Estampas de la ciudad en tres tiempos

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FRANCISCO HINOJOSA PRESIDENTES FICTICIOS

CARLOS VELÁZQUEZ

ROGELIO GARZA

GRUPIS LITERARIAS

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S Á B A D O

EL BESO DE LENGUA DE LOS STONES

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

ESTAMPAS DE LA CIUDAD EN TRES TIEMPOS

BITÁCORA DE LA INSOMNE

24 HORAS EN EL TORITO

LOS NIÑOS NECESITAN HÉROES COMO EL SANTO

BIBIANA CAMACHO

ADRIÁN ROMÁN

J. M. SERVÍN Ilustración > A partir de una foto en image.posta.com.mx > Arte digital > Staff > La Razón

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Del relato a la crónica, este número de El Cultural conjuga tres visiones o perspectivas de la vida cotidiana en el espacio y el tiempo de la megalópolis. Desde la vigilante intimidad en un departamento —como la narración de Bibiana Camacho— hasta la experiencia colectiva, clandestina y popular, como sucede en los textos que complementan esta entrega. Un reflejo de las maneras infinitas de relatar y retratar la vida en la Ciudad de México, registros individualísimos desde la multitud que la goza y padece en la segunda década del nuevo siglo.

BI TÁCOR A DE L A I NSOM N E BIBIANA CAMACHO

A

bro los ojos, seguro está a punto de amanecer. No tardarán en escucharse los pajaritos y el cielo cambiará de color. Me estiro y miro el reloj. Apenas hace hora y media que cerré los ojos, son las 10:30 pm. Me gustaría levantarme ahora y leer un poco o quizá tomarme un café, pero si lo hago no lograré dormir sino hasta que ahora sí empiece a amanecer. Así que trato de seguir las recomendaciones que me han hecho mil veces. Respiro profundamente, relajo los pies, los tobillos, luego los muslos, las nalgas; poco a poco me olvido de mi cuerpo. Ahora mismo dormiré de nuevo. 11:30 Y ESTOY DESPIERTA OTRA VEZ, parece que el patrón por hora se repetirá esta noche. Oigo ruidos en el departamento de abajo. Alguien camina y camina, quizá por el pasillo que va de la puerta de entrada a la habitación. Escucho los pasos, lentos, insistentes, cansados. Me adormezco con facilidad y cierro los ojos, cuando los abro son las 12:00. El patrón que creí sería la norma durante toda la noche no lo es. Afuera se oyen las sirenas de una ambulancia, nada raro. Todos los días y las noches pasan decenas de ambulancias y patrullas sin destino conocido, al menos para

mí, sin saber si llegaron a tiempo o salvaron a alguien, sin saber si su apresurado deambular por esta ciudad sirve realmente de algo. Ahora no puedo dormir, pero permanezco con los ojos cerrados, apretados casi, para evitar la tentación de abrirlos, si los abro veré la oscuridad en toda su intensidad, distinguiré los muebles y las sombras familiares y lo más seguro es que decida levantarme por algo de beber a la cocina. Entonces percibo luz en el cuarto y al fin abro los ojos. Arriba en el techo, justo donde se encuentra la lámpara veo una luz diminuta, azulada, parpadeante. La observo y pienso que quizá es una luciérnaga, pero hace ya muchos años que no veo una en la ciudad y tampoco son azules. Entonces la lucecita celeste empieza a hacer espirales, primero alrededor del orificio de donde cuelga la lámpara, luego se expande poco a poco a lo largo y ancho del techo; deja su estela azul brillante tras de sí, como esa tripas de luz que venden en los mercados para adornar los fines de año. De pronto el cuarto está sumergido en una tenue pero contundente luz azul, que provoca que las cosas a mi alrededor adquieran una tonalidad distinta. Hasta mi piel parece como de otro planeta. Tiento el buró al lado, quiero saber la hora, pero no encuentro mi celular. ¿Cuándo

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“SIENTO UNA CORRIENTE DE AIRE QUE LENGÜETEA MI ESPALDA, UNA ESPECIE DE OLA FRESCA SE PASEA POR MIS VÉRTEBRAS ENCORVADAS, LUEGO PASA POR MI NUCA Y FINALMENTE DESAPARECE. MANTENGO LOS OJOS CERRADOS.”

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perdí la costumbre de tener un aparato despertador y radio que con números grandes y rojos me decía la hora en cada momento? Despierto y corro al baño, tengo urgencia de mear. Casi ni abro los ojos en el camino, no quiero perder la concentración de quien duerme, necesito descansar. Regreso aliviada y me meto bajo las cobijas de nuevo. Ya en la cama, abro definitivamente los ojos, calculo que deben ser las cuatro o cinco de la mañana, aún me queda más de una hora de sueño; pero apenas son las 12:30 y yo siento que ya dormí un montón y que debiera levantarme. Estiro la mano hacia el otro extremo de la cama. No he escuchado un solo ruido ni he sentido movimiento en todas estas horas, pero no sólo no encuentro el celular, sino que mi mano cae en el vacío, del otro lado no hay nadie, pero tampoco hay nada, ni sábana ni colchón ni cama; sólo un espacio vacío y siniestro que no quiero voltear a ver. Mi mano se siente atraída, quiere seguir palpando la nada a ver si de pronto encuentra algo. Pero yo no la dejo. La regreso a mi pecho y me acurruco en mí misma. Siento una corriente de aire que lengüetea mi espalda, una especie de ola fresca se pasea por mis vértebras encorvadas, luego pasa por mi nuca y finalmente desaparece. Mantengo los ojos cerrados. Ahora escucho los gritos del niño que vive en el departamento dos, un par de pisos abajo, pero se escucha como si correteara en el pasillo de mi domicilio: Aaaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaaa. Jamás grita cosa distinta. Lo veo, a veces, por la mañana, es un regordete, grande y pesado que parece no haber aprendido todavía a hablar a pesar de que debe tener cinco o seis años. Lo saludo y todo el tiempo contesta con ese Aaaaaaaa que me tiene exasperada, me han dado ganas de salir del departamento, dar un portazo, toparlo en las escaleras y darle un par de bofetadas. Y ahora pienso que es el momento ideal, es la madrugada carajo, su madre bien podría tener al gordinflón en la cama, además, mañana es día de escuela. Así que me levanto, enfurecida, me pongo una bata y unas chanclas, ni siquiera noto que la hermosa luz azulada ha desaparecido y que a un lado de la cama ya no existe el vacío. Camino por el pasillo, voy decidida, nada puede detenerme. Abro la puerta y un instante antes de dar el paso, veo que no hay pasillo más allá de mi departamento, ni escaleras, ni salida, ni calle. He desembocado en la noche, oscura, tibia, letal. No me amedrento, porque además sigo escuchando ese Aaaaaaaa, tan insoportable. Decidida tomo las llaves del departamento, azoto la puerta y ya estoy en el vacío. Miro el reloj y es la 1:30 de la mañana. Ahora me siento completamente agotada, necesito dormir. Llevo casi cinco horas en la cama, pero parece que me acabo de acostar después de un día agotador. No he logrado dormir casi nada, casi puedo sentir cómo se forman unas manchas negras debajo de

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mis ojos y cómo se inflan unas bolsas guangas en el mismo sitio. Voy a la cocina y bebo un vaso de agua fría, luego otro y después otro. Siento el líquido helado transitar por el esófago. Mi panza ha bajado de temperatura. Vuelvo a la cama con la determinación de dormir. No le pondré atención a nada más, pienso, es hora de dormir y descansar. Veo el reloj de nuevo, luego de varias vueltas. A mi lado, él ha reprochado entre sueños mi inestabilidad para el descanso, pero ahora no se mueve, emite un ligero silbido y respira profundamente. Son las 2:20 de la madrugada. Hace calor. Los moscos rondan y escucho el zumbido pegado a mi oreja. Por más que lo intento no logro matar a ninguno, ya me di un par de manazos en la frente y en el cuello, pero estoy segura de que han escapado, con todo y su panza inflamada de tanta sangre. Me estoy adormilando cuando suena la campanilla de la entrada, suena con insistencia. Me levanto espantada y me pongo una bata, no alcanzo a ponerme las chanclas, corro a través del pasillo mientras la campanilla sigue sonando, cada vez con más intensidad. Cuando abro me quedo de piedra, es la vecina de abajo. Me mira con sorna y se ríe, sólo falta que me señale. No me explico qué hace a estas horas de la madrugada. La sacudo por los hombros y le pregunto qué le ocurre, pienso que debe estar en shock, quizá le ocurrió algo y no atina a decírmelo y yo no sé qué preguntarle. No me sorprende que esté desnuda con sus senos arrugados colgando y su escaso pelo púbico que no logra cubrir por completo un sexo inerte. Tiene los brazos colgando, y se balancean como si no fueran suyos. Los pies son muy grandes, callosos y secos. Estoy a punto de cerrarle la puerta en las narices, cuando con una agilidad extraordinaria baja a

BIBIANA CAMACHO (Ciudad de México, 1974) es autora de los libros de cuento: Tu ropa en mi armario (2010), La sonámbula (2013) y de las novelas Tras las huellas de mi olvido (2010) y Lobo, recientemente publicada por la editorial Almadía.

