FERNANDO IWASAKI
HERMANO LOBO, HERMANA LUNA
CARLOS VELÁZQUEZ
CONTRA LA CERVEZA ARTESANAL
NAIEF YEHYA
EL DEMONIO DE NEÓN
El Cultural N Ú M . 6 0
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
Y Z Á H R E T S E R E T É P U N R E T R AT O E S Q U IV O A N A CL AV EL
E L A N T I D A N U B IO HÉC TO R O R E STE S AGUIL A R
DIONÍSIO DA SILVA DE SE NL AC E EN BR AS IL
LO TT E Y ZW EI G
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El escritor húngaro Péter Esterházy falleció el pasado mes de julio, a los 66 años, en su natal Budapest. En su obra revisa la historia y la herencia de Hungría con humor “que no disminuye el grado de dolor”, como él mismo lo precisó. Fue traducido al español con alguna demora, y en 1990 asistió a un encuentro de escritores en México. Ana Clavel da cuenta de esa visita y de la compañía de un aristócrata y figura literaria de la Hungría post-soviética, en esta evocación de la vida transfigurada por las letras.
R ET R ATO ESQU I VO CON PÉT ER EST ER H Á Z Y A N A C L AV E L
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uve el privilegio de conocer a su majestad de las letras húngaras, el escritor Péter Esterházy, en torno a las actividades del V Encuentro Internacional de Narrativa Morelia 1990, organizado por la UNAM, el INBA y el entonces Gobierno del Estado de Michoacán, al que también asistieron escritores como el colombiano R. H. Durán, la uruguaya Matilde Bianchi, el argelino Rachid Boudjedra, el venezolano Ednodio Quintero, los mexicanos Hernán Lara Zavala, Guillermo Samperio, Alain Derbez, Josefina Estrada, Leo Eduardo Mendoza, entre otros. Recuerdo que antes de partir a la ciudad de Morelia, nos citaron a varios de los autores invitados en Televisa para una entrevista con Ricardo Rocha. Ahí lo vi por primera vez: sonreía con el aire retozón de un diablillo irreverente. Se habló de los demonios de la escritura, alguien mencionó a los enemigos que enfrenta el creador a la hora de vérselas cara a cara con la página en blanco. Cuando le tocó el turno de hablar a Esterházy, el entrevistador, consciente de que el escritor provenía de un país del desmantelado bloque comunista, le preguntó suspicazmente que si el enemigo estaba en el Este o en el Oeste. Péter desvió la pregunta con puntería: “El enemigo soy yo mismo”, respondió. No volvimos a encontrarnos sino hasta Morelia.
Para entonces todos sabíamos de su abolengo, descendiente de los príncipes de Esterházy, una de las familias nobles más relevantes de la Europa central, que entre otras gracias había sido mecenas nada menos que del compositor Joseph Haydn, y que había perdido todos sus prebendas a la llegada del socialismo. Ni Pequeña pornografía húngara, ese compendio orgiástico que decapita y disecciona la historia de la Hungría socialista, publicado en 1984 pero que vería la luz en español en 1992, ni ninguno de sus otros trabajos había sido publicado en nuestro idioma. Así que no me fue posible leerlo antes del encuentro pues en aquellos días dar con sus textos traducidos al inglés no era tarea fácil. Las mesas de lectura y debate del Encuentro se sucedieron durante varios días. Recuerdo que cuando le tocó presentarse lo traducía una muchacha rubia de origen húngaro. Así nos enteramos que trabajaba en una novela sobre el Danubio y que se encontraba en un momento de bloqueo justo cuando recibió la invitación para viajar a Morelia. Entonces decidió hacer un impasse en la narración y cruzar el océano para buscar el Danubio en México. Después nos leyó un fragmento divertido de lo que más tarde se llamaría La mirada de la condesa Hahn-Hahn bajando por
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el Danubio (publicada en húngaro en 1992 y traducida al español en 2001), en la que el escritor dialoga con la tradición novelística europea de una manera irónica y sensual. No siempre lo acompañaba su traductora. Entonces acostumbraba hablar en alemán y en inglés. Al ser descendiente del antiguo Imperio Austrohúngaro dominaba el primero con soltura, pero su inglés tenía limitaciones. Aun así lograba comunicarse con frases breves y amables. Durante mi lectura se sentó al lado de su traductora para entender un poco de qué iba mi historia. Cuando terminó mi participación —leí un fragmento de la novela que entonces trabajaba—, se acercó a felicitarme. En ese momento yo estaba de espaldas a él, hablando con otros amigos. Inesperadamente acarició mi nuca. Me volví a verlo sorprendida y entonces me topé con su sonrisa. Él me llamó: “Anna Livia Plurabelle...”, como el personaje de Finnegans Wake. Yo le respondí: “Hi, James... Bond?”. Reímos juntos. En mi narrativa nunca he practicado de forma deliberada lo que hoy en día se conoce como autoficción. Usualmente trabajo a partir de lo que imagino o me invento, pero algunas veces echo mano de lo que me cuentan otros o de lo que yo misma he vivido —aunque siempre fabulado y convertido en materia literaria—. Por ejemplo, en Los deseos y su sombra (2000), cuando el personaje de Soledad García hace crisis y se vuelve invisible en plena Ciudad de México, yo necesitaba justificar ese naufragio desde varios frentes: familiar, laboral, amoroso... En este último aspecto no se me ocurrió mejor idea que crearle un amante húngaro que la abandonara para regresar a su país, un fotógrafo de sombras llamado Péter Nagy, y compartirle algunas de las experiencias que en su breve estancia en México viví con el escritor Esterházy. Una de ellas fue la última caminata que ya de regreso de Morelia hicimos muy cerca de su hotel, El Casablanca, por los rumbos de Paseo de la Reforma. Recuerdo que el tobillo me falseó un par de veces... Péter me dijo que en su país amaban a los caballos, y que si un caballo falseaba una vez, lo curaban, pero que si fallaba otra vez... Su mano en escuadra apuntando a mi sien fue suficientemente explícita. El episodio quedó recreado en la novela pero en otro contexto. Los cuentos incluidos a manera de “rapsodias húngaras” son otro ejemplo de esos préstamos de la vida a la literatura. De algún modo esa novela es, en su segunda parte: “Apuntes para una
“NUNCA HABÍA HECHO EL AMOR CON UN PRÍNCIPE. NO ERA ESPECIALMENTE GUAPO PERO TENÍA UN AIRE INDOLENTE DE HABER PASADO POR TODO, ESA SUERTE DE CONDESCENDENCIA CON QUE UNO PENSARÍA QUE MIRA LA REALEZA DESDE SU TRONO.”
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poética de las sombras”, un primer homenaje a Péter Esterházy. El segundo vendría después con Las ninfas a veces sonríen (2013), que se inspira en las 97 mujeres que aman y odian al narrador de Una mujer (publicada en húngaro en 1995 y traducida al castellano en 2001). La estructura de breves y gozosas aventuras amatorias que conforman los hombres de la vida de Ada, la ninfa contemporánea que narra su educación sensual con faunos, dioses, tritones, héroes y mortales, está basada en esa novela suya. Hay además un tercer homenaje: la historia del capítulo 41 que el personaje de Ada le dedica a un escritor de pasado ilustre, recrea y ficcionaliza en un tono ligero el encuentro de los días y noches de Morelia. Se publicó originalmente en la revista Nexos en octubre de 2012 con el título de “Secretos de la realeza” e incluyó un final diferente al publicado en la novela donde fue recogido — consignado como un post-scriptum en el texto que acompaña a estas líneas. Dije que cuando vino a México “Esterházy Péter” —como se presentan a sí mismos los húngaros, empezando por el apellido— estaba en la búsqueda de su Danubio. En el trayecto hubo aprendizajes. Entre otras lecciones, a mí me enseñó a juzgar la promesa de lectura de un libro a partir de conocer su primer párrafo y el último. Una lección que aplico a cualquier obra que se me presenta para leer, pero también para entramar el inicio y el final de mis propias historias como una promesa de seducción. De eso platicamos el último día antes de su regreso a Hungría, en un restaurante del Centro Histórico de la Ciudad de México, adonde dirigí sus pasos con la promesa de mostrarle el sitio que había venido a buscar en este país de pasiones jadeantes y volcanes altísimos como el Popocatépetl o el Iztaccíhuatl, nombres que a él le costaba pronunciar pero que paladeaba como un niño. Sentados en una de las mesas al fondo del restaurante El Danubio de la calle de Uruguay, antes de degustar unos deliciosos langostinos al ajillo y un vino Egri Bikavér que prodigiosamente estaba en el menú, Péter me pidió que le tradujera algunos de los mensajes escritos en servilletas de tela y firmados por otros visi-
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Péter Esterházy (1950-2016).
tantes, que colgaban enmarcados en las paredes del lugar. Le leí varios. Me pidió que me detuviera cuando di por fin con uno que decía: “En El Danubio y en buena compañía es estar en el cielo”.
