José Emilio Pacheco

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FRANCISCO HINOJOSA CUAUHTEMAÑA

CARLOS VELÁZQUEZ EL TATUAJE FANTASMA

ESGRIMA

DAVID EBERSHOFF

El Cultural N Ú M . 9 1

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

JOSÉ EMILIO PACHECO INVENTARIO RECOBRADO

Construcción de un cráter 100, © Vicente Rojo, 2006. Ilustración de portada del tomo III de Inventario. (Cortesía de Ediciones Era).

EDUARDO ANTONIO PARRA ALEJANDRO TOLEDO


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La aparición de Inventario —antología publicada por Era en coedición con otras instituciones— presenta en tres tomos la célebre columna que José Emilio Pacheco escribió semana a semana, de 1973 a 2014, y es sin duda un acontecimiento editorial. Reúne una franja sustantiva del periodismo que prodigó este clásico indudable de la literatura mexicana, constancia tanto de su interés como de su conocimiento sin fronteras de la literatura y la historia.

Presentamos el testimonio de Eduardo Antonio Parra, uno de los editores de esta “enciclopedia de la cultura” que comienza a circular en librerías: “cantera inagotable de temas literarios” fundada en un estilo “amable, cálido”, “preciso y contenido”. Parra comparte su lectura y pasión por la obra de Pacheco y la ruta que hizo posible reunir esta obra capital del periodismo literario en México, destinada a convivir durante largo tiempo con sus lectores actuales y futuros.

Inventario, de José Emilio Pacheco

UNA INVENCIÓN D E M Ú L T I P L E S FA C E T A S EDUARDO ANTONIO PARRA

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odo lector ha experimentado en carne propia el proceso que lo lleva a apasionarse por un libro. Es algo semejante a lo que en ámbitos vivenciales se conoce como “amor a primera vista”, aunque en este caso sería más bien “amor a primera lectura”. Un cuento, una novela, un poema, un ensayo, o un conjunto de textos penetra inteligencia y sensibilidad venciendo resistencias, las estremecen, provocan en ellas una suerte de revolución silenciosa que suele transformar la visión del universo y en ocasiones incluso la vida de quien lee. Al llegar a las líneas finales el lector “tocado por el rayo” sabe que, sin remedio, volverá en el futuro una y otra vez a las mismas páginas tratando de repetir la experiencia, o de enriquecerla a través de diferentes tiempos y perspectivas de lectura. Como los amores, viejos y nuevos, tales libros suelen quedarse grabados en la memoria —y en la piel— sin que nada ni nadie pueda moverlos de ahí,

muchas veces sin disminuir su intensidad inicial, aunque otras obras del mismo autor no hayan sido capaces de causar el mismo efecto. El apasionamiento por un escritor y su obra, sin embargo, opera de manera un tanto distinta: si ya un libro suyo, un poema, un relato o un ensayo nos ha entusiasmado al grado de sentirnos “tocados por un rayo”, es la repetición sostenida de esa experiencia en nuestro fuero interno a través de diversas obras de su autoría la que nos lleva a establecer con él vínculos mucho más perdurables donde se agrupan el interés, la coincidencia de ideas, la confianza, el gusto, la empatía e incluso un cariño intelectual impulsado por el entendimiento y las sensibilidades compatibles, tal como ocurre con el amor en los matrimonios largos y bien avenidos. Es decir, si la pasión por un libro puede despertar a partir de una sola lectura, la que se da entre la obra de un escritor y su lector precisa de una

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convivencia más larga en la que, además de los acercamientos recurrentes o repetidos, el escritor debe proveer al otro de un número abundante de textos nuevos con cierta frecuencia. Textos con los que se sostiene esa relación apasionada. Novedades que impiden su desgaste. Es tal vez por ello que la mayoría de los escritores que suelen enamorar a sus lectores son aquellos que se distinguen por su fecundidad, al publicar uno o más libros cada año, o los que cuentan con una colaboración periódica en los medios de comunicación. En lo que respecta a quien esto escribe, entré en contacto con la obra de José Emilio Pacheco alrededor de los dieciséis años. Si mi recuerdo no me engaña, mi primera lectura de una obra suya fue semejante a la de miles de mexicanos: un maestro del último grado de secundaria me encargó leer Las batallas en el desierto, novela breve que recuerdo haber disfrutado mucho sin captar del todo sus virtudes en aquella primera incursión. Un poco más tarde me topé con una antología publicada por Alianza, en su colección Libro de Bolsillo: Alta traición y otros poemas, de la que memoricé bastantes versos. Pero no fue sino hasta que me hice lector de la revista Proceso, donde aparecía la columna “Inventario”, ya rayando en la edad adulta, cuando en realidad comencé a establecer con JEP una verdadera relación de lectorescritor, apasionada y perdurable.

CAJA DE SORPRESAS Mis amigos y yo, entonces estudiantes de la carrera de Letras, comprábamos Proceso semana a semana porque nos interesaba la situación del país y en la primera mitad de la década del ochenta había pocos

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“CADA ‘INVENTARIO᾽ ERA SEMEJANTE A LA PIEDRA QUE CAE EN EL CENTRO DE UN LAGO DE AGUAS MANSAS: LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS QUE SE DESPRENDÍAN DE ÉL ABARCABAN AMPLIOS ESPACIOS Y NOS LLEVABAN DE UNA LECTURA A OTRA SIN AGOTARSE NUNCA.” medios informativos a los que consideráramos veraces. No obstante, nos interesaban mucho más las cuestiones culturales que las políticas, por lo que siempre emprendíamos la lectura de la revista de atrás para adelante: iniciábamos con la última página, donde aparecían las caricaturas protagonizadas por “Boogie el aceitoso”, de Fontanarrosa, y de ahí nos saltábamos hasta el “Inventario”, firmado con las siglas JEP . A decir verdad, de muchos números de Proceso esas fueron las únicas secciones que leímos, pues luego de celebrar las ocurrencias humorísticas del cartonista y narrador argentino, y de presumir ante los demás los “trozos” de erudición poética recién adquiridos por medio de las palabras de Pacheco, la revista comenzaba a circular de mano en mano sin que nadie leyera la sección noticiosa ni la política. De aquella época estudiantil recuerdo con nitidez “Inventarios” como el de “Kafka y Hitler” (1983), donde JEP hablaba de un joven escritor argentino, Ricardo Piglia, que en su primera novela, Respiración artificial —inconseguible en México—, se atrevía a conjeturar un encuentro entre el visionario escritor checo y el genocida nazi en un café de Praga, unas dos décadas antes de la Segunda Guerra Mundial. O la serie de columnas dedicadas a Ignacio Manuel Altamirano y a Vicente Aleixandre en 1984. O la que hablaba de los “Bandidos de ayer y hoy” (1985). O el relato de “La batalla de El Álamo contada por Santa Anna” (1986). A sus lectores nos sorprendía la capacidad de Pacheco para mantenerse al tanto de novedades literarias lejanas y apetecibles, la profundidad de sus lecturas y, sobre todo, el enorme abanico de sus intereses. No era común en esos años —ni lo es ahora— que en el mismo espacio periodístico apareciera una semana la traducción de un puñado de poemas, la siguiente un ensayo sobre José Revueltas, luego una reconstrucción histórica, más tarde una obra teatral de cinco cuartillas, enseguida el perfil del más reciente Premio Nobel de Literatura o el comentario sobre un crimen atroz e inolvidable. “Inventario” era una caja de sorpresas. Nunca sabíamos lo que íbamos a leer en la próxima entrega, pero nuestra pasión por la escritura de JEP nos aseguraba que, sin que importaran ni el tema ni el género abordado en la columna, sería imposible que nos decepcionara. Al concluir la carrera de Letras la costumbre de adquirir cada número de Proceso continuó, al menos en lo que a

mí respecta, y con el tiempo la lectura semanal de “Inventario” devino al mismo tiempo placer, necesidad, vicio, urgencia. No exagero. Creo que muchos de sus lectores asiduos estarán de acuerdo en que la columna firmada por JEP era para nosotros no sólo una verdadera enciclopedia de la historia y la vida cultural de México, sino una ventana para observar con atención los principales sucesos de la historia y la literatura universales, además de ser una excelente cátedra de las posibilidades expresivas del periodismo, de la ficción y de la poesía. Leyendo las entregas semanales de Pacheco uno se daba cuenta de lo que se podía hacer por medio de la escritura, de los libros que era necesario leer para ampliar la visión sobre lo que nos interesaba, del devenir de México y los mexicanos, de los hechos que nos habían convertido en lo que éramos. Cada “Inventario” era semejante a la piedra que cae en el centro de un lago de aguas mansas: los círculos concéntricos que se desprendían de él abarcaban amplios espacios y nos llevaban de una lectura a otra sin agotarse nunca. Porque su autor no sólo exponía un tema, sino que sabía relacionarlo con otros, en ocasiones lejanos o sin conexiones aparentes, estableciendo una serie de correspondencias que no hacían sino obligar a sus lectores a profundizar, a conocer y a disfrutar.

