Periodismo y suplementos culturales

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CARSON McCULLERS

DE CORAZONES Y BALADAS

CARLOS VELÁZQUEZ

MUJERES DE AXILA POTENTE

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S Á B A D O

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ CENIZAS DE LA MEMORIA

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

PERIODISMO Y SUPLEMENTOS CULTURALES ROBERTO DIEGO ORTEGA

POR LOS MARES DE RAMÓN XIRAU ADOLFO CASTAÑÓN

LA CRÓNICA EN DIEGO D IEGO ENRIQUE OSORNO EDUARDO ANTONIO PARR A ED

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Esta revisión —de ningún modo pretende ser exhaustiva— recorre a grandes rasgos el itinerario del periodismo cultural en México, una historia que pronto cumplirá siglo y medio en marcha, si aceptamos como su punto de partida la revista El Renacimiento (1869). Las cualidades y lecciones de su herencia consolidaron una vertiente ilustre, y con el tiempo sus autores “modelaron en buena medida el canon de la literatura mexicana”, hasta llegar a los tiempos actuales, cuando las condiciones en que florecieron se han transformado por completo.

PERIODISMO Y SUPLEMENTOS CULTUR ALES ROBERTO DIEGO ORTEGA

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UNA GENEALOGÍA ELEMENTAL

unque sus orígenes se remontan hasta la llegada misma de la imprenta en 1539, el antecedente directo de lo que hoy llamamos periodismo cultural en México tuvo lugar en las revistas que surgieron hacia el final del siglo XIX, espacios fundadores de esta vertiente donde confluyen —sin jerarquías— los recursos del periodismo con la exigencia intelectual y literaria. Como coinciden varios comentaristas, la revista iniciada en 1869 por Ignacio Manuel Altamirano, El Renacimiento, plantea por primera vez una literatura nacional que se despoja de sus lastres coloniales, enfrenta sus traumas ancestrales —muerte, devastación, saqueo, desigualdad, miseria— y se propone tareas muy precisas que responden a las urgencias de la hora: la conformación del discurso, la identidad singular del país desde el espacio de las ideas, las letras y las artes. Sus colaboradores son personajes históricos y fundan además la matriz de la literatura mexicana moderna: es, en efecto, el inicio

que a partir del modernismo avanza hacia las rutas y los rasgos que con el tiempo definen su singularidad. Sólo a manera de ejemplo, Altamirano reúne en las páginas de El Renacimiento a figuras como Guillermo Prieto, Manuel Payno y Vicente Riva Palacio: sin su contribución, nuestra historia y literatura no existirían como las conocemos. Aunque efímera —inició y terminó su existencia en aquel año de 1869—, El Renacimiento perfiló en poco más de cincuenta números una idea que continuaron otras revistas por venir. Hay recuentos detallados que registran decenas de publicaciones literarias surgidas durante el siglo XIX —por no hablar del XX. Entre las más notables —aunque no las únicas— debe incluirse la Revista Azul (1894-1896), animada en su origen por Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, y que de acuerdo con su nombre difundió a gran parte, si no a la totalidad de autores en activo del modernismo hispanoamericano. Es la primera que aparece en la forma actual de los suplementos, es decir, como un espacio habitual, asignado en un periódico o una revista (en su

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caso El Partido Liberal), con dirección, editores, colaboradores y en ocasiones consejo editorial propio, bajo un principio de independencia para ejercer sus decisiones y criterios. Mencionar a la Revista Moderna suma tres títulos que compartieron el propósito original de cuestionar desde las letras los desafíos históricos y culturales del país, con el decadentismo del fin del siglo XIX y la inspiración francesa como ideal o modelo recurrente. Con la ventaja de la retrospectiva, entre las contribuciones y herencias fundamentales de estos espacios destaca el interés por incorporar los nuevos tonos y sensibilidades, a la par de la voluntad crítica, de experimentación y riesgo, el aprecio y la convergencia de los diversos géneros, la decisión de mirar al mundo más allá de nuestras fronteras, en una fórmula virtuosa que pudo compensar el aislamiento y la inercia parroquial. Tuvieron muchos sucesores que emprendieron nuevos proyectos durante el siglo XX, no sólo en la Ciudad de México —un recuento exhaustivo se antoja interminable. Me detengo sólo en dos estaciones emblemáticas: Contemporáneos (1928-1931), donde Novo, Villaurrutia, Cuesta, Pellicer, Gorostiza, Ortiz de Montellano —y no sólo ellos—, compartieron su novedoso mapa de preferencias literarias. En Taller (1938-1941), Octavio Paz reúne a los jóvenes Efraín Huerta y José Revueltas, a Efrén Hernández, Juan Ramón Jiménez o León Felipe, entre muchos otros. Nuevos vientos llegan a las letras mexicanas con estas y otras revistas que además traducen y en algunos casos descubren para nuestro medio las obras en marcha de autores que pronto culminaron piezas definitivas del siglo XX, como St. John-Perse, Paul Valéry, T. S. Eliot o James Joyce.

LA IMPRONTA DE FERNANDO BENÍTEZ Esta historia ya ha sido contada. Sabemos que el trabajo de Fernando Benítez (1912-2000) resulta indispensable para comprender el desarrollo del periodismo cultural en México durante el siglo pasado. En su adolescencia, anota José Emilio Pacheco, Benítez “fue el último discípulo de Luis González Obregón que a su vez lo había sido de Ignacio Manuel Altamirano”, y este vínculo añade una fuerza simbólica a su papel de heredero, animador y director, en un trayecto de cuatro décadas —1949 a 1988— cuyo antecedente más cabal sería El Renacimiento. En el principio, Benítez tuvo éxito al proponer el suplemento semanal

“HASTA FINALES DEL SIGLO PASADO, LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS FUE UNA CIRCUNSCRIPCIÓN DE CONTORNOS MUCHO MÁS PRECISOS QUE LOS ACTUALES. SUS FOROS Y DOMINIOS ERAN MÁS VISIBLES.”

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México en la cultura (1949-1961) al diario Novedades. Sería un espacio clave que refrendó con eficacia algunos de los recursos que validaron sus ilustres precursores. México en la cultura fue campo de batalla, experimentación y consagración, núcleo aglutinador (sin olvidar su cuota de exclusiones) de quienes modelaron en buena medida el canon de la literatura mexicana del siglo XX, de Alfonso Reyes a Octavio Paz y Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco o Carlos Monsiváis, Emmanuel Carballo y Juan García Ponce, entre otros. Coincidió en el tiempo y compartió colaboradores, por ejemplo, con la segunda época de la Revista Mexicana de Literatura, que entre 1958 y 1965 estuvo a cargo de Tomás Segovia y Juan García Ponce; o con la revista Universidad de México durante la dirección de Jaime García Terrés. Acaso la frecuencia semanal influyó para que éstas y otras revistas no alcanzaran la amplitud ni la presencia de México en la cultura; pero una explicación más viable puede ser que su identidad era ante todo literaria, mientras que la propuesta de Fernando Benítez se distinguió también por su beligerancia política: compartió el entusiasmo por la incipiente Revolución Cubana, las demandas o protestas sindicales y sociales del país, en un contexto de represión oficial, censura y sumisión casi absoluta de los medios ante el poder (con las honrosas excepciones, desde luego). En 1961, luego de doce años de existencia, estos factores determinaron la cancelación del suplemento; de ese episodio hay por lo menos dos versiones y su denominador común es que obedeció a la censura por el filo crítico y político desplegado en sus páginas. Luego de la ruptura con Novedades, José Pagés Llergo hizo posible la continuidad en su revista Siempre! Benítez le dio la vuelta al título original, y México en la cultura reapareció muy pronto —un par de meses— como La cultura en México. Pagés Llergo le asignó un espacio en Siempre!, un semanario en ese entonces influyente, que bajo su dirección abrió espacios a la crítica o disidencia de algunos de los periodistas más reconocidos de aquellos años. Benítez encabezó este nuevo ciclo de 1962 a 1970, con la colaboración