SECRETOS DE LA REALEZA (Capítulo 41 de Las ninfas a veces sonríen)
Nunca había hecho el amor con un príncipe. No era especialmente guapo pero tenía un aire indolente de haber pasado por todo, esa suerte de condescendencia con que uno pensaría que mira la realeza desde su trono. Le ayudaba que todos sabían de su pasado ilustre, heredero de una de las más nobles casas de Europa central que por azares de un destino socialista en vez de hacerse mecenas como sus antepasados, tuvo que trabajar para sostenerse a sí mismo convirtiéndose en un escritor sarcástico de los regímenes y de las ideologías. Cuando me lo presentaron en un congreso de escritores y me retuvo la mano entre las suyas, giré su antebrazo pues en esa piel interior se reconoce mejor el color de las venas. En efecto, las suyas eran azules. Yo había leído que en otros tiempos la gente del pueblo, acostumbrada a la falta de baño, veía a los acicalados nobles y les atribuía una realeza de sangre por el simple hecho de que sus venas se transparentaban en la piel limpia, sin rastros de mugre ni sudor. Él entendió mi gesto y giró entonces mi antebrazo señalando el cauce cerúleo que se ensanchaba en la muñeca. “Tú también eres de sangre azul...”, sonrió en un inglés fragmentado. Así que nos reconocimos. A pesar de las deficiencias del lenguaje —él sólo hablaba húngaro y alemán y masticaba un poco de inglés— conseguimos comunicarnos. También ayudaba el hecho de que todos se plegaban a sus deseos: era el invitado de honor en el congreso y además, su currículum con abolengo le sacaba a la gente ese espíritu servil y de clase que obra hasta en los más revolucionarios. Así que bastó que hiciera ademán de: “Quiero
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“—¿SABES QUE A LAS AMANTES SE LAS MANDABA MATAR SI HABLABAN DEMASIADO? —ME DIO A ENTENDER CON UN GESTO CON EL QUE SELLÓ MIS LABIOS CON SUS DEDOS PARA DESPUÉS HACER LA SEÑA DE UN CORTE EN EL CUELLO.” a la princesa Ada a mi lado” para que el organizador del encuentro fuera por mí a mi mesa y me dispusiera un lugar al lado del aristócrata escritor durante la cena de clausura. Antes, sólo había habido escarceos. Miradas cálidas y sonrientes que casi recordaban las buenas maneras con que la realeza otorga la gracia de su aquiescencia. Bueno, también un encuentro intempestivo después de la mesa de presentación de otros colegas, en que se me acercó por atrás y acarició mi nuca. De seguro, pero no se me ocurrió entonces, buscaba el lugar exacto donde podría caer la guillotina. De todos modos no dejó de extrañarme la manera con que se concedía el derecho de estirar la mano y tomar lo que se le antojara. Me di la vuelta con un pudor que rayaba en el rechazo: “Por menos de eso, en mi reino ya te habrían cortado la mano. ¿Acaso en el tuyo no saben que para llegar al cuello de una mujer hay que esperar a que ella misma lo doblegue?” Sonrió porque no había entendido más que a medias mis palabras, pero sí por completo mi actitud. Sus ojos brillaron sed de cacería. Supuse que así se les iban los ojos a los nobles de su raza tras una gacela esquiva en los bosques donde antaño se ejercitaban en el arte de la cetrería. También hubo ocasión para que se diera el lujo de ponerse romántico: luego de mi lectura, cuando llegué a mi habitación, me encontré con una flor aposentada en la almohada. Junto a la flor, una hoja de papel con unas líneas a mano plagadas de diéresis. Lo había escrito en otro idioma que ambos sabía-
mos yo no conocía, pero era obvio que se trataba de un poema. “Vaya, vaya, me dije, así que los nobles también pueden ser galantemente cursis”, y sonreí halagada. Sin embargo, fue hasta la cena de clausura que ya no me dejó escapatoria: tomó mi mano y no la soltó más que para besarme y tocarme primero al pie de las escalinatas que conducían a las habitaciones, después en la suite que como personaje de honor le habían destinado en el hotel. Sus besos eran golosos y no pude evitar pensar en esos “bocados reales” que ineludiblemente uno no puede dejar de llevarse a la boca por más que no se tenga antojo. Lo mismo me pasaba con él. No me atraía particularmente pero me intrigaba un prejuicio de clase: ¿había algo diferente en la manera de hacer el amor de un caballero noble? Confieso que sus maneras amatorias eran delicadas en extremo. Tal vez nadie me había hecho el amor con tanta suavidad y esmero. Como si quisiera dejar en las actas de mi cuerpo el sello de su real proceder y poderío. Por supuesto, para evitar problemas —cómo sería eso de ir dejando bastardos por todos los pueblos del orbe—, en el último momento se vertió fuera de mí. Durante los minutos que tardamos en salir del paraíso, comenzó a acariciar mi nuca doblegada. —¿Sabes que la decapitación era un privilegio de los nobles? —farfulló mi príncipe entre un inglés primitivo y la suerte de mímica que habíamos adoptado para comunicarnos. Asentí. En un libro sobre el doctor
monsieur Joseph Guillotin me había enterado que, aunque no había sido el verdadero inventor del instrumento que lo hiciera famoso, había propuesto su uso para aminorar el dolor de los condenados a muerte. Así, sus esfuerzos sirvieron más bien para “democratizar” la decapitación por cuchilla que antes sólo se concedía a la realeza: poco antes de la Revolución francesa también los plebeyos pudieron morir de un modo menos innoble como antes por la horca o el garrote. —¿Sabes también que a las amantes se las mandaba matar si hablaban demasiado? —me dio a entender con un gesto con el que selló mis labios con sus dedos para después hacer la seña de un corte en el cuello. Sonreí porque ambos sabíamos que no había amenaza real de por medio. Al contrario, era un Casanova y le agradaba que su fama se extendiera más allá del Danubio. Prometí recordarlo en mis memorias de ninfa como uno de mis cortesanos más avezados. Entonces me tomó por el cuello, buscó mi nuca y dejó caer debajo de la segunda cervical un beso cortante que fue pacto e invitación para reiniciar el sacrificio. Por supuesto, me doblegué no a su majestad y poderío, sino a mi propia potestad y deseo. (Post-scriptum. En realidad, sonreí porque ambos sabíamos que no había amenaza real de por medio. Al contrario, era un Casanova y le agradaba que su fama se extendiera más allá del Danubio. Volvimos a acariciarnos. Otra vez la batalla de los cuerpos: frenética, a muerte. Vencíamos los dos, cada uno en su reino, cuando de pronto se detuvo en seco. Se colocó en cuclillas, invitándome a que lo tocara por detrás. Deslicé la lengua por su columna vertebral, desde sus nalgas hasta el cuello. Entonces deposité debajo de la segunda cervical un beso profundo y cortante que le arrancó de un tajo un resoplido con mi nombre. Se ofrecía al sacrificio. Así entendí que los nobles pueden perder la cabeza por voluntad propia, no sólo en la guillotina.) C
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La obra de Péter Esterházy muestra como una de sus cualidades evidentes “la de inyectar un arrebatador acento satírico a la narrativa de su país”. En contraste con el predominio de la solemnidad, la pomposidad o rutina de la literatura húngara, puso en acción un “derroche de ingenio” y vena paródica detallada en estas páginas que a la vez comparten el testimonio de algunos encuentros y conversaciones con Esterházy.