EL TRABAJO MÁS PLACENTERO Entre los “Inventarios” que más dejaron su huella en este lector, tengo muy presentes los que JEP publicó en 1988 alrededor de la figura y la poesía de Ramón López Velarde, el de 1989 que aborda la sentencia de muerte dictada por el Ayatola Jomeini al novelista Salman Rushdie a raíz de la publicación de Los versos satánicos, los que dedica en 1990 al filósofo judío-alemán Walter Benjamin, el de 1992 que analiza la figura de Fernando Benítez como novelista y, sobre todo, la serie de tres columnas de 1993, es decir, cien años después, sobre la matanza de Tomóchic. Para entonces yo había leído ya la novela de Frías, pero fue hasta después de leer las glosas de Pacheco sobre el libro y los hechos que lo originaron, su paralelismo con la carnicería de Canudos, en Brasil, registrada por Euclides Da Cunha en Los sertones, libro que sirvió de base a Mario Vargas Llosa para escribir La guerra del fin del mundo, y la multitud de líneas históricas y culturales que se


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sugerían historias para contar, temas que de otro modo tal vez jamás se me habrían ocurrido. Eso sin contar que, al tener a mi alcance la colección completa, pude ser testigo de la permanencia de los intereses del autor y de cómo, desde 1973 hasta los inicios del siglo XXI, fue perfeccionando cada vez más su lenguaje periodístico, no muy distinto a su prosa narrativa o a su estilo poético: amable, cálido, llano, sin adornos, preciso y contenido.

José Emilio Pacheco.

desprendieron del suceso, implicando el fanatismo religioso, la presencia de los santos “laicos” en el norte mexicano, la represión porfirista, la lucha magonista, la revolución mexicana y la vida trágica del mismo Heriberto Frías expuestos por las palabras de José Emilio Pacheco que el tema y todas sus implicaciones se convirtieron en una obsesión para mí. Aparte de enciclopedia de la cultura en México, “Inventario” era una cantera inagotable de temas literarios desarrollados y por desarrollar. Fue hace varios años, no recuerdo la fecha, cuando en una de mis visitas a las oficinas de Ediciones Era, mi casa editorial, al entrar al despacho de Marcelo Uribe vi que sobre su escritorio había un altero imponente de tomos engargolados. Mientras platicábamos de cualquier cosa, aquella inmensa cantidad de papeles atraía mi mirada, sin que supiera de qué se trataba. De pronto Marcelo me dijo “Queremos proponerte un trabajito”, mientras ponía la mano sobre el engargolado de arriba. De inmediato imaginé una lectura kilométrica, tediosa, o una investigación, y una enorme flojera me embargó. ¿Qué es eso?, pregunté mirando la torre de papel. “Nos gustaría, si tienes tiempo y te interesa, que hicieras una primera selección de los ‘Inventarios’ de José Emilio Pacheco”. En cuanto escuché la propuesta, mi flojera se esfumó y fue sustituida por el entusiasmo. En ese instante recordé que había muchas columnas de JEP que quería releer desde tiempo atrás, pero con las mudanzas y accidentes de la vida había perdido las revistas. Y ahora Ediciones Era ponía a mi disposición la colección completa y, por si fuera poco, se trataba de un trabajo, me iban a

pagar por ello. Por supuesto, acepté lleno de gusto. Quedamos en que me iría llevando a casa las fotocopias de las columnas dosificadas año por año, y comencé a leerlas. Siempre he dicho que ese fue el trabajo más placentero que me han encargado desde que soy escritor —y lector—. Pero también debo reconocer que fue una labor difícil. Lo supe desde que recorrí el primer tomo engargolado: ¿cómo seleccionar únicamente algunos textos cuando la verdad era que casi todos me parecían imprescindibles? Sin embargo, esa dificultad multiplicó el gusto de la lectura, pues me vi obligado a leer los “Inventarios” no sólo una vez, sino varias. La razón era ésta: de cada diez columnas que leía, en una primera criba me quedaba con ocho o nueve. Todas me gustaban. Pero si le hubiera llevado así la selección a Marcelo Uribe, se habría quedado con la impresión de que no había hecho bien mi trabajo, por lo que repasaba de nuevo los textos para descartar los que fueran menos atractivos, más imperfectos o aquellos donde las obsesiones del autor lo hacían repetir algunas ideas o planteamientos. Mi convivencia casi diaria con los “Inventarios” duró alrededor de año y medio. Cerca de dieciocho meses en los que mi biblioteca se enriqueció de manera notable, ya que si leía una columna de JEP donde hablaba de un libro que no conocía, de inmediato iba a buscarlo a la librería porque ya no podía estar sin tenerlo. Si el libro en cuestión estaba fuera de circulación, fatigaba las librerías de viejo de Donceles o de otros rumbos de la ciudad hasta encontrarlo. Pero no sólo mi biblioteca resultó beneficiada. Los textos de Pacheco me desataban la imaginación, me

“FUE UNA LABOR DIFÍCIL. LO SUPE DESDE QUE RECORRÍ EL PRIMER TOMO ENGARGOLADO: ¿CÓMO SELECCIONAR ÚNICAMENTE ALGUNOS TEXTOS CUANDO LA VERDAD ERA QUE CASI TODOS ME PARECÍAN IMPRESCINDIBLES?”

LA SELECCIÓN FINAL Pude advertir sin dificultad que leer el trabajo periodístico de José Emilio Pacheco era algo muy semejante a conversar con él en persona: hombre cortés que sabía escuchar pero al mismo tiempo tenía infinidad de cosas que decir, solía iniciar las conversaciones formulándole a su interlocutor alguna pregunta sobre su vida o su trabajo, como invitándolo a que fuera él quien pusiera el asunto sobre la mesa, escuchaba y luego tomaba la palabra, profundizando en el tema, extrayendo de su memoria los datos necesarios para fundamentarlo y luego echando a volar la imaginación para encontrar las correspondencias y relaciones que llevaban la plática a otro nivel o a un tema distinto, sin perder nunca ni la coherencia ni la secuencia, de un modo natural, como si todos los tópicos abordados tuvieran un mismo origen al que había que volver al final para rematar la charla. De igual modo parece proceder en los “Inventarios”, traten de lo que traten. Cuando Marcelo Uribe me entregó las fotocopias de las primeras entregas de JEP en el suplemento Diorama de la Cultura, de Excélsior, donde la columna apareció de 1973 a 1976, hasta que el presidente Luis Echeverría orquestó el golpe contra el periódico dirigido por Julio Scherer García, me di cuenta que, desde los inicios, Pacheco solía enfocar su mirada tanto en los sucesos trascendentes de la política y la cultura que ocurrían en “tiempo real” como en los acontecimientos pretéritos que los habían desencadenado. Así, uno de los primeros “Inventarios” trata sobre el golpe de Estado en Chile, cuando Pinochet derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende. Pero el cronista no se limita a condenar la insurrección y a señalar a los cómplices —la plutocracia chilena, los Estados Unidos—, sino que en un espacio breve, en muy pocas páginas, traza el devenir político de ese país sudamericano desde los tiempos prehispánicos hasta el momento del golpe, estableciendo una apretada genealogía dictatorial con el fin de que sus lectores comprendan los orígenes y las consecuencias históricas del suceso. Esta capacidad de síntesis, semejante a la que había exhibido Alfonso Reyes en ensayos mínimos como “México en una nuez”, donde en no más de cuatro o cinco cuartillas narraba la historia nacional, es una de las características más sorprendentes de las columnas de JEP, que se sostiene


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Detalle de la columna en la revista Proceso.

y Marcelo Uribe, de la versión final de Inventario. Antología, en cuya primera página se lee: Cuando José Emilio Pacheco empezó a publicar su columna el 5 de agosto de 1973 era un joven de treinta y cuatro años. Cuarenta años después, la noche del 24 de enero de 2014, Pacheco afinaba los detalles del segundo “Inventario” dedicado a Juan Gelman a raíz de su muerte, ocurrida diez días antes. Luego de enviar su texto se fue a dormir para no despertar. Entre esas fechas se desarrolló, con algunas pausas pero sin tregua, la obra más importante, influyente y leída de nuestro periodismo cultural. En un total de alrededor de 2100 páginas los lectores, en especial los jóvenes que no tuvieron la oportunidad de convivir con las palabras de JEP conforme se publicaban, tienen ahora la posibilidad de adentrarse en una de las obras más versátiles de nuestro periodismo y de nuestra literatura, donde sin duda encontrarán las fuentes de lo que somos ahora como individuos, como entes culturales y como país, donde conocerán aspectos de nuestro devenir que poco a poco han sido soslayados hasta olvidarse. Al recorrer estas páginas comprenderán la vocación memorialista de Pacheco como una labor de rescate y preservación, su actitud como hombre de letras que quiere extender a los demás los conocimientos adquiridos en innumerables lecturas, sus dotes de creador serio y lúdico, disfrutarán de su sentido de la ironía y el humor, aprenderán a jugar con los géneros literarios hasta borrar los límites entre uno y otro, y se toparán con personajes, sucesos, relaciones y correspondencias que ni siquiera habían imaginado.

