Elena Garro En el año de su Centenario

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FERNANDO IWASAKI

“PETALOSOS” L ATINOAMERICANOS

CARLOS VEL ÁZQUEZ

VIRTUOSISMO VISCER AL

REDES NEUR ALES

SOBRE GONZÁLEZ CRUSSÍ

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S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

ELENA GARRO

EN EL AÑO DE SU CENTENARIO ÚLTIMAS REBELDÍAS

GENEY BELTRÁN FÉLIX

LA ESTACIÓN DE LOS FUGITIVOS JOSÉ CARLOS CASTAÑEDA


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En el curso de la celebración por los cien años del nacimiento de Elena Garro (1916-1998), El Cultural presenta dos ensayos, dos lecturas de la obra y la vida de esta escritora esencial del siglo XX mexicano. Geney Beltrán Félix se concentra en la ficción posterior al reconocimiento y el éxito de Los recuerdos del porvenir (1963): una etapa tan productiva como

ignorada o desdeñada por el prejuicio ante una voz, un mundo narrativo que de manera patente cuestiona “los moldes del sistema patriarcal”, con su carga opresiva que enfrentan mujeres en rebelión y lucha por una libertad añorada. Forma parte del prólogo a la Antología de Elena Garro que en breve circulará bajo el sello de Cal y Arena.

Ú LT I M A S R E B E L D Í A S DE ELENA GA R RO GENEY BELTRÁN FÉLIX

L

uego de darse un baño en el departamento de su amigo André, la joven protagonista de Un corazón en un bote de basura, novela corta publicada por Elena Garro en 1996, le deja escrito un mensaje sobre la lisura del espejo: “Tu baño delicioso. No tengo que comer. Una limosna. Úrsula”. Cuando más tarde el recado es descubierto a mitad de una fiesta, Charlotte, la novia de André, lo borra molesta con una servilleta húmeda. El muchacho siente ira contra Úrsula por el pequeño escándalo que surgió entre sus conocidos y desoye su petición de auxilio. En Primer amor, otra novela corta de Garro también publicada en 1996, Bárbara y su hija pequeña han viajado a la costa norte de Francia para las vacaciones de verano. Hace apenas poco tiempo que ha terminado la Segunda Guerra Mundial. En ese pueblo la joven madre y su niña conocen a un grupo de prisioneros alemanes que realizan trabajos forzados. Uno de ellos, Siegfried, se enamora de Bárbara; pero ella, casada, sabe que la pasión naciente no tiene ningún futuro. Decide escribirle una carta como despedida. Por un suceso inesperado, no habrá de entregarle jamás ese papel. Un ejemplo más, tomado de la tercera novela de Garro: Reencuentro de personajes (1982). Verónica ha huido del lado de su esposo y vive una relación enfermiza con su amante, un hombre de modos erráticos y temperamentales. Deambulan en un automóvil por las fronteras de Suiza e Italia. Luego de salir a deshoras y en circunstancias anómalas de un hotel, ella, que para entonces ha visto el tamaño de su error al haber escapado con un hombre tan violento, escribe en el parabrisas, con un lápiz labial, la palabra FIN. Frank le ordena borrarlo, ella obedece. El itinerario de ese ruinoso vínculo continuará a lo largo de varias ciudades, pleitos e insultos, y habrá de impedirle a la mujer todo chance de recobrar cualquier entusiasmo y potestad sobre su vida. ¿Cómo no ver afines los tres casos? Desprovistas de otras armas —como Lelinca y su hija, los personajes principales de varios relatos incluidos en Andamos huyendo Lola, ellas no tienen dinero ni una familia salvadora—, estas mujeres quie-

ren hacer uso de la palabra escrita para trastocar las pautas de su destino. Fracasan: ninguna logra nada con la escritura. Estas tres novelas de Elena Garro pertenecen a la segunda y última etapa de su ficción, la que empezaría en 1980 con Andamos huyendo Lola y se habría de cerrar en 1998 con la póstuma Mi hermanita Magdalena. A diferencia de Nellie Campobello, que abandonó la escritura, o Josefina Vicens, Inés Arredondo y Amparo Dávila, de obra parca y espaciada, Elena Garro no aceptó las normas del silencio o la escasez que parecían propias de las escritoras mexicanas. Durante su exilio en Estados Unidos y Europa, de 1972 a 1993, Garro no paró de escribir y de corregir viejos, llevados y traídos manuscritos. En las décadas de los ochenta y noventa entregó a las prensas cuatro novelas (Testimonios sobre Mariana, Reencuentro de personajes, Inés, Mi hermanita Magdalena), tres libros de cuentos (Andamos huyendo Lola, El accidente y otros cuentos inéditos y La vida empieza a las tres...), seis nouvelles (La casa junto al río, Y Matarazo no llamó..., Busca mi esquela, Primer amor, Un traje rojo para un duelo y Un corazón en un bote de basura), un recuento autobiográfico (Memorias de España 1937) y un volumen de crónicas históricas (Revolucionarios mexicanos). Pero, como adelanté al principio, ya nada volvió a ser igual: la atención de la crítica fue menos generosa, rayando en la frialdad y el ninguneo; no llegaron los grandes premios literarios por su trayectoria, y ella siguió siendo, como narradora, nada más la —estudiada, leída, reeditada— gran novelista de Los recuerdos del porvenir (1963). Como a Úrsula, Bárbara y Verónica, a la última Elena Garro la escritura pareció tornársele un arma inofensiva, casi por entero sin repercusiones.

LA (FALSA) REITERACIÓN DE LA HUIDA La objeción común, oída o leída aquí y allá para justificar el menor interés crítico de escritores y académicos por la última etapa creativa de esta narradora, podría verse resumida así: “Garro se desgastó, publicó la misma historia en varios li-

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LA MIRADA OBLICUA ANTE EL DESAMOR Un traje rojo para un duelo (1996) tiene como narradora a Irene, de catorce años, hija de padres separados. Su abuelo materno agoniza, razón por la que ha

“PRIVADA DE COMODIDADES PARA DEPURAR ESTILÍSTICAMENTE SUS LIBROS, GARRO NUNCA PERDIÓ SU CONSCIENTE DOMINIO DE RECURSOS TÉCNICOS Y DE ESTRUCTURAS NARRATIVAS QUE EN ESTA ETAPA SE MANIFIESTAN EN LA PLURALIDAD DE ENFOQUES CON QUE ABORDA SUS HISTORIAS.” bros: mujeres perseguidas vistas de manera complaciente, y no escribió nada a la altura de Los recuerdos del porvenir”. El corpus de esta etapa exhibe, sí, una prosa menos lírica y fulgurante que la de Los recuerdos del porvenir y La semana de colores (1964). Se hallan en cambio premuras y descuidos que dan pie a cacofonías o repeticiones; pero no son la norma. Sería injusto tildar estos libros, como hace Christopher Domínguez Michael, de “borradores arrojados inmisericordemente a la luz pública”. En su conjunto se trata de una ficción narrativa que, merced a una expresión veloz y económica, se muestra más tendiente a la eficacia en el desarrollo de sus movimientos dramáticos antes que al embeleso del poderío verbal. El énfasis habría cambiado: ya no la palabra como el libre brillo de la imaginación, sino como el insistido torrente de las fábulas del dolor y la memoria. El exilio de Garro y su hija en Nueva York, Madrid y París se dio en condiciones adversas que más de una vez rozaron la miseria y el hambre. “El sufrimiento hace débil y magra nuestra fantasía. Nos resulta difícil alejar la mirada de nuestra vida y nuestra alma, de la sed y la inquietud que nos domina”, escribe Natalia Ginzburg en Le piccole virtù. Una historia presente en varios títulos de esta última franja ficcional de Garro es en efecto la de la mujer perseguida por fuerzas de cariz siniestro que la hunden en la desolación, la paranoia, el encierro y la pobreza. Un cuadro es el siguiente: una joven trata de huir de un matrimonio fatídico, en el que no ha co-

nocido, según insiste, más que la mezquindad y la recriminación. Con todo, si se revisa con detenimiento, vemos cómo este asunto no sólo no es el único —la excepción más notoria es la de Y Matarazo no llamó..., cuyo protagonista es un varón que se solidariza con un grupo de obreros en huelga—, sino que el tratamiento que da Garro a la figura de los belicosos vínculos de pareja tiene variaciones nada insignificantes de un tomo a otro: piénsese en la divergencia mayor que hay entre títulos como la pesarosa y pesimista Inés y la luminosa y jovial Mi hermanita Magdalena. Me temo que la reiteración, ciertamente no total, de un asunto dramático, ha sido sólo un pretexto para descalificar la postrer creación narrativa de Elena Garro, sin atender a sus pautas internas con ojos libres de prejuicios. ¿No hay aquí también la manifestación de un doble rasero? Resulta curioso que a autores varones de obra monotemática —digamos, Juan García Ponce o Salvador Elizondo— los colegas y especialistas tienden sin reticencia a aplaudirles “la fidelidad a sus obsesiones”; pero si se trata de una escritora que persevera en asediar las difíciles relaciones mujerhombre y las inercias sociales que legitiman la hegemonía masculina, entonces sí se viste el fenómeno de monotonía reprochable. En contra de esta parcialidad, creo que, aunque se haya visto privada de comodidades para depurar estilísticamente sus libros, Garro nunca perdió su consciente dominio de recursos técnicos y de estructuras narrativas que en esta etapa se manifiestan en la pluralidad de enfoques con que aborda sus historias.