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de los autores ya citados, más otros como Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina, Inés Arredondo. El régimen de la revolución institucional pasaba de López Mateos a Díaz Ordaz, en un proceso cuyo desgaste autoritario desató la represión brutal del movimiento estudiantil de 1968, cuestionada sin reservas en las páginas de La cultura en México. En 1971, Fernando Benítez se retira del suplemento. Carlos Monsiváis lo continúa de 1972 hasta 1987. Con renuncias y relevos, lo acompañan varios consejos editoriales, integrados en sus diversas etapas —consigno algunos nombres de una lista más amplia— por Jorge Aguilar Mora, David Huerta y Héctor Manjarrez —renunciantes—, por Rolando Cordera, Carlos Pereyra, José Joaquín Blanco, Adolfo Castañón, Héctor Aguilar Camín, José María Pérez Gay, Luis González de Alba; y en el tramo final, su última década, Luis Miguel Aguilar, Antonio Saborit, Rafael Pérez Gay, Sergio González Rodríguez y quien esto escribe, más una larga relación de colaboradores que han persistido en sus diversos territorios a través de los años y hasta la actualidad. Todos ellos coincidieron en ese semillero diverso, antisolemne, divertido, exigente y combativo, que democratizó la cultura de un modo que hoy es evidente. Por su parte, Fernando Benítez persistió en su idea del periodismo como “literatura bajo presión”, con dos nuevos periodos no menos brillantes, el primero en sábado (de 1977 a 1986), suplemento que surgió con el diario unomásuno, el segundo en La Jornada Semanal (de 1987 a 1988), que acompañó a su vez al nuevo diario, y donde Benítez puso el punto final a su labor espléndida. En mi experiencia, corresponde a Fernando Benítez y Carlos Monsiváis haber desarrollado esa noción del periodismo cultural que no se limita a la esfera de las (bellas) artes, sino que extiende su interés a las manifestaciones de la cultura popular, a los temas contemporáneos, sociales y políticos, nacionales e internacionales, y a los dominios de la historia, la filosofía y la ciencia. Un modelo que diversificaron algunas de las publicaciones subsecuentes —Huberto Batis en sábado, René Avilés Fabila en El

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Búho, Juan Villoro y Roger Bartra en La Jornada Semanal, Rafael Pérez Gay en El Nacional Dominical y Crónica Dominical, Héctor de Mauleón en la primera época de Confabulario.

paredones del ciberespacio. Al calor de las redes sociales, el tono y el debate intensifican su virulencia, aunque no la claridad de sus argumentos; los desacuerdos no suprimen las invectivas ni la desacralización del prestigio intelectual, entre las controversias que forman parte del debate público de nuestros días. El panorama actual es desarticulado, heterogéneo, una fragmentación horizontal y múltiple, donde todas las voces pueden hacerse escuchar, dar rienda suelta a sus razones o motivos, o bien a su intransigencia y combatividad, su sordera y sus prejuicios. La plaza pública de las redes sociales y su aptitud para la réplica inmediata canceló la distancia que mediaba entre editores, autores y lectores, cuando la posibilidad de intercambiar respuestas era tan dilatada como un correo postal.

TIEMPOS ACTUALES Hasta finales del siglo pasado, la República de las Letras fue una circunscripción de contornos mucho más precisos que los actuales. Sus foros y dominios eran más visibles, y funcionaba en su mayoría como una élite compacta que reservaba su derecho de admisión. Sin duda, el momento emblemático de Benítez, México en la cultura, tuvo a su favor un ámbito propicio para convocar a la minoría ilustrada, bastante más cohesiva y homogénea —la población de la Ciudad de México no rebasaba los cinco millones en 1960—, en contraste con la diversidad, proliferación y dispersión implacable de nuestra era de internet que multiplica día con día, en un regreso imprevisible a Contemporáneos, sus “archipiélagos de soledades” y constelaciones de “grupos sin grupo”. En su tiempo de esplendor, el suplemento de Benítez no tuvo competencia en su periodicidad semanal y pudo así concentrar la atención de un público, presentar y divulgar a los creadores de una fase de apogeo literario que produjo obras definitivas en la vasta geografía del idioma, sin competir con ofertas similares —eso llegó más tarde. México en la cultura y La cultura en México hoy parecen el fruto de una edad dorada, no del país, desde luego, sino de un tiempo en que la prensa mantenía el interés de los lectores y daba espacio a la expresión de una comunidad cultural que ahora resulta inconcebible. En la actualidad, la oferta de suplementos culturales incluye por lo menos a cuatro que aparecen cada semana en periódicos nacionales y capitalinos: los más longevos a la fecha son La Jornada Semanal —luego de sucesivos cambios de dirección— y Laberinto del periódico Milenio; en años recientes aparece la nueva etapa de Confabulario en El Universal, y El Cultural —del cual me declaro responsable, en compañía de Delia Juárez— en La Razón. Pero sucede que la pródiga herencia se ha visto afectada por los nuevos medios y “tecnologías de la información”: han dispersado al público y la estima que antes gozaba la cultura escrita. Un efecto contundente de los tiempos de internet ha sido el repliegue, incluso la desaparición de algunos medios impresos. El mercado de libros, revistas y periódicos lo ha resentido y ha debido adaptarse a nuevas condiciones que

MÍNIMA EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Ediciones de La Cultura en México en la revista Siempre! Las dos primeras corresponden a la época de Fernando Benítez. Las siguientes a la de Carlos Monsiváis.

implican su traslado al ciberespacio, es decir, su ingreso a una Babel virtual de opciones y ofertas alternativas: un mundo nuevo, sobre todo para los pre-millenials. Los viejos cargos contra los suplementos y revistas —“mafia” y “elitismo”, entre los más comunes— resultan hoy inoperantes, pues la función tradicional y vertical de las élites culturales se ha pulverizado, junto con el consenso que antes pudo legitimarlas. Ningún medio detenta hoy un poder capaz de silenciar a la concurrencia: lo más que puede hacer es ignorarla y ser correspondido, o bien ajusticiado en los

“LA PLAZA PÚBLICA DE LAS REDES SOCIALES Y SU APTITUD PARA LA RÉPLICA INMEDIATA CANCELÓ LA DISTANCIA QUE MEDIABA ENTRE EDITORES, AUTORES Y LECTORES, CUANDO LA POSIBILIDAD DE INTERCAMBIAR RESPUESTAS ERA TAN DILATADA COMO UN CORREO POSTAL.”

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Ante ese panorama, en el caso de El Cultural apostamos por una agenda propia cuya oportunidad periodística incluye, pero no se limita a las novedades ni la coyuntura, la circunstancia o la efeméride. Más bien nos interesa organizar los temas, establecer y seguir en cada número el hilo conductor de una visión, un placer y sentido crítico motivados por la voluntad de distinguir, matizar y contrastar. Además —con la lección de los maestros— reconocer vasos comunicantes, transiciones, rupturas entre el pasado y el presente; revisar temas, periodos, tendencias; registrar con rigor la creación y la crítica en México y más allá de nuestro territorio y nuestro tiempo; transitar de la obra a los autores y la historia cultural; reconocer la originalidad del pasado y del presente, con sus afinidades y diferencias; alimentar desde esa conjunción el diálogo, el deslinde. Reunir a colaboradores y lectores, en fin, al cultivar un gusto, con sus apuestas o sus riesgos, sin ánimos sectarios ni lastres generacionales. Rescatar y documentar esos momentos culminantes de la imaginación que relega la prisa del mercado. Continuar una línea de puertas abiertas a los diversos géneros: del reportaje a la crónica y la entrevista, del ensayo a la narrativa y la poesía, y de la experimentación a las fusiones que los conjugan a su antojo. La disolución virtual de las fronteras instala un escenario que desborda los filtros o distancias del antiguo régimen, con su árbol genealógico de la tradición y el canon. Ese consenso también ha sido erosionado y las consecuencias sólo podrán evaluarse con el tiempo. Pero más allá de las pantallas infinitas, es necesario atender y valorar el pensamiento y la creación del mundo actual, así sea sólo por motivos de comprensión y claridad. El porvenir del siglo XXI lo requiere. Una versión previa de este escrito fue leída en una mesa del ciclo Un alto en el camino. ¿Hacia dónde va el periodismo cultural?, celebrada el 19 de julio pasado en el Centro Cultural Elena Garro de la Ciudad de México.

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Desde el exilio que marcó su vida y obra, Ramón Xirau cultivó en México su arraigo a la cultura europea —ampliada al orbe de hispanoamérica—, de la filosofía a la historia, del arte a la literatura. Filósofo y poeta que se explaya por el tiempo y la geografía, Adolfo Castañón lo recuerda desde su obra “múltiple y dispersa”, el magisterio y la amistad de un humanista que abordó la lectura como una forma del diálogo, y su vida propia como “una experiencia radical” que opuso a la fatalidad el pensamiento y la poesía.