“ENCICLOPEDIA DE LA CULTURA NACIONAL” Una de las líneas temáticas más atractivas de las columnas antologadas

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sin menoscabo a lo largo de las cuatro décadas en que las fue publicando: un planteamiento relampagueante, un desarrollo siempre constreñido —aun cuando pareciera desviarse por momentos— a la idea central y una salida, remate o conclusión no pocas veces sorprendente y casi siempre iluminadora. Lo mismo si el “Inventario” aborda un tema histórico, que si analiza la obra de un poeta, que si recrea una batalla célebre, que si aborda una novela o un personaje conocido o no tanto. Tal vez por eso los lectores de Pacheco aseguraban desde décadas atrás que, de publicarse una recopilación de los “Inventarios”, ese libro se convertiría de inmediato en la Biblia del periodismo cultural en nuestro país, acaso en nuestro idioma. En tanto llevaba a cabo aquella primera selección, cuando le comentaba a algún colega la encomienda que me había hecho Ediciones Era, no faltaba quien me comentara con cierta mala leche: “¿Tú también estás en eso? Ni te hagas ilusiones. Fulano y mengano ya hicieron ese trabajo y se quedó en simple proyecto. Ese libro no se va a publicar jamás”. Yo, sin expresarlo, pensaba para mí: “Esta es la buena”, y respondía que, si no llegaba a la imprenta mi selección, nadie me podría quitar el placer de haber leído los artículos completos. Culminé el encargo cuando el autor aún estaba entre nosotros y continuaba publicado con cierta regularidad su columna en Proceso. El volumen, o los volúmenes seguían sin aparecer. El conocido perfeccionismo de José Emilio Pacheco demoraba la publicación, pues él consideraba que los textos no estaban lo suficientemente pulidos aún, sin contar con que mi selección era demasiado numerosa, lo que exigía la participación de otros antologadores. Luego, mientras las cosas se hallaban en suspenso, sobrevino la repentina muerte del autor, y eso postergó aun más el proyecto. Finalmente, en este 2017 Ediciones Era ha puesto en circulación tres tomos con la selección final, en la que participaron Héctor Manjarrez, José Ramón Ruisánchez, Paloma Villegas

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“LOS LECTORES DE PACHECO ASEGURABAN DESDE DÉCADAS ATRÁS QUE, DE PUBLICARSE UNA RECOPILACIÓN DE LOS ‘INVENTARIOS’, ESE LIBRO SE CONVERTIRÍA DE INMEDIATO EN LA BIBLIA DEL PERIODISMO CULTURAL.” es la que aborda personajes que poco a poco comienzan a ser desconocidos, o que casi siempre lo fueron, como los delincuentes y villanos o los hombres y mujeres-mito que hace tan sólo algunas décadas caminaban por las mismas calles que nosotros pero que el tiempo ha hecho palidecer casi hasta la desaparición. Las columnas dedicadas a ellos presentan un interés doble, porque al recorrer sus líneas uno no está tan seguro de si lee datos fidedignos o ficción, o una mezcla de ambos. Tal es el caso de uno de los asesinos del general Álvaro Obregón, Ernesto Domínguez Puga, a quien la “historia oficial” no reconoce por ningún lado, y a quien el cronista visitó ya anciano para interrogarlo sobre el suceso ocurrido en La Bombilla. Pasa algo semejante con Rosario de la Peña, la mujer que causó el suicidio del poeta Manuel Acuña. Mientras leemos los párrafos dedicados a personajes como estos, la duda se asoma a nuestra mente, pero al final queda desechada porque la prosa del autor nos convence línea tras línea. Y es que Inventario. Antología es también, además de lo que ya se ha dicho, una suerte de “museo del chisme o del rumor”, pues JEP estaba convencido de que en este país el decir de la gente, los murmullos en los corredores o en las esquinas, en ocasiones son lo que registra los hechos con mayor veracidad. O como el mismo lo afirma: “El paso del tiempo dignifica los chismes de una época y los convierte en historia”. Sea lo que sea, su inclusión en esta “enciclopedia de la cultura nacional” la vuelve más generosa, divertida, informativa, creativa, y nos hace sentir mayor simpatía y devoción por la obra de este hombre de letras que los editores definen así: Para José Emilio Pacheco, hombre de libros si los hay, “Inventario” fue una forma de vida, una forma de leer, un espacio donde un libro era el pretexto para llegar a otros y a otros y a otros, para tejer historias y relaciones iluminadoras. La abundancia de libros era para él la única riqueza concebible. Esa pasión por saberlo todo y por compartirlo todo lo llevó desde muy joven a intentar este nuevo género, a modificarlo y darle vida en el camino. Esta edición quiere poner en las manos de los lectores el momento más alto del periodismo cultural mexicano que Pacheco llevó a una cumbre que parece inalcanzable. C


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Durante las cuatro décadas de su publicación semanal, la columna Inventario comportó la escritura de alrededor de seis mil páginas. La Antología rescata una tercera parte de ese caudal. Como apunta Alejandro Toledo, el conjunto recomienza un diálogo y será también lectura de cabecera o de consulta, referente de información, conocimiento, análisis, sentido crítico; y desde luego una puerta abierta a la generosidad, sensibilidad y erudición interminable de José Emilio Pacheco.

U NA CON V ERSACIÓN A SOMBROSA ALEJANDRO TOLEDO

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a posibilidad de reunir en vo l ú m e n e s s u c o l u m n a Inventario le causaba verdadero espanto a José Emilio Pacheco (1939-2014), pues implicaba, para él, un ejercicio infinito de reescritura. En verdad al emprender la faena se hubiera puesto a revisar cada artículo y una primera serie de errores detectados (pues incluso Homero dormita) lo habría conducido al abismo... Además, la columna era work in progress: tenía que escribir la de esa misma semana, que le exigía, como le habían exigido las demás, un examen bibliográfico exhaustivo y una concentración absoluta. ¿Cómo detenerse para revisar todas las anteriores? Era como si hubiera navegado de Veracruz a Cádiz (o viceversa) y casi al llegar a puerto, luego de librar una penúltima tormenta, se le pidiera reconstruir el viaje. Con seguridad muchos le preguntamos cuándo reuniría el Inventario; y la respuesta, el gesto instantáneo del escritor ante la posibilidad de iniciar algún día esa tarea, recordaba el pasaje más conocido de aquella novela de Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas) que adaptó para el cine, como Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, y que uno fija en la mente con el rostro y la voz, al fin, de Marlon Brando: “¡El horror!”

“EL “ PROYECTO SE PARECÍA A LO REALIZADO POR EL MISMO PACHECO AL COLABORAR EN LA REUNIÓN DE LOS ESCRITOS PERIODÍSTICOS DE SALVADOR NOVO PARA LA SERIE LA VIDA EN MÉXICO, QUE ABARCÓ VARIOS PERIODOS PRESIDENCIALES.”

La empresa, por intensa y extensa, quedaba prácticamente descartada, pues José Emilio Pacheco, que respetaba el texto periodístico y entregaba a él lo mejor de su conocimiento y su pluma, tenía más respeto aún por lo que guardan los libros. El salto del semanario, un medio por esencia efímero o con fecha de caducidad casi inmediata, a las páginas de un volumen, era para él realmente mortal. Su rigor era como el de Leonardo da Vinci: obstinado. Yo le presenté un día la primera edición de El principio del placer (1972) y recordó al instante que en la página 117, sexta línea de arriba abajo, decía “compararlo” en vez de “comprarlo”. Marcó la errata con su pluma fuente. Ante mi ejemplar de Las batallas en el desierto (1981; cuarta reimpresión, 1984) hizo algo similar: reconstruyó el

arranque del capítulo siete (página 36), que decía: “Hasta que un día de los que me encantan y no le gustan a nadie, sentí que era imposible resistir más. Estábamos en clase de lengua nacional como le llamaba al español”, y debía decir: “Hasta que un día nublar de los que me encantan y no le gustan a nadie, sentí que era imposible resistir más. Estábamos en clase de lengua nacional como le llamaban al español”. Es decir, agregó con su pluma fuente la palabra “nublar” y la ene a “llamaba”.

