El profesor Giovanni Sartori

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MANUEL ILLANES

PARAÍSO INC. Y OTROS POEMAS

CARLOS VELÁZQUEZ

EL SÍNDROME BARNEY PANOFSKY

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ DE LA MEMORIA ARTIFICIAL

El Cultural N Ú M . 9 4

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

EL PROFESOR GIOVANNI SARTORI RAÚL TREJO DELARBRE

JUAN JOSÉ ARREOLA Y LOS LENGUAJES DEL PODER GENEY BELTRÁN FÉLIX

CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 7

TEMPORADA DE CAZA LOLA ANCIRA


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Figura de la politología y las ciencias sociales, el florentino Giovanni Sartori —muy vinculado a México, país que visitó en diversas oportunidades, donde su obra y sus ideas permanecen como tema de conversación y debate—, murió el pasado 4 de abril. La democracia, la gobernabilidad, la función de los medios y en particular la televisión fueron algunos de sus temas distintivos, a través de libros “organizados como textos para cursos académicos”. Presentamos una semblanza que detalla los registros, planteamientos y aun las contradicciones de su trayecto intelectual.

E L PROFESOR G I O VA N N I S A R T O R I RAÚL TREJO DELARBRE

S

istemático y obsesivo pensador de la democracia, Giovanni Sartori dedicó su vida a reflexionar sobre los sistemas políticos. Sus tratados sobre Teoría de la democracia e Ingeniería constitucional comparada son cardinales en la ciencia política contemporánea. Luego, después de los 70 años, se acercó a otros problemas que a su juicio ponían en riesgo el desarrollo democrático. En Homo videns. La sociedad teledirigida deplora que, a causa de los medios, la palabra sea desplazada por la imagen. Más tarde, en La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, considera que la diversidad étnica y cultural puede atomizar a las sociedades. Homo videns (1997) fue su libro más popular porque se sintonizó con el ánimo en contra del autoritarismo y la banalidad de la televisión. La sociedad multiétnica (2001) fue su libro más cuestionado porque descalificó la diversidad que aportan los migrantes, especialmente de los países árabes, a las sociedades occidentales.

El alegato de Sartori contra la televisión y otras pantallas lo acercó a posiciones apocalípticas habitualmente ubicadas a la izquierda. Allí menosprecia la capacidad de la gente para decodificar, de acuerdo con su propia experiencia, los mensajes de la televisión y de Internet. En cambio la descalificación del multiculturalismo lo colocó en el flanco derecho. “Sus ideas parecen conservadoras cuando no reaccionarias”, relató en El País una reseña de la presentación de La sociedad multiétnica en Madrid. Sartori, convencido liberal, creía que la sociedad abierta, enriquecida con el pluralismo, se pulveriza en “subgrupos de comunidades cerradas y homogéneas” cuando queda sometida al multiculturalismo. Sartori nació en Florencia y murió, a los 92 años, el pasado 4 de abril. El apasionamiento de sus dos libros más polémicos contrasta con la parsimoniosa construcción de categorías en la mayor parte de su obra. En 1962 publica Teoría democrática, anunciando la inquietud monotemática que sostendría durante décadas. Cuatro años

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Sartori entendió al quehacer político desde la ciencia política y no desde el derecho, como era costumbre todavía después de la mitad del siglo XX. En 1976 deja la Universidad de Florencia para irse a Stanford, en California. Tres años más tarde se muda a la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde permanecerá como docente activo hasta 1994. En contraste con el afán de la ciencia política anglosajona, empeñada en establecer reglas y predicciones, Sartori sostiene que los sistemas políticos están determinados por una complejidad que impide saber cómo se desarrollarán. En Elementos de teoría política (1987) ofrece un glosario, en todos los casos crítico, de conceptos básicos. Allí, por ejemplo, considera que el referéndum puede atentar contra la democracia porque quienes obtienen mayoría en una votación de esa índole ganan todo y con ello sólo empeoran los conflictos. Ese año también publica Teoría de la democracia en donde a lo largo de 626 páginas (en la edición de Alianza Editorial) se niega a ofrecer una definición tajante de democracia. Sartori sostiene que se debe tomar en cuenta la realidad de la democracia (“lo que es”) pero además su perfil ideal (“lo que debiera ser”). La democracia, dice, puede ser social, económica, etcétera, pero ninguna de esas implicaciones se cumplirá si no existe la democracia política. De esa manera insiste en los mecanismos de representación necesarios para que la democracia sea algo más que un atractivo pero inalcanzable proyecto. En vez de precisar qué entiende por democracia, Sartori subraya lo que no es. Democracia, dice, no es autocracia y se contrapone al poder personalizado. Por eso nadie, en democracia, “puede autoproclamarse gobernante... nadie puede detentar el poder irrevocablemente en su propio nombre”. Así es como la democracia depende de la existencia de procedimientos para que se exprese la voluntad de los

“EN VEZ DE PRECISAR QUÉ ENTIENDE POR DEMOCRACIA, SARTORI SUBRAYA LO QUE NO ES. DEMOCRACIA, DICE, NO ES AUTOCRACIA Y SE CONTRAPONE AL PODER PERSONALIZADO.”

Foto > Especial

más tarde (todas estas fechas son de las ediciones originales en italiano o inglés) aparece Partidos y sistemas de partidos. Sus reflexiones se desplegarán a partir de una ecuación que hoy resulta evidente pero que Sartori problematiza con erudición: la democracia requiere instituciones / esas instituciones son esencialmente partidos políticos y reglas para la representación de los ciudadanos / puesto que se trata de sociedades en evolución, no hay fórmulas fatales ni invariablemente eficaces que garanticen la democracia.

Giovanni Sartori.

ciudadanos. Y como nuestras sociedades son plurales, ningún representante tiene la adhesión de todo el pueblo. Hace falta reconocer a las mayorías sin avasallar a las minorías y que existan contrapesos para evitar un ejercicio absoluto del poder. Qué es la democracia (1993) describe y discute ese concepto, siempre sin definiciones concluyentes. Esos y casi todos los libros de Sartori (aquí mencionamos únicamente algunos) están organizados como textos para cursos académicos. De esa manera ceñía el estilo a su costumbre de profesor. En 1994 aparece Ingeniería constitucional comparada, uno de sus libros más conocidos en América Latina porque contribuyó a discutir el diseño de las reformas electorales en varios países. Allí estudia diversas expresiones en los sistemas políticos: presidencial, parlamentario, semi parlamentario con recursos como la segunda vuelta, entre otros. La creación de fórmulas de proporcionalidad para reconocer a las minorías y la edificación de estructuras políticas que le permitan a un gobierno relacionarse de manera eficaz con la sociedad alientan esa reflexión de Sartori. En México el profesor Giovanni Sartori fue muy apreciado. En las universidades se reconocían sus contribuciones teóricas que enriquecen el examen de nuestros siempre insuficientes cambios políticos. A los gobiernos priistas les gustaba su definición del nuestro como un “sistema de partido hegemónico pragmático” que resultaba menos ruda que la caracterización de “partido de Estado” y desde luego menos antipática que aquella fórmula de “la dictadura perfecta”. En 2015 el presidente Peña Nieto le entregó en Roma la Orden Mexicana del Águila Azteca. Sartori aplaudió el proceso de reformas electorales que tuvimos desde los años noventa pero anticipó que la existencia de muchos partidos restaría al gobierno capacidad para

