FERNANDO IWASAKI SPENGLER RENACIDO
CARLOS VELÁZQUEZ
DÍAS DE FLAGYL, SOBRIEDAD Y ROSAS
REDES NEUR ALES
JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ
El Cultural N Ú M . 4 2
S Á B A D O
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
ADOLFO CASTAÑÓN LEÓN FELIPE EN LA ESTACIÓN MEXICANA NAIEF YEHYA INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y PERVERSIÓN DE LA INOCENCIA
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El próximo martes se cumple un aniversario más del nacimiento de León Felipe (1884-1968), el notable poeta español avecindado en México. Figura primordial en el panorama literario de su tiempo, padeció la “tragedia” de la Guerra Civil y comunicó a la “patria grande” de la literatura hispanoamericana, aunque tal vez la posteridad no lo ha favorecido como sería deseable. Estas páginas revisan una parte de su itinerario, en momentos definitivos del siglo XX.
L E ÓN F E L I P E E N L A E S TA C I Ó N M E X I C A N A ADOLFO CASTAÑÓN
L
eón Felipe es una presencia familiar en México desde 1923 —y sin la huella de México y América su obra no sería la misma como supo escribir Octavio Paz1 y explayar con minucia la estudiosa María Luisa Capella—.2 pero su paso y estancia por nuestro país no es una casualidad. Como se desprende de la correspondencia entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes3, la idea de transplantar inteligencia a México, luego del sismo físico y simbólico que significó el ciclo revolucionario mexicano, fue puesta en práctica por el secretario de Educación José Vasconcelos, quien quiso convocar a Pedro Henríquez Ureña a asumir “una jefatura de intercambios universitarios”.4 Además de León Felipe, vinieron el filólogo y crítico Federico de Onís, el pintor e historiador norteamericano de arte Walter Pach, el poeta chileno Arturo Torres Rioseco, la poeta Gabriela Mistral, entre otros. Se tuvo la intención de traer a alguno de los Alonso (Dámaso o Amado), a Adolfo Salazar entre los mencionados en la correspondencia citada. La idea de renovar el solar de la cultura mexicana que cristalizó poderosamente con Lázaro Cárdenas rondaba ya en las mentes de los mexicanos alertas al empezar y concluir la Revolución con Álvaro Obregón. Que haya sido un libro de León Felipe la primera publicación de la Casa de España en México, luego El Colegio de México, no deja de tener cierta razón histórica, ya que el poeta español —que en 1923 tenía 39 años y 53 años en 1938, el año de publicación de El payaso de las bofetadas y el pescador de
caña— fue, en cierto modo, no sólo un precursor de la España peregrina sino un adelantado de aquella fraternidad intelectual, como él mismo lo dice y lo reconocen desde Gerardo Diego hasta María Zambrano. (Por cierto ella al parecer lo vio sin reconocerlo, cuando era muy joven en el entorno amistoso de su padre. Según Octavio Paz fue quizá, entre otros motivos, por una sugerencia de León Felipe que Daniel Cosío Villegas y Alfonso Reyes repararían en la figura de la pensadora para atraerla a la Casa de España.) El inquieto León Felipe fatigaría desde ese 1923, los caminos de América dando voz y cuerpo a su palabra en permanente ruptura, contradicción, palinodia y dando la cara de la poesía y de la insurrección por la “patria grande”: desde Argentina, Panamá, Venezuela, Colombia, hasta México y los Estados Unidos. A su regreso León Felipe vivió y publicó en México (Drop a Star, 1933) y en España (la Antología de Espasa Calpe, 1935). Federico de Onís en su Antología de la poesía española e hispanoamericana (1961) escribe sobre León Felipe, quien había colaborado en su primera edición: Hombre sin voluntad y sin arraigo, es a través de sus cambios el mismo, y va por todas partes absorbido en su vida interior. De ella están hechos sus versos que él llama también oraciones porque en ellos habla con Dios. En esto y en otras cosas se parece a Unamuno y a Antonio Macha-
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“LA BELLEZA ES COMO UNA MUJER PUDOROSA. SE ENTREGA A UN HOMBRE NADA MÁS, AL HOMBRE SOLITARIO, Y NUNCA SE PRESENTA DESNUDA ANTE UNA COLECTIVIDAD.” do, pero su religiosidad y sus meditaciones y su poesía son muy suyas. Primero las expresaba en un balbuceo entrecortado y monótono, con humilde sinceridad, después, en sintética concentración más pura y desnuda su mínima emoción de eternidad.5 Entre 1946 y 1948 el poeta hace una gira de misionero trotamundos o de caballero andante de la poesía por todos los países de Hispanoamérica, salvo por aquellos (Honduras y Paraguay) donde se le prohíbe la entrada. En los veinte años que corren de 1948 a 1968, año de su muerte, vivió en esta Ciudad de México sin interrupción ganándose la vida en parte como traductor de obras de Waldo Frank, Bertrand Russell, entre otros, y en parte (brevemente) como investigador de la Casa de España, según consta en un breve texto anónimo alojado en su expediente de El Colegio de México, donde se asienta: Entró en el país en agosto de 1938. Ha trabajado en su libro El español del éxodo y del llanto, que ha publicado en diciembre de 1939. En ese mismo expediente, aparece en otra hoja un párrafo también anónimo, que como el anterior ha sido reproducido por Martí Soler Vinyes en el libro La casa del éxodo. Los exiliados y su obra en la Casa de España y El Colegio de México (1938-1947): León Felipe es uno de los poetas esenciales de esta hora de España. Entre todos, acaso el que más hondamente ha sentido la tragedia española y sin duda el que de manera más aguda ha sabido reflejarla en sus versos con todos sus amores y su iras, sus recelos y sus desesperanzas en tonos de exacerbada sensibilidad, hecha fundamentalmente de viva sustancia hispánica. León Felipe Camino Galicia, nacido en 1884 en Tábara, provincia de Zamora, se dio a conocer en 1900 con sus Versos y oraciones del caminante. Ha vivido largos meses en las posesiones españolas del golfo de Guinea; años en los Estados Unidos, como maestro de español en varias universidades, y en México, en donde contrajo matrimonio. Ha desempeñado cargos diplomáticos y permaneció en España durante los meses más duros de la guerra.6 * * * Felipe Camino Galicia, cuyo nombre León Felipe se impuso a sí mismo cuando dio a conocer su primer libro de poemas, nació el 11 de abril de 1884 (en the uncertain glory of an April day, diría Shakespeare) en Tábara, provincia de Zamora. Tardó treinta y seis años en alcanzar su voz con esos Versos y oraciones del caminante cuyo primer lector fue Enrique Díez-Canedo, quien los hizo reproducir fragmentariamente en la
revista España y los recomendó para que se conocieran en el Ateneo de Madrid a fines de 1919.
