Luis González de Alba

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FERNANDO IWASAKI

LOS EDWARDS NO SE AC ABAN NUNC A

CARLOS VELÁZQUEZ K AFK A ER A HIPSTER

NAIEF YEHYA

LOS COLONOS

El Cultural N Ú M . 6 8

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

LUIS GONZÁLEZ DE ALBA

1968

LOS AÑOS Y LOS DÍAS

CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 3 CUERPO GEOMÉTRICO

ISA GONZÁLEZ BRETÓN

POESÍA JULIO EUTIQUIO SARABIA ROGER WATERS EN MÉXICO RAFAEL VARGAS


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El domingo pasado, 2 de octubre, se cumplieron 48 años de esa fecha fatídica del movimiento estudiantil de 1968 que transformó a la sociedad mexicana. Fue también el último día en la vida de uno de sus líderes más visibles: el incisivo escritor (de la poesía a la novela y la traducción), periodista, divulgador científico, polemista implacable que transitó de la militancia a la crítica

sin concesiones de la izquierda, Luis González de Alba. Quedan las páginas de su mirada inquisitiva y vocación iconoclasta. Un ejemplo son los cuatro episodios que hoy presentamos: forman parte del análisis y testamento que González de Alba dejó sobre su experiencia del movimiento estudiantil, en su libro Tlatelolco aquella tarde, de próxima aparición bajo el sello de Cal y arena.

1968

L O S A Ñ O S Y L O S DÍ A S LUIS GONZÁLEZ DE ALBA

T

AVISO

engo prisa: el cáncer de piel que tres de mis cuatro abuelos me heredan sin duda, y de la cuarta, mi abuela paterna, no sé, me ha llamado ya un par de veces. Mi abuelo paterno y abuela materna murieron de cáncer comenzado en la piel. Mi abuelo materno murió al parecer de un corazón destrozado por su mujer, mi abuela del repentino cáncer en cuero cabelludo; pero su hermano y su hermana tuvieron cáncer de piel. Sólo me faltaría en el cuarteto mi abuela paterna. Murió de vejez avanzada y al parecer Alzheimer, como su madre. Pero su padre, un vasco buscador de minerales en el norte desértico de San Luis, desapareció en la infancia de mi abuela. Lo conoció y trató porque siempre que veía a mi hermano Arturo de niño, exclamaba lo mismo: “Ay, hijo, cómo me gusta verte porque esos ojos eran los de mi papá”. Son verde hoja, helecho, y el vasco se apellidaba helechos, Iratzeta. Bue-

naventura Iratzeta, luego castellanizado por mi abuela en Iracheta. Y era tacaño porque entre decenas de nietos y bisnietos sólo uno heredó el extraño color helecho. El primer aviso me lo dio mi amiga Selma Beraud. Hacia 1996, ya con planes de regresar a Guadalajara, caminaba unas cuadras de mi casa a mi restorán La Taberna Griega y notaba que me daba muy buen color, chapeteado como de días en Acapulco. Un día Selma exclamó: —Bueno, Lábaro... ¿Y ese colorzazo árabe que nos andas echando últimamente? Busqué un espejo y comparé con el pecho la gran diferencia: mis abuelos llaman dos veces... Fui a ver a mi médico, Samuel Ponce de León. Cáncer no era, pero había una reacción excesiva de la piel al sol pálido de la Ciudad de México. Ya en Guadalajara, una dermatóloga confirmó con biopsia: no es cáncer... todavía. Pero es aviso... Cómprese un sombrero y use manga larga.

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1968 EN RESUMEN 1. A fines de julio de 1968, alumnos de una preparatoria particular incorporada a la UNAM, la Isaac Ochoterena, y de la Vocacional 5, del Instituto Politécnico Nacional, IPN, jugaban futbol en la Plaza de la Ciudadela, centro de la Ciudad de México e histórica por los hechos de la Decena Trágica: los diez días de 1913 que siguieron al golpe militar contra el presidente Madero,

recién elegido. En 1968 apenas si fue escenario de adolescentes liados a golpes como es frecuente en el futbol callejero. 2. Llegaron los granaderos a poner orden y, en vez de limitarse a separar a los liosos, arremetieron a golpes contra ellos. Los alumnos de la vocacional corrieron a su escuela. En un acto de evidente exceso, los granaderos los persiguieron hasta el interior. Allí, sin poder distinguir peleoneros de pacíficos en clase, golpearon a quien se les puso enfrente, incluidos maestros y maestras que protestaban por la agresión o simplemente se asomaban de su salón de clases a indagar el motivo del ruido y de los gritos. 3. El Politécnico organizó una manifestación en protesta por la agresión que había dejado varios lesionados. Fecha para realizarla: 26 de julio, aniversario de la revolución cubana. Convocaba la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, FNET, afiliada al PRI y uno de los muchos afluentes que proveía de cuadros jóvenes a ese partido, por entonces indistinguible del gobierno: hablábamos del PRI-gobierno. La FNET exigía castigo de los jefes responsables de ordenar el ingreso de los granaderos a la vocacional e indemnización a los golpeados. Dos demandas. Dos. Y sencillas de resolver en un día. Como en el sindicalismo oficial, los líderes estudiantiles debían hacer equilibrio entre las demandas justas de sus agremiados y el control vertical del gobierno: no ser un peligro para éste ni pasar por blandos ante los estudiantes y así perder capacidad de liderazgo. 4. La izquierda universitaria organizó, como cada año, una manifestación para celebrar el 26 de julio, aniversario de la revolución cubana. 5. Ambas manifestaciones, con rutas diversas, confluyeron hacia la avenida Juárez y allí fueron apaleadas concienzudamente por la policía para dispersarlas. 6. Durante varios días se dieron enfrentamientos entre la policía y los alumnos de las escuelas ubicadas en el centro de la ciudad. Hubo más lesionados y detenidos. Los alumnos de la Preparatoria Uno de la UNAM, entonces en San Ildefonso, a un costado del Palacio Nacional, cerraron su escuela y se declararon en huelga. Exigían lo mismo: indemnización a los golpeados, juicio a los

“LOS LÍDERES ESTUDIANTILES DEBÍAN HACER EQUILIBRIO ENTRE LAS DEMANDAS JUSTAS DE SUS AGREMIADOS Y EL CONTROL VERTICAL DEL GOBIERNO: NO SER UN PELIGRO PARA ÉSTE NI PASAR POR BLANDOS ANTE LOS ESTUDIANTES.”

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¿Y la prisa? Se debe a que el movimiento estudiantil del 68, que cumplirá ya cincuenta años a la vuelta de la esquina, y los hechos de Tlatelolco, se han llenado de expertos que no estuvieron allí ni vieron nada: el mito gana terreno. Carlos Monsiváis, que sí participó en marchas y mítines, así como en la Asamblea de Intelectuales y Artistas, escribió una buena crónica de la manifestación silenciosa (que no es, no, no es la encabezada por el rector: no se hagan bolas). Pero luego, en libro conjunto con Julio Scherer asienta que los hechos de Tlatelolco el 2 de octubre demuestran la perfecta sincronización de las fuerzas represivas... Demuestran, exactamente, lo contrario. Respondí en artículo titulado “El cronista sin crónica”: Monsiváis no estuvo en Tlatelolco y lo que vimos quienes allí fuimos detenidos, en particular los detenidos en el tercer piso del edificio Chihuahua es, sin duda, lo contrario: la absoluta desorganización, la falta de mandos, la enorme confusión entre los primeros agresores, de civil, y la tropa regular, de verde. Los soldados siempre pensaron que desde arriba les disparábamos nosotros, los estudiantes: no vieron el cambio de unos jóvenes por otros, la sustitución por quienes, similares en aspecto, ya ocupaban la tribuna del mitin. Así que vuelvo una vez más a insistir en que esos francotiradores, luego identificados como Batallón Olimpia, me confundieron con uno de ellos: estaba tranquilo mirando a la Plaza de las Tres Culturas, no escapé hacia pisos superiores como los demás miembros del Consejo Nacional de Huelga, CNH, tenía la edad, la complexión, el estilo y el pelo corto (como de militar a un día de ser arrestado por no ir al peluquero). Sólo me faltaba el guante blanco. Y no se percataron de eso al comenzar a disparar a mi derecha e izquierda. Quiero insistir en ese testimonio y en otros muchos detalles que conozco de primera mano. Nadie me lo contó: la última y nos vamos.