POR LOS M A R ES DE R A MÓN XIR AU (1924-2017) ADOLFO CASTAÑÓN

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erteneció Ramón Xirau al exilio español en México y, además, formó parte de ese contingente específico de la emigración catalana republicana llegada entre fines de los años treinta y principios de los cuarenta: Joaquín Xirau, Angel Palerm, Pedro Bosch-Gimpera, Pere Calders, Josep Carner, Agustí Bartra, Martí Soler, Manuel Durán, entre otros. Dos veces desterrados, los catalanes que llegaron aquí traían de aquellas tierras mediterráneas un sentido del horizonte: las costas rojizas de ese territorio se abren a una cultura cosmopolita como la de la antigua región provenzal. Ramón Xirau fue por demás sensible a ese legado. No es fortuito que una de sus fortalezas intelectuales haya sido precisamente la de la cultura medieval y renacentista europea y que haya sido un buen conocedor de Dante Alighieri y del Trobar Clus de los poetas provenzales, a los cuales estudió durante años en la penumbra fosforescente de sus seminarios. La presencia de la cultura medieval europea permea el pensamiento de Ramón Xirau, según lo puede desprender el lector de sus estudios sobre la mística renana y, en particular, sobre el Maestro Eckhart. Desde ese mirador, Xirau pudo leer a Martin Heidegger y a San Agustín, por así decir, desde dentro. La familiaridad con el universo de las culturas convergentes en la Edad Media le abrió las puertas para leer de otro

“XIRAU HUNDE SUS RAÍCES EN LO MÁS PROFUNDO DE LA CULTURA EUROPEA POR SER PROFUNDAMENTE AMERICANO Y POR HABER SOSTENIDO A LO LARGO DE SU EXTENSA Y RICA OBRA ESA CULTURA DUAL HISPANO-CATALANA.”

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modo a los filósofos alemanes modernos y para apasionarse por la literatura romántica alemana a la cual no era ajeno, desde luego. Tenía muy presente a Hegel, el autor sobre el cual hizo su tesis de doctorado bajo la severa tutela de José Gaos, amigo de su padre y tutor intelectual, en el sentido fuerte de la palabra.

2 Nunca discípulo formal, desde muy joven fui lector, estudioso y luego editor y amigo de Ramón Xirau. Su nombre, para mí legendario, era más que una referencia. Era como una de las letras de mi silabario intelectual, junto con los de Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Augusto Monterroso, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Tomás Segovia y Carlos Monsiváis. Era referencia obligada, ya se hablara de Alighieri —y se discutiera el Dante de Gómez Robledo o el de Borges—, de Eckhart, Heidegger, Edith Stein, Ivan Illich, Erich Fromm, Martin Buber, Michel de Montaigne, Salvador Dalí —nacido en Figueres, Gerona, como Joaquín Xirau Palau—, Jorge Guillén, Manuel Azaña, Stephen Gillman, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo. Yo escuchaba que algunos de sus amigos le reprochaban que fuera publicando

pequeños libros, por ejemplo, sobre Juan Ramón Jiménez y César Vallejo en Dos poetas y lo sagrado; o recogiendo notas sobre la poesía y los poemas y poetas hispanoamericanos, desde el Sentido de la presencia: Ensayos (1953) o sobre filosofía de la historia o sobre la historia del arte. Xirau: autor mercurial, difícil de situar intelectualmente. Nombres que me evoco para hermanarlo con el de Ramón son los del historiador y estudioso del arte Bernard Berenson y el del filósofo George Santayana. Otro, más cercano, es el de Henri Bergson, autor por cierto al que dedicó uno de sus primeros trabajos Miguel-León Portilla. Bergson, hay que recordarlo, es el único filósofo que ha recibido el Premio Nobel, ¿y quién duda que Xirau hubiese merecido ese discutido galardón? Xirau hunde sus raíces en lo más profundo de la cultura europea por ser, como su admirado José Lezama Lima, profundamente americano y por haber sostenido a lo largo de su extensa y rica obra esa cultura dual hispano-catalana que lo afina con la de ese otro extraterritorial que fue Gil Vicente, cuya obra está escrita una mitad en portugués y otra en español (razón por la cual no se ha podido editar, hasta donde sé, su obra completa). Por fortuna, la de Ramón Xirau sí se ha podido editar en, hasta ahora, cinco volúmenes publicados por El Colegio Nacional de México al cuidado del poeta Julio Hubard, Mariana Bernárdez y Eduardo Mejía. Los dos primeros de Poesía completa1 (19512010), el tercero Filosofía de la presencia,2 el cuarto y quinto Introducción a historia de la filosofía3 y El desarrollo y la crisis de la filosofía .4 Probablemente sigan otros volúmenes que recojan los estudios de historia de la poesía y de la literatura que son otro de los puntos fuertes de la obra de este incansable agente de la organización del sentido. También se han hecho algunas antologías. Me ha tocado hacer dos de ellas: la primera, la armamos Josué Ramírez y yo: Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos (Fondo

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de Cultura Económica, 2001), para llenar el hueco editorial producido por una obra múltiple y tan dispersa. Esa cosecha y analecta de su tarea crítica fue diseñada para hacer ver que en su obra cabe discernir un animado cuadro de la cultura literaria hispánica e hispanoamericana que abarca desde Sor Juana hasta Octavio Paz, desde Juan Ramón Jiménez hasta Alfonso Reyes, José Lezama Lima y José Gorostiza: Entre la poesía y el conocimiento aspira a presentar una sintaxis de la cultura literaria hispanoamericana e iberoamericana. La otra antología titulada Otras Españas, otros exilios (El Colegio de México, 2011) fue producto de mi perseverancia y curiosidad en relación con la obra de Xirau. Sin darme cuenta empecé a encontrarme textos que Ramón mismo había olvidado. Decidí darle una sorpresa y con la complicidad inteligente de Ana María Icaza de Xirau pude dar buen término a esta cosecha. Los artículos ahí recogidos dan cuenta de la continuidad profunda del pensamiento de Xirau a lo largo del tiempo.

3 Siempre he pensado que, si la lectura es un acto colectivo que presupone al menos dos o tres interlocutores, la historia de la lectura es por fuerza una historia social y comunitaria. Desde la microsociedad que es la lectura, el autor y el lector crean un espacio público que ya no le pertenece a ninguno de ellos. Esto es particularmente cierto en el ámbito de la crítica literaria y pone al autor del ensayo en un feliz y fecundo entredicho al situarlo precisamente entre los decires y enunciados del otro o de los otros. En el caso de autores afines o amigos, esto resulta particularmente interesante, pues lleva a complementar o integrar la lectura de un autor en el otro y, más todavía, si ambos se alinean o afilian a un tercero. Pónganse, por ejemplo, a Ramón Xirau, Octavio Paz y Juan Ramón Jiménez cuyas lecturas entrelineadas pueden ser más que fecundas para ceñir o definir los espacios de la interpretación y, más acá, para tratar de ceñir una forma compartida e inteligente encarnada en varios puntos de vista. Está en juego la contemplación, y si se quiere, el estudio de los modos de esa contemplación. Para leer bien a Xirau hay que leer bien a Paz y a Juan Ramón pero también a Jorge Guillén y a Rubén Darío.

4 La lectura es esencialmente diálogo. Y fue ese diálogo el que alimentó

supo darle continuidad a la filosofía del amor y de la caridad transmitida por ese amigo-maestro-padre Xirau-Palau y seguir el pensamiento y asedio de la presencia y de su sentido. La biografía intelectual de Xirau ha de ser entonces una “vida paralela”, un lanzar la sonda a las dos fuentes de la moral y de la religión, para frasear a Henri Bergson, que se encierran en la(s) obra(s) de este pensamiento dual (padre e hijo) arraigado en lo más profundo de la conciencia europea, española y americana de su época. Xirau a lo largo de los años: los libros, las clases, las conferencias, las revistas, las traducciones, los seminarios, las tertulias, los encuentros con los amigos. La lectura es un acto a la vez solitario y colectivo. El lector está consigo mismo y está fuera, se despoja de su presencia material para abrirse a la presencia de lo real comunitario. Al leer a Eckhart, Xirau pasa revista a la historia de la filosofía, sale de Agustín de Hipona, toca a Tomás de Aquino, se encuentra con Bertrand Russell y con Ludwig Wittgenstein, echa mano de los historiadores modernos de la filosofía como Frederick Copleston o Etienne Gilson y, sin decirlo en voz alta, de Xirau mismo, del otro Xirau, de los otros Xirau.

