INVASIÓN ZOMBIE

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FERNANDO IWASAKI

MUSEOS DOMÉSTICOS

CARLOS VEL ÁZQUEZ

DOS AÑOS SIN LOU REED

ESGRIMA

PETER KUPER

El Cultural N Ú M . 2 0

S Á B A D O

3 1 . 1 0 . 1 5

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

INVASIÓN ZOMBIE >Bernardo Esquinca

APUNTES DEL PLANETA DE LOS ZOMBIES > Bruno H. Piché

MARTIN AMIS

> La zona de interés


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El Cultural SÁBADO 31.10.2015

En esta revisión de la imagen y el mito del zombie, Bernardo Esquinca establece como principio fundamental que se trata de una invención cinematográfica. De ahí, se ha instalado en la cultura popular de incontables países, donde los desfiles y disfraces se multiplican en estas fechas. Ofrecemos un repaso de los orígenes, la seducción y el culto del zombie.

I N VA S I Ó N

ZOMBIE BERNARDO ESQUINCA

EL ORIGEN A los humanos siempre nos ha obsesionado el regreso de los muertos. Las culturas antiguas eran ricas en mitos y celebraciones relacionadas con esta perturbadora posibilidad. Sin ir más lejos, los aztecas creían que las mujeres que morían durante el parto se transformaban en la cihuateteo, un ser con el rostro descarnado que acechaba en los cruces de caminos. Durante la Colonia esta figura mutaría en la leyenda de la Llorona, pero en su origen era parecida a los actuales y muy de moda zombies. Otra costumbre de los mexicas era darle la piel de los sacrificados a los menesterosos para que se cubrieran el cuerpo con ella, y mendigaran durante las festividades dedicadas a Xipe Totec, “Nuestro Señor el Desollado”, lo que sin duda les confería un escalofriante y pestilente disfraz de apariencia similar a los cadáveres andantes que hoy pueblan tanto el cine como la televisión. El zombie se abrió camino en la cultura popular a través de otra práctica remota: el vudú, esa religión afrocaribeña que en su versión oscura busca el control de una persona hasta transformarla en un autómata, un sirviente sin voluntad ni alma. Los creyentes (John

Schlesinger, 1987) y La serpiente y el arcoiris (Wes Craven, 1988) son dos filmes emblemáticos de esta vertiente. Sin embargo, el zombie como lo conocemos hoy en día, el que es merecedor de desfiles masivos en distintas partes del mundo —incluidas diversas ciudades de México— en la fiesta anual del Zombie Parade, es una creación netamente cinematográfica. Como es sabido, todo comenzó con la seminal La noche de los muertos vivientes (1968), de George A. Romero, el creador de este virus que no ha dejado de expandirse. En dicha película está el canon que después se exploraría con ligeras variaciones a lo largo de los años: la plaga de zombies que no se sabe de dónde proviene, pero sí sus consecuencias: están hambrientos de carne humana, y una mordida basta para transformar a la víctima en cadáver ambulante. La única manera de detenerlos es destruyéndoles la cabeza. La civilización peligra, y un grupo de sobrevivientes se refugia en un lugar aislado con la esperanza de contraatacar y recuperar el control. They’re coming to get you (“Ya vienen por ti”), es la frase más famosa del filme, que resume el espíritu de las tramas centradas en este monstruo: la paranoia, la persecución, el terror a ser devorado por un muerto.

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Roberto Diego Ortega Director @sanquintin_plus

@ElCulturalRazon

CONSEJO EDITORIAL

Delia Juárez G. Editora

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez Director General Rubén Cortés Fernández Subdirectores ›General Adrian Castillo ›De Información Raymundo Sánchez ›De Diseño Fernando Montoya Corrección Carlos Olivares Baró Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 7


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“LA PLAGA SE EXPANDIÓ A TODOS LOS CONTINENTES, CON MUY BUENOS RESULTADOS. DESDE ESPAÑA LLEGÓ UNA DE LAS PELÍCULAS QUE SE ATREVIÓ A DARLE UNA VUELTA DE TUERCA AL GÉNERO: REC.” RABIA Y REMAKE La actual epidemia comenzó a desatarse en 2002 de la mano del director Danny Boyle y el escritor Alex Garland con el filme Exterminio. Fueron la punta de lanza, los que tantearon el terreno y abrieron el camino a la avalancha que vendría después. Esta película agregó una variante poco común en el tema del zombie: la de darles una explicación plausible en la realidad. La cinta comienza con unos activistas que irrumpen en un laboratorio para liberar a unos simios a los que se les ha inyectado el virus de la rabia. A partir de ahí se desata el contagio, y la puesta en escena de los zombies más frenéticos que haya conocido el cine. Los autómatas de Boyle y Garland son aterradores porque tienen una mirada muy humana, plena de ira y desesperación. No se les está cayendo la carne ni los miembros, como a la mayoría de sus parientes del cine y la televisión, pero sus ojos de pupilas dilatadas y rojas bastan para ponernos los pelos de punta. El banderazo oficial para la invasión zombie vino poco después de la mano de un remake: El amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004), basada en la original de Romero —quien siguió haciendo filmes protagonizados por sus famosas criaturas. Esta película es respetuosa con el canon, pero actualiza el género de zombies con una propuesta fílmica cercana a la estética del cómic. Snyder utiliza una cámara vertiginosa, y aprovecha al máximo los avances en efectos especiales y maquillaje para realizar un filme que es un puñetazo en la cara. Los protagonistas de este apocalipsis no tienen descanso en ningún momento, ni siquiera al final de la cinta: cuando corren los créditos vemos escenas en las que los últimos sobrevivientes son cazados por autómatas. No hay escapatoria, pues el zombie es el lobo del hombre.

POSESIÓN Y PARODIA La plaga se expandió a todos los continentes, con muy buenos resultados. Desde España llegó una de las películas que se atrevió a darle una vuelta de tuerca al género: Rec (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007). Este poderoso dueto mató dos pájaros de un Fundación de un género: La noche de los muertos vivientes, Película completa y con subtítulos de George A. Romero:

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tiro: abordó el tema del zombie pero también la estética del found footage, subgénero que prosperó en la pasada década, tras el experimento inicial de El proyecto de la bruja de Blair (1999). En esta apuesta tan adrenalínica como perturbadora, un par de reporteros de televisión que hacen un trabajo sin importancia dentro de un edificio, se ven de pronto inmersos en un pandemónium. En apariencia, la trama se desarrolla apegada al canon: hay un virus que se contagia con mordidas, hay gente aislada intentando sobrevivir a los agresores, el gobierno interviene intentando detener la epidemia, pero al final viene el giro: cuando la reportera Manuela Velasco accede a ese ático oscuro, y descubre a la responsable de todo: la poseída Niña Medeiros —una de las presencias más escalofriantes que se hayan visto en el cine—, en una interesante fusión de zombies con satanismo. Aunque una parte de los filmes de cadáveres ambulantes poseen cierto tono paródico, existen cintas que se decidieron a ser de plano cómicas. Entre ellas destacan la inglesa El despertar de los muertos, con el protagonista más inepto para cazar muertos vivientes, armado con un palo de cricket; Tierra de zombies, en la que se reflexiona sobre las reglas para sobrevivir a la plaga de autómatas (“cuida tu figura: los primeros en sucumbir son los gordos”), y donde Bill Burray aparece de sí mismo en versión zombie; y Juan de los muertos, sátira aguda sobre Cuba, los cubanos y el castrismo, que uno no se explica cómo el gobierno de la isla

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permitió que se rodara en su propio territorio. Estos filmes demuestran que es posible reírse y asustarse al mismo tiempo, pues no olvidan que pertenecen a un género tan tétrico como grotesco: las tres están salpicadas con las necesarias dosis de tensión y vísceras.

FURIA GLOBAL El esplendor del mundo zombie llegó a través de la televisión, con la popular serie The Walking Dead (2010), que ya va por su sexto año. Tras un tibio inicio de seis capítulos, regresó para cautivar a los espectadores del orbe entero con unas potentes segunda y tercera temporadas, quizá las mejores hasta ahora. Su mérito: mezclar la violencia explícita y altas dosis de gore con un drama digno de los mejores culebrones. El personaje del anciano Hershel en la segunda temporada representa un claro ejemplo de ello: en un granero mantiene encerrados a sus seres queridos que se transformaron en muertos vivientes, y se niega a exterminarlos a pesar del riesgo que representan. The Walking Dead tiene efectos especiales sofisticados, pero sobre todo permite experimentar la crisis humana detrás de la epidemia, algo que muchos de los filmes de zombies no exploran, ya sea porque no les interesa o porque dos horas no parecen suficientes para lograrlo. Las actuaciones, encabezadas por Andrew Lincoln (que encarna al atormentado sheriff Rick Grimes) son de alto nivel, otro punto que tampoco suele ser común en el género, poblado de actores diletantes. A los personajes

“AUNQUE UNA PARTE DE LOS FILMES DE CADÁVERES AMBULANTES POSEEN CIERTO TONO PARÓDICO, EXISTEN CINTAS QUE SE DECIDIERON A SER DE PLANO CÓMICAS.”