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Luis González de Alba en Lecumberri.

responsables y liberación de los detenidos. Tres demandas. Tres. 7. Para terminar las escaramuzas callejeras, el ejército rodeó la Preparatoria Uno, y por la noche derribó con un disparo de bazuka la puerta centenaria y labrada en el siglo XVIII. La fotografía con el soldado bazuka al hombro asombró urbi et orbi. Sólo el comandante de todas las Fuerzas Armadas, el Presidente de la República, podía haber dado esa orden al Ejército. Ni el general secretario de la Defensa se habría atrevido a responder con esa desmesura a un conflicto de preparatorianos, de adolescentes. 8. A la mañana siguiente, el rector de la UNAM, Javier Barrios Sierra, desde temprana hora ya estaba convocando a todas las escuelas y facultades de la Ciudad Universitaria a un mitin en la explanada de la Rectoría, espacio insuficiente y que desbordamos. Salimos de nuestras escuelas con las autoridades y maestros al frente de cada una. El rector Javier Barros Sierra colocó en la explanada de la Rectoría la bandera a media asta en muestra de duelo de la Universidad por el acto del Ejército (que sólo podía venir del Presidente de la República). Único orador en el mitin inmediato, fue breve y rudo. Una frase inolvidable: “La Universidad no merecía esto”, encendió la indignación hasta de los fríos alumnos del ala técnica. Así, el rector Barros Sierra encabezó la primera manifestación de protesta que los estudiantes allí presentes habíamos visto en nuestras vidas. El Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, consideró el primer acto un reto y el segundo una ofensa inadmisible. El conflicto dejó así de ser estudiantil e


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incluyó a las autoridades universitarias. Las del Politécnico, IPN, permanecieron en silencio. 9. Toda la UNAM y el Politécnico se declararon en huelga exigiendo castigo a los culpables de las agresiones, indemnización a las víctimas y liberación de los detenidos en esos días: tres demandas sencillas. El gobierno jamás respondió. O respondió con nuevas agresiones, verbales, en la Cámara de Diputados, contra el rector Barros Sierra. 10. Dos alumnos de cada escuela en huelga integramos un órgano directivo llamado Consejo Nacional de Huelga, CNH. Sólo estudiantes de escuelas en huelga. El CNH redactó un pliego con las siguientes demandas: 1. Libertad a los presos políticos, por entonces de tres oleadas: a) Los estudiantes apresados en los primeros enfrentamientos, exigencia unánime. b) La izquierda universitaria añadió a los dos dirigentes ferrocarrileros, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, presos desde 1959. Y c) Detenidos de 1966 y 67 que se preparaban en actividades guerrilleras, aunque no habían combatido. El periodista Víctor Rico Galán era el más conocido. 2. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal (que definían el delito de disolución social). 3. Desaparición del Cuerpo de Granaderos. 4. Destitución de los jefes policiacos responsables de las diversas agresiones. 5. Indemnización a los

“DURANTE AGOSTO Y SEPTIEMBRE EL CONFLICTO SE PROPAGÓ A CASI TODAS LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS DEL PAÍS Y A MUCHAS UNIVERSIDADES Y ESCUELAS PRIVADAS.” familiares de los muertos y heridos. Y 6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios implicados. Heridos había. Pero de muertos no teníamos nombres. Suponíamos que en los diversos enfrentamientos, pero sobre todo con el empleo de la bazuka, tuvo que haberlos... Datos, nombres, yo nunca pude ofrecer a la asamblea de la Facultad de Filosofía y Letras. Impusimos una condición inamovible para tratar las seis demandas con el gobierno: diálogo público. Nunca lo definimos en términos objetivos: cuándo un diálogo con las autoridades lo podíamos considerar público. Eso, en la práctica, nos cerró a los pocos y débiles intentos de acercamiento por parte de diversos funcionarios del gobierno: no eran públicos, y punto final. 11. Durante agosto y septiembre el conflicto se propagó a casi todas las universidades públicas del país y a muchas universidades y escuelas privadas. 12. El conflicto se acentuó con la ocupación de la UNAM y del Politécnico por parte del Ejército durante septiembre. El 30 de septiembre, el Ejército entregó la Ciudad Universitaria al rector. 13. Esa misma tarde nos reunimos, en la Facultad de Ciencias, cuanto delegado del CNH supo la noticia y nos atrevimos a llegar. Quizás un medio centenar. Allí acordamos buscar a los faltantes para una reunión más amplia el 1 de octubre, en el mismo lugar, y convocar a un mitin en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre. Muchos delegados del CNH, representantes de universidades lejanas, volvieron a sus tierras de un extremo al otro: Sinaloa, Chihuahua, Sonora, Yucatán. Otros temían, con mucha razón, que hubiera policías dispuestos a aprehenderlos y no se acercaban a la Ciudad Universitaria.

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14. En esa misma reunión de un CNH escaso nos informaron las autoridades universitarias que, por fin, el Presidente de la República había nombrado a dos representantes para comenzar el diálogo que resolvería el conflicto. Aceptamos y de nuestra parte nombramos a tres representantes por el CNH que, estábamos advertidos, no irían a negociar el pliego, sino a establecer las condiciones en que se iba a celebrar el diálogo público (otra vez nos ahorcábamos con juvenil necedad).

Patio de la Crujía C de Lecumberri, donde fueron concentrados los presos del movimiento del 68.

15. Ambas partes nos reunimos en casa del rector Javier Barros Sierra la mañana del 2 de octubre, y acordamos una nueva reunión, al día siguiente, 3 de octubre, en la Casa del Lago, dependencia de la UNAM en el bosque de Chapultepec.

16. La tarde del 2 de octubre, el mitin de Tlatelolco fue masacrado por francotiradores de cuerpos especializados del Ejército (Batallón Olimpia y Guardias Presidenciales, de civil) y detenidos los pocos dirigentes que habíamos corrido el riesgo de asistir.

* * * Cuando, ya en la cárcel preventiva de Lecumberri, a donde nos entregaron luego de días en el Campo Militar número 1, comenzaron a llegar de visita mis amigos, me sorprendió porque los creía muertos a todos: de esa balacera nutrida, como la oí tirado en el suelo, no podía quedar nadie vivo. Pregunté a cuántos habían matado: “Pues nomás a ti”, dijo Nacho Osorio. Alguien a quien le decían El Boche llorando dijo que me había visto “con el cráneo destrozado por bayoneta...”. Y así comienza nuestro mito: El Boche bien pudo haber visto muerto a un joven de mi edad y complexión, hasta pudo ver que tenía el cráneo abierto. Pero no era médico ni menos forense. Le habría sido imposible distinguir un cráneo partido porque al caer había dado contra un barandal de hierro, o contra el suelo o, de forma militar, con bayoneta. Eso induce una precisión: soldados a bayoneta calada abrían cabezas. Fue un polvorín. Pero ni yo estaba muerto ni El Boche podía distinguir la manera en que un cráneo aparecía abierto. Mi duda natural fue el lugar donde se habían reunido al salir de Tlatelolco y cómo lo habían logrado. Nacho Osorio me explicó: —Los soldados nos dijeron por dónde... —¿Por dónde... qué? —Por dónde salir sin que nos hirieran. —¿Y entonces quién podía herirlos? ¿De quién los cuidaban los soldados? —De ustedes... —¿De nosotros? ¿Nosotros éramos quienes disparaban desde arriba? —Bueno... Nos pedían que nos cubriéramos de las balas con las ruinas prehispánicas. Y yo saqué un poco la cabeza... El soldado más cercano me puso un coscorrón: “¡Baja la cabeza, pendejo! ¿Qué buscas?”. Le respondí que sólo había querido ver quiénes disparaban... Entonces me gritó, convencido: “¡Tus amigos! ¡Tus amigos están matando a su propia gente!” —¿Nosotros? —dije con incredulidad y de seguro se me quedó la boca abierta—. ¿Nosotros disparábamos? —Esa explicación me dio el soldado... Luego ya nos dijo cómo rodear sin exponernos a las balas y salir así de Tlatelolco... —¿Y a dónde se fueron? —A casa de Selma... —¡Putísima, putísima, putísima madre! ¡A la casa más conocida por la


