Elena Garro ¦ Salvador Elizondo

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FERNANDO IWASAKI PL ANETA SUBPRIME

CARLOS VEL ÁZQUEZ

MALDITAS SERIES DE TELEVISIÓN

ESGRIMA

CARMEN BOULLOSA

El Cultural N Ú M . 1 0

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

ELENA GARRO TEXTOS RECOBR ADOS

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SALVADOR ELIZONDO

EN TORNO A FAR AB EU F Conversaciones con Alejandro Toledo

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El Cultural SÁBADO 22.08.2015

Este 22 de agosto se cumplen diecisiete años del fallecimiento de Elena Garro (1920-1998), cuya obra más conocida, Los recuerdos del porvenir (1963), significa un momento de revelación y por lo tanto —al igual que Farabeuf (1965)—, un registro distinto en las letras mexicanas de la segunda mitad del siglo xx. Presentamos una serie de escritos de Elena Garro que sólo se difundieron en una edición de doscientos ejemplares publicada en 2009. El Cultural los rescata con la autorización de Jesús Garro, albacea de este legado literario. La entrega consiste en un relato donde Elena Garro evoca su infancia, una carta a Octavio Paz que abunda en su complicada relación —además de su matrimonio, del que nació Helena Paz Garro (1939-2014)—, más un puñado de poemas, algunos dedicados a Adolfo Bioy Casares. Forman parte de una próxima y exhaustiva antología de la autora en la colección Esenciales del Siglo xx de Ediciones Cal y Arena.

L A S N AVA R R O (L A PR IMER A CONCIENCI A) ELENA GARRO

U

n día luminoso. Un camino de piedrecillas rojas. A ambos lados unas plantas verdes perfumadas. La nana me llevaba de la mano. Me caí de bruces. No me dolió, pero algo tibio me corrió por la frente, los ojos, la cara, me la limpié con las manos y las vi. Rojas. La nana daba gritos, entonces también yo empecé a llorar a gritos. Me cogió en brazos y echó a correr llamando: —Señora... Señora... te voy a llevar al cuarto de azufre. Entramos a un lugar extraño: un cuarto casi oscuro, verde, con una piscina de agua verde. ¡El cuarto de azufre! Que me hizo aumentar el llanto. Un olor desconocido me alarmó. En el agua nadaban unas figuras blancas desnudas, que al verme se pusieron a gritar. —¿Qué le pasó a la niña? Me rodearon, sus rostros enojados me miraban amenazadores. —¡Corre! Trae alcohol, algodón... le dijeron a la nana. Me quedé gritando más en medio de aquel coro de mujeres que chorreaban agua. —Tiene sangre hasta en las botitas... supe que llevaba botas blancas, que me llegaban hasta el principio del tobillo porque las miré. Y mi miedo aumentó. —Hijita, hijita —dijo una de ellas, lim-

piándome la frente con el algodón que había traído la nana. —No llores, tu mamá te está curando —dijo una de las mujeres. Esa mujer era mi mamá. Así conocí a mi madre. Es el primer recuerdo que tengo de ella. —Se le enterraron muchas piedras en la frente —dijo una de ellas. —Sí, tiene la piel muy tiernita... comentó otra. Yo quería salirme de aquel cuarto de azufre. Quería irme con la nana. —Son tus tías, te están curando —me dijo la nana. Así conocí a las cinco hermanas Navarro: Esperanza, mi madre, y mis tías Consuelo, Lidia, Margarita y Amalia. Una venda en la frente y vuelta al jardín, libre de aquellas mujeres del cuarto de azufre que eran mi madre y mis tías. Oí en el jardín, donde dejé de llorar, que eran “los baños de Puebla”. Después no recuerdo nada. Hasta llegar a una acera desierta a las dos de la tarde. Ahí sentados en el borde: Deva Garro, Joaquín Velasco Garro, Amanda Velasco Garro, Amalina Garro y Pepe Garro. Todos vivíamos en la misma casa, de patio grande de losetas blancas. Esperábamos en la acera después de comer.

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

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CONSEJO EDITORIAL

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Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez Director General Rubén Cortés Fernández Subdirectores ›General Adrian Castillo ›De Información Raymundo Sánchez ›De Diseño Fernando Montoya Corrección Carlos Olivares Baró Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 7


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“LA MUÑECA CAYÓ AL SUELO, HIZO UN RUIDO TERRIBLE Y ANTE MI HORROR, SE QUEDÓ SIN CABEZA. UN MONTONCITO DE PEDAZOS DE PORCELANA Y UNOS OJOS AZULES SOSTENIDOS POR ALAMBRES RETORCIDOS CON UN PESO DE PLOMO DEBAJO DE LOS ALAMBRES, NOS DEJÓ PETRIFICADOS.” —Qué güeritos tan lindos —decían las personas que pasaban y se detenían a mirarnos. —Esta tiene ojos de gato —me decían levantándome la cara y luego preguntaban: —¿No hablas? ¿Te comió la lengua el gato? Yo me dejaba hacer, aunque me fastidiaban aquellos intrusos. —Y ésta tiene ojos de chinita —dijeron de Deva. —Soy china. Mi papá y mi mamá son chinos —contestó ella, muy seria. —Vamos ¡no digas tonterías! Ésta es hermana de la otra —señaló a Esmeralda, la nana española— y los demás son primos. Todos son primos hermanos. Diariamente, se detenía un carricoche y bajaba un señor, de cabellos brillantes y rubios. Traía regalos. —¡Eh! A darle un beso al padre, que ya ha llegado —ordenaba una de las nanas españolas. Corríamos a abrazarnos de sus piernas. Y él decía: —Calma, calma, adentro veremos los regalos. Un día trajo una caja enorme, de mi tamaño. En el patio de losetas blancas la abrió. Era una muñeca de porcelana y rizos de oro que nos dejó sin aire. —Es para Leli, se le parece mucho. ¡Cuidado! Se puede romper —me dijo entregándomela. La cogí. Era de mi estatura, y mis brazos apenas la sostenían. Deva y mis primos daban saltos y hacían la ronda de gusto. Se las pasé. Y en ese momento la muñeca cayó al suelo, hizo un ruido terrible y ante mi horror, se quedó sin cabeza. Un montoncito de pedazos de porcelana y unos ojos azules sostenidos por alambres retorcidos con un peso de plomo debajo de los alambres, nos dejó petrificados. —¡Mira el cuidado que tomas con el regalo de tu padre! —me dijo furiosa María, una de las españolas. Miré al señor rubio, que movía la cabeza y decía: —¡Bah! Es igual. Compraremos otra... Así conocí a mi padre. En esa casa, presidida por el retrato al óleo del Rey Alfonso xiii, flotaban dos palabras, que yo repetía hasta convertirlas en letras sin sentido: La Habana y Brasil. Habana Brasil-Habana Brasil. Los críos, como nos llamaban, comíamos muy temprano, para poder salir a la acera a esperar al padre. Yo nunca tenía hambre. —Si no comes, el Rey saca una mano y te planta una bofetada —me amenazaba María. Yo miraba al Rey con una capa orlada