estado ella viviendo en la casa de su padre y su abuela paterna. La chica es testigo de la hostilidad entre Natalia y Gerardo, los dos elementos del estropeado matrimonio del que ha nacido. La elección del punto de vista de una adolescente en esta novela breve da pie a una visión oblicua del vínculo amoroso roto; Garro pone en primer término la inestabilidad que los combates y odios de la pareja provocan en las emociones de la hija. Ni Gerardo ni Natalia son esbozados con beneplácito; mientras aquél es abusivo y tacaño, ésta se deja ver irresponsable y desordenada. Habría que añadir: la voz de Irene reflexiona, comenta, es siempre enfática, no se ahorra el menor adjetivo para hacer notar su vislumbre de los hechos y las personas. Casi nadie se salva de sus duros juicios. “Me resultaba imposible respetar a aquella cobarde”, dice de Natalia, refiriéndose a la docilidad con que ésta se sometió a las intrigas de la suegra. Apenas se menciona en una conversación a un hombre apodado El Gran Rioja, amigo de su padre, Irene nos informa sin más, como si se tratara de una afirmación que no requiere de la menor prueba: “Era un abogado tramposo”. La perspectiva de la joven es dolidamente desengañada. Y esto ocurre a pesar de que, o quizá debido a que su educación estuvo cruzada por la lectura de cuentos fantásticos, como “La Reina de las Nieves”, de Andersen, su autor favorito. Así, su retrato del entorno señala de forma muy aguda la transición desencantada de una mirada infantil hacia el descubrimiento del mal y sus conjuras. Irene llega a convencerse, pues, de que el mal, esa fuerza básica propia del mundo fantástico descrito en las narraciones tradicionales, existe también en su realidad y encarna en seres como su abuela Pili, de quien la chica cuenta una serie de hechos que la ratifican como un personaje siniestro. “Sólo mi abuela Pili no moriría; era permanente y eterna como el mal.” Puesto que la novela sigue el descubrimiento del mundo adulto en la noción de la chica, el abrupto final se explica en virtud de que así se completa su evolución interior, de la inocencia y el pasmo a la decisión enérgica. A diferencia de su madre, atrofiada en la

pasividad, Irene elige defenderse y responder a las trampas de su abuela. Sorprendentemente poco leído, Un traje rojo para un duelo es un perturbador relato de formación, la estampa de un mundo familiar pesadillesco que vulnera y reta la conciencia infantil hacia una madurez ardua. En el origen de la ordalía de Irene se halla, recordémoslo, el fracasado enlace de sus padres, con las agrias secuelas de un ríspido desamor. Otro ejemplo de los vínculos mujerhombre está en Primer amor, nouvelle publicada en un tomo con Busca mi esquela (1996). La narración en tercera persona se detiene en más de una


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instancia en la percepción de la pequeña Bárbara, cuya madre, del mismo nombre, la lleva consigo de vacaciones para poner un poco de distancia ante una vida conyugal decepcionante. “Nadie le había dicho nada, pero ella sabía que su padre no amaba a su madre. ‘No la quiere’, y se quedaba sorprendida de su siempre nuevo descubrimiento.” Él hombre no aparece más que en los recuerdos de la hija; pero es esa una ausencia significativa que parecería actualizarse en los lugareños, quienes repiten el acerbo ademán de aquel, pues ven con malos ojos que esa rubia fuereña trate bien a los jóvenes prisioneros. Como es usual en Garro, sus protagonistas buscan, casi siempre sin suerte, redimir a los desposeídos. Aunque para los nativos esos alemanes son los invasores que cometieron espantosas maldades, para Bárbara se trata de seres derrotados, unos jovencitos apenas salidos de la adolescencia a los que habría que tratar con compasión. Ella se identifica con los cautivos, proyectando así la imagen que tiene de sí, atrapada en un gélido enlace conyugal. Aquí también se advierte la mirada oblicua de una niña frente a los desafectos de los mayores, que contrastan vivamente con el cariño que nace en ella por el joven soldado vencido. Primer amor guarda imágenes y escenas de un recio candor y delicadeza, gracias a la percepción, los impulsos y los apegos espontáneos de la pequeña Bárbara, quien otorga a la narración una tonalidad mucho más luminosa, aunque crepuscular, que Un traje rojo para un duelo.

DESPUÉS DEL ANSIA DE LIBERTAD, ANTES DE LA LIBERACIÓN Las vidas de Irene y la pequeña Bárbara se hallan trastocadas por las desavenencias de sus padres, lo que apuntaría al hecho de que toda relación mujerhombre involucra a más de dos personas, con repercusiones adversas en la familia y la sociedad. Sin embargo, no está de más poner el énfasis en un aspecto: sea una niña, una adolescente o una joven, el punto de vista que privilegió Elena Garro fue el femenino. Con un pormenor importante: se trata de una percepción crítica de los moldes del sistema patriarcal. Esta es la constante: las mujeres en Garro ven con ojos suspicaces y de desafío las formas de la masculinidad, y deciden colocarse en una postura de rebeldía y fuga que las vuelve irreductibles; dejan de ser esposas, hijas, amantes, pues ninguna de las etiquetas que les asignan los varones trae consigo alguna dosis de respeto o comprensión. La causa de esta deriva se halla en lo siguiente: casi todas las mujeres de Garro viven antes de la liberación y después de nacido el ansia de libertad, en ese marco histórico que va de la década del cuarenta a los inicios del sesenta del siglo XX, un momento inmediatamente anterior a la lucha feminista, el divorcio y la píldora. Paralelamente, se trata en su generalidad de mujeres sen-

“LAS MUJERES EN GARRO VEN CON OJOS SUSPICACES Y DE DESAFÍO LAS FORMAS DE LA MASCULINIDAD, Y DECIDEN COLOCARSE EN UNA POSTURA DE REBELDÍA Y FUGA QUE LAS VUELVE IRREDUCTIBLES.” sibles de clase media que han recibido una educación progresista, mas no los recursos emocionales y económicos para verse exentas del control masculino en el matrimonio. De lo anterior se deja ver que, más que el asunto de la mujer perseguida, lo central en la última Garro es el tema de los desajustes históricos en las relaciones de pareja, en el contexto de la clase media mexicana. Los vínculos mujer-hombre son un horizonte ineludible y desasosegante en cuotas iguales, a raíz de la insuficiente mutación de los roles que, en esa época, una y otro habrían de cumplir. Es una reducción muy ciega ver la postrer ficción narrativa de Elena Garro como un permanente ajuste de cuentas con su ex esposo, el poeta y ensayista Octavio Paz. Las protagonistas de Garro no pueden vivir su existencia con los hombres, pero tampoco atinan a descubrir cómo vivirla sin ellos. Hay en estas mujeres sin adjetivos la intuición, aún idealizada, de un vínculo de pareja distinto al del molde patriarcal, de una posibilidad nueva de entendimiento con el varón en que no reinen la incomprensión ni el autoritarismo. Un corazón en un bote de basura (1996) sería ejemplo de esta búsqueda. Una joven, Úrsula, se ha separado de su esposo; mientras dos pretendientes la buscan, y un tercero aparece de cuando en cuando para dizque auxiliarla en la elección de su nuevo horizonte, ella pasa por una fase de incertidumbre e indecisión: ¿regresar con su esposo?, ¿huir con Dimitri, el ruso militante de izquierdas de azarosos andares?, ¿hacerse amante del acomodado André? Sintomáticamente, la decisión técnica de Garro no repite ni la claridosa voz de Irene en Un traje rojo para un duelo, ni la emotiva cercanía a la visión infantil que hay en Primer amor. Tenemos aquí