policía! ¡A la casa donde nos quedábamos con frecuencia a dormir! ¡A la que iba con frecuencia Pepe Revueltas! —Sí. No lo pensamos... —Pues no los detuvieron porque ya tenían a los que buscaban, a nosotros. ¿Y heridos? —De nosotros, tampoco... —¿Y tanta bala por tanto tiempo... horas? —No sé, salimos conducidos por soldados que se turnaban para señalarnos cómo protegernos. Luego, en casa de Selma, supimos que tú eras uno de los muertos. “Vi muerto al Lábaro”, dijo El Boche. Y tenía la cabeza abierta por una bayoneta... Cuando los ex presos fundamos partidos de oposición: revista y organización Punto Crítico, MAP, PSUM, PMT, luego PMS hasta llegar al PRD, mis amigos fueron pronto diputados por el PSUM, el PMT y otros partidos de oposición que lograban diputados que, sin ganar en sus distritos, llegaban por la suma general de votos emitidos a favor de su partido, la novedosa representación proporcional introducida con las reformas impulsadas por Jesús Reyes Heroles cuando fue secretario de Gobernación, con el presidente José López Portillo. Éste deseaba, como Echeverría antes de él, hacer un agudo deslinde respecto al gobierno de Díaz Ordaz. Reforma política y amnistías fueron la clave que debía pacificar al país. Fueron obra de Reyes Heroles. Los diputados plurinominales, los adjudicados a cada partido contendiente según su votación general, fueron la llave de entrada a la Cámara de Diputados para los nuevos partidos de izquierda, aún incapaces de ganar elecciones en un distrito porque la organización de las elecciones seguía en manos del PRI, en particular de la Secretaría de Gobernación. El PRI contaba con todo el presupuesto federal para sus campañas, dinero y equipo, y los demás partidos debían buscar financiamiento y padecer los obstáculos que sus campañas enfrentaban ante una fuerza arrolladora en poder y dinero. Tan sencillo como que el alcalde, priista, no permitiera la instalación de un templete para que un candidato de oposición expusiera su proyecto, o mandara quemar el ya construido, o le cortara la electricidad a la hora de los discursos. Debíamos esperar a los años noventa, y la construcción del IFE, que entregó a los ciudadanos las casillas, su vigilancia, el padrón de electores y el recuento de los votos. El IFE independiente de Gobernación implantó la regulación de los dineros públicos entregados a todos los contendientes. Aspecto en que hemos caído en excesos: miles de millones de pesos para reparto entre todos los partidos, incrementados en años de elecciones. Pero fue un primer paso en sentido correcto:

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Un grupo de estudiantes sale de Lecumberri al exilio en Chile. Aeropuerto de la Ciudad de México. 1971.

“LA CANTIDAD DE NOMBRES INSCRITOS EN EL MONUMENTO TIENE UN GRAVE DEFECTO: COINCIDE, MÁS O MENOS, CON LOS NÚMEROS DADOS POR EL GOBIERNO DE DÍAZ ORDAZ.”

tener diputados conforme establecían las reglas de la reforma política. Una comisión de estos primeros diputados de las muy diversas izquierdas hizo una investigación con fondos públicos suficientes sobre el número de muertos. Publicaron teléfonos para llamar de forma gratuita y anónima y dar nombres de sus muertos. No había riesgo alguno: el propio presidente López Portillo había hecho alguna declaración favorable a aquel movimiento estudiantil y se dejaba el pelo en una melenita algo larga. En buena parte, con esta investigación se repitieron nombres ya conocidos desde los días inmediatos al 2 de octubre: eran los cadáveres de jóvenes, y hasta de niños que no fueron al mitin, sino a jugar a donde siempre jugaban, eran vecinos. Las fotos habían aparecido en la prensa ya identificados en las planchas del Semefo. Quizás algunos nombres más. Están escritos en una lápida mortuoria levantada con presupuesto federal en la Plaza de las Tres Culturas. La cantidad de nombres inscritos en el monumento tiene un grave defecto: coincide, más o menos, con los números dados por el gobierno del presidente Díaz Ordaz. Eso no nos gusta. A mí tampoco. Pero es el resultado que encontramos nosotros mismos.

TRES GRATITUDES, DOS VERGÜENZAS Cargo tres inmensas gratitudes a soldados y dos vergüenzas abrumadoras con gente de la llamada izquierda desde que se puso de moda ver los mapas al revés. Dejo aparte a los jóvenes en calzones y con manos en la nuca que la madrugada del 2 al 3 de octubre me cubrieron con sus cuerpos para que el enano pelón, creo que Mendiolea Cerecero, me dejara de aporrear en la cabeza: es solidaridad de quienes están en la misma causa.

Pero enlisto los tres militares a los que debo gratitud infinita: el que me vio, llevado casi de puntas entre dos soldados hacia los camiones del Ejército y me dio melón de su rancho con un generoso: “Toma, chavo...”; el soldado Cayete que, en el Campo Militar, al verme temblando de frío, me ofreció una cobija y, bueno, pues no era la suya... Y el que mientras me interrogaba en un cuarto oscuro se golpeaba una mano con el puño de la otra para que, los de afuera, oyeran golpes. Y dos momentos de suprema vergüenza ajena. Ya relaté los gritos del Búho en Santiago de Chile al ver lo que luego resultó ser Teorema, de Pasolini.* Y ver a Salvador Martínez della Rocca, El Pino, besando la calva de Porfirio Muñoz Ledo (la de arriba) en un video que ha circulado ampliamente con el homenaje por un cumpleaños de Muñoz Ledo, ese saltimbanqui de la política que se ha balanceado en todos los trapecios y caminado cuerdas flojas de todos los colores y traicionado todos los emblemas: de embajador empistolado en la ONU y presidente nacional del PRI pasó a todos los demás partidos, siempre dejando estela maloliente, de izquierda o derecha, el PRD con Cárdenas, el PAN con Fox (de quien fue embajador ante la Unión Europea). Pero no es esa trayectoria lo más indignante: es el joven diputado Porfirio que hizo el panegírico florido al informe presidencial de 1969, en el que el presidente Díaz Ordaz asumió, respecto de los hechos sangrientos del anterior 2 de octubre, la responsabilidad jurídica, ética, histórica... y galáctica por aquella tarde en Tlatelolco once meses antes. Ese florilegio del joven Porfirio al salvador de la patria aquel 2 de octubre lo encuentra gugleando quien esté urgido de vomitar. C

* “El cosquilleo del Búho por todo lo que fueran ‘los lilos’, en dúo insoportable con El Pino durante los años de crujía C, era como un alud de histeria que ninguna novia hubiera detenido. Ah, la izquierda libertaria; el 68 de prohibido prohibir; el adorable Che y sus granjas donde el trabajo rudo de hombres enderezaba el torcimiento sexual producido por el imperialismo y, de paso, incrementaba la zafra con trabajo esclavo de los sujetados a reeducación socialista”.


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CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 3 El debate de las literaturas nacionales más que un análisis de fondo sobre lenguaje y sentido se ha transformado en una discusión ontológica sobre la nacionalidad. Lo que hemos cuestionado en última instancia no son las literaturas sino las nacionalidades. Esto ha resultado en el despropósito de otorgarle una nacionalidad a todas y cada una de las tendencias narrativas, por un lado; y por el otro en el hecho de dejar al margen el análisis de una propuesta literaria. En ese sentido es importante entender que las letras no obedecen ni a fronteras geopolíticas ni a los lindes de la lengua o del idioma, sino que la literatura de diferentes latitudes da cuenta del entorno donde se construye la idiosincrasia de su autor. Por lo tanto sería

más acertado hablar de territorios literarios antes que de literaturas nacionales. Es decir, centrarnos en aquel espacio de ficción donde convergen idiosincrasia, cosmovisión, épocas, recuerdos y signos de identidad de diferentes autores que dan como resultado ciertas constantes estilísticas, lingüísticas y referenciales. Y desde estos territorios es que proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos. En cada entrega publicaremos un cuento de un autor(a) mexicano(a) en activo, con la idea de trazar una ruta por nuestras latitudes literarias, para obtener una muestra de esta tierra abrupta, insospechada quizá, insondable pero no invisible. —Edson Lechuga

CUERPO GEOMÉTRICO ISA GONZÁLEZ BRETÓN (Ciudad de Puebla, 1965)

L

a convivencia con Lucas me hizo olvidar durante un tiempo mi enfermedad. Habité su mundo de abstracciones. Me obsesioné más de él que de sus proyectos, de la manera en la que deconstruía la realidad y creaba modelos estéticos para que las personas vivieran más felices; me imaginaba habitando esas casas y departamentos que él creaba. Toqué la belleza. Cuando él se fue, quedaron las marcas de polvo sobre los muebles despojados de los objetos, el ruido del ventilador, todas esas cartas y folletos inútiles en una canasta de la entrada, el abrigo colgado del perchero. Antes de conocerlo me imbuía con desconocidos en moteles con letreros luminosos, desnuda, a quemarropa. Sólo una noche, les decía. Después necesité arrancarme las maquetas de mi mente. Lucas tomó sus libros de arquitectura, la mesa de trabajo, la lámpara de piso, la poca ropa que poseía, sus bocinas, la rasuradora, el cepillo de dientes y sin explicar nada, retacó su coche de las cosas que daban cuenta de nuestra vida juntos. Lo único que me dio en la madre fue la computadora donde guardaba los archivos que contenían su trabajo. No lo volví a ver. Desde niña no entiendo el mundo, al crecer mi cuerpo reclamaba con síntomas cada vez más insoportables que me aislaban a vivir en un universo centrado en mí. Los insomnios se hicieron recurrentes, el dolor en las articulaciones, la migraña. Extraño observar a Lucas, encorvado, absorto en el trazo de líneas. Cuando el trabajo estaba casi listo, elevaba la cara y con mirada ausente esbozaba un tímido: Ven. Me sentaba en sus piernas, antes de concentrarme en la pantalla aspiraba su olor a cedro, le hacía un cariño en la nuca para después enfrascarnos en el proyecto; discutíamos la distribución de los espacios, el tamaño y la forma de las ventanas y tragaluces, el diseño de la cocina y demás áreas. La sesión acababa con la ropa de ambos regada por el piso, nuestras bocas y manos trazando líneas sobre