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“DAVID KENDALL APUNTA QUE, SI LOS MONSTRUOS REFLEJAN NUESTROS MIEDOS Y DESEOS, EL ZOMBIE REPRESENTA LA VISIÓN DE UN TIEMPO EN EL QUE EL MÚSCULO Y EL HUESO YA NO PUEDEN TENERSE BAJO CONTROL.”

habituales se han sumado otros pasajeros pero no por ello menos memorables, como el Gobernador, quien colecciona cabezas de zombies en una pecera, y realiza experimentos para ver si los muertos vivientes conservan rasgos de su humanidad. Para una parte de la crítica y de los fanáticos de la serie, ésta se ha alargado demasiado, y ha perdido su interés inicial; sin embargo, es indiscutible que representa la cumbre de la narrativa de zombies, y que es la principal responsable de la furia global por los cadáveres ambulantes. Pero no es la única: otras series como la francesa Les Revenants, y las británicas Dead Set e In the Flesh también han contribuido a darle profundidad a un monstruo que puede representar muchas más cosas que repugnancia y terror.

ÁNGULOS INÉDITOS Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo respecto a los zombies, llegó el filme Guerra Mundial Z (Marc Frost, 2013), basado vagamente en el best seller de Max Brooks, para revelar que aún hay ángulos inéditos con los ya muy exprimidos muertos vivientes. Esta película contiene por lo menos dos secuencias que sorprenden por su novedad e inventiva respecto al canon: una transformación de personas en zombies en pleno vuelo de un avión, con sus desastrosas e impactantes consecuencias, y unos muertos vivientes en estado “latente” por inanición; es decir, que están como en pausa mientras los protagonistas caminan entre ellos igual que

si lo hicieran por un campo minado, temerosos de que las “bombas” se activen en cualquier momento. Es justo agregar en este rubro a la película mexicana Halley (Sebastián Hofmann, 2012), pues también ofrece un enfoque distinto del género. La cinta narra la historia de Alberto, un anodino velador de un gimnasio quien, literalmente, comienza a pudrirse en vida. Aquí no hay las típicas persecuciones del zombie a sus víctimas, ni el deseo de comer carne humana ni gore, sino el pausado desarrollo de la cotidianidad de este gris personaje, mientras vemos cómo su carne se deteriora y su mundo personal se desmorona, hasta que decide mudarse al Polo Norte para que el frío detenga la corrupción de su cuerpo. Un hombre solitario, aislado, cuya metáfora es contundente: hay mucha personas como Alberto allá afuera, zombies de la vida real que la sociedad se ha encargado de rechazar por no encajar en el sistema.

ADORACIÓN Y MORBO ¿En dónde radica el encanto de los zombies? ¿Dónde yace la clave de su prolongado arrastre en la cultura popular? Mercadotecnia aparte, los muertos vivientes tienen varias décadas poblando el imaginario de distintas generaciones, y no parece que eso vaya a desvanecerse pronto. Ahí vienen en camino la adaptación de Orgullo y prejuicio y zombies, basada en la novela-pastiche de Seth Grahame-Smith, y Resident Evil: The Final Chapter, la franquicia cinematográfi-

“ES INDISCUTIBLE QUE THE WALKING DEAD REPRESENTA LA CUMBRE DE LA NARRATIVA DE ZOMBIES, Y QUE ES LA PRINCIPAL RESPONSABLE DE LA FURIA GLOBAL POR LOS CADÁVERES AMBULANTES.”

ca salida del famoso videojuego, que pone a Milla Jovovich —esa teniente Ripley de los zombies— a combatir una vez más a los autómatas, por mencionar dos próximos estrenos. En su prólogo a The Mammoth Book of Zombie Comics, David Kendall apunta que, si los monstruos reflejan nuestros miedos y deseos, el zombie representa la visión de un tiempo en el que el músculo y el hueso ya no pueden tenerse bajo control. Y agrega que la amenaza de los muertos vivientes significa algo más que putrefacción: “No es sólo la piel lo que perdemos: es nuestra mente, las convenciones sociales, y el lenguaje”. Habría que agregar que la fascinación por la descomposición corporal no es nueva, pues nos acompaña desde hace tiempo con una mezcla de morbo y veneración: de las reliquias de los santos exhibidas y adoradas en las iglesias medievales (incluido el santo prepucio de Cristo), pasando por los scorticatti u hombres despellejados populares entre los artistas del Renacimiento (el anatomista Vesalio, entre ellos), hasta los cuadros de pudrideros del siglo xviii , que retrataban cadáveres reposando en criptas dignos del más explícito gore. El zombie no es más que la actualización de esa idolatría malsana, de nuestra necesidad de enfrentarnos a la corrupción del bien más preciado e invaluable que tenemos: el cuerpo. En esa carne marchita, que se deshoja para mostrar vísceras y huesos, se encuentra el horror de nuestro destino último en la Tierra: la ruina de lo que los antiguos consideraban un templo. Por eso el muerto viviente no tolera pudrirse en soledad; debe morder, contagiar, y transformar a su vecino, para juntos deambular por el Nuevo Orden, donde el hambre es la única religión y donde no hay mayor comunicación que un gemido post-humano. Tal como están las cosas en el mundo, hacia allá vamos. Aunque no existan los zombies. BERNARDO ESQUINCA es autor de la Trilogía de Terror, integrada por Los niños de paja, Demonia y Mar Negro. Aquí, el trailer de El Exterminio, la película de Danny Boyle:

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Los zombies del video Thriller llenaron una época en la que “Michael Jackson todavía conservaba el color de piel con que vino al mundo y su nariz no había pasado todavía por el carnicero plástico”. Tal es el punto de partida de esta crónica del planeta zombie en nuestro mundo cotidiano.

A P U N T E S D E L P L A N E TA

DE LOS ZOMBIES BRUNO H. PICHÉ

E

mpiezo con una confesión. En mi vida he leído una novela de zombies, jamás he visto ni está en mis planes ver una película de George A. Romero, y en mi lista de Netflix tengo seiscientas selecciones que no incluyen series del tipo The Walking Dead. Lo que sí puedo decir sin ningún reparo —para qué negarlo, eran esos años, dios, esa década, la que llaman “la perdida”— es que los últimos zombies que vi fueron los cien bailarines en harapos, maquillados convincentemente, bailando a todo ritmo junto a Michael Jackson durante el video de Thriller; decir video es quedarse corto: aquella cosa duraba lo suficiente para ser considerada un cortometraje de John Landis. Cabe aclarar que era la época en que Michael Jackson todavía conservaba el color de piel con que vino al mundo y su nariz no había pasado todavía por el carnicero plástico que se la dejó semejante a una de esas pinzas que uno utiliza para sujetar la ropa en el tendedero. Pero quizá no sea mala idea que alguien a quien no le importan los zombies intente pergeñar unos párrafos al respecto. Es fama que en los procesos que llevan a la beatificación y canonización por parte del Vaticano, es costumbre —bueno, interrumpida en 1983 durante el pontificado de Karol Józef Wojtyła, el príncipe que gustaba rodearse y asesorarse de pederastas mexicanos y otras lindas criaturas con toda impunidad— que la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, también designada de manera menos siniestra la Sagrada Congregación del Santo Oficio, designe a un completo outsider, de preferencia ateo ferviente, para hacer el papel de advocatus diaboli con el fin de buscarle trapitos sucios al santito —joder, ¿quién no los tiene? Hasta los zombies, que no existen más que en la imaginación de ciertas personas, no en la mía. Todo esto fue apenas el preámbulo para la escena inicial que antecede la escritura de estas líneas. Comencemos: Estoy en mi casa. Un chofer me espera para llevarme al aeropuerto. Me abruman dos escalas, y casi un día completo para gastarlo a diez mil pies de altura. Estoy apurado, embutiendo corbatas entre trusas, cepillo de dientes, documentos de trabajo, calcetines y los medicamentos sin los que no salgo ni a la esquina, no se diga al Polo Norte, que es a donde me dirijo. Soy el típico obseso que no puede

