propio descansaban dos rayas chonchas. Las había reservado para metérmelas antes de irme al aeropuerto. Para aguantar despierto hasta desfallecer sobre mi asiento. El cansancio ya hacía mella en mí. Y como no tenía más coca para sobrevivir mi sistema se desconectaría en cualquier momento.
Me di un baño y saliendo me las di de un jalón. Nada de que primero la mita y después el resto. Me marchaba del lugar donde había consumido trece grammys y era necesario no andar con pequeñeces. El hotel me había programado un taxi que se presentó puntual. El chofer me preguntó qué me había parecido Lima. Bonita, le respondí. Pero si Lima es fea, atajó. Es la fama que posee. Pero a mí me pareció el sitio más hermoso del mundo. Con una línea en el malecón de Miraflores contemplando el Pacífico cómo se atreven a decir que es fea. A diferencia de mi llegada el tráfico escaseaba. Lo cual me hizo llegar a tiempo y no perder el vuelo. Pierdo éste y me muero de sobredosis. Antes de subir a un vuelo tengo la costumbre de ir al baño y esculcarme las bolsas en busca de residuos. Para evitar sorpresas. Y ahí estaba. Una bolsa vacía que me dediqué a lamer con pasión. Eran las últimas noticias que tendría sobre la coca limeña. Aterricé en México y mi maleta tardó hora y media en salir. Siempre se demoran en la revisión cuando el equipaje proviene de Sudamérica, me informó la señorita de Aeroméxico. Por esos días se pedía la liberación de la bailarina Angélica López, a quien habían atrapado en el aeropuerto con varios kilos de coca. Supuestamente se los habían sembrado. Aunque después se descubrió que sí sabía lo que transportaba. Entonces, me tenían en la mira. Qué bueno que no me preparé el agua de chango.
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Para Eliseo Alberto, el exilio en la Ciudad de México resultó favorable: el espacio donde explayó sus dones, no sólo en la escritura sino también en el arte de la amistad. A cinco años de su fallecimiento, esta entrevista, hasta hoy inédita, se refiere además a La novela de mi padre, una obra escrita —en el transcurso del tiempo— con el poeta Eliseo Diego, cuya eventual publicación despierta la mayor de las expectativas.
DE LA AMISTAD A PR I M ER A V ISTA Una entrevista con Eliseo Alberto RAÚL SILVA
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Fotos > Raúl Silva
esde la caja de espejos de su memoria, el escritor cubano Eliseo Alberto construyó minuciosamente un mundo habitado por la amistad, la nostalgia, el perdón, la poesía, el exilio, la ternura y la eternidad. De esa ingeniería con las palabras brotaron novelas, crónicas, ensayos, relatos para niños y guiones de cine, todo ello invocado por un espíritu donde la generosidad nunca excluyó a la crítica y, sobre todo, a la autocrítica. Este domingo 31 de julio se cumplen cinco años del viaje que Eliseo Alberto (1951-2011) emprendió hacia la eternidad, y el sello de Alfaguara acaba de reeditar su
novela Esther en alguna parte. Doble motivo, entonces, para recobrar esta entrevista inédita que tuvo lugar en el año de 2005, a propósito de la primera edición de esa novela que el autor consideró “su obra más íntima”: Eliseo, la amistad ha sido un tema muy presente en tu literatura. En tus libros recorres los caminos de la política y de la literatura, pero sobre todo caminos de la amistad. Así es, si tú me preguntaras cuál es el tema de Esther en alguna parte, sin duda te diría que es el testimonio de la inmensa suerte que he tenido yo con la amistad. Yo tengo muy buenos amigos, viejos y recientes. La amistad es mi religión y mis amigos son, por lo tanto, mis apóstoles. El tema de la amistad se expande en esta novela que relata una amistad entre dos hombres mayores y que sucede durante apenas cuarenta días. El tema es probar que, como el amor a primera vista, existe también la amistad a primera vista. Esto es algo que hace tiempo me viene interesando y quería además que mis amigos supieran que yo los quiero mucho. Por otra parte, muchos leen ese libro como una continuación de Informe contra mí mismo, pero te juro que no fue escrito como una segunda parte. Cuando empecé a escribir Informe contra mí mismo, en 1996, me di cuenta que estaba a tiempo