Mariano Azuela ¦ Cien Años De Los De Abajo

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FR ANCISCO HINOJOSA CARLOS VEL ÁZQUEZ EMBA JADOR

TR AVOLTAS EN MADRID

ESGRIMA

VÍCTOR DÍA Z ARCINIEGA

El Cultural N Ú M . 2 5

S Á B A D O

0 5 . 1 2 . 1 5

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

MARIANO AZUELA

CIEN AÑOS DE LOS DE ABAJO

JOSÉ WOLDENBERG Sobre Rubén Cortés JESÚS R AMÍREZBERMÚDEZ Cómplices de la perla asesina

José Clemente Orozco, La Trinchera. 1922-1927.


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En estas fechas se festeja el centenario de Los de abajo —el gran fresco literario que impulsa al mismo tiempo la novela de la Revolución y la modernidad en la narrativa mexicana—, paradigma de ese violento despertar que transformó la historia y la literatura del siglo xx. El Cultural se suma a la celebración de un libro y un autor fundamental de las letras mexicanas, con

la semblanza de Antonio Saborit, el rescate de una entrevista, un registro desconocido de la recepción de Los de abajo en sus primeras traducciones al inglés y el francés, y en la sección Esgrima, una entrevista con Víctor Díaz Arciniega, editor de la nueva y rigurosa versión de Los de abajo que ha comenzado a circular bajo el sello del Fondo de Cultura Económica.

CIEN AÑOS DE LOS DE ABAJO ANTONIO SABORIT

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a mirada del joven médico y narrador recoge cuanto irracional, externo, desenfrenado e insumiso cabe en los impulsos de un puñado de peones y rancheros rebeldes. En cierto modo Mariano Azuela se aviene en lo personal a los agraviados reclamos de esta población, un tanto mestiza y un tanto más indígena, y compone un relato que es todo lo fiel que puede al ilustrado desconcierto y a la visión de los acontecimientos de un autor que hasta ese momento ha visto salir de la imprenta, sin mayor pena ni gloria, María Luisa (1907), Los fracasados (1908), Mala yerba (1909) y Andrés Pérez, maderista (1911). Sin embargo, al cabo de los primeros cien años de Los de abajo, se cuentan con una mano quienes se han detenido en este primer capítulo en la vida de una novela de autor y tema mexicanos que entre octubre y noviembre de 1915 Azuela desgranó en veintitrés entregas para el diario texano El Paso del Norte, de filiación carrancista para más datos. Por la época que es también la de la mayor desesperación de los villistas así como la de la organización del exilio político mexicano en Estados Unidos, tenemos un Azuela que sobrevive en los lindes de la historia y de su propio país, y sus primeros lectores debieron estar en las comunidades mexicanas asentadas en el sur del ancho vecino del norte pues sus cuadros y escenas aparecieron al menos en dos publicaciones periódicas, El Paso del Norte y El Regidor, de San Antonio, Texas. ¿Quiénes fueron esos primeros lectores de Los de abajo? En realidad, ¿dónde estaban? El propio Azuela al parecer no los vio, o no le interesó mucho verlos, atento a las opiniones calificadas de México

o de París —le envió un ejemplar a Francisco Contreras, columnista del Mercure de France, y siempre apreció las notas de José G. Ortiz en la Ciudad de México— y sumido en las comilonas que siempre recordaría como características de su estancia en El Paso, Texas. En cambio sí tuvo ojos para los lectores que llegaron como en oleadas una década después de la edición texana de Los de abajo, y entre los cuales no destacó un solo comentarista que se ocupara en la posibilidad de que otros, antes, se entusiasmaran con las simpatías indígenas del criollo liberal que es el Azuela de la Revolución; más aún, en la ciudad capital esta segunda generación de lectores se atrevió incluso a “descubrir” la singularidad de la novela y le dio el beneficio de un segundo aire —desde Gregorio Ortega, Carlos Noriega Hope y El Abate de Mendoza, hasta Manuel Díaz Ramírez, Diego Rivera, Francisco Monterde, Francisco Orozco Muñoz y compañía—, sólo que cuando la reeditó en la Ciudad de México el suplemento semanal de la revista El Universal Ilustrado en 1925, Azuela ya estaba en otras narraciones, explorando las atmósferas y personajes de La Malhora. El tiempo de Mariano Azuela es el destiempo. Así fue que el “descubrimiento” de Los de abajo en los novecientos veinte alcanzó también a Francia — por medio de la traducción de un comunista catalán, Joaquín Maurín, y su esposa francesa—, a Estados Unidos —por medio de la traducción de un abogado mexicano, Enrique Munguía, Jr.— y a España. Azuela desaparece bajo el terregal de su personal hazaña, mientras que los cuadros y escenas de Los de abajo, al igual que la gesta de la propia Revolución, suceden en compañía de sus hombres y en alguna medida a pesar de ellos.

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Periodista en activo durante varias décadas del siglo xx, Gregorio Ortega (1902-1981) publicó en 1926 su libro de entrevistas Hombres, mujeres, que le acreditó, en palabras de Emmanuel Carballo, el “descubrimiento” de Mariano Azuela y de José María Vargas Vila. Ese volumen sólo tuvo una reedición en 1966 —hace casi medio siglo— y de ahí recuperamos estas declaraciones.

L OS MO T I VOS DE M A R I A NO A Z U EL A LOS PUEBLOS obligan a escribir, porque no hay otro medio de salida para las emociones. Yo soy tan poco ameno para la conversación que no era buscado por los amigos y tenía que hacer una existencia de trabajo y de reclusión. FRANCISCO GONZÁLEZ León es un formidable ironista. En el grupo que formamos en aquel entonces, él era el de las burlas y las bromas, con tal gracia que nunca ninguno se molestó. Tiene un don admirable para sacudir el bochorno del pueblo, para espantar el tedio. Algunas veces me llevó a escuchar a un dramaturgo lugareño que nos leía obras en quince actos, y al salir exclamaba: “Después de esto, ¡qué bella es la vida! ¡nada valen las imbecilidades del viejo!” UN AÑO me nombraron jurado y en las audiencias principié el estudio de los tipos del pueblo, que pasaron con la miseria suya, íntegra, sin velos. Llegué a creer que iba a quedar sin clientela y fue necesario acudir a un nombramiento oficial que me librara de la servidumbre de la justicia. Desde entonces soy médico del Consultorio número 3, situado a espaldas de la Plaza de Bartolomé de las Casas, en pleno Tepito. Estuve en condiciones de seguir el conocimiento de esa gente, cuya angustia encuentra en mí un eco. Escribí entonces La Malhora. YO ESCRIBO cuando un dolor hace reaccionar mi espíritu. Todos mis asuntos son reales en absoluto, logrados tras una labor constante de meditación y de apuntes. Usted no sabe cómo todo lo anoto, hasta el detalle más insignificante. Es una costumbre. Sí, anduve con Julián Medina y en esa correría revolucionaria nacieron Los de abajo. Yo viví y luché con los que lucharon, sufrí con ellos. UN AMIGO desconfió de mi novela; dijo: van a calificarla de “reaccionaria”. Siempre aseguré que no, porque es la verdad; y carrancistas y villistas la aceptaron. Pasados los años, murmurarán que es exagerada, y no; es pálida. Tiene cosas para mí inolvidables: hice los apuntes cuando íbamos de huida al Norte, después de las derrotas de Villa en el Bajío. La terminé en el destierro.

José Clemente Orozco, Fusilados. 1945.

¿OBSCURA La Malhora? Es que está escrita según los últimos procedimientos. Le juro que no soy literato, pero es necesario recurrir a la literatura para expresar lo que uno lleva dentro, bueno o malo. Tampoco opino que las épocas obligan a cambiar un estilo y un sistema: es la evolución misma del espíritu que precisa a uno la aceptación de lo nuevo, porque de lo contrario nadie entiende y el que lo logra se duerme. ¿Quién lee hoy a Victor Hugo? ¿MALA YERBA ambiente de Lagos? No sólo de Lagos, sino de todas las poblaciones de su categoría. Fui médico municipal y este empleo me permitió indagar en los delitos de los hacendados. ¡Quedé espantado del número de causas! Un terrateniente mataba a un peón con el menor pretexto, o sin él. Durante el porfirismo, porque las cosas hoy son distintas. Cuántos crímenes. ¿LOS CLÁSICOS españoles? (sonríe con malicia). Tengo la edición de Rivadeneyra [Biblioteca de Autores Españoles]. Prefiero Gargantúa y Pantagruel, con su francés endemoniado, a la pesadez del Arcipreste de Hita. ¡Y todavía hay quien afirme que debemos escribir así! ES TARDE. Paso de los cincuenta. Siento un cansancio que quizás no me deje escribir ya. No sé qué les ha dado por fijarse en mí; cuando el público conozca mi obra va a quedar desilusionado, defraudado. No sé, no sé.