PÉTER ESTERHÁZY Y SU A N T I DA N UBIO Un recuerdo HÉCTOR ORESTES AGUILAR @HectorOAguilar
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unca podré olvidar que el tema de conversación que verdaderamente rompió el hielo, durante mi primer encuentro con Péter Esterházy en Budapest en 2003, fue el gol que su hermano le había metido a la por entonces aún temible selección brasileña de futbol durante un partido amistoso jugado a mediados de los años ochenta. Me acordaba sobre todo de la imagen de Márton Esterházy durante el festejo de su tanto, corriendo hacia la banda con los brazos abiertos, luciendo su gran bigotazo húngaro, aventando besos a la grada enloquecida por el repaso en el marcador que le estaba dando su equipo nacional (el partido se jugaba en Hungría) al “Scratch du Oro”. Subrayo lo del marcador porque en realidad en Brasil habían lucido un par de sus grandes estrellas, sobre todo Renato Gaúcho, quien hizo jugadas alucinantes y trajo a su marcador por el piso... sin reflejar su virtuosismo en el score. Como ante casi todos los temas de la vida real y ante las innumerables ficciones literarias por él concebidas, Péter Esterházy (1950-2016) abordó las anécdotas de
aquel partido con su refinadísima ironía, con un espíritu de ligereza y una agilidad mental fuera de serie. Se ve que le tenía mucho cariño e incluso bastante envidia a Márton, quien a la postre también comenzó a escribir después de retirarse del balompié, pero me hizo reír mucho que lo evocara en sus años de estrella popular como un “asaltabancos” (así dijo en alemán), tanto por la pinta como por su destreza y rapidez. Se me figuró oírlo decir “corría como ratero”, para decirlo en buen español mexicano. Yo pensaba que era sólo por su semblante de pocos amigos rematado en su gran mostacho. Me engañaba. Ahora que vi los videos de aquel memorable 3-0 jugado el 16 de marzo de 1986 en el otrora Nepstadion, constaté que la memoria no me había fallado respecto a la escena de la celebración antes referida, pero me asombró la velocidad de Márton, corría como lince, los brasileños tuvieron que “bajarlo” más de una vez y ni así evitaron la galopada propiciatoria del segundo gol ni el arrancón culminado en un mano a mano contra Leão para su estocada final en el encuentro. También constaté que sólo en la madurez avanzada los Estérhazy realmente alcanzaron parecido fraterno: a sus treinta años, el fulminante número 11 de la selección magyar no echaba por delante el aire pizpireto de la familia.
EL HOMBRE CON CUALIDADES Esterházy Péter, como se diría en su lengua, era El escritor con muchas cualidades
de la literatura húngara de nuestro cambio de siglo. Tengo para mí, no obstante, que la mayor de todas sus facultades fue la de inyectar un arrebatador acento satírico a la narrativa de su país, que hasta su consolidación como autor estaba dominada por novelistas con un registro o una retórica muy densas, en ocasiones excesivamente solemnes. (Me veo obligado a hacer un excurso porque bien vale la pena, como mero ejercicio de contraste, referirse a uno de los contemporáneos de Péter que durante mucho tiempo fue una de las figuras protagónicas de las letras húngaras; llegó a dirigir el PEN Club internacional; fue traducido a muchas lenguas, incluida por supuesto el castellano; vino a México, donde lo entrevisté para La Crónica de hoy, por cierto, para visitar la Casa Refugio Citlaltépetl; y, sobre todo, era una presencia habitual y muy representativa en Austria y Alemania, llegando a dirigir incluso la Akademie der Künste, la academia de las artes de Berlín. Hablo de György Konrád, quien de alguna forma fue durante años un disidente “autorizado” por el régimen comunista húngaro y quien en realidad era el candidato oficial de su sociedad literaria para el Nóbel que terminó llevándose Imre Kértesz. En una de las veladas literarias más agobiantes y estrafalarias de toda mi vida, que doy gracias al cielo haber podido compartir con Javier García-Galiano —a.k.a. La Pulga—, pues él dará fe de lo que ahora cuento, asistí en 1997 a una conferencia de Konrád en la Literaturhaus de Viena. Poco faltó para que nos durmiéramos. De no haber sido porque estaban allí Ernst Jandl y Friedericke Mayröcker, extraordi-
“LA MAYOR DE TODAS SUS FACULTADES FUE LA DE INYECTAR UN ARREBATADOR ACENTO SATÍRICO A LA NARRATIVA DE SU PAÍS, QUE ESTABA DOMINADA POR NOVELISTAS CON UN REGISTRO O UNA RETÓRICA MUY DENSAS.”
naria pareja de escritores austriacos que escuchaban con muchísimo respeto y atención aquel soliloquio interminable, quizá nos hubiéramos ido sin chistar, pero esperamos hasta el final de las soporíferas dos horas y pico que Konrád nos asestó. El tipo leyó ¡cuarenta cuartillas!, La Pulga y yo fuimos contándolas. No que no hubiera momentos interesantes en su perorata, con muchos más temas políticos que literarios, pero su solemnidad tenía el efecto de un tanque de gas. Al menos sobre nosotros. De no haber sido por la agudeza y el sentido del humor de La Pulga, aquello hubiera sido un calvario letal. Fin del excurso.) La obra de Péter Esterházy está en las antípodas de cualquier forma de pomposidad, aburrimiento o estulticia. Era un archienemigo de la retórica y de los fuegos artificiales. Hablaba poco, con pausa, sin levantar casi la voz ni perder el temple. En ningún momento de las tres o cuatro conversaciones que sostuvimos ya fuera en su restaurant favorito de Pest o en la Feria Internacional del Libro de la capital húngara registré el mínimo gesto de exaltación de su parte. Si algo tienen sus miles de páginas es el derroche de ingenio de quien construía tramas algo estrambóticas o parodias desternillantes e implacables. De todos sus libros, y aun sobre las corpulentas Harmonia Caelestis y Los verbos auxiliares del corazón, prefiero La mirada de la condesa Hahn-Hahn bajando por el Danubio (1991), gran antihomenaje a Danubio, de Claudio Magris, y magistral parodia de la nostalgia real-imperial habsbúrguica y su extrema fetichización. A veinticinco años de su aparición parece escrito ayer. Empezando por un muy bienhechor escarnio de su linaje y del desproporcionado boato con que aún se recuerda a su familia en recintos palaciegos de Austria, Esterházy compuso en estas poco más de trescientas páginas un mosaico de viñetas satíricas sobre la literatura de viaje, el ensayo incrustado en la ficción y la sobremitificación de Europa central y sus culturas literarias. A partir de la cita de una carta de Heinrich Heine a Karl Marx —donde el poeta menciona su repetido chiste sexista de que las mujeres escritoras siempre están echando un ojo a sus textos y otro ojo a los hombres, con excepción de la Condesa Ida HahnHahn, tuerta—, Esterházy despliega una narración, ciertamente segmentada, sobre la experiencia del viaje, los desplazamientos mentales y físicos de quien emprende un trayecto, los hallazgos y pérdidas de los nómadas literarios y de los viajantes en general, las trampas y encantos de la nostalgia y la fatuidad de la erudición inútil, negada para hacer de las lecturas exquisitas algo más que
“LA OBRA DE PÉTER ESTERHÁZY ESTÁ EN LAS ANTÍPODAS DE CUALQUIER FORMA DE POMPOSIDAD, ABURRIMIENTO O ESTULTICIA. ERA UN ARCHIENEMIGO DE LA RETÓRICA Y DE LOS FUEGOS ARTIFICIALES.”
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una maquinaria del name dropping exotizante. Al final del libro, Esterházy incluso remata con una hilarante bibliografía realimaginaria sobre el viaje por el Danubio, en algo parecida al registro de personajes de La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño.