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“LUCAS ENCORVADO, ABSORTO EN EL TRAZO DE LÍNEAS. CUANDO EL TRABAJO ESTABA CASI LISTO, ELEVABA LA CARA Y CON MIRADA AUSENTE ESBOZABA UN TÍMIDO: VEN.” la piel del otro, en ese lenguaje donde nos sentíamos más cómodos. Mi cuerpo y yo hicimos las paces. El problema surgió cuando los encargos de trabajo empezaron a escasear. Lucas se volvió más retraído, caminaba por el departamento como animal enjaulado. Desaparecieron las abstracciones. Para acallar el malestar, volví con furia a las noches entregándome al primero que se colgara de mis pupilas, a esos hombres que me hacían daño para experimentar un dolor diferente, un ardor al chocar la palma abierta en mi mejilla, un ardor que bajara hasta la quijada y se impusiera al otro dolor. Las palabras enmudecían, yo era pura apariencia, máscara. Cuando tocaba las sábanas percudidas de motel, cuando restregaba mi cuerpo con Rosa Venus

después de cada encuentro, me sentía escindida de mí, transformada. La soledad de mi departamento me hundió en la fatiga, volvieron los días de dar vueltas en la cama viendo pasar el tiempo en el reloj luminoso, los tragos de agua que se atoraban en mi garganta como aguardiente, las escapadas al botiquín en busca de otro somnífero que me hiciera dormir y olvidar el hormigueo en manos y pies. Imaginaba a Lucas como el último hombre de mi vida: necesitaba una mirada que viera mi cuerpo convertido en líneas palpitantes. Vivía en una eterna noche. El olor a cuerpo enfermo, los platos apilados en el fregadero, la ropa regada por el piso, me sumió en el abismo. No es fácil vivir todo el tiempo dentro de uno, necesitaba escapar, necesitaba sentir. La presencia de desconocidos se multiplicó; ellos eran Lucas, todos eran él. Lucas y sus abstracciones, Lucas y líneas, Lucas y espacios. Sólo esta noche, les decía y abordaba sus coches con la esperanza de atenuar el tormento. Después mi esqueleto, reclamando ayuda, exhalaba miedo. Consumía Seroxat para ausentarme, la tragaba con saliva espesa. Despertaba con la espalda hundida en el colchón y las vísceras expuestas. La sensación de fatiga me obligaba a ser consciente de mi cuerpo en toque de queda. Les pedía que me hicieran daño: dolor que combate dolor, que proporciona placer. Al terminar, la vida se congelaba en mí. Me miré frente al espejo, apenas y me reconocí. El reflejo exigió ayuda. Observé sus mejillas hundidas, la bruma en la mirada, la súplica. Regresé a la cama, me deslicé entre las sábanas sucias. Experimenté la ruptura. Decidí abandonar el encierro. Salí a un pequeño restaurante del barrio. Pedí una selección de quesos y una copa de vino. El mesero colocó sobre la mesa la tabla de madera con un triángulo de brie, uno de queso azul y media luna de manchego de oveja. En un extremo, varias gotas de mermelada de chabacano y cuatro galletas saladas. Di varias mordidas a algo que sabía a


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cartón, opté por consumir sólo el vino. Al cabo de varias copas, el mundo sin las creaciones de Lucas, sin su mirada inventando formas en mi cuerpo se reveló sin belleza. Registré los rostros de las personas, me entretuve imaginando sus conversaciones. Me llamó la atención el dueño del lugar, un hombre que construía figuras con popotes de plástico instalado en una mesa al fondo, cerca de la barra. Estaba absorto en su tarea, indiferente a lo que pasaba a su alrededor. Sus dedos eran largos, ágiles, cortaba cilindros con unas tijeras y los unía con pericia. Fui al baño, abrí el grifo y me refresqué la cara. Regresé a la mesa y disimulé mi interés por ese hombre de pelo enmarañado y ojos absortos en las figuras que armaba y desarmaba para formar cuerpos geométricos distintos. Pagué la cuenta y caminé calle arriba hacia el parque; me senté en una banca con la sensación de tener un bloque de cemento entre mis costillas; cerré los ojos, recordé sus manos en la acción de hacer y deshacer las formas. Me obligué a permanecer ahí, aguantando la urgencia de regresar al departamento. El aire fresco se coló bajo la blusa. La imagen de los rombos, trapecios y cuadrados me acompañó por la ciudad. Vagué sin rumbo, deteniéndome en los escaparates a imaginar conjuntos no vacíos reproducidos en el cristal. Sentí el cuerpo pesado, mis pensamientos cayeron en el asfalto, yo, convertida en rombo. Volví al restaurante para observar sus creaciones, para inventarle un nombre, una voz. Al realizar ese ritual, mi universo cobraba sentido. Me levanté al baño, pasé muy cerca de él, mi brazo rozó su codo. No se movió. Al regresar a mi mesa encontré una hoja blanca, sobre ella una serie de popotes recortados formaban un polígono irregular. Él seguía en lo suyo como si yo no existiera. Entendí su lenguaje. Subí las escaleras de mi edificio apresurando el paso, abrí la puerta y entré al departamento; cobijada por el desorden, estaba a salvo. Coloqué la figura geométrica sobre la mesa del comedor. Regresé a los tres días. Las manos me temblaron al dejar la copa medio vacía, me levanté al baño, rocé su espalda y seguí de frente, me demoré un poco para darle tiempo de poner el regalo sobre la mesa. El malestar disminuyó ante la excitación. En silencio establecimos las reglas. Al principio eso era suficiente, analizaba las figuras para imaginar su estado de ánimo, cambiaba de opinión sobre lo que debía hacer hasta que me encontré siguiéndolo cuando cerraba el negocio. Vivía en una casa antigua que había sido remodelada y ahora estaba

“VOLVÍ AL RESTAURANTE PARA OBSERVAR SUS CREACIONES, PARA INVENTARLE UN NOMBRE, UNA VOZ. AL REALIZAR ESE RITUAL, MI UNIVERSO COBRABA SENTIDO.”

dividida en varios departamentos. El segundo piso, el suyo, era el único sin cortinas, parecía una pecera vacía. Lo seguí cada noche. Me colocaba detrás de alguna camioneta o poste para no ser vista. Lo miraba deambular por el espacio, encender la televisión, quitarse los tenis y cambiar los canales hasta el hartazgo. El reflejo del aparato iluminaba su silueta. El tiempo se duplicaba, uno era exterior, el transcurrir de la noche, con ruidos distintos a los del día, con los esporádicos rugidos de motores, con los silencios cada vez más prolongados que se extendían por la calle; el otro era un ritmo interno donde el fluir de la vida quedaba detenido, poblado sólo por pensamientos. Un espacio construido de fantasías donde las figuras y yo habitábamos. Me dejó su última creación sobre la mesa, pero esta vez había un mensaje escrito sobre la hoja: “Te espero en mi departamento a las nueve”. Di un respingo, pagué la cuenta y caminé por la ciudad estrujando el rombo, esperando que diera la hora para el encuentro. Me sentí ridícula. Hay una excitación particular al seguir a alguien, la intromisión en el mundo de esa persona, reconocer la cadencia y la dirección de sus pasos. La distancia que debía respetar para no ser descubierta ponía mi cuerpo en constante tensión. Fue decepcionante averiguar que él lo sabía aunque su invitación abría nuevas posibilidades. Toqué el timbre del segundo piso, sonó un clic y empujé el portón. Él me esperaba en el marco de la puerta; se hizo a un lado para dejarme entrar, sus labios se abrieron en lo que pareció una sonrisa. Permanecimos en silencio, él me tomó de los hombros y me recostó en el sillón. Se ausentó unos momentos, regresó con una caja de plumones de varios colores. Me levantó la blusa sin mirarme y con lentitud empezó a dibujar un triángulo en mi estómago, cada línea trazada con distinto color. Al terminar la tarea perdió el interés, guardó los