tomar decisiones porque no contaría con mayoría parlamentaria. El presidencialismo fue en México “el poder que hizo funcionar al sistema”, decía Sartori, y comparaba a ese poder con un palo. En una conversación en el programa “Nexos TV”, publicada en octubre de 1996 en la revista Nexos, el politólogo florentino alertó: Lo que sucede en México es que hay un tren que va colina abajo y al que se le acaban las vías. Al final de esta transición el tren se descarrilará, porque el antiguo sistema está agonizando y, lo más importante, no se cuenta con un nuevo sistema. Las cosas no se calmarán automáticamente; hay que pensar en eso. México no cuenta con la mecánica ni con las reglas para funcionar sin el palo. Si el palo desaparece, lo único que quedará será la impotencia. No habrá poder. Es necesario pensar en reglas para operar un sistema difícil en el futuro. No puede funcionar con un palo o con otros medios. Eso es lo que me preocupa. Sartori propuso en varias ocasiones, para circunstancias como la mexicana, la alternancia presidencial equilibrada con fuertes mecanismos de control parlamentario. Sin embargo la gobernabilidad no se teje con tanta facilidad como los diseños legales y constitucionales. En 2007 la RAI, la cadena estatal de televisión italiana, convenció a Sartori para grabar la serie “Lecciones sobre la democracia”. Se trataba de cápsulas de no más de cuatro minutos, conducidas por la periodista Lorenza Foschini, que se transmitieron a las 8 y media de la noche. De allí resultó el libro La democracia en 30 lecciones. Situado frente a la cámara, con un pizarrón a sus espaldas, tuvo que reducir las explicaciones que en sus libros ocupaban centenares de páginas. Veinte años después de Homo videns, Sartori se allanó así al lenguaje de la televisión. Todo por cumplir con su vocación de profesor.


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El universo literario de Juan José Arreola es una invitación constante a la (re)lectura. El asombro ante sus dotes, cuya novedad y originalidad no sólo mantienen su vigencia, sino que parecen acentuarse con el paso del tiempo, impulsa nuevos acercamientos, puntos de encuentro y fuga en su escritura mutante, proteica, liberadora, como este ensayo lo confirma.

AQU Í E N L A V I DA TODO ES DIFER ENTE Juan José Arreola y los lenguajes del poder GENEY BELTRÁN FÉLIX

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logiado por su prosa de orfebre y su prodigiosa imaginación, Juan José Arreola (1918-2001) ocupa ya un alto sitio en el ramo de los autores irrebatiblemente clásicos del siglo XX literario de México, gracias a títulos como Confabulario (1952), La feria (1963) y Bestiario (1972). Creador de una obra breve y compacta que no por ello se negó a ser plural en sus intereses temáticos y registros de estilo, Arreola ha alcanzado la austera posteridad de un referente más citado y leído que estudiado. Su nombradía se ha sostenido en el plano de las reediciones y la fidelidad de los lectores de a pie antes que en el aún insuficiente interés de los críticos y estudiosos, debido quizás a la forja de una visión que lo delimita y congela: el prosista sublime que es también, y casi nada más, el fantasioso ocurrente.

“TODA BELLEZA ES FORMAL” Es Arreola, cómo negarlo, un maestro de la palabra. “Obra de artífice, la prosa breve de Arreola está troquelada hasta resultar definitiva. Arreola estiliza como un clásico, con sintaxis clara y rigurosa, casi lapidaria”, escribió el poeta y crítico argentino Saúl Yurkievich. Una de las “cláusulas” en Bestiario se destila en cuatro palabras: “Toda belleza es formal”. Ciertamente, las prosas de la primera sección del mismo Bestiario —por elegir una instancia a la mano— son un deslumbrante ejercicio de elevada dicción poética; pero no sólo eso. Acudiendo a la tradición de los bestiarios medievales, Arreola

“SU PROSA SE APEGA, MEDIANTE LA IRONÍA Y LA PARODIA, AL RENGLÓN DE DISTINTOS MODELOS: LA NOTICIA PERIODÍSTICA, EL ANUNCIO PUBLICITARIO, LA CARTA, EL DIARIO PERSONAL, LA NOTA NECROLÓGICA.”

entrega descripciones del reino animal con las que se figura un surtidero de inclinaciones y ansias humanas. “Insectiada”, por ejemplo, encubre el aterrado vislumbre del varón ante la bullente sexualidad femenina: Pertenecemos a una triste especie de insectos, dominada por el apogeo de hembras vigorosas, sanguinarias y terriblemente escasas. Por cada una de ellas hay veinte machos débiles y dolientes. El breve texto hace ver uno de los más furibundos miedos que gravitan en el inconsciente masculino: la posibilidad del coito como una estación peligrosa pero inevitable, pues la compulsión del sexo traería consigo la muerte violenta a manos de la pareja: El espectáculo se inicia cuando la hembra percibe un número suficiente de candidatos. Uno a uno saltamos sobre ella. Con rápido movimiento esquiva el ataque y despedaza al galán. Cuando está ocupada en devorarlo, se arroja un nuevo aspirante. La deriva formal de la escritura de Arreola no impide, pues, que el filón de la belleza sea discernido como algo más que un atributo técnico. Arreola no era sólo un poeta de la prosa sino también un histrión, un monstruo de la escena. Y, así como el actor no interpreta un papel sino muchos y a veces contrapuestos a lo largo de su trayectoria, no hay con el Arreola autor una realización única en el terreno del estilo. Su prosa se apega, mediante la ironía y la parodia, al renglón de distintos modelos: la noticia periodística, el anuncio publicitario, la carta, el diario personal, la nota necrológica, la dicción religiosa, el documento científico o histórico... y es Arreola también el dueño de un oído acogedor a la oralidad campesina. El prosista es proteico: escapista, muta de forma y se niega a asentarse en una sola voz que lo perfile. A esa diversidad se refiere Felipe Vázquez en su libro

Juan José Arreola. La tragedia de lo imposible cuando llama la atención sobre ... la amplitud de sus registros escriturales, la riqueza de su repertorio formal, su destreza para intertextualizar —para troquelar un texto que amalgama huellas provenientes de diversas literaturas occidentales, de la historia, la religión y la ciencia—, su virtuosismo para hibridar materias y materiales en una forma inédita que incluye una resonancia interior de baja intensidad.

LOS LENGUAJES DE LA NUEVA CIUDAD En lo que sigue me detendré en una arista de las muchas que se podrían elegir cuando se cruza el territorio literario de Arreola: los vínculos del lenguaje con el poder. El enfoque tiene como propósito leer la operación intertextual de Arreola en tanto un ejercicio de espesor político que no se agota en sus privilegios formales. Esto se debe a que la pluralidad de simulaciones discursivas que hallamos en los escritos de Arreola lo hace un autor dotado de una puntual conciencia lingüística que le habría permitido entrever la imbricación de los usos sociales del lenguaje con el devenir político de las comunidades. En el marco de la historia cultural, Arreola sería, junto con ejemplos tan dispares como Antônio de Alcântara Machado, Oswald de Andrade y Roberto Arlt, uno de los primeros narradores latinoamericanos conscientes de la nueva realidad urbana que define la vida de los seres humanos en la época de la cultura de masas, constricción que se afianza mediante formas rígidas del lenguaje. De cuna campesina, el temperamento de Arreola se vio favorecido por una formación humanista de sello universal (lo que se traduce a fin de cuentas como “eurocentrista”). Esta educación en las más prestigiadas alturas del espíritu literario de Occidente no le impidió verse poroso a los estímulos de la ciudad industrializada, en la que brotan con estrépito los influjos del cine,