CUATRO DÉCADAS DE LA VIDA EN MÉXICO Por otro lado, seguro sabía de la presión por recoger en libro la columna. Muchos consideraban que era necesario hacerlo. El proyecto se parecía a lo realizado por el mismo Pacheco al colaborar en la reunión de los escritos periodísticos de Salvador Novo para la serie La vida en México, que abarcó varios periodos presidenciales, e incluso podría haberse empleado ese título, porque lo que se cuenta en la antología de Inventario (Era/El Colegio Nacional/Universidad Autónoma de Sinaloa/UNAM, 2017, en tres tomos) prolonga la empresa de Novo al narrar, en cierto modo (aunque la visión geográfica es amplia, con asientos en lo latinoamericano o, mejor, lo hispanoamericano), la vida en México en tiempos de Luis Echeverría y los presidentes que le siguieron, por cuatro décadas, hasta nuestros días.


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CAPACIDAD DE REACCIÓN Prima facie (en la revisión, que no lectura a fondo, del Inventario), debe

años de soledad, de García Márquez, con la portada del galeón encallado en plena selva. Como se vio en el caso de Neruda, reacciona del mejor modo a la muerte inesperada. Fallece Novo, ya se dijo, la noche del domingo 13 de enero de 1974 y Pacheco publica el 20 de enero una nota que es resumen de lo que era entonces Novo para los mexicanos y lo que había sido para las letras:

Diorama de la Cultura de Excélsior. Una de las primeras entregas de Inventario, sin firma. Ca. 1973.

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Curiosamente, Pacheco inicia su labor cuando está por morir Novo, quien deja este mundo el 13 de enero de 1974; y acaso hay ahí un paso de estafeta. Y el límite para José Emilio Pacheco es el último texto, al que le puso el punto final la noche del 24 de enero de 2014 (a cuatro décadas casi exactas del fallecimiento de Novo) luego de tropezar con unos libros y lastimarse la cabeza. Ese fue su “golpe de dados” (diría Mallarmé), el libro como salvación y condena, que esta vez sí abolió el azar. Cuenta Pacheco (el 2 de junio de 1974) el chiste aquel sobre la corpulencia de Chesterton, según el cual en un ómnibus el escritor británico cedió el asiento a tres señoritas; acá, para realizar esa tarea pendiente de compilar el corpulento Inventario se precisó de cuatro editores (Héctor Manjarrez, Eduardo Antonio Parra, José Ramón Ruisánchez y Paloma Villegas) y un equipo de corrección (con los mismos más Virginia Ruano y Marcelo Uribe). No estaba José Emilio Pacheco para tomar la pluma fuente y cazar la errata. ¿Se actuó como hubiera actuado el escritor, con ese mismo rigor obstinado? Parece que sí, las erratas son mínimas. La compilación puede ser considerada el acontecimiento editorial del año, porque Inventario, lo sabíamos antes y se confirma ahora (con los tres volúmenes en el escritorio), fue más que una columna semanal. Pacheco creó un género a caballo entre el ensayo, la crónica y la creación literaria. Cuando abordaba un asunto tenía el compromiso (con él mismo y con los lectores) de saberlo todo sobre ese tema (lo que se había dicho antes y lo que marcaban las indagaciones más recientes) y decirlo con la mayor claridad expresiva, en su mejor español. Iba siempre a contrarreloj, con un inevitable calendario semanal; aun así, entregaba el texto más adecuado que definía el acontecimiento principal (histórico, social o cultural) de esos días. Esta asombrosa compilación de saberes y definiciones sobre la época que nos tocó vivir, que se mueve entre la gloria artística y el sobresalto político (sus marcos de referencia), será, ahora, libro de texto o de cabecera, el que muchos querrán llevarse a la isla desierta.

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anotarse que una constante es la increíble capacidad de reacción del escritor ante los sucesos significativos. Veamos: el 11 de septiembre de 1973 los militares y la CIA ejecutan un brutal golpe de Estado en Chile y dan muerte al presidente Salvador Allende; el 15 de septiembre, en el suplemento Diorama de la Cultura, del diario Excélsior, publica una breve aunque sustanciosa historia chilena, que ofrece el contexto más amplio posible en el que se dio, o por el que se dio, la asonada. Días después, el 23 de septiembre, muere Pablo Neruda, en circunstancias que aun ahora no son del todo claras; el 30 de septiembre, en el mismo suplemento cultural, Pacheco revisa a profundidad su obra poética. La escritura ocurre siempre desde el presente. Pacheco (o JEP , su alter ego) no pierde de vista el día (y la hora) en que vive. Desde ahí tira la sonda para capturar instantes del pasado reciente o remoto. Responde al acontecimiento o se anticipa a conmemoraciones y celebraciones. Escribe a un siglo de la muerte de Manuel Acuña o seis siglos de la muerte de Petrarca, en el centenario de Chesterton, Machado, Jack London, Apollinaire, José Asunción Silva, el teléfono y un largo etcétera, el sesquicentenario de Tolstoi o en los dos siglos del nacimiento de Lizardi o los ciento veinte años del nacimiento de Oscar Wilde. El lunes 6 de julio de 1987 recuerda que el lunes 2 de julio de 1967, justo veinte años atrás, apareció en las librerías mexicanas Cien

“ESTA “ ASOMBROSA COMPILACIÓN DE SABERES Y DEFINICIONES SOBRE LA ÉPOCA QUE NOS TOCÓ VIVIR, QUE SE MUEVE ENTRE LA GLORIA ARTÍSTICA Y EL SOBRESALTO POLÍTICO, SERÁ EL LIBRO QUE MUCHOS QUERRÁN LLEVARSE A LA ISLA DESIERTA.”

Se enterró bajo pálidos honores oficiales al Cronista de la Ciudad y al Premio Nacional de Letras 1967. Sólo hubo silencio en lo que respecta al poeta incomparable, al primer ensayista de su generación, al gran periodista, al desacralizador, explorador, democratizador que a través de los medios masivos llevó la cultura de élite a todo el que tuviera la buena voluntad de acercarse a ella. Del proyecto de La vida en México, por cierto, JEP dice de Novo lo que puede aplicarse al mismo JEP de Inventario, pues asegura que ahí figuran ... muchas de las mejores páginas de la prosa mexicana; páginas admirables por su agilidad, precisión, encanto, sabiduría sin esfuerzo, destreza para crear y recoger nuevas palabras [...] En las líneas de Novo no se escucha la voz que predica, amonesta, señala el camino: su tono es el matiz de quien conversa libremente con su amigo múltiple y sin rostro. Otro ejemplo: muere Rosario Castellanos el 7 de agosto de 1974 y el 11 ya se podía leer la revisión que hacía de su obra poética, narrativa y ensayística: Cuando pase la conmoción de su muerte, y se relean sus libros, se verá que nadie entre nosotros tuvo en su momento una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de mujer y de mexicana ni hizo de esta conciencia la materia misma de su obra, la línea central de su trabajo. Sabía decir las palabras justas en el momento justo. Tenía un sentido de la oportunidad que iba más allá de la urgencia periodística, pues podía en pocos días apropiarse del tema, reseñarlo desde sí mismo (encerrado en ese universo complejo que era su biblioteca), con la suma de sus lecturas y sus experiencias vitales. Esa capacidad es puesta a prueba el 29 de noviembre de 1983 cuando mueren, en un avionazo en el aeropuerto de Barajas, en España, Ángel Rama, Jorge Ibargüengoitia, Manuel Scorza y Marta Traba, y el Inventario respectivo se dilata más de un mes. Escribirá (el 2 de enero de 1984): Los libros de los muertos nos hablan desde la muerte. Las fotos de los muertos nos miran desde


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la muerte. Es doloroso escribir de ellos ahora y resulta imposible quedarse en silencio. Han pasado cinco semanas desde aquel intolerable amanecer de Madrid y uno sigue pensando en los amigos muertos. De nada sirven los recursos tradicionales del apunte necrológico. Decir: vivirán en sus obras, nos dejan el consuelo de su memoria, una gran parte de lo que hemos sido muere con ellos, es cierto y es inútil. No tenemos poder alguno contra esas dos palabras que presiden nuestras vidas y nuestras muertes: nunca más.