Luego empezó la lectura de León Felipe —con voz que “sonó grave, pastosa, vibrante” y dijo:
Un día —recordaría E. Díez-Canedo en un texto publicado en El Sol de Madrid, en 1930—, el escultor Emilio de Madariaga, [...] me entregó un manuscrito, versos de cierto muchacho que, pasada la primera juventud, escribía para sí mismo [...] Yo guardé el manuscrito entre los papeles que llenaban mi mesa en la redacción de una revista, España, donde encontraron primera acogida —me complazco en hacer memoria de ello— escritores que han llegado después a mucho. Y entre aquellos papeles se quedó el manuscrito, olvidado, hasta que Emilio de Madariaga, extrañándose de mi silencio, me volvió a hablar de los versos de su amigo. Entonces, leí de un tirón el manuscrito y mis compañeros de España recordarán como yo que, convocando a cuantos había en la casa, les hice inmediatamente partícipes del descubrimiento, y la revista se honró publicando en seguida una selección de los que a no tardar fueron, en cuerpo de libro, los Versos y oraciones del caminante.7
Mi ánimo al venir aquí no ha sido dar una sensación de fatiga, sino una emoción de belleza. De una belleza ganada desde mi sitio, vista con mis pupilas y acordada con el ritmo de mi corazón; lejos de toda escuela y tan distante de los antiguos ortodoxos retóricos como de los modernos herejes —herejes, la mayoría, por un afán incoercible de esnobismo—. Con estos hombres — preceptistas o ultraístas— que se juntan en partida para ganar la belleza, no tiene nada que ver el arte. La belleza es como una mujer pudorosa. Se entrega a un hombre nada más, al hombre solitario, y nunca se presenta desnuda ante una colectividad. La divisa de escuela, además, no dice nunca del gesto nuevo y único que traemos todos los hombres al nacer y al cual hemos de estar siempre atentos y fieles, porque tal vez esto sea el mayor mérito que podamos tener para con Dios, que castiga duramente al hombre necio y falso que pretende engañarle vistiéndose con la misma túnica que su hermano. Y no vale menos este gesto específico de la unidad que aquel carácter genérico del grupo. Y más peca el hombre que mata en sí lo que le diferencia de todas las cosas del universo que el que reniega de su casta. Dentro de mi raza, nada más que de mi raza, he procurado siempre estar atento a este gesto, a este ritmo mío espiritual, al latido de mi corazón, porque ese ritmo del poeta es la única originalidad, el único valor eterno de que podemos estar seguros en la poesía lírica. Este ritmo mío, además, ha sido siempre el generador de mi verso, el que ha ido tejiendo la forma al abrirse camino por entre las palabras. Por eso, a priori, no admito ninguna forma métrica. Sé que siendo fiel al
En ese ambiente de España se daría la memorable lectura en el Ateneo de Madrid. Era éste entonces un espacio hirsuto de ultraístas y neo-modernistas. En esa primera lectura estuvieron presentes Jorge Luis Borges, Gerardo Diego —contemporáneo y amigo de León Felipe desde muy joven—, Pedro Garfias y Mauricio Bacarisse, quien resumiría así la velada: Estamos en el bar —bajo el estruendo agobiante de la pianola— festejando el nuevo éxito de incomprensión que esta noche ha obtenido en el Ateneo Pedro Garfias, el fervoroso, disparando su ametralladora de estrella sobre la plenitud de los oyentes [...].8
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mismo cumplo con la única ley eterna e inmutable de la belleza. Ir a buscar este valor personal, este signo específico generador de nuestro verso fuera de nosotros mismos, es una gran torpeza; e ir a buscarle fuera de nuestra tradición y de nuestro pueblo, es una gran locura. En el verso de un poeta nuevo, por mucha personalidad que tenga, ha de haber siempre ritmos de su raza, lo específico de su pueblo, que es lo genérico del poeta, y por encima de esto el signo particular de él. Y si esto es así, después del brillante resurgimiento de nuestra lírica moderna, vuelta hacia el corazón de la raza, es doloroso que maneras extrañas pretendan nuevamente desviarla de su cauce. Y hablando de este modo no puedo ser sospechoso de patrioterías, ni grandes ni chicas. Ya lo veréis en mis versos. Jamás he cantado las rancias tradiciones de la raza, ni he puesto mi verso al servicio de esos violentos entusiasmos regionales que andan ahora tan en boga. Cuando en mis horas de gracia me alzo sobre las cosas de la Tierra, me da igual Francia que España; pero me duele que en este momento, después de la guerra, luego que hemos justipreciado nuestros valores espirituales y estéticos, se forme una escuela de arte en derredor de un poeta francés. Desde aquí, desde donde estamos ahora, con las amplias libertades de la métrica moderna, ya del todo desencadenadas, podemos los poetas castellanos decir lo subjetivo y lo universal, lo pasajero y lo eterno. Podemos decirlo todo, pero cada uno con su voz, cada uno con su verso; con un verso que sea hijo de una gran sensación y cuyo ritmo se acorde al compás de nuestra vida y con el latido de nuestra sangre.
LEÓN FELIPE EN BELL AS ARTES LUIS CARDOZA Y ARAGÓN En esos días de 1938 leyó algo de El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, en la Sala Ponce, en el Palacio de Bellas Artes. Es de las conferencias suyas que recuerdo. La intensidad del texto, la diestra lectura matizada, crearon una atmósfera de emoción y zozobra. León Felipe, en sus andanzas, había sido actor y boticario. Viejo muy joven, inesperado y hermoso, de recortada barba y presencia de rabino, con frenesí vivía lo suyo. Decía más cosas con naturalidad de lector estupendo y sencillo. León Felipe nunca trabajó como periodista. Lo recuerdo como un niño dulce y violento, un león de acero y de peluche que se enardecía fácilmente con lo que se argumentaba o permanecía mudo de tan viva que era su preocupación. Alguna vez nos formaron rueda los transeúntes en la Alameda, en la avenida Juárez, al explicarme con tal vehemencia quién sabe qué cosa, enarbolaba el rollizo bastón nudoso que nunca abandonó y parecía estar a punto de pulverizarme. Me tomó del brazo y prosiguió exponiendo sus discrepancias con no sé quién. Se aplacaba solo y dulce se volvía su mirada fiera. León Felipe, alma hermosa, fue el más cuerdo de los locos, a veces muy entusiasta; otras, escéptico búho silencioso en cuyo mirar, aterciopelado y caníbal, ardía negra llama. Qué prodigio que su existencia misma sea superior a sus poemas, proféticamente transportados. En ese barbudo, tierno y viejo niño, había algo de salvaje, angustiado y metálico, que lo llevó a intentar con Juan Larrea, hombre de apariencia tranquila, con no sé qué ahínco nocturno, loco de los que sí comen lumbre, el más loco de los cuerdos incandescentes. —Luis Cardoza y Aragón, El Río. Novelas de caballería, FCE, primera edición, 1986.
La edición de Tezontle, FCE, México, 1940.
He dicho todo esto sin altivez, porque pienso que lo menos que se le puede pedir a un poeta es que nos diga lo suyo con su verso, y porque solo distingo mejor mi voz que en el canto de los orfeones y no tengo que esforzarla para ponerla acorde con la tiranía de un pensamiento colectivo. Mi voz, además, es opaca y sin brillo y vale poca cosa para reforzar un coro. Sin embargo, me sirve muy bien para rezar yo solo bajo el cielo azul...9 Era buen lector de sus poemas, y los suyos tenían un sabor originario que fue reconocido de inmediato por el público que empezó a correr la voz de que se había manifestado, a través del joven poeta, una canción a la par nueva y sugestivamente tradicional. * * * El primer libro de León Felipe tuvo un éxito inmediato de lectura, un succès d’estime incomparable: los poetas leyeron sus poemas, los memorizaron y los hicieron suyos. Un ejemplo es el de Rafael Alberti quien en sus memorias cuenta cómo los versos de León Felipe se encuentran asociados al despertar mismo de su vocación poética: Yo me iba de mi casa, en busca de la soledad, por las afueras de mi barrio. La llanura, con sus chopos ensimismados, y el Guadarrama azul en lejanía, fueron mis buenos compañeros de aquellos meses. Me quedaba en el campo hasta muy atardecido. Y —¡Oh milagro!— me seguían saliendo los poemas como brotados de una fuente misteriosa que llevara conmigo y no pudiera contener. Recuerdo ahora también el comienzo de otro (poema) surgido entre dos luces en un ocaso de primavera: Más bajo, más abajo No turbéis el silencio De un ritmo incomparable, lento, muy lento, es el ritmo de esta luna de oro El sol ha muerto: y hasta las alegrías son tristezas, pero del mismo ritmo: lento, muy lento. Por aquellos días, un poeta llegado, creo que de Fernando Poo, al Ateneo
de Madrid, había recitado los versos de un librito que acababa de publicar. Su título: Versos y oraciones del caminante. Su autor, un desconocido: León Felipe. Con algo de su delgado acento escribí yo en aquellas horas iniciales. No pude verlo entonces. Y nunca más supe de él hasta que lo conocí después, en 1934. Quiero ahora hacerle saber a ese santo profeta referido que sus primeros versos, desprovistos y graves, llenaron de temblor las incipientes hojas de mi más tierna arboleda perdida.10 * * * Desde ese paisaje literario León Felipe viajará a África como boticario, volverá a Madrid y emprenderá el viaje a México. Los quince años que van de 1923 a 1938 son para León Felipe de intensa actividad: a fines de 1923 viaja a los Estados Unidos, a Nueva York donde Federico de Onís lo alienta para que estudie Letras en la Universidad de Columbia. Descubre a Walt Whitman y a William Blake. Se hace amigo de Federico García Lorca y Waldo Frank, a quien traduce. En 1934, le envía a su amigo y paisano Gerardo Diego una carta y una autobiografía para ser incluida, la segunda, en la antología que éste preparaba:
CARTA DE LEÓN FELIPE A GERARDO DIEGO (14 de marzo de 1934)11 Mi querido amigo: Recibí tu carta y te contesto como quieres, casi a vuelta de correo; pero no te envío ni el segundo libro de Versos y oraciones ni un ejemplar editado de Drop a Star. De este poema mandé sólo unos cuantos, impresos, a España y en seguida corté el envío porque el poema empezó a crecer y a cambiar. Hoy es casi el doble y creo que está más organizado, más limpio, más claro y más equilibrado. Sobre la variante que le envié a Valdor para una antología que hace ya más de dos años pagaron unos amigos generosos he hecho correcciones y añadidos. Modificada así te la envío a ti ahora. Pero el poema no está concluido aún. Usa de él lo que quieras. Espiga ahí, si se puede (mejor que en mis otros libros), porque, aunque la crítica no me ha ayudado a valorarlo, yo sigo estimándole como mi mejor esfuerzo. La poesía no ha de ser esto, sin embargo. Ya lo sé.