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la radio y el periodismo escrito. El maestro de la palabra habría sabido identificar la vigorosa naturaleza lingüística de los nuevos escenarios culturales que resultaron del avance tecnológico y la expansión capitalista en el México emergido de la lucha revolucionaria. Esto lo lleva a mimetizar en algunas de sus páginas, por ejemplo, las manifestaciones de la prensa y la publicidad; Arreola subraya así la capacidad que tienen estas dos fuerzas en tanto creadoras de visiones del mundo y de realidades. El anuncio comercial de una compañía, que en su origen se amolda a los prejuicios de la sociedad, también los robustece pues tiene repercusiones en el estrato íntimo de los habitantes. Un expresivo ejemplo lo hallamos en el famoso “Anuncio”, de Confabulario. Una compañía abunda en las bondades de su marca de muñecas de tamaño humano que cumplen con todas las funciones de la amante y la esposa, sin traer consigo ninguno de sus gastos, desventajas e incomodidades. En este ejemplo, destaca la sátira de la complaciente actitud que asume el capitalismo ante las misóginas expectativas de los varones: Donde quiera que la presencia de la mujer es difícil, onerosa o perjudicial, ya sea en la alcoba del soltero, ya en el campo de concentración, el empleo de Plastisex© es altamente recomendable. Al mismo tiempo, el “Anuncio” deja constancia de las consecuencias que los productos ofertados por la publicidad llegan a tener en los consumidores, quienes proyectan en los artefactos sus traumas y necesidades emocionales (“nos acusan de fomentar maniáticos afectados de infantilismo”). Hay en la veta paródica un doble filo: bajo el pretexto de que las muñecas combaten la prostitución y redimen a la mujer de su rebajado estatuto de objeto sexual, el texto exhibe, por un lado, los mecanismos que facultan la eficacia mercantil del capitalismo Y por lo que toca a la virginidad, cada Plastisex© va provista de un dispositivo que no puede violar más que usted mismo, el himen plástico que es un verdadero sello de garantía. Por otra parte, la condición paródica no se revela si no se cuenta con un lector suspicaz que lea entre líneas y que detrás de un ejercicio humorístico atine a desarticular un sistema económico puesto al servicio de una masculinidad educada en la cosificación de la mujer. “Anuncio” es un texto, en el mejor de los sentidos, incompleto: sólo existe en su plenitud si del otro lado de la página está la contraparte de su autor.

EL MAESTRO DE LA MALICIA La ficción de Arreola raramente afirma lo que dice. Sus voces han de ser sopesadas con recelo: a menudo cumplen la función de sugerir más de lo que el narrador en turno sabe o quiere. Arreola es un educador en la malicia: los muchos lenguajes de la modernidad se hallan en la calle o en la radio o en las páginas de un periódico, se manifiestan en el espacio social, compiten por la atención y, en tanto buscan persuadir y engañar, sólo dotado de un espíritu crítico el ciudadano tendrá los elementos para desenmascararlos. Esa lectura desconfiada habrían de instigar los textos proteicos de Arreola en quien se acerque a sus páginas. Los lenguajes oficiales no sólo viven en la calle. También se incrustan en el orbe privado, uniformando y volviendo esquemática la expresión de la vida interior. El primer texto de Varia invención (1949), “Hizo el bien mientras vivió”, ya desde el título hace evidente la facultad de las frases hechas para etiquetar la existencia humana. Un diario personal dibuja la vida cotidiana de un hombre soltero dueño de una empresa, miembro de la Junta Moral, en vías de casarse con una rica mujer viuda. Él acostumbra guiar sus días y noches por preceptos cristianos que juzga universales... hasta que sus anotaciones van haciendo ver cómo caen las imposturas de quienes lo rodean. No es improbable que el lector advierta, antes que el personaje mismo, las dobleces de su entorno. Previamente, el diarista confiesa que escribe en su cuaderno por consejo de su prometida, Virginia, cuyo ejemplo también lo instruye en algo que él sin embargo no cumple: sólo dejar testimonio de lo positivo. “Ella escribe su diario desde hace muchos años y sabe hacerlo muy bien. Tiene una gracia tan original para narrar los hechos, que los embellece y los vuelve interesantes. Cierto que a veces exagera”. Virginia lleva un diario, sí, para embellecer las “cosas desagradables”, pero esto significa querer fijar —con la permanencia a la que aspira la expresión escrita— una noción de la sociedad dominada por la hipocresía y el atropello clasista. El

“ARREOLA HACE UN PRIMER MOVIMIENTO CON LOS TEXTOS QUE MIMETIZAN Y DESNUDAN LOS LENGUAJES OFICIALES, COMO EN ‘ANUNCIO’, O ‘EN VERDAD OS DIGO’ O ‘EL GUARDAGUJAS’.”

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diario exhibe el proceso, en este caso fallido gracias al proceso de anagnórisis que vive el narrador, de interiorización de una moral del decir sustentada en no cuestionar la corrupción, sino en ocultarla. La escritura defendida por Virginia se vuelve cómplice del estado de cosas que ampara los abusivos privilegios de su clase social. La palabra no es en sí buena ni mala; no es rebelde ni reaccionaria por sí sola; está a la merced del sesgo que cada hablante le otorgue. “Hizo el bien mientras vivió” parte de una dicción traicionada hasta llevar al narrador a la revelación de los entramados convenientes de una sociedad que usa el lenguaje para apuntalar la falta de ética y la injusticia. La impostación subversiva de códigos lingüísticos reaccionarios parecería ir en dirección contraria a una de las más famosas afirmaciones del autor: “Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka”. La intermediación que hace su prosa entre los lenguajes oficiales y la realidad del individuo oprimido pondría mayor énfasis en el develamiento de ese tejido de intereses políticos y económicos superpuesto al habla y la escritura, antes que en la manifestación del espíritu, cualquier cosa que entendamos por eso. Es decir, la función sería más política que estética. Hay, podemos decirlo, una expresión virada a lo sublime en “De memoria y olvido”, el texto liminar de la edición definitiva de Confabulario, de donde procede esa cita. Pero la contradicción es sólo aparente.

MOVIMIENTOS DE LIBERACIÓN “Manifestar el espíritu”, suponemos, significaría llegar a la verdad pura y dura mediante la palabra. Sin embargo, para esto se requeriría primero escombrar el muy habitado y sucio jardín de la lengua. Arreola hace un primer movimiento con los textos que mimetizan y desnudan los lenguajes oficiales, como el ya glosado “Anuncio”, o “En verdad os digo” o “El guardagujas” (de Confabulario), en que se satirizan las absurdas búsquedas de un científico y la ineficiencia de una empresa de ferrocarriles, o en varios fragmentos de La feria en que toman la voz los representantes del poder. El siguiente paso implicaría hacer oír la recuperación de la palabra por los hablantes, ya sueltos de los gravámenes que vuelven inmóvil el lenguaje. “La vida privada”, de Varia invención, tiene como narrador a un hombre que se enfrenta a un conflicto: su


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mejor amigo y su esposa tienen, según todos los indicios, una relación adúltera. Los dos probables amantes participan como protagónicos en el montaje de una obra, cursi y unidimensional, llamada La vuelta del Cruzado, y en las representaciones el marido cumple el papel de apuntador. Su historia parecería en un primer momento correr en un problemático paralelismo con la de la pieza dramática, pero el final trastoca cualquier similitud:

Cuando el narrador llega a este momento, se ha evadido de los prejuicios sociales que le exigen, en tanto marido agraviado, una salida violenta. La oposición entre literatura y vida se desvanece, dentro del texto, claro, con un desafío: se trata de una apuesta por la espontaneidad y la improvisación, con lo que se renuncia a la opresión retórica y tópica de la exitosa, por conservadora, obra teatral. En efecto: en la vida verdadera, sin imposturas ni restricciones, todo es diferente: hay libertad, en primer término, para usar la palabra con el fin de defender el derecho a no acatar lo que las convenciones exhortan. Este impulso liberador se puede apreciar en dos relatos de Confabulario: “Una mujer amaestrada” y “Parábola del trueque”. Cada uno de los narradores hace uso de la voz para dejar el testimonio de su proceder atípico, por excepcional, en circunstancias en que se manifiestan patrones de dominio viril sobre la mujer. Ambos intervienen; rompen con la pasividad reinante; se distinguen por una conducta anómala. En “Parábola del trueque”, un mercader recorre las calles de un pueblo lanzando el grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!”. El narrador es el único varón del pueblo que, a pesar de verse tentado, no acepta el trueque. Su decisión lo vuelve objeto de mofa entre sus vecinos, y también despierta la suspicacia y el regaño de la esposa, quien se siente culpable, inferior: “¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado!”. Al poco tiempo, la estafa se descubre:

Foto > Especial

En el último acto Griselda alcanza una muerte poética, y los dos rivales, fraternizados por el dolor, deponen las violentas espadas y prometen acabar sus vidas en heroicas batallas. Pero aquí en la vida, todo es diferente. Juan José Arreola.