de armiño echada sobre un hombro, el pecho con galones y medallas y un cordón de oro del que colgaba una figurita de oro también. No tenía cara de dar de bofetadas, pero era el Rey y era mejor comer las lentejas. Sucedió algo que no supe. Nunca me informaban de nada. Mi madre se había encerrado en su cuarto. Sus cuñadas Hebe y Sofía, las madres de mis primos en los suyos. Un aire aburrido soplaba en el patio, donde ese día no jugábamos. Llamaron al zaguán. Esmeralda corrió a abrir. Entró una señora muy alta, vestida de negro, con un abrigo con capelina. Deva corrió a su encuentro. —¡Abuelita! —gritó entusiasmada. Yo no me moví. —¿No vas a besar a tu abuela? —dijo Esmeralda. Mi abuela era muy delgada. Sí, muy delgada y muy alta era mi abuela Francisca Benítez de Navarro. Las criadas le sacaron un sillón y ella se dedicó a mirarnos. Tenía los ojos hundidos y negros. Las manos largas y finas. Se asomó mi madre: —¡Mamá! ¿No viene a mi cuarto? — preguntó asombrada. —Voy a quedarme un rato con los niños, luego iré a verte. Y se quedó allí. Los niños la rodeaban, no sé de qué hablarían. Yo no dije nada. No me gustaba hablar. La vi entrar al cuarto de mi madre. Después la vi salir. Preguntó por el teléfono. La observé en el cuarto donde estaba el aparato, hablaba con voz apagada. Me impresionó mi abuela. La veo en la puerta de salida, su alta silueta recortada sobre la luz deslumbrante de la calle. Besó a mi madre y la puerta se cerró tras ella. Un aire misterioso se esparció por la casa. Todavía al recordarla, el mismo sentimiento misterioso me invade. Mi abuela nunca volvió a la casa. Más tarde supe que no salía de su habitación desde hacía veinte años. Pasaba el tiempo en la cama, leyendo libros de historia. Había un gran tápalo de lana, tejido a mano, con dibujos complicados, alguien lo había puesto en una palangana con agua y jabón. Empecé a tocarlo, suave, pesado, hasta que lo saqué y jugué con él en el suelo. Era muy pesado y las losetas se llenaron de agua. —¿Qué haces? ¡Por Dios! —dijo una voz conocida, que me arrebató el chal con aire consternado y lo volvió a la palangana. —¡No vuelvas a hacerlo nunca! ¿Entiendes? —me dijo una señora de cabellos castaños inclinada sobre mí. La miré con asombro: era mi tía Sofía, la hermana de mi padre. Había

Esperanza, Lidia, Margarita, Amalia y Consuelo Navarro Benitez, s/f.

SOLEDAD Se cierran las persianas, se corren las cortinas Y se encierra a la noche, en una pieza. Las sillas, el canapé tendido, el secreter y los espejos Se miran entre sí. Una amenaza se prepara, ¿De qué serán testigos esta noche? El ropero empieza sus lamentos. La cómoda se agita. Una rata roe la pata de mi cama. Abren la puerta y entran. Caminan de puntillas, me rodean. Colgado en una silla está el paraguas. Me odia. Nos odiamos. Se sale de su funda y revolotea por el cuarto. Me orina los cabellos. Un hombre muy alto acaricia al pájaro Y lo lanza de nuevo contra mí. Las Aves Marías no pueden contra esta furia negra Que me sigue orinando los cabellos. Abro una puerta. “Qué loca tan estúpida te has vuelto.” Estoy con vida en el espejo. (1947)

venido de España. No sabía cuándo. Como había venido mi padre y mi tía Hebe, cuñada de mi padre. Me extasiaba delante de Hebe. Era mucho más rubia que mi madre, se sentaba en el patio en un sillón mecedor y se mecía, se mecía. La recuerdo en la acera de la casa, bajo la luz de una sombrilla color lila, que la volvía plateada. Era muy alta y nos miraba a través de sus pestañas rubias con sus ojos intensamente azules. A veces se reía mucho y mi madre decía, la oigo todavía: —Hebe inclina el cuello como las palomas, es preciosa y ¡tan joven....! Hebe era la madre de Amalina y de Pepe. Los dos rubios y de ojos azules. Los dos muy tristes, no sé por qué. Cerca de ellos, me sentía acongojada. Ahora puedo usar esa palabra. En aquel tiempo sólo me sentía inquie-

ta, sin ganas de reír. A pesar de que mi vida era muy plácida y nada lograba perturbarla. Ananda y Joaquín eran los hijos de mi tía Sofía. Ella de cabello oscuro, él rubio y ojos amarillos. Pepe llevaba la ronda en los juegos. Me daba pereza jugar. Prefería examinar las cortinas del comedor: pesadas, color té, con dibujos tejido en naranja pálido y verde muy pálido. Dibujos extraños. La tela era gruesa y no podía ver al revés porque tenían un forro muy delgado de una tela también de color té. Decían que era persa. La casa era blanca por fuera y por dentro. Mi madre tenía unas bolsitas llenas de salvado. A las doce del día metía una de ellas en una palangana con agua y ésta se volvía lechosa. Entonces mi madre se echaba esa agua en la cara con las manos, muchas veces. Yo la veía hacer.


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“ME IMPRESIONÓ MI ABUELA. LA VEO EN LA PUERTA DE SALIDA, SU ALTA SILUETA RECORTADA SOBRE LA LUZ DESLUMBRANTE DE LA CALLE. BESÓ A MI MADRE Y LA PUERTA SE CERRÓ TRAS ELLA. UN AIRE MISTERIOSO SE ESPARCIÓ POR LA CASA. TODAVÍA AL RECORDARLA, EL MISMO SENTIMIENTO MISTERIOSO ME INVADE.” —Qué cutis tan bonito tiene Esperanza —decían los grandes hablando de mi madre. Mi memoria guarda intactos los días de la Romería Covadonga. Romería me sonaba alegre, llena de sucesos inesperados. La casa se llenaba de olores culinarios. Las criadas españolas andaban agitadas. Sus trajes nuevos colgaban en perchas en sus cuartos, atrás de la cocina, que daba a un segundo patio pequeño, al que llamaban la azotehuela. Mi tío Boni ya estaba en la casa, oí que venía de La Habana. Era el marido de Hebe, tan rubio como ella. Me subió en una mesa y me dio de besos. —Pepe, es la asturiana típica —le dijo a mi padre. Mi padre se echó a reír. De alguna parte sacaron un traje de asturiana y entre mi padre y mi tío me lo pusieron: falda roja con tres cintas de terciopelo a mitad de la falda, blusa blanca de una tela muy fina con alforjas y pliegues, mandil de terciopelo negro bordado de chaquiras negras, y el “dengue”, una especie de chal de terciopelo negro, que caía en pico sobre la espalda y se cruzaba sobre el pecho, para luego cerrarse en la espalda, sobre el corselete negro, que dejaba libres las mangas de la blusa, las medias eran azules. —A ver si puedes caminar con las madreñas —me dijeron. Y me pusieron una especie de zuecos de madera con tres pequeños taconcillos, caminé muy bien, me gustaba el ruido que hacían sobre la duela. Me volvieron a subir a la mesa y me colocaron el pañolín en la cabeza, bien ceñido, con las puntas amarradas cerca de la frente. Era Covadonga y todos se vestían de prisa para la romería. Mi tía Sofía se presentó vestida de asturiana también. —Me llevo a Deva, al “combate de las flores”, sólo hay lugar para ella y para mí —anunció. Mi hermana, vestida de blanco, llevaba un enorme ramo de flores. Mi tía cogió otro. Un carricoche abierto, tirado por caballos engalanados, se detuvo en la puerta de la casa. Iba lleno de mujeres jóvenes, algunas con peinetas altas y mantillas. Mi tía y mi hermana subieron y vi alejarse al carricoche con el capacete plegado atrás lleno de flores. ¡El “combate de las flores”! Eso es lo que yo hubiera deseado. Las criadas quemaron la “borona”. Grandes exclamaciones de pena. —Es natural, se estaban vistiendo y olvidaron el horno. —Pues quemada la llevamos —opinó mi tío Boni. Todos los niños esperábamos vestidos de gala en el patio de losetas blancas. Salió mi madre con un traje de gasa color durazno y un sombrero del mis-

Elena Garro Navarro. Lomas de Chapultepec, México, 1964.