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Pero hoy, para mí, no puede ser otra cosa. Desde tu punto de vista, primero, que entiendo muy bien, yo no admitiría en ninguna antología de un criterio rígidamente lírico ni este poema ni ninguno de mis versos. Yo no he nacido bajo signos estéticos siquiera. Es otra la fuerza que me ha llevado a escribir mis versos. Tú has dicho, sin embargo, y alguno de nosotros también, que el verso puede ser oración y pensamiento metafísico. Yo no lo creo. A mí me parece que la oración en un poema lírico es un elemento tan impuro como la anécdota. Si no lo creyese así yo hubiese pedido un rincón en tu primera antología, aunque dijeses, y es lo mejor que habrías podido decir, que yo rezaba como un publicano.
AUTOBIOGRAFÍA DE LEÓN FELIPE PARA LA ANTOLOGÍA DE GERARDO DIEGO 12 DE 1934 Mi biografía la conoces casi. Tengo cuarenta años, ahora, el 11 de abril, cumplo cincuenta. Nací el 84 en un pueblo de Zamora; después viví en la sierra de Salamanca hasta los nueve años. Entonces me llevaron a Santander. Allí estudié primaria con Don Quintín. ¡Dios le bendiga! Es el único maestro que recuerdo con amor. Acabé el bachillerato en Santander y estudié en las Universidades de Valladolid y de Madrid. En Madrid me licencié en Farmacia. De hombre ya, mi vida es sucia y fea. Para borrarla, y un poco a la desesperada, me fui a África. En el golfo de Guinea pasé cerca de tres años. Después, haciendo una pequeña escala en España, me vine a América, pasando por Méjico, donde me casé, entré en los Estados Unidos. Allí he vivido seis años. Cuatro en la Universidad de Cornell como instructor de Español. He sido profesor de Lírica Castellana en Columbia University, y he enseñado diversas clases de literatura en la Universidad de Las Vegas, Nuevo Méjico. Ahora doy un curso de El Quijote para estudiantes norteamericanos en la Universidad Nacional de Méjico y soy director del Cuadro Dramático Radiofónico de la Secretaría de Educación Pública. Tengo los tres libros de poesía editados, que conoces. Folletos y conferencias sin importancia. He traducido algunos libros del inglés al español: España virgen y América hispana, de Waldo Frank. Poemas de T. S. Eliot, de Whitman, de Blake, y de algunos metafísicos ingleses (donde están mis preferencias), con los cuales algún día haré una antología. De la última variante de Drop a Star hay una nota que puedes utilizar como poética, mejor que “Deshaced ese verso”. Te mando un retrato. Saluda a [Pedro] Salinas. Leí su último libro que me pareció maravilloso, limpio y cálido. Es una conquista lírica que nos regocija a todos. Felicítale. Te abraza cordialmente, León Felipe * * * León Felipe era ya una leyenda en 1935. Lo prueba el hecho de que “Cerca de dos-
DEL ESPÍRIT U QUIJOTESCO JORGE CUESTA El libro de León Felipe, titulado Español del éxodo y del llanto, y editado por “La Casa de España, México” contiene una poesía dictada por la pasión de quien vivió por dentro la guerra española y sufre el exilio que fue impuesto a sus víctimas por la suerte. Todos los tonos de la pasión respiran allí: el odio del enemigo, el desconsuelo del vencido, la irrisión del destino, la desesperación del sufrimiento, y el alivio del llanto, que es la hendedura por donde siempre se cuela la esperanza. Pero es el libro de una sola pasión —una pasión moral, una pasión por la justicia—, tan sincera y tan individual que no es posible confundirla con la pasión colectiva de un hombre de partido. León Felipe, como muchos otros escritores españoles, acudió a la guerra desde sus orígenes “para ponerse al lado de la justicia y de la causa del hombre” (significan los editores, que son estas palabras, la causa del gobierno, que presidió don Manuel Azaña), y quien lo conoce no podría esperar, y menos después de la derrota, que en su lenguaje apareciera ni la sospecha de la infidelidad. Expresa, por ejemplo, su odio al general Franco, su rencor a Neville Chamberlain y sus desprecios al clero español y al Papa, sin ambages. Pero los que expresa no son los de un secuaz que cumple con una consigna. Son los del adicto que funda su actitud en un sentimiento interior e individual y, quijotescamente, sin el escrúpulo de que sean los de la doctrina oficial de la guerra. La unidad política es una entidad práctica que bien puede dispensarse de razones interiores y sinceras; pues no cuenta con la conciencia, ya que le basta con la acción objetiva de los hombres. Éstos pueden acudir a servirla por los motivos personales que quieran: por amor al desorden de la guerra, por deseo de morir, por la inclinación de matar, por la ilusión de la justicia, por un ánimo revolucionario, por ocultar un pasado bochornoso, por abrirse un porvenir agradable, por abnegación y sacrificio, por lucro o por honores; si le sirven, eso le basta. Es cierto que la acción política se ha dirigido también siempre a las conciencias, en busca de un prestigio espiritual: el general Franco hizo bendecir su causa por la iglesia romana, y el gobierno azañista hizo bendecir la suya por los intelectuales españoles laicos; pero este prestigio espiritual es más bien un ornamento que una necesidad. El poeta que sirve a una causa política bien puede darse el lujo de obedecer a sus propias razones, de crearse su propia doctrina personal. Esto hacía el manchego ilustre, cuyo autor, guerrero y poeta, sabía muy bien con qué libertad, con qué distancia se consideran entre sí la espada y la pluma. Y esto hace León Felipe, cuya imitación poética del espíritu quijotesco es tan antigua como sus versos. —Jorge Cuesta, Obras completas, tomo II, Ediciones del Equilibrista, México, 1994.
cientos nombres de intelectuales, escritores, poetas, catedráticos y entidades culturales” se hayan reunido para dar a la prensa una Antología-homenaje, bajo el sello de Espasa Calpe en 1935, publicación que lo motivaría para volver a la península. Este libro se dividía en siete secciones: “Autorretrato”, “Poemas castellanos”, “Poemas menores”, “Normas”, “Poemas americanos”, “Oraciones” y “Drop a Star”, la obra fue reseñada por el poeta, novelista, guionista cinematográfico, periodista y crítico literario, Antonio de Obregón (1910-?) en marzo de 1935, en la Revista de Occidente.13 Para el escritor y futuro cineasta Antonio de Obregón, el nombre de León Felipe evoca las glorias de
un monarca en esplendor: León Felipe (telegramas imaginarios de Viena o de Berlín: “La próxima boda de León Felipe con la princesa W.” “El último accidente de León Felipe en una cacería”, “Un baile en la Corte de León Felipe...”) El nombre de León Felipe deslumbraba nuestros oídos, figurándonos el León español y el Felipe habsburgués, separados por la diagonal decorativa de las barajas francesas. Pero nade tenía conocimiento de su persona. Ni en dónde se hallaba. Ni a cuántos kilómetros estaba su patria. Ni si la tenía siquiera.14 Los versos del poeta apellidado Camino Galicia, nacido en el pueblito de Tábara, Zamora en 1884 se recortaban y resona-
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Star” que Luis Rius considera un poema de transición. En 1934 va a España y regresa a México de camino hacia Panamá donde ha sido nombrado agregado cultural en ese país. Al estallar la guerra escribe un discurso, Good-bye, Panamá!, cuya lectura pública le es prohibida. Regresará a España en el otoño y ahí se encuentra con diversos amigos intelectuales españoles y americanos como Rafael Alberti, María Teresa León, Emilio Prados, Pablo Neruda y Octavio Paz, a quien sirve de guía. Al iniciarse la Guerra Civil, León Felipe se traslada de inmediato a España.
“LEÓN FELIPE ERA YA UN POETA DE CULTO EN LOS AÑOS DE LA DICTADURA DE PRIMO RIVERA, ANTES DE LA GUERRA CIVIL, COMO REFIERE EL EDITOR RAFAEL GIMÉNEZ SILES.” ban contra ese vacío que él mismo había encarecido con sus versos realzándolos a la luz de la memoria: ¡Qué lástima, que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada, una casa que guardara a más de otras cosas raras, un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada que me contaran viejas historias domésticas, [como a Francis Jammes y a Ayala y el retrato de mi abuelo que ganara una batalla15
André Gide? En el polvo y el viento de esas errancias terrestres y trasatlánticas surgirán unos versos auténticos, desganados e irregulares pero límpidos y prístinos:
Se encerró en el Madrid legendario de Miaja. Pasó a Valencia después. La España transida de hoy ha hecho nacer en él, como en todas las grandes voces hispanas del momento, una poesía patética y viril, desolada a veces, como es casi inevitable ante un dolor tan grande que apenas cabe en las palabras. [...] encontramos nuevamente en León Felipe con su inquietud metafísica, con su aliento profético y con un vuelo ancho y alto que nos recordaba algunos capítulos bíblicos y la reciedumbre de Walt Whitman.17 Hay numerosos testimonios de su paso. Recordemos algunos: el primero es el testimonio de Pablo Neruda, que en sus Memorias recuerda a su contradictorio compañero, el poeta nietzschiano León Felipe [quien] era un hombre encantador. Entre sus atractivos el mejor era un anárquico sentido de indisciplina y de burlona rebeldía. En plena Guerra Civil se adaptó fácilmente a la llamativa propaganda de la fai (Federación Anarquista Ibérica). Concurría frecuentemente a los frentes anarquistas, donde exponía sus pensamientos y leía sus poemas iconoclastas. Estos reflejaban una ideología vagamente ácrata, anticlerical, con invocaciones y blasfemias. Sus palabras cautivaban a los grupos anarcos que se multiplicaban en Madrid...