una voz distanciada, a ratos aséptica o incluso indiferente, que se apoya en los diálogos y el recuento de las acciones, prescindiendo casi por entero de la desmenuzada inmersión en los estados psicológicos. Es todo casi pura acción, un desencuentro tras otro, una discusión tras otra que parecen no desembocar en ninguna salida, pues Dimitri y André, por más bienintencionados que luzcan, no esconden la insistencia de los prejuicios machistas. La confusión sentimental de Úrsula viene nacida de una encrucijada: quiere ser libre, pero carece de los recursos para liberarse y no tiene tampoco referencias claras de cómo se hilaría ese otro destino: su futuro sería inédito. Quienes la rodean no se ahorran obedecer la tentación de enjuiciarle los propósitos y las decisiones hasta por adelantado, de modo tal que a la ligazón de los afectos se le adjunta una actitud reprobatoria: sus cercanos buscan frecuentemente añadirle a la conducta de la joven una definición ya conocida. “¡La única libertad que buscas es la de tener amantes!”, la acusa Dimitri. “Eres histérica y sentimental como todas las mujeres”, le espeta André. Al mismo tiempo, la chica ve reiterada su propia confusión en la confusión social y política que surge en las calles (están por presentarse manifestaciones y huelgas en París), así como en la singular trama que se pone en marcha para asustarla y hacerla regresar con el marido, de la que ella, de por sí paranoica, sólo ve, sin entender más, amenazantes individuos siguiéndola en las calles o tocando a la puerta de su casa. De tono menor y alcances discretos, esta breve novela toca una nota distinta en el repertorio de los retratos de amor y desamor que creó la última Garro: después del desconcierto y el caos, viene la libertad, pues Úrsula decide por su cuenta los términos de su felicidad futura. Sin embargo, esto ocurre sin que nos enteremos hasta la última página: las secciones finales de la nouvelle se narran focalizando desde la percepción de uno de los varones. No es difícil suponer, en Un corazón en un bote de basura, una contradictoria lección: la mujer parecería estar en condiciones de elegir su libertad siempre y cuando no esté siendo vigilada, ya no sólo por el esposo o la familia, sino tampoco por el narrador ni los lectores. C


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Este ensayo aborda los vasos comunicantes entre el romanticismo alemán y las ficciones literarias de Elena Garro; al mismo tiempo, encuentra el reflejo, en la vida personal, de un “drama de identidades” que no sólo distingue los dilemas de sus personajes, sino que se proyecta hacia su biografía como otra vertiente de su mundo imaginario.

ELENA GARRO L A E S TA C I Ó N D E L O S F U G I T I VO S JOSÉ CARLOS CASTAÑEDA UN ARCHIVO DE LA CIA En los archivos de los servicios de inteligencia norteamericanos hay una ficha con el nombre de Elena Garro. La descripción de los informantes de la CIA advierte que políticamente parece católica tradicional y en su admiración por la cultura alemana en ocasiones exhibe atracción por el nacional socialismo. A pesar de contar con sus confidencias, los agentes de inteligencia desconfían. No es un testigo fiel de los hechos. El reporte aclara que con frecuencia “tiende a romantizar los acontecimientos”. La conclusión es abrumadora, pero cierta: no distingue la frontera entre la realidad y la fantasía en su vida. Un perfil elaborado por agentes de inteligencia extranjeros radicados en México no es la mejor fuente de información sobre una personalidad literaria, lo reconozco, menos si hablamos de una escritora que vivió entre fugitivos y aprendió a encubrir su identidad en una trama de ficción. ¿Quién es esta escritora tan imaginativa que debe ser vigilada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos? ¿Qué tan confiable es el reporte de unos informantes ajenos a la vida cultural de una autora como Garro? ¿Sus afinidades literarias educadas en la cultura alemana la convierten en simpatizante del nacional socialismo? ¿Cómo desentrañar la ficción de la vida, cuando dedicó su obra a encubrir sus pasos, como lo haría un prófugo? Elena Garro vivió en una época de persecuciones: religiosas, ideológicas, segregacionistas. Muchos de sus amigos escritores compartieron ese sentimiento de angustia, propio de una época dominada por el terror. Con sus distintas denominaciones: persecución religiosa, nazismo, estalinismo, racismo. La guerra es el telón de fondo en sus obras y más que rememorar la violencia de las batallas, recrea la atmósfera funesta que alimenta la aflicción y el desencanto. Los recuerdos del porvenir ocurre en el ambiente de la Cristiada. En Las memorias de España retoma su viaje a la Guerra Civil. En sus demás relatos y novelas se respira ese aire de zozobra y desesperanza que acompañó las hostilidades de la Guerra Fría,

de Elena, Lee Harvey Oswald asistió a una fiesta que organizó la embajada cubana en septiembre de 1963. Lo describió como un joven beatnik. Más tarde le contó a un funcionario norteamericano que una amiga suya, Silvia Durán, se había acostado con Oswald. Los agentes de la CIA , ¿podían confiar en sus palabras? Su relato podría ser el comienzo de una novela, más que una evidencia real. Las dos Elenas, madre e hija, insistieron y después del asesinato de Kennedy corrieron a la representación diplomática cubana y desde la calle les gritaron ¡asesinos!, ¡asesinos! De inmediato la seguridad las retiró del lugar y les pidió que no revelaran lo que sabían. Poco tardó la CIA en confirmar el dicho de Garro. No había mentido sobre Oswald. Estuvo en la fiesta y salió con la misteriosa mujer. Quizá Octavio Paz acierta al compararla con una ola. Elena era inasible, como una ola. Así plasmó, en su poema en prosa Mi vida con la ola:

hasta alcanzar el punto de quiebre en la desgracia del movimiento estudiantil de 1968. Un punto de no retorno que la hundió en el autoexilio. Ante las constantes insinuaciones de síntomas paranoides, Garro refutó a los detractores: Si yo tengo delirio de persecución, no soy la única, lo padecemos millones en el mundo. Todos los que se han escapado de Indochina, de China, de Rusia, de Alemania, de España; 400 mil tenían delirio de persecución cuando huyeron de Francia ¿no?... Es que vivimos la época de los grandes desplazamientos... Y yo me fui de México porque me espanté. Si te acusan de ser el organizador, ¿no te espantas? El incidente que despertó estas sospechas de los agentes de inteligencia fue la presencia del asesino de John F. Kennedy en México. Según la versión

Su presencia cambió mi vida... ¡Cuántas olas es una ola y cómo puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, un pecho, una frente que corona de espumas! [...] El amor era un juego, una creación perpetua. [...] Entraba en sus aguas, me ahogaba a medias y en un cerrar de ojos me encontraba arriba, en lo alto del vértigo, misteriosamente suspendido, para caer después como una piedra, y sentirme suavemente depositado en lo seco como una pluma. Nada es comparable a dormir mecido en esas aguas [...] Los días nublados la irritaban; rompía muebles, decía malas palabras, me cubría de insultos y de una espuma gris y verdosa. Escupía, lloraba, juraba, profetizaba. Sujeta a la luna, a las estrellas, al influjo de la luz de otros mundos cambiaba de humor y de semblante de una manera que a mí me parecía fantástica, pero que era fatal como la marea.

LA MEMORIA INVENTA Y BORRA Persiste la tentación de leer a Elena Garro como víctima, como una mujer que sufrió la opresión del machismo.