“DE PRONTO, ELLA DIJO ALGO QUE NO RECUERDO, LAS CRIADAS EMPEZARON A GRITAR. SALIERON MI MADRE Y MI TÍA SOFÍA DESPAVORIDAS. ME QUEDÉ ATERRADA. ENTRE ELLAS Y LAS CRIADAS LLEVARON A MI TÍA A SU HABITACIÓN.” mo color, del que colgaban bandas de gasa y mi tía Hebe, vestida de color lila pálido, que parecía un hada. Mi padre y mi tío nos revisaron con cuidado. Se presentaron las tres nanas, con mandiles blancos nuevos, orlados de tela bordada y trajes y zapatos nuevos. Nos subimos en unos carricoches que esperaban en la calle y nos fuimos a la romería. Llegamos a un lugar lleno de gente. Muchos vestidos de asturianos, otros con trajes diferentes. Había capas, mesas, orquestas que tocaban “La Pandereta” y otras canciones que se cantaban en casa. Era una algarabía llena de serpentinas y confeti. Me sentaron en una mesita redonda, junto a mi padre, mi tía Hebe y mis dos primos: Pepín y Joaquín. En la mesita de junto estaban mi tío y mis primas Amalina, Ananda y mi madre. Las nanas ocuparon otra mesa vecina. Las mesas se cubrieron de confeti, de copas, de churros y de tazas de chocolate. Al abrir las botellas daban un estampido. La gente bailaba en medio de corros. Aplaudía. Estaba fascinada viendo el baile: saltaban muy alto, con las alpargatas bien amarradas a la pantorrilla. Apareció mi tía Sofía

riendo, exaltada, cogió a mi padre: —¡Pepe! ¡Pepe! ¡Vamos a bailar! Mi padre saltó de su asiento y se unió a ella. Entraron a un corro. Los vi bailar, volar por el aire. Me había bebido el chocolate y comido los churros, pero quedaban las copas y las botellas, las bebí todas y no supe porqué, me fui resbalando de la silla, hasta quedar debajo de la mesa. El estruendo de la fiesta se alejó, ya no vi bailar a nadie. Las criadas también estaban bailando, pero nadie lo hacía mejor que mi padre y mi tía Sofía. Vagamente escuché, ya muy tarde, que buscaban a Corchito. Yo era Corchito. —¡Se ha perdido! ¡Se ha perdido! Pero yo entre sueños no podía moverme. Alguien me descubrió bajo la mesa. Me levantaron en brazos. —¡Qué horror! ¡Está borracha! —dijo mi madre. —Te bebiste todas las copas y además te serviste de las botellas. ¿Verdad? —preguntaba mi padre que me tenía en brazos. Salimos de la romería en medio de serpentinas que se enredaban en la cabeza y puñados de confeti. Ya era muy tarde y la gente empezaba a dispersarse. Yo había dormido la mona y no quería irme. Quería seguir allí, en aquel remolino de música y saltos en el aire. —No. Ya es muy tarde —afirmó mi padre. En la casa mis tíos se reían a carcajadas. ¡Qué cría! Yo no quería que me quitaran el traje, ni que me metieran en la cama. Deva me contó que en el “combate de flores” se lanzaban flores de un coche al otro en un gran paseo. Su coche había quedado lleno de flores. ¡Lleno! “Lleno hasta el techo” aunque el coche no tenía techo. Después sucedió algo inesperado, que recuerdo apenas: mi tía Hebe tuvo un niño. No recuerdo al niño. Recuerdo que un día mi tía Hebe volvió a ocupar su sillón mecedor en el patio. Y se mecía, como siempre. Yo la contemplaba. Ya habíamos comido, también los grandes y era en la tarde, cuando el sol daba de lleno sobre su cabeza rubia. De pronto, ella dijo algo que no recuerdo, las criadas empezaron a gritar. Salieron mi madre y mi tía Sofía despavoridas. Me quedé aterrada. Entre ellas y las criadas llevaron a mi tía a su habitación. Las seguí y las siguieron todos los niños. La acostaron en su cama. Justo en medio de la cama, entre almohadones. Le ponían algodones con alcohol en la nariz. Ella se enderezó; la veo, miró al techo y dijo: —Me muero... Y se murió.


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C A RTA A O C T AV I O PA Z

e ilu

Elena Garro París a 24 de octubre de 1982 Octavio Paz:

ME CUESTA MUCHO TRABA JO DIRIGIRME A TI. TAL VEZ P ORQUE ME ERES COMPLETAMENTE EXTRAÑO O P OR L O CONTRARIO, P ORQUE TE CONOZCO DEMASIADO BIEN.” Creo que tu hija ha pagado con creces el hecho de ser hija de dos personas tan opuestas como lo somos tú y yo. Creo también que ha habido demasiados intermediarios entre ella y tú. Me refiero a “los amigos” encargados de traer y llevar recados no por Helena. Te puedo decir que tu hija, que no vino al mundo por su voluntad sino por la nuestra, ha llevado una infancia, una juventud y una vida trágica. Es una ignominia que tú siendo su padre y teniendo poder para darle algún consuelo no lo hagas y encima la declares ¡incoherente! ¡Ay Octavio Paz! Has perdido algo que no quiero calificar ni nombrar. Aunque ahora no lo creas, te ayudé en todo lo mejor que pude en los años difíciles, cuando estabas lleno de temores por tu porvenir y por la pobreza que te ¡aterraba! Y ahora, no puedo hacer NADA por Helena Paz ¡nada! Pero eso te pido muy humildemente y con lágrimas en los ojos que la ayudes a salir de esta miseria espantosa en la que vive. Miseria que tratamos de disimular para no escuchar más comentarios

Foto > Especial

Sólo te he escrito una vez para darte el pésame por la muerte de tu madre y ahora para recordarte que Helena es tu hija. El abogado nos llamó muy impresionado para leernos unas terribles palabras tuyas. Digo terribles porque en esa carta afirmas que Helena Paz es incapaz de sostener un diálogo ¡coherente! Comprenderás que tu hija se impresionó muchísimo y que no entiende las razones ¡falsas! para esa determinación tuya tan equivocada. Tu hija es inocente del embrollo que creamos juntos durante y después del matrimonio. Es mentira que haya escogido vivir conmigo. Tú nunca quisiste aceptar vivir con ella. Tampoco te ha hecho campañas periodísticas para atacarte. No sé de dónde puedes sacar esa fantasía. Si te refieres a la carta que escribió en 1968 te aconsejo que la releas a sangre fría para que te des cuenta de que en ella sólo trataba de defenderte contra tus consejeros que se escudaron en ti para sacar las castañas del fuego. Al menos así lo creyó ella. Eso sucedió hace catorce años y desde entonces ha llovido. Te aclaro, aunque creo que lo sabes, que somos dos personas distintas, Elena Garro y Helena Paz. Y me parece lamentable que siendo una persona inteligente, trates de hacer creer a los demás y a ti mismo, que mis actos, sentimientos y escritos no son los actos, sentimientos y escritos de Helena Paz.

atroces. Sabes muy bien que tu hija tiene un enorme talento y que sus poemas son magníficos. Me cuesta mucho trabajo dirigirme a ti. Tal vez porque me eres completamente extraño o por lo contrario, porque te conozco demasiado bien. El hecho es que estoy muy cansada, muy enferma del corazón (es una lesión de nacimiento, te lo aclaro por lo que sucedió en Japón y en varias partes y que tú llamabas histeria). En el Consulado de México en Madrid me exigieron el certificado médico, para no echar a Helen del trabajo y en cuanto lo tuvieron la echaron. No entiendo lo que sucede. Tú eres un genio, en tus cartas de jóvenes me dices que no me entero de lo que sucede a mi alrededor. No entiendo que se castigue de esta manera a tu hija. ¡No lo entiendo! Le pido a Dios que la recoja antes que a mí, pues no sé qué será de ella en este mundo tan atroz. A ti te pido que la ¡ayudes! Y recuerdo que nunca la quisiste, ni siquiera fuiste el día en que nació... Recuerdos del porvenir. Pero si pudieras tener una pizca de caridad... para ella. Gracias por la atención que merezca esta súplica.

E. Garro

Elena Garro y Helena Paz.


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V E R S O S PA R A A DOLFO BIOY CASA R ES Elena Garro

TU ROSTRO

EL MURO

Pequeño barco naufragado,

A Adolfo Bioy Casares

La ola de tu voz Me lleva a tu perfil Y me devuelve herida.

Podría vivir mil años, señor, Y no vería lo que hay detrás Del alto muro de su frente. En mil años no vería sus tesoros Distintos a cualquier tesoro.

TRES TULIPANES Tres tulipanes amarillos Lanzan pálidas llamas en la tarde Seis tulipanes Con los tres del espejo Velan La ausencia Que dejará tu rostro En esta tarde.

A BIOY Entremos al sueño Al verdadero, al que dura Más allá de la muerte. Entremos cogidos de la mano. Después, cuando ya nadie pueda vernos Ni nadie nos recuerde Aún seremos sueño.