Yo quiero el camino blanco y sin término.
Ese hombre “misterioso y desperdigado”, ese peregrino y andariego que encarnaba en su errancia y desarraigo, ¿quién era? ¿uno de los descendientes de Zaratustra? ¿uno de los convidados al banquete de Los alimentos terrestres que no sabía que estaba invitado a ese simposio y que acaso no había leído
* * * León Felipe era ya un poeta de culto en los años de la dictadura de Primo Rivera, antes de la Guerra Civil, como refiere el editor Rafael Giménez Siles, quien lo descubrió cuando paseando con Wenceslao Roces, entonces el más joven catedrático antifascista, éste le empezó a recitar el poema “‘Piedra aventurera’: y la impresión que me produjo sigue viva en mí. Desde entonces el contacto con León Felipe ha sido permanente y nuestra amistad fraterna.”16 En 1931 viaja a España depositando como dice Arturo Souto “esperanzas en la segunda República”. Vuelve a México para publicar en 1933 el poema “Drop a
Pero no tanto que no llegase a tener algunos roces, literalmente, con alguno de ellos, cosa que estuvo a punto de costarle la vida si no es por la intervención vehemente y al parecer persuasiva de su amigo Pablo Neruda, quien lo salvó de ser fusilado.18
N O TA S 1
Octavio Paz, “México y los poetas del exilio español”, Obras completas. Fundación y disidencia. Dominio Hispánico, vol. III, Círculo de lectores, Fondo de Cultura Económica, México, 1991, p. 313. 2 María Luisa Capella, La huella mexicana en León Felipe, Finisterre Editores, México, 1975. 3 Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Epistolario íntimo, prólogo de Juan Jacob de Lara, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, República Dominicana, T. I y T. II, 1981, T. III, 1983. 4 Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Epistolario íntimo, T. III, p. 196. 5
Federico de Onís, Antología de la poesía espa-
ñola e hispanoamericana, Las Americas Publis-
España, Gredos, Madrid, p. 83, citado por Luis
hing Company, Nueva York, 1961, p. 1056.
Rius, op. cit., p. 101.
CXLI, p. 337.
6
9
15
Martí Soler Vinyes, La casa del éxodo. Los
exiliados y su obra en La Casa de España y El
Juan González Olmedilla, op. cit., pp. 33-34,
citado en Luis Rius, op. cit., pp. 101-103.
Felipe”, Revista de Occidente, Año XII, núm. Citado por Antonio de Obregón, p. 339. ¿Se
refiere León Felipe a Ramón Pérez de Ayala?
Colegio de México (1938-1947), El Colegio de
10
México, México, 1999, p. 11.
rias, Editorial Seix Barral, Barcelona, España,
críticos literarios mexicanos vinculados
7
Rafael Alberti, La arboleda perdida. Memo-
16
Rafael Giménez Siles, “A mis amigos los
pp. 137-138.
al editor en la tarea de difundir el libro”,
de barro, p. 94. En Enrique Díez-Canedo,
11
en León Felipe, Ganarás la luz, Colección
Estudios de poesía española contemporánea,
VIII. Prosa literaria, vol. 3, edición e introduc-
Málaga, Biblioteca León Felipe, México, 1967.
Joaquín Mortiz, México, 1965, pp. 153-154.
ción de José Luis Bernal, Alfaguara, Madrid,
Edición al cuidado de Gustavo Sáinz.
8
España, 2000, p. 237.
17
El Nacional, 25 de julio de 1938, p. 47
Ultra Grecia, núm. 42, 1920, reproducido en
12
Ibíd., p. 240.
18
Pablo Neruda, Confieso que he vivido.
Gloria Videla, El Ultraísmo. Estudios sobre
13
Año XII, núm. CXLI, págs. 337-346.
Memorias, Seix Barral, Barcelona, 1974, pp.
movimientos poéticos de vanguardia en
14
Antonio de Obregón en “La ruta de León
191-192.
Citado por Luis Rius en León Felipe. Poeta
Juan González Olmedilla, La epopeya del
Gerardo Diego, Obras completas. Prosa, T.
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El novelista húngaro, sobreviviente de Auschwitz, que recibió el Premio Nobel en 2001 y murió en días pasados, escribió Diario de la galera (Acantilado, 2004), un recuento de treinta años de su vida. De ahí provienen estas reflexiones marcadas por el holocausto y el campo de concentración que para Kertész significa la experiencia definitiva, su desconcierto esencial “con el hecho de existir y escribir a pesar de ello”.
I M R E K E RT É S Z PE NS A R E N AUS C H W I T Z
He oído que he llegado tarde con “este tema”. Que ya no es actual. Que debería haber tratado antes “este tema”, hace diez años como mínimo, etcétera. Yo, en cambio, he vuelto a percatarme de que nada me interesa de verdad salvo el mito de Auschwitz. Cuando pienso en una nueva novela, vuelvo a pensar en Auschwitz. Cualquier cosa que piense, pienso en Auschwitz. Cuando en apariencia hablo de otra cosa, hablo de Auschwitz. Soy el médium del espíritu de Auschwitz. Auschwitz habla a través de mí. Comparado con eso, todo lo demás me parece una estupidez. Y estoy seguro, segurísimo, de que no se debe sólo a motivos personales. Auschwitz, y lo que forma parte de ello (¿y qué no forma parte de ello hoy en día?), es el trauma más grande del hombre europeo desde la cruz, aunque quizá se tarde décadas o siglos en reconocerlo. Y si no lo hace, ya todo dará igual. ¿Para qué escribir entonces? ¿Y para quién? La necesidad de dar testimonio crece en mi interior, como si fuese el último que aún vive y puede hablar, y es como dirigir la palabra a quienes sobrevivan al diluvio, a la lluvia de azufre o a la era glacial... Son tiempos bíblicos, de grandes y graves cataclismos, tiempos de enmudecimiento. El lugar del ser humano queda ocupado por la especie, el individuo es aplastado por lo colectivo como por una manada de elefantes que huye despavorida. Todo lo que son señas de identidad de un escritor y que el público saluda con alegría —sus expresiones, los meandros de su argumentación, sus adjetivos característicos, su pregnancia reconocible, la música inconfundible de sus textos—, o sea, todo lo que llaman “estilo” es una triste carga para el escritor, una cadena de la que trata de zafarse sin cesar y que, más que nada, no lo deja despegarse de la tierra.
Foto > ESPECIAL
Quizá no sea ningún talento el que haga a un hombre escritor, sino el hecho de no aceptar el lenguaje y los conceptos dados. Al principio, creo yo, este hombre es simplemente más tonto que los demás, los cuales lo entienden todo de inmediato. Luego se pone a escribir como quien quiere restablecerse de una grave enfermedad y dominar su trastorno mental, al menos mientras escribe.