para hacer algo que los escritores cubanos del exilio no habían visto como un peligro. Sentí que los temas políticos estaban contaminando mi imaginario como novelista, un mundo mucho más fantasioso e inocente. Entonces, a partir de Informe..., decidí que la política iba por un lado y la literatura por otro, aunque las novelas no evitaran el tema político, pero sin basarse en una argumentación política. También me di cuenta de que para la política había un género mucho más específico y de mucho más impacto: el periodismo, un espacio ideal para mis reflexiones políticas, no siendo yo un ensayista ni un historiador, sino con la premura de un periodista que sí lo soy. También he sentido una atracción por el tema de la distancia, de la melancolía, del exilio, de la Cuba dividida, pero sin la necesidad de una argumentación política, ni con el fin de convencer a nadie, y eso lo vine a lograr con Esther en alguna parte, una novela que sucede
en La Habana del año 2005 y no hay una sola jinetera, ni un negro semental, ni un orisha, ni un policía, ni un turista, ni un disidente; es más, en toda la novela, que tiene doscientas páginas, la palabra revolución sólo se menciona una vez, lo cual es casi una proeza, porque inventar una historia que pueda transcurrir en La Habana de hoy sin abordar esos temas, teniendo sólo a La Habana como telón de fondo es, en estos tiempos que vivimos, casi un milagro. Esto me ha sido reconocido por los lectores, sobre todo de la isla, que están muy acostumbrados a que los escritores del exilio los golpeen mucho, diciendo que Cuba es un infierno y que todos los que viven en la isla son unos esclavos o unos borregos. Es una novela que tiende puentes y quizás lo político en ella es que no sea evidentemente política. El fantasma noble y generoso de Virgilio Piñera se pasea por Esther en alguna parte. En Esther en alguna parte yo quería hacer un homenaje al teatro, La Habana como un escenario monumental, pero no tenía a la mano obras fundamentales del teatro cubano del siglo XX: Santa Camila de La Habana Vieja, Contigo pan y cebolla, El robo del cochino. Yo quería que en La Habana estuvieran sucediendo esas obras de manera espontánea. Era un sueño hacer una novela incorporando el escenario de La Habana y sus voces, voces y personajes del teatro cubano, pero no tenía las obras. Empecé a buscar entre los amigos y lo que conseguí fue el teatro completo de Virgilio Piñera. Entonces me dije: le hago el homenaje al teatro cubano rindiéndole homenaje al viejo Virgilio Piñera, que nunca fue santo de mi devoción, por malformación de mi familia. Mi padre, Eliseo, pero también Cintio, Fina y ellos, nunca vieron a Virgilio con buenos ojos, porque no lo sabían mirar. Yo heredé eso. Era más lezamiano que virgiliano. Pero, bueno, dije: voy a leer el teatro de Virgilio. Y cuando lo hice me quedé deslumbrado, enamorado, fascinado por la obra de Virgilio Piñera y por su escueta figura. Entonces, dije, el homenaje es para él. También es el reconocimiento de un Diego. Papá a lo mejor se equivocó contigo, Virgilio, pero los Diego sí te queremos. Así que es un enorme homenaje a ese hombre. El juego de voces está en la novela, todas las citas
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son de Virgilio Piñera. La primera es muy bonita: “Y el corazón, como un enorme salón abandonado”. También está otra de mi padre: “¿Por qué sin más te dejas morir, si no hay locura mayor que irse a dormir con sombras viejas?”. La presencia de tu padre es absoluta en tus libros... La obra de mi padre está presente en toda mi literatura, porque él está presente en toda mi vida. Eliseo Diego está conmigo no sólo como escritor, sino también como ser humano y como modelo. Es más, da igual si hubiera sido buen o mal escritor (y es sin duda uno de los grandes de la lengua de cualquier época). Hay un libro inédito por el cual me gustaría que me juzgaran, es un libro sobre mi padre, que vamos a firmar los dos, y se titula La novela de mi padre. Hace algún tiempo apareció el manuscrito de una novela que papá comenzó a escribir a los veinte años y que dejó trunca, una novela preciosa de unas cincuenta páginas escritas a mano y llenas de acotaciones (“hoy