“LOS ÚLTIMOS ZOMBIES QUE VI FUERON LOS CIEN BAILARINES EN HARAPOS, MAQUILLADOS CONVINCENTEMENTE, BAILANDO A TODO RITMO JUNTO A MICHAEL JACKSON DURANTE EL VIDEO DE THRILLER.”

cerrar la puerta de su casa para largarse de una buena vez al Benito Juarez International Airport sin cavilar al menos cuatro veces acerca de probables y muy posiblemente fatídicos olvidos. El truco, o mejor dicho la histeria de último momento, dio pruebas fehacientes de su eficacia el día que me planté sonriente ante el mostrador de Air France, listo para volar a la benjaminiana capital del siglo xix, donde procedería a hacer mi conexión con destino final a Dubái, excepto por el inconveniente de haber dejado el pasaporte en mi casa. Esto ocurrió hace cuatro años, cuando menos: juro que la señorita que me atendió en el mostrador de Air France, prieta y dulce como el piloncillo, arrastraba la erre como Cortázar, la muy mamona, y tenía la misma naricita de pinza para tender la ropa que el señor Michel Le-Jackson. En fin, de regreso a la escena de hace unos días. Estoy parado en el umbral de la puerta de mi departamento exprimiéndome

el seso para estar seguro que no se me olvida nada. El chofer sigue esperando en la calle y el tiempo corre. El tiempo siempre corre —supongo que hasta para los zombies, los cuales, tengo entendido, se supone que viven más allá del tiempo, en ese barrio superpoblado que se llama Eternidad. Al fin echo la llave. Camino hacia la calle. Escucho el infra-sonido —un sonido me suele agradar, incluso relajar, hasta que empieza el demencial ajetreo de las filas en los mostradores y el trato con los gorilas de los security-checks— que produce la fricción de las pequeñas ruedas de mi maleta contra el piso. Entonces ocurre la escena clásica: en chinga me regreso a la casa: he olvidado dos libros que necesito tanto como mis medicamentos. Abro la puerta y comienzo a buscar los volúmenes de marras en mi desmadre de biblioteca —jamás podría ordenar mis libreros por autor, tema, etcétera, eso se los dejo a los dementes y a los políticos cuyas bibliotecas son un ornamento más.


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El chofer sigue esperando en la calle. Jamás he cometido la ridiculez de contar cuántos libros poseo. Sólo sé que mis libreros cubren, con excepción de la ventana frente a la cual siempre coloco mi mesa, mi computadora, una lámpara y una pelota de béisbol, las tres paredes restantes de mi estudio. Ha habido ocasiones en que me ha llevado dos o tres días encontrar un título en mi biblioteca personal. Esta vez corro con suerte y sin demorarme demasiado encuentro el poemario de mi amigo Martín Camps, Poemas de un zombi. Lo saco de su lugar y en ese mismo instante recuerdo que por ahí perdido debe andar todavía el ensayo Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo, un obsequio de los tiempos en que solía recibir libros de las editoriales cuando yo era director de un semanario cuyos dueños eran —supongo que todavía lo son— un par de zombies de noche, cavernícolas de día. Ése, el libro de Jorge Fernández Gonzalo, me tardé un poco más en hallarlo. Lo importante aquí, dado el tema que articulan estos párrafos, fue que, a las prisas como andaba, me vino a la mente lo siguiente: no hay que confiarse de nuestras bibliotecas, hay títulos que pueden esconderse y convertirse, me cuesta decirlo pero no queda otra, en libros zombies. Quién lo iba a creer: libros zombies, muertos vivientes parasitando entre esos otros libros que consultas todo el tiempo, que abres para volver a leer un pasaje, un verso, que sacas del librero nada más porque sí, mientras te llega la idea de escribir una frase como ésta que acabas de leer. Por fin abordo el automóvil que me llevará al aeropuerto. El Circuito Interior, vaya novedad, no circula, está atascado, así que aprovecho para hojear libremente Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo. Encuentro pasajes sugerentes, pero casi tan pesados como el tráfico que nos impide llegar de una buena pinche vez al aeropuerto. Leo rodeado por miles de automóviles. Según reporta la autoridad de la ciudad, estamos hablando más bien de millones y millones, todos ellos circulando a mi alrededor en este mismo instante. Abro entonces el pequeño libro de mi amigo Martín Camps, y encuentro en el arte de la poesía una definición convincente, un poema que se titula, justo, “Una definición de zombie”: Muertos verticales / cansados de esperar... Eso soy y seré, precisamente, los próximos días, mientras me resulte imposible abstraerme a la lógica de un sistema sin escapatoria, como son los aeropuertos y sus infinitos security-checks.

Ante el rigor filosófico, no puedo más que celebrar, metido hasta las narices en el pinche tráfico de la Ciudad de México, el humor de muerto en vida —¿qué otra cosa es un pasajero atrapado en un automóvil?— que hallo en los “zombikus” de Martín Camps: Cerebro de Einstein Quisiera haber comido Delicatesen. O este otro, que casi es una representación de mi actual circunstancia: Escape humano refugio solitario cerebro en fuga

Visita, en El Espejo Gótico, novelas y relatos clásicos de zombies: H. P. Lovecraft, Edgar Allan Poe y otros

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“HAY TAMBIÉN MUERTOS VIVIENTES EN LAS SALAS DE ESPERA DE LOS AEROPUERTOS, TODAS ELLAS IDÉNTICAS, LOS MISMOS STARBUCK’S, LAS MISMAS TIENDAS DUTY-FREE, LOS MISMOS ASIENTOS DONDE VAMOS A APLASTARNOS Y DEPOSITAR EL MISMO TEDIO.”

Yo mismo acostumbro poner mi cerebro en fuga al abordar un avión. No soporto el paso sin fin de los pasajeros, los roces, los contactos involuntarios de hombros con caderas —bueno, algunos sí, todo depende—, los detritos de small talk de quienes desfilan por el pasillo: el imbécil que no deja de despedirse de su novia por el móvil como si estuviera siendo desplegado a Irak, la cháchara de las dos señoras gordas, perfumadas en exceso, insistiendo que no, que mi sobrina que vive en el extranjero es más chingona y está más sabrosa que la tuya, y un larguísimo etcétera que evito sumiéndome mis muy anti-sociales tapones para los oídos y un anti-faz por el que no pasan ni los años luz. Por fin asisto, no sin aprensión, al despegue del primero de los vuelos que me esperan. Me duermo enseguida, como es mi costumbre. Despierto y vuelvo a abrir Poemas de un zombi. Ni idea si Martín Camps estaba pensando en el conocido libro de Borges, pero el título de uno de sus poemas es hermo-

so, categoría que quizá no aplique a la onda zombie, por definición el orden del horror, de la carne que se cae a pedazos, de los rostros infectos, putrefactos, sembrados de lombrices: “El tamaño del aburrimiento”, y el cual funciona como una especie de expansión, o su contrario, la versión comprimida, podada de las palabras que sobran, del ensayo de Jorge Fernández Gonzalo: El alma del muerto no se alimenta del miedo Un alma híbrida que está medio viva. Muertos vivientes frente a la televisión de setenta pulgadas. Muertos vivientes en cubículos de trabajo de ocho horas. Muertos vivientes en los automóviles de la autopista. Muertos vivientes en los restaurantes. Muertos vivientes en las calles. Muertos vivientes en los supermercados y los cafés. Muertos vivientes en los bancos. Muertos vivientes frente a las computadoras tecleando. Muertos vivientes haciendo el amor en hoteles de paso... Mientras aguardo, muerto vertical cansado de esperar, mi turno para salir del maldito armatoste volador en forma de tubo con mis tapones debida y oportunamente incrustados hasta el fondo de mis oídos, hago una nota mental: tengo que reclamarle a Martín Camps haberme excluido de su poema, pues hay también muertos vivientes en las salas de espera de los aeropuertos, todas ellas idénticas, los mismos Starbuck’s, las mismas tiendas Duty-Free, los mismos asientos donde vamos a aplastarnos y depositar el mismo tedio, ya sea en Paris-De Gaulle, Dulles, Heahtrow, Houston, etcétera.


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“EN UN HOTEL UBICADO EN MEDIO DE LA NADA, QUIZÁS LA NADA ZOMBIE, SE ME OCURRE QUE LOS ZOMBIES ATACAN Y SE MANIFIESTAN PRINCIPALMENTE EN LOS EXTREMOS: ES DECIR, EN LA RIQUEZA MÁS OBSCENA Y LA POBREZA MÁS OMINOSA.”