toda prisa las escaleras y yo no puedo evitar seguirla hasta su departamento y es ella la que me azota la puerta en las narices. Miro el reloj. Estoy en la cama. Faltan quince minutos para las tres de la mañana. Pienso que no es posible que el tiempo transcurra con tanta lentitud como si fuera un gusano que se arrastra por la eternidad. Estoy agotada, parece que llevo años intentando dormir. Escucho como si alguien aventara piedritas en la ventana de la sala que da a la calle. Es imposible. Está granizando, pero por alguna razón sólo graniza sobre la avenida. En la ventana de la habitación que da a una calle lateral no hay granizo, el cielo está despejado y el reflejo de la luna ilumina las paredes grises y carcomidas del edificio vecino. Él duerme, ha cambiado la posición y ronca cada que deja salir el aire. Me dan ganas de ponerle una almohada, en la cara y apretar con fuerza para que deje de emitir ese ruido molesto. Mientras lo pienso, en efecto presiono la almohada sobre su cabeza. Mueve un poco las manos y las piernas con pereza, como si no le importara quedarse sin aire, quizá no lo necesita después de todo. Quito la almohada, arrepentida, y de inmediato reanuda el ronquido, tiene la cara roja, quizá por la presión que acabo de ejercer, pero se ve tranquilo, sus párpados se mueven en círculos, ¿qué estará soñando? Me sudan las manos, veo el reloj de péndulo de la sala, son pasadas las cuatro de la madrugada, los pájaros han empezado a trinar. Me sudan las manos y siento que no puedo aspirar suficiente aire. Un olor a sopa de fideos inunda el ambiente, ¿será posible que la vecina de abajo ya esté cocinando? Abrí la ventana para que entrara el aire fresco, no esperaba que entrara la peste de comida recién hecha. Ya no puedo más, si no voy a lograr dormir debo marcharme, no quiero que la luz del día me sorprenda deambulando por el departamento. Entro a la habitación, saco la maleta del clóset y la lleno con la ropa que encuentro en los cajones, no importa si es mía o es de él. Lo importante es llevarse algo, lo que sea, algo que dé la idea de un viaje, aunque no llegue muy lejos. A pesar del ruido que hago y de que he encendido todas las luces a mi paso, él sigue dormido, ya no ronca, de hecho no se mueve, ni siquiera parece respirar. Me pongo una gabardina y unas botas sobre la pijama. Meto mi cabello en una boina. Vacío su cartera y meto todo el dinero en mi monedero. Salgo a la calle, el cielo empieza a clarear, miro el reloj de la esquina, apenas van a dar las seis de la mañana. C

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Conocido como El Torito, sitio de reclusión para los infractores del alcoholímetro y también para detenidos por otros delitos —como beber, drogarse o robar en la vía pública—, en este punto de reunión convergen, a ratos, las clases sociales, aunque en esta crónica predomina la expresión de la vida underground, los bajos fondos, la informalidad y marginalidad, el abandono y desafío de una multitud que día con día transita y sobrevive en la inmensa Ciudad de México.

TODOS LOS CH I L A NG OS SOMOS UNDERGROUND 25 horas en el Torito ADRIÁN ROMÁN

ebasamos la media noche. El ruido de la puerta abriéndose me despierta. Me tocó dormir en la parte alta de la litera. Al abrir los ojos siento miedo. No sé dónde estoy. Tardo menos de un segundo en reconocer el lugar. Levanto la cabeza para ver quién entró. Es un chavo con el corte de pelo a lo Cristiano Ronaldo. Viste pant’s ajustados del tobillo y abombachados de la parte de arriba y una sudadera con hoody. Calza unos tenis de futbol siete. Renguea de la pierna izquierda. CR7 levanta la mano para saludarnos a todos. El único que permanece indiferente al saludo, con los ojos cerrados, es mi compañero de litera, Vive 100%. Mis vecinos de la litera de enfrente comparten cama. Trabajan en el mismo lugar. Los apañaron con una cerveza abierta afuera del Salón Pacífico. Uno de ellos, el más joven, el que trabaja como elemento de seguridad, responde al saludo. “Buenas noches, bienvenido.” Todos soltamos una carcajada por el tono con el que embarró sus palabras. Junto a Elemento de Seguridad duerme Chofer y Sonidero. Es él quien le advierte a CR7 que a Vive 100% le rugen las patrullas. Que le apestan gacho las patas. A la velocidad de la luz el aroma le sorraja un chingadazo a CR7, lo obliga a echarse para atrás, abrir mucho los ojos y taparse la nariz para defenderse. Otra vez todos soltamos la carcajada. Vive 100% finge que el ruido no altera su sueño.

“NO ES JUSTO PASAR VEINTICINCO HORAS PRESO POR HACER ALGO QUE TODO MUNDO HACE. Y QUE NO TIENE RAZÓN DE SER ILEGAL. NO, AL MENOS, EN ESTA CIUDAD DONDE ES MÁS DIFÍCIL ENCONTRAR UN OXXO QUE A UN PACHECO.”

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A Synthia

Con el mismo arrojo de un hombre que se atreve a desconectar una bomba que está a segundos de hacer explosión, así, CR7 va con la única cobija que le dieron a la entrada y envuelve los pies de Vive 100%. Enseguida tira su colchoneta al suelo y se arroja sobre ella como un héroe que ha cumplido su deber. “¿Qué te pasó, carnal?”, pregunta Chofer y Sonidero. Desde su lecho, con las manos entrelazadas detrás de la nuca, CR7 comienza su triste confesión. “Un hijo de su pinche madre, allá por los rumbos de Tlanepantla.” Con un esfuerzo sobrehumano se incorpora para quedar de pie entre las literas. Se comienza a despojar del tenis izquierdo y luego de su calceta. “Se pasó de verga”, dice con resentimiento. La cicatriz en el empeine es brutal. Si me dijera que le explotó una granada, le creo. También le creo si me dice que un alacrán del tamaño de un búfalo lo picó. CR7 retuerce su sonrisa. Se sube el pantalón hasta mostrar su tibia y peroné. Las cicatrices aquí son más cabronas. Hay cierto repudio natural de la mirada. Pero también el morbo es humano. Parece que se rifó un tiro contra Wolverine.

“Ya no me pegó el hueso. No seguí bien la terapia.” Sus palabras llevan un dejo de tristeza y valeverguismo. “Por eso camino con las de acá.” Hace mofa de su forma de caminar, sonríe, aunque es evidente que no lo quiere hacer. La celda se llena de silencio. Debajo de Chofer y Sonidero y de Elemento de Seguridad duerme Sudorcitos. Él aclara el malentendido. “Creo que lo que te preguntaba el valedor es, ¿por qué estás aquí, por qué te torcieron?” “Ah”, contesta CR7. “Es que me agarraron moneando en la calle.” Volvemos a reír. Pero esta vez la risa se apaga pronto. Como un cerillo frente a un ventilador encendido. ACABÉ EN EL CENTRO de Sanciones administrativas por fumar mota en la calle. Preso por fumar mota, en una ciudad donde fuman las amas de casa, los choferes del transporte público, los famosos, los empresarios, los estudiantes, los desconocidos, los policías, los chundos, los cholos, los fresas y los charolastras, los bomberos, las enfermeras. No es justo pasar veinticinco horas preso por hacer algo que todo mundo hace. Y que no tiene razón de ser ilegal. No, al menos, en esta ciudad donde es más difícil encontrar un Oxxo que a un pacheco.

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EN LA DELEGACIÓN nos preguntan nombre y edad. El poli gandalla me lleva con el médico. Es como marcar el ganado, cada poli se hace cargo de sus presos. El médico tiene más pinta de judicial. Aunque es amable. Tiene peinado de queso Oaxaca. Me pide mi nombre y lo anota en un cuaderno de esos gigantes que tienen en los edificios de importantes corporativos y en las recepciones de los hoteles. El doc me pregunta si me golpearon, si estoy bien, si tengo alguna queja. Me hace firmar una hoja donde aseguro que no se han violado mis derechos humanos. El médico hace cucurucho la hoja que acabo de firmar y me pide que sople dentro de ella. “Ni hueles. Deberías cambiar de distribuidor”, concluye el galeno.

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“VIVE 100% SE PONE AL BRINCO. SE JALONEA. ME DAN GANAS DE DESAFANARME, PERO MI MALETA PESA UN CHINGO Y NO QUIERO PERDER TODA LA MERCANCÍA QUE LLEVO AHÍ. EL MIEDO TIENE LA FUNCIÓN BÁSICA DE HACERNOS COBARDES.”