hace mucho calor”, “se me rompió la pluma”, “me cayeron mal los macarrones de ayer”, “este país es una mierda”), que cuenta la historia de un muchacho que es él, porque así comienza la novela, con una frase que dice: “Nos dio por morirnos, yo soy Eliseo Diego, yo soy el que escribe”... Y al final dice: “Ya me cansé de esta novela, pero yo sé que tú vas a terminarla”, y ese “tú” nadie sabe quién es, porque es una novela del año 1936, cuando mi padre tenía veinte años y todavía faltaban once para que yo naciera y cincuenta para que yo la leyera, porque él la guardó en el fondo de un cajón, donde mi hermana la encontró, cuando ya nadie se acordaba de ella. Es él quien se queda dormido y se muere, entonces el soñado no puede regresar al soñador porque se ha roto el vínculo y empieza a meterse en los sueños de sus seres queridos y descubre cuánto lo querían o no lo querían sus seres queridos, información que le sirve de poco porque ya está muerto. En la vida real mi padre murió dormido, en la colonia Del Valle, exactamente igual que el personaje de su novela. Mi hermana encuentra el manuscrito, lo leemos y yo decido terminarla, de manera que es una novela escrita a dos manos y por eso se llama así: La novela de mi padre. Fue una manera de seguir el mismo juego: bueno, dale, ven y métete en mi sueño, invádeme como personaje de tu novela, yo te voy a contar lo que pienso de ti. Es un libro sin contemplaciones, es un libro extraordinariamente amoroso, pero muy duro, con él, con mi familia y conmigo. Tengo a mi familia dividida: los Vitier dicen que ni muerto yo puedo publicar ese libro, pero mis hermanos me apoyan, los Diegos me apoyan. Una vez más los Diegos y los Vitier, que nos adoramos y que somos una misma familia, tenemos posiciones encontradas sobre la literatura y en especial sobre la política. Yo he ter-
“ANTE UNA AUSENCIA DE PODER, EL ESCENARIO QUE MÁS YO TEMO ES QUE EL CÁRTEL DE CALI Y EL DE MEDELLÍN Y EL DE JUÁREZ Y EL CÁRTEL DEL GOLFO Y EL CÁRTEL DE NO SÉ QUÉ SE COMAN A CUBA COMO UN PESCADITO.”
minado ya ese libro y ahí reposa, para los amigos que lo han leído es un libro muy conmovedor que comienza con una frase que es el tono del libro y dice: “Las cuatro últimas palabras que papá me dijo nunca se las había escuchado en cuarenta y dos años: Vete al carajo, hijo”. Así empieza. En tu manera de escribir hay un deseo elocuente por acercarte a la realidad con un sentido crítico que no olvida el sentido amoroso, la profunda querencia por la isla, la que vive en el Caribe y la que está en el exilio. Así es. Qué bueno que lo hayas advertido porque así he escrito siempre. Yo soy un hacedor de puentes y de abrazos. En Informe contra mí mismo recuerdo a Martí, tan llevado y traído: él convocó a una guerra que llamaba necesaria, y cuando decía necesaria quería decir que a pesar de lo que significa una guerra era necesaria para alcanzar la libertad en Cuba. En Informe... yo me lancé a lo contrario, yo convoco a una paz necesaria. Casi con los mismos argumentos de Martí, una paz que nos lleve a los cubanos a una nueva libertad, pero ya no una libertad de una potencia colonial como España, sino una libertad que tiene un fundamento muy claro, y es que ninguna de las dos Cubas será realmente libre y mucho menos independiente si no se unen, si esas dos Cubas no vuelven a encontrarse sin rencores, sin revanchismos y podamos así, por una parte, continuar los logros de una Revolución que, en honor a la verdad, hizo verdaderas hazañas en cuanto a la justicia social, a la igualdad entre los hombres, y por otra parte hizo disparates descomunales. Del gobierno de Estados Unidos ni hablar, esos no entienden nada. Ninguna de las administraciones republicanas o demócratas ha entendido nada. ¿Y tú sabes por qué no han entendido nada? Como tampoco entienden a México ni entienden a Paraguay ni entienden a Venezuela, por una cosa que el Quijote dijo: “Sancho, no se puede luchar por algo que uno no ama”. O como decía Martí: “Amar, he ahí la crítica”. El amor y la pasión son elementos indispensables de toda lucha, sobre todo si en esa lucha existe la posibilidad de morir. ¿Cuál es tu pronóstico de la realidad que se viene en Cuba? Yo confío en la familia como núcleo gestor y garante de la paz en Cuba. Cuando la familia cubana se reencuentre. Pero