París, 1951

SIN TÍTULO Para Adolfo Bioy Casares Que cada una de mis lágrimas Ahogue en sal cada uno de tus días Y cada uno se te convierta en roca Y cuando sueñes sólo seas tú Solo perdido en las salinas Muerto bajo un viento de sal. Que mires los ojos de la muerte En los ojos que mires y te miren Y los caminos intrincados de mis lágrimas Se hundan en tu piel Que ellas tengan la virtud De borrarte la memoria de la dicha Y todas en río caudaloso en el que Nades A contracorriente Por todas las edades venideras Persiguiendo un puente luminoso Aquel adiós Aquel árbol flotando solo en el aire nocturno Alejándose más a medida que avanzo En la memoria. Tokio, octubre 11, 1952

Su muro es alto y esconde La puerta por la que usted escapa El hilito de araña Que conduce al país suyo, Infranqueable Ese hilo que de pronto aparece Para partir el diálogo que sostiene conmigo Y lo columpia y se lo lleva ¿A qué mar? ¿A qué montaña? ¿A qué palabra suelta? Y lo único que le queda de mí Es esa sombra luminosa Que no soy yo Pues yo me quedo afuera Porque su muro es tan alto, señor Que mil años no me bastarían Y usted también está fuera del mío ¡Pues hay dos muros, señor! Dos muros. París, 1951


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Con motivo del cincuenta aniversario de Farabeuf —celebrado en fechas recientes— presentamos, a la manera de un monólogo, el resultado de una serie de conversaciones entre Salvador Elizondo y Alejandro Toledo sobre esa pieza clave de las letras mexicanas, y como una invitación para revisitar su excepcional “crónica de un instante”.

S A LVA D O R E L I Z O N D O E N T OR NO A FA R A BEU F ALEJANDRO TOLEDO

Fotos > Colección

privada

T

odas las veces que conversé con Salvador Elizondo (19322006), el escenario fue el mismo: ese espacio que él llamaba la veranda (acaso por los Cuentos de la veranda de Herman Melville), en su casa de Tata Vasco, en Coyoacán, con vista al gran jardín. Una de las primeras veces (a comienzos de los noventa) me acompañó el ensayista Daniel González Dueñas, que llevó su cámara fotográfica; Elizondo creyó que era el fotógrafo y se sorprendía e incomodaba cuando Daniel intervenía en el diálogo... Hasta que los presenté (lo que ya había hecho, al parecer de modo no muy claro); corrió entonces a su estudio, buscó Las visiones del hombre invisible y regresó con su autor y le pidió un autógrafo. “Soy su admirador”, dijo al que antes creyera fotógrafo. Avanzó la charla, sacó de pronto un pañuelo que traía estampada la bandera de Estados Unidos y se sonó con él; Daniel intentó capturar el gesto, Elizondo incluso posó haciendo como que se volvía a sonar... Sólo le pidió que no publicara esa imagen mientras viviera, porque acaso lo metería en problemas. (Daniel no encuentra esas fotos; me envía una de un encuentro posterior.) La última vez que platiqué con Elizondo su talante era melancólico. Había pasado por una ruda operación de quijada y sentía su rostro cambiado. De una cigarrera metálica sacaba cigarrillos de marihuana, que fumaba gustoso por prescripción médica. Me contó que una vecina, que se estaba cambiando de casa, había ido esa mañana a despedirse, y eso le entristeció. La mujer le recordó que en los diarios se hablaba de una ceremonia en Bellas Artes, aniversario del Premio Xavier Villaurrutia, en la que fueron mencionados todos los galardones entregados hasta ese año, y Farabeuf se había llevado la mayor ovación. “Que sigan sus éxitos”, le dijo la vecina. A Elizondo, que no era sentimental, la voz se le quebró al referir este encuentro. El espacio siempre fue el mismo, y nos sentábamos en cómodos equipales; los temas también variaban poco, predominando siempre dos: Farabeuf (1965) y James Joyce. Aquí su voz se impone. De esas charlas rescato ahora este monólogo del hombre que escribió Farabeuf.

En esta postal, Juan Rulfo destaca

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Venía escribiendo desde mucho tiempo atrás, desde los diez años de edad; en ese tiempo comencé mis diarios. La mayoría de los materiales de mis libros proceden de esos cuadernos en los que anoto cuestiones de carácter personal y cosas que se me ocurren. Farabeuf no fue el primer libro que publiqué; fue, sí, el primero considerado por el público y la crítica como un producto de orden profesional. En 1960 publiqué un libro de poemas, y más tarde un estudio crítico sobre la obra cinematográfica de Luchino Visconti. Mi relación con el cine data de mi primera infancia. Mi padre era productor cinematográfico; prácticamente viví esos años en un estudio de cine. Fui testigo ocular de los orígenes de

el interés por la obra de Salvador

Elizondo.

la época de oro del cine mexicano. Vi ese esplendor, así, de cerca, de primera mano. Pero me temo que el cine ha dejado totalmente de interesarme. Tampoco puedo revivir las emociones que me produjo porque ha pasado mucho tiempo desde que me ocupaba del fenómeno cinematográfico y mi vida ha cambiado. Intenté hacer cine, fracasé, y con los conocimientos que había adquirido asumí de modo exclusivo la literatura. Porque mi interés por el cine se derivaba ya de mi fracaso como pintor. De actividades estrictamente visuales llegué a la escritura. Pasé de la pintura al cine, y habiendo fracasado en ambas (aunque aprendí muchas cosas que me interesaban) llegué a la literatura. Apocalipsis 1900 es una película hecha con tomas de grabados científicos de finales del siglo xix, un juego de

“INTENTÉ HACER CINE, FRACASÉ, Y CON LOS CONOCIMIENTOS QUE HABÍA ADQUIRIDO ASUMÍ DE MODO EXCLUSIVO LA LITERATURA. PORQUE MI INTERÉS POR EL CINE SE DERIVABA YA DE MI FRACASO COMO PINTOR. DE ACTIVIDADES ESTRICTAMENTE VISUALES LLEGUÉ A LA ESCRITURA.”


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montaje para narrar muy vagamente una historia. Ciertas voces en off hacían alusiones literarias en francés; esto debido a que pensamos enviarla al Festival de Cine Experimental de Avignon. Estas voces tenían como fondo música del París de fines de siglo, canciones de Yvette Guilbert y una sonata de César Franck. En las primeras imágenes aparecen algunos personajes de Proust. Fue un acontecimiento cultural entre un grupo de amigos, nada más.

“LA NOVELA ES LO QUE DICE EL SUBTÍTULO: ‘LA CRÓNICA DE UN INSTANTE’. NO LA CRÓNICA QUE DURA UN INSTANTE SINO LA CRÓNICA DE UN INSTANTE. LA DESCRIPCIÓN DE UNA GUERRA PUEDE DURAR MÁS DE LO QUE ÉSTA TARDÓ EN OCURRIR.” Mosjoukine parece estar mirando: una vela, un plato de sopa y una mujer desnuda. El mismo rostro parecía tener expresiones muy diferentes de acuerdo a la imagen con la que se contraponía.

2 Sí, todo está dirigido a Farabeuf; pintura, cine, todo confluye en la novela. Siempre me interesó Eisenstein; armé incluso un libro con los dibujos que acompañaron a la filmación de ¡Que viva México! en 1928. Antes de escribir Farabeuf yo me había interesado en sus teorías del montaje; mucho tiempo las estuve estudiando hasta que me di cuenta de que su principio del montaje lo tomó del sistema mediante el cual funciona la escritura china. Ésta procede por el sistema de montaje: los ideogramas jeroglíficos no pueden representar ideas abstractas. En chino no se puede decir “alma”; este idioma debe recurrir al sistema de montaje que consiste en el choque, en la síntesis de dos imágenes concretas que se conjugan y producen en el espectador una tercera imagen. Durante dos años estudié el idioma chino en El Colegio de México, pero no me interesaba más que la escritura, saber cómo funcionan esos ideogramas. En China el sonido es lo de menos, cada quien habla con el sonido que quiere; no hay lengua china, unos y otros no se entienden hablando, deben escribirse los caracteres en la palma de la mano para entender. La escritura sí es universal, en ella no hay más que imagen. No de un modo estricto sino en la manera en que un impulso literario me lo permitía, en Farabeuf intenté aplicar ese principio de la escritura china. El primero en darse cuenta de ese funcionamiento del lenguaje fue Mallarmé; para el gran poeta francés el espacio, el universo de la escritura, es la página en blanco. Mallarmé incluso divide en áreas negras y blancas, y considera que el blanco es tan importante (porque es el silencio) como el negro de la letra. Ocurre lo mismo en la música: el silencio vale tanto como una nota. El montaje me interesaba desde la época en que era pintor. Hice por ejemplo un cuadro que representaba el foro romano, pero sintetizado geométricamente: no aparecían más que algunos fragmentos de ese lugar pero daban la impresión, la idea de la totalidad del foro. En Farabeuf traté de hacer lo mismo, es

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Recuerdo de Juan Rulfo. Cuaderno de Salvador Elizondo. 1998.

decir, son todas imágenes dialécticas que chocan unas con otras. Por eso se habla tanto de un espejo: las situaciones que se dan de un lado se reflejan invertidas. También por eso las referencias de izquierda y derecha: ellas tienden a producir un espaciamiento geométrico. La novela es lo que dice el subtítulo: “la crónica de un instante”. No la crónica que dura un instante sino la crónica de un instante. La descripción de una guerra puede durar más de lo que ésta tardó en ocurrir.