LA MEMORIA, UN MONSTRUO TRAIDOR Lo formulo de la manera más clara que viene a mi cabeza: en relación a dos procedimientos convencionales utilizados por muchos escritores centroeuropeos para la construcción de una historia, el recorrido mental hacia recovecos del pasado y el trayecto físico hacia el lugar de acontecimientos traumáticos, Esterházy no sólo era encarnizadamente irónico y escéptico, sino que sabía distanciarse sana y hábilmente de todo sentimentalismo huero o fabricado con efectismo. Para Péter la memoria era un monstruo traidor. A diferencia de Milan Kundera o de Bohumil Hrabal (a quien por cierto le dedicó un libro muy disfrutable), de Miroslav Krleža o de Danilo Kiš, y sobre todo a diferencia de compatriotas suyos como Magda Szabó y Tibor Déry, Esterházy nunca se planteó llevar a cabo un ajuste de cuentas con el pasado. Péter era muy consciente, por completo lúcido al respecto, que uno de los aspectos más delicados para la construcción de la identidad de la nueva Hungría donde coincidimos era la ausencia absoluta de voluntad política para llevar a cabo una especie de Pacto de la Moncloa. No había forma de instrumentar una pacificación de los agravios históricos ocurridos desde la posguerra hasta el fin del gobierno comunista en su país. Entre otras cosas, porque el proyecto neoliberal que había llevado al poder a Viktor Orbán por primera vez en 1998 tenía a la desmemoria como uno de sus ejes. Mejor dicho, a una antimemoria muy sesgada, dirigida al desmantelamiento acelerado de un sistema de valores y a la negación de cisuras en su historia oficial. En Hungría, y esto lo conversamos por lo menos en dos ocasiones Péter y quien esto escribe, nunca se ha dado luz de manera amplia sobre el colaboracionismo antisemita de varios segmentos sociales y políticos magyares antes, durante y notablemente después de la II Guerra Mundial. Al debatir sobre la muy célebre película Music Box, de CostaGavras, cuyo guión había escrito Joe Esterhaz, apócrifo pariente remoto suyo, y aun a sabiendas de que el filme había permitido a mucha gente conocer la existencia
de los paramilitares fascistas húngaros militantes en las “cruces de flechas”, Esterházy execraba precisamente de ese tipo de reconstrucciones, a modo para el gusto y la sensiblería culpígena occidental, listas para convertirse en productos hollywoodenses, donde víctimas y victimarios se diferencian con toda certeza y las ambigüedades esenciales de la vida real quedan suspendidas. O excluidas. Y me dio un contraejemplo rotundo cuando comentamos la posibilidad, aún latente a principios de siglo, de que la novela El último encuentro de Sándor Márai fuera llevada al cine con Juliette Binoche y Sean Connery en los papeles principales. Esterházy aseguraba que no habría forma de reducir pulsiones humanas coexistentes, tan enigmáticas y contradictorias como el apego, los celos y el deseo de venganza, fibras de la que están hechas las páginas de Márai, al previsible e insulso código maniqueo del melodrama para consumo global. Por suerte, tuvo razón. Péter por supuesto que se reconocía como integrante de una muy prolongada tradición de autores para quienes la ecúmene de la monarquía austrohúngara los había dotado de un pasado colectivo, significaba un orden de valores y de referencias vitales y estéticas comunes, que no se me malinterprete. Al respecto basta evocar su chocarrera simpatía por los cafés vieneses (que ya referí en “Una visita a las siete casas”, en mi libro El asesino de la palabra vacía), pero sobre todo su fervorosa intimidad con Desző Kosztolányi (1885-1935), el más regocijante autor húngaro moderno, quien, a su manera, con recursos que Esterházy luego hizo suyos, escribió piezas memorables sobre la Hungría de los estertores de la era habsbúrguica. Con la muerte de Péter cobro conciencia de muchas cosas. La más importante: si de un libro y de un autor aprendí que la mejor forma de recuperar el glorioso pasado cultural danubiano de los siglos XIX y XX era leyéndolo e interpretándolo con mucho sentido del humor, sin inventarse datos, sin una devoción acrítica y con espíritu de ligereza, esos fueron La mirada de la condesa Hahn y Hahn y Péter Esterházy, el escritor con melena de león y mirada de niño, el narrador húngaro de nuestros días que, a su manera, como lo demostró en las páginas de otro libro inolvidable, Una mujer, más se acercó y más quiso a México. C
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El escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942) se refugió en Brasil durante la fase final del nazismo. Tras años de exilio y convencido de que no tenía esperanza, el autor de El legado de Europa decidió quitarse la vida en Petrópolis junto con su esposa Charlotte. Presentamos un pasaje de la novela del escritor brasileño Dionísio da Silva, Lotte y Zweig —que será publicada por Ediciones Cal y arena— donde recrea, con los recursos de la imaginación, el último día de esta pareja.
LOTTE Y ZWEIG DESE N L ACE E N BR A SI L DIONÍSIO DA SILVA TRADUCCIÓN DELIA JUÁREZ G. PERDIDOS EN PETRÓPOLIS Los buenos siempre vi pasar severos castigos en el mundo, Y para mí lo más sorprendente Los malos vi siempre nadar Por mar de contentamientos...
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ace más de treinta años ya. El tiempo pasó y me tardé en percibir que los días me corroían por dentro, obligándome a hacer intercambios en los que siempre era yo quien quedaba en desventaja. Nuestro destino puede cambiar por la palabra de un amigo que, justamente por venir de un amigo, no nos cuestionamos. Cierto día de 1911, Walter Rathenau me dijo: “Hay que conocer el mundo antes de escribir sobre él”. Me pareció un buen consejo, eran palabras sensatas, razonables. ¿Así debía ser? Sí, pero no. La herramienta intelectual más importante de un escritor es su imaginación, nunca la investigación. ¿La investigación, la reunión de datos, escudriñar la realidad? Nada de eso importa. No por azar Homero era ciego. Un escritor necesita escuchar. Y mientras más contradictorio es lo que escucha, mejor, más fascinante es el desafío para que escriba sobre el tema que eligió. Pero no, yo seguí la recomendación de mi amigo y en 1911 ya estaba en Oriente, más allá del Caribe. Estuve en el Canal de Panamá un poco antes de que las manos del hombre juntaran los dos océanos. Si hubiera entonces conocido a un famoso poeta brasileño —¡Brasil tiene tantos poetas buenos, ahora olvidados!— habría tenido otra idea de esos dos mares. Castro Alves, contemplando el Atlántico en el horizonte, escribió este hermoso verso: “¿Cuál es el cielo, cuál el océano?”. * Los Lusiadas, traducción de Benito Caldera, Espasa Calpe, Madrid, 2007.
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Luís Vaz de Camões*
Stefan Zweig (1881-1942).
Y también: “De nave errante, ¿quién el rumbo sabe en tan gran espacio?”, y yo soy esa nave errante, navegando, dejando rostros que aparecerán más temprano o más tarde, pues Brasil, grande como el mar, es también grande como el Sahara, “en que corceles el polvo alzan, galopan, vuelan, mas no dejan trazo”. Cuando leí las Meditaciones sudamericanas del conde Hermann Keyserking, tuve ganas de conocer esa parte del mundo que según él seguía tal como había sido creado durante el tercer día. Era América del Sur. Muy culto el conde, pero olvidó algunas cositas en los desabridos elogios que le hizo a la nueva tierra. En el tercer día, los hombres y la mujeres aún no habían sido creados, y él lo ignoró. Eso fue en el cuarto día que no tuvo crepúsculo, como dijo San Agustín. Cómo, entonces, fueron contados los días anteriores a la creación del Sol, de la Luna y de las estrellas, es cosa que rebasa mi entendimiento. Le conté a Walter que entonces quería ir a Argentina en dirigible, y le pregunté si dos o tres semanas eran suficientes para verlo todo. Pero no fui ese año. Llegué 25 años después. Y no llegué en dirigible. Lle-
gué en barco. Y no desembarqué en Buenos Aires, sino en Río de Janeiro. Dios mío, nada es como lo planeamos, encontramos lo que no buscamos y lo que buscamos ni siquiera lo encontramos. Lo más común es encontrarnos lo que nunca procuramos, ya sea la desgracia, ya sea la felicidad. Pero, como sabemos, la felicidad no es indispensable. Y la desgracia pocas veces es inevitable pues se presenta sin aviso, sin planeación, y acierta siempre en el objetivo de quien la lanza sobre el mundo. Llegué a Río por la noche. Nunca olvidaré el día de llegada, o mejor, la noche, con una vista nocturna deslumbrante de la ciudad que me recibía tan bien. Parecía que allí sería feliz, y Lotte también. Mi amada bajó con un vestido estampado, con un saco negro en las manos, guantes y paraguas. En el barco, se puso unos zapatos negros, cerrados. Para que un hombre garantice la paz conyugal mientras la mujer se viste, es mejor responder favorablemente cuando le pide su opinión, pues al cabo su juicio no tiene la menor importancia, es tan sólo una concesión amistosa que la esposa hace, convencida de que el compañero no sabe nada de eso y
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algo así, pero tuve miedo de desagradar a mis lectores judíos. Un día Frida me preguntó qué tan importante era Lotte en mi vida y yo le pregunté por qué. Y dijo: “Me apena esa muchacha, ustedes, los filósofos, no piensan en las mujeres que aman, el mismo San Agustín sólo habla de su hijo Adeodato, ni siquiera menciona el nombre de la madre del hijo, sólo habla de Mónica, la abuela del niño, podría al menos decir que se llamaba Melania”. Otro de los misterios de Frida: ¡nunca pensé que le importaran los nombres! Creo que voy a despertar a Lotte o subir el volumen al radio o dejar al pájaro cantar.
“ESTA CIUDAD SIN MAR ME ENTRISTECE DÍA CON DÍA. CUANDO VINE A VER ESTA CASA, DESDE LA TERRAZA VI EL MONTE LLENO DE ÁRBOLES, EL PARAÍSO EN EL TERCER DÍA, NI SIQUIERA ME IMPORTÓ EL MAR, PERO AHORA, CUÁNTA FALTA ME HACE.”
dio sobre los colores y los cortes de la indumentaria femenina para cada ocasión, siempre indescifrables para todos nosotros.