Las rubias comenzaron a oxidarse... Lejos de ser nuevas, eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuántas manos... El mercader les hizo sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan bajo y tan delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias.

“LA FERIA BUSCARÍA SU TEMPLE ORGÁNICO, SU CARÁCTER MÁS ESPECÍFICO, EN LA APUESTA POR UNA CONVIVENCIA DE VOCES EN QUE NO SE BORRE LA NATURALEZA CONFLICTIVA DE LA CONVIVENCIA SOCIAL.”

“Parábola del trueque” es un relato genial por varias razones. Primero, sin rodar hacia el fácil panfleto, hace la punzante sátira de una masculinidad perennemente ávida de juventud y belleza en la mujer. Hay, además, una aprehensión de la confluencia que se da entre misoginia y racismo. Sobre todo, me interesa la dicción vívida y flexible del narrador, que va de la mano de la libertad con que él mismo actúa fuera de los consensos machistas de los demás varones. Su conducta parecería depender menos de la fidelidad a su esposa que de la inmovilidad rebelde ante una transacción sospechosa y, sobre todo, de fondo, inmoral.

LA NOVELA DE TODOS Ejercicio más elocuente y ambicioso es La feria, novela coral en que la palabra aspira a asumir casi todas las formas. Hay aquí diálogos, cartas y edictos en que las estructuras del poder y el dinero —el Estado, la Iglesia, los terratenientes— hacen una manifestación enfática de sus afanes y aspiraciones de dominio, en relación con la propiedad de la tierra, uno de los temas nucleares de la obra, mientras avanzan los preparativos para la gran fiesta anual, dedicada a San José. La acción ocurre en Zapotlán, pequeño pueblo jalisciense, en la época posrevolucionaria. El problema agrario tiene fuertes raíces en la era colonial; esto —y muchas cosas más— lo sabemos gracias a que en La feria también está la voz de los pobres, los pequeños comerciantes, los indígenas, en suma: las víctimas y los testigos, a través de vivos diálogos y deposiciones que sirven como la contracara de los alegatos que lanzan los agentes del poder. El caleidoscopio verbal de La feria se logra por la alternancia de una serie de historias que se desarrollan simultáneamente a lo largo de un año, gracias al recurso del fragmentismo. Arreola afirmó en una ocasión: “he tratado de expresar fragmentariamente el drama del ser, la complejidad misteriosa del ser y estar en el mundo”. En su estudio ya canónico sobre Arreola, Un giro en espiral, Sara Poot Herrera ha señalado cómo “el fragmento produce la entrada de la oralidad en el texto”. El autor

de La feria habría hecho un trabajo de curaduría teniendo como estrategia el ensamblado de una pedacería de voces. Esta dialéctica entre voces de fuerzas opuestas confiere a La feria una vitalidad dramática que, si bien no deriva en la resolución del conflicto por la tierra, hace ver al lenguaje como la arena en que el poder y sus críticos cimientan el devenir y la interpretación de la Historia con mayúscula. La feria es una novela sobre la lucha social que se da por la tierra y por la fiesta en el terreno de la palabra, en la oralidad no menos que en la escritura. El efecto es revelador: novela sin centro, La feria democratiza la creación de la diégesis, vuelve horizontal y múltiple el punto de vista. En sus páginas ocurre lo que en las calles de Zapotlán durante los días de feria: Ahora se ve mucha revoltura y la gente del pueblo ha transgredido la barrera social con evidente insolencia. Como sería penoso y difícil llevar el caso ante las autoridades, y menos en estos días de feria, las personas distinguidas han optado por abandonar el campo en vez de someterse a esta intolerable y mal entendida democracia. Mediante la diatriba y la aclaración, la queja y la burla, un tropel de voces populares destruyen el monopolio que el poder podría ambicionar sobre la fijación de las versiones en torno del pasado y el presente: Yo estoy indignado. Esa fiesta tan lujosa es un verdadero insulto a la población. No se hizo más que para los ricos, que a la hora de la hora y como siempre, se colgaron los galones. Iban vestidos como príncipes, de frac y con sombrero montado. Yo los estuve viendo entrar. El más ridículo de todos fue don Abigail, con su traje de Gran Caballero de Colón. Parecía que todo le quedaba apretado. Lástima que no fuera Sábado de Gloria, porque daban ganas de tronarlo así, vestido de mamarracho. La feria vive en una valoración paradójica, en una suerte de limbo genérico. Es la novela inusual —díscola, rupturista— de un autor de minificciones y cuentos que a menudo rayan en lo perfecto. Artefacto que con énfasis se aparta de lo convencional y reniega de las etiquetas sancionadas por la tradición, La feria buscaría su temple orgánico, su carácter más específico, en la apuesta por una convivencia de voces en que no se borre la naturaleza conflictiva de la convivencia social. No es difícil advertir en sus páginas, pues, un aliento de rebeldía y crítica. La abundancia rijosa y carnavalesca de voces demuestra cómo, ante el hieratismo del poder —ante la frialdad y la mentira del artículo periodístico o el documento legal, dos de sus foros privilegiados— en la vida todo es diferente. La agudeza y espontaneidad de la gente común en su uso del lenguaje ofrece la visión de una realidad más festiva y abierta: la de la vida verdadera, un río suelto de historias, agravios y anhelos, ímpetus y pregones gozosamente liberadores. C


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Presentamos una muestra del trabajo de Manuel Illanes (1979), poeta chileno —residente en la Ciudad de México— que ha publicado títulos como Tarot de la carretera (2009), Crónica de Tollan (2013) y Memorias del inframundo (2016). Incluido en la antología Residencia temporal: seis poetas chilenos en México (Aldus, 2016), nos comparte aquí tres poemas inéditos.

PA R A Í S O I N C . Y O T ROS P OE M A S MANUEL ILLANES

PARAÍSO INC.

maras y zambos para el pozole,

EL DIFÍCIL ARTE DE INVOCAR A LOS MUERTOS

Corriendo detrás

la migra sigue

de unos vagones oxidados,

el hedor de nuestros

un cascajo rodante

pantalones cagados.

La vida es un sueño,

que galopa hacia Paraíso Inc.