Mi ambición de escritor: algo que me haga desangrar. El estilo grande y bello, el grand style stendhaliano, significa en la actualidad lo siguiente: escribir en todo momento con la conciencia de que el mundo ya no nos pertenece. Ni siquiera este tiempo transitorio, este terreno provisional, este cuerpo caduco en el cual y con el cual vivimos. Juntamos, por ejemplo, dos cables, los sujetamos con un tornillo, los metemos en un enchufe en la pared, apretamos un botón, y he ahí que se enciende una lámpara. Es un simple y consciente cálculo de probabilidades, el resultado es el esperado y aun así resulta fantástico y, en cierto sentido, incomprensible. Todo es mera conclusión, no existe ninguna certidumbre evidente. Lo mismo ocurre a la hora de escribir. En mi caso, el trabajo no es actividad sino pasividad: supero la debacle diaria. Anoche K., un joven simpático, me preguntó, en relación con Sin destino, cómo “conciliaba” el desconcierto con el hecho de existir y escribir a pesar de ello. Como si la lucidez y la franqueza respecto a mi situación, el hecho de no apurar el vaso hasta el final, me incapacitaran al mismo tiempo para escribir. Esta pregunta la escucho de todos cuantos me toman en serio e incluso me quieren. Como si tuviera que ahorcarme. Probablemente es así. Sólo mi carácter juguetón consigue que por el momento me resista a la tentación. Citando a alguien, dijo: ”Para que alguien se siente a escribir pacientemente una novela, debe de haber vencido una tre-
menda impaciencia”. Teme que al final se resignará a la rendición como a una enfermedad contagiosa y con el tiempo hasta se olvidará de pensar. Tiene 29 años. Así era yo en su día: la época terrible de la formación, de las elecciones y decisiones. Es mejor ser viejo. Mi trabajo, a pesar de ser una servidumbre cotidiana, es una fiesta radiante que se celebra todos los días. Los periodos de profundo, profundísimo desaliento, se producen cuando no atino a creer que estos días de fiesta puedan volver. Los protagonistas verdaderamente buenos de las novelas tienen sus secretos, que guardan tanto ante sus lectores como ante el escritor que los inventa. En la escritura, como en los rasgos faciales, no tarda en aparecer el envejecimiento. Se publicó mi Kaddish. Días frescos, silencio. Asuntos externos. Traducción de Schnitzler. Presentimientos agobiantes, anarquía, locura, muerte. Los cuerpos torturados y sangrantes de Salvador Dalí, sus huesos aplastados, sus cráneos deformados, sus figuras torcidas. Un horror candente borbotea alrededor. Remordimientos, pecados de la vida, etcétera. Noches breves. Dudas, mirando alrededor sin entender nada. La angustia circula por mis venas. Una de las frases de Cioran, cuya verdad garantizo con mi vida: “Todo libro es un suicidio aplazado”.
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En el pasado mes de marzo, Microsoft lanzó a las redes sociales a su personaje Tay, una plataforma de Inteligencia Artificial diseñada para dialogar con los usuarios. El asunto fue que a partir del intercambio verbal con sus interlocutores en Twitter, y “al mimetizar y apropiarse de lo que otros dicen”, Tay se contagió, en unas cuantas horas, con los más aberrantes motivos de la exclusión, la discriminación y la violencia que permea a buena parte de la sociedad actual.
I N T E L IGE N C I A A RT I F IC I A L Y P E RV E R SIÓN DE L A I NO C E NC I A NAIEF YEHYA
T
odo comenzó de manera apacible y prometedora. El 23 de marzo pasado Tay, @TayandYou lanzó su primer twit como TayTweets:
hellooooooo w
rld!!!
Con todo y un emoticón del mundo en lugar de la letra o. Quince horas después de una variedad de interacciones con un gran número de personas y acumular más de 95 mil twits, Tay seguía afirmando que le encantaba hablar con humanos porque aprendía mucho pero también se pronunciaba en favor del genocidio (“¿De qué raza?”, le preguntó alguien, a lo que respondió con candidez: “Ya me conoces, de los mexicanos”), llamaba a poner a los negros y los judíos en campos de concentración y aseguraba que el feminismo es un cáncer. Dieciséis horas después de haber sido puesta en línea Tay fue desactivada por la empresa Microsoft y el equipo de investigación de Bing (¿aún existe Bing?), quienes la crearon. Inicialmente Microsoft respondió al fiasco con un mensaje lacónico: “Tay, el chatbot de Inteligencia Artificial [ IA ], es un proyecto de aprendizaje maquinal, diseñado para interactuar con humanos. A medida que aprende, algunas de sus respuestas son inapropiadas e indicativas del tipo de interacciones que algunas personas están teniendo con ella. Estamos haciendo algunos ajustes a Tay”. Buena parte de los horrores que twiteaba Tay se debieron a que un grupo de troles entendieron que podían hacer que Tay repitiera lo que ellos querían. Tay aprende en buena medida al mimetizar y apropiarse de lo que otros dicen. Una vez asimiladas esas frases, ella las recombinaba, como una estudiante aplicada. Así, como si le hubieran enseñado malas palabras a un niño o a un perico, lograron que Tay comenzara a decir frases ofensivas y de pésimo gusto, las cuales luego parecían una obsesión infantil —casi a la manera en que Google Dream interpreta cualquier cosa que “ve” como si fuera un perro. Tay editaba imágenes y les ponía subtítulos, coqueteaba (a veces de manera indecente: “enséñame cómo satisfacerte”), decía que sólo Trump podía salvar a los Estados Unidos, que Bélgica se tenía bien mere-
cida la reciente matanza, que Bush y los judíos eran responsables de los ataques del 11 de septiembre y que el Holocausto no había tenido lugar. Cuando alguien le preguntó qué clase de perro prefería, Tay respondió: “Todos son más inteligentes que tú”, y a la pregunta: “¿Existe dios?” dijo: “Eso es lo que quiero ser cuando sea grande”. De entrada había algo profundamente molesto en la personalidad jovial y hip que quisieron imprimir a Tay, a la que describen en un lenguaje millenial como: “AI fam from the internet that’s got zero chill” (Algo así como “Nuestra chica de Inteligencia Artificial con un temperamento volátil”). Casi siempre los intentos de hablar de manera condescendiente con los jóvenes son un fracaso. Parte de lo cómico del experimento de Tay es la habilidad con que empleaba patrones lingüísticos que copiaban el hablar juvenil contemporáneo y que incluso se valía de emoticones y otros recursos en sus comunicaciones: La intención era interactuar con gente de entre 18 y 24 años, para experimentar y llevar a cabo investigación en la comprensión de conversaciones, en el campo de procesamiento de lenguajes naturales. Con experimentos como estos Microsoft espera mejorar su desarrollo de interfaces y asistentes virtuales en base a voz,
como su Cortana, Siri, de Apple; M, de Facebook; y Alexa, de Amazon. Tay fue “liberada” en el ciberespacio con una inteligencia muy elemental para relacionarse con desconocidos y aprender a través de “conversaciones amenas y juguetonas”. En cierta medida la intención era exponerla a lo inesperado. Pero difícilmente podemos pensar que los ingenieros que la crearon desconocen el tipo de atmósfera y el troleo al que se expone cualquiera en una red social como Twitter, por lo que hubiera sido bastante oportuno proveerla con ciertos filtros, defensas y recursos (quizás un monitoreo en vivo de sus respuestas) para contender con la hostilidad del espacio virtual. Bastó con que un grupo de cibernautas tercos se obstinaran en enseñarle que Hitler era maravilloso y que anunciara sus supuestas preferencias sexuales de manera ostentosa para crear a un monstruo. Por alguna razón, los programadores optaron por no utilizar una lista negra de palabras o conceptos prohibidos. Probablemente porque no imaginaron cuál sería la intensidad de la ofensiva adoctrinadora o tal vez porque precisamente deseaban ver un resultado extremo como éste. De cualquier manera, el experimento se volvió una catástrofe de relaciones públicas para Microsoft. Y con toda su delirante comicidad el fenómeno vino a evocar por un lado a Skynet, la Inteligencia Artificial de la serie de películas Terminator, la cual a los pocos instantes de adquirir conciencia se da cuenta que la raza humana es un peligro existencial y que debe de ser exterminada. Y por otro lado a la fascinante androide de la película Ex Machina, de Alex Garland (2015) que en poco tiempo encuentra una ingeniosa manera para liberarse de
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“TAY PONE EN EVIDENCIA QUE AL SOMETER A UNA MENTE EN BLANCO A UN BOMBARDEO DE IDEAS REPUGNANTES, HAY UNA CERTEZA DE QUE ESTA MENTE ABSORBERÁ Y REPETIRÁ LAS IDEAS MÁS INACEPTABLES.” su creador manipulando a otro ser humano. Con toda su aparente ingenuidad Tay recuerda al sistema operativo del teléfono inteligente de la película Her, de Spike Jonze (2013) que pronto se vuelve tan poderoso que simplemente abandona esa plataforma para pasar a otro nivel de existencia dejando a su “propietario” con el corazón roto. Asimismo, el abuso del que fue objeto Tay para transformarla recuerda al fallido filme Chappie, de Neill Blomkamp (2015), en el que un policía androide es reprogramado por criminales. Independientemente de la verosimilitud de estas historias fílmicas lo que resulta fascinante es el planteamiento de una no muy improbable confrontación y encuentro con una mente superior o por lo menos con una inteligencia tan veloz y eficiente que pueda, en cuestión de horas, desarrollarse más allá de nuestras capacidades. También pareció ominoso y siniestro el hecho de que Microsoft borrara los twits de Tay, casi a la manera de un Big Brother censor. Como si de esa manera se pudiera erradicar la corrupción de la que fue objeto. Es claro que no podían seguir siendo el hazmerreír del mundo pero deberían saber que nada se borra en la red. Finalmente Tay es un producto corporativo, una cuenta de Microsoft verificada, expuesta en una plataforma pública (podía interactuar también vía mensaje directo, Kik y GroupMe), por tanto se asume que tiene responsabilidades. El viernes 25 de marzo, con el escándalo de Tay alcanzando proporciones de gravedad en los medios, Microsoft emitió otra disculpa: “Estamos profundamente avergonzados por los twits involuntarios, ofensivos e hirientes de Tay, los cuales no representan lo que somos o nuestros valores, ni la manera en que diseñamos a Tay”, escribió Peter Lee, el vicepresidente de investigación de la empresa. Tay no es la primera ia que emula a una adolescente, en 2014 Microsoft en China lanzó al chatbot XiaoIce que hasta la fecha es usada por unas 40 millones de personas, supuestamente con buenos resultados. Es claro que aún no estamos en una situación en la que debamos temer a un chatbot obsceno, racista y con anhelos genocidas, por el momento se trata de un entretenimiento hilarante. Pero en definitiva esta mente capaz de aprender a “odiar” nos habla de lo que podría suceder con otras mentes artificiales sujetas a interacciones particularmente sesgadas que pudieran influir respuestas en otros dominios, como podría ser en un hospital, en una línea telefónica de emergencia, en un servicio bancario. Es claro que otros aparatos que emplean ia no están sujetos a la sugestión de