3 Es imposible la adaptación al cine de Farabeuf. Una vez cedí los derechos a un productor de apellido Barranco, hace más de veinte años. Llegó a presentarme un script enorme y absurdo; empezaba con un poema de Octavio Paz e incluía ídolos prehispánicos, etcétera. Yo pensaría, en cambio, en las películas de los autores del nouveau roman, el Resnais de El año pasado en Marienbad, por ejemplo. Esta corriente me influyó mucho. Sobre todo en cuanto a su descubrimiento del uso del tiempo en el cine. Farabeuf está construida con base en imágenes contrapuestas, como en el famoso experimento de Lev Vladimirovich Koulechov: el director ruso toma un tramo de película anterior en que aparecía el rostro inmóvil y absolutamente inexpresivo de Mosjoukine, el célebre actor de los años veinte, mirando un punto fuera de cuadro. A esta escena le intercala otras imágenes, que por tanto

“COMO REFLEJO DE FARABEUF, TAMBIÉN NARDA O EL VERANO TUVO BASTANTE ÉXITO. ERA YO EL ESCRITOR DE MODA EN ESOS AÑOS. PERO ENTONCES OCURRIÓ UNA COSA GRAVE. ESTABA ENVANECIDO; ERA YO UN ESCRITOR TRUCULENTO Y DESAGRADABLE.”

Farabeuf estaba ya en Mortiz esperando su turno de publicación, cuando entregué a la editorial Era mi libro de cuentos Narda o el verano. Al parecer, no les interesó mucho; se trataba entonces de una editorial de republicanos españoles, que no estaban muy contentos con esos relatos: les deben haber chocado por frívolos o amorales. Farabeuf salió de atrás como los caballos en el hipódromo. Porque entonces no se hablaba más que de Gazapo, era casi seguro que Gustavo Sainz obtuviera el Premio Xavier Villaurrutia. Todo se conjugaba en torno a la Onda y Gazapo. Cuando Farabeuf ganó el Villaurrutia, inmediatamente me hablaron los editores de Era para decirme que ya iban a publicar Narda o el verano. Salió muy pronto. Como reflejo de Farabeuf, también Narda o el verano tuvo bastante éxito. Era yo el escritor de moda en esos años. Pero entonces ocurrió una cosa grave. Estaba envanecido; era yo un escritor truculento y desagradable. La gente me decía (lo que era una muy buena pauta para mí en lo personal): “Leí tu libro; hasta las cinco de la mañana pude por fin lanzarlo al suelo, deshacerme de él, aventarlo lejos”. Y yo me decía: “Sí, lo lanzó al suelo pero estuvo leyéndolo hasta las cinco de la mañana. Algo debe tener el libro”. Leían de ese modo por morbosidad. Era yo el escritor truculento por excelencia. Ahí es precisamente cuando ocurrió esta cosa grave para mí, cuando me puse a pensar: “Ahora ya me debo al público, tengo que estar pendiente de él”. Entonces cometí un error funesto. A un editor español, Rafael Giménez Siles, se le ocurrió una idea estrafalaria: encargó a los jóvenes escritores de esa época redactar autobiografías. ¿Quién rechaza una propuesta así? Fue un gran error, cuando menos en mi caso, porque me dije: “Yo soy el truculento y eso es lo que el público quiere. Ahora, para seguir teniendo éxito, les voy a dar truculencia”. Tuve un éxito arrollador. De los escritores convocados yo era el de más edad, y tenía treinta y tres años... Cualquier cosa que me había pasado la amplifiqué a proporciones irracionales. Esa autobiografía tiene muchas omisiones y exageraciones; la verdad está oculta en eso que quería la gente. No he vuelto a publicar ese libro porque tendría que hacerle múltiples enmiendas. No inventé ni conté mentiras; simplemente omití algunos aspectos y lo que está narrado se cuenta con tremendismo. Era el punto de vista del autor de “éxito”.


El Cultural SÁBADO 22.08.2015

5 Las explicaciones deFarabeuf las estoy formulando y todavía no las acabo de crear a estas alturas. Cada vez que me preguntan invento una. La que más uso es la del montaje, pero tengo también una generada por la filosofía de Bataille (que se me ha atribuido mucho sin ser cierto); de otro modo también hablo de lo histórico, geográfico, pictórico, fotográfico, etcétera. La explicación con la que me quedaría finalmente es la del montaje, el intento de aplicar el principio de montaje a la composición literaria. Creo que esto satisfaría la mayor parte de las preguntas que se podrían hacer acerca de en qué consiste el método Farabeuf, pero puedo agregar muchas interpretaciones más.

6 Creo que todas las tentativas que he hecho son experimentales, ninguna de ellas es definitiva. Creo que el momento en que llegue a escribir un libro que no tenga el carácter de búsqueda, es que ya habré logrado obtener el dominio de la escritura que pretendo. Por eso todos mis libros, desde Farabeuf hasta Elsinore, constituyen la prosecución de esa búsqueda, una búsqueda que no siempre es la misma. Al principio buscaba la transmisión más directa posible de la imagen mental a la hoja de papel, es decir, sin que lo que media entre la mente y la mano intervenga. En ese camino llegué a un texto que muchos han calificado como suicida, que es “El grafógrafo”. La consecuencia lógica de la escritura de ese texto es que yo no hubiera escrito absolutamente nada más. “El grafógrafo” ya no es visible, no se puede fotografiar, representar, vamos, no se puede ni escribir. Cuando lo terminé me dije: “Ahora sí estoy metido en un lío grave”. Bueno, todo lo grave que pueden ser los líos literarios. Después de ese libro ya no parecía haber nada para mí. Yo no tenía salida después de El grafógrafo, el libro, más que a través de la lectura. La salida me la dio un texto que me había causado una especie de desilusión de carácter espiritual muy honda en otra época; me topé de nuevo con él y me señaló que aún había mucho que hacer: fue el Finnegans Wake de James Joyce. Entonces me di cuenta de que El grafógrafo no era más que el comienzo.

7 En términos generales nunca me he interesado por géneros precisos de la literatura. Escribo casi siempre lo que se me va ocurriendo, sobre todo ahora, antes sí tenía yo más o menos ciertos planes para seguir en mis escritos, pero ahora ya menos. Para mí sobre todo la presencia de Joyce ha sido muy importante. Mis lecturas de Joyce creo que son las más importantes que he hecho en mi vida. Bueno, muchas, pero no muchas tampoco, yo calculo tener unos tres mil libros de los cuales habré leído trescientos, no más. Los libros se van acumulando, ya ni siquiera los desempaco,

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“... APLICAR EL PRINCIPIO DE MONTAJE A LA COMPOSICIÓN LITERARIA. CREO QUE ESTO SATISFARÍA LA MAYOR PARTE DE LAS PREGUNTAS QUE SE PODRÍAN HACER ACERCA DE EN QUÉ CONSISTE EL MÉTODO FARABEUF, PERO PUEDO AGREGAR MUCHAS INTERPRETACIONES MÁS.” me llegan paquetes y ya ni siquiera los abro. Ya nomás los voy a amontonando, está toda la casa llena de libros. Joyce es el autor que más exhaustivamente he leído. El autor no es muy consciente de su posición dentro de una tradición literaria. Uno actúa más bien por intuición que por un determinismo crítico, no tiene uno la idea de que ocupa uno un lugar en la literatura. Sino simplemente lo hace uno. Elsinore es el único de mis libros que es cierto, todos los demás son inventados y en Elsinore escribí algo que realmente me ocurrió en la vida. Y me pasó en Estados Unidos, en Los Ángeles, por ahí en California, en donde había mucho elemento lingüístico diferente: había los mexicanos de la colonia mexicana, decentes; había la mexicanada, los pachucos, la mexicanada son los mexicanos pobres, que viven junto a las vías del ferrocarril. Había los pochos... Era el tiempo de la guerra y yo iba a una escuela militar. Entre otros, se usaba mucho en mi escuela la jerga cuartelaria del ejército americano. Había braceros mexicanos en la escuela, que era una gran granja; había muchos braceros mexicanos, como lo cuento en Elsinore, de diferentes regiones de México, lo cual producía una diferente variación y eso traté de usar y de poner todo lo que era en inglés, en inglés, todo lo que era en español, en español, y según los diferentes tipos de idioma que se hablara.