Fuente > proyectodiez.mx

Estoy vendiendo libros afuera de la Biblioteca Vasconcelos, me siento contento. Es el primer día que me tiendo y ya llevo trescientos varos vendidos. Ya me alcanza para las croquetas, los pasajes y la mota. Lo indispensable para seguir vivo. Se me antoja un jalón de marihuana. Ya no queda más que una costra de ceniza. Eso no pone, nomás ataranta, pero es peor la sobriedad. Miro al cielo y calculo que me quedan unas tres horas de venta. Antes de que suelte el humo los miro aparecer. Son dos y vienen pedaleando con parsimonia hacia mí. Estoy torcido, como Cheeto. Ellos y yo lo sabemos. Aun así un acto reflejo me lleva a querer esconder el jíter y el encendedor. A lo largo de los años aprendí que a los tiras no les gusta que se las armes de a tos. Que son más dóciles si no los ofendes, ni niegas lo que estabas haciendo. Tampoco se trata de ser sumiso. Eso tampoco funciona. “A ver tu cigarrito.” Me dice el tira. Suelto el humo y al mismo tiempo le extiendo mis accesorios de pacheco. “¡A güevo!”, dice el oficial. Como si hubiera metido un gol inolvidable. “Guarda tus cositas.” Termino de empacar mis libros, al mismo tiempo el otro tira pide el apoyo de una patrulla para trasladarme a la delegación más cercana. Por una vez, de todas las que me han apañado, los polis no me preguntan si tengo dinero para ofrecerles. Yo tampoco lo intento. No quiero que estos putos se lleven mi lana. Prefiero chingarme unas horas adentro. El poli gandalla me conduce hacia Eje 1 llevándome de la presilla trasera del pantalón. Hay días que las aves carroñeras comen bufet. Sentado en uno de esos contenedores para depositar las baterías usadas se encuentra un hombre moneándose. Viste un overol negro con verde y vivos amarillos. No se mueve, supongo que pensaba que el hambre de los perros azules se había saciado con una presa. Pero nel. Fueron sobres. Vive 100% se pone al brinco. Se jalonea. Me dan ganas de desafanarme, pero mi maleta pesa un chingo y no quiero perder toda la mercancía que llevo ahí. El miedo tiene la función básica de hacernos cobardes. Justo en este instante llegan los refuerzos. Es una camioneta, de ella bajan dos, tres tiras, antes de que se detenga del todo. Doblegan a Vive 100%. Y nos trepan.

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“Igual y la libras”, dice Poli Gandalla. Un güey de unos veinte años se revuelca enfrente de la recepción. Trae mugre tatuada, indeleble, las ropas hediondas, se revuelca en el suelo mientras monea. Exige que lo encarcelen. “Ya voy yo, no mames.” Le recrimina al tira que escribe los nombres de los que van ingresando. “Sí, ahorita que pasen ellos ya sigues tú.” El chavo vuelve a revolcarse en el piso y a jalarle a su Barbie. No quiere otra noche de frío y hambre. Sabe que adentro serán tres comidas seguras, baño y cama. Mucho más de lo que puede llegar a tener en la calle. Un hombre con cara de rata llega a la delegación escoltado por un par de policías. Sus ojos son pequeños. La nariz parece diseñada para olfatear mucho más que un humano promedio. Sus dientes pequeños y afilados podrían roer cualquier reja. Cuando ríe, se esconde entre sus hombros. Pinche Carirrata se ve que es la mera banda. Lo apañaron en Tlatelolco meando. “Dame una atención, ya estoy viejo, no seas así.” Les dijo a los tiras que lo sorprendieron, además, con aliento alcohólico. “Te doy cincuenta varos, un chesco pa’ ti y tu compa y ya estuvo, ¿cuál es el pedo? Si nomás fue una meada.” Pero los tiras no quisieron. Raro. Al final, de forma apresurada, nos dicen que ya todos vamos pa’l Toro. Sin haber visto al juez. Así. Vámonos. Y nos trepamos a la troca. Me toca viajar entre un detenido y un policía que va colgando. La camioneta avanza por San Cosme. Entramos a los rumbos de Tacuba, donde Cuitláhuac redujo a la mitad al ejército español, ahí están los restos de un árbol donde Cortés se acurrucó en el seno de la Malinche, rumiando su derrota. Brillan las pasajeras luces de los autos, las luces estáticas de los negocios y el alumbrado público, todo a través de ese filtro de grasa que cuelga del viento de la ciudad. Nunca he estado en el Torito. Allá voy. Se llama Toro, porque antes que lo hicieran esta celda de paso, fue un rastro. Lo más bajo que yo había caído fue a los separos de la delegación Cuauhtémoc.

UN HOMBRE GORDO, enfundado en una camisa a cuadros y pantalón caqui, con un suéter en los hombros. Bolígrafo en la bolsa de la camisa, zapatos bien lustrados. Masculla unas palabras con frustración, mientras mira su reloj dorado: “Vale verga, ya no llegamos a la cena.” Afuera del Toro esperamos en la troca. Entramos. Nos piden nuestro nombre. Adentro nos formamos en una fila larga para dejar nuestras pertenencias. Nos anotamos en otra lista. ¿Cuántos árboles mueren al año para que en sus cuerpos rebanados se anoten los nombres de gente que fuma mota en las calles? En el patio hay una banca larga de concreto pegada a la pared del fondo, un tablero de básquet, postes para amarrar la red de volibol, una tiendita, la puerta para el salón donde proyectan películas, una mesa con garrafones de agua, unos lavaderos para dejar limpios los trastes que usamos, la caseta de los tiras, la puerta que conduce a la biblioteca y una manta que cuelga pidiéndole a los ciudadanos que denuncien la corrupción. 1,730 metros cuadrados. Nos forman en hileras de diez para pasar a los dormitorios. Antes de pasar nos someten a una revisión leve. Te obligan a quitarte zapatos y calcetines. Y ya, es lo más lejos que llegan. Entro a la primera celda que veo abierta. Nel, ahí no voy a dormir, están Sudorcitos y Vive 100%. Busco en las otras celdas y no encuentro un camastro vacío. Todos huyen del aroma de Vive 100%. Finalmente me resigno y regreso a la celda del inicio. Ya sólo queda un lugar, encima de Vive 100%. Pienso que a mí me han apestado las patas igual o peor, y he logrado dormir como santa criatura. DESPIERTO CON GANAS de mear. Todos duermen en mi celda. Salto el cuerpo de CR7. Debo pedirle permiso a los custodios. El más güevón de ellos, el que descansa en una silla giratoria, bebe café mientras mira una película a través de su teléfono, me señala un pasillo. El otro ni me pela, lee un periódico recargado de la pared. Justo debajo del reloj. Son las cuatro y media de la madrugada. Los baños no se diferencian mucho de los de cualquier mercado de la ciudad. Me decepcionaron, esperaba unos baños más punk. Sudorcitos dijo que a las siete en punto sirven el desayuno. Ya no tengo sueño y sí un chingo de hambre. En menos de un año abandoné dos chambas con el pretexto del dinero. Creo que lo que en realidad quiero hacer es estar con mis perros y escribir. No quiero hacer otra cosa. Aunque para ser sinceros no tengo cómo pagar la renta. No es que

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“A PESAR DEL POCO TIEMPO QUE HAY DE CONVIVENCIA, QUIZÁ POR LAS CONDICIONES DE ENCIERRO, LAS RELACIONES QUE SE PRODUCEN AQUÍ SON DE UNA ELEVADA INTENSIDAD. ALGUNOS DE LOS AQUÍ PRESENTES SE CONOCEN DE LA CALLE.” no me importe, pero últimamente me importa más escribir que ser una persona responsable. En mi camastro hay dos colchonetas, no se duerme nada mal. Sin darme cuenta vuelvo a quedarme jetón. LOS HUMANOS tendemos a agruparnos con los más parecidos a nosotros. A pesar del poco tiempo que hay de convivencia, quizá por las condiciones de encierro, las relaciones que se producen aquí son de una elevada intensidad. Algunos de los aquí presentes se conocen de la calle. En medio del patio hay dos güeyes cuya vestimenta, actitud, ademanes y color de piel, brinca del resto de los transgresores de la ley cívica. Hacen todo lo posible por demostrar que no pertenecen a este lugar. Que es un error que ellos estén aquí. El Gordo que se quejaba de la cena ayer por la noche, hoy patea el aire: “Vale pa’ pura reata, me encabrona estar aquí.” Sus manos caen firmes en el lugar donde debería tener la cintura. Hace los ademanes de un jugador genial al que el árbitro no le ha marcado un penalti. El Gordo no está solo, platica con su compa, un güey vestido de cholo, con tatuajes en el rostro, los brazos, las manos, el cuello. “Pues ya ni pedo, ¿qué hacemos? Ya estamos aquí.” Le contesta a modo de consuelo. “¿Por qué los trajeron?” Pregunta Chofer y Sonidero. “Nos agarraron en el Metro, haciendo mal uso de las instalaciones.” Contesta el Gordo, con un gesto de desdén y luego escupe hacia un lado y se queda mirando la nada. “¿Pus qué estaban haciendo?” Pregunta Chofer y Sonidero. Nos cagamos de risa todos. Incluso los afectados por la broma. Les digo que aquí el mundo funciona distinto. Porque luego de unas cuantas bromas, Gordo suelta la sopa: “La neta estábamos chambiando.” “¿Le pegas a Roberto?” Pregunta Chofer y Sonidero. “Simón, pura chamba limpia.” Dice, y frota las yemas del índice y el pulgar para presumir de sus finos dedos. “Nada de violencia, ¿no?” Nos mira a todos a los ojos mientras agita en fugaces movimientos telúricos la cabeza. Luego señala con la quijada al Cholo. “Estrellita marinera trabaja conmigo.” Mira al vacío, quizá contempla instantes u objetos detenidos en su mente. Sale del letargo, truena los labios y escupe hacia un lado. “Vale verga”, dice. Otra pausa. “Lo que me preocupa es mi jefe. Le dije que llegaba ayer, y ya no me dio chance. Con mi vieja no hay pedo, porque