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plumones y se dirigió a la recámara. Estuve unos minutos sin saber qué hacer, hasta que entendí: es hora de irse, me dije. No visité el restaurante en varias semanas. Regresó el insomnio, el dolor en las articulaciones; necesitaba observarlo creando algo para mí, palpar los regalos, verlos lucir en mi departamento, pero la vergüenza me paralizó, no sabía cómo retomar la relación. Una tarde pasé por ahí para verlo de lejos, cuando me di cuenta ya estaba sentada en la mesa de costumbre. Me levanté al baño, al regresar en lugar de la figura, sólo una frase: “Hoy”. Pagué la cuenta y salí como si me persiguieran. Se establecieron las nuevas reglas: el vino, la escapada al baño, el roce, los mensajes: Al rato. Cada noche trazaba una figura nueva en distintas áreas de mi cuerpo, del triángulo pasó al cuadrado, al cubo, al cilindro, al cono, a los prismas, a los polígonos irregulares. La necesidad del ardor de la palma de una mano en mi rostro para sentir placer quedó olvidada, pero ya no me bastaba la sensación del trazo sobre la piel, el plumón hundiéndose lento como una caricia: quería más. Llegué a su departamento vestida con un body de tejido elástico estampado, sin un milímetro de tela donde pudiera dibujar. Noté la frustración en su cara, la ironía en su sonrisa. Se demoró un tiempo observando la prenda. Tomó unas tijeras y cortó en líneas verticales la malla. Formó varios círculos, cuadrados y triángulos, los dejaba caer sobre la mesa sin mirarme. Me incorporé despacio; sus ojos permanecían clavados en las figuras. Me sentí hueca. Decidí quitarme la ropa que mostraba los cortes en la parte del pecho y los muslos; de pie, desnuda, tomé las tijeras y siguiendo un impulso me hinqué a su lado, levanté su camisa y hundí el metal sobre la superficie de su abdomen trazando una línea que iba del ombligo al pubis; la línea se tiñó de rojo, repasé la herida con el dedo índice y lo llevé a mi boca, él me miraba.


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Luego de publicar El tenue rededor del mundo (2015), el autor continúa su indagación de “nuevos equilibrios” —entre “los hábitos” y “la fijeza”— con estos dos poemas. Forman parte de Pájaros breves en el techo, un volumen que será publicado por la Universidad Autónoma de Querétaro.

“ U N N O M B R E A PA R E C E ” DOS POEMAS JULIO EUTIQUIO SARABIA

L AT ENCI A EST E PA PEL Semejantes a la niebla, las máscaras surgidas en los sueños simulan en el agua el reflejo de su transparencia. Un nombre las adormece y otro (cabalgadura, risco, subterráneo) las subleva. Borrasca atropella en ese trance el nombre (la multitud enceguecida por el crimen ensalza la silenciosa hendidura del cuchillo...), uno en su ficción, otro en su reflejo. “Será necesario guarecerse en el traspatio”. La voz que corta con daga de cristal el aire y, anclado el estupor, abrevia su volumen: “No me oyes cuando hablo, por eso me dirijo a la máscara que asoma en el vano anchuroso de una puerta; pero ha de ser, yo mismo me desdigo, el teatro de sombras que engendra una ilusión”. No hay trasparencia en las palabras porque su realidad es la del sueño. Cada una busca en los alrededores constancia de la niebla. Y sin embargo, aunque la máscara en el rostro persevere (la clave para enfrentar la pregunta por el hueco), sólo un traspié ganará —en cambio— su firmeza. Un árbol cautiva en las alturas, cedro o ceiba, e infunde temor en quien se asoma al estanque donde yace él con su enemigo. Uno (el pan ofrecido por delante) invoca a otro y lo consiente, el otro asesta un golpe y aplaude la eficacia. Cuando la oscuridad es causa cierta, el tacto recobra sus poderes: inerte en apariencia, el cuerpo aclama (oh innoble servidumbre...) los cascos del caballo que acerca sus belfos, sudoroso, un brazo de mar embravecido, brama de mar que acata el tren cuando se aleja.

Revuelto el canto de los pájaros al alba, enseguida uno se interroga y, en suspenso, pulsados los nervios (una rémora el decoro, un alfiler intempestivo), en la nebulosa misma del no-saber, advierte cómo un nombre aparece en lo que busca.

ÓL EO SOBR E PA PEL DE A R ROZ “Los despojos son la constancia del curso predador del hombre.” Nunca mejor dicho, respondió el coro. Muéstranos cómo era antes el plumaje. Cuanto se dice, mercurio sea o ácido clorhídrico, incrementa el volumen de la carga. Un impulso inocula en el establo: aparejado trae los nutrientes que embellecen los jardines —guano extendido al sol o repulsivas lombrices que, al concluir la lluvia, pululan en los basureros. La balanza —al unísono— requiere nuevos equilibrios e inagotables yacimientos de oro —del diablo no tan quedo se habla en constantes patrullajes por costas y riberas. Al mar han arrojado las redes en busca de lingotes esperanzados cazadores de fortunas —“piratas, contrabandistas”, me corrigen. Los números cubren huecos visibles en la tierra —acude a google cuando gustes... Manchas de sangre lavan los peritos, ay, apostadores, alrededor de grandes culpas. Los decesos deben ser pulcros como el tajo del alfanje —las historietas, ahora que exigen una fuente, ponían de punta los pelos en la infancia. Las cruces en las nóminas, bondad entre homicidas, reciben su recompensa en viajes de crucero. Asepsia, sobre todo, al arremangarse la camisa. Asepsia, asepsia, asepsia. Los hábitos poseen la fijeza del agua en los estanques. JULIO EUTIQUIO SARABIA es autor de los siguientes libros: Cerca de la orilla (1993), En el país de la lluvia (1999), Mudar de vida (2003), Tesitura (2008), Entre el aire y la luz, (2009) y El tenue rededor del mundo (2014). Es subdirector de la revista Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla.


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Los conciertos de Roger Waters en la Ciudad de México —tanto en el Foro Sol como en el Zócalo— convocaron a más de 200 mil asistentes. El programa recorrió los temas clásicos de Pink Floyd, el grupo del que se apartó Roger Waters. El despliegue tecnológico —sonido, escenario, luces y pantallas— fue acompañado de proclamas que festejó gran parte del público. Aquí aparece el lado oscuro de las pantallas.

OT RO L A DR I L LO E N L A PA R E D Roger Waters en México RAFAEL VARGAS Para Miguel Ángel Salas

Cuando Roger Waters decidió dejar Pink Floyd en diciembre de 1985, dijo, por escrito, que el grupo era “una fuerza creativa agotada.” ¿No es curioso que treinta años después siga tocando la misma música de entonces? O más bien: de mucho antes. Dark Side of the Moon apareció en 1973. Tiene más de cuarenta años. Dark Side of the Moon puso a Pink Floyd por los cielos y le hizo perder el piso a Roger Waters. No tardaría mucho en convertirse —o en querer convertirse— en el jefe de la banda. Como se sabe, mientras grababan The Wall corrió a Richard Wright, acusándolo de no hacer

Foto > CUARTOSCURO

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o se trataba de un concierto de Roger Waters. ¿O sí? Sólo si estamos dispuestos a aceptar que Waters es en buena medida el autor de la mayoría de las canciones que tocó durante el concierto del jueves 29 de septiembre, todas pertenecientes a discos de Pink Floyd —en especial a dos de ellos: Dark Side of the Moon y The Wall (aunque uno puede sospechar que los otros tres miembros del grupo: David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason, algo deben haber aportado a la creación y a la definición de cada pieza). Era, en realidad, un concierto de Pink Floyd, pero sin Pink Floyd. ¿Por qué? Porque Waters, como solista, no ha logrado conseguir, ni de lejos, un éxito similar al que tuvo con Pink Floyd. Se precia de ser un gran compositor, un gran letrista. Pero ninguno de sus discos ha tenido grandes ventas y ninguno ha recibido elogios por parte de la crítica. El público al que de veras le gusta su obra, que de veras le presta atención a lo que dice, es más bien reducido. En los estadios de Inglaterra y Estados Unidos donde se presentó durante una época con su obra como solista no vendía ni un tercio de los asientos. Roger Waters viene a México e interpreta por enésima ocasión viejas favoritas del repertorio de Pink Floyd para cosechar dinero y reconocimiento. Para que el público mexicano le dé un buen masaje de ego —y Waters, en reciprocidad, afirma: “Si me preguntan, he de decir que el mejor público que he conocido es el mexicano.” (Claro que lo mismo dice en Buenos Aires —donde, además, no vacila en decir que Las Malvinas son argentinas— y hasta en Londres le dice a sus oyentes: “Ustedes son el mejor público que he tenido en Londres”. De complacer se trata.)