Hay que correr

un vértigo del que despiertas

La tierra prometida es un

entonces, saltar

ahogado en sangre.

campo de naranjas en Salinas,

lo más alto que se

Tantas veces leí esa

California, una cueva de braceros

pueda, abrazarte

sentencia a sombríos estoicos.

que nos guiña desde lejos.

de los sucios costados

Tantas, a borrachos

Agazapados entre la maleza,

de La Bestia si no

perdidos descubrir

el pulso y la voluntad

quieres acabar

el abismo cuando

sometidos al tam tam

como un montón

la madrugada nos tendía

que multiplican los musgosos

de basura apilado

sus escalofriantes redes.

rieles —un bisonte que cruza

al borde de los rieles,

Brotaba entonces el llanto,

los caminos con su carga

con tu rostro vacío

el tartamudeo, aquilatábamos

rotunda de metecos. Agazapados

arañando la tierra.

a la noche en su real peso.

en la maleza por días, corriendo

Toda esa mascarada

todo el tiempo, corriendo

Hay que seguir

que el cansancio entierra

detrás de unos vagones

corriendo detrás

profundamente en el olvido.

de unos vagones oxidados

Tantas y tantas veces

todo el tiempo, todo

el lugar común acusándonos.

oxidados. Pero también huyéndole

el chingado tiempo

al largo etcétera del hambre,

corriendo para no

No había visto a Víctor

a los latigazos del hielo

ser carne de fosa,

en mucho tiempo.

cuando el bisonte

para llegar a Paraíso Inc.

Demasiada realidad

se detiene y pasta

que soportar.

entre la neblina de la sierra.

Adoraba llegar de improviso

Los coyotes andan

a La Esperanza y disfrutar

cerca cazando

del vacío de las cuatro


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de la tarde un jueves cualquiera.

de un poema que el polvo

calcinados de conquistadores

Sólo el sol arando

despreciará pero no

que la mayoría de la gente

el piso del salón,

mi vana memoria.

ignora o recuerda apenas

los libros y una Victoria, naturaleza muerta

como el primer día de clases

sobre la limpia mesa.

de hace tantos, tantísimos años.

Dominando el gran espejo entre botellas de mezcal y tequila relucientes

PAISAJE CON RUINAS (DE FONDO UN LARGO, LARGUÍSIMO AULLIDO)

Víctor se erguía silencioso.

Sólo las caricias de Circe, el silencioso deambular de los gatos por el 201 A

Como un signo

Como una vieja y descolorida

de interrogación

fotografía, aquella brumosa

surgido de la nada.

del poeta y los árboles desaparecidos

Su cabello engominado,

te salvan de la completa soledad. Y cómo odias escuchar el llanto del bebé

canoso, parecía ocultar

en la barranca sin memoria,

una edad imprecisa,

Rimbaud, Harar, circa 1883:

una sombra creciente

así tu vida en México.

que su conversación espantaba.

de tu vecina espantando la ebriedad del sueño cada medianoche. Y cómo

Voz gastada entre las calles de Tepito.

Vitiligo en las manos,

Solíamos hablar de viejos

deudas que abruman,

éxitos de Emmanuel.

los trepanados de Capital

de tus zapatos sobre el suelo mojado.

para una productora

reunidos cerca de la Iglesia

Pero no exageres: recorrer

independiente.

invocando al thinner cada tarde.

el callejón de libros de Balderas

Sobre la malicia

Vives del exilio, de nombres

para beber unas cervezas

caminar con la planta rota

Del corto que grabó

que urge para ser chilango. La antigua cantina

con Gonzalo bien valen

dormitaba mientras.

la extranjería. O tomar

En una mesa cercana,

un autobús cada vez

casi siempre, dos jugadores de dominó homenajeaban

que te dé la gana hasta

a Bergman y su Séptimo Sello

Calixtlahuaca para perderte

enfrascados en un duelo

todo el día ahí mirando

épico sólo para matar el tiempo.

como un condenado las piedras. Como un bobo, las piedras.

No había visto a Víctor

Recuperar el asombro.

en mucho, mucho tiempo. No exageres: sacar Pienso en Gilgamesh,

una fotografía, una tan solo,

en Enkidu entregado

al paisaje con ruinas. Y de fondo,

sin compasión a los gusanos, en ese lugar común que somos: algunas líneas emborronadas

un largo, larguísimo aullido.


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09

CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 7 Dilecto lector: nos acercamos a ti en mitad de esta selva de textos, librerías, editoriales, autoras, editores, narradoras, poetas y libros, para decirte bajito que entendemos que la exuberancia vegetal puede ocultarnos el bosque; pero que nosotros, desde estas páginas, intentamos desbrozar el terreno y señalar el movimiento cuentístico

que late por debajo de la piel de esta tierra letrada, letra.herida y proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos donde recogemos voces y texturas con la idea de obtener una muestra de lo que se cuece a lo largo y ancho de este país nuestro. —Edson Lechuga, coordinador

T E M P OR A DA DE CA ZA LOLA ANCIRA (Querétaro, 1987)

La crueldad tiene corazón humano y la envidia humano rostro; el terror reviste divina forma humana y el secreto lleva ropas humanas. William Blake

P

or tercera vez durante esa ronda nocturna Joaquín había dado en el blanco. Ejemplares de una liebre, un tejón y ahora una tortuga —a la que por mera imprudencia le atravesó la cabeza con una saeta—, eran el botín dentro del grueso costal que cargaba Néstor, su padre. Pronto sería la una de la mañana y la temperatura descendía sin tregua con la única intención de defender lo suyo. Néstor no tardó en ordenar que volvieran a la camioneta, ya examinarían al otro día dichos especímenes para determinar cuáles conservarían. La extensa zona desértica de los alrededores de Samalayuca era perfecta para las primitivas prácticas en las que ambos estaban inmiscuidos. Néstor, en diversas ocasiones, le había contado que durante su juventud solía cazar más por necesidad que por gusto. Cuando le hablaba de aquella época, lo hacía con una voz ambigua, con la indiferencia de quien relata desgracias tan remotas como los siglos. Afirmaba que desde esos días le quedó el hábito por llevar siempre cualquier tipo de arma y el gusto por elegir a sus presas, pero, sobre todo, aprendió a palpar y contemplar la muerte. Néstor también solía recordar cómo, después de que su propio padre y sus dos hermanos mayores viajaron al norte, él, su hermana

pequeña y su madre empezaron a recibir cierta cantidad de dólares con regularidad. Lograron mudarse a una zona de construcciones mucho más amplias y, durante más de una década, las llamadas, cartas y fotografías se empeñaron en ocultar la distancia y el vacío que comenzaron a ganar terreno. Tampoco había olvidado que en aquellos años parecía existir sólo una forma de pasar el tiempo muerto en ese arenal infértil: en un exceso de cualquier tipo que, mientras para la mayoría significaba la embriaguez, para otros como él radicaba en el acecho. En el transcurso de vuelta a casa, Néstor no perdió la oportunidad para mencionar que esa neblina que estaban atravesando volvía cada año, durante la misma fecha, para evitar que olvidara a los de su sangre. La reconocía, en ella viajaban susurros y era tan densa que la podía oler y sentir. Sus palabras se entrelazaban en la cabina en la que penetraba el silencio eterno del desierto dando vida a un nuevo relato que describió cómo su hermana fue declarada desaparecida dos semanas antes de su cumpleaños número veinte. Cómo, la noche envuelta en amargura de un sábado similar a éste, ella no regresó a casa, y cuánto se especuló

“CUANDO ELLA ENTRÓ, ÉL TENÍA PREPARADA EN SU ESCRITORIO UNA 9 MM CON SILENCIADOR. LE DIJO QUE ERA SU NUEVA ADQUISICIÓN Y ELLA SOLAMENTE ESBOZÓ UNA SONRISA.”