YO CONFÍO en el futuro de nuestra literatura, porque hay un intenso movimiento al que sólo falta orientar. Los intelectuales llegarán a convencerse de que deben acercarse al pueblo, porque es en él donde se encuentran las mejores posibilidades de belleza. Que profundicen en sus lacerias, en sus sufrimientos. La clase media inspira indiferencia, la aristocracia desdén, el pueblo compasión y simpatía. No comprendo quién va a hacer la novela de la Revolución: ¡era tan sencillo! Pero los intelectuales que yo conocí dentro de ella, tal parece que no vibraron, que no sintieron. Me dejaron malas impresiones.

La revista Books Abroad, la misma que en julio de 1928 reseñó la primera edición española de Los de abajo (Biblos, 1927), preguntó a varios autores qué libros ejercieron mayor influencia para que ellos se volvieran escritores y fueron determinantes en el carácter de su escritura. Las respuestas se publicaron en dos entregas, en el verano de 1936 y en el invierno de 1938. Enseguida la de Mariano Azuela. Los autores que influyeron mis inicios literarios casi hasta la exclusión del resto fueron Honoré de Balzac, Émile Zola, Flaubert, los Goncourt y Alphonse Daudet. Mis primeras cuatro novelas las escribí bajo la influencia de los novelistas franceses contemporáneos, antes de mis libros sobre la Revolución. En la composición de éstos últimos no creo haber tenido ninguna influencia literaria. Conrad y Proust han sido mis autores predilectos en años recientes; pero no creo haber sido influido por el último que mencioné, pues siempre lo he leído con la idea de que es único e inimitable.


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La recepción que obtuvieron las primeras traducciones de la “novela descomunal” de Mariano Azuela, tanto al inglés como al francés —en 1929 y 1930—, fue recuperada en parte por Luis Leal, en los tomos que dedica al autor jalisciense, pero sin incluir las lecturas de esta entrega que refrendan el interés de algunos críticos y cronistas más allá de nuestras fronteras, en documentos rescatados y traducidos por Antonio Saborit.

C UAT RO L E C T U R A S DE LOS DE ABAJO Jueves 24 de enero [1929]

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a nota sobre Los de abajo que saqué en el número de A. L. en The Nation parece haber suscitado mucho interés. K. A. Porter me llama y dice que McCrwaley’s (el editor con el que ella está) tendría interés en publicarlo; y WF tiene un editor encima de él que sacaría todo Azuela; E. [Ernestine] Evans desde luego que lo habría hecho para C. McCann. Resulta curiosa la disposición a añadir un libro más a las carretadas de libros. Pero ellos saben tan bien como cualquiera lo raro que es algo bueno, y Los de abajo es eso ciertamente. Contraste de la respuesta a un libro con la respuesta a un pintor cuando se le presenta en público. No hay duda del verdadero peso de nuestro interés por la literatura. Avant-Garde Art & Artists in Mexico. Anita Brenner’s Journals of the Roaring Twenties

AZUELA BOCETA ESCENAS BRUTALMENTE REALISTAS The Under Dogs. (Los de abajo.) Por Mariano Azuela. Brentano’s. $ 3.50 Durante miles de años, México ha sido un país de artistas, de gente cuyos actos son cosa de pasión o de gusto; la mezcla español-indígena le ha dado a esta tendencia nacional rasgos nuevos, pero tanto hoy como cuando Cortés arribara a las costas de Veracruz, la aportación de México a los logros humanos ha sido artística. Aunque esa parte del mundo que se ocupa de tales asuntos ha sido poco consciente del hecho y sólo hoy empieza como a ver una fuerza y una belleza únicas en tal aportación. El México moderno —el espíritu nuevo que se concentra en el arte pero que envuelve toda la actividad constructiva— apenas tiene diez años. El país está en un caos social y ofrece un panorama económico, moral y político que impacta a numerosos visitantes al grado de desesperarlos o de provocar un singular resentimiento vicioso. Hasta los más amistosos son apologéticos. En este levantamiento, y en los años en los que pocas imaginaciones han atrapado a cabalidad su tragedia y horror absolutos, este admirable pueblo recurre inevitablemente a la cristalización artística de su dolor y de sus deseos. La

Los de abajo: Dossier completo de lecturas desde Estados Unidos y Francia

El Cultural En la

web

razon.com.mx

violencia física y el poder cultural están vinculados tan íntimamente otra vez que parece que el México nativo volvió a emerger con su antigua filosofía según la cual la belleza y la vida surgen de la muerte necesaria, tal y como sucede con las cosechas. The Under Dogs por tanto no es una obra maestra aislada de un genio aislado. En espíritu y en contenido va a la par con la pintura, la arquitectura, la escultura, la música mexicanas contemporáneas. Es casi exactamente la contraparte literaria de la monumental serie de escenas en blanco y negro de la Revolución realizadas por José Clemente Orozco, dramática, rápida, apa-

sionadamente realista. Es una lástima que varios de esos esbozos no se emplearan para ilustrar The Under Dogs, toda vez que los dibujos que se realizaron para ese fin específico, si bien son legítimos dibujos de Orozco, son vagos ecos de la gran serie. Mariano Azuela, al igual que Orozco, y como la mayoría de los grandes creadores mexicanos contemporáneos, trabajó y reflexionó en medio de la agitación. Los de abajo nació de los años de Azuela con una banda que se transformó, con el desarrollo de la carrera de Pancho Villa, de ser una veintena de cantores sudorosos y marginados en un ejército ostentoso que se daba banquetes de frijoles con champaña en mansiones saqueadas. La última escena fue escrita en la cueva de una montaña desde la que se dominaba el final catastrófico de esta banda, a manera de esbozo que se convertiría en el último capítulo, cuando el autor estuvo en el exilio al otro lado del Río Grande. Lleno de dolor, pesar, gran compasión y palpitante de vida, el relato se precipita en un rico idioma popular de un cañón a otro, más una pieza en construcción y amplitud que una novela. Cada una de las brutales escenas pintorescas dispara cientos de escenas similares en las mentes de los lectores mexicanos, pues de todas estas imágenes extraordinarias no hay una sola que sea en efecto extraordinaria para cualquier residente durante la Revolución ni tampoco se omitió una sola en el vívido rango de la experiencia común. También el lector extranjero demasiado apresurado podría confundir la fatiga con la futilidad, y acaso sus apaleados nervios le impidan apreciar que debajo de la carnicería, esos hombres, asesinados sin ningún propósito práctico inmediato, y que murieron carbonizados sin entender que eran parte de un gran cambio espiritual, no eran menos heroicos por no haberse comprometido con los ideales y los dogmas sociales pos-revolucionarios. Otros libros de Azuela, escritos mientras se desarrollaban los acontecimientos, confirman esta conclusión. Los caciques, una tragedia en un pueblo oprimido por los comerciantes de maíz podrido y el valor de la tierra; Mala yerba, la enternecedora descripción de unos buenos campesinos ultrajados por una familia de inmigrantes españoles, poseen las implicaciones sociales definidas que hicieron de su autor, mesurado médico de provincia, un revolucionario armado. Atravie-


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“AZUELA, OROZCO Y TODOS SUS CONTEMPORÁNEOS ACEPTAN, ABRAZAN Y RETRATAN LAS COSAS QUE HASTA AQUÍ HABRÍAN AVERGONZADO AL LITERATO MEXICANO PROMEDIO.” sa toda su obra un odio profundo al parasitismo y un odio especial a los terratenientes que lo hace comparable a algunos novelistas rusos. Sólo que Azuela posee un orgullo nacional igualmente hondo que es particularmente mexicano y que es la clave del México revolucionario creativo. Azuela, Orozco y todos sus contemporáneos aceptan, abrazan y retratan las cosas que hasta aquí habrían avergonzado al literato mexicano promedio, cosas nada bellas y a la vez tan dominantes que hacen que su país sea tan diferente al resto del mundo occidental. El realismo artístico que predetermina este orgullo y la gran compasión aplastante con la que se empareja producen resultados que ciertas personas con ideas iniciales diferentes podrían tomar fácilmente por pesimistas o por amargamente cínicas. Por desgracia la sentimental versión inglesa del título en español ayuda a dar una impresión equivocada. The Under Dogs se escribió como una sencilla relación descriptiva de la masa en la Revolución: la masa y de ninguna manera el under dog [el indefenso, el desamparado], sino más bien el fuego más profundo e incandescente del volcán con que compara el levantamiento el poeta delirante creado por Azuela. Tal vez también de manera inevitable la versión en inglés haya perdido el ágil y compacto ritmo original, y a ratos resulte sumamente tiesa. Obtener un inglés claro del habla terrenal, metálica, de Azuela requería que el traductor ejecutara maravillas de inventiva. Pero no hacía falta inyectar ni pintoresquismo ni crudeza a un estilo originalmente viril, equilibrado, al pasar literal y torpemente frases como “the ultimate faint rays of the moon” [“cuando los albores de la luna se esfumaron”], “vultures of prey” [“famélicos coyotes”], “Demetrio laid his hand on his hair which covered his head” [“Demetrio llevó su mano al mechón de pelo que le cubría una oreja”], “His words faithfully interpreted the general opinion” [“Sus palabras fueron fiel trasunto del sentir común”] y muchas otras que son comunes en español y confusas en inglés. Sin embargo, fue la tarea de un admirador; y aunque The Under Dogs es una especie de adulteración de Los de abajo, conserva la espléndida integridad virulenta que hace de éste uno de los grandes libros modernos en español. Anita Brenner New York Evening Post Agosto 31, 1929

FRANS BLOM (1893-1963) estudió arqueología con Edward Tozzer en Harvard y se sumó al Department of Middle American Research de la Universidad de Tulane en 1924. ANITA BRENNER (1905-1974) tradujo al inglés algunos pasajes de Los de Abajo que publicó The Nation el 16 de enero de 1929.