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como sea le dejé varo pa’l chivo.” En la mano izquierda sostiene un grueso e invisible fajo de billetes. En tres movimientos idénticos suelta decenas de billetes imaginarios. “Ya llevaba como cinco días de reventón. Estábamos encerrados en un hotel, ya sabes; chelas, perico, viejas, tracas, ácidos, piedra, ya sabes, de a padrino, ¿no? En eso que me llama mi jefe, me dice: ¿Quiúbole, cabrón, dónde anda? ¿Hace cuántos días que no viene a ver a su madre? Mira, a mí me vale tu desmadre. Somos cabrones, pero ven a ver a tu jefa. No lo hagas por mí ni por ti. Hazlo por ella. Que te vea bien, entero, un hombre de provecho. No vayas a llegar con las manos vacías. Tráele algo. Y ya sabes, al jefe hay que cuadrársele.” Hace un gesto de saludo militar y de sumisión al mismo tiempo. “El pedo es que salimos del pinche hotel sin un peso. Y dije, no, pus hay que sacar algo. Y que le digo a este güey, pus vamos al Metro. Y era apenas el primero que íbamos a prensar. Ni los vi, a los tiras, venían de civiles, los culeros. Y ya nos conocen, pero pus no tenía nada que darles. Y tengo paro en el Bunker, pero pues para estas mamadas no le voy a hablar. Cuando sea un pedo choncho ai’ sí. Nosotros nos reportamos con tres, cuatro mil varos por semana. Esto es de plazas también. Y pues me tengo que aventar 72 horas, y no van ni 24. Rífate ese tiro, porque mi vieja ya también va a andar encabronada. Ni me va a creer. Me va a decir: Sí, cabrón, seguro, cómo si no te conociera. Eres un desmadre.” Saca la lengua como si fuera un niño travieso. Se ve fatal. Agita la mano. “Pues así es uno, ¿no?” EL DESAYUNO incluye café, gelatina, chuleta de puerco en salsa verde con papas y frijoles, dos bolillos y una galleta como postre. Carirrata llega de mal humor. “Esto está bien pinche fresa, la de a de veras, la grandota no la aguantan, netas. Allá estarían llorando, putitos. Desayuno... ya parece.” Te formas, te sirven en tu charola, en orden te acomodas en una de las mesas de metal, donde hay jarras de café dispuestas. Sales al patio a lavar tus trastes. Regresas la charola adonde la tomaste. Y al patio. Luego, como medicina, su charla de A. A. DE UNA VISITA AL INFIERNO, por breve que sea, no hay quien salga inmaculado. Cuando te va barato. Cuando nomás te dejan ir la puntita, sales con la cicatriz en la mirada. A estos compas los ojos los delatan. Ambos son chaparritos, flacos como

charales, a los dos se les traza una sonrisa delgada y torcida. Todavía se ven colocados. En esa etapa en que las sustancias se resisten a salir del espíritu. No llegan a los 25 años. Uno tiene rostro de hijo de la chingada. El otro también. Hablan bajo y no hacen mucha alharaca a la hora de reírse. Mientras los demás reímos ellos nos observan, como lo hace alguien que ve las cosas por vez primera y no pretende olvidarse de nada. “Estábamos chupando en la fuente de un parque y fumándonos unas duras.” Dice el más joven, el de la mirada más reventada, y sigue hablando él. “Ya habían pasado los tiras dos veces frente a nosotros, pero ni de pedo la hicieron. Pero pues a la tercera vez el chesco no se acababa y hasta ya había cambiado de color, pus quíhubole, ¿no? Pus si pendejos no son, nomás son polis.” El otro, el más viejo, el que lleva chaleco y camisa, interrumpe. “Un ratito antes de que nos cayera la voladora, este güey de necio, quería prender la pipa. Yo ya sentía que nos estaban campaneando, y me puse trucha. Pues pinche viaje que traía. Y le dije, nel, no mames, aguanta. Y este cabrón necio, nel, de una vez. Y en esas estábamos, ni nos dimos cuenta cuando cayeron. Ya de repente estaban ahí.” Ambos se miran a los ojos y sonríen al mismo tiempo con complicidad. El más viejo continua contando la historia: “A ver qué traen ahí, que nos dice uno de los tiras. Y este güey en corto, que les da la botella de chesco, y en el parpadeón que se clava la pipa en el pantalón. Tuvimos suerte.” Hace una pausa y vacía el contenido de un sobre de suero en su café. Se lo refina de un trago. Su mueca dice que le supo de la chingada. Pero sin embargo hay algo en sus ojos que hace suponer que su alma y su cuerpo volvieron a tocarse. El otro asiente a todo con una leve sonrisa. “Ni nos revisaron cuando llegó la trulla, neta. Que dejamos las pipas ahí clavadas en el asiento de la patrulla. Bronca y pedo, que qué, que qué, esas madres no son mías, al chile y hazle como quieras.” DESDE NIÑO quise ser Pedro Infante. Pero más chingón. Borracho, mujeriego, guapo y parrandero. Pero Pedrito no se metía ácidos, ni mota, ni tachas, ni tampoco fumaba piedra en las escaleras de un edificio de la Doctores, ni se metía

Fuente > puentelibre.mx

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Foto > Especial

“PREGUNTAN QUIÉN QUIERE IR A LA BIBLIOTECA. SÓLO ACEPTAN DIEZ PERSONAS. YO VOY ENTRE ELLAS, PERO EN LA BIBLIOTECA NADIE LEE, PIDEN DOMINÓ Y CADA QUIEN DEJA VER SU SAPIENCIA CALLEJERA.”

Interior de El Torito.

heroína. Siempre quise ser el más acá. El que conociera la ciudad, sus lados más oscuros y siniestros. Fracasé. Como cualquiera que se imponga semejante tarea. Todos los chilangos somos underground. Todos tenemos historias bien cabronas de sobrevivencia. Todos conocemos lugares oscuros, decadentes, donde se cuecen historias en agua puerca. Todos tenemos personajes oscuros bien cercanos. Llevo 38 años caminando esta ciudad sin descanso y no conozco ni lejanamente la mitad. Y eso no es lo peor, sino que cada vez creo conocerla menos. Por más lejos que vaya, por más que dedique mi vida entera a querer conocer esta ciudad, no se puede. Es como cualquier mujer que se irá con un mejor partido. Y con lo que me queda de vida no creo conocer mucho más de lo que ya vi, que no ha sido tanto. EN EL PATIO se encuentran CR7 y el más joven de los güeyes flacos. Flaco dice, señalando a su amigo. “El otro día ese güey y yo nos chingamos cien papeles de piedra.” CR7 responde enseguida. “Yo he estado en diecisiete anexos.” “Ja.” Se ríe Flaco, “yo he estado en veinte.” Y voltea a ver a su amigo para reafirmar a todos que es verdad. CR7 se achicopala porque su bomba quedó chiquita y murmura: “Sólo he estado en el manicure.” Pero ya nadie le pone atención. CR7 tiene 21 años, Flaco 22. Coinciden que el peor lugar que pisaron fue el mítico Factor X. Todos andaban descalzos, para disminuir sus ganas de escapar. Comían caldo de oso. Eran despertados por un güey que golpeaba las camas con un bat y gritaba, ¡Se acabó la fantasía! ¡Ay, mamá!, ¿por qué no te hice caso? Los ponían a hacer aguas de tamarindo, es decir a desmenuzar caca con sus manos en un bote de plástico. DENTRO DEL CENTRO de Sanciones Administrativas hay una tienda que es administrada por un tipo prepotente y mamón que da órdenes a los detenidos. Los precios no son tan manchados, vende cosas para el monchis, papas,

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pasteles, galletas, chescos, cigarros sueltos. Y cuando él se va, nos llama a todos los deudores. Vamos por el varo a la paquetería y le pagamos. La señora que atiende la biblioteca es una persona de edad avanzada, que nos dio una clase con datos curiosos y breves, por ejemplo: “Turkana es una tribu de África, llevan collares, muchos, de colores muy llamativos y son nómadas. ¿Alguien sabe qué es nomada?” Y ya, es todo lo que sabemos sobre los Turanka. Carirrata fue el alumno que más atención puso, aunque no era tan brillante a la hora de responder. Cada que acaban las comidas, te llevan al patio, luego al salón donde se ven películas que paga la seño de la biblioteca de su propia bolsa. Preguntan quién quiere ir a la biblioteca. Sólo aceptan diez personas. Yo voy entre ellas, pero en la biblioteca nadie lee, piden dominó y cada quien deja ver su sapiencia callejera. Uno de los fresas se acopla a jugar dominó. El otro ni siquiera quiere comer. Se queda en el patio como el niño solitario y consentido que seguro siempre ha sido. El otro fresa nos contó que vienen a pagar sus horas por haber salido positivos en el alcoholímetro. Sin decirme nada el cocinero me raya sirviéndome un chingo de chuleta. El menú se repitió, por cierto. Creo que las tres veces. Peor es el hambre que la monotonía. SUDORCITOS ES NIÑO de familia. Güero, ojos azules, cinéfilo, habla tres idiomas, y nació con un excelso e incontrolable gusto por la podredumbre. Por su apariencia, rebasa los cuarenta años. Le resta poco pelo en la tatema, su voz con un rasgo que sólo tienen los conmiserados. Un rasgo indescriptible. Desde que lo vi en el Ministerio Público me di cuenta que respiraba agitado. Gotas de sudor caían por su frente. Parecía que se trataba de un tatuaje con movimiento, un gif en la piel. Apenas se retiraba las gotas transparentes con el antebrazo y enseguida surgían de nuevo. Algo en sus ojos parece pedirle un poco de misericordia a los tiras. Ya lo conocen. Le dicen que se prepare su suero.