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DOS POEMAS ZOMBIES MARTÍN CAMPS

PA R A E L I SA Encontré a Elisa en un cuarto sucio de un hotel, estaba parapetada bajo las cobijas sin moverse.

Otro punto en el que no repara Martín Camps, especialmente porque vive y escribe en California —estado de la Unión que hasta julio de 2014 era la octava economía del mundo—, donde conviven la súper-riqueza con la súperpobreza: 8.9 millones de californianos malviven entre la calle, el hambre y la falta de empleo. Ello sin contar las vidas anticipadamente desperdiciadas de aquel país, las mismas a las que, por ejemplo, se refiere Zygmunt Bauman como víctimas de una catástrofe natural, millones de habitantes de Nueva Orleans “quienes ya eran deshechos de clase y residuos de la modernización mucho antes que el Katrina asolara la ciudad: ya eran víctimas del mantenimiento del orden y del progreso económico, dos empresas eminentemente humanas y claramente antinaturales.” En el otro extremo del mundo, en el reverso de la economía global, estaría la súper-pobreza de África, la cual, reporta Martín Caparrós en su monumental libro, El hambre, que “en 1970 se calculaban unos 90 millones de desnutridos en todo África. En 2010, más de 400 millones.” Shit, pienso mientras aviento mi maleta en un rincón de la habitación de un hotel ubicado en medio de la más espeluznante y abstracta Nada del Primer Mundo. Mientras estoy echado en la cama de la habitación, en un hotel ubicado en medio de la Nada, quizás la Nada Zombie, se me ocurre que los zombies atacan y se manifiestan principalmente en los extremos: es decir, en la riqueza más obscena y la pobreza más ominosa. Por ende, los que estamos en medio vivimos en una zona que yo llamaría del chiringuito cuasi-zombie. Un mexicano “ x ” del siglo xxi que viaja apretujado como en una lata de sardinas en un vagón del metro, des-

pués de haber trabajado en una vulcanizadora durante once horas o de haber atendido un puesto de música pirata equipado con una bocina robada, ese individuo, éste es mi argumento, no califica de zombie al cien por ciento. Está, quién sabe cómo, haciendo lo que llamamos “su luchita”. Todavía le queda algo de vida, sea para echarse un pulque, para reanimar el motor de un vochito utilizando un clip y un trozo de chicle, o bien para aplastarse a ver las telenovelas acompañado de unos tacos de cabeza recalentados por séptima vez. El chiringuito cuasi-zombie, pues, es una expresión análoga al tradicional: donde comen dos, comen tres. Y así hasta el infinito, como lo prueba el hecho de que las famosas hordas de descocados zombies no hayan tomado por asalto los supermercados y tiendas de electrodomésticos del país, como en otras latitudes más calientes. O quién sabe, quizás ocurre exactamente lo contrario: somos el país de los zombies por excelencia —lo cual tampoco es difícil de argumentar si le echamos un vistazo a nuestras élites, a nuestras clases medias, sin excluir desde luego a nuestro proletariado sin cabeza.

Las ventanas cubiertas de cobijas como suelen hacer para que no veamos la luz. Cuando ella me vio No salió corriendo como hacen otros, Me vio y me dijo con autoridad, muérdeme bestia, Me sorprendió su falta de miedo y por un segundo Perdí el equilibrio por ese instante de indecisión Cuando pensé que había que correr tras ella, Pero eso ya no era necesario, caí despacio en un sillón De hotel, ella se sentó también, me dijo que estaba sola Que no iría a ningún lado, que la escuchara por un momento Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie Y estaba segura que nosotros oíamos bien, me dijo que era una prostituta y que estaba acostumbrada al silencio, a oír a los demás, pero que nadie le había escuchado en toda su vida por lo que ahora hablaría con los muertos. Y me contó su vida de engaños, de padrotes, de hombres que le mordían los pezones Y ella fingía placer. No era aburrida, platicaba mientras fumaba y decidí no morderla, escuché que otros habían encontrado a alguien en el piso de arriba, el chapoteo de sangre y dientes es inconfundible. Y me fui, la dejé para otro, Pero ella me tomó del brazo, muerto, gris, ventrudo, Y me dijo que no me fuera, que era patético Que hasta los muertos la abandonaran,

BRUNO H. PICHÉ es autor de los libros de ensayo y crónica Robinson ante el abismo (2010) y El taller de no ficción (2012), así como del libro de cuentos Noviembre (2011). Este año publicó su primera novela: Los hechos. MARTÍN CAMPS es poeta y narrador, profesor de tiempo completo en la Universidad del Pacífico en Stockton, California. martincamps.weebly.com

Que mejor la mordiera y me besó los labios, Me los mordió más bien. Y por defensa propia, de los restos de vida, se entiende, Le sorrajé una mordida en la cabeza que casi Le arranco un ojo y la nariz al mismo tiempo. Estaba feliz con su geiser de sangre, sin horror, Tranquila, con una mirada de amor, en el ojo que le restaba, se entiende.

C E M E N T E R I O D E PA RT E S He oído de zombies que recurren al cirujano para cubrir las partes muertas pellejos que colgaban, ojos sueltos ahora remendados con hilo de pescar con ojos de canica brazos engrapados, estómagos zurcidos. Parecen carteras de cocodrilo. Algunos se ponen de plano máscaras como si estuvieran vivos y corrigen el caminar quebrado por uno correcto y refinado como si fueran a trabajar. Y se creen muy vivos, aunque por dentro están bien podridos.


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Con los recursos del novelista, Martin Amis se adentra en la vida cotidiana de los campos de concentración y narra, desde el punto de vista de los ejecutores del genocidio, el absurdo, la destrucción, la barbarie, la locura del nazismo en plena marcha. Un pasaje de la nueva novela de Amis, La zona de interés, que comienza a circular en breve con el sello de Anagrama.

LA ZONA DE INTERÉS MARTIN AMIS NEGOCIOS Boris Eltz iba a contarme la historia del Tren Especial 105, y yo quería oírla, pero primero le pregunté: —¿Con quién estás liado actualmente? Refréscame la memoria. —Oh, con esa cocinera de Buna-Werke y con esa camarera de Katowitz. Y espero llegar a algo con Alisz Seisser. La viuda del sargento. El hombre sólo lleva muerto una semana, pero ella parece bien dispuesta. —Boris me dio algunos detalles—. El problema es que se va a Hamburgo dentro de uno o dos días. Golo, ya te he preguntado esto antes. Gustándome como me gustan todo tipo de mujeres, ¿por qué sólo me apetecen las de clase baja? —No lo sé, hermano. No es un rasgo carente de encanto. Bueno, ahora el Sonderzug 105. Se enlazó las manos en la nuca y despegó los labios despacio. —Es curioso, ¿no?, lo de los franceses. ¿No crees, Golo? No te puedes librar del todo de la idea de que van a la cabeza del mundo. En refinamiento, en urbanidad. Una nación de notorios cobardones y aduladores..., y se sigue suponiendo que son los mejores. Mejores que nosotros, los burdos alemanes. Mejores incluso que los ingleses. Y una parte de ti lo acepta como verdad. Los franceses, incluso hoy, cuando están completamente aplastados y no hacen más que retorcerse, te siguen dando esa sensación, no puedes evitarlo... Boris sacudió la cabeza, como con un candoroso asombro ante la humanidad; ante la humanidad y su madera deforme. —Esas cosas actúan en lo más profundo —dije—. Sigue, Boris, si no te importa. —Bien, pues me sentía aliviado, o, mejor, feliz y orgulloso de que la rampa tuviera tan buen aspecto. Toda barrida y regada con la manguera. Nadie muy

borracho; era demasiado pronto. Y un atardecer tan bonito... Hasta el olor era menos fuerte. Llega el tren de pasajeros, todo festivo. Podría haber llegado perfectamente de Cannes o de Biarritz. Los viajeros se apean sin que nadie los ayude. Ni látigos, ni porras. Ni vagones de ganado desbordantes de Dios sabe qué. El Viejo Bebedor pronuncia su discurso, yo lo traduzco, y nos vamos todos. Todo tan civilizado. Luego llega ese puto camión. Y se va todo al traste. —¿Por qué? ¿Qué había en el camión? —Cuerpos. El montón de cadáveres de todos los días. Procedente del Stammlager y con destino al Prado de Primavera. Dijo que como una docena de ellos habían quedado medio colgados del portón trasero; dijo que le vino a la imaginación un puñado de aparecidos vomitando por la borda de un barco. —Con los brazos colgando, bamboleándose. No sólo cuerpos de viejos. Cuerpos famélicos. Cubiertos de mierda, de mugre, de trapos, y sangre, y heridas, y forúnculos. Cuerpos machacados, de cuarenta kilos. —Ya... Indecoroso. —Nada parecido a la sofisticación — dijo Boris. —¿Es cuando se pusieron a gemir? Oímos los gemidos. —Había que ver aquello... —Ya. Da para mucho que... interpretar. —Quería decir que era no sólo un espectáculo, sino también un relato: contaba una larga historia—. Había mucho que asimilar. —Drogo Uhl piensa que ellos nunca pudieron hacerlo. Asimilarlo. Pero yo creo que lo que hicieron fue abochornarse por nosotros... Abochornarse mortalmente por nosotros. Por nuestras... cochinadas. O sea, un camión lleno de cadáveres depauperados. Un poco torpe y provinciano, ¿no crees?