nada. Pero él mismo no le permitía a los demás aportar gran cosa. En noviembre de 1987 Waters le dijo a David Fricke, en un reportaje para Rolling Stone: No había espacio para que nadie más escribiera. Si me proponían secuencias de acordes, yo siempre las utilizaba. Pero no tenía caso que Gilmour, Mason y Wright trataran de escribir letras. Nunca serán tan buenas como las mías. Las letras de Gilmour son muy de tercera categoría en comparación con lo que hago. Estoy seguro de que él estaría de acuerdo. Sencillamente no es tan bueno. Yo no tocaba los solos de guitarra; él no escribía las letras. Gilmour y Mason dicen que Waters se convirtió en un egomaniaco arrogante que quería llevarse todo el crédito. Al final Waters decidió irse, convencido de que su salida sería el final del grupo. Gilmour y Mason decidieron que no. Siguieron juntos. Se reincorporó Wright. Grabaron nuevos discos e hicieron giras exitosísimas. Durante años las dos partes pelearon en tribunales el derecho a llamarse Pink Floyd. “El verdadero Pink Floyd soy yo”, ha sostenido siempre Waters, pero los jueces decidieron otra cosa. Es cierto que la tecnología desplegada en el Foro Sol para realzar la presentación de Waters fue apabullante. La calidad del sonido y de la imagen en las pantallas era sin duda extraordinaria. Pero por lo menos a mí me dio la sensación de que con ese despliegue nos daban gato por liebre. No hubo lugar para la improvisación musical. En las pantallas casi nunca se veía a los músicos que estaban en el escenario,

y si uno estaba lejos no veía más que un hormiguero. Peor aún: Waters fue incapaz de presentar a los músicos que lo acompañaban. Fuera del ex combatiente en silla de ruedas al que calificó de “hermano”, no hubo palabras para quienes tocaban y cantaban con él. Sólo reconocí en el grupo al guitarrista G. E. Smith, líder de la Saturday Night Live Band durante muchos años, muy conocido en Estados Unidos porque Saturday Night Live era en los años setenta un programa de televisión visto por millones en aquel país. Curiosamente, Smith encabezó el 21 de julio pasado el grupo de rock que tocó en la Convención Nacional Republicana en Cleveland, Ohio, donde Donald Trump fue aclamado. Smith sostiene que lo hizo porque él es un músico profesional y la oferta monetaria que le hicieron era de locura. Eso no impidió que Trump fuese linchado en efigie ni llamado “pendejo” en la pantalla. Uno no puede dejar de tener sentimientos encontrados frente a las declaraciones políticas de Waters. Por supuesto que tiene razón en todos y cada uno de los planteamientos que hace a lo largo del concierto. Pero dejan un tufo de oportunismo que hace dudar de su sinceridad. Casi todos celebramos el letrero luminoso que pedía la renuncia inmediata de Peña Nieto, aunque era evidente que se trataba sólo de un gesto para exaltar el espectáculo. Salí del concierto pensando que es muy fácil estar a favor de muchas buenas causas sin comprometerse en verdad con ninguna. Cuando uno se procura una tribuna es fácil ser políticamente correcto para caerle bien a todo el mundo. Tal vez sólo yo sentí que el concierto tenía poco de concierto, es decir: poca convivencia real alrededor de la música y mucha parafernalia asombrosa para dejar, literalmente, apantallados a los asistentes. Durante las casi tres horas que duró, sentí que la música era secundaria. No importaba la calidad de Roger Waters como bajista (y es un mal cantante). Sentí pena por el anónimo imitador de David Gilmour. Me parece que el despliegue de bocinas, pantallas y fuegos artificiales no fue más que un homenaje a la megalomanía de Roger Waters, que quizá nunca se dará cuenta de que su principal don musical fue David Gilmour. Waters ha dicho que Gilmour nunca fue su amigo y que así está bien. Es triste no saber lo que uno pierde cuando pierde a un amigo.


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FERNANDO IWASAKI

FUERA DEL HUACAL

LOS EDWARDS NO SE ACABAN NUNCA

www.fernandoiwasaki.com

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na de las novelas más celebradas de Enrique Vila-Matas se titula París no se acaba nunca, y estoy seguro que Jorge Edwards suscribiría encantado tal persuasión, pues París es uno de los territorios literarios por excelencia del Premio Cervantes chileno. ¿Para qué crear lugares imaginarios como Macondo, Santa María o Comala si ya existen ciudades como París? Así, en aquel París tan personal de Jorge Edwards transcurren novelas como El origen del mundo (1996), memorias literarias como Adiós, poeta (1990) y varios de los ensayos compilados en Diálogos sobre un tejado (2003). Por eso no debería extrañarnos que La última hermana atesore otra aventura parisina. Vaya por delante que el personaje literario de La última hermana se llamaba María Edwards McClure y que realmente arriesgó su vida para salvar bebés judíos recién nacidos de las garras de los nazis, quienes los enviaban con sus madres a las cámaras de gas sin ninguna compasión. El nombre de María Edwards aparece registrado en todos los memoriales de la Resistencia Francesa y de las víctimas del holocausto, pero muchos detalles de la vida de aquella heroína desconocida son absolutamente desconocidos y por eso Jorge Edwards ha recurrido a las mentiras verdaderas de la novela para fraguar un personaje que no sólo es verosímil, sino sobre todo memorable. De ahí que mi verdadera perplejidad consista en compartir una evidencia más bien vergonzante: a esa mujer que los nazis no consiguieron

Las Claves

JORGE EDWARDS HA RECURRIDO A LAS MENTIRAS VERDADERAS DE LA NOVELA PARA FRAGUAR UN PERSONAJE QUE NO SÓLO ES VEROSÍMIL, SINO SOBRE TODO MEMORABLE.

doblegar ni siquiera sometiéndola a torturas, los prejuicios provincianos de su propia familia sí lograron hacerla añicos. Debo admitir que la épica chilena de La última hermana me ha parecido tan seductora como la épica parisina, porque hablaba del retorno a los orígenes familiares y nacionales cuando ya nos hemos convertido en otros por causa de la residencia en otros países. Edwards sabe de lo que habla y por eso coloca estos pensamientos en la mente de María: “En esos años de Chile, del Chile de su regreso, de su etapa última, se preguntaba a sí misma, muchas veces, si no era, en el fondo, una perfecta inadaptada, alguien que no había llegado a ser francesa, y había dejado de ser chilena. Es decir, alguien que había hecho un trabajoso, complejo recorrido para no llegar a ninguna parte. Se lo preguntaba ella, y sospechaba que los otros también se lo preguntaban”. ¿Quiénes eran los “otros”? Para que el horror sea perfecto se trataba de su hija, su yerno, sus propios hermanos; es decir, chilenos que no entendían por qué había que arriesgar la vida por niños judíos, amigos homosexuales y ateos por desbravar. ¿Quién era la inadaptada? Por otro lado, La última hermana es una novela que contiene algunos de los temas predilectos de Jorge Edwards. Por ejemplo, la idea de un linaje que se extingue, una aristocracia en trance de desaparición o alguien que encarna al último representante de una saga familiar. Otro tema que asoma por numerosos libros del autor de La muerte de Montaigne (2011) es la om-

nipresencia bienhechora de escritores y artistas, porque los personajes literarios de Edwards siempre son amigos de Huidobro, Neruda o Supervielle; compran cuadros de Pablo Picasso y Wilfredo Lam; son medio parientes de Teresa Wilms o Blest Gana; y terminan de vecinos de Marcel Proust o Max Ernst. Por La última hermana desfilan todos estos nombres, además de Ernst Jünger, Colette y T. S. Eliot. También considero que Jorge Edwards ha sabido recrear en el París ocupado por los nazis la atmósfera asfixiante de la dictadura cubana que describió en Persona non grata (1973), similitud que debería llevarnos a hacer hincapié en la índole totalitaria de todas las dictaduras. Por último, La última hermana es otra novela —otra más— compuesta con mimbres del cesto familiar de los Edwards, esa distinguida y numerosa tribu que tanto ha dado de sí por El patio (1952), La mujer imaginaria (1985), Fantasmas de carne y hueso (1993), El inútil de la familia (2004) o El descubrimiento de la pintura (2013), donde uno ha tenido el placer de conocer a esa fastuosa constelación de tíos y tías, primos y primas, hermanos y hermanas que constituyen los Edwards y de donde Jorge ha conjurado escritores, poetas, diletantes, tahúres, polígrafos y ahora una miembro integrante de la Resistencia Francesa torturada por los nazis. En el primer párrafo de Ana Karenina Tolstoi nos recordaba que existían las familias felices y las familias infelices, pero le faltaron los Edwards, esa familia que tampoco se acaba nunca. C

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

STAN GETZ (1927-1991): sax tenor estadunidense, que era capaz de ejecutar cualquier modalidad del jazz. Del cool a la música de Brasil, del bop al hard... Le decían The Sound por su estilo presto, refinado, pulido, excitado, vigoroso, duro, juguetón y sentimental. Arquitecto sonoro de asombrosa prosodia. Silbo heredado de Lester Young en pronunciaciones que ponen en primer plano a lo melódico. Se proyecta a nivel mundial en los años sesenta con sus interpretaciones de bossanova: “Desafinado” y “La chica de Ipanema” se convierten en rotundos éxitos. / Chick Corea (Chelsea, Massachusetts, 1941): pianista inclasificable capaz de transitar por la acústica electrónica, el latin jazz, el bebop, la música de concierto, el flamenco, el free jazz... Instrumentista de feeling impulsivo, Corea colaboró (sustituye a Herbie Hancock) con Miles Davis en el periodo de fusión del trompetista de Illinois. / Estamos ante una grabación de complicidades: Getz-CoreaClarke-Williams-Moreira-Strayhorn.