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MÉXICO EN ARMAS

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he Under Dogs, o mejor dicho Los de abajo, el título original, es un libro sumamente notable surgido del barro de las revoluciones mexicanas. Para apreciarlo en plenitud hay que conocer a los mexicanos de las clases más bajas, se liberados hace unos veinte años de un gobierno prácticamente esclavista. Desde el tiempo de los aztecas, los mexicanos han sido luchadores, y cuando la llama de la Revolución ardió en 1910 prácticamente todos emprendieron su propia lucha. Algunos lucharon por el mero placer de luchar, otros por el pequeño valle que habitaban, y muchos nada más lucharon y no supieron por qué. Un hombre fuerte juntaba a un grupo de amigos cercanos y empezaba a atacar pueblos y líneas del tren. Si tenía suerte su pequeño ejército crecía y en breve se convertía en una avalancha de lucha y saqueo, hasta que lo detenía otra avalancha más fuerte. Numerosos idealistas se sumaron a estas hordas y en largos y rimbombantes discursos, tan queridos por los pueblos latinos, predicaron la Revolución, la libertad y el progreso social. Azuela nos ha entregado una imagen intensa de estos luchadores de baja estofa. Con un lenguaje sencillo pinta con tal honestidad una etapa del desasosiego mexicano de hace quince años que su libro no sólo es buena literatura sino también un documento histórico. Seguimos la carrera de Demetrio Macías desde su primer enfrentamiento con las tropas federales, pasando por sus victorias, saqueos y excesos, hasta convertirse en un general federal y encontrar su derrota en manos de una banda parecida a la que él mismo había echado a andar. Luis Cervantes, joven estudiante de medicina, inicia con sueños idealistas, pero conforme avanzan los saqueos desarrolla una ambición por el oro digna de un viejo conquistador español. Estos personajes aparecen rodeados de una pequeña banda que crece hasta formar un ejército, un ejército de asesinos y rateros. Cuando se les acaba el parque sacan sus largos cuchillos de carniceros. Matar los emociona y en sus mentes nunca aparece su propia muerte. Entre un enfrentamiento y otro se meten a cantinas y burdeles, o se adueñan de casas particulares. “Si eso de que los soldados vayan a parar a los mesones es cosa que ya no se usa... llega uno a cualquier parte y no tiene más que escoger la casa que le cuadre y ésa agarra”. De la primera a la última página el libro transporta al lector y al concluir se pregunta si tales cosas sucedieron en realidad. Quien ha visto varias revoluciones de ese tiempo puede afirmar que cada palabra es auténtica. Al leer Los de abajo en el original me di cuenta de lo difícil que sería traducirlo a otro idioma. La extraordinaria

“AZUELA PINTA CON TAL HONESTIDAD UNA ETAPA DEL DESASOSIEGO MEXICANO DE HACE QUINCE AÑOS QUE SU LIBRO NO SÓLO ES BUENA LITERATURA SINO TAMBIÉN UN DOCUMENTO HISTÓRICO.”

expresividad del diálogo, las coloridas palabras del español al ser mexicanizadas e indianizadas, ayudan a darle realismo y veracidad a la trama. Aun admitiendo el carácter inusual del texto no se puede decir que el traductor haya hecho un trabajo logrado. En algún pasaje se siente que tuvo muchos problemas con su diccionario y en otras la mala traducción destruye la intensidad de la descripción. Un ejemplo bastará. Azuela describe cómo los soldados federales huyen por la ladera de un monte para salvar la vida y los bandidos les disparan. Meco se ufana de su puntería al tiempo que elige blancos humanos. El traductor dice: “I’ll give that lad on the trail’s edge a shower of lead. If you don’t hit the river, I’m a liar! Now: look at him!” [El original: “Yo voy a darle una bañada al que va ahorita por el filo de la vereda... Si no llegas al río, mocho infeliz, no quedas lejos... ¿Qué tal? ¿Lo viste?”]. La alegría de tirar al blanco y el orgullo de la puntería del Meco la pinta con mucha mayor intensidad Azuela: “I am going to give him a bath; the fellow now on the edge of the trail... if you don’t reach the river, you unlucky bastard, you won’t stop far from it... what about it? did you see it?” Se ve la bala dar al blanco, el cadáver caer en la cuesta y rodar al río. La pobre bestia recibió su baño y Meco se siente orgulloso. Hay muchos ejemplos más como el anterior y se perdió buena parte del colorido original. Los de abajo está muy por encima de The Under Dogs y se experimenta la sensación de que tanto al autor como al lector se les hizo una injusticia. Nadie salvo un mexicano podía haber escrito Los de abajo y nadie ha trazado con más realismo e intensidad la Revolución Mexicana, en todo su espanto, que Clemente Orozco. Es una suerte que lo eligieran a él para ilustrar The Under Dogs, y hay que felicitarlo por sus dibujos. Aún cuando la traducción no es todo lo deseable, The Under Dogs se puede recomendar a sus lectores en inglés como uno de los libros más destacados y apasionantes de la literatura moderna. Frans Blom The Saturday Review of Literature Septiembre 28, 1929


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LA VERSIÓN AL FRANCÉS

“TODO SU AFÁN HA CONSISTIDO EN HACERNOS VER A ESTOS HOMBRES RUDOS EN LUCHA TAL COMO ÉL LOS VIO: RUDOS, VALIENTES, DADOS A TODOS LOS VICIOS Y TODOS LOS SACRIFICIOS.”

Ceux d’en bas, por Mariano Azuela, traducción de J. y J. Maurin, prefacio de Valery Larbaud, París, J. O. Fourcade, 12 x 19, 240 pp. 12 francos.

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obre los acontecimientos que hemos leído de México entre el final de la dictadura de Porfirio Díaz y el establecimiento del régimen actual, no sabíamos gran cosa en Europa. En un prefacio rico en datos y observaciones originales, Valery Larbaud nos informa sobre las manifestaciones que han acompañado a la Revolución en las letras y las artes y traza un cuadro magistral del renacimiento de la civilización mexicana. De la élite de los revolucionarios surgió un narrador: el doctor Mariano Azuela. Su último libro, en una traducción que nunca traiciona su valor, es popular en América. Los comentaristas del Nuevo Mundo celebraron sus méritos. Y parece que no exageraron. Ceux d’en bas es el retrato vigoroso, objetivo, descarnado de la vida de los combates revolucionarios, un conjunto de escenas trágicas narradas con la mayor impasibilidad. La elección de los detalles esenciales, la exactitud de las observaciones, el relieve de los personajes, permiten al autor componer imágenes de una aguda nitidez. Todo su afán ha consistido en hacernos ver a estos hombres rudos en lucha tal como él los vio: rudos, valientes, dados a todos los vicios y todos los sacrificios, crueles y sádicos sin proponérselo, ni afeados, ni exaltados, pero sí verdaderos, espléndidamente ciertos. Valery Larbaud no tiene miedo de recordar a Tácito, a propósito de Mariano Azuela. La fuerza y concisión del autor latino, el poder evocativo que contiene este libro, prometen un éxito que esperamos sea amplio y franco porque es bien merecido. Jean Camp La Quinzaine Littéraire Abril 10, 1930

“UN ÉXITO IMPORTANTE”

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JEAN CAMP (1891-1968), autor de La literatura española desde sus orígenes hasta nuestros días, reeditado en diversas ocasiones desde la primera edición, fechada en 1943. FRANCISCO CONTRERAS (1877-1933), poeta y ensayista chileno, empezó a colaborar en las páginas del Mercure de France en enero de 1911, invitado por Remy de Gourmont. Ahí mantuvo por lustros la columna “Lettres Hispano-Américaines”.