al respecto. Nunca la culpó por haber huido del hastío, pero sí de dejar en su lugar una pena tan profunda, que terminó por asfixiar a su madre. Desde que se quedó solo, sentía cómo el odio que albergaba crecía poco a poco, y para él no existía otra culpable: si su hermana sufrió un final abominable y su cuerpo yacía desfigurado en alguna fosa común clandestina, era mejor no saberlo. Néstor comenzó a viajar a Gómez Farías. Ganó varios concursos anuales de caza y pesca, conoció un círculo social nuevo y la taxidermia. Por su destreza y puntería con el arco, formaba parte de un grupo selecto de cazadores que se reunía todos los viernes por las noches en diferentes zonas protegidas del desierto chihuahuense. No tardaron en ofrecerle el cargo de concejal de Seguridad del Ayuntamiento del Municipio de Juárez, función que ejerció por diversos períodos. Durante esa buena racha buscó un nuevo hogar en una zona residencial y a la mujer con la que procrearía. A los dos meses de la boda civil, celebrada durante tres días y sus respectivas noches, esperaban a Joaquín, su primer hijo. Todo transcurrió con aparente tranquilidad hasta que el niño cumplió dos años, cuando su esposa le anunció que estaba embarazada de nuevo, pero esta vez de una niña. Tras la noticia, no pudo más que esperar a que anocheciera. Luego de acostar al niño, llamó a su esposa al ático, el único espacio de la casa que estaba reservado para su colección de armas de fuego, arcos y ballestas. Cuando ella entró, él tenía preparada en su escritorio una 9 mm con silenciador. Le dijo que era su nueva adquisición y ella solamente esbozó una sonrisa. Como cada que se alteraba, empezó por recordarle


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su gran parecido con su difunta hermana. Néstor le pidió entonces que se acercara, que tomara el arma para sopesarla, para sentir el acero frío y apreciar toda su belleza como era debido. En cuanto ella la tocó, él le mostró cómo sostenerla correctamente y llevó con firmeza la mano con el arma hasta su sien. La reacción de ella fue retirar lo más rápido posible el arma, que se disparó al aire por el forcejeo con su esposo, pero él logró controlar la situación y hacer que el siguiente disparo se alojara en el lugar preciso. Dejó el cadáver sobre una de las alfombras turcas y realizó las llamadas pertinentes. Una hora más tarde el levantamiento del cuerpo se realizaba tras el debido papeleo. La causa de la muerte se determinó como suicidio. De sus primeros años, Joaquín tiene recuerdos muy vagos, pero las imágenes que no lo han abandonado son las de aquellos magníficos ejemplares disecados en el ático al que subió en contadas ocasiones y siempre de la mano de su padre. Esa habitación era el diorama perfecto de una pesadilla: las sombras por los cambios de luces, tanto naturales como artificiales, creaban fantasmas más atroces que las figuras de las que se desprendían, y siempre que daba algún paso dentro de ese infierno imponente que no por ser ficticio era menos aterrador, presentía una amenaza en todas y cada una de esas bestias, incluso en las más pequeñas. Joaquín era poco expresivo y su autoritario padre reprimía todo signo de inconformidad respecto a cualquier tema, pero pensó por primera vez que quizá no eran tan parecidos cuando, durante la temporada anterior, experimentó un agudo malestar tras la orden de atravesar el pecho de una liebre que se había detenido a unos metros de distancia. Era la primera vez que le dispararía a un ser vivo. Los solemnes trofeos de su padre parecían haber muerto de la manera más pacífica a pesar de las expresiones feroces de algunos, no atravesados por flechas ni desangrados en un charco tibio y oscuro que ensuciara sus hermosos pelajes. Sabía sin duda que fueron cazados, pero ser consciente de que el siguiente de la colección dependía de su puntería le reveló el proceso del que ahora formaría parte. Al disparar la saeta, ese malestar se combinó con una ligera sensación de poder que lo abarcó todo. Hasta ahora, sólo había una muerte que aún le dolía recordar: la de una zorra del desierto a la que encontraron tirada entre las hierbas heladas y en cuyo abdomen notaron una gran protuberancia. Debía estar en la última semana de gestación. Su padre, sin inmutarse, sacó su navaja militar y la liberó de la hinchazón sin pensarlo dos veces. Brotaron cuatro pequeñísimos bultos en sus respectivas bolsas amnióticas que apenas se movieron. Néstor metió el cadáver de la madre en el costal, se puso de pie y se marchó sin decir una palabra. Joaquín, aún inmerso en sus pensamientos, no pudo más que observar. Sabía que su padre no cambiaría

“LO QUE SIEMPRE ESTUVO PRESENTE EN SU MEMORIA FUERON LOS ARCOS Y LAS BALLESTAS CADA VEZ MÁS SOFISTICADOS QUE RECIBÍA DURANTE CADA CUMPLEAÑOS Y SUS RESPECTIVAS DIANAS EN SUS BLANCOS DE TIRO.”

LOLA ANCIRA es autora de Tusitala de óbitos (Pictographia Editorial, 2013) y ha escrito cuentos y reseñas literarias para diferentes medios electrónicos e impresos.

de parecer sin importar sus objeciones, así que tomó uno de los bultos y lo escondió en su chamarra. Corrió enseguida tras él. Al llegar a casa y resguardarse en su cuarto, abrió el saco de líquido y observó durante varios minutos a ese indefenso ser. Lo lavó lo mejor que pudo en el cuarto de baño y lo guardó en una pequeña caja de madera recubierta por terciopelo rojo que antes albergó los puros de su padre, y lo colocó en uno de sus libreros, justo en el estante superior donde había escondido a dos gatitos de días de nacidos para que su padre no los encontrara, que fallecieron por falta de oxígeno. Decidió conservarlos ahí a pesar de una leve pestilencia que desapareció con los días. Lo que siempre estuvo presente en su memoria fueron los arcos y las ballestas cada vez más sofisticados que recibía durante cada cumpleaños y sus respectivas dianas en sus blancos de tiro, pero este año lo primero que vio al despertar fue un arma con mirilla decorada con un enorme moño azul al lado de una caja de municiones sobre su cama, junto a él. Ésta sería su segunda temporada de caza en época invernal y finalmente tendría oportunidad de dejar las flechas. Al pasar tres semanas, Néstor le dijo a Joaquín que solamente darían una vuelta por la ciudad. Sería una noche especial en la que no estaba contemplada ninguna reserva ecológica. La diferencia más notoria con sus otras rondas nocturnas era el exceso de iluminación y los múltiples sitios que podrían —y debían— ser usados como escondites. Como en cada ocasión, Joaquín sabía que buscarían al mejor ejemplar de alguna especie.

Su padre condujo hasta una zona un poco alejada. Podía distinguir las siluetas de algunas mujeres de pie bajo la luz de las farolas públicas, rechazando la seguridad de las tinieblas. Algunas destacaban por sus movimientos nerviosos, otras se mantenían en el mismo sitio exhalando su inquietud en forma de humo. Se detuvieron a una distancia prudente, la necesaria para no llamar su atención. Néstor se giró un poco hacia los asientos traseros para tomar algo. Cuando volvió a su posición, Joaquín vio que llevaba su nueva arma con mirilla en las manos. La ajustó en el ángulo preciso y le pidió que mirara lo que había enfocado. Joaquínmovió un poco el arma y lo primero que vio fueron unos tacones altos y unas piernas torneadas. Fue subiendo hasta descubrir un cuerpo estilizado y enfundado en un vestido corto, rojo y brillante. Esa hermosa mujer le recordó a Asterión, el agotado minotauro, e imaginó que en realidad su redentor no debió ser un hombre, sino una centáuride que podría haber cambiado su percepción sobre la existencia solitaria a la que fue condenado. Entonces su padre habló: —Joaquín, te traje hasta aquí por una sola razón. Sabes que tu madre nos abandonó y que mi hermana desapareció, pero no que llevo años buscándolas en estas malditas calles, y cada que creo tener la oportunidad de frenar su huida, lo hago. No me creerías la cantidad de veces que las he visto y les he disparado, y conoces mi puntería. Pero siempre regresan, siempre vuelven un poco cambiadas, aunque bajo todas esas formas siguen siendo las mismas. Ya tienes edad para ayudarme, quizá los dos juntos logremos atraparlas por fin. Tal vez este día sea el indicado, tal vez están esperando que seas tú quien las capture. Con cada palabra algo dentro de Joaquín se transformaba. Sus ojos se humedecieron y varias lágrimas surcaron el rostro imberbe, y a los sentimientos ya conocidos se les sumó el privilegio de la venganza. El semblante de la mujer castaña que tenía en la mira poco a poco fue adquiriendo los rasgos difusos que llevaba en el recuerdo y que conservaban algunas viejas fotografías guardadas en lo más recóndito de la habitación de su padre. Bajó la ventana del auto lo suficiente para asomar la mirilla del arma y la volvió a enfocar. Accionó el gatillo y escuchó una discreta detonación al tiempo que su blanco se desplomaba.