Captain Marvel: fonograma histórico grabado en marzo de 1972, el cual mantiene toda la enjundia de apuntes de jazz eléctrico en confabulación con un sax tenor trascendente de la música sincopada del siglo XX, el inefable Stan Getz. Chick Corea (piano eléctrico), Stanley Clarke (contrabajo), Tony Williams (batería), Airto Moreira (percusiones), Stan Getz (sax tenor): vaya piquete de virtuosos. Composiciones de B. Strayhorn (“Lush Life”) y Chick Corea. Comienza el convite con “La fiesta” (Corea): pieza en que se cruzan aires flamencos con reverberaciones de jazz rock que el Fender Rhodes de Corea recalca, mientras el sax tenor configura vestiduras melódicas de ibérica paráfrasis desde silbos lúdicos y ondulado vaivén armónico. “Five Hundred Miles High” y “Times Lie”: Stan Getz dibuja entornos flamencos en secuencias líricas y despliegues de sugerente swing. Moreira, Clarke y Williams dialogan con las teclas de Corea en pasajes de pujante euritmia. “Lush Lie”: el arreglo respeta el cromatis-

mo modal propuesto por el colaborador de Ellington, Strayhorn. Derramada sensualidad en la balada “Crystal Silence” (Corea / N.Porter): Getz en radiante fraseo youngiano. “Day Waves” (Corea / N. Porter): guiños brasileiros dibujados con ponderación por Williams y Moreira. Sesgados fraseos del sax en despliegue de pulcra técnica. Esplendores instrumentales en “Captain Marvel” que se regodea en bocetos cariocas: Airto Moreira conversa con Getz y Williams, mientras Corea y Clarke explayan colaterales concordancias. Momento sustancial en la carrera del gran saxofonista tenor, Stan Getz, en confabulación con el pianista Chick Corea. Captain Marvel o el episodio que abrió ventanas para permitir las consonancias de otros aires en la música sincopada. Convivencia de lo flamenco, lo brasileño, mohines electrónicos, apuntes rockeros y extensiones de balada. Momento culminante del jazz de los setenta. Álbum imprescindible que no puede faltar en la colección de un melómano que se respete. C

CAPTAIN MARVEL

Artista: Stan Getz, Chick Corea y otros Género: Jazz Disquera: Columbia, 1974. Reedición de Sony Music, 2003.


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

KAFKA ERA HIPSTER

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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uena increíble, pero es cierto. Existió un tiempo en que Kafka era la sensación. Sí, leerlo equivalía a lo que hoy significa ser vegano o andar en bicicleta. A usar bastón y bombín. A portar mostacho. Era tan pero tan in, Kafka, que probablemente sea el primer ícono hipster de la historia. Lo confiesa Anatole Broyard en Cuando Kafka hacía furor (La Uña Rota, 2015). Las memorias de un aspirante a escritor en el Greenwich Village de Nueva York durante los cuarentas. La portada no podía ser más ilustrativa. Un Kafka de lentes oscuros y vestido como beatnik. Hubo una época en la que la frivolidad de la época se resumía en ser un fan de Kafka. No nos equivoquemos. No se trata del primer ídolo pop de la historia. Ese es Elvis Presley, Pops, Michael Jackson, o el que le acomode según sus gustos. Kafka era una estación obligada para la gente que deseaba estar a la moda hipster. Cosa que no ocurre con los hipsters de la actualidad. Sumergido en esta era, Broyard desgaja en una novela non-fiction (sic) sus desventuras en la Nueva York post era dorada del jazz. Sobre los restos de Scott Fitzgerald. Obra que no vería la luz hasta los años noventas. Y que alcanzaría la celebridad de manera instantánea gracias a que David Bowie lo consideraba uno de sus libros favoritos. Broyard, como muchos otros, abandonó la provincia para trasladarse a la Gran Manzana con la intención de convertirse en escritor. Los beats ya estaban rondando por ahí. Pero su contacto se presentó

CON UNA PROSA “EPIGRAMÁTICA”, DICE LA CONTRAPORTADA, BROYARD ESGRIME UN CONOCIMIENTO DE LA VIDA PROFUNDO. QUE UTILIZA SOBRE TODO CONTRA SÍ MISMO.

El sino del escorpión

con lo que escurrió de la Generación Perdida. A poco de llegar se convirtió en el amante de la protegida de Anaïs Nin. Visto desde cualquier ángulo es sin duda un excelso golpe de suerte para el aspirante. Incluso conoce a Henry Miller. Pero en la práctica su relación se convierte en un calvario. Sheri, la pintora protegida de Anaïs, era, lo dice el mismo Broyard: “la vanguardia misma”. Y como tal se dedica a hacerle la vida imposible al pobre e incipiente autor. Quien acepta vivir con ella por falta de fondos. No puede costearse su propio departamento. Lo que da origen a uno de los libros más divertidos que haya producido la historia de la literatura. Pero no todo queda ahí. Es al mismo tiempo uno de los testimonios más bellamente escritos del intento de un hombre por reponerse a sus circunstancias. Broyard no descansará entonces hasta huir de Sheri, quien lo mete en problemas de toda índole. Uno de sus amigos pretende bajársela, y aunque Sheri no está interesada le da entrada para atormentar a Broyard; se presenta intempestivamente en casa de los papás de Broyard sin avisar y sin que los padres la conozcan. Broyard tiene entonces varios trabajos. Asistir a la escuela (en donde recibe clases nada más y nada menos que del mismo Erich Fromm, por lo que Cuando Kafka hacía furor puede presentar una burla a todas las ideas de Fromm sobre el amor), tratar de ganarse algunos dólares y escapar de Sheri. Quien por alguna razón no muy clara se obsesiona con él. Un ser un tanto pacato, así se describe a

sí mismo. Cuando por fin consigue liberarse de esta artista con perversiones de baronesa monta una librería de libros usados. Una historia que queda inconclusa. Pues la muerte sorprende a Broyard. Un epílogo de su hijo explica las circunstancias por las cuales el manuscrito se publicó inconcluso. Pero no importa que no esté acabado. El libro puede considerarse un clásico. Con una prosa “epigramática”, dice la contraportada, Broyard esgrime un conocimiento de la vida profundo. Que utiliza sobre todo contra sí mismo. Hilarante e hiriente a la vez, recuerda todas y cada una de las humillaciones a las que lo sometió Sheri. Él había aceptado vivir con ella como una manera de inaugurar su vida adulta. Pero resultó todo lo contrario. Aquello que buscaba le fue negado. E incluso sirvió de instrumento para su tormento. “Nunca serás un hombre, hasta que aprendas a vivir sin explicaciones”, le recriminaba Sheri. Cierra la obra “Retrato del Hipster”, un ensayo publicado por Broyard en 1948 en la Partisan Review. En donde deja en claro que el hipster ha muerto. Es obvio que se refiere a los hipsters de la primera mitad del siglo XX. Pero su declaración se extiende a todas sus encarnaciones. Así como Kafka nunca sospechó que se volvería popular para la generación de la post-guerra, tampoco Broyard supuso que antes que Cristo regresara, volverían los hipsters. Ironías de la existencia. Del arte. De quien sea. Hoy Broyard se convirtió en un personaje famoso después de muerto. Como su maestro. El Divino Kafka.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