Sudorcitos pasa y lo hace como Juan pasa por su casa. “Padezco esquizofrenia paranoide.” Su ropa es de esas prendas que no logran disimular que han pertenecido a varias personas. Las botas verdes que lleva puestas también le vienen grandes. “Es que se me pasaron las cucharadas.” Y enseguida hace la señal internacional de un pase. Mira a sus adentros y primero parece recriminarse, se nota cómo lo carcome la culpa y enseguida se ve cómo recuerda esas infinitas noches en que él está armando rayas y repartiéndolas. Esas noches lejanas que por más que uno llama a gritos no regresan. Sufre. “Lo primero que voy a buscar saliendo es un trago. No puedo estar así.” Dice mientras se mira las manos. Debería pasar veinticinco horas en arresto, como Johnny Cash, pero Nelson Mandela. No quieren que se les quiebre, ni que se vaya a poner loco aquí. Salió apresurado, sin despedirse de nadie. Seguro ya pensaba en el trago que se iba a chingar. NADA ES PEOR QUE EL TEDIO, no tener chance de hacer nada. De Tacuba al Ajusco debo tardar alrededor de tres horas. Saldré a las nueve de la noche. A las ocho de la noche nos pasan a los dormitorios. Esta vez agarro un mejor camastro, aunque lo usaré sólo un rato. Hay un güey que metió mota, otro que lo incita a armar un churro. Uno que quiere fumar ya, que no se aguanta. Se trepan en mi camastro, a la parte alta de la litera. Recuerdo que no pude ir a comprar mota, le pido un poco al güey que trae su guatito. Me da para un churro, me lo entuso en las bolas. Prenden. Alguien en otra celda chifla. Con sigilo, como sombras aparecen tres custodios, ven al güey que prendió, al más desesperado. “Ya ni lo apagues, ¿ya pa’ qué? Ya sabes que te la vas a comer.” Le dice uno de los guardias. Se los llevan a los tres. Regresan dos, el que dijo que armaran y el que traía el café. El que fumó fue el más torcido. Un guardia gordo regresa a revisarme. No encuentra nada, se encabrona. A las nueve voy a ver si ya puedo largarme. Los guardias se hacen pendejos. Les grito que ya pasan diez minutos de mi hora de salida. En cuanto regreso a mi celda, se apuran a llamarme de nuevo. No me despido de nadie. Sólo quiero irme. Salgo con un güey grandote de risa tonta y con Vive 100%, que no tiene a donde ir. Cruzamos el parque de Tacuba, porque ahí se junta la pura maldad. Debemos hacer fuerza hasta llegar al Metro. Fue como pasar un día con los mal portados de la secundaria. C

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Si la distancia de un medio siglo puede parecer lejana, se debe no sólo al calendario, sino también al vértigo con que las condiciones de la vida cotidiana —en la Ciudad de México y en el planeta entero— se han transformado en las últimas décadas. Pero la intensidad afectiva de su memoria puede permanecer. Va como ejemplo esta evocación de El Santo, un superhéroe naturalizado, figura mítica, ídolo de multitudes que saltó del ring con éxito arrollador a protagonizar más de cincuenta películas e incontables fotonovelas —un signo más de aquellos tiempos.

LOS N IÑOS QU IER EN H ÉROES COMO EL SA N TO J. M. SERVÍN

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uando vi con mis padres Santo y Blue Demon contra los monstruos, en el cine Bucareli allá por el año de 1969, El Enmascarado de Plata ya era un ídolo popular de alcances continentales. A nivel mundial era cuando menos una rareza elogiada en Europa por sus cualidades satíricas de súper héroe cinematográfico. Recuerdo la sala abarrotada y a mi madre literalmente en el filo de la butaca, apoyando los brazos en la orilla del respaldo frente a ella, emocionada tanto como nosotros, sus dos hijos menores, de siete años yo y cinco mi hermano Eduardo, que sentados entre mis padres, celebrábamos los lances y golpizas que los enmascarados prodigaban al Hombre Lobo, al Cíclope, Franquestain (sic), La Momia, El Vampiro y unos zombis comandados por un enano maléfico con lentes oscuros muy farolones cuyo nombre aún recuerdo: “Waldo”, porque así apodaron luego a un compañero de escuela. Era una trama descabellada como todas las de luchadores, llena de humor involuntario y situaciones delirantes propias de lo que ocurre en México. Un bosque y luego un panteón donde están enterrados los restos del profesor Bruno (interpretado por Carlos Ancira). Luego del sepelio el panteón es invadido por los zombies, Blue Demon es clonado en una némesis que luchará contra El Santo y luego ambos contra los monstruos. ¿Quién si no El Santo podía estar a la par de este país dado a mezclar el melodrama y el pensamiento

mágico con el género de terror clásico en el cine, en esencia tan divertido y absurdo como la propia filmografía del ídolo mexicano? El Santo como personaje no tenía sentido del humor, ni falta le hacía, su saga cinematográfica se encargaba de ello. El Santo se apropió de una monstruología extranjera explotada por los Estudios Universal de Hollywood durante la década de 1940 y la hizo parte de nuestro sincretismo necrófilo que integra al Halloween con la celebración del Día de Muertos.

“NUESTRAS ILUSIONES Y ESPERANZAS TENÍAN SU JUSTA RECOMPENSA EN UN HÉROE QUE DENTRO Y FUERA DEL RING NOS ENSEÑÓ QUE SE PODÍA SER UN GANADOR CON EL PODER DE CREAR UN UNIVERSO FANTÁSTICO, RUDO Y ESTRAMBÓTICO.”

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EN MI FAMILIA nunca fuimos aficionados fieles a las luchas, pero siempre disfrutamos las películas de El Enmascarado de Plata. Para mis padres, el dramatismo sangriento del boxeo y las invariables decepciones futboleras estaban más en sintonía con su filosofía de vida y con la educación que nos dieron, apegada al sacrificio derrotista de cualquier “campeón sin corona” y del “ya merito” representado por las Chivas. Sin embargo, reconocíamos en El Santo a un héroe positivo y ganador, alguien que nunca se escudó en la derrota para identificarse con el pueblo en busca de justicia; El Santo la aplicaba entre topes y patadas voladoras destilando dandismo y buenos modales. Nuestras ilusiones y esperanzas tenían su justa recompensa en un héroe que dentro y fuera del ring nos enseñó que se podía ser un ganador con el poder de crear un universo fantástico, rudo y estrambótico, que hacía de la realidad mexicana un apéndice del cine B hollywoodense. En una entrevista de José Xavier Navar incluida en ¡Quiero ver sangre! Historia ilustrada del cine de luchadores en México de Raúl Criollo, José Xavier Navar y Rafael Aviña (UNAM, 2013), El Santo responde así sobre si cree que sus películas de terror caen en el ridículo: —Si causa risa no es cosa del actor ni del productor, más bien sería del director, porque él tiene la responsabilidad de ver cómo se va a contar, y no tiene que llegar al ridículo ni a causar risa... Ahora bien, en alguna de mis cintas pudo haber provocado risa algún monstruo, pero el monstruo no soy yo... el monstruo tal vez pueda causar risa si tú quieres, pero El Santo no ve eso. Sobre todo en filmación: El Santo no sabe lo que está haciendo el monstruo. La censura gubernamental que en 1955 prohibió las transmisiones de lucha libre, dizque para proteger a los niños y evitar que imitaran a los luchadores, en el cine no tuvo ningún efecto. Más que en sus hazañas como