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EL SÍND RO ME BA RNE Y PA N O FSK Y

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

H

ace unas semanas mi mente me jugó una broma que me dejó helado. Guaché un post, como ocurre a veces en Internet, al vuelo, que anunciaba la muerte de Gary Moore. Obvio me desmoroné. Gary es uno de mis héroes. La portada de Still Got The Blues, un morro en su habitación practicando con su guitarra con un póster de Hendrix colgado en la pared, describe mi juventud a la perfección. Ese puberto soy yo, pero en lugar de la guitarra tenía una máquina de escribir y a Henry Miller en la puerta de mi habitación. Le di click al enlace y leí la nota completa. Gary había muerto en una habitación de hotel en España. No se especificaba la causa del deceso, pero no es difícil llegar a una conclusión. Gary se fue como los grandes. Como una estrella de rock. De un pasón. O una congestión alcohólica. Durante una etapa de mi vida escuché su música de manera obsesiva. Su muerte me bajoneó a tal grado que corrí a decírselo a una raza con la que me reúno a vinilear cada tanto. Entonces vino ese cubetazo de agua fría que me puso a tartamudear. Resulta que Gary había muerto hace años. Incluso, me aseguraron, nos pusimos una mega peda en el Chalio’s Bar oyendo sus discos. Incrédulo, releí la nota, poniendo toda la atención del mundo, y tenían razón. Gary Moore murió en 2011. Cómo puede ser posible que no lo recordara. Ni la peda que celebramos en su honor. Qué sacadón de onda. Desde entonces no he podido dejar de pensar en lo acontecido. Lo primero que me vino a la mente fue Barney

SI FUERA FUMADOR SEGURO YA HABRÍA OLVIDADO APAGAR UN CIGARRO Y HUBIERA MUERTO ASFIXIADO POR EL HUMO DE UN INCENDIO.

El sino del escorpión

Panofsky, el protagonista de La versión de Barney, novela de Mordecai Richler. En una parte, Barney pasa frente a un museo y ve un anuncio de la exposición de uno de sus amigos. Arriba a su oficina y habla con el personal de la empresa y les dice que el pintor está en la ciudad. Insiste tanto que uno de sus empleados tiene que recordarle que su amigo está muerto. Que el mismo Barney cargó el ataúd durante el entierro. En resumen: Barney tiene Alzheimer. No estoy asustando, simplemente azorado. Puedo olvidar miles de cosas, pero no algo relacionado con la música. Es mi vida. Tengo 39 años. Y por mucho que me cueste aceptarlo: creo que tendré Alzheimer en un futuro. Espero que no demasiado pronto. Olvidar la muerte de Gary Moore no es un hecho aislado. Más de una ocasión he dejado la estufa prendida. Se me olvida sacar la ropa de la lavadora. En ocasiones no consigo precisar qué era lo que iba a buscar en Internet. Algo me tiene tranquilo, que lo que tengo que escribir no lo olvido. Pero ¿y si luego me sucede? El asunto me intriga, no por la enfermedad, no sería el primero, si no porque al parecer el promedio de vida cada vez se acorta más. Es imposible ganarle la batalla a las enfermedades crónicas degenerativas, pero insisto, tengo 39 años, no chinguen. La generación que me precedió estaba hecha de una mejor madera que la mía. Y veo que mis cogeneracionales sufren padecimientos de manera más temprana. Y la generación que me sucede está peor, gente que a los 29 años tiene glaucoma, los

hipertensos a los 23, etcétera, es un alivio para mí no ser un fumador. De madrugada, cuando despierto para beber agua u orinar, me asalta la idea de que si fuera fumador seguro ya habría olvidado apagar un cigarro y hubiera muerto asfixiado por el humo de un incendio. Por supuesto que dudo de mí, pero no se trata de un caso de hipocondría, se acumulan tantos olvidos que me hace sospechar que sean simples distracciones. Si no existieran los teléfonos celulares andaría para todos lados con una libretita. Antes no había necesidad. Era capaz de memorizar toda clase de datos. Era una enciclopedia del rock andante. Años de grabación, productor, músicos, sabía todo sobre mis discos favoritos. Y no se diga la letra de las canciones. Ahora no me acuerdo que metí un pan a la tostadora hasta que empieza a oler a quemado. No hay drama en todo esto. Es simplemente el cuerpo y el cerebro haciendo su trabajo. “Search and destroy”. Por eso siempre que me voy a burlar de un hipertenso lo pienso dos veces. No sea que ese “coin” también esté destinado para mí. Como todos, me la paso fantaseando con mi muerte. Un accidente de carro, una sobredosis. Una muerte espectacular. Qué aburrido morir de viejo. Pero lo más probable es que tenga una muerte sin chiste. Como ocurre con el Alzheimer. Pierdes la memoria hasta que tu cerebro olvida que tu corazón tiene que latir y entonces el órgano se detiene. Ojalá me equivoque. Ojalá y tenga una muerte más digna. Me gustaría morir como Gary Moore.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Dos erratas y un “hijo de puta” DESDE SU OQUEDAD en el muro el alacrán observa a la farándula literaria mexicana sacudida, contrapunteada y cruzándose insultos en torno a la Fundación Juan Rulfo y sus decisiones radicales para proteger la obra, la historia literaria y vital, el legado y la imagen misma del prosista mexicano más trascendente del siglo viejo. El venenoso ha leído las participaciones de los titulares de la Fundación, creada en 1996, en la discusión sobre los “malos entendidos” y enigmas alrededor de la vida y obra del novelista: la génesis de Pedro Páramo, si Alatorre y Arreola le ayudaron a editar la novela, sus influencias literarias, su papel en el Centro Mexicano de Escritores, sus años como empleado de una llantera, de la Comisión del Papaloapan o del Instituto Nacional Indigenista y más.

El artrópodo recuerda incluso el escándalo de 2005, cuando la Fundación exigió el retiro del nombre de Juan Rulfo del premio otorgado por la Feria del Libro de Guadalajara, pues se decidió entonces entregarlo al poeta Tomás Segovia, quien había hecho comentarios denigrantes (a juicio de la familia de Rulfo) sobre el autor de El llano en llamas. La Fundación optó entonces por registrar el nombre del autor como propiedad intelectual. Ello le permitió negarse a participar en los homenajes oficiales de este 2017 por el centenario de Rulfo, y por su lado organizar encuentros y publicaciones celebratorias. La reacción del medio cultural fue dividida, pero el alacrán suscribió aquí a principio de año su resistencia a ver a Rulfo oficializado en manos de los funcionarios del régimen, cuando su familia se ha negado incluso a trasladarlo

a la Rotonda de las Personas Ilustres por no hacerlo broncíneo e inalcanzable. El rastrero ya presiente los insultos, pero continúa esta historia hasta la reciente retirada de la Fundación y los hijos de Rulfo de una celebración en la Feria del Libro y la Rosa de la UNAM, por estar programada una presentación del libro de Cristina Rivera Garza Había mucha neblina o humo o no sé qué, extenso e interesante viaje personal en la vida y obra de Rulfo, pero el cual, a juicio de la Fundación, revive los “malentendidos” sobre el autor, además de tener dos inexplicables erratas y poner en voz de Rulfo un inverosímil “hijo de puta”. Al fondo de su nido, el escorpión celebra, no obstante, la nueva discusión de la obra, el misterio y los “malentendidos” en torno a nuestro más enigmático escritor.