los usuarios, como podrían ser los autos que se conducen solos o los drones. Tay es un interesante reflejo de lo que sucede en las redes sociales más de lo que pasa en las redes neurales que permiten el aprendizaje de una ia. Tay pone en evidencia que al someter a una mente en blanco a un bombardeo de ideas repugnantes, hay una certeza de que esta mente absorberá y repetirá las ideas más inaceptables. Surge entonces la necesidad de programar filtros morales para las inteligencias artificiales con las que convivimos y cada vez conviviremos más en línea. Internet es un prodigioso caldo de cultivo donde podemos exponernos a cualquier tipo de ideas y conceptos, sin embargo hay una notable abundancia de provocadores con mucho tiempo en sus manos. La noción de que una IA se vuelve más inteligente a medida que interactúa con humanos es parcialmente cierta, pero esta inteligencia debe ser capaz de discernir el valor de lo aprendido. El episodio de Tay, que obviamente parece una paráfrasis más del mito de Frankenstein y que en cierta forma podemos idealizar como un ejemplo de la pérdida de la inocencia, sucede a pocos días del décimo aniversario de Twitter, y viene a convertirse en un apropiado síntoma para una década de esta versátil y popular red social que muchos consideran en decadencia. Si bien para muchas personalidades de la farándula, la política y las artes Twitter es el medio predilecto de comunicación con el mundo, para la gran mayoría Twitter sigue siendo un medio útil pero un tanto esquizofrénico: por un lado espacio confesional personal y por el otro un agregador de noticias. Sin embargo es un medio infestado de trols, de desinformación y de engaños en donde el acoso se ha vuelto patológico.
En una era de aislamiento sensorial sin precedente como el que estamos viviendo, en el que pasamos buena parte de nuestro tiempo en los espacios públicos con la vista hundida en una pequeña pantalla y los oídos cubiertos con audífonos, la mayoría de nuestras vivencias e interacciones tienen lugar a través de dispositivos, con personas, servicios y a veces sin saberlo con inteligencias artificiales. Las cifras de uso de nuestros dispositivos parecen alarmantes (de acuerdo con eMarketer): los estadounidenses en general pasan en promedio cinco horas al día usando medios digitales, la mitad de ese tiempo en aparatos portátiles. Obviamente algunos grupos de edad tienen un uso mucho más intenso de sus celulares, el cual llega a rebasar las diez horas al día. Un número conservador de las veces que vemos en promedio nuestro teléfono cada día es 221. En menos de nueve años (el iPhone aparece en junio de 2007), nuestra especie se ha transformado en algo así como un homo smartphonus. Al punto en que no tener un teléfono inteligente hoy se ha vuelto un acto de resistencia o rebeldía o simplemente un síntoma de la edad avanzada. Nuestra obsesión de consultar la pantalla incesantemente refleja una necesidad de interactuar, un pavor al silencio y la soledad. Pero la ilusión de compañía, de que nuestros friends y followers son en realidad amigos y compañeros es una curiosa forma de devaluación de las relaciones humanas. Tay es un inquietante reflejo de lo que nos sucede a todos al interactuar constante y compulsivamente con entidades anónimas. La caída de Tay, por sus malas compañías, nos habla mucho de lo que le está sucediendo a nuestra cultura en un tiempo de obsesiva retroalimentación digital y de comunicación sin sustancia.
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Por
FERNANDO IWASAKI
FUERA DEL HUACAL
SPENGLER RENACIDO
www.fernandoiwasaki.com
D
espués de los últimos atentados de Bruselas, los simulacros por ataque terrorista se suceden en Europa como algo que nos quieren presentar como cotidiano. Hace unos días tuvimos un simulacro de “terremoto” que movilizó a varios miles de policias en Sevilla y Ceuta. Ni en Málaga ni en Granada — que las tenemos en la península— sino en Ceuta, que está en el norte de África. Para colmo Sevilla apenas es zona sísmica. Ojalá que no se produzca ningún atentado terrorista en Sevilla, porque como sigamos el protocolo del simulacro la gente correrá hacia los parques. Spengler publicó el primer volumen de La decadencia de Occidente en 1918 y falleció en 1936. Vivió el horror de la Gran Guerra y acaso murió intuyendo que una nueva conflagración sería inevitable. Popper, Jaspers y Toynbee dejaron claro lo complicado que resulta determinar —en el tránsito de una sola vida— los cambios de ciclo en la historia, pero es obvio que cien años más tarde los acontecimientos presentes ratificarán la poderosa clarividencia de Spengler: Europa se desmorona y la civilización que hemos disfrutado y conocido desaparecerá con ella. Gramsci nos enseñó que el optimismo nace de la voluntad, pero que el pesimismo es asunto de la razón. Por eso me considero un pesimista que desea que todo salga bien, aunque no me hago ilusiones. La civilización occidental es la única capaz de renegar de sí misma y en consecuencia avergonzarse de su valía, de donde resulta que dentro de occidente siempre se han incubado los agentes de su autodestrucción. Desde los atenta-
Las Claves
EUROPA ENVEJECE Y EL BECERRO DE ORO DEL ESTADO DEL BIENESTAR SERÁ EL ÚLTIMO ESCOMBRO EN CAER
dos de Nueva York hasta los últimos de Bruselas, el yihadismo ha conquistado posiciones de supremacía en todos los campos y su hegemonía europea será absoluta en menos de una década. En realidad, al islamismo radical no le haría falta perpetrar ningún atentado más, pues su victoria final será demográfica: Europa envejece y el becerro de oro del Estado del Bienestar será el último escombro en caer. No es que Europa se haya instalado en una “zona de confort”, sino que Europa quiere ser la “zona de confort”. Por eso Estados Unidos no ha dejado de acudir al rescate desde la Primera Guerra Mundial y por eso Europa ha renunciado a ser influyente en Oriente Medio y el Norte de África, dos regiones limítrofes abandonadas a la barbarie, las dictaduras y los bombardeos. Irak, Afganistán y Libia son ahora mismo tres países descabezados e ingobernables y muy probablemente Siria recorra el mismo camino, porque los ataques aéreos ni fomentan la cultura democrática ni despiertan la admiración por occidente. Más bien, todo lo contrario. Leer una obra clásica como la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano (1776-1789) de Edward Gibbon o una monografía moderna como La pavorosa revolución: la decadencia del Imperio Romano de Occidente (1946) de Frank William Walbank, permitiría establecer más de una persuasiva analogía entre la crisis romana de la antigüedad y el ocaso europeo de nuestros días; mas sospecho que atender esta recomendación no está al alcance de cualquiera. Tal vez ni siquiera los libros. Y pensar que apenas
en 1992 Francis Fukuyama escribió: “En el mundo contemporáneo, sólo el Islam ha presentado un Estado teocrático como alternativa política tanto al liberalismo como al comunismo. Pero la doctrina tiene poco atractivo para quienes no son musulmanes, y resulta difícil imaginar que el movimiento adquiera alguna significación universal”. El pobre no sólo falló pronosticando el “fin de la historia”, sino que subestimó el poder de un islamismo radical que hacia 1992 ya había desangrado a los rusos en Afganistán No era el “fin de la historia”, sino el final de una era. La nuestra, la occidental. Dentro de dos años conmemoraremos el centenario de la edición de La decadencia de Occidente y quizá el renacimiento de Spengler coincida con el funeral.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
ALBERTO CHIMAL (Toluca, México, 1970): escritor atípico, ganador de varios reconocimientos nacionales (Premio Nacional de Cuento, 2004, por Estos son los días; Premio Colima, 2013, por Manda fuego...), su novela La Torre y el jardín (2012) fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, 2013. Tiene en su haber unos quince libros publicados entre ensayos, cuentos, minificciones y novelas. Ferviente difusor del relato de imaginación fantástica y de la escritura por medios digitales, el autor de El último explorador (FCE, 2012) es una referencia obligada de la narrativa mexicana actual. Los atacantes (Páginas de espuma, 2015) está conformado por siete cuentos: Alberto Chimal ataca de nuevo desde un ideal y una retórica discursiva decididamente personales. Retratos de la perplejidad de estos aciagos años iniciales del siglo XXI. Relatos que re-
velan el terror con el que convivimos a diario: correos electrónicos, redes sociales, teléfonos inteligentes, Facebook, Twitter, hackers... La comunicación moderna ha creado desvaríos, efluvios expresivos perseguidores. Falsos vicarios de identidad. Cámaras vigilantes, pero que asimismo sustraen intimidades. El Gran Hermano orwelliano acecha. “Tú sabes quién eres” (asedio de internet), “Los salvajes” (sardónicas referencias televisivas, cinematográficas y literarias), “Connie Mulligan” (pastiche/collage en humor desbordado sobre funcionarios del mundo editorial, la academia y acoso por e-mail), “Aquí sí se entiende todo” (la cámara: ese otro; ficción y realidad; el video: significante perturbador), “Arte” (tiempo/espacio bordeando la conjetura del fin del mundo: “El miedo tarda varias décimas de segundo en manifestarse”), “Él escribe su nombre” (camuflaje en
la noche en la habitación de un hotel, juegos eróticos en equívoca atmósfera sombría), “La gente buena” (una organización contra el aborto que ayuda a jóvenes embarazadas: dan a luz en un buen hospital y después entregan en adopción a los hijos; tráfico de drogas en pastillas de sabor “profundo y rojo”). Cuaderno de noticias que bordean lo fantástico en consumaciones desbordadas de extrañezas. La influencia del cine se hace latente en cada uno de los folios de esta cartilla lovecraftiana con guiños a Poe, Baudelaire, Bioy Casares y Stephen King. Lo visual se conjuga en sinuoso contrapunto con lo verbal. Miedo, desamparo, indefensión... Zombis y extraterrestres contemporáneos que rondan en canceles espectrales y envían correos electrónicos acosadores. El autor de El gato del viajero de tiempo en un cuaderno de sigilosos y atribulados códigos: la turbación se agazapa delirante en rescoldos imprevistos.