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“LEER ES UN MODO DE IMAGINAR, NO DE JUZGAR. ELENA SE DIVERTÍA REFUTANDO, UNA A UNA, TODAS LAS CATEGORÍAS QUE LOS CRÍTICOS LITERARIOS USARON PARA CALIFICARLA. NO ACEPTÓ SER PARTE DEL LLAMADO REALISMO MÁGICO.” No coincido. Más que víctima, tuvo la agudeza de los fugitivos para eludir a tiempo a sus perseguidores. Pero tampoco aspiro a una interpretación más adecuada. No encontré una veta oculta para explorar en sus textos. Mi lectura consiste en examinar vasos comunicantes. Si algo aprendí leyendo su obra fue que no hay una forma correcta de desentrañarla porque la verdad no radica en una fórmula lógica: “Si A, siempre B”. Leer es un modo de imaginar, no de juzgar. Elena se divertía refutando, una a una, todas las categorías que los críticos literarios usaron para calificarla. No aceptó ser parte del llamado realismo mágico ni se identificó con los movimientos feministas. Tampoco es una novelista de denuncia social a la manera de Rosario Castellanos. En sus relatos, la presencia de los indios juega un papel central para encarnar el misterio de lo real y desdoblar la verdad en su dominio imaginario y mágico. Más que una condena de la injusticia o de la discriminación, Garro toma esas protestas políticas y las transfigura en una rebelión metafísica contra una modernidad desencantada. Cómo acercarse a una autora cuyo mayor deseo es escabullirse y no ser reconocida. Elena Garro imaginó su obra, tanto como su vida, encerrada en un laberinto de espejos, donde la identidad se pierde en un conjunto incierto de imágenes que alteran nuestro rostro, multiplicado y mutilado en reflejos rotos. Como escribe en Testimonios sobre Mariana, “hay personas parecidas a la luna, con una cara siempre oculta”. Las fechas ayudan muy poco para reconstruir su cronología. Confunde días y años. Intercambia etapas. Nadie puede determinar con precisión cuándo escribió sus libros. Hacemos conjeturas. Por ejemplo, ¿cuándo concibió Los recuerdos del porvenir? No es una pregunta ociosa. ¿Fue antes de la publicación de Pedro Páramo de Juan Rulfo? Sus amores tampoco respetan las leyes del calendario. De su relación con Adolfo Bioy Casares reconoció nada más tres encuentros: dos en Europa en 1949 y 1951 y uno en Nueva York en 1956. Elena comprende la vida como un juego literario y una parte de ese juego consiste en disfrazarse, en un juego de ambigüedades e incoherencias que hacen imposible recuperar el pasado de los archivos de la memoria. A pesar de sus constantes maniobras para eludir a sus perseguidores, es posible señalar cinco etapas en su vida que corresponden con el destino sombrío de su obra: 1) De 1916 a 1936. Su etapa de formación al lado de su familia. Con una figura paterna con una presencia literaria relevante.

2) De 1936 a 1959. La etapa de su relación con Octavio Paz. Sus inicios como escritora, primero como dramaturga. El viaje a España en 1937. Su vida en Estados Unidos, Europa y Japón. En esa época conoce el amor loco de su vida: Adolfo Bioy Casares. 3) De 1953 a 1960. Regresa a México, en estos años participa en Poesía en Voz Alta y junto con Juan de la Cabada, realiza un argumento para la película Las hermanitas Vivanco. En 1960 retoma su vida en París. 4) De 1963 a 1972 reside en México, ya separada de Octavio Paz. Publica Los recuerdos del porvenir. Gana el premio Xavier Villaurrutia. Se involucra en los movimientos campesinos y participa con Carlos Madrazo en un intento fallido de renovación del PRI . Su enfrentamiento con los intelectuales en 1968 tendrá consecuencias ominosas para su futuro literario. Pero más grave aún fue cómo sus declaraciones justificaron las denuncias contra sus propios amigos. 5) De 1972 a 1993 vive en tres distintas ciudades. Primero, en Nueva York hasta 1974. Después, solicita asilo en España, y obtiene la nacionalidad española en 1977. Ya en 1981, deja Madrid para instalarse en París hasta 1993, cuando regresa a vivir a Cuernavaca. Muere el 22 de agosto de 1998. Reconozco que es arbitrario dividir su vida en este orden. ¿Cuál es el orden de Elena Garro? Muchos amigos y expertos en su obra comentan extrañas manías que la acompañaron. Unos la llaman mitómana, otros atestiguan su despilfarro de dinero en frivolidades, la mayoría previene sobre su delirio de persecución. Por ciclos se asoman estados de euforia y crisis de melancolía. Acaso vivió como una inadaptada. Su fecha de nacimiento, matrimonio y divorcio son datos que fueron motivo de polémica. ¿Por qué mentía con los aniversarios? En sus entrevistas dice que nació en 1920. Casi al final de su vida, Octavio Paz aclaró esos equívocos insignificantes del calendario: Ya es hora de que se sepa la verdad. Yo ya cumplí 83 años y ella cumple 80 años el mes que viene. Nos casamos en 1937, mi hija nació en 1939. A pesar de que vivíamos bajo el mismo techo, muy pronto comenzamos a tener vidas separadas. Esto no era nada insólito en el mundo moderno. Lo que ha sido insólito es la obstinación de Elena Garro conmigo. ¿Quién es en verdad Elena Garro? ¿Tiene sentido preguntarlo? ¿De verdad hay alguna forma de cono-

Elena Garro y Octavio Paz recién casados. Barcelona, 1937.

cer a otra persona? ¿Cómo logramos obtener esa confesión que cumple con las condiciones de ser verdadera? ¿Quién decide que lo que conocemos de alguien es la verdad sobre esa persona? Una antigua sentencia del oráculo de Delfos nos invita a conocernos a nosotros mismos: no es mejor la opción de dejar de ser lo que somos y desaparecer. Los fugitivos viven ese dilema. Huyen de su rostro ante la mirada del espejo. Quieren dejar de ser lo que fueron. De ese drama de identidades está construida la prosa de Elena Garro. Novelas como Testimonios sobre Mariana muestran que la suma de los testigos no ordena todas las piezas de un rompecabezas. Esas voces dejan huecos, donde se pierden indicios y se confunde la verdad con las distintas caras del engaño. No somos los mismos para todos aquellos con los que interactuamos. Cada uno tiene un pedazo nuestro y su parte no compone un todo. Somos un conjunto de fragmentos dispersos. Conocer a Garro es tan intrincado como desentrañar los motivos de un desertor. Ningún interrogatorio es definitivo. Las dudas persisten. ¿Cuál era su ideología política? ¿Por qué se involucró de esa forma con Carlos Madrazo en la renovación del PRI? ¿Cómo fue su relación con Octavio Paz? ¿En verdad Bioy Casares fue el amor de su vida? ¿Por qué decidió atacar a los intelectuales en 1968? ¿Cuáles son los vasos comunicantes entre sus narraciones y la literatura alemana? Estas interrogaciones


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“LOS RECUERDOS DEL PORVENIR RECREA LA DESTRUCCIÓN DEL EDÉN Y LA DERROTA DE LA INOCENCIA. A SU MANERA ES UNA RÉPLICA EN PROSA DEL POEMA DE LÓPEZ VELARDE, EL RETORNO MALÉFICO.” tuvieron respuestas. El problema es que se contradicen. Su propia hermana Debaki testifica ese afán de contrariar con sus alegatos ideológicos. Garro ama confundir a sus lectores.

Su vocación literaria era alérgica al rigor de las clasificaciones estrictas y al espíritu del juicio lógico. Afirmar que piensa tal o cual cosa sería arbitrario. Con frecuencia oscila entre posturas contradictorias. Su presencia provoca perplejidad y obliga a los demás a cuestionar el valor de sus certidumbres. Quienes la conocieron consideran que su ánimo polémico, a veces francamente heterodoxo, retrata una personalidad voluble e insegura. Garro discrepa. La coherencia no es una virtud, es una cualidad vegetativa. Siente aversión a ser inmovilizada en un significante. Porque la escritura, como el deseo, crece en la ausencia. La nostalgia es su inspiración. La pérdida del paraíso como tema recurrente. Con ese ánimo de melancolía, Los recuerdos del porvenir recrea la destrucción del edén y la derrota de la inocencia. A su manera es una réplica en prosa del poema de López Velarde, El retorno maléfico. A partir de una relectura de la rebelión cristera evoca la expulsión del paraíso. Tras la mutilación de la memoria, recrea la subversión en el edén que fue acallada por los generales y su festín de balas y fusilamientos. Garro revive una infancia que secuestró la guerra y profundiza en el tono de “una íntima tristeza reaccionaria”. Más que un sueño de progreso, el nuevo régimen revolucionario sembró una pesadilla con sus amenazas y persecuciones. Como la narradora de nuestra iniciación en la modernidad, registra el choque cultural que se vivió en el mundo rural, donde las costumbres mágicas conviven con la cultura de la tierra. La insistencia de Isabel Moncada de montar una obra de teatro muestra cómo la razón moderna ha desterrado la fantasía. Felipe Hurtado reclama: “Lo que falta aquí es ilusión” y como bien lo sabe Elena, en palabras de Schiller: “Sólo la ilusión es vida, conocer es la muerte”. La no-