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luchador, el mito de El Santo surgió en la pantalla grande y sobre todo a través de la historieta creada por José G. Cruz en 1952. A partir de sus primeras películas estrenadas en 1958: Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, el enmascarado logró con su arrojo estoico vencer a narcotraficantes, extraterrestres, asaltantes, secuestradores y una enorme variedad de delincuentes que la policía mexicana desde ese entonces a la fecha está lejos de meter en cintura. El Santo nos quedó a deber una película: Santo contra los Ramones. Como bien dice Juan Villoro en su prólogo a ¡Quiero ver sangre!..., un luchador técnico como El Santo no concede el golpe rudo y definitivo. “Al contrario, le concede un respiro al rival, se distrae con el cariño de la gente, permite la recuperación del enemigo y es aviesamente atacado por la espalda.” Los lastres de nuestra cultura, la negligencia y el absurdo de una realidad plagada de taras educativas, El Santo las convirtió a través de su amplísima cinematografía en entretenimiento familiar, condensando en cada película elementos del cine policiaco, de terror y fantástico, con leyendas coloniales y mitos de la tradición vernácula. Santo luchó siempre porque los mexicanos no perdieran la inocencia, tal y como ocurre en el relato El principio del placer, de José Emilio Pacheco. Jorge, un muchacho enamoradizo y tímido, madura en el desencanto al darse cuenta que dos acérrimos rivales en la lucha libre son, en realidad, grandes amigos fuera del ring. “Nadie tiene la culpa de que yo ignorara que todo es una farsa y un teatrito”, dice casi al final refiriéndose al pancracio, la política y al amor verdadero. En realidad las películas de El Enmascarado de Plata son una enorme saga del “milagro mexicano” propagado como ficción especulativa por nuestros gobernantes. ME PREGUNTO qué habría sido de El Santo llevado de la mano por un director como Sam Peckimpah. Aquél es un precursor del concepto “Naco es chido” al impulsar a través de sus películas y de la mano de José G. Cruz, creador de una exitosa fotonovela hecha a base de fotocollage, toda una iconografía pop que muy pronto sería explotada en el cine mexicano y en las artes visuales emergentes, extendiéndose incluso a la literatura. En alguna de las muchas entrevistas que concedió, El Santo dijo que no le importaban las críticas de los intelectuales. “Creo que mi cine cumple su

misión: mis películas divierten y son taquilleras.” Al combatir en la pantalla grande a científicos locos y al espionaje internacional mediante rudimentarios aparatos en escenarios improbables (laboratorios humeantes de hielo seco, cartón, focos de colores intermitentes que recuerdan series navideñas y cavernas atestadas de peligros por escenografías mal montadas), nadie como El Santo para despreciar la tecnología que sus películas volvían imprescindible en la trama. El Santo parodió la Guerra Fría y la flemática presencia del dipsómano y promiscuo James Bond. Con mucha mayor efectividad que la policía mexicana y su turbio connubio con la delincuencia, El Enmascarado de Plata venció a narcotraficantes en Santo contra la mafia del vicio, luchó contra cómicos insufribles en Santo contra Capulina, extraterrestres, secuestradores y toda figura siniestra de la cultura pop de serie B. Producto de su tiempo, El Santo nunca cuestionó al poder, al contrario, lo representaba y validaba. “Llamémosle a Santo”, esta frase de la policía o de alguna muchacha en peligro resume nuestra esperanza en lo mágico legendario. Hasta hoy, invocar al enmascarado quizá sea nuestra última oportunidad de salir del hoyo donde estamos. Si en otros deportes como el box o el futbol pasamos del heroísmo a la Pepe El Toro a las derrotas supinas de la fallida selección mexicana de futbol, máxima representante de nuestra frustración colectiva y digna de un ensayo de Octavio Paz, El Santo nos dio la oportunidad de creer en nosotros mismos y bajo preceptos dignos de su

“LOS LASTRES DE NUESTRA CULTURA, LA NEGLIGENCIA Y EL ABSURDO DE UNA REALIDAD PLAGADA DE TARAS EDUCATIVAS, EL SANTO LAS CONVIRTIÓ A TRAVÉS DE SU AMPLÍSIMA CINEMATOGRAFÍA EN ENTRETENIMIENTO FAMILIAR.”

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mote, recuperar la autoestima nacional a fuerza de costalazos y plegarias. Más de quince máscaras arrancadas y unas veinte cabelleras en su haber. Docenas de títulos nacionales e internacionales desde 1946 dicen mucho de un deportista legendario, disciplinado y talentoso. ROLAND BARTHES ESCRIBIÓ en “El mundo del catch”, uno de sus ensayos de Mitologías (1972), que “el gesto puro” de la lucha libre “divide al Bien del Mal”, para luego afirmar que para que las historias de luchas fueran exitosas había que aplicar el concepto del “bastardo perfecto”, refiriéndose a los excesos escenográficos y acrobáticos del espectáculo del villano o “rudo”, antagonista natural del técnico, favorito casi siempre de las multitudes. El Santo está más cerca del realismo mágico que de la ciencia ficción o la fantasía. La inverosimilitud como tautología llevada a niveles de culto kitsch. Pese a ello, le dio sentido a juguetes Mi alegría con sus laboratorios infantiles que nos permitían jugar en nuestras casas imitando los laboratorios de utilería que veíamos en las películas. El Enmascarado de Plata protagonizó más de cincuenta películas entre 1958 y 1981 y compartió escenarios con los personajes más sobresalientes del mundo artístico mexicano. Muy pocos como él pueden jactarse de ello. Como bien menciona Rafael Aviña en ¡Quiero ver sangre!..., a falta de nuevos héroes (el cine de ficheras, charritos y barriada estaba en declive en las postrimerías del sexenio alemanista), “la cinematografía mexicana encontró en el cine de luchadores la mejor opción para rescatar el antiquísimo enfrentamiento entre el bien y el mal.” El Santo fue el paladín que acaparó este conflicto en el cine durante casi tres décadas. “La gran fábrica de sueños” propagó a través de esos extraños híbridos entre comedia ranchera, policiaco, melodrama, comedia de enredos, sexo reprimido y costalazos la imagen de un justiciero enmascarado de tintes religiosos: casto (aun en la enlatada y polémica El vampiro y el sexo, de 1968, El Santo le hizo el feo a las voluptuosas y

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narcisistas mujeres vampiro, además de otras chamacas discretamente coscolinas que lo acompañaron en sus aventuras fílmicas); seductor platónico, siempre dio un extra aplicándole la de “a caballo”” (su llave más famosa) a los pe-o cados carnales y a todo aquello íque corrompe el alma y el espíritu. Algunas de las bellezas quee ulo acompañaron en sus pelícumo las son prueba de su estoicismo ha de cartujo: Elsa Cárdenas, Sasha Montenegro, Tere y Lorena Velázquez, Meche Carreño. Sólo le hacían sombra Mauricio Garcéss y el mismo Blue Demon. iva En 2004 la cadena televisiva rica Cartoon Network Latin America scarecicló al personaje enmascanes, rado en Santo contra los Clones, enfrentándolo a los malososs de siempre y de paso presenta a una ada y Ciudad de México fragmentada posmoderna, más parecida a clásicos del animé japonés como Akira ucha o Ghost in the Shell. Con la lucha ín calibre y El Santo como paladín va de naliza la gran catarsis colectiva i la capital del país, insegura y violenta, con 22 millones de habitantes contando sus periferias. El Santo así se convierte en un personaje posmoderno, que rápidamente es absorbido por los artistas mexicanos de vanguardia, deseosos de reproducir iconos que justifiquen su obsesión por lo exótico nacionalista. Naco es chido. EN SUS INICIOS, el entonces desconocido Rodolfo Guzmán fabricaba sus propias máscaras, sacando provecho de su oficio de costurero en una maquila de ropa: todo aquel que se sabe destinado a ser ídolo de multitudes trabaja su sacrificio tanto o más que su propio personaje; la humildad aquí se cuenta en millones de fanáticos. Su aparente modestia, astucia, valentía, fortaleza física y mental, bondad y sabiduría y quién sabe cuántas cualidades más, cierran la cuña con un pueblo crédulo pero al mismo tiempo suspicaz y sediento de venganza, que siempre supo que los enemigos de El Santo eran uno y el mismo, es decir, nuestros gobernantes, sublimados en caracterizaciones de científicos malévolos, monstruos extraídos de la cultura popular anglosajona y empresarios del ring explotadores. El Santo nunca fue desenmascarado, no sólo porque jamás perdió una lucha en la que apostara su identidad, sino

porque su multitudinaria grey jamás hubiera permitido que el halo de misterio que envuelve a los ídolos verdaderos hubiera sido develado. A nadie le importa que Rodolfo Guzmán Huerta haya nacido en Tulancingo, Hidalgo, en 1915 y muriera en la Ciudad de México en 1984. El Santo es ante todo un producto de la iconografía popular chilanga. “Tienes que ser tú mismo, y para eso tienes que ser otro”, le diría al naciente ídolo el árbitro y promotor Jesús Lomelín para convencerlo de cambiar de identidad. Muere Rudy Guzmán y surge El Santo, inspirado en Simon Templar, el justiciero de las novelas policiales de Leslie Charteries. La burda biografía de los hombres comunes nada tiene que ver con la leyenda y las imprecisiones de su origen. “Los héroes pueden morir, las leyendas son eternas”, diría El Santo refiriéndose a sí mismo. En su religiosidad fársica, el Santo extasiaba multitudes haciendo de la lucha libre un enlace con la eternidad. En el ya mencionado ensayo “El mundo del catch”, Roland Barthes afirma que arriba del ring los luchadores son “la llave que penetra en la naturaleza”. El Santo llevó este precepto fuera del cuadrilátero. ¿CÓMO SE PUEDE HABLAR de un personaje incógnito tras una máscara que

“EL SANTO NUNCA FUE DESENMASCARADO, PORQUE SU MULTITUDINARIA GREY JAMÁS HUBIERA PERMITIDO QUE EL HALO DE MISTERIO QUE ENVUELVE A LOS ÍDOLOS VERDADEROS HUBIERA SIDO DEVELADO.”