5 Con sus ojos penetrantes de lechuza, con su penetrante ojo de búho y ave de presa intelectual, Xirau era capaz de mirar a los ojos a Lezama Lima y a Borges, a Nietzsche y a Leibnitz, a Gaos, García Bacca y Zambrano. Búho él mismo, le gustaba llevar traviesamente búhos a Atenas, otros búhos... El lector como un espectador del Aleph pluriforme y ubicuo del pensar, de la acción del pensamiento. Este tipo de lector insumiso y creativo, aunque profundamente fiel a una traza intelectual y espiritual a la que pertenecía Xirau, no podía ser, desde luego, asimilado fácilmente a los modos dogmáticos del pensamiento, y él quedaba inerme y expuesto a un cierto aislamiento y marginación. Aunque fuese capaz de dialogar con los pensamientos derivados del positivismo (aunque fuese un hombre capaz en el sentido que le da Ricoeur), su reflexión exigente iba más allá y se atrevía a unos “claros del bosque”, inaccesibles para otros pensamientos y pensadores.

6 Ramón Xirau, hijo pero también discípulo de su padre Joaquín Xirau Palau (1895-1946), se situó en una posición atrevida y riesgosa intelectualmente,

“OBELISCO, REFERENCIA, LEYENDA, BRÚJULA, HÉLICE, ENCICLOPEDIA Y TABLA DE EQUIVALENCIAS Y ELEMENTOS, ERA RAMÓN UN VERSÁTIL ORIENTADOR CAPAZ DE ATRAVESAR MUCHOS CAMPOS CON LA MIRADA, DESDE LA POESÍA Y EL PENSAMIENTO.”

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7 Uno de los libros más vertiginosos de la Biblia es el Libro de Job. Ramón Xirau encarna para mí esa figura desgarrada del santo creyente que es puesto a prueba por el Señor. Xirau perdió su patria, a los 22 años perdió a su padre, a los 52 perdió a su hijo único. Como a Job, esas pérdidas solamente lo llevaron a acorazarse en su fervor y pensamiento. Cuando Xirau escribe y reflexiona sobre el nihilismo y su más allá, no está asomándose al tema desde un ángulo neutral sino desde la vividura de una experiencia radical. Si escribe sobre la presencia y su sentido, lo hace desde luego desde la filosofía, sí, pero al mismo tiempo desde un filosofar que se ha visto obligado a pasar por la experiencia de la ausencia y de la falta de sentido y, si se aproxima a las cuestiones asociadas a lo sagrado y a lo santo —eso terrible por excelencia—, lo hará desde una riesgosa voluntad de comprensión de esos fenómenos en su integridad. Si bien es cierto que Xirau no edificó un sistema, también lo es que su forma de situar los temas y asuntos dibuja peligrosamente al trasluz algo de la identidad del que se plantea esas preguntas. En definitiva sabemos poco, muy poco de este maestro secreto y de lo secreto, de este pensador intrépido que sabía encarar a lo divino, por así decir, en sus propios términos. Al igual que Job, Xirau era capaz de mirar lo terrible sin volverse terrible, aunque algunos amigos sabemos que podía ser un hombre de carácter.

8 Hombre-puente, llamó a Ramón Xirau Octavio Paz. Obelisco, referencia, leyenda, brújula, hélice, enciclopedia y tabla de equivalencias y elementos, era Ramón un versátil orientador capaz de atravesar muchos campos con la mirada, desde la poesía y el pensamiento. Guillermo Hurtado ha hecho ver que en Xirau el discurso poético y el discurso filosófico corren por cauces autónomos, aunque ambos busquen y alcancen la claridad y la limpieza expositiva. Al pie de la letra, Xirau fue un hombre de las dos orillas.

9 Ramón Xirau tradujo el hermoso e influyente libro de Denis de Rougemont, Amor y Occidente, publicado por la editorial Leyenda en 1945. Una curiosidad filológica: don Joaquín todavía pudo revisar la traducción de su

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10 Enigma cristalino, en la hélice-equis de Xirau se cruzan pensamiento y poesía y esa aspa participa del molino a que se enfrentaba Alonso de Quijano, don Quijote de la Mancha, una de las primeras lecturas que hizo Ramón en las rodillas de su padre quien se lo leía en catalán. Hombre y nombre cruzado por la equis como ha sabido señalar José de la Colina, Ramón iba también marcado por la cruz de los cristianos viejos que resistieron en Cataluña en la época de los comuneros, pues el apellido, como saben los historiadores, es uno de los más antiguos de esa tierra. Hombre misterioso, hombre-misterio y familiarizado con el misterio, Ramón no podía ser un personaje público como otros. Lo suyo era el epígrafe, la glosa, el ensayo, la acotación, el apunte oblicuo e incisivo que, al acumularse y multiplicarse, iba destilando un “glosario” enciclopédico y ecuménico como el de ese otro maestro catalán, amigo y admirador de Alfonso Reyes, Eugenio D’Ors, quien, como Xirau, iba puliendo los vitrales de su basílica, uno a uno para que los atravesara mejor la luz del más aquí en la poesía y de las fronteras y allendes del pensamiento filosófico de Agustín a Sheler, de Eckhart a Teilhard, de William James y Russell, a Bergson y Wittgenstein.

Foto > Especial

hijo. El libro de Rougemont acomete la audaz empresa de hacer una historia de la pasión amorosa. Algunos de sus capítulos centrales tienen que ver con la poesía de los trovadores y con el amor cortés, con la herejía cátara y con Dante. Xirau nunca olvidaría no sólo esas páginas traducidas sobre la pasión en la sociedad contemporánea sino a los autores en ella tratados y, desde luego, seguiría leyendo al suizo Rougemont a lo largo de su vida. La idea de civilización, de unidad cultural de Europa que trae a cuento Xirau, se remonta en buena medida al pensamiento de Rougemont, Johan Huizinga, Max Scheler y Erich Auerbach. Es una idea orgánica que Xirau supo trasplantar a los ámbitos hispánicos de ambos continentes.

Ramón Xirau.

quedado olvidado en la revista del IFAL Terres Latines. Revue de Culture et d’Amitié franco-hispano-américaine. Sous le patronage de l’Institut Français d’Amérique Latine que dirigía Jean

Camp. El poema se publicó en el año 1946. Es anterior a su primera reunión de “10 poemes / 10 poemas” (1951). Ahí está el aliento marino del poeta Ramón Xirau:

Esos mares del mundo RAMÓN XIRAU Esos mares del mundo, Señor, que cantan a flor de sol, de viento, de tempestad, esas luces, Señor, de nieve que se adelantan hacia la caverna de mi sueño, lleno de alas,

esos aguijones de luz sobre la montaña, que las lluvias de oro tuercen en la noche, esos valles donde brillan, clara vena, los lagos de mi sueño perezoso,

ese recuerdo lechoso y gris como la cal

11 Situación de la poesía (1946) de Jacques y Raïssa Maritain fue uno de los libros de que hablamos con Xirau. Él conocía y admiraba a esta pareja que asistió a los últimos momentos de León Bloy. El libro de los Maritain ha tenido también otros lectores en Hispanoamérica como Cintio Vitier y Fina García Marruz con los cuales, sobra decirlo, Ramón sostuvo y alimentó un diálogo en Diálogos, la constelación personal que se volvió canon, según asienta Gabriel Zaid, nombre de la revista polinizadora de Plural y Vuelta de Octavio Paz.

12 Tuve la fortuna de sorprender a Ramón con un poema que había

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que se duerme sobre el muro claro ese recuerdo de sombras fundidas que me pica, me punza y me prohíbe el olvido

que los ardores de los vientos y del mar lo integren, Señor, y más que nunca padecerá mi alma.

NOTAS 1 Ramón Xirau, Obras 1. Poesía completa (1951-1986), edición de Julio Hubard y Mariana Bernárdez, traducción de Andrés Sánchez Robayna, 2013, 371 pp. y Obras 2. Poesía completa (1987-2010), compilación y edición de Julio Hubard y Mariana Bernárdez, 2015, 272 pp. 2 Obras 3. Filosofía de la presencia, compilación y edición de Julio Hubard y Mariana Bernárdez, introducción de Eduardo Mejía, 2015, 441 pp. 3 2014, 415 pp. 4 2014, 370 pp.

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Las posibilidades de un género híbrido y versátil como la crónica, capaz de incorporar toda clase de recursos (pues “todo cabe en una crónica, o en su definición, sabiéndolo acomodar”), así como de invalidar la vieja distinción entre periodismo y literatura, es sello de identidad en el trabajo de Diego Enrique Osorno, que indaga sin concesiones “no sólo la realidad mexicana, sino los mecanismos que hacen que ésta funcione tal como la conocemos (o como no la conocíamos)”.