por otro lado también soy muy pesimista, porque en estos mundos globalizados puede pasar cualquier cosa y puede pasar una cosa que la gente no calcula. Todo el mundo dice, bueno, que Cuba se convierta en un Puerto Rico, que los americanos nos invadan. Ese no es el escenario peor, el escenario peor es una situación de debilidad del poder. Porque si algo bueno tiene el socialismo es que es un poder muy recio y ahí no entra el narcotráfico si Fidel Castro no quiere, no puede entrar, porque por eso es un régimen totalitario. Pero ante una ausencia de poder, el escenario que más yo temo, y no es el más improbable, es que el cártel de Cali y el de Medellín y el de Juárez y el cártel del Golfo y el cártel de no sé qué se coman a Cuba como un pescadito, porque Cuba está pintada en el mapa como trampolín, es un trampolín de todo lo bueno y lo malo hacia arriba y hacia debajo de América y si nos llegan los narcotraficantes, si nos llegan los carteles colombianos, mexicanos, de Miami que hay muchos carteles mafiosos ahí, aquello se va a convertir en un infierno, porque ahí hay mucha gente con mucha necesidad. ¿Cómo vives Cuba desde México, en todo sentido? Primero, mi eterna gratitud a México, un lugar que me ha permitido escribir y publicar, es donde ha crecido mi hija... Te voy a decir una cosa, no sin cierta pena: debo de reconocer que cada día pienso menos en Cuba, aunque nadie me lo crea, aunque yo diga que nadie ama más a Cuba que yo. Cada día me sorprendo que los temas mexicanos me van interesando y preocupando más: el Metrobús, la política, mi vecino. Cada día voy pensando menos en Cuba, aunque siempre queda un espacio para pensar en ella, por mis amigos, por mi mundo imaginario, por mi misma vocación como escritor, por mi padre y mi familia... Me preocupa el destino de Cuba, me preocupa saber que estoy condenado, como muchos cubanos y exiliados en general, a ser un exiliado para siempre, porque si un día regreso a Cuba, que no estoy muy seguro, a sumarme al diseño de una nueva nación para aportar lo que pueda, entonces me voy a sentir exiliado de México y voy a extrañar el agua de jamaica y las quesadillas de flor de calabaza, los moles y esta paz de México, que aun siendo un país violento, para mí es la paz misma. México, con sus honduras espirituales enormes.
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Antes de cultivar la narrativa, Eliseo Alberto inició su quehacer literario como poeta. Publicó tres títulos en Cuba, cuyas páginas reflejan la gravitación del régimen castrista. De ahí rescatamos esta muestra que denota su intensa percepción de una isla repleta de afecto.
L a et er n id a d c om ie n z a u n s áb a do
ELISEO ALBERTO: POEMA S RECOBR ADOS VES, ROSARIO, COMO SÍ VALE LA PENA ESCRIBIR Ves, Rosario, como sí vale la pena escribir versos de amor aun cuando falta tanto. Por la felicidad reconquistada Hasta el peor de los hombres tendría coraje para morir peleando; porque el tiempo de amar entre los cuerpos salva al hombre del espanto y es como el hallazgo repentino de todo lo que creíamos inútil en nosotros y por lo que ya habíamos abandonado buena parte de la vida y de la lucha. Ves, Rosario, a la noche cuido la ciudad en tus ojos oscuros y en ti se resume la isla cuando te abrazo.
PALABRAS DE HOMENAJE AL SOÑADOR DESCONOCIDO El hombre es el inventor de sus ciudades. El hogar, el parque, la avenida antes de ser sitios para la familia, la estatua y la carrera, fueron la común aspiración de tener un lugar donde decir que se ha vivido y morirse después con la misma tranquilidad de una semilla. Consúltense las memorias de La Habana y se verá que yo no miento. ***
Las Claves
En una cacerola cabe el sueño de un niño.
UN ESPACIO DEDICADO AL RESCATE DE RAREZAS Y RELIQUIAS LITERARIAS
CONFESIÓN EN PÚBLICO El hombre es el inventor de sus ciudades. Y en vista de que el solitario existe —que es una sombra aunque sea muy difícil de probar—, propongo se levante una estatua de humo al soñador desconocido para que se recuerde por siempre a quienes, a lo largo y ancho de esta isla, han enloquecido de tanto querer a su ciudad.