Foto > BARRY DOMÍNGUEZ

Ella era de derecha y sigue siendo de derecha, y nadie lo creía porque la oían hablar como de izquierda. Ella pensaba en devolver a los zares al poder... nadie la entendió, ni ahorita tampoco, porque sus opiniones son muy duales: cree en un sistema gobernante puesto por la mano de Dios pero que sirva realmente a su pueblo, algo que es absurdo, que no se va a dar nunca.

vela presenta en tres escenas la intrusión de lo fantástico: la huida de los amantes, el asesinato del sacristán y cuando Isabel se convierte en piedra. Su reivindicación de la Cristiada no tiene un sentido ideológico o religioso. Busca redimir un México olvidado. El México abrasado por la fuerza de la modernidad. El México mágico aniquilado por la empuñadura del rifle revolucionario y la maquinaria de la modernidad. Si Elena Garro defiende el lado de los menos favorecidos: los católicos, los indios y los perseguidos, no es por ser antagonista al sistema; su anhelo es recuperar ese dominio fantástico, oculto en la penumbra de una realidad, demasiado iluminada por la luz del progreso. Su obra completa no tiene otro tema: escribe contra y con el desencanto del mundo. Negarse a reconocer la pérdida del sentido mágico del mundo. La cara oculta de la luna encierra el lado oscuro, esa región donde gobierna la imaginación y residen los fantasmas.

La cuestión principal radica en pensar: qué nos hace ser eso que somos. Como relata en Testimonios sobre Mariana, nuestra identidad está sujeta a la mirada de los demás. Qué piensan, qué saben o qué esperan de nosotros. Los demás son quienes reclaman congruencia en nuestros actos. Sin aceptar que “la verdad tiene tantas caras como la mentira”, y acaso las mentiras son la protesta de un reino perdido, donde fuimos otros.

LA MUJER DE LOS GATOS El 26 de mayo de 1992 escuché por primera vez el nombre de Elena Garro en la Casa de México en París. Tras un largo exilio, nuestra más talentosa escritora era una desconocida en los círculos literarios. Vilma Fuentes conversó sobre su amistad. Unos años después visité Cuernavaca para conocerla en persona. En aquel exilio íntimo, último escondrijo de una fugitiva.

“COMO RELATA EN TESTIMONIOS SOBRE MARIANA, NUESTRA IDENTIDAD ESTÁ SUJETA A LA MIRADA DE LOS DEMÁS. QUÉ PIENSAN, QUÉ SABEN O QUÉ ESPERAN DE NOSOTROS. LOS DEMÁS SON QUIENES RECLAMAN CONGRUENCIA EN NUESTROS ACTOS.”


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En el ritual de la despedida todos somos iguales a nuestras máscaras y Elena fue una maestra en el juego de simulaciones.

Foto > HÉCTOR GARCÍA

LA BIBLIOTECA ALEMANA

La visité en su departamento como jungla o reino mágico. Desde la calle se observan las ventanas cerradas con persianas de madera. Sus vecinos no la aprecian. A la inquilina la conocen como la mujer de los gatos. El cubo de la escalera huele a orines. De lejos semeja una bodega más que un hogar. Por un pasillo estrecho con un balcón de cemento blanco que da al estacionamiento llego hasta una puerta con mosquitero. Me recibe Helena Paz. —Está dormida. Su tufo alcohólico es crudo. El rostro descompuesto. Viste un camisón anticuado, de tonos ocre. Un cabello enmarañado. En las manos carga un pequeño cofre, pero no alcanzo a ver qué resguarda. —No sé si podrá verlo. Está muy enferma. Exhausta. No tenemos agua y el refrigerador no funciona. Escucho del otro lado de la malla del mosquitero una voz. Es Garro: —Nos quedamos sin servidumbre. No se puede confiar en nadie. ¿Quién quiere entrar?, pregunta sin interés. —Otro periodista, contesta su hija. —Déjalo pasar. La entrada está obstruida por un sillón individual cubierto con una sábana. Esquivo el obstáculo y casi tropiezo con una hielera donde flotan cajas en un charco de hielo derretido. —La sirvienta acuchilló el refrigerador con un picahielos, antes de renunciar, me explica Helena Paz como si fuera algo usual. Me asomo a ver los libreros del comedor. Hay títulos sobre la KGB y la CIA. Nada de literatura. Una colección completa de informes sobre espionaje de toda clase de agencias secretas. También varias repisas de

Elena Garro baila con Gabriel García Márquez. 1965.

libros sobre historia de la revolución rusa y biografías de los zares. Un título me sorprende: la biografía de Céline, uno de los escritores colaboracionistas proscritos después de la Segunda Guerra Mundial. El desorden es enorme. Todo está fuera de lugar, como si la mudanza no hubiera terminado. Garro se recuesta en un sillón destartalado, hunde la curvatura de su propio cuerpo que ha deformado los cojines. Me mira aburrida. Ya no le importan las entrevistas, ni los críticos literarios, ni siquiera su propia obra. A sus espaldas un tubo de oxígeno es su última conexión con el aire limpio de su infancia en Iguala. Antes de poder comenzar la conversación, me recrimina como si yo fuera responsable: —En esta ciudad no hay banquetas. Nadie puede salir a la calle. París no es así. Ahí podías caminar. No quiere hablar de literatura. Evade mi primera pregunta. Recuerda la muerte de su tío Boni, al contarlo comete un lapsus. Alcanzo a escuchar que fue un suicidio. Desvía la conversación y explica que su hermana era comunista y fue amiga del guerrillero Rubén Jaramillo. Mientras conversamos ha llegado un doctor. Los accesos de tos son más frecuentes. El enfisema avanza y casi no puede respirar. Su hija discute en voz alta con el médico. —Mi madre no quiere curarse. Se quiere morir. Elena aleja el respirador de oxígeno y enciende otro cigarro. —Si están con secretos, no voy a tomar más medicinas. Al salir de esa madriguera, comprendí que debajo del disfraz no hay algo así como una auténtica personalidad.

En su infancia, Elena Garro frecuenta la literatura alemana. La biblioteca de su padre resguarda libros esenciales de autores del romanticismo alemán. Nada raro en los libreros de un lector español culto. José Ortega y Gasset, Miguel Unamuno y Pío Baroja se educaron en esa escuela filosófica. Las ideas románticas abrieron un río subterráneo en la cultura moderna. Los agentes de inteligencia norteamericanos no se equivocan: el espíritu alemán ronda las ficciones de Garro. Casi no se ha indagado este ascendente literario. ¿Qué entraña su filiación romántica? Encuentro cinco pasajes donde sus tramas y estilo literario confluyen con los temas del romanticismo alemán. No concuerdo con quienes la definen como precursora del realismo mágico. La obra completa de Elena Garro comparte los registros del canon fantástico, como advirtieron Borges y Bioy Casares en su antología. Desde sus primeros cuentos y obras de teatro, hasta su obra máxima Los recuerdos del porvenir. Una vez le preguntaron por qué admiraba a los autores alemanes y contestó: —Porque los escritores alemanes planearon la batalla del hombre moderno. Al lado de Goethe, Kleist, Tieck, Hoffmann, Novalis, Herder es el primero en pronunciarse en contra de la idea utilitaria del progreso. Está Buchner, el primer materialista revolucionario, y el primero también en plantear la lucha de clases. Hegel, Marx y Engels vienen después. Y debatiéndose dos corrientes, los poetas Heine y Nietzsche... ¿No te gusta “Atta Troll”?... Además, el realismo mágico de Novalis abrió las puertas de la ciencia moderna, basada en la intuición y en la imaginación... El paso del hombre hacia lo maravilloso lo dieron los poetas alemanes. Los cinco pasajes que conectan con la literatura fantástica alemana son: 1) La crítica del racionalismo cartesiano que mutila el espíritu humano. Novalis se rebela contra ese desencanto moderno y proclama la romantización: hacer extraño lo conocido. Algo que los críticos rusos llaman desfamiliarización: descubrir que en lo cotidiano, en lo más conocido, está presente lo fantástico, la extrañeza, lo monstruoso. Porque en nuestra realidad ordinaria, el artista percibe

“LA VISITÉ EN SU DEPARTAMENTO COMO JUNGLA O REINO MÁGICO. DESDE LA CALLE SE OBSERVAN LAS VENTANAS CERRADAS CON PERSIANAS DE MADERA. SUS VECINOS NO LA APRECIAN. A LA INQUILINA LA CONOCEN COMO LA MUJER DE LOS GATOS.”