OÍDOS CER R A DOS OJOS BI EN A BI ERTOS EDUARDO ANTONIO PARRA

D

esde finales del pasado siglo, para nadie resulta desconocido que la crónica, como ejercicio literario, poco a poco ha venido ocupando un sitio privilegiado en las preferencias del público lector latinoamericano. Es el que despierta más sus pasiones, el que establece con él una mayor confianza. Y aunque tal vez no sería necesario señalar las causas de tal inclinación, varios autores han ensayado sus argumentos al respecto, tratando al mismo tiempo de definir la crónica, de acotar sus características o de explicar cómo, desde tiempos de los primeros Cronistas de Indias que acompañaban las expediciones de los conquistadores hasta nuestros convulsos días del siglo XXI, los modos de narrar la realidad no han detenido su evolución, configurando un género narrativo híbrido, complejo, que da cabida prácticamente a todos los estilos, todos los enfoques, todos los procedimientos y, por supuesto, a todas las temáticas posibles. Desde Carlos Monsiváis, quien escribió que la crónica es “la reconstrucción literaria de sucesos o figuras, un género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas”, pasando por Gabriel García Márquez, quien apuntó que “una crónica es un cuento que es verdad”, hasta Juan Villoro, que la comparó con un ornitorrinco por estar conformada con partes o características de por lo menos siete animales distintos, las definiciones, descripciones y metáforas en torno al género abundan y, lo que es mejor, casi todas son certeras, o por lo menos casi todas encuentran un texto ejemplar que las respalde, porque “todo cabe en una crónica, o en su definición, sabiéndolo acomodar”. SIN ENTRAR EN DESCRIPCIONES teóricas, quienes hemos seguido los escritos de Diego Enrique Osorno sabemos que son la expresión de un cronista completo. Formado en el trabajo diario de reportero, con ambiciones literarias e inquietudes diversas desde muy joven, Osorno obtuvo una difusión amplia y estable entre los lectores de libros con su primer título, Oaxaca sitiada, publicado hace alrededor de una década, y se podría decir que, a partir de ahí, el ejercicio constante tanto de la mirada y el oído como de la escritura no ha hecho otra cosa que afinar sus herramientas, pulir su estilo, ampliar sus perspectivas y ganarle lectores libro tras libro. Desde El cártel de Sinaloa hasta la biografía de Carlos Slim, los intereses del autor se han enfocado

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en narrar, no sólo la realidad mexicana, sino los mecanismos que hacen que ésta funcione tal como la conocemos (o como no la conocíamos), poniendo el acento en las relaciones entre quienes detentan el poder político, económico o fáctico y una población cada vez más inerme, victimizada, hundida en la incertidumbre. Lo que a sus lectores nos había quedado claro tras la lectura de libros como Nosotros somos los culpables, La guerra de los Zetas o Contra Estados Unidos, es que lo que mueve a un cronista como Osorno no son los hechos en sí, ni su espectacularidad, sino sus consecuencias en la cotidianidad de la gente, la transformación en la vida de pueblos y ciudades, la pérdida de identidad de todo un país donde una generación ha extraviado la capacidad de conectarse con la anterior, y tal vez con la siguiente, a causa de los actos de unos cuantos. Al imponerse a sí mismo la misión de ser testigo de su tiempo y de llevar una suerte de bitácora minuciosa de lo que en él ocurre, Osorno tuvo que optar por una perspectiva panorámica en la mayoría de sus libros. No importa que en cada una de las piezas que los integran haya centrado su visión en sucesos específicos o en unos cuantos personajes: siempre al terminar de leerlos el lector se queda con la sensación de haber contemplado un fresco o mural donde la realidad de una región, un momento o un acontecimiento queda plasmada por efecto de la acumulación de escenas, testimonios y voces. Incluso la lectura de la biografía de Carlos Slim produce esa sensación de conglomerado y paisaje extenso, como si el protagonista fuera un hombre compuesto por muchos, o como si la construcción de su fortuna hubiera implicado la suma de diversas personalidades.

la de los demás, sino bastante satisfactoria. Esta vez, en lugar de mostrarnos un hecho o una serie de ellos y sus consecuencias en toda la población, el cronista enfoca su interés en la lucha de un individuo sordo para emerger de la condición a la que los prejuicios y la discriminación lo habían confinado. El protagonista, Gerónimo González Garza, es tío materno del autor, por lo que Un vaquero cruza la frontera en silencio viene a ser, hasta ahora, el libro más personal de Diego Enrique Osorno, el que más tiene que ver con su memoria, el más íntimo. Por ello no es casual que en sus páginas el autor incluya algunos rasgos de su propia biografía ni que dé inicio al relato con un recuerdo situado en 1995, poco después de que el llamado “error de diciembre” diera al traste por enésima vez con la economía de los hogares mexicanos. En ese texto introductorio, Osorno narra las angustias de sus padres por no poder pagar la hipoteca de la casa familiar, y cómo esas angustias terminan cuando Tío envía desde Estados Unidos una ayuda de 15 mil dólares. En ese momento de la lectura, aún no sabemos quién es Tío ni por qué se halla en Estados Unidos, pero enseguida el cronista comienza a trazar un retrato del protagonista que, al pasar las páginas, admirará y conmoverá al lector, enseñándole que con fuerza de voluntad puede alcanzarse cualquier meta. GERÓNIMO González Garza es hijo de Guadalupe González, quien le puso ese nombre en honor a su hermano muerto de un balazo accidental durante una partida de caza en compañía de su mejor amigo, quien lo mató. Nació sordo, sus padres lo

SIN EMBARGO, en su libro o Un vaquero cruza la frontera en silencio ncio (editado por vez primera en 2011 por Conapred y ahora por Mondadori), ri), Diego O sorno muestra una na estrategia diferente: en vez de la mirada panorámica sobre un n suceso específico e inmediato, o, presenta a sus lectores una visión acotada para configurar el perfil de un solo hombre, el retrato de un familiar extraordinario que supo sobreponerse a sus limitaciones para llegar a vivir una vida, no sólo semejante a

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advirtieron al notarlo distraído y con dificultades de equilibrio. Habitantes de Monterrey, con un pequeño rancho en Los Ramones, Nuevo León, ocupados en la lucha diaria para salir adelante, ni los padres ni los hermanos de Gerónimo pueden aprender el lenguaje a señas de los sordomudos y se comunican con un lenguaje propio, familiar; no obstante, el niño lleva una infancia casi normal, alegre. Es en la pubertad cuando descubre que en Monterrey existe la primera escuela para sordos del norte del país y se involucra en sus actividades. Comienza a viajar con otro grupo de sordos en tours de trabajo para vender llaveros y otras cosas. Conoce el Distrito Federal, Guadalajara y otras ciudades, hasta que en 1969, a los dieciséis años, decide cruzar la frontera, irse de mojado en compañía de dos amigos también sordos. Las vicisitudes de su vida como ilegal y discapacitado llenan la mayor parte de las páginas de la crónica, y quien piense que encontrará en ellas grandes tragedias está equivocado. La vida de Gerónimo, como la de cualquiera, sufre reveses y situaciones críticas, pero sus viajes dentro de la Unión Americana y sus idas y venidas desde el otro lado a Monterrey o a su rancho, y viceversa, están llenas de satisfacciones y encuentros solidarios. Hay rivalidades y obstáculos,

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“LAS VICISITUDES DE SU VIDA COMO ILEGAL Y DISCAPACITADO LLENAN LA MAYOR PARTE DE LAS PÁGINAS DE LA CRÓNICA, Y QUIEN PIENSE QUE ENCONTRARÁ EN ELLAS GRANDES TRAGEDIAS ESTÁ EQUIVOCADO.” sobre todo de parte de los sordos gringos que lo consideran competencia, o inferior por ser mexicano, pero con los años Gerónimo consigue superarlas y establecerse en Texas, formar familia y ganarse la vida de forma decorosa. Un vaquero cruza la frontera en silencio es la crónica sobre un hombre que resulta ejemplar sin proponérselo. Una vida que bien puede ser simbólica para muchos sin que el protagonista se haya planteado más que salir adelante a pesar de su sordera. El retrato de alguien cercano al autor quien, debido a la admiración que sentía por él, se propuso años atrás escribir su historia. Un devenir particular que Diego Enrique Osorno enriquece con indagaciones en torno a la educación para los sordos en México y el resto del planeta, conversaciones con activistas, datos históricos, relacionándola además con la situación actual del noreste del país, donde la prensa

amordazada hace que los ciudadanos vivan su vida sin escuchar lo sucedido a su alrededor, en sus pueblos y ciudades, en el país, como los sordos. Hasta donde concluye la crónica, el tío Gerónimo vive en el sur de Texas con su situación migratoria regularizada. Hace viajes frecuentes tanto a su rancho como a Monterrey, atravesando una de las zonas de guerra más conflictivas de México. Su sordera, que no lo deja escuchar tiroteos, no le impide contemplar en lo que se ha convertido su tierra, como la vez en que, mientras él montaba su caballo en el Rancho Nuevo, un convoy de sicarios pasó frente a él sin voltear a verlo, con lo que el cronista Diego Enrique Osorno nos demuestra que, no importa la condición de cada quien, nadie puede escapar de la realidad, y mucho menos de una realidad como la que se vive en el México de hoy.