8 Me considero un ser aislado más que solitario. Solitario no porque tengo mi familia, que son una responsabilidad aparte de una compañía. Me gusta la soledad, no la rechazo. La última vez que fui a París me pasé diez días que no hablé absolutamente con nadie, sólo con el mesero para pedirle la comida. Pero fueron diez días bastante a gusto. Ahora tengo cosas más importantes que hacer que estar oyendo música, que es prepararme a morir, que será el próximo acontecimiento importante en mi vida. Debo estar en buena disposición. No me da miedo morir. Para mí la muerte es como cuando uno duerme sin sueños, no creo que haya cielo, ni infierno ni nada de esas cosas, ni un Dios con barbas. Yo creo en un princi-

Restorán chino. Cuaderno de Salvador Elizondo. 1998.

pio general del universo, porque obviamente existe un orden, es evidente, no chocan las estrellas unas con otras, o a veces chocan pero sin consecuencias. Uno puede vivir quince o veinte años más si uno hace ejercicio, si uno no toma, no fuma y todas son cosas que uno hace. Así que ya a los setenta años estadísticamente es un momento para prepararse. Yo soy muy fumador, bebo whisky, nunca me emborracho pero sí bebo diario. Los libros son como los hijos, no se puede tener preferidos, a todos los admite uno. Hay libros que me ha gustado más escribir, como Miscast, una obra de teatro que escribí hace algún tiempo. Me divertí mucho escribiéndola. Soy muy conocido pero no muy leído. Es un fenómeno raro. Por ejemplo, con la literatura no he ganado mucho dinero de regalías, he hecho dinero con mi carrera de profesor y con becas, pero de regalías no, no soy un bestseller. No es algo que me preocupe. Después de la muerte, nada me preocupa... Me da igual.

“LAS TENTATIVAS QUE HE HECHO SON EXPERIMENTALES, NINGUNA DE ELLAS ES DEFINITIVA. CREO QUE EL MOMENTO EN QUE LLEGUE A ESCRIBIR UN LIBRO QUE NO TENGA EL CARÁCTER DE BÚSQUEDA, ES QUE YA HABRÉ LOGRADO OBTENER EL DOMINIO DE LA ESCRITURA QUE PRETENDO.”


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El Cultural SÁBADO 22.08.2015

Por

FERNANDO IWASAKI

FUERA DEL HUACAL

P L A N E TA S U B P R I M E

www.fernandoiwasaki.com

S

tephen Hawking ha disparado la alarma social al advertir que si nuestro planeta entrara en contacto con otras civilizaciones extraterrestres, las consecuencias para la Tierra serían similares a las que tuvo el descubrimiento de América, aclarando que los invasores representarían el papel de Colón y nosotros el de los alienígenas; es decir, alienados más indígenas. Permítanme ponerlo en duda. En primer lugar, no subestimemos los estragos que nuestro misérrimo mundo podría provocar en el planeta de los lagartos (según Discovery Channel los bichos espaciales serían lagartos, como en la novela de Capek o la serie “V”) igual que el descubrimiento de América descalabró la economía mundial y propagó la sífilis por Europa. ¿O es que alguien se cree que no habrá oportunistas que se arrejunten con los lagartos y que no habrá lagartas que salgan a “buscar guayaba”, como rezaba la canción de Rubén Blades? De hecho, del contacto de un lagarto extraterrestre con una lagarta terrícola puede surgir un virus mortífero y mutante que acabe con toda la vida inteligente y —ojalá— también con la menos inteligente. Por otro lado, los adelantos de la vida intergaláctica provocarán todo tipo de especulaciones, y así habrá quien crea que sus industrias serán ecológicas o no faltará quien piense que todos seremos hermanos en tanto criaturas de Dios. Así, cuando Colón descubrió América los rabinos de Flandes creyeron que el Nuevo Mundo era la Tierra Prometida y los

Las Claves

NO HAY POR QUÉ CREER QUE LOS SERES DEL ESPACIO SON MÁS INTELIGENTES QUE NOSOTROS, PORQUE SI LO FUERAN NO PERDERÍAN SU TIEMPO ESTUDIÁNDONOS Y VISITÁNDONOS.

obispos de Roma buscaron en las Escrituras el nombre bíblico y secreto de América (¿Ophir?). Sin ir muy lejos, a fines de los años sesenta del siglo xx , un trotskista argentino llamado Carlos Posadas aseguraba que el proletariado tenía que apoyar cualquier invasión espacial, pues el altísimo desarrollo industrial extraterrestre era señal inequívoca de que los compañeros del ovni habían llegado al socialismo. Sin embargo, no hay por qué creer que los seres del espacio son más inteligentes que nosotros, porque si lo fueran no perderían su tiempo estudiándonos y visitándonos, a no ser que sean profesionales de algún documental tipo National Geographic de la galaxia o —peor todavía— de algún reality show chusco de su planeta de origen. ¿Y si la Tierra es el planeta donde vienen a competir los concursantes de sus respectivos Gran Hermano y La isla de los famosos? Así, todos los líderes mundiales serían en realidad extraterrestres transportados a la Tierra para conquistar el poder mundial después de haberlo alcanzado en algún país en particular, de tal forma que el concursante “Obama” iría ganando por haber elegido el país más apropiado, mientras que el concursante “Tsipras” iría perdiendo por haberse cargado Grecia en sus primeros meses de gobierno. Sin embargo, no me hago ilusiones porque la prueba de que nuestro mundo es una birria arruinada por sus concursantes-gobernantes, es que ni siquiera toda la superficie cultivable de la Tierra bastaría para darle de comer a todos los habitantes del plane-

ta; en este caso un planeta “subprime” que podría aburrir y sacar de quicio al extraterrestre más paciente y bondadoso. ¿A que cada uno de los irascibles bandos beligerantes de nuestro planeta trataría de que los extraterrestres eliminaran para siempre a sus enemigos políticos? Por eso creo que debería haber vida inteligente en otros mundos: porque tiene que haber seres mejores que los que pierden su tiempo con nosotros.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

L A CAN TAN TE Y COMP OSITOR A, Natalia Lafourcade, presenta Hasta la raíz (Sony Music, 2015): doce temas inéditos, que develan a una artista en total madurez después de más de dieciséis años en los escenarios de México, Estados Unidos, Japón, España y Chile, entre otros. Su disco anterior —tributo a Agustín Lara—, Mujer divina, la hizo acreedora a varios reconocimientos internacionales, dos Premios Grammy Latino 2013 (Mejor Álbum de Música Alternativa, Mejor Video Musical) y certificación en México de Disco de Platino (más de 100 mil unidades vendidas). “En este material me di la oportunidad de escarbar muy profundo en mis sentimientos: dejé que lo que se encontraba en ese lugar, saliera de mí y se convirtiera en canciones. Conecté con mi alma, dejé volar mi voz”, ha dicho la intérprete de los éxitos “Te quiero dar”, “Amarte duele” y “Ella es bonita”. Figura concluyente en los espacios del rock/pop alternativo de Hispanoamérica y España, ha sabido

incorporar matices de huapango, bolero, bossa nova, aires sudamericanos, soul y jazz desde singulares y atrevidos espectros armónicos. Con formato orquestal de guitarras, cuerdas (violines, violonchelos, violas), bajo, vientos/brass (trompeta, flugelhorn, trombón, flautas, corno francés, clarinete bajo, saxofones), percusiones, teclados, piano y programaciones, Hasta la raíz ha sido producido por el rockero argentino Cachorro López con la colaboración del cantautor mexicano Leonel García. “No pudimos pagarle a un productor muy famoso —no voy a decir su nombre—, quien fijaba sus honorarios en cifras desorbitantes. Decidí refugiarme con mis amigos, hacer canciones cómplices con ellos. Cachorro y Leonel lo entendieron. Fueron sesiones de grabación en que prevaleció la confabulación musical”, comenta la multiinstrumentista (guitarra, bajo, cavaquinho, banjo, piano, saxofón...) originaria de Coatepec, Veracruz. Sonoridad que explora el folclor mexi-