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“MIENTRAS LA MODERNIDAD TRIUNFÓ CON SU IMAGEN DEL PROGRESO, GARRO RESCATA LA CONCEPCIÓN CIRCULAR. EL ETERNO RETORNO, ASÍ LO EXPRESA SU PERSONAJE MARTÍN MONCADA, NO HAY PROGRESO EN EL VELOZ DEVENIR DE LAS HORAS.” esa materia irreal de la imaginación. Maupassant aclaró esa disputa: la literatura fantástica existe gracias a la voluntad racionalista de extirpar los reinos imaginarios. 2) La revuelta de la imaginación, que reivindica el arte como el camino a la verdad. La ciencia materialista elabora demostraciones matemáticas. Su personaje, Juan Cariño, en su locura, aprende una misión delirante: identificar y capturar aquellas palabras que contienen un designio maligno. 3) Lo siniestro. Una figura literaria que Freud convirtió en parábola del sujeto moderno. Un individuo siniestro es el portador de maleficios y designios funestos, tan solo cruzarse con él empuja al infortunio. Los objetos animados entrañan un semblante siniestro. La experiencia del déjà vu también lo es. Las imágenes de descuartizamientos, como en “Perfecto Luna”, donde pregunta: “¿Qué le pasa a un muerto despedazado? Pues se vuelve loco, muchacho, buscando sus pedacitos”. Un verso de Rilke lo aclara: “la belleza es el comienzo de lo terrible”. Esta conjunción entre lo terrible y la belleza abre un campo fértil para la literatura y es la rebeldía estética contra la moral. 4) La noción del tiempo. Mientras la modernidad triunfó con su imagen del progreso, Garro rescata la concepción circular. El eterno retorno, así lo expresa su personaje Martín Moncada, no hay progreso en el veloz devenir de las horas. Nada más existe el instante y “el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte y la muerte el estado perfecto”. 5) El yo dividido. Como ninguna otra escritora mexicana en el siglo XX, Elena Garro narró la historia de la escisión del yo, donde crece una zona oscura, fuente de la locura y la fantasía, reino de la imaginación y el caos. Esa ruptura del sujeto descubre los fantasmas de un continente inexplorado, el inconsciente. Campo de cultivo de nuestras pasiones, terrores y fantasías. Con el mismo ánimo romántico educado en la decepción, Garro fue una furiosa antagonista de la Revolución, entendida como progreso social. Su perfil político es enigmático, pero más que oponerse a las injusticias sociales, lo que la desafía es el desorden. Su actitud escéptica ante la modernidad proviene del desencanto de los románticos alemanes frente a la guillotina francesa. La historia enseña a desconfiar de los revolucionarios. Esos gritos de libertad despertaron el terror.

Retrato de Elena Garro por Juan Soriano. Óleo sobre tela (detalle). 1948.

En un diálogo de su obra de teatro Felipe Ángeles, recapitula ese destino trágico de las revoluciones: ¿No ve, abogado, que un revolucionario en el poder es una contradicción? ¿Y que asesinar a los revolucionarios en el nombre de la Revolución es una consecuencia de esa misma contradicción? Elena vivía en Francia cuando iniciaron las detenciones y los juicios a los escritores colaboracionistas. Algunos eran sus amigos. La cuestión que se repetía en los cafés parisinos era aciaga: ¿Debe castigarse a los escritores por colaborar en sus textos con el enemigo? Más de uno terminó

en el ostracismo. Condenado. Décadas después, a Garro le esperaba un final semejante. Persigo a un personaje literario huidizo. A quien afirma que su vida fue fascinante como sus libros, pero cuya biografía más bien es una trama o una confabulación más de sus libros. En cada una de sus confesiones encierra una controversia. Su figura semeja una imagen reflejada en el agua, que pierde su perfil hasta desfigurarse y volverse grotesca. Entre sus conocidos nadie quiere contarlo todo. Siempre saltan evasivas. Tal vez cuando las aguas al fin se aquieten nada quedará de su reflejo. Mi interrogante sigue abierta: ¿Quién se oculta bajo su nombre? ¿Quién fue Elena Garro?

JOSÉ CARLOS CASTAÑEDA es ensayista. Durante varios años ha investigado la obra y la vida de Elena Garro, una de las autoras más importantes del siglo XX.


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Por

FERNANDO IWASAKI

“ P E TA LO S O S” L AT I N O A M E R I C A N O S

FUERA DEL HUACAL

www.fernandoiwasaki.com

L

a historia del pequeño Matteo —un niño de ocho años natural de Marchesi di Copparo— tiene el perfume de los grandes relatos, pues ha creado una palabra que la Academia Italiana ha incorporado a la norma después que cientos de miles de italianos la utilizaran a través de sus redes sociales. Matteo describió a una flor como “petalosa” (en italiano el sustantivo fiore es masculino), pero su maestra no se limitó a señalarle que aquel adjetivo no existía, sino que lo animó a escribir a la Academia Italiana para que considerara añadir la nueva voz a la lengua del Dante. La Accademia della Crusca respondió ponderando la originalidad de la voz (petaloso = pleno di petali, con tanti petali) y manifestó su voluntad de incorporarla a la norma en cuanto quedara demostrado su empleo masivo. Twitter y Facebook se encargaron de volver viral la cualidad “petalosa” de las flores y así floreció “petaloso” en italiano. Me figuro feliz al pequeño Matteo, aunque no mucho más que sus padres. También imagino radiantes a sus compañeros de clase y a la maestra Margherita Aurora, por no hablar de los vecinos de Marchesi di Copparo. ¿Alguien duda de que en aquel pueblo de la provincia de Ferrara no va a brotar una generación de poetas, literatos y humanistas? Rubén Darío fue enviado a recitar delante del presidente de Nicaragua cuando todavía era un niño, con la finalidad de conseguir una beca de estudios. El pianista chileno Claudio Arrau recibió una beca para estudiar en Berlín, porque el presidente Montt quedó deslumbrado ante su prodigio-

Las Claves

NO CORREN TIEMPOS PROPICIOS PARA LA LECTURA, LAS HUMANIDADES Y LA ESCRITURA, PUES LA PRENSA ESPECTACULAR BUSCA NIÑOS COCINEROS, NIÑOS FUTBOLISTAS Y NIÑOS CANTANTES.

so talento infantil. El pequeño Matteo quizá no sea un mago como Arrau o Rubén, pero su historia es tan mágica como la de cualquiera de los dos. No corren tiempos propicios para la lectura, las humanidades y la escritura, pues la prensa espectacular busca niños cocineros, niños f utbolistas y niños cantantes, aunque miles de niños de todo el planeta sean lectores, toquen instrumentos o saquen notas excelentes. Por eso celebro la breve popularidad del piccolo Matteo, pues los aplausos de esta hora son bienhechores también para miles de niños invisibles que pueblan los teatros, las bibliotecas y los conservatorios. Me alegra que los niños italianos puedan percibir el coruscante poder de las palabras a través del buen suceso de la voz “petaloso”. Sin embargo, la buena fortuna de la voz “petaloso” no sería posible en nuestra lengua, porque el italiano es un idioma que apenas tiene 64 millones de hablantes y sólo en México ya tenemos más del doble de hispanohablantes. ¿Cuántas palabras sorprendentes inventarán al año los escolares de Oaxaca, Puebla, Guadalajara, Monterrey o Guanajuato? ¿Cuántas de esas palabras tendrían alguna posibilidad de entrar en el universo de mexicanismos y algo más tarde en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua? Extrapolemos este razonamiento a Honduras, Ecuador, Paraguay o Nicaragua y las posibilidades serán todavía más remotas, pues el número de habitantes prefigura el impacto de cualquiera de esas comunidades en la lengua española. Quizá México, Argentina o