“OTRO “ RASGO ES LA VARIEDAD ESTILÍSTICA. ES DIGNO DE SEÑALARSE LA CANTIDAD DE GÉNEROS A LOS QUE RECURRE. LO USUAL ES EL MODO QUE LA ACADEMIA LLAMA ‘LÓGICO EXPOSITIVO’, PROPIO DEL ARTÍCULO DE OPINIÓN, LA COLUMNA O EL ENSAYO.” escribe (el 10 de julio de 1978) ya no sobre Jean-Jacques Rousseau sino como, o desde, Rousseau, quien lleva la voz cantante, resucitándolo JEP para describirnos:

No obstante, sabrá dar a cada uno su lugar en la historia latinoamericana. Y la cifra de sus contribuciones, por el modo exacto como se les describe (cuatro destinos concentrados en un brillante Inventario), dará algo de consuelo ante la pérdida:

Vi en el México de 1978 una desigualdad más atroz que la padecida en la Francia de mi tiempo. Vi la miseria de muchos y la opulencia de unos cuantos. Vi la ley distante del interés común y flexible a los intereses de los pocos. Vi la política separada de la moral de que debiera ser inseparable. Vi amos y esclavos y en ningún lado pueblo soberano. Vi ansiedad, deseo de perjudicarse unos a otros, alcanzar el propio beneficio a expensas de los demás y obtener la abundancia y lo superfluo a cambio de la desgracia de muchos...

Si los muertos pudieran escuchar lo que los vivos dicen, sabrían los cuatro que sus obras y su memoria nos acompañarán mientras estemos sobre esta tierra que es más pobre y es más triste sin ellos.

VARIEDAD ESTILÍSTICA Otro rasgo notable es la variedad estilística. Es digno de señalarse la cantidad de géneros a los que recurre. Lo usual es el modo que la academia llama “lógico expositivo”, propio del artículo de opinión, la columna o el ensayo. Cuando se cansa de ello, y a doscientos años de su muerte,

También (el 17 de julio de 1978) se viste de León Toral, el asesino de Obregón, y cuenta su historia personal del magnicidio... un asunto que desarrollará JEP en varias columnas. Más: arma un encuentro (el 16 de julio de 1979) entre Guillermo Prieto

e Ignacio Ramírez, El Nigromante, en una banca de la Alameda, y los pone a dialogar. Y hace lo mismo, pero con Amado Nervo y López Velarde (el 1 de diciembre de 1980), quienes comentan, desde ultratumba, la Asamblea de jóvenes poetas de México de Gabriel Zaid. Y también conversan, por JEP (el 10 de abril de 1980), Alfonso Reyes y Gabriela Mistral. El 26 de noviembre de 1979 el Inventario presenta una serie de prosas poéticas, o poemas en prosa, en mínimo homenaje a Juan José Arreola, entre las que aparece, acaso por vez primera, aquella aventura de JEP al convertirse en amanuense de Arreola por el armado, o dictado, del Bestiario. Lo apunta ahí y tal vez olvida que lo contó, pues volverá sobre ello, sorprendido (el 10 de diciembre de 2001), cuando halla una nota de Christopher Domínguez en su Antología de la narrativa mexicana del siglo XX en la que se le describe así, como amanuense de Arreola. Incluso dirá: “Nunca oculté la historia, aunque tampoco hice nada por difundirla, y me llamó la atención que pudiera saberla alguien

ARREOL A , 1958 JOSÉ EMILIO PACHECO Por cortesía de Ediciones Era, publicamos este recuerdo del autor en el papel de aprendiz y amanuense de Juan José Arreola y su libro Bestiario. EN MI ADOLESCENCIA la realidad era una página en blanco. Escribía en cuanto encontraba: márgenes, sobres, invitaciones, boletos de camión. Todo era interminablemente escribible. Cómo entender que alguien de mi edad actual tuviese entonces dificultades para escribir. Menos si era precisamente aquel a quien todos nosotros debíamos el gusto por la buena prosa española y la ambición siempre incumplida de la imposible página perfecta. Aquel largo departamento en Elba y Lerma —en medio de una ciudad que ya no existe; una ciudad en que nací, he vivido y ya soy completamente extranjero— fue nuestro único taller literario. Era noviembre como ahora y me atreví a decirle: Juan José, lo que le impide sentarse

a escribir es la presión de entregarle el libro antes de Navidad a Henrique González Casanova. Si usted quiere, vengo todas las mañanas y me dicta. Yo encantado; así aprendo. (Para entonces el adelanto por el inexistente manuscrito había desaparecido. Eran fiados el alquiler, el vino, el queso, los raleigh con boquilla y las tostadas de camarón que preparaba magistralmente Sara y fueron nuestro único alimento de aquellos días.) La dificultad consistió en arrancarlo de todo eso que hoy ha sustituido con la televisión: el tablero de ajedrez, las conversaciones con sus discípulos y amigos, la corrección de libros ajenos, las salidas a la imprenta contigua en que hacía los Cuadernos del Unicornio. Se echaba en la cama (no había cama: era un catre), cerraba los ojos y, más veloces que mi capacidad de transcribirlas,

salían completamente armadas y balanceadas las frases tal como aparecen en Bestiario. Lástima que su absoluta falta de sentido histórico le impidiera al amanuense y mecanógrafo guardar los originales. El libro se entregó y salió a tiempo con espléndidos dibujos de Héctor Xavier que pocos han visto. Yo escribía (mucho y mal, porque en literatura más significa peor) textos horribles. Arreola, por bondad, nunca quiso corregirme como reparó tantos libros mexicanos de aquella época. Y allí están en alguna biblioteca, oscuramente esperando, piedras que nos atamos al cuello, que alguien los emplee en mi contra. El Bestiario, en cambio, es tan nuevo y fresco en 1979 como en aquel invierno de 1958 en que lo dictó Juan José Arreola. —“Ocios y apuntes”, Inventario, tomo I, 1973-1983, Ediciones Era / El Colegio Nacional / Universidad Autónoma de Sinaloa / UNAM, México, 2017.


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“DE “ TODO LO QUE COMENTA TIENE JEP LOS PELOS EN LA MANO. NO HABLARÁ NUNCA DE OÍDAS. CADA LÍNEA HA SIDO PENSADA Y REPENSADA. ES CASI IMPOSIBLE HALLARLO EN FALTA; Y CUANDO OCURRE, ES ÉL MISMO EL QUE SE CORRIGE, COLUMNAS ADELANTE.”

José Emilio Pacheco.

nacido cuatro años después de los acontecimientos”. Lo que seguramente pasó (ahora puede uno darse cuenta) es que Christopher leyó ese primer bosquejo publicado en el Inventario de 1979.

RULFO, HUITZILAC Y DEL PASO Entre sus columnas más citadas está (en el tomo I de esta antología) la del primero de agosto de 1977 en que reseña las Obras completas de Juan Rulfo de la Biblioteca Ayacucho de Caracas. Sale al paso de lo que llamó una “administrativa calumnia”, según la cual Rulfo no pudo concluir solo Pedro Páramo y tuvo que recurrir a la ayuda de Alí Chumacero (que habría recibido en el Fondo de Cultura Económica un manuscrito informe cercano a las mil cuartillas) o Juan José Arreola... Unas cincuenta veces había escuchado JEP esas teorías delirantes y otras cincuenta veces “la respuesta ha sido desmentir la versión y restituirle a Rulfo la autoría absoluta de su gran obra”. (Y aún ahora hay despistados que vuelven a esto, en un asunto que ha sido muy estudiado.) Otro de sus grandes hits es la crónica de Huitzilac, publicada el 3 de octubre de 1977, en conmemoración de lo ocurrido los días 2 y 3 de octubre de 1927, medio siglo atrás, que en una versión un poco más afinada abrió el libro La sombra de Serrano (Proceso, 1981). Esta historia interesaba a JEP, en gran parte, por el breve aunque digno papel que tuvo en ella José María Pacheco, su padre (mas ese parentesco, acaso por pudor, no se consigna en la crónica), el que, como recordaría luego el mismo JEP ... aun bajo amenaza de fusilamiento se negó a firmar un acta que hiciera aparecer como resultado de un “consejo de guerra” la matanza del general Serrano y sus

Foto > Cuartoscuro

acompañantes en la carretera de Cuernavaca. En su columna sobre Noticias del Imperio de Fernando del Paso (4 de enero de 1988), nos damos cuenta cómo pudo darle ya un valor amplio, permanente, a lo que era entonces una novedad literaria: Noticias del Imperio no está hecha nada más para ser leída; está hecha para ser habitada semanas o aun meses enteros. Si sus ejes geográficos son dos de las grandes ciudades del barroco arquitectónico, Viena y México, si el modelo de su prosa son las grutas de Cacahuamilpa, donde Carlota encontró el perfil infernal de Dante, el dibujo que esta novela recorta contra la tempestad de la historia es la silueta de un castillo. Noticias del Imperio es la novela de los castillos —Schönbrunn, Miramar, Chapultepec, Bouchout— y tiene como ellos ventanales, salas del trono, pasillos, comedores, letrinas y albañales; la ambición de tocar el cielo y elevarse por encima de los demás y el descubrimiento final de que todo es polvo y ceniza, tierra hecha con los despojos de las víctimas del poder.