SU FAMILIA SE HA NEGADO INCLUSO A TRASLADARLO A LA ROTONDA DE LAS PERSONAS ILUSTRES POR NO HACERLO BRONCÍNEO E INALCANZABLE.


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ARQUEOLOGÍA DE LA MEMORIA ARTIFICIAL REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

Ilustración > Agustín Ramírez

E

n su formidable ensayo acerca de la conciencia, Antropología del cerebro, Roger Bartra dedica un capítulo a la memoria artificial, y menciona los invaluables recursos tecnológicos usados para complementar la función cerebral: bibliotecas, hemerotecas, depósitos inconmensurables en las redes informáticas. Hoy en día, estas redes de la memoria artificial son un espacio virtual para perdernos y encontrarnos. Buscando los orígenes de esta maquinaria, el doctor Bartra rastrea la técnica conocida como mnemotecnia griega, hasta llegar a la figura de Cicerón. El célebre orador romano aseguraba que la memorización se facilita cuando una lista de nombres, objetos o ideas son ordenadas visualmente en un espacio tridimensional. En su obra De oratore, describe uno de los posibles orígenes del arte de la memoria: la famosa historia de Simónides de Ceos, un poeta cuya vida transcurrió entre los siglos VI y V a.C. Simónides asistió a una cena de gala. Se retiró temprano del evento. Esa noche, el edificio entero donde sucedía la cena sufrió un colapso. En los días siguientes, los trabajadores recogieron los escombros y encontraron los cadáveres de los asistentes a la cena completamente desfigurados. Era imposible reconocerlos. Simónides visitó el escenario y reveló la identidad de los invitados: si fue capaz de hacerlo, no se debió al uso de habilidades superiores de percepción o métodos forenses para la reconstrucción de rostros. Simplemente recordaba los nombres de los muertos a partir de su posición en la mesa. La caída del techo fue tan abrupta que los comensales no pudieron huir: murieron ordenados espacialmente, tal y como se encontraban en el último evento de sus vidas. El episodio podría ser una leyenda, pero cuatro siglos después Cicerón inmortalizó a Simónides como inventor del arte de la memoria. La neuroanatomía funcional permite construir hipótesis inimaginables en tiempos de Cicerón o Simónides. Hoy podemos plantear que la mnemotecnia, basada en el arreglo espacial de palabras y conceptos, sería el resultado del trabajo conjunto de los dos hemisferios cerebrales. El hemisferio derecho contiene regiones especializadas en el procesamiento de la información espacial, mientras que el hemisferio izquierdo procesa datos para el almacenamiento y la recuperación de la memoria verbal. ¿Es posible que el trabajo integrado de ambos hemisferios aumente el poder efectivo de la memoria? Mediante el trabajo bihemisférico, ¿la mnemotecnia griega hace más eficiente el trabajo de codificación de la información, y por lo tanto optimiza su recuperación? Durante el auge de las culturas griega y romana, no sólo era imposible conocer la respuesta: la pregunta misma

nunca fue formulada, porque los conocimientos anatómicos eran realmente precarios. En su Breve historia de la medicina, el patólogo y ensayista Francisco González Crussí nos recuerda la decepcionante situación de la anatomía en la antigüedad grecorromana. Hipócrates, padre de la medicina, no parece haberse ocupado del tema anatómico. A pesar de no ser médico, Aristóteles desarrolló un “notable sistema de conocimiento anatómico basado en disecciones de animales, aunque por lo general se reconoce a Herófilo de Calcedonia y a Erasístrato de Ceos el trabajo pionero en la disección de cuerpos humanos.” González-Crussí nos relata el recurso legal mediante el cual se realizaban esas disecciones. Las desdichadas víctimas eran lentamente abiertas, mientras sus temblorosos órganos sangraban al ser expuestos, palpados e inspeccionados, todo ello en medio de desgarradores gritos de dolor y bajo la fría mirada de los anatomistas, sus alumnos y ayudantes. Los reyes de Alejandría entregaron legalmente a los criminales condenados a muerte como un regalo para los anatomistas. De esta manera, la disección se realizaba en vida, según el ideal aristotélico de que el verdadero conocimiento de la estructura corporal debe realizarse en un organismo viviente. En su forma abstracta, este principio de Aristóteles es una poderosa guía filosófica, pero su realización práctica perturba, sin duda alguna, la sensibilidad de los lectores contemporáneos. Desde los tiempos de Simónides, pasaron más de dos milenios antes de que la medicina y las ciencias biológicas empezaran a tener conocimientos precisos acerca de la anatomía de la memoria. A pesar de esta falta de

LA MNEMOTECNIA, BASADA EN EL ARREGLO ESPACIAL DE PALABRAS Y CONCEPTOS, SERÍA EL RESULTADO DEL TRABAJO CONJUNTO DE LOS DOS HEMISFERIOS CEREBRALES.”

desarrollo científico, los poetas (quienes debían aprender poemas épicos de gran extensión, como La Ilíada o La Odisea), los actores (encargados de entretener al público con las obras de Sófocles o Esquilo), pero también los abogados y los políticos, llevaron a la mnemotecnia a un desarrollo extraordinario. En suma, los retóricos en su conjunto movían al gran público mediante la oratoria, en ciudades tan agitadas como Atenas o Roma. Irónicamente, esta ingeniería de la mente estaría en el olvido, de no ser por el ensayo definitivo sobre el tema de una académica británica, Frances Yates. En nuestros días, su estudio ofrece claves interesantes para el entendimiento lógico y experimental de las capacidades humanas de memorización. Así lo plantea Bartra en La antropología del cerebro. Bartra se detiene en un detalle: además del modelo visual tridimensional, arquitectónico, en el cual se basaban los ejercicios grecorromanos de memorización, se consideraban de gran importancia las marcas que se asignaban a cada espacio. Es decir, imágenes o marcas activas, capaces de fijarse en la memoria al dejar huellas emocionales gracias a su carácter extraordinario, grandioso, increíble, ridículo, inusual, deshonroso o bajo. Estas marcas debían mover las emociones por su singular fealdad, belleza excepcional o carácter sorprendente. La técnica consistía en imitar artificialmente a la naturaleza, pues se partía de que los sucesos cotidianos ordinarios suelen olvidarse, mientras que los acontecimientos extraños, nuevos y maravillosos se retienen en forma natural en la memoria. Este énfasis en lo ridículo, lo deshonroso y lo bajo, como catalizadores del proceso de memorización, prefiguran las investigaciones contemporáneas acerca del papel de la emoción en la inscripción neural y en la recuperación de datos. Durante la vigilia ocurre un marcaje emocional de las experiencias sobresalientes, y durante el sueño, especialmente en la fase de movimientos oculares rápidos, estas experiencias se reeditan para consolidar la información en nuestras redes neurales. El motivo de una nueva decepción social consiste en que esta maquinaria orgánica exquisita, dedicada al procesamiento de datos, y optimizada mediante el arte de la memoria, tiene una preferencia malsana por lo ridículo, lo bajo, lo deshonroso. Sospecho que los infortunios grotescos de nuestra sociedad del espectáculo serán inolvidables. C


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