Atrapados en la red EN SU TECNOLÓGICO nido en lo alto del muro, el ciberescorpión navega por la red donde lee sobre Chelsea Manning, quien en septiembre fue confinada a una celda en solitario como castigo por haber intentado suicidarse. Chelsea, antes Bradley Manning, se encuentra en proceso de cambio de género mientras cumple una condena de 35 años en la prisión de Leavenworth, Kansas. El ex analista militar fue acusado de traición por haber filtrado vía WikiLeaks documentos secretos de las embajadas estadunidenses en Medio Oriente, además de información sobre varios de los detenidos en Guantánamo y el video donde se ve a un helicóptero militar estadunidense asesinar a un grupo de civiles en Iraq, incluidos dos periodistas de la agencia Reuter. Ya atrapado en la telaraña del ciberespacio, el arácnido continúa leyendo: “¿No

podemos atacar con un dron a este tipo?”, habría dicho Hillary Clinton sobre Julian Assange en 2010, cuando el ciberactivista estaba a punto de dar a conocer miles de documentos secretos de Estados Unidos. Lo mismo se habrá preguntado nuevamente la candidata demócrata cuando a principios de septiembre WikiLeaks hackeó las cuentas electrónicas de su partido y dejó al descubierto una campaña sucia contra Bernie Sanders para favorecer a Clinton. Desde julio de 2012, Assange vive refugiado en la embajada de Ecuador en Londres ante la amenaza de las autoridades suecas de procesarlo por un presunto abuso sexual. Tras más de cuatro años de encierro, el periodista sigue alegando la falsedad de la acusación y advierte sobre la intención de las autoridades de extraditarlo a Estados Unidos para enfrentar

un juicio y seguramente años de prisión. El alacrán lee también del revuelo causado por la cinta Snowden, de Oliver Stone, sobre la vida del ex analista de la CIA Edward Snowden, quien filtró documentos secretos reveladores del sistema de ciberespionaje que Estados Unidos ejerce en todo el mundo. La cinta se suma al documental Citizen Four, de Laura Poitras, un testimonio claro de la persecución de la cual fue objeto el personaje, quien debió exiliarse en Rusia en 2013 hasta conseguir el estatus de residente en ese país. Antes de desconectarse, el venenoso promete próximas indagaciones del entorno digital en México, donde escasean los estudios serios sobre el tema. Mientras tanto, recomienda la obra colectiva Internet en México. Derechos humanos en el entorno digital (Derechos Digitales, 2016).

MANNING, EL EX ANALISTA MILITAR, FUE ACUSADO DE TRAICIÓN POR HABER FILTRADO VÍA WIKILEAKS DOCUMENTOS SECRETOS DE LAS EMBAJADAS ESTADUNIDENSES EN MEDIO ORIENTE.


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LOS COLONOS DE SHIMON DOTAN FILO LUMINOSO

Por

NAIEF YEHYA

E

n una ceremonia en 1967 el rabino Tzvi Yehuda Kook se lamentó públicamente de los términos de la división de Palestina entre un estado israelí y uno árabe. Se preguntaba: “¿Dónde está nuestro Hebrón, dónde está nuestro Nablus, dónde está nuestro Jericho, dónde está nuestra orilla oriental del río Jordán?” Argumentaba que era imposible que Israel no tuviera esas ciudades. Su llamado tuvo eco entre los grupos fundamentalistas que no estaban de acuerdo con la partición del territorio entre un estado judío y uno árabe, como lo había determinado la ONU. En junio de ese mismo año explotó la Guerra de los seis días, en la que Israel lanzó un ataque preventivo en contra de posiciones egipcias aplastándolas y más tarde derrotó de manera contundente a Siria y Jordania. El discurso del rabino se había vuelto una profecía y el estado israelí tomó toda Cisjordania, Jerusalén y Gaza, así como el desierto del Sinaí egipcio y las alturas del Golán, de Siria. De un golpe Israel triplicó su territorio. Sin embargo, la ley internacional prohíbe colonizar tierras conquistadas en combate por lo que el estado israelí se vio en un dilema: negociar la paz y establecer un equilibro con sus vecinos desde una posición de fuerza y ventaja o bien incorporar los territorios y de esa manera desafiar a la ley internacional. El documentalista y académico israelí radicado en Nueva York, Shimon Dotan, dirige The Settlers (Los colonos) un trabajo cauteloso y competente que tiene por objetivo explicar la historia, política y significado del fenómeno de la colonización israelí de los territorios ocupados. Dotan no oculta su postura progresista y su certeza de que los colonos representan el principal obstáculo para alcanzar un acuerdo de paz con los palestinos y su vecinos. El realizador parte de preguntar a sus entrevistados: ¿Qué es un colono? y ¿Eres un colono? Las respuestas que dan son reveladoras de la magnitud del problema, ya que mientras algunos rechazan del todo esa denominación, diciendo que ellos no están colonizando la tierra de nadie sino que están regresando a la tierra que dios les dio hace milenios, otros aceptan que se trata de una expansión del territorio y unos más consideran estos los primeros pasos de la reconquista de la extensión geográfica del Israel bíblico, que va del Nilo al Éufrates. De los 400 mil colonos que viven actualmente en los territorios ocupados, alrededor de 320 mil están ahí por razones económicas, por las comodidades que ofrecen esos suburbios subvencionados y conectados por medio de

carreteras de uso exclusivo para israelíes con las ciudades en el territorio israelí. Los 80 mil colonos restantes están ahí por razones ideológicas y bíblicas, y una fracción de estos son extremistas violentos que incendian casas, destruyen olivos, matan ganado, intimidan y de cuando en cuando asesinan palestinos. Dotan se enfoca en los iluminados a quienes considera la vanguardia de un movimiento expansionista. El cineasta describe la cronología de eventos que comienza en 1967 con lo que parecían actos de desobediencia civil y describe la manera en que los grupos religiosos desafiaban a la autoridad para establecerse en los territorios ocupados. Una y otra vez el gobierno trataba de impedírselos pero eventualmente, bajo presión o por cálculos políticos, toleraban un asentamiento y el ciclo se repetía. Dotan incluye pietaje de los años sesenta donde muestra a los líderes en su lucha por colonizar la tierra y los muestra ahora, desafiantes, victoriosos y convencidos de estar cumpliendo con el destino bíblico. Algunos de los líderes históricos describen su movimiento en términos idénticos a los nacionalismos fascistas europeos y hacen eco a los movimientos nativistas y religiosos que fundamentan su ideología en la pureza racial. Paralelamente muestra a los jóvenes miembros de la juventud de las colinas (hilltop youth), un grupo de radicales y extremistas quienes van poniendo puestos de avanzada, bastiones que usualmente tienen casas

DOTAN INCLUYE PIETA JE DE L OS AÑOS SESENTA DONDE MUESTRA A L OS LÍDERES EN SU LUCHA P OR COL ONIZAR L A TIERRA Y L OS MUESTRA AHORA, DESAFIANTES, VICTORIOSOS Y CONVENCIDOS DE ESTAR CUMPLIENDO CON EL DESTINO BÍBLICO.”

rodantes y tiendas de campaña, y que se han convertido en el frente de choque con que toman tierras, intimidan y amenazan a los palestinos. Estos jóvenes justifican sin el menor pudor el asesinato de árabes, así como de judíos y gentiles que intenten obstaculizar la creación de un estado teocrático. Cuando un joven colono le dice a Dotan que espera el momento en que los israelíes empiecen a tomar tierras del otro lado del río Jordán, el cineasta responde: “Eso es Jordania, eso es otro país”. El muchacho contesta: “Todo es temporal”. Esa visión religiosa hace que toda acción, por inquietante, ilegal o cruel que parezca, sea justificada por un plan divino. Uno de los entrevistados se declara orgullosamente “racista” y dice que da gracias a dios por no haberlo creado gentil. Uno más educa a sus hijos para que vayan a golpear árabes en cuanto tengan edad suficiente. El ejército trata de controlar a los colonos más agresivos, pero a menudo los soldados se muestran apáticos, confundidos y hasta cómplices. Para enfatizar la naturaleza mesiánica de esta vanguardia la cinta está dividida en capítulos que comienzan con dibujos del formidable ilustrador David Polonsky, que evocan a los grabados de Gustave Doré. La colonización es también una carga para el estado ya que implica extender el aparato de seguridad y mantener patrullas militares protegiendo en permanencia a los colonos en los puntos más candentes. Es revelador que uno de los elementos que han determinado la expansión de los asentamientos han sido los ataques palestinos. Cada acto de violencia árabe es contrarrestado por el crecimiento y la multiplicación de los asentamientos. Así los actos de resistencia violenta terminan traduciéndose en la pérdida de más territorio, pero asimismo la inmovilidad o los intentos de negociar también se reflejan en más colonias. Los colonos ha sido incluida en el festival de Nueva York y aparte de su función educativa y de su postura moral, es un importante contrapeso a las imágenes de los árabes en los medios occidentales, en donde invariablemente aparecen como terroristas, villanos, racistas, homófobos e ignorantes. El estreno de la cinta también coincide con la muerte de Shimon Peres, uno de los líderes históricos de Israel, un hombre que fue beligerante y en ocasiones despiadado pero que hoy parece, en contraste con la nueva guardia de políticos israelíes, un hombre consciente con quien era posible negociar.


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