* * *
¡Cuántas cosas recuerda un hombre el último día de su vida! Me doy cuenta de eso mientras desayuno. Como Lotte todavía no se levanta, hablo conmigo mismo, recordando para unir fragmentos, componer un mosaico para poder entendernos, entender lo que hubo entre nosotros, aunque lo haga el último día de mi vida. Ya no soy austriaco, creo que empecé a ser brasileño el día en que leí en O Globo, el 18 de abril de 1938, dentro de poco harán cuatro años ya, que me naturalizaría brasileño cuando Austria fuera anexada a Alemania. Lotte duerme. Es lo que más hace últimamente. Experimenta a plazos el sueño eterno. No es recomendable dormir tanto, uno puede acostumbrarse, creer que el sueño es bueno, prolongarlo un poco cada día, y finalmente no despertar más. La vida no es de los dormilones, es de los vigilantes, de los despiertos y también de los insomnes, aquellos que no saben dosificar el descanso, incluso por razones que les son indeseables. ¿Pero si uno no duerme, cómo soñar? Esta ciudad sin mar me entristece día con día. Cuando vine a ver esta casa, desde la terraza vi el monte lleno de árboles, el Paraíso en el tercer día, ni siquiera me importó el mar, pero ahora, cuánta falta me hace. Si no muriera hoy, si decidiera volver a vivir, volvería al Hotel Paysandu, en la Playa de Flamengo, qué feliz fui allí. Me encanta vivir en hoteles pues odio hacer café, aunque nadie sabe eso, y Lotte tarda tanto en levantarse que además de que preparo yo solo el café, también debo tomarlo solo, teniendo apenas por compañía al pájaro de copete anaranjado, primo del pájaro del espíritu santo, no sé quién le dio ese nombre, debe haber sido un jesuita, eran malvados en todo y hasta los nombres de los pájaros manipularon, no sólo los de las ciudades y los de las personas. ¿Qué hay detrás de un nombre? El rostro de una persona, su vida, su biografía, lo que siente, piensa y dice, el abandono al cual fue sometido por muchos otros nombres. Hace unos días Lotte me preguntó por qué titulé Impaciencia del corazón a mi novela, si ese corazón es autobiográfico, si ese corazón es el mío. Le contesté, jugando, si lo preguntas es porque tu corazón también está inquieto. Quería ponerle de epígrafe la frase de San Agustín, “Mi corazón estuvo siempre inquieto, pero se calmó al encontrar a Dios”, o
EL ÚLTIMO DÍA DE MI VIDA Se transforma el amante en la cosa amada Por virtud del tanto imaginar, Luego no tengo más que desear Pues en mí tengo la parte deseada.
Luís Vaz de Camões
Me parece bueno ese sistema de que el lector reciba a domicilio un libro que no pidió. No todos los lectores saben lo que quieren leer, son indecisos, de modo que el Club del Libro de la Editora Guanabara Koogan entrega los títulos que el editor o algunos lectores escogen. No hay riesgo de que distribuyan libros estorbosos o inservibles, pues el señor Koogan es muy cuidadoso al elegir lo que publica. El escritor es adicto a los libros. No sólo los escribe, los lee, los ama, convive con ellos como si fueran sus amigos.
Foto > ESPECIAL
que siempre la preferirá desnuda, o encuerada, como dicen los brasileños, que incluso para eso son libidinosos, porque desnudas están las estatuas griegas, las obras de arte, no las mujeres con las que conviven, aunque sea de vez en cuando. Ellas jamás estarán desnudas, sino encueradas, o sea, con el cuero cubriendo su desnudez, porque lo que los encenderá siempre será la piel de la amada que, por intuición, cuida mucho el mayor órgano del cuerpo humano. Se puso el sombrero, negro también, coquetamente ladeado, realzando su chongo, pues aunque el cabello suelto hace sensual a una mujer, con Charlotte no era ese el caso. Era cuando mostraba la parte posterior del cuello que la luz se difundía sobre su rostro, casi siempre entristecido. Cuando empezamos a tener una relación en la oficina, yo, para entenderla, buscaba en los libros la comprensión que me faltaba, lo que no entendía, los huecos producidos por la diferencia de edad de casi treinta años entre nosotros. ¿Quién entiende a una mujer mejor que ella misma? Por eso comencé a releer Mitsú o cómo el carácter llega a las muchachas, pues si bien amamos en las muchachas la frescura, sabemos que esos encantos son pasajeros, no en ellas, sino en nosotros y que ambos necesitan de carácter, y Charlotte parecía tener tan poco de esa esencia. Frida tenía más, que no me oiga Lotte, pues otra característica de las mujeres es el absolutismo, no permiten la comparación que, irrumpiendo en nuestros corazones, debe ser contenida, expulsada, anulada, evitada o por lo menos escondida de aquella con quien se vive. Colette vivió con un hombre veinticuatro años más joven que ella, lo que hoy equivaldría a unos cuarenta más, y al final de su novela autobiográfica Querido, cuya lectura me dio un consejo para el desenlace, escribió: “‘Adiós, querida, adiós... Eso es todo’, le dirás tú a Charlotte... Ella cerrará la puerta y el silencio pondrá fin a sus palabras desesperadas”. Como el personaje tenía el mismo nombre que mi amada, que en ese momento era apenas una aventura, yo intentaba ver en qué se parecían o en qué eran distintas. Días después, el 25 de agosto de 1936, cuando nos recibió el presidente Getúlio Vargas, ella vestía una blusa blanca, falda y saco negros, zapatos también negros. Como dicen los brasileños, la cosa estaba negra, pero nadie lo notó, quizá era que las mujeres se vestían así con el pretexto de la elegancia. Mi contemporáneo Freud escribiría un bello y profundo estu-
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El perro es sumiso; el libro no. Un viejo amigo te ofende o traiciona, el libro no. Puedes abandonarlo en el librero, pero siempre será el mismo, y sólo cambiará si tú cambias antes de leerlo; cada libro es diferente en cada lectura. El escritor es así: morirá hoy, pero muere pensando en su adicción. Lotte escribió a su sobrina que yo podría escribir con tranquilidad aquí en Petrópolis, que es una serranía maravillosa. Que sólo necesitaba calma para escribir y la atención de Koogan, mi editor. ¡Lotte! Aquí está su foto en la carpeta del American Foreign Service, cuando nos preparábamos para viajar a Estados Unidos y presentábamos pasaportes británicos y ella declaraba que me acompañaría en un “lecture tour”, presentando como comprobante una carta-invitación de Harold R. Peat. Es del 10 de septiembre de 1940, hace casi dos años. El 5 de mayo Lotte había cumplido 32 y estaba muy lejos de Alemania, felizmente. Encontraría la muerte muy lejos de Kattowitz, su ciudad natal. Esa bebé que nació allá para el mundo, tras la frescura y los esplendores de los verdes años, se prepara ahora para llegar a su final aquí. La foto engaña, como todas las fotos. Cabello corto, oscuro, con raya en medio, una blusa cerrada de botones grandes. Miró a la cámara, casi sonrió, estaba feliz, venía a Brasil, le brillaban los ojos, no sabía que vendría a morir tan joven en el Paraíso, acompañada de un viejo desgraciado como yo. Las jóvenes deben ser cuidadosas al escoger a sus maridos. Y si además lo escogen como padre de sus hijos, podrán incluso despreciarlo, ignorarlo y dedicarse sólo a sus retoños, finalmente es para eso que nos quieren. Y si es posible, podrán ejercer el poder de la atracción irresistible que el cuerpo femenino despierta en el hombre que está a su lado. Conmigo, lo primero es lo secundario, el placer que puedo darle como hombre durará casi toda la vida, sin embargo lo que ella podía darme como mujer no, murió pronto con ese asma maldito que impide besos, cariños y todo lo demás. Hijos, ni siquiera le prometí ni ella los quiso. Charlotte Elizabeth, en el documento Elizabeth Charlotte Altmann Zweig no dejará descendencia. “¿Qué río es éste por el que pasa el Ganges?”, preguntó un poeta. ¿Qué mujer es ésta que la foto oculta?, pregunto yo. Y los fotógrafos y los estudios fotográficos incluso hablan de revelar. “¡Todavía no están listas las fotos, todavía no están reveladas!” Y nunca lo estarán, en cierto sentido, pues Lotte, como es el caso, nunca fue revelada. Llegamos a Brasil el 21 de agosto. Mi
“¿QUÉ RÍO ES ÉSTE POR EL QUE PASA EL GANGES?”, PREGUNTÓ UN POETA. ¿QUÉ MUJER ES ÉSTA QUE LA FOTO OCULTA?, PREGUNTO YO. Y LOS FOTÓGRAFOS Y LOS ESTUDIOS FOTOGRÁFICOS INCLUSO HABLAN DE REVELAR.”