as novelas que más se publican en las repúblicas hispanoamericanas son por lo general interpretaciones de la realidad ambiente en su aspecto social y también político, y sólo excepcionalmente expresiones individuales más o menos apartadas del medio, es decir, obras hechas a la manera realista o naturalista del siglo pasado, o bien novelas que siguen las fórmulas psicológicas francesas posteriores. Naturalmente que lo que en ellas abunda es la pintura de la realidad más inmediata y la psicología al uso, nada que brinde consistencia. Los personajes por lo general tienen “dos dimensiones”, sin profundidad, en tanto que en la atmósfera no se encuentran los elementos tradicionales que constituyen el carácter de la nacionalidad. Se diría que los autores, engañados por la literatura y por la cercanía, no ven lo que de profundo existe en su espíritu y en su medio. De ahí que casi nunca se sirvan del tesoro de lo tradicional ni del arte popular, no obstante su riqueza y lo poco que se les explota en sus países. Mariano Azuela, mexicano, nos ha dado una serie de novelas que interpretan la vida de su país en sus luchas sociales y políticas, durante el periodo que va de los últimos años de la dictadura de Porfirio Díaz hasta el fin de la Revolución. Se trata de narraciones nítidas sobre un pueblo en convulsión, agitado por pasiones primitivas, a veces monstruosas, narraciones llenas de vigor y en ocasiones de elegancia, pero muy breves, muy bocetadas, lo que las vuelve un poco confusas, escritas en un lenguaje defectuoso y cargado de regionalismos que resultan ininteligibles para el lector que no es mexicano. Así, entre los libros que hemos recibido, en Mala yerba asistimos a la lucha entre una familia de terratenientes, auténticos criminales, y los campesinos que no son unos santos; en Las moscas vemos la precipitada fuga, durante la Revolución, de militares, de civiles y de una familia de empleados que, en su agonía, busca la manera de sacar el mayor provecho de las circunstancias. Fiel al método realista, el autor no interviene en la acción, aunque muestra su espíritu crítico al acentuar los tintes sombríos y en la elección de los nombres de sus personajes: el general Malacara, el general Cebollino. Se trata de novelas muy conocidas, y la que recibí más recientemente, Los de abajo, narra las proezas de una

banda revolucionaria integrada de rústicos, mitad aventureros, mitad bandidos, que por vengar alguna expoliación o por evitar la cárcel se baten contra las tropas del gobierno. Un estudiante de medicina, que se suma a ellos y que habla de la santa causa del pueblo, no se muestra, en definitiva, muy idealista. Todos combaten por el hecho de combatir y por morir. De suerte que hasta el triunfo de los suyos siguen luchando, con excepción del estudiante, quien se fuga a los Estados Unidos, y todos ellos mueren con el fusil en la mano. Estas bárbaras aventuras tienen sin embargo el heroísmo y la grandeza que les otorga la increíble temeridad de estos hombres primitivos, poseídos de instintos irrefrenables, y la majestuosidad de un país montañoso, en parte solitario, en parte repleto de multitudes angustiadas. Hay incluso algunos episodios delicados, como el enamoramiento de una campesina por el estudiante. Los personajes, muy intensos, tienen ciertos matices: el jefe es el clásico bandolero feroz, quien no obstante sabe ser delicado, y casi siempre aparece tal y como lo vimos por primera vez. Por otra parte, los aspectos característicos del pueblo mexicano no están en la narración, al grado que asistimos a una fiesta campesina y no vemos los bailes nacionales que existen en diversos pueblos y no apreciamos ninguno de los vestigios de las bellas cosas de la etapa colonial, de las cuales está lleno el país. Aun así esta novela, llena de vida, de pasión, de movimiento, de sorpresas, de aventuras, de bellos paisajes, se lee con gran interés. Con este libro Azuela se anotó un éxito importante. Tratándose tal vez de un “documento” para descifrar a México, los periodistas de Estados Unidos lo han comentado en los grandes diarios con los elogios más intensos. La novela se reeditó en España y ahora mismo acaba de aparecer en francés. Su autor es considerado como uno de los mejores novelistas del país. Pero en México, donde abundan los poetas, no hay tantos narradores. Si este autor tan dotado se decidiera a interpretar de una manera menos exclusiva al mexicano, y si deseara emplear los elementos característicos de su país, podría ser uno de los mejores novelistas, no sólo de México, sino del idioma español. Francisco Contreras, “Letras hispanoamericanas”, en Revue de la Quinzaine Mercure de France Mayo 1, 1930

“LOS ASPECTOS CARACTERÍSTICOS DEL PUEBLO MEXICANO NO ESTÁN EN LA NARRACIÓN, AL GRADO QUE ASISTIMOS A UNA FIESTA CAMPESINA Y NO VEMOS LOS BAILES NACIONALES QUE EXISTEN EN DIVERSOS PUEBLOS.”


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La colección Ensayo Personal que publica Ediciones Cal y arena ha puesto en circulación el libro de Rubén Cortés Un bolero para Arnaldo. Memoria personal de Cuba, que se presentó esta semana en la FIL de Guadalajara. El Cultural comparte una lectura incisiva de José Woldenberg.

C U BA E N L A M E MOR I A E L T EST I MON IO DE RU BÉ N CORT ÉS JOSÉ WOLDENBERG

Foto > ESPECIAL

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e gustan los testimonios personales. Los leo con placer, interés y unos gramos de morbo. El placer deriva de la posibilidad de asomarse a la recreación subjetiva de una experiencia. El interés por el acercamiento a otras vidas, otros hábitos, otras trayectorias. Y el morbo porque vivir no es fácil y no me pidan que explique esta última observación. Los testimonios nos ayudan a comprender o a comprender a medias cómo otros han forjado sus propias biografías. Asunto que de por sí resulta fascinante. (Con una condición: que los otros nos importen.) De manera obligada recrean una época, usos y costumbres, las coordenadas anímicas, intelectuales y políticas de un periodo. Nos acercan a situaciones y momentos que marcaron rutinas y trayectorias. Pero sobre todo me gustan porque los testimonios son únicos, personales, intransferibles. Cien personas ante las mismas circunstancias pueden y de hecho ofrecen versiones distintas. Porque cada individuo es irrepetible. De ahí la grandeza y la incapacidad de asir eso que llamamos existencia colectiva. Y cuando los testimonios tienen entraña y verdad entonces se vuelven perdurables. En Un bolero para Arnaldo (Cal y arena, 2015), Rubén Cortés nos ofrece el relato de un transterrado, la recreación del alejamiento y reencuentro de una familia, una aproximación, desde la médula, con el lugar de origen (Cuba), el proceso de desencanto con una apuesta política que suprimió las libertades y una reconstrucción vívida e intermitente de las relaciones entre un hijo (Rubén Cortés) y su padre (Arnaldo). Se trata de la lenta agonía de un hombre que a los 74 años “se cansó de estar despierto”. Un hombre que antes andaba en bicicleta, fumaba tabacos (que no “habanos”, porque al parecer eso molesta a los guajiros), nacido en 1938 “gracias a la última fecundación de blancos nacidos en la isla de emigrantes españoles”, tejedor de amistades que debían durar toda la vida; un hombre que no se metía con nadie pero nadie se metía con él. “Llevaba a la cintura un cuchillo con vaina de cuero” y era dependiente, sin rubor, de su mujer (a pesar de ser un macho hecho y derecho). “No tenía preparación académica”, pero sí “sentido común”. Jubilado a edad temprana por aspirar en la mina “un polvillo letal” se “quedó a cuidar vacas”. Y le enseñó a su hijo las “pequeñeces que hacen la felicidad”.