EL SÍNDROME DE NAZARET Como Noticias del Imperio, esta antología de Inventario no está hecha nada más para ser leída y releída; hay que habitarla semanas o aun meses enteros. Es el trabajo de cuatro décadas y, a la vez, la concentración de una vida enteramente dedicada a las letras, aunque también a la historia. Si el nivel de exigencia personal, semana a semana, era muy alto, la calidad se mantiene en esa cima. Rara vez pierde el estilo, aunque lo hace, cuando caricaturiza, por ejemplo, uno creería que innecesariamente, al ensayista y bibliófilo Adolfo Castañón. De todo lo que comenta tiene JEP los pelos en la mano. No hablará nunca de oídas. Cada línea ha sido pensada y repensada. Es casi imposible hallarlo en falta; y cuando ocurre, es él mismo el que se corrige, columnas adelante. Era un espíritu crítico con una fuerte dosis de autocrítica, algo inusual en nuestro medio. Un ejemplo de su visión exigente y actualizada: en 1979 publica Premiá las Cartas de amor a Nora Barnacle de James Joyce, traducidas

por Carlos Millet y con prólogo de Sergio González Rodríguez... y sabe JEP (como escribe el 8 de octubre de 1979) que ese epistolario íntimo “no apareció en su integridad hasta que Richard Ellmann, suprema autoridad joyceana, editó en 1975 Selected Letters of James Joyce”; y según todos los indicios la traducción ofrecida por Premiá fue hecha sobre unos volúmenes anteriores de Letters. Las “cartas sucias” de Joyce en esa primera edición de Premiá son limpias, están curadas de espanto, no por censura sino por desconocimiento. Y JEP lo señala: “En todo caso, debe quedar claro que se trata de un descuido sin dolo por parte de Premiá y no de una concesión a la campaña antipornográfica”. En una columna sobre García Márquez (del 13 de julio de 1987), atiende JEP las siguientes paradojas: que el escritor más admirado en Colombia sea Octavio Paz y en México lo sea García Márquez; que el más atacado en Colombia sea García Márquez y en México, Paz. Que a uno se le reprochara su castrismo y al otro su anticastrismo. O que los mexicanos propusieran para el Premio Cervantes en 1981 a Juan Carlos Onetti y los uruguayos a Octavio Paz. Estas paradojas lo llevan a definir el síndrome de Nazaret, expresado en estos términos coloquiales: “Cómo va a ser el Mesías si es el hijo del carpintero y yo jugaba con él en la calle”. Dicho de otros modos: no reconocer lo que se tiene en casa; o aquello de que nadie es profeta en su tierra. Esto no debería ocurrir, ahora, ante JEP y esta antología de Inventario, encarnación de un milagro que puede lograrse, cuando se tienen las armas adecuadas, en el espacio por lo común efímero de las páginas periodísticas. JEP operó esa magia: con él, en estos tres tomos que antologan su columna semanal (ensayo, historia o creación, en sus múltiples y sorprendentes metamorfosis), lo fugitivo permanece y dura. Se asoma uno a Inventario (en una navegación primera, aunque con el recuerdo constante de cuando se leían las columnas en el ámbito del semanario) para percatarse de que el diálogo está recomenzando. Pasarán muchas décadas para que esta conversación termine. Habrá que leer y releer lo que hay en esta antología de Inventario (tres grandes tomos de la mejor crítica literaria) para seguirnos preguntando quiénes somos y qué hacemos aquí. Valórese, pues (y consérvese y atesórese), el radiante paso de JEP por el periodismo mexicano. C


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Por

FRANCISCO HINOJOSA

LA N OTA NEGRA

CUAUHTEMAÑA

@panchohinojosah

H

aré una confesión que quizás me reste lectores de esta columna. También podría ser que alguien me deje de dirigir la palabra en la calle: le voy al América. Empecé a ser su seguidor cuando regresé de vivir con mi familia tres años en Mexicali, en donde el futbol no era un juego tan popular como el beisbol. Aunque regresamos en 1963, hacia el 65-66, y gracias a la primaria a la que fui, el futbol se volvió el deporte a seguir. Y pronto me convertí en crema, como se llamaban los preáguilas, seguramente gracias a la influencia de algunos compañeros. Por su parte, mi hermano Javier adoptó la camiseta de las Chivas, y gracias a esa adversidad ambos pasamos los mejores momentos de nuestra infancia jugando el uno contra el otro, ambos uniformados, en el jardín de la casa de mis abuelos. Yo era el encargado de narrar el partido, que concluía cuando alguno de los dos lograra el gol número diez. Era la época de Vavá, Zague, Fragoso, el Coco Gómez y Arlindo, que fue el primero en hacer un tanto en el recién inaugurado Estadio Azteca. Por parte del Guadalajara jugaban, entre otros, Chava Reyes, Jasso, Isidoro Díaz y Sabás Ponce. Algunos futbolistas profesionales han continuado su vida por el camino de ser directores técnicos o comentaristas de televisión. En el primer caso, el Cinco Copas Antonio Carbajal, La Tota, continuó su larga carrera como

Las Claves

entrenador exitoso y apasionado, especialmente del Morelia, equipo al que dirigió diez años. La mayor parte de quienes están al frente de los equipos actuales de primera y segunda división fueron también jugadores. En el segundo caso, se encuentran algunos cuantos: Enrique Borja, Juan Dosal, Zaguinho, Jorge Campos, Luis García o Carlos Albert, entre otros. Pero con título universitario son pocos, como Hugo Sánchez, Miguel Mejía Barón (ambos dentistas), Gerardo Torrado (licenciado en administración), Alejandro Palacios (abogado) o Luis Michel (ingeniero industrial). Pero de la mayoría de los jugadores que en algún momento tuvieron mucho prestigio, apenas sabemos qué fue de ellos. En la actualidad, varios futbolistas han dado mucho de qué hablar de su actuación fuera de la cancha: el Conejo Pérez fue remitido al Torito por no pasar la prueba del alcoholímetro; el Hobbit Bermúdez estuvo a punto de pisar la cárcel por no cumplir con la pensión alimenticia para sus hijos; el que sí sigue preso es el Gato Ortiz por ser parte de una organización dedicada al secuestro; Ramón Ramírez fue acusado de homicidio imprudencial cuando impactó su camioneta contra otro coche con el resultado de cuatro personas muertas. Capítulo aparte es el dedicado a los futbolistas y la política. Algunos buscaron, con éxito o no, ganar un puesto de

MUY CONOCEDOR DE LO QUE SIGNIFICA UN PARTIDO DE FUTBOL, LE FALLÓ AL HACERLO CON UNO POLÍTICO: EN UNO DE SUS PRIMEROS DISCURSOS DIJO “NECESITO SU APOYO. APOYEN AL PRD”.

elección popular, como Daniel Osorno, Manuel Negrete, Roberto Ruiz Esparza o Carlos Hermosillo. El caso más sobresaliente por supuesto es el del ex americanista Cuauhtémoc Blanco, que actualmente se desempeña como alcalde de Cuernavaca gracias al PSD (Partido Social Demócrata), a su campaña populista y a que el voto mayoritario lo favoreció. Sin ninguna experiencia política, su administración ha tropezado con muchos obstáculos. El hecho de que se queje de que lo grillan delata su desconocimiento de que política y grilla son sinónimos. Muy conocedor de lo que significa un partido de futbol, le falló al hacerlo con uno político: en uno de sus primeros discursos dijo “Necesito su apoyo. Apoyen al PRD”. Se disculpó luego de su pifia (“me equivoqué, soy un ser humano”). Y sí, todos los políticos son seres humanos, pero muy difícilmente se confunden al hablar del bando al que pertenecen. El Temo nunca le hubiera pedido a la porra Chiva que festejara un gol en contra. Ahora se afilió al Partido Encuentro Social (PES) con miras a las elecciones para gobernador del 2018. Sin embargo el congreso local le ha puesto un candado: se requieren quince años de residencia en el estado. Pero en caso de que logre hacer una cuauhtemaña, serán los morelenses los que tendrán que decidir si votan por el gol o el autogol. C

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

LA NOCHE, territorio donde el tiempo se extravía. Yo sentía a las tinieblas en su abraso perverso apoderándose de todos mis bienes, de todos mis rituales: la sombra no se apiadaba de mí. La obscuridad caminaba sobre mi espalda: seducción de un caracol tardo que dejaba sus salivas en los puntales que soportan mis figuraciones (sospechas, conjeturas, miedos, aprensiones, recelo, dudas...). Veo la llegada de los recuerdos: veo como el silencio se agazapa y se los traga. Desamparado estoy en medio de la penumbra. Quién soy. Qué soy. Sueños porosos me circundan. Designios de ausencias me empujan al vacío. Soy lo que la noche pretende. “Estamos perdidos. / Estamos perdidos en la ‘noche’ / de los ‘tiempos’”: Pascal Quignard. Leo con fiebre presurosa Pequeños tratados. Vol. I, II (Sexto Piso Editorial, 2016), del ensayista, narrador, musicólogo y violonchelista Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Francia, 1948): guionista de esa obra maestra del cine que conocemos como Todas las mañanas del mundo (Alain Corneau, 1991) con música de Jordi Savall, y Premio Goncourt