Colombia puedan influir demográficamente. Tal vez Cuba por su importancia cultural o el Perú por su auge gastronómico, pero paremos de contar. Y que conste que estoy persuadido que en América Latina tiene que haber miles de niños como Matteo, creando voces originales, chispeantes y sonoras. Con todo, la historia de Matteo es un rayo de sol en la penumbra cultural de nuestros días, pues hoy por hoy apenas hay margen para las noticias que no son ruines, deprimentes o miserables. Una historia bella sin ser empalagosa y un desenlace feliz que de ninguna manera es cursi. Si Matteo crece consciente de su hazaña, quizá el día de mañana sea publicista o community manager, pero ahora mismo tiene todos los pétalos para ser poeta. Matteo no lo sabe, pero é più petaloso che tutti i fiori.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

WILLIAM CARLOS WILLIAMS (18831963) nació y murió en Rutherford, Nueva Jersey. Médico de profesión, es uno de los más emblemáticos poetas modernos de Estados Unidos. También incursionó en la narrativa (cuento, novela) y en el ensayo. En sus versos se percibe el ritmo del habla popular, lo cual tiene mucho que ver con la oratoria de los inmigrantes que se asentaron en Nueva Jersey a principio del siglo XX. Primera etapa imagista cercana a Hilda Doolittle y Ezra Pound. Superado el imagismo, William Carlos Williams publica textos de gran sencillez expresiva. Paterson (Conaculta, Aldus, 2015), de William Carlos Williams —traducción al castellano de Hugo García Manríquez—, es uno de los poemas extensos de más trascendencia en el desarrollo de las posibilidades expresivas de la lírica anglosajona. Walt Whitman, Ezra Pound, Wallace Stevens, Robert Frost, Marianne More, T. S. Eliot y Louis

Zukofsky, entre otros, conforman una nómina de trovadores que exploraron los patrimonios del poema de largo aliento. “Paterson es la América de Whitman, crecida patética y trágicamente, brutalizada por la desigualdad, desestructurada por el caos industrial y de cara a la aniquilación”, escribió Robert Lowell. El autor de Cuadros de Brueghel (1962) estructura una suerte de crónica heroica, “biografía épica”, en que el acoplamiento de sucesos e imágenes superpuestas de estrofas, prosa disgregada, comentarios mitológicos, onomatopeyas y fragmentos de publicidad convergen en un collage de fluida consumación en los interludios de la elegía y el cántico: “Reconcíliate con tu mundo, poeta, ¡esa es / la única verdad! // ¡Ja! // —el lenguaje se agotó. // Y Ella— / ¡Me has abandonado! // —ante el sonido mágico de la corriente / ella se lanzó sobre el lecho— / ¡un gesto despreciable! Perdida entre palabras”.

¿Monk leyó los versos del autor de Spring and All? Dudo que el pájaro desamparado que fue Parker haya tenido noticias de los salmos del poeta-médico. Gillespie en un concierto en París dedicó “Ornithology” a “un poeta que hace bebop con palabras, se llama William Carlos Williams”: soltó una carcajada en scat, los cachetes se le llenaron de aire sincopado y tocó risueño los quince minutos que dura esa pieza de indiscutible contigüidad williamsiana. Música que se regodea en ostinatos cortejados por cuerdas que dialogan con pujanzas percutivas de bombos que enaltecen “ladridos de perros blancos / —bajo un techo como aquel de San Lorenzo”. Belleza estremecida a la intemperie. Silencio somnoliento en las ruinas. Piedades carcomidas por un viento sucio y malogrado. “El mundo es pura / ingratitud”. Habla que se recita en el reclamo de cuervos hambrientos: lo trágico de un balanceo entre eternidades y presencias y podredumbres y hedores.

PATERSON

Autor: William Carlos Williams Traducción: Hugo García Manríquez Género: Poesía Editorial: Conaculta-Aldus, 2015.


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

VIRTUOSISMO VISCERAL

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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n tiempos en que la consigna del artista apela al distanciamiento emocional, la figura de Demián Flores irrumpe con virtuosismo visceral. Antropofagia, once aguafuertes, tunea las imágenes que el artista holandés Theodor De Bry confeccionó sobre el Nuevo Mundo a partir de la visión de terceros, él jamás puso un pie en nuestro continente. Este trabajo continúa la serie en que intervino Los desastres de la guerra de Goya. Ambos proyectos sobrepasan el mero hecho del realismo alterado para establecer un vínculo entre la teoría y el espíritu. Despojar al arte de la excesiva dependencia de la interpretación que sufre en el presente. Con la reapropiación de los elementos, Flores pone el dedo en la llaga en cuanto al tratamiento de la violencia en lo político, lo histórico y lo simbólico. Lo que sitúa al espectador frente a un estruendo conceptual. La labor de Flores discurre por un campo indeterminado, trasciende la mera radicalización de un discurso, adopta prácticas de los viejos maestros para corromperlas e instaurar una nueva memoria. Es en la construcción de una nueva memoria donde reside la preocupación estética de Antropofagia. Donde termina el retablo, el grabado, la imagen, comienza la leyenda negra. El despojo se convierte entonces en la principal herramienta de trabajo de Flores. Y emprende una ruta hacia la resignificación de todo lo que nos ha restado la memoria. Con su intervención Flores despoja lo plañidero que permea las obras de De Bry. Pero eso sólo es el prin-

EL DESPOJO SE CONVIERTE EN LA PRINCIPAL HERRAMIENTA DE TRABAJO DE FLORES. Y EMPRENDE UNA RUTA HACIA LA RESIGNIFICACIÓN DE TODO LO QUE NOS HA RESTADO LA MEMORIA.

El sino del escorpión El señor K y la ley de cultura EN LO HONDO de su cicatriz en el muro, el escorpión cavila en el señor K, los laberintos de la burocracia y la indoblegable irracionalidad del aparato estatal. Pero el arácnido no se remite a la obvia maniobra del PRI-PVEM para distorsionar la ley anticorrupción, ni a nuestro injusto y enredado poder judicial. No. Se refiere a la creación de una Secretaría de Cultura y a la designación de su titular sin antes haber ley o reglamento alguno para sustentar el andamiaje de ese nuevo ogro culto y filantrópico. Los legisladores (esos prohombres) prometieron una buena discusión y una ley de cultura para 2016. Hoy la posponen para 2017, pues deben pasar por el laberinto burocrático de llamar a diez audiencias públicas sobre el asunto, inventarse un “grupo de trabajo” para seleccionar ponentes, proponer participantes, cabildear

cipio de la cadena. Despoja a la realidad de la versión oficial, establece un nuevo huerfanismo del copyright, despeja al presente del ready made asumido por la museografía. Si bien es un hecho que Antropofagia es una serie que se exhibe en un museo, la obra de Flores no transcurre en el museo. Y es precisamente su cualidad antinatural la que obsesiona a Flores. Su sensibilidad transita por documentos anclados en el pasado pero de raigambre rabiosamente contemporánea. Notario histórico es una figura con la que fantasea el estudio de la historia. Consiste en la autoridad de un historiador para dar fe histórica a los hechos. Un disparate. Para contar con tal facultad el historiador debe remontarse al momento exacto en que se produjo el hecho. Pero desde su tarea Flores consigue erigirse como un notario histórico. Con la distorsión que infringe a De Bry fija la memoria nueva. A nadie le interesa certificar si en verdad las cosas ocurrieron tal y como lo refleja en De Bry. Tomamos por verdadera la notaria estética de Flores. Y nadie pone en duda que la visión (construida a partir de leyendas) sea la auténtica. Antropofagia parte de un cuestionamiento político-social, pero más que nada es una crítica de los procesos. La disección del trasunto creativo también incide en la edificación de una nueva moral (o la ausencia de ella). La interrogante de todos los elementos que se ponen en juego al momento de la revivificación de la obra se ven inspeccionados en el trabajo de Flores. El contraste de