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Stefan Zweig con Charlotte Altmann.
joven mujer fue obligada a firmar la fecha explicando: “llegué a Brasil el 21 de agosto de 1940, con el propósito de acompañar a mi marido”, añadiendo “mi ocupación en los últimos dos años fue ser ama de casa y actualmente es la misma”. Dicho en portugués parece menos ofensivo, es natural para una mujer cuidar la casa, como se hace desde las más antiguas civilizaciones, pues las mujeres tienen habilidades prácticas para servir, al parecer nacieron preparadas para eso. Hace unos días leí en un libro chino que los primeros ideogramas para designar a la mujer la presentan inclinada, doblada por la mitad, indicando una pose y dos variaciones: sexo, plegaria y trabajo. Es lo que hacen a lo largo de la vida: servir a los hombres y sus dioses, a veces los hombres y los dioses reunidos en la misma entidad, como hicieron los cristianos con la trinidad. El dios barbado, primero de los judíos y después de los cristianos, ya tenía barba incluso en las civilizaciones más antiguas en que los viejos detentaban el poder, y sólo pasaban a ser imberbes cuando los más jóvenes los sustituían, ya fuera por las epidemias, que diezmaban primero a los más débiles, estando los viejos entre ellos, ya fuera por la guerra. Las diosas aparecen siempre de cara lavada, pues los cosméticos tardaron en llegar, llegaron con la prosperidad y la abundancia. Además, ¿para qué necesita una mujer joven los cosméticos? Nosotros los hombres somos torpes en los quehaceres que a ellas milenariamente se les dan muy bien. Inventaron la cocina, para cocinar el producto de la caza y los cereales; inventaron el horno para el pan; inventaron la cama para recibirnos mejor; inventaron la higiene, más indispensable para ellas que para nosotros por sangrar cada mes, y salieron poco de casa, pues nosotros atravesábamos ríos y lagunas, nos adentrábamos en los mares, mientras ellas resguardaban las cavernas o cabañas o grutas para que los bebés
no murieran o fueran devorados por los depredadores. Y si no volvíamos, salían a buscar a sus compañeros, rescatando el cuerpo o los restos mortales para guardarlos cerca de donde vivían, inventando así también el cementerio. Y quizás haya sido también de ellas la invención de la escuela para trasmitir el patrimonio del saber acumulado, pues de no ser así los hijos tendrían que partir de cero. Entre todos los sentidos femeninos el más importante es la vista, pero una vista diferente a la nuestra que es para ver. En las mujeres su finalidad es otra. De tanto usar la vista para proteger, para vigilar, para cuidar, ejercitaron más el ser vistas, el ser visto. Ya ciegos o muertos, querían tenernos cerca para que nos vieran, una forma de no ser abandonados o ignorados. En lugar del clásico “usted me está viendo”, o el oculto “está usted siendo visto” de los triángulos masónicos, adoptados después por las iglesias y colocados en lo alto de las paredes de los salones de clase, recordando una vigilancia eterna. Lotte heredó de la condición femenina, aunque más por atavismos que por iniciativa propia, una habilidad para vivir que yo no tengo. ¿No siempre me siento perturbado? Para mí, la vida ha estado siempre llena de ataduras e impedimentos, de confusiones y equívocos. Lotte duerme. Ahora retoma el último ronquido, oigo el rumor, parece el maullido de una gata pero es tan solo el asma cumpliendo su objetivo de cavar los pulmones de mi amada con un engaño disciplinado, constante, efectivo. Sin embargo mi obediente compañera no morirá de eso, ya que rara vez morimos de lo que sufrimos. La muerte es casi siempre creativa y sorprendente. “No sabes ni el día ni la hora” decía aquel judío como yo, tan diferente a mí, pero yo sí sé el día y la hora. Será hoy por la noche. Éste es el último día de mi vida. Además será el último día de nuestras vidas, pues Lotte también morirá. ¿O será que desista de obedecerme por última vez? C
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Por
FERNANDO IWASAKI
FUERA DEL HUACAL
H E R M A N O L O B O, HERMANA LUNA
www.fernandoiwasaki.com
A
hora que el aburrimiento estival le ha concedido sus quince minutos de gloria a unos padres de Fuenlabrada (Madrid) que después de luchar contra la burocracia han conseguido que su hijo se llame “Lobo”, me ha venido a la memoria una leyenda urbana que recorrió España en 2009, según la cual una madre gaditana llamaba a gritos a su pequeño “Kevin Costner de Jesús” por la playa de La Victoria. Y aunque nunca se encontró en ningún registro civil al tal “Kevin Costner de Jesús”, los Neos, Leias, Anakines, Arwenes e Indianas aparecieron hasta debajo de las piedras por toda la geografía española. De hecho, el 17 de julio de 2015 nació en Cataluña el primer “Goku” español y nadie le lanzó un kamehame-ha a los padres, sin duda más frikis que los progenitores de “Lobo”. A comienzos de los setenta Franco Zeffirelli rodó una película sobre San Francisco de Asís titulada Hermano Sol, hermana Luna (1972), y las “Lunas” se multiplicaron por varias lenguas y en distintos países, como las “Laras” que nacieron después que sus padres vieron Doctor Zhivago (1965). Prueba de lo memorable que fue aquella película de Zeffirelli para una generación que entró con fuerza en la edad del pavo fue su calificación para “mayores de 14”, pues San Francisco (Graham Faulkner) se quedaba en cueros y de esos calentones surgieron muchas Lunas. ¿Quién no conoce al menos a una Luna? Por lo tanto, ¿el registro civil de Fuenlabrada no podía haber tomado en cuenta al mismo hermano “Lobo” de San Francisco para aceptar el nombre sin tanta
Las Claves
CONSTE QUE LOS LATINOAMERICANOS NO TENEMOS NADA QUE ENVIDIARLE A LOS GRINGOS, PORQUE EL HIJO DE NICOLAS CAGE SE LLAMA “KAL EL” (NOMBRE KRYPTONIANO DE SUPERMÁN).
alharaca? ¿Cuántas Lunas hay en Fuenlabrada? ¿Celebran su santo las Lunas? Claro que sí: el mismo día que Nuestra Señora de la Luna. De hecho, en Canarias existe una Pocahontas del Pino que celebra su santo el día de la Virgen del Pino. Me tinca que hasta las que tienen nombre élfico se las han ingeniado para no tener problemas: —¿Cuándo es tu santo, María del Arwen? —El mismo día que las María del Carmen. En América Latina tenemos corcho libre para elegir los nombres del personal, pues en el Caribe abundan las “Usnavys”, en el Perú cada vez hay más “Trilces” y en Colombia arrasan las “Shakiras”. Por cierto, ya que el Papa es argentino, el día que un colombiano se siente en el trono de San Pedro sin duda será John Jairo I. Y que conste que los latinoamericanos no tenemos nada que envidiarle a los gringos, porque el hijo de Nicolas Cage se llama “Kal El” (nombre kryptoniano de Supermán) y los de Brad Pitt y Angelina Jolie “Zahara”, “Maddox” y “Knox”. Todavía recuerdo que mi paisano “Kiko” Ledgard —famoso en España por haber presentado el concurso de TVE Un, dos, tres— bautizó a sus hijos “Jet”, “Flash” y “Brick”, quienes siempre llevaron a gala sus nombres tan originales. El caso es que en España el artículo 54.II de la Ley del Registro Civil prohíbe nombres que “resulten objetivamente perjudiciales para la persona”, “hagan confusa la identificación” e “induzcan a error sobre el sexo”, y por eso dizque “Lobo” fue rechazado, aunque muchos niños también sufrirían todo tipo de
burlas si se llamaran “Primitivo”, “Algimiro”, “Robustiana” o “Tránsito”, por más milagrosos que fueran sus santos patronos. A mí me impidieron en Sevilla ponerle a mi hijo el nombre de mi abuelo japonés y por eso en lugar de “Andrés Ariichi” se llama “Andrés Eduardo”. Ahora sé que si le hubiera puesto “Vegeta” o “Gohan” habría colado. Por el contrario, muchos ciudadanos españoles se llaman “Lenin”, “Stalin” y “Trosky” (sin la “t”), por lo que deduzco que en los registros civiles los encontraron más normalitos que “Ariichi” o “Lobo”. Y que conste que ya no hay que ir a los archivos municipales a buscar nombres raros, porque basta con teclear el palabro más delirante en la barra del Facebook —donde abundan los “Astroboy”, los “Espíderman”, las “Chitaras” y últimamente las “Khalesias”— para descubrir que fray Luis de León se quedó corto con los mil nombres de Cristo.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
SU NOMBRE VERDADERO, Jasmine Lucilla Elizabeth Jennifer van den Bogaerde (Reino Unido, 1996): conocida en el mundo del espectáculo como Birdy. Belleza tímida y un poco frágil que produce arrobamiento en los escenarios. Voz de soprano y talentosa compositora, aprendió a tocar el piano a los siete años, a los ocho empieza a escribir sus propias canciones. Padre escritor y madre pianista. Ascendencia inglesa, belga, escocesa y de Holanda, familia miembro de la nobleza británica. El gran actor Dirk Bogarde (1921- 1999) fue su tío. Jasmine creció en un ambiente de refinada elegancia y apego a los valores culturales anglosajones. En 2008, con 12 años, ganó el concurso de talentos musicales Open Mic UK. La canción “Skinny Love” (Bon Iver) la introdujo al mundo de la música: éxito en Europa y seis veces Disco de Platino en Australia. Su álbum debut, Birdy (2011), se situó en el número uno del Top 10 Songs de Australia, Bélgica y Países Bajos. Jasmine Lucilla