cano, el rock, gamas de soul y fusiones en que el blues y ciertas acentuaciones jazzísticas se hacen patentes. El tema que da nombre al álbum, “Hasta la raíz”, se extiende sobre delineación de huapango en costura disyuntiva de pop (“Sigo cruzando ríos, / andando selvas, / amando el sol...”). “Mi lugar favorito” (“Hoy dejo entrar el sol / por la ventana / y me pierdo en tu mirada...”) explora consonancias jazzísticas esbozadas por el sax (tenor, barítono) y oscilaciones del trombón de vara que los fraseos de Lafourcade acompañan con sugerentes ataques de scat. Destacan “Antes de huir”, “Ya no te puedo querer”, “No más llorar”, “Para qué sufrir” y “Estoy lista”: el fresco registro de soprano de Lafourcade proyecta cordiales recitaciones. “Vámonos negrito” entra a las concordias sureñas y afroantillanas subrayadas por el cuatro venezolano, simetrías del flugel y percusiones. Hasta la raíz, cuaderno imprescindible en el contexto de la canción hispanoamericana.

HASTA LA RAÍZ

Artista: Natalia Lafourcade Género: Pop rock alternativo Disquera: Sony Music, 2015.


El Cultural SÁBADO 22.08.2015

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

M A L D I TA S S E R I E S DE TELEVISIÓN

Por

CARLOS VELÁZQUEZ @charfornication

E

n un texto Rodrigo Fresán confiesa que uno de sus placeres culposos es ver malas series de televisión. Porque, afirma, “admitámoslo, en realidad el formato es, en esencia, malo, tóxico, nocivo, mediocre”. Soy de los que opinan que ya no existen series que ver. A menos de que ocurra un milagro, que no lo creo, y arribemos a una cuarta era dorada de la tv, el género atraviesa por un bache. Me he negado a Games of Thrones, la sensación, porque me rehuso a consumir una historia dizque para adultos pero en la que aparecen dragones. Pero la tercera era dorada nos malacostumbró. Por partida doble. A aficionarnos a productos narrativos de calidad. Y a esclavizarnos a la serialidad. Por la incidencia que caracteriza a todo adicto, al leer las palabras de Fresán, y después de entablar una relación de amor-odio con la primera temporada de True Detective, decidí darme una oportunidad con alguna otra serie. Tres eran las candidatas: Weeds, Sons of Anarchy y The Bridge. Me decidí por la última. La trama arranca con el cuerpo de una mujer que yace en el puente que une a Ciudad Juárez con El Paso. Más adelante se descubrirá que de la cintura para arriba pertenece a una juez gringa (antiinmigrante) y de la cintura para abajo a una muchacha mexicana. A partir de este punto, todo lo que sucede es confuso hasta lo indecible. Los encargados de resolver el caso son los detectives Sonya Cross (gringa) y el juarense Marco Ruiz. The Bridge es un remake de una coproducción sueco-danesa, trasladada a la frontera México-Estados Unidos, con la fenomenología alrededor de Las Muertas de Juárez como agregado a la trama. En la

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THE BRIDGE ES UN REMAKE DE UNA COPRODUCCIÓN SUECO-DANESA, TRASLADADA A LA FRONTERA MÉXICO-ESTADOS UNIDOS, CON LA FENOMENOLOGÍA ALREDEDOR DE LAS MUERTAS DE JUÁREZ.

El sino del escorpión

indagación del caso se descubre que no se trata de un crimen aislado, sino que obedece a los motivos de un asesino serial. Un psicópata al parecer preocupado por la indiferencia de las leyes ante la muerte de mexicanos. Por tal razón el descuartizamiento de una funcionaria estadunidense, para atraer la atención. Hasta aquí el relato establece unas leyes que se apresura a traicionar. Al espectador, como al lector, no puedes apuñalarlo. Si le planteas un conflicto, debes resolvérselo. O se defraudará. Existe un periodista involucrado, quien es el vínculo entre el asesino y la policía. Una mala serie se caracteriza por el tiempo que tardas en verla. The Bridge resulta dilatadísima. Y la identificación con los personajes principales, interpretados por Demián Bichir y la alemana Diane Kruger (quien es la representación misma de lo que significa sobreactuar y de la impostación) es sumamente difícil. Tras cuatro o cinco capítulos, en los que aparecen subtramas sosas, se presentan elaboradísimas muertes a inmigrantes, una contradicción, pues el asesino recalca que a nadie le importan, y por lo tanto es gratuito para la serie aniquilarlos. El asesinato de un psiquiatra y el arresto de Jack Childress, un señuelo que utiliza el verdadero asesino para despistar a la policía, se revelan como los auténticos motivos de tanta carnicería. Inverosímil hasta la médula, los hechos se presentan porque David Tate, agente del fbi que fingió su suicidio, vuelve para tomar venganza contra Marco Ruiz, su presunto amigo y además el amante de su mujer. Ésta muere en un accidente de tráfico junto con el hijo de Tate mientras se dirigía a Ciudad Juárez

a encontrarse con Marco. Tate, para hacer pagar a Marco, secuestra a su mujer, Alma, y a sus dos hijas y las encierra en una casa en medio del desierto. Deposita una granada en la mano de Alma a la que casi al instante le quita el presillo. Y tras mucho quebradero de cabeza Marco descubre el sitio y llega a tiempo para salvarlas. ¿De verdad ésta es la ficción contemporánea que plantea la televisión? ¿Todo este enmarañado para acometer una venganza que se podría solucionar narrativamente por muchas otras vías? En el capítulo 11, Tate mata a Gus, el hijo de Marco, para que sienta el mismo dolor que él experimentó. E intenta matar al periodista, quien está involucrado en la muerte de su mujer, porque no declaró que conocía al conductor del auto que había acabado con su familia. En un desenlace dramático, con una bomba en el chaleco, Tate le confiesa a Marco en medio del puente que mató a su hijo para que Marco le dispare. Pero Sonya lo impide. Y aquí termina, o debiera terminar la primera temporada. Una mala serie se caracteriza porque no resuelve todas sus subtramas al mismo tiempo. En eso se parece al cuento. Cuando se ha atrapado al asesino y va a prisión, todavía se presentan dos capítulos más, en los que Marco y Sonya rescatan a una joven mexicana de la policía juarense. Estructuralmente el relato es fallido. Al final de la primera temporada queda una incógnita: el crimen dual de la juez y la mexicana. Nunca supimos si fue Tate el responsable. Ver The Bridge quizá no sea un desperdicio después de todo. Es una guía para aprender lo que no se debe hacer en una narración.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

Politicarte EL ESCORPIÓN asoma la cabeza desde su resquicio lunar en la pared tras días de reflexión sobre uno de los temas provocadores de su angustia y desazón. ¿Puede la producción artística mexicana no expresar la realidad de nuestro país? ¿Las expresiones plásticas, musicales, literarias, poéticas, teatrales, dancísticas, incluso arquitectónicas y culturales pueden no revelar la impronta de nuestro desastre? El académico escorpión recurre a Adorno y a Sartre, a Foucault y a Bourdieu; incluso, en plan malinchista, relee los escritos sobre el tema de Paz, Monsiváis, Montemayor y Fuentes, instigándose a profundizar en la vieja/nueva idea del “compromiso” artístico. Por fortuna para su intelección, el arácnido halló en el desafiante portal http://horizontal.mx las entrevistas recientes realizadas sobre

ése y otros temas culturales a una docena de artistas e intelectuales. Aquí decanta su indagación. “Cualquier acción, desde escoger un calzón hasta subir un video a internet, tiene efectos políticos” (Gabriela Jáuregui). “La política es la prolongación de la cultura por otros medios” (Ignacio Echevarría). “Hay políticos que imitan a algún actor, hay redactores de discursos inspirados en líneas de Shakespeare o de Chespirito” (Claudio Lomnitz). “A veces el compromiso político es parte del marketing artístico” (Susana Draper). “Pensar los problemas teóricos de la novela es ante todo tejer la relación entre dos universos: el de los materiales y el de la política” (Damián Tabarovsky). “No aceptar compromisos puede ser también una forma de comprometerse” (Roger Bartra). “En el arte, como en la ciencia, pretender

la neutralidad ideológica es afirmar una posición política” (Abraham Cruzvillegas). “Los artistas forman parte de ese mismo sistema que no exige. Y, a menudo, se satisfacen a sí mismos con tristísima facilidad” (Lolita Bosch). “Los cambios culturales son colectivos, y el compromiso de una persona tiene más sentido como parte de esfuerzos varios que posibiliten el cambio” (Ignacio Sánchez Prado). “Con frecuencia el silencio equivale a un tácito sostenimiento del statu quo” (Jorge Volpi). “No hay acto o decisión estética que no sea al mismo tiempo una encarnación de lo político” (Cristina Rivera Garza). Como dicen los abogados de La Ley y el Orden: “I rest my case” (a los hechos, marranito). El escorpión, ya bien comprometido, vuelve a su cuarteadura selenita en lo alto del muro de las lamentaciones.