LA CACEROLA Hay palabras que dichas despacio y con placer llegan a quererse hasta el delirio. La palabra cacerola, por ejemplo, nos seduce a pensar en el cosmos como en una copia fiel de su vientre de barro (prueba y pon a fuego lento las estrellas). Una cacerola sirve de cuna al humo. El alimento allí no se cocina, se transforma en advertencia, y las especies de aromas increíbles encuentran la razón de ser, el argumento mejor de la cosecha.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
MONSERRAT BUSTAMANTE Laferte (Chile, 1983), mejor conocida como Mon Laferte: actriz, compositora, vocalista, multiinstrumentista... Suceso de la canción chilena contemporánea: influjos del rock, blues, pop, electrónico, reggae, indie, alternativo, psicodélico, gótico... Autodidacta, se inició en la música a los 13 años y se reveló como singular cantautora en los bares de Valparaíso. Con tres álbumes independientes, ya ocupa un lugar destacado en los espacios alternativos de la canción latinoamericana. “Yo aprendí a cantar escuchando a mi abuela. Ella era una bohemia de marca mayor y se sabía todos los boleros cubanos, portorriqueños y mexicanos; todos los tangos, todas las milongas rioplatenses. El primer bolero que me aprendí fue ‘Historia de un amor’, del panameño Carlos Eleta: mi abuela lo cantaba llorando. Los Cinco Latinos me enseñaron cómo una canción puede ser festiva, sentimental y emocionante”, ha dicho esta muchacha de ojos asustados que ha decidido tatuarse el mundo en la piel.
No en balde el colibrí, pájaro trascendental, anida en ella.
Mon Laferte Vol. 1: primera producción que aparece en México de la soprano originaria de Viña del Mar, Chile. Once temas modulados desde particular tesitura en que mezcla un fraseo gutural de imaginativas y sugerentes recitaciones. Letra y música de Laferte (excepto “El diablo”, en colaboración con el pianista Manu Jalil; “Tormento”, en apoyo musical de Cesar Ceja; y “La noche del día que llovió en verano”, letra de Carolina Dagach). Respaldo instrumental de batería, percusiones, bajo, guitarras (eléctrica y acústica), cuatro, teclados, piano, flauta transversa, acordeón, sax tenor, trombón, trompeta, programaciones y coros. “Soy una esponja, me apropio de todo lo que musicalmente me convenza”: incitantes fusiones de apuntes de bolero con vals ancladas en resonancias de blues (“Tormento”, “El cristal”, “Amor completo”), ademanes rancheros/pop (“Malagradecido”), blues (“La visita”), pop/huapango (“Un alma en pena”, “La noche del
Mirando bien las cosas que me rodean, los detalles pequeños y suntuosos con que me han y me he rodeado, y puesto que me pido un poema en esta hora de sincera confesión, anuncio el elogio del parque infantil donde cada niño es en una misma estrella feliz. Los niños saben hacernos mirar las cosas como si fuera siempre la primera vez. Así se anima mi oficio paterno, oficio que ciertamente nadie me ha pedido pero sin el cual no sería mejor de como soy, ni estarían los amigos compartiéndome el poco tiempo que duran mis versos. Vaya, pues, mi confesión en público: todo cuanto he escrito hasta aquí (salvo lo del parque infantil) es una excusa, un mal pretexto para estar con ustedes un rato más en esta estrella que hace girar, y cómo, al mundo “Ven, Rosario...”, en Importará el trueno (1975); “Palabras de homenaje al soñador desconocido”, en Las cosas que yo amo (1977); “La cacerola” y “Confesión en público”, en Un instante en cada cosa (1979).
Para Fabiana Castillo Ayala, que acaba de llegar al mundo. día que llovió en verano”), indie rock (“Tu falta de querer”, “Si tú me quisieras”), alternativo (“Salvador”), rock/reggae (“El diablo”). Prosodia en que la trompeta neworleansiana de Joe D’Etiene juega un papel clave, escoltada con pasajes de cuatro, acordeón, sax tenor y trombón. Vale destacar la participación del bajista mexicano Aarón Cruz en “El cristal”. Ecléctico discurso que recurre a la cita melódica (“Tu falta de querer”, claro tributo a Los Cinco Latinos: grupo vocal argentino que impuso el doo-wop en Latinoamérica y España en los años 60/70 del siglo pasado) y, asimismo, se regodea en rubrique retro de los 70/80 (“Salvador”, “Si tú me quisieras”). Lúdica oratoria (“Me llevé al teatro me compré una cena / Caminé, me compre un helado / Y creo que ahora me haré el amor”). Contigua al cosmos de las mexicanas Natalia Lafourcade, Carla Morrinson, Julieta Venegas y Ely Guerra, la chilena nos entrega un disco de tentadora y axiomática belleza.