la vida cotidiana correspondiente a De Bry y el presente se desdibuja. Pero más allá del contenido, también el de la obra misma al momento de su ejecución. Es el orfebre histórico que se mueve por territorios atemporales. Que ocurren dentro del aguafuerte pero que obedecen a la oralidad fantasma en la se fundó la visión de De Bry desde un inicio. El espectro como materia principal del derramamiento de sangre. No es la temática lo que disecciona sino el que procesa. Procesar para Flores es empatar la teoría con el espíritu. Sobresale el planteamiento de una metodología del trabajo como una concepción del sujeto. El trance de unificar lo teórico con el alma. De Bry con el sur. Una visión del ámbito que nos rodea, auténtica y testimonial en su dimensión de dominio sobre la intención de la pieza. Antropofagia es el paisaje mexicano remendado por la mano del orfebre. El paisaje somos nosotros, dice Flores. A nosotros nos corresponde anticipar.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

con organizaciones y trabajadores “de la cultura” y, además, crear un “consejo técnico” donde se reunirá a discutir a más de una treintena de organismos e instancias culturales entre universidades, legisladores, secretarías de Estado, coordinaciones, juristas de Los Pinos, expertos en derechos humanos y laborales. Finalmente (y para estar en la ondita digital), también crearán un “micrositio donde se almacenará toda esa información”. El arácnido no se cuece al primer hervor y sabe de la inconformidad del INBA y el INAH por su degradación a meras dependencias administrativas, así como detecta la natural resistencia de centenares de trabajadoras eventuales (algunos con veinte años de trabajo, pero sin derechos) ante el nuevo proceso implícito en el cambio de adscripción. Y eso sin mencionar la respuesta de los integran-

tes de las delegaciones del SNTE, organismo centralizador de los trabajadores de la cultura bajo la égida de la SEP, cuando deban crear nuevos sindicatos de trabajadores culturales. El espectáculo apenas comienza, y el culto diputado panista Santiago Taboada, presidente de la Comisión de Cultura, habla ya del “aprovechamiento intensivo del patrimonio cultural y artístico”. El venenoso barrunta conciertos de banda norteña en zonas arqueológicas, al Potrillo cantando en Tulúm, encuentros de reguetón en Palenque y, desde ya, conventos, templos y edificios coloniales alquilados para bodas y cumpleaños de nuestros pudientes. Antes de regresar a su hendidura en el muro, el venenoso aparta el Castillo de Chapultepec para festejar su cumpleaños con otros de su especie.

EL VENENOSO BARRUNTA CONCIERTOS DE BANDA NORTEÑA EN ZONAS ARQUEOLÓGICAS, EL POTRILLO EN TULÚM, ENCUENTROS DE REGUETÓN EN PALENQUE.


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SOBRE LA ENFERMEDAD DEL AMOR REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

H

ace años aprendí, en un tratado de psicopatología inglesa, que a mediados del siglo XX se usaba aún la expresión “psicosis de amor”. Esta peculiar categoría psiquiátrica parece tener raíces milenarias, y aunque ha sido erradicada del léxico contemporáneo de la medicina, la sombra que proyecta sobre nuestro razonamiento todavía puede ser observada mediante una forma poco común de introspección, científica y literaria. Me refiero a la mirada de Francisco González Crussí, patólogo y escritor, quien apareció en la escena de las letras en 1985 con aquellas solitarias Notas de un anatomista, celebradas en las páginas del New York Times, y desde entonces su abordaje literario de la anatomía patológica se ha expandido hasta abarcar la heterogeneidad de una condición humana limitada, como diría Hans Georg Gadamer, por la filosofía de la finitud. Paulatinamente, sus capacidades de observación, entrenadas por la práctica de la microscopía, lo condujeron hacia un alejamiento de las versiones complacientes sobre la naturaleza humana. Así lo demuestra la nueva creación literaria del autor: La enfermedad del amor (Editorial Debate, 2016). La obra de Francisco González Crussí, dedicada a todos los aspectos científicos y literarios del cuerpo humano, es memorable porque resulta de recursos que requieren una maduración larga y lenta: la paciencia bibliofílica del autor le permite encontrar historias inusuales en viejas bibliotecas de Europa y otras partes del mundo, y luego procede con meticulosidad a revelar las incongruencias constantes entre los mapas culturales de cada época y los hechos del cuerpo humano, imposibles de eliminar mediante el decreto o el soborno. Los personajes del doctor González Crussí —rigurosamente reales— son seres anómalos, sometidos con frecuencia a un severo escrutinio médico, con toda su carga de relatividades científicas, con su amalgama ideológica y su frío marco legal. Es en este sitio de convergencia entre el escrutinio de una mirada diagnóstica, la relatividad de las plataformas culturales, y los efectos de realidad de los discursos legales, donde nace la reflexión de González Crussí. A veces, esta reflexión es melancólica, porque las criaturas literarias —históricas o contemporáneas— no encuentran escapatoria frente al doble filo de la naturaleza y la cultura, pero también, y siempre en ascenso, los pensamientos de Crussí sobre la enfermedad admiten y producen todos los recursos de la humanidad: la suya es una mirada compasiva, aunque

L OS PERSONA JES DEL DOCTOR GONZÁLEZ CRUSSÍ —RIGUROSAMENTE REALES— SON SERES ANÓMAL OS, SOMETIDOS CON FRECUENCIA A UN SEVERO ESCRUTINIO MÉDICO, CON TODA SU CARGA DE REL ATIVIDADES CIENTÍFICAS.”

su compasión no está privada de ironía. Todo parece indicar que el sentido del humor ha logrado humanizar una obra literaria condenada a las variedades oscuras de la experiencia emocional: la nostalgia, la rabia, la indignación, el duelo, son recreados mediante la ironía de una mente reflexiva, y ante todo, abierta a la contemplación panorámica, a la profundidad de la historia. Entre muchas otras cosas, La enfermedad del amor es un museo de aforismos sobre la dimensión erótica de nuestras vidas, y sus casi infinitos reductos hacia la humillación, el fracaso y otros tormentos, pues el amor es “el fenómeno más discutido y menos comprendido”, según Diderot, “la ocupación de las gentes ociosas”, de acuerdo con Diógenes, y en la versión de Platón se trata de “la enfermedad de las mentes desocupadas”. Este museo incluye, por supuesto, una sección dedicada a los aforismos que expresan sorna frente a la conducta amorosa: en palabras del poeta Chamfort, “un enamorado es un hombre que se empeña en parecer más amable de lo que es posible para él, y esta es la razón por la cual todos los enamorados parecen ridículos”. Un paso más adelante, Rosalinda, el personaje de Shakespeare, manifiesta su escepticismo no sólo hacia el amor, sino hacia la supuesta gravedad patológica de la obsesión erótica: “Los hombres de tiempo en tiempo han muerto, y se los han comido los gusanos, pero no por amor.” No podría faltar el aforismo sexista en una crítica del mal de amores, así que González Crussí recupera comentarios de la Ilustración: el amor “para los hombres, es estar inquieto; para las mujeres, existir.” Pero los relatos de este libro confirman que ambos

sexos padecen por igual las penas de la obsesión amorosa. Cuando el rey de Babilonia pide consejo para castigar al amante culpable y flagrante de una de sus mujeres, el filósofo Tyneo le dice “déjalo que viva, ya el amor se encargará de castigarlo a su debido tiempo.” La enfermedad del amor es un organismo literario poblado por grandes pensadores, arrinconados en los límites de la racionalidad: un museo de anormalidades y relatos de todas las épocas, donde se distingue el triángulo malsano conformado por los hechos del cuerpo y su contradicción con la cultura, ante la figura del médico que sólo puede ver a medias la estructura lógica del problema. Al igual que Los cinco sentidos (celebrado en su momento por Oliver Sacks) o los ensayos de Ver: Cosas vistas, no vistas y mal vistas, este libro se detiene en los puntos ciegos de las teorías científicas, en el remolino donde la medicina y la vida no logran diferenciarse. Sin pasión por la denuncia o el escándalo, sin necesidad de redimir a nadie, González Crussí contempla con ironía y serenidad los acontecimientos confusos de la historia, y los enlaza para formar una trama terriblemente entretenida. Al final podemos asistir a una discusión acerca de la naturaleza patológica de la obsesión erótica, puesta en escena mediante el recurso de una ficción filosófica, donde los argumentos se tensan y alternan para generar una resolución coherente, pero inesperada. Llegamos así a un estado de conciencia donde la literatura y la medicina contemplan el horizonte humano que Francisco de Quevedo diagnosticó en su momento: la enfermedad que crece si es curada. C


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