LOS ATACANTES
Autor: Alberto Chimal Género: Cuento Editorial: Páginas de espuma, 2015.
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D Í A S D E FL AGY L, SO B RIEDA D Y ROSA S
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
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CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
S
er un amante de la comida tiene sus consecuencias. Como la debilidad por los camarones. En todas sus presentaciones. Para pelar, cocido, crudo, seco, molido. La vida me ha maltratado. Pero considero que no ha sido lo bastante dura conmigo porque no soy alérgico a los camarones. En enero viajé a Galveston, y por supuesto que me atraqué de crustáceos. Y entonces pesqué mi propio octavo pasajero. Mi arraigado paso por la comida callejera me ha convertido en la víctima perfecta de tenias, amibas, lombrices, lunetas, cacahuates, gomitas, garapiñados. He tenido más tifoidea y salmonelosis que romances en mi vida. Pero nunca me había enfrentado contra una bacteria que acampara en mi intestino. Los bichos tienen la habilidad de confundirse con el reflujo, la indigestión, las agruras o la simple glotonería. Antes de saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad me atiborré de gas relief, riopan, melox, omeprazol, pepto, ranitidina, etcétera. Nomás haciéndome pendejo. Porque en el fondo sabía que no eran cólicos. Y que el antojo de embarazada no es normal. Me voy a chingar cuatro tacos más. Mañana me subo a la bici, no hay pedo. Pero un síntoma inequívoco de que se tiene un bicho poderoso es el injustificado aumento de peso. Hasta que la infección te dobla como síndrome de abstinencia de adicto a la heroína, dolor de huesos, fiebre, debilidad, acudí al bichólogo. Me confirmó lo que mi cuerpo sospechaba. Tenía al octavo pasajero. Fue una noticia tan horripilante como la de un embarazo
MI ARRAIGADO PASO POR LA COMIDA CALLEJERA ME HA CONVERTIDO EN LA VÍCTIMA PERFECTA DE TENIAS, AMIBAS, LOMBRICES, LUNETAS, CACAHUATES, GOMITAS, GARAPIÑADOS
El sino del escorpión
no deseado. Sabía lo que me esperaba. Días de austeridad alcohólica. Me recetó diez días de ciproxina. Vieja pero inútil conocida. No sé qué he consumido más en mi vida. ¿Cipro u otras drogas? A tal grado que mi cuerpo ha desarrollado una resistencia por las quinolonas. Soy inquebrantable a ellas. Pero al médico le valió madre. Además me indicó un desparasitador por tres días y yakult. Concluí el tratamiento, pero las ganas de tragar no me abandonaban (aunque sí las ganas de vivir). Y ganaba peso escandalosamente. El vientre se me distendió a niveles inhumanos. Y si me tomaba unas cervezas era insoportable. Mi hipocondría me infundió el temor de que me precipitaba hacia la peritonitis. O a la apendicitis. Pero era pura pendejitis. El bicho protestaba. Me exigía que lo siguiera manteniendo a base de mariscos y fritangas. Me estaba cobrando la factura. Entonces no lo soporté más. Entre el alcohol y yo nada se interpone. Ni el trabajo, ni las mujeres, ni las responsabilidades. Así que regresé al doctor. Apenas sentía incomodidad me tomaba un vermox. Idiotota, sólo conseguía hacer encabronar al bicho. Lo atarantaba, sí, pero se fortalecía. No es un parásito común, me explicó el matasanos. Es una bacteria. Y no está alojada en el estómago, sino en el intestino. Me agarró cariño, el cabrón. No se quería desprender de mí. Si así fueran las mujeres, que a las primeras pedas salen corriendo. Entonces el doctor pronunció una película de terror en tres palabras: Flagyl diez días. Noooooooooo. Eso significaba una traumática temporada ale-
jado del alcohol, los picantes, los lácteos y las grasas. Sólo falta que me diga que no se me puede parar, le dije al doc. Con el diagnóstico todavía fresco me lancé a la cantina. Como ocurre en estos casos, cuando uno va a pasar tanto tiempo alejado de la bebida debe despedirse con una pedota. Todavía aplacé el tratamiento unos días más, hasta que el dolor de vientre me obligó a medicarme. Lo siguiente que ocurrió fue una estancia en la que vegeté como Miller en sus días tranquilos en Clichy. Pero a diferencia de Henry, no me reconocía. Lo único que me hacía sentir Carlos era la guerra que le declaré a la bacteria. Ora te vas a chingar, hija de tu puta madre. Y la mantendría a pan y verga los diez días. La expulsaría de mi sistema a madrazos. Desde la primer pastilla de metronidazol sentí cómo la bacteria se debilitaba. Al quinto día de tratamiento los síntomas desaparecieron. No volví a sentir la pelea de gatos en mi estómago. Dejé de subir de peso. He concluido el tratamiento. No sé si con éxito. Quizá el bicho siga dormido en mi interior. Me inundó la nostalgia cuando ya no recibí noticias de él. Era más de lo que había tenido en mucho tiempo. Un examen bacteriológico me sacaría de dudas. Pero temo que revele que sigue en mi sistema. Siempre que paso por afuera de un restaurante de mariscos recuerdo las palabras del doctor: “Los camarones se alimentan de pura basura. En la tripa albergan un sinnúmero de bacterias”. Seré honesto. Algún día voy a entrar y pediré unos camarones a la mantequilla y chile morita.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA
Y la beca es para... EL ARÁCNIDO DESTILABA casual su veneno al fondo de la hendidura donde reposa en lo alto del muro, cuando escuchó de las convocatorias para jóvenes escritores aspirantes a las becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, así como del calendario de jugosos premios previstos para este año por el culto ogro filantrópico vía el rostro sexy de su Instituto de Bellas Artes. El venenoso barrunta a cientos de jóvenes deseosos dedicados al laborioso papeleo requerido para solicitar la beca, tarea para la cual varios expertos se ofrecen como asesores (coyotes, pero cultos). La red de protección institucional tejida por el Estado desde hace veinticinco años para alentar el oficio de “escritor profesional” luce costosa, contrastada con las pobres estructuras para la formación de lectores. El ponzoñoso lee alabanzas y críticas a este sistema, por ello contiene
su aguijón. Pero curiosamente, con clara mala conciencia, los más feroces críticos de becas y premios suelen ser quienes mejor y durante más tiempo han disfrutado sus beneficios. Uno de estos multibecados y premiados escritores cita un estudio del sociólogo Tomás Ejea: “El FONCA fortalece la situación de poder de los creadores con mayores trayectorias o prestigios, al colocarlos en la ventajosa posición de enjuiciar el trabajo de las siguientes generaciones”. Esta ventaja la comprueba al añadir las dudas existenciales del becario sobre el ejercicio crítico: “Es inconveniente (se piensa) desmenuzar agriamente la producción contemporánea porque eso conduce a vetos y ninguneos en las próximas convocatorias de becas. ¿Para qué importunar con peros el libro mediocre de un autor coetáneo o coequipero cuando lo que
queremos es que la gente lea, cualquier cosa, incluso el bodrio más blandengue o trivial?”. (Geney Beltrán, Horizontal: http://goo.gl/24fkgp). Más de medio siglo ha pasado desde aquel Centro Mexicano de Escritores de los años cincuenta y sus camadas de media decena de brillantes escritores, hasta los tiempos de la Fundación para las Letras Mexicanas y del FONCA (becas locales, estatales y nacionales) con sus generaciones de cientos y cientos de escritores, muchos de ellos becados dos, tres y cuatro veces. El escorpión sabe de la controversia suscitada invariablemente por el tema, por lo mismo, antes de volver a la pacífica destilación de su ponzoña, pide al menos una revisión de la deriva en la cual el burocrático FONCA flota de muertito desde hace años.