“COGEMOS A LOS MÁS BELLOS Y HACEMOS EXPERIMENTOS CON ELLOS. CON SUS ÓRGANOS DE REPRODUCCIÓN. LOS CONVERTIMOS EN VIEJECITAS. Y LUEGO EL HAMBRE LOS CONVIERTE EN VIEJECITOS.”

—Probablemente. Seguramente. —Tan desagradable. No se nos puede llevar a ninguna parte. De engañosa talla menuda y de engañosa liviandad, Boris era coronel veterano de las Waffen-ss: las ss armadas, las guerreras, las de batalla. Se suponía que las Waffen- ss estaban menos constreñidas por la jerarquía, que eran más quijotescas y espontáneas que la Wehrmacht, y que en ellas se daban vivos desacuerdos en todos los niveles de la cadena de mando. Una de las controversias de Boris con su superior sobre estrategia (estando destinado en Voronezh) acabó en una pelea a puñetazos, de la que el joven general salió con un diente menos en la boca. Ésa era la razón por la que Boris estaba aquí —entre los austriacos, como solía decir él—, y por la que lo habían degradado a capitán. Le quedaban aún nueve meses de sanción. —¿Qué pasó en la selección? —le pregunté. —No hubo selección. Todos eran carne de cámara de gas. —Estoy pensando. ¿Qué es lo que no les hacemos? No los violamos, supongo. —Bueno... Pero en lugar de eso les hacemos algo mucho más jodido. Deberías mostrar un poco más de respeto por tus nuevos colegas, Golo. Mucho mucho más jodido. Cogemos a los más bellos y hacemos experimentos médicos con ellos. Con sus órganos de reproducción. Los convertimos en viejecitas. Y luego el hambre los convierte en viejecitos. Dije: —¿Estarías de acuerdo conmigo en que no podemos tratarlos peor? —Oh, venga ya... No nos los comemos. Me quedé pensativo unos instantes. —Sí, pero a ellos no les importaría que nos los comiéramos. A menos que nos los comiéramos vivos. —No, lo que hacemos es que se coman entre ellos. Eso sí les importa... Golo, ¿quién en Alemania no pensaba que a los judíos había que bajarles los humos? Pero esto es una puta ridiculez, eso es lo que es. ¿Y sabes lo peor de ello? ¿Sabes lo que me reconcome aquí dentro? —Lo imagino, Boris. —Sí. ¿Cuántas divisiones estamos inmovilizando? Hay miles de campos. Miles. Horas-hombre, horas-tren, horas-policía, horas-gasolina. ¡Estamos aniquilando nuestra fuerza de trabajo! ¿Y qué pasa con la guerra?


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“ALTOS MONTONES DE MOCHILAS, MORRALES, BOLSAS, MALETAS Y BAÚLES (ÉSTOS CON TENTADORAS ETIQUETAS DE VIAJES, EVOCADORAS DE PUESTOS FRONTERIZOS, DE BRUMOSAS CIUDADES...), COMO UNA VASTA PILA PARA QUEMAR A LA ESPERA DE LA TEA ARDIENDO.”

—Exactamente. ¿Qué pasa con la guerra? —¿Qué relación con ella tiene todo esto? Oh, mírala, Golo... Aquella chica de la esquina de pelo oscuro al rape. Es Esther. ¿Has visto alguna vez algo más dulce en toda tu vida, con una milésima de esa dulzura?

Estábamos en el despacho de la planta baja de Boris, desde la que se divisaba una vista amplia y llana de Kalifornia. Esther pertenecía al Aufräumungskommando, a la Brigada de Limpieza, uno de los grupos rotatorios de doscientas o trescientas chicas que se ocupaban de las tareas de mantenimiento de un patio lleno de cobertizos dispersos, un patio del tamaño de un campo de futbol. Boris se puso de pie y se estiró. —Acudí al rescate. Recogía escombros con las manos en Monowitz. Luego un primo suyo la trajo aquí furtivamente. Pero la descubrieron, por supuesto..., porque no tenía nada de pelo. La destinaron al trabajo más bajo, el Scheissekommando, la brigada de las heces. Pero intervine. No es tan difícil. Aquí robas a unos para sobornar a otros. —Y por eso te odia. —Me odia. —Sacudió la cabeza con acritud—. Bien, pues voy a darle motivos para que me odie. Dio unos golpecitos con la pluma estilográfica en el cristal, y siguió haciéndolo hasta que Esther levantó la mirada. Puso los ojos en blanco y siguió con lo que estaba haciendo (algo bastante curioso: estrujaba tubos de pasta de dientes para echar lo que aún quedaba dentro en una jarra agrietada). Boris se enderezó y abrió la puerta y le hizo una seña para que se acercara. —Señorita Kubis. Traiga una postal, haga el favor. Quince años, sefardí, pensé (la tez levantina), y tersa y bien formada, y atlética; se las arregló para caminar y lo hizo con pesadez, para entrar en el despacho; era algo casi satírico, la pesadez de su paso. Boris dijo: —Siéntese, por favor. Necesito su checo y su mano de jovencita. —Sonrió y dijo—: Esther, ¿por qué me odia tanto? Esther se tiró de la manga de la camisa.

—¿Por mi uniforme? —Le tendió el lápiz bien afilado—. Querida mamá, dos puntos. Mi amiga Esther escribe esto por mí..., porque me he lastimado la mano. Así que quiero un informe, Golo. Recogiendo rosas ahí fuera, punto y seguido. ¿Qué tal está la valquiria? —Voy a verla esta noche. O al menos tengo razonables esperanzas de verla. El Viejo Bebedor ha organizado una cena con la gente de Farben. —¿Sabes? Tiene fama de no asistir, he oído. Y será aburridísimo si no va. Abrir interrogación. Cómo describir la vida en la granja. Cerrar interrogación. Pero estás contento, hasta ahora. —Oh, sí. Muy ilusionado. Incluso he hecho algún avance verbal, y le he dado mi dirección. Ojalá no lo hubiera hecho, en cierto modo, porque estoy todo el tiempo pensando que va a llamar a mi puerta. No podría decir que se puso a dar saltos, no, pero me escuchó hasta el final. —El trabajo es bastante agotador, coma. No puedes hacer que vaya a verte; no con esa bruja fisgona de abajo. Pero me encanta el campo y el aire libre, punto. —De todas formas... Es magnífica. —Sí, lo es, pero es muy grande. Las condiciones son realmente buenas, dos puntos. A mí me gustan más pequeñas. Ponen más entusiasmo. Los dormitorios son sencillos pero cómodos, abrir paréntesis. Y puedes disfrutar con ellas todo lo que quieras. Y en octubre nos repartirán... Estás loco, ¿lo sabes? —¿Por qué? —Por él. Y en octubre nos repartirán esos estupendos edredones de pluma. Para las noches más frías, cerrar paréntesis, punto y coma. Por él. Por el Viejo Bebedor. —Ese tipo no es nada. —Y utilicé una expresión yidis, pronunciándola con precisión para que el lápiz de la señorita Kubis pudiera hacer una pausa—. Es un grubbe tuchus. Un culo-gordo. Es débil. —La comida es sencilla, coma, es cierto, pero completa y abundante, punto y coma. El viejo culo-gordo es malo, Golo. Y todo está inmaculadamente limpio, punto. Y astuto. Tiene la astucia de los débiles. Enormes, y subraya eso, por favor, enormes cuartos de baño en la granja..., con grandes bañeras independientes, punto. La limpieza, coma, la limpieza, impecable. Abrir signo de admiración, Ya sabes cómo son estos alemanes, cerrar signo de admiración. —Boris suspiró y dijo, presa de una rabieta adolescente o incluso infantil—: Señorita Kubis, por favor, ¡levante la mirada de vez en cuando para que al menos puede verle la cara!