MON LAFERTE VOL. 1. Artista: Mon Laferte Género: Folk, pop, fusión... Disquera: Universal Music, 2015.
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FUERA DEL HUACAL
CERVANTE S YEUROVISIÓN
E
n 1968 la dictadura franquista le impidió a Joan Manuel Serrat concursar en el Festival de Eurovisión con una canción en catalán, lengua del estado español que jamás ha representado a España en el Festival de marras. No obstante, casi medio siglo más tarde y con una democracia que supuestamente celebra este 2016 los cuatrocientos años del fallecimiento de Miguel de Cervantes, la canción que representó a España en Eurovisión se titula “Say, yay!” y fue interpretada íntegramente en inglés. Teniendo en cuenta que quien corre con los gastos de selección y preparación es una televisión pública —la TVE de toda la vida—, me pregunto si los españoles seguirán afeándonos a los latinoamericanos el hablar inglés, por aquello de mirar el corn-flake en el ojo ajeno. Vaya por delante que a España le encanta presumir de los 500 millones de hispanohablantes del planeta y que todos los años exige que el español se convierta en una de las lenguas oficiales del Parlamento Europeo, aunque sólo sea para que los eurodiputados españoles hablen entre ellos. Como se puede apreciar, no se puede ser más melindroso porque España es el primer país que se zurra en la lengua de Cervantes precisamente en este año que se conmemora el IV Centenario de su fallecimiento. Que un maltés o un moldavo quieran cantar en inglés tiene un pase, pero que la representante de un idioma que hablamos 500 millones de personas haya elegido cantar en la lengua de Shakespeare se me antoja un error, una nacada infecta y un inequívoco síntoma de acomplejamiento cultural.
LA CANCIÓN QUE REPRESENTÓ A ESPAÑA EN EUROVISIÓN SE TITULA “SAY, YAY!” Y FUE INTERPRETADA ÍNTEGRAMENTE EN INGLÉS.
El sino del escorpión
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Por
FERNANDO IWASAKI
www.fernandoiwasaki.com Sin embargo, me gustaría dejar claro que España no fue el único país que renunció a su lengua en el Festival de marras, pues de 42 países participantes, 39 compitieron con canciones en inglés. ¿Quiénes fueron los valientes que decidieron cantar en sus propios idiomas? Un par con dos pares: Bosnia y Macedonia. ¿Que falta uno? Sí, pero supone otro intríngulis, pues Austria fue representada por una canción en francés. Ya sé que el mal de muchos es un consuelo de tontos, pero no puedo reprimir mi asombro, pues Francia, Italia y Alemania también enviaron a concursantes que cantaron en inglés, a pesar de la importancia, la solera y el prestigio musical del francés, el italiano y el alemán. Nunca pensé que ocurriría, pero Eurovisión ya es más naca, huachafa y hortera que el empalagoso Festival de la OTI. Uno de los atractivos de Eurovisión debería ser la diversidad de lenguas de sus intérpretes, pero ahora que los videoclips de las canciones de cada concursante circulan vertiginosos por las redes, pierde todo interés saber quién es checo, quién azerbayano y quién bielorruso. Más bien, lo raro ahora sería adivinar quiénes son los cantantes irlandeses, los ingleses y los australianos, porque ahora resulta que hasta Australia concursa en Eurovisión. Espero que el Perú nunca sea invitado, porque no quiero pensar que también nos dé por cantar en inglés, ya que desde que Simon & Garfunkel grabaron “El cóndor pasa” y un equipo cusqueño de Quidditch apareció en “Harry Potter”, estamos que nos salimos del frame. ¿Y si fueron los organizadores del año de Shakespeare quienes entre bambali-
nas consiguieron que 39 concursantes de un total de 42 cantaran en inglés? El mismo año que el Reino Unido abandona la Unión Europea, el 92 por ciento de los participantes de Eurovisión decidió renunciar a su lengua materna para cantar en inglés. ¿A quién perjudicará más el Brexit? Francamente, no creo que a los británicos. Y en cualquier caso al pobre Cervantes, pues hasta su propio país renegó de la lengua del Quijote en el año del IV Centenario de la muerte de don Miguel. Cuando llegué a Sevilla hace treinta años, mis amigos andaluces me ridiculizaban por no decir “espíderman” como ellos, pero ahora les ha tocado aguantar la vela de los alienados, los meritorios y los colonizados. Deseando estoy que los chinos terminen la conquista comercial del mundo, porque así todos los concursantes de Eurovisión cantarán en mandarín.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