2002 por Las sombras errantes. Leo con excitación en medio de los aposentos de la noche: leo y camino por una espesura: pedazo de silencio en mis manos: “Quien calla escribe”: no puedo romper el silencio. “El deseo de escribir está vinculado a una taciturnidad obstinada”, escribe Quignard. El sigilo ha cristalizado escoltado por sacramentos noctámbulos. “Ninguno de los libros que he leído aguanta el resplandor del día. Pero los libros valen la vela que se usa al leerlos. Criaturas medio nocturnas”, otra vez Quignard. Ritual que se abalanza agazapado en los resquicios de un espacio desorientado. Quignard me descarría. Quignard dueño de mi insomnio. Quignard en la denotación de mi cuerpo invadido por punzas bachianas. Leo con desnudada avidez estos VIII tomos de LVI breves discurrencias: la amistad, las lenguas, la muerte, la palabra “objeto”, la inauguración de los códices, la reliquia del instante, la escritura de Jesús, el miedo a la ceguera, el silencio, lo escrito, el ritual de la lectura, el vocablo “contemporáneo”, el viaje, los hechizos de las pasiones... Sintagmas

presocráticos (Parménides, Demócrito, Protágoras...): abreviaciones untadas de un propósito barthesiano en conjeturas que nos hacen recordar, entre nosotros, a Antonio Porchia y a Roberto Juarroz: “Una lengua es un sacrificio que cada uno cumple al nacer”. / “Sacrificar el sacrificio”. / “¡Qué lepra la de nuestros rostros!” / “El libro no es”. / “Las palabras que se pronuncian no son palabras que se escriben. Otra sintaxis, otro mundo. La página es impronunciable”. / “La lengua es una parte de la naturaleza que no es naturaleza, que ni siquiera forma parte de la naturaleza”. / “La amistad —más o menos como el odio— es una imantación irresistible que atrae hacia lo que se ignora”. / “Estoy casi convencido de que la lengua, a través de quien escribe, no desea escribirse”. / “¿Cuál es el ritual de leer?” / “El libro es un pedazo de silencio en las manos del lector. Quien escribe calla. Quien lee no rompe el silencio”. / “El poema es un movimiento de la lengua que retiene su aliento, engendrando silencios”. / Leo a Pascal Quignard con la puntuación de una herida que me corrompe. C

Pequeños tratados. Vols. I, II

Autor: Pascal Quignard Traducción: Miguel Morey Género: Ensayo Editorial: Sexto Piso, 2016.


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

E L TAT U A J E FA N TA S M A

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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e niño, mi abuelo solía columpiarse de los vagones del ferrocarril en marcha. Un día se cayó del tren y las ruedas le mocharon la pierna derecha. El día del niño de 1986 murió mi abuelo. Mi abuela me contaba que durante las noches mi abuelo le decía que sentía comezón en la pierna ausente. Hace unos días me hice tres tatuajes. Y me acordé de la comezón de mi abuelo. En total tengo diez tatuajes. Durante el proceso de cicatrización se experimenta comezón en el tatuaje. Pero a mí me pica justo donde nunca ha pasado la aguja. En el tatuaje fantasma. Y hasta que la herida no sana no dejo de rascarme la dermis virgen. Es el fantasma de mi abuelo que viene a hacerme cosquillas desde el más allá. Un espíritu socarrón que se manifiesta para hacerme sentir tal como él se sintió en vida. Vivió más de cinco décadas sin pierna, pero su alma no ha encontrado descanso, vive penando en busca de la extremidad. Y para entretenerse viene y me activa el tatuaje fantasma. La primera vez que revisé las pruebas de un libro pensé en que de niño jamás me imaginé que llegaría el día que corrigiera unas galeras. Me vi colgado de los trenes. Y lo hice. No corrí la suerte de mi abuelo. Lo que sí recuerdo es que me subí de polizonte a un vagón con destino a Ciudad Juárez para hacerme mi primer tatuaje. Y como ocurrió con las galeras de niño jamás imaginé que me haría un tatuaje. O diez. Que al morir dejaría un cuerpo lleno de tatuajes. Mi abuelo nunca

EN TOTAL TENGO DIEZ TATUAJES. DURANTE EL PROCESO DE CICATRIZACIÓN SE EXPERIMENTA COMEZÓN EN EL TATUAJE. PERO A MÍ ME PICA JUSTO DONDE NUNCA HA PASADO LA AGUJA. EN EL TATUAJE FANTASMA.

El sino del escorpión

se tatuó, pero mi padre sí. El nombre de una de las tantas mujeres que tuvo. Pensé que la adicción a los tatuajes era un mito. Mi primer rayón fue hace veinte años. Y me conformé con sólo tener uno bastante tiempo. Pero en menos de doce meses me he tatuado en ocho ocasiones. No puedo parar. El espacio para el tatuaje fantasma cada vez se reduce más. Un tatuaje es en sí un fantasma. Son muertos que uno carga. En todas las ocasiones que me he sometido a la influencia de la aguja pienso en el tatuaje fantasma. ¿Acaso me da comezón porque desde el más allá algo o alguien me está diciendo que también debo tatuarme en ese espacio? ¿O no me pongo crema suficiente? Me resisto a ver los tatuajes como un dictado metafísico. Pero entonces cómo explicar la comezón. Mi tatuador dice que toda la gente que hace deporte tiene la piel jodida. En mi caso, la natación impide que los tatuajes queden mejor en mi cuerpo. Pero amo la imperfección de mis tatuajes. He visto tatuajes en otras personas y parecen calcomanías. Mis tatuajes son ante todo accidentes provocados. Pero bueno siempre en fotografía todo luce bien. En la realidad los tatús revelan otras cosas. Respeto la estética que busca el tatuaje perfecto. Pero para mí los tatuajes tienen que ser punks. Poco antes de morir mi abuelo perdió la pierna izquierda por culpa de la diabetes. De la cintura para abajo se convirtió todo él en un tatuaje fantasma. “Ramiro, Ramiro, dónde tienes la pata que no te la miro”, le decía mi

abuela para hacerlo encabronar. De las muletas que usó toda la vida pasó a una silla de ruedas. Me recuerdo empujando la silla por la colonia. Fue un hombre que se dejó domar por sus pasiones. Comía como si no fuera diabético. Y se fue a la tumba por culpa de la comida. Era su deporte. Era capaz de comerse un cabrito entero él solo de una sentada. Con un kilo de tortillas. No he visto a nadie comer así, excepto a mi padre. Su yerno. Verlos comer a los dos en la misma mesa era una auténtica película de terror. No sé cómo influyó eso en el hecho de que yo me tatué. Pero siento una conexión. El tatuaje fantasma es producto de toda esa imperiosidad. Esa compulsión por tatuarme obedece a la compulsión que atestigüé de niño. Sumémosle el hecho de que mi tatuador es mi amigo desde la adolescencia. Entonces todos los tatuajes que tengo me los ha hecho gratis. Quizá ahí radique la verdadera razón del tatuaje fantasma. La gente en general tiene que pagar por tatuarse. Y eso es siempre un freno. Los tatuajes no son baratos. Y tienen que ahorrar para tatuarse. He decidido acabar con el mal del tatuaje fantasma. Sólo me haré tres tatuajes más. Espero con ello quitarme la ansiedad por la aguja. Pero como ocurre siempre que uno hace una aseveración de este tipo, por el momento. Quién sabe que ocurra mañana. Por lo pronto, mientras terminan de cicatrizarme los nuevos, me seguiré rascando el tatuaje fantasma. La única manera que tengo de comunicarme con mi abuelo muerto. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Viejos y nuevos conservadores EN LA RESECA oquedad de su grieta en el muro, el artrópodo se parapeta tras el retrato de su abuelo, jacobino y profesor vasconcelista, para hacerle frente al conservadurismo inveterado en el México del atraso, la hipocresía y la ignorancia, bien representado cada domingo por el semanario católico Desde la Fe, donde el cardenal en turno y otros prelados de tocados vanidosos dan vuelo a sus divagaciones. En ese piadoso aviso parroquial, el alacrán lee la perorata de la Arquidiócesis contra la “patología de género” (así la llama), y cómo, desde su reino de otro mundo, esa jerarquía luchará por “prevenir las perversas e irracionales ideologías contra la familia, el matrimonio —sólo posible entre un hombre y una mujer—, y la sexualidad —definida por la condición biológica de los niños”.