Resignado, sin fuerzas o talante para enfrentarse a la Gran Utopía, “resistió con nobleza y alegría su existencia”. Y a pesar de que en alguna ocasión estuvo preso, tres días incomunicado, “jamás guardó resentimiento por aquel abuso”. Se trata de la historia de su hijo que acaba migrando a México y estableciéndose entre nosotros. Un niño que se bañaba en las aguas del río Guamá, que escuchaba las historias y consejas de los amigos negros del padre, que mamó en su casa un cuadro de valores elementales por fundamentales y que el día que se despide de su padre comprende por qué para el viejo Cuba es el mejor país que existe. Hijo de un cubano alejado del estereotipo; un “viejo” que no bailaba, que no tomaba ron, que no le gustaba la fiesta, Rubén Cortés que salió de Cuba como emigrado el 15 de octubre de 1995, partió convencido de que no quería regresar a vivir en la isla, pero sí volver de vez en vez a visitar a la familia y “los lugares donde alguna vez había sido feliz”. 18 años después, el 30 de enero de 2014 abandona Cuba “como exilado” y sin ninguna liga que lo ate ya a su país de origen. En ese lapso se transformó en otro. Escribe: “Consideré que, a los treinta años,

si me esforzaba y conseguía amar otra tierra, podía limpiarme de la viscosidad utópica y dejar de ser un mono con una bisagra en la nuca para asentir, y dos platillos en las manos para aplaudir”. En ese tiempo se hizo más mexicano que cubano, “más ceremonioso que efusivo”, se involucró en la vida periodística y política de su nueva Patria, perdió la esperanza de un cambio en Cuba, pero sobre todo logró reencontrarse con toda su familia lejos de la isla (en Miami y México). Fue el punto final de su relación con Cuba. Bueno, eso afirma, aunque uno piensa que esa relación —difícil, cargada de amor y de odio— no caducará nunca. Afirma Cortés: “A los 31 años, México me dio derechos de voz propia, de votar por mis gobernantes, expresarme con libertad, de no temer de los otros al hablar, el derecho a ser yo mismo, a no tener que fingir ni simular para crecer”. Lo escribe con un énfasis categórico, sin remilgos, valorando lo que ello significa. Y me pregunto: ¿será que las libertades solamente se aprecian cuando se ha vivido sin ellas? El relato es también una saga familiar que arranca con los abuelos españoles, transcurre con el matrimonio granítico de los padres, con una viudez estoica —la


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La Gran Utopía sacó lo peor de los cubanos, al obligarnos a luchar para vivir, lo cual nos hizo ceder espacios a la dignidad con tal de alcanzar una vivienda, un buen trabajo, un viaje al extranjero y privilegios como comer salchichas o usar papel sanitario. Todo tipo de prosperidad dependía del Estado... Para sobrevivir, la gente era capaz de cualquier bajeza o delito, como justificar en su entorno cercano la prostitución y el robo, sin cuestionamientos morales. Todo estaba justificado porque se estaba luchando para vivir... Se trata no sólo de un deterioro material, sino —según nuestro autor— de un quebranto ético. La tragedia de la prostitución de los años noventa, la genuflexión política, la delación como mérito, se instalan y construyen un ambiente opresivo. La supresión de las responsabilidades individuales y los afanes por sobrevivir, en un espacio copado por los aparatos del Estado, generaron —nos dice Cortés— servilismo, resignación sorda, vileza. El relato está además salpicado de “historias ejemplares” o de estampas que Cortés dibuja para ilustrar los resortes de otros tiempos. Así, aparece Carlos Téllez, boxeador profesional al que su manager le ofrece una buena cantidad de dinero si se dejaba caer en el quinto round. Téllez, “que no tenía donde caerse muerto”, le “rajó la cara de un navajazo” a su “mentor” y por supuesto fue condenado a diez años de prisión. O la de Arcadio Esquijarosa, que al enterarse que su hijo recién nacido era blanco, fue a matar al verdadero padre de una puñalada. Biografías que merecerían su propio relato, pero que como suele suceder, vistas a la distancia, son sólo un poco de sal y pimienta en la vida de los otros. En el libro hay también una lectura compleja y perturbadora (para mí) del

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del padre— que “a lo largo de los quince años que sobrevivió a la madre nunca dejó de ir al cementerio a ponerle flores los domingos”, y desemboca con el abandono de la isla de hermanas, cuñados, sobrinos y la reunificación familiar. Una vez que ello sucede, Cuba queda atrás y Cortés cierra no sólo un capítulo de su biografía sino de la historia de una familia. Veremos. Porque las historias suelen fluir por múltiples veredas y los finales nunca se pueden establecer de antemano. El testimonio es también una dura crítica al ambiente viciado en Cuba. Se trata de la Gran Utopía (Cortés evita llamarla Revolución) convertida en dictadura. La añoranza por un pasado lejano en que la libertad de prensa y los procesos electorales ofrecían distintas opciones y la forma en que los nuevos usos y costumbres fomentaron “la simulación política y la doble moral individual y familiar”. Escribe Cortés:

asunto racial en Cuba. Un seguimiento del peso específico de los diferentes linajes y entiendo que una preocupación por el decrecimiento numérico de los blancos en un país cada vez más negro. (Que yo no concibo como preocupación). Un tema que Cortés trata no sólo como un resultado del “sincretismo cultural” al que contribuyeron en la isla los españoles y los negros, y también “chinos, yucatecos, árabes y judíos”, sino como un efecto no planeado de la “Gran Utopía”. Puesto que la proporción de blancos que salió del país fue mucho mayor que la de negros, al tiempo que la migración de blancos hacia Cuba ha cesado. Otro tema espinoso es el tratamiento de las Escuelas en el Campo. Adolescentes entre 12 y 18 años “en plena explosión hormonal” —nos dice Cortés— fueron trasladados para estudiar en planteles alejados de sus padres, a los que veían sólo “un fin de semana al mes”, lo que según el texto de Cortés hizo que los códigos morales de la generación anterior volaran por los aires. Eso derivó —dice de manera socarrona— en que los hijos no se parecieran a sus padres. Hay en ello algo más que una añoranza conservadora, es creo una reivindicación de la familia como ámbito formador en cierta escala de valores. Escribe Cortés: “Venía de una generación en la que las familias actuaban por códigos rígidos que la Gran Utopía

“LA SUPRESIÓN DE LAS RESPONSABILIDADES INDIVIDUALES Y LOS AFANES POR SOBREVIVIR, EN UN ESPACIO COPADO POR LOS APARATOS DEL ESTADO, GENERARON —NOS DICE CORTÉS— SERVILISMO, RESIGNACIÓN SORDA, VILEZA.”

modificó porque el Estado arrebató a los padres, por decreto, la responsabilidad de la crianza de los hijos y, en lugar de enseñarlos a ser educados, les enseñó a ser sumisos”. Hay en esa veta todo un tema que en efecto ciertas corrientes “progresistas” tienden a minusvaluar: el papel de la familia en la formación de las personas. Pero creo que nuestro autor llega muy lejos cuando afirma que “aquella generación —la de sus padres— no pretendía el amor de sus hijos: quería su respeto. Por eso no les perdonaba la primera falta, para no ser víctima de la última... ”. Hay en el texto una melancolía, desde mi punto de vista poco justificada, por la disciplina de antaño, que lleva a Cortés a observar con benevolencia incluso la violencia contra los hijos. Pregunto: ¿Cuántas biografías fueron arruinadas por el supuesto uso pedagógico de la violencia? El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos creo también que es mal tratado en el libro. Cortés les da voz a los viejos de La Ventanita en Miami, escépticos, doloridos, cargados de rencor. Razones tienen, pero no creo que tengan la razón. Al futuro nadie lo conoce y estamos ante un momento plástico que eventualmente puede contribuir a una cierta apertura democrática. Por supuesto que ambos gobiernos —el de Estados Unidos y el de Cuba— tienen horizontes distintos, pero en la historia suelen entrelazarse lógicas encontradas que acaban por modelar los acontecimientos de una manera extraña. Creo que lo mínimo que merece ese puente de entendimiento es el beneficio de la duda. Estamos pues ante un libro complejo, por momentos conmovedor, que ofrece una luz personal para observar la realidad cubana y para pensar en el siempre difícil —y en ocasiones promisorio— tránsito de una existencia a otra.


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CÓMPLICES DE LA PERLA ASESINA REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

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n 1868, mientras caminaba a la casa de su amigo y futuro biógrafo, Charles Dickens veía los letreros de las tiendas, pero sólo reconocía las letras ubicadas a la derecha de cada rótulo. John Forster narró este episodio y otros similares en la biografía de Dickens, publicada en 1872 tras la muerte del autor. Unos años después, el padre de la neurología británica, Hughling Jackson, hizo la primera descripción formal del fenómeno conocido como heminegligencia espacial. Desde entonces sabemos que una lesión en el lóbulo parietal derecho puede generar esta curiosa desaparición del universo izquierdo en la conciencia del enfermo. Lo que desaparece son las percepciones del cuerpo, del entorno, y aun de los recuerdos, pero solamente si la información concierne al lado izquierdo del mundo o la memoria. El caso de Dickens permanece en la incertidumbre oscura donde se forman las hipótesis y las especulaciones, porque nunca se realizó un estudio de autopsia para establecer un diagnóstico definitivo. Pero algunos hechos pueden afirmarse sin audacia o charlatanería: Charles Dickens murió a las 6 de la tarde con 10 minutos del día 9 de junio de 1870, a los 58 años de edad. Un día antes, el escritor perdió la conciencia y cayó hacia su lado izquierdo. Se diagnosticó una enfermedad vascular cerebral. Nunca pudo terminar una novela, El misterio de Edwin Drood. En 1873, Thomas James, un impresor de Vermont, publicó una versión completa de la novela. Aseguraba que había sido escrita a través de su persona por el fantasma de Dickens. El más célebre de los escritores espiritualistas, Arthur Conan Doyle, alabó esta versión fantasma y validó sus semejanzas con el estilo de Dickens; desde entonces, la conclusión de El misterio de Edwin Drood está pendiente y es un juego literario para los autores que anhelan la inmortalidad de Dickens, quien sería campeón, por otra parte, del misterio irresoluble, en virtud de su muerte inesperada. ¿Qué haría Dickens con su relato si un diagnóstico oportuno le ofreciera un calendario preciso de sus últimos días? La patología que lo llevó a la muerte (una enfermedad vascular, según el juicio experto) se manifestó al menos cinco años antes del deceso. Es cierto que la inquietud provocada por la aproximación de la muerte ha sido objeto de exploraciones innumerables, pero la capacidad médica renovada, durante el siglo xx, para hacer predicciones cada vez más precisas, significa tal vez un cambio cualitativo en nuestra angustia existencial, ya que somos los habitantes de un mundo contemporáneo altamente medicalizado, en comparación