Fumando cigarrillos y bebiendo kir en copas cónicas, contemplábamos Kalifornia, que se asemejaba, a un tiempo y a escala gigantesca, a unos grandes almacenes (que ocuparan toda una manzana) vacíos, a un rastrillo benéfico tremendamente heterogéneo, a una sala de subastas, a una aduana, a una feria de negocios, a un ágora, a un emporio, a un mercado, a un mercadillo al aire libre, a un planetario, a una oficina terminal de objetos perdidos. Altos montones de mochilas, morrales, bolsas, maletas y baúles (éstos con tentadoras etiquetas de viajes, evocadoras de puestos fronterizos, de brumosas ciudades...), como una vasta pila para quemar a la espera de la tea ardiendo. Un montón de mantas tan alto como un edificio de tres pisos: ninguna princesa, por delicada que fuera, notaría un guisante bajo un grosor de veinte, treinta mil mantas. Y aquí y allá, a su alrededor, gigantescos montones de cazuelas y utensilios de cocina, de cepillos de pelo, camisas, abrigos, vestidos, pañuelos, y relojes, gafas y todo tipo de prótesis, pelucas, dentaduras, artilugios para la sordera, botas ortopédicas, protectores de la columna vertebral. La mirada se detuvo al fin en el montículo de zapatos infantiles, y luego en el hacinamiento caótico de cochecitos de niño, algunos de los cuales eran meras artesas sobre ruedas; otros, con curvas, bien torneados, pequeñas carrozas para duquesitos y duquesitas... Dije: —¿Qué está haciendo allí tu Esther? Es muy poco alemán, ¿no? ¿Para qué sirve una jarra llena de pasta de dientes? —Busca piedras preciosas... ¿Sabes cómo se ganó mi corazón, Golo? La hicieron bailar para mí. Era como un líquido. Casi me eché a llorar. Era mi cumpleaños y bailó para mí. —Oh, sí. Feliz cumpleaños, Boris. —Gracias. Más vale tarde que nunca. —¿Cómo se siente uno con treinta y dos años? —Bien, supongo. Hasta el momento. Lo sabrás tú mismo dentro de nada. —Se pasó la lengua por los labios—. ¿Sabes que se pagan el billete? Se pagan sus billetes, Golo. No sé cómo ha sido con esos parisinos, pero la norma es... —Se inclinó para apartarse una voluta de humo del ojo—. La norma es que hagan el viaje en tercera clase. Sólo “ida”. Mitad de precio para los niños menores de doce años. Sólo ida. —Se enderezó—. Está bien, ¿no? —Podría decirse que sí. —Los judíos tenían que bajarse del pedestal en el que se habían puesto, lo cual sucedió ya en 1934. Pero esto..., joder, esto es ridículo.


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El Cultural SÁBADO 31.10.2015

Por

FERNANDO IWASAKI

FUERA DEL HUACAL

MUSEOS DOMÉSTICOS

www.fernandoiwasaki.com

D

urante años he acumulado diapositivas y fotografías que jamás había ordenado, aunque por fin me he atrevido a develar aquel caos y así llevo un par de semanas dedicado a limpiar, despegar y clasificar, siempre conmovido, a menudo sonriendo y más de una vez deplorando los estragos del tiempo y la humedad. Los negativos me servirán para rescatar las fotografías estropeadas, pero las diapositivas que han criado hongos o que simplemente se han descolorido parecen irrecuperables. Hace quince años habría encontrado profesionales dispuestos a restaurarlas, mas ahora nadie quiere hacer nada prescindiendo de las computadoras. Así, diapositiva que no se pueda escanear para ser tratada con el Photoshop está condenada de antemano. Algún día sucederá lo mismo con los libros. Es decir, que en un futuro todavía impreciso nos instarán a deshacernos de nuestros impresos porque el soporte o formato digital se habrá impuesto y los volúmenes físicos se convertirán en un estorbo para los burócratas y los arquitectos que proyectan las bibliotecas sin libros del futuro. Mismamente como esas fotografías arrumbadas en mis cajones, que contra lo que manda la modernidad me empeño en colocar dentro de anacrónicos álbumes, cuando el presente le pertenece a esos marcos digitales que pueden almacenar más de mil imágenes y mostrarlas una y otra vez, aunque los álbumes para mí tienen el prestigio y la melancolía de las cosas obsoletas que nos fascinaban cuando éramos niños.

Las Claves

SOY EL CURADOR DE UNA EXPOSICIÓN PERMANENTE DE ANTIGÜEDADES Y A LA VEZ UNO DE LOS ÚLTIMOS USUARIOS DE ESAS TECNOLOGÍAS DE TRANSICIÓN, PUES PERDÍ MI CAPACIDAD DE ASOMBRO CON EL FAX.

Como tenemos la fortuna de gozar de buena salud, la única tristeza que nos arrasa en los álbumes es la de los animales muertos y las flores que ya no existen. Nuestra vida podría reconstruirse a través de los perros y gatos que han vivido con nosotros. Los que nacieron en casa y murieron de viejos; los que recogimos y pudimos colocar con una familia o los que alguien abandonó en la carretera y fueron devorados por ella, porque los pobres pensaron que su felicidad regresaba en el automóvil que los mató. Ninguno de nuestros gatos ha sobrevivido a la tentación de la carretera. Con las flores nos ocurre algo parecido, pues el verano calcina nuestras macetas y cada otoño volvemos a sembrarlas de nuevo. Sin embargo, en las fotografías descubrimos el esplendor abolido de los geranios, jazmines, gitanillas y damas de noche que todavía perfuman los álbumes, porque las fotos aprehendieron esos instantes de efímera plenitud. Parece cosa de magia contemplar a los niños rodeados de aquellas flores tan maravillosas que ya no existen, igual que los perros y los gatos de nuestra felicidad. Veo crecer las torres de álbumes y soy tan consciente de estar reviviendo los mejores momentos de mi vida mientras disfruto del frescor nocturno de la vega del Guadalquivir, que me pregunto cuántos enseres e instrumentos caducados atesoro todavía, como si mi casa fuera un museo doméstico, el decorado de una serie de los setenta o un puesto de objetos vintage de cualquier mercadillo de pulgas dominical. Ahí está mi anti-

guo tocadiscos funcionando cada vez que escucho un lp inmortal, mi vieja máquina de escribir con la que aún tipeo direcciones postales en etiquetas adhesivas o el televisor analógico donde veo películas vhs porque jamás aprendí a manejar el dvd . Sí, me he acostumbrado tanto a lo que conozco que no quiero cambiar: mi Windows es xp , mi Word es del 2003 y mi programa de correo electrónico es Eudora, el primero que me instalé en 1995. Soy el curador de una exposición permanente de antigüedades y a la vez uno de los últimos usuarios de esas tecnologías de transición, pues perdí mi capacidad de asombro con el fax. De hecho, en una de las fotos de uno de mis álbumes aparece el fiel Sharp que me compré en San Francisco en 1990, celebrado por toda la familia como si fuera un cachorro. ¡Qué tiempos aquellos! Estoy seguro que si consiguiera rollos de papel de fax, mi Sharp todavía seguiría funcionando.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

BUIKA ES una negra gitana que pregona con furor y nos acurruca. Buika es una muchacha que nació del mar y porta como estandarte los vicios de la noche. Buika dibuja los aposentos y deshoja los párpados del tedio. Buika está enamorada de los dolores de los amantes. Buika azuza los ardores. Buika viaja bajo la afluencia del aguacero y apuntala la sorpresa: desordena los armarios y abrasa las resinas. Buika se roba las adormideras y nos instiga al viaje. Buika desafía las estaciones: nos columpia por los bordes del tiempo y acuna los azoros: canta las sílabas de las efusiones y predice la perpetuidad del hervor. Buika: polifonía de pasmos. Flamenco soul, flamenco punk, flamenco funk, bolero cubano, bolero ranchero, trova santiaguera, coplas: notas aromadas. Ha colaborado con Mariza (cantante portuguesa de fado), Elephteria Arvanitaki, Nelly Furtado, Chick Corea, Javier Limón, Alain Pérez, Ivan Melón Lewis, Antonio Carmona, Pedrito Martínez, Dany Noel, Tomeu Penya, Chucho Valdés y Seal, entre otros. “La voz de la libertad”, según algunos críticos musicales.