Todo mientras en los jardines académicos del reino terrenal se realizaba la reunión ¿Familia o familias en México?, donde el rector Enrique Graue advirtió sobre la necesidad de modificar el concepto de familia, pues 60 por ciento de los hogares en el país ya no sigue el modelo tradicional de padre, madre e hijos, mientras 30 por ciento tiene a una mujer como jefa de familia y 160 mil uniones están conformadas por parejas del mismo sexo y con hijos. Al rastrero tampoco sorprenden las cifras de la hipocresía (tan cristiana, según el Papa), pues contra cualquier principio de realidad, 71.8 por ciento de la población considera como familia “ideal” a la conformada de modo tradicional y sólo 9.7 por ciento dice no reconocer ese concepto “ideal”. En tanto, 25.5 por ciento califica de inaceptables a las familias con

parejas del mismo sexo. Este aviso laico es para aquellos en favor de someter a referendo derechos humanos inalienables. El venenoso pasa mejor a otra lectura y casi se intoxica con su propio narcótico al enterarse cómo el PAN, el PES y el PRI detuvieron en el Congreso la norma de salud 046, de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, dirigida a regular el aborto por causa de violación. Así pues, las creencias religiosas aún nublan la visión de legisladores y jueces, ajenos a la constitucional laicidad y a los derechos y libertades de las mujeres. Antes de lanzar su aguijón contra los neoconservadores y su desprecio por el arte contemporáneo, las “malditas” redes sociales, la literatura electrónica y hasta el feminismo, el escorpión repta calmo hasta su nido en la pared. C

LAS CREENCIAS RELIGIOSAS AÚN NUBLAN LA VISIÓN DE LEGISLADORES Y JUECES, AJENOS A LA CONSTITUCIONAL LAICIDAD Y A LOS DERECHOS Y LIBERTADES DE LAS MUJERES.


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LO TRANSGÉNERO SEGÚN DAVID EBERSHOFF Hace más de quince años, David Ebershoff (California, 1969) publicó por primera vez La chica danesa, un libro que en su primera oportunidad pasó “sin pena ni gloria” por los estantes de las librerías estadunidenses. Fue hasta 2015 que, tras ser llevada con éxito al cine, su historia tomó nuevas dimensiones y lectores, convirtiéndose en uno de los libros más vendidos. Profesor de la Universidad de Columbia, Ebershoff es también autor de La Ciudad de Rosa, nominado como uno de los mejores libros del año por Los Ángeles Times; Pasadena, inspirada en su ciudad natal, y La 19a mujer, novela que aborda la historia de Ann Eliza Young, acusada de poligamia

en el siglo XIX. En su larga trayectoria como editor en Random House, de su mano han sido publicados autores como Diane Keaton, Davit Mitchell, Billy Collins, entre otros. También fue editor de Norman Mailer y Jane Jacobs en sus últimos años de vida. Ebershoff tiene poco tiempo, así que la entrevista comienza en un pasillo. ¿Cuál es el verdadero valor de un editor? “La intuición”, responde mientras recuerda que trabajar con la obra póstuma de Truman Capote fue una de sus grandes aventuras. ¿Volverías a ser editor? “Quizá sólo de mi propia obra”, responde antes de sentarse a conversar sobre La chica danesa y los derechos humanos.

Por

ESGRIMA

¿Cómo vives las ciudades y los destinos a los que tu obra te ha llevado? Para tu obra, las ciudades son personajes incluso antagónicos. Un gran ejemplo de cómo habitar las ciudades es México, que tiene sitios hermosos. Disfruto del hecho de caminar por sus calles, porque es como viajar en el tiempo, siglos atrás. Por supuesto, también están los colores, la luz del sol; el hecho de que los artistas y la creatividad son reverenciados aquí (en San Miguel de Allende), lo convierte en un lugar acogedor con gente de todas partes del mundo. México (y sus ciudades) pertenece tanto al pasado como al presente: eso es algo que me fascina. Otro de tus grandes personajes es la condición LGBT en hombres y mujeres. De la literatura aprendí sobre lo poco que se conocía del tema. Yo sabía y sé que, aún hoy en día, salir del clóset como transgénero, reconocer quién eres, decírselo a tu familia y amigos, a tus colegas en el trabajo, a tu comunidad, es un reto mayúsculo que necesita mucha fuerza interior y valor; mucha gente tiene dificultades con eso. ¿Qué ha cambiado? Creo que esa es la situación. Cuando estuve trabajando en La chica danesa (en los años noventa), pensé: “Si eso es tan difícil ahora, imagínate lo difícil que debió ser en los años veinte cuando nadie, o la mayoría de las personas, no había escuchado hablar ni estaba en su imaginario la idea de ser transgénero. Era algo totalmente nuevo. ¿Qué significó en tu vida personal La chica danesa? Yo creo que la manera en la que concibo el legado de La chica danesa no es tanto para mi vida, sino para la de Lili Elbe: ella es “la chica danesa”, el personaje principal del libro y de la película, y es significativo porque ahora su vida es mucho más conocida de lo que ella consiguió. Se sabe quién fue y lo valiente y pionera que fue. Puedo

ALICIA QUIÑONES

decir que hoy la historia es muy distinta a cuando empecé a escribir este libro, hace veinte años. ¿Fue uno de tus primeros libros? Fue mi primer libro, salió a la venta en el año 2000. Tuvo una corta vida. Como editor, una segunda vida puede parecer una especie de suerte. Así es. Durante casi veinte años tuve dos profesiones de tiempo completo. Trabajé como editor para Random House, edité muchos, muchos libros, y escribí solo cuatro. Pasaron muchos años para que apareciera la película basada en La chica danesa, así que tuvo una segunda vida junto con la cinta, y una vida más larga gracias a eso. Obviamente hoy muchas personas saben del libro por la película y premios como el Óscar, y yo estoy muy agradecido por ello. Así que, para mí, ese es el legado más importante. Lili Elbe es una mujer que hizo algo muy valiente, miró dentro de sí misma y dijo: “Ésta es quien soy yo. El mundo no me mira como soy en realidad, y yo voy a convertirme en quien de verdad soy”. ¡Imagínate hacer eso hace casi cien años! Es muy valiente e inspirador. Lili no solamente tuvo que mirar dentro de sí misma y entender quién era, ella no podía mirar al exterior y mirar alguna versión de ella, de verdad, no había nada en línea, nadie en los medios de comunicación. Ella fue una pionera. Tuvo que inventarse a sí misma, por así decirlo, sin modelos a seguir o gente que hablara, sin organizaciones que defendieran sus derechos, sin una comunidad. Y yo pensé: “¡Esa es una cosa muy, muy difícil de hacer! Y sólo un individuo extraordinario pudo enfrentarla y salir victorioso”.

LOS DERECHOS GAY HAN PROGRESADO UN POCO MÁS QUE LOS DERECHOS TRANSGÉNERO, PERO DESAFORTUNADAMENTE, CON LA IGNORANCIA Y EL FANATISMO SE DERRUMBAN EN ALGUNOS CASOS.”

Arte digital > STAFF >La Razón

Los derechos humanos han sido ejes literarios, ¿cómo los evalúas hoy en día, en Estados Unidos y frente a la administración de Trump? Hubo muchos avances durante la presidencia de Obama. Los matrimonios del mismo sexo se podían realizar como trámite a nivel federal, se alcanzó la igualdad de matrimonio en todos los estados del país durante su mandato. Se creó conciencia con respecto a la igualdad LGBT y, además, en los últimos años ha habido mucha toma de conciencia sobre los problemas de los transgénero en particular, pues se había vivido bajo mucha ignorancia y fanatismo. Los derechos gay han progresado un poco más que los derechos transgénero, pero desafortunadamente, con la ignorancia y el fanatismo se derrumban en algunos casos. Con Trump estamos en un punto en que hay muchas preguntas sobre qué va a pasar en el futuro y no me gusta que en diversas comunidades de Estados Unidos muchas personas tengan motivos para temer que ese progreso se revierta. ¿Cuál es la verdadera tarea de un escritor frente a otras artes tan populares como la música? Soy aficionado a la ópera: me gustan las historias y su carácter. Me encanta esta idea de que eso es lo que hacemos como escritores: encontrar un lenguaje que muestre las experiencias de una persona y sus emociones. Tenemos que encontrar un lenguaje que describa lo que hagan, digan, piensen y sientan, y la ópera presenta el mismo reto: diferentes maneras de usar el lenguaje. Ése es el lenguaje de las letras y también el de la música. Es una especie de búsqueda de cuál es el lenguaje más puro para representar el momento o la emoción de estos personajes en particular, o de esta gente. Me gusta la música antigua, cuando las letras tenían un significado, eran inseparables de la música y eran creadas por escritores. C


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