Arte digital > BERTÍN COVA >La Razón

LA PERLA ASESINA SE TRATA DE L A MIRADA A UN PROBLEMA FOCALIZADO EN SÍ MISMO: EL HORIZONTE DE UNA MUERTE ALEATORIA SIN CULPABLES O PERSPECTIVAS DE HEROÍSMO.”

con el siglo xix británico. Una pieza literaria reciente sobre este tema toma la forma de una novela sin ficción. En efecto, la fantasía de Tánatos alcanza toda la tensión de la realidad en una narración autobiográfica escrita por Ignácio de Loyola Brandão, titulada La perla asesina, que aborda el momento en el cual una sensación de mareo informa al escritor brasileño acerca de una anomalía, revelada en las primeras páginas por el escrutinio médico. Se trata de una dilatación anormal de los vasos sanguíneos: un aneurisma cerebral que podría permanecer silencioso durante años, o estallar en cualquier instante para ocasionar un dolor de cabeza intolerable y un viaje instantáneo hacia la catástrofe de una hemorragia fatal. Conocí a Ignácio de Loyola por aquella novela futurista y distópica escrita en 1968, Zero. La obra, editada y censurada en Brasil en 1976 por atentar “contra la moral y las buenas costumbres”, denuncia en clave de ficción las restricciones opresivas del régimen totalitario. El testimonio tardío publicado ahora por Cal y Arena, La perla asesina, es a su manera la anticipación fatalista ensayada en los experimentos ficticios, pero se trata de la mirada a un problema focalizado en sí mismo: el horizonte de una muerte aleatoria sin culpables o perspectivas de

heroísmo. La formación de esa certeza no deseada conecta al autor con el plano físico de sí mismo, y con la medicina neuroquirúrgica, pero también con la economía postdictatorial, donde el privilegio de instalar un cronómetro de sus últimos días es confrontado con otro sistema de privilegios: la economía de la salud brasileña, que impide al escritor abandonarse a la renuncia mística o el desapego. El escritor pregunta cuánto cuesta salvar su vida. El médico lo mira con fastidio y responde que él no trata esos asuntos: como si fuera demasiado importante para abordar un tema corriente; incluso la secretaria actúa con indignación y asombro frente a la pregunta prosaica por los precios del tratamiento. Cargar un aneurisma en Brasil, nos informa el autor, es tener la vida hipotecada. En La perla asesina, Ignacio de Loyola Brandão hace la cronometría de una catástrofe anticipada, pero revela también el currículum oculto de un sistema de salud cuyos valores económicos son la clave de las transacciones vitales, pero que no deben ponerse en palabras. A menos que la perla oculta exija su gramática: una gramática mediante la cual las obras inconclusas de un Charles Dickens podrían salir del misterio espiritualista, para regresar a un mundo literario sin complicidades con la heminegligencia.


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FRANCISCO HINOJOSA

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LA N OTA NEGRA

EMBAJADOR

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n noviembre del año pasado, al término de la edición 34 de la filij, fui nombrado embajador de dicha feria. ¿Y eso qué es?, nos preguntamos todos. Lo que sabíamos era que esa figura existe desde 1999 en Inglaterra y de allí pasó a otros países (Estados Unidos, Australia, Suecia, Finlandia, Gales, Irlanda), aunque con otro título: escritores laureados. Cinco instituciones son las encargadas de nominar y elegir a ese representante de la literatura infantil y juvenil nacional: Conaculta, fce, Fundación sm, Ibby México y la Caniem. Acepté muy agradecido el nombramiento pero sin idea precisa de cuáles serían mis responsabilidades. Al hacer el anuncio, el entonces director de publicaciones del Conaculta, Ricardo Cayuela, dijo que se trataba de un reconocimiento a la obra, pero también de un trabajo. Lo primero fue asistir a dos ferias del libro, ambas muy cercanas en fechas: la de Bolonia, por ser la más importante de lij a nivel internacional, y la de Londres, por estar dedicada a México. En la primera tuve contacto con otros nueve embajadores. Supe entonces que cada uno tenía una agenda personal a desarrollar durante los dos años de duración de su nombramiento: bibliotecas escolares y lectura de poesía en voz alta, entre otros temas. Lo que tomé como directriz para mí se remonta a una breve intervención de diez minutos que tuve en el primer cilelij (Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil) celebrado en Chile en el 2010. Tenía esos escasos minutos para ha-

Las Claves

LEEMOS LO QUE LOS EDITORES NOS PERMITEN LEER TRAÍDO DE OTRAS LENGUAS.

blar del humor. Decidí dedicárselos a una autora chilena, Marcela Paz, con la clara intención de cautivar con su personaje Papelucho a los asistentes y, sobre todo, de poner sobre la mesa un tema que importa a los editores: ¿por qué no podemos leer aquello que sí nos gustaría leer? Porque las casas editoriales deciden qué sí y qué no viaja. Lo que se publica en Argentina o en México, salvo excepciones, se queda en Argentina o en México, y no solo de lij sino de todos los catálogos de las principales editoriales. Muchos quisieron comprar un ejemplar de Papelucho, y si no lo lograron fue porque un sismo de 8:8 grados hizo que ninguna librería abriera al día siguiente. Y hasta aquí hablo del mundo hispanoamericano. Allende nuestras fronteras lingüísticas, aún es más grave. La Feria del Libro de Londres, dedicada en el 2015 a México, es para profesionales: sobre todo compra y venta de derechos, aunque ofrece eventualmente algunas actividades públicas (tuve un diálogo con Anthony Browne en un pequeño espacio del recinto ferial; en la fil Guadalajara llenaría él solo un salón diez veces más grande). Ciertamente hay editoriales de todo el mundo, pero es significativo el número de las anglófonas. Por supuesto México, como país invitado, iba con la intención de vender derechos de autores nacionales que, salvo algunas excepciones, no lograron encontrar editor. Quedó muy claro para mí: a los ingleses les interesa vender derechos de sus autores, no comprar. Tomé esto como una segunda agenda muy ligada a la anterior:

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@panchohinojosah

Francisco Hinojosa y su público infantil.

decir que nuestro país y varios más de Iberoamérica somos más ricos porque tenemos al alcance la literatura del mundo. Leemos lo que los editores nos permiten leer traído de otras lenguas. Sería nutrida la lista de escritores tan solo contemporáneos del Reino Unido que tenemos al alcance en librerías: de Harold Pinter y Salman Rushdie a Julian Barnes e Ian McEwan, y en el caso de niños, de Roald Dahl y J. K. Rowling, a Oliver Jeffers y Ann Flinn. Multipliquémoslo por cien. Un lector medio de literatura hispanoamericano ha leído veinte veces más a autores europeos que en el sentido inverso. En total estuve en 19 ferias del libro nacionales e internacionales a lo largo del año. Aunado a los resultados de la última encuesta sobre la lectura en México, el balance que puedo hacer es que los libros están cada vez más al alcance de todos. Espero que la evaluación personal que haga el siguiente embajador filij, Mauricio Gómez Morin, reporte aún mejores resultados.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