Ha grabado: Mestizüo (2000), Buika (2005), Mi niña Lola (2006), Niña de fuego (2008) —dos nominaciones para el Premio Grammy—, El último trago —con el pianista cubano Chucho Valdés (2009), Premio Grammy Mejor Álbum de Música Tradicional—, En mi piel (2011), La noche más larga (2013). María Concepción Concha Balboa Buika (Islas Baleares, Palma de Mallorca, 1972), sencillamente Buika, entrega ahora el álbum Vivir sin miedo: diez composiciones rubricadas por ella: tatuaje oloroso a pulpa de la Guinea Ecuatorial de sus ancestros. “Vivir sin miedo”, “Si volveré”, “Carry Your Own Weight”, “Mucho dinero”, “Waves”, “Good Men”, “Cidade do Amor”, “Yo iré”, “The Key (Misery)”, “Sister”: flamenco hilvanado con jazz/funk, halos de blues/soul, cadencias dance/ electrónico, reggae y empalmes de pop. Producción de Buika & Martin Terefe bajo formato instrumental de bajo, teclados, mellotron, batería, guitarras (acústica, eléctrica), ukulele, órgano, rhodes, sintetizadores, piano, percusión flamenca, trombón, trompeta, programaciones y coro. Sustancial la participación

del compositor y arreglista Martin Terefe (guitarra acústica/eléctrica, bajo, ukulele, coro) y, asimismo, la presencia de los percusionistas de flamenco: Piraña, Sabu y Ramón Porrina. Estampas de una Buika compositora en impresionables ajustes melódicos/rítmicos. Contribución del cantautor estadounidense Jason Mraz —exponente destacado de pop, rock, folk, hip hop y reggae— en “Carry Your Own Weight”: pieza seductora de columpiados armonices en fascinante cotejo de blues. Disco para que ebrios heridos de penas pasionales se curen: Buika entrega un almanaque de fervientes y traviesos inscribes. Folio musical realizado en intersticios y ecos de tentadoras conformidades acompasadas. De nuevo el corazón nos late de prisa: sabemos que Buika se ha coloreado la piel con tornasoles y “Pasa la vida, pasa la vida / Así, así / Para la vida, pasa / At the end of the day / You got to Carry Your Own Weight” en el amor de amar... Regresa la negra gitana mojada con sotos de lluvia. Vivir sin miedo: placa de new flamenco/jazz/funk con aristas de blues/soul de ardores reivindicados.

VIVIR SIN MIEDO Artista: Buika Género: Flamenco, jazz, funk... Disquera: Warner Music, 2015.


El Cultural SÁBADO 31.10.2015

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

DOS AÑOS SIN LOU REED

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

H

oy, martes 27 de octubre, cuando escribo esto, Lou Reed cumple dos años de muerto. Ex líder de The Velvet Underground y responsable de una de las carreras solistas más intensas de la historia del rock, fue considerado el auténtico Rey de Nueva York. Dueño de una obra monolítica. En México se puede conseguir la biografía de Nick Wall Lou Reed: su vida. Un libro que documenta a la perfección sus primeros años, pero que revisa atropelladamente los últimos. Sin embargo, es menester leerla, para enterarse de la dura vida que tuvo que enfrentar a causa de su homosexualidad. Sus padres lo mandaron a terapia de electroshock. Y cómo tuvo que luchar contra la industria discográfica para imponer su concepción de la música. Aquí un top ten de canciones poco conocidas, a manera de homenaje.

SERÍA UNA EXAGERACIÓN DECIR QUE LOU NO TIENE DISCOS MALOS. PERO SI ACASO SERÁN TRES. Y ES DEBATIBLE SI SON MALOS PER SE O PORQUE NO SATISFACEN NUESTRO ANTOJO.

1. Magician (de Magic and Loss, 1992) La de los noventa fue una gran década para Lou. Que comenzó en el 89 con la salida de New York, que de no existir Berlin o Transformer sin duda sería su mejor disco. “Magician” es del álbum que le compone a la magia y a la pérdida. Un Reed que cala hondo en la muerte, uno de sus temas favoritos. 2. Busload of Faith (de New York, 1989) Un himno a la vida. Lou, proclive a la oscuridad, en este tema le canta a la esperanza. Y con un guitarreo que le quita a la canción cualquier asomo de superación personal. Un honesto llamado a seguir adelante. Un ajuste de cuentas con todas las ataduras. Cuando realizó Berlin, su obra maestra, la disquera lo consideró un fracaso.

El sino del escorpión

3. Smalltown (de Songs for Drella, 1990) Disco homenaje a Andy Warhol. Donde se junto con el también ex Velvet John Cale. Esta rola ha redefinido la vida de muchas personas. Su nombre indica de qué se trata: de nacer en un pueblo. En la nada. Lou atravesaba por su mejor momento, tanto como compositor como en cuanto a sonido. Hasta el 2000 se dedicó a grabar canciones inolvidables.

7. The Gun (de Blue Mask, 1982) Sería una exageración decir que Lou no tiene discos malos. Pero si acaso serán tres. Y es debatible si son malos per se o porque no satisfacen nuestro antojo. Blue Mask es un discazo. Desde su concepto. Duplicar una portada. Luego Bowie lo imitaría al intervenir la de Heroes en The Next Day. Lou era la vanguardia. “The Gun” es una historia que recuerda mucho al Tom Waits de Blue Valentine.

4. Hookywooky (de Set the Twilight Reeling, 1996) Este disco y los dos anteriores en el conteo conforman una trilogía. Una enorme demostración de músculo. La canción remite mucho a los Ramones. Por lo juguetona y un sentido del humor inocente. Quiero hookywooky contigo es una forma en clave de invitar al sexo. Otra muestra de que no todo era fatalidad en su obra.

8. Riptide (de Set the Twilight Reeling, 1996) Una oda a la cruda como no existe en el mundo musical. Qué cruda. Cualquiera. De alcohol. De heroína. Una profunda investigación sobre el síndrome de abstinencia. Con un noise y una distorsión en la guitarra hiriente. El disco entero es una joya.

5. Tatters (de Ecstasy, 2000) Así ingresó Lou en el siglo xxi. Con este álbum visitó México por última vez. Un disco que se encuentra apenas debajo de New York. La canción es una obra maestra sobre el desamor. Sus primeros versos dicen: “Some couples live in harmony / Some do not / Some couples yell and scream / Some do not”. Sencillamente demoledor.

9. Don’t Hurt A Woman (de Mistrial, 1986) Lou estuvo casado con un transexual, pero al final de su vida se casó con Laurie Anderson. Lo que se sabe de él no explica su relación con las mujeres. Fue amante de Nico. En esta canción Lou dice más sobre lo femenino que lo que se conoce en las biografías. La canción es hermosa.

6. Ocean (de Lou Reed, 1972) A este disco la crítica lo hizo añicos. La exigencia era demasiado alta. No se entendía todavía el paso de Lou de experimentalista a narrador americano. Pero basta escucharlo ahora para percatarnos de lo enorme que es. Y “Ocean” es una de las canciones más hermosas que he oído en mi vida.

10. The Last Shot (de Legendary Hearts, 1983) Gran canción. Van unos versos: “Last shot sure killed me / Pour another drink / let’s drink the last shot”. Sólo diré esto: mi hígado se estremece al oír esta rola. “Cuando renuncias, renuncias, pero siempre vas a querer un último trago”.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

Los muertos no se la jalogüin EL ESCORPIÓN se atrinchera en la umbría cavidad de su muro para escapar del folclor del Día de Muertos. Lo adormecen sus festejos turísticos y calaveras catrinas; lo narcotiza su hibridación con la celebración gringa: brujas de Disney, monstruos de cómic y muertos vivientes de televisión (no se la jalogüin). El arácnido no ignora el sino de su país, donde “la muerte tiene permiso”. A su edad ha visto a la parca esparcir cizaña en México una y otra y otra vez, aunque en la última década de guerra contra el narco el número de víctimas llegó a cifras imposibles de medir con fidelidad. Encima, el ponzoñoso ha padecido graves duelos personales en el último año. Por lo mismo, no abarata sus venenos sentimentales en el tianguis de los lugares comunes de papel maché. A cambio, el escorpión sintetiza algunos casos de una lectura de riesgo: El don y la palabra. Estudio socioantropológico de los

mensajes suicidas, de Víctor A. Payá (unamAcatlán, 2012). Hombre de 82 años se suicida de un tiro: “Que mis restos descansen en la fosa común, ahí pertenezco. Último deseo de un insignificante muerto”. Adela, adolescente ahorcada con una venda: “Mamá, no maduré por más que me decías. Papá, no crecí, no soy feliz. Gracias”. Mujer de 19 años ahorcada en un hotel de paso: “No era para mí este mundo. Siempre soñé sola. Estaré bien mamá, no te preocupes”. Mujer de 64 años se arroja al Metro: “Cuida a los niños. Lo que hay en el puerco (alcancía) es para mis veladoras, no para ti”. Jesús, de 44 años, se ahorca en la cocina: “Peque, por favor encárgate de todo el desmadre. Si no te alcanza pide. Tú sabes mi pedo”. Mujer bipolar de 28 años se asfixia: “Tengo