¿PUEDE LA PRODUCCIÓN ARTÍSTICA MEXICANA NO EXPRESAR LA REALIDAD DE NUESTRO PAÍS?


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El Cultural SÁBADO 22.08.2015

EL NARCO Y EL NORTE SEGÚN CARMEN BOULLOSA En 2011, Carmen Boullosa escribió La patria insomne, que es algo así como la versión ruda y cruda, por actualizada, de la Suave patria de López Velarde; el paisaje después de las batallas fratricidas del narco mexicano. Luego empezó a escribir un ensayo sobre el tema, “pero no tenía pies ni cabeza”. Como suele suceder, la solución estaba frente a sus ojos: Mike Wallace, un historiador estadunidense que en 1999 ganó un premio Pulitzer por el libro

Gotham: A History of New York City to 1989, que realizó con Edwin G. Burrows. Sucede que Wallace también es esposo de Boullosa y entre ambos hicieron la investigación y redacción del volumen A Narco History. How The Unites States and Mexico Jointly Created the “Mexican Drug War”, que ya fue lanzado en el país vecino, y que en los próximos meses aparecerá en alemán, chino y español (en México bajo el sello de

Taurus). El título en nuestro idioma lo dice (casi) todo: Una narcohistoria. Cómo los Estados Unidos y México crearon juntos la “Guerra mexicana antidrogas”. Carmen y Mike viven la mitad del tiempo en la Gran Manzana y el resto en Coyoacán, en el mismo barrio donde ella y Alejandro Aura crearon los míticos teatrobares de los ochenta y noventa: El Cuervo y El Hijo del Cuervo.

Por ESGRIMA

¿Qué aportó Mike Wallace en el libro a tu proyecto original? Él me hizo ver que era necesario mostrar una historia cronológica de la política prohibicionista, que es hechura de los dos países. Él no sabe nada de la historia de México y yo no sé nada de la historia de Estados Unidos. De ese modo, fuimos al origen, que se remonta un siglo atrás, y luego analizamos lo que sucedió en tal o cual cuatrienio estadunidense, que coincidía con tal o cual sexenio de nosotros. ¿Y cuál es el origen? Para cada país el prohibicionismo significó inicialmente algo distinto. En Estados Unidos tenía que ver con la elaboración de productos farmacéuticos como jarabes para la tos o pastillas contra el dolor de cabeza o para combatir el insomnio. Se trataba de una regulación de sustancias psicoactivas que podían generar adicción en niños o en amas de casa. Allá no querían crear nuevas Anas Kareninas que tomaran gotas de opio para dormir. ¿Y del lado mexicano? México quería mostrarse como un país moderno y al mariguano, por ejemplo, lo identificaban como un tipo de clase baja,

EL TEMA ES HORRIBLE. HAY DEMASIADAS CABEZAS RODANDO. TAN SÓL O L OS DECAPITADOS YA SON DOS MIL, Y L A OPINIÓN PÚBLICA DE ESTADOS UNIDOS NI SE INMUTA. TAL COMO SÍ L O HARÍA CON UN SOL O CASO DE AQUEL L ADO.”

Arte digital > Staff >La Razón

FERNANDO FIGUEROA atrasado. En la versión en español del libro tal vez añadiremos detalles que pueden ser interesantes de este lado, como el hecho de que Federico Gamboa, el diplomático y autor de Santa, fue quien firmó la incorporación al convenio prohibicionista. ¿O sea que no bailamos al son que nos tocan los gringos? No siempre. Díaz Ordaz era un convencido del prohibicionismo, mientras que Echeverría utilizó el combate contra las drogas para reprimir políticamente. En una entrevista reciente, Elena Poniatowska dijo que estaba leyendo en inglés tu libro sobre el narco... Debe estar sufriendo, porque el tema es horrible. Hay demasiadas cabezas rodando. Tan sólo los decapitados ya son dos mil, y la opinión pública de Estados Unidos ni se inmuta. Tal como sí lo haría con un solo caso de aquel lado. ¿La masacre de los jóvenes de Ayotzinapa detonó la creación del libro? No, para nada. Ya habíamos mandado el manuscrito al editor cuando ocurrió esa tragedia. Teníamos ya un prólogo, pero comprendimos que lo de Ayotzinapa era necesario en una nueva introducción porque es clave para entender lo que ha ocurrido en la historia de la prohibición del consumo, distribución y venta de drogas. ¿Cómo fue recibido el libro en Estados Unidos? La primera crítica fue muy dura, pero se basó en dos líneas del libro acerca del Tratado de Libre Comercio. Nosotros nunca decimos que el tlc fue el culpable de todo el despepite. Cambiemos de tema. Luego de que escribiste Texas, tuviste una especie de depresión posparto y no iniciaste otra novela, tal como habías hecho más de una docena de veces… Eso ya pasó. Incluso, ya terminé otra novela. ¿De qué trata? Hace poco releí Ana Karenina y, para mi sorpresa, caí en la cuenta de que Tolstoi dice que ella escribió un libro, que le es solicitado por el editor, y ella contesta que se trata sólo de un borrador. No se vuelve a hablar del libro y yo decidí reaparecerlo. Por ahí va.

Hay un abismo entre tu primera novela, Mejor desaparece, y Texas, pero al mismo tiempo tienen una voz interior similar. Mejor desaparece la escribí cuando tenía veinticinco años, y Texas casi a los sesenta, así que deben existir muchas diferencias, pero en ambos casos está mi furia, mi caos; soy la furia encarnada. Mejor desaparece es la furia doméstica, y en Texas es algo que nos atañe a los mexicanos, o al menos así debería ser. En la novela Texas los mojados eran los negros que cruzaban para México, huyendo de la esclavitud. Ahora tú vives en Nueva York, donde están los mojados que van de aquí para allá. Son casos muy distintos porque todos los negros pertenecían a una misma clase social, y los mexicanos que viven en Nueva York son de clases muy diversas. Yo no tengo una vida de mojada. Pero los ves a diario. Sí, por supuesto, y veo cosas muy tristes. Por ejemplo, a las mujeres que viajan en el metro con dos o tres hijos, que trabajan lavando baños si bien les va. ¿Esa realidad la plasmas en el programa de televisión local en el que participas? La realidad de esos mojados sí es algo de lo que mostramos, porque es parte de la cultura latina en Nueva York. El abanico es muy amplio. ¿Crees en la teoría de que el ataque a las Torres Gemelas (wtc) fue un autogol? Por supuesto que no. Atacar esas torres fue un símbolo. Ahí fue el primer sitio donde estuvo Wall Street. Creer que todo es un capricho de un tipo loco, encerrado en un sótano, es perder la cordura histórica. ¿Cómo fue vivir al lado de un personajazo como Alejandro Aura? Durante muchos años fue maravilloso. Yo quería hacer una vida con él y tener una hija, y así lo hice. Luego quise tener un hijo con él, y así fue. Al final las cosas se descompusieron y yo me fui, pero seguimos siendo buenos amigos, hasta que murió. Él parecía un Juan José Arreola de la poesía. Alejandro fue alumno de Arreola, y curiosamente compartieron a una mujer, que no fui yo.


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