Elizabeth Jennifer: Birdy vocaliza como un ángel. Beautiful Lies, tercer álbum de Birdy — los anteriores: Birdy (2011) y Fire Within (2013)—: muestrario de rock alternativo, indie pop y modulados fragores de folk. Catorce temas rubricados por la joven británica en colaboración con Jamie Hartman, Conrad Sewell, Melissa Bester y Steve Mac, entre otros. Intervención de varios productores: Jim Abbiss, Tim Bran, Al Shuk, Roy Kerr y la misma Jasmine van den Bogaerde. Frondas melódicas-armónicas de elocuente timbre en que Birdy construye sensuales salmos vocales. “Growing Pains”, “Shadow”, “Deep End” y “Lost it All” transitan por disposiciones pop en diálogo con apuntes alternativos y cierta atmósfera folk. “Keeping Your Head Up” suscribe resonancias indie desde una exaltación instrumental que las inflexiones de Birdy escoltan con puntual oficio. Punto y aparte en “Wild Horses”: las percusiones introducen compa-
ses de soliviantado acento escoltado por sintetizadores y coro que secundan las incitantes recitaciones de la vocalista inglesa. “Lost it All”: piano que teje un ostinato sobre el motivo melódico que la intérprete glosa desde apacible dicción escoltada por puentes de cuerdas en bojeo barroco. Merodeos indie/pop en “Silhouette”, “Unbroken”, “Hear You Calling” y “Save Yourself”. Bajo eléctrico protagónico con guiños funk en la orquestación de “Lifted”. Provocativa fonética en “Words”. “Take My Heart”: incitante prólogo de rumorosas cuerdas y prudentes clústeres de piano que dan entrada a Birdy, quien declama la melodía apelando a las pausas y a los silencios. La balada se empina, revolotea con suave prosodia sobre las estaciones: tonada abstraída, resguardada en lenidad armónica que suscribe intervalos melódicos irrepetibles. Las pronunciaciones de Birdy dialogan con la niebla y se refugian en el advertido tornado. Beautiful Lies: cánticos ineludibles. Un ángel canta.
BEAUTIFUL LIES
Artista: Birdy Género: Folk, indie rock, pop. Disquera: Warner Music, 2016.
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CONTRA LA CERVEZA ARTESANAL
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
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CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
S
er joven y no amar la cerveza es hasta contradictorio. Almaceno con fruición dos o tres postales de mi adolescencia. Una referente a la chela. Me encantaban las caguamas Corona. Un domingo, sentado en un porchecito, con una grabadora a los pies como perro guardián, me tomé doce caguamas Corona. La calidad de esta presentación no tenía competencia en el mercado. Se trata, sí, de uno de los high lights de mi hoja de vida. Junto a los nueve litros de Negra Modelo que me bebí una ocasión en la Feria de San Marcos. Hoy no le pego siquiera un trago a caguama alguna. Y menos a esa infame abominación conocida como Mega (1.2 litros). Concuerdo en que la edad me ha vuelto melindroso. Pero mi desprendimiento espiritual de la cerveza obedece sobre todo a la depreciación de ésta por parte de las compañías productoras de unos años a la fecha. México atraviesa por una de las peores crisis cerveceras de su historia. La penetración de las cheves extranjeras de pésima calidad es un cáncer. Coors, Bud light, Lite, y demás porquerías que se venden a un precio ridículo. Chela que es consumida en su mayoría por jóvenes. Quien haya padecido una cruda con Coors sabe que la burra no era quisquillosa, la hicieron. Hace meses tuve una velada informal en mi casa. Uno de los invitados trajo un six de Coors. Continúa intacto en mi refri. Eso en casa de un alcohólico es un milagro. Incluso la Heineken, que era buena cuando la introdujeron, ha terminado por sumarse a mi lista de tragos prohibidos.
MI RECELO LLEGA A SU CÚSPIDE CON EL SABOR DE LAS ARTESANALES. DESDE LAS OSCURAS INTRAGABLES, PARECE QUE LE ESTÁS DANDO UN TRAGO A UN CAFÉ RANCIO BIEN CARGADO.
El sino del escorpión
Ante tal desamparo, una moda ha asaltado la contemporaneidad: la cerveza artesanal. Promovida por la avanzada hipster del do it yourself. Y posible gracias a las marcas de chela chafa que ofrece el mercado. Desde grupos de personas que montan una productora hasta solitarios alquimistas experimentan en soledad con versiones apócrifas de lo que se supone debería ser la cerveza. A tal grado ha llegado esta fiebre, que incluso la practican personas que no son ni borrachos y a los que no les simpatiza la cerveza. Pero se han enganchado al lifestyle que promueve. Ya cualquier neófito es un experto en la materia. Pero más allá de cualquier objeción referente a la pose que existe alrededor, el gran pero de la cerveza artesanal son sus desventajas frente a la cheve industrializada. Como Frank de Shameless soy susceptible a todo lo que embriaga. Pero sólo una vez en mi vida me he emborrachado con chela artesanal. No encuentro palabras para describir la cruda del día siguiente. Nunca más. Temprano comprendí que la artesanal no es para empedarse. Es para una o dos. Entonces no sirve para mis propósitos. Sé que es una barbaridad, pero lo diré: prefiero una Tecate Light. Un contratiempo para con mi hedonismo es producir alcohol. Deseo destapar una botella e inyectarlo en mis venas. No esperar, disfrazado de Doc de Volver al futuro, un proceso de fermentación. La solución es comprar una artesanal en un depósito, en el súper o en una cervecería, de acuerdo.
Pero el precio de una chela oscila entre los 45 y los 60 pesos. Wait a moment, plis. Me parece un robo. Si una Modelo Especial de tella (mi favorita desde que comencé a beber) cuesta veinte pesos. Y para mí supera a cualquier artesanal. Mi recelo llega a su cúspide con el sabor de las artesanales. Desde las oscuras intragables, parece que le estás dando un trago a un café rancio bien cargado, hasta las fermentadas con un sabor. El peor defecto de las cervezas artesanales es que lo han conseguido todo, menos un sabor a cerveza. Tres obstáculos nos separan: tiempo, precio, sabor. Sé que los iniciados me tacharán de ignorante. Pero no existe mal trago que una Modelo Especial o una Stella Artois no puedan borrar. O incluso una Erdinger, que vale cada uno de los sesenta pesos en los que se comercia. Si de fresear se trata, ai ta la chela alemana. La calidad de la cheve depende del agua con que es fabricada. Se presume que el agua más rica del mundo es la de la República Checa. Por lo tanto las birongas checas son famosas. Pero estoy en verde en el campo. ¿Alguna morrita que se ofrezca a guiarme? Estuve aquí antes de la cerveza artesanal y lo seguro es que cuando me vaya de la Tierra se seguirá produciendo. Pero me queda la satisfacción de que vivo en un tiempo durante el cual la cerveza es rica y nutritiva. Mi verdadera felicidad consiste en viajar a Estados Unidos y pedir una Michelob Ambar de barril. Es para mí una de las cumbres de la industria y también de este mundo traidor. C
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
Los olímpicos y el horror LUEGO DE HORAS atrapado entre una manifestación campesina y un bloqueo de la CNTE, y ya con el agua hasta el aguijón de tanto chubasco y “encharcamiento” citadino (Mancera dixit), el escorpión no escapa al tema cultural de hoy. ¿Cuál de todos?, preguntará el lector: ¿Yunes contra Duarte; los funcionarios de la Secretaría de Cultura insultando a sus críticos; los liberales arguyendo voluntariosos la legitimidad de su conservadurismo; las organizaciones “decentes” en campaña contra el matrimonio igualitario; el arte contemporáneo despreciado por doña moda comercial; las redes sociales dando cuero a intelectuales y periodistas lentos y fuera de forma? Más sabe el alacrán por viejo, por eso prefiere el trending topic (dirían los millenials) de los Juegos Olímpicos. Pero como detesta los lugares comunes y el
festín emocional explotado por tanto cronista deportivo, se revive mejor en 1968, con 14 años, en las gradas del remodelado Estadio Olímpico Universitario. Allí vio el estreno del tartán y admiró proezas como el salto de longitud de 8.90 metros realizado por Bob Beamon; el triunfo en el maratón de Mamo Wolde, quien derrotó por fin al corredor descalzo Abebe Bikila (acaso por mejor convenir a los fabricantes de zapatos deportivos), así como la primicia del estilo del salto de altura de espaldas (2.24 metros) implantado por Dick Fosbury. Para quien no haya tenido la fortuna de presenciarlo, el venenoso rescata la imagen más trascendente de aquellos Olímpicos de 1968. En el podio de los 200 metros planos, los afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, primer y tercer lugar, levantan la mano enguanta-
da en reivindicación del “poder negro” y contra la discriminación. Incluso el australiano Peter Norman, segundo lugar en el podio, apoyó la acción política. Y los tres lo pagaron caro: los estadunidenses fueron marginados y vilipendiados hasta lograr más o menos su reivindicación treinta años después. El australiano murió de alcoholismo y abandono sin quien se acordara de él. La Olimpiada iniciada con una masacre estudiantil reivindicó así los alcances de la política. Ya en su nido, el rastrero destaca otra característica irrepetible de aquellos juegos: fueron los últimos amateurs de la historia. Desde entonces, las marcas comerciales, los equipos profesionales y el dinero tomaron por asalto la “máxima justa deportiva”. Y cuatro años después, en Munich 1972: el terrorismo y el horror. C
EL RASTRERO DESTACA OTRA CARACTERÍSTICA IRREPETIBLE DE AQUELLOS JUEGOS: FUERON LOS ÚLTIMOS AMATEURS DE LA HISTORIA.