El canon ideológico de la literatura DESDE SU NIDO en la rajadura del muro, el alacrán rastrea atento la discusión sobre “la situación de la literatura mexicana” a pesar del prejuicio anti-intelectual de nuestro medio, donde se esquivan los intercambios teóricos porque —para documentar nuestro pesimismo— hablar de estructuralismo, deconstrucción, marxismo, psicoanálisis, crítica feminista, estudios postcoloniales o post-experimentalismo, a muchos les resulta academicismo inútil. Una de las acepciones de “canon” de la RAE, apunta: catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos. La pregunta consecuente sería: ¿obras y autores modélicos para quién?, ¿mediante cuáles procedimientos se propone y corrobora lo modélico? Más allá del referente libro-listado de Harold Bloom,
así como de las perspectivas del juicio individual, es innegable la influencia del entorno, la época, la política y la cultura en la determinación de lo canónico. Por ejemplo, otra acepción común de canon refiere “los modelos de belleza física griegos y romanos”; pero ajenas a esa estética originaria, las características de la belleza occidental propuestas por los medios masivos y los corporativos de cosméticos revelan su sesgo ideológico y falsedad. Lo mismo sucede con la literatura y el arte, percibe el venenoso, pues además de criterios estéticos y artísticos, los conceptos de canon responden también a contextos sociales, políticos, culturales, raciales, de género y demás. Octavio Paz y Carlos Fuentes son tenidos por canónicos en Estados Unidos y Europa, pero se duda de Rulfo, el máximo
escritor mexicano. Hacia finales de la revolución mexicana, y durante los años veinte y treinta del siglo viejo, se tuvo como canónica a la literatura de la Revolución. Toda obra alejada de ese canon fue denostada (la de los Estridentistas y los Contemporáneos por igual, siendo tan diferentes). En pleno auge neoliberal, también fue canonizado en México el efímero Crack, precisamente por sus características “neoliberales”. Las interrogantes asaltan al venenoso mientras observa a las editoriales, poseídas por la locura colectiva del dinero, implantar su canon según las ventas, las tendencias internacionales y la moda temática. Pero más allá de las imposiciones mercantiles, ¿quién dicta desde una posición de poder las reglas y el camino a seguir por la cultura y la literatura mexicanas hoy?, inquiere el escorpión.
¿MEDIANTE CUÁLES PROCEDIMIENTOS SE PROPONE Y CORROBORA LO MODÉLICO?
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NEUROCIRUGÍA EN LA BIBLIOTECA REDES NEURALES
Por
JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ
H
oy estamos reducidos a vivir en una sociedad tan mal organizada que sólo se puede aullar impunemente en el asilo de locos. De esa manera nos está prohibido el único método que tenemos para desembarazarnos del horror que nos producen los demás y del horror de nosotros mismos. ¡Si por lo menos hubiera libros de consuelo! Esta idea la encontré en una edición de Tusquets, en una antología de Emil Cioran confeccionada por su traductora al español, Esther Seligson. El título del libro es: Contra la historia. Pero digo “la idea” porque mi redacción del texto no es literal. Nunca he podido recuperar esa edición, tan querida, desde que le presté el libro a uno de mis mejores amigos, el inventor y neurocirujano Enrique De Font Reaulx: él sabe que tiene el libro, y no ignoro que jamás me lo devolverá. Esta nota es un segundo regalo: admiro a todo aquel que defiende los obsequios arbitrarios de la vida, y que no se deja intimidar por los chantajes de un ensayista. Por lo demás, llegué a tener el ejemplar en cuestión mediante mi robo cínico a la biblioteca de mi padre, hace veinticinco años. Hace un tiempo tuve en casa otro ejemplar del mismo libro. La gran poeta María Baranda me lo prestó gentilmente. Los psiquiatras forenses hablaban en el siglo XIX del impulso irresistible del crimen: yo logré resistir