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era idolatrado por las multitudes precisamente porque aquello que alimentaba el misterio de su identidad lo había vuelto un ídolo popular reconocible y singular ahí donde se presentara? La máscara, elemento milenario y enigmático de la cultura mexicana, es hasta nuestros días sacralizada por los héroes como estandarte de lucha de los oprimidos. Poco antes de su muerte se presentó en un programa de televisión para ser entrevistado por Jacobo Zabludowsky. Se dice que El Santo había tenido una premonición fúnebre y por eso aceptó descubrir parte de su rostro enmascarado frente a las cámaras de televisión. El 5 de febrero de 1984 tendría su última aparición pública en el Teatro Blanquita realizando un acto de escapismo. Se le había diagnosticado un problema en las coronarias y recién había muerto su compañera de toda la vida, su esposa María de los Ángeles. Ya no tenía licencia de luchador y ahora entretenía audiencias con un show de escapismo donde combinaba las cualidades del Profesor Zovek y Harry Houdini. Al finalizar la primera función se sintió mal y tuvo que ser internado de urgencia en el Hospital Mocel. A las 9:40 de la noche murieron dos personas por un ataque al miocardio: el hombre común, anónimo, y el ídolo de las multitudes. Uno y el mismo, El Santo nos enseñó que los dioses sufren como nosotros, que también son de carne y hueso. “CUANDO LAS PERSONAS suspenden sus creencias e invierten su atención en la lucha libre, permiten que los luchadores se conviertan en dioses”, dijo alguna vez Chris Renfrew, uno de los luchadores más exitosos de Escocia. Conservo en mi memoria aquella tarde de cine con mis padres. Santo y Blue Demon habían derrotado a los monstruos y ya en la calle, abriéndonos paso entre la multitud que abandonaba la sala comentando la película, mis padres nos comprarían un par de máscaras malhechas de nuestros héroes del pancracio. Santo tenía mucha razón cuando en una entrevista a la revista Caballero del 5 de julio de 1970, afirmó: —Mire, si no es a mí, los niños admiran a cualquier otro luchador o a cualquier otro actor de cine. Yo no soy psicólogo señor, sólo puedo decirle que para mí es igual un niño que una persona adulta: hay que dejarlos satisfechos a todos, a todos. Es la única forma en que la gente no se decepciona de nosotros. Ahora, sobre eso del ejemplo que le demos a los niños, le digo, yo no entiendo de psicología, señor. Los niños necesitan tener sus héroes, que sean musculosos y vengadores y eso viene sucediendo desde que existe el mundo. Esto no es nuevo. Los niños son así y va a ser difícil que cambien. Ya en casa, mi hermano y yo, cada uno con su máscara puesta (a mí me tocó la de Blue Demon) comenzaríamos a luchar en la cama matrimonial de mis padres, listos para llevar a la práctica lo que habíamos aprendido en una función de cine. C

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LA N OTA NEGRA

PRESIDENTES FICTICIOS

11 Por

FRANCISCO HINOJOSA @panchohinojosah

L

a figura del presidente de los Estados Unidos suele ser muy atractiva para hacer películas y series televisivas de ficción. Y ese personaje trae consigo primeras damas, la Casa Blanca, el despacho oval, el bunker, el Pentágono y el maletín que puede desatar un ataque nuclear si el ejecutivo en turno decide hacer uso del código que lo activa. Casi siempre hay muchos enemigos que vencer, intrigas, deslealtades, toma de decisiones, líos amorosos, problemas domésticos y a veces hasta política. Por lo general, lo que importa es conocer su “lado humano”. En las ocho temporadas de 24 horas, o sea en ocho días, circulan siete presidentes: los hermanos David y Wayne Palmer, Charles Logan, John Keeler, Noah Daniels, Hal Gardner y Allison Taylor. Héroes o villanos, siempre exhiben sus debilidades y fortalezas, al igual que lo hacen algunas de sus primeras damas, como Sherry Palmer y Martha Logan, que llegan a ser igualmente protagónicas. El tema también es recurrente: Estados Unidos está amenazado por fuerzas terroristas que lo combaten con alta tecnología y con las razones del odio o de intereses económicos, políticos o militares. Entre otros actores y actrices que han representado ese papel están Jack Nicholson, Glenn Close, Michael Douglas, Morgan Freeman, Anthony Hopkins, John Voight, Kevin Spacey y hasta Lisa Simpson (sucesora de Trump). Kiefer Sutherland,

La Canción # 6

EN SCANDAL, COMO SU TÍTULO LO DICE, CAPÍTULO TRAS CAPÍTULO SE SUCEDEN VERDADEROS ACTOS DE ESCÁNDALO.

de tanto defender a presidentes bajo el nombre de Jack Bauer, terminó convirtiéndose en uno de ellos (Designated Survivor). Harrison Ford, transformado en súper héroe, es capaz de enfrentar a terroristas bien entrenados que han tomado como rehén el Air Force One. Como en otras películas, defender a la familia es defender a la patria, o viceversa. En Scandal, como su título lo dice, capítulo tras capítulo se suceden verdaderos actos de escándalo. La protagonista es Olivia Pope, ex colaboradora de campaña y ex directora de comunicación del presidente Fitzgerald Grant III (como que suena a nombre de presidente), que dirige una agencia de investigación encargada de resolver escenarios de crisis, especialmente si están relacionados con la administración de la Casa Blanca. Esta historia de Shonda Rhimes está basada ligeramente en las experiencias de Judy Smith, ayudante de prensa de George Bush y conocedora de los embrollos que se cocinan en la Casa Blanca. Aquí todo queda en familia: además de ser la amante del presidente, así como de un agente de la CIA, Olivia es hija de una terrorista y del comandante de un oscura agencia de espionaje. Los asesinatos, las torturas, las traiciones, las infidelidades y las mentiras se suceden y aumentan cada vez más la tensión que se vive al interior de la casa presidencial y sus alrededores. Fitz se convierte en torturador, su esposa le cobra la infidelidad, a su jefe de gabinete

le matan al esposo, es cómplice de asesinatos y es un alcohólico al que nunca se le ve borracho. Hace dieciséis años, la serie animada los Simpson predijo la llegada a la presidencia de Donald Trump, que deja al país hundido en una fuerte crisis económica. Sin embargo, la película sobre el personaje que encarna el magnate se antoja una especie de Truman Show en la que todos somos espectadores de su actuación en vivo: le cuelga el teléfono al primer ministro de Australia, cancela una visita de Estado con el presidente mexicano a través de un solo tuit, recibe un manotazo de su esposa Melania, evita darle un apretón de manos a Angela Merkel, mientras que no suelta la del presidente francés, empuja al primer ministro de Montenegro para robar cámara, llama a la prensa estadunidense como la más corrupta del mundo, califica a los mexicanos como asesinos y violadores, cree que el cambio climático es una invención de los chinos, exhibe su misoginia y racismo a la primera provocación. Sería un gran personaje de ficción si no fuera porque es lo que es. La trama rusa, que está en el trasfondo de esta larga película de miedo que vivimos día a día, mantiene en sus butacas a muchos líderes del mundo en espera de un desenlace más optimista: su renuncia o un impeachment que se vislumbra como esperanza en un futuro no muy lejano.

Por ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

El beso de lengua de los Stones EL BESO DE LOS ROLLING STONES —diseño de John Pasche para el disco Sticky Fingers— equivale a que te chupe el Diablo. Te mete la lengua por el oído hasta el cerebro y te impregna el pensamiento de baba maligna con ritmo. Y no conozco a nadie que no haya sido besado alguna vez por el grupo más longevo, activo y atractivo del rock. El 12 de julio se cumplieron cincuenta y cinco años de su primera tocada en el Club Marquee de Londres. La sangre azul y todas las sustancias del mundo han sido una fuente inagotable de música, energía y riqueza que los mantiene más movidos y productivos que ningún otro grupo desde 1962. En diciembre de 2016 sacaron el disco Blue and Lonesome, un vinil con doce clásicos de Howlin’n Wolf, Willie Dixon, Little Walter y Jimmy Reed, entre otros. Eric Clapton toca en dos temas, “Everybody Knows About My Good Thing” y “I Can’t Quit You Baby”. Es un

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discazo. Porque es la raíz de lo que siempre han hecho, blues y rhythm and blues, incorporándolo en cinco décadas al rock, al jazz, a la disco, a la afrocaribeña, al pop, a lo que sea. Acá regresan al blues puro y duro, un oficio y un estilo esculpidos con el tiempo. ¿Se les puede pedir más con el kilometraje que tienen? Sí. Actualmente tienen al aire dos documentales. Mientras Carlos Velázquez escribe “La Biblia de los Documentales Rockeros,” en Netflix puede verse Crossfire Hurricane de Brett Morgen, armado con entrevistas y clips de todas las eras de piedra sobre los pioneros del rock negativo y revoltoso, sobrevivientes del rockstar way of life. En seguida se estrenó en salas de cine Olé Olé Olé!, la película de Paul Dugdale que documenta la última gira por América Latina e incluye su paso por México y Cuba, concierto con el que cerraron el tour. Los años rodantes los han convertido

en viejitos de la música y el showbiz que saben más por diablos. Para corroborarlo, en breve lanzarán el disco On Air in the Sixties, quince grabaciones inéditas del grupo en el radio y la televisión durante los años sesenta con el gran Brian Jones. Viene acompañado de un libro con fotografías y otro documental. También se avecina otra gira 2017 llamada No Filter. Así que hay Piedras para rato. Los Stones siempre han estado en el lado negro y oscuro de la música, tienen inmunidad maligna como Robert Johnson, lo cual le deben en gran medida a su productor Andrew Loog Oldham: Paint it Black, Street Fighting Man, Sympathy for the Devil, Altamont, Their Satanic Majesties Request, Brown Sugar, Goat’s Head Soup, Sister Morphine y Cousin Cocaine, Tattoo You, Voodoo Lounge… han sido y serán sinónimo de negritud y maldad. Y un lengüetazo de maldad no le hace daño a nadie.