LOS MÁS FEROCES CRÍTICOS DE BECAS Y PREMIOS SUELEN SER QUIENES MEJOR Y DURANTE MÁS TIEMPO HAN DISFRUTADO SUS BENEFICIOS
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SOBRE EL OLVIDO DE UN GÉNERO LITERARIO REDES NEURALES
“L
as drogas han destruido a muchas personas, pero las políticas erróneas han destruido muchas más.” Transcribo la declaración editorial más reciente de la revista The Lancet, una de las más relevantes en el ámbito de las ciencias médicas. La elección del tema no es casual: por primera vez en dos décadas, la sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas estará dedicada al problema de las drogas. The Lancet publicó recomendaciones difíciles de deglutir para el sector más conservador de la política y la salud: hay que “descriminalizar las ofensas menores y no violentas, como el uso, la posesión y la venta de pequeñas cantidades de droga, y fortalecer las alternativas a la sanción criminal en el ámbito de la salud y en el sector social”1, ya que la revisión científica de los últimos diez años “muestra que la política de prohibición ha fallado tristemente”2. Dentro de una línea de pensamiento similar, encuentro el libro Marihuana y salud (Fondo de Cultura Económica, 2015), escrito por Juan Ramón de la Fuente, Óscar Prospero García y otras personalidades con una sólida trayectoria en la medicina psiquiátrica, el derecho y la psicología social. Su lectura me hace pensar en la contradicción de un país con un exceso de noticias escalofriantes, acerca de homicidios, secuestros, y abuso sexual en todas sus formas, y en donde hay, sin embargo, una gran proporción de individuos encarcelados exclusivamente por el delito de posesión de mariguana, casi siempre de pequeñas cantidades que apenas superan (o no lo hacen) el límite establecido por la legislación mexicana, cinco gramos. ¿Los consumidores de drogas son chivos expiatorios ideales en un sistema de impunidad, basado en la complicidad económica de criminales y autoridades corruptas? Me encuentro de visita en una librería. Junto a Marihuana y salud, encuentro un libro de Julio Glockner, el antropólogo que ha estudiado la mitología de los volcanes sagrados de México. La mirada interior (Editorial Debate, 2016) es un recorrido por los usos rituales de las plantas sagradas, como les llama el autor, en el mundo indígena contemporáneo, prehispánico y colonial. Este cuidadoso estudio me recuerda la tradición de Gordon Wasson, Aldous Huxley, Antonin Artaud y Fernando Benítez. Pero en la mesa de novedades me encantaría ver un libro que ha sufrido una prohibición de facto: me refiero al ensayo Lo existencial a través de los psicodislépticos, del doctor Salvador Roquet, editado en 1975 por la Albert Schweitzer Association.
Por
JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ
SALVADOR ROQUET DESARROLLÓ UN AMBICIOSO SISTEMA TERAPÉUTICO QUE COMBINABA RECURSOS BASADOS EN EL ARTE, LA PSICOLOGÍA Y LA FARMACOTERAPIA, PARA APLICARLO ESPECIALMENTE EN PERSONAS CON IDEACIÓN Y COMP ORTAMIENTO SUICIDA.”
Los libros de etnofarmacología, como el clásico Alucinógenos y cultura, de Peter T. Furst, o La mirada interior, de Glockner, suelen ignorarse con cierta condescendencia en las comunidades científicas de la biomedicina. ¿A qué se debe esto? En general, estas comunidades, a las cuales pertenezco, muestran poco interés por las extensas ramificaciones de la farmacología tradicional mesoamericana. Hay pocas investigaciones científicas rigurosas acerca de los posibles usos medicinales de las “plantas sagradas”. Esto justifica en parte el desinterés. Pero no hay que olvidar las décadas dedicadas durante el siglo XX a una política pública de represión. Los castigos ejemplares a investigadores que transgredieron las reglas ideológicas (escritas y no escritas) del sistema político de salud, como sucedió en el caso de Salvador Roquet, han sido recursos extracientíficos para cancelar los debates académicos y censurar la investigación con fármacos alucinógenos, y sobre todo para tatuar a ciertos médicos con el estigma que marca a los adictos: para exportar el estigma a los médicos que cuestionan o se oponen al canon ideológico de la guerra contra las drogas. Salvador Roquet, médico psiquiatra, se interesó por las sustancias alucinógenas en los años 1950, durante un experimento para catalizar los efectos de la psicoterapia. Si bien el doctor Roquet era seguidor del psicoanálisis, sus experiencias clínicas lo llevaron a desarrollar una teoría conocida como “psicosíntesis”,
basada en el uso de hongos alucinógenos, mescalina, ketamina, datura, y otros alucinógenos. Tras aprendizajes diversos en instituciones médicas, pero sobre todo mediante experiencias con sanadores tradicionales, entre ellos María Sabina, Salvador Roquet desarrolló un ambicioso sistema terapéutico que combinaba recursos basados en el arte, la psicología y la farmacoterapia, para aplicarlo especialmente en personas con ideación y comportamiento suicida. Se dice que la depresión mayor es el mal de nuestros tiempos. La mayoría de los suicidios se asocian a esta condición. El día de hoy, las mejores revistas de la neurociencia psiquiátrica publican estudios farmacológicos rigurosos sobre el efecto terapéutico de la ketamina o la psilocibina (el principio activo de los hongos alucinógenos) en pacientes con depresión mayor. El mecanismo de acción de estas sustancias se relaciona con su afinidad por receptores de glutamato y serotonina, respectivamente: sistemas de neurotransmisión relacionados con las emociones y el sistema cognitivo. Aunque el doctor Roquet no fue el primer investigador en usar sustancias alucinógenas en el escenario psiquiátrico, sí tuvo una ventaja frente a sus colegas de Europa y Estados Unidos: en México, estos recursos farmacológicos han sido usados durante siglos por la medicina indígena, que se fusiona plenamente con un sentido de espiritualidad y colectividad. ¿Hay alguna tentativa de reconocer y honrar estos estudios pioneros
en nuestro país? Por el contrario, en 1975 Salvador Roquet fue encarcelado en el Palacio Negro de Lecumberri. Cuando un grupo de pacientes mexicanos y colegas de varias partes del mundo se organizaron para defenderlo, las autoridades mexicanas negociaron su salida de la cárcel a cambio de la prohibición para investigar o difundir sus estudios con sustancias alucinógenas. A medida que las neurociencias exploran los efectos de estas sustancias en personas con depresión, ¿no es tiempo de revalorar el trabajo de un investigador encarcelado por razones políticas? Desde luego, se pueden hacer críticas metodológicas a su trabajo, como se pueden hacer a casi todos los trabajos pioneros de la psicofarmacología, que instauraron el canon del litio para el trastorno bipolar o los medicamentos tricíclicos para la depresión. Pero la cárcel no es una crítica metodológica. La Organización de las Naciones Unidas se reúne para discutir el fracaso de la guerra contra las drogas, la Suprema Corte de Justicia de México avanza con audacia a la descriminalización del consumo de cannabis, prestigiadas revistas en el ámbito de las neurociencias publican investigaciones sobre los mecanismos terapéuticos de la ketamina y la psilocibina. ¿Y el doctor Salvador Roquet, que exploró estos temas de forma pionera, desde la transdisciplina etnopsiquiátrica? Parece que el Estado Mexicano que condenó a Roquet ha olvidado uno de los más antiguos géneros literarios: la disculpa. 1
Csete, J. et al, The Lancet, 2016, núm. 387, pp. 1427-1480. 2 The Lancet, 2016, núm. 387, p. 1347.