el impulso de robar ese ejemplar, y hoy se encuentra a salvo entre los libros de María. El amor de los neurocirujanos por la literatura no debe subestimarse, así como la audacia de sus métodos para conseguir el preciado material de la lectura. Materialista al fin, porque trabaja diariamente con el tejido vivo y tangible más delicado de nuestra existencia, el neurocirujano ama la forma física y la experiencia sensorial del libro como objeto, porque esta consistencia accesible a la operación manual es lo que aproxima al libro y al cerebro, en cuanto objetivos de un abordaje neuroquirúrgico tradicional, a cielo abierto. En el invierno del año 2004, cuando terminaba una fiesta de graduación celebrada en la azotea de mi edificio, la conversación derivó hacia el fetichismo de los médicos hacia la literatura y las artes (equivalente, en muchos aspectos, al fetichismo de muchos artistas y escritores dirigido a la ciencia), y mi amigo Iván, joven investigador clínico y neurocirujano, se quedó mirando mi bibliote-
EL DISEÑO EDITORIAL, PROPUESTO P OR L OS HACEDORES DE LIBROS, ES COMPLETADO P OR L A OPERACIÓN QUIRÚRGICA DEL LECTOR.” ca unos minutos. Lo llamábamos el tal Iván, para fastidiarlo porque eran los tiempos de la guerra de Estados Unidos contra el régimen talibán. —Mira Jesús, tienes algunos libros muy interesantes, pero no sé cuál elegir —me dijo de pronto. Seguramente advirtió mi gesto de sorpresa—. De una vez te digo que yo siempre robo un libro de cada hogar que visito. Así que de una vez escoge un ejemplar, pero que sea muy bueno, porque no me gusta leer idioteces. La convivencia de una década con mis colegas neurocirujanos me indicó que la altanería del talibán era una forma perturbada y sincera de halago. Iván fue mi alumno en la maestría en Ciencias Médicas; se trataba de su graduación. Había pocas salidas elegantes que conservaran el humor de la noche.
Tomé tres libros: Los reyes, de Julio Cortázar, en una edición de editorial Alfaguara, El apando, de José Revueltas, en una edición de Joaquín Mortiz, y León, el africano, de Amin Maalouf, en una edición de Alianza Editorial. Los dispuse en la mesa frente a sus ojos, como una baraja de cartas. —Sólo te puedes llevar uno de los tres —le dije. El obsequio se convirtió en examen. Los observó cuidadosamente, miró la portada, leyó la cuarta de forros, los hojeó un poco, y al concluir el proceso de inspección y toma de decisiones, se alzó con el ejemplar de Julio Cortázar en la mano y un gesto triunfal. Adopté el semblante más severo que pude; enfaticé mi desaprobación con la mímica de los ojos cerrados, el rostro serio y el movimiento oscilatorio de la cabeza, de derecha a izquierda, lentamente, de izquierda a derecha. —Equivocaste el diagnóstico —le reproché—. O tenemos conceptos diferentes de lo que significa un libro. La obra de teatro de Cortázar me encanta, pero puedes conseguirla en una librería de México, París, Argentina, España. Pero este ejemplar de El apando, de José Revueltas, es una primera edición del libro, y mira: se encuentra subrayado, tiene muchas notas rigurosamente ilegibles al margen, con la tinta negra de una pluma fuente. Es la tinta de mi padre, quien conoció a José Revueltas cuando ambos cumplían su condena en la cárcel de Lecumberri. Las notas al margen y todas las marcas son el proyecto del guión que escribió mi padre para la película que dirigió Felipe Cazals en 1976. Este ejemplar no se puede encontrar en ninguna librería del mundo. El talibán me miró a los ojos, decepcionado. Después sonrió al sujetar el robo de Cortázar entre las manos, satisfecho de una decisión leal a sus convicciones. Me quedé pensando en cómo los libros dejan de ser objetos genéricos para transformarse en objetos personales mediante la lectura; el diseño editorial, propuesto por los hacedores de libros, es completado por la operación quirúrgica del lector, mediante la coordinación entre la mano y el ojo realizada a lo largo de historias solitarias o transgeneracionales: desde la cárcel mexicana inaugurada con el siglo XX, hasta el taller individual de cada biblioteca. O como lo prefieren los lectores (cirujanos tradicionales del libro): durante la experiencia a cielo abierto.