coherencia para seguir, no lo haré. ¿Qué estuvo mal en nuestras clases de psiquiatría?”. Muchacho de 14 años se ahorca: “Puta tía Marta, te odio. Puto tío Chupón, te odio. Puta Abuela, te odio. Atentamente: el que se colgó”. Hombre de 65 años con cáncer se dispara: “No puedo defecar ni orinar ni caminar, el dolor de muela es un tormento, me voy al cielo”. Mujer de 36 años se ahorca: “Que Juan consiga una acta de defunción por vih, así podrán cobrar el seguro del auto. Ni rosarios ni misas, por favor”. Joven de 26 años se lanza desde una altura de 15 metros: “Chinchín el que no lleve alcoholito a mi funeral y brinde por mí. Siempre supe que acabaría así”. El escorpión, nacido en los años cincuenta y aún sin decidir su escaso futuro, vuelve a su oquedad crepuscular en la pared.

“CHINCHÍN EL QUE NO LLEVE ALCOHOLITO A MI FUNERAL Y BRINDE POR MÍ. SIEMPRE SUPE QUE ACABARÍA ASÍ”.


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El Cultural SÁBADO 31.10.2015

EL RIESGO SEGÚN PETER KUPER Peter Kuper (1958) nació en Nueva Jersey, creció en Cleveland y desde hace muchos años vive y trabaja en Manhattan. Es colaborador de The New York Times y de las revistas Time, Newsweek y MAD; en esta última ilustra cada mes Spy vs. Spy (original del cubano Antonio Prohías). Ha ilustrado libros de autores célebres como Franz Kafka (La metamorfosis), Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas) y Upton Sinclair (La jungla). También es autor de El sistema (2014) que no contiene textos; su reciente novela gráfica Ruinas (2015) narra el viaje

de una mariposa monarca desde Canadá a México, con escala en Nueva York. Ambas están publicadas en editorial Sexto Piso. En 2006 pensó que la Gran Manzana era un lugar muy ajetreado y decidió pasar una larga temporada en la capital de Oaxaca, acompañado de su esposa e hija. Pero se topó con la administración de Ulises Ruiz y, en vez de regresar a Estados Unidos, decidió quedarse en esa ciudad y dibujar todo lo que ahí sucedía. En sus cuadernos plasmó la hermosa vida cotidiana, pero también los mítines, las

marchas, autos en llamas, policías acordonando el zócalo y la represión. Fueron casi dos años de estancia y cientos de imágenes recreadas. Sexto Piso se interesó en tales materiales y de ese modo surgió Diario de Oaxaca (2009), un hermoso libro con dibujos llenos de color y textos de él mismo. Kuper estuvo en México en días pasados para participar en el Hay Festival. Una exposición de sus obras puede verse en el Museo de la Caricatura, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Por ESGRIMA Lo que más me llama la atención de tu obra es que parece hecha por diferentes artistas. ¿El cambio constante es una obsesión para ti? La verdad es que sí soy un poco esquizofrénico (ríe), pero la mejor palabra que puedo usar es “temerario”. Yo vivía en Nueva York, donde todo es blanco o negro y se requiere de computadora para colorear un libro; pero al llegar a Oaxaca todo es color y entonces el estilo cambia para reflejar el entorno. Es como el vestir, no quiero llevar ropa que ya no se usa. ¿Te gusta tomar riesgos? El riesgo es esencial e inevitable. Si una persona no toma riesgos, pierde algo importante en su vida. Cuando decidí mudarme a Oaxaca, mis amigos de Nueva York me dijeron que era muy peligroso y que debía regresar a casa. En cualquier lugar te puede suceder algo malo; Nueva York era muy peligroso en los setenta y ochenta. El peligro es emocionante y enriquecedor. Si vives con miedo, te vas a perder un universo de nuevas ideas. Supongo que la suerte también ha sido importante en tu vida. Fuiste afortunado al toparte con Harvey Pekar y Robert Crumb. La suerte fue crecer en Cleveland porque hay muchos dibujantes ahí. Eso tal vez se deba al agua (ríe). Cuando yo tenía doce años, un repartidor de periódicos que sabía de mi gusto por las historietas me dijo que debía conocer a una persona, que resultó ser Harvey Pekar. Era un tipo amable que tenía una gran colección de tiras cómicas y de discos de 78 rpm. Algunos días después, encontré un buen número de discos en el sótano de la nueva casa de mis padres, que habían sido abandonados por el dueño anterior del inmueble. Organicé una venta a la que asistió Pekar y él me dijo que a Robert Crumb le podían interesar algunos acetatos. Gracias a eso conocí a Crumb e e hicimos un intercambio: algunos discos por una entrevista para un fanzine que yo hacía con mis amigos, dibujó la portada y además me dejó fotocopiar uno de sus cuadernos de trabajo. ¿Te hubiera gustado una infancia y una adolescencia practicando deportes y conquistando chicas o el dibujo te hizo completamente feliz?

Los deportes nunca me interesaron, pero lo de las chicas sí hubiera estado bien. A esa edad yo no pensaba en dedicarme profesionalmente al dibujo, sino hasta los 17 o 18 años. No tenía ninguna habilidad para nada, así que en algún momento me pasó por la cabeza la idea de que debía dedicar mi vida a lo que siempre me había apasionado. ¿Aceptas influencia del expresionismo alemán? Sí, absolutamente. No sólo de los expresionistas alemanes, también de los muralistas mexicanos porque en su trabajo se combina el arte, la cultura y la historia. El expresionismo alemán me interesa porque es político y los asuntos son urgentes, inmediatos. ¿Has sufrido censura en tu faceta de cartonista político? Después del atentado del 11 de septiembre, las cosas cambiaron mucho, era como caminar en un piso lleno de cáscaras de huevo sin romperlas. En las publicaciones tradicionales no podías hablar negativamente de la guerra de Bush ni cuestionar sus decisiones. Nunca te decían que algo estaba prohibido, sólo hablaban de falta de espacio o cosas parecidas. Mi sátira Richie Bush tuvo que ser publicada no en Estados Unidos sino en Europa oriental. ¿George W. Bush es a Estados Unidos lo que Ulises Ruiz es a Oaxaca? Yo más bien diría que Dick Cheney es a Estados Unidos lo que Ulises Ruiz es a Oaxaca. Bush no tenía realmente el poder. ¿Has criticado con tus dibujos al presidente Obama? Sí, sobre todo en relación al control de armas y al cambio climático. Cuando regresé de Oaxaca me interesé menos por ese tipo de trabajo y me dediqué más a cosas de largo aliento como el libro de Alicia en el país de las maravillas, que es algo más satisfactorio. ¿Piensas que alguna vez “el sistema” va a cambiar o será igual hasta el fin del mundo? El sistema está hecho para colapsarse en algún momento. Quienes tienen

FERNANDO FIGUEROA

EL PELIGRO ES EMOCIONANTE Y ENRIQUECEDOR. SI VIVES CON MIEDO, TE VAS A PERDER UN UNIVERSO DE NUEVAS IDEAS.”

el poder político y económico no desean perder sus privilegios, pero llegará un momento en que no puedan hacer nada. El capitalismo produjo el cambio climático y, si las cosas siguen igual, algún día Nueva York quedará bajo el agua. La crisis en Siria inició con una gran sequía. ¿Cómo viviste el atentado del 11 de septiembre? Aunque no vivo con una vista hacia donde estaban las torres, desde mi ventana pude ver la columna de humo. A partir de entonces fueron muchos meses, años, de estar en shock, agitado, nervioso, inquieto. ¿Ese día fue el principio del fin del imperio estadounidense? Yo creo que el principio del fin inició un poco antes, cuando Bush le robó la elección a Al Gore. Pero no me gustaría terminar la entrevista con ese tono pesimista. Otra pregunta: ¿En Oaxaca te hiciste amigo de Francisco Toledo? Sé que él es una gran figura del arte y del activismo político, pero no tuve oportunidad de conocerlo. A mí me sorprendió mucho la actividad cultural que hay en Oaxaca. A pesar de que yo venía de Nueva York, no le aguantaba el ritmo a la ciudad. Eso es muy gratificante.

Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón


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