EL 12 DE JULIO SE CUMPLIERON CINCUENTA Y CINCO AÑOS DE SU PRIMERA TOCADA EN EL CLUB MARQUEE DE LONDRES.

28/07/17 6:19 p.m.


12 EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

E l Cultural S Á B A D O 2 9 . 0 7 . 2 0 1 7

Por

CARLOS VELÁZQUEZ

GRUPIS LITERARIAS

@charfornication

H

e visto a los peores escritores de mi generación levantarse cada forro. La literatura es ingrata pero en algo recompensa, apenas pegas un par de hits, aunque sean al interior del cuadro, y ya te ganaste un puñado de admiradoras. Hace un par de años tenía una fuck buddy que me acusó de tener un catálogo de grupis. Me arrebató una carcajada. Le dije que me las presentara. Hasta donde yo sé no tengo ninguna. Yo soy tu grupi, confesó. Creo que es la única que he tenido. Hasta donde tenía entendido las grupis eran exclusivas de las estrellas de rock. Pero en los últimos años las letras nacionales han cosechado una legión de adoradoras. Interrogué a varios colegas al respecto, los cuales me pidieron no revelar su identidad, y por respeto preservaré su anonimato (ya sé, qué joto sueno, pero son casados o tienen una relación sentimental y aunque me gusta mucho jugar a mi villano favorito no me gusta perjudicar al amor) y la legión crece día con día. Uno de ellos me presumió que lo que más le urgía de publicar un nuevo libro era la visibilidad con las lectoras. Con su anterior novela, en la gira de promoción se había acostado con ochenta mujeres. Y con el nuevo libro pretendía batir su propio récord. Hay otros que ven una veta en las facultades de letras de las universidades del país. Las estudiantes que mueren por conocer a su ídolo y terminan en la cama con él. Un rapidín y la misa ha terminado hermanos, pueden retirarse en santa paz.

SÍ, LA LITERATURA CADA VEZ LE INTERESA MENOS A LA GENTE, LOS LIBROS CADA VEZ SE VENDEN MENOS, PERO TIENE MÁS PODER QUE TODOS LOS CIRUJANOS PLÁSTICOS DEL MUNDO.

El sino del escorpión

Yo a mi vida de casado y usted a su tesis. Pero no todo es miel sobre hoyuelos. Las cosas suelen salirse de control. Existen grupis que se obsesionan con los autores y les hacen la vida imposible. Supe de una chica que deseaba publicar un libro con toda la correspondencia electrónica que había sostenido con una de nuestras glorias nacionales. Una forma muy barata de entrar al mercado editorial. Otras se aferran a editores y autores con el fin de publicar. Y son capaces de llegar hasta las últimas consecuencias, el matrimonio, por ejemplo. Pero bueno, lo que talento non da, affaire non presta. Existen tres tipos de grupi. Las que persiguen al autor porque desean entrar al mundo de la literatura. Éstas tienen algo de trepadoras. Otras a las que no les interesa la literatura, incluso ni han leído sus libros, pero sólo por el nombre del autor están detrás de él. Y las últimas, las más nobles, las que aman la literatura de una manera tan idílica que quieren un pedacito de atención del autor, si es sexual mejor, y no suelen ser problemáticas. Pero lo sabemos, tarde o temprano, donde existe el fruto prohibido habrá problemas. En un viaje al sur conocí a una poeta y tuve un romance relámpago. Orgulloso, le conté a otra amiga. Ay, mijo, ésa es de las que se dedican a coleccionar autores, me dijo. Me sentí como uno de esos minions en el librero de mi hija. No sólo las mujeres pueden ser vistas como trofeos. Y antes de que me acusen de machista, no podemos negar que existe un grupo de aficionadas a la

literatura que se dedican a cazar escritores. Conozco varias que si audicionaran para el papel de Depredador se lo llevan sin pedos. El panorama literario está lleno de historias de grupis que desbaratan matrimonios y se arrebatan escritores unas a otras o se los endosan como si fueran ganado. La analogía es desafortunada. Porque la clase bovina de nuestra literatura es carne de mala calidad. La mayoría de los escritores son feos y físicamente desgraciados (me incluyo). Pero en esa lucha a lodo que significa quedarse con lo poco que hay los ganadores resultan los autores. Quienes sin esta competencia jamás se ligarían a mujeres tan guapas. Sí, la literatura cada vez le interesa menos a la gente, los libros cada vez se venden menos, pero tiene más poder que todos los cirujanos plásticos del mundo. Hace ver guapo a cada pinche adefesio. A mí todavía no me hace justicia la revolución. El domingo estaba solo en mi departamento, mi hija estaba en casa de mi madre, y no había nadie con quien ir a cenar. Fui solo. Grupis del mundo, dónde están. En 2010, cuando salí de mi segundo divorcio sí tuve mi temporada en la promiscuidad. Pero no era por mi mísera fama literaria, era por caliente y porque libre soy, libre soy. Bueno, era. No, todavía lo soy. Quizá algún día las letras me premien como a otros colegas. Y del cielo me lluevan las admiradoras. Pero será demasiado tarde. Porque este columnista, queridos lectores, ha decidido que no más amores de barra, está en busca del amor. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Cartas, postales, manuscritos… AL ESCORPIÓN le ocurre a veces el fenómeno de sincronía descrito por Jung, una suerte de fenómeno de conexión debido a accidentes sincrónicos surgidos del inconsciente. Miren ustedes: al fondo de su hendidura en el muro, el artrópodo leía El espíritu de la ciencia ficción (Alfaguara, 2016), de Roberto Bolaño, con cierto deleite reconstructivo por ser una novela prototípica de los años setenta mexicanos. El relato central es el de un joven poeta pobre, habitante de un mísero cuarto de azotea junto con un amigo de escrituras y aventuras. El poeta sobrevive apenas escribiendo reseñas y notas literarias para un suplemento cultural mientras asiste también a un taller de poesía. Para mayor romanticismo rebelde, el poeta enfrenta las dificultades triangulares de enamorarse de una joven, también escritora, pero con pareja. ¿Hay algo más años setenta?

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Otras historias paralelas surcan esta novela publicada en 1984, pero cuyo desarrollo transcurre, como vemos, en los aún esperanzadores años setenta mexicanos, y en una ciudad reconstruida con amor y nostalgia por el joven poeta rebelde, el infrarrealista de las azoteas. Al alacrán la ocurrió entonces la citada sincronía al toparse con una nota de prensa donde se informa de la adquisición, por parte de la Biblioteca Nacional de España, de un epistolario de Roberto Bolaño. Acudiendo al diario español El País, el artrópodo complementó la información: son cuarenta y cuatro cartas, más postales, sobres originales y algunos manuscritos dirigidos por el escritor chileno a su amigo y compatriota Bruno Montané, entre septiembre de 1976 y una fecha indeterminada de 1997, y donde, según el autor de la nota, Toño

Angulo Daneri, se rompen varios mitos en torno a Bolaño, como el de su papel de “anacoreta vocacional, indolente ante sus propias estrecheces”. El artrópodo se entera ahí también de la existencia de muchas otras cartas de Bolaño dirigidas a Mario Santiago, Juan Pascoe, Mara Larrosa, Carla Rippey e incluso a las académicas chilenas Adriana Castillo de Berchenko y Soledad Bianchi, correspondencia esta última ya adquirida por la Universidad Diego de Portales de Chile. De las cartas a Montané, clasificadas en tres grupos a partir de su procedencia (mexicanas, francesas y catalanas), el venenoso destaca desde ya las siete “cartas mexicanas”, pero también las cartas francesas porque hablan del futuro del movimiento infarrealista. Esas cartas quiere leer el escorpión. C

SE INFORMA DE LA ADQUISICIÓN, POR PARTE DE LA BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA, DE UN EPISTOLARIO DE ROBERTO BOLAÑO.

28/07/17 6:19 p.m.


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