CERO DIEGO ENRIQUE OSORNO

M

adre arroja la panza de la vaca y salta el agua hirviente de la olla de peltre azul. Lanza una pequeña cosa deforme que debe ser la pata de res. Vienen luego los tomates, el romero, la yerbabuena, el ajo y el orégano. Casa tiene una fragancia de especias los fines de semana. Cuando percibo el aroma de ciertos condimentos naturales suelo recordar la crisis económicaa de diciembre de 1994 en México. Padre se levanta temprano y vacía el cocido ido de la olla en platos de hielo seco. Los mete con on mucho cuidado en el carro, como si fueran un tesoro recién desenterrado: que no se derrame me ni una gota, que no se caiga ninguna piedra ra preciosa, que el menudo, la sopa de estóma-go, llegue a salvo a su destino. En Monterrey suele comerse barbacoa los domingos, pero los amigos de Padre son amigos de a de veras. Las mañanas de los domingos de 1995 en lugar de comer barbacoa, prueban el menudo que le compran a Padre. Entre semana, Madre mete otras cosas a la olla que siempre parece tener agua hirviendo. Mete pollos, mete arroces, mete axiote, mete verduras. Después Padre los acomoda entre los delgados recipientes y el destino de los platillos ahora queda más cerca que las alejadas casas de sus amigos. Va uno para la vecina de junto, otro para la de enfrente, para los de la vuelta, para el que se acaba de cambiar a la cuadra, para la señora enojona que poncha pelotas de futbol y para las amigas de Madre, que también son sus amigas de a de veras. La cocina de Casa es la cocina del barrio. En el noreste de México no hay fondas. No se usa la palabra fonda. Pero Casa es una fonda. Una fonda que ofrece servicio de comidas a domicilio. De haber tenido un nombre, la fonda se hubiera llamado Comidas Martha.

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El tema de todos los días es la fonda de Casa. Sí, Casa es al mismo tiempo la fonda, pero Casa es también otra cosa que nada tiene que ver con las paredes y los techos entre los que transcurrió mi infancia y adolescencia. Entonces la palabra Casa remite a problemas. Casa significa incertidumbre, banco, riesgo, mal, desempleo, pelea y sobre todo, una extraña y muy agresiva palabra: Hipoteca. Hipoteca es la palabra que nadie quiere oír, decir, en Casa. Alguna avanzada civilización del futuro habrá de conseguir borrar esa palabra del diccionario. Pero en aquel año, la palabra Hipoteca está ahí, en el habla de todos los días, aunque se pronuncie poco. La olla hirviendo de Madre desafía a la palabra Hipoteca, los platos de hielo seco de Padre desaH fían a la palabra Hipoteca; sin embargo, en estos fí tiempos de crisis (se dice que todo por un “error de tie Diciembre” que devaluó el peso y mandó al cielo las Di tasas de interés) la palabra Hipoteca es muy podetas rosa. No se le gana con el aroma del orégano ni con amistades de a de veras. Para que la palabra Hipoteca nos deje tranquilos hace falta algo más. Un día Tío envía quince mil dólares desde algún lugar de Estados Unidos. Ese día la palabra Hipoteca pierde una batalla y deja en paz a Casa. Tío es un vaquero que cruza la frontera en silencio. Se llama Gerónimo González Garza. Prometí que alguna vez relataría su historia. * Párrafos iniciales de Un vaquero cruza la frontera en silencio, Literatura Random House, 2017.

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Este año se cumplen cien años del nacimiento y cincuenta de la desaparición de la excepcional narradora estadunidense Carson McCullers (1917-1967). La recordamos y celebramos con esta breve colección de frases que provienen de dos de sus libros fundamentales.

L a et er n i d a d c om ie n z a u n s áb a do

C A R S O N McC U L L E R S DE CORAZONES Y BALADAS EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO (1940) Después de la música, lo mejor era la cerveza. ¿Cómo pueden los muertos estar en verdad muertos si viven todavía en las almas de quienes han quedado atrás? La manera en que te necesito es una soledad que no puedo soportar. El corazón es un cazador solitario con un solo deseo. Encontrar un consuelo duradero en el fuego y los brazos de otro... inducido por un deseo despesperado hacia los brazos de una luz neón, el corazón es un cazador solitario cuando no hay a la vista una señal de amor. Éste es mi consejo para ti. No intentes quedarte solo. Lo más fatal que puede cometer un hombre es intentar quedarse solo. Quiero, quiero, quiero —era todo lo que ella podía pensar, pero no sabía en verdad lo que quería. En su rostro se instaló una paz melancólica que se ve con mayor frecuencia en los rostros de los muy dolientes o los muy sabios. Pero aun así él erraba por las calles del pueblo, siempre en silencio y solitario. Soy un extraño en tierra extraña. La gente soñaba y luchaba y dormía igual que siempre. Y por costumbre abreviaba sus pensamientos para evitarse divagar por la oscuridad más allá de mañana. Adonde mires hay mezquindad y corrupción. Este cuarto, esta botella de vino, estas frutas en el cesto, son todos mercancías de lucro y pérdida. Es imposible que alguien viva sin conceder su aceptación pasiva de la mezquindad. Alguien usa y desgasta su corbata por cada bocado que ingerimos y cada costura que portamos —y al parecer nadie lo sabe. Cada quien es ciego, sordo, obvio, estúpido y mezquino. Era como si la hubieran engañado. Sólo que nadie la había engañado. Así que no había a quien reclamar. Sin embargo, de cualquier forma ella tenía ese sentimiento. Que la habían engañado. Están los que saben y los que no saben. Y por cada diez mil que no saben sólo hay uno que sabe. Es el milagro de todos los tiempos: el hecho de que tantos millones saben tanto pero no saben esto. El resentimiento es la flor más preciosa de la pobreza. Descender era lo más difícil de cualquier ascenso. ¿Por qué él siguió adelante? ¿Por qué no se detuvo ahí, en el fondo de la

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UN ESPACIO DEDICADO AL RESCATE DE RAREZAS Y RELIQUIAS LITERARIAS

humillación total, para considerar su contenido por un rato? Pero siguió adelante. Los que estamos en esta habitación no contamos con propiedades. Quizá uno o dos son dueños de la casa donde viven, o tienen guardados uno o dos doláres —pero sólo tenemos lo que contribuye directamente a mantenernos vivos. Lo único que poseemos son nuestros cuerpos. Y vendemos nuestros cuerpos cada día que vivimos. Los vendemos al salir por la mañana al trabajo y cuando trabajamos todo el día. Estamos obligados a venderlos a cualquier precio, en cualquier momento, por cualquier motivo. Estamos obligados a vender nuestros cuerpos para comer y vivir. Y la paga que recibimos por esto es sólo suficiente para tener la fuerza de trabajar más tiempo en beneficio de otros. Ahora no nos colocan en plataformas para vendernos en la plaza del Palacio de Justicia. Pero nos obligan a vender nuestra fuerza, nuestro tiempo, nuestras almas durante casi cada hora que vivimos. Fuimos liberados de una forma de esclavitud sólo para ser entregados a otra. ¿Esto es la libertad? ¿Todavía somos hombres libres?

LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE (1951) Están el amante y el amado, pero ambos llegan de países distintos. Suele ocurrir que el amado es tan sólo un estímulo para todo el amor acumulado que ha permanecido en calma dentro del amante desde mucho tiempo atrás. Y de alguna forma esto lo sabe cada amante. Él siente en el alma que su amor es un asunto solitario. Descubre una soledad nueva, extraña, y este conocimiento lo hace sufrir. Así que al amante sólo le queda una cosa por hacer. Debe alojar su amor dentro de él mismo lo mejor que pueda; debe crear para él un mundo interior nuevo y pleno —un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Permitan añadir aquí que este amante del que hablamos no es por necesidad un hombre joven que hace sus ahorros para el anillo de compromiso —este amante puede ser hombre, mujer, niño, o a decir verdad cualquier criatura en el planeta. La verdad tal cual es que, de una manera secreta y profunda, el hecho de estar enamorado resulta insoportable para muchos. El amado teme y odia al amante, y tiene las mejores razones, pues el amante siempre intenta desnudar al amado. El amante anhela cualquier relación posible con el amado, aun si esta experiencia sólo pueda causarle dolor. El amor es una experiencia compartida

por dos personas. Pero el hecho es que una experiencia compartida no significa que sea una experiencia similar para los dos implicados. El valor y la calidad de cualquier amor los define sólo el amante. Ningún valor se da a la vida humana; se nos regala y retira sin pagarla. ¿Cuánto vale? Si miras a tu alrededor, en ocasiones su valor puede ser muy poco o ninguno en absoluto. Con frecuencia, luego de sudar, insistir sin que las cosas mejoren para ti, llega hasta el alma el sentimiento profundo de que no vales mucho. Día y noche había cargado y forcejeado y se había entregado al trabajo con el alma, y no quedaba mucho de ella para cualquier cosa. Como ser humano, sufría por esta carencia y hacía lo que estaba a su alcance para compensarla. Si había pasado la tarde inclinada sobre la mesa de una biblioteca y luego declaraba que había pasado este tiempo jugando a las cartas, era como si hubiera conseguido realizar ambas cosas. Vivía en forma vicaria a través de las mentiras. Las mentiras duplicaban lo poco de la existencia que le quedaba del trabajo y aumentaban los pequeños jirones de su vida personal. Él mismo demostraba algunas excentricidades y era tolerante con las rarezas de otros; lo cierto es que más bien se deleitaba con el ridículo. A la luz de la luna, contempló a su esposa por última vez. Buscó la piel con su mano y la pena se niveló con el deseo en la complejidad inmensa del amor. —Traducción: Max Colunga

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

MUJERES DE AXILA POTENTE

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

A

claremos una cosa: a las mujeres jamás no les apestarán los sobacos nunca como a un hombre. Una vez despejado ese punto, prosigo. Mucho antes de leerlo en los libros de Pedro Juan Gutiérrez yo ya era fan de las mujeres a las que le chilla la ardilla. Existe otro tipo de morra stinky: a la que le apestan las patas. Lo cual me parece de pésimo gusto. Pero el olor a axila no sólo es tolerable sino sumamente erótico. Lamer axila ha sido desde hace décadas una de mis máximas aficiones. Hay mujeres a las que es imposible practicárselo. Pero otras no tienen las cosquillas tan a flor de piel y son todo un banquetazo. Abundan los mitos alrededor de la axila que ladra y muerde. Que a una mujer le huelan las bisagras no significa que sea sucia. La transpiración es como los memes: no perdona. Estoy convencido que a Jesucristo también le hedían. Habría que organizar una sesión espiritista para contactar a los fantasmas de Dimas y Gestas y hacerles una entrevista al respecto. He visto a morras muy guapas renegar hasta lo indecible porque apenas salen de la regadera la ardilla comienza su manifiesto. Como los pollos engordados químicamente, se trata de una cuestión hormonal. Ardilla que chilla no es sinónimo de atracción. He olfateado a varias mujeres y no me han producido el menor entusiasmo. Son como algunos platillos, que están en la carta a precios estratosféricos pero que no seducen a mi paladar. Pero

LA AXILA DE LA MUJER ME PARECE UN TEMA POCO TRATADO EN LA LITERATURA. HACE FALTA UN ENSAYO AL RESPECTO. CORRERÍA A COMPRARLO.

El sino del escorpión

he conocido algunas que poseen el imán de atracción de la misma intensidad que el olor de la vagina. Cuando me encanta el aroma de una axila o de una vagina me convierto en una puta ventosa. Quiero aprovechar para mandarle saludos a la vagina de Karen y decirle que en el Top Ten de mis vaginas predilectas está en el número uno. De vuelta al tema de la axila les comento que hace tiempo salí con una mujer que tenía la costumbre de no bañarse a diario. Y me volvía loco. No era extranjera, era nacional. Si de mí hubiera dependido jamás habría vuelto a pisar la ducha. Pero ya saben como es la vida laboral, tiene la insensatez de pedirnos ir en contra de nuestra naturaleza. Las ocasiones que esta chica duraba sin bañarse por tres días era rotundamente feliz. Siempre que veía su blusa mojada en la parte de la axila era como ver la Batiseñal. Llámenme burgués si quieren, pero no tolero una axila de mujer peluda. Aromática sí. También estoy en contra de las vaginas como junglas. En la serie Californication, Hank Moody está siempre en una cruzada contra los pubis rasurados. Pero yo no comulgo. No comparto la misma nostalgia. En los setentas, cuando el afro en la vagina era la fiebre yo ni siquiera había nacido. Tampoco soy de los que a güevo exigen el pubis baldy. Con un corte a la flat top me conformo. Por otro lado, qué asqueroso es el olor de axila del hombre. En algunos casos es como respirar directamente de las entrañas de un animal muerto. Lo que más odiaba de la escuela era tener que darle el golpe a la bisagra de mis compañeros. Apenas

entraba al salón de clases sentía el patadón de pudrición. El mal olor de las axilas es provocado directamente por las bacterias. Pero existen de bichos a bichos. Y los de las mujeres ocasionan atracción. Habría que consultar a las morras acerca del olor de las axilas de un hombre. ¿Existirá alguna a la que le guste? Lo dudo mucho, a menos que sea como Patti o Selma de Los Simpsons y tenga el sentido del olfato muerto. La axila de la mujer me parece un tema poco tratado en la literatura. Hace falta un ensayo al respecto. Correría a comprarlo. La mayoría de las mujeres a las que les chilla la ardilla se avergüenzan de su condición. Es inútil, por más que se insista, en explicarles que es uno de los afrodisiacos más poderosos que existen. Mientras que para ellas es algo desagradable y causa de aflicción, para cerdos como yo es un premio. Los desodorantes son todo un tema. Cuando la ardilla que chilla es asunto serio éstos no surten efecto. Y muchas mujeres recurren al bicarbonato. Mi enemigo natural. He conocido a chavas que en un arranque de jipismo han transbordado al desodorante vegano. Ese que es como una piedra. Es un fraude. No funciona. Por lo tanto no estoy en contra de él. Por mí pueden seguir usándolo, porque les ruge la bisagra bien sabroso. Una vez un compa dejó a una morra preciosa porque sus glándulas sudoríparas eran de escándalo. Qué fresa. Al contrario, yo le habría propuesto matrimonio. Así que ya saben morras de la axila potente, escríbanme. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Pobreza de la crítica de arte EN UNA ESQUINA DEL TECHO, sobre los frescos y azules mosaicos de Talavera, el alacrán lamenta el empobrecimiento de la crítica de arte sufrido por nuestro país en años recientes. Nuestra “tierra de belleza convulsiva”, como la columbró Luis Cardoza y Aragón, ha perdido en poco tiempo a varios de los practicantes más lúcidos de la crítica del arte mexicano, historiadores acuciosos, académicos principales todos ellos. La crítica de arte se ha tornado huidiza, borrosa, inexistente en momentos en los cuales la desorientación general la requiere más clara y lúcida. Se cumplieron apenas nueve años del fallecimiento de Olivier Debroise (Jerusalén, 1952-Ciudad de México, 2008) y por fortuna su legado (textos, catálogos, correspondencia, entrevistas, videos y películas) se preserva en el fondo con su nombre en el Museo Universitario de