LA POESÍA CUBANA vagabundea sonámbula por diferentes callejones del mundo: tiene una trenza en la cabellera que amarra un caballo desnudo con el sudor del galope. La poesía de la Isla mastica el mamey rojo de los acasos, muerde el cundiamor del entresijo, destiñe los pañuelos simulados, amamanta a un niño con calentura procelosa, suscribe un bolero en la topografía de la siesta, unta el amanecer de reiteraciones, arroja lamentos escaldados sobre los escombros. Estrofas de junturas huérfanas. Estrofas de gozosa ira. Estrofa en brega. Estrofas renaciendo otra vez en otra copla otra vez en el albor. La poesía cubana habita todas las perplejidades / todas las madejas / todos los destellos / todas las penumbras / todos los edictos de la luz / todas las fracciones / todas las espoleas / todo el tiempo del tiempo. Todos los cielos del cielo —vi Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2014—, de Ramón Fernández Larrea (Bayamo, Cuba, 1958), es un cuaderno en que el verso dibuja “una vida / en la punta del corazón // como el amanecer / de un fantasma”, en la hondonada del

vacío y en el júbilo de las victorias mínimas. El autor de ese poemario imprescindible, Terneros que nunca mueran de rodillas (1998), nos concede un mazo de menudas prevengas: coplas de francas dicciones: “colmena / mal quemada / edificio que cae / páramo en la neblina // donde me ahogo siempre”, donde la vigilia del sofocado se vislumbra en las muecas de Dios. Más de 180 libros recibidos de Hispanoamérica y España: el jurado (Jaime Sales, España; Alfredo Pérez Alencart, Perú; Pedro Shimone, Bolivia; y Pio E. Serrano, Cuba) decidió por unanimidad otorgar el Premio Baquero 2014 a Todos los cielos del cielo por “el uso de un lenguaje a la vez innovador y heredero de la rica tradición hispánica; el original tratamiento de su variada temática, que va desde la íntima exploración de las angustias y el desamparo del hombre contemporáneo hasta una mirada donde la ironía y el humor se dan la mano con la calidez de la ternura”. Reflujos de un aticismo aquietado y elíptico, Fernández Larrea navega por humedades de arriesgadas cifras: aislamiento, caída, recuperación, cosechas,

cotidianidad, enigmas, silencios, casualidades, locura, amor, naufragio y anhelo convergen en un lienzo encharcado por la llovizna pertinaz descendiente de un celaje acechante, inquieto, que diseña los reversos: “no hay tiempo para el amor / no hay tiempo para la furia // ya no hay tiempo en el tiempo”: sólo hay un gato escurridizo en la noche final del deseo, sólo un vals instalado en el sábado que apuñala el indicio del domingo. Aquí el amor: puñalada inocente vislumbrada en la pantalla de “un cine en ruinas / donde el proyeccionista loco / estrena cada noche / la misma / cinta” mientras esperamos la llegada de una alucinación mordida por los colores de un pájaro que sabe que va a morir. Aquí un domingo de diciembre mediodía tres ahorcados beben la resina de la vida bajo la luna negra. Aquí la soledad estalla “hasta / que de una estrella / se desprende / un cabello un aroma / un cuerpo de mujer”. Todos los cielos del cielo: todos los entresijos anudados a los desengaños que desembocan en la angustia entreverada del suicida que se vuela la tapa de los sueños.

TODOS LOS CIELOS DEL CIELO

Autor: Ramón Fernández Larrea Género: Poesía Editorial: Verbum, 2015. VI Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2014


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

T R AV O LTA S D E M A D R I D

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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i de travoltas se trata, el sitio es Madrid. Bangkok podrá ser el paraíso de las operadas, Amsterdam la cuna de la jotería kinky y Barcelona el spot de la chichifeada de alto standing, pero si el corazón pide travoltismo con soundtrack de la Dúrcal, nada supera los tugurios que circundan la céntrica y populosa avenida Fuencarral de la capital española. Quien en lugar de divas accesibles busque hembras con palanca que le provean un poco de cariño, que también recorra la autoparódica Calle del Desengaño del barrio vecino. Llegamos a Madrid con una misión impostergable: ponernos la borrachera de nuestra vida. Y casi lo conseguimos. Era el preámbulo, el ritual que antecede a toda inmersión al universo almodovariano. Irse de peda por los alrededores de Chueca te hace formularte al instante la pregunta de si existen los heteros en Madrid. Parece la capital mundial de los putos. Para entrar en calor empezamos a beber a la tres de la tarde. A las cinco ya estamos ebrios. Listos para visitar el Hot, un clásico. Pero bar de osos. En el que hombres de obesidad 3 pa arriba y peludos como los Philies de The Thing son el público presente. Nuestro recorrido inició con un minuto de silencio frente a las puertas de El Mito, hasta 2010 epicentro del bullicio travestongo y refugio de exiliados con la economía rota. Ni su barra libre de diez euros ni las actuaciones sabatinas del conjunto tropical Vestidas de Rumba salvó de la crisis al único bar cuya clientela estaba en su mayoría compuesta por vestidas. Vestidas latinas, por si fuera poco.

NOS LA PASAMOS JUZGANDO A LOS TRAVOLTAS. SÓLO PARA LLEGAR A LA CONCLUSIÓN DE QUE LA ESTÉTICA ALMODÓVAR HA MUERTO.

El sino del escorpión

Nuestra amiga Danila, años antes de la terapia hormonal y el afilado de pómulos, pero ya con la cabellera Daniela Romo y las uñas Niurka que la caracterizan, lo utilizaba de ring para enfrentar a “esa pinche tetona alzada que se me queda viendo”, una distinta cada noche. El rigor antropológico nos arrastró a La Boîte, antro insufrible de bailaoras y pasodobleras que sirve de frontera geográfica y conceptual del cinturón chuequero. Hay un límite para la nostalgia, y los travestólogos extranjeros tenemos que tragarnos la estética de la movida ochentera en la que se estancó este país, pero la fantasía de lentejuelas y Guerra Civil sólo es atractiva para los locales. La travolta será fan de Marisela o no será. Huimos de esa capilla heterodoxa y nos lanzamos a la Chueca profunda. Arribamos a L&L, donde las travoltas nos consintieron con su escandalera discotequera. Mónica Naranjo y Yuri. Mecano y Alejandra Guzmán. Si esto no es una celebración de Hispanoamérica, entonces quién sabe qué sea. El exceso de Volldams nos llevó alternativamente al baño. A los dos nos inspeccionaron el pájaro en el mingitorio, pues está en el pasillo que conduce al cuarto oscuro. Para evitarlo, cambiamos las cervezas por licor. Sospechamos que los cubatas estaban adulterados, pues uno de nosotros se besó con la imitadora de Yuri y el otro, como Arreola frente a las nalgas de Thalía, elogió las tetas de hulespuma de un drag. A dos cuadras encontramos nuestro Tepeyac: el Black & White, segundo hogar de Luis Antonio de Villena y la mayatiza brasileña.

Apenas arribamos al lugar, nos sentimos en casa. Qué recibimiento. En el escenario, un travolta disfrazado de Paquita la del Barrio canta “Rata de dos patas”. Como corresponde a dos animales de nuestra condición, ocupamos la primera fila. Y de inmediato se polarizan las nacionalidades. Es obvio quiénes son los mexicanos. Estamos dos metros adelante del resto del público, gritamos, chiflamos. Y uno de nosotros subió al escenario. Para dejarle en claro al travolta que no es mexicano, sino del norte de México. El otro a besarlo. La noche transcurre y emerge desde nuestro interior el travestólogo que todos llevamos dentro. Nos la pasamos juzgando a los travoltas. Sólo para llegar a la conclusión de que la estética Almodóvar ha muerto. Si es que alguna vez existió. Para travoltas, travestis o vestidas, las de nuestra tierra. Es cierto que las comparaciones nunca son buenas, excepto cuando se trata de hombres vestidos de mujer y sus derivados. Nos los chingamos. Aquí existe demasiado respeto por el fantasma de Libertad Lamarque. En la provincia mexicana hace mucho que dejamos atrás la figura de Carmen Montejo. Después de rogarnos por enésima ocasión que no nos volvamos a subir al escenario a decir que somos del norte de México, nos echaron del bar. Y pedos nos dirigimos al Stronger, pero no nos permitieron entrar, no porque nos hayan confundido con bugas, sino porque apenas nos podíamos mantener en pie. Conclusión: no puede ser que por aquí se haya dado su paseo salvaje Lou Reed. Hay que llevárnoslo a Monterrey.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