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E l C u lt u ral SÁBADO 13.08.2016
EL DEMONIO DE NEÓN DE NICOLAS WINDING REFN FILO LUMINOSO
Por
NAIEF YEHYA
C
uando una película es estruendosamente abucheada en Cannes a veces simplemente se trata de una obra absurda y pretenciosa que logró colarse a los severos criterios de selección, pero de cuando en cuando estamos ante una obra tan adelantada a su tiempo o tan inquietante que ni siquiera un público educado, crítico y agudo es capaz de reconocer. Este año le tocó a El demonio de neón, de Nicholas Winding Refn, el cuestionable honor de ser rechazada de manera vociferante en ese festival. Sólo el tiempo pondrá en evidencia el valor de este filme; mientras tanto se encuentra entre las candidatas a estar entre lo peor o lo mejor del 2016. La historia que cuenta el director de Drive (2011), Only God Forgives (2013) y Valhalla Rising (2009) en este controvertido filme parece ser un aparatoso lugar común. Jesse (Elle Fanning), una joven de 16 años, llega a Los Ángeles buscando triunfar como modelo. No sabemos nada de su historia aparte de que es o dice ser huérfana. A pesar de su aparente ingenuidad provinciana Jesse sabe que tiene eso que todo mundo desea: una belleza pura al borde de la destrucción, un físico capaz de transmitir al mismo tiempo candor y ambición, vulnerabilidad y amenaza. Pronto entendemos que el éxito en este negocio no depende de la experiencia ni del talento ni del buen gusto ni de los buenos hábitos, sino que es un poder casi mágico, un aura inexplicable pero inconfundible. Como señala un diseñador (interpretado por Alessandro Nivola): “La belleza no lo es todo sino que es lo único”. Ruby (Jena Molen) una maquillista de modelos y cadáveres con quien coincide en un camerino, le augura el éxito porque puede proyectar esa condición de “ciervo deslumbrado” que la hará famosa. Ruby le ofrece su amistad, algo extremadamente escaso, preciado y a la vez peligroso en este mundo, y la presenta con las modelos Sarah (Abbey Lee) y Gigi (Bella Heathcote). Las tres son ecos de las brujas shakesperianas de Macbeth al anticipar el destino de Jesse. Sarah y Gigi representan dos caras de la belleza: una manufacturada en un quirófano y la otra cargada de un desdén pasivo y arrogante. La presencia de Jesse es para ellas un aviso de que su propia fecha de caducidad se acerca vertiginosamente. En su primer diálogo Sarah le pregunta lo único que para ella tiene importancia: ¿A quién te coges? Y ¿qué tan alto puedes llegar? El danés trasplantado a Hollywood, Winding Refn, hijo del editor Anders Refn (veterano cineasta y editor de cabecera de Lars von Trier) ha creado un estilo austero, remoto y nihilista que se
aleja del realismo y se inserta en un terreno alucinatorio que evoca el trabajo de David Lynch en Blue Velvet (1986). La violencia hipermasculina y brutalmente sangrienta de los anteriores filmes de Winding, como Bronson (2009), es reemplazada por una inquietante y devastadora competitividad femenina. La industria de la moda aparece como un entorno dominado por la manipulación, el narcisismo y una sexualidad tan abundante como fetichista, donde la violación y la necrofilia no son exclusivamente perversiones masculinas. La historia parece funcionar como una parábola, como un relato moral con tono satírico que denuncia la maquinaria cruel de la industria del modelaje y la forma en que la mujer es objetificada, utilizada, explotada y desechada para complacer fantasías misóginas. A la vez tenemos que los hombres (fotógrafos, diseñadores, novios) aparecen como rémoras, como parásitos necesarios en una economía feminizada. A continuación se incluyen varios spoilers, proceda bajo su propio riesgo. En la primera toma del filme vemos a Jesse maquillada de manera extravagante y cubierta de sangre en un photo shoot perverso y extraño, en donde posa como si estuviera degollada, desangrándose sobre un sillón. La necrofilia y la crueldad son los ingredientes fundamentales en el paladar estético de la sociedad de consumo. El negocio de la moda aparece literalmente como
L A INDUSTRIA DE L A MODA APARECE COMO UN ENTORNO DOMINADO P OR L A MANIPUL ACIÓN, EL NARCISISMO Y UNA SEXUALIDAD TAN ABUNDANTE COMO FETICHISTA.”
un nido de vampiros. Sin embargo, más que ofrecer una crítica convencional de las condiciones laborales y los prejuicios fisionómicos, el cineasta emplea la estructura del cuento de hadas, como señala Isabel Yehya (cita un tanto nepotista), para reflexionar en torno a la obsesión biológica que presenta la belleza y el acertijo cultural de su función e impacto. Jesse se transforma en una diva bajo el tacto y mirada de un prestigiado fotógrafo quien literalmente la baña en oro. Su belleza la hace presa, no sólo de depredadores humanos, como el administrador del infecto motel donde vive (Keanu Reeves) y las modelos que la envidian y desean, sino también de animales salvajes, como el puma que la espera en su habitación. Es como si su belleza fuera una fuerza incontrolable de la naturaleza. Ruby intenta seducir a Jesse, pero al fracasar se une a Sarah y Gigi, no sólo para eliminarla como competencia sino para devorarla y de esa manera adquirir sus poderes, su juventud y su belleza en una asimilacióndigestión mística. Y si bien Winding Refn parece recorrer el territorio de algunas cintas con paralelos temáticos y estilísticos como The Hunger, de Tony Scott (1983) y Only Lovers Left Alive, de Jim Jarmusch (2014), aquí hay un elemento satírico que propone que el canibalismo, especialmente entre modelos que nunca comen nada, puede resultar indigesto. La fotografía de la talentosa Natasha Braier crea la sensación de una impactante revista de modas, en la que cada página propone una visión estética vertiginosa y distinta, en contrapunto y complemento con la anterior, donde los juegos de colores e iluminación siempre cambiante se resisten a los criterios narrativos convencionales. Mientras que la pista sonora del ex baterista Cliff Martínez es un tecno pop electrónico, rítmico y atmosférico con reminiscencias de la música de las cintas de horror giallo de los años setenta. Podemos asumir que el demonio de neón del título es el dios Saturno feminizado de la industria de la moda, que es representada goyescamente por las divas que devoran a sus hijas al nacer para evitar ser reemplazadas. Es una vorágine resplandeciente y glamorosa, cuya seducción radica en la propuesta de tragarnos y hacernos parte de ese mundo superficial y gozosamente frívolo donde las complejidades humanas son irrelevantes. El demonio de neón es una cinta atrevida, delirante y brutal que no tardará en volverse un filme de culto.