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Arte Contemporáneo, mientras el Museo Nacional de Arte guarda su colección fotográfica y el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM cuida su biblioteca. El escorpión pregunta si una tarea de preservación equivalente se ha realizado con la obra y los materiales de Raquel Tibol (Argentina, diciembre 1923-Ciudad de México, febrero de 2015), pero no ha leído nada sobre el asunto a poco más de dos años del fallecimiento de esta imprescindible figura de la crítica y la historia de nuestras artes plásticas. El caso se repite, insiste el rastrero, con el crítico, historiador y académico mexicano Jorge Alberto Manrique (Ciudad de México, julio 1936-noviembre 2016), fallecido hace menos de un año. E incluso con Teresa del Conde (Ciudad de México, enero 1938-febrero 2017)

otra de las grandes pérdidas recientes en el terreno de la historia y la crítica de arte mexicano, a cuya procesión trágica acaba de unirse hace unos días Ida Rodríguez Prampolini (Veracruz, septiembre 1925-julio 2017) especialista en el estudio del arte contemporáneo mexicano y europeo. La preservación de las obras, bibliotecas y materiales de estos historiadores y críticos, así como la reedición y difusión de sus textos y libros resulta fundamental para la continuidad de las tareas de la crítica de arte en esta “patria de los delirios comestibles”. Abrumado por el ánimo luctuoso, el venenoso vuelve a su nido y a Cardoza para preguntarse, con él, si el arte mexicano “carece de otro lenguaje que no sea el de su propia muerte, la insoportable y dulce muerte de la impar muerte de México…”? C

LA CRÍTICA DE ARTE SE HA TORNADO HUIDIZA, BORROSA, INEXISTENTE

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CENIZAS DE LA MEMORIA REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

S

e hacía llamar el “nolano” pues había nacido en Nola, en la provincia de Nápoles, en 1548. Estudió la filosofía de Aristóteles y Santo Tomás en la Orden de los Dominicos. Se le consideraba un experto en la doctrina antigua de la mnemotecnia grecorromana. Su primera obra, publicada en 1582, se titula El arte de la memoria. Giordano Bruno, el filósofo nolano, defendía conceptos mágicos derivados de la filosofía hermética, que reunía tradiciones simbólicas judías, griegas, romanas y egipcias. Esta inclinación por la magia, así como sus ideas teológicas heterodoxas, lo colocaban en el grave riesgo de ser perseguido por la Inquisición. Sus propias palabras revelan esta dificultad: “Cobré tal renombre que el rey Enrique III me convocó un día y me preguntó si la memoria que yo tenía y que enseñaba era la memoria natural o era obtenida por arte mágico; yo le hice ver que no era obtenida por arte mágico, sino por ciencia. Después de eso imprimí un libro sobre la memoria, con el título De umbris idearum.” En el libro, traducido como Sobre la sombra de las ideas, se presenta un debate entre el dios Hermes y otros personajes, entre los cuales se incluye a Logifer, el pedante, quien declara que el antiguo arte de la memoria que proviene de Cicerón y Tomás de Aquino es totalmente inútil. Esto refleja ya las opiniones de otros sabios del renacimiento, como Erasmo de Rotterdam, quien pensaba que la mnemotecnia grecorromana estaba obsoleta, debido a la aparición de la imprenta, que permitía almacenar y difundir cantidades extraordinarias de información. Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra del filósofo nolano es el uso de imágenes tomadas de la simbología hermética y desarrolladas hasta alcanzar su máxima complejidad. En el libro De umbris idearum utiliza la imagen de un círculo marcado con treinta letras; a veces son círculos concéntricos. Bruno confería un gran valor a este número. A lo largo de su obra escrita habla de treinta atributos, treinta estatuas, treinta sellos, treinta vínculos con los demonios. Giordano Bruno aspiraba a sintetizar el conocimiento universal de la humanidad. Los diseños gráficos funcionaban como guías de orientación para la evocación y el ordenamiento de las ideas. Algunas de estas maravillosas “ruedas de la memoria” incluyen en total hasta ciento cincuenta subdivisiones, actualmente ilegibles, pero una mirada a sus diseños de complejidad creciente basta para apreciar la magnitud de la ambición intelectual de Bruno. El destino siniestro de Giordano Bruno estaría ligado a sus ambiciosos diseños mnemotécnicos. En 1591, fue invitado por un noble de Venecia, Giovanni Mocenigo, quien le pedía que le enseñara los secretos de su sistema

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Ilustración > José Agustín Ramírez Bermúdez: Giordano Bruno y las ruedas de la memoria.

GIORDANO BRUNO ASPIRABA A SINTETIZAR EL CONOCIMIENTO UNIVERSAL DE LA HUMANIDAD. LOS DISEÑOS GRÁFICOS FUNCIONABAN COMO GUÍAS DE ORIENTACIÓN PARA LA EVOCACIÓN Y EL ORDENAMIENTO DE LAS IDEAS.”

de memoria. Un año después, Mocenigo encerró a Giordano Bruno en un sótano. La Inquisición de Venecia envió una orden con un mensaje unívoco: el filósofo nolano debía ser arrestado, y sus libros y escritos debían confiscarse. Para entender el arresto de Giordano Bruno, tendríamos que regresar muchos años atrás, al momento de su juventud en que, aún dentro de la Orden de los Dominicos, decidió quitar de su celda todos los cuadros de santos y de la Virgen María: únicamente dejó colgado un crucifijo. La Inquisición fue informada de este evento. Hay que considerar el momento histórico de Giordano: su vida coincide con la ruptura de la Iglesia Católica y la fundación del protestantismo bajo la guía de Martín Lutero. Las actitudes austeras de Bruno tenían un alto riesgo de considerarse una herejía protestante. A pesar de todo, pudo terminar sus estudios. A los 28 años obtuvo su licenciatura como lector de teología. Pero una cosa que ignoraba por completo era cómo pasar desapercibido intelectualmente. Con su famosa obra La cena de las cenizas, dio a conocer ideas revolucionarias: en primer lugar, su apoyo a las teorías de Nicolás Copérnico, según las cuales la Tierra se desplazaba alrededor del sol. Aunque este heliocentrismo no era considerado en ese momento una herejía, sí contradecía la mentalidad de muchos representantes de la Iglesia Católica. Bruno fue más allá, y afirmaba que los seres humanos vivimos en un universo infinito, repleto de mundos, que podrían estar habitados por seres inteligentes. Estos seres tendrían, posiblemente, sus propios cultos divinos. Bruno también parecía difundir una concepción materialista del mundo, ya que afirmaba que todo objeto se componía de átomos o mónadas, como lo hizo en su momento Demócrito, y como lo haría después Leibniz. La libertad

con la cual defendía estas atractivas especulaciones entraba en conflicto con el estilo dogmático de la Iglesia Católica. En 1575 fue acusado de herejía frente a la Inquisición. Decidió huir de Italia y se refugió por varios años en otros países católicos, como Francia, pero especialmente en países y ciudades protestantes, incluyendo Inglaterra y Ginebra. En tales circunstancias, y tras difundir una amplia obra escrita, regresó a Italia mediante engaños, y allí fue capturado por su anfitrión, Giovanni Mocenigo. Mocenigo expuso una larga lista de herejías cometidas por el filósofo nolano. Roberto Belarmino (quien también sería el encargado de procesar a Galileo Galilei) dirigió el juicio en contra de Giordano Bruno. Entre los cargos se mencionaba el tener opiniones en contra de la fe católica y sus ministros, en contra del dogma de la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo, en contra del dogma de la virginidad de María, y también el haber dicho que existían múltiples mundos con seres inteligentes, y que otros seres (no humanos) podrían experimentar procesos de transmigración espiritual. Bruno pasó siete años en el presidio de la Inquisición en Roma. Cuando compareció nuevamente ante el tribunal, se negó a retractarse. Sus libros fueron quemados en la Plaza de San Pedro, y se incluyeron en el Índice de Libros Prohibidos. Bruno fue llevado a la hoguera. Se dice que le paralizaron la lengua con una brida de cuero para impedir que hablara. Un monje se le acercó cuando se encontraba atado al poste, y le mostró un crucifijo. Bruno rechazó la oferta de besarlo con un gesto de negativa. Sus cenizas fueron arrojadas al río Tíber. Si existiera un museo de la memoria, la historia de Giordano Bruno ocuparía una de las salas centrales. A mi juicio, en un museo semejante tendríamos la oportunidad de comprender la trayectoria accidentada, y a veces francamente peligrosa, que ha debido recorrer la humanidad para poder construir conocimientos válidos acerca de la memoria, basados en la observación más que en el prejuicio, el dogma o la fantasía. ¿Cómo ha sido posible pasar a una era científica no sólo en el estudio de la memoria, sino de la mente humana y de la naturaleza en general? La condenación de Giordano Bruno debe recordarnos que la libertad del pensamiento y de la investigación científica son derechos humanos prohibidos durante siglos, y que hoy en día son el privilegio de muchas sociedades (aunque no de todas), pero que deben protegerse, defenderse y ejercerse, porque no tenemos garantizado el futuro: solamente podemos construirlo en base al esfuerzo colectivo.

04/08/17 7:40 p.m.


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