El ensayo macho ¡OMMMM…! El escorpión medita en la soledad de su nido-ashram y limpia sus chacras con la vibración energética emergente desde la cuarteadura en el aplanado del muro. A pesar del esfuerzo la iluminación se le apaga y no logra comprender la razón por la cual el reputado historiador de nuestra literatura, José Luis Martínez, no incluyó a ninguna escritora, ni una sola mujer, en su obra en dos tomos considerada canónica: El ensayo mexicano moderno (editada por el fce en 1958; corregida y ampliada en 1971, y aún aumentada en su versión definitiva en 2001). En 1971, luego de quince años de la primera edición, Martínez sustituyó varios ensayos, eliminó escritores: José López Portillo y Rojas, Antonio Junco, César Garizurieta y Emilio Uranga, y sumó otros: Pepe Alvarado, Xirau, García Terrés, Fuentes, García Ponce y Monsiváis, para

llegar a la edición final de 2001, con 59 autores incuestionables. El primer tomo arranca con Justo Sierra y termina con Daniel Cosío Villegas. El segundo va de Torres Bodet a Carlos Monsiváis. Se asume que incluye a toda figura mayor de la literatura mexicana (Gutiérrez Nájera, Nervo, Vasconcelos, Caso, López Velarde, Torri, Castro Leal, Ramos, los Contemporáneos, Yáñez, Benítez, Paz, González Casanova, García Ponce y muchos más). Diversidad abarcadora e irrefutable de temas y autores. No obstante, se extraña a José Revueltas y a Salvador Elizondo; pero aún más: ¿y las escritoras? Martínez tenía 40 años cuando publicó la primera edición de su compendio, 53 cuando publicó la segunda y 83 al editarse la última. Falleció en 2007, antes de cumplir noventa años. Es un prócer del

estudio de la literatura mexicana. Y con todo, ¿alguien se explica la ausencia de mujeres escritoras en su recuento? Inés Arredondo destellaba por su narrativa incómoda para el machismo (tiene un ensayo sobre Gilberto Owen del cual ni sus recientes admiradores se acuerdan). Rosario Castellanos había escrito su magnífico Mujer que sabe latín y desde su tesis de filosofía Sobre cultura femenina era nuestra escritora más radical. Margarita Michelena y María Luisa La China Mendoza ya habían incursionado en el género. Dirán misa los creyentes y los descreídos culparán a la relatividad de la lucha feminista en los últimos 25 años, pero de verdad, este volumen es un ensayo muy macho de Martínez. ¡Ommmm! se esparce el eco del meditabundo arácnido por su laberíntica grieta en el muro.

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ NO INCLUYÓ A NINGUNA ESCRITORA, NI UNA SOLA MUJER, EN SU OBRA EN DOS TOMOS CONSIDERADA CANÓNICA: EL ENSAYO MEXICANO MODERNO.


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EL DOCTOR AZUELA SEGÚN VÍCTOR DÍAZ ARCINIEGA Si alguien conoce al dedillo la vida y obra del autor de Los de abajo, ése es Víctor Díaz Arciniega (Ciudad de México, 1952), quien es autor de Mariano Azuela. Retrato de viva voz (Conaculta, 2005), La comedia de la honradez. Las novelas de Mariano Azuela (El Colegio Nacional, 2009) y La memoria crítica. Azuela en El Colegio Nacional (El Colegio Nacional, 2012). Por ese motivo, el Fondo de Cultura Económica le encargó la edición conmemorativa de los cien años de existencia del célebre relato. El

volumen se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y el próximo 10 de diciembre se hará lo propio en la librería Rosario Castellanos del fce, en la colonia Condesa de la Ciudad de México. En el estudio introductorio, Díaz Arciniega recuerda que Los de abajo se dio a conocer por vez primera en 1915, por entregas, en el periódico El Paso del Norte, de El Paso, Texas. En 1920, Azuela le hizo cambios sustanciales al texto, que pasó de ser el producto de una catarsis concebida casi al

fragor de las batallas, “al punto más alto de toda su creación novelística”. La edición de 2015 recupera la versión revisada por el autor jalisciense, y elimina modificaciones innecesarias que se realizaron en volúmenes subsecuentes. El actual pequeño formato es un guiño a la primera edición española, de 1927, que contiene cuatro ilustraciones de Gabriel García Maroto, un artista que nació en CastillaLa Mancha y que trabajó en México, en la revista Contemporáneos.

Por ESGRIMA ¿Mariano Azuela es para usted una especie de abuelo entrañable? Eso pasa con los trabajos de investigación, uno se involucra mucho con personajes de esa dimensión. Podría decir que tengo tres abuelos favoritos: Mariano Azuela, Alfonso Reyes y, un poco, Martín Luis Guzmán. ¿Por qué “un poco”? Como literato, Martín Luis Guzmán me parece admirable, pero no me simpatiza su lado político demagógico. ¿Y Alejandro Gómez Arias? Él vendría siendo el equivalente a mi padre. A él sí lo conocí y realicé un trabajo de entrevista muy a fondo (en 1990 publicó en Grijalbo Alejandro Gómez Arias. Memoria personal de un país). ¿A qué se debe que Mariano Azuela haya sido maderista y villista, aunque nació y creció en una ciudad conservadora como Lagos de Moreno? Presionado por su padre, Azuela estudió menos de un año en un seminario de Guadalajara, pero se salió para estudiar medicina. Al regresar

a Lagos de Moreno, no hizo lo típico, que era atender a los ricos del centro de esa ciudad sino a la gente pobre que vivía en la periferia. Incluso se le llegó a apodar El médico de la hilacha. Sus principales lecturas no eran de libros médicos sino que leía a clásicos como Zola y Balzac, lo que le permitió proseguir sus análisis de la pobreza casi como un sociólogo. De ahí viene Azuela, y de esa manera transforma a Lagos de Moreno en la ficticia Álamos y luego en San Pedro de las Gallinas. Su maderismo y villismo son producto de una postura ideológica clara. Además de leer a Zola y Balzac, era fan de Molière. Sí. Era más aficionado al teatro que a la novela. De Molière recoge todo el sentido paródico que aplica en sus primeras novelas. ¿Cuáles serían las novelas prescindibles e imprescindibles de Azuela? No me atrevería a hacer un juicio así. Decía Alfonso Reyes que no hay libros malos sino malos lectores. Es muy diferente la lectura que hice a los 17 años de Los de abajo, que la de este año en galeras para la edición conmemorativa; en aquel entonces yo era un preparatoriano que hizo una lectura ideologizada de buenos y malos. Una novela como Sin amor (1912), puede ser criticada por alguien que diga que le falta técnica y oficio, que no cuajó, que es muy sentimental. Pero si la lees en un contexto de novelas previas a Los de abajo, cumple otro propósito. ¿Qué importancia tiene Azuela en la literatura mexicana?

FERNANDO FIGUEROA

SUS PRINCIPALES LECTURAS NO ERAN DE LIBROS MÉDICOS SINO QUE LEÍA A CL ÁSICOS COMO ZOL A Y BALZAC, L O QUE LE PERMITIÓ PROSEGUIR SUS ANÁLISIS DE L A P OBREZA CASI COMO UN SOCIÓL OGO.” Yo diría que su importancia no se limita a la literatura mexicana sino que alcanza a la literatura en lengua española, así de rápido. Aporta el tema de lo popular, el héroe anónimo, la violencia descarnada. ¿En la literatura mexicana hay antecedentes de la eliminación del narrador omnisciente, tal como se da en Los de abajo? Antes todo era omnisciente, todo Balzac, todo Zola, toda la literatura mexicana, sin excepción. El mismo Azuela tuvo a ese narrador omnisciente antes de Los de abajo y regresó después a lo mismo. En esa novela, los personajes hablan en el sentido de oralidad, no son parlamentos escritos. El médico en campaña que fue Azuela escuchó las voces de primera mano y las empezó a integrar con un sentido novelístico. En la versión de 1920 aparece un personaje que no existía en 1915, ¿por qué? No faltan quienes dicen que Azuela metió parches, pero en todo caso son parches maravillosos. Valderrama era el personaje que le faltaba a la ter-

Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón

cera parte para ejercer el contrapunto que tienen Solís en la primera parte y Cervantes en la segunda. ¿Se puede decir que Mariano Azuela tenía lo que se dice “buen oído” para recuperar el habla popular, tal como se elogia esa virtud en Ricardo Garibay? En ese sentido, yo me iría hasta la novela Astucia, de Luis G. Inclán, escrita en mil ochocientos sesenta y algo. ¿Qué me puede decir de la versión teatral de Los de abajo? En 1929, Antonieta Rivas Mercado y alguien más, que ahora no recuerdo, hicieron una adaptación que privilegió el sesgo anti revolucionario, el lado fatalista, la brutalidad. Azuela se incomodó e hizo su propia versión, que resultó pedagógica. Se montó y se sigue montando, lamentablemente. Por ahí existen fotos de Azuela develando alguna placa en el teatro. ¿Y qué le parecen las versiones cinematográficas? La de Chano Urueta me encanta visualmente, aunque tiene detalles que no me parecen bien, como el hecho de que se hayan mutilado algunas frases. En la versión de Servando González, con guión de Vicente Leñero, no me gusta el énfasis en la sangre, además de que los supuestos campesinos hablan como ñeros de Peralvillo. ¿Existen grabaciones de las conferencias que dio Azuela en El Colegio Nacional? No, desafortunadamente no se usaba, ni tampoco las fotos. Lo que existe son los documentos que él escribió y que sí se conservaron. ¿Hay buenas entrevistas con Mariano Azuela? Sí. Hay un libro de Conaculta, coordinado por Luis Leal, que rescata la mayoría de las entrevistas, algunas de ellas muy buenas, ya fuera porque el entrevistador era muy hábil o porque Azuela solía ser muy sincero. En ese libro falta una entrevista excelente que le hizo Luis Spota. ¿Y cómo dio con ella? Bueno, uno es investigador y va directo a las fuentes.


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